Una Iglesia diocesana mรกs comunitaria
Documentos y Materiales: 1. Entre todos, paz para todos. Guztioz artean, bakea guztion alde. 2. Programación de las Delegaciones y Secretariados Diocesanos. 3. Guía Diocesana 2000. 4. La Formación del Laicado. Proyecto marco Diocesano. 5. Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007. 6. Hacia una fe más personalizada. Materiales sobre el 1er Objetivo del Plan Diocesano de Evangelización (curso 2002-2003). 7. Guía Diocesana 2004. 8. La misión de los laicos. Materiales sobre el 2º Objetivo del Plan Diocesano de Evangelización. 9. Pacificación y Reconciliación en el País Vasco. Encuentro diocesano de presbíteros. 10. Renovar nuestras comunidades cristianas. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Edita: Obispado de Vitoria Imprime: Iru Artes Gráficas Maquetación: Natalia Fernández
INTRODUCCIÓN La diócesis de Vitoria, durante el curso pastoral 2004-2005, dedicó un esfuerzo especial a la puesta en práctica del Objetivo 3º del Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007 (PDE). Bajo el enunciado general "Una iglesia diocesana más comunitaria", este objetivo se proponía "Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la Iglesia diocesana". Tras dos cursos pastorales dedicados a intensificar "la personalización de la fe" y "la misión de los laicos", se programaron y desarrollaron actividades orientadas a estimular y renovar el espíritu comunitario, así como la comunión efectiva de fieles y comunidades. De este modo, según se apuntaba en el PDE, se prepararon materiales y se programaron acciones para: - promover el conocimiento mutuo entre quienes, conscientes de su vocación y pertenencia eclesial, realizan alguna actividad apostólica y pastoral; - impulsar la comunicación y coordinación entre las distintas comunidades y colectivos de la diócesis; - crear y fortalecer grupos y comunidades vivas, abiertas y plurales en las que se cultiven y se compartan las dimensiones de la vida cristiana y el seguimiento de Cristo. El sentido comunitario es un elemento imprescindible para la corresponsabilidad y la comunión eclesial. Sin embargo, estos objetivos no se alcanzan únicamente con acciones y actividades si éstas no se orientan y se desarrollan en un clima adecuado. El espíritu comunitario es obra del Espíritu de Cristo, y se genera allí donde fieles y colectivos optan por el seguimiento de Jesús en fraternidad y en colaboración, abiertos y dedicados a los más pobres y al empeño por la paz, con ánimo de trabajo en común en el respeto y en el mutuo estímulo, en la reflexión, la oración y la celebración en común, etc. Al cultivo y profundización de estas actitudes cristianas y eclesiales se orientaron, también, materiales y actividades. El conjunto del PDE se diseñó para potenciar en la vida eclesial de la diócesis el ejercicio de la corresponsabilidad en comunión. De este modo, el Objetivo 3º tenía una doble misión: incrementar la corresponsabilidad en comunión eclesial mediante el impulso del espíritu comunitario. 3
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
Arciprestazgos y zonas, parroquias y movimientos, comunidades y asociaciones, grupos y colectivos, secretariados y delegaciones diocesanas... programaron y celebraron muchas y variadas acciones en diversos ámbitos en torno a este objetivo. En este folleto de la colección Documentos y materiales se recogen únicamente aquellos materiales y convocatorias que, por su significado o su difusión, alcanzaron a toda la diócesis y se reseñan a continuación. Ofrecemos una relación de estas actividades y convocatorias. Además, las páginas de este folleto contienen algunas de ellas. Aparecen reseñadas sobre fondo oscuro. Son las marcadas con los números 1, 2, 5, 7, 8 (tres entregas inéditas) y 10. El material que ahora se recopila quiere, en primer término, dejar constancia de la seriedad y la ilusión con que el conjunto de la diócesis de Vitoria acogió y desarrolló la puesta en práctica del Objetivo indicado y de todo el PDE en general. Además, se facilita y se estimula que el contenido de este objetivo no sea labor de únicamente un curso ya pasado, sino un empeño y un estímulo siempre presente en la vida de la iglesia diocesana. Quienes no pudieron participar en alguna de las actividades o convocatorias tienen en estas páginas la oportunidad de aproximarse a unos materiales que ojalá ayuden a seguir promoviendo el espíritu comunitario. Quienes participaron pueden ahora, si es necesario, volver sobre un objetivo y una preocupación que requiere una actualización constante.
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Introducción
Relación de actividades y convocatorias, de ámbito diocesano, desarrolladas en el Curso Pastoral 2004-2005 en torno al Objetivo 3º del PDE. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------I. Octubre 2004. 1. Carta Pastoral del Obispo de Vitoria con motivo del Inicio del Curso Pastoral 2004-2005: Comunidades vivas para la evangelización. "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo" (Flp 2, 5). (7 de Octubre 2004) 2. Jornadas Pastorales en el inicio del curso 2004-2005 (5-7 de Octubre 2004). Se impartieron las siguientes conferencias: - La primera comunidad cristiana: algunos de sus rasgos en el Nuevo Testamento, por José Antonio Badiola, Profesor de Sda. Escritura en la Facultad de Teología de Vitoria. - El desarrollo del sentido comunitario como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización, por Fernando Gonzalo-Bilbao, Vicario General de la diócesis de Vitoria. - Comunión eclesial y corresponsabilidad, por Ramón Prat i Pons, Profesor de Teología Pastoral en la Facultad de Teología de Barcelona. II. Noviembre 2004. 3. Continuación del Curso de Teología, iniciado el curso pasado: El Laicado: un género de vida eclesial sin nombre, por el prof. Dr. Joaquín Peréa (Director del Instituto de Teología y Pastoral de Bilbao). 4. La Hoja Diocesana dedicada al Día de la Iglesia Diocesana (14 de noviembre) dedicó algunas páginas a destacar varios aspectos de la realidad comunitaria de la diócesis. 5. Materiales para la reflexión personal y en grupo. Cuaderno I: Seguimos a Jesús en comunidad. III.- Adviento 2004. 6. Materiales sobre Paz y Reconciliación para la reflexión y el diálogo en grupos: Conflicto en el País Vasco y Comunidad eclesial. Adviento 2004.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
IV. Febrero y Cuaresma 2005. 7. Materiales para la reflexión personal y en grupo. Cuaderno II: Casa y Escuela de oración. 8. Dentro de la Serie de Materiales para la reflexión personal y en grupo, se elaboraron tres entregas: - Cuaderno III: "Tomar la palabra" en comunidad. - Cuaderno IV: Los pobres en la comunidad. - Cuaderno V: Comunidad y Eucaristía. Estas entregas, que ahora se publican, no se distribuyeron debido a la aparición de la Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Renovar nuestras comunidades cristianas (Cuaresma-Pascua 2005), que, por incidir directamente en este objetivo del Plan Diocesano de Evangelización, recabó la atención para su lectura y estudio de muchos grupos, comunidades y colectivos diocesanos. Recordamos que, de esta Carta Pastoral, se ha preparado y distribuido una Edición con instrumentos de trabajo para la reflexión personal y el diálogo en grupo. Es el número 10 de esta colección diocesana de Documentos y Materiales. 9. Presentación de la Carta Pastoral conjunta en varios Arciprestazgos y a diversos colectivos de la diócesis. V. Mayo 2005. 10. Caminando juntos - Bidea Elkarrekin. Encuentro de las Comunidades de la Diócesis de Vitoria - Gasteizko Elizbarrutiko Elkarteen Topaketa. Tuvo lugar el día 7 de mayo en el Seminario Diocesano. Ofrecemos una reseña y su evaluación. 11. La Hoja Diocesana publicada en Mayo 2005 estuvo íntegramente dedicada a este encuentro.
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1. Comunidades vivas para la evangelizaci贸n "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jes煤s" (Flp 2, 5)
Carta Pastoral del Obispo de Vitoria con motivo del Inicio del Curso Pastoral 2004-2005 Vitoria-Gasteiz 7 de Octubre 2004
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1. Comunidades vivas para la evangelización Introducción
I.- INTRODUCCIÓN El libro de los Hechos de los Apóstoles describe en varios pasajes (Cf. 2, 42-47; 4, 32-35; y 5, 12-16) los rasgos principales de las primeras comunidades cristianas. Términos como comunión, común, compartir, vivir unidos... expresan, de forma sintética, la identidad y el estilo de vida de aquellos primeros seguidores y continuadores del Resucitado. Varios siglos después, el Concilio Vaticano II define, con idénticos términos, la naturaleza profunda de la Iglesia de Cristo. Además de la fórmula paulina Cuerpo (místico) de Cristo, la constitución Lumen gentium consagra los términos comunidad y comunión para expresar tanto la identidad como el ideal de la Iglesia: comunidad de fe, esperanza y caridad, y comunidad espiritual (LG 8), comunión de vida, caridad y verdad (LG 9). Nuestro Plan Diocesano de Evangelización (PDE) dedica uno de sus objetivos principales a "impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia diocesana". Es, además, el objetivo al que vamos a dedicar especiales empeños durante el curso pastoral que ahora iniciamos. Con esta Carta Pastoral quiero animar a todos los miembros de la comunidad diocesana a implicarnos en este esfuerzo por estimular y acrecentar el espíritu comunitario cristiano en todos los espacios y ámbitos de nuestra vida. Nos motivan muy positivamente los resultados fecundos que estamos obteniendo, de forma progresiva, del trabajo dedicado a La personalización de la fe y a La misión de los laicos, durante los pasados cursos. Contamos con la ayuda del Espíritu que nos enseña y nos recuerda todo lo que el Señor nos ha legado (Cf. Jn 14, 26), así como con la decidida voluntad de asociaciones, movimientos, comunidades, y demás grupos diocesanos por intensificar, aquí y ahora, el seguimiento a Cristo y el compromiso por el Reino de Dios y su justicia, tratando de construir y de consolidar una Iglesia diocesana más comunitaria.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
II.- Cristo, el Señor, es quien nos convoca. Comunidad cristiana significa ante todo comunión en Cristo y por Cristo. El origen y el fundamento de la comunidad creyente, cualquiera que sea su forma o extensión, es el Señor. Si podemos ser y sentirnos hermanos es únicamente por Él y en Él. "No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Con frecuencia, notamos las deficiencias y las dificultades de nuestro espíritu comunitario y de nuestras realizaciones comunitarias. Nos gustaría que las cosas y, también, las personas fuéramos de otra manera. Esto ocurre porque imaginamos y deseamos una comunidad ideal conforme a nuestros gustos y criterios. Olvidamos que no somos nosotros el fundamento de la comunidad. Por medio del don de la fe, Cristo introduce en nosotros la semilla del apetecer comunitario. Él nos convoca y Él alimenta la necesidad que tenemos unos de otros de fraternidad para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, así como para vivir y realizar, con responsabilidad y coherencia, los cometidos propios de la vocación que Él nos ha concedido. Cada miembro de la comunidad hemos dado, de alguna forma, una respuesta afirmativa a Cristo; pero no olvidemos que es Él quien nos ha elegido y convocado, y que por ello estamos personal y comunitariamente incorporados a Él. No en vano, San Pablo nos llama el Cuerpo de Cristo (Cf. 1 Cor 12, 12-27), y el Vaticano II nos identifica con el Pueblo de Dios (Cf. LG cap. II). Para cultivar el espíritu comunitario hemos de reconocer quienes somos, así como el porqué y el para qué de la vida comunitaria. La comunidad cristiana es la fraternidad en Cristo. Por encima de las naturales diferencias y los legítimos pluralismos, nos une y vincula el don que como creyentes hemos recibido, y que juntos hemos de desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. La comunidad eclesial contiene un sentido místico de comunión con la persona de Cristo Resucitado y vivo en medio de nosotros, y a la vez un sentido fraterno de comunión de personas que comparten la experiencia y la llamada del Resucitado. Sólo a través de esta doble experiencia podemos intuir qué es la Iglesia y porqué la necesitamos.
III.- "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 5). La figura de la vid y los sarmientos describe a la perfección la necesaria vinculación de nuestra fe y nuestro ser comunitario a Cristo. Lo que genera y vivifica la comunidad de la que formamos parte no es lo que cada uno pueda ser o hacer por si 10
1. Comunidades vivas para la evangelización IV.- “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común” (Act. 2, 44).
mismo o junto con otros, sino aquello que gratuitamente somos y podemos alcanzar por la gracia de Cristo y la acción salvífica de su Espíritu. Si olvidamos o renunciamos a nuestro origen y destino en Cristo, entonces trataremos de vivir y de hacer comunidad a la medida de nosotros mismos, según nuestras fuerzas y capacidades, nuestros criterios o ideales..., de forma que lo que construyamos será mejor o peor, pero no será el proyecto evangelizador y salvífico que Él nos confió. El Objetivo 3º del PDE que vamos a desarrollar, es una oportunidad para recordar y reafirmar que somos fraternidad y comunidad por lo que el Señor ha hecho en nosotros. Sin Él, nada somos ni podemos; y lo que somos y podemos es gracias a que Cristo y su Espíritu nos invitan a asomarnos y a participar de la naturaleza comunitaria, trinitaria, que Dios mismo es. Podremos así descubrir con gozo cómo Dios es comunión y comunidad, modelo y estímulo para la comunidad eclesial y humana que Jesús quiere para nosotros: "Padre, que sean todos uno, como Tu estás conmigo y Yo contigo" (Jn 17, 21).
IV.- "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común" (Act. 2, 44). En cualquier época y ambiente, la comunidad cristiana ha de manifestar las mismas señas de identidad y similares rasgos que las comunidades que conocemos por el testimonio del Nuevo Testamento. Os animo a que durante este curso encontremos tiempo y espacios serenos para una lectura meditada y hecha oración de estos pasajes del Nuevo Testamento, y nos empapemos así del mismo espíritu e ilusión de quienes fueron los primeros en sentir y poner en práctica el envío y el seguimiento de Jesús. • La comunidad cristiana es comunión en la enseñanza y misión de los apóstoles. La sucesión apostólica y la transmisión genuina de su enseñanza vincula a cada comunidad con aquella comunidad inicial que Cristo convocó. "Jesús no es un evangelizador en solitario: convoca a un grupo de seguidores (Mc 3, 13-15) y se dedica intensivamente a su evangelización, para así asociarlos a su propia tarea... (Jesús) crea una comunidad cuya única misión es hacer lo que Él hace: anunciar, vivir y promover el Reino de Dios (Lc 10, 1-6) y ser sal y fermento de la sociedad (Mt 5, 13-16). Las leyes de esta comunidad son bien sencillas: aceptarlo como maestro (Jn 13, 13), seguirlo viviendo como Él (Mc 1, 16-19), estar dispuestos a participar en su destino (Mt 20, 22-23)." (ICE, 32).
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
Nuestro espíritu comunitario y evangelizador tiene en la experiencia apostólica la raíz y la savia del testimonio que, también nosotros, estamos llamados a realizar. • La comunidad cristiana es comunión "de todo lo que poseían". Siguiendo la práctica del Maestro, la comunidad cristiana se edifica en el compartir. "Todo creyente que no quiere mancillar el nombre cristiano debe hacerse esta pregunta exigente: ¿qué bienes (de fe, de cultura, de temperamento, de valor económico, de tiempo, de trabajo) puedo poner al servicio de la comunidad cristiana y de los pobres? (ICE, 48). Para el cristiano el bien más preciado es Cristo. Él es el verdadero tesoro (Cf. Mt 13, 44-46), y estamos llamados a hacer a todos partícipes de semejante riqueza. Todos los demás bienes están al servicio del bien principal que es Cristo y el Reino que Él inaugura. El espíritu comunitario procede estimando en lo que vale y poniendo a disposición de todos lo que gratis hemos recibido. Una comunidad cristiana se reconoce como tal en la medida en que administra con coherencia y generosidad lo que tiene: cuando no hay indigentes entre sus miembros y hace lo posible para que no los haya en parte alguna. • La comunidad cristiana es comunión en la fracción del pan. La Eucaristía es el núcleo vivificante del ser y de la acción comunitarios. En el Pan, partido y compartido, la comunidad y sus miembros se nutren de Cristo y se llenan de su Espíritu, reforzando y fortaleciendo así su común-unión. Es muy importante que hagamos un esfuerzo por conseguir estos frutos de la Eucaristía en nuestras comunidades. Se han de superar algunas inercias y actitudes que hacen de nuestras celebraciones actos rutinarios o de mero cumplimiento. Nuestras eucaristías, en especial las del Día del Señor, tienen que ser acontecimientos revitalizadores de nuestra identidad cristiana y comunitaria. Por su participación activa, por su expresividad intensa..., deben ser la fuerza que sostiene la fe, la esperanza y la caridad, y que fecunda el espíritu comunitario y apostólico de grupos, comunidades y colectivos. "Toda la celebración eucarística, de principio a fin, es una liturgia de fraternidad en la que los gestos de unidad y hermandad se suceden ininterrumpidamente. La unidad de la Iglesia en la caridad es el fruto que se espera de ella: es lo que pide en su conclusión la plegaria eucarística en sus distintas versiones. Por todo ello, la celebración eucarística dominical constituye la fuente, el centro y la cima de la vida de la comunidad cristiana" (CCD, 40). 12
1. Comunidades vivas para la evangelización V.- “Para impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia diocesana”.
• La comunidad cristiana es comunión en la misión del Resucitado. Sin el envío, la Iglesia de Cristo no tiene ningún sentido. Existimos como Pueblo de Dios para ser fieles a su envío universal, a la llamada para seguir construyendo el Reino que Cristo inició. Así subraya el Concilio Vaticano II esta dimensión constituyente de la Iglesia, que "avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios" (GS 40). Comunión y misión, afirma Juan Pablo II, están profundamente unidas. "La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera" (ChL 32). Ambas se implican y se fecundan mutuamente de modo que "la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión" (ChL 32). Resumiendo: la comunidad creyente está convocada por Cristo; reunida y sostenida por su Espíritu a imagen y semejanza de la comunidad trinitaria; se alimenta de la Palabra de Dios y de la Eucaristía para ser en el mundo de su tiempo sacramento de Dios, fermento y semilla de su Reino salvífico. "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión, es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (NMI 43).
V.- "Para impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia diocesana". Así reza la formulación genérica del objetivo que nos ocupa. Se trata de profundizar el sentido comunitario dándole mayor arraigo en nuestras comunidades, y, si es posible, facilitando que el Espíritu promueva otras nuevas en la diócesis y en la Iglesia universal. Los grupos, comunidades, asociaciones, etc., e incluso las Iglesia locales son diferentes en virtud del lugar geográfico donde viven, el entorno social, el ambiente cultural y la diversidad de sus miembros. Sin embargo, todas participan de un mismo espíritu comunitario que podemos desglosar en los siguientes rasgos y señas de identidad comunes. • La comunidad la forman creyentes, seguidores de Jesús y su Buena Noticia. A este propósito está dedicado el Objetivo 1º del PDE que, tras dedicarle un curso pastoral, sigue vivo y vigente. La experiencia nos dice que sólo vivien13
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
do y alimentando la fe, personalizada y arraigada, en el seno de la comunidad, ésta es capaz de sostenerse en el creyente y activar en él el testimonio y la acción evangelizadora por el Reino de Dios y su justicia. La comunidad es el suelo donde germina y crece la fe personal y, al mismo tiempo junto con la gracia de Dios, es el resultado de la responsable voluntad de los creyentes en sostenerla y edificarla. No olvidemos, por tanto, el interés que a la luz de este Objetivo 3º, siguen teniendo los anteriores (La personalización de la fe y La misión de los laicos). • Los grupos y comunidades cristianos se organizan y se estructuran en torno a la fraternidad, que es el don que del Señor recibimos. Sabemos que a lo largo del tiempo y del espacio, las comunidades y las Iglesias locales han modificado y recreado sus estructuras y organización según las circunstancias y necesidades. Hoy también, entre nosotros, se está dando el esfuerzo por acertar con las estructuras y modelos pastorales adecuados a las circunstancias y al ambiente en el que hemos de evangelizar y ser sacramento de Dios. A este proceso lo denominamos remodelación pastoral. En ella no pueden faltar la comunión y la fraternidad como elementos estructurantes de los nuevos núcleos comunitarios, estructuras y modelos pastorales, así como de nuestro ánimo renovador, de nuestra espiritualidad personal y comunitaria, y de las relaciones personales entre los distintos miembros de comunidades y de la Iglesia diocesana. Los fuertes retos que afrontamos, en lo que se refiere tanto a la construcción de la comunidad eclesial, como a la evangelización del mundo presente, requieren una espiritualidad de la comunión fraterna, sin la cual todos los planes, recursos, y organizaciones se convertirían en medios sin alma, en máscaras de comunión más que en sus modos de expresión y de crecimiento (Cf. NMI 43). Espiritualidad de comunión es, ante todo, una mirada desde el corazón hacia el misterio de la comunión trinitaria que habita en nosotros, y cuyo resplandor hemos de saber apreciar en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Así podremos captar en cada uno de ellos una particular imagen y semejanza de Dios, apreciar en él siempre lo positivo, compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para solidarizarnos con sus necesidades, para sentirlo, en suma, como lo que es: un regalo de Dios. • La comunidad cristiana está abierta a todos y preferentemente a los pobres. Al igual que la fe, la comunidad debe estar abierta a la universalidad. La aspiración a la fraternidad universal está inscrita por el Creador en nuestra natura14
1. Comunidades vivas para la evangelización V.- “Para impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia diocesana”.
leza humana, aunque con frecuencia queda oscurecida por egoísmos, particularismos y pequeñeces humanas. Además, Cristo imprimió la llamada a la universalidad en su mensaje, en su actividad y en el envío que nos transmite. Con su ejemplo, Cristo nos indica el itinerario correcto de la universalidad que Él propone: preferentemente a los pobres. Y no es por capricho, o porque se trate de una moda; sino porque así es la universal misericordia de Dios. La fraternidad universal y preferente por los pobres (Cf. Mt 25, 31-40), por los pequeños, los débiles, las víctimas, el huérfano y la viuda (Sant 1, 27), los extranjeros, el esclavizado (Cf. Acts. 7, 6-7)..., avala y garantiza la verdad y la coherencia de nuestro ser y actuar creyentes. Por ella, somos en la sociedad sacramento de Dios que salva y libera. Al mismo tiempo, en tal preocupación y actividad alimentamos y fortalecemos nuestra comunión en Cristo, ya que "os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mi me lo hicisteis" (Mt 25, 40). La opción preferencial por los pobres es uno de los objetivos, considerado transversal del PDE y viene, además, formulado como una tarea a realizar "en nuestras comunidades. ¡Ojalá acertemos en construir e intensificar con viveza nuestro espíritu comunitario mediante la incorporación de esta preocupación por los pobres en todas las comunidades! • En las comunidades cristianas se afrontan y se generan conflictos, pues viven y desarrollan su misión en medio de un mundo injusto y penoso. La vida de las comunidades y sus miembros, está llena de desafíos. Vivimos en un mundo realmente ambiguo. Junto a innegables valores, procesos y realizaciones muy positivos, la sociedad de cada época y lugar encierra no pocas realidades oscuras y, sobre todo, inhumanas: injusticias, violencia, violación de derechos humanos, egoísmos, miserias, opresiones... Asistida por el Espíritu, la comunidad creyente tiene que esforzarse por escrutar constantemente los signos de los tiempos, y discernir en cuales se vislumbran la presencia y los planes salvíficos de Dios, y en cuales se aprecian los obstáculos para el avance de su Reino. No siempre es tarea fácil y agradable, pero la comunidad de Cristo ha de ejercer en todo momento y circunstancia la libertad y la lucidez de los Hijos de Dios. La recomendación de San Pablo a los fieles de Éfeso no está exenta de riesgos: "Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas" (Ef 5, 10-11; Rom 12, 2). Pero haríamos dejación y traición de nuestra identidad, si no incorporamos con decisión a nuestra fe y a nuestra práxis creyente el esfuerzo samaritano por construir todo lo que humaniza la vida de las personas, y por luchar contra todo lo que deshumaniza. 15
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
Especialmente relevante y urgente es la construcción de la paz en el mundo actual y entre nosotros. Sabemos que la paz es don divino y tarea humana. La construcción de la paz es parte de nuestro PDE, y sobre todo es una tarea humana y cristiana urgente. La ausencia de paz y sus consecuencias provoca que muchos entre nosotros no puedan desarrollar, por amenazas, por miedo, por ausencia de seres arrancados por la violencia..., un estilo de vida adecuado a su dignidad de hijos de Dios. Por ello el trabajo por la paz nos acerca a Dios, mejora la vida de todos, y nos hace acreedores de la bendición del Señor: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios" (Mt 5, 9). Un curso más, dedicaremos nuestro esfuerzo personal y colectivo a mejorar las condiciones de la paz entre nosotros, que no es únicamente la ausencia de violencia, sino sobre todo una armonía cordial y una convivencia fraterna, porque "Amigos, si sois hermanos, ¿por qué os maltratáis uno al otro?" (Act 7, 26). Implicarnos en el trabajo por la construcción de la paz es otra forma privilegiada de desarrollar el espíritu comunitario.
VI.- Conclusión. Vamos cubriendo el itinerario previsto para el PDE. El objetivo sobre impulsar el desarrollo del sentido comunitario contiene los objetivos trabajados anteriormente (La personalización de la fe y La misión de los Laicos), y al mismo tiempo les dota de la imprescindible tonalidad comunitaria. Vamos, así, percibiendo la coherencia global del PDE que es la coherencia y el armazón de nuestro ser creyentes, personal y comunitariamente. De nuevo, os invito a releer los tres folletos que componen el diseño del Plan: el Plan, el Proyecto operativo y las Pistas de Espiritualidad. Asimismo, están al alcance de todos los folletos de la colección diocesana Documentos y Materiales que contienen conferencias, materiales, síntesis de encuentros... celebrados en la diócesis en torno a los Objetivos 1º y 2º. Hemos visto que la comunión y la fraternidad, que queremos ver hechas realidad en los espacios y ámbitos de la diócesis, se construyen también mediante la opción por los pobres y la construcción de la paz. Son dos de los objetivos del Plan a trabajar continuamente, porque son dos dimensiones constitutivas e irrenunciables de nuestra identidad y misión. Junto a las actividades expresamente programadas para la puesta en marcha de este Objetivo, y que aparecen en el folleto Proyecto Operativo del Plan Diocesano de Evangelización, la comunidad diocesana en sus diversos grupos, parroquias, zonas, 16
1. Comunidades vivas para la evangelización VI.- Conclusión
colectivos, comunidades y movimientos han programado, desde finales del curso pasado, las actividades a efectuar durante este curso pastoral. Todos deseamos que sean manifestación y estimulo del sentido comunitario, de la personalización de la fe, y que canalicen corresponsablemente el desarrollo fecundo de la misión de los laicos. Como es habitual, las Jornadas de Inicio del Curso pastoral se han dedicado a este Objetivo del PDE. Pronto se irán anunciando otras actividades. Las Delegaciones diocesanas de Medios de Comunicación Social y de Pastoral de la Juventud tienen elaborado sendos planes de acción pastoral diseñados teniendo en cuenta el PDE. Para abrir un proceso de participación en ellos, se hará una adecuada presentación y difusión en la diócesis. Siempre encomendamos nuestros proyectos y tareas evangelizadores al Espíritu Santo. Con mayor intensidad y esperanza, si cabe, le encomendamos los de este curso pastoral que ahora iniciamos. Cumpliendo la promesa de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad de la Iglesia naciente el día de Pentecostés (Cf. Acts 2, 1-4). Desde entonces vela permanentemente por ella. Ante la puesta en práctica del objetivo por una comunidad diocesana más comunitaria le pedimos su ayuda para que se haga realidad en nosotros el deseo programático de Jesús: "No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en Mi. Que todos sean uno, como tú, Padre, en Mi, y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tu me has enviado" (Jn 17, 20-21) † Miguel Asurmendi Obispo de Vitoria Vitoria-Gasteiz, 7 de octubre 2004 Festividad de Ntra. Sra. del Rosario
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
Siglas utilizadas: - CCD - ChL - GS - ICE - LG - NMI - PDE
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Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Celebración cristiana del Domingo, Cuaresma-Pascua, 1993. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad (1988). Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, La Iglesia, comunidad evangelizadora, 1993. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium sobre la Iglesia. Juan Pablo II, Carta Encíclica Novo millennio inneunte sobre la Iglesia ante el nuevo milenio (2001). Diócesis de Vitoria, Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007.
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos * José Antonio Badiola Facultad de Teología. Vitoria
1.- Marco de referencia • Jn 21: en la primera parte de este capítulo (Jn 21,1-11), Pedro realiza una pesca milagrosa y arrastra a la orilla una red repleta de peces, en la línea de la presentación sinóptica del apóstol. Pero, a continuación, se produce un cambio brusco en la metáfora y Jesús ordena a Pedro que apaciente a sus ovejas (Jn 21,15-17). La metáfora de la pesca es bastante adecuada para expresar la actividad misionera, pero no lo es tanto para explicar la necesidad de cuidar a aquellos que ya están en la comunidad. La imagen consagrada en el NT para expresar esta otra idea es la de apacentar un rebaño: ‘pastorear’ vehicula bien la idea de construir comunidad. Ambos aspectos estarán presentes en la vida de la comunidad cristiana primitiva, que se irá desplegando en numerosos lugares, con características propias, en base a estos dos movimientos fundamentales: la actividad interna de consolidación de la comunidad y la actividad misionera de evangelización para atraer a nuevas personas a la misma. • Mc 1,14-15: la exégesis narrativa considera especialmente significativas las “primeras palabras” de los personajes del relato, especialmente, en el caso del evangelio, de su principal protagonista, Jesús. Pues bien, las primeras palabras de Jesús en Marcos suponen un itinerario hermenéutico especialmente relevante: la soberanía de Dios se ha acercado (es decir, sus consecuencias son patentes) y, en consecuencia, pide dos actitudes: el cambio de la mentalidad (la conversión) y la aceptación del nuevo estado de cosas (la fe en la buena noticia). Sin experiencia de Reino, es decir, sin experiencia de la salvación ya presente de Dios, no puede pedirse ni la conversión ni la fe. La comunidad cristiana tiene * Este texto se publicó en la Revista LUMEN (vol 53/3, Mayo-Junio 2004; pp. 193-230) de la Facultad de Teología de Vitoria,. 19
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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que hacer presente la soberanía salvífica de Dios y experimentarla ella misma, para que pueda darse el itinerario subsiguiente: un urgente cambio de mentalidad para acoger con confianza un estilo de vida recreado desde Jesús.
2.- Los orígenes de la comunidad cristiana a.- La pluralidad y unidad en el cristianismo primitivo La primera afirmación que debemos hacer es que, si bien hablamos de la comunidad cristiana en sus orígenes, no se puede, en cambio, hablar de una forma de comunidad cristiana. Ya en el s. XIX hubo un intento de conocer la unidad dialéctica que se producía en el interior de la nueva fe, ofrecido por la famosa Escuela de Tubinga. Ella distinguía dos partidos relacionados entre sí a modo de tesis y antítesis: el petrinismo y el paulinismo, representados a nivel literario por el evangelio primitivo de Mateo y las cartas auténticas de Pablo, respectivamente. Los demás escritos quedarían referidos a éstos según la “tendencia” que defienden. Así, 1Pe y Sant serían un intento de mediación que hace la corriente petrina y la doble obra lucana y los escritos deuteropaulinos, la mediación intentada por el paulinismo para conciliar las dos corrientes. La síntesis, en fin, estaría representada por el evangelio de Juan, con el que, según Tubinga, el cristianismo primitivo alcanzaba su punto más elevado y su conclusión 1. Los posteriores estudios y debates han permitido conocer que no hubo sólo dos partidos en el cristianismo primitivo, sino toda una gama, con tensiones y conflictos entre ellos: judeocristianismo, cristianismos sinópticos, paulinos, joánicos e incluso gnósticos, focalizados a veces geográficamente: Galilea-Jerusalén, Antioquía, Corinto, Éfeso, Roma. Hay que destacar la pluralidad del cristianismo primitivo y también su unidad fundamental dentro y detrás de la multiplicidad 2. 1
Esta concepción registra las dos grandes crisis del cristianismo primitivo: la crisis judaizante, con el conflicto entre particularismo y universalismo, y la posterior crisis gnóstica, con el conflicto filosófico absorbido en el evangelio de Juan. 2 G. Theissen hace notar que sólo esa unidad permite comprender la aparición del canon durante el s. II sin que existiera una instancia de organización central en el cristianismo primitivo. La síntesis no está representada por el evangelio de Juan, sino por el canon. Lo característico de la formación del canon es la afirmación expresa de la variedad en el cristianismo primitivo, pues asume escritos de casi todas las corrientes representativas; de hecho, sólo faltan el ala más radical del judeocristianismo (evangelios de los Hebreos y de Tomás) y el ala más radical del cristianismo joánico (de la que no podemos señalar obras pues no se han conservado). Podemos inferir de la formación del canon una cuádruple opción a favor de la pluralidad: 1) se conserva el AT junto al NT; 2) Los evangelios y las cartas aparecen en plano de igualdad; 3) se canonizan 4 evangelios en lugar de uno solo; 4) a las cartas de Pablo se suman las cartas católicas. Con la formación del canon se pone punto final al cristianismo primitivo, que se emancipa definitivamente de la religión madre judía, acentuando la “novedad cristiana” (NT vs. AT), y se completa la 20 autodefinición del cristianismo frente a las demás religiones.
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 2.- Los orígenes de la comunidad cristiana
El primer conflicto que sale a la luz es el de los hebreos y los helenistas. A los hebreos pertenece el grupo de los Doce; a los helenistas, el grupo de los Siete. Ambos grupos difieren culturalmente, pero los helenistas entraron en un conflicto bastante grave con la institución central del judaísmo: el Templo. Su dirigente Esteban muere a consecuencia de las críticas hechas al Templo y sus seguidores son expulsados. Una parte de ellos, principalmente Felipe, evangelizan en Samaría y en las ciudades costeras grecopalestinas. Otra parte llegó a Antioquía de Siria y fundó allí la primera comunidad que acogía también a pagano-cristianos. Podemos distinguir así tres agrupaciones y corrientes en fechas tempranas. Por su parte, el conflicto antioqueno surgido entre Pedro y Pablo hace variar la situación: Pedro y Bernabé, aliados, se distinguen de Santiago (y de los falsos hermanos) por compartir mesa en Antioquía con los pagano-cristianos. Discrepan, por otra parte, de Pablo que considera la comunión de mesa algo irrenunciable e imposible de cuestionar. Emerge así entre el judeocristianismo estricto (los falsos hermanos y Santiago) y el paulinismo una tercera corriente intermedia: la conjunción de los “hebreos”, judeocristianos moderados, como Pedro y los “helenistas”, también judeocristianos moderados, como Bernabé. Ya son, pues, cuatro las agrupaciones básicas en el cristianismo más primitivo. Por su parte, dentro del paulinismo también encontramos diferencias: el paulinismo propiamente dicho, que aparece en la siete cartas auténticas, se diferencia de los escritos deuteropaulinos y, así, Colosenses-Efesios expresarían una corriente paulina “de izquierdas” 3: defienden una escatología de presente y una eclesiología peculiar del cuerpo, que distingue entre la cabeza y el cuerpo, pero mantiene la elevada valoración de cada miembro. Por su parte, las Pastorales y 2Tesalonicenses niegan tanto la proximidad de la parusía (2Tes) como la escatología de presente (2Tim 2,18), falta la eclesiología del cuerpo de Cristo y aparece con fuerza la estructura eclesial, donde sólo el obispo posee carisma en las comunidades. También la corriente judeocristiana estricta, junto con Santiago, figura decisiva en Jerusalén después de la salida de Pedro (y esto lo conocemos no sólo por Hechos sino también por Flavio Josefo), pudo conocer dos alas: una, de marcado sabor gnóstico, representada por el evangelio de los Hebreos y el evangelio de Tomás (en el que se otorga un rango singular a Santiago) y otra, más próxima a los Sinópticos, en la que se encuentran el evangelio de los Nazarenos (una reelaboración del evangelio de
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Es una expresión gráfica pero no demasiado afortunada: este paulinismo “de izquierdas” ostenta rasgos muy conservadores sobre todo en el uso de los códigos domésticos; pero es afín al Pablo original: mantiene el principio de igualdad (Col 3,11) y un orden carismático en la comunidad, donde todos exhortan a todos, sin que se prevean ministerios especiales (Col 3,16).
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Mateo) y la carta de Santiago. Éstos impresionan por su “ethos” social: rara vez se ha expresado el sentido de la solidaridad con los pobres con tanta claridad como en estos escritos cristianos primitivos 4. El cristianismo sinóptico es más difícil de clasificar. Combina pagano-cristianismo y judeocristianismo. La fuente de los logia (Q) y el fondo especial de Mateo ofrecen un perfil inequívocamente judeocristiano. El evangelio de Marcos y la doble obra de Lucas están influidos, en cambio, por un claro pagano-cristianismo. Encontramos, pues, dos alas, pero en ninguno de los Sinópticos falta el elemento antagónico. Judeocristianismo y pagano-cristianismo se combinan constantemente. Y queda aún, como “el mayor enigma histórico del cristianismo primitivo” (G. Theissen), el cristianismo joánico, relacionado por muchos indicios (papel positivo de Samaría, importancia de Felipe) con la rama de los helenistas que evangelizó en Samaría y posteriormente Asia Menor, pero 1Jn da a entender que hubo un cisma en la comunidad joánica: los disidentes podrían haber defendido una cristología próxima a la gnosis, una fe para aventajados (cf. 2Jn 9). Pero sólo nos han llegado los escritos de la otra parte 5. Vamos a focalizar nuestra mirada en este complejo mundo de las comunidades cristianas primitivas teniendo en cuenta la información sinóptica de Marcos, la que nos brinda Pablo en sus cartas auténticas y el “tesoro” que Lucas nos ofrece en el libro de los Hechos.
b.- El movimiento de Jesús A pesar de los numerosos debates habidos desde que A. Loisy rompiera los puentes de unión entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, puede afirmarse que hoy se da por sentado que la comunidad cristiana no es una creación postpascual, fruto de la fe en el Cristo resucitado, sino que hunde sus raíces en el movimiento surgido en torno a Jesús de Nazaret. Jesús no fundó directamente las comunidades locales, sino que dio a luz un movimiento de discípulos itinerantes (“carismáticos vagabundos” en términos de G. Theissen), cuya forma de vida no estaba institucionalizada sino que se basaba en
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En el evangelio de los Nazarenos, Jesús cura al hombre de la mano atrofiada para que pueda volver a trabajar de albañil y no tenga que andar mendigando. El joven rico se desdobla en dos ricos; de uno de ellos dice este evangelio que Jesús no le cree cuando afirma haber observado la Ley y los Profetas mientras había pobres en Israel; narra la parábola de los talentos con un mayor sentido de la justicia: sólo es castigado el siervo que malgastó el talento recibido con prostitutas y en fiestas, no el que lo escondió. 5 Para una visión de las comunidades subyacentes a estas corrientes resulta interesante leer el libro de 22 Raymond E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1986.
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 2.- Los orígenes de la comunidad cristiana
una llamada ajena a la propia iniciativa, una llamada imperativa (Mc 1,16-20) por la que entraban a formar parte de la nueva familia de Jesús (Mc 3,13-19) para una misión al servicio del Reino (Mc 6,7-13). b.1.- El esquema propuesto por Marcos El modo esquemático de presentar este proceso del discipulado, embrión de la comunidad cristiana, no le quita riqueza de significados. La comunidad cristiana quedará en lo sucesivo marcada por esta triple realidad de llamamiento personal, acrisolamiento comunitario y decisión evangelizadora. El primer momento del proceso es el de la llamada de Jesús (Mc 1,16-20), un episodio en el que Jesús, acercándose a la vida de unos pescadores, les propone autorizadamente un cambio de orientación: ellos eran pecadores y, en adelante, llegarán a ser pescadores... de hombres. Jesús reconoce a las personas en lo que son, pero les abre a una misión determinada por su presencia y su envío. Hay un doble juego de reconocimiento y valoración de las cualidades personales, por un lado, y del impulso de tales personas a una nueva misión a partir de lo que son: de pescadores (de peces) a pescadores de hombres, por otro. Desde luego hay que reconocer audacia en la respuesta de aquellos primeros discípulos, pero también en la oferta de Jesús. Un poco más adelante, cuando la “proclamación del Evangelio” de Jesús ya ha empezado a desarrollar toda su enorme capacidad salvadora y liberadora, estos llamados, y otros, son convocados y constituidos como grupo o comunidad por el propio Jesús (Mc 3,13-16). La llamada no se pierde en voluntades individuales, sino que queda albergada en la calidez de un grupo estable, “hecho” por Jesús. La fuerza de la expresión original (“hizo Doce”), repetida dos veces, no sólo nos remite a un acto creacional, sino que confiere una importancia capital al hecho de la constitución de un grupo, germen de la comunidad, llamado a “estar con Jesús” (estar continuamente con Jesús, para señalar el matiz del verbo original) y a una misión de proclamación con autoridad sobre los demonios, esto es, sobre todos aquellos elementos que distorsionan la presencia salvífica de Dios en la vida de las personas. Los aspectos que aparecían en la llamada (“venid detrás de mí” – “os haré llegar a ser pescadores de hombres”) reaparecen en este texto: se trata de tener una vida compartida con Jesús y se trata de ser enviados a proclamar la buena nueva de la soberanía de Dios. No puede haber contradicción entre ambos aspectos; no hay ruptura entre el “estar con Jesús” y el “ser enviados a proclamar”: no se está con Jesús sin sentirse enviados, no se es enviado si no se está con Jesús. Son dos caras de una misma moneda, condición de posibilidad y criterio de verificación recíprocamente. Las llamadas individuales quedan acrisoladas en una vida común, compartida con el Señor. A su vez, la misión y destino de Jesús será la misión y destino de sus seguidores. 23
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Finalmente llega el ejercicio de la misión (Mc 6,7-13.30) en el que aquellos que fueron llamados y reunidos son ahora “pro-movidos”, enviados en las mismas claves de Jesús: proclamar (el Evangelio) para buscar la conversión, enseñar y curar (cf. Mt 4,23; 9,35). Es entonces, y sólo entonces, cuando los discípulos ya son apóstoles. La misión empieza con la convocatoria de Jesús (cf. el mismo verbo en 6,7 y 3,13), que es quien siempre lleva la iniciativa. Las condiciones de los misioneros, menos estrictas que en Mateo y Lucas (en Marcos se permite el bastón y las sandalias, eco hermoso de la cena de pascua en Ex 12), buscan tener puesta la confianza no en las cosas materiales sino en la “autoridad” conferida por Jesús y dan buena fe de la “premura escatológica”, la convicción de una irrupción inminente de la soberanía de Dios. Así, lo que podríamos llamar “el germen primitivo de la comunidad” queda constituido en un proceso con tres pasos subsiguientes y necesarios: la llamada se contrasta en el grupo y se desarrolla en la misión. En medio de todo ello, la persona de Jesús. De este modo, el proyecto salvador de Dios, encabezado por Jesús, seguirá adelante en la comunidad de sus seguidores. b.2.- Características del movimiento de Jesús Este movimiento nace con unas características claramente marcadas: • Renuncia a un lugar estable: los llamados dejaban casa y campos (Mc 1,16; 10,28ss y passim), seguían a Jesús y le acompañaban en la renuncia a un lugar estable. Les cuadraba bien el proverbio de Mt 8,20. Incluso esa carencia de hogar no siempre era voluntaria (Mt 10,23) debido a persecuciones y expulsiones. • Renuncia a la familia: la ruptura con la familia de sangre es un rasgo que marca el ethos de los carismáticos ambulantes (Mt 10,37), que implica falta de piedad (Mt 8,22; Mc 1,20) e incumplimiento de la Ley. Más aún, el odio a todos los parientes pudo convertirse en obligación (Lc 14,26). Se comprende por qué el discípulo no era tenido en mucha estima en su patria, donde vivían las familias que había abandonado (Mc 6,4). Quizá este sea el ámbito de comprensión del apelativo “barjona” que recibe Pedro en Mt 16,17: en Jn 1,42 se interpreta “hijo de Juan”, pero es atendible la explicación que hace derivar dicho sobrenombre de “desértico, vacío, despoblado” y entiende el término en el sentido de “sin ley”, “desechado”, hijos pródigos tenidos por los suyos por “locos”, como ocurre en el caso de Jesús (Mc 3,21). En compensación, los discípulos encontraron el ciento por uno dentro de los grupos de simpatizantes del movimiento de Jesús (Mc 10,30). 24
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 2.- Los orígenes de la comunidad cristiana
• Renuncia a la propiedad: otro elemento característico del movimiento primitivo es la crítica atroz de la riqueza y la propiedad (Lc 6,24ss), que formaba parte del seguimiento completo como bien lo indica el episodio del joven rico (Mc 10,17ss). Lo cierto es que los desafortunados siempre se han consolado de esa manera (un más allá que castiga a los ricos y premia a los pobres, como en la parábola de Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31), pero aquí había algo más: la pobreza no era en este caso un destino fatal, sino una renuncia, un ideal, detrás del que brillaba una confianza incondicional en la bondad y providencia de Dios (Mt 6,25-26). Sin embargo, esa crítica radical de la riqueza no evitaba que se aprovecharan de ella (Lc 7,36ss; 8,3; 19,1ss; Mc 15,43), en lo que H. Braun llama “la falta de sistemática de Jesús”: la renuncia a la riqueza era condición de plausibilidad del propio mensaje, pero por tener necesidades se veían obligados a aprovecharse de los bienes de otras personas. • Renuncia a la propia defensa: corrían conscientemente el riesgo de la ilegalidad y el desamparo. Lanzarse por los caminos sin siquiera un bastón (Mt 10,10), hacía ostentación de renunciar al más elemental recurso a la defensa propia. Este es el ambiente originario del precepto que ordena no hacer resistencia al malo y ofrecer la mejilla izquierda al que golpea la derecha (Mt 5,38s) y de no ejercitar la defensa propia en los tribunales (Mt 10,17ss). Estas características definen los fenómenos más destacados del movimiento de Jesús: * desde el punto de vista socio-económico: el desarraigo social de los primeros discípulos, que puede sintetizarse en la frase de Pedro: “mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28). Los textos evangélicos no guardan silencio absoluto sobre el condicionamiento económico de este comportamiento social: la llamada al seguimiento va dirigida a los “cansados y agobiados” (Mt 11,28). En este sentido, desarraigo social podía casarse con depresión socio-económica. * desde el punto de vista socio-ecológico: el movimiento de Jesús estuvo anclado originariamente en el campo galileo. La tradición sinóptica está localizada en pequeños lugares, a menudo anónimos, de Galilea. Silencia los lugares mayores como Séforis o Tiberias, y, cuando se mencionan ciudades helenísticas, se habla del “territorio circundante” y no de las ciudades mismas, dato previsiblemente histórico pues está en contradicción con el estado de cosas del tiempo postpascual. Hay una clara distancia respecto de las ciudades (helenísticas), así como una actitud ambivalente frente a Jerusalén. Este arraigamiento rural del movimiento de Jesús puede explicarse a partir del conflicto ciudad-campo. 25
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* En clave socio-política, el movimiento de Jesús fue, claramente, un movimiento teocrático: es el Reino de Dios, y en concreto, la inminencia del mismo, el motor que impulsó a Jesús a anunciar un estado de cosas distinto, basado en la soberanía de Dios, que, como tal, significaba el final de cualquier otra soberanía, romana o sacerdotal. El conflicto con éstas está bien atestiguado en la ejecución de Jesús, en la que colaboraron los dos grupos de poder, aunque pronto se distendiera la relación con Roma (Hch). El movimiento teocrático de Jesús estuvo relacionado con las tensiones socio-políticas de Palestina: su proclamación del Reino próximo sólo pudo encontrar resonancia en un país en el que el problema de la soberanía no se había resuelto satisfactoriamente. Sin embargo, es preciso hacer notar que el movimiento de Jesús destaca clarísimamente entre los demás movimientos teocráticos por su “ethos”: el irenismo fundamental es innegable y sugiere una disposición a la reconciliación que está más allá de toda frontera y culmina en la exigencia del amor al enemigo (Mt 5,43ss). * En clave teológico-catequética, el movimiento de Jesús se fue fraguando ad intra como dinamismo de fraternidad y de comunión y ad extra como expresión de servicio. Toda la referencia posible era la proexistencia de Jesús, que da origen a la proexistencia de sus seguidores. “Vivir por” (= a favor de) los otros será en adelante la divisa propia de los seguidores de Jesús, y no “vivir contra” o “vivir sobre” los demás. El radicalismo ético de la tradición sinóptica era un radicalismo trashumante, capaz de practicarse únicamente en condiciones extremas y en una vida marginada. Sólo podía practicar y transmitir “ethos” de modo fidedigno el que se había liberado de las ataduras cotidianas de este mundo, el que había abandonado casa y hogar, mujer e hijos, el que dejaba que los muertos enterraran a sus muertos, y tomaba como modelo a los lirios y a los pájaros. Esto sólo podía realizarse dentro de un movimiento de marginados. No es extraño que en la tradición topemos siempre con marginados: enfermos y lisiados, prostitutas, publicanos e hijos pródigos. Con este ambiente encaja su espera próxima del fin: no se podrían entender muchos aspectos del movimiento de Jesús si no tuviéramos en consideración el carácter escatológico del propio movimiento y su conciencia cierta de estar “en los últimos días”, en la inminente irrupción del Reino de Dios, y todo esto coloreado a veces con las imágenes que les ofrecía la corriente apocalíptica que anunciaba el “eschaton” de manera catastrofista y alarmista. Por lo demás, las comunidades locales que se aprecian en la tradición sinóptica a modo de núcleos (la casa de Pedro en Mt 8,14; la de María y Marta en Lc 10,38ss; 26
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 2.- Los orígenes de la comunidad cristiana
la de Simón el leproso en Mc 14,3; la de algunas mujeres indeterminadas en Lc 8,2ss) deben entenderse desde su referencia complementaria a los misioneros itinerantes. Y ciertamente Jesús, Hijo del hombre, era la imagen de referencia central de todo el movimiento. Fe y praxis constituían en él una unidad indisoluble y sólo desde su modelo se puede entender este primer estadio de la comunidad cristiana primitiva.
c.- Significatividad del movimiento de Jesús para nuestras comunidades hoy 1.- El movimiento de Jesús nació en medio de una profunda crisis de la sociedad judeopalestina, pero supo articular una respuesta global a dicha crisis, enmarcándola en un horizonte de sentido. El modo en que lo llevó a cabo fue presentando el Reino de Dios como un incipiente estado de transformación y superación de todo lo que amenazaba la vida de las personas como proyecto derivado del amor de Dios. Jesús es, en esta historia, el elemento central que da origen a todos los dinamismos comunitarios: él es quien llama, él quien reúne, él quien envía. Él encarna de manera suprema ese nuevo estado de cosas, de forma que sólo desde él una comunidad puede adquirir su sentido y sólo en él puede encontrar su dinamización. Así, nuestras comunidades cristianas tienen que ofrecer espacios y tiempos que permitan el encuentro con Jesús, profundizar en su conocimiento, escuchar su llamada. Jesús es “un pozo sin fondo” y así tiene que ser conocido, trasmitido y vivido. La centralidad de Jesús en la vida de nuestras comunidades (manifestada tanto en el conocimiento de todo lo que sobre Jesús se investiga y se escribe, como en la lectura creyente y comunitaria de la realidad desde las claves que Jesús mismo nos ofrece) tiene que originar una “vida en Cristo” que permita escuchar a cada creyente la voz del Señor que llama. 2.- El grupo al que Jesús convoca es la comunidad en que se acrisola y se sustancia la llamada, una comunidad de nombres, una comunidad “con rostro humano”. Cuando los sinópticos nos ofrecen las listas de discípulos, aparecen los nombres de personas concretas, con sus propios estilos y particularidades. La comunidad no ahoga la personalidad y el modo genuino de ser y de hacer, ni suplanta los estilos propios de cada uno. La comunidad no puede ser un “conjunto anónimo”; al revés, es la conjunción de llamadas, es la polifonía de voces la que permite que la experiencia de Dios y de su soberanía vaya orquestándose en bien de todos. Nuestras comunidades tienen que ser ámbitos en los que las personas se sientan valoradas y reconocidas. Todos son importantes y cada uno aporta su particular experiencia creyente. 3.- El dinamismo interno de la comunidad está marcado por compartir, como una nueva familia, la experiencia, misión y destino de Jesús. Compartir y cumplir la 27
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voluntad del Padre hace que haya una nueva forma de fraternidad, más importante que la consanguínea (Mt 23,8). El término “hermano” no es sólo una esencial precisión eclesiológica, sino la praxis concreta de los seguidores de Jesús, caracterizada por un ethos de amor y reconciliación: la importancia concedida en los sinópticos al perdón debe urgir a trabajar en nuestras comunidades, insertas en un mundo lleno de conflictos, por una búsqueda constante de caminos de reconciliación y de recreación de la fraternidad. 4.- Finalmente, el dinamismo externo de la comunidad está marcado por el servicio. Si en algún término puede resumirse el concepto de la proexistencia de Jesús, éste puede ser uno. “Ser último y servidor y esclavo” es lo que enseña Jesús a quien quiera ser primero entre el grupo de discípulos (cf. Mc 9,35; 10,43-44), privilegiando dicho servicio a favor de aquellos que no pueden salir adelante por sí mismos (el “niño” como tipo). No hay que desfallecer en potenciar todo tipo de servicios que puedan dar esperanza a tantas personas “maltratadas por la vida”. Ser últimos es quedarse los últimos y, por tanto, quedarse con los últimos.
3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos a.- Características generales propias El movimiento de Jesús, mal asumido en la sociedad judía, fue aceptado positivamente en la sociedad helenística, en un momento de florecimiento, estabilidad, bienestar y civilización importantísimo. ¿Cómo se formaron comunidades relativamente estables y sólidas, de gran cohesión interna, a partir de una mezcolanza de grupos étnicos, sociales y religiosos? ¿Cómo se formó de judíos y paganos, griegos y bárbaros, esclavos y libres, hombres y mujeres una nueva unidad en Cristo? (Gál 3,28; 1Cor 12,13; Rom 1,14). La transformación está asociada a un cambio profundo de estructura de roles: los carismáticos ambulantes de las comunidades palestinas dan paso a autoridades establecidas, primero de manera colegiada y, ya desde inicios del s. II, como ministerio episcopal monárquico (Ignacio de Antioquía). La literatura cristiana primitiva que surge en las comunidades helenísticas (Cartas del NT) está orientada primariamente a las interacciones dentro de la comunidad local cuando se trata de instrucciones éticas. El “ethos” radical de la tradición sinóptica se recibe tardíamente: Pablo, por ejemplo, apenas cita palabras del Señor. En esas comunidades surge un patriarcalismo moderado de amor que se orientaba más bien a las necesidades de las interacciones sociales en el hogar cristiano.
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2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos
El cambio que vive el papel de Jesús (de la cristología ascendente de la tradición sinóptica se pasa a la descendente en las comunidades helenísticas) se vive también en el seno de las comunidades: • A nivel socio-económico, las comunidades helenísticas estaban en condiciones de socorrer a las palestinas, lo que nos habla de cristianos mejor situados socialmente. • A nivel socio-ecológico, lo que antes era un movimiento rural se convierte
en una agrupación urbana. • A nivel socio-político, el cristianismo helenístico primitivo estaba en conti-
nuo acuerdo con las estructuras políticas de su ambiente, aunque siempre bajo la reserva escatológica. El concepto “Reino de Dios” apenas aparece. • A nivel teológico-catequético, la visión del amor y del servicio había nacido
en una sociedad en crisis, pero no tuvo en ella ninguna oportunidad social de realización: el mundo más sosegado de las ciudades helenísticas se mostró más complaciente con la nueva visión de la realidad, debido a la gran movilidad local y social, una mayor intercomunicación y una necesidad de integración, pero la situó en el interior de las comunidades.
b.- Las comunidades paulinas La creación de comunidades por parte del misionero por excelencia, Pablo, se presenta como resultado del movimiento de renovación escatológica al final de los días, acento que destacó sobremanera en la predicación misionera del Apóstol (cf. 1Tes 1,9s; 1Cor 10,11; Flp 4,5; Rom 13,11). Tal elemento escatológico ya era conocido en la tradición sinóptica.
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Cabe señalar tres campos en los que las comunidades cristianas tienen que acrisolarse y para los que reciben instrucción de Pablo: la propia comunidad naciente, un ámbito nuevo en el que deben convivir personas de diferentes clases sociales, gentes que antes no se conocían y que ahora se reúnen en una concordia recién estrenada; la casa y la familia, ámbito en el que se habían movido siempre, pero al que deben ver y configurar ahora desde el nuevo punto de mira de la fe cristiana, como casados, maridos, esposas, hijos, esclavos, libres; por último, el campo de la vida civil, la “polis”, en el que siempre habían vivido y en el que están ahora como cristianos. b.1.- La vida en la comunidad En un momento de consolidación de las propias comunidades, sorprende el tono tan general de las normas morales referidas a la comunidad. Así, Pablo convoca a llevar una vida irreprochable (1Tes 3,13), al amor fraterno (1Tes 4,9), a no descuidar el trabajo cotidiano (1Tes 4,11), a soportar los sufrimientos (Flp 1,29). “Todo lo que es verdad, todo lo que es pureza, todo lo justo, todo lo que es santo, todo lo que os haga amables, toda virtud, toda disciplina loable, esto sea vuestro estudio” (Flp 4,8). Ciertamente, no existía aún una ética cristiana detallada. Por eso, la fe, la esperanza y la caridad como actitudes cristianas pasan a ocupar el primer plano (1Cor 13,13), sobre todo la caridad, a la que Pablo dedica su apasionado cántico en 1Cor 13, para que la bondad de los cristianos sea patente a todas las personas (Flp 4,5). Un elemento esencial de apoyo y fortalecimiento de la vida de la comunidad es que los unos estén pendientes de los otros. Pero más que fijarnos en el término “koinonía” 6 (habitualmente traducido por “comunión”), nos detendremos en otro concepto: se trata de la expresión de reciprocidad “uno-s a otro-s”, “mutuamente” (los pronombres “allelon”, “heautos” o “heis ton hena”. Esta expresión ofrece buena parte de la teología de la comunidad cristiana del momento. La lista que viene a continuación no recoge todas las recurrencias de los términos 7 pero nos pinta el “cuadro comunitario paulino”:
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Es, por cierto, un término importantísimo en la Iglesia primitiva que expresa la siguiente idea: es la comunión (con alguien) mediante la (común) participación en algo. Esta significación general se traduce, en el NT, en los dos significados de koinonía: koinonía de comunión (“todos los creyentes participan de un mismo espíritu”) y koinonía de solidaridad (unos creyentes ayudan económicamente a otros, los creyentes de la iglesia madre de Jerusalén). Ambas son interdependientes y no existiría una sin la otra. Si puede afirmarse que la colecta para Jerusalén fue una labor histórica y fatigante de Pablo, entonces puede decirse también que nunca faltó la “comunión” entre las diferentes comunidades. 7 Los restantes lugares son Rom 1,12; 12,5.10; 13,8; 14,19; 15,5; 1Cor 16,20; 2Cor 13,12; Ef 4,25.32; Flp 2,3; Col 3,13.14.16; 1Tes 3,12; 4,9.18; 5,11.13; 2Tes 1,3; Heb 3,13; 5,14; 10,24; 1Pe 4,8.10; 1Jn 3,11.13; 30 4,7.11.12; 2Jn 5.
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos
- Estimando en más cada uno a los otros (Rom 12,10) - Tened un mismo sentir los unos para con los otros (Rom 12,16) - Acogeos mutuamente (Rom 15,7) - Amonestaos mutuamente (Rom 15,14) - Saludaos los unos a los otros con el beso santo (Rom 16,16) - Esperaos unos a otros (para celebrar la cena) (1Cor 11,33) - Preocuparse lo mismo los unos de los otros (1Cor 12,25) - Servíos por amor los unos a los otros (Gál 5,13) - Ayudaos mutuamente a llevar las cargas (Gál 6,2) - Confortaos mutuamente (1Tes 5,11) - Edificaos los unos a los otros (1Tes 5,11) - Vivid en paz unos con otros (1Tes 5,13) - Procurad siempre el bien mutuo (1Tes 5,15) La lista pone de manifiesto que la expresión “unos a otros” (“mutuamente”) tiene su puesto principal en la exhortación o parénesis, por lo que podemos pensar que no se vivía así de forma tan habitual a lo que sería de desear. Pero informa además de que no se trataba de “creer y ya está”, sino que había un camino a recorrer, eso sí, dentro de la propia comunidad. La expresión aparece fundamentalmente en las cartas auténticas de Pablo, así como en otras que están en la tradición paulina (Ef, Col). En cambio, en las Pastorales, la expresión nunca aparece en sentido positivo. Esto indica claramente que la responsabilidad recíproca de los miembros de la comunidad, tan importante en Pablo, no se toca en dichas cartas, orientadas ya por y para la estructura eclesial. Hemos dicho que la comunidad cristiana tiene un camino a recorrer, un proyecto que realizar. Esto lo expresa bien una de las afirmaciones de la lista anterior: “edificaos los unos a los otros” (1Tes 5,11). Tras el término “edificación” (“oikodomé”/“oikodomein”) se esconde uno de los conceptos más importantes del NT. Hunde sus raíces en Jeremías, donde el binomio edificar-destruir es un hilo conductor (Jer 1,4-10; 12,14-17; 24,5-7; 31,27-28). El oficio apostólico de Pablo consiste en edificar comunidades, concretamente en echar el cimiento que es Cristo (1Cor 3,6.10; Rom 15,20). Parece que el concepto paulino de “edificación” de las comunidades traduce con absoluta precisión la “reunión de Israel” en Jesús. Tanto a uno como a otro les preocupa la reunión o la edificación del pueblo de Dios que será erigido definitivamente ahora, en el tiempo escatológico, según la irrenunciable voluntad de Dios.
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Todo persigue un objetivo: la edificación de la comunidad. Teniendo presente la espera de la Parusía, que hacía poner la vista de las comunidades en el “Día de Cristo” (Flp 1,10; 2,16; 1Tes 5,23; 1,10). Así que “edificación” no apunta al individuo que debe madurar su personalidad espiritual, sino que se refiere a la Iglesia, que existe para Pablo en las comunidades locales concretas. Y tal labor de edificación no descansa sólo en la autoridad apostólica (llama la atención lo poco que Pablo habla de su autoridad apostólica para edificar la comunidad; cuando lo hace tiene un color de autoapología, por el cuestionamiento que sufrió el apóstol en varios momentos de su actividad, cf. Gál 1-2 y 2Cor 10-13), sino sobre todo en la responsabilidad recíproca de todos en la comunidad, particularmente en el culto y en la Cena del Señor. Las divisiones y discordias que aparecen en la comunidad de Corinto (1Cor 11,17-34), a las que Pablo trata de poner freno con sus consejos, nos permiten conocer que en las comunidades paulinas era un elemento importante la celebración de la Cena del Señor. Aquí aparece el carácter ocasional de las cartas de Pablo, porque si en Corinto no se hubieran producido disputas, probablemente Pablo no habría hecho llegar una palabra acerca de la Eucaristía. Las asambleas se habrían celebrado el primer día de la semana, lo que concuerda con nuestro domingo. El Apóstol toma pie de los conflictos para recordar a los corintios la dignidad y el compromiso que supone celebrar la Cena del Señor : el pan ofrecido, que es cuerpo de Cristo, crea una comunión entre todos, pues todos comen del mismo pan. Es un único y mismo pan el que todos reciben y a todos alimenta, por lo que, en tanto que comensales, todos forman un todo gracias a ese pan (1Cor 10,16-17). Esta primera idea centrada en el interior de la comunidad se completa con otra igualmente importante por lo que conlleva de misión y compromiso: si la comunidad se forma como cuerpo por el pan que es “cuerpo de Cristo”, y puesto que ese “cuerpo” alude al que fue entregado por nosotros, quiere decirse que también la comunidad tiene que verse empujada por ese movimiento de amor y entrega cuando celebra la Cena del Señor, que no tendría efecto sino para promover un movimiento de servicio generosos a favor de los demás. Así pues, la Eucaristía no debe entenderse como el cierre de la comunidad eclesial separada de otros, sino como apertura de la misma a todos ellos. Según la idea paulina, la comunidad recibe el cuerpo entregado de Cristo para que ella misma sea un cuerpo entregado, que procure vivir de la “ley” del “por vosotros y por todos” y llegue a ser una comunidad servidora. En 1Cor 14 Pablo habla acerca de la celebración de la palabra utilizando el mismo término de reunión que para la celebración de la Cena (1Cor 14,26 y 11,18: “synerchesthai”, “reunirse”). Pero ambas celebraciones estaban separadas y cada una de ellas tenía su asamblea específica. Parece claro que se consideró la liturgia de la 32
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos
palabra como lugar de actuación del Espíritu de Dios: cada uno tenía la posibilidad de expresarse en la liturgia, de decir una oración, de dar a conocer una experiencia espiritual, de formular una exhortación. En este punto, el vocabulario paulino es riquísimo (revelación, conocimiento, profecía, doctrina, salmo, don de lenguas, interpretación, oración, alabanza, acción de gracias). Aparecen en un primer plano el don de profecía y el don de lenguas, al que los corintios sobrevaloraban en exceso. Pablo traza una diferencia entre ambos dones: el discurso profético edifica la comunidad y todos pueden evaluarlo; el don de lenguas edifica al individuo y, para que otros lo entiendan, debe ser interpretado y traducido. Pablo destaca dos aspectos: la dimensión que edifica la comunidad y la dimensión misionera del culto divino. Por eso, el discurso profético que todos entienden, también los invitados al culto, es para él más importante que el hablar en lenguas. En esas reuniones cúlticas es corriente que las mujeres actúen, oren y profeticen públicamente (1Cor 11,2ss). Merece atención ahí la referencia a todas las comunidades de Dios (1Cor 11,16). Sin embargo, las manifestaciones de Pablo sobre la posición de la mujer en la comunidad no son unívocas y un buen botón de muestra puede ser 1Cor 14,33b-36 que contradice explícitamente a 1Cor 11,2ss. Que sea una glosa posterior a la propia carta no soluciona un problema de mayor envergadura, como es el progresivo arrinconamiento de la mujer en los ámbitos directivos de las comunidades. No obstante, el trazo grueso de Pablo nos lleva a afirmar una dignidad y participación de la mujer semejante al varón. La abundancia de la vida interna de las comunidades paulinas se expresa en la variedad de ministerios y tareas. Hubo desde el principio personas que se pusieron a disposición de un modo especial. Ya en 1Tes 5,12 habla Pablo de aquellos “que trabajan entre vosotros y os gobiernan en el Señor y os instruyen”, para los que pide reconocimiento. De los que trabajan se nos habla en plural en el capítulo de saludos recogido en Rom 16. Hay catequistas, que enseñan con la palabra y a los que se debe recompensar su trabajo (Gál 6,6). Los que proclaman el evangelio deben vivir del evangelio (1Cor 9,14, cf. 9,4-15). Otros se ocupan de los pobres y enfermos o ejercitan la hospitalidad (cf. Rom 12,8ss). Es significativo que en los comienzos no hubiera aún denominaciones de ministerios, salvo la famosa tríada de “apóstoles, profetas y doctores” (1Cor 12,28). Tenemos una especie de excepción cuando en el prólogo de la carta a los Filipenses se alude a “supervisores y servidores” (Flp 1,1: obispos y diáconos), pero es muy significativo que se les subordine a la comunidad (a todos los santos), completamente integrados en ella.
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b.2.- La vida en casa y en familia La casa, el oikos, era el escenario de la vida cotidiana, una forma de vida que apenas guarda paralelismo con nuestro modo de vida. La casa era más que vivienda, era también el grupo familiar; era el espacio vital donde vivían y trabajaban el dominante esposo y padre de familia, su esposa e hijos, pero también los esclavos y otros familiares. El jefe de la casa, por su condición de marido, de padre y de dueño era el punto de referencia central, aunque no era desdeñable en absoluto el papel de la mujer. Ilustrativa de la importancia de la casa para el cristianismo naciente es la mención (que en Hechos es una fórmula técnica) de toda una casa: “Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa (= su familia)” (Hch 18,8). Con esto concuerda lo que escribe Pablo en 1Cor 1,16: “bauticé también a la casa (= la familia) de Estéfano”. Parece que la estrategia misionera de Pablo se preocupó de conseguir pronto en cada lugar la conversión de un “oikodespotes”, que le proporcionase una casa adecuada como plataforma misionera y localización de la comunidad. La casa, cuando se bautizaba, era el lugar indicado para desarrollar la vida comunitaria cristiana. El primer lugar para las reuniones específicas de las comunidades cristianas fue la casa/vivienda y el núcleo primero de las iglesias domésticas era la casa/familia 8. Aquí se reunían, aquí celebraban la Eucaristía (costumbre derogada en el Sínodo de Laodicea, entre los años 360-370), aquí se impartía la enseñanza cristiana, aquí se acogía a apóstoles y misioneros que estaban de paso (la casa se convertía en el punto de apoyo del evangelio en un lugar). Estas reuniones en las casas permitieron obtener a los primeros cristianos conciencia de su identidad y de su diferencia con el judaísmo. Además, en las iglesias domésticas participaban gentes de muy diversa situación y rango social, algo insólito en las asociaciones religiosas greco-romanas: se promovían unas nuevas relaciones humanas basadas en una fraternidad característica entre sus miembros. Se puede decir que el “interclasismo” fue una auténtica novedad, producto de la capacidad de innovación histórica de la fe cristiana 9. La comunidad doméstica era como un oasis en medio de un entorno hostil; creaba la posibilidad de conocerse, de suprimir barreras, de cuidar los unos de los otros y de animarse mutuamente. Se invitaba a otros a las asambleas domésticas para ganarlos para el evangelio. En muchos casos, el jefe de la casa habría sido el presidente de la comunidad doméstica, incluso cuando el jefe era una mujer: Col 4,15 pre8
Dos fórmulas del NT así lo indican: “la iglesia que se reúne en la casa de XX” y “se convirtió XX y toda su casa”. 9 Hay en la actualidad un amplio consenso que desecha la imagen del cristianismo primitivo como religión de esclavos y desheredados, creada por Deissmann; parece más bien que estas pequeñas comunidades 34 reflejaban la heterogeneidad de su sociedad.
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos
senta a una mujer llamada Ninfa como jefa de una comunidad doméstica. Es un proceso natural que quien albergaba a la iglesia en su casa se constituyese en su líder. En este sentido puede señalarse una cierta continuidad entre los paterfamilias relevantes de las iglesias domésticas y la jerarquía posterior de las comunidades (presbíteros y, sobre todo, epíscopos). Pero la casa era también un ámbito de problemas: no todos los cristianos tenían casa; en cuanto a Corinto, sabemos que el porcentaje de esclavos en la comunidad era considerable; se daban matrimonios mixtos, bien porque uno de los cónyuges no daba el paso de convertirse al evangelio, o bien porque uno de los esposos se hacía cristiano. Es fácil imaginar que la nueva situación provocaba tensiones. Pablo se siente obligado a tomar postura (1Cor 7,12-16), buscando conservar la comunión conyugal (para ganar al otro para la fe), pero Pablo también relativiza la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio en el caso del matrimonio mixto: es posible que jugara ahí un papel la ponderación de bienes. El bien de la conservación de la fe y el bien de la unidad matrimonial. Las consideraciones y decisiones jurídicas van penetrando en la vida cristiana. Por lo demás, existe la costumbre de hablar de derecho escatológico al referirse a las comunidades paulinas primitivas. Esto significa que se deja que Dios imponga en el esperado juicio escatológico la sanción por un proceder punible (1Cor 3,17). El caso más conocido es el del incesto en la comunidad de Corinto (1Cor 5,1ss). Pablo exige su exclusión de la comunidad (1Cor 5,13), pero reviste esa exigencia con una expresión ritual extrañamente mágica. Lo importante es la mirada al juicio divino en el día del Señor, esperando una sentencia favorable. Sorprende que Pablo se exprese de modo relativamente detallado sobre cuestiones referidas al matrimonio y la sexualidad (1Cor 7), aunque lo hace respondiendo a una pregunta formulada por los corintios (1Cor 7,1). En la famosa ciudad griega las posiciones estaban encontradas: por un lado estaban los que consideraban que frecuentar a las prostitutas era algo del todo indiferente, igual que el estómago reclama comida y bebida (1Cor 6,12-20); por otro lado, los partidarios de la mentalidad rigorista que defienden la continencia incluso dentro del matrimonio, basados en la venida inminente de Cristo. Pablo rechaza ambas posiciones extremas. Frente al “libertinaje”, él insiste en la vinculación al Señor, al que el cristiano está obligado en su cuerpo (1Cor 6,15s). Por desgracia, la argumentación respecto a los rigoristas es casi embrionaria (1Cor 7,1-7). Al mismo tiempo, Pablo aboga por una vida célibe, como la que él mismo lleva. Las apreturas del tiempo final son inminentes. Pasa la figura de este mundo. Además, los célibes son capaces de servir exclusivamente al Señor. Desde el final 35
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esperado, Pablo puede describir la actitud respecto del mundo igual que un estoico, invitando a la indiferencia (1Cor 7,29-31). Pero no es una indiferencia apática, sino que el Apóstol llama a la alegría, a la simpatía, a llorar con los que lloran... b.3.- La vida en la “polis” La comunidad vivía en el “mundo” y debía acrisolarse en él. Y el mundo era para ella, en primer lugar, la “polis”. Las comunidades paulinas eran comunidades urbanas, como para Pablo mismo el entorno urbano representaba su espacio vital. La comunidad no podía ni debía huir del mundo. Algunas instantáneas en este sentido las encontramos de nuevo en 1Cor. Se trata de sucesos cotidianos que nos acercan mucho a la realidad. Así, se nos dice en 1Cor 6,1-8 que los cristianos corintios tienen pleitos judiciales que entablan los hermanos entre sí. El objeto del pleito son “biótica”, cosas de la vida cotidiana que Pablo no describe con más detalle, pero que juzga como menudencias ridículas, “naderías”. El Apóstol juzga sobre el caso en dos pasos. Primero critica que acudan a jueces paganos (hay una alusión a la jurisdicción urbana que los romanos permitieron que coexistiera con la jurisdicción del procónsul). La idea, extremadamente osada, de que los cristianos participarán del inminente juicio de Dios lleva la conducta de los corintios acomodados (por todos los gastos que conlleva el pleito) al absurdo: ¿cómo pueden ellos acudir a aquellos sobre los que deberán pronunciar enseguida sentencia? De ahí que se llame “inicuos” (“adikoi”) a los jueces civiles, no porque se les culpe de engaños, sino porque se les contrapone a los santos, es decir, a los miembros de la comunidad (1Cor 6,1). En un segundo momento, Pablo critica a los corintios porque han permitido que las cosas fueran hasta el extremo de que nacieran pleitos judiciales entre ellos. Si uno viene de 1Cor 6,1ss, sorprende tanto más la amplitud de otro texto emparentado. Se trata de Rom 13,1-7, el único texto de las cartas originales que trata de la relación del cristiano con el Estado. En realidad, no se nos dice nada concreto sobre ideas políticas que existieran en la comunidad, pero es muy clara la posición del texto. Ésta se resume en la divisa que se nos ofrece al comienzo: “todos estén sometidos a las autoridades superiores” (Rom 13,1) y se concreta en la frase conclusiva: “Pagad, pues, a todos lo que se les debe: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que temor, temor; al que honra, honra” (Rom 13,7). La fundamentación teológica dice que la autoridad estatal ha sido instituida por Dios, si bien no se la considera de origen divino, en contra de una concepción del Estado muy extendida por el mundo oriental y helenístico.
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2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenísticos
El texto resulta extraño porque no contiene el destello de un pensamiento genuinamente cristiano y se echa de menos la presencia de un horizonte cristológico y escatológico que señale límite al Estado y que haga posible una fundamentación cristiana. Hace tiempo que se sabe que el presente reconocimiento de tal orden de derecho público está enraizado en la diáspora judía, de la que Pablo bebe; o quizás utiliza un texto anterior a él. Al menos el imperativo del v. 8 (“no tengáis otra deuda con nadie que la de amaros unos a otros”) nos presenta un horizonte superior, pero no evita lo problemático del texto. Caben dos posibilidades: preguntarse por las razones que llevaron a Pablo a escribir ese texto o pensar en una interpolación posterior. Las razones pueden ser de orden estratégico: Pablo pensaba llegar a Roma, la capital imperial, y pensó que era indispensable decir a los romanos algo en relación con el Estado... o pensó en decir al Estado algo en relación con la lealtad de los cristianos para evitar las sospechas de traición al imperio que pesaban sobre ellos. Cabe añadir que Pablo, en tanto ciudadano romano, tenía más de un motivo para proteger la institución mundial del Imperio. Ella había reunido a personas de distintas culturas y razas y permitía a Pablo ilimitados caminos misioneros. En todo caso, estaba abierto ya el camino de la asimilación del cristianismo naciente a la estructura política dominante, el imperio romano.
c.- Signiticatividad de las comunidades paulinas para nuestras comunidades hoy 1.- Si algo queda claro en la panorámica de las comunidades paulinas es la participación de la gente en la dinámica vida comunitaria. El número de las personas citadas y la diversidad de carismas y ministerios, así como las informaciones que nos brinda sobre conflictos y desencuentros, nos abren la mirada a una vida rica en dinamismos y plural en intervenciones. Todo habla de comunidades caracterizadas por cualquier otra cosa distinta al “adocenamiento”. 2.- La participación de las personas en la vida comunitaria tiene como condición de posibilidad otro elemento fundamental: la responsabilidad de los creyentes en la edificación comunitaria. Hemos visto cómo el concepto de reciprocidad esconde esta característica. La comunidad se construye y se sostiene gracias a la adultez en la fe de sus miembros, que les lleva a poner en circulación los dinamismos y capacidades necesarios para que la vida comunitaria alimente la solidaridad interna y la misión evangelizadora. 3.- La casa/familia como ámbito comunitario o bien lo que podríamos llamar hoy “pastoral familiar”: en este sentido, conviene prevenir contra el peligro de hacer en la actualidad una teología de la familia a partir de las iglesias domésticas del 37
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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cristianismo primitivo. La base doméstica de las primeras comunidades es un dato relativo e histórico. La casa era una unidad amplia, homogénea, de estructura patriarcal y base de toda la vida social. La familia nuclear de padres e hijos que habita un pequeño piso en el barrio es algo muy diferente. Sería una grave equivocación pensar que la pastoral de la familia conlleva la restauración de un modelo sobrepasado por la evolución histórica. Ahora bien, la intuición latente en el hecho de las iglesias domésticas del cristianismo primitivo puede resumirse en dos puntos: a) significan la opción por hacer del cristianismo una realidad socialmente viable; es decir, expresan una opción por la encarnación, por la aceptación de estructuras sociales existentes o emergentes, lo cual plantea el problema permanente de discernir en cada momento histórico las estructuras que se aceptan para asentar y expresar a través de ellas la dimensión comunitaria de la fe. b) ponen de manifiesto la opción por hacer de la comunidad concreta con relaciones personales reales el lugar donde se vive la fe y, por tanto, la estructura base de la Iglesia. Lo que teológicamente está en juego en las iglesias domésticas no es la sacralización de una estructura social (en este caso la casa/familia), sino la búsqueda de una posibilidad social para que se establezcan los vínculos de fraternidad y vida nueva que expresen la fe en Jesucristo. Las iglesias domésticas expresan un valor cristiano fundamental: la existencia, como estructura base de la Iglesia, de comunidades humanas en las que sea posible la relación interpersonal, la comunión de la fe y la participación efectiva de sus miembros. Tales comunidades tienen que evitar el exclusivismo y el enclaustrase en sí mismas: es necesaria la participación y el intercambio efectivo con unidades más amplias de la vida eclesial. 4.- En este sentido, algo que se detecta muy fuertemente en las comunidades paulinas, con su inherente nivel de conflictividad, es el hecho de que son comunidades movidas por la inclusión y la transversalidad de forma que las comunidades no están formadas por subgrupos “a distinta velocidad” que podrían conllevar privilegios o segregaciones. Es la comunidad, entendida como un todo social y fraterno, un “cuerpo”, el ámbito privilegiado y destacado de las sinergias de sus miembros. En fin, las comunidades paulinas combinaban y respondían a tres aspiraciones muy sentidas en aquel tiempo: el carácter voluntario, de modo que cualquiera pudiese libremente participar; la base doméstica, que proporcionaba un marco de relación interpersonal consistente y un asentamiento sobre una estructura social muy sólida; y la aspiración a una fraternidad universal que cautivaba a las mentes de las gentes 38
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 4.- La primera comunidad de Jerusalén
educadas al modo greco-romano y de muchos judíos. Sociológicamente el elemento distintivo de las comunidades de Pablo y, en buena medida, la razón de su éxito radicó en la combinación de estos tres elementos, que pueden actuar como referencia para nuestras modernas comunidades.
4.- La primera comunidad de Jerusalén a.- Características de la comunidad judeocristiana Lo que aparece muy claramente es la conciencia de constituir la comunidad escatológica, sobre la cual la efusión del Espíritu, prometido para los últimos tiempos, ya se ha convertido en realidad. De ahí, la antigua designación de “los santos” (Hch 9,13.32.41; 26,10), que, incluso cuando Pablo la aplica a todos los creyentes (Rom 1,7; 1Cor 1,2 y passim) guarda en él también, en algunos contextos, su referencia original a la Iglesia Madre de Jerusalén (Rom 15,25s.31; 1Cor 14,33; 16,1; 2Cor 8,4; 9,1.12). Esta santidad está subrayada también en Hechos mediante la descripción de la vida de los primeros cristianos (Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16): éstos nos dan luz sobre la promesa formulada de antiguo por la Ley (“no habrá ningún pobre entre los tuyos”: Dt 15,4), cosa que nunca había ocurrido por causa de la debilidad del pueblo (Dt 15,7.11), pero que ahora se ha hecho realidad (Hch 4,34) en la comunidad santa suscitada por la efusión del Espíritu. Como punto de inicio de la vida nueva está el bautismo, mencionado en todas las corrientes de tradición y del que Pablo habla como de algo bien conocido en todas las comunidades, tanto en lo referente a su contenido ritual como en lo referente a su significación (Rom 6,3). El bautismo cristiano conserva también su significación escatológica: expresa la toma de conciencia de que el juicio de Dios va a llegar sobre el mundo pecador; el creyente se somete a él anticipadamente, expresando su deseo de conversión, reconociendo su pertenencia a este mundo de muerte, del que sólo la acción de Dios puede arrancarlo. Pero el bautismo cristiano añade la referencia a Jesús muerto y resucitado: en él el juicio de Dios sobre el mundo y la salvación final se han hecho realidad, una realidad de la que se participa por medio de la fe. En el centro de la vida de la comunidad está la cena eucarística, celebrada en un clima de “alegría” (Hch 2,46s), el gozo de la salvación escatológica; la cena eucarística es memoria de la muerte y de la resurrección del Señor, fuente de unidad entre los creyentes y espera de su venida ardientemente deseada. Estos nuevos elementos, decisivos, concernientes a la fe, a la liturgia y a la vida común, no se traducen, sin embargo, en una separación de la comunidad amplia de 39
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Israel. Desde un punto de vista sociológico, el grupo cristiano se presenta como uno de los variados grupos existentes dentro del pueblo elegido (ver Hch 24,5.14 y 28,22). Pero desde el punto de vista teológico, ya están presentes elementos nuevos, de tal forma decisivos que, en caso de conflicto con las autoridades o con la mayoría del pueblo, se convierten en referencia prioritaria. La novedad proclamada es interpretada como el cumplimiento de las esperanzas judías y el grupo cristiano, minoritario numéricamente, está aún animado por la esperanza de llegar a conducir a la fe en Jesús a la totalidad de Israel. Y es que, en esta fase, debemos suponer la plena observancia de la Ley y la ausencia de cualquier iniciativa misionera a los paganos.
b.- La información brindada por los Hechos de los Apóstoles El libro de los Hechos de los Apóstoles reflexiona sobre el período de los orígenes del Cristianismo que va del año 30 al 60 dC, es decir, el período que media entre la Resurrección de Jesús y la progresiva institucionalización de la Iglesia, posterior a los años 70 dC. La comunidad cristiana en este período, tal como aparece en Hechos, tiene 4 características sobresalientes: está animada por el Espíritu, está dotada de un enorme dinamismo misionero, está basada en una doble “koinonía”, de comunión y solidaridad, y se estructura en pequeñas comunidades domésticas. Lucas escribe su obra en el momento en que se van institucionalizando los diferentes modelos de Iglesia y ofrece su punto de vista a tener en cuenta para que la organización eclesial responda a la experiencia de Jesús y de las primeras comunidades, pues es la institución de la Iglesia, no su institucionalización, la que está unida al Jesús histórico. El tiempo después de la Resurrección de Jesús es el tiempo privilegiado del Espíritu y esto es lo que rescata Hechos. En 70 ocasiones aparece el término “pneuma”, lo cual significa la quinta parte de todas las recurrencias en el NT. El que Lucas vaya prescindiendo de los personajes (Bernabé, Pedro, el mismo final del libro con Pablo) a medida que avanza la obra se debe a que no tiene ningún interés en estos hombres como tales hombres, sino en ellos como “vehículos del Espíritu”, porque él es el protagonista. Por eso muchos llaman a Hechos el “Evangelio del Espíritu Santo” o “Hechos del Espíritu Santo”. El germen de lo que será “la iglesia madre de Jerusalén” es también un movimiento esencialmente misionero. En Hch 1,8 tenemos resumidas estas dos características fundamentales: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra”. La doble “koinonía” aparece con claridad en los famosos e idílicos sumarios de comunidad (Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). En fin, aparece como estructura fundamental la pequeña comunidad doméstica: los movimientos decisivos de Hch se realizan en estas pequeñas comunidades que se reúnen en las casas: la pri40
2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 4.- La primera comunidad de Jerusalén
mera comunidad apostólica se reúne en una casa (1,12-14) y es en esa casa donde se vive la experiencia de Pentecostés (2,1-4); la comunidad ideal después de Pentecostés tiene su centro en las casas, donde se celebra la Eucaristía (2,42-47); es la pequeña comunidad la que permite resistir la persecución (4,23-31); la diakonía o servicio se organiza en las casas (6,1-6); la persecución del movimiento de Jesús es por las casas (8,3); la primera comunidad gentil convertida es la casa de Cornelio (10,1-48); existe una comunidad que se reúne en casa de María, la madre de Juan Marcos (12,12-17); Pablo funda pequeñas comunidades en las casas: en Filipos (16,11-40), en Tesalónica (17,1-9), en Corinto (18,1-11); en una casa de Tróade la comunidad vive la experiencia de la Palabra, de la Eucaristía y de la Resurrección (20,7-12); en Cesarea encontramos una comunidad de mujeres profetas (21,8-14); Pablo llega en Jerusalén a la casa-comunidad de Mnasón (21,17-20) y la última comunidad de Pablo en Roma es en una casa (28,30-31). Detendremos nuestra mirada en la primera parte del libro (1,12-5,42), donde el autor, escribiendo con auténtica filigrana 10, muestra de manera espléndida los primeros momentos de la comunidad cristiana que ejercería un papel predominante en los primeros decenios del cristianismo.
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Para ser conscientes de este modo finísimo de escribir basta atender a la estructura literaria: A: Constitución de la comunidad: 1,12-2,47 a.- sumario: 1,12-14: la comunidad antes de Pentecostés b.- narración: 1,15-26: constitución de los Doce b’.- narración: 2,1-41: Pentecostés a’.- sumario: 2,42-47: la comunidad después de Pentecostés B: Manifestación de la comunidad en Jerusalén: 3,1-4,31 Narración en 4 actos: 1.- curación de un tullido: 3,1-10 2.- anuncio de la resurrección: 3,11-26 3.- represión: 4,1-22 4.- reunión de la comunidad: 4,23-31 A’: Consolidación de la comunidad: 4,32-5,16 a.- sumario: 4,32-35 b.- narración: 4,36-37: Bernabé b’.- narración: 5,1-11: Ananías y Safira a’.- sumario: 5,12-16 B’: Reconocimiento de la comunidad: 5,17-41 Narración en 4 actos: 1.- prisión y liberación de los apóstoles: 5,17-21a 2.- reunión del sanedrín y testimonio de los apóstoles: 5,21b-33 3.- intervención de Gamaliel y acuerdo del sanedrín: 5,34-39 4.- represión y liberación de los apóstoles: 5,40-41 Sumario conclusivo de la 1ª parte: 5,42
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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b.1.- La constitución de la comunidad Comienza la andadura de los discípulos de Jesús. Hay que destacar, de entrada, el sentido de continuidad que caracteriza a la eclesiología de Lucas: la comunidad está íntimamente relacionada con lo que le antecedió, con la misma persona de Jesús: el mismo Jesús que en la noche de Pascua ascendió a los cielos poniendo fin al tercer evangelio (Lc 24,51), reaparece en la escena terrenal al comienzo de Hechos, con lo cual Él mismo presenta claramente lo que sigue, convirtiendo en esencial la existencia de la Iglesia hasta la definitiva venida futura del Reino: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Esta frase de Jesús, a nivel narrativo, crea la tensión narrativa respecto al inquietante y peligroso apoyo del Sanedrín en Hch 5,39, con el que concluye el relato de forma ambigua (cf. 5,42 + 6,1). b.1.1.- Pentecostés No estamos en el momento fundante de la comunidad, sino en el transformante. El relato de Pentecostés está admirablemente construido y tiene una fuerza fundante y transformadora. La irrupción del Espíritu es la consecuencia directa, histórica y visible de la resurrección y exaltación de Jesús (Hch 2,33). Todo lo que Lucas narra hasta Hch 2,1 está orientado al pasado: regreso a Jerusalén y al Templo, constitución de los Doce (restauración del nuevo pueblo de Israel); ahora Lucas retoma los primeros versículos del libro (cf. Hch 1,1-8) y proyecta el movimiento de Jesús hacia el futuro. El relato lucano de Pentecostés une dos relatos distintos: uno más primitivo y tradicional (Hch 2,1-4 y 12-13) y otro más evolucionado y redaccional (Hch 2,511). El 1º tiene un carácter carismático: hay viento impetuoso y lenguas como de fuego, y eso acontece en una casa; el 2º es más profético y misionero: ya no se trata de hablar en lenguas (glosolalia), sino de un don profético: los presentes hablan en arameo y cada cual los entiende en su propia lengua nativa; el milagro no está en el hablar sino en el escuchar (el texto insiste por 3 veces en esto: 2,6.8.11); el escenario no puede ser ya una casa, sino un espacio abierto. Los símbolos usados por Lucas como señal de presencia del Espíritu, el viento impetuoso y el fuego, muestran la “violencia” del Espíritu necesaria para transformar el grupo presente (la asamblea de 120) y reorientar la primera comunidad desde una posición restauracionista hacia una posición profética y misionera. Son elementos que transforman a su paso aquello con lo que entran en contacto y simbolizan ese dato de transformación de la comunidad, de cambio de
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2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 4.- La primera comunidad de Jerusalén
perspectivas; por otra parte, el viento empuja hacia delante (siguiendo su dirección) y el fuego hace desaparecer lo que quema: se vehicula, pues, un algo que tiene que desaparecer y un dejarse llevar hacia otras metas. Los representantes de los pueblos (nativos, habitantes, forasteros) vienen de todas las regiones de la Tierra, de las culturas antiguas de oriente (partos, medos, elamitas), de los pueblos establecidos en torno a Judea en el este (Mesopotamia), el norte (Asia, Capadocia, Ponto, Frigia y Panfilia) y el sur (Libia y Egipto), y de las poblaciones que se desplazan hacia oriente (Arabia) y occidente (Creta), cuyo centro es Roma. En Pentecostés cada pueblo conserva su lengua y su cultura, que no son obstáculo para la comprensión de la Buena Noticia. Al revés, hay una clara llamada a hacer real la famosa inculturación del Evangelio. b.1.2.- Sumario de comunidad (2,42-47 + 4,32-35 + 5,12-16) Estamos ante los típicos recursos literarios de Lucas, los sumarios, utilizados para generalizar hechos concretos y representar una situación global y permanente. Los 3 sumarios sobre la vida de la comunidad tienen como texto básico la frase de 2,42-43 (fuente primaria de Lucas). No nos cuentan hechos aislados, sino acciones permanentes y fundantes. 1.- Eran perseverantes en la enseñanza de los apóstoles: la enseñanza (“didajé”) se refiere al Evangelio: “a todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio” (1,1); los apóstoles son aquellos que anduvieron con Jesús y que son testigos de la resurrección (cf. 1,21-22). La comunidad se funda en el testimonio directo de los discípulos de Jesús: la “memoria histórica” de Jesús es lo 1º que funda y da identidad a la comunidad.
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2.- Eran perseverantes en la comunión: la “koinonía” está desarrollada en los 3 sumarios. Tiene dos dimensiones: una subjetiva, la “koinonía de comunión”, expresada con la fórmula “tenían un solo corazón y una sola alma” (4,32), es decir, constituían un solo cuerpo; otra objetiva, la “koinonía de solidaridad”, más compleja, que puede resumirse en 3 realidades fundamentales: a) tenían todo en común (2,44-45; 4,32.34-35): había, por tanto, comunidad de bienes; b) se repartía a cada uno según su necesidad (2,45; 4,35); c) en consecuencia, no había necesitados entre ellos (4,34). Es difícil reconstruir la organización económica de una comunidad ampliada progresivamente (3000 en 2,41; 5000 en 4,4; “una multitud de hombres y mujeres” en 5,14), pero es básico mantener el espíritu de tal organización, que puede resumirse así: cada cual daba según su posibilidad, cada cual recibía según su necesidad, no había necesitados entre ellos. Esto es lo principal: la ausencia de necesitados. 3.- Eran perseverantes en la fracción del pan y en las oraciones: la Eucaristía se celebraba en casa, en el contexto de una comida (Lc 22,14-20; 24,28-31; 1Cor 10,16-17; 11,17-32), en oposición al culto del Templo, aunque esas oraciones, si se refieren a los Salmos, podían tener como escenario el Templo. El testimonio de los seguidores, la solidaridad efectiva y la eucaristía festiva son las tres actividades básicas de la comunidad después de Pentecostés, que tienen por escenario la casa, lugar donde se vive la pequeña comunidad y donde nace la iglesia doméstica. 4.- Los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales: los discípulos continúan las prácticas poderosas de Jesús porque Dios está con ellos como estaba con Jesús. Son prácticas liberadoras, en función del Reino de Dios. Lo importante no es el carácter milagrero, sino el poder de Cristo resucitado y del Espíritu, que se revela en la práctica de los apóstoles. También este aspecto es básico en la 1ª comunidad y, como los anteriores, “normativo” para la Iglesia de todos los tiempos. b.2.- La manifestación de la comunidad La fuerza de la narración estriba en la totalidad de los 4 actos que nos presenta Lucas en la sección: las obras y palabras de la nueva comunidad (en ciernes) provocan el rechazo y persecución de las autoridades y la cohesión vital y espiritual de la misma comunidad, que es refugio y atalaya. Destacamos la 1ª acción, la curación del tullido (Hch 3,1-10). Pedro y Juan suben al Templo a la hora nona, la del sacrificio de la tarde (15,00), como si estuvieran integrados en la organización litúrgica del Templo. Un necesitado se les atravie44
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sa en el camino y les cambia el programa. Hay un encuentro profundo, expresado con la mirada, entre Pedro (la comunidad, la Iglesia) y el tullido (los pobres y necesitados). Pedro no tiene oro ni plata, sino “únicamente” la fuerza del Resucitado y su Espíritu, que sana al tullido con una orden y un gesto: le da la mano y lo levanta (ecos de la resurrección). Luego vendrá el discurso en el Templo: la práctica liberadora de Pedro (curación) precede a su discurso (anuncio de la resurrección). Ambos elementos desatan la intervención de las autoridades judías (los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo, los saduceos = poder religioso, militar, político). La presión se hace mayor “al día siguiente”: el contexto institucional es extremadamente axfisiante y amenazador: Jerusalén (nombre sacro de la ciudad), Sanedrín, las más altas autoridades (jefes, ancianos, escribas, los sumos sacerdotes Anás, Caifás, Jonatán y Alejandro, y otros de la estirpe de los sumos sacerdotes)… Pero la fuerza del Espíritu Santo podrá con ello y capacita extraordinariamente a Pedro y Juan con la valentía (“parresía”) que derrota claramente a tantas autoridades (4,13-17). Como no pueden rebatir a los apóstoles, recurren a lo único que pueden manejar: la amenaza (cf. Jn 11,45-54). Pero la respuesta de Pedro y Juan es formidable: “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20; cf. 1Jn 1,1-4). Cuando se tiene una experiencia tan profunda, no se puede no manifestarla con energía. La reunión litúrgica de la comunidad (Hch 4,23-31) es, junto con 1Cor 11,23-27, el testimonio más antiguo de las reuniones de las comunidades primitivas. Podemos observar la siguiente estructura: a) reunión y análisis de lo sucedido (4,23); b) oración (4,24) que sigue durante toda la reunión; c) lectura de la Palabra: Salmo 2,1-2 (4,25-26); d) comentario, en comunidad y en oración, de la Palabra (4,27-28); e) oración de petición (4,29-30); f) experiencia comunitaria del Espíritu (terremoto) (4,31a); g) acción: predicar la Palabra con valentía (4,31b). Es un paradigma de comunidad misionera. b.3.- La consolidación de la comunidad Igualmente en esta sección la fuerza radica en los 4 elementos tomados en su conjunto: los sumarios de comunidad enmarcan dos casos de discipulado, uno (Bernabé) positivo; el otro (Ananías y Safira) negativo. Pese al elemento negativo (más desarrollado a nivel textual), la comunidad cristiana prosigue firme, consolidada, en su labor salvífica… El sumario con que comienza la sección (Hch 4,32-35) está en continuidad con Hch 2,42-47, pero aquí se concreta lo que se vendía: campos y casas. No se trata de gente rica que se desprende de sus bienes superfluos, sino de discípulos que dejan todo aquello que los ata a un lugar (tierra y casa) para ser libres por causa del Reino. 45
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Una expresión importante es la de “poner a los pies de los apóstoles” lo obtenido por la venta: aparece en 3 ocasiones (4,35.37; 5,2) y nos muestra una mayor organización de la comunidad, en la que los apóstoles, en su dimensión de testigos, ocupan un papel relevante (poner algo a los pies de alguien significa reconocer la autoridad de ese alguien). El ejemplo positivo lo protagoniza Bernabé; es su presentación en el libro y aparecerá más tarde jugando un papel fundamental en la apertura de la Iglesia a los paganos. El acto que se nos relata no es sólo un acto de desprendimiento, sino más bien de una ruptura con el pasado: al vender su campo de Jerusalén, rompe con la oficialidad judía y entra en la nueva experiencia misionera de la comunidad cristiana animada por el Espíritu. Todo lo contrario ocurre con Ananías y Safira, que no acaban de romper con lo anterior. La extrema dureza del relato nos permite pensar que estamos ante unos ejemplos simbólicos que permiten tomar partido a Lucas: Bernabé encarna a la corriente de los Helenistas, que rompen con la institucionalidad judía; Ananías y Safira, que retienen parte del dinero, simbolizan a la corriente de los Hebreos: quieren participar de la vida de la nueva comunidad cristiana, pero sin romper del todo con la religión judía oficial: la vida de la 1ª comunidad cristiana, tal como se ha descrito en los sumarios, exige entrega total. Una última observación está referida a los jóvenes que entierran al matrimonio. En Hch 5,6 son llamados los “más nuevos” y en Hch 5,10 los “jóvenes”. En Hch 2,17 los jóvenes reciben el Espíritu: sin duda, estos personajes representan la comunidad del futuro (la “iglesia”, 1ª vez que aparece el término en el libro: Hch 5,11), esa comunidad que Ananías y Safira no quieren aceptar por su apego a la vieja institucionalidad del Templo y la Ley. Son los jóvenes los que entierran un viejo proyecto y aseguran la consolidación de la nueva comunidad. b.4.- El reconocimiento de la comunidad Otra vez la persecución. Ya había aparecido en Hch 4,1-22 (Pedro y Juan) y ahora son todos los apóstoles los que son conducidos a la cárcel. En Hch tenemos 3 relatos de cárcel: aquí (con los apóstoles), en el capítulo 12 (con Pedro) y en el capítulo 16 (con Pablo). La memoria de la cárcel estaba viva en la Iglesia de Lucas, debió ser una experiencia corriente en los primeros tiempos. Pero dicha memoria va unida siempre a la liberación. Del testimonio de los apóstoles en el sanedrín, destaca la palabra obediencia (a Dios): al comienzo (Hch 5,29): “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”; al final (Hch 5,32): “Dios ha dado el Espíritu Santo a los que le obedecen”. Esto significa que el sumo sacerdote (máxima autoridad religiosa) ya no representa la volun-
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tad de Dios (obedecer a Dios conlleva desobedecer a la máxima autoridad religiosa) y, además, por obedecer a Dios se recibe el don del Espíritu Santo. Por otra parte, hay en todo el relato una clara insistencia en que los apóstoles enseñan al pueblo en el Templo, desobedeciendo explícitamente a lo ordenado por las autoridades (Hch 5,28), pero sin acabar de salir de ese ambiente judío. Quizá por eso reciban una sorpresa: el apoyo de Gamaliel, fariseo, maestro de la ley (25-50 dC) que, con argumentos impecables, logra aplacar toda la rabia de los saduceos. Probablemente nos hallamos ante un hecho real, pero nos plantea muchas preguntas. Jesús fue condenado a muerte en el sanedrín; ahora sus apóstoles salvan su vida por la intervención de un maestro de la ley fariseo. Posiblemente, los apóstoles resistieron la furia de los saduceos gracias al apoyo del partido fariseo. Cuadra bien con la problemática general de la primitiva Iglesia y con Hch 15,3 (“algunos del secta de los fariseos habían abrazado la fe”) o Hch 21,20 (“cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe y todos son celosos partidarios de la ley”). Pero ¿cuál iba a ser el precio? El sumario conclusivo nos señala la proclamación del Evangelio “en el Templo y por las casas”. Termina la 1ª parte de Hechos y los apóstoles se debaten entre seguir en la ortodoxia judía y dejarse llevar por la fuerza del Espíritu (Templo – casas). De hecho no salen de Jerusalén (cf. la orden de Jesús en Hch 1,8). El apoyo de Gamaliel y la aprobación del Sanedrín deja a los apóstoles encerrados y entrampados en Jerusalén. Otros serán los que lleven la Palabra a otros lugares. Y pronto veremos las consecuencias… El conflicto entre hebreos y helenistas dará lugar a la creación de nuevos ministerios e, indirectamente, a la expansión misionera fuera de Jerusalén.
c.- Significatividad de la comunidad jerosolimitana para nuestras comunidades hoy 1.- La dimensión espiritual y la mirada hacia delante: en la primera comunidad aparece la tensión entre la tendencia restauracionista, preocupada por el pasado, y la “violencia” (viento y fuego) del Espíritu que empuja adelante, hacia el futuro, hacia la misión en continuidad con la experiencia liberadora de Jesús. La vieja tendencia es restrictiva (cf. las condiciones de Pedro para ser apóstol), pero el Espíritu es universal (todas las naciones, toda carne [Hch 2,17], para los de lejos [Hch 2,39]). Si es verdad que nuestras comunidades tienen que mirar al pasado con una profunda actitud de agradecimiento por todo lo heredado, no lo es menos que han de dejarse llevar por la fuerza impulsora y creativa del Espíritu, que radica precisamente en discernir nue47
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vos caminos de evangelización y nuevas plataformas misioneras para que la oferta de salvación de Jesús se haga inteligible y atrayente a todas las gentes. 2.- Las columnas que cimentaban la primera comunidad se presentan sumariamente porque tienen la pretensión de ser elementos básicos de toda comunidad cristiana en todo tiempo. En este sentido, cabe una reflexión sobre la relevancia de contar con testigos en nuestras comunidades, y el papel que éstos han de jugar en ellas. Si la vida de la primera comunidad no podía entenderse sin la aportación de “aquellos que anduvieron todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros” (cf. Hch 1,21), tampoco la vida de nuestras comunidades puede ser tal sin “la enseñanza” que proporcionan aquellas personas que tienen experiencia de Jesús. De igual modo, hay que insistir en la importancia de los ejercicios de solidaridad (hay que recrear por completo ese “pasar el cepillo” que a duras penas expresa el ejercicio de “koinonía” y fortalecer y ampliar más y más proyectos de colaboración solidaria, como ya se hace en numerosas parroquias de nuestra diócesis). Respecto a la Eucaristía, tiene que volver a ser el corazón de la experiencia comunitaria y diferenciarse de las “misas”, que en muchos casos podrían convertirse en celebraciones de la palabra u otro tipo de oraciones que facilitaran comunicaciones y expresiones de fe más generalizadas. Todo lo que la comunidad “se juega” en la Eucaristía no puede quedarse en la cadenciosa rutina de cada día. Finalmente, hay que multiplicar las prácticas liberadoras: la comunidad cristiana fue entonces y debe ser hoy una verdadera “caja de resistencia” frente a esta globalización neoliberal, cruel y descarnada, que deja una multitud de personas y pueblos en las cunetas del progreso, de la civilización y de la historia. 3.- La comunidad jerosolimitana tenía puesto bien el orden: a la curación sucede el anuncio, es decir, éste basa su fiabilidad en un comportamiento liberador, en continuidad con el propio Jesús de Nazaret. Y los conflictos que genera en la estructura de poder (político y/o religioso) son sobrellevados y encuentran respuesta en la propia vida interna de la comunidad. Es un paradigma para la acción y testimonio de la Iglesia hoy. Así que no podemos pensar en una Iglesia libre de conflictos, sino en una en donde los conflictos se viven de manera distinta que en el resto de la sociedad, en base a la comunicación sincera y a las virtualidades de la Palabra de Dios.
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2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos 5.- Conclusión
4.- Aparece el término “parresía” (audacia, valentía, claridad, decisión, franqueza…) como actitud característica de los apóstoles. En tiempos de crisis como los que vivimos, en los que “refugiarse dentro” no es sólo un peligro interno de la comunidad sino también una “exigencia” hecha por los poderes públicos, esa “parresía” se convierte en virtud indispensable porque, sin ser arrogancia o despecho, supone hacer frente al sistema social imperante desde una condición samaritana, es decir, efectiva a favor de los “asaltados en el camino”. Bien harían nuestras comunidades en discernir cuáles son y en qué aspectos los “asaltados”, para actuar con esa audacia primitiva construyendo para ellos un horizonte de esperanza.
5.- Conclusión Llegados a este punto final, quizá tengamos la sensación de que se nos propone algo verdaderamente imposible. No estamos en los mejores tiempos. Pero, como afirma D. Bonhoeffer, “no debemos proponernos lo imposible, ni atormentarnos por no ser capaces de cargarlo sobre nuestras espaldas. No somos señores, sino instrumentos en manos del Señor de la historia... no somos Cristo, pero si queremos ser cristianos, esto significa que debemos participar de la amplitud del corazón de Cristo con un acto responsable que, en libertad, no deja pasar la ocasión y afronta el riesgo; y con una auténtica compasión, que no nace del miedo sino del amor liberador y redentor de Cristo hacia todos los que sufren”. “Lo que necesitaremos – dice también – no serán genios, ni menospreciadores de hombres ni sagaces tácticos, sino personas sencillas, humildes y rectas”: “puede ser que el día del juicio final despunte mañana mismo: entonces dejaremos con gusto de trabajar para un futuro mejor, pero antes no”. Si algo queda claro del recorrido hecho por las primitivas comunidades cristianas es la fuerza de su experiencia de Jesús, una fuerza que hace escribir incluso a cristianos de tercera generación frases tan impactantes como el prólogo de 1Jn. Esa experiencia de Jesús es la que tenemos que recuperar en nuestras comunidades cristianas. Hace ya unos 20 años, M. Légaut escribió su libro “Creer en la Iglesia del futuro”. En él, este controvertido autor señala la diferencia entre una “religión de autoridad” y una “religión de llamada”, que podríamos transformar en una “religión de cumplimiento” y una “religión de experiencia”. Pues bien, el sentido comunitario sólo podrá crecer allí donde exista verdaderamente una auténtica experiencia del Dios de Jesús, un Dios manifestado como fuerza de amor que no dice tanto “tú debes” cuanto “tú puedes”.
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Sumario 1.- Marco de referencia 2.- Los orígenes de la comunidad cristiana a.- La pluralidad y unidad en el cristianismo primitivo b.- El movimiento de Jesús b.1.- El proceso propuesto por Marcos b.2.- Características del movimiento de Jesús c.- Significatividad del movimiento de Jesús para nuestras comunidades hoy 3.- La comunidad cristiana en los ambientes helenistas a.- Características generales propias b.- Las comunidades paulinas b.1.- La vida en la comunidad b.2.- La vida en casa y en familia b.3.- La vida en la “polis” c.- Significatividad de las comunidades paulinas para nuestras comunidades hoy 4.- La primera comunidad de Jerusalén a.- Características de la comunidad judeocristiana b.- La información que nos brinda Hechos de los Apóstoles b.1.- La constitución de la comunidad b.2.- La manifestación de la comunidad b.3.- La consolidación de la comunidad b.4.- El reconocimiento de la comunidad c.- Significatividad de la comunidad de Jerusalén para nuestras comunidades hoy 5.- Conclusión
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3. Materiales sobre el Objetivo 3º del Plan Diocesano de Evangelización 3.1. Seguimos a Jesús en comunidad 3.2. Casa y escuela de oración 3.3. “Tomar la palabra” en comunidad 3.4. Los pobres en la comunidad 3.5. Comunidad y Eucaristía
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3.1. Seguimos a Jesús en comunidad El seguimiento de Jesús implica una incorporación y participación en la comunidad cristiana. De algún modo el seguimiento de Jesús ha de ser vivido comunitariamente. La experiencia de comunidad es una dimensión esencial de la experiencia cristiana; el cristianismo no se puede vivir de forma exclusivamente individual. En el Nuevo Testamento se refleja bien la estrecha vinculación entre el seguimiento de Jesús y la formación de la comunidad de seguidores y seguidoras, primero en torno a la persona de Jesús y posteriormente animados por la fe en Cristo Resucitado y el recuerdo de su vida. Los evangelios, el libro de los Hechos, las cartas,…vinculan el seguimiento de Jesús con la incorporación y participación en la comunidad.
¿Sigues a Jesús? ¿Cómo es tu comunidad?
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1. La comunidad de Jesús La Iglesia hunde sus raíces en la comunidad que Jesús suscita a lo largo de su vida terrena. La comunidad que va formando Jesús antes de su muerte y resurrección, es la célula matriz de la futura Iglesia, de la Iglesia nacida en Pentecostés por la efusión del Espíritu. En la etapa prepascual el seguimiento de Jesús no se expresó en un único estilo de vida asumido por todos sus seguidores y seguidoras. Unos le siguieron estrictamente, compartiendo con Él un estilo de vida itinerante radicalmente desinstalado. Así le acompañaron en su deambular por Galilea y en su subida a Jerusalén. Otros marcharon tras Él de forma más ocasional; y otros, en fin, se vincularon al movimiento de Jesús como simpatizantes, permaneciendo en sus casas, pero manteniendo una relación fecunda de complementariedad con los primeros. Jesús comparte con todos ellos gestos y prácticas comunitarias de forma reiterada: encuentros personales, convivencia distendida, oración, y sobre todo mesa compartida... Estos hechos pertenecen al núcleo histórico de los evangelios e indican que el seguimiento de Jesús implica alguna forma de incorporación a la comunidad de seguimiento, aunque haya distintos niveles y formas de incorporación y participación comunitaria. De la comunidad de seguidores de Jesús también forman parte, de alguna manera, aquellos que aceptan el mensaje de Jesús aunque permanecen en sus aldeas y ciudades de Galilea, Judea o la Decápolis, aguardando activamente el reino de Dios. Viven esparcidos por todo el país y reciben a Jesús con una hospitalidad que hace posible la misión. Entre estos están: Zaqueo (Lc 19,8), José de Arimatea (Mc 15,43), Lázaro y sus hermanas (Jn 11,1)... En los más diversos lugares de Israel hay personas que han acogido el mensaje de Jesús y que acogen también a sus enviados, constituyendo así una red de misión evangelizadora (Mt 10, 2-13). Pero Jesús reúne además a doce discípulos, de procedencias y personalidades diversas, “para que estuviesen con él y anunciasen el reino”(Mc 3,14). Un grupo más amplio de discípulos sigue también a Jesús, comparten su modo de vida y su suerte junto con los doce, en su vida itinerante, respondiendo a un llamamiento del Señor. Entre estos conocemos a Cleofás (Lc 24,18), José Barsabás y Matías(He 1,23), y también varias mujeres: María Magdalena, Juana, Susana, María y Salomé (Lc 8,1-3; Mc 15-40-41). Este grupo, como los doce, participan de la tarea de reunir y reconstruir el pueblo de Dios. Representan simbólicamente lo que debiera haber sucedido con la totalidad de Israel: conversión a un nuevo orden de vida, entrega completa al Reino y reunión en una comunidad de hermanos y hermanas. 54
3.1.Seguimos a Jesús en comunidad 2.- El reencuentro con Jesús resucitado
El rasgo fundamental de todos los miembros de esta comunidad es la vinculación personal a Jesús, lo que conlleva asumir personalmente y como grupo la misma vida y el espíritu de Jesús, los valores del Reino, expresados por los relatos evangélicos en el sermón del monte (Mt 5-7). Jesús habla y se dirige a hombres y mujeres concretos, cada uno de ellos ha de tomar su decisión de fe; tienen que decidir personalmente sin que nadie pueda sustituirles en ese compromiso. Pero Jesús se preocupa de la comunidad, no como suma de muchos individuos, sino como representación del nuevo Israel, como señal de salvación para todos los pueblos. Estos hombres y mujeres por su vinculación comunitaria, como nuevo pueblo de Dios, hacen patente la dimensión social del Reino de Dios en la historia humana. Jesús reúne en torno suyo a personas que son para él la nueva familia compuesta por los que cumplen la voluntad de Dios (Mc 3,31-35). Entre los rasgos fundamentales de esa comunidad de seguidores de Jesús sobresalen: la renuncia a las estructuras de poder y riqueza del mundo, el rechazo de la violencia y la apertura de la comunidad a los excluidos en Israel (mujeres, publicanos, pecadores, samaritanos…). El grupo de los discípulos de Jesús vive la comunidad de amor que viene del amor de Dios a los marginados de Israel, convirtiéndose en signo de la irrupción del reino de Dios. El reino de Dios resplandece ya en estas personas: son una comunidad de hermanos en la que no hay sitio para el dominio de unos sobre otros (Mt 23,9; Mc 10,30) y en la que lo importante es el servicio a los demás (Mc 10,42-45). En la última cena, las palabras de Jesús a sus discípulos muestran que ante su muerte inminente no vacila su esperanza en la venida del Reino (Mc 14,25). Y al beber todos de la misma copa de Jesús expresan en este signo de comunión la voluntad de permanecer unidos después y más allá de la muerte (Mc 14,24).
2. El reencuentro con Jesús resucitado La resurrección es la respuesta de Dios Padre a la entrega de Jesús hasta la muerte en cruz. Tiene el valor de rúbrica divina del itinerario humano de Jesús, su mensaje, su manera de vivir y de morir. La resurrección ratifica que Jesús es el revelador de 55
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la voluntad de Dios: que ofrece gratuitamente el perdón a los pecadores, que los necesitados son sus preferidos, que Dios es como Jesús lo mostró en su palabra y sus obras, amor sin límites, defensor de los pobres, amigo de los hombres; en una palabra, Abbá. Él llamó Abbá a Dios, y Dios lo muestra con su poder como el Hijo amado. La resurrección de Jesús no es simple retorno a la vida temporal. Los relatos de apariciones muestran la situación singular del cuerpo de Jesús. Estamos en otro orden de realidad y de acontecer. El acontecimiento de la resurrección de Jesús no es la revivificación de un cadáver sino una transformación radical. La resurrección rompe el "continuo espacio-temporal" de la historia y del cuerpo de Jesús, pero no la continuidad de la persona, como aparece en los encuentros de Jesús con los apóstoles. El misterio consiste en que el que fue crucificado vive, ha resucitado, está de nuevo en pie, ha sido exaltado. La resurrección no abre un tramo de tiempo añadido portentosamente a la vida temporal de Jesús; es la entrada en la Vida nueva y eterna. Podemos decir que Jesús, vencedor de la muerte, tiene un pie en la historia y otro en la gloria del Padre. En la historia quedan los signos, pero al resucitar entra Jesús en el Reino consumado de Dios. La resurrección de Cristo es el quicio del cristianismo. "Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también nuestra fe"(1Cor 15,14). La verdad del cristianismo reposa en última instancia en la realidad de la resurrección del Señor. Sin la resurrección personal de Jesús es impensable la "resurrección" de la fe de los discípulos. La causa del Reino de Dios, anunciado por Jesús, siguió adelante porque el Crucificado ha resucitado, porque quien lo hizo presente y operativo con sus obras y palabras, superando todas las expectativas humanas, está vivo para siempre. La experiencia de los discípulos a los pocos días de haber sido crucificado Jesús les hace exclamar: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24,34). Esto significa que está vivo el mismo Jesús a quien habían sepultado. Los apóstoles no ven un fantasma producto de su imaginación; al margen de todas sus expectativas, viene a su encuentro Jesús, a quien habían dado por definitivamente desaparecido. Los apóstoles atestiguan las palabras y los hechos de Jesús, y particularmente su resurrección. Su testimonio está garantizado no sólo por conocer de primera mano el recorrido público de Jesús, sino sobre todo por haber sido agraciados con las apariciones de Jesucristo resucitado. Es testimonio singularmente cualificado de un encuentro en la fe; no sólo testimonio fehaciente de quien tuvo la oportunidad histórica de presenciar unos hechos. Lo vivido con Jesús, antes de la pascua, y la experiencia pascual convierten a los discípulos en apóstoles, en garantes seguros y en testigos privilegiados del Señor. En 56
3.1.Seguimos a Jesús en comunidad 3.- La presencia de Jesús resucitado en la Iglesia
los relatos de apariciones se pueden distinguir dos dimensiones: el reconocimiento y la misión. Haber visto al Señor resucitado reclama ser su testigo. El encuentro personal con Jesús resucitado hace testigos y apóstoles. El apóstol no es un testigo espontáneo, sino un enviado. Los enviados unen su vivencia personal el encargo que han recibido para testificar juntos al Señor. Su experiencia particular no es la única referencia de la misión, ya que su fe es avalada y fortalecida por la vivencia de la comunidad.
3. La presencia de Jesús resucitado en la Iglesia La resurrección de Jesús no es un hecho puntual del pasado, sino una realidad presente y dinamizadora de la Iglesia y de cuantos creen en Él. Jesús ha pasado de la muerte a la vida. Vive para siempre. Si en su existencia temporal Jesús estaba en un lugar en cada tiempo -la encarnación implica este tipo de presencia- una vez resucitado y glorificado su cuerpo, está presente por el Espíritu sin las limitaciones del "continuo espacio-temporal". Ahora, tras la resurrección, la presencia del Señor en medio de los discípulos no está limitada a un espacio o tiempo particular y concreto, se hace universal en el Espíritu. Es el misterio de su presencia: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”(Mt 18,20). Jesús por la resurrección y ascensión está sentado a la derecha del Padre. Hoy somos contemporáneos de un misterio de Cristo: ha sido constituido Señor. Estar sentado a la derecha del Padre, no significa alejamiento de nosotros sino otra forma más penetrante de presencia. Porque Jesús está vivo, no sólo recordamos su pasado y esperamos su retorno, podemos también entrar en comunión con Él hoy por el amor. Cristo está presente hoy entre nosotros por su Espíritu. No sólo conectamos con Él a través de su palabra y de su vida comprometida, sino también por su actuación entre nosotros. Por eso es posible hablar de un encuentro actual con Él. No es un difunto admirable, sino un viviente presente; no es ausente añorado, sino una gozosa vivencia posible. Jesús no vive sólo en la conciencia de quienes se declaran sus seguidores; su pervivencia en la historia no se debe sólo a la memoria de sus gestos y palabras. Jesús está personalmente vivo para siempre, podemos establecer comunicación con Él, cada persona puede recibir la gracia de un encuentro actual transformador. Porque vive, podemos no sólo recordarlo, sino también encontrarnos con Jesucristo. El encuentro con el Resucitado "desata la palabra" del creyente y lo convierte con su vida entera en "palabra encarnada". Participar en la evangelización supone haber recibido vitalmente el Evangelio; si no se ha hecho la experiencia de Jesucristo 57
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por la fe, no podemos ser portadores de un testimonio realmente evangelizador. La función primordial del testigo es aportar mediante toda su vida personal la seguridad de que ha visto al Señor a quien quiere anunciar a los demás; no habla a la ligera, ya que de alguna manera lleva en sí la garantía de lo que dice. Testigo cristiano es el que tiene experiencia de un encuentro personal con Jesucristo que transforma su vida; el testigo no es repetidor rutinario y desgastado que transmite cansinamente algo que a él no le afecta en lo más hondo. En el testigo auténtico existe siempre comunicación personal, que transforma su existencia y la hace palabra viva. Lo que él ha encontrado desea que los demás lo conozcan para su bien y su salvación. A partir de la pascua, Jesús no es un miembro que deja de estar presente en la comunidad aunque pueda pervivir en su recuerdo. Jesús es el fundamento permanente de la comunidad, permanece siempre en ella y con ella. Jesús resucitado es el Viviente, está en la comunidad como el que vive y da vida. La comunidad sólo puede vivir por Él, que sigue convocándola para vivir el amor y anunciar el Reino con el nuevo dinamismo del Espíritu. Desde pascua-pentecostés la comunidad recibe el don del Espíritu, y por ese don: la confesión de la misma fe, la misión universal, los carismas, los ministerios, los sacramentos… como vínculos que potencian y consolidan la comunión eclesial. El auténtico seguimiento exige recrear, a lo largo del proceso de la historia y siempre en fidelidad al Espíritu, las actitudes fundamentales de Jesús en contextos siempre nuevos y distintos. Desde luego algo es claro: hoy no contamos ya con la presencia entre nosotros del Jesús histórico para poder seguirle como le siguieron los primeros discípulos y discípulas. Pero sí contamos con la asistencia de su Espíritu. La Iglesia ha de ser fiel a lo que Jesús puso como centro de la comunidad de sus discípulos: el amor de Dios, la unión de los hermanos, la superación de toda división o exclusión. De ahí que la comunidad como expresión última del amor y unión entre los hermanos, hijos del mismo Padre -como fraternidad- ha de ser característica esencial de la Iglesia, piedra de toque de autenticidad, de fidelidad a Jesús.
Bibliografía Gerhard Lohfink: La Iglesia que Jesús quería Desclée de Brouwer - Bilbao 1998
Luis Maldonado: La comunidad cristiana Ed. Paulinas – Madrid 1992
Ricardo Blázquez: La esperanza en Dios no defrauda (Cap II) BAC Pastoral – Madrid 2004
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3.1.Seguimos a Jesús en comunidad La Palabra de Dios
La Palabra de Dios “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada.” (Jn 15,5) “No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,16-17). “Juan tomó la palabra y le dijo: Maestro, hemos visto a uno expulsar demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no pertenece a nuestro grupo. Jesús les dijo: No se lo prohibáis, que el que no está contra vosotros, está de vuestra parte” (Lc 9,49-50). “Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20). “Poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo” (Mt 28,19-20). “Todos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Todos estaban impresionados porque eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno. Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo. Por su parte, el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes” (Hechos 2,42-47).
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Una Iglesia diocesana más comunitaria
Pistas para la reflexión y el diálogo El cuestionario que ofrecemos es tan sólo una sugerencia, abierta a todo tipo de personas y grupos eclesiales, para facilitar la reflexión y el diálogo. En cualquier caso -especialmente en el apartado del VER- ha de ser convenientemente adaptado a la situación peculiar de las personas y del grupo que lo van a utilizar. Pueden seleccionarse los puntos de mayor interés, aclarar o concretar el significado de los mismos, añadir nuevas cuestiones… y establecer la dinámica de trabajo más apropiada a cada situación. Sugerimos preparar la reflexión y el diálogo, para el JUZGAR, en un clima de oración y escucha compartida de la Palabra de Dios, dando espacio y tiempo adecuados a la interiorización y a la comunicación interpersonal. Debemos profundizar con atención en el mensaje de la Palabra, evitando la acumulación superficial de citas bíblicas como si tratara de un “refranero”. Estas pistas pretenden ayudarnos a: - Tomar conciencia de nuestros vínculos de relación o pertenencia comunitaria en el seguimiento de Jesús - Descubrir los rasgos concretos de nuestra comunidad cristiana con sus valores y limitaciones
Cuestionario VER (MIRAR ) 1. Lo mismo que en tiempos de Jesús, hoy podemos distinguir diversas formas de vinculación a la comunidad. ¿Podrías identificar algunas de ellas? ¿En cuál de ellas te sitúas tú? 2. ¿Qué rasgos son esenciales hoy en la vida cristiana para poder hablar con propiedad de seguimiento de Jesús? ¿En qué aspectos estamos más necesitados de renovación?, ¿por qué? 3. ¿Cómo describirías la comunidad cristiana concreta de la que formas parte? ¿Qué es lo que os une además de la fe? ¿Cuál es la “riqueza” y la “pobreza” de tu comunidad, sus valores y sus limitaciones?
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3.1.Seguimos a Jesús en comunidad Cuestionario
4. ¿Cuál es tu participación en la comunidad? ¿Qué es lo que compartes en ella?, ¿qué recibes?, ¿qué das a los demás? ¿Para qué sientes especialmente necesidad de la comunidad? 5. ¿Cómo es la relación de vuestra comunidad con otras comunidades? ¿En qué forma se concreta y hace visible? 6. El Documento 1 destaca la importancia de la comunidad como espacio para la transmisión de la fe y la iniciación en el seguimiento de Jesús y subraya el valor de algunas experiencias comunitarias: -
La oración compartida La confesión en común de la fe La escucha de la Palabra La práctica de la reconciliación La celebración de la vida y de la muerte La formación El compartir el pan eucarístico y el de cada día El asumir y mantener compromisos de caridad, justicia, solidaridad…
¿Cómo valoras el desarrollo de estas experiencias en tu propia comunidad? ¿Cuáles destacarías especialmente? 7. El Documento 2 -un extracto de la Carta pastoral de 1983 La Iglesia comunidad evangelizadora- refleja la situación de comunidades parroquiales y grupos eclesiales. ¿Es válida todavía hoy entre nosotros esa descripción de la situación?, ¿qué ha cambiado en estos últimos años? 8. El Documento 2 presenta algunas acciones y rasgos característicos de los grupos comunitarios: * Acciones propias de la comunidad -
escuchar la palabra y comentarla analizar los acontecimientos a la luz de la fe asumir y revisar en común compromisos compartir en mayor o menos medida nuestros bienes celebrar juntos la fiesta de la Eucaristía
* Rasgos comunitarios -
espacio para un mayor conocimiento mutuo ámbito propicio para la maduración cristiana conciencia de grupo más exigente cauce de corresponsabilidad y creatividad
Qué acciones y qué rasgos están presentes en la vida de nuestra comunidad? ¿Cuáles de ellos requieren hoy un impulso o atención especial por nuestra parte?
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9. El Documento 3 subraya el valor de signo de las pequeñas comunidades eclesiales. ¿En qué aspecto la comunidad concreta de la que formas parte es signo del Reino, como nuevo pueblo de Dios?
JUZGAR (ILUMINAR) A la luz de la Palabra de Dios ¿Cómo valoras los aspectos de la situación de la comunidad que hemos contemplado en el VER? ¿Puedes iluminar esta realidad a la luz de otros textos de la Palabra de Dios que te interpelen especialmente?
ACTUAR (CONSTRUIR) 1. ¿Qué voy a hacer yo personalmente en relación con mi participación en la vida de la comunidad? Formula un compromiso concreto. 2. ¿Qué podemos hacer juntos para crecer como comunidad cristiana? Presenta a la comunidad alguna sugerencia de compromisos concretos que puedan ser asumidos y revisados conjuntamente por todos sus miembros.
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3.1.Seguimos a Jesús en comunidad Selección de documentos
Selección de documentos Documento 1 Una comunidad de seguimiento* Es preciso afirmar que el seguimiento de Jesús y la vida cristiana integral exigen de alguna forma, la incorporación y la participación en alguna comunidad cristiana, por dos motivos fundamentales: • La fe sólo nos es transmitida a través de la comunidad eclesial. La transmisión de la fe ha tenido lugar gracias a la gran tradición que se ha estirado a través de las iglesias desde Jesús hasta nosotros. La comunidad eclesial nos es necesaria para acceder a la fe cristiana y para iniciarnos en el seguimiento de Jesús. • Hay dimensiones de la experiencia cristiana en las que sólo podemos iniciarnos y aprender a practicarlas en el contexto de una comunidad. Hay aspectos de la experiencia cristiana que sólo se aprenden y experimentan practicándolos: la oración compartida con otros creyentes, la confesión comunitaria de la fe, la escucha y el diálogo compartido en torno a la Palabra, la práctica de la reconciliación, la celebración de la vida y de la muerte, la formación y búsqueda de la verdad, el compartir el pan eucarístico y el de cada día, el asumir y mantener compromisos con la caridad y la justicia, la solidaridad… Estas eran las prácticas comunitarias señaladas ya en los sumarios de los Hechos de los apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan, a las oraciones… partían el pan por las casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón”(Hch 2,42ss). Estas prácticas caracterizan la incorporación y participación en la comunidad de seguimiento, si faltan se carece de algo esencial en el seguimiento de Jesús y en la vida cristiana integral.
* Cfr. Felicísimo Martínez Diez O.P. “El seguimiento de Jesús y la experiencia integral cristiana”. En El seguimiento de Jesús, Ed. S.M., 2004.
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Documento 2 La Iglesia comunidad evangelizadora. [Carta pastoral conjunta 1983, nn.18-19] El Espíritu está suscitando con fuerza en el ancho mundo de la Iglesia universal un poderoso movimiento comunitario. También nuestras Iglesias locales están experimentando este mismo soplo del Espíritu. Muchos grupos de formación o de trabajo apostólico de nuestras parroquias van adquiriendo algunos caracteres comunitarios: se reúnen para escuchar la palabra y comentarla, analizan los acontecimientos a la luz de la fe, asumen y revisan en común sus compromisos, comparten en mayor o menor medida sus bienes y celebran juntos la fiesta de la Eucaristía. La parroquia está siendo hoy con frecuencia matriz viva de grupos de talante comunitario. Bastantes parroquias van siendo un espacio de encuentro fraterno y gratuito en el que los creyentes más cercanos tienen ocasión de conocerse personalmente, escapando así al anonimato y al empobrecimiento de las relaciones humanas que son propias de las grandes concentraciones urbanas. Con todo, la gran masa de practicantes ofrece la impresión de constituir más bien una colectividad que una comunidad. La colectividad se caracteriza porque los vínculos entre sus miembros son débiles y efímeros. Muchos creyentes tienen una pobre conciencia de pertenecer a la familia parroquial. Y esta importante carencia fomenta el individualismo religioso. La parroquia es concebida y vivida como «una empresa de servicios religiosos» que les suministra los elementos para satisfacer unas necesidades religiosas individuales a cambio de unas prestaciones económicas que garantizan la continuidad de los servicios. La fe misma se concibe como una relación del individuo con Dios. La parroquia no es para muchos cristianos el lugar y sujeto de encuentro con el Dios de Jesucristo, comunidad de creyentes en la que nace, crece y fructifica la fe de todos y cada uno de los cristianos. La predicación y la misma praxis parroquial no resultan suficientemente interpeladoras para desmontar esta actitud reduccionista de la fe y generar actitudes más implicadas en la vida de la parroquia. Numerosos grupos comunitarios de diverso signo nacen y actúan fuera de ámbitos parroquiales. Muchos cristianos, legítimamente insatisfechos de las posibilidades comunitarias ofrecidas en las parroquias, han optado por crear comunidades más vivas y más reducidas. En ellas encuentran un espacio adecuado para un mayor conocimiento mutuo, un ámbito propicio para su maduración cristiana, una conciencia de grupo más exigente, un cauce de corresponsabilidad y de creatividad. Casi todas subrayan una u otra dimensión de nuestra fe (la oración, el compromiso comunitario, etc.), a veces con un olvido peligroso de otras dimensiones igualmente esenciales. No siempre caen en la cuenta de que un valor cristiano es propiamente tal cuando se articula con otros valores igualmente cristianos y deja de serlo cuando se desconecta de ellos.
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3.1.Seguimos a Jesús en comunidad Selección de documentos
No podemos dejar de saludar con alegría la emergencia de estas comunidades menores. Pero creemos detectar en muchas de ellas un cierto espíritu sectario preocupante. Tienden a identificar «su verdad» con la verdad cristiana total y a defender su «fórmula de Iglesia» como la única válida. Un cierto menosprecio de las unidades parroquiales e incluso de otros grupos comunitarios cristianos de orientación diferente se deja entrever fácilmente. En consecuencia, las relaciones con otros grupos cristianos son débiles y, a veces, inexistentes. La crítica, legítima y necesaria en la Iglesia, se vuelve en algunos grupos negativismo hipercrítico. Por una deficiente eclesiología, las comunidades se vuelven frecuentemente sobre sí mismas y constituyen un «ghetto» eclesial, a la larga estéril.
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Una Iglesia diocesana más comunitaria
Documento 3 La Iglesia entera es el signo fundamental del reino de Dios. Pero muchas personas no la perciben directamente en su globalidad, sino a través de realidades eclesiales fragmentarias, que son signos menores del gran signo. Más aún: podemos decir que todos experimentamos el gran signo de la Iglesia a través de signos menores y parciales. Descubrimos la Iglesia en experiencias de Iglesia.
El signo de las comunidades vivas El signo de la Iglesia resplandece con especial fulgor en sus comunidades menores más vivas y evangélicas. En ella se reflejan muchos aspectos de la comunidad católica. Ellas poseen un fuerte poder evocador que alimenta la adhesión de los suyos, estimula la eclesialidad de otros creyentes y provoca incluso la sorpresa admirativa de muchos distantes. Estas comunidades tienen su modelo en las comunidades de la era apostólica, retratadas en el Nuevo testamento. Reproducir de manera fiel y creativa la vida de estas comunidades se revela especialmente necesario en una hora de grave preocupación para la comunidad cristiana. Estamos persuadidos de que sólo unas comunidades fuertes, de vida intensa e incluso exigente, podrán ser para la gran mayoría de creyentes, hogar que los alimente para la ruda tarea de un vivir diario en condiciones difíciles para la fe. Sólo una participación activa en estas comunidades sostendrá una adhesión eclesial sometida al riesgo de la erosión continua. Sólo un aliento místico compartido podrá afirmar a Dios como Dios en una época propicia a las idolatrías, y a Jesús como Señor en una sociedad poblada de tantos «señores». Sólo un impulso misionero refrescado en comunidad mantendrá en los creyentes la viva conciencia de haber recibido una «buena noticia» y la encendida pasión por testificarla sin orgullo y sin complejos. La experiencia de la Iglesia «menor» es vital para introducirnos en la experiencia de la Iglesia «mayor». Pero este paso capital requiere en la comunidad no sólo un elevado nivel de comunión interna, sino una verdadera pasión por la comunión con otros grupos creyentes y con aquellos que presiden a todos en nombre del Señor. [Seguir a Jesucristo en esta Iglesia - Carta pastoral conjunta 1989 - Cap. VI ]
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3.2 Casa y escuela de comunión En una época como la nuestra, llena de variadas y agudas tensiones, es cada vez más viva en la conciencia de muchos de nosotros la importancia decisiva de la comunión, no sólo en relación con la vida interna de la propia comunidad cristiana sino también en la perspectiva de su misión en el mundo. “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”(N.M.I. 43). Somos llamados a construir la comunión, día a día, desde nuestras comunidades concretas, en nuestra Iglesia diocesana, hasta la comunión de todas en la catolicidad de la Iglesia.
¿Qué es la comunión eclesial? ¿Cómo la vives desde tu comunidad?
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1. ¿Qué es la comunión? Cuando leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles que “El grupo de los creyentes pensaban y sentían lo mismo”(4,32), podemos experimentar una profunda admiración hacia aquellos discípulos y una cierta envidia de la situación de la primera Iglesia. Hoy, entre nosotros, tenemos viva conciencia de la diversidad de formas de pensar y de sentir de los creyentes y de los distintos grupos cristianos. Sin embargo más allá, por encima o por debajo, de esas sensibles diferencias intuimos el misterio que nos mantiene unidos en una misma fe, como miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Ese es precisamente el misterio de la Iglesia: misterio de comunión. La comunión con los hermanos en la fe, antes que una realidad que hay que aguantar cuando los demás tienen una mentalidad diferente de la mía, o una realidad que me sirve de apoyo cuando los hermanos son de mi misma mentalidad, es el subsuelo que hace posible mi fe y mi vida cristiana, las cuales no serían auténticas fuera de la comunión. Probablemente cuando recordamos las palabras de Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado. En eso conocerán que sois discípulos míos” (Jn 13,34-35), lo primero que pensamos, desde nuestra situación y convicciones particulares, es: ¿qué debemos hacer para lograr o mantener la comunión?, ¿cuales son las exigencias requeridas por la comunión eclesial? Pocas veces llegamos a preguntarnos ¿qué acción es la que Dios va a realizar en el mundo por medio de nuestra comunión?. Tratamos de averiguar los requisitos, mínimos o máximos, para sentirnos parte de la comunidad y no valoramos el vivir la comunión como signo y cauce de la acción transformadora de Dios en el mundo. Debemos, sin embargo, llegar a reconocer que Dios no nos llama por separado a ser creyentes para después reunirnos en comunión, sino que la comunión es el marco de la llamada de Dios en el que la fe de cada uno de nosotros toma una forma y un sentido concretos. La fe nos compromete en un mismo quehacer: vivir en comunión con Dios y los hermanos y crear comunión. Esa es, además, la mejor forma de manifestar su presencia entre nosotros para la salvación del mundo. 68
3.2. Casa y escuela de comunión 2.- Dios: misterio de comunión
2. Dios: misterio de comunión El misterio de Dios es un misterio de comunión en el amor. Dios es Trinidad -comunión- y ha querido abrir su misterio a todos los hombres y mujeres para hacernos participar de él. Para ello nos creó y nos invita a la comunión personal con Él. Este misterio es el que Jesús nos ha dado a conocer y del que nos llama a participar. “Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por Él” (1 Jn 4,9). El testimonio de Jesús acerca del misterio de su comunión con el Padre, comunión que se abre a cuantos creen en Él y que se extiende, por el don del Espíritu, a todos los discípulos a través de los tiempos, se condensa especialmente en los capítulos 14-17 del cuarto evangelio. Una lectura reposada, en escucha compartida y orante, de esos textos de la Palabra puede ayudar a descubrir en sus variados matices la profundidad y actualidad de su significado para nosotros. Como síntesis contemplemos estas palabras de Jesús: “Padre, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno... Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra. Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta, y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado, y que los amas a ellos como me amas a mí” (Jn 17, 11.20-23).
3. La Iglesia: misterio de comunión Los discípulos desorientados y dispersos tras la muerte de Jesús vuelven a reunirse por el reencuentro con el Resucitado, y crecen en comunión al convertirse en testigos de esa experiencia que transforma sus vidas y llena de sentido su esperanza: “Lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Jn 1,1-3). El anuncio de Jesús resucitado crea comunión no sólo entre quien ofrece y acoge ese testimonio sino con el mismo Jesús; ya lo anunció Él: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). La comunión de fe que nace del anuncio del Resucitado es inseparablemente comunión con Jesús y comunión con los demás creyentes. 69
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Una Iglesia diocesana más comunitaria
Creer en el Dios de Jesucristo es acoger ese misterio de comunión y dejar que transforme nuestra vida entrando en una nueva relación con Él y con todos los hermanos. “Si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo. Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4, 11-16). La Iglesia, en cada época y cada lugar, hace de su vida una expresión actualizada de las actitudes, los gestos y palabras de Jesús para crear comunión en su entorno. La comunión en la Iglesia no es algo abstracto; es una realidad concreta que se vive y se siente en el seno de cada comunidad. La comunión pide que cada comunidad eclesial se construya como un verdadero tejido de relaciones interpersonales en la experiencia compartida de la fe, en el encuentro con el Resucitado. La comunión se construye siempre desde la proximidad de las comunidades concretas hasta abarcar la comunión de todas ellas en la catolicidad de la Iglesia.
4. La comunión eclesial: don y tarea La comunión en la comunidad eclesial es claramente un don, un efecto de la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu el factor interno de comunión que asegura una nueva presencia del Resucitado en el seno de su Iglesia, quien produce la unidad de los cristianos con Cristo y de los cristianos entre sí. La comunión es, ante todo, fidelidad de todos al Espíritu que crea la comunidad y actúa a través del “acorde” de vida de sus miembros. Porque la comunión no es uniformidad de experiencia de fe, pero sí es armonía entre las diversas expresiones de una misma fe. El Espíritu es quien nos ayuda a crear, desde la diversidad de respuestas personales al plan de Dios, el “acorde” en que consiste la comunidad. (Un acorde exige diversidad de notas que se conjuntan armónicamente). La sabiduría de la tradición cristiana ya acuñó hace siglos la expresión de un principio básico de comunión: unidad en lo necesario, en lo debatido libertad, y en todo caridad. En nuestra situación cultural son frecuentes las dificultades para comprender que las diversidades no tienen porque encontrarse siempre en oposición, ni mucho menos degenerar necesariamente en discriminaciones o exclusiones recíprocas. Las diversidades han de reconocerse, más bien, como oportunidad de enriquecimiento mutuo en la complementariedad. 70
3.2. Casa y escuela de comunión 4.- La comunión eclesial: don y tarea
Una exigencia fundamental de la fe que compartimos es tratar de acoger a los otros creyentes para contrastar mi manera de pensar con la forma de pensar de los demás. De tal forma que las diversas mentalidades no me parezcan contrarias a mi fe, sino, en todo caso, contrarias a mi propia mentalidad; como un reto que enriquece mi forma de pensar y me remite a profundizar en mi fe, que es la misma fe de los demás. Este es el modo de descubrir y reconocer en la experiencia de los otros creyentes elementos de la propia fe que a uno le faltan. De ese modo, el don se hace a la vez tarea. La tarea es compleja y atañe a todos. Construir la comunión requiere: • Trabajar para que cada uno encuentre en la comunidad su verdadero puesto y participe activa y corresponsablemente en su vida y su misión. • Crear servicios y estructuras para animar y crecer en la comunión. El ministerio de los pastores está especialmente cualificado como promotor de la comunión en la comunidad y entre las comunidades de la Iglesia. Pero todo ministerio y todo carisma solamente es válido en la medida que sirve a la comunión. • Celebrar la comunión poniéndose en relación con Aquel que la crea y la alimenta. La comunidad reunida hace experiencia de los frutos que recibe de Cristo por medio del Espíritu y así afirma su identidad, reconoce y se purifica de sus debilidades, consolida su unidad y asume con fuerza renovada su misión. • Vivir el servicio al mundo como signo y oferta de una comunión abierta a todos los hombres y mujeres. Trabajar en el mundo para la comunión en la justicia, especialmente por la acogida y la inclusión de los pobres y los últimos. Acogiendo el don del Espíritu y activando la propia responsabilidad en la tarea, las comunidades eclesiales viven su misión evangelizadora como una llamada a la comunión. No puede ser de otra manera, ya que “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”(L.G.1); es decir: la Iglesia es misterio de comunión. Esta comunión sólo encontrará la plenitud cuando Cristo sea todo en todos y la totalidad de la creación se haya consumado en la plenitud del Reino. 71
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5. Niveles de la comunión La única forma de vivir la comunión en la Iglesia es aquella que comienza con los más cercanos. Pero la vida de la Iglesia implica distintos estratos desde los que se asegura la comunión global. Cada uno de ellos tiene sus rasgos propios e implica un nivel diferente que nos va abriendo a la comunión total. Estos niveles son: • La pequeña comunidad en la que las personas se conocen y se aman. Es la célula de la comunión y del ser Iglesia. La comunión se encarna en ella de verdad, y la pérdida de comunión se siente como desgarro propio. Con frecuencia tiene criterios selectivos, aunque por ser eclesial tiene que estar abierta a quienes quieran formar parte de ella. • La parroquia como lugar de la comunidad cristiana en la globalidad de su fe. En ella el creyente se puede encontrar con toda la riqueza de lo que la Iglesia es y, por ello, es el lugar privilegiado para la iniciación cristiana. No tiene ningún criterio selectivo al margen de la fe y se sitúa en referencia al elemento humano de su entorno como polo de evangelización. • La Iglesia diocesana, en la que se da la plenitud de la Iglesia local y, por ello, también de la comunión. La congregación por parte del Espíritu Santo, el Evangelio anunciado y respondido por la fe, la eucaristía celebrada, y la presidencia de un obispo con su presbiterio que asegura la continuidad apostólica, la verdad de la doctrina y la expresión de la unidad, son los elementos que hacen emerger la realidad de la Iglesia en un lugar. De la diócesis toman su eclesialidad los niveles inferiores. • La Iglesia universal como totalidad de la Iglesia, a la que cada una de las Iglesias particulares hace referencia porque la comunión con el resto es uno de los elementos integrantes de su eclesialidad. Presidida por la Iglesia de Roma, hace que las distintas Iglesias confluyan en la comunión de todos los creyentes. El ministerio del sucesor de Pedro confirma en la fe a sus hermanos y arbitra la comunión de todos en la confesión de la misma fe. La comunión en cada uno de estos niveles, precisa de elementos externos donde ella sea significada y, a la vez, producida, vivida y ofrecida. Cuanto más amplio, extenso y abierto, es el nivel de comunión es más débil la relación interpersonal; por ello adquieren mayor importancia los signos que la expresan o significan, la alimentan y vivifican.
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3.2. Casa y escuela de comunión 6.- Comunión y comunicación
6. Comunión y comunicación En nuestras relaciones interpersonales empleamos diferentes niveles de comunicación según el grado de cercanía que nos proponemos alcanzar. En la conversación corriente se distinguen varios niveles de comunicación: 1. Hablar por hablar (recurrir a tópicos o lugares comunes). 2. Hablar de otros (situándonos como simples espectadores). 3. Hablar de nuestras actividades y ocupaciones (lo más externo de nosotros mismos). 4. Expresar nuestras ideas (decir lo que pensamos). 5. Manifestar nuestros sentimientos (dar a conocer emociones e inquietudes). En la vida cotidiana cada uno de esos niveles de comunicación supone un grado mayor de compromiso en la relación interpersonal. La comunicación en nuestras comunidades, incluso abordando temas de fe, puede desarrollarse también en alguno de esos niveles. Tomando conciencia de ello podemos identificar el grado de implicación personal de nuestras relaciones comunitarias. La comunicación que crea auténtica comunión es un compendio de los niveles más altos -expresión de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos- y consiste en compartir nuestra propia experiencia de fe. Así la comunión se construye como un verdadero tejido de relaciones interpersonales enraizadas en una experiencia compartida de la fe. Nuestro mejor servicio a la comunión consiste en saber compartir nuestra experiencia personal de fe, nuestro encuentro con Jesús resucitado, como los discípulos de Emaús, que “contaron lo que les había sucedido por el camino”(Lc 24,35). Lo más valioso consiste precisamente en referir con sencillez las situaciones y experiencias de nuestra vida personal en las que hemos descubierto la presencia cercana de Dios. Esta comunicación se hace en diálogo sencillo y lenguaje llano. Transcurre en el contacto personal y directo, sin grandes discursos. Como aconseja el apóstol: “Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto” (I Pt.3,15). Narrar nuestra experiencia de fe es manifestar cómo vivimos la presencia de Dios en nuestras alegrías o en las penas, cómo recurrimos a Él en nuestras necesidades, cómo confiamos y esperamos en Él en la dificultad, cómo buscamos su luz en la oscuridad, cómo encontramos su paz en la zozobra… No podemos ni debemos ocultar nuestras limitaciones, dudas, vacilaciones o incoherencias, si queremos ofrecer a los demás un servicio sincero en su camino de
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fe. Reconocemos como el apóstol que llevamos un tesoro “en vasijas de barro”(2 Cor 4,7), y que en nuestras debilidades se manifiesta con más claridad la fuerza de Dios. Rememorar y compartir, con sencillez, cómo hemos vivido en nuestra propia carne las pruebas de la fe puede constituir una valiosa ayuda para crecer en la comunión con los demás.
Bibliografía Ricardo Blázquez: Exigencias de la comunión eclesial en Comunidad eclesial y ministerios. Marova. Madrid 1983.
Julio A. Ramos: Pastoral de la comunión y de las estructuras comunitarias en Teología Pastoral. BAC Madrid 1995.
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3.2. Casa y escuela de comunión La Palabra de Dios
La Palabra de Dios “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estas en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21). “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os pongáis de acuerdo para que no haya divisiones entre vosotros, sino que conservéis la armonía en el pensar y en el sentir. Os digo esto, hermanos míos, porque me han informado que hay discordias entre vosotros. Me refiero a eso que unos y otros andáis diciendo: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, yo de Cristo». Pero ¿es que está dividido Cristo?” (1 Cor 1,10-13). “Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza a la que habéis sido llamados; un solo Señor, una fe, un bautismo; un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos” (Ef 4,3-5). “Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si tenéis un corazón compasivo, dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo. No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás. Tened, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús” (Flp 2,1-5). “Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros” (2Cor 4,7).
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Pistas para la reflexión y el diálogo El cuestionario que ofrecemos es tan sólo una sugerencia, abierta a todo tipo de personas y grupos eclesiales, para facilitar la reflexión y el diálogo. En cualquier caso -especialmente en el apartado del VER- ha de ser convenientemente adaptado a la situación peculiar de las personas y del grupo que lo van a utilizar. Pueden seleccionarse los puntos de mayor interés, aclarar o concretar el significado de los mismos, añadir nuevas cuestiones… y establecer la dinámica de trabajo más apropiada a cada situación. Sugerimos preparar la reflexión y el diálogo, para el JUZGAR, en un clima de oración y escucha compartida de la Palabra de Dios, dando espacio y tiempo adecuados a la interiorización y a la comunicación interpersonal. Debemos profundizar con atención en el mensaje de la Palabra, evitando la acumulación superficial de citas bíblicas. Estas pistas pretenden ayudarnos a: - Tomar conciencia de lo que significa la comunión eclesial. - Descubrir los rasgos concretos de nuestra vivencia de la comunión. - Mejorar nuestra experiencia de comunión desde nuestra propia comunidad.
Cuestionario VER (MIRAR) 1. En la primera comunidad cristiana se destaca especialmente que “Los creyentes tenían un mismo pensar y un mismo sentir”. • ¿En qué medida puede afirmarse lo mismo de nuestra comunidad? • ¿Cuáles son los elementos que más contribuyen a la comunión en nuestra comunidad? • ¿Cuáles son los factores que hacen más difícil la comunión en nuestra comunidad? 2. En la vida de nuestra comunidad • ¿Qué experiencias más intensas de comunión hemos compartido? • ¿Qué situaciones hemos experimentado de especial dificultad en la comunión? • ¿Hay algún miembro de la comunidad que destaca especialmente por su contribución a la comunión entre todos?, ¿cómo actúa?, ¿qué aporta concretamente?
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3.2. Casa y escuela de comunión Pistas para la reflexión y el diálogo
3. ¿Cómo es la comunión de nuestra comunidad con otros grupos o realidades eclesiales? ¿Cuáles son los factores y/o los cauces que mantienen y fortalecen esta comunión? ¿qué signos de comunión nos ayudan especialmente? ¿Cuáles son las dificultades concretas que experimentamos para vivir esta comunión? 4. El Documento 1 describe el significado de la Espiritualidad de Comunión y nos invita a promoverla. ¿Qué rasgos de esa espiritualidad de comunión están presentes en la vida de mi comunidad? ¿Cuáles no se hacen realidad en ella? 5. El Documento 2 expone que la comunión tiene dos dimensiones inseparables: la comunión con la persona de Jesús y la relación entre quienes comparten su experiencia de encuentro con Cristo. Por eso afirma que la comunión hunde sus raíces en la experiencia compartida del Resucitado. ¿En qué medida llegamos a compartir esa experiencia en nuestra comunidad? 6. ¿Cuál es el nivel comunicación habitual en nuestra comunidad? • • • • •
¿Hablamos de situaciones o acontecimientos? ¿Exponemos nuestras acciones? ¿Expresamos nuestras ideas? ¿Manifestamos nuestros sentimientos? ¿Compartimos nuestra experiencia de fe?
7. El Documento 3 expresa “Que ninguna persona vive toda la fe ni todo el Evangelio, sino que en la comunidad de la Iglesia cada uno aporta su propia vivencia y se enriquece con la de los demás” ¿En qué aspectos concretos reconoces que tu fe se ve enriquecida en la vida de la comunidad eclesial? ¿Qué dificultades concretas experimentas para acoger algunos rasgos de la fe de los demás?
JUZGAR (ILUMINAR) A la luz de la Palabra de Dios ¿Cómo valoras los aspectos de la situación de la comunidad que hemos contemplado en el VER? ¿Puedes iluminar esta realidad a la luz de otros textos de la Palabra de Dios que te interpelen especialmente?
ACTUAR (CONSTRUIR) 1. ¿Qué voy a hacer yo personalmente para crecer en comunión en la comunidad? ¿Y para que crezca nuestra comunión con otros grupos eclesiales? Formula un compromiso concreto. 2. ¿Qué podemos hacer para mejorar el nivel de comunicación en nuestra comunidad? 3. ¿Qué podemos hacer juntos para crecer en comunión como comunidad cristiana? ¿Y para desarrollar mejor nuestra comunidad con toda la Iglesia? Presenta a la comunidad alguna sugerencia de compromisos concretos que puedan ser asumidos y revisados conjuntamente por todos sus miembros.
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Selección de documentos Documento 1 Promover una espiritualidad de comunión
Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo. ¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Gal. 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento.
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[Novo millennio ineunte n. 43]
3.2. Casa y escuela de comunión Selección de documentos
Documento 2 La comunión, constituye el “misterio” de la Iglesia; tiene su raíz en la sorprendente novedad de Dios, que es Trinidad, lo cual significa que “Dios es comunidad”. La comunión eclesial no puede ser explicada con categorías sociológicas, no basta un recuento de mayorías y minorías para establecer, en términos de consenso, los límites de la comunión. Tampoco es suficiente una coincidencia formal en la doctrina, la moral y los ritos sacramentales válidamente realizados. Más allá de la sociología y previo a la coincidencia doctrinal, moral y celebrativa, está la comunión eclesial. Ésta ahonda sus raíces en la experiencia compartida del Resucitado. La Iglesia existe gracias a un anuncio esperado e increíble al mismo tiempo: ¡Jesús vive! ¡Ha resucitado! Este anuncio, de acuerdo con la experiencia del Apóstol Juan crea comunión 1. Crea comunión porque el anuncio evangelizador no es pura enseñanza, sino transmisión de una experiencia total. Quien acoge este anuncio no es un alumno que aprende lecciones; es un ser humano tocado en lo hondo, allí donde empieza a crecer el deseo de revivir la misma experiencia de encuentro con el Resucitado. Se produce una ósmosis, una profunda relación interpersonal: la experiencia de Cristo, que el heraldo ha vivido, se comunica a quien acoge su pobre palabra y experiencia creyente, y uno y otro se reencuentran viviendo en el mismo Cristo, Señor de sus vidas. Ya no hay únicamente una profunda relación entre ambos, sino que su “comunión” es también con Cristo y con Dios, o mejor, en Cristo y en Dios Padre. Ha nacido la comunión eclesial. La comunión eclesial tiene un sentido mistérico (místico), es decir, de comunión con la persona de Jesús que ha resucitado y vive para siempre; y un sentido de encuentro de personas que se comunican la experiencia de Cristo. Sólo a través de esta doble experiencia logramos vislumbrar qué es la Iglesia y para eso la necesitamos. Pues, para un conocimiento histórico o doctrinal del líder y para profundizar en sus planteamientos éticos hubiéramos podido dirigirnos a una biblioteca sin necesidad de encontrarnos con la Iglesia. Recordemos que es el Espíritu el artífice de la comunión eclesial y el que la acompaña, la previene y la comanda, desbordando los proyectos humanos. Su libertad es imprevisible, como la del viento 2. Su riqueza es fuente de fecundidad, ya que, si en todos suscita una misma profesión de fe: “¡Jesús es Señor!”, “a cada uno” proporciona una manifestación particular de su riqueza “para el bien común”( 1 Cor 12, 3. 7-10). La cate-
1 «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos
y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo." (1 Jn 1,1-3). 2 "El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con
todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,8).
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goría de “comunión” pide que cada Iglesia deba construirse como un tejido de verdaderas relaciones interpersonales. Esas relaciones interpersonales van más allá del trato afectuoso entre unos y otros; son el empeño por aunar esfuerzos, por cooperar activamente para llevar a puerto la nave de la Iglesia y para realizar, con la máxima incidencia posible, la tarea que el Padre le ha encargado. Cuando ese tejido de relaciones interpersonales resulta imposible, bien sea por tensiones afectivas o por déficits de corresponsabilidad, está cuestionada la existencia auténtica de la Iglesia y de su misión. (Cfr. Pedro Escartín Celaya “La misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad”)
Documento 3 Creer en la Iglesia es aceptarla como sujeto primordial de la fe La comunidad cristiana que colabora con Dios en el alumbramiento y crecimiento de los creyentes no es un medio externo a la fe. Es la primera destinataria de esa vida de fe. La comunidad cristiana despierta la fe de sus miembros porque ella misma ha sido ganada para la fe. Ella no es sólo objeto de nuestra fe sino sujeto de esta fe. La Escritura testifica de muchas maneras que Dios ofrece primordialmente su salvación, no a individuos aislados, sino a un pueblo, a una comunidad. Esta se abre a la salvación de Dios acogiéndola por la fe. La fe de cada uno es una llama que se enciende en la hoguera de la fe la comunidad. Creer es un acto personal y libre. En cada creyente la misma fe común tiene acentos y resonancias particulares. Pero no es algo totalmente autónomo y subjetivo. Cuando creemos nos adherimos a una comunidad de tal modo que, por esta aceptación, nuestra fe no expresa sólo convicciones individuales, sino compartidas; no recoge opiniones personales, sino persuasiones comunes. Creer en la Iglesia significa, en consecuencia, aceptar mental y vitalmente que la propia fe es participación en la fe de la Iglesia. Que tal fe eclesial es anterior, más grande y más rica que la propia. Que ninguna persona vive toda la fe ni todo el Evangelio, sino que en la comunidad de la Iglesia cada uno aporta su propia vivencia y se enriquece con la de los demás. Que la fe de la Iglesia enriquecida por aquellos acentos que en cada uno suscita el Espíritu, es la norma de la propia. Que mi fe, necesariamente fragmentaria y tentada de deformación, se completa, se contrasta y se reequilibra en la fe de la comunidad cristiana. (Carta Pastoral “Seguir a Jesucristo en esta Iglesia” Cap III n 4)
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3.3 “Tomar la palabra” en comunidad Dios nos habla a través de la Biblia. Sus palabras no son sólo del pasado y para el pasado, sino que nos ayudan a interpretar y a entender lo que hoy nos sucede, tienen una palpitante actualidad Con su ayuda podemos conocer la voluntad y el plan de Dios para nosotros. La lectura creyente de la Biblia nos invita a entrar en diálogo con Dios confrontando lo que nos dice discretamente en los acontecimientos de la vida cotidiana con aquello que nos da a conocer en las páginas de la Escritura: los testimonios de la experiencia creyente de nuestros antepasados en la fe. Escuchamos la Palabra de Dios en comunidad, a partir de nuestra fe en Jesucristo vivo en medio de nosotros. Sin esta fe nuestros ojos estarían cerrados para comprenderla en todo su significado. El Espíritu Santo nos auxilia con sus dones en esta tarea.
¿Cómo leemos y escuchamos la Palabra de Dios en nuestra comunidad cristiana?
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Palabra de Dios en palabras humanas La Biblia testimonio de fe Creyentes y no creyentes podemos reconocer la Biblia como una obra literaria singular, una pieza única del patrimonio cultural de la humanidad. En su lectura podemos conocer el complejo relato de la historia de un pueblo pequeño animado por una gran promesa. Pero sólo los creyentes podemos descubrir entre sus páginas a ese Dios que se da conocer, también hoy, iluminando cada nueva situación humana. La Biblia no es un libro de historia tal y como se entiende en la actualidad, ni un compendio de doctrina, ni tampoco es un código de leyes morales, ni una recopilación de fórmulas de fe o de oración… aunque tenga algo de todo ello. La Biblia es sobre todo el relato inacabado de la historia de amor entre Dios y la humanidad. Toda la Biblia hace referencia a la acción de Dios en la historia humana, en la vida concreta de un pueblo. Sus libros contienen expresiones diversas de una experiencia comunitaria de fe. Su contenido, antes de llegar a ser palabra escrita, fue una realidad vivida por una comunidad que tiene conciencia de que Dios le habla en los acontecimientos de su historia. Esa palabra de Dios descubierta primero en la propia vida es recogida después en el testimonio escrito que encontramos en la Biblia. Los primeros discípulos de Jesús, después de su resurrección, buscaron con ayuda de la Escritura una explicación de los hechos fundamentales de su vida y especialmente de su muerte, para mostrar que Él era el Mesías prometido a Israel. En los escritos del Nuevo Testamento podemos verificar esa forma de proceder de los discípulos, en bastantes ocasiones. Pero, en otros casos, descubrimos que los primeros cristianos al leer las Escrituras también buscaban una orientación para la nueva situación que estaban viviendo. La primera comunidad cristiana indagaba en la experiencia que dejaron escrita los antepasados en le fe con el fin de iluminar su propia vida. Guiados por el Espíritu, realizaban esta búsqueda en comunidad desde la convicción de que Jesús resucitado era la clave para la comprensión de toda la Escritura. A su vez, esa primera comunidad de discípulos de Jesús dejó escrita su propia experiencia de fe en el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento es el reflejo de las experiencias de fe de Israel a lo largo de muchos años y avatares de su historia. El Nuevo Testamento refleja las experiencias de fe de la Iglesia primitiva. Lo que tenemos en la Biblia es, pues, el testimonio privilegiado de nuestros antepasados en la fe, cuyo centro es el misterio de la vida, muerte y resurrección de Jesús. 82
3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Palabra de Dios en palabras humanas
Dios habla en la vida y en la Biblia Así pues, la Biblia es el testimonio de una palabra de Dios encarnada en la vida y en la historia del pueblo judío, y especialmente en la vida y la historia de Jesús, y también en la de sus discípulos. El Pueblo de Dios nace y crece como tal reconociendo desde la fe la manifestación de la Palabra en su experiencia de vida. Esa Palabra vivida en la experiencia creyente después se escribe y se recibe en la comunidad de fe como página del libro sagrado. Aunque la Sagrada Escritura es un lugar y una forma de expresión privilegiada de la palabra de Dios, esta no queda confinada en ella. Dios habla también en los acontecimientos de la vida y de la historia humana; en ellos Él mismo se acerca y se revela, quiere darse a conocer. También hoy, como en los tiempos pasados, Dios se revela y se da a conocer por obras y palabras. Sus obras refrendan el significado de sus palabras y estas explican el misterio escondido en sus obras. Para un creyente la lectura de la Biblia ha de ser siempre una confrontación entre la palabra divina que se nos ofrece en la Escritura y la palabra que se nos revela en la experiencia cotidiana de la vida. Por eso, cada vez que escuchamos la palabra de Dios, abiertos a la conversión en actitud de fe, confrontando nuestra propia vida con la palabra proclamada, podemos decir que “Hoy se cumple…” esa palabra, porque se actualiza en nuestra situación concreta. Como creyentes, no leemos la Biblia para saber más cosas sobre ella o por curiosidad; leemos la Biblia para entender nuestra vida. Es necesario exponer nuestra vida a la luz del mensaje que hemos descubierto en la palabra escrita. Al tratar de encontrar la luz que la Palabra de Dios nos ofrece actualmente hay que evitar buscar recetas. Lo que Dios nos ofrece en la Biblia son las pistas fundamentales para orientarnos en la vida. En ella tenemos especialmente la palabra y la vida de Jesús, además la historia del pueblo elegido con la reflexión de sus sabios y las palabras de los profetas, también la vida de las primeras comunidades cristianas y las enseñanzas de los apóstoles... pero todo eso tiene hoy una nueva traducción y un nuevo significado para nuestra vida concreta. La vitalidad de la palabra de Dios se manifiesta en la capacidad de los creyentes para releerla y reinterpretarla en cada nueva situación. En esto consiste el “discernimiento”, en llegar a conocer cuál es la voluntad de Dios en el momento y la situación presentes. Interpretar y aplicar hoy la Escritura “al pié de la letra”, sin la necesaria atención a los acontecimientos actuales, no sirve para conocer el plan de Dios, ni para realizarlo en nuestra situación concreta.
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“Entender” con ayuda del Espíritu La Iglesia, en cuanto comunidad de fe guiada por el Espíritu e iluminada por la palabra de Dios, puede garantizar ese discernimiento, analizando la situación, leyendo los signos de los tiempos, dejándose orientar por los testigos de la fe que le han precedido. La presencia activa del Espíritu en todo el Pueblo de Dios, en cada uno según su carisma, hace que la palabra de Dios recobre vida y crezca continuamente en la Iglesia. Como indica el Concilio Vaticano II, con la ayuda del Espíritu Santo crece la comprensión de la palabra “cuando los fieles contemplan y estudian, repasándolos en su corazón, los misterios que viven”(Dei Verbum 8). El Espíritu Santo asiste a los creyentes mediante la capacidad de tomar en cada situación la decisión más conforme al plan de Dios y lo hace especialmente por medio de los demás creyentes. En la comunidad de fe se abre espacio el Espíritu Santo para seguir hablando a la libertad de cada uno por medio de los demás. San Gregorio Magno, refiriéndose a la comprensión de la Sagrada Escritura decía: “Sé realmente que a menudo muchas de las cosas que yo solo no lograba comprender las he comprendido cuando me he encontrado en medio de mis hermanos.” Se trata, hoy como ayer, de una reinterpretación o actualización de la palabra escrita al confrontarla con las nuevas situaciones en que se vive, de tal modo que “La Escritura crece y progresa con el que la lee”. El Espíritu distribuye entre los miembros de la comunidad eclesial diversos carismas para actualizar la Palabra, para interpretarla y para convertirla en vínculo de comunión. El servicio de la Palabra se convierte así en una tarea de toda la comunidad, en la que al recibir dones diferentes que están al servicio de los demás, la propia comunidad ha de hacerse especialmente “comunicativa”. Si descubriéramos esta dimensión del servicio de la Palabra en nuestras comunidades, todos sus miembros “tomarían la palabra” y habría un extraordinario enriquecimiento en el intercambio de unos con otros.
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3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Palabra de Dios en palabras humanas
Todos los bautizados reciben de alguna manera el don de profecía, que es un carisma que ayuda a actualizar la Palabra de las Escrituras como realidad viva que ilumina y mueve a la acción y a la contemplación. El apóstol Pablo exhortaba a toda la comunidad a cultivar la profecía (1 Cor 14,1). La traducción del Evangelio a la vida cotidiana, la lectura de los signos de los tiempos, para descubrir las exigencias del Señor aquí y ahora, es tarea de la comunidad profética entera. La lectura de la Biblia para un creyente no puede ser sólo un ejercicio intelectual, sino que tiene como meta la vida. Existe muchas veces el riego de dejarse llevar por la tentación de teorizar, de evadirse de la llamada a la conversión y al compromiso concretos. Sin embargo, el centro de la comunicación en la comunidad cristiana, lo deben ocupar sobre todo las vivencias y los hechos reales, las experiencias, los testimonios de vida… La reflexión compartida a partir de la Palabra de Dios debe girar en torno a realidades concretas, tomadas de la vida real y de la experiencia de fe; no en torno a ideas teóricas o discursos abstractos.
La lectura creyente de la Biblia Cuando leemos la Biblia buscamos una experiencia de fe que nos ayude a entender la nuestra, a ampliar el horizonte de nuestra fe en una situación nueva. Buscamos reconocer la experiencia de nuestros antepasados en la fe; queremos saber cómo se encontraron con Dios en aquella situación que plasmaron en el relato de los libros sagrados. Por ello hemos de esforzarnos en descubrir la experiencia de fe que está detrás del texto. Los libros de la Biblia son una palabra “encarnada” en una expresión literaria y en ella debemos distinguir entre el mensaje perenne y lo que es propio de aquella cultura en la que fue redactada. Nuestro interés se centra en descubrir finalmente cuál es hoy el mensaje de la palabra escrita para nosotros, en nuestra situación personal, comunitaria y social concretas. La exégesis bíblica busca descubrir cuál era el mensaje que el autor quiso trasmitir a sus destinatarios a través de los textos. Para ello examina atentamente el contexto y los factores literarios, los datos históricos y teológicos de la época… que rodearon la creación del texto. La lectura creyente de la Biblia se apoya en el estudio científico que hace la exégesis, pero no se queda en él, sino que busca además el mensaje de la Biblia para hoy. La lectura creyente se hace desde la propia experiencia de fe, trata de iniciar un diálogo entre la experiencia de fe original que está detrás del texto y la de los creyentes que la leen hoy en una situación diferente. La lectura creyente nos ayuda a descubrir, desde nuestra situación, nuevos sentidos en los textos bíblicos.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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La lectura de la Biblia siempre ha de ser respetuosa con la experiencia que dejaron reflejada en ella nuestros antepasados en la fe. Se trata de comprender el sentido de los textos con la máxima exactitud y precisión posibles para dejarnos guiar de su mensaje. Es necesario acercarse al texto sin prejuicios, sin proyectar en él nuestra subjetividad. Los escritos bíblicos nacieron en una cultura distinta a la nuestra, en épocas muy diversas y de las que, en todo caso, nos separan miles de años. Necesitamos tener algún conocimiento de las costumbres y formas de actuar y de expresarse de aquella cultura en la que nació la Biblia… para aprender a leerla con respeto. La comunidad cristiana –y en la medida de lo posible cada uno de sus miembros- debe hacer este esfuerzo al acercarse a la comprensión del texto. Para ello es necesario ayudarse de las introducciones a los diferentes libros y las notas que acompañan el texto, fijarse en lugares paralelos de la Biblia… y, si es posible, completar esa información con algún comentario sencillo. Las experiencias de nuestros antepasados en la fe, reflejadas en la Escritura tienen capacidad de iluminar nuestra propia experiencia de fe en situaciones personales y contextos culturales nuevos. Por eso la Biblia es en cada tiempo y lugar Palabra viva de Dios. No basta con descifrar el significado original del texto escrito, es necesaria una mirada atenta y profunda sobre los acontecimientos que pasan a nuestro alrededor. Sólo así, estando atentos a nuestra vida y a la de la gente que nos rodea, podremos dejarnos interpelar vitalmente por el mensaje que llegamos a descubrir en la Biblia. En la lectura creyente es importante aprender a mirar la vida en toda su profundidad; en su dimensión personal, social y en su dinamismo histórico. Esa es la base para el diálogo entre la experiencia reflejada en los textos de la Biblia y la experiencia creyente de quienes la leen actualmente. La Escritura nos ayuda a comprender desde la mirada de Dios lo que nos sucede hoy; otras veces es la vida la que pone de manifiesto el significado, hasta entonces desconocido para nosotros, de algunos textos.
En diálogo con Dios Si nos ponemos de verdad a la escucha de la Palabra de Dios, llegaremos a entrar en diálogo con Él. Nuestra respuesta será la oración y el compromiso personal. Oración de alabanza, de arrepentimiento, de petición o acción de gracias… expresando aquello que el pasaje de la Escritura nos invita a decirle a Dios en nuestra situación. Ese encuentro profundo con Dios, en la escucha de su Palabra, nos proporciona una nueva mirada sobre nosotros mismos, sobre el ser humano y sobre el mundo. La meditación y la contemplación, tras la escucha de la Palabra, no son una evasión de la realidad sino una penetración más profunda en ella desde el plan de Dios. Nos mueven a la acción y al compromiso para vivir según el Evangelio, seguir a 86
3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Palabra de Dios en palabras humanas
Jesucristo, y hacer presente en el mundo el proyecto de Dios. “La palabra de Dios, palabra viva y eficaz, obtiene su verdadero cumplimiento y su pleno significado sólo mediante la transformación realizada por ella en aquel que la recibe” (H. de Lubac). La Sagrada Escritura nos ofrece las claves para comprender situaciones personales y comunitarias, tomar decisiones, rectificar errores, asumir responsabilidades, pedir perdón, impulsar la justicia, crecer en solidaridad, ser voz de los “sin voz”, denunciar injusticias y servir a la verdad… La Palabra de Dios nos presenta muchas veces una alternativa de vida, nos abre un camino de conversión. Si nuestra lectura de la Biblia no llega a desembocar en verdadero compromiso, cada vez nos resultará más difícil de entender lo que leemos e incluso llegaremos a cuestionarnos por qué leemos la Biblia.
Lectura comunitaria La comunidad cristiana es la destinataria de la Palabra y, por tanto, es en la lectura comunitaria donde mejor descubrimos el mensaje de Dios para nosotros hoy. La Palabra de Dios tiene al mismo tiempo dimensión personal y comunitaria. Sin vivir personalmente la experiencia de la Palabra no es posible compartirla de verdad en la comunidad. La lectura individual, el estudio y la meditación personal, enriquece la lectura comunitaria, cuando la precede como preparación y la continúa como profundización o asimilación. En la lectura comunitaria se ponen en juego los diversos carismas y sensibilidades para descubrir con más plenitud el mensaje de la Palabra de Dios. Esa escucha en común de la palabra de Dios realiza la unidad de los creyentes desde la variedad de los dones con los que se enriquece la comunidad eclesial. La Palabra escuchada con atención, estudiada con rigor, meditada, dialogada, actualizada, es un camino abierto para superar divisiones en la comunidad eclesial. «La comunidad interpreta las Escrituras guiada por el Espíritu. Los diversos carismas han de participar en esa interpretación para que la acción del Espíritu sea completa. La comunidad cristiana guiada por el Espíritu es quien puede hacer una lectura más penetrante de la misma y al mismo tiempo el ámbito donde acontece el dialogo entre la Biblia y la vida. En la búsqueda del sentido del texto para nosotros hoy, la comunidad debe escuchar a los exégetas, que le ayudan a leer el texto respetuosamente; a la gente sencilla, que es capaz de captar mejor su referencia a la vida; y al magisterio vivo de la Iglesia que. ha recibido el encargo de interpretar auténticamente la Palabra de Dios. Estas tres referencias son obligadas para que la interpretación sea verdaderamente eclesial.» 1 1
Cf. La Biblia en grupo p.23
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“Tomar la Palabra” desde la fe en Jesús resucitado Jesucristo muerto y resucitado es el acontecimiento cumbre de la revelación de Dios. Desde nuestra fe en Jesucristo resucitado, la palabra clave que “se hizo carne y habitó entre nosotros”, ayudados por el Espíritu Santo, buscamos el significado actual de las demás palabras. “Se ve toda la Escritura bajo una luz nueva cuando el alma se abre al Evangelio y se une a Cristo. Toda la Escritura queda transfigurada por Cristo”(H. de Lubac).
Bibliografía La Casa de la Biblia: La Biblia en grupo Doce itinerarios para una lectura creyente. Verbo Divino Estella 1997 Luis Maldonado: La comunidad cristiana Ediciones Paulinas. Madrid 1992. B. Calati: Palabra de Dios en Nuevo diccionario de espiritualidad Ediciones paulinas. Madrid 1983.
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3.3. “Tomar la palabra” en comunidad La Palabra de Dios
La Palabra de Dios “Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros, según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, también yo he creído oportuno, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde el principio, escribirte una exposición ordenada, querido Teófilo, para que llegues a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). “Os diré a quién es semejante todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica. Es semejante a un hombre que, al edificar su casa, cavó hondo y la cimentó sobre roca. Vino una inundación, y el río se desbordó contra esa casa; pero no pudo derruirla porque estaba bien construida. Pero el que las oye y no las pone en práctica, es como el que edificó su casa a ras de tierra, sin cimientos; cuando el río se desbordó y las aguas dieron contra ella, se derrumbó en seguida, convirtiéndose en un montón de ruinas” (Lc 6,47-49). “En cuanto a los que hablan en nombre de Dios, que hablen dos o tres, y que los demás den su parecer. Pero si uno de los que están sentados recibe una revelación, calle el que está hablando. Pues todos, uno por uno, podéis transmitir mensajes, a fin de que todos aprendan y todos sean exhortados. Por lo demás, el don de transmitir esos mensajes debe estar controlado por otros que posean ese mismo don, porque Dios no es Dios de discordia, sino de paz” (1 Cor 14,29-33). “Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,16-17). “No cesamos de dar gracias a Dios, pues al recibir la palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes” (1Tes 2,13). 89
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“Acoged con mansedumbre la palabra que, injertada en vosotros, tiene poder para salvaros. Poned, pues, en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Pues el que la oye y no la cumple se parece al hombre que contempla su rostro en un espejo, y después de mirarse, se marcha, olvidándose al punto de cómo era. En cambio, dichoso el hombre que se dedica a meditar la ley perfecta de la libertad; y no se contenta con oírla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica” (Sant 1,21-25). “Cada uno ha recibido su don; ponedlo al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que lo haga conforme al mensaje de Dios; el que presta un servicio, hágalo con la fuerza que Dios le ha dispensado, a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén” (1Pt 4,10-11).
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3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Pistas para la reflexión y el diálogo
Pistas para la reflexión y el diálogo El cuestionario que ofrecemos es tan sólo una sugerencia, abierta a todo tipo de personas y grupos eclesiales, para facilitar la reflexión y el diálogo. En cualquier caso - especialmente en el apartado del VER - ha de ser convenientemente adaptado a la situación peculiar de las personas y del grupo que lo van a utilizar. Pueden seleccionarse los puntos de mayor interés, aclarar o concretar el significado de los mismos, añadir nuevas cuestiones… y establecer la dinámica de trabajo más apropiada a cada situación. Sugerimos preparar la reflexión y el diálogo, para el JUZGAR, en un clima de oración y escucha compartida de la Palabra de Dios, dando espacio y tiempo adecuados a la interiorización y a la comunicación interpersonal. Debemos profundizar con atención en el mensaje de la Palabra, evitando la acumulación superficial de citas bíblicas. Estas pistas pretenden ayudarnos a: - Tomar conciencia de la importancia que tiene la Palabra de Dios para la vida personal y comunitaria de los cristianos. - Descubrir los rasgos propios de la lectura creyente de la Biblia. - Mejorar nuestra lectura y escucha de la Palabra de Dios.
Cuestionario VER (MIRAR) 1. ¿Qué es la Biblia para ti? Trata de responder a esta pregunta no desde lo que sabes acerca de ella, sino desde lo que representa realmente en tu vida cristiana. 2. ¿Cuándo, dónde y cómo, lees o escuchas personalmente la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura? 3. ¿Destacarías alguna experiencia concreta en la que la escucha de la Palabra ha iluminado especialmente tu vida, iluminando tu decisión ante algún problema o activando tu vida de fe? 4. ¿Cuáles son las principales dificultades que encuentras para leer y comprender la Biblia, para descubrir en ella una Palabra que Dios te dirige hoy?
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Una Iglesia diocesana más comunitaria
5. En la vida de la comunidad cristiana a la que perteneces ¿qué lugar ocupa normalmente la Palabra de Dios? ¿qué espacios concretos de escucha o comentario de la Palabra encuentras, aparte de la celebración dominical? 6. ¿Cómo planteáis y realizáis la lectura y escucha de la Palabra en tu grupo cristiano? ¿Cómo son nuestras comunicaciones a partir de la Palabra escuchada; teóricas o aplicadas a la situación concreta? 7. El Documento 2 afirma: “Para comprender la Biblia es necesario tener en cuenta el lenguaje y los géneros literarios que se emplean, el contexto vital en que ha sido escrito el libro y todo cuanto nos pueda ayudar a conocer mejor el sentido original sin caer en una falsa interpretación literal y sin hacer decir al texto lo que a nosotros nos parece” ¿De qué medios concretos nos servimos, personalmente o en grupo, para ayudarnos a esa comprensión? ¿Qué dificultades encontramos especialmente en este aspecto? 8. Las lecturas bíblicas que se proclaman en la celebración del domingo ¿tienen en la vida de nuestra comunidad algún cauce para el diálogo y la profundización personal o grupal a lo largo de la semana?
JUZGAR (ILUMINAR) La Palabra de Dios nos exige prestar especial atención a su contexto y significado original, conocer su interpretación en la tradición de la Iglesia, y además indagar el sentido nuevo que tiene para nosotros en la actual situación. Todo ello requiere una lectura sosegada de la Sagrada Escritura, la interiorización profunda de su mensaje y la escucha activa del mismo Dios que nos habla nuevamente hoy a través de la vida y de la Biblia. Por eso, los textos bíblicos nunca deben citarse de memoria como frases hechas de un refranero cuyo sentido convencional se da por supuesto. Hemos ofrecido la selección de algunos textos bíblicos que pueden iluminar nuestra reflexión sobre este tema. Puedes buscar en la Escritura otros que te hablen más claramente en relación con el mismo. Sugerimos especialmente la lectura y escucha en grupo de la Parábola del sembrador (Mt 13,1-23; Mc 4,1-20; Lc 8,4-15) o de el Camino de Emaús (Lc 24, 13-35). A la luz de la Palabra de Dios ¿Cómo se ilumina la realidad que hemos contemplado en el VER?¿Qué nuevas perspectivas descubres para nuestra situación concreta?
ACTUAR (CONSTRUIR) 1. ¿Qué voy a hacer yo personalmente para crecer en mi capacidad de escucha de la Palabra de Dios? ¿Y para desarrollarla en mi grupo o comunidad? Formula un compromiso concreto. 2. ¿Qué podemos hacer juntos, como comunidad? Presenta a la comunidad o grupo cristiano alguna iniciativa o sugerencia concreta que pueda ser asumida conjuntamente por todos sus miembros.
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3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Selección de documentos
Selección de documentos Documento 1 Sagrada Escritura e Iglesia La Biblia no es un libro como los demás. No sólo contiene, sino que es la Palabra de Dios que tiene resonancia en la historia y en la Iglesia, alimenta al fiel que la escucha con humildad y obediencia, lo alienta, lo consuela, lo conforta, lo ilumina. No sólo es la expresión auténtica de la Palabra de Dios, sino también la Palabra revelante, revelación que actúa en la fuerza del Espíritu que la ha inspirado y la hace proclamar en la Iglesia. La Biblia, por tanto, custodia a la Iglesia en su plena fidelidad al Señor Jesús y la Iglesia, por su parte, custodia la Sagrada Escritura. De este modo nace una relación muy fecunda entre la Palabra escrita de la Biblia, la Palabra viviente que es Jesús, la palabra vivida que es la Iglesia en su tradición viva y la vida concreta de los creyentes que, a través de la Palabra escrita, se dejan transformar y plasmar por la vida de Jesús. Las palabras de la Biblia separadas de su contexto, no tienen en sí mismas una potencia mágica. La Escritura tiene que estar inserta en profunda unidad con la Revelación, con la fe, con la gracia, con el Espíritu Santo. En este sentido la Palabra es hoy revelante, activa, eficaz y llega al corazón del hombre que la escucha. Quizá la Iglesia, en algunas épocas, no haya dado la justa importancia a su relación vital con la Biblia; sin embargo el Concilio Vaticano II, en la constitución dogmática Dei Verbum, ha vuelto a sacar a la luz esta relación, devolviendo la primacía a la Palabra de Dios. Palabra de Dios, es decir el comunicarse de Dios con los acontecimientos y las palabras, que pasa a través de la mediación de los escritores sagrados, de los profetas, de los apóstoles, a través de los mismos labios de Jesús y confluye en la Biblia. La Iglesia permanece en religiosa escucha de la Palabra de Dios contenida en la Escritura. Sin embargo, la Iglesia, en su significado completo es «el cuerpo de Cristo», es decir una realidad divino-humana formada por Cristo y por todos los que se adhieren a él; en este sentido la Biblia está dentro de la Iglesia, no por encima de ella.
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La Biblia revela el misterio de Dios que es inagotable. Por eso aunque leamos, meditemos y volvamos a meditar la Sagrada Escritura durante toda la vida, siempre nos faltará todavía mucho por descubrir. Además, dejándonos penetrar por el misterio de Dios, podremos conocer el misterio del hombre que siempre queda por descubrir. Cardenal Carlo María Martini. (Cambiar el corazón. Narcea. Madrid 1995)
Documento 2 La escucha de la Palabra de Dios A Dios lo podemos "escuchar", de alguna manera, a través de la creación entera. Alguien grande y bueno se oculta detrás de esa realidad. Lo percibimos mejor en la historia apasionante de la Humanidad; el ser humano no camina solo, Dios lo acompaña hacia la Salvación. La Palabra de Dios la escuchamos con más claridad en la historia concreta de uno de los pueblos de la Tierra, Israel; en su vida, sus leyes, su oración, sus profetas, podemos captar mejor el mensaje de Dios. En ese pueblo nace Jesús, el hombre en el que se encarna el Hijo de Dios. Desde él nos habla Dios. Por eso, la Biblia, que recoge la experiencia religiosa de Israel (Antiguo Testamento) y la actuación, el mensaje, la muerte y la resurrección de Jesucristo (Nuevo Testamento), es camino privilegiado para escuchar a Dios. Cuando el creyente se acerca a ella no es para leer un libro, sino para abrir su corazón a Dios; no para aprender una doctrina sino para dejarse transformar por la Palabra de Dios. ¿Qué puede hacer una persona que, sin preparación alguna, desea leer la Biblia? Lo mejor sería, sin duda, encontrar un grupo cristiano donde poder hacer esta experiencia. Pero también puede uno personalmente acercarse a la Biblia comenzando por la lectura de los evangelios. ¿Por qué no va a conocer uno directamente lo que dijo y lo que hizo Jesús? Para comprender correctamente la Biblia es necesario tener en cuenta el lenguaje y los géneros literarios que se emplean, el contexto vital en que ha sido escrito el libro y todo cuanto nos pueda ayudar a conocer mejor el sentido original sin caer en una falsa interpretación literal y sin hacer decir al texto lo que a nosotros nos parece. De ahí la importancia de tener en cuenta la tradición, el magisterio de la Iglesia y la aportación de la exégesis. Al tomar la Biblia en las manos es necesario recordar: No voy a leer un libro cualquiera. Voy a escuchar a Dios. Esto lo cambia todo. Hay que leer muy despacio, tratando de captar lo que dice el texto. Las frases oscuras o difíciles de entender es mejor pasarlas por alto. Un día comprenderemos lo que ahora se nos escapa.
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3.3. “Tomar la palabra” en comunidad Selección de documentos
Lo más importante es pararse después de leer un trozo, y hacerse preguntas. La Palabra de Dios a veces se presenta como verdad; entonces me tengo que preguntar: Señor, ¿qué me quieres enseñar?, ¿qué aspecto de mi vida quieres iluminar? Otras veces, esa Palabra se me ofrece como camino de vida; me he de preguntar: ¿A qué me llamas?, ¿qué esperas de mi?, ¿en qué debo cambiar? La Palabra de Dios puede también ser promesa; las preguntas pueden ser estas: Dios de mi vida, ¿qué confianza quieres despertar en mí?, ¿qué esperanza me quieres infundir? Pero la actitud permanente de quien busca a Dios es siempre la misma: "Creo, pero ayúdame tú en mi falta de fe" (Mc 9,24). (Al servicio de una fe más viva n 79. Carta pastoral 1997)
Documento 3 Lectura del Evangelio Bastantes cristianos tienen en su casa la Biblia, pero no son muchos los que la abren y leen con cierta frecuencia. Les falta costumbre y preparación. Sin embargo, no hay mejor método para escuchar a Dios y dejarse trabajar por el Espíritu de Cristo que leer la Biblia y, sobre todo, los evangelios. ¿Qué puede hacer un creyente sin preparación, que desea escuchar a Dios a través de la Biblia? Lo primero es detenerse y hacer un poco de silencio antes de abrir el libro. Nos distanciamos de otras voces, impresiones y mensajes, y tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: "No voy a leer un libro cualquiera. Voy a escuchar a Dios, voy a acoger el mensaje de Cristo". Luego se escoge un trozo (conviene empezar por los evangelios) y se lee muy despacio, mucho más que lo habitual. Ya esto nos ayudará a ir captando mejor lo que dice el texto. Las notas e indicaciones de la Biblia nos pueden aclarar el sentido de algunas expresiones. Las frases oscuras o difíciles de interpretar podemos pasarlas por alto para detenernos sólo en aquello que nos resulta claro. Lo importante no es entenderlo todo, sino escuchar a Dios. Puede ser un método práctico leer durante la semana el trozo del Evangelio que se proclamará en la Eucaristía del domingo siguiente. Leído el pequeño trozo por entero (una parábola, una episodio, unas palabras de Jesús), volvemos a leerlo despacio. Pero ahora sólo con un objetivo: escuchar qué me dice a mí Dios. Para ello, nos podemos hacer tres tipos de preguntas: "Señor, ¿qué me quieres enseñar a través de este texto?, ¿qué verdades me quieres recordar?, ¿qué aspectos de la vida me iluminas?" Podemos también decir: "Señor, ¿a qué me llamas?, ¿a qué me quieres invitar con este mensaje?, ¿en qué ha de cambiar mi vida?". Por
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último, podemos decir: "Señor, ¿qué confianza quieres despertar en mi corazón?, ¿qué esperanza quieres despertar en mí con tu Palabra?". La vida de quien lee así el Evangelio, poco a poco se transforma. (La oración cristiana hoy nn. 99-101. Carta pastoral 1999)
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3.4 Los pobres en la comunidad La vida de nuestras comunidades ha de ser consecuente con las exigencias del Evangelio del Reino que Jesús anunció como buena noticia para los pobres. Como discípulos suyos, queremos hacer realidad su predilección por los pobres concretos que viven hoy entre nosotros. El Concilio Vaticano II afirmó: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.» (Gaudium et Spes 1) ¿Ratificamos la verdad de esas palabras con la vida real de nuestras comunidades cristianas? Hemos de preguntarnos ¿qué Evangelio se escucha en nuestras comunidades si estas no llegan a ser un signo vivo de liberación para los más pobres y olvidados de la sociedad?
¿Cómo se ocupa nuestra comunidad de los pobres? ¿Qué lugar ocupan los pobres en la comunidad?
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BUENA NOTICIA PARA LOS POBRES 1 El anuncio del Reino de Dios a los pobres Cuando Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios, se dirige a los pobres como los primeros que deben escuchar este anuncio como una buena noticia. «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres» (Lc 4,18). El Reino de Dios pertenece, según Jesús, a los desposeídos, a los hombres y mujeres indigentes, los indefensos, víctimas de la opresión, incapaces de defender sus derechos, gentes a las que nadie hace justicia, personas para las que no hay sitio en las estructuras sociales ni en el corazón de muchos hombres y mujeres. El carácter privilegiado de los pobres en el Reino no se debe a sus méritos, a sus virtudes, ni siquiera a su mayor capacidad para acoger el mensaje de Jesús. La pobreza, por sí misma, no le hace a nadie mejor. La única razón es que son pobres y abandonados, y Dios, Padre de todos, no puede reinar entre los hombres sino haciendo justicia a los que nadie hace (Sal 72,12-14. 146,7-10). Si Dios reina entre los hombres, ya no reinarán unas clases sobre otras, ya no oprimirán unos grupos a otros. Si Dios reina, no deberá reinar ya sobre los hombres el dinero, el lucro, el capital, la producción, el poder, como señores absolutos. Ante la llegada del Reino de Dios tienen suerte los pobres, porque Dios no puede reinar en la nueva sociedad sin hacerles justicia. Jesús ha desenmascarado el poder deshumanizador que se encierra en las riquezas. Para Jesús, las cosas materiales son buenas y los hombres deben disfrutarlas como un regalo de Dios. Pero grita con firmeza que no es posible entrar en la dinámica del Reino de Dios y vivir esclavo de las riquezas. Toda riqueza que el hombre acapara para sí mismo, sin necesidad, es «injusta» (Lc 16,9) porque está privando a otros de lo que necesitan. El Padre que ama a todos los hombres no puede reinar en la vida de quien vive dominado por el dinero y olvidado de sus hermanos: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).
La cercanía de Jesús a los pobres Jesús no podía anunciar el Reino de Dios a los pobres sino en una actitud de cercanía, servicio y defensa de los necesitados y de los pobres. Jesús vivió en una sociedad subdesarrollada en donde la inmensa mayoría de las gentes vivían en la pobreza.
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Estracto de “Los pobres una interpelación a la Iglesia” caps. II y III
3.4. Los pobres en la comunidad Buena noticia para los pobres
No obstante, aún dentro de aquella sociedad, hay hombres y mujeres que viven en una situación más extrema de necesidad y desamparo. Son los enfermos, los minusválidos, los enajenados, los leprosos, los mendigos, las viudas desvalidas, los samaritanos discriminados, los desamparados por la ley, gentes agobiadas por la vida a las que su ignorancia religiosa y su comportamiento al margen de las normas sociales cerraba el acceso a la salvación, según la convicción de la época. Jesús se acerca precisamente a estos hombres y mujeres a quienes faltan los bienes de la tierra y el consuelo del cielo. Éstos son «los pequeños» a los que Jesús se entrega con gozo, viendo que Dios ha querido manifestarse a ellos (Mt 11,25). Jesús se acerca a estas gentes porque las ve necesitadas, hundidas en el dolor, la condena moral, la impotencia, la soledad y la marginación social. El mejor regalo que los hace es su cercanía y acogida que infunde fe, aliento y esperanza. Los escucha, los comprende en su soledad y desvalimiento, los arranca de la desesperación y les contagia su confianza. Los libera de la culpabilidad, los reconcilia con Dios, y los devuelve de nuevo a la convivencia. Jesús defiende los derechos de estos pobres y trata de despertar en aquella sociedad una corriente de solidaridad y verdadera fraternidad. Jesús no sólo se ha acercado a los pobres, sino que ha compartido su suerte. De hecho nació, vivió y murió pobre. Este estilo de vida pobre es la actuación consecuente de quien sabe que no se puede anunciar el evangelio a los pobres desde la riqueza, el poder o la seguridad. Él mismo, para anunciar el Reino de Dios, lleva una vida itinerante e insegura, y más tarde, cuando envíe a sus discípulos, les pedirá insistentemente la misma actitud: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (Lc 9,3). El acercamiento a los pobres y crucificados hará de Jesús un marginado, un perseguido y crucificado, sobre el que caerá con todo su peso la ley de los poderosos. Identificado hasta la muerte con los pobres y abandonados de este mundo, se verá privado de sus derechos, su dignidad y su propia vida. Sólo en la Resurrección encontrará Jesús la respuesta definitiva del Padre que «hace felices a los pobres». Esta trayectoria histórica de Jesús pobre y obediente al Padre hasta la muerte, nos revela el amor infinito de Dios que «siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9).
Continuadores de la misión de Jesús Jesús nos ha trazado el camino a seguir: «Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21). El mensaje de Jesús sólo puede ser anunciado con verdad, como una exigencia de la justicia de Dios en nuestra sociedad concreta. «La evangelización... no sería 99
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completa si no tuviera presente las relaciones existentes entre el mensaje del evangelio y la vida personal y social del hombre, entre el mandamiento del amor al prójimo que sufre y se encuentra en necesidad, y las situaciones concretas de injusticia por combatir y de justicia y paz que instaurar» (Juan Pablo II en Brasil). El ideal del Reino de Dios no es transformar las condiciones políticas, económicas y sociales, en vista de un mero bienestar material, sino para crear una sociedad más fraterna, donde hombres y mujeres puedan ser más libres y solidarios. La primera exigencia del Reino de Dios entre los hombres es la fraternidad. El Dios de Jesucristo sigue siendo el Dios de los pobres. El evangelio debe resonar entre nosotros, como una llamada urgente a una actuación personal y colectiva decidida en favor de los pobres. El anuncio del evangelio hoy tiene exigencias concretas que no debemos silenciar: La suficiencia de bienes materiales para todos: Los creyentes no podemos tolerar la permanencia indefinida de problemas para cuya solución disponemos de medios suficientes. Una distribución más justa de las riquezas: Todos los cristianos debemos actuar responsablemente y a todos los niveles en la transformación profunda de esta sociedad, impulsando los cambios que sean necesarios. El compromiso creciente en la gestión social: Sin la participación cada vez mayor de todos en la estructura social, económica y política, de la que dependemos difícilmente puede hablarse de una economía humana y de una liberación integral de la persona. La denuncia de la injusticia: Comenzando por nosotros mismos. En nuestras comunidades cristianas, deberíamos hacer todos un esfuerzo mayor por desenmascarar y criticar una vida cristiana y hasta, en ocasiones, una aparente «pobreza espiritual» que, en realidad, no se pueden dar, si seguimos aprovechándonos de una situación injusta, y si no reaccionamos, en la medida de nuestras posibilidades, en favor de los pobres. Es necesario un cambio profundo de nuestras «estructuras mentales» si queremos ir construyendo con realismo una nueva sociedad. El cambio de una mentalidad individualista a otra de mayor sentido social. No podemos permanecer tranquilos sin promover una mayor solidaridad social. Hemos de «cumplir, antes que nada, las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia» (Apostolicam Actuositatem, 8).
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3.4. Los pobres en la comunidad Buena noticia para los pobres
Unas comunidades alternativas Se impone realizar un esfuerzo mayor en nuestras comunidades cristianas por subrayar las exigencias evangélicas de una verdadera fraternidad, y de una solidaridad real con los necesitados. De manera que todo el que se acerque a ellas se sienta interpelado en su conciencia y pueda descubrir que la fecundidad evangélica no coincide con cualquier tipo de eficacia, sino que construye fraternidad, favoreciendo a los más abandonados. Es preciso revisar en nuestras comunidades cristianas la actitud hacia los pobres. Podríamos preguntarnos, qué significan unas comunidades cristianas que no cuestionan las contradicciones injustas existentes en la sociedad sino que pasivamente las reflejan y reproducen. Deberíamos agudizar nuestra sensibilidad cristiana para descubrir en qué medida, engullidos por el ambiente dominante, practicamos un ideal de vida al margen del evangelio. No podemos caer en la dinámica propia de los poderosos de esta sociedad, que nos distancia del mundo real de los pobres. Hemos de distanciarnos cada vez más de compromisos ambiguos, oportunismos o privilegios en los que perdemos libertad evangélica. La ambigüedad resta credibilidad a nuestro anuncio cristiano. Necesitamos escuchar las críticas y aprender de aquéllos que viven junto a los pobres, sufren sus problemas, defienden de cerca sus derechos y están comprometidos en su evangelización. Aprender a sufrir las resistencias, reservas, críticas y ataques de todos aquéllos a quienes no interesa escuchar la verdad de los pobres ni las exigencias del evangelio. Hemos de descubrir el gozo profundo que se encierra en el corazón limpio de quien prefiere sufrir injustamente antes que colaborar con la injusticia. Promover desde las comunidades cristianas el servicio a los más pobres y necesitados es el signo de un seguimiento auténtico a Jesús. Colaborar prácticamente para remediar situaciones de necesidad y ayudar, por todos los medios posibles, a los más olvidados. Participar en iniciativas para resolver las causas de los problemas y no sólo remediar los efectos. Ese servicio a los necesitados no excluye ni dispensa de la denuncia firme de las injusticias. Debe ir acompañado de un esfuerzo constante por cambiar las estructuras que producen y mantienen estas situaciones de marginación. Desde este seguimiento práctico al Crucificado podremos comprender que sólo salva el que comparte y se solidariza, y descubriremos en la Cruz el gesto más humano y revelador del verdadero amor, que es el compartir el sufrimiento de los hermanos.
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Compartiendo la situación de los pobres No es suficiente una actitud de solidaridad y apoyo moral a los necesitados, desde una «prudente distancia». El cristiano y la Iglesia de Jesús tienen su lugar más natural junto a ellos. Se trata de saber estar junto a los más pobres y marginados de nuestra sociedad. Los sectores a los que no escucha nadie. Esas minorías atrapadas en unas condiciones socio-económicas y de marginación, que les impiden, incluso, luchar por sus derechos. Los olvidados por todos. Los que apenas poseen «potencial revolucionario». Sin esta cercanía personal al hombre o la mujer necesitados, queda comprometida incluso la eficacia del cambio estructural, pues las estructuras y las leyes no pueden ofrecer al desvalido la comprensión, la acogida y la compañía que, con frecuencia, necesita. Debemos conocer de cerca a los pobres que viven en nuestra sociedad. Conocer mejor su mundo de problemas y necesidades, no desde la visión lejana de los datos y las estadísticas, sino desde el contacto de la relación humana más cercana. Si los conocemos más de cerca, más personalmente, nuestra actitud cambiará. Podremos llegar a identificarnos con sus problemas, sus aspiraciones, esperanzas y justas luchas en situaciones y conflictos concretos. Aprendiendo a comprender y valorar los conflictos y tensiones sociales, desde la experiencia dolorosa de impotencia y marginación de los pobres. Arriesgando nuestra seguridad y comodidad por la defensa de sus derechos. Llegando a sufrir con ellos y por ellos. Hemos de hacer un esfuerzo en nuestros grupos cristianos para descubrir el camino que debemos recorrer; para tomar conciencia de que el compromiso de servicio a los pobres no puede ejercerse por simple delegación en algunas personas y menos en organizaciones por muy eficientes que sean. Toda la comunidad cristiana debe valorar, respaldar y acompañar a los que se acercan y sirven a los más pobres y desvalidos, muchas veces de manera callada y oscura, y sin contar con el aprecio de casi nadie.
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3.4. Los pobres en la comunidad Buena noticia para los pobres
Los pobres en las comunidades cristianas Para un creyente estar junto a los pobres no es sólo compartir sus aspiraciones y buscar solución a las situaciones injustas, sino también anunciarles la buena noticia de Jesucristo que tienen derecho a escuchar como nosotros. Hemos de reconocerles e identificarles como alguien que es nuestro hermano, antes que como objeto de ayuda y atención social. Si sabemos acoger a estos hombres y mujeres, podremos escuchar de una manera nueva el evangelio de Jesús. Nuestras comunidades pueden ser evangelizadas por estos pobres. La acogida evangelizadora a los pobres en nuestras comunidades implica: promover la liberación de todo lo que les aliena o deshumaniza y ayudarles a que sean más protagonistas de su propia liberación, superando el individualismo, la insolidaridad y la desesperanza. Anunciar el evangelio a los pobres no es bendecir toda su conducta; también ellos han de escuchar la llamada a la conversión cristiana para entrar liberados en el Reino. Necesitamos adoptar una postura pastoral preferente con los más necesitados, creyendo más en su capacidad de escucha del evangelio. Un pobre no debería sentirse extraño en la Iglesia de Jesús. Debería percibir que tiene un lugar en nuestras comunidades cristianas. Para ello no basta la acogida personal a cada uno. El ambiente, el lenguaje, los encuentros y los grupos cristianos no deberían resultar inaccesibles a la gente sencilla, pobres de cultura o formación. En nuestros grupos y comunidades cristianas deberían participar, con sencillez, tantos hombres y mujeres que apenas pueden participar en la dinámica de la sociedad. Hemos de preguntarnos qué pasos debemos dar y qué cambios debemos realizar en nuestras comunidades para que estas gentes sencillas puedan recuperar su rostro, su palabra y su dignidad cristiana entre nosotros.
La pobreza evangélica La acogida sincera del Reino de Dios exige una actitud de «pobreza evangélica». No se trata de una invitación que Jesús reserva a un grupo de selectos, sino de una exigencia esencial para todo discípulo de Jesús. Esta actitud evangélica no hay que confundirla sin más con la situación de necesidad tampoco nace de un menosprecio por las cosas materiales, sino de una valoración profunda de la creación entera como don de Dios que debe ser disfrutado por todos. Quien tiene este corazón de pobre vive en una actitud de confianza en Dios, propia de quien lo espera todo del Padre. De ahí, su estilo de vida sencillo, sobrio y austero, sabiendo que nuestro Padre del cielo conoce nuestras necesidades y que, por lo tanto, nosotros debemos «buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura» (Mt 6,33). 103
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La pobreza evangélica no consiste en un mero desapego interior de las riquezas que se siguen poseyendo, sino en el desprendimiento real necesario para compartirlas con los necesitados. El que tiene «espíritu de pobre» sabe compartir lo que tiene, para liberar a los necesitados de una pobreza alienante y deshumanizadora. El que vive una verdadera «pobreza espiritual» no puede seguir disfrutando despreocupadamente de sus cosas, junto a hermanos pobres y abandonados.
Bibliografía Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria “Los pobres una interpelación ala Iglesia” (Carta pastoral 1981) en AL SERVICIO DE LA PALABRA (pp.256-300) Ed. EGA Bilbao 1993. Comisión episcopal de pastoral social. La caridad en la vida de laIglesia. EDICE Madrid 1993
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3.4. Los pobres en la comunidad La Palabra de Dios
La Palabra de Dios “Jesús llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido el pasaje de la escritura que acabáis de escuchar” (Lc 4,14-21). “En cierta ocasión se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿Qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. El le preguntó: ¿Cuáles? Jesús contestó: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todos eso ya lo he cumplido ¿qué me falta aún? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme. Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes. Jesús dijo a sus discípulos: Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Os repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos”(Mt 19,16-24). “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección con gran energía. Y una gracia grande habitaba en todos: no había ningún pobre entre ellos, porque todos los que poseían haciendas o casas las vendían y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles y se le daba a cada uno según su necesidad” (He 4,34-35).
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“Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha. Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría. Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas. Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre”(2 Cor 9,6-9). “Hermanos, no es posible creer en nuestro Señor Jesucristo y hacer distinción de personas. Supongamos que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y espléndidamente vestido, y entra también un pobre con traje raído. Si os fijáis en el que va espléndidamente vestido y le decís «Siéntate cómodamente aquí», y al pobre le decís:«Quédate ahí de pié o siéntate en el suelo», ¿no estáis actuando con parcialidad y os estáis convirtiendo en jueces que actúan con criterios perversos? Escuchad, hermanos, ¿no eligió Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman? ¡Pero vosotros menospreciáis al pobre! ¿No son los ricos los que os oprimen y os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que deshonran el hermoso nombre que ha sido invocado sobre vosotros? Así pues, si cumplís la suprema ley de la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, hacéis bien. Pero si hacéis distinción de personas cometéis pecado, y la ley os condena como transgresores” (Sant 2,1-9).
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3.4. Los pobres en la comunidad Pistas para la reflexión y el diálogo
Pistas para la reflexión y el diálogo El cuestionario que ofrecemos es tan sólo una sugerencia, abierta a todo tipo de personas y grupos eclesiales, para facilitar la reflexión y el diálogo. En cualquier caso -especialmente en el apartado del VER- ha de ser convenientemente adaptado a la situación peculiar de las personas y del grupo que lo van a utilizar. Pueden seleccionarse los puntos de mayor interés, aclarar o concretar el significado de los mismos, añadir nuevas cuestiones… y establecer la dinámica de trabajo más apropiada a cada situación. Sugerimos preparar la reflexión y el diálogo, para el JUZGAR, en un clima de oración y escucha compartida de la Palabra de Dios, dando espacio y tiempo adecuados a la interiorización y a la comunicación interpersonal. Debemos profundizar con atención en el mensaje de la Palabra, evitando la acumulación superficial de citas bíblicas. Estas pistas pretenden ayudarnos a: - Descubrir nuestras actitudes personales y comunitarias ante los pobres que están cerca de nosotros. - Tomar conciencia del lugar que realmente ocupan los pobres en nuestra comunidad cristiana. - Concretar los pasos que hemos de dar en nuestra relación con los pobres para ser consecuentes con el Evangelio de Jesucristo.
Cuestionario VER (MIRAR) Podría utilizarse en algunos grupos el «Instrumento de evaluación para las comunidades cristianas» en «Hacer efectiva la opción preferencial por los pobres y marginados como exigencia de autenticidad evangélica» publicado por la Diócesis de Vitoria en 1995. 1. ¿Qué actitudes y compromisos personales vivo en mi relación con los pobres? ¿Cuáles son las realidades concretas de pobreza a las que más me acerco e implico personalmente? ¿Cómo es mi estilo de vida en cuanto a austeridad y solidaridad?
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2. En la comunidad o grupo cristiano al que pertenezco: - ¿Qué sensibilidad percibo hacia los pobres? ¿Qué actitudes predominan en relación con su situación concreta? ¿Qué planteamientos se viven en relación con las causas de la pobreza? - ¿Cómo se vive la solidaridad con los pobres? ¿En qué signos y compromisos concretos se encauza? - ¿Quién o quienes se ocupan especialmente de los pobres? ¿Cómo les apoya o acompaña el resto de la comunidad? - ¿Qué lugar ocupan los pobres en la comunidad? ¿En qué forma y medida participan en la vida de la comunidad? 3. El Documento 1 hace referencia a las nuevas formas de pobreza ¿Cuáles son éstas entre nosotros? ¿Alguna de ellas está particularmente cerca de nosotros? ¿Qué atención o respuesta le estamos ofreciendo desde la comunidad? 4. El Documento 2 habla de El Dios de los pobres ¿Cómo nos interpela esa imagen de Dios? 5. El Documento 3 subraya la necesidad de Construir una sociedad más justa y fraterna ¿En qué medida estamos comprometidos en esa tarea? ¿Cómo participamos activamente en ella de forma personal? ¿Qué aporta concretamente nuestra comunidad?
JUZGAR (ILUMINAR) Hemos ofrecido una selección de textos bíblicos que hacen referencia a los pobres. Sugerimos tener especialmente presente Mt 25, 31-46, El juicio definitivo. Es aconsejable leerlo y meditarlo personalmente, interiorizarlo; comentarlo y escucharlo en comunidad. A la luz de la Palabra de Dios ¿Cómo se ilumina la situación personal y de la comunidad que hemos contemplado en el VER? ¿Qué sugerencias concretas descubres para ser más coherentes con el Evangelio de Jesucristo?
ACTUAR (CONSTRUIR) 1. ¿Qué voy a hacer yo personalmente para vivir más evangélicamente en relación con los pobres? Formula un compromiso concreto. 2. ¿Qué podemos hacer juntos para mejorar nuestro compromiso comunitario con los pobres? Plantea a la comunidad alguna sugerencia o iniciativa concreta. 3. ¿Qué hemos de hacer para que los pobres ocupen en nuestra comunidad el sitio que según el Evangelio les corresponde? Busquemos juntos con realismo algunos pasos que podemos y debemos dar.
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3.4. Los pobres en la comunidad Selección de documentos
Selección de documentos Documento 1 En la hora de la nueva “imaginación de la caridad” A partir de la comunión intraeclesial, la caridad se abre por su naturaleza al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano. Este es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral... Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse: “He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme” (Mt. 25,35-36). Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad a Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia. No debe olvidarse, ciertamente, que nadie debe ser excluido de nuestro amor, desde el momento que “con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre”. Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a Él para toda clase de necesidades espirituales y materiales. Son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana… El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social. El cristiano, que se asoma a este panorama, debe aprender a hacer un acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él dirige desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requie-
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re mayor creatividad. Es la hora de la nueva “imaginación de la caridad”, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno. Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como “en su casa”. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aún siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de las palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras. (Cf Novo millennio ineunte nn. 49-50)
Documento 2 El Dios de los pobres Precisamente porque es Padre que ama sin discriminaciones a los hombres, Dios es Buena Noticia para los pobres. El Dios de Jesucristo es el Dios de los pobres, los indefensos, los perdidos, los que son víctimas de los poderosos, los maltratados por los abusos de los fuertes y los violentos, las gentes a las que nadie hace justicia, las personas para quienes no hay sitio en las estructuras sociales ni en el corazón de los hombres. Nos encontramos aquí ante algo que puede parecer sorprendente y escandaloso, pero que no es fruto de ninguna arbitrariedad divina sino exigencia profunda de quien es sólo amor liberador. ¿Por qué el Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres? ¿Tal vez, Dios no es neutral? ¿Son, acaso, los pobres mejores que los demás para merecer un trato privilegiado de parte de Dios? La única razón es que son pobres y necesitados, y Dios, Padre de todos, no puede reinar entre los hombres sino haciendo justicia precisamente a quienes nadie se la hace (Sal 72,12-14; 146,7-10). Dios no puede amar a los hombres sino defendiendo a quienes se ven privados de amor y de justicia. Por eso, el Dios de Jesucristo es un Dios identificado con los pobres y necesitados. Y cuanto se le hace a uno de esos hermanos pequeños se le hace a Él (Mt 25,40). El pobre es auténtico sacramento de la presencia de Dios. El encuentro más puro y menos ambiguo con el verdadero Dios se da en ese servicio liberador al pobre donde se revela y oculta el propio Dios. Dios está con los pobres que sufren y mueren por falta de justicia y compasión,
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3.4. Los pobres en la comunidad Selección de documentos
sufriendo con ellos y asumiendo misteriosamente su dolor. Y está con aquéllos que luchan contra la injusticia, los abusos y los egoísmos que matan al pobre, sosteniendo su esfuerzo, purificando su lucha y abriendo el horizonte de su esperanza en medio de los fracasos. Esta irrupción de Dios en medio de la vida dolorosa e injusta de los hombres es comprendida únicamente por los hombres v mujeres sencillos y pobres, como un regalo que el Padre les hace precisamente a ellos: «Bendito seas Padre, Señor de ciclo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has descubierto a la gente sencilla» (Mt 11,25-26). Sólo desde la actitud del pobre y necesitado se descubre al verdadero Dios y se entra en la dinámica de su reinado y su justicia. Desde el poder, la riqueza, el egoísmo y la opresión, el hombre se queda fuera, en el exterior, sin entrar en el Reino de Dios. Los creyentes no hemos de olvidar que confesar la trascendencia de Dios no es sólo aceptar teóricamente que Dios desborda nuestra inteligencia y nuestro pensamiento. Es también escuchar la invitación que nos hace desde los pobres y desheredados de la tierra y sentirnos urgidos a salir de nosotros mismos, trascender nuestros propios egoísmos e intereses y ponernos al servicio de los necesitados de amor y solidaridad. (Creer hoy en el Dios de Jesucristo n. 41. Carta pastoral 1986)
Documento 3 Construir una sociedad más justa y fraterna Quien acoge a Dios como Padre se siente llamado a vivir de manera plenamente responsable ante el hermano. El que entiende el mensaje de Jesús, sabe que somos hijos de Dios construyendo fraternidad, nos vamos haciendo justos ante el Padre buscando la justicia de Dios entre los hombres, vamos creciendo en libertad colaborando
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en la liberación de los otros. Desde aquí hemos de entender la llamada de Jesús a vivir el amor liberador como única ley desde la cual se han de medir todas nuestras actuaciones, estructuras e instituciones. Lo decisivo siempre es el hombre y su crecimiento como persona libre y capaz de vivir de manera cada vez más fraterna. Este amor al hombre nos está exigiendo un esfuerzo constante de transformación o eliminación de toda estructura, organización u ordenamiento que favorezca el mantenimiento o desarrollo de injusticias, opresiones o discriminaciones. Sería una equivocación reducir el amor cristiano a un estilo de vida de amistad y armonía con las personas de nuestro entorno. El amor que nace en aquél que cree en un Dios Padre de todos y cada uno de los hombres y mujeres, es un comportamiento activo, creador, que toma en serio las injusticias y abusos que se cometen contra los hombres y se esfuerza por cambiar las cosas buscando siempre «el Reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Por eso, este amor no puede quedar restringido a un grupo determinado de personas de la misma clase social, la misma ideología o el mismo pueblo. No se trata de luchar sólo por las reivindicaciones que afectan a nuestro grupo social ni de apoyar únicamente lo que favorece a mi propio partido o grupo ideológico ni de preocuparnos sólo de nuestro pueblo ignorando a los demás. Estamos persuadidos de que necesitamos todos una profunda conversión. No construiremos una sociedad más justa y fraterna si no aprendemos a ver las cosas desde los empobrecidos, los despojados, los que son despreciados en su dignidad de personas, los que quedan derrotados en sus esfuerzos para ser tratados con más justicia. No haremos una sociedad más humana si no descubrimos toda la inhumanidad que se encierra en una sociedad estructurada no al servicio de las necesidades de los más pobres e indefensos, sino al servicio de los intereses de los más fuertes, seguros y poderosos. No construiremos un mundo más justo por el mero hecho de obtener cotas aceptables de igualdad en nuestra sociedad desarrollada si estos logros ignoran las necesidades y derechos de los pueblos subdesarrollados e, incluso, se consolidan a costa de éstos. No daremos pasos hacia una humanidad nueva si no reorientamos nuestros comportamientos individuales, nuestros hábitos sociales, nuestros esfuerzos educativos, nuestras reivindicaciones sindicales, nuestra lucha política, hacia la construcción de una humanidad más justa con los injustamente maltratados, más favorecedora de los desfavorecidos, más defensora de los débiles e indefensos. (En busca del verdadero rostro del hombre n.58. Carta pastoral 1987)
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3.5 Comunidad y Eucaristía La Eucaristía aviva nuestra identidad cristiana y eclesial en la comunión con el Señor y con los hermanos. Reunirse en torno a la Eucaristía es, ante todo y sobre todo, hacer presente en medio de nosotros el memorial de la Cena del Señor, el acontecimiento de su muerte y de su vida transfigurada y transfiguradora, que es el cimiento de la comunidad cristiana y de su misión en el mundo. Participar en la Eucaristía significa asumir la vida entera de cada uno de los miembros de la comunidad, con sus fidelidades y sus debilidades, y convertirla en ofrenda a Dios, compartida con los hermanos y avalada por Jesús. Celebrar la Eucaristía en el día mismo en que resucitó el Señor, unidos a todas las comunidades cristianas sembradas en el mundo, es una manera de testificar en nuestros ambientes que Dios es Dios para nosotros; que Jesucristo está vivo; que su comunidad es nuestra familia y nuestra casa.
¿Qué significa la Eucaristía en la vida de nuestra comunidad? ¿Cómo la celebramos?
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La Eucaristía hace la comunidad Reunidos en asamblea Reunirse con los hermanos es un signo constitutivo en la existencia cristiana. Una comunidad que no se reúne se difumina poco a poco y se extingue; dejaría de ser el testigo de Jesús en medio del mundo. La reunión es necesaria para la comunidad como tal y para cada cristiano en particular. La asamblea cristiana es manifestación necesaria y espacio de realización de la Iglesia y del cristiano. La asamblea de la comunidad cristiana es una manifestación insustituible de la Iglesia. La comunidades cristianas reunidas en sus asambleas hacen presente a la Iglesia en un lugar determinado como sacramento de salvación en medio del mundo. Cuando los cristianos son percibidos de forma concreta, visible y cercana, como grupo que comparte la fe, el amor y la esperanza, son un signo de la presencia salvadora de Dios en medio de los hombres. En la asamblea de cada comunidad cristiana la Iglesia se revela, se realiza, se concreta, acontece. En los cristianos reunidos la Iglesia se hace acto, señala su presencia en medio del mundo. Todo grupo necesita reunirse para comunicarse la confianza recíproca y su mutuo ofrecimiento y acogida; estando juntos se refrescan las raíces de la vinculación personal; en la convivencia se fraguan proyectos de esperanza compartida. Pero la Iglesia se edifica no simplemente por reunirse, sino porque en sus asambleas sus miembros se alimentan de la comunicación del Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo. La asamblea eclesial, la Iglesia en acto, es el espacio habitado especialmente por la presencia divina. En la reunión eclesial acontece la comunicación de Dios por Jesucristo en el Espíritu. Porque Dios se hace presente entre sus fieles, es por lo que la asamblea cristiana tiene, en definitiva, su máximo valor. “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). La Iglesia toma cuerpo en grupos humanos, en los hombres y mujeres que escuchan y acogen el Evangelio. Es verdad que habrá entre ellos mediocridad, incomprensiones, cansancios…; pero tomando conciencia de ello, en la comunidad son animados por el mismo Espíritu Santo y reciben el estímulo para proseguir la misión de Jesús. Por eso es importante que los cristianos, aunque sean un grupo pequeño y pobre, se reúnan en su lugar. Ese grupo es testigo del poder salvador de Dios, es llamada incesante a la fe, es signo de la oferta permanente de gracia, es intercesión ante Dios en medio de los hombres. “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran a hacer”(Heb 10, 23-25). 114
3.5. Comunidad y Eucaristía La Eucaristía hace la comunidad
Celebrar la cena del Señor Cristo se hace presente de diversas maneras: donde dos tres se reúnen en su nombre, en la escucha de su palabra, en los pobres y en los que sufren…, pero en la Eucaristía está presente de modo especial. La Eucaristía es “la actualización de la presencia de Cristo en medio de la comunidad”(U. Von Balthasar). La presencia real de Cristo en la eucaristía transfigura la reunión de la comunidad en la cena del Señor. Las comunidades eclesiales convocadas en Jesucristo alcanzan su máxima expresión en la asamblea que celebra “la Cena del Señor”. En la última cena Jesús manifiesta su amor a los suyos “hasta el extremo”; les comunica confiadamente su intimidad, les manifiesta el amor del Padre y les asegura su protección en el futuro a través de otro Defensor, el Espíritu Santo. En aquella cena con sus discípulos Jesús anticipa profética y simbólicamente su muerte en la entrega del pan partido y compartido y en el cáliz distribuido entre los comensales. La nueva alianza de Dios con los hombres y la muerte expiatoria de Jesús por nosotros son el don salvífico presente en su cuerpo entregado y en su sangre derramada. La Eucaristía es el sacramento de la cena del Señor; es el sacramento del sacrificio de Jesús que en la cruz consuma su existencia entregada al Padre por la salvación de los hombres, que proféticamente había anticipado en la cena de despedida con sus discípulos. Cuando la comunidad cristiana celebra la Eucaristía, memorial de la muerte del Señor, este sacrificio se hace presente no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un hecho actual, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece. La Eucaristía aplica a los hombres y mujeres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. 1 La Eucaristía de la comunidad es además el lugar donde el Resucitado se hace presente y se da a conocer. El sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte de Jesús, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía «pan de vida» (Jn 6, 35). Las comidas pascuales del Señor resucitado con sus discípulos se desarrollan en un ambiente de reconocimiento gozoso de su nueva presencia. Los dos discípulos de Emaús reconocieron a Jesús “al partir el pan” (Lc 24,35). Y esta perspectiva ilumina la celebración eucarística, en que Jesús, partiendo el pan, se revela a sus comensales, reavivando su fe y alegrando su corazón.
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Cfr Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 11-12
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La reunión fraternal para celebrar la cena del Señor y para profundizar en el conocimiento del mensaje evangélico desde el encuentro con el Resucitado es un momento clave en la comunidad cristiana. La Eucaristía es una cena de fraternidad; no es una devoción privada, su dimensión comunitaria es primordial.
Compartir el pan de la unidad La Eucaristía es el sacramento de la unidad, en que los participantes se convierten en aquello que reciben; comulgando el Cuerpo del Señor devienen cuerpo del Señor; se unen en íntima unidad con Cristo y entre ellos. La Eucaristía tiene que ver con la unidad de la comunidad, pues si en ella nos unimos profundamente a Cristo eso se verifica en la fraternidad. Cuanto mayor es la unión con Cristo tanto mayor es la solidaridad; no hay unión con Cristo sin unión con los hermanos. Es lo que San Pablo escribe a los corintios: al comulgar con Cristo, siendo muchos, nos hacemos todos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan. Por la comunión con el Cuerpo de Cristo el cristiano queda más unido a Él y más “fraternizado” con los demás cristianos. “El pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor 10, 16-17). El “misterio” del Cuerpo y de la Sangre del Señor hace de la Iglesia el cuerpo “místico” de Cristo; en la Eucaristía los cristianos pasamos a ser aquello que comemos. Al recibir el cuerpo eucarístico, los cristianos nos unimos con el cuerpo muerto y resucitado de Cristo y el fruto de esta comunión es el cuerpo eclesial. No se puede pretender fundar la unidad de los cristianos sino sobre la base de nuestra pertenencia a Jesucristo en cuanto miembros de su cuerpo. El examen que se pide a cada cristiano para comer del pan y beber de la copa en la cena del Señor (1Cor 11, 28) es ante todo la fraternidad. Sólo en actitud de perdón, de reconciliación, de acogida mutua puede tomarse este alimento santo. Participar en la Eucaristía supone un grado determinado de unidad en la Iglesia y emplaza a una profundización en esa unidad. La intención de Jesús no alcanza su meta hasta que la multitud de quienes comulgan su cuerpo no se muestran como discípulos que acreditan su condición de tales por el amor y la unidad. La cena del Señor tiene que ser una mesa en la que nadie es discriminado, en la que, como en las comidas de Jesús, puedan sentarse los pequeños, los sencillos, los marginados y los pecadores a quienes ofrece el perdón de Dios. Cuando participan los últimos, participan ya todos. La Eucaristía es fuente de misericordia, de fraternidad y de paz; debe abatir los muros que levantan el odio y las diferencias. A la asamblea acudimos cristianos de diversos lugares, edades y ocupaciones, con distintas 116
3.5. Comunidad y Eucaristía La Eucaristía hace la comunidad
ideas y sensibilidades; en la asamblea somos fortalecidos con la Eucaristía, alimento de la fraternidad; y de la asamblea salimos renovados para ser testigos de Dios desde la unidad. La comunidad cristiana es sacramentalmente Cuerpo de Cristo y por ello está emplazada a ser en la vida cotidiana lo que ha sido místicamente hecha, profundizando la comunión y la pertenencia a Cristo de cada uno de sus miembros y fomentando entre todos la concordia y el amor humilde, paciente y efectivo. Toda la celebración eucarística, de principio a fin, es una liturgia de fraternidad en la que los gestos de unidad y hermandad se suceden ininterrumpidamente. La unidad de la Iglesia en la caridad es el fruto que se espera de ella: es lo que pide en su conclusión la plegaria eucarística en sus distintas versiones.
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Fuente y cumbre de la comunidad Para la comunidad cristiana contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre, de Él se alimenta y por Él es iluminada. El Señor, en cada encuentro eucarístico viene a nuestro encuentro, nos saluda con su paz, nos consuela con su presencia, nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte, nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre, venda las heridas de la fraternidad, urge el amor, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza y nos alienta en los trabajos apostólicos. La Eucaristía rehace a cada cristiano y edifica constantemente a la Iglesia. La Eucaristía es raíz y centro de la comunidad cristiana, la fuente en la que sacia su sed y la cumbre a la que tienden sus actividades. El misterio de la Iglesia alcanza su más honda intensidad y máxima expresión en la celebración eucarística; comunidad y Eucaristía están mutua y vitalmente referidas. La Eucaristía recuerda siempre a la Iglesia su naturaleza de comunidad concreta, asamblea reunida (como su mismo nombre Ekklesia=asamblea expresa) convocada por Dios aquí y ahora, como sacramento de comunión universal de todo el Pueblo de Dios. “La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia” (Henry de Lubac). La Eucaristía es fuente y cumbre de la vida de la comunidad; es su centro de su vitalidad y corazón de su misterio. “No se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, empezar toda la formación en el espíritu de la comunidad. Esta celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las diversas obras de caridad y a la ayuda mutua como a la actividad misionera y a las diversas formas de testimonio cristiano” 2. La celebración eucarística es el ámbito originario para compartir eficazmente la fe, la esperanza, las necesidades y los bienes. En la celebración de la Eucaristía se rehace la fraternidad, se aviva la sed de justicia, se tienden puentes entre los distanciados. En este encuentro se abre el corazón para darnos y para dar, para acoger y recibir, para convivir, para compartir y compadecer. Celebrando la Eucaristía, nos unimos con todos los hermanos a lo largo y ancho de la tierra. Por eso en cualquier celebración un cristiano puede y debe encontrar hospitalidad eucarística. Existe una relación especial entre presencia eucarística del Señor y su presencia en los necesitados. La comunión con Jesucristo en la Eucaristía, la apertura confia-
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Presbiterorum Ordinis, 6.
3.5. Comunidad y Eucaristía La Eucaristía hace la comunidad
da a su nueva presencia entre nosotros, afina la mirada del corazón para verlo y reconocerlo en los pobres, para servirlo en los enfermos, para identificarlo en los rostros desfigurados de sus hermanos. Quien recibe los signos sacramentales del pan y del vino, recibe la misma vida de Cristo, uniéndose con él, disponiéndose a hacer de su propia vida una vida animada por el mismo espíritu y los mismos sentimientos de Cristo. Anunciar la muerte del Señor «hasta que venga» (1 Co 11, 26), comporta para los que participamos en la Eucaristía el compromiso de transformar nuestra vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo «eucarística». Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana 3.
La Eucaristía de la comunidad El concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía tiene un lugar central en la vida y misión de la comunidad cristiana, como fuente y cumbre: de la actividad de la Iglesia, de la vida cristiana, de la vida de la comunidad, de toda evangelización. 4 La celebración de la Eucaristía en el día del Señor hace especialmente visible ante el mundo a la comunidad eclesial 5. La comunidad que se reúne en el domingo es convocada para vivir el Evangelio, para llevarlo al mundo, para encontrar en la celebración la fuerza y la razón de hacerlo. La celebración de la comunidad contribuye a que sus miembros realicen en su vida y manifiesten a los demás “el misterio de Cristo y la naturaleza de la Iglesia” 6. La Eucaristía como acción de la comunidad eclesial demanda la participación plena, consciente, activa y fructuosa de todos sus miembros en la celebración. Celebrar es ante todo expresar con palabras, símbolos, gestos y ritos el don salvífico recibido y exteriorizar con las mismas mediaciones nuestra acogida, nuestra respuesta a ese don, nuestra alegría, nuestra acción de gracias y alabanza. En la celebración Cristo es el anfitrión, el invita a la comunidad, Él lleva la iniciativa; pero todos los demás celebran en la medida que el grupo es reunido y expre-
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Cfr. Ecclesia de Eucharistia, 20. Cfr: Sacrosanctum concilium 10, Lumen gentium 11, Christus dominus 30, Presbiterorum ordinis 5. 5 “En definitiva la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentra la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia”(Christifideles Laici 26b). 6 Sacrosanctum Concilium, 2. 119 4
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sa en gestos y palabras su participación en un mismo hecho de salvación acogido y agradecido por todos. Ser sujeto de la celebración no significa sólo “estar ahí”, sino participar activamente de forma unánime en las intenciones, las palabras, las actitudes y los gestos expresivos de la comunidad reunida. Una celebración viva de la Eucaristía no puede convertirse en refugio o huída ante los retos y dificultades de la vida cotidiana. Es precisamente nuestra propia vida la que ha de servir de plataforma de encuentro con Dios y los hermanos en la fe. Nuestras celebraciones necesitan hoy incorporar más activamente las realidades de la vida de cuantos tomamos parte en ellas. Sólo de este modo la experiencia de encuentro con Dios podrá resultar significativa para una fe constituida en eje y centro de toda nuestra existencia. En la celebración dominical de la Eucaristía se pregona la alegre noticia de la resurrección, se anuncia el triunfo pascual de Jesús, se confiesa su nombre, se manifiesta la fe esperanzada, la caridad entrañable, la unidad, se hace relato y memorial de la historia de la salvación unida a los signos de los tiempos actuales. Se hace sensible la transformación de la comunidad; la celebración es fuente de solidaridad que recrea e intensifica la vivencia comunitaria. No podemos ignorar la dimensión evangelizadora de la Eucaristía dominical de la comunidad. Esa celebración de la Eucaristía, sí es confesión gozosa de la fe en el Resucitado y se cuida la escucha viva de la Palabra, la comunión con Cristo, la profesión responsable del credo, la invocación sincera a Dios, la asamblea fraterna, se convierte en la experiencia religiosa fundamental que va creando poco a poco un estilo de comunidad más consciente de su fe, más gozosa y más capaz de testimonio evangelizador.
Bibliografía Juan Pablo II Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía) Carta encíclica. Roma 2003 Ricardo Blázquez La esperanza en Dios no defrauda (caps III-VI) BAC Pastoral – Madrid 2004 Luis Maldonado La comunidad cristiana (cap 2) Ed. Paulinas – Madrid 1992 120
3.5. Comunidad y Eucaristía Pistas para la reflexión y el diálogo
Pistas para la reflexión y el diálogo El cuestionario que ofrecemos es tan sólo una sugerencia, abierta a todo tipo de personas y grupos eclesiales, para facilitar la reflexión y el diálogo. En cualquier caso -especialmente en el apartado del VER- ha de ser convenientemente adaptado a la situación peculiar de las personas y del grupo que lo van a utilizar. Pueden seleccionarse los puntos de mayor interés, aclarar o concretar el significado de los mismos, añadir nuevas cuestiones…, y establecer la dinámica de trabajo más apropiada a cada situación. Sugerimos preparar la reflexión y el diálogo, para el JUZGAR, en un clima de oración y escucha compartida de la Palabra de Dios, dando espacio y tiempo adecuados a la interiorización y a la comunicación interpersonal. Debemos profundizar con atención en el mensaje de la Palabra, evitando la acumulación superficial de citas bíblicas. Estas pistas pueden ayudarnos a: - Tomar más conciencia de la importancia que tiene la Eucaristía para la vida personal y comunitaria de los cristianos. - Mejorar nuestra celebración comunitaria de la Eucaristía.
Cuestionario VER (MIRAR) 1. ¿Qué es para ti la Eucaristía? Trata de responder a esta pregunta no desde lo que sabes acerca de ella, sino desde lo que representa realmente en tu vida cristiana. 2. ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en tu celebración del domingo? ¿Qué dificultades encuentras para participar habitualmente en ella? 3. ¿Destacarías alguna situación o experiencia concreta en que la celebración eucarística ha fortalecido especialmente tu vida, iluminando tu compromiso cristiano o activando tu vida de fe? 4. ¿Dónde y cómo tomas parte habitualmente en la Eucaristía? ¿Qué rasgos destacan especialmente su sentido comunitario? ¿Cómo es tu participación en ella?
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5. ¿Qué representa la Eucaristía en la vida del grupo en el que compartes tu fe o tu compromiso cristiano? ¿Cuándo y cómo compartís en grupo la celebración eucarística? Como grupo ¿tenéis alguna participación en la Eucaristía dominical de la comunidad? 6. ¿Qué manifestaciones recoges en tu ambiente social sobre la celebración dominical de la Eucaristía? ¿y sobre su incidencia en la vida cotidiana de los cristianos? ¿Cómo asumes o “encajas” esas manifestaciones?
JUZGAR (ILUMINAR) Ofrecemos la selección de algunos textos del Nuevo Testamento que pueden iluminar nuestra reflexión sobre este tema: La última cena (Lc 22,14-20); Los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35); El pan de vida (Jn 6,51-57); La comunión del cuerpo de Cristo (1 Cor 10,15-17); La cena del Señor (1Cor 11,17-34); La fracción del pan (Hch 20,6-11). Puedes buscar además otros textos en la Escritura. A la luz de la Palabra de Dios: 1. ¿Cómo se iluminan los diversos aspectos de la realidad que hemos contemplado en el VER? 2. ¿Qué nuevas perspectivas descubres para nuestra situación concreta? 3. ¿Qué retos se nos plantean para mejorar el sentido comunitario y la calidad de nuestra celebración de la Eucaristía? Sugerimos especialmente la lectura y escucha compartida en grupo de Lc 24, 13-35: Los discípulos de Emaús.
ACTUAR (CONSTRUIR) 1. ¿Qué voy a hacer yo para alimentar mejor en la Eucaristía mi experiencia de fe y mi compromiso cristiano? ¿Y para desarrollar en ella mi sentido de pertenencia a la comunidad? Formula algún compromiso concreto. 2. ¿Qué podemos hacer juntos para avivar nuestra celebración comunitaria de la Eucaristía? Presenta a la comunidad o grupo cristiano alguna iniciativa o sugerencia concreta que pueda ser asumida conjuntamente por todos sus miembros. 3. ¿Qué parte asumo yo personalmente en ese compromiso comunitario?
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3.5. Comunidad y Eucaristía La Palabra de Dios
La Palabra de Dios La última cena “Llegada la hora, Jesús se puso a la mesa con sus discípulos. Y les dijo: «¡Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir! Porque os digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios». Tomó entonces una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios». Después tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Y después de la cena, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros»” (Lc 22, 14-20). Los Discípulos de Emaús “Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: «¿De qué veníais hablando en el camino?». Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no
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lo vieron». Entonces les dijo: «¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?». Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día». Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que decían: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24,13-35). El pan de vida “Dijo Jesús: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo». Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Jesús les dijo: «Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí»” (Jn 6,51-57).
La comunión en el cuerpo de Cristo “Os hablo como a personas prudentes capaces de valorar lo que os digo. El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo? Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” (1 Cor 10, 15-17). La cena del Señor “No puedo alabar el que vuestras reuniones os perjudiquen en lugar de aprovecharos. En primer lugar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea hay entre vosotros divisiones. Y en parte lo creo, pues hasta es conveniente que haya divisiones entre vosotros, para que salgan a la luz los auténticos cristianos. 124
3.5. Comunidad y Eucaristía La Palabra de Dios
El caso es que, cuando os reunís en asamblea, ya no es para comer la cena del Señor, pues cada cuál empieza comiendo su propia cena, y así resulta que, mientras uno pasa hambre, otro se emborracha. Pero, ¿es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿En tan poco tenéis la Iglesia de Dios, que no os importa avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué voy a deciros? ¿Esperáis que os felicite? ¡Pues no es como para felicitaros! Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que os he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria mía». Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía». Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga. Por eso, quien coma del pan o beba del cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo del Señor. Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y de beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre vosotros muchos débiles, y bastantes mueren por esta razón. Si nos hiciésemos la debida autocrítica, no seríamos condenados. De cualquier manera, el Señor, al castigarnos, nos corrige para que no seamos condenados junto con el mundo. Por tanto, hermanos míos, cuando os reunís para comer la cena del Señor, esperaos unos a otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que vuestras reuniones no sean censurables” (1 Cor 11,17-34).
La fracción del pan “En Tróade, donde nos detuvimos cinco días, el domingo nos reunimos para la fracción del pan. Pablo, que tenía que irse al día siguiente, les estuvo hablando y prolongó su discurso hasta media noche. Había abundantes lámparas en la sala donde estábamos reunidos. Un joven llamado Eutiquio estaba sentado en el alféizar de una ventana, y como se alargaba en su discurso se fue quedando profundamente dormido. Vencido por el sueño, se cayó desde el tercer piso abajo, y cuando lo recogieron, estaba ya muerto. Pablo entonces bajó, se echó sobre él y, tomándolo en sus brazos, dijo: «No os alarméis, porque está vivo». Volvió a subir, partió el pan y, una vez que hubo comido, continuó conversando largo rato hasta que se hizo de día. Después se marchó. En cuanto al muchacho, lo llevaron vivo con gran consuelo para todos” (Hech 20, 6-11). 125
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
Una Iglesia diocesana más comunitaria
Selección de documentos Documento 1 La Eucaristía edifica la Iglesia Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: «Tomad, comed... Bebed de ella todos...» (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: «Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío» (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19). La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: «el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo «estén» el uno en el otro: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15, 4). Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en «sacramento» para la humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo. Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: «Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Co 10, 16-17). El comentario de
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3.5. Comunidad y Eucaristía Selección de documentos
san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: «¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo». La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27). (Ecclesia de Eucharistia, 21-23)
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Documento 2 El domingo, día de la Eucaristía En las narraciones de los encuentros del Resucitado con los suyos, casi nunca falta una referencia a la comida. Parece legítimo ver en ella una velada alusión a la Eucaristía dominical. En todo caso, esta experiencia pascual de los primeros discípulos de Jesús marcó profundamente su comprensión de la Eucaristía y la vinculó decisivamente con la celebración del domingo. Después de la Ascensión del Señor, la «fracción del pan», celebrada en domingo, será el centro de la vida de las comunidades cristianas primitivas y conservará vivo en ellas el recuerdo de aquellos primeros encuentros con el Resucitado. Esta conexión entre el domingo y la Eucaristía se mantendrá invariablemente en todas partes. Desde entonces «el domingo, día del Señor, es el día principal de la celebración de la Eucaristía». Lo es con toda legitimidad, porque tanto la celebración del domingo como, en particular, la asamblea dominical encuentran en ella su plena significación y eficacia. La Eucaristía concentra en sí todo el significado del domingo, todas sus dimensiones. Descubrir los valores de la Eucaristía equivale a descubrir la riqueza del domingo. Por eso, la hora de la Eucaristía representa el ápice de la celebración cristiana del domingo. La Eucaristía es memorial que actualiza el sacrificio pascual, en el que Cristo ofrece su vida al Padre por el perdón de los pecados de la humanidad. Es también sacramento de la presencia del Resucitado. Por todo ello, brinda a la comunidad cristiana la oportunidad de vivir con singular densidad lo que constituye el objeto primordial de la celebración del domingo, Pascua semanal y día de la resurrección. En ningún otro sacramento de la Iglesia se da la actualización del acontecimiento pascual con el realismo con que se produce en éste. Tampoco la comunión con el misterio puede alcanzar el grado de intimidad que augura el simbolismo de la comida. El desarrollo de la celebración eucarística, con su rico despliegue de signos de la presencia del Señor -la asamblea, el sacerdote que preside, la Palabra, el pan y el vino, la comunión eucarística-, ofrece marco y clima ideales para un encuentro prolongado y una comunicación distendida con el Resucitado. Es necesario mantener constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: "Es el Señor" (Jn 21,7). Nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. Se comprende que sea principalmente la celebración de la «Cena del Señor» la que haga que el domingo sea de verdad «día del Señor», día de la presencia del Señor a su Iglesia. (Carta Pastoral Celebración cristiana del domingo,.36-37)
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3.5. Comunidad y Eucaristía Selección de documentos
Documento 3 Una experiencia que alimenta y sostiene la fe Estamos convencidos de que la Eucaristía dominical puede ser para muchos la mejor experiencia para alimentar hoy su fe. Por eso queremos escuchar los motivos que llevan a tantos a su abandono. Antes que nada hemos de recoger la verdad que encierran bastantes quejas: Iglesia poco acogedora, celebraciones mal preparadas, actuación poco cuidada del celebrante, homilías pesadas, clima poco religioso. Es un descontento real que hemos de escuchar quienes podemos y debemos mejorar la celebración de nuestras parroquias y lugares de culto. Pero hay algo más que hemos de discernir.
A mí la misa me aburre. ¿No se debería hacer algo más vivo y espontáneo? Es cierto el riesgo de caer en la rutina. Y todos hemos de esforzarnos por llenar los signos y las palabras de espíritu y de vida. Pero ¿es rutinaria la misa para quien viene a pedir perdón por sus pecados concretos, a dar gracias a Dios por lo vivido durante la semana, a pedir luz y fuerzas para enfrentarse a la vida? La misa me parece una hipocresía. Los que van a misa no son mejores que los demás. Cierto. Es en la vida real donde cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva en su corazón. Pero ¿es hipócrita escuchar cada semana el Evangelio, recordar sus exigencias, ponerse ante Dios y pedir fuerza para ser más fiel y coherente? A mí la misa me parece algo mágico. No veo qué pueden decir hoy esos ritos extraños y ese lenguaje anacrónico. Es verdad. Hemos de conocer mejor el significado de los gestos, dar vida a las oraciones y los cantos, aprovechar bien todos los recursos y posibilidades que ofrece la acción litúrgica. Pero ¿es algo mágico reavivar la fe en el encuentro con Cristo y en el contacto con la comunidad creyente? ¿Por qué esa obligación de ir a misa precisamente el día en que podemos descansar? El creyente no toma parte en la Eucaristía porque hay un "precepto", sino porque necesita comulgar con Cristo, dar gracias a Dios, confesar su fe junto a otros creyentes y reavivar su esperanza en el Resucitado. Se entiende lo que decía un grupo de cristianos del siglo IV: “No podemos vivir sin celebrar el día del Señor”. La Eucaristía dominical es para muchos cristianos la única experiencia que alimenta y sostiene su fe. De ahí la importancia de cuidarla con solicitud. Más que una obligación privada e individual de cada cristiano, celebrar el domingo con fe es deber y misión de toda comunidad eclesial, llamada a ser testigo de la esperanza abierta por el Resucitado. Sin esta celebración semanal, la fe de la Iglesia se apagaría. ¿Podemos hacer en estos momentos algo más importante para reanimar la fe de los creyentes que celebrar de forma viva la Eucaristía dominical?
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Sólo os queremos hacer algunas sugerencias sencillas que podrían dar otro tono a la Eucaristía dominical: Dedicar más tiempo y atención a preparar entre todos la celebración de la Eucaristía dominical; en la celebración, dar a cada gesto y a cada palabra su sentido e importancia; ir explicando cada domingo alguna parte o algún aspecto de la Eucaristía, pues sólo se puede vivir lo que se conoce; lograr que se lea la Palabra de Dios despacio, con unción, subrayando lo esencial del mensaje; una homilía bien preparada, breve, sin caer en tópicos, en sintonía con la crisis religiosa actual, orientada a despertar la fe; ayudar a que los cantos y oraciones sean verdadera oración a Dios; preparar desde el prefacio a vivir la misa en actitud de acción de gracias; cuidar momentos de silencio que permitan la interiorización; explicar cada domingo alguna invocación del "Padrenuestro"; enseñar a "encontrarse" con Cristo a través de la escucha del Evangelio y de la comunión sacramental; ofrecer sugerencias concretas y sencillas para vivir la fe a lo largo de la semana. (Carta Pastoral, Al servicio de una fe más viva, 78 y 92)
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4. Encuentro de las comunidades de la Diócesis de Vitoria Caminando juntos - Bidea elkarrekin Seminario Diocesano, Sábado 7 de mayo Elizbarrutiko Seminarioa, Larunbata, maiatzak 7
1. La génesis. El objetivo que nos ha centrado el curso pastoral pasado Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida diocesana, ha tenido diferentes lugares de aplicación: el pequeño grupo de base, de referencia, de militantes... las parroquias, los movimientos y asociaciones diocesanas, las comunidades religiosas, centros educativos, los arciprestazgos y también la propia Iglesia local en su conjunto. En el inicio del curso, en su programación, el Consejo Episcopal asume cuidar también esta dimensión más de la globalidad de la Diócesis. No nos damos cuenta, en muchas ocasiones, de que vivir auténticamente el Evangelio de Jesucristo significa abrirse a los demás, en el encuentro y comunicación con el otro (PDE). Estos encuentros transmiten mejor a los creyentes el latido real de nuestras Iglesias... tienen la virtud de reforzar la fe de muchos (Renovar nuestras comunidades cristianas n.61).
2. Los pasos dados. Teniendo claro desde el principio, que ha de ser un encuentro gozoso, que nos anime a encontrarnos y a sentirnos miembros de una misma Iglesia embarcados en la “misma tarea”, y por otro lado que no exija una preparación anterior por parte de los participantes para que no interfiera con lo que cada cual tiene programado para el curso:
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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• Se hace una consulta con los diferentes servicios diocesanos (delegaciones, secretariados...) sobre un posible esquema que de cuerpo al encuentro, ya que de prosperar cuenta con su implicación. • Se presenta en el Consejo Pastoral Diocesano y éste da su conformidad. Se piden personas para constituir una comisión de trabajo que una vez creada será la que dé forma final, coordine e anime el desarrollo del encuentro. • Se cuida mucho la comunicación con las diferentes realidades diocesanas ya que no tenemos referencias de encuentros anteriores y es una experiencia que tiene un carácter de novedad. • Se intenta también que las diferentes parroquias, comunidades religiosas, movimientos, asociaciones... tengan una participación activa en el desarrollo del encuentro.
3. Contenido y Desarrollo. El Encuentro Diocesano CAMINANDO JUNTOS - BIDEA ELKARREKIN tuvo lugar en el Seminario Diocesano el siete de mayo a las 17 horas, terminando sobre las 20 horas, aunque la fiesta se prolongo mucho más tiempo. Este encuentro tenía los siguientes objetivos: • Visualizar la pertenencia de unos y otros a la Iglesia local. • Conocernos y reconocernos desde los diferentes ámbitos en los que participamos. • Celebrar el encuentro. Por eso hubo espacios para: • Encontrarse con personas que participan en diferentes servicios diocesanos, así como con las distintas vocaciones que constituyen nuestra Iglesia (laicado, vida religiosa activa y contemplativa y el ministerio ordenado). • Encontrarnos en la oración común. • Colecta para compartir nuestros bienes con la Pastoral Penitenciaria. • Encontrarnos en un ambiente más festivo y distendido tomando algo. Orden del encuentro: 1. Acogida. 2. Saludo, presentación y motivación dentro del Plan Diocesano de Evangelización. 132
4. Encuentro de las comunidades de la Diócesis de Vitoria
3. Talleres. 4. Oración comunitaria. 5. Encuentro festivo. Talleres La parte central del encuentro giró sobre diecinueve talleres animados por los servicios diocesanos, así como por personas que viven diferentes vocaciones en el seno de nuestra Iglesia. Se proponía una información de lo que son y lo que hacen, y a partir de ahí se profundizaba, dialogaba y compartía.
Encuentro Diocesano Elizbarrutiko Topaketa
Caminando juntos Bidea Elkarrekin
Los talleres fueron los siguientes: 1. Ministerio ordenado. 2. Vida consagrada (activa). 3. Vida consagrada (contemplativa). 4. Diáconos permanentes. 5. El laicado. 6. Cáritas. 7. Delegación de Misiones. 8. Delegación de Migraciones. 9. Pastoral Penitenciaria. 10. Pastoral de la Salud: A la escucha del hermano. 11. Justicia y paz. 12. Pastoral Universitaria. 13. Mayores: Vida Ascendente. 14. Pastoral Familiar. 15. Enseñanza. 16. Escuela de Agentes de Pastoral de la Llanada Alavesa. 17. Catequesis: Nuestra labor evangelizadora dentro de la comunidad. 18. Hacia dónde va la Pastoral Juvenil. 19. Taller para niños y niñas. 133
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo III:
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4. Evaluación Recogidas las valoraciones y aportaciones de comunidades parroquiales, comunidades religiosas, delegaciones, secretariados, movimientos y asociaciones y alguna evaluación particular, éstos son los aspectos más destacables. VALORACIÓN GENERAL: El encuentro en líneas generales se ha valorado de manera muy positiva, por lo que tuvo de aglutinador, animador y estimulante para toda la “familia diocesana”, en su diversidad, allí reunida y visualizada. Se considera que el estilo y la dinámica fueron los adecuados para la consecución del objetivo de encontrarnos y relacionarnos, a lo que también contribuyó de manera muy positiva el encuentro final en el frontón. Pudimos estar alrededor de ochocientas personas. SOBRE LA ORGANIZACIÓN: Estuvo bien organizado, incluso en los pequeños detalles, cosa que ha sido reconocida y valorada. Además, muchas personas han participado en la organización y en los distintos momentos (presentaciones, talleres, oración, señalizaciones y ambientación, guías, actuaciones, espacio festivo...). SOBRE LA PARTICIPACIÓN: Muy bien valorada la presencia de personas de diferentes edades, desde niños hasta mayores. Sobre todo la presencia de los jóvenes que acudieron tras la Martxa a Estíbaliz (más de 200). También ha sido muy valorada la interrelación entre personas de diferentes procedencias y diferentes edades, y el hecho de que estuviéramos “como iguales”, sin que nadie sobresaliese sobre los demás. SOBRE LOS TALLERES: En general se considera que estuvieron bien preparados, aunque alguno fuera mejorable. Se valora muy bien, por parte de responsables de talleres, que se les dejara libertad a la hora de decidir cuál era la dinámica que debían emplear para exponer su trabajo.
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4. Encuentro de las comunidades de la Diócesis de Vitoria
Algunas evaluaciones consideran que los talleres se quedaron cortos de tiempo y que no daba tiempo a profundizar. Sin embargo, otras evaluaciones coinciden en que fue un acierto que hubiese dos talleres, y no sólo uno, ya que permitió aproximarse a más de una realidad. Se valora positivamente que hubiese un taller específico dirigido a niños, aunque el abanico de edades (7-12 años) fuera amplio. SOBRE LA ORACIÓN: Fue dinámica y participativa. Algunos consideran que hubo demasiadas lecturas, y que tal vez se hizo un poco larga. Se creó un buen ambiente de oración y silencio. SUGERENCIAS: Repetir la experiencia para encontrarnos y hacer visible la comunidad diocesana. Fijar la fecha de los próximos encuentros con mayor antelación, para que sea tenida en cuenta en la programaciones de los grupos.
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Indice INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 1. Comunidades vivas para la evangelización Carta Pastoral del Obispo de Vitoria con motivo del Inicio del Curso Pastoral 2004-2005 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 2. La Comunidad cristiana primitiva: algunos trazos característicos . . . . . . . 19 3. Materiales sobre el Objetivo 3º del Plan Diocesano de Evangelización . . . 51 3.1. Seguimos a Jesús en comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 3.2. Casa y escuela de oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 3.3. “Tomar la palabra” en comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 3.4. Los pobres en la comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 3.5. Comunidad y Eucaristía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113 4. Encuentro de las comunidades de la Diócesis de Vitoria . . . . . . . . . . . . . .131
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