EL MONASTERIO DÚPLICE DE SIGENA AGUSTÍN UBIETO ARTETA
INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES DIPUTACIÓN DE HUESCA
Director: BIZÉN D'O RIO Redacción: INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» tienen, sobre todo, una vocación didáctica; están concebidos para enseñar —si es posible, deleitando— de una manera sencilla; pretenden poner al alcance de cuantos se asomen a ellos los más variados temas de la realidad pasada y presente del solar en el que nacen, tierras llanas y quebradas de Huesca. Mas, a pesar de su sencillez, no renuncian ni un ápice a la rigurosidad de sus contenidos. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» no desdeñan los datos y detalles pequeños y elementales, siempre necesarios para el tratamiento analítico de cualquier tema, pero se interesan también, y mucho, por las ideas y los métodos de trabajo. Tienen, por lo tanto, otra intención: la de alentar el espíritu crítico. Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» hablarán de cosas múltiples. De piedras seculares y de odres para aceite y vino; de valles y plantas medicinales; de gentes anónimas y sus comidas, juegos y refranes. De los ríos, tal vez... Los «CUADERNOS ALTOARAGONESES DE TRABAJO» quieren incitar a recorrer, recoger, guardar y admirar; a preguntarse por las cosas, a que cada cual, movido por la curiosidad, trabaje a su manera por defender la cultura de todos.
Edita: Instituto de Estudios Altoaragoneses (2.' ed.) (1 ed. 1986) Autor: Agustín Ubieto Arteta Depósito legal: HU-233/90 ISBN: 84-398-7907-5 Composición: Fot-jomar'd, S.L. Imprime: Grafic RM Color C/. Comercio, Parcela I, nave 3 - Huesca Impreso en España / Printed in Spain
Foto: PANO
El monasterio de Sigena antes de su destrucción.
ÍNDICE 1. EL DEBE Y EL HABER DE LOS MONASTERIOS 2. NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE SIGENA a) Fundación del cenobio —Elección del lugar —Trámites —Fecha de fundación b) Organización interna —Reglamentación del monasterio —Los frailes —Las «dueñas» c) Etapas de la formación del territorio sigenense d) Desarrollo económico —Las donaciones —Las compras —Los préstamos —Exenciones fiscales e) Explotación de los bienes 3. SUPERVIVENCIA Y OCASO DE SIGENA a) La supervivencia de Sigena —El momento estelar de Sigena como centro artístico y cultural —La nueva política fiscal y tributaria —Sigena, hervidero político —La supervivencia b) El ocaso de Sigena
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4. EL MONASTERIO EN LA ACTUALIDAD
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5. BIBLIOGRAFÍA
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Dormitorio de «medias cruces».
1. EL DEBE Y EL HABER DE LOS MONASTERIOS
Un monasterio es un compendio, una suma de cosas, pero ante todo, eso sí, un reducto de oraciones. Rincón de rincones para la plegaria y la meditación; retiro y quietud para reflexiones en solitario y en común; gimnasio de humildad y de obediencia; estación entre el cero y el infinito. Pero los monasterios, en un solar cristiano como el nuestro, han representado muchas otras cosas. Hagamos un repaso somero tomando palabras propias escritas en otras páginas. «Sabemos cuáles son las órdenes monásticas enraizadas en Aragón y dónde estuvieron o están sus principales monasterios, pero ¿basta con eso? Ser monje ¿consistía sólo en ser monje? ¿Su acción fue sólo espiritual? ¿Qué hacen sus abades acompañando por doquier a los reyes? ¿Por qué es más apetecible ser abad de Montearagón que obispo de Huesca? ¿Qué significa aquello de "con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho"? Profundicemos al menos un poco; espiguemos algunos hechos significativos. De la importancia cultural de estos centros tenemos muchos datos. Valga como testimonio el del cordobés San Eulogio que, tras visitar en 848 varios cenobios pirenaicos, nos narrará en una carta cómo en la biblioteca de San Pedro de 2
Siresa había encontrado, y se llevó a tierras andaluzas, las obras de Avieno, Virgilio, Juvenal, Horacio y San Agustín, entre otras, cuando en el resto del occidente europeo habían sido olvidadas casi por completo. Pero fue, quizás, el "scriptorium" de San Juan de la Peña el más importante de los aragoneses. En él se escribieron decisivas historias sobre nuestra tierra y aledaños. Por otra parte, la Iglesia logró, desde el siglo XI, que caballeros feudales y pueblo, en general, respetaran determinados lugares, territorios y personas (iglesias, monasterios, clérigos, pobres, viudas, comerciantes y peregrinos): había nacido la "paz de Dios". De ahí que los monasterios se convirtieran en lugares seguros para guardar los documentos importantes, tanto propios como ajenos, incluidos los del Reino. San Juan de la Peña, Montearagón o Veruela tendrán valiosos archivos, aunque quizás debamos destacar entre todos al de Sigena. Gracias al cuidado de los monjes podemos estudiar hoy nuestra propia historia. Por otro lado, aunque no siempre, la Iglesia actuó muchas veces de avanzadilla. Por ejemplo, la introducción de la reforma cluniacense a tra-
vés de los monasterios fue un revulsivo para el mundo cristiano hispano. Aragón se europeizó: nueva liturgia, favorecimiento de las peregrinaciones, vías de riqueza de todo tipo; se desarrolló la enseñanza, se practicó de manera regular la hospitalidad. Proliferó un nuevo estilo artístico, el románico, la mayor parte de él en pie todavía. Se introdujo, en fin, un nuevo tipo de letra, la carolina, en detrimento de la anterior, la visigótica. Pensemos que nuestra letra actual es, por ejemplo, hija de esta reforma propiciada por los monasterios. Los monasterios actuaron asimismo como ordenadores y administradores de parte del territorio. Primero los condados pirenaicos y luego el Reino aragonés carecieron inicialmente de un aparato burocrático suficiente, tal como hoy lo entendemos, para garantizar su administración. Hasta la aparición de los tenentes, en el siglo XI, los monasterios actuaron en solitario como ordenadores socioeconómicos de sus áreas de influencia. Casi cada valle pirenaico contó con su monasterio, alguno de ellos de carácter privado, y pusieron en explotación las tierras con ayuda de sus moradores. Más tarde, cuando el gran avance reconquistador del siglo XII origine enormes espacios vacíos, sin apenas brazos nuevos, cistercienses y
Foto: PANO
Ntra. Sra. de Sigena o del Coro, hoy desaparecida.
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órdenes militares acometerán una enorme tarea de repoblación. Sigena será, por ejemplo, el ordenador de la vida económica, social y religiosa de los Monegros, sobre unos 820 km2 de tierra: establecerá mercados semanales que han llegado al umbral de nuestros días; repartirá lotes de tierras yermas; fundará auténticas villas de señorío. Veruela actuará en las faldas del Moncayo, sobre unos 150 km2, en competencia con Trasobares y Grisén, estableciendo todo un sistema nuevo de riegos. Casbas, en disputa con el viejo, pero cada vez más influyente Montearagón, se dedicará al Somontano oscense. Rueda limitará con el Bajo Aragón, todo él en manos de las órdenes militares, que tendrán en el Alcañiz calatravo su principal bastión. Más de 7000 km2 serán controlados en el Reino por los monjesguerreros. En todos los casos, el rey pagó esta ayuda con tierras, como hiciera con los señores laicos. La tierra, fundamento de la riqueza hasta bien entrado nuestro siglo, dio poder económico a los monasterios. Y también poder social y político. Los abades de los grandes monasterios formaron parte habitual del séquito real itinerante. Las visitas y estancias reales ennoblecieron las paredes nacidas para la oración. Y llegaron dádivas, exenciones y privilegios. La propia Corona engrandeció tanto algunos de estos cenobios que los reyes los elegirán para su reposo definitivo. Surgió así el monasterio-panteón: San Pedro el Viejo de Huesca; transitoriamente Montearagón; Sigena y, sobre todos, San Juan de la Peña, éste desde el albor mismo del Reino, serán morada última de reyes e infantes aragoneses, hasta que Poblet les hurte tal privilegio. Pero si los reyes se aseguraron las oraciones de los abades principales sobre sus tumbas monásticas, también tuvieron su consejo en vida. Sentados los vemos en la Corte y en las Cortes. A éstas solían ser convocadas por el brazo eclesiástico, junto con los obispos aragoneses, los abades de los principales cenobios del Reino: San Juan de la Peña, Montearagón, San Victorián, Veruela, Piedra, Rueda y, en menor escala, los de Santa Cristina de Somport, Fuenclara y Santa Fe. Por último, los monasterios posibilitaron durante siglos que la masa popular campesina tuviera caminos para acceder a la salvación, de acuerdo con los postulados católicos, sin tener que cambiar de orden, es decir, como seglares. Una vía importante consistía en la adhesión a la vida 4
monástica, bien como donados bien como legos. Los donados se entregaban a un monasterio —viviendo incluso en comunidad y hasta con su propia familia y bienes— por la sola garantía del sustento; los legos ingresaban en un cenobio para ayudar a la tareas materiales de la comunidad, siendo excluidos de la liturgia, del coro y de la enseñanza. Eran quienes aseguraban el fun-
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cionamiento de la cocina, panadería, zapatería, granjas y explotaciones agrícolas, y eran muy frecuentes entre los cluniacenses, cistercienses y cartujos. La ciudad disponía de otras vías, como la de las cofradías religiosas. Pero finalicemos. Tras sucesivas reformas entre los siglos XV y XVII, las órdenes monásticas, y las religiosas también, llegaron al siglo XVIII pujantes, formando parte del sistema señorial. Pero el siglo XIX fue amargo para la mayor parte. Su existencia, a causa de sus excesivas posesiones territoriales acumuladas, significaba un gran problema para la intensificación agraria del país, aunque no debemos olvidar los grandes señoríos y latifundios laicos y aun comunales. Este clima enrarecido desembocó en varios procesos
de desamortización. Luego, la última guerra civil y la crisis vocacional, debida a causas diversas, acabaron por vaciar sus claustros. Dejando aparte una vez más a las comunidades de las órdenes religiosas, las cenobíticas, las que acabamos de ver, apenas si sobreviven hoy. La mayor parte de los monasterios han cerrado sus puertas, cuando no se hallan en estado ruinoso. Joyas arquitectónicas del románico, gótico o barroco se tambalean con cada trueno nuevo: Santa Fe es un ejemplo; otras sirven de aprisco, como el recinto murado de la Cartuja de Fuentes. Comunidades hay que quizás desaparezcan con la última de sus monjas actuales, como en Casbas o en Santa Clara de Huesca;
otras piden préstamos humanos, como Sigena. Las únicas que sobreviven, aparte los Cartujos de Aula Dei, son aquéllas órdenes que, surgidas monásticas en el renaciente mundo urbano medieval, se adaptaron plenamente a la ciudad, dominicos y franciscanos entre ellas. Todos los monasterios desempeñaron un papel, varios papeles, entre el pueblo; todos tienen su debe y su haber...» Es en este contexto multiforme en el que encaja el cenobio sigenense, a finales del siglo XII. En su nacimiento, la monarquía aragonesa va a desempeñar un papel primordial.
2. NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE SIGENA
Los monasterios de monjas hospitalarias nacieron generalmente junto a un convento masculino, como complemento de él y de cuyo abad solían depender; eran los monasterios denominados dúplices, no mixtos, y cuyo origen en España habría que buscarlo en la época visigoda. El primero de los monasterios sanjuanistas femeninos nació en los primeros días de la aparición de la Orden, establecido en Jerusalén y destinado a cuidar de las mujeres pobres enfermas. La vida de este primer monasterio terminaba en
1187, tras la toma de la ciudad por Saladino, huyendo la comunidad hacia Occidente. Desde el siglo XII hasta finales del XV, van surgiendo a todo lo largo y ancho de la geografía cristiana monasterios femeninos hospitalarios, sin que se pueda asegurar cuál fue el primero de ellos en el tiempo, tras el primitivo de Jerusalén. Limitándonos a la Península Ibérica, parece que el primero, aunque de vida efímera, fue el de Grisén (1176), al que le siguió el de Sigena (1188). En la Corona de Aragón surgieron varios, 5
pero, a excepción de Alguaire y Sigena, todos los demás habían desaparecido a principios del siglo XIV. Los conventos de religiosas hospitalarias fuera de la Corona aragonesa fueron de fundación muy posterior. Los hubo en Tordesillas y Zamora, en Puente la Reina, en Salinas de Añana, en Sevilla, amén de los de Estremoz y Évora, en el reino de Portugal. Generalmente las «dueñas» y monjas de la Orden de San Juan de Jerusalén vivían en clausura, aun cuando fuera precisamente Sigena la única excepción, pues gozó del privilegio de libertad, motivado —dicen los cronistas sigenenses— por la insalubridad del terreno donde se había construido. Todos los monasterios sanjuanistas dependían ya del prior o gran maestre de la Orden, ya del prior o castellán de la demarcación en la que habitaban, es decir, de las distintas castellanías.
Estos monasterios nacieron fundamentalmente para la oración y la realización de obras piadosas y, en general, las monjas hospitalarias fueron bien vistas y consideradas por sus contemporáneos. Los claustros de sus conventos estuvieron llenos de señoras nobles, pues las familias de mayor abolengo tuvieron a gala contar con una monja en alguno de los monasterios hospitalarios y, sobre todo, en Aragón, en el monasterio de Sigena. El hábito de las hospitalarias era negro, con una cruz de tela blanca de ocho puntas, colocada en el lado derecho, generalmente; la distinción entre las «sorores» y <dueñas» de un monasterio y otro estribaba en pequeñas variaciones del hábito o en la colocación de las cruces. Junto a los frailes hospitalarios, semimonjessemiguerreros, cuya única mira de sus actuaciones estaba puesta en los Santos Lugares y en su
Foto: PANO
«Dueñas» o «cruces enteras».
Y tenían como principales prerrogativas las de libertad de elección de la priora y administración directa, privilegios, sobre todo el primero, que motivaron en multitud de ocasiones luchas y reclamaciones contra los priores, castellanes y gran prior, quienes pretendían ser dueños absolutos de tales comunidades.
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redención, le nace a la Orden del Hospital un nuevo brazo, el que reza, que por el origen noble de sus componentes adquirirá pronto toda clase de privilegios que les conferirán con rapidez una gran potencia económica. Generalmente los monasterios femeninos, desde la época visigoda, habían surgido a la sombra
de los masculinos, aunque también hubo excepciones, de los que dependían. Pero en el caso del monasterio sigenense ocurrirá lo contrario: el claustro de frailes estará supeditado a los designios de la priora, quien, asesorada por la comunidad de <dueñas», a la vez que por la de frailes, será la que gobierne. El caso de Sigena es, una vez más, el prototipo, puesto que, aun no siendo el primer monasterio hospitalario dúplice de la Península, es el que mayor influencia tendrá y el más duradero, con predominio de la comunidad femenina sobre la masculina.
a) Fundación del cenobio Poco después de la introducción de los Hospitalarios en Aragón debieron surgir, como se ha indicado, las primeras mujeres simpatizantes de la Orden, inicialmente medio seglares medio religiosas, pero sin concretarse bajo ninguna asociación. Sín embargo, en todas ellas debía existir cierto espíritu común, sobre todo entre las de la nobleza, más abiertas a toda influencia cultural y a toda innovación institucional y religiosa. No debemos pasar por alto el hecho de que las órdenes del Hospital y del Temple estaban de moda, tanto por la importancia adquirida tras el
testamento de Alfonso I el Batallador como por la fama ganada en defensa de los Santos Lugares. Entre ambas, el espíritu femenino eligió aquella que mejor satisfacía sus anhelos, brindándoles la oportunidad de dedicarse a las funciones caritativas para con los enfermos de su sexo. Faltaba únicamente la persona capaz de aunar todos esos deseos y esfuerzos sueltos. El espíritu innovador hospitalario que flotaba en el medio ambiente debió invadir también a la reina aragonesa doña Sancha, mujer de Alfonso II, y a las damas que le rodeaban. La jerarquía sanjuanista y la realeza aragonesa estaban de acuerdo; la nobleza asintió también, como lo demuestra el hecho de que todas las primeras «dueñas» del nuevo monasterio fueron de familia noble, y siguiéronlo siendo hasta bien entrada la Edad Moderna. Faltaba únicamente el asentimiento del papa, quien, a ruegos de doña Sancha, no hizo esperar su confirmación. Nada dice la documentación acerca del motivo de la fundación de Sigena; por tanto, todo lo anterior son suposiciones. Pero lo que tampoco dice es que se debiera a un hecho milagroso, como nos quiere hacer creer Marco Antonio Varón en su Historia del Real Monasterio de Sigena. Dicho autor basa los motivos en una tradición,
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Ventana románica del ábside.
Doña Sancha, la fundadora.
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extendidísima durante los siglos XIII y XIV para otros lugares similares, según la cual una imagen de la Virgen desaparece de una iglesia o ermita, en este caso la de Sigena. y aparece en otro lugar donde es encontrada por una persona o por un animal, un toro y en una laguna, nuestro caso. Se restituye la imagen a su altar y vuelve a emigrar, y así repetidas veces, hasta que las admiradas y estupefactas gentes sacan la consecuencia lógica del reiterado hecho: la Virgen quiere estar en el lugar elegido, por lo que hay que hacerle un abrigo decoroso, levantarle un altar, una iglesia, un monasterio.
Elección del lugar Con la consolidación de las conquistas de Ramón Berenguer IV y Alfonso II, quedaba todavía una zona comprendida entre el Somontano os-
cense y la línea de Morella-Teruel, donde persistía la misma población, la antigua población, pero dejada un tanto a su iniciativa y a la de algunos nobles, mientras las miras de los reyes se posaban en la ocupación del Reino valenciano y aun murciano. Detrás de esa línea, los obispos de Zaragoza, Huesca y Lérida y las órdenes militares no daban abasto en su tarea cultural, cristianizadora y repobladora. Por otro lado, los viejos monasterios del Pirineo no alcanzan ya, ni por su lejanía ni por su viejo sistema de explotación, a dominar estas tierras bajas. Para remediar esto tendrá lugar ahora una nueva floración monástica bajo el signo cisterciense: Veruela, Santes Creus, Poblet, etc. Pero entre éstos y los citados obispados queda una zona de sabinas y ontinares —comprendida entre los ríos Cinca y Alcanadre y los Monegros— que, aunque nada más por su situación, privilegiada en esta época, había de tener cierta importancia.
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Foto: ARRIBAS
Leyenda del origen de Sigena. (Grabado del s. XVII.)
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Ésta es una tierra de nadie, donde, al parecer, no se conoce ninguna tenencia, aunque sí está rodeada por varias de ellas: Fuentes, Sariñena y Mequinenza, por lo menos en 1134, situación que debió continuar igual en los años en los que va a nacer el monasterio de Sigena. Para una corte itinerante como la aragonesa de esta época, Sigena era punto obligado de paso en los caminos que llevan desde Huesca o Barbastro al Ebro, a Fraga y a Lérida, estando equidistante de Zaragoza, Huesca, Barbastro, LéFida y de los valles de los ríos Aguas, Martín, Guadalope y Matarraña. Por eso no es de extrañar que los reyes aragoneses estuvieran interesados en asegurarse en esta zona una base, hablando en términos actuales. En adelante, veremos cómo la importancia del enclave hará que el monasterio de Sigena guarde en su archivo numerosos documentos relativos a los asuntos del Reino, sobre todo en el siglo XIII, desde donde fácilmente y con toda celeridad podían ser recuperados. Porque Sigena, aparte de ser un monasterio del Hospital, estuvo, desde su fundación misma, íntimamente ligado a los reyes de Aragón.
Por otro lado, Sigena surge como un foco repoblador de primera magnitud. La Corona dejará en manos de la priora la dirección de esta repoblación, importante por tratarse de un territorio en el que, por sus características edafológicas y climáticas, la población era escasa.
El lugar donde está enclavado exactamente el monasterio es el más bajo de la región, formando un verdadero oasis alargado. Más ancho el valle en su lado izquierdo, estaba y está recorrido por numerosas acequias derivadas del río Alcanadre (las del Molino, Presiñena, de la Ribera, etc.), que aseguraban el riego a media ladera. Frente a Sigena estaba situada la villa de Urgellet, ya en la parte alta de la margen derecha del Alcanadre, con una pequeña población de cincuenta vecinos y hoy desaparecida. Este pueblo, con Sigena y Sena, aguas arriba del río, serán los que formarán, en principio, con sus términos, el núcleo inicial del monasterio que, por ser construido en Sigena, recibiría este nombre.
Trámites Resuelta doña Sancha a fundar un monasterio femenino de religiosas hospitalarias y eligiendo en Sigena, como centro de las tierras recién conquistadas, el lugar apropiado, se dispuso a tramitar las cuestiones previas a la fundación, llevando a cabo una intensa tarea negociadora y va-
rios cambios y permutas de tierras. Merced a estos cambios y a su propio sacrificio, doña Sancha se convirtió en dueña de las villas de Sena, Sigena y Urgellet, como se ha indicado, y del monasterio de Sigena que, en adelante, quedaría doblemente vinculado a la castellanía de Amposta y a la Corona aragonesa.
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De hecho, en marzo de 1188 surgía <‹ad construendum et hedificandum monasterium et habitaculum dominarum ut semper ibi vivant ad honorem Dei Omnipotenti et Beate lohani Baptiste et sub regule sacratissime Hospitalis, simul cum additamentis regule quas ego illi addidi, scilicet sancti Augustini hoc additamentum feci». El nuevo convento debió construirse junto a la casa de frailes sanjuanistas de la encomienda que, desde tiempos de Ramón Berenguer IV, funcionaba en Sigena, conviviendo, aunque en edificios separados, «dueñas» y «freires», hecho que dio origen a la duplicidad, que sería una de sus notas más características.
Fecha de fundación Oficialmente, el nuevo monasterio nacía en marzo de 1188, estando la comunidad, casi con toda seguridad, formada en abril del mismo año. Según Pano, las obras del edificio habían comenzado en 1183, lo que parece más que improbable, puesto que todavía era problemática su fundación. Lo más verosímil es que, en principio, aprovecharan algún edificio de la villa de Sigena en tanto se construían el monasterio y una nueva población, algo apartada de éste, a la que se trasladarían los desplazados habitantes de Sigena: Villanueva de Sigena.
b) Organización interna Reglamentación del monasterio Las monjas hospitalarias siguieron en principio la regla de San Agustín, suma de normas que resultaba incompleta e insuficiente para guiar una comunidad. Apercibidos el maestre de Amposta y la reina doña Sancha de estos defectos, trataron de compensarlos con la redacción de otra regla, trabajo que fue encomendado al obispo de Huesca, Ricardo, quien la teminaba en octubre de 1188 y que sería, en adelante, con más o menos transformaciones, el modelo por el que se iban a regir casi todos los monasterios femeninos de la Orden de San Juan. Redactada la nueva regla por Ricardo, que describía minuto a minuto la vida del monasterio, Sigena llegó a poseer dos reglas distintas: la de San Agustín, propia del Hospital, y la privativa del monasterio. Sin embargo, todavía quedaban pendientes de resolución algunos puntos vitalísimos para la futura vida de la Casa, cuales eran las relaciones que habían de mantener con las jerarquías del Hospital y, en general, con toda la Orden.
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El refectorio antes de su destrucción.
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Para solucionar este vacío, y mediante la promulgación de algunos documentos por el prior de San Gil y el castellán de Amposta, se fue creando un tercer cuerpo legislativo y regulador, que iría modificándose, según las circunstancias.
con el monasterio, sus territorios, las iglesias, las «dueñas» y los mismos frailes, quienes, junto al claustro femenino, se habían puesto frente a la castellanía.
Los papas, por su parte, a la vez que extendían bulas y privilegios tomando bajo su protección y amparo al monasterio, añadían nuevas cláusulas que estaban destinadas a unirse a este tercer cuerpo legislativo sigenense.
Las «dueñas»
Muy posterior es la redacción de una compilación reguladora, pues data de 1588. Se trata de un cuerpo de tradiciones que, con el tiempo, se hicieron ley en la Casa, dirigidas todas ellas a dar un mayor boato y solemnidad a los cultos y actos comunitarios.
El monasterio femenino sigenense nació para acoger fundamentalmente a las damas de la nobleza aragonesa, incluida la familia real. Los más ilustres apellidos de la época se mezclan aquí, conviviendo las Lizana con las Urrea, Luesia, Estopiñán, Entenza, Benavente, Aliaga, Biota, etc., hijas o hermanas de lugartenientes, alféreces, bailes, justicias, etc., de los reyes de la Corona de Aragón.
Los frailes Cuando la reina doña Sancha instaura el claustro femenino sigenense, de acuerdo con los responsables de la Orden sanjuanista, los frailes que allí estaban permanecieron junto a él, formando parte de la vida del monasterio, a la vez que, poco a poco, se fueron desligando de su casa madre. Estos frailes van a desempeñar dentro del monasterio un papel determinado. Primeramente son los que atienden todo lo referente al culto y a la vida espiritual de las «dueñas»; en segundo lugar, parecen ser, en principio, los administradores de las tierras y de los bienes del cenobio, pero en dependencia constante del claustro femenino a la hora de tomar las decisiones. A la muerte de la reina, frente a la priora omnipotente, surge el «prior» del convento masculino. Es decir, dentro de la relativa autonomía de Sigena surgen dos conventos paralelos —«dueñas» y «freires»— cada cual con su jerarquía, pero siempre el convento masculino supeditado a la priora del femenino. Este grupo de frailes admitirá, como el femenino, donados, conseguirá donaciones de los fieles y aportará al monasterio sus bienes y sus hombres. Estos frailes eran, en definitiva, los que unían al monasterio sigenense con el Hospital. Ahora bien, tras la primera generación de frailes, la que le sustituya tendrá un carácter diferente, gestándose entonces la ruptura entre Sigena y Amposta, ruptura que cristalizará a fines del siglo XIII. En efecto, cuando a finales de esta centuria el monasterio incurra en la pena de excomunión y entredicho, quedan incluidos en ella,
Escudo de Sancha de Abiego, priora.
Este convento femenino se componía de tres clases o estamentos diferentes de los que la regla obliga de forma distinta: sorores o «domne», iuniores y obedienciales. Sin duda alguna, la clase más importante e influyente es la primera, la esencia del monasterio; la clase segunda está compuesta por niñas todavía, entregadas a la vida religiosa por sus padres y que viven en el monasterio tuteladas por las «domne»; el tercer grupo, las obedienciales, lo componen las servidoras de la Casa, aunque quizás conviniera decir mejor, de las señoras nobles recluidas en ella. Estas servidoras serían las llamadas de «media cruz», frente al primer grupo, las «sorores», «domine», «claustrenses» o «maiores», que serían las de <‹cruz entera». 11
La «cellararia» se convierte en uno de los cargos segundones de mayor importancia, puesto que es la responsable de todo lo que pueda ocurrir en cada compartimento después de que la encargada correspondiente al mismo le haya entregado las llaves. Los demás trabajos del monasterio están dirigidos personalmente por las «cameraria», «dormitararia», «helemosinaria», «infirmararia», “minutrix sanguinis», etc. Cada una de ellas está asistida por «famule», encargadas de desempeñar las tareas más penosas, lo que hoy llamaríamos trabajos mecánicos. En el monasterio de Sigena, en principio, no existen celdas. Cada uno de los grupos citados vive en comunidad en su convento y, aun cuando se unan para algunos actos, forman bloques aparte, como en el refectorio o en el dormitorio, y aun en el propio coro. Foto: PANO «Media cruz.»
De los grupos primero y tercero saldrán los cargos comunitarios, “dignitates» los unos, «officiales» los otros. El monasterio, tanto el claustro femenino como el masculino, estaba dirigido por la «priora», que reúne en sus manos todos los poderes. Es la cabeza tanto externa como interna de Sigena. En caso de ausencia, le sustituye la «subpriorisa».
Así como al hablar del claustro masculino nos hallamos ante una carencia absoluta de datos acerca de su vida diaria, la del claustro femenino se halla prolijamente recogida en la regla.
Tras estos dos cargos, los más importantes de todos, de entre las «dignitates», aparece la «sacrista», elegida por la priora, teniendo como encargo principal el cuidado de las lámparas y candelabros de la iglesia, el dar las señales con la campanilla después de cada oración, preparar el incensario para aquellas ceremonias que lo requieran. A juzgar por la documentación, es el cargo más estable de todos. También las «magistra» o «magistra prior pueIlarum» o «custodes puellarum» son «dignitates». Están al tanto de la educación religiosa, comunitaria y cultural de las niñas, futuras «dueñas», entregadas al monasterio en temprana edad. Entre los cargos «officiales», la «precentrix», como la «cantrix», dirigen los cánticos y los rezos en el coro y en las procesiones conventuales. La «refectoraria» es la encargada del comedor, de distribuir el pan y el vino en las mesas junto con los demás alimentos y la sal, así como procurar que se lleve a cabo la limpieza del comedor, cuya puerta está encargada de cerrar, entregando la llave a la «cellararia» o ,‹clavera». 12
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Alfonso II, rey de Aragón y gran protector del monasterio.
c) Etapas de la formación del territorio sigenense La casi totalidad del patrimonio territorial sigenense se configuró en las primeras décadas de su existencia, diferenciándose cuatro etapas, de desigual duración. —Durante la primera, que se puede denominar de «nacimiento y formación del monasterio (1188-1208)», se incorporan, en torno ala Casa, las villas de Sigena, Sena y Urgellet, unas 25000 hectáreas, aproximadamente, de las que unas 650 eran de regadío. Constituían el donativo fundacional de la reina Sancha. Este núcleo primitivo se vio pronto agrandado por las aportaciones de Alfonso II, de Candasnos (1188), Ontiñena (1194), más todo lo que el monarca poseía en Alcubierre. Pero los dominios del monasterio no se limitaron solamente a las tierras que rodeaban a la Casa, sino que irán surgiendo a la vez otros focos menores en las villas y ciudades más grandes y prósperas de la Corona de Aragón. Estas tierras pasaban a Sigena, casi sin excepción, mediante donaciones particulares, siempre más pobres que las de los mismos reyes; podían llegar a manos sigenenses mediante las dotes de las «dueñas» que ingresaban en el monasterio; en otras ocasiones, son los donados los que, en nú-
mero cada vez más creciente hasta mediados del siglo XIII, con pequeñas dádivas piadosas, en forma de dinero, objetos de uso personal y tierras, incrementaban, en lugares diversos, los bienes de Sigena. Destacan dos tipos de núcleos: los del Somontano oscense y los periféricos dispersos. Dentro de los núcleos del Somontano, Huesca (donde llegó a constituirse un barrio de Sigena), Barbastro y Aguas serán los más notables. De entre los núcleos dispersos, que fueron muchos, destaquemos, al menos, los de Tortosa, Lérida, Montroig y Calamocha. —La segunda etapa, de «gran expansión territorial del monasterio (1208-1237)% es fundamental para Sigena. Cuando en noviembre de 1208 moría doña Sancha, la reina, a pesar de su herencia, el monasterio había quedado al límite de sus posibilidades económicas, puesto que hubo que hacer frente a los gastos de su construcción. Por otro lado, la muerte de la reina fundadora suponía un relajamiento en lo que pudiéramos llamar protección real, máxime ahora cuando el rey se hallaba enfrascado en una doble lucha agotadora (Midí francés y frontera levantina) y con problemas acuciantes que resolver con el rey de Castilla y aun de su propio reino.
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Foto: PANO
El claustro.
El coro, acto comunitario.
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LANUEVA ALBALATE
URGELLET
ALCOLEA BALLOBAR
LÉRIDA
ZARAGOZA • FUENTES
BUJARALOZ • PINA
,CANDASNOS 1FR A te, •
1188-1208 1208-1237 1237-1281 1281-1300
FORMACIÓN DEL PATRIMONIO SIGENENSE Sin embargo, doña Ozenda de Lizana, su primera priora, saldrá adelante. Su política es bien clara. Primeramente, ampliar el patrimonio territorial primitivo del monasterio a lo largo del Alcanadre y del Flumen. En segundo lugar, penetrar en los Monegros, que le aseguraban una buena tierra de labor una vez roturada, y magníficos pastos y bosques, en aquel entonces. En tercer lugar, consolidar y agrandar las posesiones de las ciudades y núcleos periféricos del Somontano oscense, bien a base de donaciones bien mediante compras, si aquéllas faltaban. Y, en cuarto lugar, propagar las ventajas espirituales que era capaz de proporcionar el monasterio para que, ganados los espíritus de los fieles, pudiera redundar esto no sólo en el terreno espiritual y religioso para los hombres, sino también en el espiritual y material para el monasterio. En 1209, Pedro II entregaba definitivamente Candasnos a Sigena; en 1212, eran la villa y los términos de Lanaja. El núcleo central pasaba así de unos 387 km2 a cerca de 691 km2. Y seguían las donaciones, como la de Ballobar (1212). 14
Jaime I, viendo cuán útil era el monasterio para llevar a cabo una feliz labor repobladora, le confirmaba, en 1226, algunas donaciones hechas por sus antecesores doña Sancha, Alfonso II y Pedro II, eligiendo poco después su sepultura en el cenobio sigenense, aunque luego sería enterrado en el de Poblet. En 1227, hacía donación, a la priora Sancha Jiménez de Urrea, del castillo de Sariñena. En 1229, cuando el prior de San Jorge de Alfama, decide vender el castillo y la villa de Bujaraloz, la priora sigenense no duda en comprarlos, ansiosa de ensanchar sus límites por el sur hacia el Ebro y los Monegros, en tierras ya del obispado de Zaragoza. Pero esta adquisición costó no pocas negociaciones con los habitantes de Pina, que se creían con derecho a dichas tierras. Tras la adquisición de Bujaraloz, quedaba un espacio libre entre sus términos y los de Candasnos que la priora trató de conseguir a toda costa. Y, efectivamente, en 1235, Jaime I concedía
al monasterio el castillo y la villa de Peñalba, con todos sus términos. Con la adquisición de Bujaraloz y Peñalba, Sigena engrosaba sus posesiones del núcleo central en unos 276 km2 más, habiendo alcanzado por el sur los límites máximos que le permitían los concejos de Pina y Fraga. En 1226, a su vez, era por la parte norte el ensanchamiento merced a la donación que Poncio Hugón, hermano de la condesa de Alamañac, donada de Sigena, hizo al monasterio de una parte de sus territorios de Alcolea. El año 1235 marca, por tanto, el límite cronológico de la gran expansión sigenense en el núcleo central. La atención de las «prioras» se detendrá, en adelante, en los núcleos periféricos, fundamentalmente en los de Huesca, Barbastro y Aguas. —Durante la tercera etapa, de <<consolidación y estabilización del dominio territorial (12371281)% la expansión por el reino de Valencia va a ser fatal para Sigena. El rey se ve desplazado de la línea Zaragoza, Huesca, Barbastro, Lérida y Barcelona para dedicarse cada día con mayor ahínco a los ambientes catalán y valenciano. Desde luego, el núcleo central ha conseguido sus límites máximos en el período anterior. Naturalmente habría que tener en cuenta si todavía le quedaban tierras al rey en esta zona; aunque documentalmente es difícil hacerlo, tal vez fuera posible la expansión hacia el Gállego.
que llevan a Jaime I a intervenir constantemente para sofocara los nobles dueños de tierras aledañas de las sigenenses. Por último, los términos alejados del monasterio, los periféricos, cobran inusitado interés. Casi se podría decir que las miras de las <dueñas» y «freires» de Sigena se centran ahora más en los núcleos periféricos de Huesca y Barbastro que en las propias tierras que les rodean. Porque ven que, desde el punto de vista expansivo, estos focos alejados son los únicos que les brindan posibilidades. —La cuarta etapa es de <decadencia (12811300)» en todos los aspectos, pero especialmente en el relativo a la formación patrimonial. Si las donaciones se han terminado, por otro lado, el aumento progresivo de las deudas del propio monasterio alcanza caracteres alarmantes, por lo que la adquisición de tierras y bienes mediante compra les está vedado. Si añadimos a estas dos circunstancias una tercera, todavía de mayor gravedad, las luchas internas suscitadas entre las mismas «dueñas» y la oposición hacia la castellanía de Amposta, veremos a la priora sigenense carecer de toda iniciativa.
Por otro lado, junto a la penuria y escasez de las aportaciones de la Corona, también las donaciones de particulares escasean cada vez más. La nobleza es asimismo parca en este sentido, registrándose sólo una donación importante, debida a Rodrigo de Lizana, mediante la cual pasaban al monasterio, en 1252, grandes y extensas heredades en Olivito. Por último, las entregas voluntarias de los donados van disminuyendo vertiginosamente, hasta casi desaparecer. En definitiva, las adquisiciones territoriales gratuitas han terminado para Sigena. Como, por otra parte, las «prioras» del momento no estuvieron dispuestas a gastar ni un sueldo en conseguir nuevas tierras, ello significó que la expansión territorial de Sigena había terminado ya. Pero comienza ahora una intensa tarea repobladora. Por otra parte, también empiezan en esta época una serie ininterrumpida de litigios fronterizos
Foto. PANO
El esplendor económico permitió realizaciones como la decoración de la sala capitular.
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Llegado a este momento, forzoso es hablar del papel desempeñado por Jaime II. Su inquietud por las cosas sigenenses le llevó a intervenir en el cisma interno del cenobio; se opuso a las usurpaciones de la nobleza y al afán independentista de algunas de las villas de señorío sigenenses; contra los municipios colindantes con las tierras del monasterio, que pretendían aprovecharse de sus montes y pastos; y contra quienes ponían obstáculos para que llevaran a moler el trigo a los molinos dependientes de Sigena. En fin, en 1298, Jaime II tomaba decididamente a Sigena bajo su amparo y protección. Sigena vuelve a ser considerado por la monarquía aragonesa como algo propio que debe ser defendido. Este amparo regio, que salvará a Sigena de la más probable desaparición, llegará a su punto culminante cuando, en 1321, alcance el cargo de «priora» la infanta de Aragón doña Blanca. Pero en todo lo que resta de la Edad Media y hasta los días de la desamortización, el monasterio no incorporará más que pequeñas parcelas de terreno. Vivirá de los dominios conseguidos en el siglo XIII.
d) Desarrollo económico Las cuatro fases que hemos reseñado al hablar de la formación territorial se corresponden con otras tantas paralelas, referentes al desarrollo económico del cenobio. La acumulación de bienes se efectúa por medios y procedimientos diversos: donaciones, exenciones tributarias y fiscales, préstamos, compras o la puesta en explotación de los bienes ya existentes. Está claro que no todas estas formas adquisitivas coinciden a la vez en el tiempo, sino que predominarán, según las etapas, unas u otras; a la decadencia de una de esas formas adquisitivas le sucede otra, como evolución o consecuencia inmediata.
Las donaciones Durante los primeros años de la vida del monasterio, las donaciones son casi exclusivamente la única fuente de ingresos. Sobre ellas gravitará todo el sistema económico del monasterio. Cuando empiezan a escasear, la economía sigenense tendrá que recurrir a otro sistema, a otros métodos adquisitivos, a la implantación de otras fuentes de ingresos. 16
—Desde el primer momento de la fundación, los reyes aragoneses beneficiaron a Sigena con donaciones piadosas, generalmente «pro remedio anime mee». Estas donaciones reales son muy variadas: casas, molinos, tierras sin especificar, castillos y villas con sus términos y habitantes. Hombres con o sin sus familias (generalmente musulmanes y judíos); bienes en especie y otros aleatorios (dinero, joyas, rentas o explotación de bienes diversos). Todas estas donaciones solían serlo a perpetuidad. Durante la etapa de «nacimiento y formación» (1188-1208), tienen lugar el 36 % de las donaciones reales recibidas por el monasterio, entre 1188 y 1300. Desde 1208 hasta 1237, etapa de «gran expansión territorial» (la segunda), el porcentaje disminuye hasta el 30 %, debiendo poner de relieve que desde la muerte de Pedro II (1213) y durante toda la minoría de Jaime 1(1226) no se registra ninguna. Sin embargo, conviene resaltar que, aun cuando el porcentaje es menor que en la primera etapa, la calidad y magnitud de los bienes donados es mayor, sobre todo en los inmuebles. En la tercera etapa, «de consolidación y estabilización territorial» (1237-1281), el número de donaciones reales disminuye al 16,6 % del total, tónica que se mantendrá durante el cuarto período, de «decadencia» (1281-1300), gracias a los cuidados y desvelos de Jaime II. Para este período final hay que hacer constar que no se trata de donaciones de carácter territorial, sino en forma de exenciones. —Junto a las donaciones debidas a los reyes, hay una muy importante aportación de donativos particulares, en agradecimiento de servicios y favores recibidos del monasterio, «ob remedio anima mea et parentum meorum» o «intuitu pietatis et amore divino». Otras veces se debe a entregas testamentarias. La naturaleza de estos bienes es muy diversa: huertos, viñas, campos, casas, heredades, iglesias, villas, ganados, bienes en especie (cera, aceite, trigo), censos sobre casas o viñas, donaciónes de dinero, etc. Desde 1188 hasta 1208, fecha del fallecimiento de doña Sancha, el número de donaciones particulares es similar al de la monarquía (30,7 %), para pasar a ser marcadamente superior en la segunda etapa (1208-1237), ascendiendo al 50 %. En la tercera etapa comienza, como en el caso de las donaciones reales, un rápido descenso (15,3 %), que alcanzará proporciones alarmantes entre 1281 y 1300 (3,8 %).
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DONADOS
DONACIONES Y COMPRAS
60 50 40 30 20 10 O 1188 1208
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1281
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1188 1208
1237
1281 1300
DONACIONES REALES
DONADOS QUE APORTAN BIENES
DONACIONES PARTICULARES
DONADOS QUE RECIBEN BIENES O NO APORTAN NADA
COMPRAS
—Un tercer grupo de donaciones, además de las reales y particulares, son las aportadas por los llamados <donados» al monasterio, hombres y mujeres que se entregaron en número creciente durante las dos primeras etapas de su historia. Pero debemos considerar dos clases de donados. Primeramente los que junto con su cuerpo y alma entregan un donativo, una dote, al monasterio. En segundo lugar, los que, además de participar de los bienes y ventajas espirituales de la comunidad sigenense, participan asimismo de ciertos beneficios temporales, sin entregar ningún donativo a cambio. Es decir, existe una clara división entre los «donados» que aportan algún bien material a Sigena y los que reciben de Sigena, división que viene marcada al final del segundo período de la vida del monasterio, hacia 1235-1240. Paralelamente, pues, a las donaciones reales y de particulares, las entregas materiales de estos «donados» suponen otro gran ingreso, que alcanza su máximo apogeo entre los años 1208 y 1237.
Las compras Un segundo sistema de adquisición de bienes se realiza mediante compras, contrapuesto a ese triple descenso señalado en la adquisición de bienes por donación. En el primer período de vida del monasterio (1188-1208), se efectúan el 9,5 % de las compras totales; en la segunda etapa (1208-1237), el
28,5 %; en la tercera (1237-1281), ascienden al 52,3 %, para descender durante el período de «decadencia» (1281-1300) a un 9,5 0/0. Las compras suplen, pues, la falta de donaciones del período tercero, en tanto que el cuarto, unas y otras son escasas. A este doble proceso ascendente y descendente se le añadirán las deudas crecientes. En su conjunto, esta decadencia se tratará de atenuar mediante el logro de exenciones tributarias y fiscales, otorgadas principalmente por Jaime II.
Los préstamos Ciertamente que los religiosos hospitalarios procuraron dar movilidad al dinero. Los templarios se convirtieron, por su lado, en auténticos banqueros de las monarquías occidentales. Sin embargo, parece que el sistema de préstamos no fue un modo corriente de adquisición de bienes por parte del monasterio sigenense. Lo que sí es evidente es que entre los años 1208 y 1266, es decir, en los períodos segundo y tercero de la vida de Sigena, hay un aumento constante de deudas favorables al monasterio, que disminuyen hasta cero entre 1266 y 1300. Entre estas dos fechas, por el contrario, aumentan vertiginosamente las deudas contraídas por el propio cenobio, de forma que en 1300 éstas representan el 80 % del total. Es la etapa de decadencia.
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Exenciones fiscales Junto a esta triple faceta adquisitiva, se desarrolla una cuarta de verdadera importancia. Mediante esta modalidad no se ganan ni tierras ni bienes ni dinero, pero sí supone un ahorro indirecto digno deser tenido en consideración, mediante la exención de impuestos de índole diversa por parte de los monarcas y de las autoridades eclesiásticas. Es la forma de ganar no gastando. Franquicias de todo tipo, exención de impuestos directos, permisos para celebrar mercados en determinados días, permiso para tomar sal de las salinas reales, exención de pechas, cenas, lezdas, pontazgos, montazgos, redención de primicias, etc. El período de mayor auge en este sentido coincide casi por completo con la etapa que hemos denominado de «decadencia».
e) Explotación de los bienes Todos los bienes acumulados no adquirieron verdadera importancia hasta que no se les hizo rendir. Debido a la carencia total de documentos de venta de bienes y de donación por parte del
monasterio, habremos de concluir que éstos no fueron sistemas de explotación corrientes, por cuanto que ambos implicaban la enajenación jurídica de la tierra. Las posesiones y los bienes del monasterio no fueron directamente explotados por las ‹dueñas» y «freires», excepto las más cercanas a la Casa, sino que lo fueron por terceras personas mediante el sistema de entrega «a treudo», es decir, mediante el pago de un tributo. Las «dueñas» de Sigena, una vez que habían adquirido la plena propiedad de una tierra, de un bien, no solían desprenderse de ellos. Lo que hacen, inexorablemente —aparte de reservarse la zona de huerta que rodea al monasterio— es entregarlos a labriegos y señores para que los exploten en su nombre a cambio de un tributo anual. Es tal el incremento que toma este sistema de explotación que pronto será el medio más importante de adquisición de riqueza. En efecto, ante la imposibilidad de hacer rendir directamente los vastos dominios, la entrega «a treudo» de pequeños fragmentos va a ser el modo más seguro de tenerlo siempre en cultivo y de sacarles un rendimiento.
Foto' ARRIBAS
Acuarela de Carderera (s. XVIII). Obsérvese la construcción sobre la iglesia.
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Esta enajenación de tierras presenta tres aspectos definidos y bien característicos. En primer lugar, la entrega individual a particulares, que es la más importante y trascendente. En segundo lugar, la entrega igualmente individual, pero a •donados» del monasterio. Y, en tercer lugar, la entrega a colectividades, a pueblos enteros. En los tres casos, sobre todo en el último, el sistema tiene un marcado carácter repoblador y colonizador. En los tres casos, también, las tierras «atreudadas» producen excelentes beneficios. Ahora bien, si los bienes así explotados son en su mayor parte territoriales, eso no obsta para que se repartan de la misma forma casas, tiendas, molinos, censos sobre bienes inmuebles, solares, derechos de usufructo de tierra, etc. En un principio, estas entregas se solían efectuar «a treudo» perpetuo, de forma que los bienes sujetos al mismo podían pasar de padres a hijos, e incluso ser vendidos a terceros, siempre y cuando quedara a salvo el «treudo» o tributo estipulado.
ne un 27,2 % del total; y, entre 1237 y 1300, supone el resto, es decir, un 72,8 0/0. Por el contrario, la entrega »a treudo» perpetuo disminuye sensiblemente.
80 70
ENTREGA DE BIENES
60 50 40 30 20 10
o 1188 1208
1237 A «TREUDO» PERPE
1281
13(7)
ruo
A a7REUDO> 1 LMPURAL,
Fachada de la iglesia: estado actual.
Ahora bien, desde 1237, aproximadamente, los nuevos contratos «a treudo» se acordarán para un determinado número de años, no de modo perpetuo. Tal será el alcance del nuevo sistema que, a fines del siglo XIII, las tributaciones temporales sobrepasarán a las perpetuas, tratando así de compensar la pérdida del valor de la moneda. Para dar una idea de este cambio, diremos que la tributación temporal entre 1188 y 1237 supo-
En conclusión, el punto de gravedad del patrimonio sigenense se sitúa, antes de 1237, al sur del río Alcanadre, en plenos Monegros, una tierra considerada de siempre como poco apetecible, máxime cuando a los hombres de Aragón se les han abierto nuevos horizontes con el dilatarse de las fronteras. En realidad, el proceso reconquistador hispano tiene muchos puntos en común con el del «far-west» americano.
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Pero Sigena trata de atraer aquí hombres a base de la oferta de determinadas garantías, de condiciones de trabajo favorables y de amparo. Y esto es lo que trató de lograr el monasterio. La tierra que nos ocupa es una zona muy batida siempre por musulmanes y cristianos, incluso en el siglo XII, en el que nace Sigena. Téngase en cuenta que en 1134 aún anda el Batallador por Fraga y que su derrota dejaba, una vez más, abierta la puerta de los Monegros a los musulmanes, que llegarán hasta Barbastro, e incluso Naval; téngase asimismo en cuenta que Lérida, a muy pocos kilómetros, aún no había caído en manos cristianas en 1148, cuarenta años antes de la fundación de Sigena. El monasterio sigenense nacía, por tanto, en un lugar estratégico, pero poco poblado; su principal misión va a ser la repoblación del mismo, ponerlo en explotación. Esta tarea la va a lograr Sigena, bien a base de la formulación de contratos territoriales parciales, con determinado número de pobladores, especificados casi siempre en la documentación, como en los casos de Aguas y Villanueva de Sigena; bien mediante contratos individuales, por el sistema de «treudo»; bien a base de la concesión de ‹,cartas de población», que originará otras tantas villas de señorío de los Monegros, como Candasnos y Bujaraloz. Pero los habitantes de estas villas de señorío que forman el núcleo central del monasterio adquieren, con el tiempo, conciencia de su fuerza, una conciencia particularista que les llevará a luchar entre sí. Parece ser que, cuando está a punto de acabar el siglo XIII, a duras penas logra el monasterio imponerse a estas villas de señorío, en una época en la que el municipio está en pleno auge,
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precisamente en unos momentos en los que la discordia interna es asimismo mayor. vio 80
DEUDAS
70 60 50 40 30 20 10
o 1188 1208
1237
1281 1300
DEBEN AL MONAS FERIO DEBE EL MONASTERIO
Gracias a la intervención de Jaime II, a partir de 1300, todas estas tierras seguirán obedeciendo al monasterio. La labor de Sigena en la zona monegrina fue, por tanto, bien fructífera, ejerciendo, en parte, idéntica labor que la desarrollada por los «tenentes» reales y la nobleza, haciéndolas pasar de una casi total despoblación, motivada por las circunstancias históricas del siglo XII, a un relativo florecimiento agrícola, bastante próspero en el siglo XIII, florecimiento que motivaría, sin duda, el intento secesionista de las villas tuteladas. Sigena, rico en tierras y bienes, salió relativamente bien parado de la crisis de finales del siglo XIII, aunque su momento de mayor esplendor ha pasado ya. Con el siglo XIV, entramos en una nueva etapa de la historia sigenense: la de supervivencia y ocaso.
3. SUPERVIVENCIA Y OCASO DE SIGENA
En 1237, Sigena había alcanzado su máxima expansión territorial, consolidándose entre 1237 y 1281, para entrar en una etapa decadente entre 1281 y 1300. A partir de este momento, aproximadamente, comienza un larguísimo período de supervivencia, primero, y ocaso, después, hasta terminar en las llamas. Una lenta agonía de más de seiscientos años.
a) La supervivencia de Sigena La crisis del cambio del siglo XIII al XIV fue insalvable para el monasterio, aunque la aparición, de cuando en cuando, de algunas figuras aisladas fue permitiendo su supervivencia. Sigena, durante el siglo XIV, no pudo sustraerse a una serie de problemas, unos generales del Reino y otros privativos del monasterio. Por una parte, dado su origen, tan ligado a la Corona, hasta el cambio de dinastía, los reyes se inmiscuyeron constantemente en su vida interna, mientras que, por otra, la castellanía de Amposta no renunció jamás a controlar un cenobio que nació sanjuanista, a la vez que el obispo ilerdense, por hallarse enclavado dentro de su diócesis, aspiró siempre también a someterlo a su jurisdicción.
Mas no olvidemos que en Sigena, a través de sus «dueñas», están representados los principales linajes aragoneses, no siempre bien avenidos entre sí ni con el monarca, contra el que se unirán, en varias ocasiones, a mediados de siglo. Todo ello se reflejará en este claustro especial. Por otro lado, las villas del señorío sigenense lucharán permanentemente por su emancipación, tratando de pasar a la jurisdicción de realengo, siempre más ventajosa. Añádase a todo ello la crisis originada en el Reino, y en toda Europa, como consecuencia de las epidemias pestíferas de mediados del siglo, con lo cual se completa el panorama en el que se inserta la vida sigenense.
El momento estelar de Sigena como centro artístico y cultural La primera gran crisis del siglo XIV la va a solventar Sigena con la ayuda de Jaime II, quien, para salvar al cenobio, se vio obligado a concederle el monedaje de todos los pueblos y villas de su jurisdicción, así como a eximirle del pago del subsidio por las iglesias de tales territorios. Importancia suma tendrá, asimismo, el enclaus21
tramiento en el monasterio de su hija Blanca de Aragón y Anjou, quien, una vez elevada a la dignidad prioral, por nombramiento directo del papa, invertirá en la Casa una buena parte de sus rentas, tratando de sanear la economía sigenense y de emprender una serie ininterrumpida de reformas. La infanta Blanca de Aragón y Anjou, que había ingresado en Sigena a los cinco años, a costa de enormes gastos contra su propia economía y la del monasterio, va hacer de éste una corte señorial fastuosa, sobre todo a partir de 1321, fecha en la que su padre, el rey Jaime II, logra que el papa, de manera directa, la nombre priora. Sin duda alguna, tiene lugar ahora el período más interesante de la historia cultural de Sigena, aunque no tanto de la espiritual. El monasterio se convierte, a la vez, en palacio y claustro. Son más de cien las «dueñas» que viven en él, todas
Bajo el priorado de Blanca se construye un nuevo dormitorio, luego biblioteca, sobre la sala capitular. Se edifica la puerta principal del monasterio y el palacio prioral, con enormes salas, entre las que destacará el Salón de la Reina, todo él decorado. Asimismo, reorganiza el monasterio desde el punto de vista interno, a cuyo fin se redactan nuevas «Ordinaciones» (1322) y el cenobio se llena de reliquias del «Lignum crucis», amén de restos de la Sangre de Cristo y un clavo de la Cruz. Pero Sigena, además de monasterio-palacio, se convierte en corte del señorío. Los actos de la priora se rodean de solemnidad cortesana. Las fiestas son fastuosas. Por doquier surgen tapices, retablos, pinturas, objetos de arte mueble, como la silla prioral que manda construirse, hoy en el Museo Diocesano de Lérida. Más de una vez acuden a Sigena los músicos de la Capilla Real. La priora y sus «dueñas» recorren las tierras del señorío como auténticas señoras feudales. La «flor de lis», privativa de la casa real francesa, se instala en el escudo sigenense, aupada por una Anjou. Cuando esta «dueña» viajera muera en Barcelona, justamente en el año de la Gran Peste (1348), las arcas del monasterio están exhaustas, pues Jaime II, que había fallecido en 1327, no podrá socorrerle, como hiciera en 1324, cuando se vio obligado a entregar a su hija 13500 sueldos para pagar las deudas contraídas. Las inversiones que tal política implicaban, el fasto y el boato de esta corte-monasterio, la creciente población que allí se acumuló, la crisis económica general y la excesiva concurrencia de pobres que acudían a sus puertas condujeron a Sigena a la quiebra total.
La nueva política fiscal y tributaria
Foto: PANO
Palacio prioral, hoy destruido.
ellas pertenecientes a la nobleza del Reino, más las sirvientas, frailes y servidores varones. Sigena alcanza más habitantes que cualquiera de las villas de señorío que le obedecen, pero, a la vez, se convierte en un conjunto abigarrado de viviendas, que se construyen sobre torreones, muros, refectorio, claustro e incluso sobre la techumbre de la iglesia. Cada «dueña» se habilita su propia casa dentro de la Casa, haciendo vida independiente, excepto la confluencia comunitaria en el Capítulo y en el Coro. 22
La herencia cultural, sobre todo la artística, de doña Blanca de Aragón ha llegado hasta hoy, o, al menos, una parte. Pero la herencia que recibió su sucesora, la priora Urraca Artal de Cornel (1348-1357), no fue otra que la bancarrota. La ocasión era propicia para que el castellán de Amposta, nada menos que Juan Fernández de Heredia, brindara apoyo a Sigena, pero un apoyo interesado: someter el cenobio a la disciplina sanjuanista, vieja aspiración nunca lograda. Una vez más la salvación inmediata llegó por una acción personal, aunque en esta ocasión fue
doble. Por una parte, la condesa de Barcelos —gran protectora del cenobio— y, por otra, la reina aragonesa Leonor de Portugal, segunda esposa de Pedro IV. Sus fortunas particulares liquidaron deudas y acallaron protestas. Pero la estabilidad de la Casa no podía seguir dependiendo de la fortuna. Se impuso una nueva política tanto económica como organizativa. De ahí que las nuevas prioras endurezcan las normas para el ingreso de nuevas «dueñas», se simplifiquen gastos y se pongan al día los impuestos que pesaban sobre las tierras del señorío. En definitiva, será el pueblo quien va a soportar la estabilidad, una población diezmada por la peste y las plagas. A los tradicionales impuestos sobre el pontazgo, portazgo, horno, peaje, cena, alfarda o mercado, entre otros, se añaden ahora el de la «preguera», o diezmos sobre determinados productos, y el «empriu». Aparte de los bienes que todavía posee Sigena en los núcleos externos (Aguas, Huesca, Barbastro, Zaragoza, Calamocha, Barcelona, etc.), son los habitantes de Sena, Villanueva, Urgellet, Cajal, Cachicorba, Lanaja, Candasnos, Bujaraloz y Ontiñena quienes sufragan los gastos de la corte-monasterio del señorío, a pesar de sus cada vez más virulentas protestas.
Sígena, hervidero político Ya en el siglo XV, cuando la dinastía de la fundadora doña Sancha se extinga y suba al trono aragonés la casa castellana de los Trastámara, se reflejan en Sigena todas las tensiones políticas de la época. En su claustro viven «dueñas» de todas las casas nobles del Reino. En el interregno al que da lugar la muerte sin sucesión de Martín I, mientras en Alcañiz y Caspe se busca sucesor, Sigena se puso de parte de uno de los pretendientes, el conde Jaime de Urgel, quien resultaría perdedor. Esta toma de postura se debió, sin duda, al hecho de que entre las monjas sigenenses se hallaba Isabel de Aragón y de Monferrato, hermana del candidato a rey, así como a las intrigas de las representantes de las casas de Luna y Cornel. Cuando se proclame en Caspe a Fernando I de Antequera, la suerte de Sigena está echada. En 1412 es nombrada priora Isabel de Alagón, partidaria del nuevo rey, y el monasterio se convierte en mitad convento mitad cárcel, destacando entre las «dueñas» confinadas Isabel de Aragón, quien moriría proscrita en Sigena, en 1434, siendo enterrada junto al panteón real. Si en 1413, un año después de la solución dinástica caspolina, había en Sigena siete «due-
Foto: ARRIBAS
Isabel de Aragón, «dueña» y protectora de Sigena.
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ñas» de sangre real, siete princesas, en 1420 tan sólo queda la desdichada Isabel de Aragón. Desde entonces, el monasterio no volverá a acoger en sus claustros a niguna otra mujer de estirpe real. La nueva dinastía extranjera, que nada tenía que ver con la fundación del monasterio, lo ignorará generalmente, quedando como olvidado, en el ostracismo. Al menos habrá llegado la hora del recogimiento, tan inusual en estos pagos.
La calma reinante permite encargar la redacción de la Historia de Sigena a Marco Antonio Varón (1771-1773); o transformar el Salón del Trono, que pintó Bayeu; o proyectar la reforma total del monasterio (1788-1792), incluida su demolición, plan que no se llevó a cabo al ser robado el dinero destinado a ello.
La supervivencia Cuando los Austrias ocupan el trono de los diversos reinos hispánicos, Sigena quedó muy al margen de sus negocios e intereses, aunque no para el castellán de Amposta y el obispo de Lérida, ternes en su lucha secular por someterlo a sus respectivas jurisdicciones. Los procesos, alegatos y excomuniones son constantes durante los siglos XVI y XVII. Pero Sigena sigue teniendo un atractivo irresistible para la nobleza del ahora desdibujado Reino aragonés, como nos muestran varios expedientes de «limpieza de sangre», últimamenestudiados. Para ingresar en su claustro, las aspirantes a «dueñas» deben demostrar fehacientemente la pureza de su casta noble en varias generaciones, pero, una vez dentro, siguen exigiendo la exención de clausura, excusándose en la insalubridad del enclave. El monasterio sigue viviendo de la administración de las rentas que le proporcionan las tierras adquiridas en el siglo XIII, amén de las dotes que aportan las nuevas «dueñas». Por otra parte, los avatares de cuatrocientos años de vida azarosa exigen una puesta al día de la Regla que redactara el obispo oscense Ricardo, en 1188, de modo que, en 1588, es aprobado el «Libro Consueta» o «Tercera Regla» de Sigena. Las antiguas normas se ven ahora acomodadas y modificadas por el uso y la costumbre acumulados. Sigena ya no es archivo real ni reducto de princesas. Tampoco palacio cortesano ni corte de señorío, porque éste, aunque subsiste, apenas si da para la supervivencia. Hasta la vida en común desaparece. Durante el siglo XVIII, una nueva epidemia de fiebre constructora invade el monasterio. Cada «dueña», otra vez, se edifica su habitáculo en los rincones más inverosímiles, tal como captó Carderera en varias de sus acuarelas. 24
Escudo familiar de una «dueña» noble.
b) El ocaso de Sigena Cuando alborea el siglo XIX, el señorío de Sigena sigue siendo todavía el mismo que se cimentara en el siglo XIII, pero la mayor parte de sus pueblos se hallan semiabandonados, o los que subsisten (como Candasnos, Bujaraloz, Lanaja, Sena, Villanueva u Ontiñena) luchan desesperadamente por su emancipación, como ocurrió con Bujaraloz, en 1800, si bien el absolutismo borbónico hizo que la situación permaneciera igual, hasta que la guerra de la Independencia y sus secuelas inmediatas conmovieran los cimientos de Sigena.
En efecto, tras el confrontamiento hispanofrancés, ya no habrá más «dueñas» de las casas nobles aragonesas en el monasterio, una de las razones de su existencia: el claustro se populariza. También el señorío desapareció, es decir, la base fundamental de su supervivencia. En las listas de monjas, ni un nombre de prosapia, mientras que en las Cortes de Cádiz quedaron abolidos los señoríos jurisdiccionales, aunque no los latifundios (1811). Sigena, que perdió el señorío, como tantas otras iglesias, monasterios o feudos laicos, conservó de momento sus tierras, hasta que, en 1834, se les comunicó a las monjas que sus bienes habían pasado al Estado. En 1835, la Hacienda estatal redactó un detallado inventario de sus bienes para, un año después, desamortizar el convento todo, que fue ofrecido en pública subasta al postor mejor, mientras monjas y frailes, sirvientes y fámulas se dispersaban, buscando amparo en casas de amigos y parientes. Sólo seis o siete monjas, con permiso del nuevo dueño, se atrevieron a vivir arrinconadas. Aún quedaba rescoldo. Cuando Rafaela Ena (1857-1875) ostentaba el priorado de tan exigua y aferrada grey, se declaró nula la venta del convento, corno bien amortizado, por defecto de forma. Regresaron del exilio, para vivir de la huerta, las «dueñas» que aún quedaban. La Restauración borbónica significó un
respiro, y Matilde Ferrer, con dinero de limosnas y añoranzas, reparó como pudo el claustro y rehízo el techo del salón del palacio prioral. E, incluso, un bien distinto Sigena de las «dueñas» nobles de antaño pudo celebrar su séptimo centenario: 1888. Ahora más que nunca, o quizás como nunca, Sigena fue un reducto de oraciones, un rincón de rincones para la plegaria y la meditación; retiro y quietud para reflexiones en solitario y en común. Son años de vocaciones meditadas, a la altura del pueblo, no sobre el pueblo. Pero en 1936, quizás porque era un símbolo, Sigena ardió. Pirómanos de otro credo, o sin credo, hicieron del convento un amasijo de ruinas; y profanaron tumbas de cadáveres indefensos. Saquearon la historia. Su puñado de monjas —ocultas en zaguanes, falsas y buhardillas amigas— aún volvieron a sus cenizas. Pero las últimas «dueñas» sanjuanistas abandonaron definitivamente su Casa hace pocos años, para tratar de olvidar y rezar en Barcelona. Órdenes nuevas han tratado y tratan, ahora, de hallar la paz común y en pobreza, junto a las ruinas románico-góticas, las primeras. Del fruto del boato de los siglos posteriores, apenas queda nada. Quizás sea posible meditar sosegadamente en Sigena, como quiso doña Sancha, la reina fundadora.
Foto: ARRIBAS
El claustro, según Carderera (s. XVIII).
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Patio del claustro.
4. EL MONASTERIO EN LA ACTUALIDAD
Aparte de los bienes espirituales que los trajines de cada época permitieron alcanzar a las adueñas" sigenenses, el monasterio, tal como se ha indicado al comienzo de estas líneas, y como habrá podido intuirse después, significó otras muchas cosas. Por ejemplo, como parte integrante de la Orden sanjuanista del Hospital, se vio obligado a satisfacer constantes cantidades de dinero al común de la Orden, con lo que contribuyó a sufragar los gastos ocasionados por los distintos intentos de liberación de los Santos Lugares. El propio cenobio, aparte de corte-monasterio, fue también hospital de desvalidos, socorro de pobres y caminantes. En algunas épocas de su azarosa historia, unos y otros llegaron a ser le-
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gión, empobreciendo las, a menudo, escuálidas arcas de su tesorería. Por otra parte, aunque hoy no sepamos entenderla en su justa medida, porque desconocemos el contexto, su labor repobladora, al poner en explotación tierras ganadas a los musulmanes, fue de gran magnitud e importancia. Con su dirección, al ordenar socioeconómicamente el territorio, las <dueñas», como tantos otros señores laicos y religiosos, facilitaron la tarea reconquistadora de sus reyes. También ejerció Sigena una función social de inusitada importancia para la época, al constituirse en panteón real, lo que equivalía a haberse ganado el reconocimiento de los máximos responsables de la política del Reino, a los que garantizaban la paz de sus tumbas.
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Destaca sobremanera el archivo. En él se custodiaron, bajo llave, importantísimos documentos para el gobierno del Estado, antes de que Jaime II organizara el Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona. Junto a los reales, Sigena custodió sus propios documentos, así como multitud de testamentos, cartas y contratos pertenecientes a la nobleza y a particulares, en general, muchos de los cuales se han conservado, hurtados a las llamas, en el Archivo Histórico Provincial de Huesca. Por otra parte, por temor a la pérdida de tales documentos, o como simple estructuración de los fondos conservados en sus arcas, depositadas en el coro, las <dueñas» hicieron reseñar todos los documentos en «índices» o «cabreos», simples catálogos ordenadores, de los que se conocen o tenemos noticias de algunos.
Pano, en el que, con números y letras, se van ubicando las distintas estancias y objetos. Destaquemos tres zonas distintas: a) las habitaciones y salas concentradas en torno al claustro; b) la iglesia y el panteón; c) las edificaciones extraconventuales. a) El patio y el claustro concentraron en torno a sí la casi totalidad de las dependencias comunitarias.
La biblioteca, finalmente, además de los libros usuales en este tipo de instituciones, contó con un buen número de códices manuscritos, cuya relación hemos podido reconstruir, en parte. Algunos de ellos se conservan, asimismo, en el Archivo Histórico Provincial.
En el ala norte, flanqueada por dos torreones (los de Azcón (A) y de Urriés (B), hoy destruidos), estuvo, durante muchos siglos, la entrada principal al monasterio. A todo lo largo del ala se levantaban dos grandes naves paralelas. La externa debió destinarse una parte a patio (1) y otra a dependencias de doña Sancha (2), la fundadora, si bien luego debieron convertirse en dormitorios y enfermería, respectivamente. La nave interior, la más próxima al claustro, se dividió entre el dormitorio de dueñas o cruces enteras (3) y el dormitorio de medias cruces (4). Hoy, a falta de techumbre que las resguarde, pueden verse los arcos apuntados en toda su extensión y grandiosidad.
«Peirón»: patio de entrada.
Dormitorio de «dueñas».
Mas realicemos un recorrido somero por las ruinas del monasterio, en parte restauradas en los últimos años. Hace cincuenta años, en 1936, año de la barbarie, el conjunto de edificaciones del cenobio sigenense tenía un aspecto bien distinto del actual, no sólo por hallarse en pie y vivo, sino por los habitáculos añadidos sobre claustro, dormitorios, refectorio, etc., tal como se ha indicado. La destrucción y quema del monasterio, en 1936, derrumbó todos estos añadidos y parte de la edificación antigua, pero, tras los desescombros, ha quedado el armazón inicial. De los varios planos que nos han llegado, recorramos el convento siguiendo uno de ellos, el de Mariano
En el ala oeste, en peores condiciones de conservación todavía, se destacan el noviciado (5) y el locutorio (6).
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En el ala este, la nave se distribuía entre el dormitorio de dueñas, que hacía, por tanto, rincón (3), y la sala capitular (7), sobre la que se construyeron dormitorios y biblioteca. Esta sala capitular, una de las estancias más antiguas del monasterio, junto con el coro y la iglesia, albergó el conjunto pictórico mural románico mejor y más original del Occidente europeo en su época, primer tercio del siglo XIII (C). Tras su quema, en 1936, aún pudieron salvarse importantes frag-
Detalle de las pinturas de la sala capitular.
mentos, que fueron trasladados, en calidad de depósito, al Museo de Arte de Cataluña, en Barcelona, donde todavía se pueden admirar, aunque reconstruidas, en buena parte, merced a las fotografías realizadas por Gudiol Ricart pocos
Sala capitular: restos de las pinturas.
meses antes del incendio. Se trata de varias escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. En el ala sur, aparte de unos vestíbulos (8 que daban paso a los edificios extraconventuales, se distribuían la cocina (9), el refectorio o comedor (10) y el coro (11). Dentro de este último, de una sola nave con bóveda de cañón, que fue en realidad la primitiva iglesia, aparte de su hermosa sillería de madera (D), había un enorme retablo, en el centro del cual se había dejado hueco para la puerta que divide coro e iglesia. En este retablo (E), del siglo XVII, a ambos lados de la puerta, sendos altares. En el de la izquierda se veneraba la imagen románica, hoy destruida, de Nuestra Señora de Sigena, llamada luego del Coro, por el lugar de su ubicación. En el altar de la derecha, Nuestra Señora de la Nave. Al desaparecer el retablo, se pueden observar todavía algunos restos de pintura mural. Todas estas dependencias, en torno a las cuales giraba la vida del monasterio, comunicaban con el claustro (12) y el patio (13), en cuyo centro estaba el pozo. El claustro primitivo era distinto del que hoy puede contemplarse. Sus arcos de medio punto, catorce por ala (de los que hoy 29
se conserva uno y parte de otro) (F), descansaban en columnas y capiteles lisos. La arenisca, erosionada por la humedad del lugar, que todavía puede notarse, y el excesivo peso de los habitáculos que las «dueñas» fueron construyéndose sobre la techumbre del claustro, obligaron a sustituir las antiguas arcadas románicas por un pesado y tosco armazón de ladrillo, actualmente visible. En medio del claustro, aparte de sendas capillas en dos ángulos, se abría la capilla de Santa Waldesca, con interesente retablo pictórico del siglo XVI, de autor desconocido y hoy perdido.
Nave de la iglesia.
Claustro: ala sur.
En el crucero, en el lado del evangelio, destaca el panteón real (17), en el que descansaron, antes de ser profanados, en lugar destacado, los cuerpos sin vida de doña Sancha, la fundadora
b) Unida por una puerta con el coro, la iglesia (14), de planta de cruz latina, tiene una sola nave, cerrada, por el este mediante tres ábsides (15), en sus orígenes. En el central, de mayores proporciones que los laterales, las llamas devoraron su altar mayor y un enorme retablo barroco, construido en el siglo XVIII (G). El ábside del evangelio fue destruido en el siglo XVIII para levantar el panteón de religiosas (16).
Cúpula del crucero.
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Panteón real.
(a la derecha), y de Pedro II, su hijo (H) (a la izquierda), tras su derrota y muerte en la batalla de Muret (1213). En la capilla que constituye el panteón real, llamada de San Pedro, existía un interesantísimo retablo, de entre los siglos XV-XVI (I), hoy desaparecido. Dos sarcófagos pétreos más pequeños recogían los cuerpos de Leonor y Dulce (J), hermanas de Pedro II, mientras que a la izquierda de ambas sepulturas, frente al panteón de religiosas, existía otro retablo de alabastro, del siglo XVI, atribuido a Gabriel Joli, sobre el cual aparecían, soportados por ménsulas, otras dos arcas sepulcrales, una de las cuales encerraba los restos mortales de Blanca de Aragón y Anjou, a la que hemos dedicado algunos párrafos. En el crucero, en el lado de la epístola, existía otra capilla consagrada a la Trinidad (18), restos del torreón que debió servir de vivienda a la condesa de Barcelos, también aludida, mientras que una escalera de caracol permitía y permite el acceso a la torre de señales (19), más que campanario.
Capilla de la Concepción: cúpula.
Fuera de la iglesia puede admirarse su portada, abocinada por catorce arquivoltas y columnas lisas, uno de los elementos más característicos del monasterio (20). Ya en el patio, adosada al muro de la torre de señales, una hornacina contenía la tumba pétrea de Rodrigo de Lizana (22), hermano de la primera priora sigenense y gran protector del monasterio.' c) Por último, adosadas a los muros norte y oeste del recinto descrito, se construyeron las habitaciones de los frailes sanjuanistas y de toda la enorme serie de oficiales y servidores (23). En el ángulo de los muros oeste y sur se construyó tardíamente el palacio priora/ (24), al que se accedía por el pórtico de Perxe (K) y que contenía, entre otras, las sala de la priora o sala de las pinturas. También se levantaron en esta parte varias dependencias para la servidumbre y la hospedería (25), en cuyo solar habitan hoy las religiosas que han tomado el último relevo. Todas estas edficaciones formaron un patio central (26), al que se le abrió una puerta, cuyo hueco sirve de acceso actualmente (27).
Torre de señales.
Todavía dentro de la iglesia, frente a la singular puerta románica que se abre en el lado opuesto (20), se halla cerrada, por temor a los desprendimientos, una capilla dedicada en el siglo XVIII a la Concepción (21), cuya cúpula barroca aún se conserva.
Hospedería y convento actuales.
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Sigena es, como hemos visto, un compendio, una suma de cosas, pero ante todo un reducto de oraciones, a veces entrecortadas por avateres diversos. Nuevas religiosas, cuando alborea la fecha de su octavo centenario (1188-1988), tra-
Foto: PANO
tan de rezar y cantar hermanadas, al margen del pasado de unas piedras que, para tal efemérides, bueno sería que estuvieran más enhiestas. Al fin y al cabo son restos de nuestra historia como pueblo.
Conmemoración del séptimo centenario.
5. BIBLIOGRAFÍA Ricardo, El monasterio de Sigena, «Linajes de Aragón», IV (Huesca, 1931), 201 y ss. y V (1914), 200 y ss.; El monasterio de Sigena, «Bol. Soc. Española de Excursiones», XXIX (Madrid, 1921), 22-63; El monasterio de Sigena, «Universidad» (Zaragoza, 1930), 245-268. — ARRIBAS SALABERRI, Julio P., Historia de Sijena, I.E.I., Lérida, 1975. — ASUA, Miguel de, El Real Monasterio de Sigena, S.I.e., 1931. — CARDERERA, V. y ESCUDERO, J., Monasterios de Sigena y Montearagón, «Bol. Real Academia de San Fernando», 1882. — DURÁN GUDIOL, Antonio, La regla del monestir de Santa Maria de avena, «Monastica», 1 (Montserrat, 1960), 135-191. — FUENTES Y PONTE, Javier, Memoria histórico-descriptiva del Santuario de Santa María de Sijena, Imp. Mariana, Lérida, 1890. — PALACIOS SÁNCHEZ, Juan M., El Real Monasterio de Sijena. Memoria histórico-descriptiva de los acontecimientos acaecidos desde el año 1936 a 1954. Calahorra, 1954. — PANO Y RUATA, Mariano de, El Real Monasterio de Sijena. Su historia y descripción. Lérida, 1883; Doña Matilde Ferrer y Lorda, priora de Sijena. Historia de una vocación religiosa. Zaragoza, 1930; El monasterio de Sijena: La serie priora/. Zaragoza, 1932; La santa reina doña Sancha. Zaragoza, 1943. — QUADRADO, Monasterio de Sijena, «Recuerdos y bellezas de España. Aragón», cap. II, 85-100. — UBIETO ARTETA, Agustín, El Real Monasterio de Sigena (1188-1300). Anubar, Valencia, 1966; La documentación de Sigena (1188-1300), «Saitabi», XV (Valencia, 1965), 21-36; Documentos de Sigena. 1, «Textos Medievales», 32 (Valencia, 1972). — VARÓN, Marco Antonio, Historia del Real Monasterio de Sigena. Pamplona, 1773. ARCO Y GARAY,
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TÍTULOS DE LA SERIE
La siguiente no es una relación cerrada. No obstante, para dar una idea global de su contenido, se indican algunos de los títulos previstos, sin orden de prelación, excepto para los ya publicados o los de inminente aparición. 1. El monasterio dúplice de Sigena 2. Nuestros árboles 3. La Laguna de Sariñena, lugar de encuentro 4. Los museos altoaragoneses 5.* Guía monumental y artística de Serrablo 6. Las aves acuáticas del Altoaragón 7. ¿Por qué fue importante Costa? 8. Roda de Isábena, ex-sede y catedral ribagorzana 9. Guara, aula de la naturaleza 10. Fiestas tradicionales del Altoaragón 11. El Altoaragón antes de la Historia (Edad de Piedra) 12. El Altoaragón antes de la Historia (Edades de los Metales) 13. Fósiles del Altoaragón 14. La arquitectura megalítica 15. La casa tradicional altoaragonesa 16. Los insectos del Altoaragón - Alquézar, resto vivo del pasado - Setas y hongos del Altoaragón - Plantas medicinales de ayer y de hoy - Los despoblados y su porqué - Los ríos altoaragoneses - Loarre, castillo románico en pie - Los periódicos oscenses - San Juan de la Peña, panteón y símbolo - Artesanos de hoy - Juegos tradicionales altoaragoneses - Ferias y mercados oscenses - Gastronomía altoaragonesa - Historia geológica altoaragonesa - Biblioteca básica para comprender el Altoaragón - La industria en la provincia oscense - L'Aínsa y sus caminos - El valle de Echo
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