Un anuncio significativo del Evangelio Materiales sobre el 4潞 Objetivo del Plan Diocesano de Evangelizaci贸n (curso 2005-2006)
Vitoria-Gasteiz 2007
Documentos y Materiales: 1. Entre todos, paz para todos. Guztioz artean, bakea guztion alde. 2. Programación de las Delegaciones y Secretariados Diocesanos. 3. Guía Diocesana 2000. 4. La Formación del Laicado. Proyecto marco Diocesano. 5. Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007. 6. Hacia una fe más personalizada. Materiales sobre el 1er Objetivo del Plan Diocesano de Evangelización (curso 2002-2003). 7. Guía Diocesana 2004. 8. La misión de los laicos. Materiales sobre el 2º Objetivo del Plan Diocesano de Evangelización. 9. Pacificación y Reconciliación en el País Vasco. Encuentro diocesano de presbíteros. 10. Renovar nuestras comunidades cristianas. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. 11. Una Iglesia diocesana más comunitaria. 12. Evangelizar hoy. Una invitación a la reflexión y al diálogo en grupo a partir de la Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria “Evangelizar en tiempos de increencia” (Pascua 1994). 13. Guía Diocesana 2007. Edita: Obispado de Vitoria Imprime: Iru Artes Gráficas Maquetación: Natalia Fernández
1. Presentación Siguiendo la trayectoria de cursos anteriores, ha llegado el turno de reseñar y concentrar en este pequeño volumen algunas de las actividades y convocatorias desarrolladas en la diócesis de Vitoria, durante el curso pastoral 2005-2006 y en torno al Objetivo 4º del Plan Diocesano de Evangelización (PDE). En estrecha conexión con los Objetivos de cursos anteriores, el 4º se ha dedicado a Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La comunidad creyente es consciente de la importancia que hoy tiene la comunicación, a pesar de vivir saturados de informaciones, datos, mensajes, reclamos, etc. Inmersos en una sociedad y una cultura que promueve el pluralismo de todo tipo, es necesario detectar qué contenidos y qué cualidades son adecuados para realizar un anuncio, en este caso evangélico, que resulte asequible, relevante y significativo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y entorno. Y proponerlo respetando noblemente los elementos que el anuncio necesita para realizarse: • en fidelidad a su contenido evangélico y evangelizador; • con sinceridad y coherencia por parte de los creyentes y de las comunidades,
responsables hoy del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio; • valiéndose y aprovechando los medios e instrumentos más idóneos según las
circunstancias actuales; • con respeto y consideración hacia los destinatarios del anuncio, es decir, a la
pluralidad de hombres y mujeres contemporáneos. La comunidad diocesana ha dedicado este curso pastoral a la reflexión y a la puesta en práctica de esta necesidad que tiene el creyente de anunciar a Cristo y su Buena Noticia. Lo ha hecho bajo el impulso de este Objetivo del PDE que, a modo de propuesta e invitación, ha conseguido aglutinar esfuerzos e ilusiones. Ha sido una ocasión aprovechada para depurar y estimular una actividad consustancial y constante al ser y quehacer creyentes. 3
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
En este volumen de la colección diocesana Documentos y Materiales se incluyen algunas muestras de materiales y actividades desarrolladas en el ámbito diocesano. En las páginas siguientes se enumeran y se sombrean las que están recogidas expresamente en el folleto. Son muchas las reflexiones, los materiales y las actividades que han elaborado y desarrollado los diversos colectivos de la diócesis en torno a este objetivo. Lo importante es que grupos y parroquias, comunidades y colectivos, movimientos y asociaciones incrementen su capacidad e ilusión a favor de un anuncio siempre significativo en las condiciones y circunstancia de cada tiempo y lugar. De ello quiere dar fe y, al mismo tiempo, a ello quiere contribuir modestamente este folleto y sus contenidos. Relación de actividades y convocatorias de ámbito diocesano, desarrolladas en el Curso Pastoral 2005-2006 en torno al Objetivo 4º del PDE.
I. Septiembre 2005. 1. Carta Pastoral del Obispo de Vitoria con motivo del Inicio del Curso Pastoral 2005-2006: Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo. “También nosotros creemos y por eso anunciamos” (2Cor 4,13). (25 de Septiembre 2005).
II.– Octubre 2005. 2. Jornadas Pastorales en el Inicio del Curso 2005-2006 (4-6 de Octubre 2005), con el siguiente programa de conferencias: – Principales retos y claves para el anuncio del Evangelio en la situación actual, por José María Mardones, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. – Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo, por Mons. Juan María Uriarte, Obispo de San Sebastián. – El anuncio significativo del Evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización, por Fernando Gonzalo-Bilbao, Vicario General de la Diócesis de Vitoria. 4
Presentación
III. Noviembre 2005. 3. La hoja Iglesia diocesana de Vitoria (nº 9, noviembre 2005) recoge textos, noticias y entrevistas relacionados con el Anuncio significativo.
IV. Adviento 2005. 4. En consonancia con el Objetivo 6º, trasversal al PDE y dedicado a La construcción de la paz desde las exigencias y motivaciones del Evangelio, se distribuyó el Cuaderno 122 de Cristianisme i Justícia, titulado La reconciliación. Más allá de la justicia, elaborado por la ONG Alboan.
V. Febrero 2006. 5. Ciclo de charlas La acogida de Jesús, por José Antonio Pagola, Director del Instituto de Pastoral de San Sebastián (14 y 15 de febrero 2006). 6. Organizado por la Comisión Gestora del Servicio Diocesano del Laicado, Carlos García de Andoin pronunció la charla El anuncio explícito de Jesucristo (22 de Febrero 2006). 7. Esta charla fue un primer paso para el Seminario de lectura compartida en torno al libro que con el mismo título tiene publicado el conferenciante.
VI. Cuaresma 2006 8. Preparación, confección y distribución de cinco entregas de los materiales: Evangelizar hoy. Una invitación a la reflexión y el diálogo en grupo a partir de la Carta pastoral Evangelizar en tiempos de increencia: 1. Introducción. 2. Nuestra situación. 3. ¿Qué es evangelizar? 4. Cómo evangelizar. 5. Un giro pastoral.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
VII. Marzo 2006. 9. La hoja Iglesia Diocesana de Vitoria (nº 10; Marzo 2006) se hace eco de algunas actividades diocesanas en torno al Objetivo 4º del PDE.
VIII. Mayo 2006 10. Comunica y vive – Bizi eta iragarri. II Encuentro Diocesano de Comunidades / Elizbarrutico Elkarteen II. Topaketa. Sábado 6 de mayo / Maiatzak 6, larunbata.
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2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo "TambiĂŠn nosotros creemos y por eso anunciamos" (Flp 2, 5)
Carta Pastoral del Obispo de Vitoria con motivo del Inicio del Curso Pastoral 2005-06 Vitoria-Gasteiz, 24 de Septiembre 2005
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2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 1. Introducción
1.- Introducción. Una de las tareas más gozosas de las que corresponden al Obispo, pastor de la comunidad diocesana, es alentar a los hermanos y hermanas en la misión evangelizadora. Para todo creyente en Cristo, anunciarle a Él y su Buena Noticia es, como insistía S. Pablo, “una necesidad” (1Cor 9, 16). La palabras “id y anunciad” (Mc 16, 15) con las que el Resucitado envió a los discípulos, las acogemos nosotros hoy como la lógica consecuencia de quienes hemos de dar gratis lo que de Él hemos recibido gratis (Cf Mt 10, 8). Estamos en el inicio de un nuevo curso pastoral. Lo vivimos como el inicio de una nueva oportunidad que nos brinda Dios, nuestro Padre, para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, personal y eclesialmente. Al igual que en cursos pasados contamos con la guía del Plan Diocesano de Evangelización (PDE) que ahora cumple cuatro años de su entrada en vigor. El objetivo a potenciar a lo largo de este curso se refiere a El anuncio del Evangelio, expresado de la siguiente manera: “Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Los creyentes de todas las épocas se han esforzado por anunciar a Cristo a sus contemporáneos, cumpliendo así la única misión que nos confió el Resucitado. Es una labor que contiene dos importantes dimensiones: realizar los deseos de Aquel que nos envía, y al mismo tiempo satisfacer nuestra necesidad de anunciar y compartir con todos el luminoso tesoro que hemos recibido, pues “no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5, 15). La importancia del objetivo elegido para este curso viene marcada, en primer término, por la importancia de su contenido: anunciar el Evangelio, y además porque este cometido pone de manifiesto y verifica la hondura y consistencia de los demás objetivos del PDE. Al escribiros esta Carta Pastoral, quiero hacer también un ejercicio de anuncio significativo de Cristo, el Señor, para estimular a la comunidad diocesana en la ilusión evangelizadora, incrementar la comunión eclesial y contribuir a la edificación, aquí y ahora, del Reino de Dios que inició Cristo y nosotros hemos de promover. 9
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
2.- Un anuncio significativo. El testimonio que nos transmite el Nuevo Testamento, en especial el libro de los Hechos de los Apóstoles, es muy claro cuando expresa la clara conciencia y el eficaz empeño que tenían apóstoles y discípulos por anunciar a Cristo y su mensaje salvífico. La experiencia de la Pascua y de Pentecostés les urgía a anunciar, de forma directa e inmediata, la Nueva Noticia que de Jesús y en Jesús ellos recibieron. Los creyentes siempre han procurado realizar esta misma misión, si bien las formas han variado según las épocas y los ambientes. Cada momento histórico y socio-cultural ha exigido formas y cauces distintos de anuncio. La tradición eclesial registra y da fe del esfuerzo que se ha realizado para anunciar, en espacios y ambientes distintos, al mismo y único Jesucristo y su mensaje. Según las circunstancias, los creyentes anunciaron a Cristo mediante el diálogo o la confrontación con la cultura pagana; o bien, mediante presencias unas veces generosas, otras arriesgadas en las denominadas “tierras de misión”. No olvidemos el anuncio sigiloso, incluso clandestino y martirial, propio de los momentos de persecución en la antigüedad, o los más recientes bajo los regímenes beligerantemente ateos del “telón de acero”. Entre nosotros se ha vivido durante años una situación que se denomina de cristiandad. En ella lo religioso y sus elementos estaban muy presentes en la vida social, cultural y cotidiana. Sin embargo, al producirse una transmisión de la religiosidad por contagio con el ambiente, el anuncio propiamente evangelizador quedó descuidado. Al cambiar las condiciones culturales y ambientales, apenas queda para muchos sino un recuerdo y una cierta querencia de lo vivido en el pasado, pero no encuentran un fundamento sólido a la vida cristiana propia de los Hijos de Dios, probablemente porque, en su momento, recibieron alguna educación religiosa, pero no un anuncio suficiente y significativo. A nosotros nos corresponde hoy realizar idóneamente esta tarea para estar, en nuestro tiempo y lugar, cristiana y eclesialmente a la altura, sabiendo que nadie lo va a hacer por nosotros. Nuestra vocación y misión es anunciar, celebrar y practicar el mensaje de Jesús “en el mundo de nuestro tiempo” (Cf GS 1), y hacerlo de forma significativa.
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2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 2. Un anuncio significativo
a) El anuncio. A la hora de acercarnos al objetivo del PDE que destacamos en este curso, es lógico que una vez más nos preguntemos por el contenido del anuncio: ¿Qué hemos de anunciar? A lo largo de los siglos, la Iglesia ha atesorado un rico y extenso patrimonio de sabiduría teológica y de experiencia pastoral. Constituye un patrimonio que apreciamos, hemos de cuidar y, también, actualizar e incrementar con nuevas reflexiones y experiencias en el presente. Siempre cuidando tanto de ser fieles al mensaje y a la misión recibidas de Cristo, como su adecuación a la identidad y situación concreta de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Los contenidos de este rico patrimonio no son todos del mismo rango, importancia y relevancia para la fe en Cristo y para la construcción del Reino de Dios. Apreciándolos todos, unos son esenciales, y por tanto imprescindibles a la fe y a la experiencia cristianas. Otros son de rango inferior, o bien derivados de los esenciales. Hay elementos que pertenecen a las etapas de iniciación del creyente; otros son propios de fases de maduración y de profundización personal y eclesial en el misterio de Cristo. Conviene tener presente esta distinción para no equivocarnos, dando importancia principal a elementos y factores que no la tienen, o viceversa marginando o trivializando los que, de verdad, son esenciales. Asimismo, es conveniente atender y respetar el momento de fe personal y personalizada de cada creyente, pues ésta nace y se desarrolla a partir de una experiencia intransferible: el encuentro y el reconocimiento personal de Cristo, el Señor, lo cual es una experiencia personal y única en cada creyente dentro de la Iglesia. Siempre, pero en especial en momentos como el actual, lo adecuado es centrar el anuncio cristiano en lo esencial y nuclear. Por experiencia propia sabemos que el corazón de la fe, de donde ha de arrancar cualquier forma de anuncio, es Cristo: de Él venimos, sólo Él nos salva, Él nos revela la verdad sobre Dios y sobre nosotros mismos; de su Palabra y de su presencia nos alimentamos, y de su Espíritu dependemos. Conviene recordar estas líneas de nuestra última Carta pastoral conjunta: “El desarrollo doctrinal del cristianismo a través de la reflexión teológica es muy amplio. Como un árbol muy frondoso oculta sus ramas fundamentales, tanta doctrina puede desdibujarnos las convicciones básicas de la fe. Tales convicciones pueden incluso estar cuarteándose en muchos creyentes, mientras estamos ocupados en hablarles de temas periféricos o ampliar sus conocimientos teológicos. Dios Padre, Jesucristo y su Misterio Pascual, el espíritu constructor de la Iglesia, el amor y la mise11
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
ricordia como valores primordiales, el seguimiento de Jesús vinculados a María, la comunidad eclesial, la esperanza, el testimonio de la fe y la dedicación a los pobres constituyen el núcleo fundamental. Tenemos que preguntarnos si nos hemos dedicado primordialmente a clarificar y afianzar este núcleo o hemos rellenado nuestros mensajes y programas con contenidos y actividades válidas, pero secundarias” (Renovar, 31). Los evangelios y los libros del Nuevo Testamento son la fuente perenne del anuncio cristiano. Asimismo, el Catecismo (resumido) de la Iglesia Católica propuesto por el Magisterio eclesial es una valiosa fuente y ayuda para este anuncio.
b) De modo significativo. El objetivo 4º del PDE propone que el anuncio ha de hacerse “de modo significativo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Significativo proviene del término “signo” (o sea, realidad que evoca la idea de otra realidad), y propiamente significa “que da a entender o conocer con propiedad una cosa”. En consecuencia, nuestro anuncio es significativo cuando con propiedad da a entender a Cristo y su mensaje a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para que así sea, previamente conviene superar algunas confusiones o tentaciones que pueden desvirtuar el carácter significativo del anuncio. Significativo no es sinónimo de triunfador o ‘con éxito’; tampoco alude al calibre o a la cantidad de la reacción obtenida. Las personas tenemos una clara tendencia a buscar el reconocimiento, el halago, el aplauso..., en suma, el éxito palpable, como respuesta a nuestro esfuerzo, y mejor si es inmediato, a corto plazo. Pero no nos confundamos aplicando nuestros gustos y deseos a la misión de anunciar a Cristo. En una reciente intervención, Benedicto XVI se muestra muy realista cuando, tras contemplar el panorama socio-cultural actual y la naturaleza del mensaje evangélico, nos dice: “La gente parece que no nos necesita. Sin embargo, aprendamos de la Palabra del Señor que sólo esta semilla transforma siempre de nuevo la tierra y la abre a la verdadera vida. (...) Este es el sentido de la Parábola del grano de trigo caído en tierra: sólo con un proceso de mortificada transformación se llega al fruto y se abre la solución. Y si para nosotros no fuera dolorosa la aparente ineficacia de nuestra predicación, sería una falta de fe, de auténtico compromiso. Hemos de tomar en serio estas dificultades de nuestro tiempo, y transformarlas sufriendo con Cristo, y así transformarnos nosotros mismos. Y en la medida en que nosotros mismos somos transfor12
2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 2. Un anuncio significativo
mados también podemos contestar a la pregunta (sobre ¿qué hacer?) formulada antes, podemos ver la presencia de Dios y hacer que la vean los demás” (Discurso improvisado a los sacerdotes de la diócesis de Aosta, 25 de Julio 2005).
El Papa alude expresamente a la situación que, en cuanto a lo religioso y lo cristiano, estamos atravesando en muchas zonas de Europa. Pero esta situación no es nueva. Los evangelios dan cuenta de que, con frecuencia, las palabras y los gestos del mismo Jesús suscitan indiferencia, rechazo e incluso abierta hostilidad (Cf Mt 8, 34; 21, 46; Mc 6, 1-6; 7, 11-12; Lc 4, 28-29). En parecidas situaciones se vieron los apóstoles y discípulos en los momentos nacientes de la Iglesia (Cf Act 4, 12; 5, 17-18; 7, 55-60; 12, 1-5), y sobre todo Pablo recibe este tipo de respuestas, cuando anunciaba a Jesucristo tanto a los judíos (Act 13, 50-51; 18, 12), como a los gentiles (Act 17, 32). ¿Qué hubiera sido de la fe cristiana, y más concretamente, qué hubiera sido de nosotros como creyentes, si estos primeros anunciadores se hubiesen desanimado ante la indiferencia, o hubieran abandonado su misión con el argumento de que el mensaje no interesaba a muchos, o que los mensajeros no eran debidamente acogidos y aceptados? A pesar de la indiferencia, del rechazo, del aparente fracaso... no se echaron atrás. San Pablo es para nosotros, en estos momentos, modelo y referencia en celo y disponibilidad apostólica y, también, en la habilidad y flexibilidad para adaptarse a la mentalidad y circunstancias de sus contemporáneos. “Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; (...) Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo” (1 Cor 9, 19-23). Hemos de esforzarnos en detectar dentro de nosotros mismos y de la vida eclesial, qué elementos, y de qué modo, son realmente significativos para nosotros mismos y para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Factores como la rutina de nuestras celebraciones, la monotonía del mero cumplimiento, la tibieza en el compromiso por la justicia y la paz, la escasa preocupación y solidaridad por los pobres y las víctimas, una vida moral complaciente en los mínimos, etc., son percibidos, por nosotros mismos y por los demás, como indicadores de una vida cristiana acomodaticia y de escasa calidad. Por el contrario, una vida cristiana centrada y dinamizada desde los centros nucleares de la fe aludidos son percibidos, incluso entre quienes no comparten ni 13
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
desean implicarse en la vida cristiana, con respeto y como una llamada de atención a valorar y respetar la fe y a los creyentes. Así, la entrega incondicional al amor y a la misericordia en la más variadas situaciones de la existencia, el inequívoco compromiso por la paz y la justicia desde la perspectiva preferencial de los pobres, la madurez y entereza de nuestras convicciones y prácticas morales, la ilusión y la esperanza diligentes al afrontar situaciones duras y problemáticas, la austeridad en los aspectos materiales y económicos de nuestro estilo de vida, el respeto y la promoción de la dignidad personal de todos los seres humanos, hombres y mujeres, mayores y niños, enfermos y disminuidos, aún no nacidos o en situación terminal, la activa pertenencia y participación eclesial, la manifestación inteligente e inteligible de nuestras convicciones evangélicas y eclesiales... son, siempre y también en nuestro tiempo y lugar, signos y anuncio inequívocos del don de la fe que se nos ha dado y que se nos ha confiado compartir y contagiar.
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2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 3. Las formas del anuncio
3.- Las formas del anuncio. Desde los inicios, los creyentes han desarrollado la misión evangelizadora, en general, y el anuncio evangélico, en particular, de dos formas complementarias: el anuncio implícito y el anuncio explícito.
- El anuncio implícito. Se caracteriza por ser una actividad discreta y silenciosa, así como constante y duradera. En términos alegóricos, Jesús se refiere a este tipo de anuncio cuando afirma que vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra, o la ciudad situada en la cumbre del monte (Cf Mt 5, 13-14). “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre del cielo” (Mt 5, 16). La luz no se percibe en sí misma, sino cuando por ella vemos los objetos iluminados; la sal se disuelve y precisamente al diluirse se deja de ver y se la percibe en el nuevo sabor que da a los alimentos. De la misma manera, los creyentes y las comunidades eclesiales anuncian y manifiestan, por la calidad y hondura de su vida cotidiana (actividades, celebraciones, estilo de vida, compromisos...) la energía liberadora y salvífica de Cristo y su mensaje. Esta forma de anuncio hunde sus raíces en la profundidad del corazón. Afecta, ante todo, al ser, a la identidad más honda de creyentes y comunidades, antes que a su quehacer. Es propio de quien va progresivamente formando y conformando su vida según el espíritu de Cristo. Es muy importante hacer obras y acciones de caridad, misericordia, etc., pero es más importante ser caritativo, misericordioso, comprometido... anunciando y mostrando de esta manera, como apuntaba Juan Pablo II, el rostro de Cristo: “los hombres de nuestro tiempo, quizá no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo ‘hablar’ de Cristo sino en cierto modo de hacerselo ‘ver’. ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia, y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?” (NMI, 16). Esta forma de anuncio es la que brota, a veces sin que nos demos cuenta, de la ejemplaridad de la vida personal y comunitaria que realizamos habitualmente. El tipo concreto de vida personal, conyugal, familiar, laboral, el modo como vivimos, nos divertimos, nos comprometemos, la forma habitual de nuestra vida material, lo que gastamos, lo que damos solidariamente, lo que acaparamos o repartimos... todos estos elementos son anuncio implícito. Hagamos que de verdad sea cristiano y significativo, porque está respaldado y orientado por la fe, la esperanza y la caridad. 15
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Un anuncio significativo del Evangelio
- El anuncio explícito. “Hemos de recordar que no hay evangelización plena si no hay anuncio explícito del Reino de Dios. La evangelización no es muda. No puede reducirse a presencia testimonial silenciosa o a compromiso transformador callado. La evangelización debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios (EN 27)” (Evangelizar 44). Esta forma de anuncio es la respuesta activa que la Iglesia y los creyentes dan al envío evangélico de “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15; Cf Mt 28, 19; Mc 13, 10). Lo normal y deseable es que todo cristiano y toda comunidad eclesial no deje de anunciar explícitamente a Jesucristo, pues al igual que el apóstol San Pablo, el creyente es consciente de que “vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), y “para mi, vivir es Cristo” (Fil 1, 21). No hay que ocultar, ni tener inconveniente en confesar con la amplitud y publicidad adecuadas que aquello que somos y hacemos proviene de Cristo, y hacia Él se orienta, porque Él es nuestra esperanza (Cf 1Tim 1,1) y sabemos que sin Él nada podemos (Cf Jn 15, 5). Con el máximo respeto, hemos de hacer partícipes a los demás de nuestra fe y su fundamento, de nuestra esperanza y sus motivos, de nuestra caridad y sus empeños... ya que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34). “Esta pasión, escribía Juan Pablo II, suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos ‘especialistas’, sino que acabará por implicar a todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo (...). La propuesta de Cristo se ha de hacer a todos con confianza. Se ha de dirigir a los adultos, a los jóvenes, a los niños, sin esconder nunca las exigencias más radicales del mensaje evangélico, atendiendo a las exigencias de cada uno, por lo que se refiere a la sensibilidad y al lenguaje, según el ejemplo de Pablo cuando decía: Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos (1Cor 9, 22)” (NMI 40). Hay muchas formas concretas de realizar este anuncio: participando públicamente en dinamismos y convocatorias de la ciudad o del barrio, del pueblo o de la zona; colaborando en acciones significativas en pro de la paz y de los pobres; cooperando en iniciativas realmente humanizadoras, etc. Especial relieve significativo tiene el anuncio cuando se articula a través de propuestas eclesiales de pastoral misionera y evangelizadora, de grupos de Cáritas, de pastoral penitenciaria, de 16
2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 3. Las formas del anuncio
Misiones... o de cualquier tipo de compromiso social. Los Consejos parroquiales y zonales son organismos adecuados para, teniendo presente el entorno social y cultural, idear y programar propuestas y acciones participativas y significativamente evangelizadoras.
- Espiritualidad para el anuncio. El anuncio evangelizador y significativo, en estas dos formas tan complementarias como imprescindibles, requiere una espiritualidad adecuada a la presente coyuntura. Os recuerdo los rasgos más significativos de una espiritualidad para nuestra época que, con mayor detalle, están expuestos en la última Carta Pastoral conjunta (Renovar, 42-49). Os animo a que personalmente o en grupos comentéis y compartáis estas páginas e, incluso, tengáis motivo para la oración con lo que se explica en ellas. Notad que cada uno de los rasgos señalados indican un conjunto de actitudes personales y eclesiales adecuadas para un anuncio significativo: • Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo.
Más que desear “amarrar el futuro”, la fe nos induce a confiar en el amor irrevocable del Padre, en la energía de la resurrección del Hijo y en la actividad incesante del Espíritu en la historia. Ahí tenemos los cimientos para confiar no sólo en la misericordia siempre presente de Dios, sino también para entregarle a Él nuestro futuro personal y comunitario. • Una espiritualidad de la fidelidad, no del éxito.
Hemos de pedir la gracia y el don de la fidelidad en tiempos de escasa fecundidad. Al quedarse sólo, Jesús comprendió que el Padre le pedía fidelidad a su misión, no éxito claro e inmediato. Hemos de pedir la gracia de la fidelidad, dispuestos a sembrar mucho y recoger poco. • Una espiritualidad de la responsabilidad, no del culpabilismo.
No somos los responsables o culpables de cómo el anuncio y la fe son recibidos o acogidos. Nuestra actitud no debe contaminarse con la amargura del culpabilismo. Hemos de ser responsables y coherentes ante el don que de Dios, por Cristo, hemos recibido. Vivir y anunciar el Evangelio es el envío que de Cristo hemos recibido y un signo de nuestro amor y solidaridad a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. 17
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
• Una espiritualidad de la esperanza, no de la nostalgia.
La nostalgia se detiene en el pasado y teme mirar hacia adelante. La esperanza, en cambio, está convencida de que todas las cosas están llamadas a ser más en el Señor. Ella nos encamina a construir con sencillez y realismo el futuro posible y a aguardar el futuro definitivo. • Una espiritualidad de la paciencia, no de la prisa.
Con frecuencia confundimos ilusión con prisas. Éstas suelen interrumpir y malograr los procesos de crecimiento; son un obstáculo a la verdadera maduración que requiere tiempo, delicadeza, paciencia... • Una espiritualidad del aprecio de lo pequeño, no de la ambición de lo grande.
Lo poco y lo pequeño no son, para nosotros, un “premio de consolación”. Lo pequeño y, sobre todo, los pequeños tienen nobleza evangélica. La situación presente es una ocasión propicia para que redescubramos el valor de muchas cosas que nunca debimos subestimar ni olvidar: el Padre ha dado a conocer sus cosas a los pequeños y sencillos (Cf Mt 11, 25). • Una espiritualidad de la sintonía, no de la distancia.
La comunidad cristiana está llamada a prolongar en la historia la cercanía del Señor. No olvidemos que Dios quiere, aquí y ahora, darse a conocer y hacerse presente, como amor misericordioso y salvífico, a través de nosotros que somos su Iglesia. Y este deseo de Dios se corresponde con los deseos y necesidades más profundos de los hombres y mujeres de todos los tiempos. La ley cristiana de la encarnación nos lleva a compartir, porque también son nuestros, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (GS 1). • Una espiritualidad de la sanación, no de la condena.
El Papa Juan XXIII hablaba de que la esposa de Cristo prefiere usar el bálsamo de la misericordia para poner remedio a las múltiples heridas, errores y desgarros de los seres humanos. En nuestra profundidad e intimidad somos seres desvalidos y precarios, y con excesiva frecuencia vemos a Cristo crucificado en el rostro y en la vida de muchos hombres y mujeres. Una humanidad así conmovió a Dios “que no 18
2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 4. Las dificultades para un anuncio significativo
envió a su hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de Él” (Jn 3, 17). Seamos más compasivos que críticos; más misercordiosos que censores; siempre humildes para confesar nuestros pecados y para acoger a los pecadores.
4.- Las dificultades para un anuncio significativo. La experiencia nos enseña que cualquier empeño requiere, además de esfuerzo, estar atento a las dificultades para afrontarlas y superarlas. Así ocurre con cualquier tarea evangélica. Los evangelios dan cuenta de las dificultades que atravesaron el mismo Jesús, los apóstoles y los discípulos. No olvidamos que nuestra fe brota de un Crucificado, al que Dios resucitó. No es raro, pues, que para la puesta en práctica de este objetivo del PDE, encontremos dificultades de diversa índole. Permitidme que me fije en algunas de ellas. Unas emanan del ambiente social y cultural de nuestro tiempo al que, con frecuencia y exactitud, calificamos como globalmente secularizado. Otras corresponden a las limitaciones y debilidades de los propios creyentes.
Dificultades que provienen del ambiente. - Una parte de nuestro entorno se caracteriza por la superficialidad y por la fragmentación a la hora de afrontar la vida personal y social. En estas condiciones difícilmente se pueden encontrar el mensaje del Evangelio y una vida existencialmente fragmentaria y superficial. El anuncio cristiano es una persona -Cristo, el Señor-, y un mensaje -el Evangelio- para la vida humana en totalidad, en profundidad y para todas sus dimensiones y situaciones. Es cierto que el encuentro con el anuncio cristiano puede ser para algunos ocasión para superar la superficialidad y la fragmentación, y reencontrarse con las dimensiones más hondas y estructurantes de la existencia humanas, incluidas las de índole transcendente. - Otra dificultad proviene del pragmatismo y del activismo que impregnan la vida actual, constreñidos además por la necesidad de resultados palpables y a corto plazo. Allí donde reinan la inmediatez, el activismo febril, la provisionalidad, el sensacionalismo, etc., es difícil que germine un mensaje que requiere paciencia, actitud de espera, constancia y maduración. Si con paciencia y esperanza somos capaces de acompañar el anuncio cristiano con una pedagogía adecuada, la tarea evangelizadora es capaz de educar y 19
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Un anuncio significativo del Evangelio
de regenerar la capacidad de interiorización personal, así como la recuperación de esas zonas de la existencia y de la experiencia que es preciso reencontrar. - Por último, cierto individualismo abusivo constituye otra seria dificultad a la propuesta de un anuncio significativo. Con frecuencia, las presiones y las exigencias de las actuales formas de vida configuran hombres y mujeres plenamente conscientes de su individualidad y dignidad irrepetibles, pero egoístamente desvinculados de sus semejantes. Sin embargo, un mensaje cristiano vivido y anunciado de modo significativo colabora al enriquecimiento de cada uno con los dones de la fe y la gracia que gratuitamente se nos dan. Al mismo tiempo nos vincula fraternal y solidariamente con todos los seres humanos, hermanos todos en Cristo e hijos de un mismo Padre.
Limitaciones y debilidades de los creyentes. Hay dificultades que surgen de las exigencias propias del Evangelio y del seguimiento por el Reino de Dios. No todos están en disposición de acoger consecuentemente el mensaje de Jesús. Así ocurrió en tiempos de Jesús (Cf Lc 18, 18-23) y en el presente. Otras dificultades provienen de las condiciones en que los creyentes, en lo personal y en lo eclesial, vivimos y practicamos el Evangelio. Con frecuencia nuestro anuncio es escasamente significativo, porque en él se detectan las deficiencias y las limitaciones con que encarnamos el Evangelio. - Somos conscientes que la fe cristiana sólo se puede vivir encarnada en la vida cotidiana. Sin embargo, existe la tentación de que “instalados en la cultura de la satisfacción muchos de nosotros experimentamos especiales dificultades para enrolarnos en el seguimiento de Jesús” (Renovar, 32). La tentación no es nueva. San Pablo escribe a los cristianos de la comunidad de Roma. “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 2). La dimensión profética de un anuncio significativo requiere que de palabra y con obras identifiquemos y superemos estas dificultades, captando en la realidad de nuestro tiempo los “signos” de la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
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2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 4. Las dificultades para un anuncio significativo
- Otra dificultad a no olvidar es la posibilidad de que anunciemos, no a Jesucristo, sino a nosotros mismos o a nuestro particular modo de comprender y vivir el Evangelio, el seguimiento, etc. De nuevo San Pablo nos indica el remedio para evitar particularismos y apropiaciones sesgadas del único mensaje. “¿Está acaso dividido Cristo?” (1Cor 1, 13). Es saludable reconocer la variedad de dones y carismas con que el Espíritu bendice, enriquece y dinamiza al Pueblo de Dios. Esta realidad es también fuente de tensiones y de problemas. No es sencillo mantener el adecuado equilibrio entre la legítima y necesaria diversidad (de experiencia, de vocación, de carismas, de dones...) y la orientación de tal diversidad al bien de la comunidad:”¡Mire cada cual cómo construye! pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto: Jesucristo” (1Cor 3, 10-11; Cf también Rom 12, 6; 1Cor 1, 7; 7, 7). - Estas y otras dificultades pueden ser causa de que, en ocasiones, cunda cierto desánimo y abatimiento en el anuncio y en la tarea de evangelización. Además de indiferencia, hallamos cierto rechazo. Estas dificultades conllevan un doble peligro. El primero consiste en el abandono de la misión anunciadora. Sin embargo, es motivo de esperanza y de gratitud al Espíritu el hecho de que, a pesar de estas dificultades, muchos y muchas no cesan en el empeño de seguir cultivando su fe, de edificar el Pueblo y el Reino de Dios, y de anunciar cotidianamente la Buena Nueva de Cristo. El otro peligro consiste en reaccionar de forma inadecuada ante las dificultades. Nunca será adecuado confundir radicalidad evangélica con rigorismo o fanatismo, omitir o disimular los aspectos más paradójicos o comprometidos
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
de la fe y del seguimiento, poner la confianza en poderes o privilegios y no en los valores del Reino y las Bienaventuranzas, alimentar el pesimismo como coartada para la pasividad (Cf Renovar, 35).
5.- El programa para este curso pastoral. El contenido de este objetivo del PDE no es un tema nuevo en el Pueblo de Dios, en general, ni entre nosotros en particular. Conviene, por tanto, que aprovechemos lo que ya tenemos reflexionado, madurado y realizado en este terreno. Os recomiendo una nueva lectura de dos grandes textos, Evangelii nuntiandi de Pablo VI y Novo millennio ineunte de Juan Pablo II. En varias ocasiones, los Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria nos hemos acercado, por medio de Cartas Pastorales, a puntos relacionados con el anuncio significativo y con la misión evangelizadora. Os recuerdo, especialmente, la Cartas tituladas Evangelizar en tiempos de increencia (Pascua de Resurrección 1994), y Renovar nuestras comunidades cristianas (Cuaresma-Pascua, 2005). Grupos laicales, movimientos apostólicos, comunidades religiosas, asociaciones, grupos parroquiales, etc., han desarrollado en estos años reflexión y praxis sobre cómo anunciar a Cristo en esta época y circunstancias. Es una sabiduría y una experiencia que no podemos desconocer. Conviene que las comuniquemos y compartamos entre quienes estamos ilusionados e interesados en seguir realizando de modo significativo el anuncio evangélico. Centrándonos en el objetivo específico para este Curso Pastoral, diversos colectivos diocesanos han diseñado acciones concretas y actividades a desarrollar durante los próximos meses en su ámbito específico. Las Delegaciones y Secretariados apuntaron las acciones a impulsar que se encuentran en el Proyecto operativo del Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007 (páginas 15-17). Estad atentos a estas acciones para aprovecharlas y participar activamente en su puesta en práctica. Las Jornadas de Inicio del Curso Pastoral, en torno a este objetivo, son una excelente oportunidad para sumergirnos, ya desde ahora, en el conocimiento y la vivencia del tema. Como viene siendo habitual, celebraremos a lo largo del curso encuentros y actividades. Se van a elaborar y distribuir materiales de apoyo, para la reflexión personal y en grupos, sobre varios aspectos del objetivo señalado. Están previstos Encuentros y Talleres sobre Acogida Evangelizadora y sobre Evangelización Misionera. Estad al tanto y colaborad en la difusión y en la participación de estas convocatorias. 22
2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo 6. Conclusión
6.- Conclusión. Es imprescindible que, para intensificar el anuncio significativo abramos nuestra mente y nuestro corazón a la acción del Espíritu. Él es quien “os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que os he dicho” (Jn 14, 26), Por medio de Él, hemos de ampliar y perfeccionar nuestras actitudes de acogida y receptividad de los dones de Cristo, y de empatía y solidaridad con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al igual que en cursos anteriores, seguimos atendiendo transversalmente los objetivos 5 (La opción por los pobres) y 6 (La construcción de la paz). Ahora adquieren una importancia añadida. Son objetivos y tareas, eclesiales y pastorales, válidas por sí mismas, por su importancia objetiva y por su relevancia evangélica. No se comprende una vida cristiana y eclesial sin una decidida y comprometida dedicación a los pobres “porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Lc 6, 20b), y a la construcción de la paz “ya que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). Además, ahora son dos referentes primordiales a la hora de acreditar la coherencia y la significatividad del anuncio. La opción preferencial por los pobres y el empeño por la construcción de la paz son modos concretos y prácticos de anuncio significativo. Jesús, que es el contenido central del anuncio, es anunciado cuando los creyentes desarrollamos, por Él y en Él, estos cometidos. Recordemos que fue Jesús quien públicamente se presento como el Enviado “a anunciar a los pobres la Buena Noticia” (Lc 4, 18), y es reconocido como el que viene a “guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 79).Estos meses y estos objetivos que tenemos por delante son una oportunidad de la Gracia para que realicemos humilde y fecundamente la misión que el Maestro nos confía. “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias, para que Dios nos abra una puerta a la Palabra y podamos anunciar el Misterio de Cristo” (Col 4, 2-3). † Miguel Asurmendi Obispo de Vitoria Vitoria-Gasteiz, 24 de septiembre 2005 Fiesta de Ntra. Sra. de la Merced
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Un anuncio significativo del Evangelio
Guía de siglas: EN:
Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (1976).
Evangelizar: Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Evangelizar en tiempos de increencia (Pascua de Resurrección 1994).
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GS:
Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral Gaudium et spes (1965)
NMI:
Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (El nuevo milenio), 2001.
PDE:
Diócesis de Vitoria, Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007.
Renovar:
Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Renovar nuestras comunidades cristianas (Cuaresma-Pascua, 2005)
3. Charlas al inicio del Curso Pastoral 3.1 El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelizaci贸n Fernando Gonzalo-Bilbao
3.2 Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo Mons. Juan M陋 Uriarte
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
3.1 El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización Fernando Gonzalo-Bilbao Vicario General de la diócesis de Vitoria
Introducción Uno de los objetivos del Plan Diocesano de Evangelización es este: “Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”. A él vamos a dedicar una atención preferente a lo largo del curso pastoral que ahora iniciamos. He escuchado a distintas personas diversas interpretaciones relativas a este objetivo. Para unos es una propuesta de activar el anuncio explícito del Evangelio; para otros significa acentuar la evangelización misionera; hay quien lo traduce al interés por renovar los métodos y las estrategias en la acción pastoral; también hay quien lo contempla como exigencia de la renovación de lenguajes y técnicas de comunicación en la evangelización. Sin duda existirán más lecturas diferentes, realizadas desde otras perspectivas, destacando enfoques parciales del mismo objetivo. El propósito de esta charla es ofrecer unas claves de comprensión de este objetivo en toda su amplitud y profundidad. Esas claves podemos deducirlas de los mismos elementos presentes en su enunciado: • El modo significativo del anuncio • Los hombres y mujeres de nuestro tiempo • El Evangelio de Jesucristo • El anuncio como propuesta • Y, aunque implícito, el sujeto que propone. 27
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
Iremos recorriendo estos elementos a lo largo de la exposición. Para finalizar esta introducción hago una simple sugerencia: tal vez resulte más adecuado ordenar la formulación del Objetivo de esta otra manera: “Proponer, de modo significativo para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, el anuncio del Evangelio de Jesucristo”. Me han sido especialmente útiles en la preparación de esta charla las Cartas pastorales conjuntas de los Obispos de Pamplona y Tudala, Bilbao, San Sebastián y Vitoria: “Evangelizar en tiempos de increencia” (1994) y “Renovar nuestras comunidades cristianas” (2005) de las que he tomado abundantes elementos. Así mismo la Ponencia de Luis González Carvajal “Claves de respuesta evangelizadora en la situación actual” en las Jornadas de Vicarios de pastoral de 2005 en El Escorial. También he encontrado pistas interesantes para este tema en la obra de Luis Rubio “Nuevas vocaciones para un mundo nuevo”.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
1. En busca de un anuncio evangelizador significativo hoy El anuncio del Evangelio, la tarea fundamental de la Iglesia a lo largo de los siglos, necesita un aggiornamento (una puesta al día) para ser hoy significativo. Esta puesta al día no consiste sólo en una cuestión de método. Como si el problema no está tanto en el contenido del mensaje cristiano como en la manera de presentarlo. Lo que representa un problema para el anuncio del Evangelio de modo significativo hoy no es el método, es el mismo contenido de la fe.1 En la cultura secular de nuestro tiempo, la libertad y la emancipación humanas se han erigido en valores fundamentales. El sentido de la vida está en nuestras manos; somos nuestros propios creadores. Afirmar que el sentido más pleno de la humanidad sólo se da en la relación y confrontación con el Dios vivo es algo totalmente extraño a esta concepción del mundo y del hombre. Y precisamente lo que el anuncio del Evangelio propone al hombre es ese encuentro personal con Dios. No podemos caer en la tentación de despersonalizar a Dios para que nuestro anuncio sea inteligible y creíble por el hombre de hoy. La propia comunidad de los creyentes debe redescubrir en profundidad la riqueza de la fe en el Dios personal, el Padre de Jesús. Un anuncio significativo nos plantea la necesidad de una evangelización nueva; de otro estilo, de otra calidad, de otro orden, en otra línea2. Esto es: • un nuevo modo de ver la realidad y de situarse ante ella; • un modo diferente de presentar la presencia y la actuación de Dios; • una nueva manera de entendernos como Pueblo de Dios y, en consecuencia,
redescubrir y asumir nuevos compromisos; • un nuevo modo de convivir y de relacionarnos con las estructuras sociales.
Si contemplamos a Jesús, el primer evangelizador, descubriremos en él: • una nueva imagen de Dios, el Padre; • un estilo nuevo de actuar; • una nueva perspectiva: ayudando a descubrir la presencia del reino de Dios; • un nuevo tipo de compromiso religioso: la acogida y defensa concreta del
hombre, su liberación. 1 Cfr. J. Kezel, Annoncer l’Evangile aujourd’hui, en Nouvelle Revue Théologique, 126 (2004) pp. 3-15. Extractado en Selecciones de Teología (2004) pp. 288 ss. 2 Cfr. L. Rubio, Nuevas vocaciones para un mundo nuevo, Salamanca, Ed. Sígueme, 2002.
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Un anuncio significativo del Evangelio
No se trata, pues, de recuperar energías o readaptar métodos simplemente. Se trata de encontrar: • una nueva comprensión del Evangelio y una forma de comunicarlo; • qué buena noticia puede darse y recibir el hombre y la mujer de hoy que
viven en un contexto cultural nuevo. La significatividad afecta al contenido, al lenguaje, al talante, a la presentación del mensajero, a la encarnación del mismo en las estructuras evangelizadoras. La significatividad plantea hoy la necesidad de un anuncio integral e integrador en el que han de ponerse en juego todas las dimensiones básicas de la comunidad eclesial: la diakonía, servicio al hombre para que alcance su dignidad como hijo de Dios; la palabra y el testimonio, comunicación con hechos y palabras de lo visto y oído dando razón de su credibilidad por la propia experiencia; la comunión, generando y promoviendo relaciones de verdadera fraternidad; la liturgia, celebrando la nueva vida como liberación ya obtenida, aunque germinalmente todavía, en Cristo. El anuncio no será significativo si reduce o privilegia una de esas dimensiones: • si se queda en palabras (muchas veces teóricas o moralizadoras); • si no muestra una praxis efectiva de liberación humana; • si sólo algunos asumen responsabilidades o se establecen diferencias de rango; • si se reduce al culto, los ritos, los sacramentos.
2. Motivos y razones para proponer del anuncio El mensaje del Evangelio es ciertamente humanizador y saludable para todos. Pero no es éste el motivo decisivo de su anuncio. La evangelización no busca primariamente «recuperar el terreno perdido», sino responder fielmente a esta convicción: «Dios quiere darse a conocer a través de nosotros, que formamos su Iglesia»3. Evangelizar es decir sí a este deseo y colaborar con Él4. Dios quiere ser conocido y amado. No quiere enseñarnos unas ideas, sino que quiere vivir con nosotros, compartir con nosotros. Dios quiere darse a conocer por medio de nosotros. Se trata de Dios, no de nosotros ni de la Iglesia. A nosotros nos corresponde anunciar el Evangelio, tratar de que la Palabra de Dios pueda ser recibida y entendida. Pero el llegar al “sí a la fe” es obra de Dios que
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3 J. Kezel, art. c., p. 284. 4 Cfr. Renovar nuestras comunidades cristianas, n.63.
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
hemos de respetar. Lo haremos posible si vivimos constantemente a la escucha de la Palabra -siempre nueva- de Dios. No hay posibilidad de anuncio auténtico si no es en la escucha de la Palabra de Dios. No es la Iglesia la que tiene la misión de evangelizar, sino que es esa misión la que genera y recrea permanentemente a la Iglesia5. Ésta es la convicción que hemos de introducir en las comunidades cristianas: no podemos renunciar a hacer presente a Jesucristo y los valores del Reino de Dios en la sociedad actual sin traicionar la esencia misma de nuestras comunidades.
3. El contenido del anuncio evangelizador Hemos de superar una concepción excesivamente doctrinal de la evangelización, como si anunciar el Evangelio fuera exclusivamente transmitir la doctrina de Jesucristo. El Evangelio no es sólo ni, sobre todo, una doctrina. Anunciar el Evangelio es hacer presente en la vida de los hombres, en la sociedad, en la historia humana, a Jesucristo y la fuerza salvadora que se encierra en Él y en su Evangelio. De ahí también la necesidad de realizar signos eficaces de su amor incondicional al hombre. Proponer el Evangelio de Jesucristo no es sólo anunciar una verdad, sino comunicar con hechos y palabras algo que pueda ser recibido realmente como buena nueva. Buena nueva es algo que trae a la vida una esperanza nueva. Genera dignidad y libertad; despierta voluntad de comunión y fraternidad, produce gozo, aunque exija renuncia, sacrificio y conversión. Lo primero es anunciar a Dios como Amigo y Salvador del hombre; que sólo interviene en nuestra vida para salvar, liberar, potenciar y elevar la vida; que sólo busca y exige lo que es bueno para el ser humano. No basta con anunciar esta Buena Noticia. En lo posible, es necesario verla hecha realidad. Si no hay «hechos buenos» que de alguna manera muestran la verdad de la Buena Noticia de Dios, ese anuncio pierde credibilidad. Es necesario que se pueda ver en quienes creen y anuncian a ese Dios Amigo del hombre. Que los que evangelizan están convencidos de que la Buena Noticia de Dios lo es, pues ellos mismos la han experimentado así.
5 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, n.50
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
La nueva imagen de Dios, del ser humano, de la convivencia6. • Un nuevo rostro del Padre. Los rasgos del Dios Padre de Jesús: - Dios, comunión de personas: entrega, donación, amor, diversidad y sintonía; - Dios vivo y autor de la vida: cuya gloria es el hombre viviente; - Dios rico en misericordia: con entrañas maternas; que bendice con toda ben-
dición; - Dios de los pobres y afligidos sin defensor; que interviene y salva acompa-
ñando y sufriendo con ellos para mantener el amor y la confianza. • El rostro del hombre que se revela en Jesús. El anuncio no se reduce a una buena noticia sólo sobre Dios sino también acerca del hombre y la mujer. “El hombre… es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión…”(Redemptor hominis 14). Cristo manifiesta plenamente al propio hombre, que en Él consigue plena conciencia de su dignidad. La buena noticia sobre el hombre es la afirmación de lo genuinamente humano como manifestación de Dios. La promoción de lo auténticamente humano, es buena noticia para el hombre a la vez que revelación del Dios de Jesucristo. • La buena noticia de una nueva convivencia: la civilización del amor, la cultura de la solidaridad. Significa proclamar con hechos la buena noticia de una sociedad marcada por la esencial igualdad de todos los hombres, la justicia, la solidaridad, la fraternidad. La llamada a su promoción integral por la solidaridad. La participación responsable y activa en la organización de la convivencia. La no violencia, la reconciliación, la paz.
4. El sujeto que anuncia La responsabilidad de anunciar el Evangelio recae sobre todos los creyentes. Esto no significa que todos tengamos que realizar la misma tarea, pero sí que todos y cada uno estarnos llamados a ser testigos que anuncian a Jesucristo y fermento del Reino de Dios en la sociedad7.
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6 Cfr. L. Rubio, Nuevas vocaciones para un mundo nuevo, Salamanca, Ed. Sígueme, 2002. 7 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia n. 31.
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
Son muchos los cristianos, incluso practicantes convencidos, que viven su fe sin sospechar siquiera que ellos puedan tener alguna responsabilidad de comunicar algo a otros.
El nuevo anuncio del Evangelio o lo hace la Iglesia entera o no se hará. Nos falta recorrer un largo camino para lograr que todos los cristianos descubran de manera práctica que anunciar el Evangelio no es un deber o una consecuencia que hay que sacar de la fe, sino que creer en Jesucristo es quedar constituido en su testigo para anunciar, de palabra y con la vida, su salvación. Hay que despertar la conciencia y el potencial de las personas y grupos cristianos para anunciar el Evangelio hoy. La corresponsabilidad ejercida refluye favorablemente sobre la identidad cristiana, hace vivir más intensamente la condición de sujetos evangelizadores. Acentúa la conciencia de ser partícipes, junto a otros de la única misión evangelizadora de la Iglesia 8. El sujeto del anuncio evangelizador es indudablemente la Iglesia como tal, en toda su complejidad, des la más pequeña de las comunidades hasta el conjunto de su estructura organizativa. En nuestros días esa Iglesia que debe anunciar el Evangelio; necesita ella misma ser evangelizada porque la increencia ambiental nos afecta a los propios cristianos. Así que la Iglesia misma es tierra de misión. “Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor” (EN 15). La fe exige siempre una decisión personal. Pero en nuestra situación esa decisión hay que tomarla hoy contra corriente, en una actitud de resistencia cultural. Luis González Carvajal aborda este aspecto de modo sugerente 9. También los cristianos de los tres primeros siglos debían tomar una decisión contra corriente, pero en cierto modo nuestra “circunstancia” es más adversa que la suya. Ellos no tenían que enfrentarse a la creencia generalizada de que el cristianismo era algo perteneciente al pasado, ya superado, y, desde luego, no estaban en retroceso. Una de las causas más importantes del éxito de la primera evangelización fue que mientras los paganos habían perdido la confianza en sí mismos, el cristianismo aparecía a los ojos de todos “como una fe que merece la pena vivir porque es también una fe por la que merece la pena morir”. 8 Cfr. Renovar nuestras comunidades cristianas, n.71. 9 Cfr. L. González Carvajal, Claves de respuesta evangelizadora en la situación actual.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
Nuestra situación es la contraria. No hay colectivo que vea disminuir continuamente sus efectivos sin que se vea afectada la confianza en sí mismo. Los creyentes, inmersos como estamos en una cultura que ha dado la espalda al Dios de Jesucristo y rodeados de personas que pasan de Él, necesitamos una actitud de resistencia cultural y esto no es fácil. Esta actitud de resistencia cultural no debe suponer en absoluto rechazar en bloque la cultura actual, convirtiendo nuestras comunidades en ghettos donde se conserva la cultura del pasado. Debemos ser como todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, excepto en aquello que la cultura dominante se ha empobrecido; se trata de un delicado equilibrio entre la encarnación y la resistencia cultural.
5. El testimonio y el compromiso evangelizador El anuncio evangelizador ha de brotar del testimonio que es «un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización». Un anuncio reducido a palabras difícilmente puede comunicar la Buena Nueva del Dios vivo10. Hoy es especialmente necesario el testimonio de unos creyentes que vivan su fe de manera gozosa y responsable, con los gestos y el lenguaje de una vida humana digna, liberada, comprometida, esperanzada. La fe cristiana es un hecho vital antes que doctrinal. El anuncio de Jesucristo no se realiza tanto por la transmisión de una doctrina cuanto por la comunicación de una vida. Sin embargo, hemos descuidado a veces el testimonio de nuestra propia experiencia de fe y de nuestra vida, convertida y transformada por el Evangelio recibido. Constituye una profunda novedad, introducir la narración de la propia fe y el testimonio de la propia vida en nuestro anuncio del Evangelio (“El medio es el mensaje”). Porque ciertamente este anuncio precisa testigos de una fe viva. Es innegable la eficacia evangelizadora que puede tener hoy, entre nosotros, el contacto personal y la narración de la propia experiencia de fe. Hemos de recuperar la conciencia de que ser cristiano es ser testigo, anunciador del Evangelio, comunicador de la fe. Y no basta el testimonio de cada creyente es necesario el de la comunidad cristiana. Nuestras comunidades serán hoy evangelizadoras si realmente son factor de convivencia y vida más humana. Si son lugares donde se promueve la solidaridad, la búsqueda de paz, la sana austeridad, la ayuda
10 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, n.45.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
al necesitado, el diálogo, el perdón, la oración, la esperanza de vida eterna y tantos valores y actitudes que parecen olvidarse en la sociedad actual. Dos rasgos nos parecen hoy indispensables en el testimonio cristiano: no hay más que un Dios, el Padre de quien proceden todas las cosas, y un solo Señor Jesucristo, y mostrar con nuestro comportamiento práctico que no se puede tomar a ese Dios en serio sin tomar en serio al hombre. Para que el nombre de Dios pueda ser anunciado hoy sin producir rechazo o sin caer en el vacío, ese anuncio ha de ser pronunciado desde el compromiso real por el hombre.
El compromiso transformador de los cristianos11. Es hacer que el amor de ese Dios salvador pueda ser percibido en signos y obras reales. Es imposible anunciar a un Padre bueno «a quien no vemos» y desentendernos del bien del hermano «a quien vemos». El compromiso por transformar la sociedad promoviendo en ella el Reino de Dios no es mera exigencia ética o mera preparación para que a través de ella se acepte el anuncio de la salvación. Pertenece al mismo ser de la evangelización acoger y realizar bajo las condiciones de la historia lo que se anuncia y se espera en la consumación final: el Reino de Dios, reino de amor, justicia y fraternidad. Difícilmente se puede proclamar de manera creíble la Buena Nueva de Dios para la vida eterna sin que, de alguna manera, se pueda captar ya su contenido salvador en las condiciones limitadas de esta vida. Hemos de tomar conciencia de que la injusticia no es sólo un rasgo de la situación social del mundo; es también un componente de su situación religiosa. Nuestras comunidades cristianas tienen que desarrollar más una pastoral de gestos y compromisos que hagan más creíble su mensaje. No hemos de olvidar el signo evangelizador por excelencia: el amor servicial a los pobres y marginados. Allí donde los pobres no son evangelizados, faltan señales de la presencia del Reino. Nuestra evangelización no será fiel a Jesús si lo que promovemos y vivimos hoy en nuestras comunidades no puede ser leído como Buena Noticia por los pobres concretos que viven entre nosotros. Pero hay que evitar una concepción activista del anuncio evangelizador. La Iglesia misma es el medio que Dios ha elegido y de forma discreta, pero claramente, sin presiones morales, quiere
11 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, n. 46.
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darse a conocer por ella. Anunciar el evangelio es una llamada de Dios a su Iglesia a la conversión y a un nuevo resurgir (Cfr J. Kezel). La Iglesia en su conjunto y cada una de las comunidades cristianas en particular, necesita ser “amable”, es decir, manifestar por la calidad de su vida evangélica, por la belleza y autenticidad de su oración litúrgica, por su mutua ayuda fraterna, por la seriedad de su compromiso con los grandes problemas de la humanidad, la fuerza vivificadora del Evangelio (Cfr Glz. Carvajal). Jesús dijo “Vosotros sois la luz del mundo” (no dijo ‘debéis ser’, sino ‘sois’). Esto es importante para evitar una concepción activista del testimonio y la evangelización; el testimonio no es cuestión de obrar sino de ser. Si una comunidad cristiana es verdaderamente tal, se convierte sin más en anuncio del Evangelio.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
Para que la Iglesia lleve a cabo la misión que le ha sido confiada lo decisivo es que haga presente en ella: - la familiaridad con Dios Padre - la igualdad entre todos como hermanos - el servicio a los demás - el compartir frente al atesorar - el amor fraterno incondicional - el compromiso liberador
Comunidades que vivan así serán capaces de mostrar al mundo, como sociedades alternativas o de contraste, que “el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Cor 5,17).
6. El anuncio explícito Arrojar el demonio mudo12. Por admirable que sea el testimonio de vida de una comunidad cristiana, si sus miembros no explicitan por qué viven así, queda incompleto; los demás verán las “buenas obras” de la comunidad, pero no podrán “glorificar al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Pero a la vez, el anuncio explícito necesita de una clave de interpretación que es precisamente la praxis, el testimonio de vida del comunicador. Necesitamos arrojar fuera de nosotros el demonio mudo porque sin anuncio explícito la fe no sólo pierde dinamismo misionero, sino que acaba desapareciendo. Lo que no se expresa en la vida cotidiana no sólo va dejando de existir para los demás, sino incluso para nosotros mismos. (El celemín no sólo no deja ver la luz sino que ahoga la llama del candil. CF. Mt 5,15). Igual que Pablo, recordamos lo que dice la Escritura “Creí por eso hable, también nosotros creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4,13). No hay evangelización plena si no hay anuncio explícito del Reino de Dios. La evangelización no es muda. No puede reducirse a presencia testimonial silenciosa o compromiso transformador callado13.
12 Cfr. L.González Carvajal, Claves de respuesta evangelizadora en la situación actual. 13 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, n.44 y 52-63.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
Hemos de recuperar para la evangelización este anuncio explícito en toda su riqueza y la fe en la fuerza salvadora de la Palabra de Dios, «¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?... La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo». Al «silencio de Dios» en la sociedad moderna no podemos responder con el silencio los que creemos en él. El anuncio cristiano ha de estar orientado hoy de manera preferente a despertar la fe o a reavivarla. Ha de ayudar a que afloren a la conciencia las cuestiones y aspiraciones más hondas del ser humano, despertar la sed de trascendencia y suscitar la relación personal con el Dios vivo.
• Un anuncio centrado en lo fundamental Aunque la presentación del mensaje y de la vida cristiana ha de tener siempre en cuenta la situación concreta de las personas, el anuncio se ha de centrar en el núcleo de la fe cristiana: Dios Creador y Padre, origen y destino último de la humanidad; Jesucristo, Hijo encarnado de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación; la Iglesia, cuerpo visible de Cristo, animada por la acción del Espíritu Santo y la moral fundamental del Reino.
• En actitud dialogante El anuncio cristiano ha de brotar de una actitud amistosa y dialogante que sólo es posible cuando los creyentes sabemos compartir los problemas e interrogantes del hombre de hoy sin colocarnos secretamente al margen o por encima de los que no creen. Muchas personas siguen de alguna manera buscando a Dios, necesitados de nueva fe renovada están pidiendo un anuncio nuevo del Evangelio. Debemos escuchar para compartir y comprender su punto de partida, sus preguntas, sus críticas y su búsqueda.
• El anuncio cristiano de la moral El encuentro con Dios Padre conduce al servicio a los hombres como hermanos, se traduce en compromiso, se plasma en una vida coherente con los valores evangélicos. La moral cristiana tiene a Cristo como centro y punto de referencia y sólo puede ser entendida y acogida desde la adhesión creyente y la conversión a Él. Por 38
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
eso, si no hay aceptación de Cristo como «camino, verdad y vida» ni interiorización de su Espíritu, difícilmente puede haber seguimiento de la moral cristiana. La insistencia en las normas morales separadas del horizonte cristiano que les da sentido resultan incomprensibles e inaceptables. Es necesario en ese anuncio de Jesucristo, presentar «la forma de vida evangélica» como ideal que no es ajeno ni contrario al proyecto humano, sino su realización más cumplida. El cristianismo tiene una dimensión ética que no se puede orillar. Pero el cristianismo es básica y medularmente fe, no ética. La ética sin el aliento de una experiencia de la fe suele derivar fácilmente hacia la rigidez o la laxitud. Un cristianismo predominantemente ético no puede encender la vida de los cristianos ni atraer a la fe a los que no creen o dudan.
7. Comunicar la propia experiencia Hemos de ser conscientes de los cambios acaecidos en la sociedad de nuestro tiempo. El destinatario del anuncio es hoy, en un grado importante «un hombre y una mujer distintos». Intuimos estos cambios. Necesitamos tiempo para actualizar la propuesta a estos nuevos destinatarios. Los métodos más necesarios hoy para un anuncio significativo no consisten tanto en los medios técnicos contemporáneos cuanto en la propuesta humilde de un Evangelio cuya fuerza no reside en las circunstancias favorables, sino en el poder del amor salvador de Dios. La nueva expresión reclama algo más que poner al día nuestro vocabulario: es anunciar la Buena Nueva en un lenguaje que exprese al mismo tiempo nuestra experiencia de Dios y nuestra sintonía sincera, aunque crítica, con el mundo presente.
• Comunicar la propia experiencia. El cristianismo antes de ser un conjunto de creencias, un determinado comportamiento moral, un culto comunitario, es fe viva, es decir tocada por la experiencia. La fe heredada es ciertamente un tesoro que nunca podemos agradecer lo suficiente, pero hoy esta fe necesita con mayor apremio ser interiorizada, personalizada, pasada por el corazón, impregnada por la experiencia creyente. Esa experiencia consiste en descubrir en la hondura de los acontecimientos cotidianos de nuestra existencia, leídos a la luz de la Escritura, la presencia discreta de Dios. Él se manifiesta en el corazón de nuestras experiencias humanas. 39
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
El estilo narrativo parece el más indicado para la comunicación de nuestra experiencia creyente.
• El lenguaje narrativo: del discurso a la narración14. Comunicar una buena noticia, un hecho acontecido, requiere el estilo narrativo. Es el más adecuado para dar a conocer hechos y acontecimientos experimentados, centrándose en la vida. El testimonio de cómo un gesto, una acción, hasta una palabra, ha sido percibida en la propia vida y cómo esta se ha visto afectada por ella, se comunica a otro sólo contando lo que ha pasado. (Cfr. Emaús Lc 24,35). La narración revive la historia pasada y la hace contemporánea, hace que el Evangelio pueda entrar en contacto con las experiencias actuales. La narración incorpora al oyente a la experiencia, creando comunión; una noticia que se transmite se hace “buena” para el oyente porque se ve afectado por ella. El lenguaje narrativo remite a la praxis, a la acción, al compromiso, a la conversión, al deseo de implicarse en lo narrado. Los grupos de lectura creyente de la Biblia pueden ser una gran ayuda para animar el anuncio de los creyentes desde el testimonio de su propia experiencia. Descubrir la Palabra de Dios es «hacernos contemporáneos a ella para que ella se haga contemporánea a nosotros» (Card. Ratzinger). Hemos de vivir nosotros mismos lo que esperamos transmitir a otros; Dios tiene necesidad de comunidades que irradien Evangelio. Hemos de actuar sin ocultar nuestra identidad pero con discreción, para no correr el riesgo de nuestra propia autoafirmación en lugar de anunciar el Evangelio. Anunciar con un profundo respeto al otro y al mismo Dios; sin considerar nuestra propia palabra humana como palabra del propio Dios. La discreción consiste en estar a disposición de Dios, sin tomar nunca su lugar.
8. En continua actitud de búsqueda. La acción pastoral de nuestras comunidades presupone la fe. Está concebida y funciona más para ofrecer los servicios de culto y formación cristiana que necesita una sociedad sociológicamente cristiana, que para impulsar una acción misionera en medio de una sociedad que se ha ido alejando de la fe
14 Cfr. L. Rubio, Nuevas vocaciones para un mundo nuevo, Salamanca, Ed. Sígueme, 2002.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
Pero hoy nuestra acción pastoral ha de tener como centro principal el anuncio del Evangelio y la llamada permanente a la conversión a Jesucristo. Posibilitar el re-encuentro con Dios, es ésta precisamente la tarea. Ayudar a encontrarse, personal y comunitariamente con el Dios de Jesucristo. Todas las actividades pastorales han de adquirir un tono evangelizador y centrarse en lo fundamental del anuncio de la fe.
• Un estilo pastoral más personalizado 15. Necesitamos imprimir a nuestra acción pastoral un fuerte sello de atención a cada una de las personas. Escuchar con sosiego a las personas, reservar tiempo para su acogida, conectar con la gente en momentos especialmente densos de su existencia (nacimiento de un hijo, momentos de especial alegría o sufrimiento, opciones vitales importantes, enfermedad o muerte), es responder a una aspiración y necesidad de muchos. Pero es, sobre todo, estar en sintonía con el amor de Dios, que se ocupa individualmente de cada uno de sus hijos16 llamándolos por su nombre. El ministerio del acompañamiento personal adquiere hoy un relieve extraordinario y puede resultar decisivo incluso para el encuentro de bastantes con la fe. Hay hombres y mujeres que tienen aptitudes especiales porque intuyen bien, empatizan fácilmente y tienen sensibilidad espiritual y sensatez. Es preciso, además, preparar a estos acompañantes para cumplir tal ministerio.
• El anuncio a los alejados 17. Hemos de estar abiertos a cuantos están en proceso de búsqueda, para acogerlos y caminar con ellos. Tenemos que comenzar ayudando a reconstruir la experiencia religiosa desde lo más fundamental, acompañando en un proceso religioso que los lleve a la acogida gozosa y agradecida de Dios como experiencia decisiva desde donde todo cobra sentido, orientación y esperanza. No se trata, pues, de un proceso de instrucción ni de enseñanza catequética, sino de suscitar las preguntas, proponer el Evangelio y crear las condiciones que ayuden a cada uno a escuchar la invitación personal de Dios, y que permitan ese encuentro salvador con Jesucristo. Esto exige un tipo de relación donde la comprensión de cada situación personal, la escucha sincera de las dudas y prejuicios, el testimonio de la propia fe del
15 Cfr. Renovar nuestras comunidades cristianas, n.72. 16 Sb 11, 23-24. 17 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, n.92.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
evangelizador, la oración de búsqueda, la escucha directa de las palabras de Jesús en los evangelios, el análisis de la propia vida y el anuncio de un Dios gratuito y liberador, ocuparan el lugar más importante. Es indispensable el encuentro personal como medio de evangelización, pues, en el fondo, «¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?». Hemos de ir aprendiendo y experimentando poco a poco. Los primeros pasos serán modestos. La experiencia de estos contactos nos enseñará a dar nuevos pasos de manera más sistemática. Hoy no se nos pide sólo evangelizar de nuevo, sino evangelizar de otra manera.
• Cuidar a los evangelizadores 18. La calidad espiritual y apostólica del núcleo evangelizador de nuestras comunidades es decisiva. Esta calidad requiere servicios de formación, de espiritualidad, de talante comunitario, de destrezas necesarias para la pastoral que realizan. Requiere además un acompañamiento individualizado. Lo que venimos diciendo exige, ante todo, preparamos para tener una visión clara del anuncio cristiano en sus contenidos fundamentales (Kerigma apostólico), captar los puntos de encuentro entre las necesidades del hombre moderno y las respuestas que se ofrecen desde la fe, iniciar en nuevos lenguajes para proponer fielmente el mensaje perenne de la fe de manera más comprensible y aceptable por los hombres y mujeres de hoy.
• Celebración litúrgica en clave evangelizadora 19. La celebración en sí misma tiene un valor de anuncio. La reunión eucarística de los creyentes hace visible a la Iglesia concreta de un lugar. “La Eucaristía podría considerarse una lente a través de la cual verificar continuamente el rostro y el camino de la Iglesia”. Nuestra tarea es preparar con esmero la celebración, extremar la acogida, potenciar la fuerza expresiva de los signos y los gestos, intensificar la participación interna y externa del núcleo de creyentes, cuidar el lenguaje, la homilía, las moniciones y los cantos de manera que conecten con la sensibilidad del hombre alejado y le ayuden a abrirse a Dios.
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18 Cfr. Renovar nuestras comunidades cristianas, n.73. 19 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia, nn. 94-97.
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.1. El anuncio significativo del evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización
• La acción caritativa y social de la comunidad 20. La acción sociocaritativa de la Iglesia constituye, junto con el servicio a la Palabra y a la celebración de la Eucaristía uno de los tres grandes capítulos de la acción de la Iglesia. Es un reto para nuestras comunidades no separar la oración y la caridad; la meditación del Evangelio y la participación en las causas humanizadoras; la práctica sacramental y el servicio a los pobres. Los pobres han de ser tratados como auténticos iguales. De nuestra dedicación a ellos depende en gran medida la renovación de la Iglesia. Porque no son sólo destinatarios de nuestro servicio. Son también intermediarios de la salvación de Dios.
• Proyecto misionero de la comunidad 21. Todo lo que venimos apuntando se debería plasmar en un proyecto misionero sencillo, pero concreto, de la comunidad. No se trataría de hacer una actividad más. Es preciso implicar en su preparación, ejecución y evaluación a los diversos miembros, grupos y servicios de la comunidad. En el proyecto se plasmaría: a quienes en concreto se siente enviada la comunidad; las acciones dirigidas especialmente a sectores alejados de ella; el desarrollo del testimonio individual y comunitario; la evangelización de los jóvenes; el desarrollo de compromisos de carácter humanizador en el entrono social; la solidaridad con los necesitados. El Consejo Pastoral tiene un papel importante en la configuración y animación de ese proyecto. No se trata de un organismo que se establece para organizar un poco mejor lo que ya se viene haciendo, sino de un equipo que asume con convicción la tarea de ir despertando la conciencia misionera de la comunidad.
9. Algunos servicios diocesanos en relación con este Objetivo del PDE 1) Ofrecemos publicaciones para la sensibilización y formación de nuestras comunidades: - Nueva edición de la Carta pastoral “Renovar nuestras comunidades cristianas” con ladillos junto al texto y sugerencias al final de cada capítulo para el trabajo personal y el diálogo en grupo. - En preparación unos guiones para la reflexión y el trabajo en grupo sobre la Carta pastoral “Evangelizar en tiempos de increencia” (1995). 20 Cfr. Renovar nuestras comunidades cristianas, n.76. 21 Cfr. Evangelizar en tiempos de increencia,
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Un anuncio significativo del Evangelio
- Dos nuevos cuadernos: • “Tomar la Palabra en comunidad” en torno a la lectura creyente dela palabra de Dios. • “Los pobres en la comunidad” para tomar conciencia del lugar que ocupan los pobres en nuestras comunidades y como se ocupan nuestras comunidades de los pobres. 2) Proyectamos llevar adelante un taller pastoral sobre Evangelización misionera. Será un foro para compartir y analizar pequeñas experiencias por las que se va abriendo camino una nueva forma de anunciar hoy el evangelio. 3) Organizaremos un Seminario sobre El anuncio explícito para quienes deseen profundizar en esta dimensión de la evangelización. 4) Promoveremos un Taller pastoral en torno a La acogida evangelizadora como orientación y apoyo a quienes participan en distintos servicios de acogida de nuestras comunidades. Estamos abiertos a acoger nuevas demandas que se planteen desde las comunidades y sugerimos, y nos ofrecemos como cauce para ello. Poner en común iniciativas y proyectos de la comunidades relativas a nuevos modos de anuncio del Evangelio será un modo de enriquecernos mutuamente. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No disponemos ya de estrategias ni tácticas evangelizadoras adecuadas para esta nueva situación. No vamos a encontrar mañana mismo la solución para el anuncio significativo del Evangelio en el mundo actual. Hemos de trabajar y confiar, convencidos de que: “El Espíritu suscita, con nuestra colaboración, una nueva manera histórica de ser cristiano, que encarnando todos sus elementos esenciales, sintonice con ese hombre y mujer diferentes que ha generado nuestra cultura.”
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
3.2 Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo Mons. Juan María Uriarte Obispo de la Diócesis de San Sebastián
Introducción1 Analizar el debilitamiento de la fe en nuestra sociedad y en la misma comunidad eclesial y formular opciones pastorales encaminadas a fortalecerla ha constituido el núcleo de la reflexión de estas Jornadas. Voces muy autorizadas han orientado vuestros debates. Después de los platos nutritivos y sabrosos que os han servido, mi intervención quiere ser como un postre que, lejos de cargaros más, facilite la digestión de cuanto habéis asimilado y aportado. El debilitamiento de la fe cristiana en el Occidente europeo es hoy una verdad irrebatible y evidente. Es preciso abordar el tema de la espiritualidad cuando se trata este grave problema. En primer lugar porque la anemia espiritual, es, a la vez, signo y causa de este debilitamiento. Además, porque sobre el vacío espiritual sólo se edifican proyectos y estructuras pastorales vacías y extenuantes. Asimismo, porque unas mutaciones sociales y eclesiales tan profundas reclaman no sólo una espiritualidad recia, sino también adaptada a tales mutaciones y modulada por ellas.
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Conferencia dictada con ocasión de la XXXI Reunión General de Vicarios de Pastoral, celebrada en Madrid, los días 2-4 de mayo de 2005, sobre «La Iglesia ante el debilitamiento de la fe», y se publicó
con el título “Una espiritualidad para nuestro tiempo” en la revista SURGE de la Facultad de Teología-Seminario Diocesano de Vitoria (Vol. 64, nº 633, enero-febrero 2006, pp. 3-22). 45
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
La auténtica espiritualidad no es una mística difusa sino una experiencia concreta, personalizada y compartida, subyacente a nuestras opciones y actividades pastorales. Sus rasgos y sus acentos no son fruto de nuestro saber, ni de nuestro esfuerzo, ni de nuestro temperamento, sino, ante todo, del Espíritu Santo, verdadero Protagonista de nuestra maduración espiritual. He agrupado estos rasgos en torno a tres polos. He recogido en un primer capítulo aquellos que son postulados de manera más directa por el fenómeno del debilitamiento social y eclesial de la fe. He reunido en un segundo capítulo aquellos otros que, derivados inmediatamente de la estructura misma de la acción pastoral de siempre, requieren ser acentuados en la actual coyuntura. He condensado en un tercer capítulo aquellos otros rasgos reclamados por algunas opciones pastorales hoy más necesarias para fortalecer la fe. Esta distribución no deja de ser un tanto arbitraria. Prácticamente todos los rasgos podrían adscribirse al capítulo segundo. La enumeración no es, en absoluto, completa. El tratamiento es más alusivo que exhaustivo.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
I. Cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12,10). Nos toca vivir, en una comunidad cristiana real que constituye cada vez más una porción de la comunidad humana. Es verdad que encontramos en ella un contingente apreciable de cristianos motivados y activamente implicados en la marcha de nuestras iglesias locales y deseosos de formación y de espiritualidad. Más numerosa, aunque decreciente, es la muchedumbre que expresa públicamente su vinculación a la fe y a la comunidad por medio de la Eucaristía dominical. Existe en derredor de nuestras comunidades cristianas un amplio circulo que muestra una fe debilitada y fragmentada, pero subsistente y un sentimiento de pertenencia no cálido, pero tampoco inexistente. Incluso en gente más desenganchada encontramos con frecuencia, sobre todo en momentos existenciales de su vida, un «algo», un núcleo religioso que pevive como valor vital precioso, pero precario, que necesita urgentemente ser «hidratado». Me parece incluso percibir la emergencia todavía incipiente pero creciente, de minorías que, llevadas de una sana insatisfacción, buscan a tientas la fe. Pero no es ésta toda la verdad. Somos un Iglesia debilitada en una sociedad poderosa. Una Iglesia empobrecida por la distancia a la que se sitúan de ella las generaciones juveniles e incluso las adultas. Con dificultades cada vez mayores para convocar incluso a los niños a partir de cierta edad. Con una mermada credibilidad social. Con una moral y una disciplina que en algunos puntos es recusada como extraña, poco humana, escasamente adaptada a la sensibilidad dominante. Bastantes responsables nos sentimos carentes de energía para tomar resoluciones recias. Todos estos fenómenos encuentran un eco amplio y fuertemente peyorativo en los Medios de Comunicación Social y oscurecen, ante la mirada de la sociedad y de numerosos cristianos, muchos e importantes aspectos luminosos de la imagen de la Iglesia a la que contemplan desde una distancia cargada de reservas e incluso suspicaz. Esta visión sacude nuestra fe. Y al sacudirla, ha de extraer de ella, como el viento extrae el aroma de las plantas y las flores, una serie de actitudes religiosas que pasamos a formular.
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Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
1. Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo. La radiografía del presente y las perspectivas del futuro eclesiales no invitan al optimismo. Más bien encierran el riesgo de sumir a muchos en el pesimismo. Ser optimistas hoy podría delatar un déficit de profundidad para percibir el calado de las mutaciones sociales y eclesiales en curso o una tendencia a confundir deseo y realidad. No es ésta la tentación dominante en nuestros días. Sí lo es, en cambio, el pesimismo desconfiado y su efecto más directo: el miedo. El miedo es un componente anímico importante en muchos creyentes y algunos pastores. La confianza es una estructura vital constitutiva del ser humano, tan nativa y más fuerte que la desconfianza. En tiempos de cambio acelerado y riesgo, la confianza espontánea se debilita y se recrudece la desconfianza. La necesidad de «amarrar futuro» y de programarlo rigurosamente se vuelve, incluso, compulsiva. Es curioso observar que cuanto más programada va siendo nuestra vida individual y comunitaria, más difícil va resultando la confianza recíproca. Tendemos a fiarnos más de nuestros esfuerzos que de la ayuda de los demás. Los creyentes no tenemos ninguna garantía revelada para afirmar que «las cosas irán mejor dentro de 25 o de 40 años». Pero sí la tenemos para ahondar, en esta época de intemperie, nuestra confianza en la incesante e irreductible voluntad salvífica de Dios y para entregar en sus manos, domesticando nuestros miedos, el presente y el futuro de nuestra fe, de la Iglesia, de nuestra sociedad. El amor irrevocable de Dios Padre, la energía vital de la Resurrección del Señor y la actividad incesante del Espíritu en la historia, en la comunidad cristiana y en cada uno de nosotros constituyen un cimiento sólido para confiar a la misericordia de Dios nuestro pasado y a su providencia nuestro futuro individual y colectivo. Eso sí: es preciso que estas convicciones teológicas estén impregnadas de una auténtica experiencia creyente que las haga connaturales a nuestro espíritu. El reclamo pascual del Señor Resucitado. “No tengáis miedo” (Mt 28, 5’), tantas veces repetido por Juan Pablo II, tiene una actualidad indudable en la comunidad clesial. Que la confianza sea tan viva que venza al miedo es una gracia del Espíritu que hemos de suplicar ardientemente para la Iglesia. El salmo 71, entre otros muchos, nos brinda palabras para esta súplica: “A ti, Señor, me acojo, sé para mi roca de cobijo y fortaleza protectora..., en tus manos encomiendo mi espíritu..., yo confío en el Señor..., mi destino está en tus manos..., tú me mostraste tu amor en el momento del peligro. sed fuertes y cobrad ánimo los que confiáis en el Señor”.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
2. Una espiritualidad que aprecia lo pequeño sin añoranza de lo grande. El aprecio por 1o pequeño no es, en la espiritualidad cristiana, un «premio de consolación» cuando «lo grande» no está a nuestro alcance. No es fruto de la resignación que, a falta de resultados brillantes, busca su satisfacción en frutos escasos y pobres. Lo pequeño y los pequeños tienen especial nobleza evangélica. La Escritura nos muestra en múltiples pasajes que las personas pobres y los medios pobres tienen una especial connaturalidad con el reino de Dios y sus leyes. En Mt 11,15, Jesús se dirige a Jahvéh con estas palabras: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los secillos”. Apreciar lo pequeño es incluso signo de calidad humana. Las personas sensibles aprecian lo pequeño y valoran su dignidad. La vida grata y feliz de las personas está, en buena parte, tejida y sostenida por cosas pequeñas. “Small is beautifull” (lo pequeño es bello) es el título de una pequeña obra llena de sabiduría. La situación presente nos ha despojado de la ilusión de llevar a cabo grandes realizaciones pastorales. Es una ocasión propicia para que redescubramos y valoremos lo que nunca debimos subestimar: la adhesión de la gente mayor a su fe; el pequeño grupo juvenil que “sigue” cuando casi toda su generación “se ha ido”; el núcleo pastoral que asume con fidelidad y constancia sus compromisos parroquiales; la serenidad confiada con la que asume la enfermedad o la desgracia una persona o una familia creyentes; la alegría y el buen ánimo que mantiene un grupo cuya fe cultivamos, mediante la formación y la espiritualidad; el reencuentro con la fe de personas que se alejaron de ella; el revivir cristiano de algunos padres con motivo de la catequesis familiar; la inquietud vocacional de un muchacho en el clima juvenil actual. En muchas situaciones la pastoral se ha convemtido en un trabajo de artesanía. Hoy «sumamos de uno en uno». Con todo, esta espiritualidad no debe caer ni en una mitificación de lo pequeño ni en un menosprecio de actividades y proyectos de cierta envergadura. Jesucristo no ha vinculado en exclusiva su salvación a los medios pobres. Él es Señor que sabe servirse también de lo que no es tan modesto. Su preferencia por lo pobre no debe encubrir nuestra pereza para proyectar y realizar cosas mayores con tal de que las vivamos «con alma de pobres», e. d.: conscientes de que aquellas no contienen en sí ningún poder salvífico, que es exclusivo de Dios.
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3. Una espiritualidad del hacer sosegado, no de la hiperactividad nerviosa. La conciencia viva y práctica de que «el Espíritu es el Protagonista de la misión» (Redemptoris Missio, 30), debería ir curándonos de una fiebre que afecta a muchos en la Iglesia: la hiper-responsabilidad. En el fondo, el hiper-responsable «no acaba de creerse» que quien salva es Dios y solo Dios. Su tentación espontánea es aquella que el humor francés atribuye a las relaciones de De Gaulle con Jesucristo: «Sagrado Corazón de Jesús, confía en mí». La hiper-responsabilidad conduce directamente a la hiperactividad. Ésta origina ansiedad. La ansiedad pastoral puede volvérsenos crónica. Nos pone nerviosos a nosotros y a nuestros colaboradores. Nos quita la paz para orar y para escuchar a la gente. Nos va haciendo más sensibles a los proyectos que a las personas. Nos torna más reacios a delegar responsabilidades y a confiar en aquellos que las asumen. La hiper-responsabilidad es la patología de los responsables. Jesús no actuó así. No tuvo en su vida pública la pretensión de curar a todos los enfermos, de convertir a todos los pecadores, de reformar todas las estructuras religiosas y cívicas de Israel. Fue realizando por doquier acciones significativas y propulsoras del Reino que Él anunciaba y personificaba. Se limitó a sembrar señales creíbles de esperanza, de amor, de misericordia. Rechazó el celo indiscreto y violento de los discípulos que querían arrasar a los samaritanos endurecidos. Reprendió mansamente la ansiedad con la que Marta se afanaba en su tarea: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad sólo una es necesaria, María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará» (Lc 10, 41- 42). «Si el Señor mismo no lo hizo todo, ¿por qué (algunos) ministros de la Iglesia creen tener que hacerlo todo?» (Greshacke, «Ser Sacerdote», pág. 170). La conducta apostólica de Jesús, asimilada y traducida a la nuestra, inducirá en nosotros un estilo de vida, de testimonio, de apostolado más sereno, impregnado de esa alegría que tantas veces falta en los servidores pastorales en exceso ocupados. Nuestro trabajo pastoral perderá seguramente en cantidad, pero cobrará una calidad mayor y una capacidad de centrarnos en aquello que estamos haciendo y en aquellos a los que estamos escuchando y acompañando. Hemos de procurar un ritmo de trabajo que resulte humana y evangélicamente higiénico. La experiencia nos dice que una alta porción de los presbíteros puede subdividirse entre hiperocupados e infraocupados. No es ocioso recordar que hay algo peor que el ritmo nervioso de los primeros: es la falta de ritmo de los segundos.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
4. Una espiritualidad respetuosa con la herencia del pasado y atenta a los signos de futuro. El respeto que debemos al pasado por lo que nos ha enriquecido y por los valores que contiene para el presente tendría que traducirse en una actitud espiritual que nos inspirara un tratamiento delicado de la tradición religiosa tal como ha llegado a nosotros. Tratar delicadamente esta tradición comporta, en primer lugar, no denostarla ni ridiculizarla, sino pretender comprenderla como deudora de claves antropológicas o teológicas hoy superadas. Menos aún merecen nuestro denuesto las personas adheridas a ella. Tratar delicadamente esta tradición entraña, en segundo lugar, un discernimiento que sabe distinguir con cuidado aquello que no es evangélico o está religiosamente muerto (para ir marginándolo pedagógicamente), de aquello en lo que aún late la vida. Tratar delicadamente esta tradición significa comprender que, en el nivel vital de las personas, la distinción entre devoción y formas de devoción no es tan cartesiana como en el nivel mental de los teólogos e incluso de algunos pastoralistas. No es imaginario el riesgo de que en el trasvase de unas formas a otras se empobrezca su contenido vivencial. Las formas religiosas no son simples envoltorios de un contenido. Son la piel adherida a él. Es preciso cambiar de piel, pero sin desollar a las personas. El debido respeto a la tradición no se contrapone a la atención (tampoco exenta de discernimiento) a las realidades emergentes (sensibilidad a la Palabra de Dios, debilidad por los últimos, demanda de corresponsabilidad, atractivo por aprender a orar, auge de la piedad popular, nuevos movimientos). Algunos de estos fenómenos nos sorprenden gratamente y, sin renunciar a las claves eclesiológicas y a las opciones que inspiran nuestros programas, nos invitan a asumirlos e introducirlos dentro de éstos, modificando a veces algunas de nuestras formulaciones que en su misma coherencia pueden resultar un tanto rígidas para acoger estos fenómenos. Siempre han surgido en la historia de la Iglesia realidades al margen de lo que nosotros promovemos, aunque necesitadas de discernimiento. El Espíritu Santo no queda nunca «atrapado» en nuestros programas. El es «Señor», nos dice el Símbolo de Nicea. La Reforma quiso encerrarlo sobre todo en la Palabra. La Contrarreforma, preferentemente en la Jerarquía. Algunos movimientos, en el entusiasmo no suficientemente coherente con la moral personal o social. Otros, en una ley no regada en la medida deseable por la libertad y el amor evangélico. Otros, en un compromiso transformador un tanto anémico de espiritualidad. Otros, en un espíritu bastante restaurador. Pero el Espíritu de Jesús actúa donde, cuando y como quiere. A nosotros nos corresponde practicar uno de los componentes que Santo 51
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
Tomás adscribe a la prudencia: la circunspección en el sentido etimológico de la palabra: «circum-inspicere», mirar en derredor. Enfrascados en nuestros programas y embebidos por ellos, podemos padecer lo que le ocurre al buscador de setas «científico» que se empeña en que «tienen que estar aquí» y no mira en el entorno en el que realmente están. Jesús nos invita a «levantar la mirada» y a «escrutar los signos de los tiempos» (Mt 16, 2-3). Eso sí: no podemos asumirlo todo como evangélico. Incluso los auténticos carismas, cuando se encarnan en personas, grupos, organizaciones, movimientos, llevan consigo «la carne y la sangre» de todo lo humano. Es preciso discernir. Pero aplicando los genuinos criterios eclesiales del discernimiento: los nuevos fenómenos, ¿son o no conformes a la fe?, ¿promueven o dificultan la comunión eclesial?, ¿es el mío un discernimiento comunitario? Ni nuestras afinidades teológicas ni la opinión predominante en nuestro entorno respecto de ciertas realidades que surgen en la Iglesia tienen categoría de criterios de discernimiento.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
II. «Fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe»(Heb 12,2). La coyuntura, por grave y duradera que sea, no puede ser el determinante de nuestra espiritualidad pastoral. Más allá de las filosofias del devenir, las grandes realidades humanas tienen una estructura que subyace a la coyuntura y pervive substancialmente idéntica a sí misma, aunque encarnada en formas sujetas al cambio histórico. Otro tanto sucede también con las grandes realidades de nuestra fe. El ministerio apostólico y la misión de la Iglesia están dotados de una estructura que en sus rasgos más nucleares nos es dada por el Señor y su Espíritu. De ella han de brotar los rasgos de nuestra espiritualidad. Pero la «coyuntura» nos ayuda a subrayar e incluso a remodelar elementos ofrecidos por la «estructura». Intento recoger algunos de ellos. Sería pretencioso e inadecuado a mi capacidad y preparación extraer todos los rasgos espirituales derivados de la estructura de la misión evangelizadora de la Iglesia y del ministerio apostólico. Los cuatro evangelios, las cartas de Pablo y el conjunto del Nuevo Testamento nos ofrecen un panorama que desborda por todos lados la ambición de esta conferencia.
1. Una espiritualidad de la fidelidad, no del éxito. En tiempos no tan lejanos veíamos cómo las piedras se convertían en hijos de Abrahán. Hoy contemplamos cómo muchos hijos de Abrahán se convienen en piedras. Jesús, en su ministerio, no fue en absoluto ajeno a esta experiencia. La ceguera y la dureza de corazón de muchos le afectó. Marcos recoge gráficamente este impacto (cfr. Mc 3, 5; 16, 14). También Lucas lo registra (cfr. Lc 9, 47). Exegetas muy competentes sostienen que, sobre todo en la última fase de su vida pública, la consciencia humana de Jesús fue comprendiendo cada vez con mayor intensidad experiencial que el Padre le pedía fidelidad y no éxito inmediato. La soledad creciente, el enfriamiento de los suyos, el enconamiento de sus enemigos y, sobre todo, la experiencia de la Pasión fueron decisivas. El autor de la Carta a los Hebreos nos dirá que «aunque era Hijo aprendió sufliendo lo que cuesta obedecer» (Heb 5,8). 53
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Un anuncio significativo del Evangelio
Pablo es, junto a Jesús, otro testigo excepcional. Predica a un Cristo Crucificado que es «escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1 Cor 1, 23). Recibe en Atenas un portazo más o menos educado. Como apóstol, es consciente de que aparece como «necio, débil, despreciado, deshecho de todos» (cfr. 1 Cor 4. 9- 13). «Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús para que la vida de Jesús se manifieste en vuestro cuerpo» (2 Cor 4, 8 1 0) . «No me avergüenzo, porque sé en quien he puesto mi confianza» (2 Tim 1, 12), No son estas las palabras de un triunfador que va de éxito en éxito, sino de alguien que se aferra a la fidelidad de Dios y a la fidelidad a Dios. Nos conforta e ilumina en nuestra situación la actitud básica de Jesús y del Apóstol. Porque también nosotros experimentamos la dificultad de acompañar a nuestros conciudadanos en el tránsito de la indiferencia al interés, del interés a la interpelación personal, de la interpelación a la fe, de la fe a la conversión, de la conversión a la madurez cristiana. Hemos de sembrar mucho para recoger poco. Hemos de pedir la gracia y el gozo de la fidelidad en tiempos de escasa fecundidad. Nos sentimos retratados en las palabras de Simón Pedro: «Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada; pero, puesto que tó lo dices, echaré las redes» (Lc 5, 5). En una actitud pastoral que camina hacia la madurez espiritual, una sana y deseable gradación nos conduce sucesivamente de la expectativa del éxito a la búsqueda de la fecundidad, y, de ésta, a la fidelidad. «El éxito no es uno de los nombres de Dios» (M. Buber). «La fidelidad es el amor que resiste el desgaste del tiempo» (Rovira Belloso).
2. Una espiritualidad responsable, pero no culpabilista. No podemos cruzarnos de brazos ante lo que podemos hacer. Vivir y testificar el Evangelio no sólo es importante, sino lo más importante. La frivolidad o la pereza son pecado en toda vida cristiana. La responsabilidad y la seriedad son postulados irrecusables del apóstol. También en este punto Jesús es neto y enérgico. «Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él y Dios os dará todo lo demás» (cfr. Mt 6, 33). Por eso es tan categórico cuando llama a sus discípulos al seguimiento y al apostolado (Lc 9, 57-62; Mt 9, 9). El Reino que es preciso anunciar y construir es el tesoro por el que merece la pena vender todo y la perla más preciosa es la fe, en orden a la salvación (cfr. Mt 13, 44 - 46). 54
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
Declararse a favor de Jesús o negarle en los Sinópticos es decisivo y decisorio para la salvación (cfr. Lc 12, 8-9). Pero es sobre todo en el Evangelio de Juan donde se expresa con más vigor la importancia salvífica de definirse ante Jesús mediante la fe en Él: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hilo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios» (Jn 3, 16-18). Pablo se retrató también a sí mismo como aquel que por haber optado por Jesús «ha perdido todas las cosas» (Filip 3, 8) y las considera desdeñables “con tal de alcanzar a Cristo“ (ib). Muestra igualmente la responsabilidad del apóstol en su enérgica expresión: «ay de mí si no evangelizare». Desde esta actitud responsable, hemos de asumir, con todo, que no somos responsables del bien que no podemos hacer ni del mal que no podemos evitar. En consecuencia hemos de eludir el culpabilismo, que consiste en atribuir a causas morales de las que somos responsables la situación de la fe, de la comunidad eclesial y las actitudes que ante ambas adoptan corrientes sociales dominantes. El culpabilismo es, pues, una versión del moralismo, que simplifica la realidad reduciéndola a su dimensión moral, innegable pero parcial. La realidad es mucho más compleja. Existe hoy un acuerdo entre los analistas al atribuir principalmente a factores sociales y culturales la precaria situación religiosa de Occidente. Naturalmente que ésta no es ajena ni mucho menos al desfallecimiento y a los errores de la comunidad de fe y de sus pastores. Pero los factores culturales y sociales son hoy tan poderosos que configuran el modo de pensar, de sentir, de valorar y de comportarse de una inmensa muchedumbre de conciudadanos y afectan también, en una medida nada desdeñable, a muchos creyentes. El moderado sentimiento de culpa es saludable para la persona y para la comunidad. El culpabilismo es peligroso. Produce un penoso sentimiento de tristeza que paraliza las fuerzas para una adecuada reacción. Genera un sentimiento de amargura que nos quita el sosiego y nos hace proclives a proyectarla al exterior culpabilizando a otras instancias (los feligreses, los compañeros, los Medios de Comunicación Social, el ambiente cultural, el afán de lucro, la explosión sexual, la Jerarquía...).
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Un anuncio significativo del Evangelio
3. Una espiritualidad de la paciencia, no de la prisa. Observadores sociales y eclesiales registran una sensible diferencia entre la atmósfera que se respiraba en los años 60 y aquella en la que hoy respiramos. En los años 60 resultaría obvio creer que la realidad social era más fácilmente humanizable y que las fuerzas que operaban en su seno tenían un mayor potencial transformador. La experiencia acumulada nos habría conducido a la conclusión de que la regeneración de la sociedad y la renovación de la Iglesia encuentran unas resistencias más fuertes que las previstas y los recursos regeneradores resultan más débiles y más escasos. Sea cual fuere el fundamento de esta apreciación, es cierto que la realidad social se resiste tenazmente a una transformación auténticamente humana y que la realidad eclesial experimenta grandes dificultades para una verdadera renovación y conversión. Detengámonos por un momento en la realidad eclesial. El fuerte predominio numérico de las generaciones mayores, el miedo que produce lo desconocido en responsables y comunidades, la resistencia de muchos cristianos a una gimnasia mayor cuando «no estamos ya para esas gimnasias», la dificultad de los presbíteros para compartir verdaderamente responsabilidades, la mentalidad de muchos creyentes que se sienten preferentemente destinatarios de unos servicios (y no servidores), el apego ancestral de la gente a ciertas formas de vida religiosa anquilosadas, el impacto desmoralizador que produce en nuestras mismas comunidades la crítica dura y permanente de la mayor parte de los Medios de Comunicación Social, la erosión producida en los criterios morales de bastantes cristianos por el clima ambiental en el que viven y trabajan..., el descrédito creciente de la Jerarquía eclesial son algunos indicadores de las debilidades del sujeto eclesial para abordar una renovación y abrirse a una conversión. El Nuevo Testamento nos recomienda una actitud espiritual sumamente apta para asumir nuestra situación presente: la «hypomoné» o paciencia activa (cfr. Heb 12, 1-2; 2 Tes 3, 5; Rm 5, 4; Rm 5, 13). El teólogo Moltmann ha descrito los componentes principales de esta actitud. El primero es la resistencia, que consiste en una posición vital crítica ante una realidad que, aunque positiva en unos aspectos, contiene graves elementos de corrupción, inercia, injusticia e insolidaridad en otros. El segundo es la decisión de abordar la tarea del cambio moral requerido. El tercero es la capacidad de arrastrar el sufrimiento inherente a esta tarea regeneradora y renovadora. El cuarto es el ritmo acompasado a la dificultad, igualmente alejado del «rompe y rasga» y del desistimiento, 56
3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
Las parábolas llamadas de la paciencia de Dios (la del trigo y la cizaña, la higuera estéril, la del hijo pródigo), contienen básicamente el mismo mensaje: si Dios espera tanto, ¿qué derecho tenemos nosotros a impacientamos? Aunque referidas a la espera escatológica, las palabras de St 5, 7-8, nos son confortadoras y oportunas: “Ved cómo el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías. Pues vosotros lo mismo: “tened paciencía y buen ánimo”. La prisa pastoral no respeta ni el tiempo de Dios ni los procesos humanos. Muchas veces produce «cortocircuitos» que en vez de acelerar, retardan el advenimiento de lo que busca. Provocan con frecuencia maduraciones artificiales y frágiles que se desploman ante la dificultad. El impaciente tiene todavía cuentas pendientes con el principio de realidad. Rompe los nudos en vez de deshacerlos.
4. Una espiritualidad de la sintonía, no de la distancia. Dios, siempre próximo a los humanos (cfr, Hch 17, 27-28), se nos ha hecho definitivamente cercano en Jesucristo. Ha querido compartir desde dentro la dignidad y la servidumbre de ser hombre. La comunidad cristiana está llamada a prolongar en la historia esta cercanía del Señor a la humanidad. La Iglesia es amiga de la humanidad. No debe, por tanto, mantener una reserva distante y recelosa, sino una profunda empatía con la sociedad. Cuando un mundo cambia tanto y produce estragos en la comunidad. provoca fácilmente reflejos defensivos, distantes, hacia él, Cuando en ese mundo se segregan criterios, costumbres, leyes, escritos, programas televisivos que contrarían nuestra sensibilidad cristiana, pueden generarse sentimientos de extrañeza, de desconfianza, de hipercrítica, de frialdad e incluso de agresividad que congelan notablemente nuestra comunicación con él. Es cierto que corresponde a la misión de la comunidad cristiana ser, entre otros movimientos sociales críticos, polo dialéctico ante corrientes hegemónicas, poderes sociales, políticos y económicos dominantes, poniéndose del lado del ser humano y particularmente de los débiles. Hay progresos sociales, económicos y políticos que son más bien regresiones. Pero una Iglesia que no se sintiera verdaderamente parte de la sociedad en la que está inscrita; que no respetara su legítima autonomía; que adoptara ante ella una actitud arrogante, incomprensiva, maternalista o trágica; que confundiera la claridad de la doctrina con el tono frío y duro propio de la distancia, estaría descuidando un aspecto muy importante de su misión ser signo de la condescendencia de Dios y «señal e instrumento de la unidad de los hombres entre sí» (L.G. 1). 57
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La comunión dialéctica con el mundo pertenece al estatuto teológico de la Iglesia. Si le falta el adjetivo, está instalada. Si le falta el sustantivo, está mal ubicada.
5. Una espiritualidad de la alegría, no de la tristeza. Los tiempos son recios. Producen en muchos cristianos, sinceramente incorporados a la pastoral y al compromiso cívico, un cierto estado de abatimiento y de tristeza. La nostalgia de lo que fue y nunca volverá habita en el corazón de esta tristeza. Hoy está bastante extendido entre los cristianos un sentimiento de decadencia, un temor a quedar reducidos, en un futuro no lejano, a un residuo insignificante; un miedo a que la sociedad pueda quedar privada con el tiempo de ese factor de humanización y de divinización que es una Iglesia suficientemente relevante para que pueda ser signo público, visible, dotado de crédito moral en la sociedad. Todos conocemos a catequistas desanimados porque intuyen que sus desvelos son contrarrestados por otros factores familiares, escolares, culturales que modelan a sus niños. Nuestros grupos de liturgia se desalientan con frecuencia porque sube la edad media y baja el número de participantes. Bastantes de nuestros curas comentan con tristeza la dificultad creciente de encontrar colaboradores pastorales que releven a los veteranos. Muchos cristianos lamentan que parecen estar más profundamente divididos por la política que unidos por la misma fe. Y es preciso confesar que bastantes son críticos con la tarea y la enseñanza misma de sus pastores. Podríamos afirmar que en el ánimo vital de las comunidades predomina hoy el «síndrome de atardecer» sobre el «síndrome de amanecer». Y, sin embargo, uno se encuentra frecuentemente en las Visitas Pastorales con grupos que, percibiendo y padeciendo las mismas dificultades, viven su fe y su compromiso cristiano en alegría y paz. No son menos lúcidos, más ingenuos ni más idealistas que los demás. Eso sí: cultivan la oración comunitaria sosegada, las sesiones de formación propia, la convivencia distendida y la fiesta, la mutua ayuda. Son ellos y no los demás los que aciertan con la reacción adecuada. Porque, aunque la fe se debilita en nuestro entorno y en la sociedad, nada ni nadie puede ni debe arrancarnos la alegría de creer, de haber puesto nuestra confianza en Jesucristo, de quererle con el corazón y la conducta, de sentir su presencia junto a nosotros, de sabernos habitados y sostenidos por su Espíritu, de vernos congregados en torno a su Palabra y su Eucaristía, de sintonizar con los más necesitados y gozar ayudándoles.
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La alegría nacida del Encuentro con el Resucitado, la «agalliasis», es la característica más interior y más englobante de la experiencia pascual, origen de la misión de la Iglesia y del ministerio apostólico. Junto con la «hypomoné» y la «parresía» es parte constitutiva del mensaje pascual. Es recogida en casi todos los anuncios evangélicos de la Pascua (Mt 28, 8; Lc 24, 32.42; Jn 20, 20). La alegría es una característica de las comunidades cristianas del Nuevo Testamento. No puede faltar en ninguna genuina espiritualidad cristiana, sea cual sea nuestra situación. En ocasiones extraordinarias será exultante. En otras, serena paz y contento interior. En el sufrimiento, consolación. En la oscuridad, instinto interior de adhesión al Señor. Es compatible con el sufrimiento. Lo contrario de la alegría es la tristeza, no el sufrimiento. El cristiano conoce y padece la tristeza, pero su panorama habitual es la alegría. Dicen que la alegría es un bien escaso. La alegría no es un bien escaso en los seguidores de Jesús. Quienes escasean son los seguidores.
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III. «Cuando venga el Espíritu os guiará hacia toda la verdad» (Jn 16, 13). La situación presente, marcada preferentemente por la indiferencia del entorno y la debilidad de la comunidad eclesial está reclamando unas opciones pastorales que deben encarnarse en un estilo pastoral adaptado, en una renovación de las grandes funciones de la misión eclesial (la martiría, la leiturgía, la diakonía y la koinonía) y en una remodelación de nuestras estructuras pastorales. Las opciones pastorales que hemos de asumir son mucho más que objetivos estratégicos postulados por un trabajo razonable y realista. Tienen su origen en la naturaleza misma de la misión eclesial y ministerial. Para que no sean salvíficamente vacías deben estar impregnadas de un espíritu, algunos de cuyos rasgos queremos esbozar ahora. Nada sólido se puede construir en el vacío espiritual. He aquí un principio de siempre que está siendo redescubierto en nuestras iglesias en los últimos años. Es difícil no entrever en este redescubrimiento una acción del Espíritu.
1. Una espiritualidad que privilegie el cuidado de la experiencia sobre la preocupación por la precisión doctrinal. No es preciso romper ninguna lanza sobre la importancia de la pureza doctrinal, sobre todo en tiempos en los que un relativismo desmedido, alérgico a las sólidas convicciones, amenaza con disolver la verdad cristiana, como recientemente nos recordaba nuestro nuevo Papa. Lejos de someter la verdad al relativismo, este rasgo pretende asentar la busqueda de la verdad en un cimiento experiencial. La fenomenologia nos ha demostrado con rigor cientifico que una Religion, antes de ser un conjunto de creencias, un codigo moral compartido, un culto comunitario, un entramado institucional, es fe viva, es decir, tocada por la experiencia. Es ella lo que sostiene en torno a sí la constelacion de creencias, de practicas, de ritos y de estructuras y cohesiona a la comunidad que los comparte. Cuando la fe viva, ungida por la experiencia, desfallece, los demas componentes se disgregan y se adulteran o fosilizan. Es esta la conviccion que subyace al enunciado que acabamos de expresar.
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
La experiencia de la fe hace que las verdades del mensaje cristiano resuenen dentro y, sin perder su dimension paradojica para la mente humana, resulten familiares al creyente. La experiencia de la fe hace que los practicantes sintonicen con los símbolos de la liturgia y entrevean en ellos el Misterio Central del cristianismo. La experiencia de la fe engrasa nuestro comportamiento para que no se convierta en un deber puro y duro, al final extenuante. La experiencia de la fe nos permite encontrar a Dios no sólo en el culto y la oración, sino en todas las areas de nuestra vida. La centralidad de la experiencia se torna aún más necesaria cuando llegamos a la conviccion de que es ella el déficit más originario de nuestras comunidades. «A la crisis de Dios sólo responderemos con la pasión por Dios» (Metz). En la actual intemperie cultural, ¿cuál será la suerte futura de una fe que no resuene dentro? La ideología, la mitología o la indiferencia. La teología del Espiritu Santo nos revela que uno de sus efectos en la comunidad y en cada creyente consiste en ayudarnos a interiorizar la persona y el mensaje de Jesús. «Sólo el Espíritu conoce la profundidad de Dios». Él es como el Guía de un gran museo que nos ayuda a descubrir y gustar las riquezas escondidas en los lienzos y en las esculturas. Él nos comunica el sabor de Dios y la afinidad para con los valores del Reino. Él hace que sintamos la oración como algo familiar, la pobreza como algo connatural, la entrega a los pobres como algo vital y el celibato como algo precioso. El es el «Dios interior».
2. Una espiritualidad de comunión, no de autarquía. El paso «del yo al nosotros» es una tarea perpetua de la humanidad. Es también un tránsito siempre inacabado en la Iglesia llamada a ser «la casa y la escuela de la comunión» (Juan Pablo II, NMI 43). Y, por supuesto, en su acción pastoral. La secular tradición de las parroquias les ha inducido a percibirse y comportarse como «auto-suficientes» en el sentido etimológico de la palabra. Casi todos los movimientos laicales antiguos y nuevos, tan necesarios en la Iglesia, han experimentado siempre la tentación de un cierto «autarquismo» tanto en sus intercambios mutuos como en su relación con las parroquias y las diócesis. Basta evocar el panorama atomizador que desveló con claridad y crudeza el último Congreso de Apostolado Seglar. Los carismas religiosos, tan ricos para la Iglesia, no siempre tienen el «carisma» de mancomunarse entre sí y de inscribirse en las iglesias locales. La misma situación de debilidad eclesial, al tiempo que llama con apremio a la unidad, la hace más difícil. Hace falta un cierto ánimo vital para unirse. Es, con todo, cierto que en casi todas estas áreas hay impulsos e iniciativas de comunión vivencial y operativa. 61
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El trabajo pastoral en equipo es una palestra en la que se materializa la comunión y una piedra de toque de su solera evangélica y apostólica. Un equipo es, por vocación, imagen de la Trinidad, realidad pascual que participa de la Muerte y Resurrección del Señor, órgano generador de la comunidad eclesial y realización anticipada del Reino de Dios. Como todo grupo humano, es un grupo de pobres hombres y pobres mujeres que tendrán que vivir tensiones, desacuerdos y resistencias y practicar la paciencia, perdón y la misericordia mutua. Los presbíteros tendremos que aprender a compartir nuestros proyectos desde su gestación a su ejecución. Habremos de tener la humildad de someternos a la crítica y la amplitud para respetar las iniciativas que, cada uno en su área, adopten sus componentes. Nos corresponde, por el sacramento y el carisma, ser aglutinadores «solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu» (Ef 4, 3), y asumir las otras tareas inherentes a nuestro ministerio, puesto que el equipo no es una realidad pastoralmente «unisex». Todo el equipo habrá de estar preparado no sólo para compartir el gozo de los frutos pastorales, sino también para encajar la desproporción entre los grandes esfuerzos y los escasos frutos visibles. Cada uno de sus miembros habrá de aportar el oxígeno de su mejor voluntad de concordia y eficiencia y no el anhídrido carbónico de sus amarguras, incomunicaciones e impotencias. Todas estas actitudes y comportamientos conllevan una ascesis exigente. Pero una comunidad cristiana está llamada a ser siempre más gozosa que costosa.
3. Una espiritualidad más sanante que denunciante. En la acción evangelizadora, el anuncio comporta necesariamente una tasa de denuncia. Un anuncio sin denuncia revelaría ingenuidad que ignora el espesor del mal y del pecado en el mundo y en la misma comunidad cristiana o falta de coraje para arrostrar las incomodidades que de ella se derivan. Una denuncia que se sobrepusiera al anuncio olvidaría que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20) Y marginaría toda una pedagogía positiva, que es más coherente con la Buena Noticia. La buena experiencia humana y cristiana muestra también los lados sombríos y débiles del hombre y la mujer adultos. Hemos de reconocer con alegría que el mundo que Dios quiere es un mundo adulto, emancipado. Hemos de aceptar y promover la concreta adultez de las personas sin proteccionismos ni paternalismos. Pero no por ello debemos de tragarnos entero, “incluido el recipiente”, el
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
mito del hombre y la mujer adultos que quiere vendernos una antropología superficial que ignora nuestra contingencia y caducidad y toda una «cultura de la satisfacción», que pretende ocultar nuestras heridas y nuestras perpetuas insatisfacciones. En nuestra profunda verdad somos más precarios y desvalidos de lo que parecemos y aparentamos. Somos una comunidad adulta, pero de heridos. Para vergüenza del Primer Mundo hay muchos millones de seres humanos que en el Tercer Mundo carecen de lo más elemental con que curar sus heridas. Pero también aquí llevamos todos las heridas de la condición humana y de las vicisitudes de nuestra historia: la enfermedad, la muerte, el desamor de aquellos a quienes amamos, los matrimonios rotos, la angustia por los hijos que tuercen el sendero, la precariedad laboral, el conflicto social, el terrorismo, la ley de la selva. Padecemos también «las miserias de la abundancia»: el sinsentido, la floja apatía hacia casi todo, la indiferencia provocada por las relaciones anímicas, el hastío vital provocado por el abuso de la sexualidad, el tedio de vivir, las cadenas de las nuevas esclavitudes. En esta «comunidad de heridos» hay muchos que están más heridos: los inmigrantes, las víctimas, los amenazados, los delincuentes que atestan todas nuestras cárceles, los familiares de los presos, las mujeres maltratadas, los siniestrados laborales, los enfermos psicóticos o neuróticos, las personas fracasadas. Una humanidad así necesita más compasión que condena. Jesús dice a Nicodemo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3, 17). Hoy el ejercicio de la misericordia no es ni menos importante ni menos necesario que en tiempos de mayor penuria material. La Iglesia ha recibido el encargo de prolongar en la historia la misión de Jesús, el Buen Samaritano. «Sus heridas nos han curado» (1 Pe 2, 24). Los cristianos participamos, al mismo tiempo, de las heridas de los humanos y de la misión sanante de Jesús. Hemos recibido no sólo el encargo de: «Id y anunciad» y de «Id y bautizad». También el de «Id y sanad» (Lc 9, 2). Podemos sanar, como Jesús, incluso a través de nuestras propias heridas, Podemos poner en ellas el aceite y el vino de nuestra compañía, de nuestra escucha, de nuestra palabra. La Iglesia tiene un sacramento para curar la herida del pecado. Sepamos acogerlo y realizarlo. Seamos más compasivos que críticos. Más misericordiosos que censores.
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4. Una espiritualidad que aprende y enseña a orar. La espiritualidad es un panorama más amplio que la oración. Pero ésta es una pieza decisiva dentro de aquella. Es en sí misma una actividad teologal de primera magnitud, un ejercicio de la fe, de la esperanza y del amor. Es además un espacio necesario para la interiorización y, en consecuencia, para la experiencia creyente. La oración hace que Dios se nos vuelva «real» no un ser intermedio entre la realidad y la imaginación. Es un componente privilegiado para discernir, muchas veces entre sombras, lo que Dios Padre pide de nosotros. Sin orar asiduamente, el cristiano languidece y el apóstol desiste. Aprender a orar e iniciar a la oración es un valor de primera necesidad. Existe una pedagogía de la oración cristiana que se despliega en múltiples pedagogías particulares. Pero es necesaria esta pedagogía. No porque la oración sea una técnica a dominar. Convertida en técnica equivale a caer en la idolatría. Pero todo lo importante (amar, educar, asumir la sexualidad, comunicarse, aguantar) se aprende. Los sacerdotes venimos insistiendo secularmente en la trascendencia de la oración. No con la misma dedicación iniciamos ni enseñamos a iniciar a la oración personal, comunitaria y litúrgica mediante una adecuada pedagogía en la que la catequesis sobre la oración se combina sabiamente con la práctica de la misma. Nuestras comunidades cristianas conocen la oracion vocal y practican la oracion de emergencia en momentos especiales Pero tras decenios de Eucaristia dominical, apenas estan iniciadas a una oración habitual de alguna calidad y profundidad. El lenguaje simbólico de la liturgia se les hace opaco. El canto, el salmo y la oración final con la que comienzan sus reuniones bastantes de nuestros grupos eclesiales son netamente insuficientes para este aprendizaje. La iniciación bíblica, necesaria para entender el texto en la situacion original y aplicarlo a la situación presente es aún patrimonio de muy pocos Aquí hay una cantera casi inexplotada. Nos jugamos mucho pastoralmente en una apropiada explotacion. En los últimos años registramos que muchos cristianos desean aprender a orar. Las propuestas de ayuda tienen un eco muy favorable. Los grupos de oración y de lectura creyente y orante de la Biblia florecen y se multiplican. Es difícil no leer en esta demanda que la tierra de una fe resecada esta necesitando el agua de una oración que le riegue. El Espíritu Santo, que sabe que no podemos orar como conviene (cfr Rm 7, 26), se acerca en nuestra ayuda y nos enseña a clamar: «Abba, Padre» (Rm 8, 1 5). Tengo la persuasión de que, en la gran mayoría de los casos, no se trata de un retraimiento hacia las zonas cálidas de una oración que huye de la confron-
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3. Charlas al inicio del curso pastoral 3.2. Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo
tación con los problemas pastorales, sociales o personales Tal vez pudo ser ésta una tentación del pasado, no lo es en el presente. Es la necesidad de enriquecer la experiencia de la fe para poder realizar la travesía de una existencia cristiana en un mundo cada vez más secularizado. Nosotros mismos, ¿no deberíamos ejercitamos más en ese amplio mundo de la oración? Hay una manera de orar que Pablo deja entrever en sus Cartas y es muy apropiada en nuestra condición de pastores. El escriturista Lyonnet la recogió en un artículo admirable de la revista «Christus»: la oración apostólica. Es una forma de orar ligada a la actividad apostólica y alimentada desde ella. Prepara y acompaña nuestros trabajos pastorales e incluso los releva cuando ésta no es posible. Sus dos grandes resortes son el deseo ante las necesidades y carencias y el gozo ante las realizaciones y los frutos. Del deseo brota la oración de petición; del gozo la acción de gracias.
CONCLUSIÓN Esta conferencia es una meditación que tiene poco que ver con las sesudas reflexiones de un profesor de teología espiritual o con la sabiduría de un maestro en la guía de los espíritus. Está compuesta por un hombre que tiene tal vez alguna sensibilidad para recoger el impacto que producen en sí mismo y en creyentes de su entorno la situación eclesial y social en la que vive y, con la ayuda del Espíritu, intenta alumbrar una reacción creyente que, lejos de hacerle caer en el abatimiento, el voluntarismo o el idealismo ignorante de la realidad, le ayuda a escuchar lo que Dios nos dice en ella, a vivir en paz, a trabajar «engrasado», a domesticar sus miedos, a sosegar los nerviosismos de sus hermanos y a poder decir, lanzando una mirada a su ministerio, aquéllas palabras del salmo: «me ha tocado un lote delicioso, ¡qué hermosa es mi heredad!» (Sal. 15).
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4. La acogida de Jesús * José Antonio Pagola Director del Instituto Teológico Pastoral (San Sebastián)
* José Antonio Pagola desarrolló este tema en dos charlas, los días 14 y 15 de Febrero de 2006. Tuvieron lugar en el aula San Pablo, sita en c/ Vicente Goicoechea nº 5 de Vitoria-Gasteiz, con asistencia de más de cuatrocientas personas. El texto que sigue es la trascripción literal del contenido de ambas charlas, así como del diálogo que siguió a las mismas.
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4. La acogida de Jesús (1ª parte)
4. La acogida de Jesús (1ª parte) Cuando me llamaron para hablar de este tema, ya sabía que iba de decir que sí, porque yo ahora solo hablo de Jesús. Llevo 4 o 5 años totalmente dedicado a estudiar la figura de Jesús con un interés evangelizador. Estoy convencido de que es el único que nos puede cambiar. Hacemos planes y proyectos... pero el único que puede cambiarnos es Jesús. El objetivo de estas dos jornadas es acercarnos a la figura de Jesús como impulsor de una manera nueva de entender y vivir la acogida. Cada uno tendrá sus ideas. La acogida nos hace pensar en una actitud, en unas disposiciones psicológicas... En Jesús vamos a descubrir una acogida cuyas raíces están en la experiencia de Dios. Para Jesús, Dios es acogedor. Una acogida que a Jesús le lleva a construir la convivencia humana y la vida entera tal y como la quiere Dios. Y Dios quiere una vida más digna y más dichosa para todos. El itinerario que vamos a recorrer es el siguiente: - en el primer momento trataremos de descubrir las raíces de la acogida de Jesús y nos detendremos a ver cómo acoge Jesús a las personas que sufren. Fundamentalmente el sufrimiento físico, la enfermedad. - mañana veremos como acoge Jesús a los excluidos, a los que no tienen nada, que viven en una situación de miseria de la que seguramente no van a poder salir. Y veremos también cómo acoge Jesús a los indeseables, a las personas despreciadas no sólo por ser pecadoras sino por otras razones: sociales, religiosas... estos campos nos darán muchas pistas para seguir a Jesús.
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I - LAS RAÍCES DE LA ACOGIDA DE JESÚS Voy a hablar de lo fundamental. La acogida de Jesús es la de un hombre: - que actúa siempre movido por la compasión (sufrir con el otro); - que se acerca a las personas desde un amor que no excluye a nadie. Nuestra tentación es amar pero excluyendo a algunos; - cuya primera preocupación, antes que otras – incluso el pecado – es el sufrimiento de la gente.
1. Jesús acoge movido por la compasión No es un asunto temperamental. Jesús experimenta a Dios como compasión. No habla nunca de un Dios indiferente, insensible, distante... o un Dios desentendido de la vida o interesado solo por su honor, gloria, culto o derechos. Nada de esto lo encontraréis en el Evangelio. En el centro de su experiencia religiosa no nos encontraremos con un Dios que trata de gobernar el mundo como un legislador, a base de leyes introducidas en la naturaleza. Esa es una teología auténtica y valiosa pero no está en Jesús. Tampoco le veremos como un Dios justiciero, airado o irritado. Para Jesús Dios es compasión. El diría, “entraña”. Este es el lenguaje que todas las fuentes, de una manera u otra, utilizan para hablar de la actitud de Jesús y de su experiencia de Dios. Para Jesús la compasión es la manera de ser de Dios. Su primera reacción ante sus criaturas. Lo primero que siente Dios. Dios lo vive todo desde la compasión. Es su manera de mirar, su manera de ver la vida, su manera de mirar a las personas y de ver lo qué está pasando. Siempre lo hace con compasión. Aproximándonos más al lenguaje de Jesús diríamos “rajamín”, son las entrañas propias de la mujer. Y podemos decir que la imagen que está en el fondo de Jesús es esta. Dios siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en su vientre. Dios nos lleva en sus entrañas. Y las parábolas más bellas y conmovedoras que salieron nunca de los labios de Jesús y que mejor trabajó en su corazón fueron las que narró para comunicar a todos su experiencia de la increíble compasión de Dios. 70
4. La acogida de Jesús (1ª parte) I. Las raíces de la acogida de Jesús
Recordaréis la parábola del padre bueno: nos habla de que con Dios sucede como con un padre que cuando vio llegar a su hijo impuro, degradado, hambriento... a ese padre, literalmente, “le temblaron las entrañas”. Perdió el control. Echó a correr. Y públicamente lo abrazaba y besaba efusivamente. Esto no era un patrón, un patriarca de aquellas familias. Esto es el comportamiento de una madre. Y con Dios sucede como con aquel samaritano que iba por el camino, encontró a uno en la cuneta y se conmovió, “le temblaron las entrañas” – siempre la misma terminología, es de Jesús -, se acercó al herido y le trató como una madre. Porque eso de curar las heridas, suavizarlas, vendarlas, llevarlo a una posada y cuidar de él no lo hacía normalmente un varón. Para captar mejor la compasión de Jesús podemos distinguir tres cosas. Nosotros podemos pensar al oír esta palabra, “compasión”, en un sentimiento, en obras de misericordia... tres cosas sobre la compasión de Jesús. - En un primer momento, Jesús interioriza el sufrimiento ajeno, el sufrimiento de la gente, deja que penetre en sus entrañas, su corazón. Lo hace suyo, le duele a él. Jesús no podría ver en la tele unas pateras sin sufrir. Lo primero que hace Jesús es que el dolor le afecte a él. - En un segundo momento, ese sufrimiento interiorizado provoca en él una reacción. Se convierte en un punto de partida de un comportamiento activo. Podríamos decir que en Jesús ése dolor recogido e interiorizado se convierte en su principio de acción, lo que va a configurar su estilo de actuar y acoger a la gente. - Por último, ese principio de acción se va concretando en compromisos diversos orientados siempre a erradicar el sufrimiento o aliviarlo, porque lo primero que está buscando es una vida más digna, más dichosa, más sana, más acertada y más feliz para todos.
2. Impulsado por un amor no excluyente Hacia el año 325 a.C. entra en toda la zona Alejandro Magno y con él comienza la penetración de la cultura griega, pagana. El pueblo judío se da cuenta de que puede desaparecer, a no ser que defienda con todas sus fuerzas su identidad. Son un pueblo muy pequeño. Ante esa invasión griega, pagana, sólo pueden sobrevivir con una política de fidelidad a la ley y separación de todo lo pagano.
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Un anuncio significativo del Evangelio
Faltan tres siglos para que nazca Jesús, pero comienza a reafirmarse el sábado como una seña de identidad, lo más grande que tienen los judíos. Se prohíben estrictamente los matrimonios con mujeres paganas y, sobre todo, se comienza a leer el libro del Levítico, lo que se llama código de pureza, santidad etc... como una estrategia para hacer del pueblo un pueblo puro, lo más santo posible, lo más parecido a Dios, alejándose de todo aquello que los puede contaminar. Una política de exclusión. El principio, la exigencia radical que aceptaban todos - fariseos, saduceos, monjes del Qumram, los más radicales...- todos aceptaban esta frase del Levítico 19, 2: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy Santo”. Este es el gran ideal. Hay que ser santos como es santo el Dios del Templo. Y el Dios del Templo es un Dios que rechaza a los paganos – no pueden entrar en el Templo-; es un Dios que maldice y rechaza a los pecadores y a los impuros mientras que bendice al pueblo elegido – no a los paganos – a los observantes de la ley y a los puros. Y esa santidad es la cualidad más importante de Dios. Y el ideal es ser como ese Dios, santo. Paradójicamente, esta imitación de la santidad de Dios entendida como separación de lo no santo, impuro, pagano y contaminador, esto que estaba pensado para defender la identidad santa del pueblo de Dios unido, resulta que fue generando de hecho una sociedad absolutamente excluyente y discriminatoria, llena de barreras y fronteras. El pueblo judío buscó su propia identidad santa excluyendo a las naciones paganas. Se fortalecía el concepto de frontera. ¿Qué sería una frontera para Jesús? ¿Y un hombre sin papeles?... Ocurría que dentro del mismo pueblo, los sacerdotes gozaban de un rango de pureza superior al del resto del pueblo porque los sacerdotes tenían que entrar en las zonas más sagradas del templo, del lugar Santo. Ya se diferenciaba a los sacerdotes del pueblo. Pero dentro del pueblo los varones gozaban de un nivel superior de pureza sobre las mujeres, siempre sospechosas de impuras. Las mujeres eran desde la pubertad constantemente impuras por sus menstruaciones y por los partos. La salud es un signo de la bendición de Dios. Los que gozan de salud están más cerca de Dios que los leprosos, los ciegos, los tullidos... a éstos ni se les deja entrar al Tempo. De tal manera que esta búsqueda de santidad generaba barreras, discriminaciones, no promovía la mutua acogida, la comunión, la fraternidad. Producía exclusión, discriminación. Jesús lo captó enseguida. esta visión político religiosa que veía 72
4. La acogida de Jesús (1ª parte) I. Las raíces de la acogida de Jesús
en su pueblo no respondía a la visión que él tenía de Dios. Y con una audacia que nosotros no llegamos a sospechar introdujo en aquella sociedad un principio absolutamente contrario diferente del levítico. Y no es una cita más del Evangelio: “Vosotros sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Es la compasión y no la santidad el principio que tiene que inspirar la conducta humana. Jesús no niega la santidad de Dios, Jesús no discute de teorías. Lo que ocurre es que para él lo más importante de la santidad de Dios no es que se separa de lo impuro, el rechazo de lo no-santo. Dios es grande y es santo no porque se separa de los paganos, pecadores e impuros, sino que Dios es grande y es santo porque no excluye a nadie de su compasión. Dios para Jesús es amor – como bien se nos dice en la primera encíclica de Benedicto XVI - pero hay que añadir más, Dios es amor sin exclusión alguna. Dios es bueno con todos. Jesús no podía ver amanecer sin sentir lo bueno que Dios es con todos. Y decía frases como ésta.: “Dios hace salir su sol sobre buenos y sobre malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos”. No os podéis hacer idea de las discusiones que hay entre los rabinos para explicar cómo a Dios se le ocurre que llueva en Roma, donde está el cruel Tiberio, y haya sequía en Galilea. No lo pueden entender. El sol y la lluvia son un regalo de Dios para todos, no tienen dueño, los ofrece a todos por igual, son un regalo, rompiendo nuestra tendencia de discriminar enseguida a quienes no nos gustan, a los malos. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor está abierto incluso a los perdidos con una preferencia sorprendente. Es que Dios tiene un proyecto integrador. Dios no separa. Dios no excomulga. Dios acoge. Busca un Reino donde la mutua acogida y la igualdad solidaria tiene que impedir estas cosas: que los santos condenen a los pecadores, que los ricos exploten a los pobres, que los fuertes abusen de los débiles y que los varones dominen con su prepotencia a las mujeres. Para Jesús esto es claro. Ninguna duda: así es Dios. ¿Qué es Dios? No a la exclusión. No al rechazo y la marginación. Si a la acogida. Si a la amistad solidaria y a la comunión. Todo esto lo veremos después concretamente en su forma de actuar.
3. El sufrimiento de la gente: primera preocupación de Jesús Todos lo decimos. Jesús amó, defendió y dedicó toda su atención a los más pobres, los más indefensos de la sociedad. En esto no hay nada original, otros muchos han hecho lo mismo antes y después de Jesús. Lo más original de Jesús es que por encima de los pobres, más que a los pobres, no amó nada. Ni siquiera la 73
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religión, ni siquiera la ley, ni siquiera su patria. Y en esto las fuente son dejan lugar a ninguna duda. Lo primero para Jesús es una vida digna, santa, sana, dichosa, para todos. Algo que incluso va a alcanzar una plenitud al final. Eso es lo verdaderamente importante. La clave desde la que Jesús vive a Dios y la clave desde la que se esfuerza por acoger el Reino de Dios no es el pecado, no es la moral, no son las leyes religiosas. La clave es el sufrimiento que genera en el mundo la falta de compasión. La gente captó enseguida la diferencia entre Jesús y el Bautista. La misión del Bautista está organizada en función del pecado. Es claro. Era su gran preocupación: denunciar los pecados del pueblo, advertirles del riesgo que corrían ante el juicio de Dios, llamar a la gente a hacer penitencia y ofrecerles un rito de purificación a los que acudían a él al Jordán. Sorprendentemente parece que el Bautista no ve sufrir a la gente, y no se acerca a los enfermos y no cura a nadie. No hay ni rastro en las fuentes de que el Bautista se preocupara de curar a nadie. No toca a los leprosos, no le parece que hay gente que vive aislada en la exclusión, y por eso no libera a los endemoniados, no acoge a las prostitutas. No va por Galilea de aldea en aldea acercándose a los campesinos. No abraza a los niños y niñas como abrazaba Jesús, casi con toda seguridad niños huérfanos. No abandona nunca su sitio, el desierto. No come con pecadores, no los acoge en su casa. Vive encerrado en su vida de ayuno y penitencia, es un modelo. Esta es su auténtica preocupación. Jesús fue desconcertante. Hay una fuente que nos habla de que el Bautista le preguntó “¿Eres tu el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”, porque desde luego, lo que va a hacer Jesús en los esquemas del Bautista no cabe. Para Jesús la primera preocupación es el sufrimiento de la gente, sobre todo el de las personas más deterioradas de Galilea. Los evangelios no presentan a Jesús caminando por Galilea en busca de pecadores para convertirlos. No da pie ninguna fuente para pensar en algo parecido. Lo describen acercándose a los enfermos para curarlos de su sufrimiento, todos los enfermos del pueblo; los traen a todos, enseguida. Lo presentan tocando y bendiciendo a los leprosos para liberarles de la exclusión y el aislamiento, acogiendo a gente indeseable, sentando a la mesa a los pecadores. Se puede decir que su misión no es tanto una misión directamente religiosa como una tarea religiosa pero terapéutica, encaminada a liberar del sufrimiento a quienes viven mal, agobiados, sin poder vivir una vida sana e incluso dichosa. Es 74
4. La acogida de Jesús (1ª parte) I. Las raíces de la acogida de Jesús
más determinante en la tarea de Jesús suprimir el sufrimiento y generar una vida sana que denunciar pecados y llamar a la penitencia. Nos sale la pregunta: ¿no le preocupa el pecado? Si, mucho, Pero el verdadero pecado que contradice y se opone al Dios de la compasión, es precisamente causar sufrimiento, hacer daño a las personas y/o tolerarlo con indiferencia desentendiéndonos de las personas que sufren. Tres raíces, pues, fundamentales de la actitud acogedora de Jesús: movido por la compasión de Dios, impulsado por un amor no excluyente y para el cual el sufrimiento de los demás es la primera preocupación que lleva clavada en su corazón.
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II. JESÚS CURADOR DEL SUFRIMIENTO QUE HAY EN LA VIDA Las fuentes cristianas lo afirman de manera unánime. Sólo una cita: Jesús recorría toda Galilea proclamando la Buena Noticia del reino de Dios – lo bueno que es este Dios que quiere adueñarse de nuestra vida – y curando toda enfermedad y dolencia. Como digo, a diferencia del Bautista, que nunca curó, Jesús anunció a Dios poniendo salud y vida en las personas y en la sociedad entera. Y sabed que el resumen, el recuerdo que quedó en los primero cristianos fue éste: ungido por Dios, empapado por Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, Jesús pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Cuando Jesús se empapa del Dios de la compasión su mirada se dirige antes que a nadie a los que sufren enfermedad física o ruptura psíquica, interior. y lo hace ungido por Dios, y no el Dios de los justos y los santos, sino el Dios de los necesitados. Para Jesús Dios es de aquellos que más lo necesitan: el Dios de la compasión.
1. La exclusión de los enfermos Jesús se acerca a enfermos y a enfermas que padecen las dolencias típicas de un país subdesarrollado: ciegos, paralíticos, sordomudos, enfermos de la piel, desquiciados... muchos de ellos incurables y abandonados a su suerte, incapacitados para ganar sus sustento – están en paro – viven arrastrando una vida de mendicidad, rozando la miseria y el hambre. Jesús los encuentra tirados en los caminos, a la entrada de los pueblos o junto a las sinagogas, tratando de conmover el corazón de la gente. Tratando de despertar compasión. El rasgo que mejor caracteriza a este grupo doliente es la exclusión. Tres matices: - Estos enfermos, no tienen enfermedades internas sino que son tullidos, paralíticos. Lo que más les hace sufrir es que están excluidos del disfrute sano de la vida. No pueden vivir como los demás hijos de Dios. Así era percibida la enfermedad en Galilea por los años 30. El problema de los ciegos es que no pueden captar la vida de su entono. Encerrados en su asilamiento, los sordomudos no
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4. La acogida de Jesús (1ª parte) II. Jesús curador del sufrimiento que hay en la vida
pueden comunicarse, no pueden cantar – que era muy importante -, no pueden bendecir con los salmos a Yahvé y no pueden escuchar a nadie salvo a sí mismos; viven aislados. Los paralíticos no pueden trabajar ni moverse, ni caminar, ni peregrinar a Jerusalén. Es un colectivo excluido de la vida normal. - Pero la tragedia del enfermo hebreo es que se siente excluido por Dios. Si el enfermo hebreo no puede disfrutar de la vida, según la creencia popular, es porque el espíritu de Dios les está abandonando – probablemente por algún pecado, piensan todos - . De tal manera que en el origen de la enfermedad grave está siempre la sombra de alguna infidelidad. De alguna manera todo enfermo es sospechoso de que Dios lo está abandonando. Es la tragedia: esto es así porque Dios no me quiere como a los demás. - Por eso, el Pueblo Santo, que quiere vivir muy cerca de Dios, toma sus medidas con los enfermos. Y los enfermos son un colectivo marginado, excluido en mayor o menor medida, tanto de la convivencia social como del Templo. En el segundo libro de Samuel dice: “Los cojos y los ciegos no han de entrar en la casa de Dios”. La idea es que Dios es como nosotros, que no le gusta lo desagradable, lo que huele mal, lo impuro... A Dios no le gusta que entren al Templo. Entonces la exclusión del templo a los enfermos les recuerda lo que ellos perciben en el fondo de su enfermedad: la lejanía de Dios. El Dios de la Vida no les quiere. Por eso los sacerdote no les dejan entrar al templo. Es normal. Los leprosos son separados por la comunidad no por temor al contagio, porque no era la lepra que nosotros conocemos: eran enfermedades desagradables, pero no contagiosas, prácticamente ninguna. Se les excluye porque son impuros, sucios, pueden contaminar ritualmente al pueblo de Dios. Tienen que vivir aislados. El Levítico dice: “el afectado con lepra irá gritando: ¡impuro, impuro! y todo el tiempo que duren sus llagas quedará impuro.“¿Por qué? porque es impuro y vivirá aislado. Esta era la tragedia del leproso: no poder tener familia, no poder crear un hogar, no poder casarse ni tener hijos, no poder bailar en la plaza del pueblo, no poder ir de peregrinación a Jerusalén... vivir aislado. Aquí tenéis un colectivo de excluidos de una vida sana, normal, con la sensación de vivir aislados por Dios y por los hombres, estigmatizados por sus familiares y vecinos... constituyen sin lugar a dudas el sector que más sufre en aquella sociedad. Pero, ¿están realmente abandonados por Dios o tiene un lugar privilegiado en su corazón? 77
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El dato de Jesús es incuestionable. Se dedicó antes que a nadie a este colectivo. Se acercó a los que la gente consideraba impuros. Tocó a los leprosos, rompiendo el asilamiento. Despertó la confianza en Dios en aquellos a los que se les cerraban las puertas del Templo. Los integró en el pueblo de Dios tal como Él entendía el pueblo de Dios, que es el pueblo de la compasión. La idea de Jesús era ésta: estos tiene que ser los primeros en experimentar que Dios es el Dios de los que sufren.
2. La acogida de Jesús • Contacto personal Lo primero que busca Jesús es el contacto personal estrecho con la persona que sufre. Sabéis por el Evangelio que la gente acudía a Jesús no en busca de remedios, recetas o hierbas. Iban a encontrarse con él porque lo importante era Él, su acogida, su fuerza curadora, la fuerza sanadora que irradiaba Él, su persona. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo, su fuerza para regenerar lo mejor que hay en las personas, su capacidad de contagiar la fe en un Dios bueno, su poder para despertar energías desconocidas normalmente al ser humano, creaban un ámbito, un espacio en el que Jesús a veces – no siempre – lograba curar al enfermo. • Amor compasivo En la raíz de esta acogida tan estrecha a los que sufren está siempre el amor compasivo. Jesús sufre al ver la enorme distancia que hay entre el sufrimiento de esta gente hundida en la desgracia y lo que Dios quiere para ellos. Tiene tan claro que Dios quiere lo mejor para cada persona que en cuanto ve la distancia entre lo que Dios quiere y lo que vive esta gente, Jesús empieza a sufrir. No es la empatía de la que hoy hablan los psicólogos, es algo más profundo. Jesús los busca, Jesús los acoge, quiere que sean los primeros en experimentar en su propia carne como es Dios de compasivo. Dios los quiere ver libres del mal. Para Jesús curar es su forma de amar a los que sufren • Gratuidad Jesús, desde ese Dios compasivo, acoge y cura de manera gratuita. No busca nada para sí mismo. Aliviar el dolor tiene que ser siempre gratis, un regalo. Y Jesús dio tanta importancia a esto que en las fuentes aparece su deseo que cuando sus seguidores reproduzcan esta acogida compasiva lo hagan gratis: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. 78
4. La acogida de Jesús (1ª parte) II. Jesús curador del sufrimiento que hay en la vida
Probablemente la gratuidad resultaba lo más llamativo y sorprendente de Jesús. Todos podían acercarse a Jesús sin preocuparse de los gastos. En aquella sociedad donde no había medicina organizada y donde había curanderos magos y exorcistas que cobraban muchísimo, sobre todo en los centros griegos de curación, que Jesús fuera curador y lo hiciera gratis fue probablemente lo que más gente atrajo. Para Jesús es claro, no podemos acoger a uno que sufre cobrando. • Palabra acogedora Jesús tenía su estilo de acoger y curar. Lo hacía con su manera de hablarles y sus gestos. No pronuncia nunca palabras secretas, como los curadores, que hablaban entre dientes. Es curioso que cuando Jesús habla en arameo “Talithá Kumi” (levántate niña), está hablando claro. Su palabra es alentadora. A un sordomudo le dice “¡ábrete!”, a otro “¿Quieres curarte?”... Otro le dice “¿Quieres limpiarme? y Él responde ¡Queda limpio! - habría que traducir como ¡lo estoy deseando!- . Las fuentes no saben cómo insistir en ese esfuerzo de Jesús por despertar la confianza de los enfermos en ese Dios que es bueno aunque ellos creen que les esta retirando su bendición. Por eso esa insistencia en que crean: No tengas miedo, sólo ten fe. Todo es posible para el que cree. Hijo mío, tus pecados ya están perdonados, ahora levántate. Los relatos sugieren que en algún momento del contacto de Jesús con el enfermo, se funden en una misma fe. El enfermo ya no se siente solo ni abandonado por Dios, sino que acompañado y sostenido por Jesús, por primera vez quizás, se abre con una confianza como nunca en el Dios de los que sufren. Y cuando Jesús consigue contagiar esa confianza y esa fe en Dios la curación se produce. Cuando no lo consigue la curación queda frustrada. La primera fuente, Marcos, dice: “no pudo hacer allí ningún milagro, tan solo curó a unos pocos imponiéndoles las manos y estaba sorprendido de su falta de fe”. Cuando Jesús no conseguía contagiar su fe porque la gente se resistía Jesús no curaba; pero cuando logra contagiar su fe y curar, siempre lo dice: “Tu fe te ha salvado”. Jesús curaba despertando la energía sanadora que tiene la fe en un Dios bueno. • Gestos curadores Todo Jesús es acogedor. Y cura a los enfermos con gestos de acogida. A veces Jesús agarra al enfermo. Para expresarle su cercanía, para arrancarle del mal, transmitirle su fuerza. Por ejemplo: a la suegra de Simón la agarra para levantarla de la cama. Otras veces envuelve a las persona en sus manos, imponiendo
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sus manos. Es un gesto para envolver, a los que sufren, con la bendición y el amor misericordioso de Dios. Con los leprosos siempre hace lo mismo, extiende su mano y los toca, porque es eso lo que no hacía nadie. Los toca para liberarlos, para romper el aislamiento. Precisamente a ellos que se sienten excluidos de la convivencia. Así es la acogida de Jesús: manos que bendicen a quienes se sienten malditos; manos que acogen y tocan a leprosos que al ser impuros viven como excluidos; manos que comunican fuerza a enfermos hundidos en la impotencia; palabra acogedora que transmite confianza a quienes dudan de Dios; abrazos, caricias, a los que nadie abraza ni acaricia. • Integración en la sociedad. Jesús no sólo reconcilia a los enfermos con Dios sino también con la sociedad. Porque en Israel una curación no era efectiva hasta que el enfermo puede hacer vida normal, integrarse en la sociedad. Recordaréis del Evangelio cómo las fuentes describen de distintas maneras este deseo de Jesús: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” - empieza a vivir ya en tu casa, o esto otro , al endemoniado de Gerasa: “vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo”. Os daréis cuenta de que los leprosos no piden que los cure, sino que los limpie, que los libere de esa barrera que les impide vivir en convivencia con los demás. A estos Jesús se compadece de su sufrimiento, le da pena que tengan que vivir solo, extiende su mano, los toca y les libera de la exclusión. Claramente es un gesto intencionado. Incluso hay momentos en que se acerca a los leprosos y Jesús se queda sólo, sus seguidores y los Doce se han marchado, pero Él se queda. El gesto que hace Jesús de tocar, muchos autores piensan que es intencionado. Su actuación es una llamada a toda la sociedad. Hay que construir la vida de otra manera, donde los impuros puedan ser tocados y los excluidos acogidos. Y no hemos de mirar a los excluidos con miedo sino con compasión, como los mira Dios.
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Diálogo tras la exposición de la charla ¿ Por qué se asimilaba la enfermedad al pecado? Yo esto lo veo también en nuestra sociedad. Preguntas que oigo constantemente: ¿Qué ha hecho mi hijo para morir en este accidente? ¿Qué hemos hecho para tener un hijo con síndrome Down? ¿Por qué Dios se lleva a mi marido recién jubilado con un cáncer en quince días?... Nos preguntamos porque Dios es fuente de bondad y por querer explicar la enfermedad y el dolor, tratamos de buscar motivos. Incluso esta idea, en algunos sectores en veinte siglos de cristianismo se ha agravado más. El sufrimiento ha sido vivido por personas religiosas de alguna manera que no vivían los hebreos. A la hora de explicar el sufrimiento, dolor, desgracia, enfermedad... fácilmente se ha seguido un triple camino: esto es o un castigo de Dios por algo malo, o una purificación o es una prueba por la cual que yo puedo obtener bastantes méritos. Esta explicación es clásica en la literatura espiritual. A la hora de querer explicar, pensar que detrás siempre está Dios, porque Dios tiene que estar en todo. Incluso se ha solido decir que estas pruebas las envía Dios a quienes más ama. Esto es tremendamente insidioso. Por eso es importante que Jesús ve a Dios como compasión y desea de que todos vivan bien y que para encarnar a ese Dios Jesús se ha dedicado sobre todo a curar. Los autores hoy dicen que propiamente Jesús es fundador de un movimiento religioso sí, pero de un movimiento terapéutico, que no tiene precedentes quizás en ninguna tradición religiosa. Isaías, Jeremías... no se dedican a curar, se dedican a fustigar el pecado – es un aspecto de un Dios justo -. Pero lo que Jesús descubre es que si hay enfermedad es por muchas limitaciones, por la contingencia creatural, nuestra desidia – si bebo un litro de whisky al día se que a los 60 tendré el estomago hecho polvo y no tiene nada que ver con Dios-. El sufrimiento puede tener muchos orígenes, pero el deseo de Dios, iniciado desde ahora y culminado en la vida eterna es de una vida sana, dichosa. No le podemos hacer sujeto de lo que hace daño al hombre sino de lo que le hace bien. Juan nos cuenta estas cosas con el detalle de 81
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las tradiciones de los sinópticos. Pero en Jn 10, 10 leemos “yo he venido para que tengan vida, y tengan vida abundante”.
Qué suerte tuvieron los judíos, que iban donde Jesús y se curaban. Pero nosotros no tenemos ni lo que tienen las sectas, que alabando a Dios consiguen curaciones... Nosotros qué, ¿tenemos que conformarnos con los médicos? Hoy nosotros ¿qué recurso tenemos? ¿Jesús ya no se nos manifiesta para curarnos? Hoy en día para curarnos tanto física como psíquicamente tenemos en nuestra cultura más recursos de lo que ha tenido la humanidad jamás. Ya hubieran querido los judíos de Galilea tener médicos. Tu ahora tienes más recursos de los que tuvieron Tiberio y Pilatos. Es una suerte vivir hoy. Y no creais que la acción de ese Dios grande que quiere la vida para todos no está en los médicos. Recordaréis que los discípulos fueron a Jesús diciendo que había uno que iba curando pero que “no era de los nuestros”. Y Jesús les decía, “¿Cómo que no?, si está curando es de los nuestros?”. A los doce les preocupa más quién es de los nuestros que la gente que se cura. Dichosos los médicos, las enfermeras y los sanitarios que curan; es de lo más grande. Y si son creyentes y encuentran una vocación curadora, mejor. Ahí está el Reino de Dios. En las clínicas donde se cura, donde se dan masajes que levantan a las personas, en los gabinetes que ponen en pie a los deprimidos, ahí está llegando el Reino de Dios. Dios está donde se está curando la vida. Una de las cosa que plantean los investigadores es que los milagros que hizo Jesús fueron un puñado. La inmensa mayoría de paralíticos etc... allí quedaron sin ser curados por Jesús. Porque Jesús solo actúo dos años y pico y hay que quitar los meses de invierno en los que no trabajaba por las lluvias, y además trabajó en un área muy restringida. Y otros no tuvieron fe. Jesús nunca presenta los milagros como una solución fácil y mágica al problema del sufrimiento. Y cuando le piden señales del cielo, algo espectacular, no hace ni un signo. Jesús realiza curaciones no como una fórmula mágica para responder al problema del sufrimiento sino para indicar el camino que hay que seguir. Hoy yo no puedo curar físicamente pero puedo completar la acción de los médicos de muchas maneras. Una sociedad donde la Iglesia supiera enraizarse bien, pastoral de la salud, la acogida de los creyentes etc... sería un gran complemento de lo que hoy pueden curar los hombres. Sería grandioso un pueblo con una parroquia y un hospital comarcal, con gente que trabaja y una mutua complementación, donde lo que preocupa sería una vida más sana. eso sería uno de los signos claros de que esa pequeña semilla de mostaza que el sembró está creciendo. 82
4. La acogida de Jesús (1ª parte) II. Jesús curador del sufrimiento que hay en la vida
Nos ha citado a Marcos, que dijo que Jesús no pudo hacer ningún milagro porque no percibían la energía curadora, o la fuerza curadora. ¿No nos pasa hoy día algo parecido, que no percibimos esa fuerza curadora, esa ilusión por Jesús para seguir ese camino? Energía es un término abstracto. He querido decir que Jesús trataba de despertar la fe en la bondad de Dios y desde ahí tenía capacidad de contagiar fuerza curadora. Lo que no hace Jesús nunca es hablar de algo que no sea Dios - energía etc... - . Él contagiaba fe en un Dios bueno que había escuchado los gritos del pueblo hebreo. ¿Con esto se curan enfermedades? No lo se. Yo solo se que el problema es el sufrimiento, una enfermedad se puede vivir de manera horrible, desesperada, cruel, deshumanizante...; o se puede vivir con otro contexto, otro apoyo humano, otro sentido, otro horizonte de esperanza de manera que el sufrimiento pueda ser vivido de manera sana. Hay enfermos sanos. Conozco a una mujer paralítica con una esperanza, serenidad, capacidad de ver donde está lo esencial, que está más sana que yo. Y hay personas que no tenemos enfermedades diagnosticadas pero estamos enfermas: sufrimos y hacemos sufrir... Un autor de comienzo del siglo pasado habla ya de la obsesión de la dieta, el peso, la salud... esas personas están ya enfermas, porque el hombre no está hecho para cuidar la salud. En el Evangelio no creo que hay una invitación a creer en la energía curadora, sino a hacer un mundo donde la fe en Dios, la esperanza final, la acogida mutua y la manera de entender el sufrimiento se vivan de manera más sana, además como preludio de una vida final de plenitud, de salud que nunca la podremos lograr aquí.
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4. La acogida de Jesús (2ª parte) III. Defensor de los últimos
4. La acogida de Jesús (2ª parte)
III. DEFENSOR DE LOS ÚLTIMOS En nuestra sociedad el sufrimiento es más amplio de lo que pueda abarcar la enfermedad. En este punto vamos a ver como la acogida de Jesús se configura de manera diversa según a quién se dirige. Y vamos a ver cómo esa acogida adquiere rasgos nuevos de solidaridad y defensa cuando Jesús se acerca a hombres y mujeres no necesariamente enfermos, pero que viven privados de todo, viven en la miseria, arrastran una vida indigna y deshumanizada. ¿Cómo se acerca Jesús a los últimos de la sociedad? En cualquier sociedad hay últimos. Hay penúltimos también, y antepenúltimos. Pero hay, al final, toda una serie de gente que son como “los que sobran”. Si desaparecieran, “casi sería mejor”. Así piensa la sociedad del bienestar. Y si nos descuidamos, empezamos a pensar un poco todos: “para qué habrá una serie de gente que no hace más que estorbar”. Empiezo por describir la situación de los que llamo, con un término muy global, los “últimos” en Galilea. Me voy a situar con mucha concreción en la sociedad en que vivió Jesús.
1. La indefensión de los últimos Las fuentes cristianas nos dicen que Jesús vivió en medio de pobres. Siempre se habla en plural. No es que Jesús se encuentra un día con un mendigo de manera casual. Se trata de toda una clase, un sector: los pobres. Son el sector más oprimido, el estrato social, los que están más abajo en la escala social. Hay que entenderlo bien, porque nuestra lectura de los evangelios es tremendamente idealista, no es concreta. En Galilea, la inmensa mayoría de la población era pobre, mucho más
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pobre que nosotros. Pero al fin y al cabo estaba compuesta por familias que luchaban día a día por sobrevivir, y al menos tenían un pequeño terreno o trabajo para asegurarse el sustento. El 93% de los galileos eran así, pobres. Más pobres que nosotros. Cuando en los evangelios se habla de pobres no se habla de estos. Esto es lo normal. Pobres son, en los evangelios los que no tienen nada para vivir, ni lo necesario, los que viven al límite e incluso por debajo del mínimo vital, los que están desposeídos de todo. Hoy no hay duda. En lengua griega se utilizan dos términos distintos al hablar de los pobres; uno significa el pobre que vive de un trabajo duro, es un pobre que no es un hombre rico o aristócrata. Luego otra palabra designa al más pobre, al hombre que no tiene nada. Imaginad, en una sociedad agrícola, quien no tiene tierra, no tiene nada. No sabe de qué vivir. Pues bien, en los evangelios siempre se habla de éstos, de quienes no tienen nada. Los exegetas están estudiando cómo traducir esta realidad al castellano porque la palabra pobre es insuficiente. Empiezan a hablar de los desposeídos de todo, los indigentes... Yo hablo de los “últimos”, los que no tiene nada. Este sector, de campesinos empobrecidos son victimas de un desarrollo injusto de aquella sociedad. No puedo ver todos los factores que en tiempo de Jesús provocaban marginación y miseria, pero algo voy a decir. El grandioso programa de construcciones que emprendió, antes de nacer Jesús, Herodes el grande, que construyó toda clase de fortalezas, el templo de Jerusalén, e incluso pagó unos Juegos Olímpicos... fue posible porque impuso al pueblo un programa de tributación tremendo. Las cosas no cambiaron mucho con su hijo Herodes Antipas. Durante su mandato – Jesús ya vivía – construyó Séforis, una ciudad preciosa, capital de Galilea que Flavio Josefa llama “el encanto de Jerusalén” y que estaba a sólo cinco Kilómetros de Nazareth – pero más tarde quiso construir una ciudad más importante. Cuando Jesús tenía 20-25 años fundó Tiberiades, junto al lago de Galilea. Con esta reconstrucción de Séforis y la construcción de la nueva capital, cambió el paisaje social de Galilea. por vez primera en Galilea se conocía el fenómeno urbano. En un espacio breve de tiempo – durante los 20 primero años de la vida de Jesús – estas dos ciudades se convirtieron en grandes centros urbanos, administrativos y militares desde donde se controlaba toda la región. Y en esas dos ciudades se fueron concentrando las clases dominantes. En esos palacios se reunieron los militares, los recaudadores de tributos más poderosos, los grandes terratenientes, los responsables del almacenamiento de mercancías... No eran muchos. El
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7% de la población, pero constituían la elite urbana protegida por Antipas. Los ricos de los que habla Jesús en los evangelios. Poseían tres cosas muy importantes: riqueza, poder y honor. El honor que era tan apreciado en esos momentos en toda la cuenca mediterránea. Mientras tanto la situación del campo era muy diferente. El peso de los tributos - Jesús lo vivió – iba hundiendo no pocas familias en la miseria: una mala cosecha, la enfermedad de un varón, la muerte del padre... podían ser el comienzo de una tragedia. Al no poder responder a las exigencias de los recaudadores lo primero que hacían los campesinos era apoyarse en los familiares, que no siempre era posible. Entonces acudían a pedir préstamos a los terratenientes que eran los únicos que tenían grandes almacenes de grano. Más tarde al no poder pagar las deudas se veían obligados a la tragedia de desprenderse de sus tierras que pasaban a engrosar las grandes propiedades de los terratenientes. El resultado era cruel. Siempre era lo mismo, ayer y hoy. Lujosos edificios en Séforis y Tiberiades y miseria en las aldeas. Riqueza, ostentación en las elites urbanas, deudas y hambre en la gente del campo. Enriquecimiento de los grandes terratenientes, pérdida de tierras de los campesinos pobres. Y al parecer – y esto se está comprobando cada vez más – en tiempos de Jesús fue creciendo la inseguridad y la desnutrición. Es impresionante que los cadáveres de niños de aquella época que van apareciendo revelan que murieron por paludismo, tuberculosis y desnutrición. Las familias al quedarse sin tierras se comenzaban a desintegrar. La gente salía a ganarse la vida. Aumentó el número de jornaleros, de mendigos, de vagabundos, prostitutas de pueblo, bandoleros, gente que huía de sus acreedores... estos son los pobres que aparecen en los evangelios. No son una masa anónima, tienen un rostro muy concreto aunque casi siempre este sucio y demacrado por la desnutrición. y hoy, a partir de datos arqueológicos y otras fuentes, se puede hacer la siguiente descripción sobre quiénes son los pobres que Jesús conoció y trato. Muchas son mujeres, más que varones. Sin duda las más vulnerables e indefensas: pobres y además mujeres. Hay también niños y niñas huérfanos, casi seguramente eran los que abrazaba Jesús. La mayoría son vagabundos, sin techo. No saben lo que es comer carne, pan de trigo... Incluso Jesús siempre come solo pescado y probablemente pan de cebada. Jesús también pasó hambre. ¿Recordáis aquella escena - que tiene un alto grado de historicidad - en la que los discípulos tienen tanta hambre que ven un campo donde los que lo han recolectado han dejado algunas
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espigas y estos hombres cogen las espigas que han quedado para comerse los granos...? A esto se le llama hambre, lo que vivieron los seguidores de Jesús y el mismo Jesús. Estos pobres se contentan con hacerse con algún mendrugo de pan negro - pan de cebada- o robar. Casi todos vivían robando, como se vive en las sociedades subdesarrolladas hoy: robando. No se puede vivir de otra manera: robando cebollas, higos... Todos viven con una túnica, ya muy raída; casi siempre caminan descalzos; no tienen un denario para comprar sandalias de cuero y es fácil reconocerlos. Entre ellos hay mendigos, que van de pueblo en pueblo, pidiendo; hay tullidos, ciegos, que piden limosna junto a los caminos y a la entrada de las aldeas. Y entre las mujeres hay viudas - que no han podido casarse de nuevo-; esposas estériles - repudiadas por su marido, que nadie quiere porque son estériles y no van a poder dar hijos varones a la familia-; y no pocas prostitutas de pueblo que viven buscando clientes después de los banquetes para ganarse el pan para ellas y sus hijos. Todo este colectivo no es que sea simplemente pobre o indigente, sino que además – y esto era muy doloroso en aquella sociedad y también en la nuestra, aunque no nos demos cuenta – son personas condenadas a vivir sin honor, sin dignidad alguna, en la vergüenza. No se pueden enorgullecer de pertenecer a una familia respetable. Son de una familia que no ha podido defender sus tierras. ¿Sabéis el deshonor que es esto en una sociedad de campesinos? No pueden ganarse la vida con un trabajo digno, son unos indeseables a los que cualquiera puede despreciar, y ellos lo saben. Por lo general, los mendigos de Galilea y de Judea, en esa época, pedían limosna desde el suelo, como hoy aquí. Es una manera de tratar de conmover, sin atreverse a levantar los ojos del suelo, porque reconocen que están abajo. Las prostitutas para sobrevivir renunciaban al honor sexual de la mujer, tan valorado en aquella sociedad. Y vivían como esclavas de quien las quisieran usar, como viven las prostitutas de hoy. Y lo tremendo es que una vez perdido el honor, estos hombres y mujeres no lo recuperarán jamás. Atención, esto nosotros ni lo conocemos: su destino es vivir degradados, no son nada. Si desaparecieran nadie lo sentiría, porque la sociedad no los necesita. Hay unos rasgos comunes que caracterizan a todos ellos. • Son víctimas de abusos y atropellos de quienes tienen dinero, poder y honor. • Viven en una situación de miseria de la que ya no van a poder salir, como son muchos de nuestros pobres. Ya no van a salir de esa situación. 88
4. La acogida de Jesús (2ª parte) III. Defensor de los últimos
• No pueden defenderse de los poderosos, no tenían a nadie, ni justicia, ni abogados en aquella sociedad que Jesús conoció. No tenían un patrón que los defendiera porque no tenían nada que ofrecer como clientes en aquella sociedad de patronato, donde hay un patrón y unos clientes. En realidad esta gente no interesa a nadie, son el material sobrante del Imperio Romano: vidas sin futuro. Ha muerto recientemente un gran sociólogo de las sociedades primitivas, también de las sociedades mediterráneas Lemsky, que a todo este sector lo denomina “the expendables”: los prescindibles, los sobrantes, los que no interesan.
2. La acogida de Jesús Es impresionante. Preparaos a avergonzaros, porque no es fácil salir a la calle diciendo que somos creyentes, seguidores, discípulos de Jesús... Todo eso se nos cae al suelo cuando vemos algunos de los rasgos propios de Jesús ante estos sectores oprimidos, condenados a vivir en la miseria, la exclusión y el deshonor. • Entre los últimos Según las fuentes Jesús no entra nunca en la preciosa Séforis - “el encanto de Galilea”, según Flavio Josefo- que estaba a menos de seis kilómetros de Nazareth. Ni entra en Tiberíades - la nueva y espléndida capital de Galilea -, que estaba solo a dieciséis kms de Cafarnaún. Se dedica a recorrer las aldeas más pequeñas (que son difíciles de excavar hoy) y los pueblos más pequeños de Galilea donde vive la gente más olvidada y pobre. Había una razón poderosa que le movía a actuar así. En esos pueblos pequeños – como puede ser Naín – estaba el pueblo de Israel más humillado y oprimido. Los despojados de su derecho a disfrutar de la tierra que Dios había regalado a Israel. Quedarse sin tierras era no solo un problema económico, era verse sin sitio en la Tierra Prometida, el gran regalo de Dios a su pueblo. Aquí encontraba Jesús, como en ninguna parte, al Israel enfermo y deshumanizado. Probablemente, estas gentes pobres, hambrientas y desnutridas son las ovejas perdidas de Israel de las que habla Jesús en los evangelios. Los primeros que deben escuchar la Buena Noticia de Dios. Jesús lo tuvo muy claro. Yo no se cómo lo tenemos de claro nosotros. Pero la experiencia que Jesús tenía del reino de Dios sólo podía ser comunicada desde una estrategia alejada de los poderosos, en contacto directo y estrecho con la gente más necesitada de respiro y una vida diferente: entre los últimos. 89
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• Identificación con los más pobres Jesús dio unos pasos muy importantes en su vida hasta llegar a hacerse prácticamente como uno de estos indigentes. Dejó su trabajo, abandonó su casa y aprendió a vivir la vida insegura de un itinerante sin techo. No llevaba consigo moneda alguna con la imagen del César, no tenía ni un problema con los recaudadores - no le podían pedir un impuesto ni sobre el trabajo ni la tierra ni de nada - , había renunciado a la seguridad del sistema imperial. Él era el primero que se había salido del reino de Tiberio para entrar en el Reino de Dios. Atención que cuando Jesús nos llama a entrar en el reino de Dios quiere decir que estamos “fuera”. Y cuando decimos “que venga su Reino” es que no lo estamos viviendo. Esto por si acaso. Cuando se fue reuniendo un grupo a su alrededor, enseguida les invitó a hacer lo mismo. Los doce, sus seguidores y seguidoras vivirían como aquellos vagabundos y vagabundas. Todos a descalzarse, caminarían descalzos como ellos, sin denarios para sandalias; prescindirían de la túnica de repuesto - la que servía de manta para protegerse del frío de la noche cuando dormían al raso-; no llevarían siquiera un zurrón con provisiones – así aprenderían a vivir la vida como esta gente -, pendientes sólo de la solicitud de Dios y de lo que les querría dar la gente. Que así viven algunos, de una manera que nosotros no tenemos ni idea. Allí estaba su sitio, entre los excluidos del Imperio. Ese era el mejor espacio social para entender y acoger la Buena Noticia de Dios. Lo digo de pasada, pero hay que subrayarlo: sorprendentemente, cuando Jesús da orientaciones para cómo debe ser su grupo no piensa en lo que su grupo debe llevar consigo sino en lo contrario: en lo que no deben llevar para no distanciarse de los últimos. A Jesús no le preocupaba “qué tenemos que tener” sino, “qué no tenemos que tener para no distanciarnos demasiado de los últimos”. • Haciéndoles sitio en su vida. Jesús vio enseguida que no podía anunciar el Reino de Dios ni introducir la justicia del Padre olvidando a esta gente. Les tenía que hacer sitio en su propia vida para hacerles ver que tenían un sitio en el corazón de Dios. Tenía que defenderlos para que pudieran creer lo que Él decía en las parábolas: que Dios es el defensor de los últimos. Tenía que abrirse de manera muy especial a ellos, precisamente a los que se les cerraban todas las puertas, incluso las del templo. Tenía que acoger antes que nadie a esta gente que día a día se topaba con las barreras levantadas por los ricos terratenientes y las familias herodianas. 90
4. La acogida de Jesús (2ª parte) III. Defensor de los últimos
Y no se acercaba a ellos de una manera fanática, resentida, rechazando a los ricos. Jesús no. De los ricos lo único que dijo es que son necios - pero esto es otra charla - . No pasó mucho tiempo tratando de convertirlos - ya sabía lo difícil que es dejar los euros - pero sí dijo “son imbéciles”. Somos, quiero decir. Él lo único que buscaba es ser un signo limpio y claro de que Dios no abandona a los últimos, y que lo entendieran también los ricos. Y quiso ser un grito lanzado en nombre de Dios para construir un mundo diferente donde los últimos sean los primeros. Y les hizo sitio en su vida. • Defensor de los indigentes. Jesús comenzó a gritar un mensaje nuevo, diferente, sorprendente, provocativo. Lo tenía muy claro: la compasión de Dios está pidiendo antes de nada que se haga justicia a los últimos y todo lo demás viene después – justicia, culto, peregrinaciones a Jerusalén, sábado -. El Reino de Dios es para ellos. No pertenece a todos por igual. ¿Cómo va a pertenecer por igual a los grandes terratenientes que están banqueteando en Tiberíades que a los mendigos que viven con hambre en las aldeas? Dios quiere justicia. Su corazón no soporta el sufrimiento de sus pobres. Y Jesús empieza a dar a entender que la pobreza no es un signo de maldición y la prosperidad no es un signo de bendición - como se explicaba en las sinagogas y el templo - . Jesús sabía muy bien lo que decía. El ve de cerca el hambre, sobre todo de las mujeres y los niños desnutridos a los que tanto le gustaba abrazar y besar. Y ha visto llorar de rabia, de impotencia, a los campesinos cuando se quedaban sin tierra y cuando venían los recaudadores con los soldados al lado, para llevarse de las eras lo mejor de sus cosechas. Estos son los que necesitan escuchar, antes que nada; los pobres deben ser evangelizados. Jesús veía claro que los primeros que deben escuchar en la sociedad lo bueno que es Dios son esta gente. Entonces empezó a utilizar este lenguaje: dichosos los que no tenéis nada porque vuestro rey es Dios, dichoso los que ahora estáis pasando hambre porque un día comeréis, dichoso los que ahora lloráis porque os reiréis. Estas tres bienaventuranzas son las únicas - según el consenso general - que provienen de Jesús. Las demás han sido añadidas o espiritualizadas. No las dijo Jesús en fila una tarde que tenía inspiración, sino que está compuesto más tarde por los redactores. Cuando veía hambre o llanto Jesús iba diciendo cosas de estas. ¿Cómo puede hablar Jesús así? Esto no es una burla, no es cinismo. Sería cinismo si Jesús les estuviera hablando desde los palacios de Tiberiades o desde el barrio residencial del norte de Jerusalén, de los sumos sacerdotes. Pero no es así, porque 91
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Jesús esta con ellos. Jesús fue un indigente, un pobre, un miserable que hablaba en nombre de Dios; un profeta hecho uno más con los indigentes. Les hablaba en nombre de Dios pero era uno que estaba con ellos. En arameo, algunos traducen las bienaventuranzas diciendo: “Dichosos los que no tenemos nada, los que ahora pasamos hambre...”. Lo hace con total convicción. El mensaje que queda de Jesús yo hoy lo digo así: los que no interesan a nadie, interesan a Dios; los que sobran en los imperios construidos por los hombres, tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios; los que no tiene a nadie que los defienda, tienen a Dios como Padre. Si el Reino de Dios es acogido, si el mensaje de Jesús fuera interiorizado por los hombres todo cambiaria. Sería una suerte para quienes viven oprimidos y una amenaza para los que viven oprimiendo. • La dignidad indestructible de los últimos. Jesús era muy realista. Sabía que no tenía ningún poder político ni religioso para transformar la situación, ni un medio para cambiar aquello. No tenía ejércitos para levantarse contra las legiones romanas y derrocar a Antipas. Él era el profeta de Dios, pero un profeta hecho pobre, uno de los últimos. Sabía que su palabra no significaba ahora mismo el final del hambre y de la miseria. Solo con contar las bienaventuranzas no cambiaba nada, y cambiaba todo. Porque con esa actitud Jesús daba una dignidad indestructible a todas las víctimas de abusos y atropellos. E introdujo en la sociedad humana esta idea: los últimos de todas las sociedades, los más olvidados, son los hijos e hijas predilectos de Dios para siempre. Y esto les confiere a su dignidad una seriedad absoluta. Nunca, en ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es arrancando a estas personas de su miseria y humillación. Ninguna religión, aunque diga que es la verdadera será bendecida por Dios si no introduce justicia para ellos. A Dios se le acoge construyendo un mundo que tenga siempre como meta la dignidad de los últimos. no estamos construyendo el Reino si de alguna manera no tenemos como meta última la dignidad de los últimos. Olvidar esto es despistarse totalmente. Podemos organizar una buena religión cada vez más correcta, cada vez mejor vivida, con un mejor culto... pero otra cosa es el movimiento seguidor de Jesús.
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4. La acogida de Jesús (2ª parte) IV. Amigo de pecadores
IV. - AMIGO DE PECADORES. No fue la acogida a los últimos lo que provocó más escándalo. Esto probablemente incluso los fariseos y el pueblo lo veían bien, comprendían que Jesús era un hombre bueno y tenía que estar junto a ellos. Lo que realmente provocó mas escándalo y hostilidad fue su amistad con los “pecadores”. Nunca había sucedido algo parecido en la historia de Israel: una acogida respetuosa, amistosa, simpática, alegre de Jesús a los pecadores, a los indeseables era algo insólito.
1. El rechazo a los pecadores No es fácil saber quiénes forman este grupo de personas, calificado en los evangelios como “los pecadores”. Es verdad, dijo hace tiempo el exegeta J. Jeremías, que en la literatura rabínica, pero posterior, se pueden rastrear listas de oficios despreciables que parecen abarcar a gentes consideradas sociológicamente como pecadores. También es verdad que había personas ignorantes que no conocían las normas de la ley y cuya conducta, al margen de toda normativa, de toda prescripción ritual, podía ser despreciada al menos por los sectores más radicales, como propia de pecadores. Pero hoy está superada esta visión que tanto ha influido en nuestra visión del evangelio. Ha habido otros estudios - Sanders - que llevan a otra convicción. Al parecer en tiempo de Jesús no se le llamaba “pecador” a cualquiera. No era un calificativo que se atribuyera ligeramente. Pecadores son los que rechazan la Alianza. Los que viven permanente al margen de la Ley. Los que desprecian el Yon Kipur, el día de la expiación - donde se perdonaban los pecados del pueblo -. Los que no dan signos de arrepentimiento. Este colectivo - muy fácil de reconocer - son los que viven fuera de la Alianza. Traicionan al Dios de Israel y se les considera perdidos para la salvación. Probablemente esa parábolas de la oveja perdida, el hijo perdido, la dracma perdida, aluden a todo un colectivo donde ciertamente también están estos pecadores. Junto a este grupo las fuentes hablan de otro, perfectamente identificable, los publicanos. No son los poderosos recaudadores de impuestos de Roma - impuestos 93
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directos sobre las tierras y los productos del campo -. Roma confiaba esa tarea a familias muy prestigiosas, bien seleccionadas, que vivían en Séforis y Tiberiades y que respondían, además, con su fortuna de su cobro eficaz. Probablemente Jesús nunca se encontró con un recaudador del Imperio, que iban con sus soldados, etc... Los publicanos que comen a la mesa con Jesús son de otra categoría: son recaudadores que viven cobrando los impuestos de las mercancías, los peajes, los derechos de tránsito en calzadas importantes, en puentes o en las puertas de las ciudades importantes como Jerusalén. Esta actividad era considerada como actividad propia de ladrones, gente poco honesta. Era considerada una actividad tan despreciable que por lo general era ejercida por los que no habían podido encontrar otro medio mejor para vivir. Hay textos que nos llevan a la convicción de que a veces se recurría a esclavos para este oficio. Estos publicanos constituyen un grupo típico de pecadores. Viven fuera de la Alianza, viven robando, pero es que, además, no se arrepienten. E incluso se considera que su conversión es imposible porque no pueden restituir todo lo que han robado a viajeros que no pueden identificar.
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4. La acogida de Jesús (2ª parte) IV. Amigo de pecadores
De todas maneras, esta pobre gente, los publicanos, no hay que confundirlos con Zaqueo, que es jefe de publicanos. Los jefes son personas poderosas, hombres ricos, a los que se han encomendado los derechos de control de aduanas de toda una zona. Zaqueo era responsable de la zona de Jericó - paso del Jordán, entrada y salida de Jericó, el último lugar donde se podía pernoctar para luego seguir a Jerusalén -, así que tenía que ser inmensamente rico. Pero no sus subordinados. El equivalente de este grupo de varones pecadores en el campo de la mujer son las prostitutas. Son despreciadas porque son fuente de perdición y contaminación para los varones. Las prostitutas que Jesús conoció no son las que trabajaban en los pequeños burdeles de Séforis, de Tiberíades, de Jericó, del mismo Jerusalén..., normalmente ellas eran esclavas y quienes dirigían el burdel también. Las que conoció Jesús son pequeñas prostitutas de pueblo: casi siempre mujeres repudiadas, viudas empobrecidas, jóvenes violadas - que había bastantes -. Son mujeres que buscaban clientes en las fiestas, en los banquetes de las aldeas. Probablemente son las que se acercaron muy pronto a las comidas y cenas que se hacían entorno a Jesús. Fijaos el susto en el Capítulo 7 de Lucas, el susto del fariseo Simón cuando ve que la prostituta del pueblo llega al final de la comida, se pone a acariciar a Jesús, y a llorar, y se suelta la cabellera, se saca de entre los pechos el pequeño frasco de perfume... El fariseo se asusta, piensa “se lo quiere llevar”, y mientras Jesús está tan tranquilo. Hay que leer la escena despacio. Cómo mira el fariseo los mismos gestos. El fariseo los ve y piensa que sólo sabe hacer lo que hacen las de su oficio: soltarse el pelo, perfumar, seducir... Y la mirada de Jesús ante los mismos gestos: qué agradecida está esta mujer!, ¡cuánto se le debe haber perdonado a esta mujer para sentirse tan agradecida!. Dos maneras de mirar a la misma mujer.
2. La acogida de Jesús Esa acogida ahora tiene un tono sorprendente de amistad y de perdón gratuito que va a provocar un escándalo y hostilidad grande hacia Jesús • Acogida escandalosa La actuación del Bautista no escandalizó a nadie. El Bautista denunciaba a los pecadores, les recodaba el castigo que los amenazaba y ofrecía un rito de penitencia para liberarlos de la perdición. Era lo que se esperaba de un profeta de la Alianza. A nadie produjo escándalo. Pero lo de Jesús era difícil de entender. No hablaba de la ira de Dios contra los pecadores. Nunca. Al contrario, según él, en el Reino hay
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sitio para pecadores, publicanos y prostitutas. No se dirigía a esta gente en nombre de un juez irritado, sino con una actitud amistosa; no como moralista, sino como amigo acogedor, en nombre de un Dios compasivo. ¿Cómo un hombre de Dios podía aceptar a esta gente como amigo? ¿Cómo les podía acoger sin exigirles previamente algún signo de arrepentimiento? Habéis visto que acogía a Zaqueo, antes de que él cambie ni haga nada. Ningún profeta ha actuado así. No veréis a ningún profeta rodeado de pecadores, prostitutas... es insólito. Tampoco las comunidades cristianas se atrevieron a actuar de una forma parecida con los pecadores. Hoy tampoco, por supuesto. • Mesa abierta a los pecadores. Lo que más escandalizaba era ver que Jesús se sentaba a la mesa con ellos. Es el rasgo más sorprendente y original. El que más lo diferencia de sus contemporáneos y todos los profetas y rabinos de Israel. Era un gesto intencionado, provocativo, que generó una reacción inmediata: primero, la sorpresa. Lo explican muy bien la fuentes. Marcos dice: ¿Qué?, ¿que come con publicanos y pecadores?, ¿que no guarda las diferencias, las distancias...? ¡qué vergüenza...!. Y después de la sorpresa, las acusaciones y la hostilidad. Ahí tenéis, un comilón y un borracho - aunque literalmente dicen que es un bebedor de vino -, amigo de pecadores. ¿Por qué era este asunto tan explosivo? Sentarse a la mesa con alguien era y es un signo de confianza, amistad, respeto... no se come con cualquiera. No se invita a cualquiera. y menos cuando se desea proteger la propia identidad santa: cada uno come con los suyos y excluye a los demás. En una mesa compartida lo que se hace es reforzar la amistad, la pertenencia al grupo y marcar las diferencias con los demás. Los judíos comen con los judíos y excluyen a los paganos. Los ricos comen con los ricos. No invitan a los pobres. Los fariseos con los fariseos -de manos limpias y actuación pura - y excluyen a los pecadores e impuros. Los monjes de Qumram comen con sus hermanos de comunidad - y después de exigir muchas purificaciones -, y excluyen a los hijos de las tinieblas. Jamás se había visto lo de Jesús. Un hombre piadoso y respetable no come con pecadores y prostitutas. Y sin embargo, Jesús insistía en comer con todos. Su mesa estaba abierta a cualquiera. Nadie se debía sentir excluido. No hacia falta ser puro. No era necesario limpiarse las manos. No hacía falta ser una mujer honrada. Podían compartir su mesa gente poco respetable: mujeres de vida ambigua, incluso pecadores que vivían al margen de la Alianza. Jesús no excluía de su mesa a nadie, porque en el Reino del Dios de la Compasión todo tiene que ser diferente, la miseri96
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cordia acogedora sustituye a la santidad excluyente. El Reino de Dios es una mesa abierta donde se pueden sentar todos. No hay que reunirse en mesas separadas que excluyen a otros. La identidad del grupo de Jesús consiste precisamente en no excluir a nadie. La identidad propia del cristianismo es no excluir, no excomulgar a nadie. • Amigo de pecadores. Cuando a Jesús le acusaban de lo que hacía se solía defender con un proverbio: “No necesitan de médico los sanos sino los enfermos”. Para él, aquellas comidas tenían un carácter terapéutico. Jesús les ofrecía su amistad y su acogida y los liberaba de la vergüenza, de la humillación. Les acogía como amigos y amigas, y poco a poco, se iba despertando en aquella gente la dignidad. Por lo visto no eran tan merecedores de rechazo como decían en el Templo o decían los letrados. Por vez primera se sentían acogidos por un hombre de Dios. ¿Sabéis lo que era para una prostituta poder comer junto a un hombre con fama de profeta y hombre bueno como la que tenía Jesús? ¿Lo que sería para un grupo de prostitutas poder cenar una noche junto al presidente de cualquier Conferencia Episcopal? ¿O cenar con cualquiera de nuestras familias? No os podéis hacer idea con qué compasión miraría Jesús a los presidentes de las Conferencias Episcopales. Nosotros enseguida vamos a lo nuestro y manipulamos a Jesús para lo que queremos... Nuestra habilidad es proverbial... Por vez primera estas personas se sentían acogidas por un profeta. Y por eso aquellas comidas eran alegres y festivas. Bebían vino - las comidas con vino eran solo las festivas - y probablemente cantaban himnos. Y en lo íntimo de su corazón Jesús celebraba con gozo el retorno de aquellos hijos perdidos hacia el Padre. De ahí nacieron probablemente las parábolas del pastor que pide a los vecinos que se alegren por la oveja perdida o la mujer que pide a las vecinas que se alegren porque ha encontrado la moneda perdida. Y la alegría de Jesús se contagiaba a todos. No se podía estar triste en su compañía. Dijo una vez: estar triste junto a mí es tan absurdo como estar en una boda vestidos con sacos y ceniza, ayunando, junto al novio. Con todo esto Jesús no estaba justificando el pecado ni la corrupción ni la prostitución. Estaba rompiendo el círculo diabólico de la discriminación que nunca construirá el reino de Dios. Y estaba abriendo un espacio nuevo y acogedor, el único que puede permitir el encuentro amistoso con Dios.
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• El perdón como acogida A estos pecadores que se sientan a su mesa Jesús les ofrece el perdón envuelto en una acogida amistosa. Nunca actúa como juez, sino como amigo. Porque él sabe que Reino de Dios es gracia antes que juicio y amistad antes que amenaza. Aquellos pecadores lo que necesitan antes que nada es sentirse acogidos por Dios - lo que necesitaba Zaqueo - antes de cambiar. Tienen que sentir que a Dios no lo tienen que temer; pueden beber vino y cantar cantos con Jesús a la vez. Poco a poco esta gente puede empezar a intuir que Dios no es ese juez sombrío y peligroso que les está esperando con muy mal genio, sino que es un amigo que les busca para ofrecerles su amistad. A esta gente Jesús nunca les absuelve los pecados ni declara que son perdonados; no usa esa fórmula solemne “tus pecados te son perdonados” probablemente se expresara así en alguna ocasión aunque es muy dudoso. En ese perdón - absolución -, Dios aparece todavía como un juez, sin duda compasivo y benévolo, pero sigue presentándose como un juez que da una sentencia, en este caso, absolutoria. No es esto lo que Jesús comunica en estas comidas con pecadores. Su acogida a publicanos y prostitutas por supuesto que incluye la absolución del pecado, pero es mucho más. Los exegetas llaman hoy “el perdón - acogida” es decir, que Dios sale al encuentro de los pecadores no como juez, a dictar una sentencia de absolución, sino como un padre a recuperar su oveja perdida o su hijo perdido; y esto es bastante distinto. Esta manera de actuar de Jesús en las comidas con pecadores responde perfectamente al mensaje que él comunica en sus grandes parábolas. • El perdón gratuito de Jesús Esta conducta provocó escándalo e indignación. ¿Por qué? ¿Dónde está la novedad de esta actuación? El pueblo judío creía en el perdón de todos los pecados, incluso el homicidio y la apostasía. Dios sabía perdonar, eso sí, a los que se arrepentían. Y había que seguir un camino. En tiempo de Jesús el camino era: primero, manifestar el arrepentimiento mediante los sacrificios apropiados - había que ir al templo a ofrecer un sacrificio de expiación -. Después abandonar una vida alejada de la Alianza y volver a la obediencia a la Ley. Y, por último, las ofensas o los daños hechos al prójimo exigían una debida reparación o restitución. Si Jesús hubiera hecho esto y hubiera logrado con sus amigos pecadores que se convirtieran siguiendo esto, nadie se habría escandalizado, le habrían aplaudido y admirado. Lo sorprendente es que Jesús les acogía sin exigirles previamente nada. Les ofrecía su propia amistad y comunión como un signo de que Dios les está ya acogien98
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do, incluso antes de volver a la Ley. Y los acoge tal como son: pecadores. Jesús los perdona sin estar seguro todavía de que responderán cambiando de conducta, como sí hizo Zaqueo - el único del que se sabe algo, no es probablemente un relato histórico -. Jesús lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios, que ya los está buscando. Él es el profeta de la misericordia de Dios. Es amigo de aquellos pecadores y pecadoras antes de haberse convertido y sabe que Dios es así. Que Dios no espera a que sus hijos e hijas cambien para dar el primer paso y ofrecerles su perdón. Resumiendo: Jesús no sigue los caminos de la Ley para ofrecer el perdón de Dios. Los caminos de la Ley son estos: definir la culpa bien, con precisión; llamar al arrepentimiento; lograr el cambio y ofrecer una absolución condicionada a una respuesta posterior efectiva. Los caminos de Jesús son distintos. Son estos: ofrecer acogida y amistad; regalar el perdón de Dios y confiar en que su misericordia sabrá encontrar caminos para recuperar a sus hijos e hijas perdidos. Jesús acoge amistosamente a todos los pecadores e inicia con ellos un camino hacia Dios que sólo se sostiene en la compasión infinita de Dios. Nadie en ninguna religión ha realizado en esta tierra un signo más cargado de esperanza, un signo más gratuito y más absoluto del perdón de Dios. Así fue Jesús. Así fue la acogida del profeta de la Misericordia. Vivió movido siempre por la compasión maternal del Padre, impulsado por su amor insondable que no excluye a nadie y que llevaba clavado en el corazón el sufrimiento de la gente, como primera preocupación suya y de Dios. Ayer veíamos su acogida a enfermos y personas dolientes. Se caracterizaba por el contacto personal con el que sufre, el amor compasivo, el acercamiento gratuito, la palabra amable y estimulante, los gestos acogedores, la integración en la vida sana de todo el pueblo de Dios. Esa vida impregnada de compasión y fuerza curadora hoy hemos visto que tiene otros rasgos de solidaridad, de defensa incondicional cuando se acerca a los últimos, los pobres, los que no tienen nada y a nadie. Veíamos que Jesús vive entre ellos, se identifica con los más excluidos, les hace sitio en su vida, los defiende, y les confiere una dignidad indestructible para siempre. Y por último, su acogida escandalosa a pecadores, prostitutas y gente de vida ambigua, transida de amistad. Los acoge en su mesa, les regala su amistad, bebe vino con ellos, canta, les ofrece el perdón gratuito de Dios envuelto solo en una cogida incondicional.
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Así era más o menos Jesús, y así iba abriendo camino al reino de Dios en las aldeas de Galilea en los años 30. Así se abre el camino al Reino de Dios también hoy, en el siglo XXI. Podemos hacer muchas cosas para mejorar una religión como la nuestra. Pero para seguir a Jesús esta acogida no la debemos olvidar nunca, al menos si queremos llamarnos discípulos y seguidores suyos.
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Diálogo tras la exposición de la charla En esta sociedad opulenta ¿cómo se evangelizaría, incluso a nosotros? No pensarás que te de la receta. En Vitoria ¿quiénes te parece que están más cerca de los últimos? Pues hay que hacer eso. Tu si no tienes cerca a los últimos, pues mira los penúltimos - que a lo mejor los tienes en el portal -. Yo, de los últimos he dicho que están entre la gente más sola, más olvidada. Por ejemplo, una parroquia que en su demarcación no conoce quiénes son los abuelos que están más solos, o que no se preocupa del tercer mundo, o no sabe cuántos viven solos, quiénes están deprimidos.., pero que vive la liturgia... Puede hacer cosas muy buenas, pero no está en esto. Y también conocerás parroquias donde se está en proceso... se hace lo posible para que crezca nuestra sensibilidad, se habla de los inmigrantes, se empieza a hablar de conceptos como los “sin papeles”, o de las fronteras, o de quién es el mundo... o para quién ha hecho Dios el mundo... Si algo necesitamos en nuestras estructuras es primero sensibilidad. Y para mí, una parroquia que crea sensibilidad, que hace pequeños gestos que enseña a la gente a ir recortando su presupuesto, que al llegar la Navidad no echa la casa por la ventana, o una casa en la que en Navidad un año no hay juguetes para los niños “porque en el mundo hay niños que no comen tres veces al día”... Todo esto son gestos pero en una línea evangelizadora. ¿Dónde están los evangelizadores? Yo acabo de llegar de pasar la Navidad en El Salvador y Guatemala y he pasado tres días en el basurero de Guatemala, con unas religiosas que tienen allí una escuelita. Me he movido entre los niños que están allí, en una zona donde campesinos sin tierras van construyendo sus chabola sobre la basura prensada y viven del basurero. Buscando incluso la comida en el basurero. Y allí hay una monja de asturias, unos daneses... esos están construyendo el reino de Dios. He encontrado chavales que están con contratos y convenios para pasar dos años, trabajando como pedagogos, etc... No creo que esas personas puedan vivir en el primer mundo como estamos viviendo nosotros. Me parece importante que cada vez pueda haber más intercambio entre el primer mundo y el tercero, y creo que en eso las comunidades cristianos algo podemos hacer... 101
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5. II Encuentro de las Comunidades de la Diócesis de Vitoria COMUNICA Y VIVE – BIZI ETA IRAGARRI (6 de Mayo 2006) El Seminario de Vitoria acogió, el día 6 de mayo, el II Encuentro de las Comunidades de la Diócesis de Vitoria, con el lema Comunica y Vive – Bizi eta Iragarri. Alrededor de 600 personas se congregaron en este encuentro que se celebra por segundo año consecutivo. El encuentro, que se podría asimilar a una jornada de puertas abiertas, quiere convertirse en un espacio en el que los miembros de la comunidad diocesana puedan comunicarse y compartir sus experiencias. “La valoración positiva realizada por los participantes el año pasado nos ha animado a repetir”, explican desde la comisión organizadora. Se trata de un encuentro al que pueden acudir todas aquellas personas que lo deseen, independientemente de la intensidad de su sentimiento de pertenencia a la comunidad. Los objetivos de este año han sido el encuentro entre las personas que participan en diferentes ámbitos de la diócesis, la comunicación de diferentes experiencias de anuncio significativo del Evangelio en nuestra sociedad y el descubrirnos como Iglesia que vive para evangelizar. La idea de organizar este encuentro surge de la labor que en la diócesis se ha desarrollado a lo largo de todo el curso. Desde el año 2002 se trabaja siguiendo las líneas marcadas por el Plan Diocesano de Evangelización 2002-2007. Durante este curso, se ha hecho especial hincapié en el objetivo de proponer el anuncio del Evangelio, de manera significativa, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Este acontecimiento diocesano quiere fortalecer el sentimiento de pertenencia a la comunidad de todos sus miembros y propiciar la comunicación de la Buena Noticia que es el Evangelio en la sociedad. 103
Plan diocesano de Evangelización. Objetivo IV:
Un anuncio significativo del Evangelio
Se organizaron 15 talleres en los que primó la comunicación y el intercambio de experiencias tanto personales como grupales. En ellos se habló sobre cómo los cristianos hacen hoy presente el Evangelio. Fueron los siguientes: 1 - Una parroquia en el barrio (Los Dolores – Sansomendi). Compartieron cómo acogen entre ellos a personas necesitadas del barrio gracias a su proyecto llamado Betania. 2 - Una experiencia de acogida a inmigrantes (Unidad Pastoral del Sur de Vitoria). Las parroquias de la Unidad Pastoral del Sur expusieron su experiencia en este sentido. Cuando acogemos al inmigrante en nuestra casa estamos haciendo anuncio significativo del Evangelio. 3 - En la pareja. Dos matrimonios hablaron de su experiencia de anuncio del Evangelio, en concreto de lo que supone pasar de la experiencia de un encuentro prematrimonial a la formación de un grupo de matrimonios. 4 - En la familia. Un matrimonio relató cómo hacen anuncio del Evangelio en la familia y desde la familia. 5 - En el trabajo. Militantes de HOAC explicaron cómo hacer anuncio del Evangelio desde el mundo del trabajo. Un ámbito en el que pasamos una parte muy importante de nuestra vida y donde tanto tenemos en juego. 6 - En la enfermedad. Miembros de Pastoral de la Salud relataron sus experiencias de anuncio el Evangelio en el mundo de la enfermedad y del acompañamiento a personas enfermas. 7 - En el trabajo por la paz. Conocimos el trabajo en este ámbito a través de laicos comprometidos en Gesto por la Paz y Elkarri. 8 - En las misiones. Dos misioneras laicas recién regresadas de Ecuador compartieron su experiencia. 9 - En la publicidad. Como anunciar el Evangelio a través de los diferentes recursos publicitarios. 10 - Desde nuestra propia experiencia. En este taller se ofreció la ocasión de narrar las propias experiencias. Un taller de diálogo en el que todo el mundo pudo expresarse.
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5. II Encuentro de las Comunidades de la Diócesis de Vitoria “Comunica y vive - Bizi eta iragarri”
11 - Bailando danza contemplativa. La danza es una herramienta que nos puede ayudar a orar y anunciar. Es un taller en el que se experimentó con la danza contemplativa. 12 - Componiendo música cristiana. El grupo Mara-Mara, expresó cómo anuncian el evangelio a través de la música. 13 - Promoviendo el cine entre nuestra gente. El cine es en ocasiones transmisor de valores Evangélicos. Es un lenguaje para el espíritu. Un laico especialista en cine nos ayudó a leer e interpretar las películas para poder descubrir en ellas muchos mensajes que a veces no sabemos captar. 14 - Buscando nuevos espacios de evangelización con jóvenes: Proyecto Zugaz. Los jóvenes expusieron como están trabajando en la Delegación diocesana en la búsqueda de nuevos espacios de evangelización misionera a través de un proyecto que se desarrolla en el Casco Viejo de Vitoria. 15 - Compartiendo vida religiosos, laicos/as y personas privadas de libertad: Comunidad Loiolaetxea. Religiosos, laicos y personas privadas de libertad comparten vida y forman esta comunidad Después de los talleres, hubo un momento de oración comunitaria presidido por el Obispo, en el que se animó a los presentes a continuar con sus compromisos evangelizadores en el mundo. Un representante de la Comisión del Laicado presentó un nuevo proyecto “Egueire” para compartir y proyectar acciones de evangelización misionera. Tampoco faltó un gesto solidario con las personas más desfavorecidas de nuestra sociedad. Lo recaudado en el encuentro se destinará al proyecto de acogida a inmigrantes que desarrolla la Unidad Pastoral del Sur de Vitoria-Gasteiz.
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Indice 1. Presentación ........................................................................................................ 3 2. Anuncio significativo del Evangelio de Jesucristo. Carta Pastoral del Obispo. ...... 7 3. Charlas Inicio del Curso Pastoral ...................................................................... 25 3.1 El anuncio significativo del Evangelio como objetivo del Plan Diocesano de Evangelización (F. Gonzalo-Bilbao) ................................ 27 3.2 Una espiritualidad para anunciar el Evangelio en nuestro tiempo (Mons. Juan Mª Uriarte) .......................................................... 45 4. La acogida de Jesús (J. A. Pagola) ........................................................................ 67 1ª parte ...................................................................................................... 69 2ª parte ...................................................................................................... 85 5. II Encuentro de las Comunidades de la Diócesis de Vitoria. “Comunica y vive - Bizi eta Iragarri” (6 de Mayo 2006) ...................................................... 103
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