Heptacuento III - Gingo, el jinete del águila plateada

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”Gingo, el jinete del águila plateada” Heptacuento III

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HEPTACUENTO III - GINGO, EL JINETE DEL ÁGUILA PLATEADA

! Los jinetes de águilas son un pueblo secreto, una de esas tribus de tierras altas y lejanas inclusive para los mismo caballos, en una montaña con una piedra tan dura y tan lisa que ni el mismo acero la puede atravesar. Por lo general, no están registrados en la historia del mundo, pero han sido testigos de la mayor parte de sus acontecimientos. Las águilas para montar se han mencionado en antiguas leyendas árabes; estas águilas se deben aprender a montar a la edad de doce años, y con ellas, sus jinetes deben dar la vuelta completa a la Tierra cuando cumplan trece.

! Ésta es la historia de la vuelta al mundo de Gingo, el jinete del águila plateada. ! ! ! ! !

Gingo era un ser muy especial, nació en una noche de Luna Llena cuando su madre menos lo esperaba y tuvo que recibirlo en el cuarto donde se encontraba en compañía de su pareja. Ella cuenta que en medio del parto, sintió una luz plateada que provenía de la Luna recorrer su cuerpo y en ese momento comprendió que el niño que traía al mundo tenía una gran misión encomendada por las Fuerzas Supremas del Universo. Ese sentir también lo percibió su padre, ya que en el momento en que su hijo nació pudo percibir cómo esa misma luz plateada inundaba con su energía todo su cuerpo inspirándolo con el amor más profundo que jamás hubiera sentido antes. Por esta razón, decidieron llamar al niño Gingo, que en su idioma significaba “La luz plata que ama a todos los seres”. A medida que Gingo crecía sus padres se daban cuenta del amor natural que emanaba de su corazón por todos los seres; hablaba con todas las personas de la tribu y también con cada animal, planta o elemental que llamara su atención en el camino.

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Cuando fue acercándose a la edad de doce años, veía como las grandes águilas empezaban a llegar y a elegir a sus futuros jinetes. Eran seres majestuosos que con la mirada escogían a aquel niño que era digno de acompañarlas. Pero pasaba algo extraño, ningún águila elegía a Gingo, ni siquiera lo miraban. Pasaba el tiempo y nada sucedía; entonces el miedo, que nunca había sentido antes, empezó a cobijarlo porque sabía que si no montaba un águila antes de cumplir los trece años sería desterrado de la tribu a la que él tanto adoraba.

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Tan sólo un año separaba al amoroso Gingo de seguir los pasos de los jinetes de su tribu y recorrer el mundo con el águila que al mirarlo lo escogería; sabría que ESA era SU águila porque ella al acceder a sus ojos, haría una reverencia especial cerrando sus dos alas hacia atrás e inclinando la cabeza sin perderlo

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de vista. Y cada día, cada momento, cada noche de luna, el miedo aprovechaba y se expandía un poco más en el pecho de Gingo: primero, sus pies, que tantas veces habían servido de sostén; sus piernas, ahora débiles y frágiles por el pavor; su estómago y su pecho se cerraron y se olvidaron de la luz de plata que eran; por último, sus manos dejaron a un lado los abrazos y las caricias que el niño les daba a todos sus hermanos, y pasaron a abrazarlo solamente a él, para intentar sanar el frío que Gingo sentía crecer desde lo más profundo de su alma.

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En una de esas noches de luna llena en la que, como tantas otras, Gingo no podía conciliar el sueño escuchó, no muy lejos de donde estaba, un susurro: "Eres lo que quieres. Nada más, nada menos". Se levantó del pequeño taburete en donde pasaba desde meses atrás las horas sin dormir y se dirigió hacia la fuente de donde provenía el susurro: un grande y viejo árbol que frondoso y florido crecía -sorprendentemente- en medio de la piedra más dura y más seca de la montaña; "Eres lo que quieres. Nada mas, nada menos"; un tímido rayo de luz de luna cobijaba el árbol y a medida que Gingo se acercaba, sentía cómo sus manos se helaban y sus pies se hacían más pesados de pánico. "Eres lo que quieres. Nada mas, nada menos", seguía diciendo la voz, y de repente el tenue rayo de luna se transformó en una llama que encendió la noche y cegó a Gingo por unos instantes. Cuando el niño recobró la vista, vio con claridad quién susurraba esta frase que él no entendía muy bien: era un aguilucho pequeño, desplumado y ciego, que brillaba como la luna llena que los iluminaba.

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La pequeña ave temblaba de frío, acurrrucada donde hacía unos instantes había estado el frondoso árbol, batía débilmente sus pequeñas alas intentando entrar en calor, tambaleándose levemente hacia los lados. Gingo no podía moverse, se sentía tan asombrado que le era imposible mover un músculo; sin embargo, al escuchar como la pequeña águila color de luna emitía un leve chillido desesperado, sus piernas se movieron inmediatamente en su dirección, se acercó lo suficientemente y se agachó de inmediato, tomando gentilmente al ave entre sus brazos.

! - ¿Estás bien? - susurró Gingo levemente. !

En ese instante el pequeño ser elevó su cabeza clavando sus ojos en Gingo, unos orbes grises que brillaban como perlas, evidenciando la ceguera que los consumía. Una calidez extrema recorrió el cuerpo del joven en ese segundo, inundándolo con la suave calidez que lo había abandonado hace tiempo, entonces la pequeña águila, dando un suave chillido, cayó desvanecida en los brazos de Gingo.

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El joven entró en pánico, la preocupación por la criatura era tal que corrió a toda velocidad a su casa, la recostó sobre su cama y la cubrió con una manta.

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El aguilucho respiraba, lo cual calmó a Gingo, pero él no estaba dispuesto a abandonarlo ni un segundo; se mantuvo despierto toda la noche, comprobando la vida del animal hasta que sus fuerzas se agotaron y calló dormido junto a la pequeña ave.

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Un fuerte brillo hizo que Gingo empezara a despertar de su sueño, poco a poco y con dificultad abrió sus ojos, fue en ese momento que la vio… una gigantesca águila plateada hacía una reverencia cerrando sus dos alas hacia atrás e inclinando la cabeza sin perderlo de vista.

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Asombrado sacudió la cabeza y empezó a recorrer cada parte de tan inmensa, hermosa e imponente ave. Empezó por las gigantes garras que traspasaban el suelo de esa piedra tan dura y tan lisa que ni el mismo acero había podido atravesar, y mientras levantaba poco a poco su mirada, esas alas plateadas tan brillantes empezaban a cambiar de color una a una hasta tomar un color dorado y resplandeciente. Cuando Gingo terminó de contemplarla, las alas de ésta empezaron a extenderse lentamente. Finalmente y en lo más alto sus alas mostraban el horizonte, un horizonte que trazaba un camino a quien de ahora en adelante sería su jinete.

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“Montarlo sería difícil”, pensaba mientras observaba cuidadosamente la manera de subirse en el lomo de tan inmensa ave y sentía que en algún momento podía decepcionarse a sí mismo al pensar que no era el indicado. Sin embargo, desde lo más alto de las alas de la encantadora águila se empezaba a destellar una pequeña luz que recorría el suelo hasta llegar a los ojos de Gingo, en ese instante todo se detuvo y sus pensamientos se llenaban de recuerdos, su alma sentía una inmensa tranquilidad cuando revivía el momento en que sus padres le enseñaron a dar sus primeros pasos, a correr, a luchar por las cosas que se anhelaban; por último, recordó cómo en las noches le arrullaban con un cuento para conciliar el sueño.

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— ¡Odón te llamarás! —dijo Gingo volviendo en sí lleno de confianza y recordando al águila más grande y valiente de todas que pudieran existir y que según una de las historias de sus antepasados habría salvado al mundo de este pueblo, el de los jinetes de águilas.

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Inmediatamente el águila asintió con la cabeza abrió su inmenso pico y lo tomó de sus prendas hasta llevarlo por fin a su lomo. Con Gingo a bordo el ave volvió a su color plateado y una vez allí se iluminaron juntos. Eran Gingo y Odón, juntos parecían infinitos.

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Odón desplegó sus alas, la tibia luz reflejaba el dorado del Sol en el pelaje del águila, ya había amanecido. Era como ver el mundo entero en sus plumas, cada detalle del universo estaba grabada en él..

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Gingo sintió cómo se detuvo el aire a su alrededor, la emoción cobijaba su interior, vio cómo el polvo se arremolinaba junto a ellos mientras Odón batía sus alas y segundos después la presión del aire le despeinaba su cabello. Allá arriba de nuevo el tiempo se detuvo. "Eres lo que quieres. Nada mas, nada menos”, escuchó otra vez en su cabeza. Odón le regaló una mirada cómplice, era en sus pensamientos que le hablaba. Gingo entendió perfectamente a qué se refería Odón. Había pasado años cultivando el amor, y en cuestión de meses había olvidado su propia esencia.

! —Eres lo que quieres. Nada mas, nada menos. —Él era amor, jamás lo olvidaría. ! ! ! ! !

Estos pensamientos antiguos de su primera vez en vuelo pasaban por la mente de Gingo mientras su ave y él caían desenfrenadamente hacia el suelo, sólo podía pensar en su amigo quien con sus alas rotas ante el golpe de su enemigo Ragnor el jinete del ave de rojiza, caía velozmente a un encuentro seguro con el suelo.

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Un hilo de desesperanza cruzó por su mente sólo hasta ver los ojos de Odón, esos ojos llenos de seguridad que lo miraban fijamente y le repetían “Eres lo que quieres. Nada más, nada menos”, solo en ese momento Gingo lo entendió, y allí al lograr con todas sus fuerzas tocar el plumaje de su ave, una ráfaga de viento los encerró mientras los ojos de su rival no podrían creer lo que sucedía: jinete y bestia unían sus almas hasta ser una sola mientras sus cuerpos, convertidos en un torbellino plateado, manejaban descargas de viento que con fuerza implacable curaron las alas de Odón; quien con un movimiento elegante y certero lanzó una ráfaga incontenible que disparó a lo lejos a Resquimer, el halcón rojizo y su jinete que, mirándolo con ojos de furia mostraba la promesa de volver.

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Así con su nuevo poder, Gingo miraba a su enemigo alejarse mientras pensaba, ¿quién es Áltroc, y por qué su rival lo había nombrado?

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Ficha técnica (para saber un poco más):

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En cuanto al factor tiempo: 
 Parte 1 - Nacimiento: 6 al 16 de Abril de 2015 Parte 2 - Vida: 16 al 20 de Abril de 2015 Parte 3 - Muerte: 20 de Abril al 21 de Junio de 2015 Resurrección en forma de Publicación: Se publica el día Domingo 21 de Abril de 2015 en el grupo de Facebook a través del portal de publicaciones ISSUU. (www.facebook.com/groups/perdikakiheptacuento).

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En cuanto al factor pluma: 
 7 Escritores. 7 Heptacuentistas. Juan Fernando Pelaez Elisa Bohórquez Claudia Ávila Silvia Kikio St Germain Hernandez Castro Sandra Alraen Will

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El título del Heptacuento se eligió por votación de los Heptacuentistas entre los siguientes títulos postulados por ellos mismos:

1. Vuelo plateado (Silvia Kikio) 2. Gingo, el jinete del águila plateada (Elisa Bohorquez) 3. La leyenda de Gingo y Odon... juntos en la infinidad (St Germain Hernandez) 4. Nada más, nada menos. (Claudia Ávila) 5. Plumas de Luna (Alraen Will) 6. Memorias de Gingo (Juan Fernando Pelaez) 7. Gingo (Castro Sandra)

! Dada la votación se eligió “Gingo, el jinete del águila plateada”. !

En cuanto al factor formal: Cada uno de los Heptacuentistas accede de manera voluntaria a hacer parte del Heptacuento haciendo acorde su participación a los lineamientos informados previamente en el grupo de Facebook. Si desea conocer más acerca de la naturaleza del Heptacuento, puede consultar el siguiente enlace: www.facebook.com/groups/perdikakiheptacuento.

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Edición, Acompañamiento e Ilustración: Diego Fernando Pinzón (Diego Perdikaki) (www.facebook.com/DiegoMusico)

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El Heptacuento es una idea Perdikaki para generar encuentros. Para mayor info: (https://www.facebook.com/mundoperdikaki)

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Gracias a los 7 Heptacuentistas por apoyar con su Ser esta idea

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Perdikaki

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