El Altoaragón antes de la Historia. Edad de Piedra

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EL ALTOARAGÓN ANTES DE LA HISTORIA (Edad de Piedra) VICENTE BALDELLOU MARTINEZ

INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES EXCMA. DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA


Director: BIZÉN D'O RÍO Redacción: INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» tienen, sobre todo, una vocación didáctica; están concebidos para enseñar —si es posible, deleitando— de una manera sencilla; pretenden poner al alcance de cuantos se asomen a ellos los más variados temas de la realidad pasada y presente del solar en el que nacen, tierras llanas y quebradas de Huesca. Mas, a pesar de su sencillez, no renuncian ni un ápice a la rigurosidad de sus contenidos. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» no desdeñan los datos y detalles pequeños y elementales, siempre necesarios para el tratamiento analítico de cualquier tema, pero se interesan también, y mucho, por las ideas y los métodos de trabajo. Tienen, por lo tanto, otra intención: la de alentar el espíritu crítico. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» hablarán de cosas múltiples. De piedras seculares y de odres para aceite y vino; de valles y plantas medicinales; de gentes anónimas y sus comidas, juegos y refranes. De los ríos, tal vez... Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» quieren incitar a recorrer, recoger, guardar y admirar; a preguntarse por las cosas, a que cada cual, movido por la curiosidad, trabaje a su manera por defender la cultura de todos.

Edita: Instituto de Estudios Altoaragoneses Autor: Vicente Baldellou Martínez Depósito legal: Z. 31-89 ISBN 84-86856-11-6 Maquetación: Agustín Ubieto Arteta Imprime: Editorial Luis Vives - Apartado 387 - 50080 Zaragoza Impreso en España / Printed in Spain


INDICE 1. LOS DOCUMENTOS MAS ANTIGUOS

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2. LA ECLOSIÓN DEL ARTE

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3. EL ARTE PALEOLÍTICO EN EL ALTOARAGÓN

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4. EL FINAL DE UNA ERA

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5. LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA

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6. EL NEOLÍTICO EN EL ALTOARAGÓN a) El Neolítico Antiguo b) Las fases más recientes

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7. UN ARTE A PLENO SOL

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8. EL ARTE NATURALISTA EN EL ALTOARAGON

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9. BIBLIOGRAFÍA

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1. LOS DOCUMENTOS MÁS ANTIGUOS Los documentos más antiguos de la andadura humana por las tierras del Altoaragón corresponden al Paleolítico medio, lo que viene a representar, en términos absolutos, una antigüedad aproximada de entre cincuenta y treinta mil años. Sin embargo, el que no poseamos testimonios anteriores no significa que no haya podido producirse una ocupación humana de nuestro territorio en una época todavía más pretérita; puede significar, simplemente, que aún no hemos sabido o tenido ocasión de encontrarlos. Cuatro son los yacimientos oscenses que se alinean en primer lugar en lo tocante a un mayor peso de años sobre sus espaldas: Castelló del Plá (Pilzán), Gravera de San Bartolomé (Altorri-

cón), Cueva de la Fuente del Trucho (AsqueColungo) y Cueva del Moro de Gabasa (Peralta de la Sal). Todos ellos han proporcionado distintos materiales líticos sobre sílex o cuarcita que se han clasificado como musterienses, denominación con que los especialistas definen el utillaje propio del Paleolítico medio en la práctica totalidad de Europa. Los dos primeros lugares corresponden a estaciones al aire libre, asentadas sobre sendas terrazas fluviales fósiles, y son sumamente parcos en hallazgos arqueológicos. La única posibilidad de estudio que nos ofrecen se limita a una pacienzuda y metódica recogida superficial de objetos, sin que, al parecer, sean susceptibles de ser excavados para su mejor conocimiento. Por tales razones, no estamos capacitados para referirnos a casi nada más que al mero análisis de sus útiles en piedra.

Paisaje de Castelló de Plá.

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Por el contrario —y afortunadamente— la Fuente del Trucho y el Moro de Gabasa son dos importantes yacimientos habitacionales en cueva que vienen siendo objeto de excavaciones desde hace ya varios años y que se encuentran todavía en fase de estudio. La Cueva de la Fuente del Trucho tiene una especial relevancia en lo que respecta al estudio de un asentamiento humano provisto ya de ciertos visos de organización: en 1984 se descubrió un hogar calefactor de suma importancia, ya que carece de paralelos en toda la Península Ibérica y los que pueden encontrarse en el resto de Europa resultan notablemente escasos. El hogar en cuestión presenta forma de cubeta y estaba configurado por una aglomeración de cascotes y cenizas. Por lo que sabemos, los hogares de tal índole combinaban las brasas con las piedras, sirviendo éstas para mantener el calor durante un

espacio de tiempo considerablemente dilatado. La combustión se efectuaba previamente en otra hoguera, de manera que sólo los carbones ya encendidos eran transportados a la unidad calefactora. Su utilidad era considerable, pues por lo que se conoce de otros ejemplos de características similares, se conseguía mantener una temperatura relativamente estable de 15-20°C cuando en el exterior se alcanzaban cotas térmicas inferiores a los 0°C. Los habitantes de la Fuente del Trucho vivían fundamentalmente de la caza de caballos salvajes, que consumían abundantemente a juzgar por la profusión de restos óseos de équido aparecidos en los sondeos llevados a cabo. La Cueva del Moro de Gabasa destaca, por su parte, por la bella factura de los instrumentos sobre sílex hallados en ella. También practicaban

Excavación en la Cueva de la Fuente del Trucho.

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Fuente del Trucho: vista parcial del hogar calefactor.

sus ocupantes las actividades cinegéticas como base primordial de su sustento; predominaba asimismo el caballo como presa preferida, sobre la cabra, el ciervo y la hiena de las cavernas. De la Cueva del Moro procede la única datación existente hasta ahora para un yacimiento de esta época. Se logró mediante el método del Carbono radiactivo, que ofreció una datación de 44550 años antes de nuestra Era. Es, desde luego, una cifra alta y sin demasiados paralelos en los sectores geográficos más cercanos. La fecha más parecida sería la de la Cueva de Peña Miel, en tierras riojanas, con 43 500 años a. de C. Especial significación puede tener la recuperación en la Cueva del Moro de una pieza dentaria humana que representaría el resto antropológico más antiguo de Aragón; se trata de un premolar perteneciente a un individuo joven, de unos nueve o diez años de edad, y que todavía se encuentra en curso de estudio. La juventud de su

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antiguo propietario hace que las características morfológicas típicas de su especie no se encuentren aún definitivamente conformadas, por lo que su clasificación ofrece algunos problemas, los cuales no se producirían de hallarnos ante un diente de un ejemplar maduro. Con todo, por la coherencia del estrato del que se exhumó y por otras razones antropológicas ya establecidas, pocas dudas quedan de que nos encontramos frente al primer Hombre de Neanderthal descubierto en Aragón. En efecto, el ser humano que poblaba prácticamente toda Europa durante el Paleolítico medio no era otro que el Hombre de Neanderthal, etnia extinguida que, aunque presentase ciertas anomalías con respecto a nosotros (menor altura, frente huidiza, cejas prominentes y ausencia de mentón), debe ser considerada con toda justicia como un auténtico Horno Sapiens y como un antepasado directo de las razas actuales.


La Cueva del Moro de Gabasa.

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2. LA ECLOSIÓN DEL ARTE Si en el capítulo primero hemos aludido a los lugares de habitación propios del Paleolítico medio, al entrar en el siguiente período prehistórico comprobamos que el carácter de nuestras informaciones ha sufrido un cambio radical. En efecto, muy poco es lo que conocemos de los asentamientos ocupacionales humanos del Paleolítico superior en el Altoaragón, lo que no deja de resultar sorprendente a la vista de la relativa modernidad de esta última etapa histórica con respecto a la anterior. El único exponente, por el momento, de un hábitat del Paleolítico superior lo constituye la Cueva de Chaves de Bastarás, donde muy recientemente se ha localizado la presencia de dos niveles, que, gracias a los materiales que han proporcionado, han podido atribuirse con toda seguridad a esta nueva fase cultural.

La simple revisión somera del utillaje lítico aparecido en ambos estratos evidencia enseguida claras diferencias relativas a los utensilios que empleaban sus antecesores musterienses: las lascas de sílex y de cuarcita, en ocasiones grandes y espesas, han sido sustituidas por elementos mucho más finos y ligeros, a base de hojas y láminas de sílex, que ponen de manifiesto una mayor habilidad en el tratamiento y trabajo de la piedra como materia prima para la fabricación de herramientas. Sin duda, el Hombre de Cromagnon —la nueva especie humana que puebla Europa durante el Paleolítico superior— lleva consigo toda una serie de avances tecnológicos considerables, a la par que establece los primeros medios de expresión de su psique: aparece el arte. Prácticamente indistinguible del hombre actual en cuanto a sus caracteres físicos, los cromañones dieron por primera vez rienda suelta a su espíritu creador y es-

La inmensa boca de Chaves, único asentamiento conocido del Paleolítico superior.

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La Cueva de la Fuente del Trucho, única estación con pinturas paleolíticas.

tético en una amplia gama de manifestaciones artísticas de índole muy variada: en el Paleolítico superior, el ser humano sabe ya esculpir, modelar, dibujar, grabar y pintar, y ha dejado numerosos testimonios de su quehacer artístico, los cuales constituyen uno de los documentos más importantes y vivos de su legado cultural e histórico. El arte paleolítico abarca múltiples facetas, que ponen en evidencia la riqueza de técnicas utilizadas por sus autores. La más extendida es la pintura o grabado de representaciones animalísticas o abstractas sobre las paredes de las cavernas, que debían usar como santuarios o lugares de culto. Estas mismas paredes sirvieron, con menor frecuencia, para que fueran esculpidas figuraciones en bajorrelieve; tampoco faltan los ejemplos de modelado sobre arcilla, aunque tanto esta variedad artística como la anterior presentan un área de distribución mucho más restringida y son exclusivas del vecino país francés.

Junto a este arte rupestre, propio de cuevas profundas y de galerías recónditas, los paleolíticos trabajaron también sobre elementos sueltos, es decir, transportables. Es lo que se ha dado en llamar arte mueble, el cual presenta unas características, temática y formas de ejecución análogas a las de las representaciones parietales. En el Altoaragón poseemos, de momento, pocos vestigios de la actividad artística de los hombres del Paleolítico superior, pero la simple constatación de su existencia resulta un hecho de gran importancia científica que hay que resaltar en su justa medida. Hasta hace pocos años, se consideraba que la provincia oscense quedaba fuera del marco de difusión de este tipo de arte y que su presencia en nuestro territorio era, a todas luces, improbable. El reciente descubrimiento de las pinturas rupestres de la Cueva de la Fuente del Trucho —ya citada en el capítulo anterior como lugar de habitación musteriense— y de los grabados sobre arcilla de la Cueva del For-

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cón significaron, en primera instancia, una sorpresa para todos los investigadores del tema y, posteriormente, un replanteamiento de las tesis tradicionales al uso. Abrieron, sin duda, unas expectativas hasta entonces insospechadas. La presencia de ambas estaciones artísticas, a las que nos referiremos con más detalle en el capítulo siguiente, compensa en cierta medida la ignorancia antes citada que impera en estos momentos con referencia a los asentamientos de

tas de dorso y puntas de escotadura, resulta lo suficientemente expresivo para su clasificación en la etapa expresada; cuenta además con una datación efectuada por el sistema de Carbono 14 que viene a confirmar dicha atribución: 17 750 a. de C. Esta fecha puede relacionarse perfectamente con otras ya conocidas en el resto de la Península y en Francia, aunque hoy por hoy representa una de las cifras cronológicas más altas de las conseguidas en España.

Mano en negativo y puntiformes (Trucho).

hábitat del Paleolítico superior en el Altoaragón. Comentábamos más arriba que sólo la Cueva de Chaves ha proporcionado informaciones en este sentido, a través de dos niveles de ocupación correspondientes a dos fases concretas del dilatado período que nos ocupa. El más antiguo de los mismos pertenece al Solutrense superior y únicamente pudo localizarse en una de las catas practicadas (Cata 84 C). El utillaje lítico, basado en raspadores, buriles, hoji-

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El otro nivel, estudiado en las Catas 84 D, 84 E, 85 A y 85 B, se refiere a un Magdaleniense avanzado, con microrraspadores unguiformes, buriles, hojitas de dorso y azagayas sobre asta, las cuales constituyen los primeros ejemplos de este tipo de instrumento hallados en todo Aragón. La datación radiocarbónica obtenida en este caso fue de 10 070 a. de C. y tampoco está falta de paralelos, tanto en nuestro país como en tierras francesas.


3. EL ARTE PALEOLÍTICO EN EL ALTOARAGÓN Largo tiempo ha transcurrido desde que, en 1878, D. Marcelino S. de SAUTUOLA descubriese el impresionante techo pintado de Altamira, despertando así de su sueño milenario las primeras manifestaciones artísticas del Paleolítico. Mucho tuvo que luchar D. Marcelino para que los prehistoriadores de la época reconociesen la antigüedad de las pinturas. En realidad, murió sin haberlo conseguido; el reconocimiento sólo se produjo cuando en Francia empezaron a encontrarse otras cavidades con pinturas y grabados. A partir de 1902, cuando CARTAILHAC publica su Mea culpa de un escéptico aceptando la autenticidad del arte paleolítico, los hallazgos se multiplican y se suceden hasta nuestros días. Po-

co a poco, el mapa de distribución de tales testimonios va configurándose, hasta mostrar en la actualidad la presencia de tres núcleos de gran densidad e importancia: uno de ellos estaría centrado en el Perigord francés, concretamente en la Dordoña; el segundo en los Pirineos (también franceses), y el tercero en toda la cornisa cantábrica española. Fuera de estos grupos, las estaciones se nos presentan mucho más dispersas; se conocen cuevas, más o menos aisladas, en Sicilia, Península Itálica, URSS y en el resto de la Península Ibérica. Indudablemente, la temática común a todos los yacimientos hasta ahora inventariados es de carácter animalístico; refleja a buen seguro un trasfondo cazador propio de unas sociedades que basaban principalmente sus modos de vida

Cabeza de caballo (Fuente del Trucho).

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en la actividad cinegética. Buena parte de los ejemplares representados, o bien se encuentran del todo extinguidos, o bien no habitan ya, en estado salvaje, el lugar en que fueron pintados o grabados. Abundan especialmente los herbívoros, tales como el caballo, el bisonte, los bóvidos (toros salvajes), los cérvidos (ciervos, renos y, en menor medida, alces) y los cápridos (cabras montesas y sarrios). Tampoco faltan los grandes paquidermos: mamuts, elefantes, rinocerontes. Menos frecuentes son las figuras de carnívoros (león de las cavernas, sobre todo), jabalíes, peces, aves, etc.

Mención aparte merecen las representaciones de manos, las cuales, si bien no son muy usuales, se erigen como uno de los componentes mayoritarios en ciertas cavidades pintadas. Pueden estar ejecutadas de dos maneras: en positivo (simple presión de la mano llena de colorante sobre la pared de la cueva) o en negativo (más corrientes, coloreando la zona de alrededor y dejando la impronta en blanco). Los animales paleolíticos se pintaban siempre de perfil y casi siempre aislados; aunque puedan formar asociaciones por causa de su proximidad física, debe decirse que las composiciones escéni-

Cabeza de caballo (Fuente del Trucho).

La figura humana, aunque resulte menos rara de lo que se ha afirmado en muchas ocasiones, ocupa un lugar muy inferior en cuanto al número de sus imágenes, al tiempo que se nos ofrece menos realista que los animales; resulta, en consecuencia, más difícil de identificar. Junto a estos temas de índole naturalista, el arte paleolítico es rico en signos abstractos de variadas formas, cuyo significado concreto no estamos en condiciones de establecer y cuya finalidad se nos escapa por completo.

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cas son más bien anómalas, sin hallarse tampoco ausentes. Combinaciones de caballos y bisontes, bien documentadas en el arte cuaternario, no guardan ninguna relación con la realidad, ya que sus manadas vivían separadas en la naturaleza y no era posible verlas juntas en ningún momento. El hecho, además, de que las figuras presenten escalas de tamaño y orientaciones distintas, hace pensar que dichas asociaciones se producían más por cuestiones de azar que por seguir una intención premeditada.


Cabeza de caballo (Fuente del Trucho).

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A la hora de redactar este Cuaderno, la Cueva de la Fuente del Trucho constituye el único ejemplo aragonés de arte paleolítico en cuanto a pintura, por lo que su importancia sobrepasa los límites de nuestra provincia. La mayor parte de las manifestaciones rupestres se localizan en la zona interior de la cavidad y nos muestran figuraciones animalísticas, manos en negativo y signos abstractos, todo ello en rojo, salvo tres únicas excepciones. Las primeras corresponden todas ellas a équidos; así, se ha señalado la presencia de tres protomos —o cabezas con su correspondiente

Aislados o asociados a los caballos y a las manos, los signos puntiformes son asimismo frecuentes; se agrupan en líneas sencillas, líneas dobles o triples paralelas, meandros, etc. También se han constatado las huellas de dedos sobre el techo de la gruta, a veces sueltas, a veces formando conjuntos de tres o cuatro digitaciones. Otros signos abstractos nos resultan absolutamente ininterpretables, así como varias manchas indefinidas que se encuentran todavía en fase de estudio en razón de su complicada lectura. Otra de las técnicas a la que hemos hecho referencia en el capítulo precedente es la del gra-

La zona del rio Vero es rica en cuevas.

cuello— y de dos caballos completos. Las manos en negativo conforman un capítulo importante, con ocho de ellas realizadas en rojo y solamente tres en color negro. Algunas de las manos presentan un tamaño considerablemente pequeño —como si pertenecieran a niños—, mientras que la totalidad de las mismas ofrece los dedos bastante cortos, ya porque hayan sufrido algún tipo de mutilación ritual, ya porque los tengan replegados sobre la palma.

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bado parietal. A la misma pertenecen las representaciones que se encuentran a la izquierda de la boca de la Fuente del Trucho; pese a que aún no han sido estudiadas con detalle, aparecen claramente algunas cabezas de animales (caballos y, al parecer, algún cérvido y otros signos). Una de sus variantes está representada por los surcos dejados con los dedos sobre la arcilla tierna que recubre los muros de determinadas cuevas. Se les conoce con el nombre genérico de maccaroni


y también están presentes en el Altoaragón, aunque en un solo lugar: la Cueva del Forcón. Yacimiento neolítico en su sector inicial, la galería más profunda de la cavidad encierra una serie de manifestaciones de esta clase. Se trata de varios grupos de grabados en el limo arcilloso, ejecutados con líneas digitales o conseguidos con otros instrumentos, que forman esquemas geométricos con trazos paralelos. Hasta ahora, no ha sido posible distinguir figuras identificables en modo alguno.

sos recursos de que disponían, a un medio ambiente particularmente desfavorable. El Pleistoceno conoció fuertes oscilaciones climáticas, en las que las diferentes glaciaciones dieron lugar a dilatados períodos de intenso frío. El ser humano, practicando una actividad económica simple, cazando los animales que se ponían a su alcance y recolectando vegetales silvestres con los que complementar su régimen alimenticio, no sólo consiguió salir adelante, sino que incluso llegó a alcanzar el máximo grado de civilización que per-

Cuevas en torno al río Vero.

4. EL FINAL DE UNA ERA

mitían las condiciones del entorno natural en que vivía.

Se conoce con el nombre de Pleistoceno al período comprendido entre el Plioceno o Terciario reciente y la fase actual o aluvial. Constituye el comienzo de la Era Cuaternaria y se caracteriza especialmente porque en él se incluyen las etapas glaciares e interglaciares que fueron sucediéndose con el paso del tiempo. La aparición del hombre y el desarrollo de todo el Paleolítico tienen lugar durante el transcurso del mismo.

En las postreras fases del Paleolítico superior, la práctica de la caza especializada en los grandes herbívoros (caballo, reno, ciervo, bisonte, etc.) sentó las bases para una estabilidad económica que no deja de resultar hasta cierto punto sorprendente, dadas las circunstancias ambientales. Comunidades singularmente dedicadas a la predación de determinados tipos de animales seguían los pasos a las manadas y llegaban a ejercer sobre las mismas una auténtica labor de control y vigilancia.

En consecuencia, las sociedades humanas más primitivas tuvieron que enfrentarse, con los esca-

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De este modo, los antiguos cazadores pasaron a convertirse en verdaderos expertos en las especies que representaban el fundamento de su alimentación, al tiempo que adoptaban una economía de conservación muy distinta ya a la conducta meramente destructiva propia de los estadios anteriores y basada en la mera recogida de vegetales y en una cinegética indiscriminada y pluralista. Para el hombre del Paleolítico avanzado, el mantenimiento equilibrado de los rebaños salvajes que eran objeto de su caza resultó tan vital como su mismo sustento. La actividad venatoria se transformó en un acto razonado, en el que llegó a limitarse el número de piezas sacrificadas a fin de preservar a las especies de la extinción. Esta preocupación por la protección de las manadas de herbívoros puede ser uno de los principales factores que expliquen y justifiquen la aparición del arte rupestre, cuyo carácter de magia de conservación configura una de las interpretaciones más plausibles a la hora de establecer su significado o finalidad. No obstante, con el fin del Pleistoceno la estabilidad económica resultó esencialmente afectada por los cambios climáticos que definieron la terminación de la época de las grandes glaciaciones. El clima fue suavizándose y el paisaje vegetal sufrió una profunda modificación, con la consiguiente ruptura del equilibrio ecológico. Al retirarse los hielos y al variar por completo el aspecto de la flora, la distribución de las especies animales cambió también de una manera absoluta. La fauna de grandes herbívoros, habituada al clima frío, fue empujada hacia el norte en seguimiento de los glaciares: algunas variedades disminuyeron en número de forma notable; algunas abandonaron definitivamente sus pastos ancestrales para buscar otros territorios más idóneos, y otras, en fin, acabaron por extinguirse irremisiblemente. Tal sería el caso del mamut, cuya presencia finalizó con el Pleistoceno, o de otros paquidermos, como los rinocerontes, que desaparecieron totalmente de Europa. Bisontes, renos y alces dejarían progresivamente las zonas europeas, actualmente templadas, para subsistir exclusivamente en las regiones septentrionales del continente. El caballo paleolítico también emigraría en busca de ambientes más fríos, etc. Ante el nuevo estado de cosas, las sociedades cazadoras paleolíticas tendrán que replantearse, en todos sus aspectos, su forma de vida tradicio-

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nal y se verán obligadas a adaptarse al nuevo entorno físico en que deberán moverse en lo sucesivo; entramos así en el Mesolítico, fase prehistórica que representó una auténtica crisis en el desarrollo cultural humano y que, si bien desde el punto de vista material configuró una etapa de regresión y decadencia, bajo un prisma económico dio lugar a uno de los pasos hacia adelante más importantes y vitales en el proceso histórico de la Humanidad: la adopción, por vez primera, de unas directrices económicas de producción, constituidas por la implantación de las labores agrícolas y ganaderas. La limitación que el nuevo clima produjo en las posibilidades cinegéticas de las comunidades prehistóricas agudizó el problema básico de su subsistencia, y el hombre, en su plena madurez mental, encontró las soluciones en los conocimientos y experiencias acumuladas durante milenios de caza y de recolección. Sabedor del ciclo biológico vegetal gracias a continuadas observaciones, el ser humano se atreverá a intervenir en él, con lo que aparecerán los primeros cultivos. Asimismo, acostumbrado a una estrecha relación con los herbívoros, que significaban su base alimenticia, no le debió de resultar difícil aumentar todavía más el control directo sobre sus manadas, hasta desembocar en el ejercicio de la ganadería propiamente dicha. Con la adopción de esta nueva conducta económica se abren las puertas a un período trascendental en nuestra Historia: el Neolítico. Si dejamos a un lado las disquisiciones más o menos hipotéticas que nos han ocupado hasta aquí, nos vemos obligados a reconocer y dejar constancia de nuestra ignorancia casi total en lo tocante a los restos materiales propios del Mesolítico en el Altoaragón. Carecemos de niveles de habitación que puedan referirse a tal época, y algunos elementos sueltos que podrían atribuirse a la misma resultan excesivamente dudosos y faltos de contexto para que su filiación no sea excesivamente arriesgada. Hoy por hoy, el Mesolítico representa una inmensa laguna en el esquema teórico de la evolución del hombre primitivo en las tierras oscenses, laguna que, honradamente, no puede llenarse con algunas colecciones de utillajes líticos provenientes, sobre todo, de las comarcas del Bajo Cinca y de los Monegros y que, por las dificultades de clasificación que ofrecían, se han incluido en ocasiones en el Mesolítico (o Epipaleolítico), como si tal etapa prehistórica fuera una especie de cajoncillo de sastre.


Los cambios climáticos de fines del Pleistoceno favorecieron la implantación, en el Neolítico, de la agricultura y la ganadería.

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5. LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA En estos últimos tiempos, el significado del concepto de Neolítico ha sufrido importantes variaciones. A un lado ya las consideraciones materiales y mecanicistas, su contenido actual encierra aspectos más amplios y, evidentemente, más importantes: el Neolítico, no sólo es la época en que aparecen la cerámica y el pulimento de la piedra, sino, sobre todo, el momento en que el ser humano abandona sus ancestrales formas de vida, basadas en la caza y la recolección, para adoptar unas nuevas directrices de conducta fundamentadas en la agricultura y la ganadería. En pocas palabras, es el paso de una economía destructiva y depredadora a otra creativa y de producción. Las consecuencias emanadas del establecimiento de las nuevas directrices económicas fueron todas ellas de suma trascendencia. Por primera vez, el hombre deja de depender de la naturaleza y puede llegar a controlarla en su propio provecho; es capaz, por tanto, de erigirse en árbitro de su futuro y de prevenir sus próximas necesidades de sustento para obrar en conse-

cuencia. Para jugar sobre seguro, los grupos humanos tratarán, no sólo de obtener los alimentos imprescindibles, sino que procurarán ir más allá, haciéndose con un excedente de producción que garantice plenamente el correcto mantenimiento de sus componentes. La aparición, también por primera vez, de estos sobrantes productivos desempeñará un importante papel en lo sucesivo, pues permitirá un progresivo desenvolvimiento de las relaciones comerciales, escasamente parangonable con las posibilidades existentes al respecto durante el desarrollo del Paleolítico. Por otro lado, la práctica de la agricultura sirve de elemento de vinculación entre el hombre y la tierra. El nomadeo inherente al ejercicio de la caza de grandes herbívoros irá desapareciendo con más o menos rapidez para ceder su lugar a unas comunidades estables, que llevarán una vida sedentaria, íntimamente ligada a sus campos de labor. Las nuevas actividades acarrean nuevas necesidades materiales, como pueden ser las hachas pulimentadas —azadas y azuelas utilitariamente hablando— o las hoces, así como otros objetos que, por su fragilidad o por otros motivos, no tenían razón de ser en las viviendas de las sociedades predadoras móviles; tal sería el

La Cueva de Chaves, el yacimiento neolítico más importante de Aragón.

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caso de la cerámica, no utilizada, como ya se ha comentado, hasta la implantación de las civilizaciones neolíticas. No estamos en condiciones de precisar cuál de los nuevos usos económicos fue inventado o aplicado con anterioridad. No existen datos para conceder la prioridad a la agricultura o a la ganadería en un hipotético ranking que mida sus respectivas antigüedades. Lo que sí parece ofrecer amplios visos de verosimilitud es que las primeras formas de vida neolíticas tuvieron lugar, entre los 9 000 y 8 000 años antes de nuestra Era, en las estepas y altiplanicies del Próximo Oriente comprendidas entre las costas meridionales del mar Caspio, por el norte; el territorio siriopalestino, hacia el sur, y la Meseta Anatólica, por el oeste. Otra cuestión que tampoco ha sido aclarada de modo satisfactorio se refiere a cómo llegaron a propagarse las directrices neolíticas al resto del Viejo Mundo. Las teorías difusionistas y las convergentes o poligenéticas se han enfrentado durante mucho tiempo sin llegar a conclusiones categóricas. Sea como fuere, la realidad es que, en época muy temprana (hacia el 6000 a. de C.(, todo el litoral occidental mediterráneo se encuentra ya

La Cueva del Forcón.

neolitizado, con una cultura material hasta cierto punto unificada y muy personalizada por la forma en que se decoraban los utensilios cerámicos. Se trata de la cultura conocida como Neolítico de la cerámica impresa del Mediterráneo occidental, tipificada por la ornamentación de sus cerámicas mediante la impresión de objetos diversos, formando esquemas geométricos sobre la superficie aún blanda de los vasos, es decir, antes de la cocción. El elemento más utilizado a tal fin es la concha de un determinado molusco (Cardium edule), cuyo borde se imprimía en la arcilla tierna; se lograban así unos motivos ornamentales muy característicos que definen el tipo de cerámica más extendido en este círculo cultural: la cerámica cardial, denominada así por el nombre de la concha utilizada (Cardium). Además de las conchas, se empleaban también peines, ruedecillas dentadas y otros utensilios para conseguir esquemas muy parecidos a los cardiales. Este primer Neolítico mediterráneo, de carácter eminentemente costero, se ha documentado en el litoral adriático italiano y yugoslavo, en Sicilia, en las islas Eolias, en Córcega y Cerdeña, en el arco ligur de la costa noroeste italiana, en todo el litoral meridional francés, en Cataluña,

Bocas laterales de la Cueva del Moro de Olvena.

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País Valenciano, parte de Andalucía, sur de Portugal, costa del norte de África y en la isla de Malta. Salvo algunas peculiaridades locales, todas estas regiones conocen la existencia de la cerámica impresa y pueden incluirse en el amplio círculo cultural antes citado. La duración de esta primera etapa neolítica occidental varía según los distintos territorios, pero puede cifrarse, en términos generales, en unos 2 000 años, del 6 000 al 4 000 a. de C.; sin embargo, en ciertos grupos regionales, la cerámica impresa conoce perduraciones posteriores, que la hacen llegar incluso a la plena Edad del Bronce. A pesar del marcado matiz costero de este neolítico, no faltan las penetraciones tierra adentro, que alcanzan regiones notablemente alejadas del litoral marítimo. Sólo así puede explicarse la existencia en el Altoaragón de siete yacimientos atribuibles a este marco cultural: nos referimos a la Cueva de Chaves (Bastarás), en la sierra de Guara; a la Cueva de la Miranda (Palo), en la comarca de La Fueva; a la Cueva de la Puyascada (San Juan de Toledo), en la ladera meridional de Peña Montañesa; a la Cueva del Forcón, muy próxima a la anterior; al Abrigo de Huerto Raso, junto al río Vero; a la Cueva del Moro de Olvena, y a una de las cavidades que configuran el conjunto de Gabasa.

6. EL NEOLÍTICO EN EL ALTOARAGÓN a)

El Neolítico Antiguo

No cabe la menor duda de que el período Neolítico en el Altoaragón, prácticamente desconocido hace algunos años, ofrece en la actualidad un bagaje de datos considerable que posibilita un conocimiento bastante aceptable de su desarrollo y que incluso permite el establecimiento de unas pautas evolutivas básicas. Ello a pesar de las lagunas y de las dudas que todavía se constatan. Cabría señalar, en primer lugar, un primer período neolítico, que abarcaría, grosso modo, desde el 5000 hasta el 4 000 antes de nuestra Era y al que podría llamarse Neolítico Antiguo propiamente dicho. Dicho Neolítico Antiguo es subdivisible, a su vez, en dos fases sucesivas: primera fase o Cardial pleno (denominación que proviene de la cerámica decorada mediante la impresión de conchas de Cardium, tal como se indicó en el último capítulo) y segunda fase o Cardial final. Ambos horizontes culturales están presentes, por el momento, única y exclusivamente en la Cueva de Chaves de Bastarás. El Cardial pleno estaría caracterizado por la utilización de las cerámicas con ornamentaciones cardiales, aunque tampoco falten las alfarerías li-

Interior de la Cueva de Chaves.

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sas o las impresiones logradas con otros utensilios varios. Como ya hemos indicado, en lo que respecta a la provincia de Huesca, sólo en Chaves han aparecido cerámicas cardiales; en el resto de Aragón se conocen otros dos yacimientos con elementos de la misma índole: la Botiquería deis Moros y el Abrigo de Costalena, ambos en la cuenca del Matarraña, en el Bajo Aragón. Ahora bien, habría que reconocer que la cerámica cardial representa el único nexo de unión que pone en relación a los tres yacimientos aragoneses, pues, en efecto, los aspectos diferenciadores son mucho más numerosos que las se-

Cerámicas cardiales. Cardial pleno /Chaves).

mejanzas entre ellos. Resulta evidente que las estaciones bajoaragonesas sólo pueden ser consideradas como neolíticas desde un punto de vista meramente material: cierto es que ambas tienen cerámicas impresas y cardiales, pero no es menos cierto que tales producciones alfareras se intercalan en un contexto cultural de fuerte evocación epipaleolítica y que se nos muestran como un factor aislado y sin ninguna significación socioeconómica. Tanto en Botiquería como en Costalena, la cerámica cardial es adoptada por unos grupos humanos asentados desde hace tiempo sobre el mismo lugar y que continúan con sus formas de vida tradicionales, es decir, con la caza y con la recolección de vegetales silvestres. En síntesis, se refleja la aparición de un elemento neolítico (la cerámica) en el seno de unas comunidades todavía preneolíticas en el sentido económico de su conducta. Por el contrario, la Cueva de Chaves nos muestra un asentamiento completamente neolitizado en todos los aspectos, tanto material como culturalmente. Sus habitantes utilizaban con profusión las cerámicas cardiales, pero se hallaban

también totalmente inmersos en las nuevas directrices de producción: practicaban de modo intensivo las actividades ganaderas y, aunque de manera mucho más limitada, algún tipo de labor agrícola. La existencia de molinos en piedras duras, de hojas de sílex utilizadas como hoces y de hachas pulimentadas (azadas y azuelas) así nos lo revela, aunque parece que el cultivo de cereales nunca llegó a alcanzar una entidad suficiente para ser considerado como algo más que un simple complemento alimentario. Tampoco olvidaron las gentes de Chaves el ejercicio de la caza, pero ésta no deja traslucir ya

Cerámicas impresas y cardiales. Cardial final /Chaves).

la especialización propia de las sociedades predadoras, sino que se nos ofrece como una práctica secundaria e indiscriminada que sólo serviría como un recurso económico suplementario. Al menos, esto es lo que se infiere del análisis de los restos óseos aparecidos en el yacimiento: un 70 % de ellos corresponde a animales domésticos, mientras que sólo un 30 % pertenece a ejemplares salvajes, porcentaje en el que están representadas hasta diez especies diferentes (ciervo, conejo, jabalí, cabra montés, sarrio, liebre, zorro, lobo, corzo y oso). Respecto a las bestias domésticas, la oveja y la cabra predominan con bastante ventaja sobre el resto, a las que siguen el cerdo y, escasamente representada, la vaca. En consecuencia, es posible afirmar que, hoy por hoy, la Cueva de Chaves configura el único ejemplo aragonés de estación plenamente neolítica atribuible a las primeras etapas del período, y que estaba poblada, a pesar de su lejanía respecto al litoral mediterráneo y a pesar también del carácter eminentemente costero del Neolítico de cerámica impresa, en un momento tan antiguo como el que más dentro del conjunto de estacio-

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nes de la misma clase que se conocen en España. Las dataciones efectuadas por el método del Carbono 14 así lo demuestran palmariamente: 4820, 4700, 4540, 4 510 y 4 380 (todas ellas en años anteriores a nuestra Era). Como ya se ha indicado más arriba, la segunda fase Neolítica o Cardial final solamente ha podido ser documentada, al igual que la primera, en la Cueva de Chaves de Bastarás. Se trata de un estadio cultural íntimamente ligado al anterior, en el que se produce un claro descenso porcentual de las decoraciones cardiales, en aras de los esquemas ornamentales obtenidos a través de otros utensilios. Por lo demás, junto a las sencillas formas cerámicas propias de la primera fase (muy simples siempre, globulares y esféricas o semiesféricas, con fondos redondeados), empiezan a surgir ciertas novedades morfológicas que encierran una idea de modernidad relativa con respecto a la etapa anterior. Así pues, nos encontramos ante un horizonte cultural que se ha particularizado, exclusivamente, a partir de una serie de apreciaciones materiales, fruto, con toda seguridad, de una evolución lógica de los propios habitantes de la cavidad. Entre una y otra fase no hay rompimientos, ni en lo tocante al resto de elementos instrumentales, ni en lo referente a cuestiones económicas y sociales. No existe solución de continuidad; la segunda fase representa únicamente la entrada de unas influencias novedosas que se adoptan sin mayores problemas y sin significar ningún tipo de cambio en las formas de vida tradicionales del grupo humano que habitaba en Chaves.

mos hablar ya de un Neolítico Medio, la verdad es que, por los materiales arqueológicos recuperados en las distintas estaciones, mejor cabría considerarla como una perduración, bastante dilatada en el tiempo, del mismo tipo de cultura que ha ocupado las dos fases anteriores. En efecto, hay que reconocer que la diferenciación del Neolítico Medio en referencia al Antiguo resulta a todas luces artificiosa y responde más a razones metodológicas que a cualesquiera otras. En realidad, si bien la cronología indicada no se corresponde ya con el Neolítico Antiguo en sentido estricto, las imbricaciones culturales de éste con el estadio que aquí nos ocupa son tan patentes que no resulta demasiado arriesgado considerar este Neolítico Medio altoaragonés como una tercera fase del Neolítico Antiguo, obviando las consideraciones temporales que aconsejarían lo contrario. El nuevo período se caracteriza también por las ricas y abundantes cerámicas impresas, pero con una salvedad que hay que resaltar convenientemente: de las decoraciones alfareras han desaparecido ya por completo las ornamentaciones cardiales, es decir, han dejado de utilizarse las conchas como elemento con que efectuar las impresiones. Los principales yacimientos que representan esta etapa se encuentran en las sierras prepirenaicas oscenses, configurando un importante conjunto arqueológico cuya entidad no hubiera podido ni suponerse hace unos pocos años. La

Este Cardial final también se halla bien delimitado cronológicamente, gracias a las dataciones radiocarbónicas que ha proporcionado: 4380, 4310, 4280 y 4170 a. de C. La primera cifra de esta serie y la última de la de la primera fase, vienen a demostrar que el citado continuismo posee también su correspondencia bajo un enfoque meramente temporal.

b) Las fases más recientes Cuando entramos en lo que consideramos la tercera fase del Neolítico en el Altoaragón, podemos comprobar que el panorama se amplía considerablemente en cuanto al número de yacimientos conocidos. Sin embargo, puede apreciarse también un paralelo aumento de problemas y de cuestiones que, por el momento, no pueden recibir una contestación satisfactoria. Aunque por la cronología que debe atribuirse a esta tercera fase (4000-3500 a. de C.), podría-

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Cueva de la Miranda.

Espluga de la Puyascada, la Cueva de la Miranda, la Cueva del Forcón, el Abrigo de Huerto Raso, una de las cuevas del conjunto de Gabasa y la Cueva del Moro de Olvena son los lugares altoaragoneses que se erigen como máximos exponentes de esta facies epicardial, a los que podría sumarse, a pesar de su reciente conocimiento y de los escasos datos que por tal razón ha


Cerámica incisa e impresa (Puyascadal.

Cerámicas impresas de la Espluga de la Puyascada.

proporcionado, el poblado del Torrollón (Usón). Éste último constituye un importante descubrimiento, pues, en el caso de confirmarse plenamente su datación preliminar, presentaría indudables visos innovadores, al tratarse del único establecimiento neolítico al aire libre localizado en nuestra provincia.

Desgraciadamente, las específicas condiciones de la Cueva del Moro, debidas al penoso estado de conservación de sus sedimentos, no permiten una insistencia en el yacimiento que nos sirva para efectuar comprobaciones al respecto. Sólo cabe señalar la anomalía que representa la existencia de un conjunto material típico del período que estamos estudiando, con una fecha que se correspondería mucho mejor con un Cardial pleno de la primera fase.

Las dataciones de que disponemos para documentar esta etapa cultural neolítica proceden de la Espluga de la Puyascada: 3980 y 3 630 a. de C. Si bien la primera de ellas podría ser considerada como propia de un Neolítico Antiguo avanzado, la segunda es contemporánea a otros horizontes prehistóricos que han abandonado definitivamente las alfarerías impresas para adoptar otros tipos cerámicos claramente asimilables al Neolítico Medio de tipo occidental europeo. Mención aparte merece la ya citada Cueva del Moro de Olvena. Esta cavidad, brutalmente expoliada desde hace muchos años por parte de excavadores clandestinos, ha proporcionado materiales neolíticos provenientes de una de sus galerías superiores, los cuales aparecieron dentro de un depósito removido desde antiguo. Por tal razón, escasa es la información que ha podido sonsacarse sobre el contexto de los mismos. Sin embargo, por sus características morfológicas y por sus técnicas decorativas, resulta claro que deberían ser incluidos en esta tercera fase, aunque surge para ello un impedimento importante, que no es otro que su datación por el método del Carbono 14. En efecto, la datación resultante nos lleva al año 4 600 a. de C., es decir, a una época cronológicamente encuadrable en el Cardial pleno de la primera fase; no obstante, en el Moro parecen haber desaparecido ya del todo las impresiones cardiales.

Otro problema importante que debe considerarse es el que hace referencia a la posible perduración de las cerámicas impresas en nuestro territorio. Hoy por hoy, carecemos de informaciones que nos indiquen que otras culturas de índole diferente se hayan instalado en el Altoaragón durante el Neolítico. El asunto no deja de ser sorprendente, pues suponer que todo el transcurso del Neolítico oscense estuvo caracterizado por la presencia de las cerámicas impresas significaría, no sólo una pervivencia a todas luces anómala de esta clase de alfarería, sino también un caso excepcional respecto a las regiones colindantes. Siguiendo un método de trabajo correcto, deberíamos aludir aquí a una cuarta fase correspondiente a un Neolítico Reciente, el cual ocuparía, aproximadamente, del 3 500 al 2 500 antes de nuestra Era. Ahora bien, ¿cómo llenamos mil años de Historia si carecemos en nuestra provincia de los yacimientos y datos con que se llenan en otros territorios vecinos? No nos queda más remedio que recurrir a los documentos que poseemos, y éstos, aunque todavía algo difusos y poco concluyentes, nos inducen a seguir una línea que, pese a las connotaciones de singularidad que acabamos de exponer, tenemos que valorar forzosamente en su justa medida.

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En la Cueva del Forcón aparecieron una serie de cerámicas impresas muy típicas, junto a otros tipos de alfarería propios de culturas más avanzadas, concretamente del período Eneolítico o Calcolítico, que sucede cronológicamente al Neolítico. ¿Cabe en lo posible tomar esta coexistencia como un ejemplo de perduración de las técnicas decorativas por impresión? En el abrigo de Huerto Raso —muy pobre en materiales, pero con un único momento de ocupación neolítico— se encontró una plaqueta de piedra arenisca con grabados geométricos, cuyos parangones deben buscarse en el Neolítico final italiano. ¿Nos hallamos ante otro caso parecido? La Cueva del Moro

Por descabellado que parezca, nos vemos obligados a considerar, como mera hipótesis de trabajo, la teoría de que las cuatro fases neolíticas señaladas estén presididas todas y cada una de ellas por las cerámicas impresas; habrá que esperar a que, en el futuro, pueda reafirmarse o desmentirse lo que ahora no es más que una simple teoría. Hemos de señalar, asimismo, otro aspecto en el que la ignorancia casi total reina de manera alarmante. Se trata de los lugares de enterramiento de las comunidades neolíticas y de sus rituales funerarios. Los datos al respecto son es-

Enterramiento en fosa neohlica.

de Olvena proporcionó una datación radiocarbónica de 3210 años a. de C. para un nivel con cerámicas impresas muy evolucionadas. ¿Viene a confirmar las elucubraciones emanadas de las circunstancias anteriores? Evidentemente, la cifra mencionada resulta absolutamente desusada para las decoraciones de este tipo y revelaría la persistencia irregular de las mismas en las serranías oscenses, hasta el punto de hacernos plantear seriamente la posibilidad de que este hipotético Neolítico Reciente constituya, en las zonas montañosas del Altoaragón, una continuación ininterrumpida de la cultura material propia de las fases más antiguas.

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casísimos e impiden cualquier intento de síntesis que ofrezca las mínimas garantías. Si bien en la Cueva de Chaves pudo estudiarse un enterramiento en fosa perteneciente a un varón que presentaba una postura enérgicamente flexionada, en posición fetal, el escaso ajuar aparecido no permite una filiación cronológica exacta, por lo que resulta muy difícil de atribuir a alguna de las fases establecidas para el Neolítico oscense. Tampoco resultan lo suficientemente explícitos los datos que han proporcionado la Cueva del Forcón y la Cueva del Moro. Ambas han sufrido la agresión de los excavadores clandestinos y


han sido parcialmente saqueadas, por lo que la información que pueden ofrecernos es muy limitada y no permite elaborar a partir de ella unas conclusiones fiables.

7. UN ARTE A PLENO SOL En capítulos anteriores se ha hecho referencia a la relación existente entre el Altoaragón y el litoral mediterráneo durante el desarrollo del período Neolítico. En efecto, pese al carácter costero del Neolítico de la cerámica impresa, su presencia en el Altoaragón no admite lugar a dudas. Así pues, parece lógico pensar que es a través de estas conexiones culturales como tiene que explicarse la aparición en las serranías exteriores prepirenaicas de otra manifestación cultural de gran importancia y, también, de fuerte evocación marítima: el arte rupestre levantino. Como su mismo nombre indica, el área de difusión de este tipo de arte se centra en los macizos calizos prelitorales que enmarcan la cuenca

mediterránea española; así, abarca las provincias de Lérida, Tarragona, Teruel, Castellón, Valencia, Alicante, Albacete, Murcia, Granada y Jaén. En la actualidad, el término definidor de levantino está siendo notablemente contestado por parte de algunos especialistas, sin que haya podido sustituirse por otros calificativos con una aceptación más generalizada. Aunque personalmente nos inclinaríamos más hacia la utilización del vocablo naturalista, en este Cuaderno se hará uso indistinto de ambas expresiones. No parece que exista ninguna clase de contactos entre el arte levantino y el arte paleolítico, ya estudiado en apartados anteriores. El único nexo de unión lo constituye la apariencia naturalista de ambos, aunque las figuraciones levantinas ofrezcan un índice más elevado de estilización. Por lo demás, las diferencias son notables, y comprenden una variada gama de aspectos: cronológicos, topográficos, temáticos y socioculturales. A pesar de las múltiples dificultades que se presentan a la hora de establecer la datación de todas las pinturas rupestres, buena parte de los investigadores están de acuerdo en fechar el arte

Vista parcial de los cañones del Vero: barranco de Chimiachas.

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Alquézar, dominando el sector meridional de los barrancos del Vero.

levantino, al menos parcialmente, durante el Neolítico, con lo que queda claramente separado del anterior, a todas luces más antiguo. Las zonas de distribución también difieren, sobre todo en lo que atañe a los núcleos más importantes y ricos propios de ambas concepciones artísticas: ya hemos indicado el medio geográfico en que se desenvuelve el arte levantino, bien distinto del que es peculiar de las manifestaciones paleolíticas. Asimismo, la localización de las representaciones pintadas en las respectivas estaciones tampoco guarda ninguna semejanza entre sí: el arte levantino aparece en covachas o abrigos abiertos, en los que penetra perfectamente la luz del sol, mientras que el Paleolítico es un arte de cuevas profundas, de galerías recónditas y escondidas. Este bimorfismo es posible que tenga su correspondencia en el carácter esencial de los dos artes, descriptivo el levantino, con numerosas escenas cotidianas (cacerías, danzas y combates) fácilmente comprensibles; esotérico y sobrenatural el paleolítico, con gran cantidad de símbolos y abstracciones muy difíciles de interpretar.

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La base temática de esta nueva corriente artística está configurada por los animales, casi siempre salvajes, y por la figura humana. Al revés de lo que ocurría durante el Paleolítico, esta última adquiere un importante protagonismo, hasta el punto de erigirse en el máximo o único componente temático en muchas de las covachas pintadas. Abundan sobremanera las representaciones de arqueros, bien aislados, bien en grupo o bien asociados a animales en composiciones escénicas dotadas de gran fuerza narrativa y llenas de movimiento y viveza. Es éste otro matiz diferencial básico en comparación con el arte paleolítico, normalmente sin escenas y con las figuras casi siempre estáticas, con una quietud que roza lo solemne. Las pinturas levantinas son siempre monocromas y de tamaño más bien reducido, lo que contrasta en grado sumo con algunos de los animales pintados en época paleolítica, como podrían ser los de Altamira o Lascaux, de dimensiones mucho mayores y con combinación de algunos colores. Si nos guiamos por las manifestaciones rupestres que nos han legado, tendremos que concluir


que las gentes que pintaron los abrigos y covachas de las serranías prelitorales mediterráneas vivían todavía de la caza, aunque ello encierre un evidente cariz retardatario y arcaizante en relación con el período cultural y cronológico a que se atribuye normalmente el arte levantino. En realidad, poco sabemos de las formas de vida y de la conducta económica de los autores de las pinturas naturalistas, pues carecemos de datos referidos a sus lugares de habitación. Cabe

en lo posible que se tratase de grupos demográficamente escasos, con un sistema de vida seminómada y con viviendas temporales difícilmente identificables. Durante 1986, el Museo Arqueológico de Huesca estuvo realizando una serie de catas y sondeos de comprobación en varios yacimientos de la zona del río Vero, con el fin de intentar poner en relación las pinturas rupestres del sector con algún asentamiento habitacional próximo a éstas. Los resultados fueron casi siempre nulos, totalmente desesperanzadores.

La búsqueda de covachos pintados puede resultar arriesgada.

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8. EL ARTE NATURALISTA EN EL ALTOARAGÓN Los ejemplos de arte naturalista o levantino en el Altoaragón son todavía escasos y se reducen, además, a la comarca concreta del curso alto del río Vero. No obstante, su mera existencia configura un dato de enorme importancia arqueológica. Por el momento, las estaciones con manifestaciones rupestres naturalistas que se han descubierto son las siguientes:

1. Covacho de Arpán L. Fue la primera que se localizó en Huesca; presenta pinturas naturalistas, subesquemáticas y esquemáticas. Cabe destacar un hermoso cérvido en rojo, hecho en tinta plana y posición estática; otros tres ciervos se encuentran muy perdidos. Respecto a las figuras humanas, señalaremos la presencia de un arquero, conservado fragmentariamente, y, en especial, de un individuo encaramado en una larga escalera. Otros seres humanos completan el contenido pictórico de la cavidad.

Ciervo de Arpán L.

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2. Cueva de Regacens. Encierra un conjunto artístico variado; respecto al arte levantino, la figura más clara y mejor conservada corresponde a un cáprido a la carrera en rojo, el cual destaca sobre otras representaciones del mismo animal, muy difuminadas y poco visibles.

Cueva de Regacens (derecha), en pleno cañón del Vero.

Cáprido de Regacens.

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3. Covacho de Litonares L. Se trata de una cavidad de pequeñas dimensiones, con las paredes muy afectadas por el humo, las exudaciones y las concreciones calizas, de modo que las pinturas se han perdido en parte o resultan escasamente visibles. Sin embargo, pueden distinguirse las representaciones en rojo de dos cérvidos finamente ejecutados y de una figura humana a su izquierda. Más hacia el interior, se aprecian otros dos cérvidos, un cáprido y un nuevo antropomorfo.

4. Covacho de Muriecho L. Es, sin duda, la estación que posee el mejor conjunto de manifestaciones pictóricas naturalistas y la única con un contenido enteramente levantino.

El grupo se inicia por el este con un interesantísimo panel, con numerosas figuras humanas y una magnífica escena en la que se procede a la captura de un cérvido en vivo. El

Posible sarrio de Muriecho L.

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Detalle de la escena de Muriecho L.

Calco de la escena de Muriecho L.

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panel puede dividirse •en dos sectores, uno superior y otro inferior, aunque ambos parecen pertenecer a la misma composición, realmente compleja. En la parte alta aparece una sucesión de veinticuatro seres humanos —unos más claros y mejor conservados que otros— en diversas actitudes y posturas (posible escena de danza?); por debajo, a la izquierda, se desarrolla la escena mencionada, con un ciervo a la carrera, que sólo conserva el sector anterior del cuerpo, y cuatro figuras humanas que intentan frenarlo. A la derecha, nueve antropomorfos más parecen tomar parte también en el apresamiento; entre ellos destaca uno que se dirige hacia el ciervo con un posible lazo corredizo. Muriecho L presenta, 'asimismo, otros paneles de menores dimensiones y espectacularidad, en los que pueden distinguirse cérvidos, cápridos y otras figuras humanas.

5. Abrigo de Chimiachas. Encierra solamente una única figuración, de un ciervo estático, pero que resulta ser el mejor ejecutado, el mejor conservado y el más impactante de todos los cérvidos naturalistas conocidos en el Altoaragón. 6. Covacho de Labarta. Se trata de un reducido abrigo con escasas pinturas, pero especialmente interesantes en razón de las superposiciones que nos ofrecen. Las muestras pictóricas se limitan a un pequeño panel, en el que un cuadrúpedo en rojo, naturalista pero toscamente ejecutado, se sobrepone a un pequeño cérvido levantino en negro. Por debajo del citado grupo, pueden observarse unos diseños de tipo geométrico que vendrían a representar los restos pictóricos más antiguos, dada su posición subyacente con respecto a los animales expuestos.

Ciervo de Chimiachas.

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Estos últimos trazos geométricos, de forma angular y pintados en rojo, adquieren una gran importancia por tratarse de un tipo de arte nuevo, prenaturalista y bastante poco documentado en otras regiones vecinas. Pueden ponerse en relación con el llamado arte lineal-geométrico, identificado en algunas pocas cuevas del País Valenciano y cuya cronología parece ser, indudablemente, anterior a todo lo levantino. Volviendo al arte naturalista en el Altoaragón, vamos a enumerar brevemente algunas de sus características más descollantes: Para la factura de las pinturas levantinas se han usado preferentemente los colores rojizos, así que la utilización del negro en el cérvido ya citado de Labarta representa por ahora una excepción. La tinta plana es la técnica más empleada, aunque existen figuras silueteadas en Muriecho L. En Chimiachas, parece que la silueta del

magnífico cérvido antes mencionado se dibujó mediante un trazo bastante ancho y que, luego, se rellenó el interior del cuerpo del rumiante con pintura de una menor densidad, lo que ha dado lugar a la pérdida de buena parte de su textura. En cuanto a la temática, son los cérvidos los que dominan ampliamente dentro de las especies reconocibles, a los que siguen, en orden cuantitativo bastante inferior, los cápridos, entre los que cabría señalar algunas representaciones de sarrio de Muriecho L. La figura humana resulta abundante en cuanto a número, pero no así en lo tocante a su dispersión. Se encuentra casi exclusivamente en la interesantísima escena de Muriecho L, con un total de treinta y siete antropomorfos. Fuera de este sector concreto, en Muriecho L aparecen otras figuras humanas, en tanto que en el resto de cavidades naturalistas éstas escasean bastante más; se reducen a las representaciones ya citadas de Arpán y de Litonares L.

o

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Calco de las superposiciones de Labarta. Los signos marcados con corresponden al arte «lineal-geométrico».

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9. BIBLIOGRAFIA BALDELLOU, V., El Neo-eneolítico altoaragonés, en I Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981; El Neolítico de la cerámica impresa en el Alto Aragón, en Le Néolithique Ancien Méditerranéen. Actes du Colloque International de Préhistoire (Montpellier, 1981), Montpellier, 1982; Estado actual de la Prehistoria en el Alto Aragón: aspectos generales, en 4° Col•loqui Internacional d'Arqueologia de Puigcerdá, Puigcerdá, 1982; El Arte Levantino del río Vero (Huesca), en Juan Cabré Agulló (1882-1982). Encuentro de Homenaje, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1984; El arte rupestre post-paleolítico de la zona del río Vero, «Ars Praehistorica», 3-4 (1984-1985) (Sabadell, 1987). — BALDELLOU, V. y UTRILLA, P., Nuevas dataciones de la Prehistoria oscense, «Trabajos de Prehistoria», 42 (Madrid, 1985). — BALDELLOU, V.; CALVO, NI? J. y ANDRES, T., El fenomen megalític a l'Alt Aragó, «Cota Zero», 3 (Vic, 1987). — BALDELLOU, V. y MORENO, G., El hábitat campaniforme en el Alto Aragón, «Bolskan», 3,(Huesca, 1987). BELTRAN, A. y BALDELLOU, V., Avance al estudio de las cuevas pintadas de Villacantal, «Altamira Symposium» (Madrid, 1981). — MAYA, J. L., La Edad del Bronce y la Primera Edad del Hierro en Huesca, en / Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981. — UTRILLA, P., Paleolítico y Epipaleolítico en Aragón. Estado de la cuestión, en / Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981.

Foto: D. Gómez

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Cabra.


TÍTULOS DE LA SERIE La siguiente no es una relación cerrada. No obstante, para dar una idea global de su contenido, se indican algunos de los títulos previstos, sin orden de prelación, excepto para los ya publicados o los de inminente aparición. 1. El monasterio dúplice de Sigena 2.

Nuestros árboles

3.

La Laguna de Sariñena, lugar de encuentro

4.

Los museos altoaragoneses

5.* Guía monumental y artística de Serrablo 6.

Las aves acuáticas del Altoaragón

7. ¿Por qué fue importante Costa? 8.

Roda de Isábena, ex-sede y catedral ribagorzana

9.

Guara, aula de la naturaleza

10. Fiestas tradicionales del Altoaragón 11. El Altoaragón antes de la Historia (Edad de Piedra) 12. El Altoaragón antes de la Historia (Edades de los Metales) 13. Fósiles del Altoaragón 14. La arquitectura megalítica — La casa tradicional altoaragonesa —Alquézar, resto vivo del pasado —Setas y hongos del Altoaragón —Plantas medicinales de ayer y de hoy —Los despoblados y su porqué — Los ríos altoaragoneses — Loarre, castillo románico en pie — Los periódicos oscenses —San Juan de la Peña, panteón y símbolo —Artesanos de hoy —Juegos tradicionales altoaragoneses —Ferias y mercados oscenses —Gastronomía altoaragonesa —Historia geológica altoaragonesa —Biblioteca básica para comprender el Altoaragón — La industria en la provincia oscense —L'Aínsa y sus caminos —El valle de Echo — La tierra y su posesión


n-1Excma. Diputaciรณn Provincial HUESCA


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