Poetas en el Nuevo Siglo

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BRUNO H. PICHÉ

NICK CAVE EN 2015

CARLOS VEL ÁZQUEZ BORGES FATT Y

FR ANCISCO HINOJOSA

DE MONUMENTOS Y ESTATUAS

El Cultural N Ú M . 3

S Á B A D O

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POETAS

EN EL NUEVO SIGLO

Panorama de la literatura mexicana • II Margarito Cuéllar

INVENTARIO, DE JOSÉ EMILIO PACHECO De la tradición al origen Antonio Saborit


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[PA NOR A M A DE L A L I T E R AT U R A M E X IC A N A I I]

P OE TA S

E N E L N U E VO SIGLO (20 0 0 -201 5) La diversidad y profusión de la poesía mexicana actual puede ser inabarcable. Para el autor de este ensayo —segunda entrega de la serie de El Cultural sobre la literatura mexicana del siglo XXI—, las antologías son un primer filtro para decantar o distinguir las voces, los matices en semejante Babel. Su revisión señala además algunos títulos significativos y un abanico de autores con obras en marcha que vale la pena seguir.

MARGARITO CUÉLLAR

F

élix de Azúa tiene razón: los poetas son imposibles. Pese a esa impronta, la poesía sigue siendo una bandera cuyos colores envejecen y se renuevan, se quedan en el limbo un rato y se adaptan a los nuevos tiempos. “Te meten en unos líos horrorosos, tú llevas a un poeta a ponerle una condecoración —insiste de Azúa— y te puede llegar hecho un asco, ponerse a gritar, querer pellizcarle una nalga a la ministra...” Los poetas, esa minoría subsidiada, como los profesores y los críticos (pido en préstamo una idea de Malva Flores del libro La culpa es por contar, poesía y poetas de hoy) no necesitan ser expulsados nuevamente de la República, basta con que en la edad del Facebook y las Reformas Estructurales se publiquen ediciones de 500 ejemplares o menos, vayan por la calle como si la vida no los mereciera o desparramen sus textos en blogs y páginas electrónicas de autoconsumo.

Cuando pienso en los poetas y lo imposible se me vienen a la mente el genio y la figura de dos sombras: Raúl Gómez Jattin y Samuel Noyola. El primero colombiano, mexicano el segundo. El primero muerto en las llantas de un camión en la paradisiaca Cartagena de Indias. El segundo desaparecido desde hace cinco años. El primero exigiendo a gritos a María Mercedes Carranza afuera de la Casa de Poesía Silva, en la Candelaria bogotana, el pago de una beca del Ministerio de Cultura. El segundo incomodando a los poetas de su generación, pero sobre todo a los mayores, a la burocracia cultural y al propio Octavio Paz al grado de ser mal visto en la redacción de la revista Vuelta. Es cierto, hay poetas “difíciles”. Los mexicanos Jaime Reyes, José Vicente Anaya y Mario Santiago, a veces Silvia Tomasa Rivera; el chileno Roberto Bolaño, los infrarrealistas en bola y el colombiano Fernando Denis, aunque la mayoría de los poetas son sólo ovejas

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“AQUÍ LE TRAIGO A MI NIÑA, DIJO / LA ANCIANA AL PROLETARIO, ESO DIJO, MIENTRAS EL HOMBRE / MIRABA Y MIRABA / A LA JOVENCITA, PARA QUE TRABAJE, / PARA QUE, DIJO, APRENDA SE LA DEJO, / Y LA JOVENCITA APENAS Y MIRABA / AL PROPIETARIO MIENTRAS ASENTÍA / CON LA ABEJA, RUBORIZADA, / SE LA ENCARGO MUCHO, / DIJO LA ANCIANA, PARA QUE TRABAJE / SE LA DEJO PARA QUE VAYA, DIJO, / ACOSTUMBRÁNDOSE A LOS HOMBRES.” E D U A R D O S A R AV I A , N O N S E RV I A M , G O B I E R N O D E L E S TA D O D E M É X I C O , 2 0 1 2 .

descarriadas, panes de Dios, becarios del Fonca y el resto. Más allá de si los poetas son caprichosos, egocéntricos, amorosos, gandallas, llorones, explosivos, quejumbrosos, manipuladores, valemadristas, mafiosos, hipsters, divos, aves solitarias o protagónicos, es necesario repasar lo que ocurre en la poesía mexicana de los últimos 15 años bajo el visor de las antologías, muestras, censos, registros, puntos de partida, cruce de vías o cómo se llame a los recipientes de papel que todavía se ocupan de la poesía y del poeta. En diatriba contra mí mismo diré que los límites son los impuestos por la incapacidad del autor de las notas para abarcarlo todo. La idea en esta entrega es hablar de algunas antologías poéticas y de lo fugitivo que permanece en ellas. Si México es otro en cuanto a índice poblacional, incremento de la violencia, carencia de empleos, deterioro de la educación y estímulos literarios a la alza, no está de más poner esta primera piedra que permita en entregas futuras atisbar qué obras poéticas se sostienen sobre su propio pie, hacia dónde va el agua de la poesía mexicana actual, qué hay de la vaca mimada a la que nos empeñamos en llamar tradición y si lo que se rompe es el vaso completo, medio lleno o si todo es ilusión pura.

M USE O DE L C A NON Más que en muestras canónicas, las antologías pronto se convierten en museos visitados por pocos. Casas de citas en las que las matronas ofrecen al público lo mejor de su repertorio. El visitante ve el entorno, elige, omite, se queda unas horas y se va, trasnochado y culposo o envuelto en una felicidad pasajera. No todas son antologías. Hay muestrarios por encargo, apuestas de grupo y ejercicios colectivos de elección. El siglo xx heredó a los lectores del xxi obras que pasaron en su momento la prueba de la juventud. Cito tres, entre ellas la polémica Antología de la poesía mexicana (Jorge Cuesta, 1928), si no un museo en ruinas, sí un documento al servicio de la arqueología literaria y de los lectores de hoy. Poesía en movimiento 1915-1966 (Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, 1966). Museo de lejanas sombras. En su momento, para mi generación, la de los nacidos en los cincuenta, Poesía en movimiento aún se movía. Aunque resultaba más interactivo, al menos para mí como lector, saltarse la visita y entrar de lleno a la sorpresa que resultaba ser entonces la poesía de

Ramón López Velarde, Gilberto Owen, José Carlos Becerra, Óscar Oliva, Gabriel Zaid, Jaime Sabines y Efraín Huerta. Tiene razón José Emilio Pacheco, aunque lo dicho por jep no le guste del todo al maestro Jaime Labastida: “Poesía en movimiento está muy bien como un libro de 1966, pero se inmoviliza desde el momento en que funciona como representativo de la actividad poética en 2003… Es decir, una antología histórica que por definición no puede representar nada posterior a la época en que fue hecha”. Asamblea de poetas jóvenes de México (Gabriel Zaid, 1980). Buen ejercicio; se lee a estas alturas por morbo (para ver quiénes siguen en el maratón y quiénes se quedaron en el camino) o bien como una curiosidad o un intento fallido por democratizar la nómina de la poesía mexicana de los años setenta. Mencioné sólo tres, las más manoseadas, las que ocupan la colección permanente en el museo. Hay más antologías, un tanto en el olvido, aunque ocasionalmente los buscadores de vestigios acudimos a ellas para bailar aunque sea una pieza: La poesía mexicana del siglo xx (Carlos Monsiváis, Empresas Editoriales, 1966). Museo poético (Salvador Elizondo, unam , 1974). Palabra nueva: dos décadas de poesía en México (Sandro Cohen, Premiá, 1981). Poetas de una generación 1950-1959 (Evodio Escalante, Premiá, unam, 1988). Ávidas mareas (Alejandro Sandoval, uaz , inba , 1988). La rosa de los vientos (Francisco Serrano, Conaculta, 1992); La sirena en el espejo (Manuel Ulacia, José María Espinasa y Víctor Manuel Mendiola (unam, El Tucán de Virginia, 1990) y para cerrar el siglo pasado: Generación 2000 (Agustín Cadena y Gustavo Jiménez Aguirre, Feta, 2000).

M USE O S I N T E R AC T I VO S En los quince años recientes, todavía en la ruta de las antologías, compendios, ajustes de cuentas, pasarelas, criaderos de cuervos, clubs de Toby, ruta de elegidos, sellos grupales o lo que sean las obras que reúnen textos poéticos de otros, ahí están: El manantial latente (Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela, Conaculta, 2002). Divino tesoro (Luis Felipe Fabre, Fundación Centro Histórico, Casa Vecina, 2008). El oro ensortijado, poesía viva de México (Mario Bojórquez, Alí Calderón, Jorge Mendoza y Álvaro Solís, University of Texas at El Paso, Escuela de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Perú, Secretaría de Cultura de Puebla, 2009). La poesía del siglo XX en México (Marco

Antonio Campos, Visor, 2009). Vientos del siglo (el arriba firmante, Luis Jorge Boone, Mario Meléndez y Mijail Lamas, unam, uanl, 2012) y Antología general de la poesía mexicana, dos tomos elaborados meticulosamente por Juan Domingo Argüelles. El primero, publicado en 2012, comprende de la poesía prehispánica a nuestros días; esto es, de Tlaltecatzin (mediados del siglo xiv) a Efraín Bartolomé (1950). El segundo (2014), va de la segunda mitad del siglo xx a nuestros días, esto es, de Alberto Blanco (1951) a Francisco Trejo (1987). Ambos en la editorial Océano. Hago hincapié en estas seis obras, demasiadas en apenas década y media si tomamos en cuenta que del siglo pasado nos quedamos sólo con la mitad, porque aunque todas tengan aciertos y carencias, sus alcances le permiten al lector de hoy decantar a la poesía de los años recientes, ya sea por lo que incluyen o por lo que excluyen. También hay que acotar que estas obras irrumpen con nuevos bríos en la monotonía de un siglo que empieza y tratan, cada una a su manera, de ajustar cuentas con el pasado aunque ninguna se atreve a proponer un nuevo orden poético, tema en el que tendrán que arriesgar las nuevas generaciones de críticos.


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Algo de tinta se ha derramado en torno a El manantial latente y El oro ensortijado. El primero empieza con Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965), un autor que ha escrito al menos dos libros destacables: El cristal (2000), Los hábitos de la ceniza (2000) y Principios de incertidumbre (2007). La antología personal Si en otro mundo todavía (Almadía, 2012) reúne parte de estos libros y de la obra inicial: La música de las esferas (1990), El arcángel ebrio (1992) y Resurrección (1995). El manantial latente termina con Juan Pablo Vasconcelos (Oaxaca, 1978), quien tenía 22 años cuando esta obra vio la luz y había publicado Los ojos de la máscara (1999) y La siembra (2000). Están ahí ya una parte importante de los poetas nacidos en los años sesenta y setenta que han aportado poemas y libros interesantes: José Ramón Ibarra, José Eugenio Sánchez, León Plascencia Ñol, Ángel Ortuño, Luis Vicente Aguinaga, Julián Herbert, María Rivera, Jorge Ortega, Luis Felipe Fabre y Hugo García Manríquez. Centraré los comentarios en tres trabajos antológicos publicados en los últimos cinco años: La poesía del siglo XX en México, Vientos del siglo y el segundo volumen de la Antología general de la poesía mexicana. Llama la atención que la antología preparada por Campos para la editorial Visor se titula “La poesía del siglo XX”, lo que apunta a que, al menos para el compilador, lo reunido en esas casi 400 páginas agrupa al corpus de los poetas cuya obra sostiene la casa de la poesía del siglo pasado. ¿No habría sido mejor “poesía del siglo XX”? El artículo “la” pareciera apuntar a la idea de que no hay más ruta que la nuestra. Estamos ante el trabajo de un autor que nos ha regalado poemas, cuentos, crónicas, ensayos y traducciones que son un referente para los autores que empiezan sus lecturas literarias en los años setenta y que es además un promotor generoso y un lector crítico. Leo el resultado como un trabajo antológico bien portado para lectores del ex-

“CANTA LA CIUDAD EN SU NEGRO COLOR / Y EN SU HUECO GRANDE Y HONDO SE ESCUCHA SÓLO EL RUMOR DE LA PALABRA / LA VIDA ES SU DISOLUCIÓN Y DEL AMOR LA PÚSTULA / SE GUARDAN EN LA POESÍA COMO BASURAS // LA POESÍA ES LA TUMBA DE TODO // LA POESÍA ES EL CADÁVER DE LA VIDA QUE ALGUNOS PASAN CARGANDO ANTE TU PUERTA.” J O R G E H U M B E R T O C H ÁV E Z , T E D I R Í A Q U E F U É R A M O S A L R Í O B R AV O A L L O R A R P E R O D E B E S S A B E R Q U E YA N O H AY R Í O N I L L A N T O , F C E , 2 0 1 3 . terior. Una selección en la que se hace bien la tarea porque se conoce el tema a fondo, pero que finalmente da concesiones. La poesía del siglo XX en México inicia con Eduardo Lizalde (1928), nuestro tigre mayor. Tigre joven, tigre viejo, su poesía tiene ese vuelo vital que ilumina la página. Libros como Cada cosa es Babel, El tigre en la casa y La zorra enferma han sido lecturas importantes para varias generaciones. Concluye con Juan Domingo Argüelles (1958) que también nos ha dado páginas memorables en A la salud de los enfermos. En el ínter hay nombres cuya obra no tiene lugar a dudas junto a voces cuyo trabajo es menos relevante o no termina de consolidarse. Lo cual no demerita el trabajo, sólo nos lleva a pensar en lo relativo de las antologías y pone en evidencia las ausencias. Pese a ello, La poesía del siglo XX en México es un trabajo que orienta el rumbo de la poesía mexicana. Lamentablemente el libro circuló escasamente en nuestro país. Vientos de siglo fue un ejercicio de equipo, coordinado en principio por Francisco Hernández. A invitación de Marco Antonio Campos nos involucramos tanto el arriba firmante como Luis Jorge Boone, Mario Meléndez y Mijail Lamas. En algún momento, ingenuamente llegamos a pensar que, como sucedió con Poesía en movimiento, la nuestra sería “la” antología que todo México esperaba. Exagero, pero la idea me hace pensar que el antólogo tiene un poco de enterrador y también es capaz de dar vida artificial a algunas voces que se quedan afónicas en el camino. Hubo tropiezos: la salida de Francisco Hernández cuando el proyecto apenas tomaba forma, el tener como punto de partida las famosas listas de acuerdo al año de nacimiento y no por la contundencia de las obras, el hecho de que al concluir hubiera tres prólogos que apuntaban a caminos diferentes). Sin embargo la apuesta está ahí. Empieza con Efraín Bartolomé (1951) y acaba con Alí Calderón (1982). En el ínter, 53 poetas más hacen con sus poemas su propia apuesta. A distancia es notoria la ausencia de voces como la de Alberto Blanco, Eduardo Casar, Eduardo Milán, Luis Armenta Malpica, Félix Suárez, Malva Flores, Javier Acosta, Kenia Cano y Balam Rodrigo. La antología de Juan Domingo Argüelles tiene 925 páginas, en las que se dan cita casi mil doscientos textos de 167 poetas. Hasta ahora la reunión más completa de poesía mexicana, tal y como su nombre lo indica: Antología

general. Obra generosa, necesaria diría yo, para los lectores de hoy sin que medien en ello los grupos literarios ni el centralismo y predomine un espíritu incluyente. Más que antología estamos ante una guía de lectura. Hay otras antologías: Árbol de variada luz (Rogelio Guedea, Universidad de Colima, 2003); Un orbe más ancho (Carmina Estrada, unam, 2007); Mar de vértigos (Alberto Trejo, 2008); 20 años de poesía. Jóvenes creadores del fonca (Jorge Fernández Granados, Conaculta, 2010) y Esas distancias de algo (Daniel Téllez, ipn, 2009).

I R RU M P I R ES PRECISO Con los poetas nacidos de la mitad de los años ochenta en adelante el terreno es más pantanoso puesto que la lista de autores es amplia y aparece y desaparece como en una pantalla de luces intermitentes. Los autores de Divino tesoro tienen entre 25 y 40 años. Inicia con Eduardo Padilla (1976) y finaliza con Iván Ortega López (1990). Pese a la densidad de la selva poética hay sólo 22 autores, lo cual me parece saludable. Casi todos con obra publicada, premios y ánimo para recibir la estafeta de la poesía que se escribe en este país. Por la dispersión de lo que se publica en los años recientes resulta imposible leerlos a todos. He leído de manera fragmentaria a Eduardo Padilla, Maricela Guerrero, Hugo García Manríquez, Omar Pimienta, Óscar de Pablo, Minerva Reynosa, Sergio Ernesto Ríos, Sergio Loo, Óscar David López, Inti García Santamarina, Daniel Saldaña París, Karen Plata, Eduardo de Gortari e Iván Ortega López. Sus textos convencen e invitan a la lectura. Algunos de ellos han publicado ya libros de los que en otro momento valdría la pena hablar. Hay un dejo de ironía y de ruptura en Divino tesoro. “¿Cómo sería este poema mexicano promedio? Solemne, formalmente impecable, aséptico, apolítico, pretendidamente atemporal y sublime, tradicional con uno que otro detalle moderno: bellísimas aves surcando el éter”, escribe Fabre en la presentación. Aunque deja en claro que “la pretensión de intentar un canon entre los poetas emergentes sería, en estos momentos, o bien un ejercicio de ingenuidad insoportable o un cómico delirio de grandeza.” Región de ruina. Generación literaria del Bicentenario (Iván Cruz Osorio y Benjamín Morales, Secretaría de Cul-


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tura del DF, 2010) no es una antología sino un censo de poetas nacidos en la Ciudad de México entre 1970 y 1990. Un total de 157 voces entre las que destacan autores ya conocidos por haber publicado uno o varios libros, entre ellos Dalí Corona, Alí Calderón, Rodrigo Castillo, Claudina Domingo, Manuel Becerra Salazar, Yaxkin Melchy, Alejandro Albarrán Polanco, Christian Peña, Manuel de J. Jiménez y Eduardo de Gortari, por citar sólo a los autores nacidos en la década de los ochenta. Inicia con Flor Aguilera García y termina con Iván Ortega López. Hay poemas bien logrados, además de los escritos por los autores arriba mencionados, como “Segundos errores de razonamiento” de Alejandro Tarrab, “Truco gastado” de Luigi Amara, un fragmento de “Hospital de cardiología” de Pedro Guzmán, “Estruendo para un lamento” de Abraham Chinchillas, “La belleza de empollar huevos azules para desteñir de nuevo el cielo y entinte de mar el sol” de Adriana Tafoya, “Galope” de Marcela Guerrero, “(1985, para Víctor Test)” de Eduardo Saravia, “El que no esté libre de pecado que arroje la primera letra” de Eduardo Villaseñor, “El tren” de Fernando Corona, “Pasturas” de Hernán Bravo Varela, “Solidificación de la clepsidra y desvanecimiento de los elementos corpóreos” de Andrés Cisneros de la Cruz, “Canción sin gansos” de Óscar de Pablo, “Corifeo” de Iván Cruz Osorio, “Estación” de Javier Peñalosa, “Desmemoriar” de Anaïs Abreu, “El viernes de quincena es una balada para nosotros” de Sergio Loo, “Ó” de Inti García Santamarina, “Cena para dos” de Svetlana Pribilowska Garza, “Disolución” de Aurelio Meza, los textos de Tania Carrera y Daniel Malpica, Víctor Ibarra e Iván Ortega López. Los más lindos poemas (Minerva Reynosa y Maricela Guerrero, Manta-

rraya Ediciones, 2011) es una especie de divertimento. Como su nombre lo indica, textos bien logrados que tampoco tienen la intención de formar una antología sino más bien concluir una convocatoria. El resultado son 21 poetas nacidos entre 1972 y 1980. Una rara mezcla de fraternidad y buena vibra. Los trabajos más recientes incluyen a las entregas novísimas. Astronave. Panorámica de poesía mexicana (19851993) (Gerardo Grande y Manuel de J. Jiménez) y Poetas parricidas (generación de entre siglos) (Cuadrivio, 2014). El primero se armó con textos de 30 nombres que se abren camino en la poesía. El segundo integra a 30 autores seleccionados mediante convocatoria por Luigi Amara, María Baranda, Armando González Torres y Armando Oviedo. A estas alturas los de mayor edad estarán pasando el umbral de los 25 años. A punto de cerrar estas notas casi se me traspapela Muestra de literatura joven de México, realizada por la Fundación para las Letras Mexicanas que ofrece parte de los resultados de 21 poetas que han sido becarios de esa institución. No puede haber conclusión en el panorama de las antologías. Más bien la invitación a leer a nuestros poetas, que nadan a brazo partido para llegar a la otra orilla, como en su momento lo hicieron López Velarde, Becerra, Pacheco y Lizalde. ¿Dónde están las obras maduras de los poetas de mi generación?, pregunta Julián Herbert en Caníbal. Apuntes sobre la poesía mexicana reciente (Bonobos, 2010). Habrá que buscarlas, sumergirse al fondo del asfalto, del mar, la arena, el desierto o de lo que sea para desentrañar hacia dónde apunta la obra de las nuevas voces. Lectores de hoy, no busquemos la poesía en el río de la vida que sigue su cauce veloz e indiferente, sino en las márgenes de su corriente o en aguas profundas. Cuando pienso esto recuerdo

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con nostalgia libros como El pobrecito señor X, de Ricardo Castillo, un poemario de 1976 que abrió camino a los oficiantes de la poesía de las décadas siguientes. O en Isla de raíz amarga, insomne raíz de Jaime Reyes, publicado en el mismo año que El pobrecito señor X. ¿Cuáles serían sus pares de hoy? No ya en el sentido temático, sino en la fuerza, la herida, el desencanto, la cicatriz, la ironía, los dados lanzados con arrojo. Los poetas nacidos en los años cuarenta y en la década siguiente van por los senderos que se bifurcan con sus sendas antologías o con su poesía reunida. Es el caso de Ricardo Yáñez (1948): Desandar ( fce , 2014). David Huerta (1949): La mancha en el espejo, 19722011 (Fondo de Cultura Económica, 2013). José Luis Rivas (1950): Paraíso para todos. Antología poética, 19821914 (Vaso Roto, 2014). Vicente Quirarte (1954): Razones del samurái, 1978-1999 ( unam , 2001). Luis Miguel Aguilar (1956): El minuto difícil, 19792007 (unam , 2009). José Ángel Leyva

DIEZ TÍTULOS CLAVE

Galería de armas rotas, Luis Jorge Boone, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2004. Imago prima, Alí Calderón, Universidad Autónoma De Zacatecas, 2005. Dime dónde, en qué país, Marco Antonio Campos, Visor, 2010. Tránsito, Claudina Domingo, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011. Cartografía del tiempo, Dalí Corona, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012. Non Serviam, Eduardo Saravia, Gobierno Del Estado De México, 2012. Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, Jorge Humberto Chávez, Fondo De Cultura Económica, 2013. Guía de forasteros, Jorge Ortega, Bonobos/ Conaculta, 2014. Piedra, Jehú Coronado, Atrasalante, 2014. El libro de los oficios tristes, Miguel Maldonado, Ediciones Monte Carmelo, 2015.

“ASOMADO A LA CALLE DOY CONMIGO / PINTADO EN LA VENTANA. / CUÁL DE LOS DOS OBSERVA, QUIÉN EXAMINA A QUIÉN, / CUÁL ES EL RELATIVO VERDADERO, CUÁL EL FICTICIO A MEDIAS, / QUÉ LO HA TRAÍDO AQUÍ, QUÉ TANTO HURGA / EN EL ANDÉN DE LA PREMURA AJENA.” J O R G E O R T E G A , G U Í A D E F O R A S T E R O S , B O N O B O S , C O N A C U LTA , 2 0 1 4 .


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“... FUMAREMOS PIEDRA TÚ Y YO / SEREMOS FELICES / NUESTROS HIJOS HABLARÁN DE LO BIEN QUE NOS VEÍAMOS FUMANDO PIEDRA / DESTROZAREMOS NUESTROS ROSTROS / Y CUANDO LA PIEDRA SE ACABE / MORIREMOS MI AMOR / PORQUE EL ACTO DE FUMAR PIEDRA / ES LO ÚNICO QUE PUEDE DARME LA SENSACIÓN DE EXISTENCIA / COMO EL QUE ESTÁ LLOVIENDO / Y QUIERE RESCATAR A UN HOMBRE DE UNA CASA EN LLAMAS / NOSOTROS MI AMOR NO VOLVEREMOS / SEREMOS FELICES FUMANDO LA PIEDRA DEL OTRO A ESCONDIDAS / Y LA PIEDRA PARA ENTONCES YA NO SERÁ UNA METÁFORA.” J E H Ú C O R O N A D O L Ó P E Z , P I E D R A , AT R A S A L A N T E , 2 0 1 4 .

(Destiempo. Antología personal, 20091992 (unam , 2012). Francisco Segovia (1958): Aire común. Poesía reunida, 1994-2011 (Conaculta, 2014). Volviendo a las antologías pienso que una antología es como la criba del albañil, lo que queda es la arena más fina que se utiliza para realizar los acabados de la casa o para pegar los ladrillos. Los poetas no son peritas en dulce, los antólogos menos, pero las antologías son un pie de casa para el lector que se inicia y un vestigio en el tiempo para la arqueología literaria. Nos guste o no el material y los criterios con que fueron hechas.

L O F U GI T I VO PERMANECE Las antologías citadas, de aquel tiempo a esta parte (2000-20015) incluyen a autores que han dado ya algunos títulos consistentes que merecen releerse: Galería de armas rotas de Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977), en el Fondo Editorial Tierra Adentro. Imago prima de Alí Calderón (Puebla, 1982); publicado por la Universidad Autónoma de Zacatecas en 2005, obtuvo un año antes el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde. Dime dónde, en qué país de Marco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949),

editado bajo el sello de Visor en 2010, obtuvo el XXXI Premio Internacional de poesía Ciudad de Melilla. Tránsito de Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982), publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2011, obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra Publicada (inba-Gobierno de Tabasco) 2012. Cartografía del tiempo de Dalí Corona (Ciudad de México, 1983), Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012. Non Serviam de Eduardo Saravia (Ciudad de México, 1977), Gobierno del Estado de México, 2012. Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto de Jorge Humberto Chávez (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1959); publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2013, obtuvo ese año el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes. Guía de forasteros de Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, 1972), editado por Bonobos y Conaculta en 2014. Piedra de Jehú Coronado (Monterrey, 1987), Atrasalante, 2014. El libro de los oficios tristes de Miguel Maldonado (Puebla, 1976), Ediciones Monte Carmelo, 2015. Agustí Bartra tiene razón cuando dice: “La poesía, como el famoso gato, no se deja agarrar por la cola, y en cuanto a la flotante sonrisa, se desvanece al más leve soplo de la lógica.”

MARGARITO CUÉLLAR. Su libro Las edades felices (Hiperión, uanl, 2013) obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra Publicada 2014 (inba, Gobierno de Tabasco). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores.


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INVENTARIO

DE JOSÉ E M I L IO PAC H E C O: DE LA TRADICIÓN AL ORIGEN El aniversario 76 del nacimiento de José Emilio Pacheco fue motivo de celebración en días recientes. Inventario, la columna que escribió durante décadas, conduce el hilo de estas páginas a cargo de Antonio Saborit, quien sitúa esa vertiente de “José Emilio” —como tantos lectores aún lo identifican— en una tradición que se remonta hasta el origen mismo de la prensa en México.

Antonio Saborit

Foto > hlopezbello/worldpress.com

“S

i existe algo falso,” decía G. K. Chesterton, “será falso decir que el mundo ha aumentado en claridad, inteligibilidad y lógica. Si existe algo cierto,” añadió, “será cierto decir que en el mundo ha aumentado el asombro, en especial en las esferas científicas que se supone deben estar regidas por la ley o explicadas por la razón.” Estas aseveraciones vienen a cuento para sugerir que sin los ensayos y crónicas semanales de José Emilio Pacheco el mundo perdió claridad, inteligibilidad y lógica en el pasado inmediato, y que si en las esferas científicas se adelgazó el asombro no es menos lo que sucede en el ámbito de las humanidades. Más que un mero punto de referencia entre nuestras comunidades letradas, Inventario funcionó a lo largo de varias décadas como una brújula y como una marca de identidad. Y aparte de ser una columna en realidad fue un género a cargo de un acrónimo, jep. Su origen, según lo contó el mismo José Emilio Pacheco a Anne Cécile García y Rafael Olea Franco, es un discreto acto de traducción: al inicio de los novecientos sesenta, con el fin de “contrarrestar la casi exclusiva influencia cultural de Estados Unidos”, a jep se le ocurrió traducir para el suplemento de la revista Siempre! “algunas notas aparecidas en las revistas francesas asequibles en esa época”. De la traducción transitó a la glosa de esos mismos materiales, de la glosa al montaje y de este último al ensayo de simpatías y diferencias ante las más diversas propuestas de eso que es lo más efímero, la actualidad. Cuesta trabajo imaginar cómo fue que un gesto de divulgación, afín a la vocación de servicio a la que se debían los suplementos, se transformó en un espacio único para la reflexión y la creación. Y aún resulta más arduo comprender cómo fue que su autor se las arregló para encontrar ahí un lugar para mostrar la contemporaneidad de nuestros

pretéritos y para sugerir el desempeño de nuestras insomnes tradiciones en la hora actual. José Emilio Pacheco sostenía, al igual que El Pensador Mexicano, que “no hay libro tan malo que no contenga algo bueno”, pero esto apenas explica el amplio registro bibliográfico que quedó en las páginas de Inventario. Éste, sobre todo, se caracterizó por su deseo de percibir un patrón o una cartografía en los autores, obras y hechos que atendió, rebelándose, por la vía del arte ensayístico de jep, ante uno de los malos hábitos de nuestra moderna prensa periódica, a saber: la persistente práctica de aislar y ahogar sujetos y acontecimientos como algo único, lo que menos son. Inventario se debió siempre a la necesidad y la sinceridad de lo que había

que decir, por encima de cualquier otra consideración existencial, y como un péndulo osciló entre oponerse a la tiranía de la vida en tiempo presente y no rendirse ante la desesperanza del orden en apariencia cíclico de la historia, las siamesas que solían mortificar la mirada de jep . Inventario surgió y floreció en la prensa periódica y representó la primera universidad o el mejor programa de educación continua para nuestras diversas comunidades letradas, según la edad de sus miembros. En él se aprendía a privilegiar el esfuerzo por entender y consignar, antes que a fomentar como un hábito el registro de acontecimientos intempestivos. Su cátedra fue de las más concurridas, con una ventaja: uno la podía guardar consigo, por lo que a lo largo


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de los años José Emilio Pacheco llegó a conocer personalmente a los lectores que la oferta siempre impredecible de Inventario transformó en agradecidos y eruditos coleccionistas. Si existe algo falso, será falso decir que antes de Inventario nadie se ocupaba de conservar las páginas de una publicación periódica. Si existe algo cierto, será cierto decir que jep vivió en su propia persona una de las tradiciones de nuestra cultura impresa. Tal vez en otros espacios se hayan dado episodios no menos cruentos que éste en el que las colaboraciones de un hombre de letras se ven obligadas a convivir en los márgenes de una publicación de una naturaleza tan distinta, como viviendo al arrimo de otros, pero lo que sí es una verdad admitida es que esto mismo no ha dejado de suceder aquí desde el siglo xvii.

NA R R AT I VA T E S T I MON I A L

Por las numerosas utilidades que traían y su propagación en las cortes de Europa, se buscó suscitar la impresión de gacetas al menos en la capital de Nueva España. Bajo este espíritu nació la primera en 1686, a imitación de la impresa en España un año antes; también las seis entregas que imprimió Juan Ignacio María de Castorena en 1722, y después desde 1728 hasta 1739; fue el caso de los Mercurios que entre 1740 y 1742 sacó Juan Francisco Sahagún Ladrón de Guevara; y también las obras periódicas de José Antonio Alzate: Diario Literario de 1771, primero, y después, Asuntos Varios sobre Ciencias y Artes. La singularidad de todas las publicaciones mencionadas no logró salvarlas del “desastrado fin” que por lo regular tenían todas, como lo señaló Manuel Antonio Valdés en 1784, al sacar su primera Gazeta de México, pues en ese tiempo era imposible conseguir una colección íntegra de cualquiera de ellas. Y en la Gazeta de México fue que Alzate encontró un espacio para publicar sus artículos de primera necesidad, los cuales de tan prolijos o extensos resolvían la tarea de su editor Valdés. Sin atender sus descalabros anteriores, y animado sin duda por la fe en que el viento que impulsaba a Valdés igual hincharía sus propias velas, Alzate lanzó su Gazeta de Literatura de México, la logró por un tiempo pero al final volvió como huésped a la Gazeta de México. Esta anécdota dibuja lo que el tránsito de los hombres de letras por la prensa periódica, y, sobre todo, muestra también cómo fue que se estableció una especie de modelo de convivencia entre la literatura y la historia. O mejor, entre la loca de la casa y la casa propiamente dicha. A los hombres de letras de los siglos xix y xx en buena medida se debe la prolongada existencia del oficio de la historia bajo la guisa de polémicas y lecciones escolares. Aunque en honor a la verdad ellos asimismo colaboraron para que la historia transitara de semejante condición, como escuela del

TAL VEZ EN OTROS ESPACIOS SE HAYAN DADO EPISODIOS NO MENOS CRUENTOS QUE ÉSTE EN EL QUE LAS COLABORACIONES DE UN HOMBRE DE LETRAS SE VEN OBLIGADAS A CONVIVIR EN LOS MÁRGENES DE UNA PUBLICACIÓN DE UNA NATURALEZA TAN DISTINTA, COMO VIVIENDO AL ARRIMO DE OTROS”. olvido, hacia las fuentes documentales y la construcción de nuevos sentidos. La operación abarca buena parte de la etapa moderna de México y un trayecto muy importante de ella ocurrió fuera de las aulas y más bien en pequeñas zonas de tolerancia de las publicaciones periódicas, como se dio en las llamadas páginas literarias en los diarios de opinión, o bien en las malhadadas revistas de temporal, como El Mosaico Mexicano, el semanario que sacaba los domingos El Federalista, y El Renacimiento, sobre todo en su segunda y última época, por dar unos ejemplos. Los propios lectores aprendieron a identificar en los diarios este ejercicio de comprensión del presente y el pasado inmediatos y algunos de ellos no resistieron la tentación de formar a partir de recortes de periódico su propio diario, como Carlos María de Bustamante, o a conservar en el mejor estado las efímeras publicaciones de su tiempo, como Joaquín García Icazbalceta. Imposible detenerse aquí en lo que la narrativa testimonial añadió a la historia, desde Vicente Riva Palacio hasta Martín Luis Guzmán. Siempre se trató de dar claridad, inteligibilidad y lógica a lo que al parecer carecía de ellas. Y en esa línea, en la última década del xix, El Nacional

de Gregorio Aldasoro albergó las “Notas de la Semana” de José Juan Tablada, entrega sabatina que aparte de anticipar el espacio que él mismo habría de ocupar treinta y cuarenta y tantos años después en “Nueva York de día y de noche” y en “Diario, Horario y Minutero”, en cierto modo fue la columna que bocetó el espacio periodístico que asimismo ocuparían sus contemporáneos, como Alberto Leduc, y que desde luego es el espacio del propio Inventario de jep . Aldasoro abrió El Nacional a Tablada y los suyos en la hora de su formación para expresar abiertamente sus pasiones e intereses, gesto que lo vuelve digno del mismo aprecio que hoy gozan Julio Scherer y sus periodistas con relación a José Emilio Pacheco. En adelante un rasgo del periodismo moderno en México consistió en sacrificar una parte de sus codiciadas planas a cambio del prestigio cultural que jamás les darían las virtudes fingidas o los vicios descarados de sus directores y propietarios. Desde los tiempos de Alzate y Fernández de Lizardi una parte relevante de las comunidades letradas americanas ha vivido para lamentarse del juicio tan mezquino que se ha de formar alguien de nuestra ilustración, en especial el extranjero. Así era, así es. Pero si algo significa el Inventario de jep, para decirlo en las palabras de hace un par de siglos, fue el ocuparse en el cuidado de la ilustración por parte de aquel a quien el azar o las circunstancias se la confiaron. Desde luego que jep tuvo cabeza para mucho más. E insistió, por medio del ejemplo, en que es dudoso que exista un buen escritor sin conocer a fondo, como parte de su propia vocación, la historia y la antropología al menos, el camino más seguro para abrirse al pensamiento mitológico y al quehacer científico. Mucho contribuyó Inventario a acreditar las casas que lo alojaron al honrar tanto el lenguaje como las obras de un gran número de constructores de saberes. Es, claro, parte de un legado literario que de alguna manera nos compromete y que cobra su mayor sentido en la lectura.


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LOS CABALLOTES Y EL CABALLITO

U

na ciudad sin estatuas ecuestres no tiene un pasado heroico. Una ciudad sin monumentos no tiene memoria. Una ciudad sin grandes esculturas en la vía pública no tiene artistas. En México, las efigies de Benito Juárez y el cura Hidalgo son las más recurrentes; en el primer caso desde el Hemiciclo en la Alameda de la ciudad de México hasta las que se encuentran reproducidas a lo largo de toda la república, de Montemorelos a Xico y de Cuetzalan a Tlalpuhaua, por mencionar sólo unas cuantas, además de algunas cabezotas, cabezototas en otras ciudades que parecen meteoritos tallados por niños alienígenas. En realidad, casi todas las ciudades de México tienen su Benito Juárez, chiquito, mediano o grandote. Muchos de éstos fueron fotografiados y registrados en Monumentos mexicanos. De las estatuas de sal y piedra, libro coordinado por Helen Escobedo en 1989. Algunas son dignas de mención por raras, como las esculturas al pulpo (Veracruz), el camarón (Campeche), el caracol (Cozumel), el sombrero (Becal), el libro de texto gratuito (Tijuana) y la pulmonía (Mazatlán), que para quien no lo sepa, se trata de un taxi similar a un carrito de golf que se ha convertido con el paso del tiempo en un símbolo del puerto. En tiempos recientes varios de estos monumentos han sido motivo de noticia. En Colima, la escultura Figura

Las Claves

EL CABALLO MONTADO POR EL REY ESPAÑOL TIENE LEVANTADA UNA DE LAS DOS PATAS, LO QUE SEGÚN LA SIMBOLOGÍA APLICADA A LAS ESTATUAS ECUESTRES SIGNIFICA QUE MURIÓ A CAUSA DE LAS HERIDAS SUFRIDAS EN UNA BATALLA. PERO NO FUE ASÍ, MURIÓ DE GOTA.

LA N OTA NEGRA

obscena de José Luis Cuevas, montada en una de las principales entradas a la ciudad, fue causa de polémica, primero, y luego de confrontación política. Donada por el propio artista, la pieza de grandes dimensiones representa un ser antropomorfo sostenido en tres patas, con la cuarta levantada, “como un animal que se dispone a marcar su territorio”, al decir de algunos colimenses. Cuando el alcalde panista Leoncio Morán trató de retirarla, la policía estatal paró el trabajo de las grúas para evidenciar las diferencias de apreciación entre los mandatarios de los dos niveles de gobierno y de partidos distintos. Pasemos mejor a las esculturas ecuestres. La estatua de El caballito —dedicada a Carlos IV— estuvo ubicada en tres sitios antes de colocarse en su actual hogar: la plaza que lleva el nombre de su escultor, Manuel Tolsá, frente al Palacio de Minería. El caballo montado por el rey español tiene levantada una de las dos patas, lo que según la simbología aplicada a las estatuas ecuestres significa que murió a causa de las heridas sufridas en una batalla. Pero no fue así, murió de gota. En el 2013 tuvo que pasar por un proceso de restauración con métodos poco adecuados que hicieron que se pararan los trabajos, ya que en vez de buscar su recuperación lograron un visible deterioro. Hoy en día siguen echándose la responsabilidad el INAH y el Fideicomiso del Centro Histórico. Incluso el gobierno español pidió

Por

que les fuera enviada para ser restaurada por ellos, claro: con la condición de que ya no hiciera la cabalgata de regreso. Hace dos años y medio, sin que nadie se diera cuenta, fue vandalizada la estatua de Morelos, ubicada a la mitad de la autopista que lleva del Distrito Federal a Cuernavaca. La tumbaron de su pedestal y con sopletes y seguetas extrajeron lo más que pudieron de bronce para revenderlo por algunos pesos. Es triste pasar por allí y ver el vacío que dejó. En cambio, la de Zapata fue restaurada, retirada y regresada a su sitio, pero envuelta ahora por puentes y pasos viales que delatan que allí se desató una guerra de ingeniería civil. Otra figura ecuestre emblemática de la ciudad de México es el Caballito de Sebastián, ubicado en Paseo de la Reforma. Rompe con los cánones, pues, al decir del gran poeta colombiano Juan Manuel Roca: “un caballo sin jinete no es digno de una plaza”. Para seguir con el sentido del poema, habría que preguntarnos a quién elegiríamos como su jinete. No pocos coincidirán con Roca: Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren, Un hombre que sea su propio mentor, Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna. Ya está. Levantémosle una estatua al asesino.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

LA EDITORIAL Vaso Roto acaba de reeditar uno de los cuadernos más sustanciales y renovadores de la poesía mexicana contemporánea: La resistencia —del narrador, ensayista, cantante de rock y poeta Julián Herbert (Acapulco, Guerrero, 1971)—, publicado originalmente en 2003 por el sello independiente de Guadalajara, Filodecaballos. El ganador del Premio Jaén de Novela (2011), por la ineludible Canción de tumba, decide regresar a la plaza lírica —después de dar a conocer en 2013 el instigador Álbum de Iscariote— con un poemario que más de un eco dejó en los lectores y la crítica en los primeros años de este siglo quinceañero. Herbert construye sugerentes insignias metonímicas en que el profeta Job y el poeta Ovidio protagonizan y suscriben la obstinación a la desgracia, y

la firmeza en el exilio, respectivamente. ¿Encarar el infortunio?: Job logra demostrar su fidelidad al creador, no obstante los acechos de Satán. ¿Persistir frente a la expulsión?: Ovidio reta la condena del emperador Augusto escribiendo sin cansancio desde la proscripción (capricho y sometimiento del poder) en el puerto de Tomis (mar Negro). “La resistencia: / frases vencidas / parvadas de hielo // Canto de resistencia. / Velocidad que traza grietas”, escribe el autor de El nombre de esta casa (mención honorífica Premio Nacional Poesía Joven Elías Nandino 1999). Lenguaje revisado, redimido con puntualidad enunciativa: “Mi espíritu me inclina a cantar / la metamorfosis de los cuerpos en palabras”: el poeta de Acapulco es consciente de que “La linfa del idioma” es semejante a “una raya de

agua” que cae de su piel “y se aposenta en un silbido”. Danza futura: habla que habita la presencia.

P óntica , D isciplina , H eroidas

(“Vienen del sueño”, “Teseida”), América, Armónica, Mascarada, Pitágoras la voz: cinco cantos de predicciones y fisuras en que relámpagos temblorosos buscan refugios en los extravíos radiantes del dolor. Job presume que Dios ha trazado el pacto en las frondas de un pequeño huerto; Ovidio palpa la muerte de cifras manchadas por el crepúsculo de un astillero de cenizas. La resistencia: buitres, mensajeros, albatros, declives y escarchas: paisaje poroso inundado de cal viva y tumbos alejados de gratuitos sollozos. Aquí campea la voz sólida de un trovador que sabe rescatar ruinas y convertirlas en constancias.

LA RESISTENCIA

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Autor: Julian Herbert Género: Poesía Editorial: Vaso Roto, 2015.

FRANCISCO HINOJOSA @panchohinojosah


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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

B O R G E S FAT T Y

CARLOS VELÁZQUEZ @charfornication

E

l caso Pablo Katchadjian vs María Kodama viene a confirmar algo más que evidente dentro de la literatura latinoamericana, que se encuentra en crisis. Katchadjian podría ingresar en prisión por haber publicado El Aleph engordado, una versión de El Aleph al que le añadió 5600 palabras a las 4000 escritas por Borges. Apenas la querella se hizo pública, una fracción de la comunidad literaria mundial manifestó su repudio en contra de Kodama. En apariencia se trata de una mera bronca por el copyright. Sin embargo, detrás del acto perpetrado por Katchadjian se oculta una dolorosa verdad: las nuevas promociones de narradores latinoamericanos no cuentan con capacidad de fabulación. Más allá del celo de Kodama, lo intrigante del asunto es la cuestión de qué es lo realizado por Katchadjian. ¿Un experimento? ¿Un remix? ¿Un metarrelato? ¿Un plagio? ¿Una reversión? Tunear El Aleph es un ejercicio de libertad. Lo acometido por Katchadjian sucede con naturalidad en el mundo de la música. El mix, el remix, sobre todo en ritmos como el hip hop y la música electrónica son moneda corriente. A diferencia de lo que comienza a ocurrir en la literatura, además de este caso hace poco Pérez Reverte protagonizó un escándalo a la inversa al descafeinar El Quijote, en la música el remix tiene la capacidad de transformar el producto a manipular, por poner un ejemplo, “Love is lost” de David Bowie al ser remixeada por James Murphy dejó de ser lo que era para convertirse en otra cosa, El Aleph engordado continúa siendo El Aleph. Qué ocurre con las nuevas generaciones de narradores, que se manifiestan

Por

A BORGES NO LO REBASÓ LA LITERATURA, LO REBASÓ MARADONA. DESPUÉS DE DIEGO A QUIÉN LE IMPORTA BORGES. YA APRENDIMOS DE ÉL LO QUE DEBÍAMOS APRENDER. Y SI TANTO JODE KODAMA CON SU FIGURA, QUE SE LO QUEDE.

El sino del escorpión

proclives a los “experimentos” en lugar de confeccionar productos narrativos convencionales. Por decirlo llanamente: por escribir historias. ¿Será acaso que los escritores han dejado de serlo para convertirse en protoescritores? ¿O simplemente los nuevos autores no tienen nada qué contar? No significa lo mismo meterse en un problema de estructura con una novela que dedicarse a narrar artefactos especulativos. Vivir la era del simulacro justifica en parte la ola experimental que atestiguamos. Y excepto Yoko Ono Kodama nadie se opone a la experimentación. El problema consiste en que un narrador edifica su prestigio al darlo todo por la página. No adoptando la pose de transgresor. El verdadero acto transgresor radica en dotar a la literatura de una obra inédita. Algo que nos haga sentir que era necesaria para el panorama. El juego de Katchadjian no es grave en cuanto a que no atenta contra el canon. Es grave en el sentido de que nos quedamos sin nada que decir. Además no es un pionero en cuanto a revisitar El Aleph. Antes lo hizo Fogwill en “Help a él”. Lo de Fogwill no es ni homenaje ni tributo ni reverencia, es una parodia, una socavación de los valores más altos de la literatura en nuestro idioma. Pero Fogwill era un monstruo, tuvo la inteligencia de codificar su texto para librarse de la monserga de tener que lidiar con lo legal. Y eso que a Fogwill le encantaban los juzgados. Aquí lo preocupante es que después de “Help a él” se reversione a Borges y no al mismo Fogwill. Porque como en el remix de “Love is lost” de Bowie hecho por Murphy, “Help a él” ha dejado de ser “El Aleph”, para metamorfosearse en otro texto.

Borges atentó toda su carrera contra la originalidad en la literatura. Pero junto a Cortázar desmanteló para siempre la concepción del cuento latinoamericano que reverenciaba el modelo propuesto por Poe en la “Filosofía de la composición”. Con “El Inmortal” Borges llevó el cuento hacia el relato y con “El perseguidor” Cortázar hacia la nouvelle. Pero El Aleph engordado no desautentiza nada. Pimpear El Aleph es legítimo. Y como estrategia de marketing es de admirarse. Porque en la actualideath la literatura no basta. Sin embargo, lo interesante del asunto es qué va a narrar Katchadjian después de esto. Se ha erigido como una especie de copy-cat. No de Borges, de otros que como él han creado escándalo. Pero al enfrentar una demanda seguro le va a ser imposible publicar de nuevo El Aleph engordado, entonces, en qué clase escritor se va a convertir. ¿Esta experiencia lo volverá un escritor? A Borges no lo rebasó la literatura, lo rebasó Maradona. Después de Diego a quién le importa Borges. Ya aprendimos de él lo que debíamos aprender. Y si tanto jode Kodama con su figura, que se lo quede. No lo necesitamos. No volvamos a hablar de Borges hasta dentro de cien años, cuando seguro volverá a hacer falta. Por el momento la batalla no es contra los derechos de la obra de tal o cual autor. La lucha es contra la esterilidad de la nueva literatura. Contra esas obras experimentales que le restan a la literatura todo lo que vale la pena: el resumen de la condición humana. Imagine si Dostoievski se hubiera dedicado a remixear. Nos habríamos quedado sin Crimen y castigo. Borges se repite hasta la náusea en su obra. No hace falta que además nosotros lo repitamos en la nuestra.

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

Los dilemas del Canal 22 “DESDE SU RESQUICIO en la pared el escorpión escucha una alharaca: “¡censura, abuso de autoridad, acoso laboral!” y otros altisonantes señalamientos son lanzados a Raúl Cremoux, director de Canal 22, por un grupo de periodistas y trabajadores de esa televisora a quienes el funcionario menosprecia en respuesta. El memorioso escorpión evoca cuando en 1991 el presidente Salinas de Gortari puso en venta Imevisión (los canales 7, 13 y 22), y más de quinientos integrantes de la comunidad cultural (incluidos Paz y Fuentes) le solicitaron en una carta convertir la señal del 22 en una televisora pública. El escorpión tuvo el privilegio de colaborar con José María Pérez Gay, primer director del Canal, en aquellos esfuerzos iniciales, y padeció la frecuente censura, procedente entonces de rtc, contra la cual batalla-

mos desde el recordado Chema hasta el último trabajador. Las cosas parecían mejorar con el cambio de siglo y la alternancia en el poder. Enrique Strauss dirigió el Canal a partir de 2001 y a nadie extrañaba ya ver un desnudo o escuchar palabras “fuertes” en esa señal. Para 2006, Jorge Volpi fue designado director y él mismo denunció cuando una compañía de lácteos retiró su patrocinio por la transmisión de la barra Zona d, donde se transmitían programas de temática lgbt (LésbicoGay-Bisexual-Transexual). En 2011 Volpi prefirió ser agregado cultural en Roma y dejó el Canal en manos de Irma Pía González Luna Corvera, quien sin proyecto alguno flotó con la corriente hasta encargarle el despacho a Mariclaire Acosta, en marzo de 2012. Un caos. Raúl Cremoux fue director de Radio

y Televisión Mexiquense durante la administración de Peña Nieto, desde ahí supo cuidar la imagen del presidenciable. Era predecible su nombramiento más allá de la opinión del titular de Conaculta, quien al parecer apechugó en ésa y otras designaciones. Cremoux es hombre del régimen, mucho ha pasado desde el sentido crítico de sus clases en Ciencias Políticas. Sus denunciantes solicitaron en una carta llevar a cabo una reunión abierta y una discusión pública sobre el papel del Canal 22, petición a la cual Cremoux se negó. No obstante, su vocera anunció un pronto comunicado con la respuesta institucional. ¿Será? “No hay medios públicos en México. Los medios son gubernamentales”, insisten los enterados. Así lo escucha el escorpión antes de volver a su resquicio.

RAÚL CREMOUX ES HOMBRE DEL RÉGIMEN, MUCHO HA PASADO DESDE EL SENTIDO CRÍTICO DE SUS CLASES EN CIENCIAS POLÍTICAS.


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Foto > PETER GREGOIRE. 2008.

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N I C K C AV E E N 2 0 1 5 : LA LUZ DE LA NOCHE La Cineteca Nacional exhibe —hasta el 9 de julio— el documental sobre Nick Cave citado en estas páginas: 20,000 días en la Tierra, que permite al espectador convertirse en testigo de “un delirante, pero ordenado rito de creación colectiva”. La canción de la bolsa para el mareo, edición reciente de Sexto Piso, completa un recorrido cuyo punto de partida es la sorprendente novela publicada por Nick Cave en 2009: La muerte de Bunny Munro. Vasos comunicantes enlazan la escritura, la música, el cine, en una invención narrativa que desborda los moldes convencionales.

Bruno H. Piché

Q

Para mis amigos Montse y Guillermo

uien se interese en explorar la vasta obra musical, literaria y fílmica de Nick Cave y su grupo, los célebres e inquebrantables Bad Seeds, se expone a emprender una empresa de la cual, si se mantiene fiel a su propósito original, recogerá lo mismo rosas que espinas, lo mismo visiones de un cielo que se abre, azul como una naranja, que los dolores y afecciones más profundos de siempre, de toda la vida, la arqueología de recuerdos que se resisten a ser desenterrados, pero también los diminutos, en apariencia insignificantes y sin embargo determinantes efectos de la memoria en la vida de todos los días, en la propia vida del explorador y en las vidas de quienes han acompañado, para bien o mal, esa experiencia. En resumen anticipado: al meterse con el otrora indomable Nick Cave, hoy un artista maduro, con 58 años de edad encima, un sobreviviente en pleno uso de sus facultades, uno corre el riesgo, no menor, tampoco una tragedia, de aspirar a dejar de ser el mismo personaje de siempre. A buscar, a exigirse en términos que sólo pueden ser creativos, a —como queda claro en la que quizás sea la obra maestra de todas las canciones de Nick Cave, “Jubilee Street”— ser alguien más, a transformarse, a resplandecer con tal potencia que te pierdes en una luz enceguecedora de la noche y de la cual volverás a resurgir para reencontrar al mismo personaje o muy probablemente a un completo desconocido, a escribir como lo hace

en esas bolsas para el mareo en las que nadie repara, salvo quienes no resisten vomitar durante el vuelo entre Edmonton y Vancouver: “Era el día nacional de Canadá y yo casi no tenía voz./ Mi dragón no había sobrevivido a la noche […] Nos dijeron que nuestros dioses nos sobrevivirían./ Nos mintieron.” Se sabe que las canciones, los cientos de canciones que ha compuesto (escrito) Nick Cave, siguen una forma más bien narrativa. Cuentan, en efecto, historias de cientos de personajes, muchos de ellos seres a la deriva, o al contrario, hombres y mujeres downunder en proceso de salvarse así sea aniquilándose a sí mismos. Todo ello a la manera de relatos que hacen que el oyente se convierta simultáneamente en un atento lector, a la espera de un tumultuoso cuento. En 2009, el talento como story-teller de Nick Cave fue llevado hasta el paroxismo en una novela excepcional de 278 páginas, The Death of Bunny Munro, durante las cuales cada frase, cada simplonería proferida por vagos y haraganes, eso que en el Reino Unido se conoce como un lowlife, adquiere la luz del artificio literario mejor construido. La canción es heroica, dice Cave en alguna secuencia del documental 20,000 días en la Tierra (Drafthouse Films, 2014) porque la canción confronta a la muerte, la canción es inmortal porque con un arrojo incomparable se asoma a nuestra propia extinción, a nuestro ocaso: “La canción emerge del mundo espiritual acompañada de un mensaje auténtico, verdadero: uno de estos días, te enseñaré cómo domar al dragón”.

Tengo además una excelente noticia. Nick Cave & The Bad Seeds grabaron Push the Sky Away (2013), su decimoquinto álbum, al cual, con toda la subjetividad a la que puedo recurrir, no dudaría en ubicar entre sus mejores, junto a Murder Ballads (1996). Como no pasa ni en las películas, el proceso entero de grabación de Push the Sky Away, ocurrido en La Fabrique, una casona del siglo xix equipada para recibir a The Bad Seeds, ubicada en Saint-Rémy-de-Provence, fue filmado por Jane Pollard e Iaian Forsyth en el documental 20,000 días en la Tierra. A las escenas en las que Nick y su banda fueron captadas en un bello y auténtico trabajo de colaboración, difícil de imaginar entre las miles de bandas, para quienes el estudio de grabación es una oportunidad para animalizarse a tope, Pollard y Forsyth agregaron escenas de la vida cotidiana de Nick Cave. Un escritor de tiempo completo que aporrea una vieja máquina de escribir cuando no está visitando a su terapeuta, comiendo pizza con sus hijos y viendo la televisión, ordenando su archivo personal o simplemente manejando sobre el paseo marítimo de Brighton (esa versión inglesa de playa pero con piedras en lugar de arena y agua heladísima) su Jaguar negro, modelo XJ, gratamente ochentero, en perfecta combinación con los elegantísimos y raros trajes que viste dentro y fuera de los escenarios. Vale la pena señalar que entre idas y venidas por Brighton, Nick Cave hace una parada con su terapeuta, nada menos que el psicoanalista Darian Leader,

Escucha Push the Sky Away, completo y en vivo:

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una eminencia de mediana edad, sobre todo si se toman en cuenta sus logros, no menores, como fundador del Centre for Freudian Analysis and Research de Londres, así como ser autor de libros que sin ser de psicología popular, apelan a la inquietud intelectual de cualquier lector con ganas de entender y entenderse. A su manera, como Nick Cave, es un valiente que denuncia en sus libros lo mismo a las grandes farmacéuticas, a la comunidad académica especializada que a la práctica clínica, en términos que ameritan la cita: La mayoría de nosotros también quiere evitar la labor de explorar nuestras vidas interiores, lo cual quiere decir que preferimos ver síntomas como signos de una alteración local, antes que como dificultades que conciernen a la totalidad de la existencia. Ser capaces de agrupar nuestros sentimientos de malestar, ansiedad o tristeza bajo el término general de “depresión”, y después tomar una píldora para eso, será visto naturalmente como algo más atractivo que poner toda nuestra vida bajo un microscopio psicológico. (La moda negra. Duelo, melancolía y depresión, Sexto Piso, 2008).

20,000 días en la Tierra en julio, Cineteca Nacional:

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Ahora bien, no crea el lector que en las secuencias entre Leader y Cave en 20,000 días en la Tierra se escarba más de la cuenta en la vida interior del terapeuta ni del paciente. Pero sí lo suficiente, ya que Nick Cave es un tipo sumamente articulado, sobre todo cuando se trata de arrojar luz sobre la vida que subyace a su biografía. Igualmente, aparecen extrañas y en ocasiones desconcertantes conversaciones a bordo del Jaguar XJ de Nick Cave con sus amigos y colegas. Por ejemplo el actor mejor conocido por su brillante caracterización de Enrique viii o en la televisión inglesa, Ray Winstone, quien también hace una aparición alucinante al personificar al atribulado cliente —en realidad un pobre diablo a punto de desintegrarse, tremenda actuación— de una prostituta en el video de la canción “Jubilee Street”, o la cantante pop, Kylie Minogue, la voz femenina que logró transformar, creo que para siempre, la lírica musical de The Bad Seeds, en tanto la inclusión de su voz permitió que ese otro compañero de viaje de Cave, Warren Ellis, exadicto a la heroína y hoy en día un músico de barbas hirsutas como las de un rabino, lograra hacer explotar los muchos instrumentos que conoce —violín, guitarra, sintetizador, un pianito en el que se sopla, etcétera— e incorporarlos no sólo a las legendarias presentaciones en público de The Bad Seeds, sino integrarlas plenamente al proceso creativo del propio Nick Cave. Es como si uno no pudiera echar a andar una canción

AC A B A D E P U B L I C A RS E E N M É X I C O Y E S PA Ñ A EL LIBRO (QUE NO E S E N R E A L I DA D U N L I B R O ) Q U E N I C K C AV E FUE ESCRIBIENDO SOBRE ESAS BOLSAS PA R A E L M A R E O QUE SE UBICAN EN L A PA RT E T R A S E R A DE LOS ASIENTOS DE T O D O S L O S AV I O N E S D E L M U N D O ”. sin la ayuda del otro. Y ser testigo de ese tipo de colaboración en 20,000 días en la Tierra es, quizás, algo análogo a presenciar un delirante, pero ordenado rito de creación colectiva. Acaba de publicarse en México y España el libro (que no es en realidad un libro) que Nick Cave fue escribiendo sobre esas bolsas para el mareo que se ubican en la parte trasera de los asientos de todos los aviones del mundo. Ergo, La canción de la bolsa para el mareo (Sexto Piso, 2015) expande a la vez que documenta las impresiones del vocalista de The Bad Seeds en su gira por Estados Unidos y Canadá, como parte de la obligada promoción en vivo y en directo del álbum Push the Sky Away. Así que, visto al menos superficialmente, quien gusta de la música y la escritura de Nick Cave tiene material suficiente para re-ensamblar los últimos dos años del músico. También está la otra opción, la referida al principio de estas líneas: emprender lo que Carlos García Gual llama “el Viaje al Más Allá”, “la aventura por excelencia, la que aguarda al Elegido, la que sólo él puede cumplir”. Es justamente llegado este punto en el cual La canción de la bolsa para el mareo completa el círculo, pues para Nick Cave es en la aparición en vivo, en los conciertos en los que en ocasiones parece desbordarse sobre quienes ocu-

pan las primeras filas, cuando ocurre el milagro del acto comunal. Nick Cave le otorga tal importancia a dichos performances, que incluso afirma: “Yo vivo para ello.” Todos queremos ser alguien más, es una premisa creativa que Nick Cave sigue y a la cual sirve al pie de la letra como un condenado a cadena perpetua. Esto nos lleva a replantear necesariamente el sentido de las que hasta ahora hemos llamado “historias” o “narraciones” en las canciones de Cave. Quizás aquí debamos seguir el consejo de su terapeuta: arriesgar, rascar en la tierra en busca del comienzo y el fundamento, de la arché, y evitar la píldora que, en su superficialidad, ataca apenas el orden del lógos, de las aparentes razones que no explican mucho. Sin saberlo, en cierta manera el propio Cave habla del asunto en una entrevista incluida en el cuadernillo que acompaña 20,000 días en la Tierra: “El filme cuestiona la importancia del mundo real, en contraste con el mundo imaginativo”. Estaríamos entonces frente a relatos míticos, no por ello menos ultra-contemporáneos, mitos vinculados a la literatura, como señala el mismo García Gual, sustentados en acciones (drâma), los cuales no por ello dejan de hablarnos de hechos admirables (thaúmata). Leemos entonces en la bolsa para el mareo recogida después del vuelo a Montreal, punto final de una larga gira, un prolongado viaje, fechado el 2 de agosto de 2014: … cuando la luna se acuesta sobre el lago, me siento en el suelo del bosque y bajo los arces plateados entiendo que en realidad no estamos solos. Entonces doblo en cuatro mi bolsa para el mareo. Señal inequívoca de que es momento de volver a casa, doblar en cuatro la bendita bolsa. Momento en el cual regresamos con nuestras historias inverosímiles de aquel Más Allá mítico y del cual el viajero, el Elegido, se llame Orfeo o Gilgamés, vuelve triunfador, así haya regresado sin botín, es decir: con las manos vacías.

Trailer original de 20,000 días en la Tierra:

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