El Altoaragón antes de la Historia. Edad de los Metales

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EL ALTOARAGÓN ANTES DE LA HISTORIA (Edades de los Metales) VICENTE BALDELLOU MARTÍNEZ

INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES EXCMA. DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA


Director: BIZÉN D'O RÍO Redacción: INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» tienen, sobre todo, una vocación didáctica; están concebidos para enseñar —si es posible, deleitando— de una manera sencilla; pretenden poner al alcance de cuantos se asomen a ellos los más variados temas de la realidad pasada y presente del solar en el que nacen, tierras llanas y quebradas de Huesca. Mas, a pesar de su sencillez, no renuncian ni un ápice a la rigurosidad de sus contenidos. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» no desdeñan los datos y detalles pequeños y elementales, siempre necesarios para el tratamiento analítico de cualquier tema, pero se interesan también, y mucho, por las ideas y los métodos de trabajo. Tienen, por lo tanto, otra intención: la de alentar el espíritu crítico. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» hablarán de cosas múltiples. De piedras seculares y de odres para aceite y vino; de valles y plantas medicinales; de gentes anónimas y sus comidas, juegos y refranes. De los ríos, tal vez... Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» quieren incitar a recorrer, recoger, guardar y admirar; a preguntarse por las cosas, a que cada cual, movido por la curiosidad, trabaje a su manera por defender la cultura de todos.

Edita: Instituto de Estudios Altoaragoneses Autor: Vicente Baldellou Martínez Depósito legal: Z. 2040-89 ISBN 84-86856-12-4 Maquetación: Agustín Ubieto Arteta Imprime: Talleres Gráficos Edelvives Ctra. Madrid, km 315,7 - 50012 ZARAGOZA Impreso en España / Printed in Spain


ÍNDICE 1. EL FENÓMENO MEGALÍTICO

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a) Distribución geográfica•

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—Sepulcros prepirenaicos —Sepulcros pirenaicos b) Morfología y materiales cl Otros aspectos 2. LA CULTURA DEL VASO CAMPANIFORME

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3. MONTAÑA Y TIERRA BAJA

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4. LA EDAD DEL BRONCE

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5. EL BRONCE FINAL Y LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

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6. EL ARTE RUPESTRE ESQUEMÁTICO

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7. BIBLIOGRAFÍA

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1. EL FENÓMENO MEGALiTICO a) Distribución geográfica Durante el Neolítico final y el período prehistórico subsiguiente, el Eneolítico —caracterizado por los tímidos inicios de una metalurgia primaria del cobre—, la utilización de los sepulcros megalíticos o dólmenes como forma generalizada de enterramiento por inhumación se extenderá ampliamente por la Península Ibérica, tomando carta de naturaleza en la cadena pirenaica y, en consecuencia, en las comarcas montañosas que configuran la mitad septentrional de la provincia de Huesca. Ahora bien, la ignorancia campea todavía sobre muchos aspectos cuando tratamos de los dólmenes altoaragoneses: sus formas o vías de asentamiento, su origen, su incidencia sobre los

grupos humanos autóctonos y su cronología concreta son cuestiones que quedan pendientes de respuesta. La mayor parte de los monumentos megalíticos oscenses no ofrece posibilidades de excavación por haber sido vaciados hace largo tiempo, y resulta muy difícil relacionarlos con los lugares de habitación que ocuparían sus constructores. Por otro lado, la densidad de sepulcros en nuestro territorio es mucho menor que la que es propia de los sectores catalán y vasco-navarro, que los flanquean al este y al oeste. Si bien los últimos descubrimientos han aumentado considerablemente su número, nos hallamos aún muy lejos de alcanzar las cotas que nos ofrecen los grupos dolménicos vecinos. Sin duda, no estamos ante un foco importante, ni en términos culturales, ni en términos cuantitativos.

Caseta de la Bruja o dolmen de lbirque.

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Los monumentos conocidos en la región altoaragonesa señalan, en principio, la existencia de dos conjuntos geográficos bien diferenciados: uno de ellos, el más denso, centrado en los valles pirenaicos, y otro, de menor entidad, ubicado en las Sierras Exteriores del Prepirineo oscense:

Sepulcros prepirenaicos Todavía poco numerosos, son conocidos de antiguo los de la Caseta de la Bruja o dolmen de Ibirque, el dolmen del Palomar (Santa Eulalia) y el sepulcro de la Losa Mora (Rodellar), todos ellos sitos en la sierra de Guara o en sus contrafuertes inmediatos. Hacia el oeste, el reciente hallazgo del dolmen del Gargantal o de la Piatra (Apiés-Belsué) representa el límite occidental del grupo y el único caso de sepulcro megalítico ubicado en la vertiente meridional de la serranía.

Siguiendo en dirección este, nos encontramos con los últimos megalitos descubiertos en el Altoaragón; nos referimos a la Caseta de las Balanzas (Almazorre-Bárcabo) y a la Capilleta (Paúles de Sarsa), en curso de estudio ambos y sin que se hayan visto culminados todavía los trabajos de excavación de los mismos. Completan el conjunto, por el extremo oriental, los dos monumentos de Cornudella, en el término municipal de Arén, y el posible sepulcro de Soperún, todos ellos en la comarca de Ribagorza.

Sepulcros pirenaicos Como ya se ha indicado, constituyen el foco más importante en cuanto al volumen de datos que han proporcionado. Las localizaciones de dólmenes efectuadas hace poco dieron como resultado el que la totalidad de las cuencas pirenai-

Piedra del Vasar o dolmen de Tella.

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Valle de Guarrinza, donde existe la mayor concentración de monumentos megalíticos.

cas registren la presencia de estructuras funerarias, con lo que puede afirmarse que no existe solución de continuidad en una hipotética interconexión de los núcleos dolménicos de la cadena montañosa. Para una mayor claridad expositiva, realizaremos un recorrido por los valles principales siguiendo un orden de este a oeste. El valle del Ésera, en el borde oriental de la provincia, nos ofrece en la actualidad, como único ejemplar megalítico, el dolmen de Aneto (Bono) —de dudosa atribución—, ya que el dolmen de Estós fue enteramente destruido antes de que pudieran iniciarse las correspondientes tareas de estudio. En el valle del Cinca se encuentra la piedra del Vasar o Losa de la Campa (Tella), mientras que no ha podido ser comprobada la existencia real del denominado dolmen de Avellaneda. Dentro de la misma cuenca, en el río Ara, parece que puede descartarse de momento la presencia de

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un megalito en Torla, citado confusamente en algunas publicaciones; se han señalado, río arriba, numerosos túmulos de pequeño tamaño en Ordesa. Más hacia poniente, en el valle de Tena o del río Gállego se levantaban dos cámaras simples en las proximidades de la ermita de Santa Elena (Biescas), las cuales fueron derruidas hace casi medio siglo; sólo ha sido posible reconstruir una de ellas (Santa Elena I). El Valle del Aragón, en blanco hasta hace poco tiempo, encierra los dólmenes de Letranz, Tres Peñas y Caseta de las Guixas (Villanúa), y, en su límite N, el túmulo de Astún (Aísa-Borau). El valle del Aragón Subordán representa la última cuenca fluvial importante en el extremo oeste del Altoaragón y constituye el sector más rico en lo tocante al número de sepulcros dolménicos que contiene: remontando el curso fluvial desde Echo, nos encontramos en primer lugar con el


Túmulo de Guarrinza 13.

dolmen de Oza (Echo), parcialmente destruido; más hacia el norte, en el valle de Guarrinza (Ansó-Echo), se ha localizado y estudiado una buena cantidad de túmulos, círculos, cistas y monumentos megalíticos, que convierten el lugar en el punto con mayor profusión de hallazgos de todo el Pirineo aragonés. Algunas de estas estructuras se encuentran semidestruidas o han desaparecido en su práctica totalidad, como en el caso del dolmen del Camón de las Fitas o Guarrinza 5-1, del que solamente resta una losa en pie; su estado de conservación resulta especialmente lamentable por tratarse del único exponente oscense de un sepulcro de corredor. Ascendiendo el lecho del río hacia el este, el dolmen de Guarrinza 13 nos muestra el túmulo de mayores dimensiones de los conocidos hasta ahora en la zona, con 16,60 m de diámetro máximo, sito en las cercanías de la entrada al valle de

Aguas Tuertas (Ansó). Presenta dos cámaras simples seguras —y otra dudosa— y la primera galería cubierta hallada por el momento en Aragón: el dolmen de Escalé. Al norte de Guarrinza, citaremos el dolmen de Las Foyas (Ansó) y, en la misma cuenca pero en el curso del Osia, el dolmen de Lízara, en el término de Aragüés del Puerto. Tras este sucinto repaso de la distribución de los megalitos altoaragoneses, podemos indicar a continuación que todos y cada uno de ellos se asientan en sectores claramente montañeses o en zonas de somontano rayanas a las formaciones montuosas. Su cota de altitud y su distribución coincide plenamente con los lugares de enraizada tradición pastoril. Son frecuentes los monumentos erigidos en puntos prominentes; otros se asientan en llanuras elevadas o pequeñas mesetas, mientras que otros se sitúan en divisorias de vertiente u ocupan las cabeceras o

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fondos de los valles. Finalmente, los hay también que no parecen guardar ninguna relación aparente con determinados accidentes del terreno. Su orientación varía asimismo considerablemente, por lo que cabe suponer que no existían unas premisas generalizadas al respecto.

b) Morfología y materiales Según los testimonios que hoy poseemos, parece evidente que los monumentos dolménicos altoaragoneses representan sepulcros aislados, es decir, que no llegan a configurar asociaciones

terconexo. El único caso posible de asociación sería el que podría inferirse de la densidad de hallazgos producidos en Guarrinza, pero tampoco nos hallamos en condiciones de asegurar que todas las estructuras arquitectónicas de este valle sean estrictamente coetáneas. La variabilidad tipológica de los sepulcros megalíticos oscenses es palmariamente limitada, casi mínima. Tenemos documentados exclusivamente los que podríamos considerar tipos primarios de megalitos, con una abrumadora preponderancia de las cámaras simples frente al resto de variaciones morfológicas.

Galería cubierta de Escalé.

de ninguna clase que induzcan a suponer la existencia de necrópolis. La relativa proximidad de algunos megalitos (Cornudella, Villanúa, Aguas Tuertas) debe ser considerada, no tanto como un vínculo que los relacione entre sí, cuanto como un mero accidente geográfico emanado de una mayor ocupación o tránsito, por parte de los grupos humanos, de determinados lugares o pasos. En efecto, las distancias recíprocas son excesivas para pensar que conformen un conjunto in-

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De ejemplos excepcionales cabe calificar el del Camón de las Fitas y el del dolmen de Escalé. El primero de ellos, desgraciadamente ya desaparecido, era un sepulcro de corredor de cámara rectangular, con corredor cubierto y formado por ortostatos más pequeños. En cuanto al segundo, que ha perdido las losas de cubierta, se trata de una pequeña galería rectangular, que no ha podido estudiarse todavía con el necesario detalle. Ambos monumentos basan su excepcionalidad en el hecho de que constituyen las contadas


Dolmen de Cornudella I.

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anomalías respecto a la tónica general, dominada por las cámaras. En efecto, el resto de los enterramientos megalíticos corresponde a este último tipo arquitectónico, siempre de planta rectangular, ya cerrado por todos sus lados (Guarrinza 1-2), ya con una losa más baja en uno de los lados cortos (Cornudella I y II), ya con una losa baja en un lateral de la entrada (tipo al que corresponde la práctica totalidad de los dólmenes oscenses). Así pues, el panorama es notablemente reducido y se corresponde plenamente con los grupos dolménicos propios de las zonas montañosas, en las que (como podría ser también el caso de Cataluña) predominan ampliamente los ejemplares pequeños. Parece que los grandes megalitos (sepulcros de corredor propiamente dichos y amplias galerías cubiertas) sólo proliferan en alturas inferiores a los 700 m, mientras que el enterramiento oscense de menor cota (las Balanzas) se ubica a 880 m de altitud.

Los materiales utilizados para el levantamiento de los sepulcros altoaragoneses son siempre los propios del terreno circundante: caliza, sobre todo; conglomerados o pudingas, y, en alguna ocasión más bien rara, arenisca. Se aprovecha, al parecer, la forma natural de las lajas, las cuales se utilizan sin ningún tipo de trabajo de labra. Solamente en la Capilleta ha podido observarse la presencia de un círculo grabado sobre los ortostatos. Consecuencia lógica de las reducidas medidas de los monumentos altoaragoneses es la también escasa entidad de los túmulos conservados. El mayor de todos es el ya mencionado de Guarrinza 13; los que le siguen bajan en orden cuantitativo a unos 12 m de diámetro máximo (Balanzas, Losa Mora y Caseta de las Guixas). Abundan especialmente los galga/es o túmulos formados por un simple amontonamiento de piedras, que, por sí solos, se bastan para afianzar la construcción sin necesidad de círculos peristalíti-

Dolmen de Lízara.

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Túmulo y dolmen de la Caseta de las Guixas.

cos (cromlechs) u otro sistema de refuerzo. De esta clase son los de los dólmenes del Palomar, la Losa Mora, la Caseta de las Guixas, Guarrinza 13, etc. A veces, el túmulo está constituido por piedras y tierra, como en el caso del dolmen de Letranz o del dolmen de Lízara. Tampoco faltan los monumentos que han perdido enteramente la estructura tumular o que la conservan de forma muy parcial. Los peristalitos o cromlechs no son frecuentes, pero se ha comprobado su existencia en algunos megalitos, como las Foyas, Guarrinza 5-5, las Balanzas, y en otros túmulos de Guarrinza (2-1, 2-13, 4-2, 4-3, 4-4 y los tres de Guarrinza II). En Cornudella I, se utilizó un curioso método de reforzamiento mediante la disposición de anillos de piedra concéntricos, imbricados, de forma tosca, en torno a la cámara, los cuales fueron posteriormente recubiertos por el túmulo. Los enlosados también significan excepciones dentro del conjunto general; resultan incuestio-

nables el de la Caseta de las Guixas y el del dolmen de la Capilleta, en tanto que otros (Guarrinza 1-2) ofrecen más dudas. Creemos que los datos son insuficientes para abordar cuestiones tales como posibles pautas evolutivas en la arquitectura megalítica altoaragonesa o, menos aún, hipotéticas correspondencias de las mismas dentro de un esquema cronológico. La ausencia total de estratigrafías, e incluso la vacuidad absoluta de muchas de las sepulturas, no permiten la obtención de las informaciones necesarias para afrontar problemas de esta clase. También son nulas las dataciones absolutas conseguidas por el método del radiocarbono. Respecto a los vestigios óseos humanos, las informaciones son asimismo ínfimas. En términos generales, los huesos exhumados no han proporcionado datos significativos. Por otro lado, los restos humanos de los dólmenes altoaragoneses no pueden ser situados con seguridad

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cronológica, en razón de las reutilizaciones producidas y de la ya citada falta de secuencias estratigráficas que los doten de una cronología relativa fiable.

ción romboidal, procedente de la Losa Mora, y de un fragmento aplanado del mismo metal y una cuenta bitroncocónica, con perforación, encontrados en Cornudella I.

En cuanto a la cerámica, ésta no es demasiado abundante y normalmente aparece muy fragmentada. Suele ser lisa, mal cocida y casi siempre atípica. Cabe resaltar un trozo de vaso campaniforme decorado por impresión de cuerda que fue encontrado en el Camón de las Fitas por Martín ALMAGRO y que hoy ha desaparecido.

Con estos antecedentes, resulta evidente que los ajuares que podemos manejar son, en todo caso, poco expresivos; ayudan muy poco, en efecto, a la hora de establecer una filiación cronológica o cultural concretas.

Estas mismas consideraciones pueden hacerse extensivas a la industria lítica, ósea y a los objetos de adorno, siempre caracterizados por la pobreza y por la ausencia casi total de elementos definidores. Si nos referimos a las piezas metálicas, la pobreza del conjunto se acentúa todavía más: sólo tenemos noticia de un punzón de cobre, de sec-

c) Otros aspectos La mencionada escasez de datos determina también la ignorancia acerca de los rituales funerarios utilizados; ni siquiera nos es permitido conocer con exactitud el número de inhumaciones practicadas en cada uno de los megalitos.

Dolmen 1 de Aguas Tuertas.

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Sabemos que, al parecer, en el dolmen de Ibirque se extrajeron huesos humanos de al menos cuatro individuos, así como que en el dolmen de la Capilleta los restos corresponden a cinco personas como mínimo; la Caseta de las Balanzas proporcionó, junto a otros elementos óseos, casi cuatrocientas piezas dentarias, lo que revela una inhumación de diez o doce enterramientos. Sin embargo, en la Losa Mora, pese a la aparición de numerosos fragmentos, su estado de conservación impidió la obtención de apuntes antropológicos de interés, al igual que en la Piedra del Vasar o en la Caseta de las Guixas. En CornudeIla I se halló un único fragmento óseo humano, de dimensiones muy reducidas, mientras que los hallazgos de este tipo resultaron prácticamente nulos en el dolmen de Tres Peñas, en Aguas Tuertas I, en Letranz, en Lízara, etc. Puede suponerse, no obstante, que en la deposición de cadáveres se seguiría el tipo de inhumación colec-

tiva por acumulación, aunque, de hecho, tal observación resulte absolutamente indemostrable. Esta ausencia de indicios referidos a las prácticas rituales no es exclusiva de los dólmenes altoaragoneses, sino que en realidad es una tónica general aplicable a toda la cadena pirenaica. La pobreza de los ajuares —aparte de las indicaciones efectuadas anteriormente acerca de la violación de los depósitos— refleja hasta cierto punto un ceremonial fúnebre sencillo y sin reglas demasiado complicadas; parece como si los muertos se enterrasen con lo puesto y poco más. Asimismo, poco podría inferirse de las orientaciones de los cuerpos inhumados, ya que, en las pocas ocasiones en que han sido factibles observaciones de esta índole, da la impresión de que los difuntos se disponían aprovechando el espacio con que se contaba y que se adaptaban al marco concreto del sepulcro.

Boca y alrededores de la Cueva del Moro de Olvena, hábitat eneolítico en la montaña.

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Si resulta evidente la provisionalidad de las conclusiones que pueden extraerse a partir de los pocos datos disponibles, este hecho se incrementa en mayor grado cuando dejamos de reseñar aspectos concretos o físicos para ocuparnos de cuestiones abstractas. Por ello no vamos a extendernos demasiado en elucubraciones teóricas en las que habría que referirse constantemente al desconocimiento que sobre las mismas impera. La peculiar ubicación de los sepulcros megalíticos altoaragoneses en áreas montañosas hace inevitable pensar en una economía pastoril y, por consiguiente, en unas sociedades eminentemente ganaderas. Aunque se ha resaltado el hecho de la preferencia de los grupos humanos dolménicos aragoneses por los valles pirenaicos, la realidad es que tales tesis no resultan excesivamente significativas, ya que dichos valles se han figurado siempre como zonas privilegiadas para el establecimiento poblacional y han sido, y siguen siendo, los lugares de toda la cordillera más idóneos como hábitat.

La simple presencia de los megalitos podría tomarse como una prueba de sedentarización, al menos parcial, al tiempo que, si se compara con etapas anteriores, puede reflejar un notable aumento relativo de la densidad de población. Por el escaso conjunto de materiales arqueológicos de que disponemos —y a pesar de su poca expresividad—, parece evidente que los elementos más típicos corresponden al Eneolítico o Calcolítico, es decir, a un período relativamente avanzado dentro de la cronología establecida para el megalitismo en otras regiones colindantes con el Altoaragón, donde parece que los dólmenes empiezan a utilizarse en el Neolítico. Ello no quiere decir, no obstante, que nuestros sepulcros hayan sido levantados en su totalidad durante esa época, pues hay que tener en cuenta que, como ha podido comprobarse en otros lugares, al reutilizar una sepultura en un momento posterior al de su construcción se ha procedido a una limpieza de la cámara, haciendo desaparecer los objetos más antiguos.

Vista parcial del poblado de El Portillo, hábitat eneolítico en la tierra baja.

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Lo que sí parece indudable es que no nos encontramos ante un foco originario de megalitismo, ni siquiera ante un grupo importante. Los recientes estudios y excavaciones realizados en varios yacimientos prehistóricos oscenses ponen en evidencia el papel de territorio-puente jugado por la región altoaragonesa durante algunas etapas de su historia más remota; creemos que este papel se pone de manifiesto también durante el desarrollo del fenómeno megalítico. Los contactos con los núcleos pirenaicos catalán y vasconavarro son patentes, y lo más probable es que el megalitismo altoaragonés no pudiera explicarse sino a través de la existencia de los grupos mencionados, los cuales, de una manera u otra, darían lugar a su formación. Ello no implica una revalorización del concepto de cultura pirenaica al que se acogieron BOSCH, PERICOT y ALMAGRO, sino que dicha unidad responde más bien a unas características determinadas del medio fisiográfico, las cuales condicionarían notablemente las formas de actuación de las comunidades que erigieron los dólmenes. Por lo demás, el carácter esencial de las mismas manifestaciones que estudiamos comporta una serie de limitaciones sustanciales: nos estamos ocupando de unos aspectos encaminados hacia una finalidad meramente sepulcral, y en una cultura existen otros muchos aspectos que es preciso calibrar. Sin embargo, como ya se ha indicado, dichos elementos se nos escapan, al no poder conectar los monumentos megalíticos con ningún emplazamiento de habitación.

2. LA CULTURA DEL VASO CAMPANIFORME Ya ha quedado explicado en el capítulo anterior que la fase prehistórica que sucede cronológicamente al Neolítico es la llamada Eneolítico o Calcolítico. Recibe esta segunda denominación —que podría traducirse, muy libremente, como Edad del Cobre— para indicar que durante el desarrollo de la misma tienen lugar los primeros balbuceos en una técnica que acabará resultando determinante en el proceso cultural de la Humanidad: la metalurgia. No obstante, la utilización de los metales en el Eneolítico es todavía ínfima, pues se desconocen las aleaciones y se trabaja única y exclusivamente el cobre en estado nativo. También se ha indicado que la práctica totalidad de los dólmenes altoaragoneses debe referirse a esta etapa, por lo que puede afirmarse que se halla bastante bien documentada —pese a las lagunas de conocimiento expresadas con anterioridad— en toda la mitad septentrional de la provincia, es decir, en la zona que popularmente se conoce como montaña. No ocurre lo mismo cuando tenemos que referirnos a la tierra baja, donde —recordemos— faltan en absoluto los sepulcros megalíticos. Por lo que se ha expuesto hasta aquí, si exceptuamos las estaciones al aire libre, que han proporcionado industrias líticas de dudosa clasificación, o el reciente descubrimiento del poblado neolítico de

Campaniforme inciso de El Portillo.

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El Torrollón (Usón), podría concluirse que los primeros estadios de la Prehistoria altoaragonesa han dejado sus restos casi exclusivamente en las comarcas montañosas de nuestro territorio, quedando la tierra llana prácticamente en blanco en cuanto a la presencia de yacimientos arqueológicos. Dicha circunstancia es hasta cierto punto lógica, dadas las diferencias geomorfológicas de ambas regiones y las características definitorias de los diversos círculos culturales prehistóricos. La preferencia por la forma de hábitat troglodítico durante el Paleolítico y el Neolítico y la casi abso-

sepulcros dolménicos, en un momento determinado del Eneolítico o Calcolítico, probablemente en una fase avanzada dentro del mismo, comienzan a instalarse en ellos pequeños grupos humanos, dedicados principalmente a la agricultura. El número de asentamientos de esta índole conocido es todavía muy escaso, pero su presencia viene a testimoniar por vez primera una práctica económica muy poco documentada en tiempos más antiguos. Algunos de ellos ofrecen una nueva clase de alfarería, caracterizada por motivos ornamentales de cariz geométrico, dispuestos normalmente en

Hogar de arenisca de El Portillo.

luta ausencia de cuevas en el llano son aspectos que podrían explicar en parte el fenómeno. Otros factores de tipo económico lo condicionarían desde otra faceta: la mayor abundancia de caza en los terrenos abruptos durante el Paleolítico y la escasa implantación de la agricultura, frente a una mayor aceptación de las actividades pastoriles, durante el Neolítico. En efecto, por los datos que poseemos en la actualidad, parece que en la tierra baja no se produce una ocupación humana digna de tenerse en cuenta hasta que empiezan a explotarse sus posibilidades agrícolas. Así, aunque los parajes bajos oscenses no conozcan la implantación del rito de inhumación en

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bandas horizontales, que se conoce, dentro del mundo especializado, como cerámica de tipo Vaso Campaniforme. Para la consecución de los esquemas decorativos, se utilizan diversas técnicas: puntillado, incisiones o, con menor frecuencia, impresiones de cuerda (decoración cordada). Las formas de las vasijas resultan muy características; descollan las que presentan un perfil en forma de tulipa o campana, que son precisamente las que dan nombre a estas producciones alfareras. Parece ser que el Vaso Campaniforme efectúa su entrada en escena en un período más bien tardío dentro del Eneolítico, pero va a conocer


una dilatada difusión geográfica que le llevará a propagarse por buena parte de Europa. Es, sin duda, uno de los fósiles arqueológicos que más tinta ha hecho correr y más discusiones ha provocado entre los investigadores del tema, en especial en lo referente a su origen y a sus mecanismos de expansión. Los problemas planteados están lejos de hallarse satisfactoriamente resueltos, pero no es éste el lugar para enumerar las variadas hipótesis que se han vertido al respecto. Volviendo al Altoaragón, y en concreto a la tierra baja, señalaremos como ejemplo de los acontecimientos agrícolas antes mencionados los

con elementos perecederos y putrescibles, tales como ramas, postes de madera, pieles, etc. Se evidencia, por otra parte, una organización habitacional todavía muy poco desarrollada. En El Portillo, los únicos restos conservados son los hogares, fabricados con piedra arenisca local y de planta aproximadamente circular. Así pues, puede afirmarse que la falta de monumentos megalíticos en la mitad meridional de nuestra provincia queda en parte compensada por la existencia de estos reducidos asentamientos poblacionales, que deben de representar las primeras explotaciones agrícolas más o menos

Paisaje de montaña. pequeños poblados de Gabarda, El Villar, Peña del Agua o El Portillo de Piracés. Estos dos últimos han proporcionado abundantes cerámicas con decoraciones incisas de tipo campaniforme. La aparición de hojas de hoz y de molinos alude a un régimen de vida basado esencialmente en las labores agrícolas, aunque por los indicios que hasta.el momento han podido sonsacarse de estos emplazamientos más parece que se correspondan con campamentos temporales que con poblados de ocupación permanente. De hecho, la ausencia de estructuras constructivas en piedra nos lleva a pensar en la utilización de cabañas poco consistentes, levantadas

serias de la tierra baja. Ahora bien, ¿qué ocurre mientras tanto en la montaña? Sin duda, se están utilizando los dólmenes como lugar de enterramiento, pero ello es un hecho que atañe exclusivamente a lo funerario. ¿Qué ocurre con los lugares de ocupación? ¿Se han producido también cambios con respecto a las formas de hábitat tradicionales? Sabemos que dos yacimientos en cueva —la Espluga de La Puyascada y la cueva del Moro de Olvena— han proporcionado, entre sus materiales, unos pocos fragmentos de Vaso Campaniforme, puntillados en el primer caso, incisos en el segundo. Sin embargo, el contexto arqueoló-

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gico en que estos fragmentos aparecieron no revela ningún cambio importante en lo tocante a los modos de vida o a comportamientos económicos. Más bien parece que significan una mera adopción de una moda alfarera que no afecta prácticamente en nada a las costumbres ancestrales de sus ocupantes, ya que ambas se han visto ocupadas a partir del período Neolítico. Podría afirmarse, pues, que las transformaciones que se producen en la tierra baja, a través de las instalaciones de pequeños poblados agrícolas, no tienen su correspondiente reflejo en la montaña.

3. MONTAÑA Y TIERRA BAJA Los elementos diferenciales —a los que acabamos de hacer referencia— entre montaña y tierra baja se hacen muy patentes si escogemos como ejemplo dos yacimientos arqueológicos de época parecida, enclavados en cada una de las zonas expresadas: El Portillo (tierra baja) y la Espluga de La Puyascada (montaña). Ambas estaciones tienen Vaso Campaniforme y, en consecuencia, sus respectivas cronologías no pueden encontrarse excesivamente distantes.

Sin embargo, parece claro que La Puyascada y El Portillo se nos muestran como dos tipos de yacimientos completamente distintos, a pesar de su pertenencia a la misma etapa cultural. En cuanto a la primera estación —un lugar de habitación en cueva ya ocupado anteriormente—, creemos que se trata de un caso poco característico dentro de la cultura del Vaso Campaniforme. Parece más bien que la escasez de fragmentos de esta índole que presenta pone de manifiesto un carácter posiblemente intrusivo en sus tres únicos ejemplares, los cuales se intercalarían en un contexto indígena sin representar una transformación con respecto a otras facetas culturales. Esta suposición viene reafirmada por el hecho de que faltan en absoluto otros objetos arqueológicos que acompañan normalmente a la cerámica campaniforme en otros lugares y que constituyen el contexto definitorio en lo que, en ocasiones, se ha denominado —con seguridad, de forma demasiado arriesgada— la Civilización del Vaso Campaniforme. En la Puyascada podría confirmarse la circunstancia, defendida en ocasiones por algunos especialistas, de que, en muchos casos, la cerámica campaniforme no refleja una cultura en el amplio sentido del término, sino una simple técnica de-

Paisaje de la tierra baja.

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corativa o moda ornamental. Además, no sería de extrañar que dichos fragmentos correspondieran a simples imitaciones locales, más bien atípicas y poco elaboradas. Como acabamos de indicar, el Vaso Campaniforme agrupa a su alrededor toda una serie de materiales arqueológicos con los que aparece asociado en un elevado porcentaje de sitios, por lo que éstos han pasado a considerarse también como elementos típicos de esta cultura, pese a que puedan aparecer igualmente aislados. Nos referimos a las puntas de flecha con retoque plano envolvente, a los primeros instrumentos metálicos, a los botones con perforación en «V», a las piezas de hoz o a las vasijas provistas de agujeros múltiples conocidas como queseras o coladores. Es decir, existe un entorno cultural campaniforme que permite calificar a una estación como característica de esta fase prehistórica. Tal sería el caso de El Portillo de Piracés, un poblado al aire libre y con hallazgos poco numerosos, pero muy significativos: campaniforme inciso, punta de flecha con retoque bifacial, botones de perforación en «V», piezas de hoz, punzón en cobre y fragmentos de quesera. Así, a juzgar por sus materiales arqueológicos, El Portillo representaría un asentamiento campaniforme

típico, diferente, pues, básicamente de la Espluga de La Puyascada, con un contenido de carácter marcadamente indígena. Esta distinción en cuanto al tipo de hábitat y de materiales arqueológicos existente entre las dos estaciones altoaragonesas se hace también patente si nos ocupamos de sus formas económicas de vida. En La Puyascada, casi no han aparecido elementos que nos testimonien una práctica agrícola, pero sí se han recuperado numerosos restos óseos, que ponen en evidencia una actividad básicamente pastoril. Entrando más en detalle, cabe señalar que, si bien existen notables diferencias entre los objetos arqueológicos propios del momento de ocupación neolítico de La Puyascada y los recuperados en el nivel eneolítico o calcolítico, este hecho no tiene ningún tipo de correspondencia en lo que se refiere a las bases alimentarias que constituían el sustento fundamental en ambas fases, con una equivalencia porcentual sorprendentemente paralela, incluso en lo tocante a las concretas especies domésticas consumidas. En efecto, los ávidos y los cápridos son, como durante el Neolítico, los animales preponderantes, con un 58,6 % del total 161,5 % en el Neolítico); les siguen los bóvidos, con un 22,4 % (21,7 %

En la montaña abunda el agua.

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en el Neolítico), cerrándose el panorama con un 6,9 % para los suidos (11,7 % en el Neolítico). Las concomitancias resultan tan claras que habrá que reconocer que los modos de vida propios de ambos momentos no habían sufrido modificaciones de ninguna clase. En El Portillo, por el contrario, la abundancia de molinos nos habla de una agricultura cerealista que se complementaría con una ganadería secundaria, atestiguada también por algunos huesos recogidos y por los fragmentos de quesera, siempre que esta clase de vasijas cumplieran ciertamente tal finalidad. El bimorfismo cultural que nos muestran los dos yacimientos en cuestión parece demostrar que las particularidades propias de las dos unidades básicas que conforman el medio geográfico del Altoaragón (montaña y tierra baja), tan evidentes todavía en la actualidad, hunden sus raíces en la Prehistoria. La Espluga de La Puyascada correspondería a un grupo humano montaraz, eminentemente ganadero, que en determinado momento adopta o imita una moda ornamental, pero sigue ligado a sus formas de vida tradicionales y no sufre una transformación patente.

El Portillo, en cambio, constituye un asentamiento nuevo, con una economía de cultivo que también representaba una novedad por aquel entonces en las tierras altoaragonesas. Es el embrión que, más adelante, en la Plena Edad del Bronce, acarreará el máximo esplendor de la llanura oscense, con una proliferación de poblados organizados y una expansión inusitada de las prácticas agrícolas. La tierra alta, mientras tanto, continuará aferrada a su economía ancestral, perderá su protagonismo y desempeñará un papel un tanto marginal con respecto a las nuevas aportaciones culturales que vayan llegando al solar altoaragonés. En resumen, las diferencias que en casi todos los aspectos nos ofrecen los dos yacimientos oscenses son el reflejo de un fenómeno más general y que sigue persistiendo en nuestros días (salvando las consiguientes distancias). Lo que resulta sumamente interesante es que, cronológicamente, ambos se encuadran en una época al parecer crucial en la historia del Altoaragón, es decir, en el momento en que la agricultura podría establecerse de un modo más o menos extendido en el sector. ¿Puede guardar alguna relación con ello el Vaso Campaniforme? Honradamente, no estamos en condiciones de contestar a esta cuestión, pues la visión que poseemos es excesivamente limitada, pero éste puede ser un camino que hay que seguir o una posibilidad que hay que tener en cuenta en las futuras investigaciones que se realicen en la zona. Sólo señalaremos que un yacimiento típico como El Portillo se halla íntimamente ligado a las prácticas agrícolas, lo que no ocurre en La Puyascada, de economía pastoril, en la que la cerámica campaniforme es minoritaria y hasta posiblemente intrusiva. Otro problema no resuelto es el que atañe a la cronología del Vaso Campaniforme. Aunque muchas son las teorías que se han elaborado sobre el tema, suele aceptarse una mayor antigüedad para los tipos puntillados internacionales, frente a las ornamentaciones incisas. No obstante, tal aseveración no ha recibido confirmación en las fechas obtenidas por el método del C 14 en la Península Ibérica, las cuales resultan más altas para los yacimientos con campaniforme inciso.

En la tierra baja deben aprovechar el agua al máximo.

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La única datación que poseemos en Huesca pertenece a La Puyascaila, con 2 610 años a. de C., guarismo que puede considerarse excesivamente elevado a la vista de las tablas cronológicas que suelen aceptarse para el momento cultural que nos ocupa. Coincidiría con la de 2 670 a. de C. de la Cueva de la Reina Mora de Somaén (Soria), con decoraciones incisas, pero carece-


Pueblo de alta montaña: pocos huecos y tejados empinados.

mos de garantías suficientes para adoptar una posición terminante en cuanto a la validez o no de ambas dataciones. Según las teorías tradicionales, el campaniforme inciso de El Portillo debería pertenecer a un momento tardío dentro del Eneolítico, por lo que

pudiera existir cierto desfase cronológico entre dicha estación y la Espluga de La Puyascada. Sin embargo, la comparación que hemos efectuado entre ambas estaciones puede seguir siendo válida para el fin que nos habíamos propuesto, pues su inclusión dentro de unos mismos límites culturales es perfectamente viable.

Pueblo de media montaña: pocos huecos aún, pero cubiertas más horizontales.

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Pueblo de la tierra baja: ventanas y tejas.

4. LA EDAD DEL BRONCE Como se ha indicado en los capítulos anteriores, parece que la cultura del Vaso Campaniforme marca la pauta en cuanto a una diferenciación clara entre montaña y tierra baja. A ello podríamos añadir que el Eneolítico representa la última gran etapa de esplendor de la zona alta; se abre ya el camino para que, en la Edad del Bronce, tal dicotomía —que posee una evidente correspondencia en el bimorfismo cueva-poblado— se salde con un balance considerablemente favorable a la tierra baja. En efecto, durante la Edad del Bronce, la diversificación entre llano y montaña se hará todavía más evidente, dejando de cumplir el sector septentrional su papel hegemónico para verse sustituido por los territorios meridionales en la supremacía cultural. Las comarcas altas, aferradas todavía a una economía eminentemente pastoril, continuarán prefiriendo las cuevas como lugares de habitación; ningún cambio profundo parece modificar sus formas de vida tradicionales. Los nuevos tiempos se traducirán en la

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adopción de unos materiales o utensilios distintos —como podrían ser los elementos metálicos, hasta ese momento prácticamente inéditos—, los cuales se intercalarán dentro de su utillaje, sin que ello signifique un rompimiento brusco respecto a sus usos ancestrales. En adelante, las sucesivas culturas que se asienten en la montaña poseerán un carácter marginal, un tanto aislacionista, en relación con los avances socioeconómicos que se produzcan tierra abajo. Por el contrario, las comarcas llanas adquirirán una importancia progresiva, propiciada por una expansión hasta entonces inusitada de las prácticas agrícolas. En la Edad del Bronce, la tierra baja conocerá una época de indudable esplendor, que se traducirá en un aumento de la densidad de población que no había conocido parangón hasta ese momento. Dicho incremento puede comprobarse fácilmente a través de la proliferación de asentamientos al aire libre; en efecto, las comarcas de Monegros, Bajo Cinca y La Litera, así como algunas zonas del Somontano y de la Hoya de Huesca, se llenarán de poblados al aire libre, emplazados sobre algunos de sus montículos o tozales.


Estos lugares de habitación no se parecen ya a los modestos poblados eneolíticos, que —recordemos— no conservaban prácticamente ninguna estructura constructiva, sino que ofrecen unas características reveladoras de unas sociedades organizadas, de índole semiurbana. La existencia de viviendas levantadas con piedras, adobes y tapial; de primitivos sistemas de fortificación y defensa; de las primeras cisternas para almacenar agua, etc., testimonia unas relaciones de convivencia regidas por una ordenación establecida, que carece de paralelos en fases anteriores y en yacimientos coetáneos ubicados en las áreas montañosas. En los tratados y obras dedicados al estudio de la Edad del Bronce española, se consideraba no hace demasiado tiempo que la totalidad del solar hispano presentaba una unidad cultural muy generalizada, bajo el liderazgo de la civilización almeriense de El Argar. Últimamente, ha podido constatarse que tal esquema resultaba a todas luces artificioso y que la pretendida unidad se desmoronaba de una manera total y absoluta. Así pues, la Edad del Bronce ha sufrido una auténtica fragmentación en diferentes culturas,

fruto de diversos factores decisivos, tales como el reconocimiento del carácter no generalizado de los focos meridionales o la importancia concedida a las particularidades geográficas propias de cada zona, a las diferentes influencias recibidas por cada territorio y a la capacidad de elaboración propia a partir de las mismas. Los estudios llevados a cabo por José Luis MAYA han representado un avance determinante en lo tocante a la Edad del Bronce altoaragonesa. Buena parte de este capítulo se basa, casi paso a paso, en las conclusiones y en la periodización por él establecidas. Según MAYA, la provincia de Huesca debería formar parte, durante la Edad del Bronce, de un teórico grupo cultural enclavado en el noreste peninsular, con una notable personalidad propia con respecto al resto de las regiones peninsulares. Son indudables los nexos con la limítrofe provincia de Lérida, con la que constituiría un todo unitario fácilmente distinguible de otras civilizaciones contemporáneas. El trasfondo común entre la provincia aragonesa y la catalana resulta evidente, y esta identidad material y cultural tendrá, además, su continuidad durante la primera

Torre del poblado de la Edad del Bronce de Zurita.

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Estructuras constructivas de la Edad del Bronce: La Codera II.

Edad del Hierro e incluso se mantendrá en tiempos posteriores mucho menos remotos. Lérida y Huesca se hallarán íntimamente imbricadas, no sólo en lo que atañe a los asentamientos poblacionales de sus respectivas tierras bajas, sino

también en el carácter arcaizante y retardatorio de los hábitats propios de sus comarcas montañosas. Esta Edad del Bronce del noreste conocería, a juicio de MAYA, varias fases sucesivas:

Emplazamiento de un poblado de la Edad del Bronce: Olriols.

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Bronce Antiguo (1800-1500 a. de C.) Bronce Reciente (1250-1100 a. de C.) Se trata de un estadio de transición en el que pueden encontrarse todavía elementos residuales del Eneolítico, con perduraciones de tipo campaniforme y con la adopción de algunos materiales nuevos, como podrían ser las cerámicas incisas —con claras reminiscencias campaniformes— o las piezas metálicas en bronce auténtico. Como representante de esta época, puede citarse el poblado del Carnelario de Villanueva de Sigena.

Constituye otro momento de transición entre el Bronce Medio y lo que se ha dado en llamar Bronce Final o «Campos de Urnas», fase a la

Bronce Medio (1500-1250 a. de C.)

5. EL BRONCE FINAL Y LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

Etapa bien diferenciada de la anterior, se caracteriza porque en ella tiene lugar la entrada de objetos de procedencia ultrapirenaica, entre los que destacan las cerámicas lisas y carenadas dotadas de asas de apéndice de botón. Dicho apéndice, situado en la parte superior de los medios de aprehensión, es una protuberancia de forma variable, cuya misión consistiría en facilitar el asimiento de la vasija. Abundan los asentamientos clasificables en el presente período, tales como los de Masada de Ratón y Zafranales (Fraga), el de Regal de Pidola (San Esteban de Litera) y varios de los localizados en los términos de Sena y Villanueva de Sigena.

que haremos referencia más adelante. En él se mantienen los vasos carenados con apéndice de botón, aunque aparecen ya aportaciones materiales nuevas. Como ejemplo muy característico de esta etapa puede considerarse el poblado de San Blas (Villanueva de Sigena).

Se trata de una fase crucial dentro de nuestra Prehistoria por las novedades de diversa índole que durante la misma tienen lugar. Para su estudio, continuaremos con la periodización elaborada por José Luis MAYA:

Bronce Final (1100-700 a. de C.) En esta época se produce lo que podría calificarse de auténtica transformación cultural. Ya hemos aludido en el capítulo precedente a que

Urna funeraria de El Castellazo.

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las provincias de Huesca y Lérida constituían una unidad de civilización, que conllevaba un trasiego de influencias entre ambas vertientes pirenaicas. Fruto de estos contactos sería la implantación en nuestro territorio de un nuevo rito de enterramiento: la cremación o incineración de los cadáveres y la deposición de sus cenizas en urnas mortuorias, que se agrupaban en auténticas necrópolis, situadas en campos cercanos a los núcleos de población. De ahí proviene el nombre, ya antes indicado, de los «campos de urnas», utilizado por la inmensa mayoría de los estudiosos del tema como elemento definidor de esta época de nuestra Prehistoria. Por lo demás, debe señalarse el auge que cobran en este período los utensilios metálicos en bronce; en efecto, el hallazgo de numerosos moldes de fundición pone de manifiesto, no sólo la profusión de materiales de tal índole, sino también la variada tipología de los mismos.

I Edad del Hierro (700-450 a. de C.) No hace demasiados años que se consideraba que entre el Bronce Final y la Edad del Hierro existía un corte cultural importante, pero a través de los últimos trabajos de investigación ha podido comprobarse que, en realidad, ambos períodos configuran un bloque notablemente homogéneo, en el cual, en ocasiones, resulta muy difícil precisar los límites y las características culturales propios de cada una de las fases. Continúan utilizándose las necrópolis de incineración o «campos de urnas» y el panorama arqueológico de los poblados de esta etapa es, básicamente, idéntico al que pertenecería a un Bronce Final, si bien tiene lugar ya, muy tímidamente al principio, una infiltración mínima del nuevo metal, a partir de útiles que inicialmente han de ser de elaboración foránea y que, sólo más adelante, se fabricarán en el propio poblado.

Estructuras tumulares cuadrangulares: La Codera II.

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Túmulo circular de El Castellazo. El mecanismo de entrada de las nuevas fórmulas es una cuestión que no ha quedado todavía satisfactoriamente aclarada. Tradicionalmente, se ligaba su aparición a invasiones de pueblos centroeuropeos, que aportarían, junto al nuevo rito, una cultura y una lengua de tipo indoeuropeo determinantes para el posterior desenvolvimiento de las comunidades indígenas peninsulares. En la actualidad, la teoría de las invasiones se ha visto fuertemente contestada; parece claro que, aunque no pueda ser rechazado en términos absolutos, el concepto de invasión ha de ser considerablemente matizado y, a buen seguro, desprovisto del contenido bélico (o de dominación de unos pueblos sobre otros) que en sí mismo encierra. La entrada de estos elementos nuevos debió de producirse a través de los sectores vasconavarro y catalán de los Pirineos, alcanzando con relativa rapidez la cuenca media del Ebro y, con ella, las comarcas altoaragonesas. Ahora bien, ¿qué incidencia tienen las nuevas aportaciones culturales sobre el poblamiento oscense de la época? De entrada, parece que el sistema de vida que nos ofrecían los poblados de la Edad del Bronce asentados en la tierra baja no sufre un cambio, ni brusco, ni profundo. En muchos casos, los asentamientos poblacionales pervivirán durante el nuevo período y asimilarán sus

técnicas materiales y sus ritos mortuorios. Si existió invasión, ésta no conllevó implicaciones guerreras o destructivas. Por lo demás, la cremación de los cadáveres, que se impone de forma total como uso de enterramiento, obvia cualquier posibilidad de establecer comparaciones antropológicas para dilucidar si realmente hubo o no hubo aportaciones de tipo étnico. Es probable que las hubiera, pues no faltan los topónimos de fuerte evocación céltica o indoeuropea en el sector, pero ignoramos por completo el índice cuantitativo de los recién llegados, así como sus modos de integración respecto a las gentes de antigua implantación sobre el territorio. Es de suponer que las poblaciones autóctonas, de elevada densidad y dueñas de una economía floreciente, debieron de tamizar en gran medida el contenido cultural de las adquisiciones ultramontanas. Los poblados y los «campos de urnas» pertenecientes a esta época y localizados en la tierra baja oscense son numerosos, al igual que en la provincia de Lérida, con la que siguen manteniéndose las analogías. Los núcleos de habitación se emplazan también sobre montículos y, en menor grado, en lugares llanos. Muchos de ellos corresponden a asentamientos ya utilizados en la Edad del Bronce, aunque también son frecuentes los estableci-

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mientos nuevos. Su ubicación hace pensar en una valoración del lugar con fines estratégicos, pues se ocupan las áreas más fácilmente defendibles y controlables. A este mismo respecto habrá que señalar un nuevo factor que surge en esta época: la modificación del terreno mediante el levantamiento de auténticas murallas, en ocasiones exentas y claramente diferenciadas de los sistemas de fortificación anteriores, que se hallaban constituidos casi siempre por los muros traseros de las viviendas, aprovechadas como elemento defensivo. Las necrópolis (o «campos de urnas») se asentaban en las proximidades de los hábitats, y en las mismas se depositaban las urnas cinerarias con ajuares de diversa índole: adornos personales, armamento, vasijas con ofrendas, etc. A veces, las urnas se disponían aisladas, sin ningún tipo de estructura que las protegiera, a no ser un simple hoyo en la tierra o una pequeña losa como tapadera; otras, la urna se veía rodeada por un túmulo o pequeña construcción de piedras, que, salvando dimensiones y distancias cronológicas, guarda cierta similitud con los túmulos dolménicos. Su planta es variable, de forma circular, semicircular, ovalada, cuadrangular, rectangular, etc.; es difícil sentar diferenciaciones cronológicas a partir de los aspectos morfológicos de las estructuras tumulares.

Todas estas consideraciones se refieren, exclusivamente, al llano altoaragonés; la montaña, a pesar de que cuenta con la existencia de elementos característicos de esta etapa cultural, ha dejado ya de ostentar la supremacía de que había hecho gala en los primeros tiempos de nuestra Prehistoria. Puede afirmarse que las tierras altas han perdido definitivamente su protagonismo y que no volverán a recuperarlo en lo sucesivo. En la segunda Edad del Hierro, ya a las puertas de la Historia, mientras la tierra baja se integrará en la civilización ibérica, las zonas montañosas continuarán con sus formas de vida arcaizantes y notablemente marginales. Las fuentes escritas, que representan el límite terminal para esta serie, son muy explícitas al respecto y los datos arqueológicos vienen a confirmarlas totalmente.

6. EL ARTE RUPESTRE ESQUEMÁTICO Pese a las ya mentadas dificultades que existen a la hora de relacionar las pinturas con los lugares de habitación y, en consecuencia, datar correctamente las manifestaciones artísticas, la mayor parte de los investigadores coinciden en fechar el arte esquemático en la Edad del Bronce (tampocó existe acuerdo para lograr una mayor concreción cronológica).

Pinturas esquemáticas de Gallinero.

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Como su mismo nombre indica, el arte esquemático está tipificado por el elevado grado de estilización y esquematismo de las figuras que le son propias; de esta forma, la temática se hace mucho más intrincada si la comparamos con la que nos ofrecía el arte naturalista o levantino, de carácter esencialmente narrativo. Aparecen signos abstractos de dudoso significado, cuya interpretación no nos es posible establecer, mientras que los actores tradicionales de las pinturas rupestres —léase figuras humanas y animales— verán cómo, progresivamente, se irá reduciendo la expresión de sus detalles somáticos, hasta convertirse en unos meros trazos sintéticos, en ocasiones muy difíciles de reconocer. Por otro lado, estas representaciones antropomórficas y animalísticas perderán buena parte de su protagonismo ancestral, pues compartirán los paneles pintados con elementos fuertemente ideográficos (esteliformes, tectiformes, ramiformes, halteriformes, oculados, barras, puntos, etcétera), con los que se combinarán, resultando de ello unas composiciones que bien podrían considerarse como auténticos esquemas codificados. En resumen, puede afirmarse que el arte esquemático se enriquece en cuanto que adopta tipos pictóricos nuevos que, a la vez que hacen más variado su contenido artístico, dan lugar también a una mayor complejidad a la hora de buscarles unas interpretaciones fiables.

La pintura rupestre esquemática se extiende por la práctica totalidad de la Península y, aunque adopte ciertos matices regionales según las áreas, muestra una serie de rasgos genéricos comunes en todo su ámbito. Ahora bien, ¿cuál es el origen de este arte?; ¿cómo se expande?; ¿cuál es su relación cronológica respecto al levantino?; ¿procede evolutivamente de éste? Casi cada investigador responde a su manera a tales preguntas. Parece claro que es muy difícil generalizar y que depende de cada sector geográfico el planteamiento de sus cuestiones específicas. Sin adentrarnos en problemas generales, en el Altoaragón, concretamente en el sector del río Vero, parece que no existe solución de continuidad entre lo levantino y lo esquemático; da la sensación de que éste es posterior a aquél y que emana, aunque sólo en parte, del mismo. Existen superposiciones que así lo indican, además de una serie de figuraciones que podrían representar un estadio intermedio entre uno y otro arte. Se trata de lo que ha dado en llamarse arte subesquemático o seminaturalista, en ocasiones difícil de definir como un arte plenamente personalizado, pero que comprende una serie de pinturas que, si bien muestran ya un elevado índice de estilización, lo que las aproxima a las tendencias esquematizantes, mantienen todavía algunas precisiones gráficas de índole corporal ajenas a la elementalidad sintética propia del arte esquemático.

Vista del tozal de Mallata.

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Pinturas esquemáticas de Lecina Superior. Puede referirse a esta clase de arte toda una serie de figuras aisladas presentes en numerosas covachas de la zona del río Vero, que comparten sus paredes con otras representaciones naturalistas o esquemáticas. Así, deben incluirse en este apartado ejemplares de Arpán L, de Regacens, de Quizans 1, de Mallata I, de Lecina Superior y de Labarta. Todas estas pinturas están ejecutadas en tinta plana, con coloraciones idénticas a las usadas en el arte levantino y en el arte esquemático, pero con la expresión de algunos detalles somáticos (rabo, orejas, proporciones corpóreas) que, en los esquematismos, no se señalan o se tratan de forma más burda. En un abrigo descubierto recientemente en las proximidades de la población de Olvena, se observa un panel entero ocupado por manifestaciones pictóricas seminaturalistas: los cuadrúpedos representados mantienen en gran medida las tradiciones artísticas figurativas, de modo que las directrices esquematizantes no resultan demasiado relevantes sobre ellos, pero, junto a tales animales, se aprecian ya algunos signos de carácter abstracto; éstos anuncian claramente que se está

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produciendo un cambio importante que acabará por modificar definitivamente los usos pictóricos practicados hasta el momento. En cuanto al arte esquemático propiamente dicho, habrá que señalar que a él pertenece la mayor parte de las covachas pintadas localizadas en el Altoaragón, con especial densidad en la cuenca alta del río Vero. Los sujetos de este tipo de pintura continúan siendo básicamente los animales y las figuras humanas; se hace patente, además, un claro incremento de estas últimas, no sólo en lo cuantitativo, sino también en lo tocante a su presencia en la mayor parte de las estaciones conocidas. En algunas de ellas, los antropomorfos se erigen como tema único, acompañados a veces de algunos signos puntiformes o de digitaciones. Su morfología resulta muy variada, pues va de los diseños macizos y torpemente realizados a las múltiples variantes del tipo de brazos de asa o en Phi. Parecen corresponder mayoritariamente al género masculino y tienen bien marcado el sexo en muchas ocasiones.


Pinturas esquemรกticas de Barfaluy II.

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Respecto a las figuras de animales, las mismas tendencias esquematizantes con que fueron realizadas impiden, en gran manera, su correcta identificación. Sólo los cérvidos machos resultan perfectamente cognoscibles, gracias a que se han señalado claramente sus cornamentas.

Los elementos temáticos más novedosos son, sin duda, los signos abstractos, que vienen a dotar al arte esquemático de un contenido esotérico del que carecía el levantino. Están presentes los ramiformes (signos en forma de árbol), las digitaciones y los puntos, y, ya en menor medida, los esteliformes (signos en forma de sol o estrella), los signos circulares con una cruz inscrita —¿rueda o antropomorfo?—, los oculados, etc. Las técnicas y los colores son idénticos a los que regían en las manifestaciones naturalistas, si bien

hay que indicar que se hace mayor uso del negro. Algunas agrupaciones de antropomorfos podrían configurar composiciones escénicas; no faltan las que combinan seres humanos y animales. Todas ellas, a pesar de su carácter esquemático, muestran un fuerte contenido narrativo que resultaría más propio de las representaciones artísticas de tipo naturalista, con las que, en ocasiones, comparten los mismos covachos. Todo ello viene a abonar la suposición de que los esquematismos altoaragoneses se encuentran íntimamente imbricados con las figuraciones naturalistas, de las que a buen seguro procederían (a pesar de determinadas influencias o estímulos foráneos, que darían lugar a la aparición de los signos abstractos como aportación absolutamente inédita).

El barranco de Lecina (río Vero), zona donde se encuentra la mayor concentración de pinturas esquemáticas.

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Escenas de hombres y ciervos de Mallata.

Todavía no se ha resuelto satisfactoriamente el establecimiento de un límite cronológico final para el arte esquemático, pero parece que sus perduraciones podrían llegar perfectamente a la I Edad del Hierro. Con ello enlazaríamos, en tér-

minos temporales, con el episodio dedicado al Bronce Final y a la citada fase cultural. La II Edad del Hierro traerá consigo las primeras fuentes escritas y, por lo tanto, la Historia propiamente dicha.

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7. BIBLIOGRAFÍA BALDELLOU, V., El Neo-eneolítico altoaragonés, en I Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981; El Neolítico de la cerámica impresa en el Alto Aragón, en Le Néolithique Ancien Méditerranéen. Actes du Colloque International de Préhistoire (Montpellier, 1981), Montpellier, 1982; Estado actual de la Prehistoria en el Alto Aragón: aspectos generales, en 4.° Col.loqui Internacional d'Arqueologia de Puigcerdá, Puigcerdá, 1982; El Arte Levantino del río Vero (Huesca), en Juan Cabré Agulló (1882-1982). Encuentro de Homenaje, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1984; El arte rupestre post-paleolítico de la zona del río Vero, «Ars Praehistorica», 3-4 (1984-1985) (Sabadell, 1987). — BALDELLOU, V. y UTRILLA, P., Nuevas dataciones de la Prehistoria oscense, «Trabajos de Prehistoria», 42 (Madrid, 1985). — BALDELLOU, V.; CALVO, M? J. y ANDRES, T., El fenomen megalític a l'Alt Aragó, «Cota Zero», 3 (Vic, 1987). — BALDELLOU, V. y MORENO, G., El hábitat campaniforme en el Alto Aragón, «Bolskan», 3 (Huesca, 1987). — BELTRAN, A. y BALDELLOU, V., Avance al estudio de las cuevas pintadas de Villacantal, «Altamira Symposium» (Madrid, 1981). — MAYA, J. L., La Edad del Bronce y la Primera Edad del Hierro en Huesca, en / Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981. — UTRILLA, P., Paleolítico y Epipaleolítico en Aragón. Estado de la cuestión, en / Reunión de Prehistoria Aragonesa, Huesca, 1981.

Escena de Barfaluy I.

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TÍTULOS DE LA SERIE La siguiente no es una relación cerrada. No obstante, para dar una idea global de su contenido, se indican algunos de los títulos previstos, sin orden de prelación, excepto para los ya publicados o los de inminente aparición. 1.

El monasterio dúplice de Sigena

2.

Nuestros árboles

3.

La Laguna de Sariñena, lugar de encuentro

4.

Los museos altoaragoneses

5.* Guía monumental y artística de Serrablo 6.

Las aves acuáticas del Altoaragón

7.

¿Por qué fue importante Costa?

8.

Roda de Isábena, ex-sede y catedral ribagorzana

9.

Guara, aula de la naturaleza

10.

Fiestas tradicionales del Altoaragón

11.

El Altoaragón antes de la Historia (Edad de Piedra)

12.

El Altoaragón antes de la Historia (Edades de los Metales)

13.

Fósiles del Altoaragón

14.

La arquitectura megalítica — La casa tradicional altoaragonesa —Alquézar, resto vivo del pasado —Setas y hongos del Altoaragón — Plantas medicinales de ayer y de hoy —Los despoblados y su porqué — Los ríos altoaragoneses — Loarre, castillo románico en pie — Los periódicos oscenses —San Juan de la Peña, panteón y símbolo —Artesanos de hoy —Juegos tradicionales altoaragoneses

— Ferias y mercados oscenses —Gastronomía altoaragonesa — Historia geológica altoaragonesa — Biblioteca básica para comprender el Altoaragón — La industria en la provincia oscense — L'Aínsa y sus caminos — El valle de Echo


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-Pi s.. o 4 115.-

Excma. Diputaciรณn Provincial HUESCA


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