MALCOLM LOWRY
UNA CARTA, UN POEMA
CARLOS VEL ÁZQUEZ
ALL MY FRIENDS ARE STILL DEAD
FERNANDO IWASAKI
NECROFILIA LITER ARIA
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
VISTA DE OTRO AMANECER EN EL TRÓPICO Leonardo Padura:
“L A POLÍTICA CONTAMINA” Rubén Cortés:
MEMORIA PERSONAL DE CUBA
NOSTALGIA SIN LÁGRIMAS | ESTEBAN MACHADO ACRÍLICO SOBRE TELA | (COLECCIÓN PRIVADA) | 2013
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Cuba ha ocupado en días recientes los titulares informativos a causa del reinicio de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, luego de 54 años de interrupción y bloqueo económico. Asimismo, este domingo 26 de julio se conmemora en la isla el Día de la Rebeldía Nacional, 62 aniversario del asalto al Cuartel Moncada, preludio de la Revolución Cubana. A las vicisitudes de ese largo intervalo se refieren los textos centrales de esta edición de El Cultural.
L E O N A R D O PA D U R A “ L A P O L Í T I C A C O N T A M I N A” ENTREVISTA DESDE LA HABANA POR MARIO VIZCAÍNO SERR AT FOTOS: ERNESTO MASTRASCUSA
A
penas despunta la mañana, un vendedor hace asomarse a la puerta a Leonardo Padura para proponerle alimentos a mejores precios que en la red de mercados estatales y de cooperativas. El Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, en shorts y sin camisa, conversa con él desde la planta alta de la casa, lo atiende amablemente, a pesar de que se le hace difícil escucharlo por encima del atronador ruido de camiones y ómnibus que parecen hundir la avenida principal de Mantilla, un barrio pobre de la periferia de La Habana donde Padura nació hace 59 años. No le compra nada y se despide de él. Agradece que me haya adelantado treinta minutos para la entrevista y me invita a conversar en la habitación donde escribe, rodeada por un librero en el que se mezclan las ediciones extranjeras de sus novelas con obras de cabecera como Tres tristes tigres, de su coterráneo Guillermo Cabrera Infante. El día anterior respondió 43 mensajes de correo electrónico, pero esta mañana tiene más por con-
testar. Termina el último: “Espérame un momento, por favor, para traerte agua y café”. Se muestra apurado, ansioso, y se queja de que hace tres meses tiene detenida su nueva novela, sobre los cubanos más pobres, por exceso de compromisos relacionados con el trabajo. Así y todo, aceptó la ansiedad extra del protocolo y la atención, aunque sean mínimos, que conlleva recibir a un periodista en casa: El premio Princesa de Asturias, que antes merecieron Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Carlos Fuentes, ¿pudiera ser desfavorable, si no logras llenar las expectativas de lectores y editores, que deben aumentar a partir de ahora? Es un premio que deja caer un peso sobre los hombros. Me ocurrió cuando me dieron el Roger Caillois en 2012, que también recibieron Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Álvaro Mutis. El Príncipe de Asturias —Princesa de Asturias a partir de ahora— es como el Nobel que concede España a distintas manifestaciones y a escritores de todas las lenguas. Por lo tanto significa una responsabilidad.
DIRECTORIO
El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
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CONSEJO EDITORIAL
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¿En qué novela trabajas ahora? Regreso al policiaco clásico, con una estructura menos ambiciosa que las anteriores. Tiene que ver con un problema social muy agudo y del cual se ha hablado poco: la nueva estratificación de la sociedad cubana. Ya no es aquella sociedad homogénea de los años ochenta, de cuando éramos jóvenes, cuando más o menos todos éramos iguales, o como dice George Orwell, unos más iguales que otros. He visitado y conversado con personas que viven en lo que llaman comunidades emergentes, que vienen del oriente del país, se plantan en el espacio que encuentran y empiezan a vivir en condiciones infrahumanas. Me interesa hacer esa reflexión social sobre qué está ocurriendo en Cuba. ¿Regresa Mario Conde? Un Mario Conde que cumple sesenta años de edad, los mismos que yo cumplo en octubre próximo. ¿Es cierto que Ricardo Pascoe, ex embajador de México en Cuba, te sugirió escribir El hombre que amaba a los perros? No. Esto fue una fusión de muchas cosas que me pasaron y estaban en el ambiente: la primera visita que hice a la casa de Trotsky en México en 1989, saber que Mercader había vivido en Cuba, algunas lecturas sobre la guerra civil, la situación de los asesores soviéticos en Cuba. En fin: cosas que fueron cristalizando hasta que escribí la novela. ¿Te impones límites de expresión en tu trabajo? Cuba tiene un sistema político en el que, como el Estado es el dueño de todos los medios de producción cultural, el escritor, en buena medida, escribe para editoriales que establecen sus límites de lo que es permisible. A partir de los años noventa, cuando se produjo la gran crisis económica, se creó un espacio entre esas instituciones culturales y los artistas. No había papel, ni lienzo, ni electricidad para las obras de teatro, por lo tanto era imposible producir la cultura. Los escritores tuvimos la posibilidad por primera vez de contratar los libros con editoriales extranjeras. Yo ya estaba tratando de escribir una literatura distinta, tanto, que la primera edición de Pasado perfecto sale en México en 1991. En Cuba cuatro años después. Yo traté de llevar a los extremos lo que podía y necesitaba decir en cada momento. Hay un sector de la realidad cubana que no he tocado: la política pura y dura. Porque la política es cambiante y contamina la obra de arte poniéndola en función de intereses que no son artísticos o sociales. He tratado de hacer una literatura con una mirada social en la que la política sea una lectura posible, no una presencia manifiesta. Eso me ha dado una gran libertad, que se complementa con el hecho de que tengo mis editores fuera de Cuba. Cuando terminé en 2001 La novela de mi vida, que contiene una reflexión fuerte sobre el destino de la nación, el arte cubano, el ser cubano, senté a Lucía, mi esposa, en ese sofá, y le dije: "Ya terminé la novela, pero tengo que decirte algo porque tiene momentos bastante fuertes. Hay tres posibilidades. Una: que la guarde hasta que lleguen tiempos mejores. Dos: que trate de modificar las partes más urticantes. La tercera es enviarla para la editorial así, que
El escritor Leonardo Padura en su casa del barrio de Mantilla, en La Habana.
“CUBA TIENE UN SISTEMA POLÍTICO EN EL QUE, COMO EL ESTADO ES EL DUEÑO DE TODOS LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN CULTURAL, EL ESCRITOR, EN BUENA MEDIDA, ESCRIBE PARA EDITORIALES QUE ESTABLECEN SUS LÍMITES DE LO QUE ES PERMISIBLE.” es como me interesa que quede". Lucía me hizo ver que era una decisión mía. "Pero tengo que tomarla de acuerdo contigo porque esto puede traer consecuencias, le advertí". Y ella me dijo: "Yo asumo contigo las consecuencias. Y mandé la novela para la editorial". Ha llegado el momento de que los artistas cubanos expresemos lo que necesitamos expresar desde nuestra perspectiva. Una novela como El hombre que amaba a los perros toca temas que la literatura cubana no había planteado o lo había hecho de manera colateral. Y el libro fue publicado en Cuba y ganó el Premio de la Crítica. Lo que sucede es que por escribir como escribo y de lo que escribo recibo un tratamiento especial: el silenciamiento, la invisibilidad. Ahora, con el Premio Princesa de Asturias, se ha hecho evidente. ¿De qué manera? El Instituto del Libro me mandó un presente, pero el Ministerio de Cultura no ha reaccionado, tampoco la presidencia de la uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). El periódico Granma publicó una nota de 174 palabras. Pero asumo esa consecuencia a partir de las causas que provoco con la literatura que escribo, que es la que debo escribir, necesito escribir y con la que trato de dejar constancia de una relación con una sociedad en la que he vivido toda mi vida, en cuyas complejidades, absurdos, beneficios, he estado metido siempre, y eso, por supuesto, como escritor y como ciudadano, me permite tener opiniones sobre esa sociedad. Entonces, no tocar la política pura y dura, como dices, ¿es también una forma de protegerte? No, no. Es que no lo necesito. Jamás escribiría, como Norberto Fuentes, una
autobiografía de Fidel Castro. Ni como Zoe Valdés. No me interesa convertir la literatura en plataforma de denuncia política. La literatura tiene que aprovechar otras posibilidades. Si eres escritor tienes que controlar la política para que no sea un elemento que vicie el trabajo literario. Y las tensiones que tu literatura debe crearte en tu relación con las instituciones cubanas, ¿cómo las resuelves? Escribiendo y tratando de olvidarme de ellas. De vez en cuando un entusiasta de extrema izquierda me vira los cañones y me dispara. Lo asumo también como parte del juego en el que estoy porque yo doy los pretextos para que ellos puedan tener esas actitudes. Cada vez que empiezo a escribir una novela me hago una pregunta: para qué voy a hacerla. Siempre le busco a cada libro la relación que tendrá con mi sociedad. Porque las primeras ediciones de mis libros son en España, se traducen a no sé cuántos idiomas, pero en Cuba, que es donde está mi lector fundamental, se publican con muchas dificultades y en ediciones pequeñas. Los demás son una bendición adicional y económica porque me permiten dedicarme cinco años a escribir El hombre que amaba a los perros. Y el hecho de que varios de mis libros hayan ganado en Cuba el Premio de la Biblioteca Nacional Puerta de Espejo al libro más leído, gracias a la red de bibliotecas, es un orgullo tremendo. Intelectuales que se fueron de Cuba te señalan como alguien astuto que sabe criticar hasta un límite, como se dice en Cuba: que sabe nadar y guardar la ropa. ¿Qué les dirías? A veces entiendo que dentro de Cuba haya críticas políticas, escondidas tras el ropaje literario, de mis libros. Pero hay
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“EN LOS AÑOS NOVENTA PENSARON IRSE DE CUBA HASTA LOS GORRIONES. EN AQUEL TIEMPO DE POCA COMIDA, TRAS RECORRER TREINTA KILÓMETROS EN BICICLETA Y LLEGAR A CASA Y ENCONTRARTE QUE NO HABÍA ELECTRICIDAD, LO PRIMERO QUE YO DECÍA ERA: ‘ME VOY PAL CARAJO, NO AGUANTO MÁS’.” escritores fuera que se han dedicado a criticar todo lo que hago por la razón que lo hago aquí. Y te digo con honestidad: no me da ni frío ni calor. A veces los leo, a veces no. No significan nada en cuanto a mi estado de ánimo, creativo, de vínculo con la recepción de mi obra. En el fondo hay razones personales turbias. Es muy fácil desde fuera del agua decirte: tú pones un brazo delante y uno detrás y así avanzas mucho. ¿Por qué estás nadando como si fueras un perrito? Y lo cierto es que cada cual nada como puede y en el agua que puede. O como quiere y en el agua que quiere. Y yo estoy escribiendo la literatura que quiero, como quiero, y no me hace mella ese tipo de crítica. ¿Nunca pensaste irte de Cuba? En los años noventa pensaron irse de Cuba hasta los gorriones. En aquel tiempo de poca comida, tras recorrer treinta kilómetros en bicicleta y llegar a casa y encontrarte que no había electricidad, lo primero que yo decía era: “me voy pal carajo, no aguanto más”. Pero decidí que tal vez esa situación tan adversa podía ser beneficiosa para mi trabajo. Lo que hice fue escribir como un loco para no volverme loco. Y entre 1990 y 1995 hice tres novelas y un ensayo sobre Carpentier. ¿En aquellas condiciones? En aquella locura. Y con el primer dinero que gané me compré una computadora. Si no me fui en ese momento no era lógico hacerlo después. Yo tengo un sentido de pertenencia muy fuerte: a Cuba, a La Habana, a la cultura cubana, pero en esencia a esta casa y a este barrio, donde he vivido siempre. Y eso me da un peso específico que no tengo en otro lugar. Y además: un escritor desgajado de una cultura y una memoria pierde un elemento esencial al hacer literatura. (La casa de Leonardo Padura es un hogar acogedor y confortable, sobrio en la decoración y con obras de arte, aunque él no ha comprado ninguna. “Yo no compro cuadros, no tengo hijos, así que a quién se las voy a dejar. Me las han regalado ellos, que son mis
amigos y con quienes también a veces tengo vínculos de trabajo.” Como huella de esa amistad, de las paredes cuelgan dibujos y pinturas, entre otros, de Arturo Montoto, Zaida del Río, Arturo Cuenca, Roberto Fabelo, este último con la acuarela que sirvió de portada a la edición española de Máscaras. También le hizo un retrato a su amigo escritor. “A veces maldigo esto por el calor, el ruido, la gritería, pero al final me reconcilio con esas cosas y no me hallo viviendo fuera de esta casa ni de este barrio”.) ¿Qué piensas sobre Pedro Juan Gutiérrez, el otro escritor cubano muy bien vendido fuera de la isla? Es auténtico, ha trabajado muy duro su literatura. Encontró un espacio casi inexplorado, ese mundo más sórdido de La Habana, y lo explotó tan bien que se convirtió en una moda. En su estilo y su medida, le pasó lo que a Gabo y Cien años de soledad, que enseguida empezaron a aparecer los que escribían como él. Y aquí aparecieron los que escribían como Pedro Juan y hacían “realismo sucio” como una moda, creyendo que si él había triunfado, ellos también podían. Sé, por lo que he conversado con él, que se está replanteando su creación, sus intereses estéticos y sociales; no sé para dónde irá en los próximos libros, pero confío en que tenga la capacidad de abrir su diapasón y continuar siendo auténtico. ¿Qué opinas del gran optimismo, dentro y fuera de Cuba, por el proceso de restablecimiento de relaciones con Estados Unidos? Has dicho que será muy difícil volver a poner a trabajar a los cubanos. ¿Eres pesimista? Soy optimista con cualquier proceso de distensión entre Estados Unidos y Cuba porque es beneficioso para la isla. Una relación económica más o menos normal será buena también, y aunque en un primer momento esos
beneficios estén en una superestructura, de alguna manera bajarán a esa sociedad que trato de reflejar en la novela que estoy escribiendo. Pero ese proceso no será la varita mágica que cambie al país. Al menos en las condiciones actuales. De ahí la lentitud del proceso, el hecho de que el gobierno cubano mantendrá el control económico fundamental. Trato de ver la parte positiva en que hay menos tensión entre ambas naciones, pero dudo del modo en que funcionará Cuba y cómo reaccionará el cubano frente a otras disciplinas, exigencias, de una sociedad más competitiva. También es cierto que personas que no trabajaron en Cuba durante veinte años al llegar a Miami o Madrid se convirtieron en trabajadores ejemplares. Aquí se han deformado la ética y la disciplina laborales bajo el principio de que el Estado hace como que le paga al trabajador y el trabajador hace como que trabaja. Y el proceso de lo que aquí se llama “actualización del modelo económico”, ¿te parece bien? El signo es la lentitud. En las esferas más altas de gobierno se dice que no tenemos prisa. Yo pienso, y es mi opinión, que habría que apurarse para hacer las cosas. La razón que se aduce oficialmente es que se trata de no cometer errores, pero venimos de una larga cadena de errores económicos y ahora siento que se debe acelerar la posibilidad de reformulación económica de la estructura cubana si se quiere salvar el proyecto. Un caso muy sensible: internet. A cada rato se da un pasito que nos acerca a lo que fue cualquier país en los años noventa. Y una sociedad no puede desarrollarse si no está en el ritmo de su tiempo. Ha habido cosas muy importantes, como la eliminación del permiso de salida del país, un derecho que nos habían despojado durante muchos años y se le devolvió a la gente. Nos movemos entre avances, retrocesos y lentitudes.
“VENIMOS DE UNA LARGA CADENA DE ERRORES ECONÓMICOS Y AHORA SIENTO QUE SE DEBE ACELERAR LA POSIBILIDAD DE REFORMULACIÓN ECONÓMICA DE LA ESTRUCTURA CUBANA SI SE QUIERE SALVAR EL PROYECTO.”
Padura, en su casa cubana, donde piensa seguir viviendo pese al “calor, el ruido y la gritería”.
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MEMORIA PERSONAL DE CUBA Una infancia en la isla, durante el régimen de Fidel Castro, alimenta esta evocación de la provincia de Pinar del Río, en un entorno dominado por la Gran Utopía de la Revolución Cubana. Desde el registro de la vida familiar hasta el racionamiento y la opresión de la vida pública bajo una dictadura que el tiempo endureció, este relato forma parte del libro con el mismo título que publicará en breve Ediciones Cal y arena.
Rubén Cortés H AC E R L E U NA M I E R DA A U N T I P O
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lguna vez en el barrio se corrió la voz de que se había escapado un recluso de la penitenciaría situada a cinco kilómetros río arriba. Sólo se hablaba del “negro fugado”: si era un preso, “tenía que ser negro”. Un amanecer fui con el viejo a arrear a las vacas al río para que abrevaran, en ese momento de la aurora que los guajiros llaman “entre dos luces”, cuando el carboncillo de la madrugada empieza a ser lavado por el naranja claro de la alborada, que en el occidente cubano es un proceso apacible, sólo alterado por el trino de los tomeguines del Pinar, los primeros pájaros en despertar en el campo de la isla. En el río se estaba bañando un hombre. Había nadado hasta un meandro y allí se solazaba en el agua todavía limpia del río Guamá, que en pocos años se transformaría en un cauce de aguas albañales porque los desperdicios de las fábricas, hospitales y escuelas que construía con ahínco la Gran Utopía eran vertidos sin sentido ecológico en el río que había dado nombre a la provincia, que en principio los colonizadores habían llamado Nueva Filipina, pero al final nombraron Pinar del Río. La ciudad se formó en las márgenes del río, que entonces estaba sombreado por pinos. En mi familia, aquel río era “el río”, un personaje más que un fenómeno geográfico. En él aprendí a nadar a una edad imprecisa antes de ir a la escuela. Aún, cuando voy a la playa, provoco que me entre agua por la nariz para revivir mi primera sensación bajo el agua: un resfrío agudo entre las fosas nasales mientras buscaba ansioso la superficie bruna del agua cubierta de sol. En una de mis primeras fotos aparezco cruzando el río, en 1965. Tengo un año de edad, me han cubierto la cabeza con una boina y mi padre me lleva a lomo de caballo, rodeándome con su brazo derecho, en tanto con el izquierdo lleva las riendas. Detrás, se ve nuestra vaca y las ramas de una ceiba. El hombre blanco que se estaba bañando en el río no era del barrio, pero nos saludó con alegría. Yo había tirado
“EN UNA DE MIS PRIMERAS FOTOS APAREZCO CRUZANDO EL RÍO, EN 1965. TENGO UN AÑO DE EDAD, ME HAN CUBIERTO LA CABEZA CON UNA BOINA Y MI PADRE ME LLEVA A LOMO DE CABALLO, RODEÁNDOME CON SU BRAZO DERECHO, EN TANTO CON EL IZQUIERDO LLEVA LAS RIENDAS. DETRÁS, SE VE NUESTRA VACA Y LAS RAMAS DE UNA CEIBA.” la pita para ver si pescaba algo, porque en la noche no hubo luz de luna y yo sabía que por eso los peces saldrían a comer en la mañana: la oscuridad no les había dejado encontrar comida. El hombre dijo que haría que los peces fueran hacia mí y chapoteó hasta nuestra orilla. “Coño”, confesó con una sonrisa que le llenó la cara, “hace siete meses que no me baño con jabón, lo
que yo daría por bañarme con jabón”. Entonces el viejo me ordenó que fuera a la casa y trajera el jabón. Expresó “el jabón” porque en la casa nada más había uno, el que mensualmente vendía la Gran Utopía por familia a través de la libreta de racionamiento establecida por el Che Guevara en 1962. Traje el jabón, que era Nácar, la única marca que producía la Gran Utopía, y el hombre
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“CUBA EMPEZABA A DETERIORARSE EN LO ÉTICO, LO MORAL Y LO MATERIAL A PASOS DE GIGANTE, TRAS LA CAÍDA DEL BLOQUE COMUNISTA DE EUROPA DEL ESTE EN 1990, CUANDO SURGIÓ LA PLAGA DE LA PROSTITUCIÓN Y FUE MAYOR LA SIMULACIÓN POLÍTICA.” lo gastó como sólo podía gastarlo alguien que no se bañaba con jabón hacía siete meses. El agua se cubrió con las pompas de espuma y tuve la sensación de que mi pesca había fracasado porque los peces se iban a envenenar. El hombre salió desnudo del río y se vistió con un pantalón y una camisa de color azul que estaban ocultos entre la yerba de guinea, de donde salió un tropel de esas palomitas tan cubanas que son las tojosas, y su vuelo atropellado describió una mancha punteada por el color café de sus plumas, que parecía el reflejo de una sombra o más bien la sombra de una sombra. El pantalón del hombre tenía una raya clara a los lados. Era el preso escapado. Cuando se perdió entre el naranjal del otro lado del río, le pregunté al viejo por qué le había regalado el jabón si el hombre era “el preso escapado”. El viejo se encogió de hombros y me respondió: “En la cárcel le hicieron una mierda. No le daban jabón”. Pocos días después, se supo en el barrio que habían capturado al preso huido. Mi padre no hizo ningún comentario. Yo tampoco. Pero jamás he tirado un resto de jabón, sin importarme tiempos de escasez o de bonanza: cuando el jabón está delgado como una lasca de madera aserrada, lo mojo y lo pego a la barra que voy a empezar a usar. Nunca olvido que conocí a un hombre que escapó de la cárcel sólo para poder bañarse con jabón.
E L A MOR T OD O L O E SP E R A Fue un contrasentido, pero al viejo le llegó la felicidad plena que llega en la vejez mucho antes de cumplir cincuenta años, la edad en que los hombres se despiden de la juventud. Estaba en el momento de tener un primer nieto de alguno de sus hijos, que pasábamos la veintena, pero sin planes de procrear. Las autoridades médicas lo jubilaron, a su temprana edad, por el avance del polvillo letal que trituraba sus pulmones, y quedó para cuidar las vacas en las márgenes del río y criar en casa canarios, tomeguines y palomas. En eso, llegó a la familia un nuevo miembro: mi primo Damián, el segundo hijo de mi tía materna Dania, quien se lo dio a cuidar a mi madre desde los cuarenta y cinco días de nacido porque no quiso inscribirlo en los círculos infantiles donde la Gran Utopía adoctrinaba a los niños de las madres trabajadoras del
Estado. Damián se convirtió, de facto, en el primer nieto de mis padres. Fue un segundo aire de felicidad para ambos, los devolvió al tiempo de las respuestas. Mami lo disfrutó hasta la adolescencia: murió cuando tenía trece años. El viejo lo vio crecer como su hijo menor hasta casi la treintena y siempre lo llamó por el nombre que le puso a los cuarenta y cinco días de nacido: Mimo. Fueron muy cercanos. El viejo le enseñó pequeñeces que hacen la felicidad, aunque parezcan aburridas: siempre le advertía que las personas aburridas pueden ser muy felices porque no se la pasan inventando sufrimientos, o haciendo sufrir a los otros. Mi padre lo preparó para admirar el vuelo de un pájaro y apretar las tetas a una vaca, sembrar plátanos y lechuga, montar bicicleta, atarse los cordones de los zapatos, tomar café para que le diera sueño, echarse leche de ítamo real en la boca para curarse los fuegos. Damián se fue a vivir a Miami cincuenta y cinco días antes de la muerte del viejo: las únicas lágrimas que humedecieron su inmediato ascenso de emigrado (salario mensual de dos mil dólares, coche marca Toyota Corolla 2007, departamento en Kendall...) fueron las de despertar en medio de la madrugada sudando a chorros y llorando por no haber podido ser uno de quienes levantaban antorchas en la noche para que los enterradores pudieran introducir el ataúd del viejo en la bóveda a la que casi todos los domingos acompañó en vida a poner flores a sus muertos. No olvidó nunca: fue el viejo quien le reveló en su infancia aquellas cosas que sólo un hombre limpio podía enseñar en una Cuba que empezaba a deteriorarse en lo ético, lo moral y lo material a pasos de gigante, tras la caída del bloque comunista de Europa del Este en 1990, cuando surgió la plaga de la prostitución y fue mayor la simulación política de aplaudir en la tarde los discursos oficiales y huir en la noche sobre cámaras de camión hacia el sur de la Florida; la deslealtad de los amigos que vendían a otros a la Seguridad del Estado por un viaje al extranjero que les permitiese traer jabón de baño y pasta dental para su familia; y hasta algunos casos de familiares que facilitaban su cama a sus hijas casi adolescentes para que se acostaran con extranjeros por unos cuantos dólares o comida comprada en tiendas para diplomáticos. Esos años fueron también de venganzas y humillaciones fermentadas
en la manzana podrida del éxodo del Mariel, en la primavera de 1980. El 5 de abril, diez mil personas irrumpieron en la Embajada de Perú en La Habana solicitando asilo diplomático. El gobierno cubano aceptó la posibilidad sólo si sus familiares del sur de la Florida acudían a recogerlos al Puerto de Mariel, a cien kilómetros de Pinar del Río. Abandonaron el país 125 mil personas, entre las que se fueron por su voluntad y las que metió de contrabando el gobierno en las embarcaciones para desembarazarse de lo que consideraba “escoria de la sociedad”: homosexuales, enfermos mentales, presidiarios condenados por asesinato y violación. La gente fue obligada en los barrios a tirar piedras y huevos a quienes eran recogidos en sus casas por vehículos militares para trasladarlos al Mariel. Tres lustros después, cuando los que se habían quedado no tenían ni huevos para comer y la falta de electricidad los obligaba a dormir en los techos de sus casas para mitigar el calor, el gobierno permitió a “la escoria” regresar a la isla para recaudar divisas a sus arcas exiguas. En aquellos tiempos, los tanqueros de petróleo que venían de Europa debían esperar semanas en el puerto de La Habana hasta que carros de la policía sacaban el dinero de las cajas de los hoteles para turistas. Así juntaba el gobierno los dólares necesarios para pagar la carga de crudo. Aviones Britania de la Segunda Guerra Mundial decolaban por la mañana en La Habana a comprar en Bahamas las verduras que ofrecían los hoteles a los extranjeros en el almuerzo, porque en Cuba no crecían ni los tomates. Muchos de los apátridas del Mariel, despedidos a huevazos en 1980 no encontraron, al volver de visita, mejor manera para desagraviarse que ir a las tiendas para extranjeros y comprar huevos y llevarlos hasta la puerta de las casas de quienes los ofendieron en su estampida: “Toma, son los huevos que me tiraste en el año 80, ¡muerto de hambre!” Fueron vergüenzas sufridas por quienes se quedaron entonces. Los que se fueron, se las cobraron en cuanto pudieron. En el torneo de pelota de los Juegos Panamericanos de Winnipeg de 1997, la segunda base del equipo Cuba, Juan Padilla, golpeó en la cara, en el nombre de la Gran Utopía, a un exiliado que saltó al terreno durante un juego con un cartel que decía “La patria es de todos”. En 2013, Juan Padilla, ya retirado, visitó Miami como veterano del histórico
“ABANDONARON EL PAÍS 125 MIL PERSONAS, ENTRE LAS QUE SE FUERON POR SU VOLUNTAD Y LAS QUE METIÓ DE CONTRABANDO EL GOBIERNO EN LAS EMBARCACIONES PARA DESEMBARAZARSE DE LO QUE CONSIDERABA ‘ESCORIA DE LA SOCIEDAD’.”
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equipo habanero Industriales, en uno de esos agrios cafés de nostalgia en que terminan reencuentros con la Gran Utopía promovidos desde Miami. En uno de los partidos jugados por los Industriales en el sur de la Florida, el exiliado de Winnipeg en 1997, volvió a saltar al terreno, ésta vez en Fort Lauderdale, con el mismo cartel: “La patria es de todos”. ¿Qué hizo Padilla? Bajó la cabeza y, después del partido, salió disparado hacia el Dolphin Mall, de la calle 12 del North West de Miami, a comprar ventiladores para aliviar los calores en La Habana. El viejo resistió con nobleza y alegría su existencia bajo la Gran Utopía. O con resignación y temor, que son los objetivos que persiguen en sus gobernados los sistemas autoritarios. Las dictaduras que perduran son aquellas que perfeccionan sus técnicas represivas induciendo mucho miedo y vertiendo muy poca sangre, para que sus gobernados entiendan que todo lo que no está prohibido es obligatorio. Una vez mi padre estuvo preso tres días, incomunicado en una celda con un foco encendido las veinticuatro horas para hacerle perder la noción del tiempo, un hueco para cagar y sin agua para bañarse, sólo para que revelara algo de lo que no tenía idea, acerca del abogado que puso en regla los documentos de la casa que su padre había construido con sus ahorros de veinte años como chofer de guaguas y criador de conejos. El abogado, Pedrito Gutiérrez, había caído preso por un desfalco y la policía quería saber si le había confiado algo del tema al viejo. Pero Pedrito era un amigo de la familia de toda la vida y ni siquiera nos cobró por arreglar los papeles de la casa. El viejo jamás guardó resentimiento por aquel abuso. Tampoco por la ocasión en que un toro se le desnucó al caer por un barranco del río y dos policías quemaron el esqueleto del animal para evitar que pudiera extraer algo de la carne pegada a los huesos y llevarla a casa. Tal como dictaba el Código Penal, había ido a la Policía para informar la muerte del animal. En la Gran Utopía, el gobierno era dueño de todas las reses y caballos. No consentía la propiedad privada sobre ellos, por lo que imponía diez años de cárcel a quien los matara por su cuenta; ocho, al que vendiera su carne, y cinco, al que la comprara. Como correspondía a quienes criaban vacas y caballos que morían, el viejo tuvo que desollarlo delante de dos agentes, cortar la carne y entregársela. Era usual que los agentes dejaran la huesera y encomendaban a los criadores sepultarla. Era un ardid generoso. Ellos sabían que en los huesos quedaban hilachas de carne que los criadores aprovechaban. Pero aquella vez, los policías fueron al carro patrullero, uno de ellos metió una manguera dentro del tanque de la gasolina y extrajo una poca con la que regó el costillar del toro, luego prendió un cerillo y le metió
candela. Ambos policías se quedaron a observar hasta que los huesos parecían trozos de carbón. El viejo nunca juzgó a la Gran Utopía, lo cual podía entenderse como resignación o fatalismo personal. Pero es que no era el típico cubano empeñado en asegurarse de que cuando sus pies tocaran el piso cada mañana, el diablo exclamara: “¡Carajo, éste se levantó!”. Lo que tenía era un don especial para ser dueño de su propio destino, de haber encontrado respuestas a las tentaciones y desafíos de su existencia. Había vivido hasta los veinte años en la Cuba republicana de gobiernos electos cada cuatro años, desde 1902 hasta 1948, en los que prevaleció la libertad de expresión y movimiento, y la libre empresa. La moneda cubana era tan fuerte que tenía igual valor que el dólar en el mercado mundial, con la renta per cápita más alta de América Latina, de 550 dólares. En 1957, había inversiones privadas por 357 millones de dólares y el valor de las empresas norteamericanas era tres veces superior al de todos los países latinoamericanos. Cuba era el tercer país de la región en aparatos de teléfonos, detrás de Argentina y Uruguay; segundo en radios, superado por Uruguay; segundo en coches, después de Venezuela; tenía más televisores per cápita que Italia y más Cadillacs que Estados Unidos. La Habana era, junto con Viena y Londres, la mayor capital en proporción de habitantes: tenía 18 periódicos, 32 emisoras de radio y cinco canales de televisión. A su lado, las otras capitales del Caribe parecían aldeas. Pero era un país con una desigualdad atroz. San Juan y Kingston semejaban aldeas junto a La Habana. Sin embargo, en Puerto Rico y Jamaica el nivel de vida en el campo era superior. Todo estaba concentrado en La Habana: 600 de los mil dentistas de toda Cuba;
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400 farmacéuticos de los 660; 650 enfermeras de 900 y 130 veterinarios de 200. En 1920 iban a la escuela más niños que en 1959. También vivió la dictadura de derecha de 1952 a 1958 y luego, hasta tres días antes de cumplir 74, la Gran Utopía de educación y salud gratis, seguridad social y laboral garantizadas mientras predominó la Guerra Fría y el bloque comunista subvencionaba la economía cubana a cambio de que la isla sirviera de portaviones natural del imperio soviético en el mar Caribe, a 145 kilómetros de Estados Unidos. Aprendió, en ambos sistemas, que ninguno le iba a regalar lo que no consiguiera él. Decía que “todos los gobiernos” son iguales. Me lo ilustró el día que me llevó a ver la placa conmemorativa del puente sobre el río, construido en 1931 durante la presidencia de Machado por la Compañía Cubana de Contratistas y la Warren Brothers Company, bajo la dirección del ingeniero cubano Manuel A. Corroalles. La tarja, escrita en bronce, decía: Puente Guamá Construido siendo Presidente de la República el (letras arrancadas a cincel) Secretario de Obras Públicas (letras letras arrancadas a cincel) Ingeniero Jefe de la Carretera Central Manuel A Corroalles y Fernández Ingeniero Jefe de la Primera División Francisco Ducassi y (letras arrancadas a cincel) 19 (números arrancados a cincel) “Quitar los nombres de ese escudo fue lo primero que hizo en Pinar del Río la Revolución. Es lo primero que hacen los jefes: borrar al anterior”, me dijo. Fue la única lección de historia que me dio.
“MIENTRAS PREDOMINÓ LA GUERRA FRÍA, EL BLOQUE COMUNISTA SUBVENCIONABA LA ECONOMÍA CUBANA A CAMBIO DE QUE LA ISLA SIRVIERA DE PORTAVIONES NATURAL DEL IMPERIO SOVIÉTICO EN EL MAR CARIBE, A 145 KILÓMETROS DE ESTADOS UNIDOS”.
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LOS DEBERES
Y LA REVOLUCIÓN Rescatamos aquí dos pasajes del fallecido autor cubano —Lichi para sus amigos—, con una crítica muy incisiva del modelo ideológico de la Revolución: un testimonio en carne propia de sus estragos en la economía y la sociedad cubana.
Eliseo Alberto E L E M B A RG O E N O T RO C ON T E X T O
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esde el 2 de febrero de 1961, Washington impuso un embargo (o bloqueo) comercial a Cuba con la expresa intención de ahogarnos entre las tenazas del poder (y del no poder) económico. El bloqueo (o embargo) ha sido una medida inhumana que, lejos de lograr sus propósitos, ha regalado a la dirigencia de la Revolución un argumento que todavía conmueve con razón a la comunidad internacional: ningún pueblo merece morir de asfixia, en castigo a su dirigencia. No hay tribunal autorizado para imponer en nombre de la ley la sentencia de morir por hambre. El bloqueo ha motivado campañas de solidaridad en todo el mundo, y ha servido en bandeja de plata cuanta justificación necesitó el gobierno revolucionario para explicar sus desaciertos. La lógica es directamente proporcional a la ilógica. El discurso resulta claro: el bloqueo colocó a la isla en una situación de guerra. En un estado de guerra no puede permitirse el derecho a la libre expresión, pues sería concederle al rival un espacio que nos niega. En semejante clima de hostilidad no debe autorizarse la existencia de otros partidos políticos, lo cual aclara la necesidad de encarcelar a los disidentes que exigían derechos impensables en tiempos de guerra. La guerra es la guerra, y algunos la prefieren a la paz. La paz puede llegar a ser desagradable. La paz es fundamento de la libertad. La libertad aspira a la verdad. La verdad hace preguntas. Y hay preguntas que es preferible no responder. Por su carácter transitivo, la guerra
tiene sus ventajas. La Revolución supo sacar provecho a estas cláusulas de la retórica. Algunos articulistas han asegurado que a finales de la década de los setenta el presidente James Carter envió a Cuba representantes discretos con la misión de estudiar el camino para el levantamiento del embargo, pero afirman que Fidel recibió la iniciativa con indiferencia, absolutamente seguro de que el apoyo de la Unión Soviética le permitiría seguir pisando tierra firme.
“DU DA R DE N U E S T R A P ROP I A S OM B R A” La historia es una gata que se defiende bocarriba. Impotentes como individuos ante un destino nacional con pretensiones y quimeras universales, minimizados en medio del zoológico más grande del mundo, el parlamento más democrático del mundo, el sistema jurídico más justo del mundo, la potencia médica más potente del mundo; perdidos en las praderas donde pastan las vacas más tetonas del mundo, sorprendidos ante los cañaverales más dulces del mundo, los platanales más bananeros del mundo y la fábrica de sellos, distintivos y medallas más laboriosa del mundo, enamorados de las putas más vacunadas y cultas del mundo, perseguidos por la policía más buena gente del mundo y protegidos, además, bajo el ala espléndida del líder político más corajudo del mundo, los cubanos aprendimos a convivir con un pánico diferente a todos los sustos hasta entonces conocidos, un terror casi valiente, habilidoso, un miedo que me da miedo precisar, y esa experiencia, curiosamente, nos hizo los cobardes más
osados del mundo. Así aprendimos a desconfiar de las cuatro descascaradas paredes de nuestra casa, porque en ellas podían esconderse las orejas alemanas y democráticas de algún micrófono invisible. Aprendimos a celebrar las navidades con almejas rumanas y las ventanas cerradas, y escuchando canciones de Silvio y de Pablo en lugar de villancicos, para despistar al Comité. Aprendimos a decir que sí mientras pensábamos que no. Aprendimos a fingir con audacia, a dar con decisión el paso al frente, a disimular con gran sangre fría, a levantar la mano cada vez que solicitaron nuestra disposición para participar en alguna tarea de la patria, porque luego encontraríamos a tiempo la excusa para no cumplir lo prometido, aprendimos en fin a dudar de nuestra propia sombra, hasta el punto de que ahora mismo, cuando leo ante ustedes mis notas, pienso quién de los presentes escribirá esta noche el informe de mi suicidio político, quién está grabando en su mente mis amargas verdades, quién va a clavarme un puñal sin piedad y, lo que es peor sin rencor, sólo en cumplimiento de su más elemental deber como revolucionario. Por lo pronto no se alarme nadie si este texto asume a ratos un tono de frío documento leguleyo: he decidido redactar de puño y letra mi propio informe contra mí mismo, para que al menos me condenen por lo que pienso y no por lo que otros opinan de mi melancolía, y de este miedo tenaz que me hace decir: que no te obedezca no quiere decir que te traicione. Fragmentos del libro Informe contra mí mismo, Alfaguara, México, 1997.
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NECROFILIA LITERARIA
Por
FERNANDO IWASAKI
www.fernandoiwasaki.com
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esde hace casi veinte años visito tumbas de poetas y escritores, a quienes cumplimento cuando voy a las ciudades donde fueron felices. En París siempre me doy un tiempo para ver a Stendhal en Montmartre, a Vallejo y Cortázar en Montparnasse y a Wilde y Proust en Père-Lachaise. A Ginebra procuro ir siempre que puedo, porque Borges está enterrado en Plainpalais y junto a su lápida sembré unas flores de mis macetas sevillanas que me encantaría ver crecer. He visitado a Joyce en Zurich, a Edgar Allan Poe en Baltimore, a Chéjov en Moscú, a Huidobro en Cartagena y a Flaubert en Rouen, por citar algunas de mis tumbas-fetiche. Y así, junto a la paz que los envuelve pienso que sería terrible que alguien decidiera alguna vez desenterrarlos para trasladarlos a otro lugar. Hace unos años, María Kodama impidió que el gobierno peronista de los Kirchner exhumara a Borges para llevarlo a Buenos Aires con honores. ¡A Borges, que tanto despreció a Perón! Hace casi cuarenta años una dictadura militar peruana quiso desenterrar al poeta César Vallejo para que sus romeros no peregrinaran hasta París, sino más bien a su pueblo andino de Santiago de Chuco. En España nunca faltan espontáneos defensores de la “memoria histórica” que amagan con traer a Luis Cernuda desde México, a Antonio Machado desde Francia y a Pedro Salinas desde Puerto Rico; por no hablar de algunos independentistas irlandeses que estarían encantados de traspalar los restos de Wilde, Beckett y Joyce para exhibirlos como padres de la patria en Irlanda.
Las Claves
FUERA DEL HUACAL
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HACE CASI CUARENTA AÑOS UNA DICTADURA MILITAR PERUANA QUISO DESENTERRAR AL POETA CÉSAR VALLEJO PARA QUE SUS ROMEROS NO PEREGRINARAN HASTA PARÍS, SINO MÁS BIEN A SU PUEBLO ANDINO DE SANTIAGO DE CHUCO.
Cuando un poeta, un artista o un escritor muere lejos de su lugar de nacimiento, no hay por qué pensar que sufrió de manera especial. ¿Y si fueron felices en las tierras que los acogieron? Tan sólo los desterrados por razones políticas podrían albergar sentimientos de extrañamiento. Pienso en el cubano Guillermo Cabrera Infante (exiliado en Londres), que llegó a visitar el cementerio de mi pueblo —La Rinconada— porque deseaba tener una tumba soleada. Bastante doloroso ya era estar lejos de La Habana en vida, como para estar en la muerte lejos del sol. Gracias al Festival de la Palabra de Puerto Rico he podido visitar la tumba del poeta Pedro Salinas en el cementerio de Santa María Magdalena de Pazzis, un bellísimo camposanto construido al final de un acantilado, entre el mar y el cuartel de Ballajá en el Viejo San Juan. Salinas siempre tuvo muy claro que deseaba ser enterrado en aquel lugar del Caribe, que a mí me ha hecho pensar en el cementerio de Sète —donde reposan los restos de Paul Valéry— y en el cementerio de Zapallar, donde dice el chileno Jorge Edwards que le haría ilusión ser enterrado, muy cerca de su maestro José Donoso. La verdad es que a mí no me disgustaría poblar una tumba en ninguno de los tres. Soy un necrófilo incorregible porque visito los cementerios que custodian los restos de los escritores que admiro, quizá porque soy incapaz de rezar y la lectura de algún pasaje memorable se me antoja el único responso laico y pagano que soy capaz de compartir. El escritor Mauricio Wiesenthal llevó tierra del túmulo funerario de León Tolstoi en Iasnaia
Poliana hasta la tumba de uno de sus hermanos en la Costa Azul, porque Wiesenthal conoce el alma rusa y le consta que yacer en tierra extranjera es una suerte de tragedia. En Tumbas de poetas y pensadores (2007) Cees Nooteboom admitió que “visitamos a unos muertos a los que conocemos mejor que a la mayoría de los vivos”, porque un poeta —incluso muerto— “aún nos dice algo, algo que sigue resonando en nuestros oídos, que hemos retenido e incluso no hemos olvidado, que nos sabemos de memoria y de vez en cuando repetimos”. Todavía no he visitado ni la tumba de Nabokov ni la necrópolis judía de Praga donde me aguarda Kafka, pero dentro de unos meses volveré al cementerio marino del Viejo San Juan, donde el esplendor solar y la brisa marina le hacen justicia a los versos del poeta Pedro Salinas.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
EL JAZZ HA CONFLUIDO muchas veces con lo “culto” o, viceversa: lo “culto” ha recurrido al jazz. Debussy, Ravel y Satie, por ejemplo, tomaron elementos del jazz para algunas de sus composiciones. Ellington, Basie o Goodman, por sólo citar algunos jazzistas, apelaron a lo clásico para los arreglos en sus orquestas. Jazz meets the classics (Sunnyside, 2014): trabajo en que Paquito D’Rivera pone sobre la mesa los vínculos del jazz como parte integrante de lo clásico. “No veo diferencias, ejecuto un son cubano con el mismo rigor con que enfrento una composición de Lecuona o un pasaje de Mozart o Stravinski”, ha dicho el trece veces ganador del Premio Grammy. Paquito D’Rivera (sax soprano y clarinete), Diego Urcola (trompeta y trombón de válvula), Alex Brown (piano),
Oscar Stagnaro (bajo eléctrico), Arturo Stable (percusión), Mark Walker (batería) y Pepe Rivero (pianista invitado) interpretan a Chopin, Beethoven, Mozart, Lecuona, Mangoré y Pepe Rivero. “Fantasía Impromptu” —arreglo del pianista Hilario Durán a Fantaisie-Impromptu in C Minor, de Chopin—: Urcola dibuja el motivo melódico hasta darle paso a una conga/mambo que el clarinete y la trompeta cubanean. “Beethoven Perú” —arreglo de Alex Brown al “Adagio” de la Sonata para piano No. 8 / La Pathetique—: clarinete danzonero y trombón escoltando apuntes yorubas. “Adagio” —arreglo de D’Rivera del “Adagio” del Concierto para clarinete, de Mozart—: introito de piano y contrapunto de clarinete y trompeta en la melodía. “Die Zauberclarinete” —traslado de Mossman de un aria de La flauta mágica, de Mozart—: descarga afrocubana
marcada por suculento montuno que recuerda a Chico O’Farrill/Bauzá. “Al fin te vi” (Lecuona, con arreglo de D’Rivera): apostilla de bajo y batería custodiada por el clarinete en delicada parada de danza. “Las abejas” (Mangoré, con arreglo de Cardozo): hojarascas armónicas. Rivero en dos andadas al universo de Chopin (“Vals de la media hora” y “Nocturno en la celda”). “Pa Bebo” (Rivero): el clarinete se regodea con citas y el piano indaga en los tumbaos de Bebo. “E minor Prelude”, Preludio No. 4, de Chopin: habanera/danzón que finaliza en danzón/cha desde timbre de proporción charanguera. Jazz meets the classics: lo culto y lo popular en lúdico parlamento. D’Rivera, indiscutiblemente, uno de los músicos latinoamericanos más imaginativos y trascendentes de la segunda mitad del siglo xx a nuestros días.
JAZZ MEETS THE CLASSICS
Artista: Paquito D’Rivera Género: Jazz/Clásico Disquera: Sunnyside, 2014.
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ALL MY FRIENDS ARE STILL DEAD
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
Por
CARLOS VELÁZQUEZ @charfornication
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l mundo es una suma de conjuras. Todo acto malabar, de acrobacia o trapecismo conlleva implícita cierta dosis de magia. Una prestidigitación de lo antiemblemático. Que pugna por borrar los equívocos. Disipar la línea que escinde lo mundano del conocimiento. Todo acto de magia también propone una pérdida. La conjura provoca desfallecimiento. Engrandecer decae. Se atraviesa por la era de la debilitación de la imagen. La demostración de magia más imponente desde la invención de la fotografía. Dominar la técnica del desvanecimiento de la imagen es el máximo triunfo de la actualideath. Magia y pérdida son los elementos que componen el libro de fotografía del artista Miguel Calderón, El triángulo perfecto, de próxima aparición. Al desmoronarse todo sistema de creencias, sólo la imagen preserva. Pero al desvanecerse la imagen se padece una orfandad de deidades nunca antes confesada. Creados a imagen y semejanza, se ha extraviado el contacto con el espectro geométrico. El triángulo, la representación de la divinidad, ha claudicado para reflectarse en lo humano. La adoración del conocimiento fue suplantada por la adoración a la imagen. La habilidad crestomática de capturar el tiempo. Práctica que se antojaba infalible, se ha comenzado a desmoronar. El fracaso de la imagen como nuevo Dios fue el resultado de transigir por la era del simulacro. El acotamiento de los fines es una ilusión. El acto mágico por excelencia fue la irrupción de la fotografía. El indicio inicial de que la muer-
EL IMPERIO DE LA IMAGEN NO HA SIDO DERROTADO. LA IMAGEN NO HA MUERTO. SÓLO EMPIEZA A DIFUMINARSE. NO CUENTA CON EL SOPORTE DE LA PRUEBA DE AGUA CONTENIDA EN LOS BILLETES.
El sino del escorpión
te del plano metafísico se avecinaba. El instante en que el hombre aprendió a transmigrar cuerpos. Fenómeno antecedido por la metempsícosis. La imagen se consagra por un sugerido encapsulamiento del alma. El desvanecimiento primigenio. La puesta en marcha del mecanismo de la pérdida. El imperio de la imagen no ha sido derrotado. La imagen no ha muerto. Sólo empieza a difuminarse. No cuenta con el soporte de la prueba de agua contenida en los billetes. El desgaste maniqueo de la era la torna convaleciente. Es la prueba irrefutable de que la memoria ha sido derrotada. La memoria no se puede fiar más de la imagen. No existen más reductos para asirse. Difuminarse entraña un acto mágico. Que establece como principal axioma el desgaste. La imagen pierde el lustre y sepulta la historia. La función del triángulo se ha revertido. En un inicio aludía a un nexo con lo divino. Ahora ocupa el epicentro de las relaciones de poder. En la actualideath la figura del triángulo se encuentra presente en los núcleos de la violencia. Lo ultraterreno trastocado por la desgracia. El triángulo es una exhibición. De poder, de astucia, de músculo. La solvencia de alteridad. La imagen ha dejado de ser destino. La proclividad de la polaroid por resquebrajarse fue el disparo de salida para el cuarteamiento de la memoria. El triángulo perfecto alberga un territorio de violencia contenida. El teniente Miguel Calderón, autor de esta injuria antiemblemática, refracta los efectos de un desastre minúsculo,
el batallón en su caída, una emoción cercada por la ira del derrumbe. La furia que es a la vez nostalgia por la perfección. Una impronta para la que sólo nos posibilita la muerte. El triángulo imperfecto como la conjura más próxima a la que aspira lo mundano. Lo limítrofe que resulta la circunstancia que significa concientizar la vigilia. El triángulo perfecto es un conjunto de imágenes animadas por el sonido. Es éste quien las dota de movimiento. El batallón en pleno suena de este lado de la imagen (la pantalla, la página). La imagen se ha mostrado desinteresada en su vocación por representar el mundo. Sin embargo, en El triángulo perfecto convida a la sinestesia. Lo muerto no respira, pero se escucha. El oído atento constatará que donde antes existía la imagen ahora habita el sonido. Lo que el ojo no puede captar permanece en la memoria auditiva. La imagen es un embuste. La memoria es una broma. A pesar de encontrarnos cifrados en la imagen, nuestros amigos siguen estando muertos. En la vigilia y en la imagen. El templo que es imagen no es autosuficiente para conservarlos en el mapa mental. El batallón del teniente Calderón ha reprochado de su audacia, de la postal, de lo servil, para volcarse en el sonido y sus salieris. El instinto nunca se da por vencido. El instinto no se obnubila en la caída. Va en contra de la imagen. En contra de la memoria. Y de las certezas. Con la única convicción de que los límites permanecen intocados. De que los límites siguen afuera. A la espera de algunos de nosotros.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA
¡Al plagiario! ¡Al plagiario! EL ESCORPIÓN gozaba de un narcótico descanso en su resquicio lunar en la pared, cuando de pronto fue alterado por una vocinglería exigente: “¡Al plagiario! ¡Al plagiario!”, se escuchaba por los corrillos culturales. El eco de esos gritos y la manera abrupta como fue extraído del sueño (acaso también los efectos alucinatorios de la destilación de su veneno) alentaron entonces un inusitado delirio en el escorpión. El mismísimo José Revueltas se aparecía sonriente para felicitarlo por haberle dado a su columna el título de su cuento impar. El escorpión sintió alivio: nadie lo acusaría de plagio. No obstante, tras su melena leonina y antes de evanecerse en el aire, el camarada Pepe le advirtió de quienes sospechan de la similitud de su texto semanal con el de otras columnas del diarismo cultural.
¿Apropiación, parodia, recreación, paráfrasis, pastiche, collage, glosa, intervención, plagio?, se preguntaba el escorpión cuando los ofendidos dieron con el perseguido. Este profesional del plagio supo jugar sus cartas ante la academia y su exigencia de publicaciones constantes, puntos acumulados para mejorar en el sistema, méritos cuantitativos. Durante más de una década engañó a esa fat-lady, pero eventualmente fue atrapado con las manos en el texto ajeno. El profesor e investigador chileno de la Universidad Nicolaíta Rodrigo Núñez Arancibia, acaso le dio una lección a la academia y por ello ahora se hunde en el desprestigio. Pero su actuar dejó muy atrás el caso pendiente de Juan Antonio Pascual Gay, académico del Colegio de San Luis, y el de los escritores Alfredo Bryce Eche-
nique y Sealtiel Alatriste, e incluso el asunto menor de Arturo Pérez-Reverte y la canina anécdota publicada por él pero de la autoría de Verónica Murguía (“La historia me la contó Sealtiel”, se defendió el español, y arregló el asunto con una disculpa). Hoy sería más productivo discutir sobre la caducidad de leyes y conceptos en torno a los derechos de autor y el copyright, y si la propiedad intelectual no es una forma de obtener ganancias y de limitar y controlar el acceso al saber. Urge abordar temas como el uso del software libre, la circulación de la información y el saber sin restricciones económicas, y el aún soslayado derecho a la cultura de los usuarios. Eso le dicen los enterados al ¿plagiario? escorpión, antes de regresarlo a su resquicio en la pared.
EL PROFESOR E INVESTIGADOR CHILENO RODRIGO NÚÑEZ ARANCIBIA, ACASO LE DIO UNA LECCIÓN A LA ACADEMIA Y POR ELLO AHORA SE HUNDE EN EL DESPRESTIGIO.
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L a et er n id a d c om ie n z a u n s áb a do
C A R TA A L Q U E R I D O S E Ñ O R D I O S (O U N A O R AC I Ó N PA R A E S C R I TO R E S) Con motivo del próximo aniversario del nacimiento de Malcolm Lowry (28 de julio de 1909), León Gil nos presenta una cumbre del formidable epistolario de Lowry. Además, Gil nos comparte un poema en memoria del famoso cónsul de Bajo el volcán, donde sigue sus pasos por la exaltación y la agonía.
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Querido Señor Dios: UN ESPACIO DEDICADO AL RESCATE DE RAREZAS Y RELIQUIAS LITERARIAS
Te ruego encarecidamente que me ayudes a ordenar este trabajo, aunque parezca feo, caótico y pecaminoso, de modo que sea aceptable a Tus ojos, para que de este modo, según le parece a mi cerebro desordenado e imperfecto, pueda alcanzar los más altos cánones del arte, abriendo, no obstante, nuevos caminos y rompiendo viejas reglas cuando sea necesario; tiene que ser estimulante, tempestuoso, atronador, la vivificante palabra de Dios debe resonar en él proclamando la esperanza para el hombre, y sin embargo tiene que ser también equilibrado, grave, lleno de ternura y compasión, y humor: como el escritor se halla él mismo cargado de pecados, si se le deja solo no puede escapar a conceptos en ocasiones falsos e inanes, y somete su voluntad a la de una bandada de becacinas que lo llevan por senderos equivocados... Por favor —creo que necesitas escritores—, deja que verdaderamente Te sirva como tal, convirtiendo este material en algo grande y hermoso, y si mis motivos para escribir son oscuros, y si ahora las palabras están dispersas y a menudo faltas de sentido, por favor, perdóname por ello, pero, Te lo suplico, pon alguna Musa, algún Nordahl Grieg —ángel del arte— a mi disposición para ordenarlas de un modo bello; por favor, ayúdame, de lo contrario estoy perdido. Mis plegarias también para San Judas, ¡querido patrón de los imposibles!
Lowry. También fueron publicadas en Londres en 1967 por Jonathan Cape, el editor de Malcolm Lowry. En 1995, Sherril E. Grace editó las Cartas completas, en dos volúmenes de aproximadamente mil páginas cada uno. Una selección de estas cartas fue realizada y traducida por la estudiosa de la vida y la obra de Malcolm Lowry, Carmen Virgili, y publicada en 2000 por Tusquets, que comparte el título de la trilogía inconclusa de Lowry: El viaje que nunca termina. Correspondencia (1926-1957). Dentro de esa colección figura una plegaria que bien podría aparecer enmarcada en el estudio, la oficina o la buhardilla de cualquier poeta o escritor. Se trata de la carta que dedica al “Señor Dios”.
l igual que el alcohol, otra de las fuertes compulsiones del escritor inglés Malcolm Lowry desde muy joven fue la comunicación epistolar. Solía guardar un borrador de sus cartas (escritas a lápiz), pues consideraba que podrían constituirse en material de futuros trabajos de “ficción” o en sus poemas. Es decir, era un reciclador de sus propias cartas. La mayor parte de las miles de cartas que escribió Lowry se conservan en archivos especiales de las universidades de la Columbia Británica y de Vancouver, en Canadá. El primer tomo con una selección de sus cartas fue realizado en 1965: Selected Letters, en Filadelfia, edición de Harvey Breit y Margerie Bonner
Malcolm Lowry.
C A N C I Ó N PA R A G E O F F R E Y F I R M I N E N E L D Í A DE L OS MUERTOS ALL Á EN QUAUHNÁHUAC Recordando a ‘Malcohol Delowry Tremens’
León Gil PA RT E I (ENTONADA)
PA RT E I I (DESENTONADA)
Geoffrey Firmin tenía una herida
Geoffrey Menelao Firmin
Geoffrey Borracho Firmin
Geoffrey Abaleado Firmin
Más profunda que el Iztaccíhuatl
Tragóse todos los mares
Descubrió toda la belleza del mundo
Fue arrojado por un barranco
Y el Popocatépetl
Desde el “puerto del sol”:
En una anciana de Tabasco
Y detrás suyo un perro muerto
Y a ella el cónsul aplicaba scotch
Boca de fuego
Jugando dominó con su gallo
Habanero mezcal y anís
Hasta el averno “farolito” ancla
A las siete de la mañana en una cantina:
Tequila cerveza o su after shave.
Buscando con urgencia a Helena
“¿cómo esperas comprender,
Así nutría la herida
Pues sabía muy bien el cónsul
a menos de que bebas como yo...?”
Y alimentaba el fuego
Que vivir es imposible
Que lo llevaba ardiendo
Si no se ama.
Evohé Evohé Evohé
Como si lo espolearan
Por las sedientas calles
Los jinetes de la muerte
De Quauhnáhuac.
Oh Yvonne Yvonne Yvonne.
Geoffrey Condenado Firmin
Y con un ojo abierto
Recorrió el vía-cruz de siete a siete
Como si estuviera
Geoffrey Firmin tenía una herida
Sin Verónicas ni Cirineos
“Perfectamente ebrio”
Más profunda que cualquier volcán.
Sólo con sus ojos fríos
Más que leer
Con sus ojos fríos
Parecía
Geoffrey Firmin era un Penélope
Sus ojos fríos
Querer escribir en el cielo:
Kyrie Eleison Kyrie Eleison Kyrie
Bufandas de santidad Con cigarrillo y más alcohol...
Geoffrey agonizante Firmin Convulsionado el pecho
Y esperaba tejiendo etílicas Que destejía en cada aurora
Oh Geoff Geoff Geoff
Obra de Alberto Gironella con motivo de Bajo el volcán.
Eleison
León Gil es “ex poeta” colombiano, autor de Del huerto de Van Gogh, Ecce Infance y de Coctel de versos para la mesa 3.
¿le gusta este jardín que es suyo? ¡evite que sus hijos lo destruyan!
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LA ÓPERA SEGÚN ÁNGEL RODRÍGUEZ Cuando se habla de “los tres tenores”, se piensa automáticamente en Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, pero también hay una tercia de compatriotas en activo que juegan en las grandes ligas y que no le piden nada a los monstruos mencionados. Se trata de Ramón Vargas, Rolando Villazón y Javier Camarena, quienes además de la nacionalidad tienen otra
cosa en común: han sido acompañados por Ángel Rodríguez, un pianista virtuoso que nació en La Habana pero que ya es más mexicano que el “Cielito lindo”. En la familia de Rodríguez no hay antecedentes musicales, pero resulta que, cuando él tenía tres años de edad, su mamá lo llevó a visitar a una amiga que tenía piano y él se enamoró de
ese instrumento. A los cinco ya tocaba melodías en clases particulares, y a los siete ingresó a la Escuela Nacional de Artes, en la capital de Cuba. Cuando cumplió catorce decidió especializarse en ópera y, con apenas diecinueve, ya dirigía al Gran Coro de La Habana. A los veintidós vino a México y se quedó aquí para siempre (mientras el destino no diga otra cosa).
Por ESGRIMA
¿Cómo conoció a Isolina Carrillo, autora de “Dos gardenias”? Me la presentó en Cuba un maestro de ópera. Trabajé con ella en un homenaje que se le hizo y alternamos durante varios fines de semana. Isolina me enseñó muchas cosas del bolero. Usted tiene un pie en la música de concierto y el otro en la popular. ¿Y el corazón? En la literatura. Me gusta escribir poesía. También empecé una novela fantástica, pero la ópera no me deja tiempo. ¿Quién es su poeta favorito? César Vallejo, sin duda. ¿Le fue fácil integrarse a la sociedad mexicana? En Cuba y en México hay mucha solidaridad, generosidad y hospitalidad, además de que la música también sirve como lazo de unión. Pienso en el bolero, pero también en la ópera. Hubo una época en que los grandes cantantes europeos que venían de gira pasaban primero por La Habana y luego por la Ciudad de México. Yo llegué a México hace dos décadas, cuando había aquí mucho realce en el terreno operístico. Tuve la suerte de colaborar en ensayos de Pavarotti y Plácido Domingo. ¿Pavarotti es el mejor cantante de la historia? Es una cuestión de gustos. Los italianos hablan de Giuseppe Di Stefano como el más grande, y yo estoy de acuerdo. Lo demostró con interpretaciones supremas. Se puede tener una gran técnica, pero si no convence la interpretación hace falta una de las máximas condiciones del arte. México vive un gran momento en cuanto a producción de grandes tenores... México es el semillero más importante de voces en el mundo. Desafortunadamente, los apoyos son escasos y los talentos se quedan en el camino. Yo estoy impartiendo una master class de ópera italiana por todo México y la respuesta es impresionante. Hace poco lo vimos acompañando a Camarena en Bellas Artes. Fue emocionante. A él lo conozco desde que inició sus estudios de canto. Siempre fue evidente que sería un triunfador; tú notas el hambre de aprendizaje de los buenos
alumnos. Además es un hombre generoso, carismático y sencillo, cualidades que en el escenario se magnifican. Acabo de regresar de Chile, donde lo acompañé. Nos presentamos en el Teatro del Lago, un recinto con una acústica extraordinaria; está en Frutillar, una ciudad cercana a la Patagonia. Con Rolando Villazón también tiene una historia que contar. Crecimos juntos, somos de la misma edad (43 años). Lo acompañé en muchos conciertos en México y dos en el extranjero, antes de que se retirara temporalmente por un problema de salud. ¿Cómo recuerda la presentación que tuvieron en Italia? Fue maravillosa, era mi primera vez en la cuna de la ópera. Nos presentamos en las Termas de Caracalla, en un homenaje a Beniamino Gigli. En ese momento Villazón estaba en la cima. También lo acompañé en el Teatro Real de Madrid. ¿Y Ramón Vargas? Él es un sensei, un gran maestro del que he aprendido mucho, y le sigo aprendiendo. Desde hace muchos años iba a su casa a estudiar con él. Es un gran conocedor de la técnica.
MÉXICO ES EL SEMILLERO MÁS IMP ORTANTE DE VOCES EN EL MUNDO. DESAFORTUNADAMENTE, L OS AP OYOS SON ESCASOS Y L OS TALENTOS SE QUEDAN EN EL CAMINO."
Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
FERNANDO FIGUEROA Usted se presentó con Juan Gabriel en Bellas Artes, cuando él celebró veinticinco años de carrera... Estuve al frente del coro. Es un señor con mucho talento, sensibilidad y espiritualidad. ¿Platicó con él? Sí. Yo me atreví a preguntarle por qué nunca había pisado tierras cubanas, si allá se le quiere tanto. Él me contestó: “Si piso tierras cubanas, no vuelvo a pisar tierras norteamericanas”. Eso fue cuando la situación del bloqueo estaba muy fuerte. ¿Ve con emoción la apertura entre Estados Unidos y Cuba? Sí me alegra, y supongo que va a ser un parteaguas que servirá para que la gente pueda viajar e integrarse a otros
pueblos, como se hizo en el pasado. Yo no tengo una relación estrecha con Cuba porque no viajo para allá, toda mi familia cercana vive en Estados Unidos. ¿Qué le pareció el proyecto Buenavista Social Club? Fue muy interesante porque esos grandes músicos no eran conocidos por los jóvenes. Yo creo que Cuba todavía tiene mucho que dar en ese sentido. ¿Le gustaba la forma de tocar de Rubén González? Por supuesto. A pesar de no tener una preparación académica, fue un pianista extraordinario. Ese tipo de gente se preparaba sola, como José Alfredo Jiménez en México. ¿Qué le parece la obra de José Alfredo? Es la poesía hecha música. ¿Cuántas veces ha presentado su espectáculo “Cuba en mi corazón”? Cinco. Lo he dejado porque la ópera me absorbe. ¿Es verdad que no hay malas canciones sino malos arreglos? Hay algo de cierto. Existen canciones, como “Yesterday”, a las que no tiene caso hacerles un nuevo arreglo porque se inmortalizaron tal como fueron creadas. Un buen arreglo es aquél que respeta la idea original y sólo la colorea. ¿Su siguiente paso es la dirección de orquesta en la ópera? Es una carrera que estoy estudiando y que me apasiona desde joven. He acompañado a muchos cantantes y eso es un plus para dar ese paso. ¿Admira a James Levine? Sí, es exactamente el caso emblemático de un pianista convertido en director de ópera. Con tantas actividades, ¿a qué hora hace ejercicio? Entreno dos horas diarias de gimnasia olímpica al aire libre. Eso me ayuda a mantener un equilibrio perfecto entre cuerpo y mente.