Populismo • Neofascismo

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FRANCISCO HINOJOSA LLUEVE

CARLOS VELÁZQUEZ

CONFESIONES DE UN ADICTO A LOS POPPERS

ESGRIMA

ALONDRA DE LA PARRA

El Cultural N Ú M . 5 9

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

POPULISMO • NEOFASCISMO

LAS PROMESAS DEL MIEDO ENSAYOS DE L. M. OLIVEIRA Y NAIEF YEHYA

DEL PROGRESO Y LA EXCLUSIÓN

DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN


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La crisis de un orden democrático internacional abierto a la globalización y la pluralidad —un proyecto que avanzó en la órbita occidental durante la segunda mitad del siglo XX— es un reflejo del desprestigio de sus gobernantes: los costos sociales de sus decisiones han propiciado, a su vez, el surgimiento de propuestas sustentadas en fundamentalismos de todo signo que manipulan y seducen a legiones de partidarios. En ese marco, las proclamas de los redentores populistas medran con el descontento, el miedo, la supuesta restauración de un mundo ideal, y exacerban las diferencias y la xenofobia como detonadores del estigma, la exclusión, la venganza.

POPULISMO L A V O L U N TA D A U T O R I TA R I A L. M. OLIVEIRA

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l 20 de junio en Ginebra, la agencia para refugiados de las Naciones Unidas publicó un reporte en el que establece que la guerra y la persecución han obligado a que un número sin precedentes de personas, desde que se llevan registros, se ha visto obligada a dejar su casa. El reporte señala que en promedio 24 personas por minuto fueron obligadas a huir durante 2015, lo que suma un total de 65.3 millones de desplazados. Es decir, uno de cada 113 seres humanos es hoy día un refugiado o un desplazado. El reporte dice que si bien los reflectores estuvieron puestos en las dificultades de Europa para lidiar con más de un millón de refugiados y migrantes que llegaron tras cruzar el Mediterráneo, la mayoría de los refugiados se encuentran en países en desarrollo. Turquía es el país con el mayor número de ellos al interior de sus fronteras, hasta 2.5 millones, es decir, casi un refugiado por cada cinco habitantes, según el reporte de la ONU. Desgraciadamente, el 51 por ciento de los refugiados en el mundo son niños, muchos de los cuales viajan sin sus padres. El panorama pinta desolador. Frente a una crisis así, yo esperaría que el mundo se volcara a ayudar a las personas que lo han perdido todo, ¿cómo queremos un futuro más

humano si 65 millones de personas que han tenido que huir de sus casas son tratados como extraños? Reconozco que seguramente yo tengo estas inclinaciones hacia los desplazados por mi historia personal, por un lado soy profesor de ética, y siempre he estado preocupado en defender los derechos humanos, y por otro lado, un asunto mucho más íntimo: soy hijo de una inmigrante brasileña que huyó de una dictadura militar. Estudié en una escuela fundada por republicanos españoles que huyeron de las balas de Franco. Muchos de mis amigos son hijos de argentinos, de uruguayos, de chilenos que huyeron de la muerte que campeó América del Sur en los años setenta. Es decir, tengo una sensibilidad distinta con los inmigrantes, es mi mundo. Afortunadamente muchísima gente en el mundo se ha movilizado para ayudar a los refugiados sirios, a los que huyen de Somalia, de Ucrania, de la violencia de los maras en Centroamérica. Sin embargo, en los últimos meses el mundo ha pasado por momentos dramáticos de falta de solidaridad con estas personas necesitadas de refugio, que se puede explicar, en primer lugar, por el miedo a los diferentes que es natural en los seres humanos, y del que ya hablé en el número 9 de El Cultural: es normal que no estemos

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dispuestos a cooperar con extraños, sobre todo cuando hablan distinto y tienen otro color de piel. Resulta que para lograr cooperar con ellos es necesario un tipo de educación que nos permita ver que, después de todo, somos humanos. El asunto es que este miedo es exacerbado por los políticos y esto no es nuevo: el miedo siempre ha sido un instrumento de la política y de la religión (basta recordar el infierno), y lo es más todavía del populismo.

“TODO POPULISTA ES DEMAGOGO” Hace unas semanas, cuando Enrique Peña Nieto, Barack Obama y Justin Trudeau se reunieron en la cumbre de líderes de América del Norte, el presidente de México habló contra el populismo, dijo que en el escenario global hay actores políticos que asumen posiciones populistas que pretenden destruir lo que ha tomado décadas construir, y lo hacen ofreciendo soluciones muy fáciles a los problemas complejos que enfrenta el mundo. Mucho de lo que hoy dicen algunos, aludiendo a Trump, se parece a lo que dijeron Hitler y Mussolini en su momento, afirmó. Cuando Peña Nieto terminó su alocución, el presidente Obama pidió la palabra para decir que no estaba listo para aceptar que algo de la retórica que se ha utilizado recientemente en el debate electoral de su país sea populista, y fue bastante claro. Sin embargo, muchos tomaron las palabras de Obama como una crítica al presidente Peña Nieto, aunque Obama quería disertar sobre Bernie Sanders, al que se acusó de populista durante la campaña. Tras el incidente, en nuestro país se discutió en los medios si Obama tenía razón o no. Si algo quedó claro es que no existe consenso sobre qué entendemos por populismo. El académico y especialista en medios de comunicación, Raúl Trejo Delarbre, escribió que los estudiosos del tema tienen muy claro lo siguiente: no hay una definición que todos acepten, y es que el populismo, pese a tener una larga tradición en América Latina y en la política global, es una noción escurridiza. Trejo Delarbre mencionó que pese a la falta de

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“EL PERIÓDICO INGLÉS THE GUARDIAN REPORTA QUE DESPUÉS DE QUE GANÓ EL BREXIT, CADA VEZ HAY MÁS REPORTES DE XENOFOBIA Y DE ENFRENTAMIENTOS FÍSICOS EN LAS CALLES. VIOLENCIA QUE ANTES ESTABA CONTENIDA EN LAS REDES SOCIALES.” consenso que hay alrededor del concepto, tiene varias características en las que podemos estar de acuerdo, yo menciono sólo algunas de las que él citó. Primero, que no es una ideología sino un comportamiento. Esta forma de conducirse puede ser utilizada tanto por políticos de derecha como de izquierda y se caracteriza por tener un discurso maniqueo y moralista. Los populistas son demagogos, es decir, no dicen toda la verdad o mienten sin escrúpulos. Por supuesto, y esto lo dice muy bien Trejo Delarbre, no todo demagogo es populista pero sí, todo populista es demagogo. Obama y Peña estaban preocupados por Donald Trump, que es especialista en decir medias verdades. Por ejemplo, cuando aceptó la nominación como candidato del Partido Republicano dijo que Obama ha logrado que las ciudades de Estados Unidos sean más inseguras que nunca. Al día siguiente, el presidente estadunidense le contestó que la idea de que el país se cae a pedazos, que es violento y está al borde del colapso según Trump no corresponde con la realidad: los miedos que él quiere exacerbar no se relacionan con los hechos. El índice de crímenes violentos, dijo, es el más bajo de las últimas décadas, más bajo que cuando Ronald Reagan fue presidente, por ejemplo. Es famosa la frase de Donald Trump en la que sostiene que cuando México manda a su gente a Estados Unidos, no manda a las mejores personas, sino a gente con muchos problemas, que lleva sus problemas con ellos, lleva drogas, crímenes, violaciones. El asunto es que, como le recordó Obama, el número de inmigrantes ilegales, especialmente los que llegan de México, es el más bajo en muchas décadas, y bueno, es obviamente falso que los inmigrantes mexicanos son en general criminales y violadores.

FOBIA AL INMIGRANTE Ya que estamos en esto, podemos decir que el tema de la inmigración también fue fundamental en la campaña sobre si el Reino Unido debía permanecer o no en la Unión Europea, y también se dijeron muchas mentiras alrededor de la influencia perversa de los inmigrantes en la economía. En realidad, sobran datos que demuestran que los inmigrantes en el Reino Unido aportan vía impuestos mucho más de lo que reciben en beneficios del Estado, sin embargo, según varias encuestas, el 50 por ciento de los británicos cree que los inmigrantes le hace daño a la economía, lo cual es un prejuicio basado en la ignorancia. El periódico inglés The Guardian reporta que después de que ganó el Brexit, cada vez hay más reportes de xenofobia y de enfrentamientos físicos en las calles. Violencia que antes estaba contenida en las redes sociales. Y cuenta varios ejemplos: una colegiala musulmana que fue arrinconada por un grupo que le dijo: “Lárgate, votamos por dejar Europa”. El caso de algunos europeos del Este a quienes se les impidió usar el metro de Londres a gritos de: “Regrésense a su propio país”. O las pintas racistas que aparecieron en las paredes del centro cultural polaco de Hammersmith, o las manifestaciones de británicos furiosos que se reunieron afuera de una mezquita. En ese mismo reportaje, el autor pide que las élites políticas asuman su responsabilidad después de conducir una campaña tan divisiva que demonizó a los inmigrantes a partir de historias ficticias de terror. Boris Johnson mintió al decir que Turquía estaba a punto de entrar a la Unión Europea y que los turcos eran peligrosos para la seguridad del Reino Unido. Por cierto, hoy Boris Johnson es el secretario de relaciones exteriores del reino. En Hungría (país que ha sido especialmente duro con los refugiados sirios, ha puesto alambres de púas para complicar su paso y también ha movilizado al ejército para proteger su frontera), el presidente Janos Ader dijo algo similar a Trump: cometeríamos un grave error político si obviáramos los aspectos criminales y de seguridad nacional que esta ola de inmigración implica.

EL “PUEBLO” COMO ENCARNACIÓN Pero volvamos a Trump, quien cumple cabalmente con dos características fundamentales de los caudillos populistas: suelen rechazar lo diferente y por ello es


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fácil que deriven al chovinismo y la xenofobia. Además, el líder populista pretende encarnar al pueblo. Por ejemplo, citemos a un clásico para luego volver a Trump: Jorge Eliécer Gaitán, el famoso político colombiano, dijo: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”. Trejo Delarbre puntualiza: “Los líderes populistas no solamente se ufanan de que hablan a nombre del pueblo. En ocasiones afirman que el pueblo habla a través de ellos”. Recordemos varias expresiones xenófobas de Trump, proclamadas como encarnación de la voz del pueblo: no sólo dijo que los mexicanos que van a Estados Unidos son violadores, sino también, por ejemplo, que se debería prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos debido a que es imposible saber cuál será su actitud. También ha hablado pestes de los chinos una y otra vez, y de los refugiados sirios y afganos. Cuando aceptó la nominación republicana, Trump declaró: yo estoy con ustedes, pueblo de América, yo soy su voz. El historiador Alan Knight afirma, en un artículo llamado “Populism and Neo-populism in Latin America, Especially Mexico”, que quizá dado lo escurridizo que es el concepto de “populismo” basta con decir que es un estilo político. Trump, Johnson, Ader, sin duda representan este estilo que entre otras cosas explota el miedo y la ignorancia.

POLÍTICA DEL MIEDO El politólogo Corey Robin tiene un libro magnífico, titulado Miedo, la historia de una idea política. En él señala que el miedo político puede tener grandes repercusiones, dictar políticas públicas, lograr que nuevos grupos lleguen al poder. De ahí que se utilice tanto como un recurso político. Debemos entender que el miedo es un instrumento de las élites, creado y sostenido por los líderes políticos que pretenden ganar algo del mismo, ya sea, dice Robin, porque los ayuda a perseguir sus metas políticas o apoyar sus creencias morales y políticas. Si Tucídides y Maquiavelo identificaron el miedo como una motivación

“EL PROBLEMA MÁS SERIO AL EXALTAR EL MIEDO, EL ODIO, LA DIVISIÓN, ES QUE LOS SERES HUMANOS SOMOS MUY BUENOS DETESTÁNDONOS: BASTAN MUY POCAS EXCUSAS PARA QUE DESATEMOS ESPIRALES DE VIOLENCIA INACABABLES.” política, Hobbes fue quien estuvo dispuesto a afirmar que el origen de las grandes sociedades no es el bien que se desean unos seres humanos a otros, sino el miedo que se tienen y que los lleva a ceder su poder y su libertad al soberano, a Leviatán. Esta imagen es perfecta para el político populista: cédanme su voto y su voluntad, yo los salvaré. Decíamos que Trump miente (Johnson también lo hizo) sobre los peligros de la inmigración y exalta el miedo de los estadunidenses, pero para que su discurso sea efectivo se basa en casos reales y magnifica sus peligros: por ejemplo, después de los sucesos de Orlando del 12 de junio, en los que un hombre, Omar Mateen, mató a 49 personas en una disco gay, Trump dijo lo siguiente, (tomo las declaraciones y la corrección de los datos de un reportaje de The Guardian, “Fact-checking Trump’s demagogic rhetoric after Orlando terror attack”): “Debemos detener el enorme flujo de refugiados sirios hacia Estados Unidos”. Pero lo cierto es que ese “tremendo flujo” no existe. De hecho, dice The Guardian, sólo 2 mil 805 refugiados sirios fueron admitidos en Estados Unidos el año pasado. Trump dijo de ellos que “podrían ser una mejor, más grande y más horrible versión del legendario caballo de Troya”. Y no sólo eso: “Los musulmanes deben trabajar con nosotros. Ellos saben lo que está pasando. Ellos sabían que él era malo”. Con esto, sugirió que la comunidad musulmana de Estados Unidos sabía de los planes de Omar Mateen y también de los dos implicados en los ataques de San Bernardino. Trump añadió, sigo a The Guardian: “No los entregaron y ¿saben qué?, padecimos muerte y destrucción”. Lo cierto, afirma el reportaje, es que esto es falso: tanto Mateen como los atacantes de San Bernardino, Rizwan Farook y Tashfeen Malik, se radicalizaron solos. No hay evidencia de que Mateen discutiera sus planes con nadie más que con su mujer. Trump también dijo que “la única razón por la que el asesino [Mateen] estaba en Estados Unidos fue porque permitimos que su familia viniera aquí”. Con esta frase intentó conectar a Mateen con la inmigración de sus padres, nacidos en Afganistán. Pero Mateen nació en Queens. Sobre los atentados de Turquía, Trump dijo: La amenaza terrorista nunca ha sido mayor, nuestros enemigos son

brutales y sin escrúpulos y harán cualquier cosa para asesinar a aquellos que no se dobleguen ante su voluntad. Debemos actuar para proteger a Estados Unidos de los terroristas. Parece que no hay mejor aliado para el populismo según Trump que “la amenaza terrorista”. Con el cinismo que lo caracteriza, no tengo duda de que le apuesta a que sucedan actos de violencia en Europa, en territorio estadunidense o en las Olimpiadas de Río de Janeiro, para consolidar su hipótesis: Vivimos los tiempos más violentos de la historia y yo puedo hacer que Estados Unidos de América sea de nuevo un territorio seguro. Esto, aunque suena terrorífico, le daría enorme fuerza a su campaña.

LAS OFERTAS DEL ODIO Para terminar déjenme decir esto: el problema más serio al exaltar el miedo, el odio, la división, es que los seres humanos somos muy buenos detestándonos: bastan muy pocas excusas para que desatemos espirales de violencia inacabables. La retórica del odio puede resultar muy útil en primera instancia para alcanzar el poder, pero ¿a qué precio? Sociedades tan plurales como la estadunidense y la británica, o como la que pretende ser la norteamericana (Canadá, Estados Unidos y México) requieren, para ser posibles y florecer, mucho más un trabajo sobre la base de la solidaridad, la dignidad, la igualdad y los derechos humanos, que sobre el odio y la división. Si nos detestamos, ¿cómo podremos trabajar juntos?, ¿cómo podremos mirarnos a la cara? Raúl Trejo Delarbre termina su artículo afirmando que el populismo “no es reciente, aunque ahora se extiende en condiciones nuevas. No es problema de una sola región, ni sirve a una sola ideología. En todos los casos implica una demagógica y autoritaria suplantación del pueblo”. Yo añadiría que en esta “suplantación del pueblo”, en este vaciamiento de la democracia, el populismo ejerce y promueve sus recursos: en lugar de transparencia ofrece mentiras, en lugar de derechos ofrece exclusiones, en lugar de futuro ofrece presente. El presente de los líderes que quieren hacerse del poder a costa de las instituciones destinadas a garantizar la justicia, todo esto a costa de la humanidad. C


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Aunque parezca inconcebible, Donald Trump —una versión del populismo de clara identidad neofascista—, un magnate “demagogo, provocador, con síndrome de déficit de atención agudo, mitómano e ignorante”, mantiene aún la posibilidad de ocupar la Casa Blanca, y continúa su campaña plagada de ostentación, aberraciones y desprecio que propagan la amenaza de una nueva catástrofe para el mundo entero.

T RU M P NO ES H I T L E R N I ES (TODAV Í A) TRU MP NAIEF YEHYA Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza, o al mejoramiento, nadie querría ser estúpido.

Robert Musil, Sobre la estupidez

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odemos comenzar afirmando que no hace falta un artículo más sobre Donald J. Trump. Su carrera política completa depende de incontables periodistas, editorialistas, comentaristas, analistas, propagandistas y bravucones de la pluma o el micrófono que a fuerza de denuncias o elogios han colaborado en la construcción de su mito. Sin embargo, estamos en un momento histórico, al cual muchos jamás imaginamos que llegaríamos: Trump, un millonario, narcisista, demagogo, provocador, con síndrome de déficit de atención agudo, mitómano e ignorante en materia de política internacional ha sido nominado candidato a la presidencia estadunidense por el Partido Republicano y está a un paso de llegar a la Casa Blanca. Quizás lo que resulta más preocupante es que el carisma, la fanfarronería, fatuidad ostentosa o como quiera que llamemos al temperamento, a menudo irascible, que ha vuelto inmensamente popular a este hombre, ha logrado seducir a algo así como la mitad de la población votante de Estados Unidos. Cuando esto se escribe, de acuerdo con los censos de opinión, Trump se encuentra empatado o rebasa a su rival Hillary Clinton entre los votantes. Si bien podemos decir que otros presidentes republicanos como Ronald Reagan y George W. Bush padecían de defectos semejantes a los de Trump, su comportamiento era muy distinto. Ambos eran políticos profesionales, que a pesar de ser populistas e ignorantes, escuchaban a sus asesores y personal que se encargaba de evitar en la medida de lo posible errores con consecuencias graves, peligrosos exabruptos y cualquier otro tipo de traspiés. Esto es algo que Trump no parece entender. Bush y Reagan seguían en gran medida las normas elementales

de las apariencias: la proyección de una imagen presidencial dignificada, así como el discurso de respeto a las minorías y al sistema político. Trump, en cambio, ofrece lo que Robert Kagan describió como: “Una actitud, un aura de fuerza y machismo, una ostentosa falta de respeto por las delicadezas de la cultura democrática que él asegura, y sus seguidores creen, ha producido incompetencia y debilidad nacional”. Trump es un hombre arrogante y carente de curiosidad que ha logrado entusiasmar con su discurso de creación de empleos, reconstrucción de la infraestructura, ridiculización de la “corrección política”, rechazo de la guerra de Iraq y promesas de éxito a una enorme base de seguidores fanáticos, principalmente obreros, agricultores, trabajadores de bajos recursos y desempleados, muchos de ellos anglosajones con serios resentimientos sociales, raciales y una profunda desconfianza de un sistema político que los ha abandonado, o peor aún, los ha traicionado. Trump también tiene impacto entre una clase media pauperizada y entre ciertas élites del poder político y corporativo que en su mayoría han optado por esperar.

“HAGAMOS QUE AMÉRICA SEA GRANDE OTRA VEZ” El principal problema de Trump no es su ideología, quién sabe si tenga una, sino su personalidad, la cual Tony Schwartz, el autor fantasma del libro The Art of the Deal, considera patológicamente impulsiva y egocéntrica. Trump llega en un momento en que el Partido Republicano se ha transformado por la inclusión del Tea Party, lo que lo ha convertido en un caldo de cultivo para una diversidad de visiones políticas de extrema derecha, paranoicas, racistas y repletas de ira que recibieron con entusiasmo los alegatos de Trump, quien habla de nostalgia y progreso, de victimización y agresión, de miedo a las amenazas ominosas que destruirán al país y de triunfalismo vociferante. El hombre de negocios ofrece una vuelta a un estado de pureza original, de integrismo racial, social y religioso, en el cual, como antaño, cada quien debe estar en el lugar que le corresponde, y a donde se accede siguiendo sus esbozos de políticas o más bien sus intuiciones, siempre cambiantes, siempre a medio cuajar, siempre en busca de culpables. El núcleo de la campaña consiste en la


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“EL DUEÑO DE UNA FRAUDULENTA UNIVERSIDAD QUE LLEVABA SU NOMBRE HA TENIDO UNA CONVERSIÓN RELIGIOSA EXPRÉS CON LA QUE HA TRATADO DE ATRAER A LOS EVANGELISTAS Y A UNA VARIEDAD DE FANÁTICOS CRISTIANOS.” noción de “recuperar América”, es decir rescatarla de la manos de un presidente negro, una mujer candidato a la presidencia, un senador socialista de Vermont, huestes de homosexuales, hordas de mexicanos y ejércitos de terroristas-yihadistas musulmanes. Trump no comparte los ideales conservadores dominantes en los republicanos: reducción del gobierno (eliminar programas sociales, culturales y ecológicos entre otros), desregulación de las leyes del mercado y reducción de impuestos (a las grandes fortunas y las corporaciones a través de subvenciones y tratados internacionales), conservadurismo moral y fe en el excepcionalismo estadunidense (que dicta que este país es distinto a cualquier otro, por lo que las leyes internacionales no deben de aplicársele de la misma manera). A Trump no le preocupan realmente estos dogmas, aunque de cuando en cuando los menciona para complacer a ciertas audiencias. En esencia, el magnate está a favor del proteccionismo comercial y de la eliminación de tratados mercantiles o su reformulación para el beneficio de grandes empresas domésticas. Trump quiere abandonar la OTAN o condicionar su participación a que los demás miembros “paguen su justa parte”. El dueño de una fraudulenta universidad que llevaba su nombre ha tenido una conversión religiosa exprés con la que ha tratado de atraer a los evangelistas y a una variedad de fanáticos cristianos. Inicialmente anunció que prohibiría la entrada al país a los musulmanes y más tarde corrigió, diciendo que prohibiría la entrada a gente de regiones comprometidas por el terrorismo y sólo aceptaría a aquellos que aprobaran una escrupulosa verificación. Y como bien sabemos, ha lanzado una cruzada en contra de los inmigrantes mexicanos, quienes según él son violadores, narcos y asesinos. Su promesa de construir un hermoso muro que divida a su país de México, es uno de sus eslóganes más populares, así como también lo es el anuncio de que expulsará de su país a once millones de inmigrantes mexicanos indocumentados. Además ha prometido confiscar las remesas que envían estos trabajadores a México. Es imposible saber si un tipo tan impredecible y errático podría concretar propuestas tan ambiciosas, extremistas, controvertidas, costosas y con repercusiones sociales, éticas y económicas gigantescas, como escribió recientemente Enrique Krauze en Letras Libres. Trump no se doblegará al Partido Republicano: al contrario, es el partido el que se ha doblegado a él. Trump trajo

consigo a nuevos votantes: demócratas, independientes, neonazis y miembros del Ku Kux Klan entre otros. La estrella del programa El Aprendiz conquistó a estos seguidores desde que se unió y se convirtió en un líder de facto del movimiento birther, que cuestionaba el sitio de nacimiento de Barack Obama, con el fin de descalificarlo de la presidencia. Trump anunció en varias ocasiones que gente a su servicio estaba buscando la verdad y habían descubierto revelaciones increíbles. Nunca se supo qué fue lo que encontró, sin embargo se dio por vencido en esa misión ridícula. Trump derrotó a 16 precandidatos de manera avasalladora, en unas elecciones primarias complicadas y tumultuosas, y lo hizo en sus propios términos, de manera que es muy improbable que intente cambiar sus modos. Desde sus primeros debates mostró la efectividad de su estrategia de atacar a sus rivales añadiendo adjetivos insultantes a los nombres de sus enemigos: “Lying Ted”, “Little Marco”, “Pocahontas Warren” y por supuesto “Crooked Hillary”. Aparte de mofarse y agredir a sus contendientes se dedicó a prometer soluciones instantáneas para todos los problemas, sin el menor temor de ser cuestionado con seriedad. Se vanagloriaba de sus triunfos en los negocios (hasta sus numerosas bancarrotas resultaban conquistas en su imaginación), se burlaba de los discapacitados y denigraba a las mujeres, sin que nada tuviera consecuencias. Asimismo, rompió con buena parte de los líderes de su partido, desde los Bush hasta John McCain, pasando por Mitt Romney y media docena de senadores y representantes, y así puso en evidencia que no los necesitaba. Trump logró ganar haciendo exactamente lo opuesto a lo que los jerarcas del partido esperaban de esta elección, que era dejar de ser un partido mayoritariamente masculino y blanco al integrar más mujeres, latinos, negros y miembros de la comunidad LGBT. Si bien el número de votantes que lo llevaron a la nominación era algo así como 13 millones, Trump cuenta ahora con la devoción de entre el 30 y el 50 por ciento de las bases republicanas, y el número puede seguir creciendo.

LA CONVENCIÓN Y EL ESPERPENTO A pesar de su supuesta fortuna, la campaña de Trump parece amateur e improvisada. De hecho la convención republicana en Cleveland fue un espectáculo caótico, esperpéntico, hasta

cierto punto grotesco y en muchos sentidos aterrador que reflejó el desorden e inexperiencia de la campaña. Cuando apenas comenzaban las actividades del primer día, algunos delegados del movimiento #nevertrump intentaron una insurrección en contra del magnate para proponer a otros candidatos. Este esfuerzo fue suprimido de la forma más antidemocrática posible: ignorándolos. La autora del discurso de Melania Trump, la esposa del candidato, plagió varias frases del discurso de Michelle Obama de 2008, lo cual se volvió un escándalo que hizo estallar las redes sociales y ocupó los titulares del mundo. El ex precandidato a la presidencia, Ben Carson, no dudó en establecer un vínculo entre Lucifer y Hillary por un ensayo que ella escribió en la universidad. Otro ex precandidato, Ted Cruz, subió al estrado, dio su discurso y se negó a respaldar a Trump, volviéndose la noticia del día, trending topic y opacando nuevamente el mensaje de los republicanos. Trump rompió el récord de duración de un discurso de aceptación y pintó una imagen de Estados Unidos como un país al borde de la ruina, victimizado por enemigos, falsos aliados y traidores, que tan sólo podía ser rescatado por Donald Trump. Pero estas distracciones y obstáculos, así como el hecho de que el gobernador de Ohio, John Kasich, los Bush, John McCain y Mitt Romney, entre muchos otros notables del partido, se negaron siquiera a hacer acto de presencia, trataron de ser ocultados con la idea de que Trump es un outsider, un hombre que no ha sido corrompido por la política y por tanto sus eventos son un tanto “artesanales”. De ahí surgió la ilusión aberrante y desquiciada de que Trump (quien inició su carrera con un modesto préstamo de un millón de dólares de su papá) es un blue collar billionaire, es decir, un multimillonario proletario.

INTRODUCCIÓN AL FASCISMO Si Trump no tiene una ideología definida, ¿cómo puede ser un fascista? El ex dueño de casinos fracasados se ha autonom-


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brado el candidato de la ley y el orden. El autoritarismo nacionalista que llamamos fascismo siempre está asociado a un culto sórdido de esas dos palabras. Fascismo es un término que se lanza para descalificar a cualquiera con demasiada ligereza, pero debemos tomar en cuenta que de entrada no es una forma de política sino que es anti política. Es una forma extrema de imponer ideas, anular el debate y destruir la democracia desde adentro. El hombre que obtuvo la nominación republicana al explotar el miedo, los prejuicios y la paranoia anunció que eliminaría por completo el crimen y la violencia sin decir cómo lo haría: eso es un ejemplo de grandilocuencia fascista desproporcionada. Los fascistas tienden a hablar en generalidades, sugieren soluciones fulminantes sin dar detalles ni explicaciones ya que sus métodos no requieren de aprobación popular. Trump promete que hará que “América sea grande otra vez”, que erradicará al Ejército Islámico, que eliminará tratados internacionales (como el TLC y el TPP) y que “ganará” tanto que la gente se va a aburrir de ganar. Y todo esto sucederá “verdaderamente rápido”. Más que promesas en vano, esto pone en evidencia su incapacidad de entender las complejidades de una sociedad moderna y de un mundo globalizado, así como su deseo de aplastar voluntades. Sus dogmas no son planes ni políticas sino ataques, denuncias y amenazas en contra de una variedad de minorías. El fascismo requiere de la indignación y el miedo, de ahí el énfasis de presentar visiones apocalípticas de un país en ruinas, devastado por los bárbaros, que es objeto de abusos y burlas de parte de otros países menos poderosos. En una elección entre dos candidatos desoladores como Trump e Hillary Clinton, sólo triunfará el que logre provocar más miedo. Y si bien el temor de un régimen fascista trumpiano es preocupante, los republicanos a su vez están aterrados ya que en su imaginación Clinton impondrá un régimen socialista, requisará sus armas, lanzará más guerras, se rendirá ante Rusia y China, sucumbirá frente al yihadismo, y convertirá al país en una máquina de billetes al servicio de su familia y cómplices. La paradoja es que las falacias reac-

cionarias de Trump prometen un orden nuevo, mientras que Clinton ofrece una especie de estabilidad al seguir el curso de Obama, de tal forma que ella se convierte en la conservadora mientras él aparece como el radical. Como señala Richard Moser, Trump es un producto del orden dominante engendrado durante el periodo de Obama. Para llegar a un Estado fascista es necesario que individuos o corporaciones se apoderen de las instituciones del Estado. Esto es lo que ha sucedido a partir de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos y en buena parte del mundo, donde se sigue este modelo. Trump está rodeado de incondicionales, de gente servil que se desvive por complacer y ser reconocida por el líder. Y si bien podemos pensar que muchos políticos y sujetos poderosos hacen lo mismo, Trump ha añadido a eso instalar a su hijos en puestos determinantes y aparentemente con autoridad para tomar decisiones, con lo que prepara un gabinete nepotista, una dinastía que encapsulará el poder y lo marginará de la influencia popular, del partido e incluso de las fuerzas que lo llevaron hasta donde se encuentra ahora. Para que exista el fenómeno Trump ha sido necesario que los medios (quienes le regalaron más de dos mil millones de publicidad) normalicen sus alegatos incoherentes y los presenten como si se tratara de propuestas legítimas o acaso como si fueran ideas que tan sólo necesitan madurar o pulirse para volverse políticas aceptables. Para nadie es un secreto que Trump miente, exagera y distorsiona la realidad sin el menor pudor y sin embargo los medios tratan a cualquier precio de perpetrar el fraude de que Trump se amoldará a la situación y será un candidato y un presidente digno. Como si el poder pudiera ser una fuerza purificadora y generosa capaz de redimir la ambición y la mezquindad humana. Trump es un candidato fascista o por lo menos suena peligrosamente como uno por su obsesión nativista y nacionalista, cimentada en el miedo a los extranjeros (musulmanes y mexicanos por ahora) y el uso de estereotipos étnicos. Es un populista que celebra su ignorancia y miente respecto a los orígenes de su fortuna y sus privilegios. Es un provocador que incita a

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“TRUMP ES UN CANDIDATO FASCISTA O POR LO MENOS SUENA PELIGROSAMENTE COMO UNO POR SU OBSESIÓN NATIVISTA Y NACIONALISTA, CIMENTADA EN EL MIEDO A LOS EXTRANJEROS.” la violencia tanto en sus mítines como al proponer una limpieza étnica del país y al anunciar que usará la tortura, el asesinato de los familiares de terroristas y “cosas peores”. Como todo fascista, su plataforma está llena de contradicciones y lamentos por el estado de deterioro de la nación y la promesa de renovarse volviendo a un pasado glorioso. Trump cree en muchas conspiraciones, desde que el padre de Ted Cruz participó en el asesinato de John F. Kennedy hasta que el sistema electoral completo está corrompido por Hillary. Por tanto, si pierde no aceptará la derrota y las consecuencias pueden llegar a ser sangrientas, dado el gran número de seguidores armados y miembros de milicias fanáticas que podrían responder a sus llamados a la violencia. Trump no es Hitler, pero como dijo Garry Kasparov recientemente, tampoco Hitler era el monstruo que ahora reconocemos como Hitler hasta la década de los cuarenta, cuando tuvo el poder y el control de la población alemana.

TRUMPISMO SIN TRUMP La población ilustrada y con inclinaciones liberales percibe a Trump como un líder esperpéntico, ignorante y aislacionista, sin embargo sus seguidores comparten una visión muy distinta de él, la de un líder carismático, rico y triunfador, alguien que sabe cómo ganar dinero y crear empleos. Como escribieron Ross Douthat y Reihan Salam: el trumpismo es un culto de la personalidad basado en la celebridad y forjado por el atractivo del líder y su estatus como estrella de un reality show. Es probable, alarmantemente probable que Trump gane la elección y entonces veremos si la república puede sobrevivir a los caprichos del tirano. Pero de cualquier forma es importante considerar si el trumpismo sobrevivirá como una auténtica fuerza política si gana Hillary Clinton en noviembre. Muchos piensan que Trump eventualmente se aburrirá y abandonará su breve carrera política para dedicarse a otra cosa. Pero si las masas de sus seguidores logran organizarse en un movimiento nativista coherente que luche por mejores sueldos, expulsión de minorías étnicas, acceso a seguros médicos, leyes de “protección religiosa” (es decir anti LGBT), quizás aparezca otro Trump que podría ser un político más agudo, comprometido y con menos escrúpulos. De cualquier manera, en un sistema democrático, la masa dispuesta a votar por el déspota es mucho más preocupante que el déspota mismo. C


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Ante los temas que delinean las páginas anteriores de esta edición, la idea misma del progreso —entendido como un valor positivo, un ascenso constante— es motivo de lecturas y enfoques diversos. Dos libros, dos autores, dos miradas antagónicas abordan un modelo de civilización que incita nuevas preguntas y no admite conclusiones absolutas.

DE L PRO GR E S O Y L A EXCLUSIÓN DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN

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ay una enorme zona de sombra —escribió Javier Marías— en que sólo la literatura y las artes en general penetran; seguramente, como dijo mi maestro Juan Benet, no para iluminarla y esclarecerla, sino para percibir su inmensidad y su complejidad al encender una pobre cerilla que al menos nos permite ver que está ahí, esa zona, y no olvidarla” (Una pobre cerilla). Entre la profunda oscuridad y la luz débil pero tenaz se han dividido filosofías y religiones, pero es el individuo quien debe elegir responsablemente entre estas dos verdades, debe decidir si prevalece la oscuridad o la luz, porque en la medida de su resolución se establecerán sus relaciones de afecto y disgusto en la vida social, la política, y sus relaciones personales. Dos libros en mesas de novedades amplifican y ponen en escena la vieja ilusión de que el universo tiene un plan para nosotros, ya sea el triunfo o la extinción. El primero es Cronología del progreso (Debate, México, 2016) del poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid y el otro tiene uno de los más bellos títulos que uno pueda encontrar: Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2006) del ensayista, profesor y crítico de arte húngaro László Földényi. Ambos nos muestran dos formas de pensamiento completamente distintas, el primero está convencido de que el desarrollo científico, literario, económico e incluso moral es ascendente e imparable, no ha dejado de avanzar desde el Big Bang hasta el día de hoy. Y el otro, pregunta con Dostoyevski, “¿no nos hemos dado cuenta todavía de que los sanguinarios más refinados eran, casi sin excepción, los señores más civilizados?” y afirma que “la libertad no es una función de la felicidad, de la gloria o el éxito, sino que plantea en qué medida es capaz el hombre de experimentar lo ilimitado dentro de su existencia limitada” y para Földényi esa experiencia necesaria no es otra que el sufrimiento. El progreso ha sido seriamente cuestionado por lo menos desde finales del siglo XIX, y el sufrimiento como redención tiene pocos entusiastas en un mundo como el nuestro en que el placer debe ser inmediato y ubicuo. ¿Cómo pueden

entenderse, ya entrados en el siglo XXI, estos evangelios del progreso y del sufrimiento?

DEL PROGRESO Para Zaid, el “progreso es toda innovación favorable a la vida humana”, y con “mentalidad progresista” incluso “la evolución de las especies puede verse como progreso”. El hombre que escribió El progreso improductivo, el mejor lector mexicano de Ivan Illich, el amigo del anarquista catalán Ricardo Mestre, nos asegura que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Es verdad que de tanto en tanto trata de matizar semejante enormidad, pero su tabla del progreso es dolorosamente infantil: allí, lo mismo Annie Hall de Woody Allen que la invención del post it en 1980, el origen de la reproducción sexual que el álbum de los Beatles Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band, son formas equivalentes del progreso. Hay optimismos que no se distinguen de la desesperación. Para Zaid, el progreso comienza justo con el Big Bang, tanto valdría creer en Dios y su fiat lux; comenzar así su

cronología es casi deísta: hay algo allá afuera que sin intervenir vigila que todo haya evolucionado con el único propósito de que los hombres existan. Desde luego, Zaid sabe que el progreso es una idea que aparece en forma de “perfeccionamiento personal gradual en la cultura cristiana del siglo IV”, y lo considera “un mito cristiano tardío”. Y sabe que está asumiendo esa idea “con sentido crítico y sentido del humor”. Pero creo que ni siquiera funciona como broma cósmica: si realmente viviéramos en la punta de lanza del progreso, tal como quiere hacernos creer Zaid, su libro sería completamente inútil, no habría necesidad de arengas. En el fondo, quiere ser un paliativo, un acto de fe en medio de la masacre. A veces, sin embargo, surte el efecto contrario, su optimismo frente a lo que ocurre en el país (para no hablar del universo, ya que Zaid comienza con el Big Bang) parece decirnos: no importa, porque de cualquier modo el progreso avanza. Su énfasis nos invita a la evasión moral: la Inquisición, los gulagues, los campos de concentración, existen, claro, pero son sólo obstáculos en el camino, la


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providencia / progreso nos garantiza un futuro resplandeciente.

DOSTOYEVSKI ROMPE A LLORAR Con diez años de retraso —la edición en español es de 2006— el otro libro que comparte mesa de “novedades” con el de Zaid es Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar de László Földényi. Su libro intenta recrear lo que Dostoyevski pudo haber pensado al leer a Hegel en Siberia; no se trata de una ficción, porque se sabe que durante su estadía de cuatro años de trabajos forzados entabló amistad con el joven fiscal del lugar, de nombre Alexandr Yegorivich Vrangel; Földényi tuvo acceso a los diarios de Vrangel donde narra que él y Dostoyevski hablaban de religión y literatura, y se propusieron estudiar juntos a Hegel. No se sabe qué libro de Hegel eligieron, y allí sí, Földényi imagina que se trató de Lecciones sobre filosofía de la historia universal e imagina también cuál debió haber sido la sorpresa de Dostoyevski al enterarse que justo Siberia, el lugar donde se encontraba, fue condenado por Hegel a quedar fuera de la historia universal: “Primero hemos de dejar de lado la vertiente norte, Siberia. Se halla fuera de nuestro estudio. Las características del país no le permiten ser escenario para la cultura histórica ni crear una forma propia en la historia universal”. A partir de ese punto se abre el abismo: para Földényi como para Dostoyevski no hay progreso sin exclusión, y aunque “el protestante Hegel” supone que cada pueblo al encarnar su propia historia “alcanza su realización, su fama y su felicidad”, para Földényi esto no puede ser posible sin abandonar todo lo que nos hace humanos, es decir, la historia universal hegeliana —y supongo que el progreso zaideano— “se mueve al margen de la justicia, de la virtud, de la injusticia, de la violencia y del vicio, de los talentos, de las grandes y pequeñas pasiones, de la culpa y de la inocencia. Es decir, al margen de todo cuanto llamamos vida”. El progreso como evangelio de la felicidad no puede sino excluir de su programa todo sufrimiento, porque, “la razón no puede detenerse en el hecho de que algunos individuos hayan sido ofendidos; los objetivos particulares se pierden en el general”. (Hegel, Lecciones…). Y es aquí donde Földényi opone al avance triunfal del progreso / historia universal, las ideas de Dostoyevski sobre el sufrimiento. Según Földényi, sólo se puede ser libre por aquello que supera nuestras capacidades, que disuelve nuestra individualidad, y ese disolvente lo provee el sufrimiento y la desesperación. Por ello, para Dostoyevski la gran prueba fue Siberia, porque en la medida en que experimentaba el mayor sufrimiento, operaba en él una mayor liberación y una conciencia más aguda de la necesidad de compasión entre los hombres. Tal es el caso de Dostoyevski, pero en muchos otros la idea de sufrimiento perpetuo frente a la inevitable frontera de la extinción puede convertir al hombre también en un reaccionario, ¿si la especie

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“SEGÚN FÖLDÉNYI, SÓLO SE PUEDE SER LIBRE POR AQUELLO QUE SUPERA NUESTRAS CAPACIDADES, QUE DISUELVE NUESTRA INDIVIDUALIDAD, Y ESE DISOLVENTE LO PROVEE EL SUFRIMIENTO Y LA DESESPERACIÓN.” no tiene futuro, qué impide matar, violar o torturar, si al final en las aguas del abismo víctimas y victimarios intercambian miradas de reconocimiento y acaso de consuelo?, ¿qué sentido tiene la ética si, como los protagonistas de algunos cuentos de Borges —“El jardín de los senderos que se bifurcan” y “La muerte y la brújula”, por ejemplo— en el eterno retorno del tiempo unas veces nos toca ser héroe y otras villano? No todos podemos ser Dostoyevski, ni todos pueden soportar un infierno como el de Siberia y salir redimidos de él. Mientras para Zaid todo es progreso, un avance constante que ni siquiera las peores amenazas —genocidios o pandemias— pueden detener, para Földényi, el progreso significa ni más ni menos que el mal —porque “no existe cuestión política que no oculte cuestiones teológicas”, escribe— y esta fe en la exclusividad de las soluciones científicas, políticas o sociales no puede llevar libertad a los pueblos sino “conquista y colonización”, porque marginar el sufrimiento, ocultarlo para subrayar el progreso “sólo puede llevarse a cabo al precio de los mayores sufrimientos”. Ambas ideas pecan de antropocentrismo. Zaid quiere que el Big Bang no tenga otro motivo que la vida humana en el planeta y Földényi está convencido de que el universo opera en contra de ella. Sin embargo, no sólo es comprensible esta postura, además es inevitable. No podemos pensar fuera de nosotros mismos. Y el antropocentrismo de estas ideas tal vez guarde una fuerza especial. Nietzsche escribe en El crepúsculo de los ídolos: “Los juicios y apreciaciones sobre la vida en pro o en contra, no prueban en último caso que sean verdaderos: no tienen otro valor que el de ser síntomas”. Pero ¿síntomas de qué?

INGENUO Y SENTIMENTAL 0drich Schiller propuso en su ensayo publicado en 1796 Sobre poesía ingenua y poesía sentimental (Icaria editorial, Barcelona 1985) una distinción para describir dos formas activas de pensar el mundo: en primer lugar se encuentran esos genios del pasado como Dante, Shakespeare o Cervantes que son uno con la existencia y como la propia naturaleza son pausados, crueles y sabios. El poeta ingenuo no duda, confía, sabe que el mundo terminará por darle la razón. Su naturaleza “no radica en otra cosa que en ser espontáneamente, en subsistir las cosas por sí mismas, en existir según leyes propias e invariables”. Sus ideas son “son a la vez representaciones de nuestra suprema perfección en el mundo ideal; por eso

nos conmueven de sublime manera”. En cambio, el poeta moderno es un sentimental: atrapado en sus emociones y pensamientos, separado de la naturaleza y huérfano del mundo, cuestiona todo aquello que percibe, incluyendo su propia percepción. Considera su razón “como una maldición y una calamidad”, y no tiene otra alternativa que “aferrarse a la ley con libre conciencia y voluntad o caer sin salvación a un precipicio insondable”. (Ibid.) Sin embargo, lo que me interesa es preguntar qué tanto estas dos visiones son elecciones personales, o si, como se sabe, nadie puede elegir lo que es, y estas visiones son correlatos no de lo que uno sabe sino de lo que uno es. Quiero decir, en estas ideas, sólo parcialmente elegidas, están involucrados los fracasos y las esperanzas, la formación (no hay que olvidar que Zaid es poeta, pero también ingeniero) y en suma todo lo que un autor ha vivido. Me pregunto si estas dos formas de afrontar la existencia surgen lo mismo de un dolor de muelas que de un nieto recién nacido, y como dice Nietzsche, son síntomas, meros gestos teatrales que buscan la afirmación de la especie. No es poca cosa, pues es esencial encontrar una razón para vivir y morir; pero sobre todo, estos manierismos del pensamiento buscan crear un horizonte, intentan escapar de la condena de tenernos como referentes sólo a nosotros mismos: tanto al individuo aislado como al conjunto de contemporáneos, ambos abandonados a la contingencia. En cambio ¡cuánta seguridad nos promete imaginar el progreso!, ¡qué certeza imbatible, y por tanto casi consoladora, la de saber que la extinción nos aguarda! Ninguna de las dos opciones merece desdén: son ficciones necesarias, creaciones de la imaginación para intentar comprender y ofrecernos consuelo. El poeta Wallace Stevens señaló que debemos confiar en alguna ficción: “La creencia final es la creencia en una ficción a sabiendas de que es una ficción, puesto que no hay nada más. La verdad exquisita es saber que es una ficción y creer en ella voluntariamente” (Adagia, Opus Posthumous). Admitir que hemos elegido una ficción que conviene a nuestro carácter, a nuestras aspiraciones, a nuestro personaje social, es acaso una forma de libertad; es reconocer que si bien el universo carece de sentido, nuestra libertad está en imaginar uno, siempre y cuando no nos atemos a él ni queramos imponerlo como la verdad, sino subrayando la importancia del poder de la imaginación antes que la fuerza de su significado: la libertad está en imaginar un destino y en tener el sentido del humor y la secreta cortesía —al menos para uno mismo— de no creerlo. C


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Por

FRANCISCO HINOJOSA

LA N OTA NEGRA

LLUEVE

@panchohinojosah

N

o nací para semilla porque la lluvia, en vez de darme vida, me baja las defensas. Me disgusta tanto ver llover como escuchar un mariachi en la radio a las doce del día o comerme una cucharada de yogurt. En la Ciudad de México la temporada de lluvias empieza en marzo y se prolonga hasta octubre. La mitad del año. Muchos lugares se inundan, el tráfico se vuelve más pesado y la gente evita poner a secar su ropa en el balcón. Y a veces, en cuestión de minutos, huyen las nubes y el sol regresa a evaporar los charcos. Temporada también de huracanes y tormentas tropicales que a veces son noticia y desgracia, y que contrastan con paisajes desolados en los que la sequía impone su ley. Ni siquiera en las películas me gusta que llueva, y eso que sucede con mucha frecuencia. Fue una de las herencias que Cantando bajo la lluvia le dejó al cine mundial, aunque suele llover menos en películas de bajo costo. Llueve a mares en dos películas basadas en libros de Truman Capote: Desayuno en Tiffany’s y A sangre fría. A Woody Allen también le gusta empapar a sus actores: en Match Point y Medianoche en París el agua caída del cielo es también protagonista. Al parecer a los directores de cine les parece más romántico filmar un beso apasionado bajo un aguacero, así como también las disputas entre una pareja, de preferencia sin paraguas que tape la escena. Al mundo distópico igualmente le atraen los chubascos, como en Blade Runner y Jurassic Park. Les da a las cintas un toque de apocalipsis. En la serie de televisión The Killing, ambientada en Seattle, rara vez escampa y da la idea de que vivir

Las Claves

ME GUSTARÍA QUEDARME CON LOS VERSOS DE BORGES: “LA LLUVIA ES UNA COSA / QUE SIN DUDA SUCEDE EN EL PASADO”.

cobijados por un chaparrón permanente es algo normal. Tan solo hay que evocar a la lluvia para que caiga. Ya lo decía Clint Eastwood: “No creo en el pesimismo. Si algo no sale como deseas, sigue adelante. Si piensas que va a llover, lloverá”, y con más razón si hay presupuesto para lograrlo. Las lloviznas fílmicas casi no existen, porque lucen menos, y tampoco las granizadas, por su alto costo de producción. Y cuando se va a grabar un cuadro con lluvia en la calle y resulta que sí llueve, el director decide que hay que repetir la escena con gotas artificiales. Llueve sobre mojado. En las artes plásticas son menos abundantes las lluvias (y algunas de las obras que las incluyen son memorables, como las de Hiroshige y Van Gogh). En cambio es muy raro encontrarse con un paisaje sin nubes, desde las que tienen una presencia simbólica como en la obra de René Magritte, hasta los cielos tormentosos de William Turner o John Constable. Parecería que dejar un cielo en azul es como dejar en blanco un fragmento de la tela. También es una tentación pintar arcoiris, que desgraciadamente necesitan de la lluvia para arquear con colores el paisaje. En la literatura llueve con menos frecuencia que en el cine, a pesar de que resulta mucho más caro hacer llover en una película que en una página en blanco. Quizás unas de las más persistentes estén en Cien años de soledad y en Isabel viendo llover en Macondo, de Gabriel García Márquez. Será porque en Colombia llueve a cántaros, que su amigo y paisano Álvaro Mutis también mojaba las páginas de sus novelas (Ilona llega con la lluvia), poemas (Reseña de los hospitales de ultramar) e incluso su Diario de Lecumbe-

Escena de la película Cantando bajo la lluvia.

rri. Por razones obvias, los dramaturgos evitan hacer que llueva en sus piezas. Ni en Broadway se los permiten. Si acaso, se escucha su caída desde el interior de una casa o es un tema sobre el cual se puede hablar, como en el monólogo de Juan Villoro Conferencia sobre la lluvia. Además de Mutis, muchos poetas le han cantado a la lluvia: García Lorca, Neruda, Vallejo, Gelman, Storni, Benedetti. Me gustaría quedarme con los versos de Borges: “La lluvia es una cosa / Que sin duda sucede en el pasado”. Y ahora precisamente que escribo estas líneas llueve en el presente.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

EL AGUA DISCURRE por las grietas del deseo: humedece todo a su paso. Sombra es la transparencia del agua. Verdad que el pozo aflora desde adentro. El agua irrumpe, cala, llega a la cima y se adueña de los latidos del tiempo. Las aldabas se enmohecen en los preludios del agua. Las puertas no permiten bisagras porque el agua ha hecho morada en los tabiques. Cuesta arriba en los dispendios de la bruma: el agua disuelve la ceniza. El monte le debe su verdor al agua. Zambullirse en las consagraciones del agua para descifrar el augurio del palomo sediento cegado por la grana del mediodía: vidrio que es agua lavando la densidad de los cuerpos erotizados en trémula iniciación. Las maneras del agua, de la profesora e investigadora Minerva Margarita Villarreal (Nuevo León, 1957), resultó ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016. El jurado —Francisco Hernández, Cristian Peña y Armando González Torres— la consideró una “obra con unidad de tono e intensidad sosteni-

da que, a través de la figura de Teresa de Ávila, hace una amplia y original exploración poética”. Empalme y cruzamiento de voces cifradas en tapias de zaguanes de limos aburados por las ascuas. El lector tiene en sus manos un laudatorio de abstraída consumación que hace referencia al adagio de la Séptima Sinfonía de Anton Bruckner. Lo eterno escoltado por la sangre de Dios. Conjuro que brota: arrojo: lava bautizada por la concordia de la devoción. Versículos de espirituales revelaciones sostenidos en ferviente cántico. “Más que asombro / mantequilla líquida penetrando / por no sé qué resumidero / el cuerpo: / Seré una alcantarilla en manos de Teresa / una fiebre de oro de las llagas de Cristo”: la autora de Herida luminosa conforma resquicios de cuencas abatidas por sangre fluyente: delirio cabalgante: ofrecimiento en las aligeras de la avidez. Ciertos reflujos de Ida Vitale se empalman con acentuaciones místicas: la seductora dicción de Villarreal presenta transparentes

bordones y cadencias: adagios y scherzos para ser voceados en coro. “Todo se apaga / ladran perros y siguen / el zumbido veloz / y más dentro las cortinas / el flujo repentino del viento / el latido del sagrario”. Santa Teresa de Jesús en el centro de una espiral parpadeante de sol. Vestirse para desnudarse en los atajos. El silencio del mundo permite que resuenen los Laudes: la muchacha en su celda se adueña del vacío y acepta los dictados del sueño asentidos por Cristo: “Cristo por mi cuerpo / Dentro de mi cuerpo / Cristo por mi sangre / dentro de mis labios: sed saciada porque / Mientras me como esta manzana / Dios viene a bendecirme”. Liturgia de unas horas heridas por lagos de albor que desafían las estaciones y los resguardos. Cuaderno de tersura y también de sombríos designios cercados por una extraña vendimia: cicatrices: abismos en los azares de la palabra. Villarreal ha edificado un almanaque de tinieblas yuxtapuestas, interceptadas por húmedos murmullos.

LAS MANERAS DEL AGUA

Autor: Minerva Margarita Villarreal (Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016) Editorial: FCE, Secretaría de Cultura, INBA, ICA, 2016.


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CONFESIONES DE UN ADICTO A LOS POPPERS

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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esde hace unos años la etiqueta gonzo se puso de moda en la literatura mexicana. Decenas de escritores se colgaron el título a placer. A tal nivel que autodesignarse gonzo en estos días se antoja hasta ñoño. El gonzoperiodismo no se ejerce desde un escritorio. Pocos autores pueden presumir el contar con la calle suficiente para figurar en la categoría. No conozco a nadie que merezca más dicha denominación que Wenceslao Bruciaga. Y jamás lo he escuchado alardearlo. La Wencesloca es un cronista incombustible (explorador del under gay más pedestre y mítico reseñista de conciertos de rock), narrador (autor del libro de relatos Tu lagunero no vuelve más y de la novela Funerales de hombres raros) y columnista incendiario (sostiene “El Nuevo Orden” en el diario Milenio desde hace una década). Una selección de sus columnas acaba de ser publicada bajo el título Un amigo para la orgía del fin del mundo (Discos Cuchillo, 2016), las delirantes confesiones de un adicto a los poppers tatuado, punk, melómano, fan del Santos y gay enemigo del matrimonio entre parejas del mismo sexo. Mientras en la literatura mexicana se desarrolla una batalla campal, becados vs. no becados, antologados vs. no antologados, publicados por transnacionales vs. no publicados por transnacionales, Bruciaga irrumpe con un libro publicado por un sello discográfico. Para demostrar que las letras nacionales no están en bancarrota y que existe vida más allá de la Secretaría de Cultura. Bruciaga está tan afuera de las guerras culturales

EL GONZOPERIODISMO NO SE EJERCE DESDE UN ESCRITORIO. POCOS AUTORES PUEDEN PRESUMIR EL CONTAR CON LA CALLE SUFICIENTE PARA FIGURAR EN LA CATEGORÍA.

El sino del escorpión

que ni siquiera lo tocan. Y no, Un amigo para la orgía del fin del mundo no es un libro autopublicado más. Si lo deseara, su autor podría haberlo colocado en una editorial comercial, hipster o indie. Pero no. Y existe una explicación. No se trata en lo absoluto de golpes de pecho. Se debe a la fascinación de Bruciaga por el under. Educado sentimentalmente en las subculturas, a Bruciaga no le interesa si apareció en tal o cual lista, si se ganó tal o cual beca, su proyecto narrativo prospera alejado de las instituciones. En Milenio, Noisey, Time Out (y tantas otras publicaciones) Bruciaga publica a destajo. Su carácter prolífico es casi incomparable. Y jamás se ha detenido a preguntarse por su permanencia en la literatura oficial o no oficial. Trabaja y en eso se consume su tiempo. Y en las investigaciones que realiza para nutrir sus obsesiones y sus compulsiones (una que otra orgía, no para el fin del mundo, para el principio de la noche). No hay dolo cultural en el arte de Bruciaga, nada de resistencia en el campo de las letras, si existe alguna angustia es la de ser gay en estos tiempos. No se asume literato marginal. Si sufre es por joto. No porque jamás haya tenido la beca del FONCA. Un amigo para la orgía del fin del mundo fue construido a base de fiestas. Parys en las que todas las ganancias se acumulaban para destinarse a la publicación del libro. Nada de crowdfounding. Si algo posee Bruciaga es orgullo. Y una cultura de salir adelante por sí mismo. Como el joto que es. Y no es que pretenda poner un

ejemplo. Pero está claro que no necesita del stablishment. Ha conquistado una legión de fieles seguidores que muchos de los aburridos autores que abundan en el panorama mueren de envidia por atesorar. Cualquiera que haya pasado de la segunda cerveza con Bruciaga se puede cerciorar de que no es ningún personaje. Que detrás de su facha de tipo duro se asienta una auténtica angustia. La angustia de estar vivo. Y para colmo ser gay en México. Todos los textos que publica están impregnados con esta desazón existencial que lo aqueja desde niño. Desde su espacio semanal Bruciaga se ha dedicado a escandalizar (a unos) y deleitar (a otros) con su angustia transpolar. Cúmulo de contradicciones: fan de Morrissey pero come carne; bien jota pero fan de Black Flag; enamoradizo pero practicante de boxeo. Joto y buga que se le ponga enfrente le parte su madre. Y entonces uno se pregunta de dónde saca la fuerza Bruciaga que siempre ha peleado a la contra. De su amor por el rock & roll. De su devoción por la música. Es puro corazón. Y con eso y un par de güevos ha conseguido varios de los relatos más entrañables de la Ciudad de México. Y varias de las columnas más explosivas de la prensa escrita. El astro rey de la Zona Rosa. Si existe un gonzo en México es Wenceslao Bruciaga. C El libro Un amigo para la orgía del fin del mundo se presenta el martes 9 de agosto en la Ciudad de México a las 7 p.m. en Sodome (Mariano Escobedo 716).

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

La barbarie sentimental estadunidense ENTRE GLOBOS, luces y música pop, la demagogia asciende hasta el nido del escorpión en lo alto del muro. Nada acalla la estridencia de las elecciones en Estados Unidos, donde el más ofensivo neofascismo se enfrenta al más ofensivo neoliberalismo. El venenoso no se engaña: ese país es gobernado por oligarcas de Wall Street, grandes financieras y corporaciones gigantes, todos beneficiarios de la crisis hipotecaria y financiera de 2008. El arácnido perfila el combate: En la esquina republicana, el demagogo multimillonario aprovecha el miedo al terrorismo, el enojo de los trabajadores desplazados por el libre comercio, el odio hacia los ilegales y los musulmanes, el desprecio a la política y aún el temor de esa nación a no alcanzar su destino (manifiesto), para proponer una solución violenta e impolítica.

En la esquina demócrata, una candidata de poco fiar, con mandíbula de cristal y convertida de pronto al populismo más gringo, pretende unir a los grupos sociales, tender puentes y derribar barreras para los trabajadores, la clase media, los afroamericanos y las mujeres a quienes treinta años de neoliberalismo no han ayudado. Con el logro de ser la primera mujer candidata a la presidencia, promete (In God we trust) no beneficiar más a Wall Street ni a los “millonarios paquetes de intereses” patrocinadores de su campaña. La descomunal explotación del sentimentalismo popular de ambos candidatos parece buscar la legitimación de las emociones como un valor de humanización ante la frialdad de la razón. “No pienses, ¡siente!”, parecen decirnos, como sucede en todas las elecciones, pero ni el

neofascismo ni el neoliberalismo evitarán la crisis (capitalista) de una sociedad armada hasta los dientes, racista y paranoica ante el fin de su hegemonía. En su libro de ensayos Un encuentro (Tusquets, 2009), Milan Kundera escribe sobre la barbarie sentimental y cita a Jung: “El engaño al cual nos conducen los sentimientos ha adquirido proporciones realmente inconvenientes. Pensemos en el papel del todo catastrófico de los sentimientos populares en tiempos de guerra. La sentimentalidad es la superestructura de la brutalidad”. Antes de reptar a su resquicio en el muro, el alacrán advierte en el ejemplo electoral de Estados Unidos una muestra de cómo la barbarie sentimental revela ser una superestructura de la brutalidad, siempre presente en el odio, la venganza y las victorias sangrientas. C

NI EL NEOFASCISMO NI EL NEOLIBERALISMO EVITARÁN LA CRISIS DE UNA SOCIEDAD ARMADA HASTA LOS DIENTES.


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ALONDRA DE LA PARRA “TODA MI VIDA ES MÚSICA” Alondra de la Parra es una musa con suerte. Nació en Nueva York, en 1980, y muy pronto llegó a la Ciudad de México. A los cinco años de edad comenzó a tocar el piano y el chelo: “¿Cómo era posible que toda esa gente en las orquestas hiciera lo mismo, al mismo tiempo?”, se preguntaba Alondra en su infancia cuando asistía a los conciertos con sus padres. Sus estudios formales comenzaron en el Centro de Investigación y Estudios de la Música (CIEM) y continuaron en la Manhattan School of Music. Una suma de talento, disciplina y suerte la llevaron a estudiar

con eminencias de la música sinfónica como Kurt Masur, Simon Rattle, Marin Alsop, Michael Charry o el suizo Charles Dutoit, quien la puso al frente de la Filarmónica de Buenos Aires con apenas veinte años de edad. De la Parra fue la primera mujer en dirigir en Nueva York, hoy son más de setenta las orquestas que ha presidido en el mundo. Los reconocimientos que ha recibido, son innumerables. En días pasados dirigió a la orquesta italiana de la Academia Nacional de Santa Cecilia, con el violinista David Garrett como solista, y desde Roma nos concede esta entrevista.

Por

ESGRIMA

¿Existe un sello Alondra de la Parra en la música? No me siento acreditada para definirme, eso es mejor que se los pregunten a los músicos, a la audiencia o los críticos. Lo que sí me gusta es hacer todo lo posible por alcanzar la perfección. Sí soy exigente, pero sólo para lograr eso: la perfección. ¿Qué representa ser mujer en la dirección de orquesta? Cada vez hay más mujeres que lo hacen. Pero la dificultad de esta profesión no tiene nada que ver con si eres mujer o no. Es una labor dura y difícil, en la que inviertes muchas horas de estudio y trabajo, en la que debes aprender a caer y levantarte. No es un asunto específico de género. Tiene sacrificios. Es una carrera muy larga que va paralela a la vida; entre más vives, más herramientas tienes para comunicar, sentir; más horas frente a una orquesta te permiten tener más experiencia y conocimiento para ser mejor. El director de orquesta nunca llega adonde quiere llegar y siempre está en constante desarrollo. En mi caso, por lo menos durante diez años de mi vida no tuve ni un solo fin de semana libre. Ahora ya puedo darme mis pausas, pero sigo en desarrollo. Su pasión se deja ver siempre en el escenario. Es como una explosión. Un director de orquesta te puede gustar o no físicamente, pero lo que destaca es su trabajo intelectual, auditivo y de inspiración para mover a toda una orquesta... Aunque el lenguaje de la música es universal, ¿existen diferencias cuando está frente a orquestas de ciertos países? De alguna forma es igual y también

HACE DIEZ O DOCE AÑOS, ANTES DE QUE YO FUNDARA LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE LAS AMÉRICAS, NADIE TOCABA MÚSICA LATINOAMERICANA.”

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ALICIA QUIÑONES diversa. Influye la cultura y la forma de ser de la gente: si son extrovertidos o introvertidos. Me ha tocado dirigir orquestas en las que ningún músico habla y otras en las que es imposible callarlos. La disciplina y la manera en que se comunican cambia totalmente la percepción de la ejecución, y de eso también se trata el trabajo de un director. Trabajé con la Orquesta de la Scala de Milán y ahora con la Academia de Santa Cecilia, considerada la mejor orquesta de Italia, con una gran tradición, pues ha sido dirigida por los mejores directores que se pueden nombrar. Me honra formar parte de esa lista. ¿Cómo se prepara Alondra de la Parra? Siempre es distinto, aquí, en Italia, debo preparar las partituras y estructurar los ensayos con el objetivo de dar un gran concierto. Me emocionó tener como solista a David Garrett, muy reconocido y con quien nunca había tenido el gusto de trabajar. Algunos repertorios me entusiasman más que otros, como el de la Academia de Santa Cecilia, que incluyó Carmen de Georges Bizet, el Concierto para violín de Tchaikovski (uno de los primeros que dirigí en mi vida), y cerramos con un programa latinoamericano que me emociona: Huapango, de José Pablo Moncayo, y Danzón número 2, de Arturo Márquez. ¿En qué lugar se encuentra la música latinoamericana? Hace diez o doce años, antes de que yo fundara la Orquesta Filarmónica de las Américas, nadie tocaba música latinoamericana y eso me preocupaba mucho. Así me di a la tarea de fundar esa orquesta, pues quería crear un espacio, una plataforma para que la gente escuchara esta música. Simultáneamente sucedieron muchas cosas, se crearon nuevos

sistemas y escuelas de difusión. Han surgido personajes en la música clásica que están interesados en ese tipo de composiciones, como Rolando Villazón, Gabriela Montero y Daniel Barenboim. Hoy la difusión de la música latinoamericana es mucho mejor, tiene más presencia, aunque sigue siendo mínima en comparación con lo que se hace, y mi propósito como directora es promoverla. ¿Estamos a la altura de un repertorio “tradicional”? Claro. Esta música necesita estar en el repertorio estándar de cualquier orquesta. No es diferente. Cuando me toca hacer este tipo de repertorios, suele ocurrir que el público se exalta: se levantan, gritan, tienen una reacción extraordinaria. Pero esas reacciones no se deben a que el público sea conocedor de la música latinoamericana, tenga un gusto especial o tenga la percepción perfecta para apreciarlo: se debe simple y sencillamente a una reacción natural que es muy emocionante. ¿Qué momento fue decisivo en su obsesión por la música? En casa siempre hubo música: clásica, ópera y popular, y nos llevaban a conciertos. Para mí, ser músico era lo más alto a lo que uno podía aspirar. Inicié con el chelo y el piano, pero me empecé a enamorar del sonido de la orquesta, me causaba una curiosidad tremenda la dinámica que seguía un grupo de gente en el cual todos hacen lo mismo al mismo tiempo. La música ha sido parte de mi vida desde siempre. Toda mi vida es música. ¿Qué hará después de Italia? Iré a Alemania para dirigir la Orquesta de Cámara de Bremen y la de la Radio de Berlín y después a Suecia. Voy a hacer mi debut en Inglaterra con la Filarmónica de la BBC, en Manchester. Después iré a Francia y, por último, a Australia, donde está la Queensland Symphony Orchestra que actualmente dirijo.


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