Polifonía de la nada by andrés castro

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Didier Andrés Castro 07/11/2014


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La Polifonía de la Nada


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Nota

Los textos que encontrará el lector aquí han sido en su mayoría escritos para el blog La Polifonía de la Nada. Han sido editados, ampliados (según la forma original que reposa en el ordenador), o reducidos. Pueden pasar por sus páginas para leerlo, ojearlo, también pueden detenerse aquí y no leerlo, están en su derecho. La recopilación obedece a un capricho del autor que de paso los abraza.

La Polifonía de la Nada


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A MarĂ­a, Luna y Kevin

La PolifonĂ­a de la Nada


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Estoy sentado en una banca del parque

Hay personas que corren alrededor del parque. Las observo mientras me siento inútil. La primera persona que da la vuelta es una chica, lleva una licra rosa muy apretada, su culo es redondo. Va con una blusa blanca y un tarro de agua que cada tanto se lleva a la boca. Casi detrás de ella va otra mujer, de más edad, su cuerpo refleja operaciones en cola, busto y nariz, lo más probable es que también se haya realizado una liposucción, o una lipoescultura. Lleva unos lentes oscuros. Corre con cuidado, lleva también un tarro de agua. En relación con la primera mujer sus proporciones resultan exageradas; morbosas antes que estéticas. Casi un minuto después pasa un señor gordo y calvo con una pantaloneta negra y una camiseta azul. Se ve decidido, no lleva tarro de agua, sus zapatillas están desatadas, corre descuidadamente. Junto a él va un perro. Si hubiera tomado alguna droga me sentiría mejor. Llevo un pantalón de jean y una camiseta con el rostro de Miles Davis estampado. Estoy escuchando heavy metal a través del ipod, llevo el ritmo con los pies. Tras unos lentes oscuros se ocultan mis ojos. Si tuviera más edad la gente me tomaría por un pervertido que está espiando a las mujeres deportistas; un degenerado psicópata. Me salvaguarda la edad, porque probablemente sí sea un degenerado que espía a todo el mundo para tener algo que contar. Salí de casa porque no aguantaba la tele a todo volumen ni a mis hermanos gritando. La soledad es primordial si quiero escribir. Buokwski pensaba que cualquier persona que quisiera escribir lo haría donde La Polifonía de la Nada


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fuera, pero es imposible con tu hermana al lado esperando que desocupes la computadora porque quiere conectarse a facebook y charlar con sus amigas. No sé ni porque persisto. Pasa de nuevo la mujer de la licra rosa, esta vez me mira; su boca esboza lo que parece una sonrisa. Se ve tan cansada, dudo de que su expresión sea para mí, podría ser para sí misma, igual que uno sonríe cuando está cumpliendo alguna meta, o cuando ve que es imposible alcanzarla. La segunda mujer, la de proporciones exageradas, ha quedado un poco más atrás, se ve agotada. Pasa de largo, me ignora. El hombre y el perro han quedado tendidos en el césped; el perro le lame la cara, él no hace nada para impedirlo. Si lo hago como Kafka, entrando a la historia sin ningún reparo. Un grupo de tres mujeres, al parecer son amigas, vienen corriendo, se acercan. Empiezan el recorrido que ya llevan tiempo de correr las dos mujeres anteriores. Las tres son jóvenes, delgadas, de cabello largo, casi tienen el mismo cuerpo: culo pequeño y firme, senos pequeños, cintura pequeña. Llevan lentes, licras estampadas con flores y zapatillas de colores. Se divierten. Cuando pasan junto a mí sonríen. Actúo con indiferencia. No quiero distraerme, estoy pensando en esto de escribir y que me ocupa todo el tiempo sin que sepa precisamente el porqué. Tengo el sonido en mis oídos de un solo de guitarra. Me fastidia. Detengo la reproducción. Guardo el dispositivo y me quedo viendo hacia al frente, esperando. Me acomodo en la banca. Una y otra vez pasan las mujeres, son astros dándole vueltas al universo; soy lo que no funciona en esta representación. Enciendo un cigarrillo. La primera calada la doy con ganas, la ansiedad se relaja. Me quito los lentes y me inclino un poco, apoyo los codos en las rodillas y sostengo la cabeza con las manos; la siento muy pesada, me duele. Creo que voy a llorar. Todo es absolutamente ridículo. Pasan las tres chicas, me quedan viendo. Un tipo está en un extremo del La Polifonía de la Nada


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parque haciendo estiramientos. Se toma la rodilla y la lleva hasta su pecho, la sostiene. La mujer de medidas exageradas corre más lento que antes, mejora su postura, organiza su blusa, acomoda su cabello despeinado por el viento. La mujer de licra rosa, camina. Sigo fumando. Con la mano izquierda rasco mi nariz. ¡Dios!, desespero. Me quedo viendo a la calle. Pasa un taxi muy rápido, los buses tocan la bocina. Una mujer viene de frente, lleva un vestido blanco, brilla bajo el sol. Es una alucinación. La veo acercarse lentamente, la veo llevar su pie hacia al frente mientras su cabello es movido por el viento. Sus manos llevan un pequeño bolso, su mirada ve a algún punto en el horizonte. Todo a mi alrededor transcurre igual que antes; hay pitos, gritos, motores ruidosos. Pero ella viene lento y todo lo demás es como un susurro, tengo la misma sensación que se tiene cuando nos sumergimos en el agua: todo el sonido exterior disminuye, queda sordo, opaco. Alguna vez leí muy atento los poemas de Dickinson, los debatí con algunos amigos. Bebíamos, fumábamos ganja. No sé qué dijimos con exactitud, pero tengo esa impresión de haber pertenecido a algo, de haber sido parte de algo. Creo que ese algo fue la poesía. En algún sentido me debo a ella. Camina lentamente, creo haberlo dicho ya. Así permanezco, viéndola, mientras el resto del mundo pasa deprisa a mi lado.

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Aquí no hay nada

En uno de los ordenadores de la biblioteca, en la universidad, encontré tres carpetas con pornografía. Las copié a la memoria que llevaba junto con tres libros digitales bajados ilegalmente de internet, al parecer el porno también fue descargado ilegalmente. No soy estudiante de esta universidad, sólo he venido a utilizar el servicio que, supuestamente, sólo es posible a los estudiantes matriculados. Al salir de la biblioteca voy a tomar un café, los precios son altos. He recibido dinero de una tía que ha decidido enviarme una ayuda para que pueda estudiar tranquilamente. Pero no me he matriculado en ninguna universidad; el dinero que envía es una miseria que no alcanza para nada, la verdad, me lo he estado gastando en putas (y nunca habrá dinero suficiente para saciar la sed). Una de ellas se llama, o se hace llamar, Claudia; la veo sentada en una de las mesas de la cafetería, trato de ignorarla. Los libros que descargué son de poesía, llevo varios blogs en los que escribo sobre ella. A veces también posteo mis creaciones poéticas, las firmo con nombres distintos siempre. Soy un Pessoa, pero que no está loco. Soy consciente de mis múltiples rostros. En internet puedo ser cualquiera. En mis creaciones hay pornografía, drogas y soledad, esto parece no gustarle a la mayoría de los lectores. Mi poesía no tiene el éxito que deseo. Lo siento. De hecho no soy nada interesante, esta historia no es significativa en ninguna manera. Tal vez únicamente en eso, en su parquedad y falta de singularidad. Creo que es muy tarde para esto, pero… Esto es lo que llaman literatura solipsista. Pero yo no quiero caer en el solipsismo… En fin. Llama mi prima para darme una razón de La Polifonía de la Nada


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mi tía, le cuelgo inmediatamente mintiéndole sobre ir a una reunión. Cruzo una mirada con Claudia. Sonríe. Me pongo nervioso. ¿Viene hacia acá?, hijueputa, ¿por qué me pongo nervioso? Hola, dice ella.... Mientras escribo esto escucho una entrevista que le hicieron a David Foster Wallace en 2003 donde tiene una mirada rara, como perdida... en otro sitio. Tengo la ventana del video junto a la ventana de esta página. Una junto a la otra, como si de una quisiera verter contenido a la otra. Pero el video no tiene subtítulos y no sé inglés, así que no entiendo más que sus baah, sus mmmm, sus ah, sus p p p p... tiene un tartamudeo simpático, o lo que me parece a mí un tartamudeo porque, claro, no entiendo qué dice y tal vez las palabras que lleva en el discurso me parecen a mí un tipo especial de tartamudeo cuando no lo son. Tengo junto a mí la memoria en la que copié los videos porno. Los ojeé. Noté que se tratan de videos amateur, grabados por alguna pareja de allí mismo, de la universidad. No son descargas de internet. Me pareció demasiado extraño que estuvieran en una carpeta pública. Pienso que alguien ha tratado de jugar muy sucio. Siento algo que es como un deber de ir a borrarlos para que nadie más los copie o los vea. Esto debería ser una historia en algún momento. Alguna historia de lo que sea. En realidad, no hay nada aquí más que deseos de follar con Daniela, una Daniela que no es la que pueden referenciar conmigo. ¡No, por Dios! esto es ficción, de algún tipo raro, pero lo es. Daniela es como Claudia, sólo que no lo hace por dinero, pero tampoco por nada; ella cree en el amor. Recuerdo haber robado una edición de los cuentos completos de Onetti. La tomé de la biblioteca de un amigo. Él estaba tendido en el suelo junto a mí. La noche anterior La Polifonía de la Nada


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habíamos bebido como locos y él estaba noqueado por el alcohol. El tiempo pasa multiplicando las dudas. Reviso el celular, tengo cuatro llamadas perdidas de un número desconocido. Reviso facebook, no tengo notificaciones. Qué maldita mierda. Siempre me ha gustado la forma en que Nabokov inicia su libro Desesperación. Tiene esta frase que te hace creer que es el inicio de algo pero luego una voz te dice: “Así, más o menos, había pensado comenzar mi relato”. Siempre la historia es otra cosa que no es esto; es un deseo que, en mi caso, muere antes de nacer. Salgo fuera, a caminar. Vomito contra una pared en la que un perro ha orinado antes. A veces temo confundirme con el texto o lo que es peor, sentir necesidad del texto para existir. Esa parece ser la psicosis en la cabeza de Richard Chiem o de alguno de esos escritores que admiro, no lo recuerdo ahora. Me siento enfermo. Entro a una tienda y compro una coca-cola. Cuando me llevo la botella a la boca para beber la siento herida. Trato de ver mi reflejo en la pantalla oscura del celular. Camino tratando de recordar cómo me he herido. En este punto se supone que vendría el nudo de la historia, en el que el lector debería sentirse intrigado. Regreso a casa. El libro de los cuentos completos de Onetti queda abierto sobre la mesa en la página 95. Uno de los videos porno se reproduce una y otra vez. El rostro es el de Daniela.

Miércoles, 15 de octubre de 2014

Publicado en 15:28 La Polifonía de la Nada


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Aquí supuestamente hay una fiesta

Le digo a Lorena que siempre me han parecido tontos los fotógrafos, la forma en qué se comportan, cómo hablan. Ella pregunta, “¿por qué?”. Trato de explicar las razones. Sonríe, dice que no sabe, o que no me entiende. Creo que piensa que soy un idiota. Supuestamente aquí hay una fiesta, pero las personas están distantes unas de otra. Me recuerda la primera fiesta de cumpleaños que tuve. La música que tocan es como tecnocumbias muy modernas, cools, y me parecen detestables. Suena una salsa, siento ganas de invitar a Lorena a bailar. Esperamos a Marcela. La fiesta también es la fiesta de los exnovios de Marcela. Están por ahí, por todos lados, en la terraza oscura en donde supuestamente hay una fiesta. Le muestro a Lorena la reunión singular de personajes. “Tal vez ella los invitó”, dice. Pienso que sí, tal vez. Comento cosas absurdas sobre los libros que he leído; en realidad no quiero hablar de literatura pero no sé de qué más hablar con Lorena. “Andrés se está follando a Milena”, me cuenta. “¿Cómo sabes?”, pregunto. Me dice que escuchó que están saliendo; preguntó a Andrés si era verdad y éste contestó afirmativamente. “Pero, ¿cómo sabes que están follando?, tal vez sólo salen, como amigos”, digo. Me mira como si fuera un ingenuo. “Siempre me ha parecido Milena una mamacita, y Andrés un malparido”, le digo. Dice que está de acuerdo. “Ella ha sido mi fantasía desde sexto grado”, le cuento. “Ha sido la fantasía de todos”, dice mientras ve a una pareja que intenta bailar sin lograrlo. Le cuento que estoy saliendo con Caro. “Caro es divina”, dice. “Lo sé”, digo. Veo que un fotógrafo nos retrata. Giro el rostro, me pongo tenso, odio las fotografías. El La Polifonía de la Nada


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tipo se acerca, se agacha, busca nuestros rostros. “Quiero captar la esencia de la noche y el alma que veo en tu rostro”, le dice a Lorena. Ella ríe, pero es una risa incomoda. Pienso que han sido las palabras más estúpidas que nadie ha dicho jamás. En la madrugada me encuentro con una chica en uno de los baños. Me hace sexo oral, tengo los ojos cerrados. Todo está oscuro porque no encontramos el interruptor de la luz. Escucho que tocan la canción “Espiritualmente”, me encanta aquella canción, pero no es la canción que conozco, sino una versión más rumbera. Me digo que es una lástima. La chica ilumina con su celular. Pienso por un momento que se le ha caído algo. Me doy cuenta de que habla por whatsapp. La tomo de la cabeza, me muevo violentando su boca. La felación se hace agresiva. Me dice que le gusta. Me pregunto si le estará escribiendo mensajes a alguien contándole lo que está haciendo. Fantaseo con eso un poco. De pronto ella se hace a un lado y vomita. Sin embargo no suelta el celular. Salgo del baño asqueado y abrochándome el pantalón. Casi tropiezo con una chica, una amiga de Marcela que conocí en una fiesta de cumpleaños hace algunos meses, salimos un par de semanas, no recuerdo su nombre. Le sonrió. Ella se asoma al baño, enciende la luz (el interruptor estuvo todo el tiempo en nuestras narices) y ve a la chica tumbada en el suelo, junto al vómito, cagada de la risa y escribiéndole a alguien. Salgo de allí para buscar a Lorena. Marcela llegó dos horas después de la hora prevista por ella misma. Llegó con su nuevo novio. Hicimos caras y comentarios indirectos acerca de los exnovios, los que también están en la fiesta. Ella sonríe. Lorena y Marcela quizá sean las únicas amigas que tengo. Me gustaría follar con ellas, con las dos juntas, al mismo tiempo. Estamos sentados en una mesa con dos personas más. El fotógrafo viene a saludar a Marcela. Hay dos tipos más como él retratando el suelo y los pies de la La Polifonía de la Nada


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gente con sus cámaras. Los veo agacharse y rodar por el suelo. Sonrío. Esto es cerca de a las 11 de la noche. Entonces apenas habíamos bebido la primera botella de aguardiente Blanco. A las 4 de la mañana estamos sentados en un andén esperando nada. Por un momento me quedo dormido y Marcela me echa un chorrito de aguardiente en la boca. Me despierto de manera brusca. Casi vomito. Ella y tres personas más ríen. Lorena se ha ido con un tipo de la fiesta, con el fotógrafo. Me levanto limpiándome la boca. “No es gracioso”, digo, pero su risa no mengua la risa, antes crece. Propongo ir a comer algo. Marcela dice que no, que quiere quedarse allí, con su novio. Arreglo la camisa que llevo puesta y vuelvo a sentarme en el andén, viendo la calle, las fachadas de las casas y el cielo. Siento ganas de tomarme un café. “¿Por qué nunca traes a una chica?”, pregunta Marcela. “¿Para qué?”, contesto mirándola a los ojos. “Nunca te hemos visto con una chica”, dice manteniendo en su rostro una expresión picara. Reflexiono un momento en sus palabras, los otros chicos me quedan viendo. “¿Sabes con quien estoy saliendo ahora?”, le pregunto. “No, dime”, contesta ella. “Con Caro...” conté la historia y su rostro dibujó una sonrisa. Un taxi se detuvo a nuestro lado. “Hey, vamos a mi casa”, dijo un tipo en su interior. Le hablaba a Marcela. Ella le contesta que estamos todos, que no nos puede dejar. El tipo dice que entonces vamos todos. Nos subimos al taxi, como somos demasiados el taxista trata de poner problema, se convence con la promesa de un par de billetes más. El lugar al cual nos dirigimos queda al oeste, cerca del Peñón. Al llegar, el anfitrión saca un par de botellas de aguardiente y varias cervezas. Pone un disco de Benny Moré. Voy hasta la cocina buscando una taza de café. Marcela me sigue hasta allí. “Sé que mientes”, dice. “¿Sobre qué?”, La Polifonía de la Nada


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pregunto mientras voy destapando las ollas. “Lo de Caro”, dice. “Es verdad”, digo. “No”, interpela. Se acerca, me abraza y me besa en el cuello. Sale… encuentro un cuncho de café, lo caliento y lo bebo sentado en un sillón enorme. Sobre la mesa hay dibujadas líneas de coca. Me ofrecen pero me niego. Marcela esnifa fuerte, me mira a los ojos echándose para atrás en el sillón. “Benny Moré era el cantante favorito de mi padre dice el anfitrión- hoy es el aniversario de su muerte”. La habitación se llena con la luz del nuevo día. Las paredes son de un tono azul muy claro, el piso de madera suena con nuestros pasos. Todos ríen, el anfitrión llora. A las 10 de la mañana, estoy recostado en mi cama tratando de recordar el rostro de la chica que vomito mientras me hacía sexo oral en el baño. No lo recuerdo, pero me hace pensar en una película alemana muy sucia que iba precisamente de eso, de hacer vomitar a la chica metiéndole la verga hasta que ya no aguante. Intento escribir un cuento, un relato de la noche, pero me quedo pensando en Lorena y en que se ha ido con un fotógrafo.

Domingo, 13 de julio de 2014

Publicado en 6:27

La Polifonía de la Nada


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Estoy leyendo un libro que confundo con mis pensamientos y además está el problema con Sandra

Estoy leyendo. Algunos pensamientos se me cruzan en medio, hago como si leyera pero no estoy leyendo de verdad. Lo noto cuando trato de recordar qué decía la página anterior, cuando esta o tal sucesión de hechos inesperados me sorprenden, una corta relectura hace todo obvio -¿Qué voy hacer conmigo? debo encontrar una fuente de dinero o las cosas en casa se agudizaran. Mis ojos se cansan, bostezo, paso la mano por mi rostro. Hace calor. Hay un par de niños jugando en la calle, sus gritos y los rebotes de la pelota me recuerdan cuando solía jugar. Hace mucho no juego. ¿A dónde irá el tiempo cuando nos aburrimos? Bostezo. El perro viene a lamerme, lo espanto con un grito. El libro casi no pesa nada pero me comienza a incomodar. Giro mientras lo tengo en las manos, me acomodo en el sofá, me recuesto; no hay alivio. ¿Dónde iba? Sí… Estoy leyendo. Algunos pensamientos se me cruzan en medio, hago como si leyera pero no estoy leyendo de verdad… -¿no habré leído ya esta frase? -... Mis ojos se cansan, bostezo. ¿Es lo mismo que sentía hace rato cuando dije que "Mis ojos se cansan, bostezo"? Recuerdo que había devuelto algunas páginas. Retomo la lectura: El perro viene a lamerme, lo espanto con un grito. Esto es aburrido. ¿Sandra ya estará conectada en Facebook?, hace tres días que no hablamos. Aunque me recomendaron que jamás le hiciera la pregunta se la hice, o se lo insinué, en ese momento se desconectó. Debo imaginar que está ocupada con eso que dijo La Polifonía de la Nada


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que se ocuparía unos días y que no entendí o no quiso explicarme bien. Siento que mis párpados se cierran, no lo hacen en realidad, es sólo una sensación. Paso la mano por mi rostro. Aprieto mis ojos, con los dedos les doy un masaje algo brusco... Todo el tiempo se dilata. Recuerdo esos panecillos que una vez hice en un viaje al Parque del Café. El almuerzo estuvo delicioso. ¿Cómo decirle a Sandra que entendió mal lo que dije?, es mi última carta. ¿Se conectará hoy? Me molesta cuando las páginas carecen de párrafos, van palabra tras palabra y ni un sólo espacio en el cual descansar. Son como las 500 millas de Indianápolis. Otra sátira de mis padres y explotaré. No reconocen las cosas que he hecho, si en parte estoy hoy en casa es porque no me fui cuando el barco se hundía, aguanté hasta lo último. Hace calor... ¿A dónde irá el tiempo cuando nos aburrimos? Hay una ausencia de todo. El tiempo está ahí pero un poco más lento, no me quiero mover. Este libro en mis manos y ya olvidé que decía. Bostezo, paso la mano por mi rostro. -No quiero conectarme y ver que Sandra respondió mi mensaje disculpándose y haciéndose a un lado y tener que dar explicaciones que aún no sé me incomoda (Las frases se vuelven demasiado largas cuando las pronuncio)... Trato de leer en voz alta para llevar el hilo de la narración. Cada palabra me parece distinta a la que llevaba en la mente, casi me parece otro libro el que leo -el libro no pesa nada pero me incomoda-, va perdiendo cierto significado. Es como romper el silencio; ya no recuerdas cómo sonaba todo antes de… Aunque no hay silencio, antes estaban los gritos de los niños, la pelota y el grito al perro. No recuerdas como era todo antes de, por ejemplo, el barco se hundiera y tuvieras que pasar las tardes leyendo porque perdiste tu empleo.

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Todo camino es el mismo camino. Toda relectura es parte del camino. Cuando el perro persigue su cola, ¿no se da cuenta que es la suya o entiende el juego y trata de divertirnos? Soy el perro persiguiendo su propia cola; todo es parte del camino... Sandra es quisquillosa. Ella odia a quienes deben hacer dos veces las cosas, como repetir dos veces lo que dice. Cuando yo hablo parece que no me oyeran, entonces debo repetir en un tono de voz más fuerte; Sandra odia eso, aunque no le molesta el tipo que una y otra vez le pregunta “¿cómo estás?” y que la saluda cada vez que se la encuentra por los pasillos de la universidad. ¿No olvidé algo hoy? La tarde parece no acabarse. El tiempo se dilata, eso me recuerda... Tenía un lápiz que me duró casi toda la primaria, ese caso excepcional nadie lo comprende, o lo comprenden midiéndolo con eso de que cada regla tiene su excepción; mi lápiz sobrevivió a mis profesores de matemáticas y sus innumerables ejercicios. En verdad tuve siempre más de un lápiz, guardé el que venía grabado con dibujos y lo sacaba muy esporádicamente. Al parecer nadie notaba que usaba un lápiz distinto, eran como ciegos. El perro viene, me lame... Los niños afuera siguen gritando, los rebotes de la pelota marcan un ritmo, adagio. ¿El tiempo va rápido para ellos? Mi corazón va lento. Una vez copié en un examen de matemáticas, esa fue la última vez que tuve mi lápiz El examen final de quinto grado estaba difícil, había anotado cierta regla matemática en un trozo de papel que escondí en un recodo del pupitre. Tenía una tapa ancha que se abría hacia arriba y era donde guardábamos los libros, no teníamos libros ese día, sólo un lápiz, borrador y tajalápiz. Llevé mi lápiz grabado con dibujos como amuleto. Nadie descubrió que hice trampa. Perdí mi lápiz a la salida. Claudia, una compañera, me lo pidió prestado, nunca lo devolvió. La Polifonía de la Nada


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Hay escritores que simplemente escriben sobre nada, los admiro más que a los que escriben sobre algo. La nada siempre es algo tentadora y minúscula. Es como el tiempo, no podemos manipularla, sólo soportar la sensación que deja sobre nosotros. El tiempo descansa sobre mi brazo, mi respiración es lenta. Estoy leyendo, a veces es como si ya hubiera pensado lo que leo; la lectura se transforma en mi pensamiento. No escucho más a los niños en la calle, no recuerdo en qué momento cesaron los gritos y el ritmo que iba como loco. Hay silencio. El perro está tirado sobre la alfombra, a mi lado. Lleva una expresión de nada y probablemente la mía sea exactamente igual. ¿A qué hora volverán? En la noche Carlos debe enviarme la información al correo, ¿alguien me extrañará en facebook? He empezado de nuevo la página anterior, no recuerdo nada. Si sigo así probablemente leeré el libro tres veces antes de darme cuenta de que lo he terminado. El examen final de quinto grado estaba difícil… Sandra dice que invento historias para que me consuelen, que siempre estoy triste o aparentando estarlo para causar lástima. Le he dicho que no, siempre ve a otra parte cuando trato de explicarme. No sé porque lo dice, la única vez que me vio triste fue por la muerte de un amigo de la infancia, a balazos, en El Vergel. Me pica un pie, me rasco con el otro estirando los dedos y dejando que la uñas pasen ásperas por donde siento la comezón. Hay cierto alivio. La expresión de mi rostro finge esfuerzo. Estiro mi mano para rascarme con ella, con la otra sostengo el libro y trato de que no se pierda la página. El perro me mira con expresión de nada. Bostezo. Cuento las páginas que faltan; hay suficientes para quedarme lo que queda de tarde y la noche, si cuento que mi concentración es pésima iré hasta el amanecer retrocediendo y avanzando como si jugara a la Escalera. Tiro los dados. La calle está silenciosa y todo acá La Polifonía de la Nada


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adentro también, o aparenta estarlo; en mi cabeza hay un ruido intenso. Cuando tenía 17 entramos a robar a un supermercado muy grande que hay en el centro, robamos un montón de dulces que luego nos repartimos. El botín se dividió entre ocho, sólo conocía a dos de ellos. Eran una pequeña pandilla, fui parte de ella por ocho horas. En el universo hay diferentes tipos de estrellas… Siento cómo me comienza el dolor de cabeza, pequeñas punzadas dentro llevan el ritmo de la pelota de los niños, o el ritmo que llevaría la pelota si aún estuvieran jugando. Hay escritores que simplemente escriben sobre nada, los admiro más que a los que escriben sobre algo; me siento confundido, eso también lo odia Sandra, en general Sandra odia cualquier cosa que venga de mí, o que haga. Alguna vez estuve leyendo la biografía de Andrea Rincón (una cosa minúscula que dilata el tiempo con su prosa, eso es la nada, una cosa minúscula que nos atrae con su fuerza, hasta atraparnos y dejarnos morir). Andrea Rincón nació el mismo año en que nací yo o eso recuerdo haber leído, lo cual me lleva a la conclusión de que cuando era joven, y me masturbaba viendo sus videos y fotografías, ella también lo era; se ve mayor, de hecho todo el mundo se ve mayor que yo... Decir nada es muy difícil, aun el silencio habla sin que te lo propongas. En cualquier momento tiraré este libro. El libro casi no pesa nada pero me incomoda. Me duele la cabeza. Estoy tirado en el mueble leyendo: Decir nada es muy difícil, aun el silencio habla sin que te lo propongas. ¿El silencio de esta casa dirá algo? A Sandra le molestan los silencios, pero ella no habla mucho, creo que esa es la razón. Estar con alguien que guarde silencio es como verse reflejada en un espejo. Ella quiere reír, no soy nada gracioso. Leeré la última página y veré la televisión, estoy un poco harto de esto, de no saber si La Polifonía de la Nada


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avanzo o retrocedo o si pienso o leo. Cada tanto giro mi cabeza para ver el reloj, parece estar siempre en la misma posición aunque sé que ha pasado el tiempo, antes había niños jugando afuera. Me senté a leer con ánimos, mi cuerpo se fue deslizando hasta quedar recostado sobre el sofá, perdido en el letargo. El perro viene a lamerme, lo espanto con un grito. Me siento aburrido, la historia es aburrida; es hora de que suceda algo, o hacer que suceda. Leeré en voz alta -otra vez la sensación de leer otro libro distinto al que he estado leyendo, la sensación que desdibuja cada palabra en el aire y que rompe el silencio que ya no sabré cómo sonaba antes.

Miércoles, 28 de agosto de 2013

Publicado en 20:47

La Polifonía de la Nada


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Hasta ahora la historia no dejaba de ser la misma

-Todo se va construyendo a partir de los movimientos y cosas que dice. No se puede evitar ello: Ha tratado de no pensar en nada pero luego ve por allí, encima de la mesita de noche, algo que dice: “No pensaba en nada”. Están estas cosas por todas partes; paredes, techo, suelo, sobre todo en el suelo, regadas como notas de periódico que algún compulsivo detective hubiera recortado. Pero no son recortes de periódico, son palabras que flotan. En la habitación son él y todas esas cosas. -¿Son sólo textos? -Sí, pero no son sólo textos, ellos están por encima de él, hablando de él, señalándolo a él; como un montón de ojos que de repente se les ocurre dar la vuelta y verse a sí mismos; leen al ser leídos. Es aterrador.

La psicosis se muestra con su incapacidad para escribir, por eso las palabras flotan sin poder ser articuladas por la habitación. Se sentía acusado por no ser sensible al mundo que todos llaman real. Francisco asiste al curso de escritura creativa más por terquedad que por talento. Pensó que con aquello de “el esfuerzo lo es todo” lograría sobresalir. Terminó aporreándose contra el aire cada día mientras iba a trabajar. En muchos sentidos actuaba como un yonqui; la soledad, el silencio, la mirada pérdida, las historias increíbles que aseguraba eran verdad. Aterró con ello un tiempo a su familia. La Polifonía de la Nada


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Isabel le dijo que sólo eran textos, que no se preocupara. Todo esto era y no era, era un juego que no le divertía. Había opciones. En una de ellas convierte la psicosis en eslabones que resolverán un crimen, el suyo que ocurriría en un camino de espejos (Aunque no hay certeza de que muera exactamente). Empieza a atar uno a uno cabos, fechas, versos y un día en la biblioteca mientras se reconoce en un libro de Barth, el último eslabón de su experimental vida, recibe un golpe en la cabeza que lo restringe al olvido. Eso derrota a Francisco quien se queda hablando toda su vida sobre Macedonio Fernández. Viendo al vacío, como quien ha perdido toda esperanza. Claro, todo esto no había sucedido, era una opción que desechó al pensarla.

Un día: Caminó hacia la biblioteca y vio otros ojos igual de consternados a los suyos. Quiso acercarse pero no tuvo el coraje de ir allí y empezar una conversación. Lo siguió de lejos, no sabe que curiosidad lo empujaba. Aquel tipo tomó de los anaqueles un libro de Wallace, otro de Crítica escrito por Bloom. Para disimular Francisco tomó uno de Javier Moreno, Lo Definitivo y Lo Temporal. Leyó sin leer. Vigilaba viendo por encima del libro. El otro hombre tuvo lo que pareció un pequeño escalofrío y empezó, recurrentemente, a mirar hacia atrás. Se levantó. Francisco espero un rato. Se levantó también y fue hasta la mesa en la que antes estaba aquel tipo. Había algo, lo tomó y lo escondió. Se dirigió hacia la salida. Ya en la puerta vio como el tipo volvía desesperado buscando eso que había olvidado. Abría los libros, buscaba bajo la mesa, preguntaba a los encargados. Francisco abandonó el lugar. Se dirigió al bar.

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-¿Crees que no tiene sentido? -No es que no lo tenga, sólo que ese sentido está vacío. -¿No es lo mismo? -No, no tener sentido es no ver nada, yo en cambio veo todo. Es difícil salir de esta encrucijada. Reviso cada día las opciones y llego al mismo punto. -Entiendo… aunque creo que tú en particular estas enloqueciendo. -Hace tres días me llamó mi padre, las cosas no van bien en casa, él cada vez envejece más, no puede trabajar. ¿Sabes? No tiene una pensión. Siempre fue un trabajador informal, un hombre buscando fortuna. Jamás la halló, y eso le costó que hoy carezca de algo como una pensión. Vive de la ayuda de mi hermana, y de la mía cada vez que puedo enviarla. La llamada me hizo entender que esa ayuda debe hacerse más frecuente. Eso me preocupa… creo que debo abandonar todo. -Ahora entiendo. Pero no te preocupes, igual terminaras matándote. -No molestes… y dame otra cerveza.

El cielo afuera está limpio. El sitio en el que toma la cerveza se llena cada vez más. Si el cielo sigue así será una linda noche, piensa. Se bebió la cerveza, pagó la cuenta y salió. Afuera el día era aún más perfecto de lo que pudo intuir a través de la ventana. Sería perfecto para escribir una granhistoria-aburrida, pensó.

Tuvo lo que aquel tipo había olvidado en la biblioteca en sus manos. Era distinto a todo lo que hubiera visto antes. Volvió a la biblioteca al día siguiente y allí estaba el tipo esculcando libros en los anaqueles. Él lo observaba de lejos. Al La Polifonía de la Nada


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día siguiente volvió y lo encontraba consternado hablando con los funcionarios de la biblioteca. Se veía desecho, como si no hubiera comido ni dormido nada. Armó un alboroto que obligó a llamar a la policía. Gritaba algo como “Lo necesito. ¡Lo necesito!, es mi vida”, todos lo creyeron loco. Francisco empezó a tener ese miedo de perder también él la cabeza. Sólo son textos, dijo su madre una vez que fue a visitarlo, no te preocupes. Asintió aquella vez. Tenía igual que ahora la cabeza revuelta, llena de cabos sueltos y palabras que flotan.

Ahora sé que no puedo vivir sin ellas, y ellas sin mí no serían lo mismo -se decía-, las leo y me leen; hay una delgada línea en la que somos. En esta habitación, esas cosas y yo, somos como un todo.

-Dios siempre nos da opciones, pero sólo una es la correcta. Él nos la presenta y espera que en nuestro corazón meditemos cuál es la más idónea. La correcta. -¿Eso funciona como una especie de concurso? -Si así lo quieres ver… -El premio está detrás de la puerta correcta, o al decir el precio correcto de la escoba de finas puntas importada. No te parece un poco caprichosa esa idea. ¿Por qué sólo hay un camino? -Siempre es uno sólo a pesar de las múltiples opciones. El punto está a dónde te llevan cada uno. Podrías decidir acabar todo justo en este momento o podrías aguantar un poco más. Una y otra traen consigo otras opciones. Cuando me fui a vivir con tu padre no teníamos nada, fue una decisión apresurada, sin duda, nos costó adaptarnos, no sólo a las comodidades que ya no teníamos y que disfrutábamos en casa de nuestros La Polifonía de la Nada


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padres, sino adaptarnos a nosotros mismos también. Y mira, lo soportamos y creo que ha sido lo mejor que me ha pasado. -¿Has pensado alguna vez que fue una decisión equivocada, como no decir el precio correcto y ver cómo se esfuma en el aire la posibilidad de obtener el premio? -Sí, pero en mi corazón, que entonces palpitaba lleno de amor, fue la mejor. El camino es uno, pero no es único.

Lo que había olvidado aquel tipo en la biblioteca lo olvidó él también, no supo cuándo ni dónde. Se perdió para siempre. Igual que aquel tipo de la biblioteca él se quedó aparcado afuera de ella, en las escaleras, hablando de algo que fue muy fantástico pero que ahora se ha ido. Sufría de nostalgia y añoranza. Se quedaba viendo a la nada, recordaba a un tipo que conoció en clases de literatura y que todo el tiempo hablaba de Borges. El comenzó a hablar de Macedonio Fernández porque era mejor hablar de los maestros que de los discípulos.

Se levantó del escritorio y se asomó a la ventana. El vigilante de la cuadra, un trabajador que gana su sueldo de la buena voluntad de los vecinos, levantó su mano para saludarlo y él contestó con igual gesto. Sentía hambre. No había nada en la alacena y lo sabía bien. Se consoló con un verso “Cuanta terquedad”. El nombre del poema es “Ezra Pound Pone una Toalla Sobre Mis Hombros y Da Instrucciones”. Se quedó meditando en aquel título y en aquel poema. Ve hacia la pequeña biblioteca en la habitación buscando aliento, pero los libros están quietos, estáticos unos contra otros, algunos llenos de polvo. Tomó las llaves de su casa y salió.

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-¿Todo siempre se verá así, como un encrucijada? -No lo sé. Pero si no tengo éxito no me quedarán muchas esperanzas. -El trabajo en el centro comercial me está matando, debo trasnochar mucho. -¿Vale la pena? -Tengo mi cheque cada 15 y 30, no necesito más. -… -Tráeme tu Hoja de Vida la próxima semana, veré si puedo ayudarte. -…

Domingo, 22 de septiembre de 2013

Publicado en 18:20

La Polifonía de la Nada


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La actitud es el error

A las seis de la mañana en la televisión pasan el noticiero: un accidente de tránsito, tres muertos, la ciudad congestionada, protesta de usuarios del transporte público, escándalo de corrupción. Lo de siempre. A la seis de la mañana suena el timbre de la puerta, desesperado. A las ocho y cincuenta ya había comenzado el show matutino, exhiben una vaca de cristal de unos 20 cm de ancho y un metro de alto, llena de pelotas de pin-pon. La vaca obedece a dos significados. El primero, la vaca, claro, es el animal que da leche y que está representado en el almanaque que hay en la cocina. El segundo, la expresión que se usa para reunir dinero con cualquier excusa. La vaca de cristal llena de pelotas es el elemento que usan los presentadores del show matutino para sortear cierta cantidad de dinero, que va acrecentándose día a día hasta que alguien acierte a decir cuántas pelotas tiene la vaca a dentro. La primera en recibir la llamada fue una mujer que dijo llamarse Claudia. Son las diez de la mañana y un par de huevos se fríen en el sartén. Las cascaras de los huevos no caen en la cesta de basura, chocan contra el suelo. El resumen de lo que aconteció en La Voz, un programa musical en el que cantantes amateur, y profesionales sin suerte, van a luchar por un premio que suma algunos cientos de millones, es presentado por Catalina Gómez durante la mañana. La mejor es la chica de cabello crespo y alta, cantó I will always love you, el jurado quedó conmovido. Ricardo Montaner levantándose de su silla dijo que era lo mejor que había escuchado. Fanny Lu sonríe y dice “Creo en tu futuro, creo que eres maravillosa”. Cortan las imágenes, hay un avance de última hora. La taza de La Polifonía de la Nada


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café humea, un trozo de pan entra en ella. El pan absorbe como una esponja la bebida oscura. Una carta sobre la mesa se mancha de café, pequeñas gotas la adornan. A las doce del mediodía hace un calor terrible. La telenovela de esa hora es tediosa, ya casi comienza el noticiero. Sobre el comedor hay una bolsa plástica con alimentos, un gajo de cebolla larga sobresale de ella. La estufa está encendida. La boquilla más grande tiene una olla con agua que al parecer pronto va a hervir. Las cascaras del tomate entran a la cesta de la basura, hacen un sonido al golpear la bolsa como si alguien mandara o quisiera callar a otro; shh. A la una de la tarde el televisor cambia continuamente de canal. La ventana está abierta. Una carta del juzgado primero entra por debajo de la puerta, se desliza hasta chocar con un mueble, choca en el lugar que tiene una mancha oscura. En el canal 72 habla Benny Hinn, se detiene. “Dios lo hará”, grita el predicador. “Dios lo hará”. A las tres de la tarde Amparo Grisales se desnuda para que un fotógrafo la retrate. A las cinco y media se han acumulado diez envases vacíos de cerveza póker sobre la mesa de centro de sala. Desde fuera entra una canción que dice: “he mojado mis sábanas blancas recordándote”. En la cocina los trastos sucios se han apilado, hay moscas volando alrededor. Un comercial de Pepsi muestra a un hombre llegar en una furgoneta con un gran equipo de sonido, instala un micrófono en frente y abre una Pepsi dejando que el sonido de esta sea tomado por el micrófono y amplificado por su gran equipo de audio. El sonido se amplifica a una playa enorme en la que hay mucha gente de aspecto atractivo. Todos se abalanzan contra la furgoneta. La furgoneta también es una tienda ambulante de Pepsi. Todo esto ha sido comentado en un libro que hay en la biblioteca, está lleno de polvo. Un carrito de helado pasa por el frente de la casa, repite continuamente el sonido de Beethoven en formato midi. A las ocho de la noche la única luz es la del La Polifonía de la Nada


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televisor que muestra a Sylvester Stallone golpeando a un hombre hasta la muerte. Hasta la muerte. El humo de un porro se establece como niebla frente a la pantalla. Una cucaracha mueve sus antenas sobre y alrededor de las cascaras de huevo en el suelo. Lo hace como un ciego tocaría el rostro de su hermano para reconocerlo después de mucho tiempo. Son las diez de la noche, una mujer se desnuda. Son las once, hay vidrios oscuros tirados por el suelo. La mesa de centro de sala está rota. El sonido del agua bajando por el retrete. Un paquete de Cheetos vacío y aplastado reposa sobre la carta del juzgado primero. Suena el teléfono. No dejara de sonar hasta que retrasmiten un episodio de Friends en un canal de televisión peruano.

Viernes, 26 de septiembre de 2014

Publicado en 23:57

La Polifonía de la Nada


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Marejada feliz

Estoy convencido de lo terrible que es esto. Estoy tomándome una cerveza solo, recordando un amor. Es muy patético; canto como si me doliera adentro, el corazón, pero no duele: Es una ficción el dolor. Canto. Pienso en que es 2010 y que estoy sentado a la puerta de un almacén de accesorios para motocicleta gritándole a todas las personas que cruzan lo bueno de los productos que tengo. Hace un calor terrible, lo recuerdo. Aquí también hace un calor terrible... Pienso que debería leer algún libro pero tengo demasiada pereza y desidia para leer cualquier cosa. Estoy escuchando música, dejándome llevar por todo, esperando que suceda algo. Es la tarde, viene ella y me dice algo que no entiendo, sonrío, ella sonríe. Así comenzó. Fueron muchas idas al motel más cercano, al más lejano y a cualquiera después. Estamos en un parque y mi mano se introduce entre su jean y su piel, buscan el coño que encuentran húmedo, me hace feliz sentir aquello. Ella hace unos sonidos que ahora recuerdo perfectamente. Me pongo. Creo que soy terriblemente patético, pero no debería decirlo, no debería adjetivar este momento, sino describirlo, como hacen los buenos escritores. Qué más da. Cruzan un par de motocicletas y hacen un ruido muy fuerte, la música cesa y el ventilador tiene un ruido muy extraño. En el motel la desnudo… es divertido. Pienso en qué canción reproducir desde youtube. Youtube es una máquina aleatoria de nostalgias. Su algoritmo sabe qué sientes, te recomienda canciones que no ayudan a que dejes de pensar en una noche hace tres o cuatro años, y que fueron los años en que realmente te sentiste feliz. En facebook comento una fotografía. Trato de terminar la La Polifonía de la Nada


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cerveza antes de que acabe la canción a la que le he dado “reproducir”. Por última vez, esto es por última vez. Íbamos en un automóvil hacia la ciudad de Armenia, en el Quindío, y nos detuvimos a comprar algunas rosquillas y achiras. Todo era exageradamente caro, pero no nos importó. Tomamos aquello y lo comimos, era un paseo familiar, llevaba el celular entre las manos, esperando un mensaje, alguna señal de que me extrañaba. Todas las historias tienen su nudo para que se hagan interesantes, pero aquí no lo hay porque todo es una inconexa red de recuerdos; esto es una máquina aleatoria llamada memoria. Es como el Ágape Ágape de Gaddis. Encontraran repetirse muchos pensamientos. Porque una y otra vez volvemos a lo mismo, rumiando como una vaca. Voy por otra cerveza. Mi sobrina se vomita en el auto, llora. Todos hacen un gesto desesperado y paranoico al no poder callarla ni hacer que el hedor de adentro del auto sea expulsado por el aire que entra a través de las ventanas abiertas. Mandan cerrarlas para -según sugieren- ahorrar gasolina. Estoy sentado desayunando y comiendo mucho y ella sonríe al prepararme de comer. Me abraza, tiene una mirada que me gusta y que nadie más ha tenido conmigo. Creo que mientras escribo esto unas lágrimas empañan mis ojos, o es la humedad y se empañan los lentes, no lo precioso y no quiero saberlo. Estoy escribiendo. Bebo la cerveza. Escucho salsa, la verdad la salsa no es la música que suelo escuchar. La salsa es lo que escucho cuando me siento nostálgico. La salsa era lo que bailaba en una discoteca muy oscura el día en que nos besamos. Ese sentimiento del amor es demasiado raro, quisiera poder describirlo, pero no puedo. Por fin llegamos a Armenia y nos sentimos felices porque es el primer auto que tenemos y es el primer viaje familiar que hacemos. Mi madre me abraza, está muy contenta de que esté allí, con ella. Yo no suelo compartir con la familia, según dicen. La Polifonía de la Nada


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Me gusta estar solo, eso es todo. Disfruto estando solo aunque este momento diga lo contrario. Trato de recordar otros momentos, otros momentos dentro del momento. La hoja se estrecha y se sacude y vuelve añicos todo. ¿Por qué escribir suele ser tan difícil? No lo sabemos. Me subo a un taxi, es 2011, diciembre. El taxista me dice que el billete que le di para pagar el servicio es falso, me sorprendo y le doy otro. Me repite que es falso, me siento apenado y pienso que alguien ha hecho una mala pasada y me ha metido dos billetes falsos. El tercero lo recibe diciéndome que ese sí es verdadero, me siento apenado y me bajo del taxi ofreciendo una disculpa; no quiero que piense que soy un pillo. Inmediatamente bajo del vehículo tengo la sensación de que quien me ha estafado ha sido taxista. Enfurezco. Cómo me dejé engañar de esa manera. Ahora busco otra canción. Odio la publicidad que agrega youtube al inicio de los videos. Veo las parejas de enamorados desde mi ventana y pienso que esa sensación es bonita. Pienso también en que no deja de haber algo de vulgar en la forma en que he desempeñado el amor. Siempre he pensado en divertirme, nada más. La cerveza está helada y la computadora está tibia. Tecleo tratando de hacer algo que algún lector quiera tener y desear. Que quiera leer y quiera amar. Soy malo con las metáforas, aquí debería ir alguna que explicara la forma en que me gustaría sentirme amado, pero no la hay. Pienso en la mirada de ella mientras desayunaba e imagino que debe ser algo así, como esa mirada que hace sentir que has hallado tu lugar en el mundo, pero tal vez no sea más que una ilusión o un espejismo o tal vez todo es tan real y lo hago triste, engañándome, pensando distinto. En Armenia nos encontramos a mi primo montado en un caballo inmenso, patrulla las calles. Es policía, de la policía montada. Se le ve feliz. Con mi primo jugamos mucho de niños, tengo recuerdos La Polifonía de la Nada


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buenos de esa época. Ahora poco nos hablamos. Cuando leí a David Foster Wallace me cambió la vida. Hace poco vi school of rock y lloré. No sé, estar solo es malo. ¿Por qué diablos el ventilador hace ese sonido tan extraño? Tal vez necesite mantenimiento, no soy un experto en mantenimiento de ventiladores. Quizá lo revise al terminar de escribir esto. Tomaré los destornilladores que están en el taller. Iré y revisaré aquello. Ella viene y trae dos cervezas. Río con sus chistes malos. Nos abrazamos, ella me dice que me quiere mucho. Le digo que lo mismo, que me siento afortunado. Caminamos. Fumamos marihuana con un grupo de hippies en un parque. Ellos nos casan en un ritual que no entendemos mientras cantan a la luna y nos ponen manillas en las muñecas que luego debemos pagar. Nos dicen que somos una pareja muy sexual. Ambos sonreímos. Salimos corriendo calle abajo, dándonos besos en las esquinas o recostados contra las paredes. Sus ojos son inmensos, oscuros. Sonríe. La estrecho contra mí, luego la alejo sin soltarla de la mano. Corremos, nos escondemos tras los autos para besarnos. Podríamos tener quince años, pero ambos tenemos más de veinte. Reímos, nos despedimos. Cada uno aborda un taxi distinto.

Viernes, 1 de agosto de 2014

Publicado en 21:43

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Nada El televisor está encendido a todo volumen. Mi sobrina juega y la abuela grita. La noche es fastidiosa. Mi cuerpo suda, la pantalla del portátil brilla en el rostro; muerdo mis labios; pupilas dilatadas; mirada lasciva. En el porno todos gritan, igual que en casa, el ruido es sinónimo de vida, todo es una locura. Sasha en la pantalla saluda. El ruido aturde mi cabeza, estoy tirado en la cama. Luego de un rato me levanto. Veo la calle desde la ventana que está junto a la biblioteca. Veo a través del cristal y luego giro hacia los anaqueles de madera de la biblioteca. Afuera la luz naranja en el pavimento, las líneas blancas de la calle. Un perro pasa oliendo entre el césped aquí y allá. Al otro lado, en los anaqueles de la biblioteca, está En el camino de Keurac, Pulp de Bukowski, una pequeña porcelana en la que un joven toca la guitarra, algunas revistas musicales llenas de polvo, un libro de Roberto Bolaño. Un vistazo a la ventana, otro a la biblioteca. Tediosa sensación. Llevo un jean y una camiseta blanca, estoy descalzo. Bajo mi cama hay escondida una botella de aguardiente, la saco y bebo un par de tragos. Junto a la ventana invento poemas que anoto en el ipod. Una chica pasa, lleva unos pequeños shorts. Su trasero grande se ve muy bien. La saludo con una sonrisa, no la conozco. Responde amablemente con la mirada. Sigue de largo. Escucho el televisor que está en el primer piso y a la pequeña niña repitiendo lo que escucha con gritos agudos. Me desespero. Sofía ha vuelto a la ciudad, no he retomado mis estudios y no tengo un trabajo. Mis días avanzan, no mejoro en la poesía, bailo igual de torpe que antes y bebo siempre que puedo hasta perder la memoria; la vida de ensueño. Estoy peor La Polifonía de la Nada


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que la Ăşltima vez. Antes el futuro consolaba. El vigilante de la cuadra cruza en su bicicleta, me saluda levantando la mano, respondo con igual gesto. Tomo un libro de la biblioteca.

Martes, 29 de octubre de 2013

Publicado en 18:33

La PolifonĂ­a de la Nada


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Tres de la mañana

Caminé desde "El lugar de Don Hebert" hasta la calle cuarta con quinta, al puente que cruza para ir hasta el hotel Interntinental. Eran las tres de la mañana, y habían cerrado el bar. Tenía una cerveza en la mano que llegando al Club Noel tiré. Hacia un poco de frío. En el camino rostros se iban encontrando, reconociéndose como compañeros de la misma noche. Por la quinta subíamos. Cuando hube llegado al puente me senté en una banca hecha de cemento junto a una señora que vende arepas, chorizos y sirve tintos. Me tomé un tinto primero, luego comí una arepa con chorizo, luego otro tinto, luego me quedé dormido. -Hágale que yo le cuido el sueño, dijo la señora. Había tres personas más en esa banca, todas esperando la mañana con la misma esperanza o con la misma desidia, cualquier cosas era lo mismo; nadie quería volver a casa. Antes del amanecer desperté, a mi alrededor había taxistas, y un travestí abriendo la boca para morder una arepa con chorizo. Buenos días, dije. Me sonrieron... -¿Estuvo buena la fiesta?, preguntaron. Respondí con otra pregunta... ¿Estuvo bueno el negocio?, ambas, o, él y ella, el travestí y la vendedora, hicieron gesto de que cumplieron, los taxistas no me escucharon. A las seis de la mañana esperaba el bus para volver a casa, la vendedora hacia un tinto con lo último de carbón que le quedaba y el travestí seguía derecho por la calle cuarta abajo, como quien va para "La Merced". Me senté en la banca de atrás. De ahí a casa eran aproximadamente veinte minutos y en ellos trate de revivir cada momento de la noche. Cada canción. Me iba quedando medio dormido y los baches La Polifonía de la Nada


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me despertaban arrojándome hacia adelante. Una mujer presionaba el timbre pero este no funcionaba, gritó al conductor cuando este pasó de largo la parada. El conductor del bus gritó a la señora. Ambos se gritaron luego. Las puertas se abrieron, la señora bajó balbuceando, el conductor frunciendo el ceño vigilaba por el espejo. Sonreí por un momento, la señora tenía razón, pensé, pero no debió reaccionar así. Cuando llegué a casa me acosté a dormir. Antes había vomitado en la raíz de un árbol. Tomé el camino que rodea al parque para no llegar pronto. Probablemente aún estaba mamá en casa y no quería encontrármela ni escuchar su sermón. No soñé. El calor me despertó, tenía una sed infernal. La cabeza me dolía. Busqué algo de comer. Prendí la laptop, me conecté a facebook... tenía dos mensajes que no leí. Un montón de notificaciones estúpidas sobre invitaciones a juegos; debo bloquearlas, me recordé. Me fui a bañar para quitarme un poco el calor, me sofocaba, me quedé bajo la ducha un rato, recordando un viejo blues, Love in vain. Me vestí y salí. Bajé hasta La Tertulia, pero no había nadie conocido allí. Compré dos cervezas a la vendedora que se hace en la esquina, también le compré un cigarrillo. Recuerdo escucharla hablar con un tipo de una camioneta sobre lo difícil que se hacía el negocio. Por la avenida del río se escucharon dos disparos, giré el rostro, una motocicleta 115 montada por dos hombres pasó de largo sin respetar el semáforo frente a una juguetería. Seguí caminado, escuchando el ruido de las ambulancias y las patrullas policiales. Contesté una llamada en mi celular. -Hola, dije. -Hola, ¿Qué pasó?, dijo la voz, ¿Dónde estás? -No pasa nada, voy caminando... aun no sé hacia dónde ¿por...? La Polifonía de la Nada


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-Nada, no lo olvides. -No te preocupes, ayer en la noche me lo recordaron y también me hicieron saber que ha empezado. -¿Quién te lo dijo? -Debo colgar... -Espera... -... Tres hombres venían tras de mí, no los había notado hasta cruzar la calle para tomar el camino que lleva al nuevo bulevar junto al Río Cali. Aceleré el paso. Ellos también, las sirenas se habían silenciado dos calles atrás. Estoy solo. Me pongo un poco nervioso. Siento sus pasos tras de mí, en cualquier momento me abordaran, pienso. En ese punto de la ciudad tenía pocas alternativas. Una era girar hacia a plazoleta del Centro Administrativo, pero muchos espacios vacíos son un problema. Seguir adelante era llegar hasta la calle 15, junto a la Ermita y ese es un peor sector. Giré por lo que queda de la vieja arquitectura de la ciudad. Mala idea.

Viernes, 12 de julio de 2013

Publicado en 21:03

La Polifonía de la Nada


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Una lista de escritores que hago mentalmente mientras escribo esto

El humo del cigarrillo danza hasta desvanecerse, girando, elevándose por encima de nuestras cabezas. Guardo silencio mientras todos conversan. Sueltan un chiste, y ríen. Apenas si dibujo una sonrisa. Me levanto de en medio de la mesa, habrán unas veinticinco personas, todos escritores y artistas, yo no. Vine porque encontré un tuit que me invitaba. Soy el nuevo entre un montón de gente con historias en común sobre viajes a Europa y Sur América. No he viajado mucho. Bebo la cerveza parado en la acera. Un tipo está tirado en el andén, su rostro está ensangrentado. Un par de auxiliares de policía tratan de ayudarlo. Llaman una ambulancia que no llega. La cerveza está fría. No vuelvo a la mesa, me quedo viéndola de lejos. Tengo una sensación extraña en el estómago. Doy una calada al cigarrillo. Tomo camino calle arriba, no me despido de nadie. Una mujer joven más adelante me sonríe. La miró fijamente hasta que se siente incómoda, sonrío. La noche es cálida, como suelen serlo en esta ciudad, no es novedad, lo que sí es novedad es el silencio que la acompaña. Camino sin dirigirme a ningún sitio. No pienso en algo como un lugar al cual ir, pero sí que tengo que terminar en cualquier parte. Voy susurrando los nombres de escritores como si repasara una lista de algún evento importante. Los invoco en mitad de la noche con el sabor mezclado de la cerveza y el cigarrillo. Entre ellos cuelo el mío, lo pongo delante, atrás, en medio, casi al final... lo dejo discreto en algún lugar, camuflado entre otros nombres o avatares. Atiendo al camino, dejó de lado mi

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pensamiento; soñar es algo bastante sofisticado para alguien que camina sin rumbo. Un tipo a unos diez metros adelante, en una esquina, me hace señas. Siento como si recibiera la inyección de algo frío por todo mi cuerpo, luego una sensación incomoda en el pecho, comienzo a sudar. Pensé que aquel tipo me atacaría para robarme, pero al acercarme, fingiendo que no tenía temor, me di cuenta de que trataba de venderme drogas. ¿Qué estás buscando, viejo?, me dijo. Nada, le contesté. Tengo lo que necesitas, me dijo, ¿qué estás buscando?, me preguntó de nuevo. Me detuve un segundo, saqué otro cigarrillo. Mientras lo encendía le dije que la noche estaba muy callada y solitaria. Hizo un gesto de vendedor en mala racha. Viejo, pensé que era el único que lo notaba, estoy asustado; no he vendido nada. Sonreí. Me despedí, el tipo me pidió un cigarrillo, luego me insultó y me dijo que me fuera si no iba a comprar nada. Seguí caminando. En realidad me sentía bien, aquella inyección ahora se sentía bien, me reconfortaba. Me pareció escuchar en alguna parte el estallido de una galaxia. ¡Amigo, esto es la vida! Caminé hasta encontrarme con un bar ruidoso en el que tocaban rock. Un montón de jóvenes de cabello largo bebían cerveza sentado en los andenes. Entré al bar pero estaba muy lleno. Pedí una cerveza y la bebí allí mismo, parado, viendo cómo se comportaba la gente, sonriendo. Luego salí y continué caminando. Cuando un padre muere se supone que debe dejar algo a sus hijos, su herencia, el fruto de una vida de trabajo. Eso escuché durante la infancia en las reuniones de escuela dominical. Hay poco tráfico y cruzo la avenida. Heredé deudas, con ellas, las llamadas presionando el pago por parte de los bancos. No hay nada que podamos hacer, ellos lo saben, nosotros lo sabemos, pero aun así no cesan las llamadas. Preguntan por mi madre o por mí. La palabra que más repiten La Polifonía de la Nada


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es “embargo”, ya dejé de darle la importancia que tenía antes. Tengo sed. Cuando era niño me quedaba frente a la televisión viendo dibujos animados. Hacia listas en mi mente con los nombres de los programas. Eventualmente la lista cambiaba, crecía o se achicaba dependiendo la preferencia del momento. Siempre había en ellas palabras como “super” o “increíble”. Imaginaba, sentado frente a la televisión, muy cerca (esa es la razón de mi miopía según me lo ha recriminado mi madre todo este tiempo), que pertenecía a esas historias. También he hecho listas de video juegos, las comencé cuando llegó a casa el Family, y luego el Super Nintendo. La lista fue creciendo conmigo, junto con la llegada de otras consolas. Y esto es abrumador, tanto tiempo enfrente de esto mediando entre la contemplación y el ocio. Contengo el aire un momento. Siento que mis pies se están agotando, me arden. Me incomodan los zapatos, suelto el aire y levanto la vista al cielo nocturno con sus estrellas tan brillantes y tan significativas en otro tiempo. No sé nada de ellas. Es extraño lo silencioso que está todo, y lo vacío. Veo extenderse la calle adelante con algo de niebla que la opaca, o tal vez sean mis lentes empañados por la humedad. Quiero seguir adelante pero giro a la izquierda. En la esquina hay un cartel de un tipo que se lanzó al Congreso, es propaganda vieja, por lo menos de unos cuatro o cinco años. Las mujeres que han estado conmigo también han pertenecido a una lista que digité en mi ipod y que luego borré por precaución cuando tuve una novia muy celosa. Sin olvidarla aún la sigo repasando mentalmente. No sé por qué acostumbro a hacer este tipo de cosas. La semana pasada mamá contestó su celular y comenzó a fingir un acento del campo. Decía que era mi empleada y que no sabía cuándo volvía. Decía que ella era la señora del aseo y que no sabía nada de mí. Mientras hablaba fuerte y con ese acento raro, como La Polifonía de la Nada


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entre boyaco y caucano, yo estaba en la otra habitación riéndome a carcajadas por lo que hacía. Doña Olga, le grité luego, nombre que había usado con una cobradora que me buscaba. Doña Olga, un tintico, por favor, le decía y no podía parar de reír. Ella también comenzó a reír luego de colgar. Nos reímos juntos un buen rato. Luego nos sentamos en la cama en silencio. Le conté sobre las historias que estaba escribiendo en el taller de escritura creativa. Ella fue por un tinto y luego me escuchó largo rato, con su mirada atenta, sin pronunciar palabra. Creo a decir verdad que nos sentamos en la cocina. Veo una pareja que viene de frente. Los veo cansados, con sus trajes sudados y sonrientemente abrazados. Probablemente habrán bailado toda la noche. ¿Qué hora es? ¿Cuánto he caminado? El último libro que compré lo tengo sobre la mesa sin leer, no he querido abrirlo, no tengo aún el tiempo para dedicarle. El trabajo me está quitando mucho tiempo. No sé cómo organizarme, en algún momento sé que todo mi tiempo estará dedicado a la escritura, o eso creo. Estaré alejado y tranquilo escribiendo y reescribiendo, leyendo y compartiendo literatura. Haciendo de esto algo muy real; no otros mundos, no universos distintos; este, el mismo y único convertido en una noche de buenos libros y música. Esa fantasía de ser feliz sentado a la mesa escribiendo, esa imagen nostálgica que la verdad no sé de dónde viene, si de los malos documentales o las añoranzas de los poetas. Brilla de irrealidad. A casa llegó hace poco una máquina de escribir, una Hermes Baby 1940s, es la favorita de Steinbeck pero no he leído mucho a Steinbeck. Poco me importa. Pero en internet encontré una fotografía de Burroughs junto a una de estas y entonces me ha parecido genial aquella anacrónica novedad. Me he sentado a improvisar en ella, usando hojas gastadas. Soy Gillespie y Parker juntos sobre el escenario, improvisando, escribiendo, La Polifonía de la Nada


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haciendo música con un tac tac tac tac tac tac adictivo. Escribo que estoy en un bar desecho de la calle 10 en el centro de Cali, bebiendo una cerveza tibia a las cuatro de la tarde de cualquier día. Hay un hombre en otra mesa con una mujer robusta y mal trajeada. Se ven felices. El cantinero sirve algunas copas de ron. El sudor gotea desde su barba a una de ellas. Veo hacia afuera, las personas suben y bajan frente al bar, no ven hacia adentro. Llevo un revolver al cinto, me dicen El Sherif y soy quien acaba con la plaga que viene del barrio Sucre. Ayer mataron a mi mejor amigo. Sé quién lo hizo, espero para matarlo. Viene aquí siempre, sólo debo esperar. Este es el único camino que tengo.

Martes, 4 de febrero de 2014

Publicado en 17:47

La Polifonía de la Nada


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Paternidad

I Los tres estamos acostados en la alfombra escuchando In The End, probablemente la mejor canción de la historia. David me pasa el porro y aspiro fuerte. Siento que el humo se me va por donde no debe, toso fuerte, me ahogo. Se burlan de mí. La canción suena desde un CD en el estéreo, David hizo una copia pirata del disco en su computadora, la llevamos a todas partes. Hizo una copia para mí también que no paro de escuchar en cualquier lado. Desde que me regalaron el discman, en mi cumpleaños, me he convertido en algo como un zombi. Abrí mi primer correo electrónico en un café internet del centro para que Carlos pudiera enviarme las fotos de una chica de último grado mostrando las tetas, dicen que las fotos fueron tomadas en una fiesta de su prima, pero no me ha enviado nada. Cuando las risas cesan y mi garganta aclara le cuento a David que entré al chat de caliescali[punto]com. Me pregunta que qué tal, le digo que había mucha gente hablando de sexo, que hablé con una chica que me contó cómo le gusta que le hagan el sexo oral, él me dice que probablemente era un hombre, que las mujeres no hablan de esas cosas. Le pregunto que cómo sabe, me dice, “respóndeme esto: ¿te pidió que pusieras la cam y le mostraras tu miembro pero ella no tenía cam pero prometía decirte lo húmeda que estaba?”, guardé silencio. David rio viéndome, Carlos con una risita estúpida también me veía. La familia de David es cristiana evangélica, de esas que cuando vas a su iglesia te ponen la mano en la cabeza y te desmayas o finges desmayarte, no sé, nunca he ido. Él asiste pero su familia no conoce el David que conocemos nosotros. La Polifonía de la Nada


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Creo que todos de una u otra forma somos otros, internet nos está abriendo una ventana a la libertad. David me dice que ha encontrado un sitio porno muy sucio, es alemán, me dice. Carlos vuelve de vomitar en el baño, hemos estado bebiendo y fumando y él no está acostumbrado. Está pálido, viene hablando de que Chop Suey! de System es mejor que esa mariconada de Linkin. Difiero, pero entiendo que Carlos está asqueado de todo y no termino de darle importancia. David me dice que ha hablado con Andrea, que el fin de semana sus padres van de viaje a la finca, que se queda sola en casa. Me hace un gesto con sus manos como diciendo “vamos a follar”. Andrea es la niña más linda de nuestra clase. Le doy un puñetazo en el hombro y le digo que es un hijueputa… ríe mientras se lleva lo que queda del porro a los labios. Carlos se queda con los ojos cerrados y no dice nada. Esa noche me eché pajas pensando en Andrea, en mi mente estaba vestida con el uniforme de deporte del colegio: una pantaloneta corta roja y una blusa blanca pegada al cuerpo que el sudor, paulatinamente, vuelve transparente. David tiene mucha suerte, vive en un conjunto residencial del norte, le importa un pito el colegio y sale con las niñas más lindas. Siento envidia.

II En este país llaman línea imaginaria a una frontera entre barrios, la delinean las pandillas para controlar el territorio, cruzar sin permiso provoca la muerte. Así cayó Rubén la semana pasada, iba a visitar a su novia y recibió tres balazos por la espalda, él ni siquiera supo por qué lo mataron. Pero no es la única forma de morir. Mateo y Ruiz murieron de sobredosis, se atragantaron con pepas en un after party, a La Polifonía de la Nada


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todos nos dijeron que fue causa de una enfermedad muy rara. María y un centenar de niñas quedaron embarazadas, arruinándose la vida según dijeron, ellas se veían felices. Al mismo tiempo muchos compañeros compraban su primera motocicleta y se unían a caravanas que terminaban tomándose las vías y robando a todos a su paso. Yepes, el mejor jugador de fútbol del barrio, borracho se estrelló contra una pared destrozándose el cráneo cuando la policía lo perseguía. En las instituciones dicen que en estos tiempos la juventud es más conflictiva que antes, que somos el futuro, pero que hemos despreciado nuestro compromiso con la vida. En la calle la historia es distinta, hay que sobrevivir. Las oficinas (como se llaman a los lugares donde se reúnen las pandillas), están por todas partes. Ellos hacen las mejores fiestas, las mejores niñas van allí; todos quieren ser como ellos, todos se vuelcan a esa vida. El compromiso con la vida es más firme que nunca: ¡Tomarla como venga!… Comienzo a leer a Andrés Caicedo, pierdo mi virginidad con Claudia, igual que un par de compañeros más. En las noches salimos a tomar vino de caja y fumar cigarrillos baratos. Algunos van a bailar salsa. Todo es desenfreno y gritos y amor. Estoy en medio, desesperado por todo ello. Esta es la juventud del futuro, la que cruza una línea imaginaria (o la ha esnifado como si fuera una línea de coca) y cae muerta víctima de los balazos del odio. Escribo sobre esto en un blog que comparto en las salas de chat, alguien comenta que me he vuelto trascendental.

III Me masturbo. Estoy tan excitado, pienso en Natalia, en la forma como se estrechó hoy contra mí durante los ejercicios en La Polifonía de la Nada


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la clase de deporte. David me veía y se le notaba la envidia. Eso me gustó. Natalia tiene un culo divino. Hemos apostado quién será el primero en disfrutarlo. Pero no me hago ilusiones, doy por perdida esa apuesta. Ella disfruta de cosas muy distintas a las mías. He pensado en dedicarle ese poema de Benedetti que leí hace poco en clase, Táctica y estrategia, pero me vería ridículo. Más cuando Carlos le dedicó una salsa de alcoba que decía: cómo quiero desnudarte y hacerte el amor, y ella le ha dicho que tan tierno. ¿Tierno, ese adicto al porno? En las salas de chat me hago llamar Sex_adicted12, y siempre hablo de lo dura que la tengo, de cómo me gustaría follarme a todo lo que se mueva. Le intereso a algunas usuarias del chat. En el café internet al que voy he visto a mucha gente viendo porno. Tengo un poco de pudor para ver porno allí, no quiero verme igual que ellos, con sus ojos desorbitados y ansiosos, con los rostros sudorosos y sonrojados. Me he detenido en los relatos eróticos; todos son repetitivos y vacíos. Sex_adicted12 tiene mucha más actitud de la que tengo. Intercambié número de teléfono con alguien llamada Lady_love75, nos hemos llamado y hemos tenido sexo telefónico. No sé si todas las personas hacen esto. Me gusta ser Sex_adicted12, es mucho más animado y mejor con las palabras. Sabe qué decir y en qué momento. Me siento perturbado cuando no soy él, es una necesidad. He recibido por fin el mail de Carlos, las fotos de la chica de último grado no son la gran cosa, igual me masturbo con ellas frente a la pantalla cuando estoy solo en casa. Oh, Natalia, esto es por ti.

Este relato apareció en Efecto2000.tk

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#Índice

Estoy sentado en una banca del parque ........................................ 4 Aquí no hay nada ......................................................................... 8 Aquí supuestamente hay una fiesta ............................................ 12 Estoy leyendo un libro que confundo con mis pensamientos y además está el problema con Sandra .......................................... 16 Hasta ahora la historia no dejaba de ser la misma ....................... 22 La actitud es el error .................................................................. 28 Marejada feliz ............................................................................ 31 Nada.......................................................................................... 36 Tres de la mañana ...................................................................... 38 Una lista de escritores que hago mentalmente mientras escribo esto ........................................................................................... 41 Paternidad ................................................................................. 46

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