El referendo de la selva

ISBN 978-958-8704-11-1

9 789588 704111

JoaquĂ­n Guerra Lima

El referendo de la selva

El referendo de la selva © Joaquín Guerra Lima 2011 E-mail: joaguelima@hotmail.com ISBN: 978-958-8704-11-1

Diagramación: Luz Mery Avendaño Dibujos: Lic. Delfino Amaringo Culqui.

Fecha de culminación: año 2007 Preprensa e impresión: Editorial Gente Nueva Tel: 3202188 Bogotá, D.C. Impreso en Colombia Printed in Colombia

A Dios, el amor supremo; a los ambientalistas, que incansablemente entregan su vida a la protecci贸n del planeta; a los hombres de la ciencia, que pueden liderar un cambio de conciencia y de actitud de la humanidad frente al futuro; a todas las personas que prestan un servicio desinteresado al pr贸jimo. A mi familia.

En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el Espíritu de Dios se movía sobre el agua.

Entonces Dios dijo: “¡Que haya luz!”

Génesis 1,1-3

Capítulo1

Los delegados y sus denuncias

Introducción El referendo de la selva es la historia que narra la preocupación de los animales frente a la extinción a que están siendo sometidos por la caza y el comercio ilegal. Su preocupación asimismo se origina por el efecto que está causando el calentamiento global en el planeta y que, como consecuencia, puede significar la extinción en masa de muchas especies, incluido el hombre.

El referendo de la selva resalta la sabiduría de la naturaleza, en un imaginario conversatorio en que se tocan varios temas, con el propósito de recrear la participación comprometida y constructiva de una gran variedad de animales del planeta, preocupados por su supervivencia y por la nuestra.

El autor

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Capítulo1

Los delegados y sus denuncias

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E

l olor húmedo y agradable de la selva huyó, y con él, el embrujo mágico y misterioso. Porque el olor de la selva y la magia no querían contaminarse. A su paso, el humo asfixiante y tóxico ganaba espacio en la floresta y ahogaba a las especies silvestres, las llamas se desplazaban por entre los árboles como una peste, y una estampida de especies deambulaba por la trocha buscando un refugio seguro del fuego abrasador. Y la flora se quedó estática sin poder hacer nada.

Ese día, los depredadores perdieron el interés por la caza. A lo lejos, a unos pocos kilómetros, la selva ardía, extinguiendo todo a su paso. En la estampida muchos animales murieron, como también murieron los que cayeron en las trampas de los humanos. Que también huyeron, porque el fuego de origen natural llegó hasta el caserío y lo consumió en su totalidad.

Cuando el fuego se extinguió gracias a la lluvia que cayó al atardecer, todo volvió a una aparente tranquilidad.

A la mañana siguiente, los animales estaban inquietos, intranquilos e inconformes por los acontecimientos que ocurrían en la selva. No era la primera vez, y presentían que algo peor podría ocurrir en el

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planeta. Lo presentían, como presintieron los elefantes de Sumatra del Norte el tsunami devastador, que a su paso extinguió a poblaciones enteras de humanos y de especies silvestres en las islas y en algunas regiones de Asia.

Todos reconocían la vida difícil y agitada que les tocaba vivir y sobrevivir, aunque era su naturaleza, la consecuencia de nacer en un mundo salvaje de depredadores y presas. Pero eso no les preocupaba.

Al analizar brevemente los sucesos y desgracias del día anterior, los habitantes de la selva sabían que había asuntos muy importantes que tratar y que estos afectaban a todo ser viviente del planeta. Por lo tanto se invitó a una reunión a todas las especies de animales existentes, y debido a la importancia del evento, ninguno podría faltar. Se exigía, además, la presencia de por lo menos dos representantes de cada especie.

El sitio destinado para el evento se había organizado de tal manera que los representantes estuvieran cómodos. Había varios recipientes especiales de formas cilíndricas de diferentes alturas y colores, llenos de agua fresca, para que los animales bebieran sin dificultad. Había toda clase de frutas tropicales: bananos, papayas, sandías, melones, guayabas. Alimento preferido por las aves y algunos mamíferos.

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Para los herbívoros como las cebras, ñus, koalas, canguros, alpacas, caribúes, gacelas, vicuñas, capibaras, caballos, oryx, búfalos, dantas, rinocerontes, elefantes y camellos, había toda clase de hierbas y pastos frescos especialmente seleccionados, para

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que no les causara problemas digestivos. Los granos y los líquenes también hacían parte del menú.

La variedad de alimento llamaba la atención. Algunos participantes que llegaron con anterioridad hacían planes para comer primero o colarse en las filas en el momento del acostumbrado receso. Había sitios especiales con suficiente carne como pasabocas, para las medias-nueves de los leones, tigres, panteras, tigrillos, guepardos, hienas y jaguares. Para todos se ofrecía el alimento en abundancia.

El local estaba hermosamente decorado y repleto de banderas blancas, y se respiraba un ambiente de tranquilidad y de mucha paz.

Los loros habían llegado y permanecían encima de los árboles a la espera de ubicarse en el puesto que estaba reservado para ellos.

Era un desfile constante de representantes que llegaban con mucha alegría. Venían ondeando los estandartes que habían preparado para la ocasión, y muchos traían banderas de sus países de origen.

Los que llegaban observaban maravillados que había varios elefantes ubicados en una parte del escenario preparada para ellos. Cada elefante tenía una hermosa trompeta adornada elegantemente para la instalación del evento. Uno a uno, curiosamente, pasaban y contaban a los elefantes. “Son quince”, decía el mapache; “Sí, son quince”, confirmaba el camello. “La inauguración va a ser emocionante. El sonido de las trompetas me emociona —decía el caballo, que era descendiente de los corceles utilizados por los caballeros en las cruzadas—. Mis antepa-

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sados —decía, al cesar el sonido emocionante de las trompetas— salían velozmente al campo de batalla.

Eran elegantemente vestidos y sus atuendos eran del color del caballero que los cabalgaba. El Caballero Negro cabalgaba sobre un corcel azabache. Tanto el Caballero Negro como su corcel causaban admiración. Era un jinete justo y valiente y, por lo tanto —prosiguió el caballo—, las personas lo amaban y respetaban”.

El lugar estaba lleno. Algunos espacios, pero muy pocos, se encontraban vacíos. De repente, los elefantes con sus largas trompas comenzaron a tocar las trompetas. Mientras lo hacían, los animales escuchaban sin emitir sonido alguno. La emoción se hizo evidente. De pronto del cielo apareció una nube de pájaros de colores, que sincronizadamente con sus pequeños cuerpos alados escribían palabras de bienvenida: “¡Bienvenidos a la instalación del referendo de la selva!”. La emoción erizaba las pieles de unos, las escamas y las plumas de otros. Todos los presentes comenzaron a aplaudir. Algunos gritaban “¡Bravo, bravo, bravo!”, y a medida que lo hacían, se iban sumando los otros, y el grito de “¡bravo, bravo, bravo!” se extendió rápidamente por toda la selva. Y así como misteriosamente llegaron, las pequeñas aves desaparecieron del escenario.

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El acompañante del representante de las aves sostenía un hermoso estandarte con la imagen de un gran halcón, y muy orgulloso decía: “El halcón simboliza el principio celeste; es un símbolo que transciende los planos: físico intelectual y moral”. Luego afirmó: “Es el más veloz de todos”.

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Había animales preocupados y nerviosos que querían encontrar respuestas rápidas a los maltratos a que eran sometidos algunos miembros de su especie.

Formaban grupitos y discutían sobre cómo hacer valer sus derechos en un planeta que desde la creación había destinado Dios para todos.

“Pero además —decía abrumada la zorra—, hay evidencias graves y preocupantes y por lo tanto, es necesario manifestarse a pesar de las consecuencias que esto pueda traer. El maltrato es evidente —continuó la zorra—: algunos animales fueron encontrados sin vida, atrapados en trampas hechas con alambres de púas en forma de laso. Otros perdieron sus patas al pisar trampas que fueron imposibles de abrir. Un número muy significativo de elefantes fueron sacrificados sólo para extraerles el marfil de sus colmillos…” La zorra hizo una pausa y prosiguió: “Aún hoy, siguen siendo sacrificados. Y lo mismo le ocurrió a los rinocerontes, a quienes siguen cazando para extraerles el cuerno de su hocico, por su aparente poder afrodisíaco”.

Algunas aves desplumadas se quejaban de haber estado prisioneras por mucho tiempo en jaulas. Al parecer, decían, porque se veían hermosas ahí. Otras comentaban que habían salvado sus vidas escapando de las hondas de niños desjuiciados que, por fortuna, tuvieron mala puntería, y otros poca fuerza, gracias a lo cual recibieron impactos que no les causaron un daño grave. Pero se sabía que muchas aves, hermosas por cierto, no corrieron con igual suerte.

Los orangutanes, las serpientes, las iguanas, las guacamayas, uno a uno fueron narrando las desgracias

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de convivir como mascotas, alejados de su hábitat natural. Mientras cada uno hablaba, la zorra escuchaba atenta los comentarios.

“Al principio se nos trata bien —decía un orangután—. Somos la atracción de la familia, pero al cabo de unos días, o meses, nuestra presencia comienza a incomodar, a fastidiar quizás. Entonces, aparece el maltrato. Nosotros no entendemos eso. Seguimos siendo los mismos y haciendo lo mismo, pero llega un momento en que lo que era agradable y divertido para los humanos comienza a ser desagradable.

Luego, pasamos días sin probar alimento, sin saber por qué. Comenzamos a perder peso. El estrés por el maltrato, la depresión por la falta de cariño y la falta de alimento muy pronto comienzan a acortar la vida. Entonces, muchos de nuestros hermanos animales mueren o terminan abandonados…”

“Los que contamos con suerte —decía a su turno una cacatúa—, terminamos en centros de protección de animales”. A esta afirmación asentían con sus cabezas la anaconda, la guacamaya y el morrocoy.

“En cierta ocasión —comentó el cocodrilo—, veníamos más o menos unos quinientos cocodrilos listos para ser vendidos. Pero en el camino muchos se asfixiaron y murieron”.

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“El veintinueve por ciento de los primates —decía un gorila del África— se encuentran en vía de extinción, por el comercio y la caza ilegal”. “Nosotros y las vacas marinas también estamos en vía de extinción”, decía un hermoso pirarucú originario de los lagos y cochas del Amazonas.

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Y el orangután agregó: “Muchas de las cosas que comentan son ciertas. Pero soy testigo de que en muy pocas familias a las mascotas las tratan bien”.

“Es cierto — contestó un perro pastor alemán muy elegantemente vestido y bien cuidado—. Aunque hay personas que tienen una gran sensibilidad hacia los animales, los cuidan, los consienten y protegen…”

“Volviendo a las denuncias del orangután, los humanos son así”, decía la zorra. “¿Son así, cómo?”, preguntó el chimpance. Y la zorra explicó: “Las personas a veces se muestran muy cariñosas, bondadosas, pero son impredecibles. Al principio se enamoran, algunos perdidamente, más que otros. Hacen todo lo imposible para halagar al ser amado…”. “Eso se llama locuras del amor”, dijo la cacatúa. “Luego — prosiguió la zorra— se casan, pasan unos días y quizás meses o años y para muchos el amor se acaba.

Entonces aparece el maltrato, y lo que era dulzura y paz se transforma en un campo de batalla. El que gana es el que primero logra darse cuenta a tiempo y se separa sin recibir maltrato alguno…”

“Los matrimonios humanos ya no duran tanto como antes —siguió diciendo la zorra—, y por consiguiente, el núcleo familiar queda incompleto y lo que era la base fundamental de esa sociedad se ha vuelto un problema social”. Y continúo: “Si se tratan mal entre humanos, ¿qué pueden esperar las mascotas? En cambio nosotros, los animales, no somos así. Somos animales y nos entendemos muy bien con nuestras parejas y descendencia”. Los que estaban presentes se sintieron orgullosos y contentos con las palabras de la zorra.

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“Yo también fui víctima de maltratos —dijo la zorra—. Fui perseguida, acorralada y procesada, por los constantes asaltos que hice a los gallineros. Todo lo que sé, lo aprendí de proceso en proceso. Dicen que soy astuta y lo soy. Pero más que astucia, lo que tengo es inteligencia. Soy una zorra, actúo como zorra, pienso como zorra y nadie puede cambiar esa realidad. En muchas ocasiones, atrapé gallinas. Trepaba a lo más alto de los árboles a asaltar los nidos de las aves. Degustaba los huevos, me comía las crías. Cada asalto lo planeaba muy bien, con astucia. Y cada asalto era también un riesgo que corría.

Pero como todo animal, los zorros tenemos que alimentarnos, y cuando escasea el alimento en el campo abierto, en la naturaleza, el paso siguiente son los gallineros. Hay mucha comida allí. Pero es muy peligroso, porque el primer asalto puede ser el último. Cuando asaltaba un gallinero, pasaba un tiempo sin volver por allí. Me trasladaba a otro gallinero vecino, y hacía lo mismo. Hoy asaltaba aquí, mañana allá, y así por toda la región”.

Después de tomar un poco de agua para aclararse la garganta, la zorra continuó su relato, que tenía cautiva la atención de sus hermanos de toda especie: “Eso me dio mala fama. Por toda la comarca se sacaban afiches con mi imagen. En ellos se ofrecía una gran recompensa por la cabeza de la zorra. A mis oídos llegaban palabras insultantes: ‘La zorra es una plaga, es un animal dañino. Estemos alertas, hay que atraparla’”.

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Se oían comentarios emocionados entre los oyentes, y la zorra se animaba aún más en su narración.

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“Escapé en varias ocasiones a los disparos de granjeros, que por no dormir pensando en cómo atraparme, se estresaban y fallaban el tiro. En otras ocasiones, me libré valientemente de unos enormes perros que vigilaban el gallinero. Uno de esos días, decidí no arriesgarme y me fui a comer gallina en el pueblo vecino…”

Y así, la zorra parecía inspirarse cada vez más frente a su público. “Como les decía, todo lo que sé, lo aprendí en los reformatorios y en los estrados judiciales. Cuando uno se encuentra en estos lugares, al principio lo único que puede decir es que es inocente. Después se acostumbra, y en corrillos comenta sus hazañas; luego se da cuenta de que existen posibilidades de que sea inocente, y es cuando comienza a indagar en la ley. La estudia, y así se entera de que tiene derechos y de que si, aunque uno sea un poquito culpable, descubre que no se le ha seguido el debido proceso, puede alegar eso y, listo, queda libre…

Y si, dado el caso, uno es muy culpable y las pruebas lo delatan, se puede acoger a sentencia anticipada y en poco tiempo está fuera. Mejor dicho, hay muchos trucos en la justicia humana para librarse de ella o de alguna injusticia…”

La zorra tenía discurso para rato, así que continuó: “Los reformatorios no se los aconsejo a nadie: son como jaulas, pero, para qué, dan buena comida. Hay jaulas especiales para perros, para loros, cocodrilos, caballos.

“Algunos animales llegan porque son abandonados.

Otros los decomisan por el maltrato al que son o fue-

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ron sometidos. Los animales que llegan pasan por terapias y luego son liberados en la naturaleza de donde nunca debieron salir. Hay perros que llegan con las patas amputadas. Fueron abandonados por sus dueños porque se quedaron inválidos al tratar de protegerlos de los ladrones, quienes les dispararon o les hirieron a machetazos para poder huir.

“Algunos se la pasan mal encarados. Otros tienen cicatrices, producto de las peleas callejeras. Tratan de intimidarte y si te dejas te extorsionan y te quitan la comida. Si no comes, entonces los encargados piensan que pretendes revelarte y te torturan. A mí me torturaron en dos ocasiones. Fue horrible.

“La primera vez, me llevaron a una especie de cuartucho. No era oscuro y tenía buena ventilación. Estuve en el cuarto por tres días sin probar alimento.

Luego me sacaron, me colocaron un bozal y en las patas una especie de guantes. Pensé que era para no lastimarme. Luego me sacaron a un patio encerrado con malla y echaron cinco hermosas y suculentas gallinas. Ese día corrí, corrí y corrí y no logré atrapar ninguna. Sólo descansé cuando caí rendida, abatida por el cansancio.

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“La segunda vez quisieron hacer lo mismo. Me sacaron del pequeño cuarto y cuando soltaron las deliciosas gallinas, me acosté a tragar saliva. Las expertas gallinas intentaban provocarme y algunas decían: ‘¡Mira qué muslo tan delicioso, y qué pechuga tan carnuda!’. Entonces yo cerraba los ojos y deseaba intensamente ser libre, correr por el campo, oler el exquisito aroma de las flores, y vagar por el bosque

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en busca de sanas aventuras, y me prometí a mí misma comportarme bien...

“Finalmente un día conseguí la libertad, y cuando salí me alejé de los gallineros, para evitar problemas. Me dediqué de lleno a las criaturas de la naturaleza: liebres, ratones, aves, lagartijas, ranas, y gallinas…” En este punto la zorra se detuvo pensativa y luego dijo: “Claro, gallinas silvestres. Que son muy exquisitas”. Luego continuó: “Y todo cuanto podía atrapar sin tener que aventurarme en las granjas de los humanos”.

“Lo de las gallinas en el reformatorio, fue una tortura”, dijo sonriente la zorra. “Todavía logro recordar la escena. Pero todo está olvidado, como también nosotros los animales estamos siendo olvidados.

“Cuando pagué mi condena, pensé que todo había terminado, que mi deuda con la justicia había sido saldada. Sin embargo, después dijeron que la zorra debía pagar todos los daños que había causado, y efectivamente me explotaron económicamente. Me hicieron firmar un contrato en que me comprometían a colaborar, y así fue. Fui protagonista en los libros de cuento. Participé en innumerables fábulas.

Actué en cine y la televisión. Me hicieron famosa a pesar de que mi comportamiento fuera reprochable para todos.

“Los granjeros me odiaban, pero también se divertían, y aplaudían mis actos en los libros o en la televisión. Y después de que me había resignado a no recibir un centavo, y cuando mi fama como protagonista de todas esas historias recorría el mundo, me

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hicieron a un lado y me reemplazaron por nuevos actores, sin sentimientos, sin historia. Actores y personajes salidos no sé de dónde. Ahí están ahora los pokemones, los teletubis, los digimones y los transformers.

“Nos reemplazaron y fuimos olvidados, y ahora estamos aquí, a la espera de hacer valer nuestros derechos. Por eso estoy aquí —dijo muy triste la zorra, e insistió—, por eso estoy hoy aquí…”

“Qué historia, amiga zorra”, dijo el perro pastor alemán. “¡Eres mi heroína!”, gritó otra zorra hembra que estaba presente desde el principio y que hasta ahora había decidido participar. Luego dijo el orangután: “Las zorras son inteligentes y tienen historia”.

Cada comentario, cada experiencia que se narraba, agitaba los ánimos en los grupos que se habían formado. Entonces, la zorra, después de haberse dado una pausa para refrescar su garganta, subió a lo más alto del escenario y gritó fuertemente: “¡Huelga, huelga, que viva la huelga!”.

Los animales que estaban en los grupos y los que no, levantaron la vista para ver quién gritaba. Algunos de los animales comenzaron a exclamar igualmente, incitando a la huelga y gritando vivas a la zorra.

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En esos momentos apareció el búho y se dirigió a la zorra: “¿Por qué crees tú que debemos hacer una huelga?”. “Para reclamar nuestros derechos fundamentales y ambientales”, dijo la zorra. “¿Como cuáles?”, volvió a preguntar el búho. Y en tono burlón

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la zorra replicó: “¡No, no, no, no lo puedo creer!, el sabio búho no conoce los derechos que tenemos los animales. Es una pena. ¡Qué mala representación tienen aquí las aves!” Un poco ofendido, pero tranquilo, el búho respondió:“Amiga zorra, el hecho de que te pregunte a cuáles derechos hacías referencia, no significa que desconozca nuestros derechos.

Es más, para eso estamos aquí, y muchas cosas que se dirán hoy aquí y que violan nuestros derechos, deben conducir, no a una huelga, sino más bien a una lucha organizada para exigir respeto a los derechos que tenemos y a los que tú haces referencia”.

El búho se tomó una breve pausa mientras miraba lentamente con sus grandes ojos redondos a todos los concurrentes que escuchaban el debate. Luego dijo, levantando un poco la voz: “No podemos juzgar a los demás desde nuestro exclusivo punto de vista.

A veces tratamos de echarle la culpa a los demás de nuestras debilidades”. E insistió: “Yo, como búho, no debo alabarme hablando mal de otro búho…” Y la zorra, confundida con los argumentos de su colega, preguntó: “¿Cómo así? ¿Qué quieres decir con eso?”

“Escucha —dijo el búho—, a veces creemos saber lo que el otro piensa o hace. Entonces decimos que el otro no sabe, que es incompetente y que el único competente es uno, así no lo sea, porque vemos en los otros nuestros defectos. Los halagos y el reconocimiento son buenos, pero deben proceder de los que ven lo importantes que somos para ellos, porque se ve reflejado en nuestro trabajo y con nuestro ejemplo. Más que buscar un halago o una mención, nuestro deber es cumplir con nuestras obligaciones

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y hacerlas de la mejor manera posible y con mucha responsabilidad”.

Enseguida replicó la zorra: “Pero yo entiendo muy bien de los derechos fundamentales y ambientales.”

El búho comenzaba ya a descender por los escalones del escenario, y respondió de paso: “Yo también entiendo de esos derechos, y mucho. Lo que dije, no lo dije por ti. Simplemente quise expresar lo que siento”. Y se alejó el búho muy lentamente del escenario.

Entonces, la astuta zorra, bajando velozmente por las escalones alcanzó al búho y le dijo: “Excuse me for my imprudent behaviour, wise owl.” Y sin meditarlo un instante el búho le contestó: “I accept your apologies, my friend fox.” La zorra pareció algo sorprendida por la habilidad lingüística de su interlocutor, y enseguida se perdió entre el público presente diciendo: “Vraiment, le sage hibou est brillant!” El búho, sorprendido también, preguntó: “¿Qué dijo la zorra?” Un elegante gallo bilingüe salió en apoyo del búho, explicando: “Señor búho, la zorra le habló en francés...” “Eso lo sé, amigo gallo. Pero, ¿qué fue lo que dijo?” Y el gallo le tradujo textualmente el mensaje: “La zorra dijo: ‘Verdaderamente, el sabio búho es brillante’”. Y esta vez el búho sonrió, complacido por el halago.

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Todos estaban maravillados de la oportuna intervención del búho para calmar los ánimos. “Este tipo de discusiones no conduce a nada bueno”, dijo el alce.

“Debemos organizarnos”, dijo una guacamaya proveniente del Amazonas. Era un hermoso ejemplar

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adornado con plumas de colores, lo que le había valido para ser elegida alguna vez como el símbolo de la diversidad. “¡Organicémonos!”, agregaron en coro el mono, la iguana, el rinoceronte, el hipopótamo y la vicuña.

El búho utilizaba unos lentes oscuros para evitar los rayos del sol. Uno de los micos asistentes que estaba sentado en diagonal al águila, comentó: “El búho debe estar haciendo un gran esfuerzo.” “¿Por qué?, preguntó el halcón. “Lo que pasa —dijo el mico— es que los búhos duermen en el día y en las noches están en actividad”. “Eso es cierto, dijo el águila. Pero tengo entendido que los búhos llegaron hace tres días, y durante ese tiempo han estado adaptándose para poder participar de la mejor manera posible en las jornadas diurnas”. Con cierto aire de inocencia, el mico se atrevió a preguntar: “¿Es decir que los búhos se prepararon muy bien para esta reunión?” “¿Y quién no? —contestó el águila, mirando con sus ojos penetrantes al mico. Y añadió—: Creo que todos los que estamos aquí hemos venido preparados para este evento”. El mico, visiblemente apenado, se alejó con disimulo hasta lo más alto del escenario.

Unas tortugas marinas que pidieron estar en la reunión y que solicitaron se les construyera una pequeña playa de arena, nadaban nerviosamente en un estanque de forma cilíndrica de 1,50 metros de radio y 80 centímetros de profundidad. Su preocupación obedecía no tanto al estanque, ya que éste cumplía con las normas exigidas, sino más bien a la excesivamente alta temperatura de la arena, ya que estaban casi listas para desovar. Recordaban tristemente

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cómo un gran número de tortugas alegremente llegaron a desovar en la playa en la que tradicionalmente lo hacen. Venían desde muy lejos. Pero el clima cambiante recalentó la arena y, sin saberlo, cada una fue depositando cientos de huevos que fueron cocinados totalmente por la arena. Toda una generación de tortugas desapareció así por un desajuste en la incubadora natural.

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Capítulo2

El debate y los líderes

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M

ientras las tortugas trataban de solucionar sus problemas, los animales discutían sobre la necesidad de elegir a un moderador para que tomara las riendas de la reunión.

“Para que la reunión sea exitosa, decía el cocodrilo, debemos escoger un moderador que permita el uso de la palabra”. “Y a un secretario”, dijo el búfalo.

“Propongo como moderador al león”, dijo el conejo. “¡Sí, sí, al león!”, gritaron todos. “Él es poderoso, impone autoridad, su palabra es ley y, además —continuó el conejo—, es reconocido en todo el mundo como el rey de la selva”.

“No, un momento —protestó calmadamente el león.

Y continuó—: Agradezco las palabras de halago, dudosas por cierto, pero tengo el honor de cederle el puesto al señor búho. El búho, insistió el león, es reconocido como el símbolo de la sabiduría, y su intervención frente a la zorra fue excelente. Por lo tanto, creo que es el indicado para tan loable misión…”

Sin permitir casi que el león terminara sus argumentos, el mico, desde lejos, gritó: “¡Viva el búho, nuestro moderador!” “¡Que viva!”, contestaron los presentes, y todos aplaudieron.

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Tras este primer acuerdo, el avestruz, que había permanecido silenciosa y con su cabeza escondida entre un arbusto, se ofreció como secretaria.

A esta hora, ya el búho había aceptado su nominación como moderador e indicó que su secretaria anotaría los animales que querían intervenir. Luego agregó: “Daré la palabra según el orden de la lista.

Al final de la reunión se darán a conocer las conclusiones del evento. Como primero de la lista, tiene la palabra el señor león”.

“Bueno —dijo el león—, en primer lugar, celebro con mucha alegría este encuentro fraterno. Me siento muy bien el día de hoy. La presencia de ustedes dice mucho de esta lucha que unidos podemos sacar adelante. Mis antepasados fueron perseguidos y vilmente exterminados por cazadores que colgaban sus cabezas como trofeos para adornar las paredes de las viviendas de los llamados humanos, supuestamente llevados a ello por su instinto animal. Otros hermanos leones fueron capturados y llevados a los espectáculos circenses…”

De repente, el león calló, y en silencio observó a una jirafa recién llegada a la reunión que, de manera discreta pero muy difícilmente, trataba de ocultar una evidente y dolorosa dificultad al caminar. Entonces el león dijo al búho: “Señor moderador, tengo mucho que decir, pero asuntos importantes requieren de mi presencia en otro lugar. Por lo tanto, sugiero que ceda la palabra al que sigue”.

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“Muy bien, señor león. Tiene la palabra el cocodrilo”, dijo el búho. “Al igual que el león, dijo

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el cocodrilo, mis antepasados fueron asesinados y sus pieles adornaron los mercados humanos con bolsos, carteras, correas y zapatos. Muchas babillas y caimanes del Amazonas corrieron con igual suerte…”

Mientras el cocodrilo hablaba, el león se acercó a un grupo de leones que aparentaban escuchar atentamente al cocodrilo. “¿Ven lo que yo veo?”, preguntó el león. “Sí, está muy hermosa y casi lista para procrear”, dijeron los leones. “Ah, ya veo —dijo el león—. Ustedes se refieren a la leona coqueta que no deja de mirarlos”. “Sí, claro, ella”, dijeron los leones, a quienes les brillaban los ojos de alegría y deseos. “Pues yo no estoy hablando de esa leona, señores. Pero ya que mencionan ese tema, quiero recordarles, en caso de que lo hayan olvidado, que el jefe soy yo, y mientras eso sea así, todas las leonas, sin excepción, me pertenecen y serán las madres de mis cachorros”. Dicho lo anterior, el rey de la selva miró desafiantemente a cada uno de sus hermanos y primos, quienes bajaron la mirada en señal de sumisión. “Ahora, les comento —dijo el león—: ¿Ven la jirafa que está al otro extremo del recinto?”

“Sí, la vemos”, dijeron los leones. “Ella será nuestro almuerzo de hoy”, dijo el león. “Pero, ¿por qué la jirafa?”, preguntaron los otros leones. Si podemos disponer de otros animales, las jirafas son el último recurso”, insistieron los leones. “Es verdad, pero la comida no se puede desperdiciar” dijo el león, un poco ansioso. “Claro que no, pero, ¿qué pasa con la jirafa?”, preguntaron los leones. “Está herida”, explicó el león.

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La declaración del rey sorprendió a los leones “¿Está lastimada?, no lo habíamos notado…” Y los machos del grupo no supieron decir más nada. Pero una leona de edad madura, que estaba un poco celosa por lo de la joven leona coqueta y que estaba entrando en calor, tomó la palabra en el grupo y dirigiéndose al rey le dijo: “Mira, hoy es día de tregua y las treguas son acuerdos de no agresión, mientras se buscan las soluciones a los intereses comunes. Es hacer un alto en el camino para la construcción de la paz”. “Hablas muy bien, amiguita —dijo el león—.

Pero mira: la pobre está herida, muy lastimada, y va a sufrir”. “Ese no es el tema, replicó con energía la leona. El asunto es que estamos en tregua y hay que respetarla. ¿O es que te quieres mostrar muy poderoso frente a la leona coqueta, imponiendo tus decisiones? Además…” “¿Además qué?”, le interrumpió el león. Y la leona valientemente le indicó: “Observa a tu alrededor y dime qué ves”. “Veo —dijo el león—, mucha comida, y en este momento tengo mucha hambre”. “No, no me refiero a eso, dijo un poco más amable la leona.

Mira alrededor las banderas blancas, estamos reunidos en paz, eso significan las banderas blancas”.

Aparentando quizás algo de ingenuidad, el león preguntó. “¿Y qué es la paz?” “Por lo que escuché hace rato —dijo la leona—, pienso que la paz, es un don.

Es convivir en armonía y comprender que todos, a pesar de ser diferentes, podemos trabajar por el bien común”.

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“No entiendo”, dijo el león, queriendo escuchar más argumentos de esa simpática hembra que se mostra-

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ba valiente y muy inteligente también. “Te explico nuevamente. Usualmente nosotros tenemos un territorio, y si un grupo de leones diferente al nuestro entra a nuestro territorio, nosotros los expulsamos, siempre y cuando seamos mayoría o, si no somos mayoría, demostramos ser más fuertes. Eso es lo que hacemos normalmente”.

La hembra leona se detuvo en su charla para asegurarse de que todos los leones la escuchaban, y continuó: “Pero la paz significa entender que, a pesar de que tengamos un territorio que defender, lo podamos compartir con los otros clanes sin agredirnos, sin limitar los derechos de los otros. En pocas palabras, la paz nos invita a compartir el territorio y la comida”.

“Ah, ya entiendo, pero eso en realidad es difícil”, dijo el león un poco preocupado, porque no estaba dispuesto a compartir el territorio, ni sus leonas. “Pero hoy debemos comer”, volvió a repetir el león. “Sí, todos debemos comer hoy. Pero te repito, querido león, que hoy estamos en tregua y en paz.

Tenemos muchos temas que discutir y son muy importantes, y no los podemos echar a perder por unos kilos de carne”, argumentó la leona. Sin embargo, el león insistía en su afán de comer: “¡Pero no podemos acostarnos con hambre!” “Por supuesto que no, dijo la leona, pero esperemos a ver qué pasa.

Además, hemos comido mucho hoy, tanto que me es imposible creer que todavía tengas hambre. La gula es pecado capital”, concluyó la leona.

Una cebra que escuchó la conversación de los leones, se dio cuenta de que la jirafa se desplazaba con

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dificultad. Comentando con otra cebra decía: “Mira, la muy descuidada, refiriéndose a la jirafa, se dejo herir la tonta. Allí donde está, hace esfuerzos por mantenerse de pie, no sabe lo que le espera”. “Y lo bueno de todo esto —terminó diciendo otra insensible cebra que escuchaba—, es que hoy podemos afirmar que los leones no cenarán cebra o ñus…”

Un perro galgo que traía un mensaje de los perros y gatos de Asia, escuchó el comentario de las cebras y preguntó: “¿Los leones comen jirafas?” “Sí —dijeron las cebras, añadiendo perversamente—: También perros galgos, elefantes, búfalos, gacelas, avestruces, etc. Los leones comen todo tipo de carnes”. El perro galgo palideció. “¿Qué hace un perro galgo en Asia, si tengo entendido que son de España o Italia, o Francia?”, preguntó una de las cebras al perro. “Bueno —contestó el perro—, los perros galgos habitamos varias regiones de Europa. En Inglaterra y en otros países hemos sido utilizados como perros de caza, por nuestra velocidad y otras cualidades que tenemos. También nos han explotado en carreras de pista para hacer apuestas, haciéndonos correr detrás de conejos mecánicos de peluche, o a veces de verdad.

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“Ustedes saben que todos los caninos compartimos cualidades que nos hacen importantes y hoy aun más en el servicio a la humanidad”. Era un buen conversador, este galgo, y se notaba que sabía mucho. Y al fin respondió a la pregunta que le habían hecho: “Pues yo recuerdo que llegué al Asia siendo un cachorro. Llegué con una familia de españoles que es-

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tuvieron de vacaciones en Filipinas. En un descuido de ellos y mío, me extravié. Anduve por las calles, y de repente un día fui adoptado”.

El perro galgo subió al escenario, tomó la palabra y dijo: “Qué hermoso es verlos así, libres en la naturaleza. Necesitamos leyes internacionales que nos protejan. Qué bonito se ven los estandartes con la imagen de los representantes de cada grupo de animales. Las mascotas se ven mejor así. No en jaulas, como sucede con los pájaros y las serpientes, ni en los acuarios, ni mucho menos en los circos. Porque, por muchos esfuerzos que hagan por cuidarlos, siempre estos animales saldrán lastimados”.

Y siguió el galgo con su mensaje: “En los circos y los zoológicos los animales pierden habilidades importantes y necesarias para su supervivencia en su hábitat natural. Muchos se domestican, situación que resulta aterradora para los felinos y los elefantes, que son los más explotados y maltratados”. Se escuchaban voces de aprobación entre todos los animales, y el galgo siguió: “Sabemos que en ocasiones los circos, los zoológicos y los centros de protección son la solución para evitar la extinción de determinadas especies de animales. Bienvenidos sean estos casos y esos lugares, pero que actúen de manera responsable”. “¡Bravo, bravo! —gritaron los animales—. ¡Que vivan los sitios de conservación de los animales en vías de extinción!”

“Ahora —dijo el galgo, después de felicitar a los organizadores de este importante evento—, traigo una

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denuncia de los perros y gatos de Asia. Estos son sacrificados y llevados al mercado para ser vendidos como alimento. Otros, prosiguió el galgo, otros son torturados de la manera más cruel y, antes de morir, los cuelgan y los despellejan vivos. Con sus pieles fabrican abrigos, guantes, estolas, peluches, alfombras”.

Con lágrimas en sus ojos de perro, el galgo seguía adelante con su denuncia. “Lo más triste de todo es que los humanos se complacen y son cómplices en esta práctica criminal. La perversidad de sus actos no debe quedar impune. Por lo menos sus conciencias deberán juzgarlos y condenarlos por el resto de sus vidas”.

Esta vez era más evidente la emoción del galgo relatando esta triste situación. “¡Justicia, justicia, justicia!”, gritaban los presentes en el evento. “Tráiganle un poco de agua”, pidió el búho. Al momento le dieron un vaso con agua al perro galgo. “Gracias por escucharme, estoy muy emocionado, pero ha terminado mi intervención”. Todos los presentes aplaudieron al valeroso perro galgo que hizo tan importante denuncia. “Secretaria —dijo el búho—, tome atenta nota de las denuncias del hermano galgo”.

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Mientras el galgo hablaba, una paloma mensajera que llegaba del Polo Norte se había posado sobre la mesa y de manera discreta había entregado una carta al avestruz, la secretaria. La carta venía fechada del día anterior y se podía leer: “Remitente: oso polar”. La secretaria susurró al oído del búho. Luego, el búho dijo: “Estimados amigos: llegó una carta de

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nuestros amigos del Polo Norte, los osos, a quienes quisiera conocer personalmente, pero parece que será en otra ocasión. La señorita secretaria leerá la respectiva correspondencia”.

El avestruz, un poco tímida, pidió al búho que la carta fuera leída por el loro, más experto parlanchín. Pero el búho no lo consideró conveniente y, él mismo, se ofreció a leerla: “Queridos amigos y hermanos —comenzaba la carta—. Con mucha alegría, queremos desearles éxitos en la toma de decisiones en el caso que nos afecta a todos. Lastimosamente, no podemos asistir debido a que el cambio climático está trasformando nuestro hábitat natural y nos impide desplazarnos a voluntad.

“Hoy los glaciares ya no son los mismos. De repente, casi de la noche a la mañana, el lugar que recorríamos cuando éramos oseznos, donde empezamos a crecer, el lugar donde conseguimos pareja y procreamos nuestros oseznos, comenzó a cubrirse de mar. Porque los glaciares comenzaron a derretirse. Se nos hace difícil conseguir el alimento. Varias poblaciones de osos empezaron a morir. Y, al parecer, nos tocó resignarnos, porque la naturaleza no da marcha atrás. Si tenemos una sola oportunidad de sobrevivir, tendremos que comenzar de nuevo, quizás trasladarnos a un nuevo sitio, para vivir en otras condiciones y comenzar tal vez un nuevo proceso evolutivo de transformación y de adaptación”.

El auditorio escuchaba la lectura de la carta con verdadero interés y mucha preocupación. El búho

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continuó leyendo el mensaje de los osos polares: “Es difícil, mis amigos, por lo que estamos pasando.

Hoy somos nosotros, mañana, ¿quién sabe? Anoche, mientras pensaba sobre la promesa que le hizo Dios a Noé, comprendí que Dios cumple sus promesas.

Luego, recordé que mi madre, la osa mayor, como cariñosamente la llamábamos, se sentaba en las noches de luna llena frente a una bola de cristal que encontró dentro de un baúl al naufragar un barco. En vida de mi madre, la bola misteriosa le indicaba todos los momentos de nuestra vida, buenos por cierto. Épocas de prosperidad y abundancia en comida.

Pero cuando mi madre falleció, nosotros olvidamos la bola de cristal...” El búho hizo una pausa para refrescar su garganta y después retomó la lectura: “Ahora, hace poco, cuando empezamos a ver de frente el problema del cambio climático, creíamos que era pasajero. Luego nos llegó una comunicación de nuestros parientes los poderosos osos grizzly, considerados, al igual que nosotros, los primeros en la cadena alimenticia. Ellos manifestaban que algo estaba pasando en su territorio. Que en las praderas escaseaban las bayas y que el número de salmones se había reducido. Eso, decían nuestros primos los grizzlis, les generaría problemas para la época de hibernación.

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“Luego —continúo el oso en su carta—, sin querer y nada más por curiosidad, tomé la bola de cristal y ésta se me manifestó, sin que yo haya tenido experiencia previa en las labores esotéricas. Lo que me indicó fue que tendríamos que ser socorridos si queríamos salvarnos. Vi, a través del cristal, grupos

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de humanos que venían a rescatarnos. En la misión, utilizaban dardos somníferos. Pero eso no es todo: la bola de cristal me hizo ver, a pesar de que de antemano no creí en ella, a muchos humanos, pobres y ricos, niños y adultos, que preocupados buscaban un nuevo sitio donde vivir. Estas personas debían abandonar sus países de origen, en busca de tierra firme porque el mar inundaba sus ciudades y el alimento se escaseaba…”

Y decía más adelante la carta del Polo Norte: “Pero, insisto: Dios cumple sus promesas. Por lo tanto, siempre habrá un pedacito de tierra para habitar.

No importa de qué especie seas tú, animal, o de qué raza o nacionalidad sea el ser humano, la Tierra será siempre la madre para todos… mientras se pueda encontrar un refugio seguro, y si no acaban con ella los in-humanos, claro está, porque debemos pensar que nuestra madre Tierra se asemeja mucho al poderoso Titanic…

“Haciendo memoria, sus tres cuartas partes están cubiertas de agua. El hombre ha construido un hermoso iceberg, que aparentemente les mostraba un horizonte prometedor con los avances científicos y tecnológicos. Pero, en lo más profundo del iceberg, el progreso trajo consigo la contaminación ambiental, y ésta, el calentamiento global, a lo que sigue el derretimiento de los polos, el aumento del nivel de los océanos y, en síntesis, la destrucción de la naturaleza. El cambio climático, hermanos y amigos, es nuestra mayor amenaza y la más grande preocupación”.

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La atención del auditorio era todavía completa, y se reflejaba en los rostros de preocupación de todos.

La carta seguía diciendo: “Hoy recordamos la historia del Titanic y sentimos escalofrío con sólo pensar que la poca tierra firme que queda pueda reducirse a la mitad. ¿Han pensado, compañeros, el futuro que nos espera al convivir con los humanos en un reducido espacio? No obstante, tenemos fe en la sabiduría de la naturaleza, y es posible que el glacial que se derrite hoy aquí, pueda aparecer mañana en otro lugar “Para concluir, hermanos, amigos y compañeros, no quiero extenderme más. Espero que logren entendernos por nuestra ausencia en tan importante reunión. Queremos que nos recuerden y que oren por nosotros. Que la naturaleza escucha y es sabia. Quizás podamos seguir adelante. Los extrañamos. Los osos”.

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Después de leer la carta, el búho dijo: “Nuestros amigos los osos necesitan una ayuda inmediata. Si todos estamos de acuerdo en que el problema de los osos es de carácter urgente, esta comunicación debe ser enviada hoy mismo a los ecologistas. Ellos sabrán que hacer. Nuestra solicitud debe ir firmaba por los que estamos aquí”. Y mirando a la secretaria, el búho siguió hablando: “A la comunicación se anexará el documento de los osos. Que sean enviadas copias a los científicos de los cinco continentes, para ver qué solución pueden encontrar. Los hombres de la ciencia son curiosos y no se cansan de investigar. El conocimiento se rinde a sus pies, los desvela y divierte. No los aburre”.

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En un rincón del recinto había una enfermería para animales. Dentro de la enfermería, bien protegidas por barrotes de hierro, estaban dos mujeres muy jóvenes, vestidas con camisas y pantalones cortos de color caqui. Eran las encargadas de prestar los primeros auxilios a los animales. Los leones y las cebras observaban que la jirafa en ese momento estaba siendo atendida por las dos jóvenes.

Las jóvenes se dieron cuenta de que la lesión de la jirafa no era grave, y que con un poco de hielo la hinchazón de la pata derecha podría desaparecer.

Tanto las jóvenes como la jirafa estaban preocupadas, porque aunque la lesión no era grave, los leones habían identificado a la jirafa como una presa.

Las jóvenes sabían que la jirafa, un hermoso ejemplar, estaba bien, pero no podían impedir que la naturaleza siguiera su curso.

Una foca que también estaba presente nadaba impaciente en un estanque. Aunque se entretenía con algunos objetos geométricos de colores, quería intervenir lo más pronto posible, y levantando su aleta derecha logró autorización para hablar: “Las tortugas y nosotras las focas venimos en representación de las especies marinas. Mi intervención tiene que ver con la responsabilidad en el cuidado de la naturaleza. Porque muchas acciones humanas han atentado contra las especies marinas”. Y continuó diciendo: “A lo largo y ancho de nuestro mágico planeta, los mares, los ríos y la selva embellecen el paisaje. Es maravilloso poder disfrutar de la majestuosidad del universo. Es hermoso y tierno ver a fa-

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milias o grupos de amigos visitar las costas, recorrer las playas, saltar, brincar, jugar a la pelota, nadar o recorrer el paisaje marino en pequeños botes, y esculpir figuras en la arena…” Se oían murmullos de nostalgia entre los animales que alguna vez visitaron alguna playa, por lo cual la foca hizo una pausa.

“Pero la alegría del entretenimiento trae consigo una práctica dañina, como es la de arrojar basuras a las playas. Sí, los desechos son esparcidos sobre las playas de manera irresponsable. Muchos de estos desechos como bolsas plásticas, botellas, latas de bebidas y tapas, van a parar al mar”. En este punto, se notaba algo de furia en las palabras de la foca. “Muchas especies marinas, agregó, han muerto y siguen muriendo por esta práctica criminal. Las tortugas, los delfines o cualquier animal marino que se enrede en una de estas bolsas mueren asfixiados.

Las aves, en sus afanes por conseguir alimento, confunden las tapas de los envases con comida y se las llevan a sus crías. Esto ocasiona que muchas de las crías mueran”.

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Nuevos comentarios y murmullos de aprobación interrumpieron brevemente la intervención de la foca, quien continuó explicando: “Mi interés es abogar para que los humanos den muestra de solidaridad con la naturaleza y ayuden a conservarla. Por ejemplo, no se puede, ni debe permitir, que los ríos y mares se utilicen como vías para el tránsito de desechos tóxicos provenientes de las fábricas, ni como el basurero de humanos inescrupulosos. Por el contrario, ¿por qué no buscar recuperarlos? Es por el bien de todos, humanos y animales. Pedimos a los

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humanos que transportan petróleo por el inmenso mar, tomar las debidas precauciones para evitar accidentes; porque los naufragios de los grandes barcos petroleros han contaminado el mar y destruido gran parte del ecosistema marino. Millares de peces y aves mueren por esta causa.

La foca concluyó su discurso agradeciendo al búho su oportunidad de participar y discretamente se retiró de la tarima para ir a sumergirse en lo más profundo del estanque. Ahora, la foca jugaba más tranquila, porque sentía que había cumplido muy bien con su participación como embajadora de las especies marinas y acuáticas, por supuesto, y sabía que sus palabras fueron muy bien recibidas por todos los presentes.

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uy cerca del búho moderador había un hermoso sillón muy bien decorado. Parecía un sillón del siglo XII. En el sillón se encontraba elegantemente vestido un búho que no había intervenido todavía, y que escuchaba atentamente las denuncias y las quejas. El búho lucía una especie de toga color azul y un birrete del mismo color. Tenía entre sus alas un pergamino. Estaba un poco pensativo y en una ocasión giró la cabeza 360 grados y se emocionó al ver el gran número de asistentes.

De repente, los elefantes volvieron a hacer sonar las trompetas y todos se quedaron en silencio. El moderador se puso de pie y, dirigiéndose a los asistentes, dijo: “Con ustedes, el excelentísimo búho Mayor, el más sabio de todos los búhos”.

El búho Mayor se subió al atril y dijo: “Me emociona ver un público tan selecto a quien tengo el honor de dirigirme hoy. La alegría de la selva está reunida hoy aquí, y por eso es maravilloso sentirse acompañado por todos ustedes”. Todos los asistentes aplaudieron dando la bienvenida a las amables palabras del sabio búho Mayor.

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“Hoy estoy aquí para hablarles del referendo, asunto que nos tiene reunidos. Considero que las denuncias y las quejas que se han expuesto hoy son consecuencia de la falta de voluntad. Sí, amigos y amigas, hace falta buena voluntad, ante todo a los hombres, aquí no se trata de ignorancia ni de desconocimiento: simplemente por mala voluntad se violan las leyes y los tratados. Ese es el problema”. Tras una pausa, el búho Mayor explicó: “Existen tratados internacionales, acuerdos o protocolos firmados por países industrializados, cuyo mayor objetivo es reducir el cambio climático producido por el efecto invernadero y cuyas principales causas son el aumento exagerado en las emisiones de gases como dióxido de carbono, gas metano, óxido nitroso y los gases fluorados, que producen el calentamiento global, y que tienen preocupados a nuestro amigos los osos, a las tortugas y a nosotros mismos, porque no sabemos qué repercusiones tendría el descongelamiento de los glaciares para nosotros y para los humanos”.

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“Sabio búho —dijo una boruga del Amazonas, interrumpiendo bruscamente al ave—: ¿Qué es el efecto invernadero?” “Buena pregunta”, comentó el búho, quien se tomó algunos segundos para comenzar a responder. “Bueno, para contestar la pregunta de mi amiga la boruga, quiero precisar lo siguiente: la temperatura en nuestro planeta es perfecta para sostener la vida de todas las especies que lo habitamos. Por eso estamos aquí, respiramos, volamos.

Algunos pueden sumergirse en lo más profundo de los océanos, mientras otros recorren los campos y las praderas, unos pueblan los árboles, otros el sub-

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suelo, otros viven en el aire, en fin, todos tenemos nuestros hábitats adecuados… Ahora bien, el efecto invernadero tiene que ver con la hermosa relación de dependencia natural extraordinaria de nuestro planeta con el astro rey.

“En ese sentido, seguramente sabemos que las emisiones de los gases de efecto invernadero en pequeñas cantidades permitieron, han permitido y permiten aún el florecimiento de la vida en nuestro planeta. Pero recordemos que todo exceso es malo…

Por ejemplo: el alimento es importante para reponer las energías de nuestro organismo, pero si abusamos de la comida, nos podemos enfermar. Eso es precisamente lo que ocurre con los gases de efecto invernadero. El exceso de estos gases ha sido ocasionado por el animal humano con la combustión de los combustibles fósiles. El incremento de estos gases debido la acción humana genera el calentamiento global, porque la acción de la naturaleza no alcanza a regularlo. Ahora bien, los gases de efecto invernadero se producen de manera natural y artificial.

Pero las emisiones de origen natural son reguladas por la naturaleza. Caso contrario de las que produce el humano, que en vez de regularlas las incrementa.

Y eso es precisamente lo que ocurre con los gases de efecto invernadero. El incremento de estos gases por la acción humana genera el calentamiento global, es decir un aumento significativo de la temperatura media del planeta”.

El sabio búho hizo una pausa; se acomodó el birrete, observó a los presentes y continuó: “La temperatura en nuestro planeta no es entonces demasiado fría,

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ni demasiado caliente: es la ideal. Gracias a estas condiciones la vida se extiende por todos los lugares del planeta. La Tierra recibe el calor del Sol. Algunos gases de la atmósfera retienen ese calor y evitan que parte de éste se escape de retorno al espacio.

“Quiero que tengan presente lo siguiente —prosiguió el búho—: los gases de invernadero en pequeñas concentraciones son muy importantes para nuestra supervivencia. Sin ellos, el clima en nuestro planeta sería mucho más frío, lo que haría que quizás la vida fuera imposible”. Asegurándose de que todos le prestaran atención, el búho Mayor siguió diciendo: “Atendiendo a la pregunta de nuestra simpática amiga la boruga amazonense, digamos que el efecto invernadero es un fenómeno natural por el cual la Tierra se mantiene moderadamente caliente y en equilibrio climático ideal, como ya se dijo. Para mantener las condiciones ambientales favorables para la vida, es necesario que entendamos las relaciones complejas que se mantienen entre la Tierra y la atmósfera.

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“Hoy en día esta situación de equilibrio está en peligro a causa de la contaminación de la atmósfera, que provoca que los gases retengan mucho más calor de lo normal cerca de la superficie. Es así como la temperatura del planeta ha aumentado notablemente en el último siglo, y esto es lo que viene causando el cambio climático a nivel mundial. Para nadie es un secreto que el calentamiento global trae consigo fenómenos naturales devastadores e impredecibles y la extinción en masa de especies de animales y vegetales.

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“Escuchen amigos —exhortó el búho Mayor—: El calentamiento global no tiene nacionalidad ni preferencias, es una realidad que nos afecta a todos”.

Luego dijo: “Las principales fuentes de contaminación por la emisión de dióxido de carbono son producto de la invención humana. La mayoría de los combustibles fósiles de las plantas energéticas, fábricas y automóviles, son la causa principal de la alarmante situación actual. Un aumento considerable en las emisiones de estos gases podría convertir nuestro planeta en un infierno.

“Los incendios forestales en las sabanas, en las llanuras y en diferentes regiones de la selva son evidencias reales de los hechos que nos preocupan hoy. No obstante, en la actualidad, con buena voluntad, decisión y responsabilidad, los humanos pueden reducir la emisión de estos gases y evitar sus graves efectos, porque tienen la tecnología apropiada para tal fin”.

Y el búho Mayor seguía exponiendo todo su conocimiento: “En condiciones normales de la temperatura, las tortugas no tendrían problemas en el momento de poner sus huevos. Pero las que hoy vemos llegaron a desovar en el tiempo exacto y en la playa que les daba seguridad y confianza, y los huevos se cocinaron. Eso nos da a entender que efectivamente algo muy grave está pasando en el planeta, y de ello están conscientes muchos dirigentes de la especie humana. Eso hace pensar que a pesar de que la naturaleza nos avisa o comunica los acontecimientos de destrucción masiva por el cambio climático, a los humanos no les interesa lo que le pueda pasar al

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planeta en el futuro y sólo viven el presente, porque el futuro es incierto.

“Por ejemplo, en la Cumbre de la Tierra, un foro muy importante celebrado en Río de Janeiro, se pactaron acuerdos muy importantes como El Programa 21, la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, y los Principios Relacionados con los Bosques. Estos acuerdos pueden ser realizables, si existe buena voluntad de los pueblos en asumir ese reto. Ojalá no sea un espejismo en medio del desierto. Debemos luchar para que la ilusión de un planeta sano, saludable y solidario sea posible en los corazones de la humanidad. Siendo así, todos saldremos favorecidos. Tanto los humanos, como nosotros, los animales”. Algunos aplausos se escucharon, pero el búho Mayor no interrumpió su mensaje.

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“Lo que expresa el documento de los osos, y lo que pude percibir en los rostros de las tortugas marinas, puede significar la crónica de un desastre futuro anunciado desde ya para nuestro planeta, para nuestra descendencia, para nosotros, que estamos hoy aquí. A eso hay que agregarle las denuncias del maltrato y la caza indiscriminada a que son sometidos los animales y que, como consecuencia, muchas especies se encuentran hoy al borde de la extinción.

Las denuncias de la foca son muy importantes, porque se nota claramente la falta de educación en los humanos en el cuidado del ambiente. Este referendo, más que una consulta, debe apuntar a exigir que se cumplan los tratados, y todo cuanto tenga que ver con la defensa de nuestro planeta, porque, a la larga, eso significa también velar por la integridad

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de todos. La selva, hermanos y hermanas, es el patrimonio de todos los seres que la habitamos, y el referendo de la selva es una herramienta que nos puede ayudar a conservarla”.

Cada vez más se sentía la aceptación y la admiración que despertaban entre los animales las sabias palabras del búho Mayor, quien continuó: “Podemos presentar un referendo por iniciativa propia, que garantice nuestra seguridad, nuestros derechos.

Donde se rechace todo aquello que atenta contra nuestra existencia. Pero también, podemos exigir que se cumplan los acuerdos de conservación de nuestro planeta. Si los humanos no lo exigen, tendremos nosotros que tomar la iniciativa. De seguro en el camino los humanos se nos unirán, porque ellos deberán entender que vivimos en un planeta que es nuestro hogar, nuestra morada. Respiramos el mismo aire, compartimos el mismo sol, nos acaricia la luna. Habitamos un planeta que es una isla en la inmensidad del universo. Nuestro planeta es la riqueza más grande que nos regaló Dios y nos pertenece. La Tierra es única, bella e irremplazable. Y, como toda piedra preciosa, la debemos cuidar, para que nadie le haga daño, la destruya o se la apropie, pues es de todos”. Cada palabra del búho era escuchada con mucha emoción, y en los ojos de algunos asistentes había lágrimas.

“Es increíble —decía el búho Mayor— que gran parte de la selva amazónica se halle devastada. Un gran número de especies vegetales son arrasadas todos los días por las motosierras de manos criminales, sin que nadie pueda hacer nada. Muchas especies

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de animales silvestres han desaparecido. Otras, han abandonado su hábitat buscando refugios seguros.

“Las quemas, los incendios, son otro gran problema, porque contaminan el ambiente y acaban con la flora y la fauna silvestre, y sobre esto hay muy poca conciencia. En algunos lugares, por ejemplo, he escuchado a humanos bromear, mientras quemaban basuras, diciendo que estaban contribuyendo con el calentamiento global, como si eso fuera un chiste. ¿Qué les parece?… Debemos concientizar a los depredadores de la fauna y la flora. A los que depredan el planeta irresponsablemente con la contaminación. Porque ellos, a mediano o largo plazo, también son especies en vía de extinción”, sentenció el sabio búho Mayor. Y siguió: “Debemos sacudir la conciencia de los que destruyen la naturaleza. Por lo tanto, sugiero que se escriban mensajes de rechazo a estas prácticas y a las consecuencias que ellas conllevan. ¡Que se produzcan y distribuyan mensajes desde lo más alto de las montañas, en la espesura de la selva y en las profundidades de los ríos, lagos y mares, para advertir a los seres humanos que nosotros tenemos más conciencia de los problemas ambientales, y que censuramos sus prácticas de desperdicio y depredación!” El búho Mayor, emocionado, levantó de nuevo muchos aplausos entre todos los asistentes.

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“Ahora bien —dijo el búho sabio—, si necesitamos proteger el planeta de la destrucción, ¿por qué no organizar una especie de policía ecológica internacional, con la participación de todos los países, que pueda sancionar o administrar justicia en los lugares en que se destruya la naturaleza o se atente contra ella?”.

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“Sabio búho —dijo el dromedario, interrumpiendo la intervención del pájaro—, nosotros, para los humanos, somos simplemente animales. Ellos no nos van a escuchar. Pensarán que estamos trinando, croando, gruñendo, cantando, silbando rugiendo o cualquier otra cosa que ellos llamen a nuestro idioma, pero no nos van a prestar atención…”

“Quizás no —dijo el búho—, tú tienes mucha razón, hermano dromedario, pero nosotros sabemos que es así. El calentamiento global, la contaminación ambiental, la tala de los árboles y todo lo que afecta el planeta ha contribuido a acelerar el proceso de la destrucción en masa de todas las especies. No es culpa nuestra, es de los humanos. Son ellos los que deben solucionar el problema de la contaminación ambiental. Además, nosotros no somos simplemente animales. Somos más que eso. Somos vida, respiramos, actuamos, sentimos y pensamos…” “¿Por qué hablamos de los humanos, si ellos viven su mundo y nosotros somos diferentes?”, volvió a interrumpir el dromedario.

“Los humanos son otra especie de animales —dijo el búho—, pero con una diferencia: ellos piensan, son inteligentes, capaces de transformar el mundo, y son decididos; gracias a la información genética que cada uno posee y de acuerdo a sus posibilidades y oportunidades, piensan de diferentes modos…”

“Nosotros los animales también…”, intentó interrumpir otra vez el dromedario, pero el búho afirmó: “Todos ellos piensan diferente y esa es la mayor y más complicada diferencia, aunque esto parezca

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un juego de palabras. Por eso viven en lugares diferentes, visten diferente, hablan diferente. Unos lo tienen todo, otros pasan necesidades. Algunos nacen en palacios con todas las comodidades. Otros nacen en las condiciones más deplorables. Pero esa es la realidad de ellos. Sus diferencias son más artificiales que naturales, en cambio las nuestras son sólo naturales. Pero, bueno, dejemos a los humanos con sus diferencias, pues lo que nos preocupa ahora es la problemática ambiental, que también es preocupación de una parte de la humanidad.

“A propósito, no quiero terminar mi intervención sin antes hacer un reconocimiento muy especial a las personas, a los pocos humanos que se han organizado para luchar frente a todo lo que atenta contra la naturaleza. Para ellos mis bendiciones, porque verdaderamente han comprendido que el planeta les pertenece, y cuando algo es nuestro, lo cuidamos celosamente. Caso contrario, y eso ocurre casi siempre, cuando alguien tiene algo que no es suyo, lo descuida y en muchas ocasiones lo destruye”. El sabio búho hizo una pausa, sonrió con la sonrisa característica de los búhos, observó a todos en el escenario y dijo: “El planeta Tierra también es nuestro.

Nos pertenece a todos”.

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Más aplausos se escucharon esta vez ante las palabras del búho Mayor, quien concluyó diciendo: “Pienso que hablé mucho, tal vez demasiado. Y espero que algún mensaje claro haya quedado en todos ustedes y llegue a los humanos un día”. Todos aplaudieron y decían: “¡Que viva el más sabio de los búhos! ¡Que viva, que viva, viva, viva!”.

Capítulo 4

Un alto en la discusión

Capítulo 4

Un alto en la discusión

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l búho se bajó del escenario y se dirigió a una pequeña carpa, que se había adecuado para los búhos. En ese momento, llegaron unos carros inmensos. Venían cargados con alimento. Cada uno de los vehículos se ubicó en puntos estratégicos, para hacer el reparto de la comida. Un hombre joven instaló unos bafles en la parte superior de uno de los camiones, tomó un micrófono y dijo: “Hora de la comida”. Las personas que estaban en los vehículos tenían el mismo uniforme que las mujeres que se encontraban en las jaulas, socorriendo a los animales. La mayoría de ellos eran jóvenes, se dedicaban al cuidado y a la protección de los animales.

El que estaba encima del carro hizo el siguiente anuncio: “Los leones, los tigres, las hienas y demás carnívoros, se ubican al lado derecho del recinto.

En ese lugar van a encontrar carne suficiente para alimentarse.

Quiero recordarles que hoy estamos en tregua y, por lo tanto, la comida debe ser un momento para compartir”.

Sobre el suelo del lugar mencionado yacían varios animales vacunos sacrificados. Una de las cebras al

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ver tan horrendo espectáculo, dijo: “Creo que hoy hemos perdido el tiempo. Miren el desperdicio de vida animal”. Otra de las cebras le dijo: “Cálmate, esa es la ley de la selva: unos tienen que morir para que otros puedan vivir. Hoy fueron esas pobres vacas, mañana puede ser alguna de nosotras…” “Nosotras es mucha gente —dijo un poco sonriente la otra cebra—.

Porque como están las cosas, mañana los leones cenarán jirafa...” Después, el joven vestido de uniforme caqui cedió el micrófono a una de las jóvenes y ésta dijo: “Se pide a las cebras, koalas, canguros, ñus, elefantes, gacelas, cervatillos y demás herbívoros que se ubiquen al lado izquierdo”. En ese lugar había grandes recipientes de colores llenos de hierbas frescas, pastos tiernos y algunas frutas.

“Los demás animales, pueden ubicarse al fondo de la explanada, allí atrás encontrarán variados alimentos para todos los gustos y costumbres, y en cantidades suficientes para todos. Después de comer, tenemos una hora para la siesta y luego continuamos con la reunión”, dijo la joven conservacionista, mientras tomaba un sorbo de agua. La comida para ellos debía esperar, hasta que todos los invitados saciaran sus apetitos. El rostro de la joven mujer mostraba lo agotadora que era la jornada y el sudor resbalaba por sus mejillas, su cuello y su frente, por toda su piel bronceada por el sol.

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Al llegar la hora de reiniciar la reunión, otro de los jóvenes se subió a uno de los carros y dijo: “Creemos que ustedes hoy han dado un gran paso. Ahora, escuchen con mucha atención lo que queremos recomendarles: podrían dividirse en tres grandes grupos de la

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siguiente manera: las aves forman un grupo. El otro gran grupo es el de las especies acuáticas y marinas, y el tercer grupo de los animales terrestres. Cada grupo debería trabajar sobre las propuestas específicas de su ambiente, para que el referendo quede bien formulado.

“Las sugerencias y las propuestas serán entregadas a los animales que serán escogidos como los representantes, y que harán parte del comité. Los representantes tendrán la misión de organizar el documento final. ¿Les parece claro y apropiado hacerlo así?”, preguntó el joven voluntario. “Sí”, respondieron los animales, ya recuperados en su energía y ánimos después de la comida y la siesta. Todos aplaudían y ondeaban los estandartes.

El joven conservacionista retomó el micrófono y comentó: “Ahora, tenemos entendido que cada delegación trajo algunas muestras culturales, y las quieren compartir. Entonces, les proponemos disponer del resto de la tarde, para organizar sus presentaciones, de modo que en la noche podamos reunirnos nuevamente aquí para disfrutar de la programación”. La propuesta recibió aprobación general.

En horas de la tarde, todo era algarabía y los grupos de animales ensayaban de la mejor manera posible y con gran entusiasmo.

Mientras los animales ocupados se organizaban, ensayando cada grupo cuidadosamente para impresionar con danzas, cuentos, acertijos y declamaciones, en la rama más alta de un frondoso árbol del suelo africano se encontraba un halcón pensando sobre lo

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maravilloso de poder compartir por unos días con los otros animales. Nunca lo había imaginado…

Un águila se acercó al halcón que observaba desde la copa del árbol. El águila sabía que ese viejo árbol también conocía muchas historias, porque estaba sembrado allí desde el principio de la creación; había visto morir animales en manos de sus depredadores; había escuchado el grito angustioso de turistas, que por no tener en cuenta las recomendaciones del guía, habían sido devorados por los leones y otras fieras salvajes. El árbol recordaba que en una ocasión, un grupo de turistas y su guía treparon a él para escapar de los poderosos elefantes africanos.

Todavía tenía en su tronco las marcas que le dejaron los elefantes en su ataque.

Pero también había visto renacer la vida. El árbol era feliz al ver cómo las pequeñas crías recién nacidas se ocultaban en los matorrales, para no ser vistas por los depredadores. Así, podían recobrar las fuerzas para seguir a su madre. Había visto pasar a los cazadores ilegales, que escapaban de los guardabosques, y en algunos casos atentaban contra ellos.

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Mientras el árbol silencioso deshojaba algunos recuerdos, sus dos huéspedes, el águila y el halcón, disfrutaban de la brisa del atardecer en la llanura africana. Luego de un corto silencio, el halcón le preguntó al águila: “¿Eres maestro?” “¿Por qué lo preguntas?, contestó el águila. “No sé, pero lo presiento”, dijo el halcón. Entonces el águila le respondió: “Sí, lo soy. Todos somos maestros, todos tenemos algo que enseñar. El conocimiento es libre como nosotros, las aves, que logramos llegar adonde

Capítulo 4

Un alto en la discusión

pareciera que es imposible. Yo soy maestro al igual que tú, porque tú y yo, a pesar de que somos algo diferentes, hemos aprendido de nuestros padres el arte de volar, de cazar, de llegar a lo más alto y conocer los lugares a los que nadie, a excepción de nosotros, puede llegar.

“Soy maestro porque lo que aprendí de mis padres lo enseño a mis hijos. Juntos, —decía el águila—, mi pareja y yo construimos el nido. En lo más alto de los acantilados construimos nuestro hogar, el sitio donde nacieron nuestros polluelos, a los cuales alimentamos con mucha responsabilidad. Soy maestro porque aprendí de mis polluelos la responsabilidad de ser padre, la ternura de la inocencia y el verdadero sentido de la familia. Soy maestro porque, a pesar de toda mi experiencia en lo que hago, me he dado cuenta de que hay muchas otras cosas que tengo que aprender, conocer y experimentar”. El águila estaba muy emocionada y siguió diciendo: “Cada vez que aprendo algo, lo disfruto y me agrada, porque descubro que existen muchas otras cosas que aprender y eso me hace feliz”.

Las palabras del águila retumbaban en la mente del halcón. Él era un excelente maestro, y sabía que el águila estaba en lo cierto. También él había aprendido de sus padres el arte de volar, y recientemente su pareja había tenido polluelos, así que tendría que aprender de ellos el arte de ser padre.

Pero también debía enseñarles lo que tradicionalmente los halcones hacen: volar y cazar. Recordó emocionado que para los egipcios los halcones simbolizaban el principio celeste, y encarnaban por

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excelencia a Horus, el dios de los espacios aéreos, cuyos ojos son el sol y la luna. Mientras el halcón reflexionaba sobre esto, el águila lo observaba y notaba que su rostro reflejaba mucha alegría. El águila batió sus alas para interrumpir el breve silencio en su intervención y comentó: “Algunas personas, es decir, algunos seres humanos que he observado, creen saberlo todo. Y, como creen saberlo todo y están convencidos de ello, no leen, no se actualizan, desprecian lo más hermoso de la vida, que es el conocimiento. Y, como creen saberlo todo —insistió el águila—, entonces comienzan a perder el sentido de lo hermosa que es la vida, viven encerrados en sí mismos y se aburren de lo que hacen. Son apáticos e indiferentes frente a las opiniones de los demás, y logran hacer de sus vidas algo tan mortal como una trampa, la rutina”.

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El halcón era un buen auditorio para el águila, quien hacía tiempo deseaba hablar con alguien. Así que prosiguió: “Lo hermoso de la vida es el saber, y el poder compartir lo que se sabe con amor. Algunas personas pueden tener todo el conocimiento del mundo, pero no lo comparten, se vuelven egoístas del conocimiento. O quizás no lo saben enseñar, es decir, saben mucho, pero para sí mismos. Estas personas —decía el águila—, cuando cumplan su tiempo de servicio, es decir cuando se les acabe la vida, se van con sus conocimientos. Y esos conocimientos serán enterrados con los sabios egoístas… He recorrido el mundo entero, decía el águila, y en todos los países que visité, se repite lo mismo. Personas que se deleitan con el conocimiento y otras que creen saberlo todo”.

Capítulo 5

L a n a t u r a l e z a e s s a b i a , pero también hay humanos sabios

Capítulo 5

La naturaleza es sabia, pero también hay humanos sabios

“

¿Alguna vez has oído hablar de un tal Sócrates?”, preguntó el halcón. “Sócrates… Sócrates… Sócrates…”, decía el águila, tratando de recordar. Luego dijo: “Sí, Sócrates fue un gran sabio griego, el más grande de todos. ¿Por qué lo preguntas?”, le dijo el águila al halcón. “Lo pregunto por lo que acabamos de comentar: sobre el ser maestro, y lo del conocimiento, eso me hizo acordar de Sócrates”. Luego continuó diciendo el halcón: “Lo que pasa es que cierto día volaba en busca de comida por las orillas del río Amazonas. A lo lejos divisé que, en el río, una botella que flotaba tenía algo en su interior y decidí investigar de qué se trataba. Había escuchado que en ocasiones los náufragos enviaban de esa manera mensajes angustiosos, ubicando detalladamente las coordenadas de donde se encontraban, con la esperanza de ser rescatados. Recogí del río la botella; me posé en un árbol de amacizo cerca a la playa, pero al intentar abrir la botella no pude porque estaba herméticamente cerrada, y me resultaba imposible quitarle la tapa. Entonces, recordé que las águilas, para poder romper el caparazón de las tortugas que cazan, la sujetan con sus poderosas garras y se elevan lo más alto posible, para luego dejarlas

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caer sobre rocas. Entonces —continuó el halcón—, hice lo mismo: agarré fuertemente la botella con mis poderosas garras, me elevé a lo alto, y dejé caer la botella sobre unas rocas. Así, la botella se partió en pedazos, y dejó al descubierto en su interior una historia desconocida de la vida de Sócrates”.

“Y, ¿qué decía el escrito?”, dijo el águila. El halcón sacó de entre sus alas una especie de pergamino antiguo de color amarillento y se lo pasó al águila, quien echó un vistazo al papiro y dijo: “Parece que está incompleto, pero voy a leerlo”. El águila hizo una pausa y dirigiéndose al halcón le dijo: ”¿Quieres disfrutar del hermoso paisaje griego?”. ¿Cómo?, preguntó el halcón. Dijo el águila: “Mientras leo, concéntrate en la lectura, imagina y disfruta”. ”Lo haré”, respondió el halcón.

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El águila volvió a tomar el viejo papiro y lo leyó, diciendo: “Esa tarde, Sócrates estaba un poco preocupado. Llegó cansado a su casa, después de conversar con un grupo de jóvenes. Le estaba prohibido enseñar a la juventud por la amenaza que sus principios significaban para la clase dirigente de la ciudad.

Sin embargo, muchos de los que lo acusaban habían compartido con él, incluso habían aprendido de sus enseñanzas y se maravillaban de su forma de pensar y guiar el conocimiento. Pero se enojaban cuando Sócrates los ponía a prueba. En esa ocasión, la esposa del sabio se levantó casi de madrugada porque no lo sintió en la cama y al buscarlo por la humilde casa, lo encontró dormido en un viejo sillón, cerca de una ventana desde la que se podía apreciar el mar y el paisaje matutino de la hermosa isla griega.

Capítulo 5

L a n a t u r a l e z a e s s a b i a , pero también hay humanos sabios

La brisa proveniente del mar Egeo entraba por los pequeños orificios de la vivienda, y hacia frío. La buena mujer se acercó al sabio y lo abrigó con un viejo cobertor.

“A la mañana siguiente, Sócrates comentó a su esposa que estuvo toda la noche observando las estrellas.

Le recordó que el silencio de la noche y el sonido incansable de los insectos le agradaban. Luego, le confesó que había estado pensando en su Dios único y supremo, porque estaba convencido de la existencia de un solo Dios, a pesar de la proliferación de dioses paganos en su sociedad. Pero también le comentó a su esposa que le parecía extraño que dos aves de rapiña, un águila y un halcón, lo estuvieran observando desde la cima del viejo roble que estaba sembrado junto al camino muy cerca de la vivienda y que embellecía el paisaje.

“Sócrates suspiró profundamente y pensó de nuevo en ese Dios, que le podía aclarar las dudas respecto a su intervención ante la clase dirigente. Entonces la brisa del atardecer acarició su rostro y sintió un beso que lo iluminó completamente. Era el beso amoroso de Dios. Y mientras hablaba, su esposa le sobaba las piernas porque le dolían. A él le gustaba que lo hiciera… “‘Anoche, mientras dormía —dijo Sócrates a su mujer—, soñé que había un pueblo que tenía un Dios, y mientras soñaba, muchas divinidades que se creían dioses rodeaban a ese único Dios, para destruirlo, porque su presencia les incomodaba. Y la luz resplandeciente del Dios que tenía un pueblo, eclipsó

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a los otros dioses y uno a uno: Zeus, Hera, Poseidón, Apolo, Afrodita, Atenea, etc., fueron destruidos por una gran explosión resplandeciente del Dios de la luz. Luego, ese Dios me hizo ver que lo mismo les había ocurrido a los dioses egipcios’. Sócrates continuó hablando a su amorosa esposa: ‘Y ese Dios se convirtió en hombre y enseñaba a través de la mayéutica y las parábolas cómo se debía vivir y comportarse. “‘Y ese Dios se sacrificó para que todos los de su pueblo pudieran ser perdonados. Y siendo poderoso ese Dios, recobró nuevamente la vida, por la resurrección’. Luego, Sócrates dijo: ‘Estoy apasionado por el Dios de mi sueño, que me anima a seguir adelante con mi propósito. No aceptaré el destierro, ni cualquier insinuación que me haga persuadir de mis ideas, o retractarme de lo que dije el día anterior’.

“Cuando pequeño, Sócrates disfrutaba ver a su padre esculpir hermosas esculturas de la mitología griega.

Se acostumbró al llanto de los niños, que llegaban al mundo en los brazos de su madre. En la mañana, en la tarde, en la noche, a cualquier hora, llegaban a la pequeña morada las mujeres a dar a luz. En muchas ocasiones comió pescado que recibía su madre, como agradecimiento por los trabajos de parto.

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“En ocasiones, siendo niño, Sócrates se alejaba de la ciudad rumbo a las montañas y contemplaba la belleza del paisaje de la isla griega. Observaba los imponentes árboles. Abría sus brazos y respiraba aire puro, sin contaminantes. En una de esas ocasiones,

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el águila y el halcón volaron muy cerca de donde él estaba, y se posaron en unas rocas observándolo maravillados. Él no se asustó.

“Luego, Sócrates asistió a la escuela y siendo un adolescente se enamoró perdidamente de Xantipa, su esposa. En las tardes de verano caminaban tomados de la mano contando los cipreses que mecían sus hojas al vaivén de la brisa proveniente del mar mediterráneo. Y mientras recorrían alegremente la plazoleta, en una de las ramas de un árbol de eucalipto un águila y un halcón observaban a la pareja de enamorados sonreír y dibujar corazones en los troncos de los árboles de la naturaleza griega.

“Xantipa era una mujer de carácter fuerte, y en muchas ocasiones discutieron, como discuten las parejas, cuando el dinero no alcanza para cubrir la mesada, cuando el trabajo que se hace por vocación no es bien remunerado, y aunque la mayéutica no era económicamente rentable, le daba a la juventud griega la libertad de pensar, de reflexionar sobre sí misma y sobre el mundo.

“En una ocasión, Sócrates asistió a las clases cubierto de pies a cabeza con una especie de manta blanca: ese día tenía mucha fiebre y sus dientes tiritaban por el escalofrío. No quiso quedarse en casa, porque se había acostumbrado a sus discípulos. Debido a eso, Xantipa, su esposa, un poco disgustada y muy preocupada, le llevó una taza caliente de eucalipto. Él la bebió pausadamente, porque en muchas ocasiones, por el afán de salir al encuentro de los jóvenes, se había quemado la lengua.

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“En otra ocasión en que le fue imposible asistir, porque tenía disentería, sus discípulos, liderados por Fedón, fueron a visitarlo. Él se sintió muy emocionado.

Los invitó al patio trasero de la humilde vivienda y compartió con ellos el paisaje, que mostraba por el oriente el mar Egeo y por el sur el mar Mediterráneo; y mientras contemplaban la naturaleza del hermoso paisaje griego, sus túnicas se mecían por el viento.

Ese día Sócrates y sus discípulos muy emocionados observaban que un águila y un halcón provenientes del cielo africano jugaban al vaivén de la brisa del Mediterráneo. Sócrates conocía muy bien a las aves, y se alegró por la visita de sus discípulos y por la presencia de los pájaros, entonces fue muy feliz.

“De joven disfrutaba observando las esculturas de los dioses que adornaban la ciudad. Muchas de esas obras habían sido elaboradas por su padre en el pequeño taller, y en todas ellas se notaba la mano divina y delicada de los escultores griegos, de reconocida habilidad para el arte.

“La víspera de la muerte del filósofo, los encargados de recoger la cicuta estaban un poco tristes, pero guardaban la esperanza de que el sabio se acogiera a una de las dos opciones que tenía, para evitar beber la cicuta. ‘La vida es muy bella’, decían.

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“Pero igualmente sabían que Sócrates era un sabio muy obstinado, y que él no iba a aceptar el destierro, ni mucho menos retractarse de algo que iba contra sus principios. Su sueño con el Dios que tenía un pueblo le había quitado el temor, y nada ni nadie podría cambiar lo ocurrido en la historia.

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“Esa noche, Sócrates se acostó como lo hacía todos los días. Frente a la pequeña vivienda había un hermoso ciprés, sobre el cual una lechuza se posó y cantó toda la noche. Era un canto que presagiaba lo inevitable.

“En la mañana, Sócrates se levantó muy temprano y después de bañarse se vistió con una hermosa túnica de color blanco, que utilizaba únicamente en ceremonias especiales. Antes de salir al encuentro con los jóvenes, y después de tomarse una taza de té, le dio un beso en la mejilla a Xantipas. Ella se quedó un poco pensativa, porque hacía mucho tiempo que no recibía un beso así. Era un beso con sabor a despedida. Sócrates llegó a la cita, como todos los días. Se reunió con los jóvenes y habló con ellos. Ese día no hizo preguntas. No escudriñó el interior de sus discípulos, más bien, sólo habló. Los muchachos estaban sorprendidos por la extraña actitud del maestro.

“Sócrates les dijo: ‘Queridos jóvenes, el fundamento del conocimiento es el conocimiento de sí mismo en la búsqueda de la verdad’. Luego, se acercó a cada uno de sus discípulos y los abrazó fuertemente.

“Se subió a uno de los asientos esculpido en piedra de los muchos que había en la ciudad. Miró el horizonte y contempló por última vez la ciudad de Atenas. Observó nuevamente a sus discípulos con el amor de un padre que observa a sus hijos, y dijo: ‘El conocimiento es hermoso’. Luego, extendió los brazos al cielo y afirmó: “Sólo sé que no sé nada”.

En varias ocasiones, los discípulos habían escuchado esas palabras y se alegraban, porque a pesar de

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que su maestro era el más sabio de todos los sabios de Grecia, con esas palabras demostraba modestia y sencillez frente al conocimiento.

“Sócrates se despidió muy feliz y mientras se alejaba, les dijo que quería verlos nuevamente al atardecer. ‘A todos’, insistió.

“Sus discípulos se quedaron un poco pensativos. Jenofonte se preocupó, porque algo sucedía con santurrón, como cariñosamente llamaba a su maestro.

“Ese día Sócrates estaba muy extraño, su rostro era resplandeciente y se veía como realmente era: el más grande de los sabios de Grecia. Así lo había reconocido el oráculo de Delfos.

“Los jóvenes estaban intrigados y, después de pensarlo, decidieron ir en busca de su maestro. Sintieron la necesidad de escucharlo y estaban dispuestos a interrogarlo, ya que ese día, él no tenía la intención de hacerlo. Esculcarían en lo más profundo de su mente para saber qué le preocupaba. Pero de algo estaban seguros. Utilizarían la mayéutica para interrogarlo.

“Lo buscaron por las calles estrechas de Atenas sin tener noticias. Al parecer, al sabio se lo había tragado la tierra. Nadie sabía, o nadie quería decir dónde estaba. La historia seguía su curso.

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“Unos decían que lo habían visto por el camino a las montañas. Otros que había abandonado el pueblo; que lo habían visto subirse a una embarcación hacia Egipto; otros decían que Sócrates había aceptado el destierro y que había decidido partir para Samos,

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un centro de adoración a Hera y tierra natal de Pitágoras.

“Fedón, su discípulo más querido, fue el primero que lo encontró, en el Ágora de Atenas. Sócrates ya había bebido la cicuta, estaba muy feliz, porque sentía la presencia divina del Dios que tenía un pueblo, que abría sus brazos para acogerlo.

La coneina contenida en el zumo de la cicuta pronto hizo su efecto. El gran sabio comenzó a tener espasmos musculares y su respiración se hacía cada vez más difícil. De repente, dejó de existir. Un paro respiratorio acabó con toda una historia. Alrededor todo era llanto y lamento. Xantipa se dejó caer en llanto.

Fedón lloró. Todos lloraron. El halcón y el águila, que observaban desde una estatua en las afueras del Ágora de Atenas, lloraron y sintieron compasión por la muerte del sabio.

“Anito, Licón y Melito, que lo acusaron de negar la existencia de los dioses de la ciudad, de obrar contra las leyes y de subvertir a la juventud, se lamentaron de su deceso, pero ya estaba decidido. Ellos tenían la esperanza de que el sabio se retractara, o decidiera abandonar la ciudad. ‘Los sabios, por alguna razón misteriosa, se aferran a sus principios y nada los hace cambiar’, expresaron.

“Ese día en la tarde, sus discípulos y amigos estaban todos reunidos acompañando el funeral de su maestro, como él se lo había pedido. Estaban muy tristes y algunos rasgaron sus vestiduras por el intenso dolor que sentían. Sólo Platón no asistió, porque lo aquejaba un problema de salud. Pero la muerte del

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sabio lo hirió profundamente. Entonces, lloró. Lloró amargamente como un niño. Lloró por su maestro, pero también lloró porque el honor y la verdad eran puestos a prueba. O te retractas de tus ideas, te exilias o eres sentenciado a muerte”.

Cuando el águila terminó de leer la historia, dijo: “Es muy bonita la historia de Sócrates. Lo del Dios que tenía un pueblo me hizo entender que Dios quiere la santidad para todos, pero para lograr la santidad, se debe cumplir una misión, que al principio puede ser muy dura, pero que con el tiempo y la época se vuelve más ligera y santa”. Y continuó: “El qué, el cómo y el cuándo, sólo los sabe Dios”.

Y en seguida dijo: “Unas personas cumplen su misión más rápido que otras. Otras pasan una vida y otra, y otra, hasta llegar a la santidad, que es el fin supremo. Sócrates tenía una misión que cumplir. Dios lo hizo sabio y actuó a través del sabio, para logar sus propósitos”.

Le dijo el halcón al águila: “Me pareció interesante la historia de Sócrates. Además, me divertí con el paisaje del pueblo griego”. “A mí también me llamó la atención”, contestó el águila. Luego comentó: “Esta historia ocurrió hace muchos años, y hoy la isla griega es totalmente diferente. En aquella época no había contaminación. Actualmente la contaminación se recrea en el planeta”. “Lo sé”, dijo el halcón.

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“Sabes, halcón —dijo el águila—, no sé si a ti te ha pasado lo mismo…” “¿Qué cosa?”, preguntó el halcón. “Conozco a personas que dicen que no creen en Dios. Pero con muchos de sus actos, dicen todo

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lo contrario. Son solidarios, están prestos a servir, se entristecen con el sufrimiento de los demás. Es decir, Dios está en ellos”. “Lo que dices es muy cierto y hermoso, amiga águila. Ojalá que todos los humanos, o la mayoría de ellos, creyentes y no creyentes, fueran así”.

Mientras las dos aves hablaban, no muy lejos de ahí, una danta del Amazonas que se encontraba alimentándose con semillas y frutas del suelo africano y que había viajado desde muy lejos para estar presente en la reunión, era observada detenidamente por unos poderosos leones. El águila y el halcón observaban también al exótico animal. Uno de los leones hizo la siguiente pregunta: ”¿A qué sabe la carne de las dantas?” Otro de los leones que se encontraba acostado en la arena bajo la sombra de un árbol, le contestó: “Podríamos averiguarlo. Así saldremos de duda y experimentaremos nuevas sensaciones y nuevos sabores, ¿no les parece?”. La leona, que descansaba placidamente, dijo: “No se olviden que estamos en tregua. Vengo repitiendo lo mismo a cada rato y no logran comprenderlo. Además, las dantas son animales en vía de extinción y deben ser protegidas”. Percibiendo que había una cierta discusión entre los leones, el águila le dijo al halcón: “Amigo halcón, hagamos una apuesta”. “¿En qué consiste la apuesta?”, preguntó el halcón al águila. “La apuesta consiste en calcular distancias: escucha, supongamos que en el lugar donde está la danta hay un conejo, y tanto tú como yo necesitamos calcular la distancia para atraparlo. Tendremos que hacer los cálculos por estimación, y el que se aproxime más gana”. “¿Y

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qué apostamos?”, preguntó el halcón. “Por lo pronto nada, respondió el águila, sólo veamos quién de los dos tiene más habilidad para calcular distancias cuando cazamos una presa”.

En ese momento, apareció el búho. “¿De qué están hablando?”, les preguntó. El águila le explicó lo de la apuesta y el búho aceptó ser el juez. Las tres aves, desde la copa del frondoso árbol, observaban la danta con un ángulo de depresión sobre la horizontal del cielo salvaje de África. Por supuesto, aunque las tres eran aves de rapiña, cada una tenía pensamientos diferentes y puntos de vista diversos sobre la danta que observaban y sobre todos los demás aspectos del mundo. “¿Quién comienza?”, preguntó el búho. “Que comience el halcón”, propuso el águila. El halcón tomó un poco de aire, se concentró en la danta, pensó en el conejo y dijo: “Hay 65,8 metros.”

“Debes pensar más rápido, amigo halcón”, dijo el águila. “Es posible que sí —dijo el halcón—, pero en varias ocasiones he fallado por apresurarme en la toma de decisiones”. “Tienes razón —contestó el águila—, a mí me ha pasado lo mismo”. Luego dijo: “Disculpa lo que dije, no quise molestar”. “Está bien, no molestaste”, dijo el halcón. “Ahora es mi turno de calcular”, dijo el águila.

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El águila se concentró en la danta. Su visión poderosa y su naturaleza de águila le permitieron hacer la estimación un poco más rápidamente que el halcón.

“Hay 69,3 metros”, afirmó. “Listo, y ahora ¿quién ganó?”, preguntaron el águila y el halcón. Los tres se

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quedaron mirando, sin poder llegar a un acuerdo, y entonces dijo el búho: “Fácil, podemos calcular esa distancia con el Teorema de Pitágoras”. “¿Cómo es eso? —interrogó el águila—. ¿Quién es Pitágoras?”…

El búho se rascó la cabeza y les dijo: “Bueno, les voy a explicar. Pitágoras fue un gran filósofo y matemático griego, que hizo varios viajes a Egipto y recopiló mucha información del conocimiento matemático de la cultura egipcia. En cierta ocasión, cuando Pitágoras manipulaba una serie de cuadrados de diferentes áreas, se dio cuenta de que al unir tres cuadrados por los vértices, en la parte central se formaba un triángulo rectángulo. Esa experiencia le llamó mucho la atención, y dedujo que la suma de los cuadrados de los lados más cortos del triángulo rectángulo era exactamente igual a los cuadrados del lado mayor. Eso fue maravilloso; y hoy —continuó el búho— Pitágoras nos ayudará a determinar quién de los dos ganó la apuesta. Esperen un momento”.

El búho voló hasta donde estaba la danta y ésta ni siquiera se inmutó. El ave sacó de debajo de sus alas una cinta métrica y midió la distancia de donde estaba la danta hasta el pie del árbol. El águila y el halcón observaban con mucha curiosidad al búho.

Luego, el búho voló del pie del árbol hasta la copa, donde estaban las dos aves, y les dijo: “Escuchen bien. La distancia que hay entre la danta y el árbol es de 68,71 metros. La medida de la altura del árbol es de 15,8 metros”. “Bueno, y entonces, ¿quién ganó?”, preguntó el halcón. “Esperen un momento y ya les digo —respondió el búho—. Ahora veamos: según Pitágoras, las distancias desde la danta hasta

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la base del árbol, y de la base del árbol hasta donde estamos, forman los lados de un triángulo rectángulo. La distancia del lado más largo, es la solución al problema que nos interesa, y es la que decide quién de los dos gana…”.

Entre tanto, los leones habían notado la presencia del búho cerca de la danta, cuando éste tomaba atenta nota de las medidas. Fue así como la presencia del búho delató al águila y al halcón. Uno de los leones, un poco sorprendido, dijo: “¿Qué estarán tramando esos tres?”, y se imaginó al águila, al halcón y al búho derribando a la danta. El águila con sus poderosas garras desgarraba el cuello del animal, ahogándolo por completo, el halcón se aferraba de las patas, mientras el búho tiraba de la cola… “Eso es imposible”, se dijo el león, interrumpiendo su trágica imaginación. Luego insistió: “No, no puede ser verdad”. Entonces pidió a uno de sus hermanos vigilar a los pájaros.

En esos momentos, el búho decía: “Ahora tenemos que encontrar la raíz cuadrada de la suma de los cuadrados de las medidas que tenemos”. “¿Cómo así, qué es todo eso?”, dijo el halcón, confundido por las palabras del sabio búho, quien lo miraba nuevamente rascándose la cabeza. “¿Qué es eso de cuadrados y de raíz cuadrada?”, volvió a insistir el halcón. Tanto el águila como el halcón estaban maravillados de la sabiduría del búho, y por momentos querían ser como él, pero sólo por momentos…

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Tanto el uno como el otro eran maestros, tenían muchos conocimientos que desde polluelos aprendieron

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de sus padres. Se consideraban buenos maestros, pero también eran conscientes de que no lo sabían todo. Ambos pensaron en la historia de Sócrates, y ahora tenían a su lado a un experto en el Teorema de Pitágoras y no desaprovecharían el momento para aprender algo más.

Los leones estaban intrigados. “¿Cómo era posible —se preguntaban— que tres depredadores por naturaleza: un búho, un halcón y un águila, estuvieran reunidos así como así, en cierta armonía?”.

“Eso sólo es posible —decía una leona— cuando todos de común acuerdo deciden convivir en paz, a pesar de las diferencias. Además —recordó—, estamos en tregua, y si en estos momentos la tregua se rompe, ya no tendría sentido estar aquí”. “O sea —dijo un viejo león—, que si queremos, podemos invitar a una hiena y a un guepardo para dialogar con ellos, y averiguar sobre sus vidas y aprender de ellos”.

La leona le corrigió: “Si queremos, no, señor. Eso debe ser el resultado de un acuerdo común. Debe haber en la naturaleza un punto en común, que es lo que hace posible que nos pongamos de acuerdo, y pienso que es ese punto lo que lograron descubrir esos tres que están sobre la copa del árbol”. “No entiendo…”, dijo otro de los leones, que tenía el cuerpo lleno de cicatrices y se vanagloriaba de ellas porque él solo había cazado a más de tres búfalos.

Era un león muy activo y no esperaba que las leonas cazaran por él. Era líder del grupo.

Mientras hablaban, los leones seguían observando a las aves rapaces. Luego dijo el viejo león: “Si, de

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pronto, tuviéramos un poco de la inteligencia de los humanos, podríamos vivir mejor y compartir con los animales de otras especies”. “Quizás tengas razón —dijo la leona—, o tal vez, seríamos peores”. “Pero ¿por qué?”, preguntó el viejo león.

“Porque los humanos piensan y actúan —respondió la leona—, pero a veces, con frecuencia, muchas de sus actuaciones no parecen pensadas. O, si lo son, dicen todo lo contrario. Eso les hace cometer errores muy graves. Nosotros, los leones, actuamos, pero generalmente pensamos para actuar”. “¿Nosotros pensamos?”, preguntó el león de las cicatrices.

“Pues, bueno, es un decir, explicó la leona. Si pensar es planear un ataque para conseguir el alimento, o determinar cuál de las posibles presas es la más débil, o quizás aislar una presa cuando las cosas se complican, entonces podríamos decir que pensamos y actuamos en función de ese tipo de pensamiento, primitivo tal vez, pero al fin pensamiento”.

Y la leona continuó su disertación sabia y razonada: “Muchos de los ataques que hacemos, a pesar de ser planeados, a veces no surten efecto, y nos quedamos sin comer hasta volver a planear un nuevo ataque”.

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“Es cierto”, admitió otro león que había permanecido en silencio. Y la leona continuó diciendo: “Pero los ataques no exitosos nos enseñan a mejorar nuestra técnica y precisión”. “Tienes razón, amada mía.

Me arrodillo a tus pies admirado de tu gracia y de tus talentos”, le dijo el león de las cicatrices a esta leona, que era una de sus hembras. “Además —siguió la leona—, nosotros trabajamos en equipo y cazamos

Capítulo 5

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lo necesario para sobrevivir. El trabajo en equipo nos ha mantenido unidos, y los éxitos en la consecución del alimento los disfrutamos todos. Todos cazamos, todos comemos y todos descansamos”. “Es verdad”, dijo el león de las cicatrices, esperando que la leona lo mirara y continuara hablando.

“Ahora, si lo que hacemos, es porque nos guía el instinto animal, y lo hacemos bien, decía la leona, ¿cómo sería si pudiéramos pensar un poco más? De hecho, por naturaleza, los leones somos máquinas poderosas. Somos los reyes de la selva. Causamos temor, y si pensáramos un poco más, seríamos terriblemente poderosos, lo cual es mejor ni pensarlo, porque esa sola posibilidad me causa terror”, dijo la leona. “¿Por qué no?”, insistió el león de las cicatrices. Y la sabia leona concluyó: “Porque en ese caso, seríamos exterminados sin contemplación”.

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Capítulo 6

D i v e r s i ó n , c o n o c i m i e n t o y t r a b a j o sí combinan

Capítulo 6

Diversión, conocimiento y trabajo sí combinan

E

n su punto de reunión, mientras tanto, las tres aves rapaces adelantaban sus reflexiones matemáticas. El búho decía: “Por ejemplo: cuando yo diga cuál es el cuadrado de seis, pensemos en el área de un cuadrado cuyo lado mide seis, así de fácil, ¿no les parece?” “Sí, parece fácil”, respondió el halcón. “Ahora veamos: ¿cuál es el cuadrado de ocho?”, preguntó el búho. “Fácil, dijo el águila: el área de un cuadrado de lado ocho es sesenta y cuatro, o sea que el cuadrado de ocho es sesenta y cuatro, ¿correcto?”. Tanto el halcón como el búho estuvieron de acuerdo: sesenta y cuatro es el cuadrado de ocho.

El águila estaba fascinada. Ella era experta en lo que hacía, pero en muchas ocasiones, cuando cazaba, hacia mal los cálculos y fallaba por poquito, a pesar de ser una de las aves más poderosas y mejor equipadas. El búho le había ayudado a entender muchas cosas, hoy aprendió algo nuevo, había escuchado sobre Pitágoras, sobre los griegos.

La imagen del sabio que tenía un Dios hacía estremecer sus inmensas alas. También había aprendido sobre los egipcios, una civilización poderosa en el continente africano, y que se localizaba a orillas del

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río Nilo. Tan poderosa que los griegos aprendieron de ellos y que en las clases de matemáticas, en las escuelas y colegios de los humanos, sólo se habla de su sistema de numeración. El águila irguió su cuerpo, abrió sus alas, tomó aire, observó el horizonte, y dijo mentalmente: “Todo lo que sé es que nada sé”.

Luego, vio a lo lejos a los grupos que se organizaban para la presentación cultural de la noche. La brisa acariciaba sus plumas y él se sentía más libre; sabía que tenía las condiciones para volar más alto, pero tenía una apuesta y quería saber cómo le había ido. Además, pensó, no era una apuesta cualquiera, era una apuesta con un halcón peregrino, una de las aves más veloces de la naturaleza.

Este búho es sabio, dijo el águila. Que Dios lo ilumine por siempre. Pero yo, se decía el águila, debo leer mucho, porque la lectura constante nos abre el camino a la comprensión sincera y humilde del conocimiento. El águila era un buen lector, pero era consciente de que no leía lo suficiente. Desde ahora en adelante se fijaría detenidamente en la lectura de la naturaleza: el olor de las flores; los colores de los animales; el vuelo impresionante y maravilloso del halcón; la oscuridad de la noche, y mejoraría sus técnicas de caza.

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En varias ocasiones el búho les había dicho que la lectura era el alimento por excelencia para el cerebro... El águila se quedó pensando, y después de reflexionar se dijo: “Estoy convencido de que la lectura es la vía para llegar a tener un pensamiento activo y dispuesto al conocimiento.” E insistió: “No

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hay otra forma más hermosa de conocer, que no sea a través de la lectura. Algún día seré mejor o igual que el búho…”

El búho la interrumpió en sus reflexiones al continuar con los ejercicios matemáticos. El sabio maestro pidió al halcón que hallara el cuadrado de 68,71, y al águila, el cuadrado de 15,8. El halcón hizo los cálculos y dijo: “El área de un cuadrado de lado 68,71 es 4.721.064”. Y el águila, no queriendo quedarse atrás, dijo: “El cuadrado de 15,8 es 249,622”. “Muy bien, dijo el búho. Ahora, sumamos los dos resultados y tenemos 4.970,704”. Luego, el búho extrajo la raíz cuadrada a la suma y dijo: “La distancia de la copa del árbol hasta el lugar donde se encuentra la danta es de 70,5 metros. Por lo tanto, el que esté más cerca de este resultado es el ganador de la apuesta”.

El halcón se acercó al águila y le dijo: “Ganaste”. El resultado entristeció un poco al águila, porque a pesar de haberle ganado al halcón, había vuelto a fallar en los cálculos. El búho le dijo al águila y al halcón que en horas de la noche, después de culminar los actos culturales, iba a dar una conferencia sobre matemáticas, básicamente sobre cálculos y estimación, que les iba a permitir mejorar sus técnicas de caza. “¿Sólo para nosotros?”, preguntó el águila.

“No —dijo el halcón—. La conferencia es para todos, tanto para los depredadores como para los que no lo son. Los unos podrán mejorar sus técnicas de caza.

Los otros, podrán estimar la distancia que requieren para engañar a los depredadores, o la rapidez para escapar a un refugio seguro. Tanto el águila como el halcón estuvieron de acuerdo. Y dijo el halcón:

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El referendo de la selva

“Todos tenemos los mismos derechos de prepararnos o capacitarnos, y además, todos, alguna vez en la vida, deberíamos tener al menos una oportunidad de demostrar lo que sabemos, ya que a muchos se les niega esa posibilidad…”

El halcón fue interrumpido por el llamado del sabio búho. “¡Vengan, miren!” “Es un ave”, dijo el halcón.

“Sí, pero no cualquier ave”, dijo el búho. Efectivamente, allá en lo alto, tan alto que casi no se podía ver, volaba majestuosamente una gran ave. “Esa ave es la insignia de la República de Colombia —dijo orgullosamente el búho, y explicó a continuación—: Es el cóndor, creo que es el único que queda, porque los demás se han extinguido”. “¿Y cómo sabes tú que esa ave es un cóndor, insignia de la República de Colombia?”, preguntó el halcón. Y el sabio búho solamente dijo: “¿Ven esa nube a lo lejos?”. “¿Cuál?

—preguntó el halcón—, ¿la que es atravesada por los rayos del sol?” “Sí”, dijo el búho, que se había dado cuenta de que en el lugar donde estaba la nube había lloviznado un poco. Luego continúo diciendo a sus amigos: “Quiero que observen detenidamente lo que sucede cuando el cóndor pase por debajo de la nube”. Los tres se quedaron en silencio, y cuando el cóndor pasó por debajo de la nube, los rayos del sol que la atravesaban, al rozar las plumas del cóndor, hicieron que el ave resplandeciera. Y tanto el halcón como el águila dijeron emocionados. “¡Oh, qué hermosos colores: amarillo, azul y rojo!”

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Efectivamente, los rayos del sol, al atravesar las nubes y al rozar las alas del ave, hacían que éstas tomaran estos colores. “Debe ser muy interesante

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ser el ave insignia de un país”, dijo el águila. “Sí”, dijo el búho un poco triste. La tristeza del ave fue percibida por las otras dos aves. Luego el búho agregó: “Los cóndores son muy volubles. Hoy están alegres, mañana están tristes. Luego lloran en un gran llanto…” “Debe ser por la responsabilidad de representar a un país”, intentó explicar el águila. “Creo que sí”, replicó el búho. “Háblanos de ese país”, le pidió el halcón al búho. Y éste dijo: “Por respeto a mi amigo el cóndor, sólo diré que Colombia es un país de América del Sur. Un país muy hermoso. Pero ante todo quiero decir que la tristeza y el llanto de los cóndores ha sido causa de su extinción. Porque la tristeza los enferma y deprime y el llanto los desahoga y los libera temporalmente de sus penas. Pero son más las tristezas que los llantos y las alegrías.

Cada vez que muere un cóndor, otro lo reemplaza, pero resulta que el cóndor que acabamos de ver tiene los días contados, y es posible que no haya otro que lo reemplace”.

“Pero, ¿qué hace el cóndor tan lejos de su país?”, preguntó el halcón. “Lo que pasa —explicó el búho—, es que el cóndor está muy preocupado, y recorre todo el planeta en busca de una solución a su problema, y él está convencido de que la encontrará”. El águila quiso aclarar la duda y preguntó: “¿El mayor problema del cóndor es entonces su tristeza?”. “Sí —concluyó el sabio búho—, pero él también conoce la solución”. “¿Y cuál es la solución?”, quiso saber el halcón, preocupado por la suerte del cóndor. Pero esta vez el búho guardó silencio. A veces, los sabios prefieren callar.

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El referendo de la selva

Ya casi se ocultaba el sol. Los animales uno a uno pasaban a recibir la cena de la noche. Se había dispuesto unos mesones para que cada uno pudiera alimentarse sin dificultad. La abundancia de comida saciaría el apetito a cualquiera de los asistentes, así fuera el más glotón de los comensales.

A pesar de que la mayoría degustaban alegremente la cena, se notaban espacios vacíos en la mesa. Los encargados de la comida estaban agotados y querían descansar. El jefe de los cocineros hizo una señal con una antorcha encendida.

Entonces, un gorila que había pasado desapercibido, hizo sonar un gran gong. Era un sonido que recordaba la contienda de los guerreros orientales, pero en esta ocasión recorría la selva, informando que la cena estaba lista y que los cocineros debían descansar. Tan rápido como se propagó el sonido, comenzaron a llegar parejas de animales que permanecían ocultos en los matorrales y que habían disfrutado del descanso romántico. Muchas hembras que estaban en calor fueron preñadas esa noche.

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En el centro del lugar donde se degustaba la cena, un grupo de animales hablaba con el cóndor, que en ese instante había llegado. El cóndor estaba cansado, aunque era un ave muy joven. Su rostro, sin embargo, era alegre, y se notaba que estaba emocionado y que tenía mucha esperanza de poder solucionar la tristeza que ponía en peligro su existencia.

El águila, el halcón y el búho se acercaron y lo saludaron, contándole que lo habían visto pasar en el atardecer, y que de verdad se alegraban de contar

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con su presencia. Luego lo invitaron a beber un poco de agua y le acercaron un trozo de carne para que se alimentara.

La luna llena de octubre iluminaba el escenario que estaba muy bien decorado. En el centro estaban dibujados los mapas de los cinco continentes de origen de los asistentes, y a los lados del escenario había varias porta-banderas con los estandartes de los países de procedencia de los animales. Se había dispuesto, por todo el escenario, un gran número de antorchas que alumbraban con fuegos de diversos colores. Los colores de las llamas llamaban mucho la atención y mantenían activos a los animales. Además, ahuyentaban a los zancudos sin memoria, porque algunos de estos olvidaban por momentos la tregua.

Después de la cena, comenzaron los asistentes a ubicarse en las graderías, para presenciar las cualidades artísticas de la naturaleza. Uno a uno pasaban los participantes al escenario. Una mariposita, que recorría toda América, salió al escenario y dijo el siguiente poema: “Una pálida mariposa rosadita se quedó cuando el novio la agarraba invitándola a bailar”. “¡Bravo, bravo, que viva la mariposita!” gritaban las especies de animales del continente americano.

Una palomita descendiente de las palomas mensajeras, voló hasta el escenario y se presentó, diciendo: “Un grupo de palomas mensajeras, y yo, andamos

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por el mundo llevando mensajes de paz”. Mientras la paloma hablaba, llegaban por el aire al escenario otras palomas. La paloma que llegó primero presentó a cada una de las que llegaban. Cuando todas estaban en el escenario, recitaron: “Una blanca palomita vuela, vuela sin parar y se posa donde el mundo anhelante busca la paz”. “¡Bravo, bravo, bravo para las palomitas, parecen hermanitas!”, gritaban los asistentes.

Todo lo que hablara de paz le llamaba mucho la atención al búho. Porque tanto él como el cóndor habitaban el hermoso territorio de la bandera de los tres colores. El búho repitió mentalmente el corto poema de las palomas. Lo copió en su pequeña agenda. El cóndor, el águila y el halcón, que estaban sentados junto a él, se preguntaban qué era lo que intrigaba al búho, porque lo veían escribiendo.

Entonces, el búho dijo: “El poema de las palomas, o mejor, el párrafo que recitaron las palomas de la paz, tiene 71 letras. De ellas, el 45,06% corresponde a las vocales y un 54,94% a las consonantes. Además, la vocal ‘a’ representa el 19,72% de las letras y el 45,16% en relación con las otras vocales…”

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“¿Te sientes bien?”, le preguntó el águila, muy extrañada, a su amigo el búho. “Sí”, respondió el búho, sin darse cuenta de lo extraño de su comportamiento, incomprensible para las aves que lo acompañaban.

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La programación continuó con la participación del mico, el rinoceronte, la danta y la zorra. Cada uno de estos animales tenía un micrófono. Toda la tarde se los había visto juntos. Ensayaban y se reían, como si algo de lo que decían les causara gracia. El coro estaba a cargo del hipopótamo, la guacamaya y el bisonte.

El mico dijo que con motivo de tan importante reunión, habían compuesto una hermosa canción, como homenaje a todos los animales del planeta. Pidió a los asistentes que se aprendieran el coro que era muy fácil, para que todos los presentes en el escenario participaran, de modo que la interpretación fuera más emocionante. Cada uno de los integrantes de esta banda tenía un instrumento musical. Sus vestimentas eran muy elegantes y cambiaban de colores con la luz de la luna. El mico anunció que la canción se llamaba “La alegría de la selva”.

“La canción empieza con el coro. Escuchen, aprendan y disfruten del coro”, dijo el mico a los asistentes.

Es el canto de los animales, que te invito a compartir.

Que te invito a compartir.

La alegría de la selva está hoy aquí. Está aquí.

Que bonita y maravillosa es la selva. Es la selva Tan hermosa y exuberante es la selva. Es la selva.

Tan preciosa es, y mágica.

Es misteriosa la selva.

La alegría de la selva, está aquí. Está aquí.

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El referendo de la selva

Los macacos trepan los árboles, suben, suben sin parar.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

La jirafa está dormida porque anoche no durmió.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

La floresta del Amazonas sus derechos reclamó y a los antinaturistas devoró. Devoró.

Es el canto de los animales, que te invito a compartir.

Que te invito a compartir.

La alegría de la selva está hoy aquí. Está aquí.

Qué bonita y maravillosa es la selva. Es la selva.

Tan hermosa y exuberante es la selva. Es la selva.

Tan preciosa es, y mágica.

Es misteriosa la selva.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

La ballena está muy triste porque sólo come kril.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

La vicuña, el reno y la alpaca con la danta danzan hoy.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

El león de Etiopia está triste, está triste y con razón, Los están sacrificando en su nación. En su nación.

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Es el canto de los animales, que te invito a compartir.

Que te invito a compartir.

La alegría de la selva está hoy aquí. Está aquí.

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Qué bonita y maravillosa es la selva. Es la selva.

Tan hermosa y exuberante es la selva. Es la selva.

Tan preciosa es, y mágica.

Es misteriosa la selva.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

Los delfines y tiburones nadan libres por el mar.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

El problema del ambiente no lo podemos descuidar.

La alegría de la selva esta aquí.

Hoy los osos están preocupados con la bola de cristal, Ésta no les dice nada, es la verdad.

Es el canto de los animales, que te invito a compartir.

Que te invito a compartir.

La alegría de la selva está hoy aquí. Está aquí.

Qué bonita y maravillosa es la selva. Es la selva.

Tan hermosa y exuberante es la selva. Es la selva.

Tan preciosa es, y mágica.

Es misteriosa la selva.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

Hoy el cóndor está muy contento, la tristeza se le fue.

La alegría de la selva está aquí.

Muy arriba vuela el águila y el búho la siguió.

El halcón se puso pilas y los alcanzó.

Las tortugas nadan y nadan, Nadan tristes por el mar, el calentamiento global es realidad.

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El referendo de la selva

Es el canto de los animales, que te invito a compartir.

Que te invito a compartir.

La alegría de la selva está hoy aquí. Está aquí. Está aquí.

Qué bonita y maravillosa es la selva. Es la selva.

Tan hermosa y exuberante es la selva. Es la selva.

Tan preciosa es, y mágica.

Es misteriosa la selva.

La alegría de la selva está aquí. Está aquí.

Todos en el escenario estaban muy contentos, no lo podían creer: tenían una hermosa canción que los representaba. Todos cantaron emocionados, y a pesar de que había finalizado el canto, muchos tarareaban y cantaban “La alegría de la selva está aquí.

Está aquí”.

“Bueno, bueno”, decía el presentador, muy bonita nuestra canción de y para los animales. Eso demuestra que nosotros también tenemos artistas. Ahora, contamos con la presencia de una pareja de jóvenes avestruces, que quieren presentar la danza tradicional de galanteo del avestruz para atraer a su pareja.

Recibamos con un gran aplauso a estos jóvenes participantes”.

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Los jóvenes avestruces subieron al escenario algo nerviosos. Se habían conocido ese día, ya que ambos llegaron a participar en el evento. Toda la mañana estuvieron juntos debajo de un árbol, y no habían pasado desapercibidos. Escuchaban atentamente las intervenciones de los participantes y por momentos se mostraban muy cariñosos.

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Ella se sentía atraída por él, y en sus ojos y en sus gestos, él sabia que ella lo deseaba. Él también la deseaba, pero temía que si cometía un error de juventud, tendría que resignarse a ser un padre responsable, como lo son todos los de su especie. Ambos estuvieron de acuerdo en presentar la danza del cortejo, que es una danza muy significativa para los avestruces cuando entran en la época natural del celo.

Y ahora estaban los dos, bajo la luz de la luna de octubre, frente a una gran multitud expectante, a la espera de su actuación. Otras avestruces que estaban presentes se emocionaron al verlos en el escenario. Ella lo miró apasionadamente, y él comenzó a danzar. En la pasión de su danza sentían que estaban solos, el tiempo se había detenido para ellos. Ella también se lanzó al ritual y con sensualidad animal y delicadeza, danzaba. Los casuarios comentaban con el ñandú y el emú lo bien que danzaban sus primos avestruces. “Eso es lo que hace el amor —dijo el emú. Y continuó—: sus espíritus están conectados”.

Todo era silencio. Los movimientos sensuales de la hembra poco a poco comenzaban a despertar el instinto sexual del macho.

Algo muy dentro le decía al macho que todavía no estaba preparado, que no podía echar por tierra sus ideales, debía luchar por la protección de los avestruces de su región y estaba dispuesto a lograrlo, debía ser fuerte para soportar la tentación. Debía ir a Australia y a Brasil, para enterarse de cómo eran tratados los de su especie, y por lo tanto dentro de

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sus planes todavía no estaba formar una familia. La danza seguía. En cada movimiento ella lo provocaba. Él se dio cuenta de que ella estaba lista, no lo había notado en la mañana, pero la joven avestruz estaba en celo.

“Debo ser cuidadoso”, se dijo para sí, pues estaba convencido de que sólo debía realizar la danza, ese era el acuerdo. Y pensaba realmente que tenía que ser así, porque él no deseaba perder su libertad…

Pero entonces su mente comenzó a aturdirse. De repente y muy delicadamente la joven se acurrucó en el escenario, invitándolo a copular. Él se posó delicadamente sobre ella para no lastimarla, y comenzó a mover sus alas de un lado para el otro; ambos permanecieron así por un rato, en un suave y profundo abrazo emplumado, hasta que tuvieron conciencia nuevamente de que todo era real, estaban en el escenario y todos los presentes habían visto la escena amorosa. Avergonzados, salieron del escenario: ellos sólo debían ejecutar la danza, nada más, pero el instinto natural los había traicionado.

Los otros avestruces ocultaban sus rostros apenados.

Los ñandúes, los emús y los causarios comenzaron a aplaudir, y tras este primer reconocimiento al arte del amor, una gran ovación se escuchó en el escenario, y entre el público la voz de un anciano animal no identificado gritó: “¡Bravo, bravo! ¡Qué pareja de enamorados! ¡Que Dios los bendiga y que tengan muchos hijos!”

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El presentador estaba un poco apenado, porque presenció de cerca la escena romántica y, sin hacer

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comentarios, dijo: “Ahora, permítanme anunciarles un último punto. Les presento a los siguientes participantes...” En eso aparecieron en el escenario la mantis religiosa, la polilla, el zancudo, la cebra y el loro.

La mantis religiosa estaba muy alegre, pues hacía poco rato había comenzado a percibir el aroma y las urgencias del amor. Era la época del apareamiento y no obstante eso, hacía grandes esfuerzos por cumplir con su participación en el programa. “El amor puede esperar unos minutos”, se dijo a sí misma, mientras se alistaba para su actuación.

El loro tomó la palabra y dijo: “La canción que traemos para ustedes es muy hermosa y nos toca a todos.

Es una canción a la vida que cada uno lleva dentro.

A veces es alegre, otras veces triste, pero hermosa.

Muchos somos bendecidos por Dios, con larga vida y prosperidad. Otros hacemos todo lo posible por sobrevivir. Aún así, la vida es bella, ¿verdad que sí?”.

Y continuó diciendo: “El gran calamar, nuestro amigo de las profundidades oceánicas, vive muy poco tiempo, y depreda todo lo que puede. Alcanza gran tamaño, luego muere. El calamar gigante, a pesar de su corta vida, es muy feliz y así lo admite. En cuanto a la mantis religiosa, ella goza la vida, vive feliz. Vean su rostro, amigos míos: la mantis está enamorada.

“Para la mantis, la vida también es hermosa, a pesar de ser cruel su existencia y muy corta, por cierto, cuando es macho. En su responsabilidad de ser padre, el hecho de procrear lo lleva al éxtasis, el olor

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de la fragancia de la hembra lo hipnotiza, lo anestesia, lo embruja, hasta morir de placer, decapitado por su propia pareja, la madre de los que serán sus hijos, hijos que él no conocerá…”

Mientras el loro hacía esos comentarios, los asistentes, en silencio, prestaban mucha atención. Sintieron compasión por el calamar gigante y por la mantis religiosa. Las palabras del loro eran ciertas: todos estaban de acuerdo en que la vida es hermosa. Y muchos añoraron a sus seres queridos, que ya no estaban presentes. Los depredadores, por su parte, se sintieron los animales más infelices, porque habían causado tantas muertes, pero al mismo tiempo pensaban que ellos controlaban la superpoblación y, además, esa era su forma de vida: tenían que matar para alimentarse. En cambio, las presas no pensaban; al parecer, como es usual, estaban resignadas a vivir el momento.

En el escenario, la mantis no comprendía de qué hablaba el loro. Sus hormonas sexuales atormentaban su mente de insecto y lo llevaban a pensar en músicas de colores y en corazones alados. Olfateaba vivamente el olor del amor que invitaba a la cita y que lo embobaba. El macho mantis se esforzaba al máximo para controlarse, pero de repente desapareció del escenario. Nadie sabía lo que pasaba por la mente del insecto. Sólo fue evidente que desapareció del escenario en un abrir y cerrar de ojos, antes de iniciar la intervención de su grupo musical.

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Ignorando la desaparición del enloquecido macho mantis, el loro invitó a los asistentes: “Presten mu-

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cha atención a la canción. Esperamos que les guste, que cada uno la interiorice y haga de la letra su vivencia personal, su vida”.

Cuando camino, tú vas a mi lado. Cuando triunfo, te pones feliz. Cuando yo vuelo, te elevas conmigo.

Cuando respiro, respiras también.

Qué bella es la vida, sonríe feliz. De niño, de joven, de adulto también. Qué linda es la vida, te invito a vivir. Canta, grita, ríe, que te hace muy bien.

Cuando yo duermo, tú sueñas conmigo. Cuando yo pienso, ideas me das. Cuando me enfermo, tú sufres conmigo. Cuando me alegro, te alegras también.

Qué bella es la vida, sonríe feliz. De niño, de joven, de adulto también. Qué linda es la vida. Te invito a vivir. Canta, grita, ríe. Que te hace muy bien.

Cuando yo danzo, tú danzas conmigo. Cuando sonrío, te pones feliz. Cuando trabajo, trabajas conmigo. Si yo me canso, te cansas también.

Qué bella es la vida, sonríe feliz. De niño, de joven, de adulto también. Qué linda es la vida. Te invito a vivir. Canta, grita, ríe. Que te hace muy bien.

Cuando los participantes terminaron su presentación, fueron aplaudidos por un buen rato.

“Bueno, qué elegancia de participantes. Extraordinarias han sido todas las presentaciones —comentó el animador—. Ahora tenemos la intervención del cóndor, que vino de América. Llegó al atardecer y quiere dirigirse a ustedes”.

“Muy buenas noches, alegría de la selva. Como se decía en el canto, los animales somos la alegría de la

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floresta. Una selva sin animales, sin especies silvestres, no es selva. Somos los que le damos el toque de magia y de misterio”. El cóndor, muy emocionado, había iniciado su intervención.

“Desde esta mañana, cuando salí a recorrer el mundo en busca de la solución a la enfermedad de los cóndores, ejercicio que hago todos los días, la preocupación embargaba mi espíritu, porque volaba sin esperanza y sin rumbo fijo.

“En la tarde, cuando atravesaba la cuenca del Congo, la brisa del atardecer africano me tocó, y dirigió mi vuelo. Me dejé llevar, y esa brisa mágica me atrajo hasta aquí. Desde mi llegada he conversado con varios animales, entre ellos con mi amigo el búho, y estoy convencido de que llegué al lugar correcto.

Mi corazón de ave me dice que no me engañan mis presentimientos.

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“Vengo de un lugar muy hermoso. Tan hermoso como son los países o los continentes que ustedes representan, como sus lugares de procedencia, es decir, tan bello como el hábitat natural de cualquiera de nosotros. Y bien, debo recordarles que nosotros los cóndores habitábamos las cumbres de los Andes.

Recorríamos libres el continente americano. Libres como lo son el pensamiento y la imaginación. Luego asumimos una responsabilidad muy importante: ser el ave representativa de un país. Eso nos llenó de orgullo y de felicidad. Pero de repente comenzamos a extinguirnos. Cuando desaparecía un cóndor por la extinción, una fuerza poderosa atraía a otro cóndor que volaba libre por los Andes, y éste ocupaba

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el lugar que había quedado vacante. Así, uno a uno hemos ido extinguiéndonos”.

En los ojos del cóndor se advertía una mirada profundamente triste mientras seguía hablando: “En la actualidad quedamos muy pocos, y esos pocos, hemos descubierto que la tristeza es la causante de la desaparición de nuestros hermanos cóndores. Pero, ¿cuál es el origen de esa tristeza? La tristeza de los cóndores es consecuencia de un mal aire que cubre todo nuestro territorio. Ese mal aire trae consigo los lamentos, el llanto y la desesperación de seres humanos que sufren a causa de muchas enfermedades como la intolerancia, la violencia, el secuestro, la falta de empleo y la corrupción. Los lamentos nos entristecen y nos angustian, nos oprimen el corazón.

El llanto nos hace libres, porque con él descargamos nuestra pena. Sólo unas cuantas alegrías nos animan a seguir viviendo y nos dan esperanzas… Pero normalmente son más las tristezas, y uno a uno, los cóndores comenzamos a desaparecer.”

Ahora era mayor la profundidad de la tristeza en la mirada de la imponente ave, que continuaba hablando a un atento auditorio: “Lo bueno de todo esto es que sabemos cuál es la solución a la enfermedad de los cóndores. Pero nuestras opiniones no son tenidas en cuenta…” “¿Y cuál es la solución?”, preguntó el caribú desde el auditorio. “Muy simple, dijo el cóndor. Los humanos no han querido escuchar ni entender que el remedio para el gran mal es construir dentro de cada uno voluntades de paz. Es ser tolerantes con uno mismo y con los demás, a pesar de las diferencias. Es ser transparentes en nuestras

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actuaciones. Es ser sensibles ante las necesidades de los demás. Es poder comprender que el hambre y la miseria se pueden solucionar con justicia social y buena voluntad. Es ser conscientes de que la práctica de la corrupción atrasa el progreso de los pueblos y crea incertidumbre e incredulidad hacia los gobernantes. Es comprender que matricularse en la escuela de la doble moral crea inconformismo, desconfianza, atraso y malestar, por las consecuencias devastadoras que conllevan estas prácticas.

“Cada una de estas recetas aniquilaría por completo el mal aire, causante de la enfermedad de los cóndores y, por supuesto, del sufrimiento de animales y de humanos por igual. Sin embargo, ustedes y yo sabemos que la solidaridad que existe en ese territorio de donde vengo es tan grande, que la misma naturaleza se siente feliz porque ve en los corazones un deseo supremo de encontrar la paz”.

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El cóndor hizo una breve pausa y luego siguió diciendo: “Pero son la violencia y la corrupción los problemas más sentidos. La corrupción es un mal que manipula, atemoriza, desplaza. Se la pasa deambulando por la sociedad en todas las esferas sociales.

La corrupción —dijo— es un invento producto de la codicia de los humanos que quisieron jugar a ser millonarios sin el sudor de la frente, como los humanos honestos. Por el contrario, los corruptos se fueron apropiando de los bienes y los dineros que el Estado destina para el desarrollo y progreso de los pueblos, aumentando la desolación, el abandono y la miseria. ¡Y qué invento! Ahora bien, si la justicia y la ley los exoneran, se tendría que pensar por qué los que

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aplican la ley y la justicia actúan así. Pero de algo estamos seguros: la conciencia que cada uno lleva dentro y que es incorruptible, juzgará al corrupto”.

Y agregó: “Los corruptos violan el séptimo y el décimo mandamiento de la ley de Dios”.

Para terminar su intervención, el cóndor dijo: “Hoy que estoy aquí, y después de escucharlos, veo que hay mucha preocupación por el bienestar de todos, por hacer valer los derechos, por la protección de la naturaleza. Hoy se habla de construir un mundo de paz, se empieza a generar conciencia social frente a las necesidades del planeta. Ahora que los cóndores mayores han desaparecido, que han muerto para el pasado, para la historia, los jóvenes asumimos el presente, mirando hacia el futuro”.

Y así, mientras el cóndor hablaba, las marcas de la fatiga por el largo vuelo y las sombras de tristeza en sus ojos desaparecían. Su rostro se hacía cada vez más transparente y sereno, el reflejo de la luna hacía notar claramente los colores de sus plumas.

Muchos de los asistentes, al observar tan hermoso fenómeno, se maravillaron.

Luego el cóndor agradeció al mico, animador oficial del momento, y le entregó el micrófono. El mico dijo: “Hagamos un minuto de silencio por los cóndores que han desaparecido”. Todos los animales inclinaron sus cabezas y respetuosamente guardaron silencio mientras sesenta gotas de agua caían de las manos del mico, resonando como pequeños martilleos sobre el entablado de la tarima. Terminado el silencioso homenaje, el mico entregó el micrófono al búho para que clausurara el programa.

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Cuando el búho se disponía a finalizar el encuentro, un enjambre de insectos apareció sorpresivamente en el escenario, y eran tantos, que formaban nubes, ocultando a todos los animales presentes. Por un lado los mosquitos anofeles hembra; por otro lado, abejas africanizadas. También estaban presentes el avispón japonés, las avispas, la abeja nativa del Japón (Apis cerana japónica), la abeja europea (Apis mellifera), moscas, langostas, cucarachas y garrapatas; los alacranes y las arañas también estaban presentes.

Un escalofrío general se sintió en el escenario. Las plumas de las aves y las pieles de los animales mamíferos se erizaron al ver a tantos insectos juntos.

Estaban preocupados, porque los mosquitos anofeles hembra los observaban y saboreaban con sus partes bucales en forma de estilete la sangre fresca que podían obtener esa noche, si lo deseaban. Los insectos, a pesar de sus diferencias morfológicas, llegaron a la reunión para apoyar el referendo. Algunos se mostraban realmente molestos y tenían mucha rabia por el daño irreversible que los humanos causan en el planeta.

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El avispón gigante japonés (Vespa mandarinia) tomó la palabra y dijo: “Nosotros los insectos estamos listos para invadir las ciudades, como una forma de presionar al animal humano a cambiar de actitud frente a los acontecimientos que están ocurriendo en el planeta”. Mientras el avispón hablaba, las abejas japonesas y las europeas lo observaban con cierto temor y desconfianza, porque son enemigos por naturaleza. Y siguió diciendo el avispón: “Insis-

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D i v e r s i ó n , c o n o c i m i e n t o y t r a b a j o sí combinan

tiremos hasta que se cumplan todos los acuerdos y protocolos que se han firmado. Insistiremos hasta logar los procesos de concientización. Estamos listos incluso a sacrificarnos”.

En ese momento, millones y millones de mosquitos anofeles hembras con los rostros pintados que hacían recordar a los guerreros piel roja, ejercitaban el vuelo para partir a la orden de invasión. También se preparaban las abejas africanizadas y lo mismo hacían las moscas y las cucarachas. Incluso, algunos mosquitos rebeldes se habían adelantado. El dengue y la malaria estaban ya haciendo estragos en el planeta. Pero era la malaria la que más preocupaba: filas y filas de humanos buscaban un puesto de salud para vacunarse. Para algunos, la dosis de Fansidar era suficiente. Para otros, las dosis de Cloroquina y Paludrine no eran garantía de sobrevivencia, porque los parásitos de algunos mosquitos se mostraban resistentes a estos fármacos.

El búho pidió la palabra y dijo a los insectos: “Amigos, agradecemos su preocupación, pero iniciamos un proceso, y por lo tanto debemos hacerle seguimiento a través de los debates. Una invasión en estos momentos no tendría razón de ser, porque la gran mayoría de los humanos no saben verdaderamente qué es lo que sucede en el planeta. Por eso, es necesario sensibilizarlos en la problemática que nos afecta a todos”. Los insectos estuvieron de acuerdo; y a la orden de retirada impartida por el avispón, dejaron el escenario.

El búho dio por finalizada la reunión con las siguientes palabras: “Agradezco que se me haya tenido en

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cuenta para coordinar tan importante reunión. Agradezco al Dios del cielo el poder representar a las aves y estar hoy aquí. Me voy muy animado, porque estoy seguro de que con la unión de todos podemos contribuir a una mejor existencia sobre el planeta.

Gracias por estar aquí, gracias a todos. Que tengan muy buenas noches”.

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La despedida: propuestas

A

l amanecer, muy temprano, todo era abrazos, apretones y aleteos. Era el momento de las despedidas. Algunos se tomaban la foto para el recuerdo, aprovechando las cámaras de los humanos defensores de animales.

El intercambio de estandartes anunciaba también que la partida estaba próxima. “Si todo sale bien, nos veremos en las Naciones Unidas, le dijo el búho al águila. Allá estaré, iré con el cóndor”, insistió.

La caravana partió muy temprano. Todos llevaban en sus maletines copias del Protocolo de Kyoto, los acuerdos de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río. También llevaban leyes que hablaban de la protección de animales y de especies en vía de extinción. Necesitan estudiarlos para proponer ideas, pero además debían difundirlos, porque muchos humanos y animales no conocían estos documentos.

Eran escritos muy importantes. Eran aportes y decisiones que podían ser la solución parcial o definitiva al problema del calentamiento global, al cuidado del ambiente, a la construcción responsable de la paz entre los pueblos y el bienestar de las personas más vulnerables, por cuanto allí se ofrecen alternativas para mejorar sus necesidades básicas.

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Los que se quedaban hacían la calle de honor y aplaudían al paso de los viajeros. Ese mismo día, al amanecer, muchos de los participantes descubrieron en el suelo africano un pedacito de ala de la mantis religiosa, que la noche anterior cumplía una cita amorosa.

Al atardecer, los ocupantes de uno de los carros divisaron a lo lejos a unos buitres que bajaban y volvían a volar. Al acercarse, notaron que los leones habían sacrificado una jirafa. La leona, que el día anterior hablaba de la paz y de acuerdos, tenía la boca cubierta de sangre y al parecer era la sospechosa de la muerte de la jirafa. La gran jirafa estaba toda destrozada y cuatro machos leones comían de ella, mientras los buitres y otras aves de rapiña trataban de robar algo de carne. No muy lejos de allí, las hienas iban y venían impacientes. Al verse quizás observada, la leona dijo: “Los acuerdos y los tratados son buenos mientras haya comida para todos. Hoy necesitábamos comer para sobrevivir, y eso hacemos”.

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Algunos animales poderosos, como los tigres y los leones, habían escuchado sobre el referendo, y sabiendo que tenían su representación en el evento, no estaban de acuerdo con esta convocatoria. Pensaban que se les quería restringir ciertos beneficios que tenían por naturaleza, y querían tomar medidas para reforzar su posición, contraria a esos eventuales acuerdos. Se encontraban emboscados y decididos a adueñarse de una buena parte del territorio que en ese momento transitaban, atrás de una colina estratégicamente ubicada en la ruta de migración de todos los demás animales. Así que de común

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acuerdo, los leones se adueñaron del lado derecho de la colina y los tigres del lado izquierdo. “Animal que atraviese la colina, lo devoramos”, fue el acuerdo tácito entre ellos.

El territorio escogido por los tigres y los leones era muy hermoso. Tenía todo tipo de árboles frutales, hierbas frescas y pastos tiernos, alimentos apetecidos por las cebras, los ñus, los búfalos, las gacelas y los cervatillos. Los animales que allí vivían eran gordos y no tenían que preocuparse por comida, ni les interesaba lo del referendo. Estaban acostumbrados a convivir con el peligro. “Un día más de vida qué más da, si podemos disfrutar de los manjares que hay por aquí”, era la reflexión que se hacían a diario.

Por la región atravesaba un caudaloso riachuelo de aguas limpias, transparentes, de sabor agradable, y los animales iban a beber allí, aunque por supuesto corrían el riesgo de ser devorados por los tigres y los leones. Además, en el riachuelo vivían los cocodrilos, animales peligrosos que con sus poderosos dientes podían atrapar a los animales que, vencidos por la sed, iban a beber un poco de agua al río.

Los cocodrilos son pacientes, pueden pasar horas y horas esperando su alimento. Los que habitaban esos parajes sabían por naturaleza que las migraciones de cebras y ñus en busca de mejores pastos las conducían al otro lado del río, al territorio de los leones y los tigres. Pero primero deberían ir y venir por el río, lo que garantizaba que los más débiles e inexpertos como las crías serían su alimento. Siem-

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pre fue así, recordaba el cocodrilo más anciano, que casi no tenía dientes y se resistía a dejarse morir.

Vivía de las migajas que dejaban sus compañeros y no se incomodaba, comía pedazos de intestinos y de grasa que flotaban en el río.

Los animales de la otra parte del territorio estaban de acuerdo con el referendo, entre todos sugerían los puntos que se debían tener en cuenta en el documento y estaban muy contentos. Habían organizado una gran fiesta para conmemorar tan importante evento. Los documentos que les había dado el sabio búho fueron de gran ayuda para opinar y sugerir las propuestas, y sobre todo para rechazar actos de barbarie a los que eran sometidos.

Las aves tenían sus propuestas. El búho, por su brillante sabiduría, recibía sugerencias y tomaba atenta nota de lo que las otras aves le decían. Los peces escogieron al delfín por su inteligencia y al pulpo de muchos brazos para que hicieran lo mismo. Los animales terrestres también se organizaron para discutir, proponer y anotar sus ideas.

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En el grupo de los animales acuáticos, la ballena dijo que estaba inconforme con el tipo de alimentación que le tocaba. Estaba cansada de tener que comer toneladas de kril y pequeños moluscos todos los días.

Eso la tenía muy estresada. Reunió a los diferentes peces del mar y les comentó que su propuesta era que por derecho de igualdad, necesitaba el apoyo de los peces para que se le cambiara su estructura alimentaria. Sugería que en vez de cerdas o láminas córneas les colocaran dientes afilados, para poder

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alimentarse de otros peces y animales marinos. Los peces que estaban reunidos con ella, incluidos el pulpo de muchos brazos y el delfín, le dijeron que estaban de acuerdo y que le iban a colaborar. El pez que tomaba apuntes en su función de secretario anotó el pedido de la ballena, y ésta se fue satisfecha.

Cuando la ballena se fue, el tiburón le dijo al pez secretario que borrara la petición de la ballena y pidió al grupo de peces no apoyar esa idea, ya que si eso llegara a suceder, todos ellos serían devorados por la ballena y en pocos años serían exterminados.

El tiburón fue directo y claro: “Que siga disfrutando de su dieta habitual, puesto que en el mar hay abundante kril, la fuente de su alimentación. Y si alguien aquí no está de acuerdo con nuestra idea, será devorado…”, dijo el tiburón mientras mostraba sus afilados dientes.

“Pero lo de la ballena es sólo una propuesta —dijo el pulpo— nosotros podemos votar en contra”. “No —dijo nuevamente el tiburón—. Debemos evitar alguna sorpresa. Además, las ballenas son muy influyentes en su territorio”. El pulpo levantó uno de sus ocho brazos para pedir ser escuchado y dijo: “Bueno, siendo así, pues que así sea. Pero quiero sugerir lo siguiente, y que quede escrito: que se prohíba definitivamente la caza de ballenas. Éstas son perseguidas por los barcos balleneros y cazadas con grandes arpones que al herirlas las hacen sufrir por más de una hora, antes de morir. Que se prohíba también la pesca con dinamita…” “¡Sí, sí, que se prohíba!”, gritó un pececito al que le faltaba un pedazo de aleta y media cola, por lo cual nadaba con dificultad.

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Además, estaba un poco aturdido porque hacía pocos días había escapado milagrosamente de una explosión.

“Que se prohíba la pesca con barbasco”, agregó el pulpo. “¿Qué es barbasco?”, preguntó un pececito a su padre. “Eso lo deberías saber, para eso estás en la escuela... Pero te lo voy a explicar: el barbasco es un arbusto venenoso, originario de América del Sur. Los nativos lo utilizan para capturar peces.

También impregnan sus flechas con esta sustancia para la casería de animales silvestres. Este método de pesca es muy dañino, porque elimina a todos los peces que encuentra en su radio de acción. Los indígenas o personas inescrupulosas machacan las hojas y las arrojan en pequeños lagos. Este veneno es extremadamente tóxico para nosotros, los peces, y para otras criaturas acuáticas”. El pequeño pez se preocupó por las palabras de su padre. Ahora debía ser más cuidadoso.

El pulpo de muchos brazos retomó la palabra: “La lluvia ácida es otro problema, está contaminando nuestro hábitat, esto afecta la supervivencia de las especies marinas y toda especie viviente del planeta y, por supuesto, es la causa de muchas enfermedades humanas”.

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Algunos peces de los ríos de Nueva Escocia y de los lagos de los Adirondacks al norte de Nueva York, comentaban que habían abandonado su territorio.

Fueron desplazados por la lluvia ácida, que atentaba contra sus vidas. Les causaban daños en las branquias y secreciones en las mucosidades. En otros ca-

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sos les impedían reproducirse y como consecuencia los extinguían. “Muchos peces han muerto por las altas concentraciones de aluminio en las aguas”, decían las truchas de arroyo, las truchas pardas, la rémora blanca y las chernas de boca pequeña.

Prosiguió el pulpo: “Que se prohíba la contaminación ambiental por combustión de combustibles fósiles que causan la lluvia ácida, por la emisión de óxido de nitrógeno y azufre que se generan en el momento de la combustión. La lluvia ácida es la causa de que muchos lagos del norte de Europa se hayan quedado totalmente estériles, sin presencia de organismos vivos.

“También, considero que se debe exigir la prohibición de los ensayos o pruebas nucleares en los océanos —volvió a hablar el pulpo—. Que se prohíba la caza de tiburones. Todo un desperdicio de vida marina por unas simples aletas y cartílago…” En eso intervino el tiburón: “Más respetito, señor pulpo.

Agradezco y comparto su preocupación por mí y por mis hermanos cetáceos, de acuerdo, pero mis aletas, tengo entendido que sirven para combatir muchas enfermedades. Por lo tanto no son tan simples como usted dice”. El pulpo levantó la puntita de uno de sus ocho brazos en señal de apaciguamiento y dijo: “Tranquilo, amigo tiburón: es sólo un decir”. El tiburón quedó pensativo y luego dijo: “No entendí, pero prosiga usted, amigo pulpo”, y el pulpo continúo: “Es necesario que se controle la pesca con redes o que se la prohíba”. En ese instante, los otros peces gritaron con mucha alegría. “¡Que se prohíba! ¡Que se prohíba!”

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Luego el pulpo continuó: “Es cierto: muchos de los peces que no tienen el tamaño adecuado para el comercio, o que caen por accidente en este tipo de trampas, son arrojados sin vida al mar. En muchas ocasiones, en la pesca de camarones, por cada kilogramo de camarones se desperdician por lo menos tres kilogramos de peces, que luego sin vida son arrojados al mar. A este desperdicio, a esta masacre, también contribuye la pesca submarina, que igualmente debe ser prohibida. De lo contrario, nos van a exterminar a todos...”

El pulpo, mientras hablaba, mostraba en su rostro una auténtica expresión de angustia y de terror. “Ni las plantas submarinas, ni los arrecifes de coral podrán escapar a tan macabro invento”, decía. “¿Y qué es eso de pesca submarina?”, preguntó un pececito diminuto. El pulpo le respondió: “Son redes que los pescadores lanzan y extienden en el mar; éstas llegan hasta el suelo marino y recogen todo a su paso, de modo que no se les escapa nada”.

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“¿Y cómo sabes todo eso?”, le preguntaron los demás peces con gesto de asombro. “Eso lo vi. Me lo hizo saber el oráculo en la gruta que muestra el futuro”.

“Yo también lo vi”, dijo el delfín, y todos los que estaban reunidos palidecieron de terror porque sabían que era verdad, pues la gruta no mentía. Viendo la angustia general, el delfín habló tranquilizadoramente: “Pero eso no durará por mucho tiempo, amigos. El oráculo también me dijo que hay y habrá más seres humanos que están luchando en defensa de los animales. ¿Cómo es que se llaman estas personas, pulpo de muchos brazos?” “Ambientalistas”, dijo el

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pulpo. “Sí —prosiguió el delfín—, son personas que han entendido la importancia de conservar el planeta y la biodiversidad. Algunos se concentran en la protección de los animales, otros luchan por la paz, otros contra la contaminación. Muchos de ellos han sido asesinados, a otros los persiguen, a la mayoría los tratan de locos…”

El delfín guardó silencio viendo que su auditorio se mostraba muy triste. Después de algunos segundos, muchos de los animales y especies marinas gritaron entusiasmados: “¡Que vivan los ambientalistas, que vivan, que vivan!” “Sí, que vivan! —dijo el tiburón con un tono de cinismo—, pero que no se caigan al mar, porque me los como”.

De pronto todos percibieron que algo se movía por entre las profundidades. “Escóndanse entre los arrecifes de coral”, gritó el pulpo. Preocupados, todos se escondieron. Al momento un pececito susurró: “Miren, es un buzo”. “Silencio”, aconsejó el delfín.

“Si me lo permiten, me lo como”, propuso el tiburón. “Silencio, volvió a aconsejar el delfín. “Miren, es un ambientalista”, dijo el pulpo. “¿Cómo sabes eso?”, preguntó el tiburón, visiblemente interesado en el asunto.

“Miren las letras en su ropa: ‘Greenpeace’, pronunció en voz alta el pulpo. Eso está escrito en inglés, sí, pero la otra vez observé en otro punto del océano a un grupo de personas que en sus camisetas tenían esas mismas letras y discutían con unos cazadores de ballena. Los balleneros los amenazaban con armas de fuego, pero no les hicieron nada, y al final los cazadores de ballenas tuvieron que marcharse de allí”.

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“¿Dónde está Políglota?”, preguntó el tiburón. Y todos al momento comenzaron a gritar “¡Políglota, Políglota!” Entonces se hizo presente un pez de anteojos que traía bajo sus aletas laterales un pequeño libro de lenguas. “Políglota —le dijo el pulpo—, dentro de tus posibilidades y con toda seguridad, queremos saber el significado de la palabra que tiene estampada en el pecho aquel buzo que nos está observando”. “Greenpeace —leyó Políglota—, eso es inglés, así que ‘green’, significa ‘verde’ y ‘peace’ significa ‘paz’. Con absoluta certeza, Greenpeace significa Paz verde”.

“O sea que Greenpeace significa Paz verde y no ambientalista”, dijo el tiburón. “Eso es lo mismo”, dijo sonriente el delfín, considerado uno de los habitantes más inteligentes del mar.

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De repente, un pececito payaso se fue nadando hasta donde se encontraba el buzo, que era un hombre bastante joven. “¿Cómo está, señor ambientalista?”, saludó el pececito al joven. “Bien, hermoso pececito”, le dijo el joven. “Eres muy joven para ser ambientalista”, comentó el pez payaso. “Puede ser —le dijo el joven—, pero hay ambientalistas que son niños, otros somos jóvenes, aunque por supuesto también hay muchos adultos. Hay incluso familias completas que tienen conciencia de la importancia de cuidar nuestro planeta, y son ambientalistas activos”. “Pero me parece —dijo el pequeño pez— que los jóvenes sólo piensan en fiestas, en pasarla bien, en estar a la moda, etc., y los niños quieren estar jugando todo el tiempo. Son muy activos, pero poco serios…” “Tienes razón, pececito sabio”, lo inte-

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rrumpió el joven. “¿Por qué me llamas sabio?”, replicó el pez. “Porque sabes mucho —dijo el joven, y siguió hablando—: el mundo nos pertenece a todos, a los niños, a los jóvenes, a los adultos, a todos.

Pero somos los jóvenes los que tenemos el compromiso de defender el planeta”. “Sin embargo tú eres demasiado joven para eso, ¿no crees?”, opinó con preocupación el pececito. “No es problema”, dijo el joven. “Pero los pueden asesinar”, insistió el pececito. “Tampoco eso es problema, repitió el joven y agregó: muchos de nosotros han muerto por esta gran causa. Pero estamos convencidos de que nuestra lucha está movilizando a mucha gente.” “¿Y qué es exactamente Greenpeace?”, preguntó el pequeño pez al muchacho. “Greenpeace es una organización de ambientalistas que busca proteger y defender el planeta de amenazas graves, tales como diversos tipos de atentados contra la naturaleza y en particular contra la biodiversidad. Hacemos campañas para denunciar y detener el cambio climático, para luchar por la disminución de la contaminación.

Además, buscamos acabar con el uso de la energía nuclear y las armas. Protegemos a los animales de los cazadores y hacemos todo lo posible por evitar su extinción. También trabajamos en ecología marina.

Por eso estoy aquí”. “¿Qué es ser ambientalista?”, preguntó el pececito. “Ser ambientalista es un don”, dijo el joven. “¿Como el amor?”, preguntó el pececito. “Sí, como el amor”, dijo el joven. “¿Y como la sabiduría?”, volvió a preguntar el pececito. “Como la sabiduría, por

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supuesto”, contestó el joven con una sonrisa dirigida al pececito, y añadió: “Eres un pez muy hermoso, un pececito sabio e inquieto. Y noto que algo raro está pasando aquí…” “¿Por lo de la reunión?”, preguntó el pez. “Sí”, dijo el ambientalista. Y el pececito le explicó: “Estamos reflexionando y trabajando en grupos sobre el referendo. Y tú, ¿estás solo?” El joven ambientalista le dijo: “No, estamos varios de nosotros por aquí.

Vinimos a vigilar y evitar una posible pesca con explosivos. Generalmente, en los lugares donde se reúnen los peces, las aves revoletean, y eso atrae a los barcos pesqueros. Hemos visto a varios por aquí y sospechamos que planeaban utilizar explosivos, pero ya se fueron”.

El pececito se preocupó un poco por lo relatado por el joven ambientalista pero, ya calmado, se despidió del joven no sin antes desearle buena suerte.

Mientras se alejaba, pensaba en voz alta: “Ser ambientalista es un don, un don, un don. Como el amor, un don, un don. Como la sabiduría, un don, un don.

Como el don del buen hablar, un don, un don”.

Entre tanto, los demás peces habían estado observando con inquietud al pececito mientras hablaba con el ambientalista. Y cuando el pequeño pez se acercó de nuevo, le hicieron varias preguntas y luego de escuchar sus respuestas estaban felices de saber que en algún lugar del mundo existen personas preocupadas por la paz y por la vida en el planeta.

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En ese instante, ya en completa tranquilidad, el secretario informó al grupo de los animales marinos

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que todo lo propuesto y discutido estaba debidamente escrito. Y como si hubiese sido llamado, al momento apareció el martín pescador, quien se encargó de recoger los documentos de las propuestas sugeridas por allí, y se elevó de nuevo para llevarlas al comité encargado de organizar el documento que recogería las opiniones de todos los animales.

Las aves también hicieron sus propuestas. En general sugerían que no se destruyera la naturaleza, y pedían que se hiciera cumplir las leyes que prohíben la deforestación y la tala de árboles. Ellas argumentaban que aunque algunas veces los incendios forestales que se presentaban eran causados por los rayos, era necesario exigir más presencia de guardabosques para prevenir esas tragedias, que a veces también son causadas por personas inescrupulosas y malintencionadas.

En la introducción a su documento, las aves concluían que los incendios destruyen el bosque y las praderas, arrasan poblaciones humanas y acaban con la diversidad de la vida silvestre... El búho tomó la palabra y dijo: “Quiero compartir con ustedes una historia muy hermosa y triste que encontré en la Internet; es un artículo de la National Geographic, por lo tanto, quiero que presten mucha atención. La historia se llama “Bajo sus alas”, y comienza así: ‘Después de un incendio forestal en el Parque de Yellowstone, los guardabosques iniciaron una larga jornada montaña arriba para valorar los daños causados por el fuego.

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‘Un guardabosque encontró un pájaro literalmente petrificado en cenizas en la base de un árbol. Un poco asombrado por el espeluznante espectáculo, dio unos golpecitos al pajarillo con una vara.

‘Cuando lo hizo, tres diminutos polluelos se escabulleron bajo las alas de su madre ya muerta. La amorosa madre, en su afán de impedir el desastre, había llevado a sus hijos a la base del árbol, y los había acurrucado bajo sus alas, conociendo instintivamente que el humo tóxico ascendería.

‘Ella podía haber volado para encontrar su seguridad, pero se había negado a abandonar a sus bebés.

Cuando las llamas llegaron y quemaron su pequeño cuerpo, ella permaneció firme. Porque había decidido morir para que aquellos que estaban bajo sus alas pudiesen vivir’”.

Cuando el búho terminó de narrar la historia, les preguntó a los otros cómo les había parecido. Todos estaban en silencio, recreaban en su cerebro de pájaros las escenas del incendio. En sus rostros se reflejaba la tristeza de tan desafortunado suceso.

Ninguno dijo nada. Algunos recordaban que habían escapado de incendios forestales, pero para salvar sus vidas abandonaron sus nidos. En sus cerebros todavía se oía el eco del trinar inocente de sus polluelos. Otros recordaban los huevos que estaban a punto de reventar. La imagen del sacrificio de la madre los llenó de culpa. Una culpa difícil de olvidar.

Entonces lloraron. El búho, se quedó en silencio.

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Algunos pájaros comentaban que la lluvia ácida estaba causando muchos problemas en el ambiente.

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Todo lo contamina, decían. Como consecuencia, estaban en peligro, porque los insectos fuente de su alimentación y de otras especies silvestres estaban contaminados. Al ingerirlos, los gases tóxicos causaban en ellos esterilidad, y en algunos casos la cáscara de los huevos era más delgada, impidiendo el proceso natural de incubación. Los halcones y las águilas manifestaban que gran parte del planeta se estaba quedando sin árboles.

El búho decía: “Ya no es seguro anidar en sus copas.

Cada árbol es una historia, como la historia de cada uno de nosotros. Los árboles nos proporcionan el oxígeno que respiramos, nos ofrecen sombra y seguridad. Es hermoso verlos crecer. Es hermoso saber que en cada árbol existen y conviven una gran variedad de especies: hormigas, salamandras, serpientes… y nidos de aves”. Y continuó su síntesis diciendo: “Sugerimos que se prohíban las hondas o caucheras.

Estas han destruido una gran variedad de vida silvestre: aves, serpientes, salamandras, las grandes arañas. Pedimos que las aves vivan libres en la naturaleza, no en jaulas. Que se prohíba la compra y venta de aves”. “¡Sí, que se prohíba! ¡Que se prohíba!”, trinaron los loros, los azulejos y los periquitos australianos.

Uno de los halcones que antes había hablado retomó la palabra: “Que se siembren más árboles para reemplazar los que han sido talados. Todos y todas necesitamos lugares donde construir nuestros nidos.

Necesitamos de los árboles para anidar en sus copas”, exigió.

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El gran cóndor pidió la palabra y dijo que el país que representaba necesitaba muchas oraciones para poder salir adelante. Solicitó respeto por sus habitantes y el buen trato a nivel internacional, tal como se encuentra consignado en la Declaración de Río, en lo que tiene que ver con las buenas relaciones entre los pueblos.

La paloma mensajera, encargada de recoger el aporte de las aves, todavía no había llegado. Entre tanto, el águila, el halcón, el búho y el chulo comenzaron una pequeña tertulia. El tema de la conversación fue el hambre en el planeta. El chulo dijo: “Nosotras, las aves, recorremos todos los días grandes distancias.

En mis recorridos conocí muchos basureros y en cada basurero he visto la pobreza, la miseria humana.

Cuando realizo mi trabajo responsablemente recogiendo los desechos y limpiando el ambiente de la podredumbre, observo tristemente la miseria humana sobrevivir. Si los humanos se colocaran en el lugar del otro, quizás serían más sensibles al sufrimiento del otro… del hermano. Conocí a familias enteras que se nutren de las sobras de comida que llegan a estos sitios, insalubres, por cierto. Cada basurero tiene su nacionalidad, su identidad y su propia pobreza…”, decía el chulo en un tono filosófico, mientras los demás de su grupo escuchaban con atención.

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Y siguió: “Para estas personas el basurero lo es todo.

Representa su vida, su sustento. Allí se reúnen niños, jóvenes, adultos, incluso ancianos y con los pies descalzos remueven la basura, buscando algún objeto de valor para vender. Nosotros los chulos en muchas ocasiones nos entristecemos al ver el sufrimiento de

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estas personas, a quienes las moscas a veces les cubren el rostro sudoroso”.

Estaba inspirado el amigo chulo, quien continuó describiendo sus experiencias y reflexiones acerca de los botaderos de basura y sus visitantes humanos: “La miseria humana huele a todo lo inhumano y permite tantos reproches y prevenciones, que pareciera que el aislamiento trajera seguridad. Pero si pudiéramos escudriñar los pensamientos de esas personas que parecen refugiarse en los basureros, aunque en realidad buscan sobrevivir, podríamos saber sus penas y, ¿por qué no?, sus alegrías. ¿Cuáles serán sus pensamientos? ¿Qué conceptos tienen de la vida? ¿Qué pensarán del futuro? ¿Cuántos estarán orgullosos de esa forma de vida? ¿Cuántos han abandonado el mundo de afuera, porque encontraron aquí la oportunidad y la seguridad de sobrevivir? ¿Cuántos han abandonado los basureros, porque contaron con suerte y la vida los bendijo con bienes? ¿Cuáles serán sus preocupaciones? ¿Qué piensan sobre el amor? ¿Cuáles son sus enfermedades? ¿Qué los hace felices? ¿Qué los entristece? Un sinnúmero de interrogantes que sólo Dios sabe responder y que al final de cuentas se sintetizan en uno solo: ¿Cómo logran sobrevivir?

“Miren, amigos y amigas, —continuó el chulo— lo cierto es que cada camión recolector de basura que llega, es un motivo de celebración para esa gente.

Les cuento que en muchas ocasiones he llorado de felicidad. La alegría y el entusiasmo de esas personas al ver llegar esas toneladas de desperdicios me emocionaban al punto de hacerme derramar lágri-

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mas de chulo. Muchísimas veces yo les he cedido el turno, en sus afanes de encontrar algo de comida o algún objeto que se pudiera vender. En otras ocasiones ellos esperan a que yo me alimente primero. Se siente bonito, ver esa maravillosa relación del compartir las migajas entre viejos amigos.

“Me pregunto si será posible un cambio significativo en la vida de estas personas…”, dijo el chulo.

“Tal vez sí”, contestó el halcón. “¿Cuál?”, preguntó el chulo. Y el halcón respondió: “¡Soñar, imaginar! ¡El soñar e imaginar nos hace libres! Si soñamos e imaginamos, construimos la esperanza de algún día mejorar nuestra situación. Para algunos o muchos de nosotros quizás son sólo esperanzas. Pero tengamos en cuenta que para otros, sobre todo para quienes tienen fe, los sueños y esperanzas pueden ser realidad”. El chulo volvió a hablar de sus vivencias: “En algunas regiones del mundo se ve morir a personas por no tener qué comer. Quizás, en un momento dado, un basurero podría ser la solución a sus necesidades. Suena cruel, pero es una realidad”.

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“Es posible que la miseria humana no sea perceptible a los ojos de los demás”, expresó el águila. “No entiendo lo que dices, hermana águila”, le dijo el halcón. “Por ejemplo —dijo el águila—, supongamos que se tengan dos baúles. Pensemos que abrimos uno de ellos, y encontramos en ese baúl todo lo que pudiéramos imaginar, hasta el punto que perdiéramos el interés por el otro: imaginemos que allí encontramos bienestar, riqueza, diversión, buena comida, un buen trabajo, dinero, placeres, etc. Pero luego recordamos la existencia del otro baúl y la curiosidad

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nos guía para ver qué hay dentro. Allí descubrimos que en ese baúl hay encerradas millones de personas que tienen múltiples problemas y necesidades. Entonces uno tiene que tomar una decisión, pues está ante dos alternativas: cerrar el baúl y no volver a abrirlo, o buscar la manera de ayudar a esos millones de personas que hay en él. Eso es lo que ocurre en el mundo. Muchos no han visto la necesidad de abrir el otro baúl. Muchos lo han hecho y hacen lo posible por ayudar. Pero otros lo abrieron y lo volvieron a cerrar”.

En ese instante de silencio por parte del águila, el búho repitió: “La miseria humana huele a todo lo inhumano y permite tantos reproches y prevenciones, que parece que el aislamiento relativo trajera seguridad. Muy interesante tu reflexión sobre los basureros, amigo chulo”.

El turno de la palabra en esta tertulia le correspondió al halcón, quien comenzó diciendo: “Tengo una inquietud, y sé que mi inquietud y mi preocupación las comparte el águila real. Se trata de que, en gran parte del mundo, hay seres humanos que se mueren de hambre. Mueren porque han sido desplazados de sus tierras, porque no cuentan con un pedazo de tierra para sembrar, o porque las tierras que poseen no son productivas. Mientras ellos pasan dificultades y mueren, hay personas inconscientes que cada día depredan la selva con motosierras, en beneficio propio y con la complicidad de prestigiosos e insensibles políticos”. “Eso es cierto —manifestó el águila un poco preocupada—. Y hay más: se sabe que cada cuatro segundos muere una persona en el

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mundo por desnutrición. Y de los aproximadamente ocho millones de personas que mueren de hambre al año, cinco millones son niños”. Dijo el águila: “Según la FAO, el número de personas en el mundo que presentan carencias nutricionales severas que les impiden el desarrollo normal de sus funciones vitales alcanza una cifra aproximada de 3.000 millones de seres humanos”. El chulo observó al halcón y ambos observaron al águila, luego el halcón preguntó: “¿Qué es la FAO?”, y cuando el águila se disponía a explicar, el búho interrumpió diciendo: “La FAO es la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y su preocupación son los miles de personas que padecen y mueren de hambre en el mundo”. Y el búho siguió diciendo: “De acuerdo al aporte del águila sobre el hambre en el mundo podemos afirmar que la ciencia y la tecnología han fracasado”. “No, imposible, no se puede hablar de fracaso —dijo el halcón, y continúo—: la ciencia y la tecnología han revolucionado el mundo.

Los grandes inventos, los avances en la medicina y en la comunicación, el conocimiento del universo y de otros planetas, son logros de la ciencia y la tecnología”.

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El búho tomó la palabra: “Tienes razón, amigo halcón. Pero debemos tener en cuenta que se invierte mucho dinero en asuntos como viajes espaciales y otras cosas que al parecer sólo benefician a unos pocos, a algunos países y empresas, y se olvida que la ciencia y la tecnología deben estar al servicio de la humanidad, y cuando hablo de la humanidad significa que no se debe excluir a nadie”.

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“Un momento —dijo el loro—. Con todo respeto por ustedes, pero nos estamos saliendo del tema”. “No —replicó el búho—. Todos hacemos parte del universo, y si algo no anda bien, eso también nos afecta”.

“Pero, ¿por qué dices que la ciencia y la tecnología han fracasado?”, le preguntó el halcón al búho.

“Pues la explicación es muy sencilla —dijo éste—. La ciencia no ha podido descubrir una fórmula que pueda darle solución al problema del hambre en el mundo”. “Pero supongo que eso cuesta mucho dinero”, dijo el halcón. “Es cierto. Pero cuestan mucho más dinero los viajes espaciales, los conflictos bélicos y las armas nucleares”.

La voz del chulo se hizo sentir en ese momento: “Ustedes se están refiriendo a un asunto que claramente es un problema político”. Y el sabio búho confirmó: “Por supuesto que es político. Sabemos que se han hecho acuerdos entre países para contrarrestar la hambruna en el mundo, pero nada más ha pasado.

Parece ser que no hay voluntad política. Es como si quienes dirigen al mundo pensaran que cuantas menos personas habiten el planeta, habrá más oxigeno para compartir y más territorio para habitar”. “¡Eso suena terrorífico!”, dijo el halcón. “Así es —volvió a decir el búho—, pero no hay otra explicación. Y en fin, dejemos las explicaciones a los que gobiernan el mundo. A los que lo tienen todo. A los que nacen en cunas de oro. A los que contaron con suerte y están al mando de los pueblos. A los que no tenían nada y, con una sola oportunidad, la vida los bendijo con bienes y riqueza. A los que tienen influencias… El mundo sería mejor si este tipo de personas se com-

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prometieran a combatir las necesidades de sus semejantes, de su prójimo”.

El chulo hizo el siguiente comentario: “Muchos artistas han dado un gran paso al contribuir con un granito de arena a combatir el hambre en el mundo. Es un paso muy importante, pero sería muy hermoso, significativo e importante que los países poderosos sean recordados en la historia de la humanidad como los benefactores de los oprimidos, de los pobres.

Ayudar sin recibir nada a cambio. Si a lo largo de la historia las naciones poderosas se aliaron para ir a la guerra, ¿por que no conformar hoy una gran alianza, no para ir a la guerra, sino para combatir el hambre, la pobreza… la miseria. Una alianza que construya esperanzas, que construya paz, y no que siembre destrucción”. Y el chulo cerró diciendo:”Obras son amores y no buenas razones…”

“Pero, ¿hay esperanzas para las personas que no tienen nada?”, preguntó un lindo azulejo que había permanecido escuchando a sus hermanos voladores, y el búho le dijo simplemente: “La fe en Dios”. “Por favor, explícate”, insistió el azulejo. “Bueno —dijo el búho—, Dios actúa por medio de las personas de buena voluntad, las personas de buen corazón, los que ven en la caridad y en el servicio una oportunidad de ayudar al prójimo. De ese tipo de personas hay muchas en el mundo. Pero es necesario que más y más personas se unan en esa causa, incluso los científicos”.

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“Tengo una idea —dijo el halcón—: retemos a la ciencia”. “¿Cómo así?”, dijo el búho, y continúo: “¿Re-

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tar a la ciencia? ¿A los hombres de ingenio? ¿A los que han revolucionado el mundo, los que todo lo demuestran? ¿A los que tienen la última palabra?…

Tú y yo, ¿retarlos? ¿Cómo podemos hacer eso, amigo halcón? ¿En qué consiste el desafío?” “Es fácil —dijo el halcón—: con una sola pregunta que formulemos.

Y si la ciencia es verdaderamente sabia, nos dará la respuesta”. “Eso creo —contestó el búho—. ¿Y cuál es la pregunta?”

“La pregunta es la siguiente, respondió el halcón: ¿Puede la ciencia encontrar una solución definitiva a la problemática del hambre en el mundo sin obligar a las personas a abandonar sus territorios?”

Luego de una cortísima reflexión, el búho replicó: “Pues facilísimo. Eso se puede lograr con la ayuda solidaria de otras personas”. Pero no era esa la respuesta que el halcón esperaba. “No, sabio búho, la respuesta la tienen que dar los científicos. Además, si existe una respuesta positiva, y estoy seguro de que la hay, entonces la Declaración de Río es viable.

Luego, pienso que hay esperanzas para la humanidad y para nosotros también, por supuesto”.

El búho, que había escuchado siempre atento a todos, afirmó: “Tienes razón, amigo halcón. Tus argumentos son valiosos y nos hacen mucho bien a todos”. Y tanto el búho como el águila, el azulejo, el halcón y los demás presentes se quedaron pensando. El búho pensaba en el agitado trabajo de los hombres de la ciencia, y se preguntaba: “¿En qué se divierten? ¿Qué preocupaciones tienen? ¿Serán felices? ¿Tendrán tiempo para sus familias? ¿Que

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sentirán cuando descubren algo? ¿Se emocionarán por ello? ¿O acaso han perdido la sensibilidad?”…

El sabio animal se planteaba un sinnúmero de preguntas, que algún día quizás encontrarían respuesta. Tras un momento de silencio general, el águila habló: “Definitivamente los hombres de ciencia son extraordinarios. ¡Ellos pueden hacer brillar la luz donde no hay esperanza!” Después de esto, entregaron los apuntes de las conclusiones a la paloma mensajera, quien sin esperar más tomó vuelo hasta el centro electoral y entregó la propuesta al representante de las aves.

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Los animales terrestres también se reunieron. Estaban muy preocupados porque se consideraban amenazados por las acciones de algunos humanos irresponsables que, decían ellos, ingresan a sus territorios sin las debidas precauciones, de manera imprudente y agresiva, lo cual les ha costado la vida a muchas personas. Ellos recordaban que en el mar, en las cumbres de las montañas o en la selva siempre habrá riesgo, así se tomen medidas para evitarlos.

Estos enfrentamientos hacen que los humanos se armen y persigan a los animales para cazarlos, y como consecuencia de ello un número significativo de animales salvajes son sacrificados, lo que conduce a la extinción de muchas especies. “La lista de animales en vías de extinción es numerosa —decía el tigre—: leones, osos, elefantes, serpientes, cocodrilos, rinocerontes, tiburones, lobos, etc., hemos pasado a ser el blanco de los cazadores. Insistimos en la necesidad de que se prohíba el uso de armas y de trampas humanas contra nosotros”.

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Un hipopótamo recién salido de un fresco lago cercano dijo: “Los humanos deberían entender que les conviene convertir sus armas en herramientas de trabajo, en instrumentos para el bien y para la vida, no para la muerte y el mal. Algunos humanos piensan que las armas dan poder, mas eso no es cierto.

Las armas atemorizan y manipulan las conciencias, destruyen la vida, la armonía y la esperanza de un mejor futuro”. Una hermosa y pacífica danta que se hallaba cerca al hipopótamo tomó la palabra y dijo: “Qué peligrosa es un arma en las manos de un humano desquiciado. Es más inteligente el que logra controlar sus emociones que el que quiere imponer autoridad y dominio sin importarle cómo y sin pensar en las consecuencias de sus actos. Por eso es indispensable que unamos nuestras voces para pedir que se prohíban las armas. ¡Que se prohíban las armas!”

Y a esta proclama de la danta se unieron en una sola voz los elefantes, los leones, los tigres, dantas, monos, borugas, rinocerontes, gorilas, tigrillos y muchos más animales amenazados de extinción.

Entre la multitud, un poco aislados de los demás, unos toros de casta pedían a gritos que se prohibieran las corridas, porque se consideraban salvajemente utilizados y por supuesto denunciaban los crueles tratos a que son sometidos antes de morir.

Un hermoso león de melena negra de Etiopía tomó la palabra y manifestó que en su país son considerados el símbolo nacional, pero denunció que estaban siendo sacrificados. Dijo el león: “En los zoológicos etíopes, para reducir los gastos envenenan a los leones y venden sus cuerpos a los disecadores. Esta es la

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única alternativa que les permite a las autoridades obtener fondos para su sostenimiento”. Y continúo el león: “Con ese pretexto nos están extinguiendo rápidamente y de manera consciente”.

El chimpancé tomaba atenta nota de las solicitudes de los animales terrestres. Él mismo se encargó de llevar sus aportes a los responsables de organizar la declaración de los animales del mundo. El pulpo de muchos brazos, el delfín, el mono capuchino, el cuervo, la foca, el elefante y el chimpancé, todos por sus capacidades físicas e intelectuales habían sido nombrados responsables de recolectar y unificar las propuestas de todos los animales del planeta.

Después de revisar las propuestas y sugerencias, los organizadores estuvieron de acuerdo en que las solicitudes de cambios o modificaciones en la estructura orgánica de las diversas especies animales no se iban a tener en cuenta, porque era tiempo perdido. “Esa parte se la dejamos a la evolución —dijo el pulpo de muchos brazos, y agregó—: Me parece, no sé a ustedes, que las propuestas seleccionadas están de acuerdo con los fines que perseguimos”. “Estamos de acuerdo”, dijeron los otros responsables.

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El lugar en que se hallaban reunidos era una cueva bien dibujada por entre las rocas. La parte exterior estaba toda cubierta de maleza y pequeños arbustos, que la hacían secreta y mágica. En la parte interior tenía unos orificios naturales en el techo que permitían el ingreso de la luz solar. El piso estaba limpio, era piedra esculpida sobre roca. El pulpo, la foca y el delfín estaban en un estanque de colores,

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al frente del cual se encontraban los otros animales.

Cada uno tenía las copias de las propuestas. El material que contenía las propuestas que serían estudiadas por los animales acuáticos era impermeable.

En un rincón iluminado de la cueva estaba el búho sabio, sentado frente a un computador. Él organizaba las ideas que se sugerían para ser distribuidas a lo largo de la selva, en los campos y valles, en los caminos, en las cumbres montañosas y en las profundidades de los océanos, lagos, ríos y lagunas.

La cueva en su interior era muy hermosa; en sus paredes estaba dibujada la historia de la evolución de las especies. En el centro, el rostro esculpido de Charles Darwin observaba a todo aquel que ingresaba a la cueva. En el techo se podían apreciar dibujos que mostraban el origen de la vida, con pequeñas leyendas escritas de Oparin y otros evolucionistas.

Al lado derecho de la cueva, en un espacio muy bien iluminado, había una biblioteca repleta de libros. Al lado de la biblioteca en el piso había un pedazo de tronco de árbol bien pulido y de forma cilíndrica pintado con barniz. Encima del tronco había un hexaedro cuyas caras laterales estaban elegantemente decoradas y tenían escritos mensajes de alabanza a Dios.

En el interior del cubo había toda clase de periódicos del mundo entero. Un agradable olor a sándalo se percibía en todo el aire que ventilaba la cueva.

Más al fondo de la cueva, en una recámara, había un dibujo grande que abarcaba toda el área lateral de ese recinto. El dibujo representaba el Arca de Noé,

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esa enorme embarcación que refleja la preocupación de Dios por conservar las especies de animales en el momento del devastador diluvio universal. El dibujo estaba autografiado por el búho. Por la parte de afuera de la habitación, incrustado en la pared, había un pergamino esculpido en palo sangre. En el pergamino se podían leer claramente algunas de las soluciones propuestas por la organización Greenpeace para reducir las emisiones de los gases causantes del calentamiento global. Eran soluciones muy prácticas y realizables.

Muy cerca de allí estaba una mesa, y sobre ella se encontraba muy bien doblada una toga azul encima de la cual se veía un birrete del mismo color. También se podían apreciar varias pipas europeas y asiáticas, que recibía el búho de regalo de sus amigos extranjeros.

Cada uno de los animales responsables del informe final tenía un micrófono, para comunicarse sin tener que hacer mucho esfuerzo. Entre tanto, el búho seguía tomando nota de las opiniones de los sabios de la naturaleza. Él había sido escogido para socializar el documento en el momento que fuera requerido y, por lo tanto, debía mantenerse muy bien informado, no obstante su gran conocimiento en todas las ramas del saber y en especial el derecho.

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El sabio búho pasó toda la noche trabajando en el computador. Debía tener todo listo, porque al amanecer un gran número de palomas mensajeras llegarían para distribuir el documento, según estaba establecido. Todas las especies deberían conocerlo.

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Se hizo énfasis en las propuestas que rechazaban la extinción en masa de las especies. Pero también se solicitaba el cumplimiento de los tratados y de los acuerdos para disminuir el calentamiento global, por las graves consecuencias que podría sufrir el planeta y todo ser viviente. Todas las propuestas estaban escritas en papel pergamino con el título: “declaración de los animales del mundo sobre los derechos fundamentales y ambientales”.

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Conclusiones: el final de un sueño

A

l amanecer comenzaron a llegar las palomas.

El sabio búho salió a la entrada de la cueva; tenía puestos la toga y el birrete, y entre sus alas sostenía el narguile. Observó que una gran cantidad de palomas ya habían llegado y esperaban el llamado de los representantes de la comisión para comenzar a distribuir los pergaminos.

Dentro de la cueva había una mesa adornada en terciopelo, y sobre ella se encontraban cientos de rollos de pergaminos, cada uno marcado con el nombre de los destinatarios.

Los miembros del comité ya se habían despertado y después de asearse se reunieron con el búho, y entre todos acercaron la mesa de los pergaminos a la entrada de la cueva. Una a una, las palomas se acercaban a la mesa. El sabio búho las hacía fumar del narguile y enseguida las mensajeras tomaban un pergamino, revisaban la dirección y automáticamente levantaban el vuelo con rumbo fijo. Así, todas las palomas seguían la rutina inicial, y la Declaración de los Animales del Mundo sobre los Derechos Fundamentales y Ambientales se comenzó a distribuir. No quedó lugar en el mundo que no recibiera el mensa-

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je: hasta las cumbres más altas de las montañas, a todos los caminos, a lo más profundo de la selva, a valles, desiertos y llanuras y hasta las profundidades de los mares, las palomas mensajeras transportaron el trascendental documento.

En las horas previas a la llegada de las palomas mensajeras, la ballena estaba feliz como una lombriz, pero cuando leyó el documento, y a pesar de que habían puntos que la favorecían, se fue triste hacia las profundidades, mientras que en los rincones de los arrecifes de corales los tiburones, las orcas y demás peces se reían de ella: “¡Que siga comiendo kril, ja ja ja ja!”, decían. “¿Qué es kril?”, preguntó un pequeño tiburón al grupo de peces que se encontraban reunidos y que se burlaban de la ballena. “Mira, pequeño —le dijo el padre, un gran tiburón toro—, tú más que nadie lo debes saber. Eso lo enseñan en la escuela, hace parte de nuestro entorno…” “Yo sigo sin entender”, dijo el pequeño tiburón. “Pues, entonces, consúltalo por la Internet”, le respondió el padre un poco furioso.

“Mañana le consultaré al profesor”, reflexionó el tiburoncito.

Viendo la insatisfacción de su hijo, el gran tiburón toro afirmó, algo tolerante ya: “El kril es un concepto básico. Es tan básico como la suma, la resta y la multiplicación”. El tiburoncito seguía inconforme y protestó: “Pero, papá, esas operaciones son de los humanos”.

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“En principio sí, hijo, pero se aplican para todo. Por ejemplo: ¿Cuántas hermanas tienes?” “Siete”, dijo

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el tiburoncito. “No, hijo, te pregunté cuántas hermanas tienes”. “Pues, sin contar con los que mis hermanos y yo comimos cuando nacimos, son cuatro hermanas”, dijo el tiburoncito. “¿Y cuántos hermanos?”, preguntó el tiburón. “Tres…”, dijo el pequeño tiburón. “Entonces, dijo el gran tiburón toro, 4+3=7.

Eso es una suma. Es un invento de humanos, es verdad, pero se aplica para todos”.

“Volviendo al tema, decíamos que el kril es un concepto básico…” “¡Dilo, dilo, dilo!”, exclamaron los otros peces, y hasta el cocodrilo. Y el tiburón dijo: “El kril es…” e interrumpió su explicación otra vez, ante la mirada y los oídos atentos de su hijo. Luego le dijo: “Ven, sígueme”. El tiburoncito lo siguió.

“Haremos algo mejor”. Y el tiburón nadó por las profundidades y el pequeño pececito seguía emocionado a su padre, y a su paso se daba cuenta de la inmensidad del mar. Observó seres extraños en las profundidades, de donde nunca salen pues es su hábitat natural.

De repente, dice el pequeño al padre: “Mira, papi, esos pequeños crustáceos son tan diminutos que pueden medir aproximadamente, sin temor a equivocarme, unos seis centímetros”. El padre no podía ver muy bien. “Allí vienen más”, dijo el pequeño pez. Entonces el gran tiburón toro le dijo: “Ese es el kril, hijo. Ese es el alimento de las ballenas”. Era la época de primavera, y las ballenas y las focas estaban un poco inquietas. De repente una gran masa de millares de crustáceos diminutos dejaba las frías aguas de los polos buscando aguas más cálidas, lo que saben y aprovechan los grandes mamíferos: era

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la época de procrear. “Mira, hijo —dijo el tiburón toro—, en un solo banco de kril pueden haber unas cien toneladas de este alimento, que es el de preferencia de las ballenas, focas y otros peces”. Luego continúo: “Una sola hembra de estos crustáceos puede producir aproximadamente unos diez mil huevos. ¿Entendiste, hijo?” “Ya entendí, papito”. Y mientras nadaba al lado de su padre, el tiburoncito repetía constantemente: “El kril es un pequeño crustáceo que sirve de alimento para las ballenas, y hay tantos en el mar, que es casi imposible que se agoten”.

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Luego el pequeño tiburón bastante entusiasmado preguntó: “Papi, ¿el dinero es básico?” “No entiendo por qué preguntas eso, hijo, pero la verdad es que el dinero no es básico para nosotros. Nosotros no lo necesitamos. Aquí en el mar, si quieres algo, lo tomas y ya”. “Mi pregunta es respecto a los humanos, papá. ¿Es básico el dinero para los humanos?” “Creo que no”, dijo el padre, luego explicó: “Pienso que lo importante, lo básico para los humanos es la salud, la alimentación y la educación, y para eso ellos necesitan el dinero”. “Pero hay personas a quienes se les niega la posibilidad de tener esas cosas importantes”, dijo el tiburoncito. “Es cierto —le dijo el padre—, y luego el tiburoncito continuó: “Muchas personas mueren porque no tienen qué comer y por no tener buenos cuidados en salud. Muchos niños no asisten a la escuela…” “Tienes razón —dijo el padre—. El problema es que las personas no cuentan con los recursos que les permiten satisfacer sus necesidades. En otras palabras, no tienen empleo ni alguna fuente de ingreso de dinero”.

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El tiburoncito no parecía cansarse de preguntar y de cuestionar, por lo que dijo: “Pero, papi, el dinero no lo es todo, ¿verdad?” “No, no lo es —respondió el padre, y agregó—: Hay personas que tienen mucho dinero, pero no son felices. Algún día, algunas de ellas se dan cuenta de que la felicidad es compartir con los que no tienen, y lo hacen. Entonces experimentan una gran alegría interior y comienzan a disfrutar de la vida. Su dinero se multiplica, y se sienten importantes al contribuir con la creación, con la humanidad, prestándole un servicio desinteresado a los que no tienen”.

“Gracias a Dios —dijo el pequeño tiburón—. ¿Y qué más, papá? Cuéntame”. “Otras personas, hijo mío, también tienen mucho dinero, aunque sienten un vacío por dentro. Su pasatiempo es almacenar gran cantidad de dinero, tratan de llenar el vacío con el licor y con toda clase de placeres y diversiones.

Pero la alegría es pasajera, y ellos no son felices, todo porque el egoísmo los lleva a desaprovechar la oportunidad hermosa de prestar un servicio a los demás”. Y siguió hablando el tiburón a su hijo: “Mira, recuerda que la caridad y el amor desinteresado traen la felicidad. Eso es la misericordia divina. El dinero no lo es todo, y hay muchas pruebas de eso. Por ejemplo, cuentan que en cierta ocasión un soberano rey, en grave peligro de muerte durante una batalla, ofrecía como regalo todo su reino a la persona que le consiguiera un caballo, que él necesitaba para huir y salvar su vida. Esa actitud del rey muestra que la vida vale más que el dinero”.

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Luego dijo el tiburón: “Un ejemplo de desprendimiento supremo, y que nos muestra que el dinero no lo es todo, es el Santo de Asís, nuestro patrono San Francisco de Asís”. Al escuchar el nombre del santo, todos los presentes se inclinaron con respeto y dijeron muy convencidos: “Bendito sea nuestro santo y patrono, Santo de santos”. El tiburoncito vio esto con admiración y preguntó: “¿Quién fue Francisco de Asís, papá?” “Bueno —dijo el padre—, el más indicado para hablar de San Francisco de Asís es el pez italiano. Ven, pez italiano, háblanos un poco de Francisco de Asís, ya que según tengo entendido tu tatarabuelo lo conoció”. “Es cierto”, dijo el pez italiano. “¿Qué más sabes? Instrúyenos”, lo instó el tiburón. “Ya no se dice instruir —dijo el pez italiano—. Les voy a contar lo que más o menos recuerdo: mis padres nacieron en los hermosos corales del mar italiano y también allí nací yo”. “Claro —dijo el tiburón—, eso ya lo sabemos”. “El hecho de que mis padres sean italianos —dijo el pez—, no significa que yo haya nacido allí necesariamente. Ustedes saben que los océanos son inmensos, así que pude nacer en cualquier parte. Pero ahora lo que les interesa es conocer un poco de Francisco de Asís, ¿verdad? Bueno, tengo entendido que don Pedro Bernardote, padre de Francisco de Asís, era un comerciante que tenía mucho dinero, y por lo tanto, el joven Francisco tenía todas las comodidades de un joven de clase alta.

Francisco era muy parrandero, alegre, tenía muchos amigos, y se cuenta que tenía varias novias y que a todas les llevaba serenata. Perdón —dijo el pez italiano—, Francisco tenía amigas”. Luego se quedó un

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poco pensativo y dijo: “… y quizas alguna novia. Por ejemplo, Clara”. “¿Eso qué tiene que ver con nuestro patrono?, preguntó la orca, y luego dijo: “El San Francisco que conocemos no se parece en nada a lo que dices. ¿No será que estás equivocado?” “Déjenme contar la historia hasta el final”, pidió el pez italiano. “Prosiga pues, pez italiano —dijo el tiburón, e insistió—: digo, siga pues, viejo pez italiano”. El pez se quedó pensativo y luego preguntó: “¿Por qué viejo?” “Por las barbas blancas que tiene”, respondió el tiburón.

“Las barbas blancas no significan vejez”, contestó el pez. “Ah, nooo —se burló el tiburón blanco—. ¿Entonces qué significan?” “Experiencia, eso es lo que significan; y como tengo experiencia en algo que ustedes no saben, les voy a terminar el cuento. Resulta que en la época en que vivió Francisco de Asís, los jóvenes debían ir a la guerra a pelear por el Papa…” “¿Cómo así? —lo interrumpió el tiburón—. ¿Es que el Papa era político, o militarista o algo así?” “No —dijo el pez italiano—, al parecer, el problema religioso era muy complicado, y las constantes luchas territoriales hacían que los gobernantes de la región solicitaran ayuda al Papa, quien apoyaba a quienes favorecían sus intereses económicos y políticos. Por eso, los jóvenes que cumplían cierta edad tenían que ir a pelear en cumplimiento del mandato papal, y cuando Francisco tuvo la edad requerida fue a la guerra, porque ese era su deber”.

El pez italiano siguió su relato. “En ese tiempo, como en todos, los jóvenes guerreros y los caballeros que

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regresaban victoriosos eran recibidos con los más altos honores. En muchas ocasiones, cuando niño, Francisco Bernardote vio partir por el portón de la ciudad amurallada a los guerreros sedientos de gloria y poder. La única manera de acceder a los honores era venciendo en combate. Y Francisco también había visto llegar a los cruzados victoriosos, llenos de gloria y de poder.

“Al parecer, cuando Francisco de Asís se alistó como guerrero, la primera vez que salía de su ciudad y ya a en camino al combate se enfermó, y en su enfermedad sintió o escuchó la voz de Dios que le pidió que regresara, que no fuera a la guerra, puesto que él tenía que cumplir con una misión diferente…” “¡Qué embarrada, pobre Francisco!”, dijo el tiburón. “Pues claro —dijo el pez italiano—. Francisco iba a regresar sin honores, digo, no iba: regresó sin honores; y entonces fue tratado como un cobarde: las personas se burlaban de él, pero a él eso no le importó.

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“Comentó lo que le había ocurrido, aunque no le prestaron mucha atención y, como siempre sucede, al fin la gente pronto olvidó. Después de ese incidente, Francisco de Asís comenzó a experimentar cambios muy significativos en su vida”. “¿Como cuáles?”, preguntó el pulpo. Entonces brotó una lágrima de los ojos del pez italiano, quien continuó su historia. “Un día Francisco de Asís caminaba por un sendero cuando a lo lejos se oyó el sonido de unas campanillas, que en aquella época indicaban la presencia de leprosos”. El pez italiano hizo una pausa y luego continuó: “La lepra, una enfermedad

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que no tenía cura en ese entonces, era considerada maldita y contagiosa; por lo tanto, los leprosos debían anunciar su presencia con unas campanillas.

Al oírlas, las personas se regresaban o cruzaban por otro lado. A Francisco de Asís no le agradaban los leprosos, le producían asco y los trataba mal, hasta el punto que algunas veces llegó a golpearlos. En esta ocasión, Francisco se encontró frente a frente con un leproso. El leproso se puso un poco nervioso, porque conocía a Francisco.

“Francisco de Asís, sin pensarlo dos veces, sorpresivamente se abalanzó sobre el pobre hombre y estampó un gran beso en la mejilla casi sangrante del leproso. Luego sacó su capa y lo cubrió.

“Esta experiencia —decía el pez italiano—, fue muy significativa en el proceso de conversión de Francisco. Desde entonces el joven rechazó la herencia de su padre, y se entregó humildemente al servicio de Dios, tomando como estandarte la pobreza. Entre muchas cosas bellas de esta vida, debemos recordar que Dios le dio a Francisco la facultad de conversar con los animales. En cierta ocasión, mi bisabuelo observó que Francisco, un día de verano y ya al atardecer, regresaba por un camino boscoso. Venía distraído y de pronto frente a él estaba un lobo, que era muy peligroso y que tenía atemorizados a los pobladores de la región. Francisco caminó hacia el animal y estando ya cerca, le dijo: ‘¿Cómo estás?, hermano lobo’. Esas palabras desconcertaron al lobo de tal manera que mansamente se acercó al Santo de Asís y los dos permanecieron por largo rato conversando.

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“Después de esta conversación el lobo se volvió manso y se ganó el aprecio de los pobladores que decidieron alimentarlo y adoptarlo en su villa. En otras ocasiones Francisco de Asís pasaba largos ratos conversando con las aves. Estas escuchaban muy atentas el catecismo. También se sabe que una vez se hizo amigo de un gran halcón, que lo visitaba frecuentemente después de regresar de sus correrías de caza… Bueno, amigos, ahora estoy un poco cansado. ¿Les parece bien si otro día seguimos con la historia de nuestro santo de Asís? También pueden leerla en la biblioteca submarina, si quieren enterarse de primera mano”.

“Muy interesante fue la vida de nuestro patrono, el santo de Asís, pero a mí no me hubiera gustado estar en su pellejo —dijo la orca—, porque yo no tengo mansedumbre. Pero Dios tiene un proyecto de vida para cada uno, y el destino de Francisco de Asís era ser santo, ¿verdad?”

Mientras los animales de toda clase aún estaban reunidos después de enviar sus propuestas finales, la noticia de su Declaración sobre los Derechos Fundamentales y Ambientales recorrió el planeta y pronto la humanidad entera se enteró de esta manifestación. Algunos decían: “Se rebelaron los animales, se volvieron revolucionarios”. Otros opinaban: “Los animales quieren gobernar el mundo”.

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Otros, más lúcidos, decían que los animales habían iniciado un proceso de concientizacion para la conservación del planeta, que buscaban la paz en el mundo y luchaban por los derechos de los humanos menos favorecidos.

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Varios gobernantes del mundo decían que la seguridad del planeta estaba en peligro, porque muchas personas que no habían tenido acceso a la información sobre la problemática ambiental y sobre los acuerdos internacionales para la protección, comenzaron a preocuparse y a exigir su cumplimiento. “Hay que cuidar lo que tenemos”, decían los recién informados. “Debemos buscar el bienestar de todos”.

En las aldeas, en los campos, en los lugares insalubres como los basureros, la declaración de los animales fue muy bien recibida. Todas las familias pobres que pasaban necesidades comenzaron a tener una esperanza en su corazón. Daban gracias a Dios porque quizás sus plegarias fueron escuchadas.

Pedían en sus oraciones prosperidad y bendiciones para todas aquellas personas que practican la caridad ayudando al necesitado.

En América, en Asia, en Europa, en África y en Oceanía, en todos los continentes, daban gracias a Dios, porque había una declaración hecha pública. A muchos les interesaba la protección del medio ambiente. Otros pedían lo mismo, pero además pedían ayuda definitiva para suplir sus necesidades. En todo el mundo nació la esperanza de que quizás los actuales y nuevos gobernantes, iluminados por el Espíritu Divino, puedan decidir oportunamente y de manera favorable sobre los acuerdos y los tratados internacionales de protección del planeta, de la humanidad y de la vida en general.

Pero había una preocupación: un gran número de representantes de los países poderosos no estaban

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de acuerdo con la idea de cumplir con los tratados de respeto y protección al ambiente, y se mostraban escépticos frente a la gravedad del problema del efecto invernadero. Entonces el Presidente de las Naciones Unidas invitó a los delegados de los animales para que les explicaran en el recinto de la ONU todo lo que se decía del proyecto referente a su Declaración sobre los Derechos Fundamentales y Ambientales.

Los animales decidieron que a la ONU debían ir sus representantes más inteligentes, encabezados por el búho más sabio. El búho, a su vez, invitó a la reunión a unos amigos que conoció en África: el águila, el halcón y el cóndor.

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La noche anterior a la reunión en las Naciones Unidas, los representantes de algunos países del mundo, principalmente los países más poderosos que no estaban interesados en ese tipo de reuniones y que habían asistido sólo por protocolo, no podían dormir, y cuando difícilmente lograban conciliar el sueño, se despertaban a cada instante asustados y con el rostro sudoroso. Era el mismo sueño. En el sueño veían que sus países eran devastados por la naturaleza, las inundaciones ahogaban a su gente, a sus familias, y a ellos mismos. En cambio el Presidente de la ONU y los representantes de los países que desde un comienzo mostraron interés por el tema y que habían firmado los acuerdos, dormían plácidamente. Mientras dormían, soñaron con un planeta muy hermoso, un planeta mágico, donde los seres humanos y los animales convivían en paz.

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El día de la reunión, todos los delegados humanos estaban presentes y llegaron puntuales. A los que la noche anterior no podían dormir se los veía cansados y los ojos les pesaban. Pero no podían negar que estaban interesados por lo que se iba a decir.

En una parte algo aislada del recinto se encontraba la pequeña comisión de animales que iban a intervenir: sólo un búho, un águila, un cóndor y un halcón.

El sabio búho estaba un poco nervioso, porque a pesar de ser inteligente y estar bien preparado para dirigirse al selecto grupo de representantes humanos, la emoción lo embargaba, aunque también sentía inquietud y angustia de que algo que estaba claro para ellos, pudiera no ser claro ni importante para los humanos.

El búho pidió al águila y al halcón repartir a cada representante humano la copia del documento que él había preparado. Las aves, volando por el recinto, entregaban a cada representante el documento.

Los representantes observaban maravillados el vuelo majestuoso de las aves.

En la parte exterior del sitio de la reunión, un número incalculable de aves llegaban de diferentes regiones y países del mundo. Era un espectáculo maravilloso. Las personas emocionadas por la naturaleza casi nunca vista, se alegraban al ver aves de diferentes clases y colores aparecer de la nada.

Dentro del grupo de personas con pancartas y mensajes sobre el cuidado de la naturaleza, estaban los grupos de ecologistas. Niños, jóvenes y adultos de diferentes nacionalidades, entregados al cuidado

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y protección del planeta. Algunas de las pancartas tenían mensajes como: ¡Todavía estamos a tiempo para detener el calentamiento global!

Una de las pancartas, un gran pasacalle, decía: “El calentamiento global no tiene nacionalidad, ni preferencias. Es una realidad. Nos afecta a todos”.

Un grupo de ecologistas comenzaron a gritar emocionados: “¡Que vivan los animales!”. “¡Que vivan!”, gritaron los otros. “¡Que vivan los osos!” “¡Que vivan, que vivan!”; “¡Que vivan las ballenas!” “¡Que vivan, que vivan!”; “¡Que viva el referendo de la selva!” “¡Que viva, que viva!”; “¡Que vivan los ecologistas!” “¡Que vivan, que vivan!”; “¡Que vivan las personas que luchan por conservar el planeta!” “¡Que vivan, que vivan!”. Y cada vez que gritaban, la naturaleza se complacía, hasta el punto que más y más personas se unían para apoyar a los animales.

En eso las aves comenzaron a volar y se posaban en los hombros de los presentes. Y eran tantas que cada persona que gritaba tenía un ave en sus hombros. En todo el planeta, se presentía un gran alboroto. Los animales marinos llegaron a las costas del país sede de las Naciones Unidas, nadaban inquietos y estaban seguros de que hacían lo correcto para proteger el planeta.

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No se sabe cómo, pero un gran número de animales de diferentes países y continentes recorrían las calles de la ciudad sede de las Naciones Unidas. Estaban bastante emocionados; muy dentro de sus corazones y de sus espíritus presentían que todo iba bien, que todo iba a salir bien.

Capítulo 8

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El sabio búho se dirigió nerviosamente al atril; al llegar allí sacó de bajo sus alas el texto del documento que había preparado para tan importante reunión, y después de saludar a los asistentes de la manera más respetuosa, les dirigió las siguientes palabras: “Hoy estamos aquí para hablar de un problema que nos afecta a todos, y que todos, de una u otra manera conocemos pero quizás pasa desapercibido para nosotros o no le damos la debida importancia porque creemos que no nos afecta: es el problema del cambio climático en el planeta. Nosotros, los animales, consideramos que si no se toman las medidas urgentes necesarias, podría ocurrir una catástrofe planetaria en poco tiempo…” En este momento el búho fue interrumpido por una voz que dijo: “El aumento en los niveles del mar, por el deshielo de los glaciares, producirá inundaciones a gran escala. Las ciudades costeras serán inundadas y millones de personas tendremos que ser desplazadas a sitios más altos. Y si a eso agregamos las sequías severas, la escasez de agua con sus consecuencias aterradoras sobre la agricultura y todas las actividades humanas de supervivencia, estaremos perdidos, señores y señoras”. Quien hablaba era el representante de la Unión Europea.

Otra voz pidió permiso para hablar: era el representante de Sur América: “Desde ya se está observando un aumento en las enfermedades respiratorias, cardiovasculares e infecciosas causadas por mosquitos y plagas tropicales, además de la postración y la deshidratación debidas al calor. Muchos seres humanos morirán en los desastres naturales”.

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Un parlamentario africano pidió la palabra y brevemente expresó: “El dinero, la ciencia y la tecnología no servirán de nada, si no conseguimos la buena voluntad de todos y en especial de los líderes más poderosos del mundo. Todo será un caos; hasta los desiertos serán totalmente cubiertos por las aguas del mar”. “Todos podríamos desaparecer. El aumento en la evaporación de las aguas podría incrementar los incendios forestales. Así se harían inhabitables grandes áreas del planeta y se causaría enorme escasez de alimentos y de agua, produciendo migraciones masivas y guerras por la conquista de territorios con agua y vegetación…” Era el representante de Oceanía quien anunciaba estos desastres.

Enseguida habló un hindú, delegado por el continente asiático. “Sabemos que se incrementarán las tormentas, huracanes y tornados, y que las inundaciones serán más frecuentes. Y si es cierto que no podemos predecir con absoluta exactitud todo lo que puede suceder si no hacemos algo radical para salvar el planeta, sí podemos prever que todos podríamos desaparecer. Por lo tanto, debemos buscar una solución urgente y responsable a la problemática del cambio climático”.

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Cada intervención era sorpresivamente escuchada con atención y verdadera preocupación. El búho y sus amigos presentes observaban con satisfacción lo que estaba sucediendo en el recinto de las Naciones Unidas, y casi no lo podían creer. Cada palabra era pronunciada y escuchada con verdadero temor y convicción. Había preocupación en el ambiente y los rostros de los representantes de todos los países pa-

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lidecían. En medio de un silencio tenso, el delegado de Alemania anunció: “Mi país se compromete a reducir el 40% de las emisiones de gases en la atmósfera, en la lucha para reducir el calentamiento global.

Nuestro compromiso está en marcha, nos preocupa el planeta y las nuevas generaciones. Tenemos un proyecto muy ambicioso, y esperamos liderar el proceso de reducción de los gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global”.

Con absoluto respeto, el Presidente del Consejo General de las Naciones Unidas pidió permiso para hablar al sabio búho, y cuando éste inclinó su cabeza para concederlo, dijo: “Propongo una reunión urgente en la isla Bali en Indonesia, para tomar las medidas urgentes y necesarias en tres importantes temas: primero, la reducción de las emisiones de dióxido de carbono y metano en un 80% antes del 2050.

“Segundo, acordar los mecanismos para que todas las naciones y comunidades enfrenten de la mejor forma posible el aumento de la temperatura, lo anterior teniendo en cuenta que desafortunadamente la transformación del clima no es una posibilidad sino una realidad, y al mundo no le queda otro camino que adaptarse.

“En tercer lugar, debemos buscar los mecanismos para que los países desarrollados transfieran tecnología limpia a los más pobres, y estos últimos puedan enfrentar los daños medioambientales que han sido provocados mayoritariamente por los países ricos”.

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El Presidente de las Naciones Unidas hizo una pausa, y luego dijo: “Seguiremos insistiendo hasta que el propósito de conservación del planeta limpio de contaminantes mediante una cultura responsable se haga realidad en las mentes de cada ser humano, principalmente de los que gobiernan el mundo. Sólo así podremos dormir tranquilos y ver el nuevo amanecer con la satisfacción de contribuir a forjar un mejor futuro para las nuevas generaciones”.

El búho quedó en silencio: todo lo que él tenía que decir lo escuchó atentamente de boca de cada uno de los representantes de los países y continentes del mundo. No le quedaba más nada por hacer ni decir.

Simplemente se dirigió a todos los asistentes y, con una gran sonrisa de búho sabio, se despidió diciendo: “Gracias. He dicho”.

Todos aplaudieron la claridad del mensaje de los animales. El búho, el halcón y el águila se abrazaron en un gran abrazo alado. Estaban muy felices. Habían logrado sensibilizar al mundo.

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En ese instante una agradable brisa se esparció por todo el recinto; era el viento proveniente del río Amazonas. A unos pocos metros de las aguas del caudaloso río había un gran árbol de amacizo. En la rama más alta estaba un búho que acababa de despertar de un sueño profundo. La noche anterior estuvo de actividad cazando su alimento para sobrevivir. Había comenzado la noche y debía volver a cazar. La brisa del poderoso Amazonas lo había despertado de su sueño. Entonces recordó a tres amigos que había encontrado en ese sueño: el águila, el halcón y el

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cóndor. Luego pensó en lo bonito que había sido su sueño. Tomó impulso y se fue volando en busca de alimento en medio de la noche amazonense iluminada por la luna de octubre.

FIN

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Capítulo1

Los delegados y sus denuncias

Índice

Introducción.......................................... 7 Capítulo 1.

Los delegados y sus denuncias..................... 9 Capítulo 2.

El debate y los líderes .............................. 25 Capítulo 3.

La palabra de los sabios ............................ 41 Capítulo 4.

Un alto en la discusión ............................. 51 Capítulo 5.

La naturaleza es sabia, pero también hay humanos sabios ................................. 57 Capítulo 6.

Diversión, conocimiento y trabajo sí combinan. 75 Capítulo 7.

La despedida: propuestas .......................... 99 Capítulo 8.

Conclusiones: El final de un sueño................ 129

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El referendo de la selva, se termin贸 de imprimir en los talleres de Editorial Gente Nueva, en el mes de septiembre de 2011 Bogot谩, D.C.

ISBN 978-958-8704-11-1

9 789588 704111