Catálogo: Elogio del agua. Los Baños de Panticosa

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Índice

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Las célebres aguas de Panticosa Eduardo Martínez de Pisón

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Panticosa, hija del agua y la roca Francisco Pellicer

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Viajeros del siglo xix a balnearios Patricia Almarcegui

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Imágenes de Panticosa Chus Tudelilla

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Diario de los Baños de Panticosa Selección documental: Chus Tudelilla

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Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Proyecto fotográfico: Iñaki Bergera

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Catalogación


Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Montañas, 2021

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Las célebres aguas de Panticosa Eduardo Martínez de Pisón

Claro está, había oído hablar de los Baños de Panticosa mucho antes. Pero, cuando aún no habían mediado los años cincuenta del siglo pasado, subí allí mochila al hombro desde el pueblo por las pendientes camineras del Escalar hasta encontrar de pronto, suspendido, ese trozo perdido de ciudad elegante levantada en un cuenco profundo de esa magnífica roca berroqueña que arma el Pirineo más agreste. Ya había visto el alto Pirineo, en concreto el circo de Piedrafita, otro embudo, más alto y amplio, y en él, allá lejos, la catedral maciza del Balaitus cerrándolo por el norte, rodeada de arbotantes y agujas de piedra, más fantásticas que reales, que aparecían y desaparecían entre brumas y nieves de una primavera fría, mientras pululaban sombras entre la niebla cercana al lago de quienes construían entonces la presa de Respomuso. Pero el día de los Baños era, en cambio, limpio, luminoso, tranquilo, silencioso. Casi no había nadie entre los edificios del rellano que llamaban el Plandibón. Subí a Brazato, dormí allá en una pradera, remonté unas rampas de nieve y pasé por un collado, que me pareció estar dentro ya del cielo, al valle del Ara. Aquí entré en un mundo del que no he salido, disperso por las montañas, como decía, limpio, luminoso y silencioso. El embudo es sugerente, pero un poco más arriba es el reino ya abierto de la belleza, de los ibones transparentes, de las cascadas, de los últimos pinos, del granito, de grandes picos, de los neveros, de los pasos a Francia y sus valles verdes, boscosos, entre nubes. He vuelto tantas veces allí que no podría contarlas, muchas caminando con mi mujer hacia rincones solitarios y hasta la cumbre del Infierno. Los franceses, muy poéticos, bautizaron, a causa de una tormenta luciferina, con ese nombre a un hermoso pico, más bien celeste, muy alto y surcado por una ancha veta de mármol, sin que lo mereciera, mientras los aragoneses, por su forma sobre unas majadas con puentes, lo llamaron descriptivamente, la Quijada de Pondiellos. En el cercano Balaitus denominaron también a una de sus aristas graníticas como las Crestas del Diablo, sin que se sepa por qué. No hay nada diabólico allí ni infernal aquí. Son agujas soberbias, alpinas, en un paisaje austero y colgado sobre el mundo, inundadas de luz. El reino del viento. Algo después recorrí aquellas crestas, trepé por varios arbotantes e hice parte importante de mis vivencias aquellos muros y heleros. Todos mis recuerdos, todas mis experiencias en uno y en otro lugar son radiantes, pletóricas, magníficas. Y muy personales, desde el fondo del embudo panticuto o el del Aguas Limpias a sus cumbres más altas inundadas de luz, pasando por los ibones (entonces solitarios) que sirven de peldaño (entonces misterioso) entre ambos. Así que, para mí, el hueco en el granito donde están los Baños, con sus manantiales que traen sustancias y calores propios del interior de la tierra, es otra catedral inversa, hueca, abierta en la roca más hermosa de la montaña, que nos ofrece residir en su misma entraña de piedra. Más tarde, cuando me hice geógrafo, aprendí que se trata de una cubeta de origen glaciar en la que se reunieron los hielos procedentes de su orla de circos (según las agujas del reloj son: Argualas, 3

Infierno, el conjunto de Bachimaña, Bramatuero y Pecico, Batanes y Brazato), que forman sobre


Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Cascada, 2021

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Panticosa, hija del agua y la roca Francisco Pellicer

Mientras se contempla el paisaje, los pensamientos hurgan en la mochila de las experiencias y los conocimientos. Es entonces cuando surge el descubrimiento de la maravilla de la naturaleza de la que formamos parte. En el circo de Panticosa, embriaga el aroma del agua inodora, se sorbe sabrosa el agua insípida y se oye su canto mientras juega a despeñarse y a crear arcoíris y espumas blancas. Con el sol en la cara, el lago se hace espejo y los árboles y las praderas se bañan en la superficie brillante, oscura y plana. Si sopla el viento el agua tirita, si baja a las profundidades arde. El agua adopta fielmente la forma del vaso de piedra en el lago. El agua se torna consciencia mientras se piensa en ella. Qué misterio encierra el agua que todo lo relaciona, lo penetra, lo fecunda, lo limpia, lo cura… El agua es la firma de la vida. Agua y vida son las firmas del planeta Tierra. El agua tiene sed de conocimiento. Creímos hasta hace poco en el ciclo del agua en la Tierra como una asombrosa singularidad del Universo. En la Exposición Internacional de Zaragoza 2008, bajo la escultura Splash, se divulgó que apenas diez años antes, el 20 de abril de 1998, había visto la luz uno de los descubrimientos más importantes relacionados con el agua en el cosmos, que tal vez nos ayude a entender lo que, miles de millones de años atrás, ocurrió en nuestro sistema solar. En nubes de gas interestelar, cerca de la Nebulosa de Orión, se detectaron ingentes cantidades de moléculas de agua. Emma Pérez-Chacón y Tura Bovet nos contaron que dichas nubes de gas actuarían como gigantescas factorías químicas, capaces de generar, en un solo día, suficientes moléculas de agua para llenar 60 veces los océanos de la Tierra. Esto nos debería llevar a extender en el espacio y en el tiempo nuestro concepto clásico sobre el “ciclo del agua” y preguntarnos si realmente estamos observando el fenómeno en su verdadera amplitud. Se contempla así que desde el medio interestelar a los hábitats microbianos y la célula más diminuta del cuerpo humano, agua y vida están conectadas a muchas escalas y a través de muchos procesos. Y descubrimos nuevos rostros del agua que también somos nosotros. El agua está en la atmósfera como componente del aire y las nubes, impregna las rocas y suelos, discurre, moldea y se reserva en la superficie y corteza terrestre, es parte esencial de los seres vivos, interviene en todos los procesos de la dinámica de la envoltura de la vida. Donde no hay agua no hay vida. Somos agua. La cantidad total de agua en el Planeta no varía. Durante 700 millones de años, desde mucho antes de la aparición del ser humano, la misma agua ha sido hielo glaciar, nieve, nube, rocío, aire, río, lago, mar, océano, árbol, hierba, animal… en un ciclo permanente que se regenera animado por la energía del sol y la geodinámica terrestre.

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El agua escapa del océano generoso camuflada como gas, vapor inapreciable que asciende y viaja en el aire empujado por la dinámica general de la atmósfera hasta que choca con las montañas. El vapor de agua impulsado por los vientos asciende por las laderas y se contrae y licúa y se hace nube y llora sobre los picos y duerme helada en las cumbres y recuencos glaciares. Las montañas son los depósitos reguladores del agua de la Tierra. ¡Qué sería del semidesértico Valle del Ebro sin estas aguas reservadas en la cordillera de los Pirineos!


Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 El Escalar, 2021

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Viajeros del siglo xix a balnearios Patricia Almarcegui

No ha sido fácil adentrarse en la memoria de las aguas de los viajeros a balnearios en el siglo xix. Los trabajos de referencia tratan principalmente de la historia de estos establecimientos, como las investigaciones de Juan Antonio Rodríguez Sánchez. Se centran en las referencias de los hidrólogos, como las de Francisco Armijo de Castro, y compilan artículos de aproximaciones socio-económicas-culturales, como el libro reciente, Balnearios, veraneo, literatura: agua y salud en España y la revista Balnea (Anales de Hidrología Médica), que dedica un número monográfico en 2006, con la intervención del experto en las relaciones entre literatura-medicina, Luis Montiel. Para el estudio de los viajeros nacionales e internacionales en el siglo xix por España, hay que situar: cuáles eran y dónde estaban los balnearios; quiénes viajaron y los visitaron, y comprobar si los describieron o no y de qué forma. La historia de los balnearios está ligada al viaje. Los usuarios tienen que desplazarse necesariamente para aprovechar los remedios de las fuentes termales. Los balnearios se vinculan a las condiciones del transporte y al estado de las rutas e itinerarios. Cuando hacia 1750 se produce una nueva visión del cuerpo generada por los conocimientos de la fiebre, la enfermedad sirve como acicate para la movilidad. El desarrollo de los hábitos higiénicos y las preocupaciones por el estado de la salud reformulan la tradición médica, basada ahora en la observación y la experiencia. El prestigio termal irrumpe como un fin terapéutico y, tal y como avanza el siglo xix, se transforma a la par que el discurso higienista y el cientificismo. Las propiedades del agua como medicamento natural existen desde siempre, pero los avances químicos determinan la composición de las aguas y estas se clasifican para curar las enfermedades. Los viajeros saben adónde ir y para qué. El inicio del desarrollo de los balnearios tiene lugar en el siglo xviii, aunque hay que esperar a la Revolución Industrial para su crecimiento. En 1715 se contabilizan en España 28 fuentes medicinales y 36 establecimientos con baño, frente a los 146 balnearios de utilidad pública y 253 fuentes de 1884. El primer Reglamento de Aguas y Baños Minerales que normaliza el uso de los balnearios se aprueba en 1816, siguiendo los de Francia, Suiza e Inglaterra. El desarrollo de los medios de transporte, sobre todo el ferrocarril, incrementa el interés de la alta burguesía en la edificación de complejos termales más ajustados a sus necesidades, y se inicia el desarrollo del capitalismo termal. El despegue del turismo comienza hacia 1840, tras superarse la posguerra de la Independencia y la consolidación del régimen liberal después de la primera guerra carlista. Se trata del modelo de turista nacional por excelencia que perdura hasta 1870, el bañista, que viaja a la búsqueda del agua y la salud, y a los espacios del litoral, si son baños marítimos, o a los paisajes rurales, si son baños en fuentes termales y minero medicinales.

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La segunda Desamortización de Pascual Madoz en 1855 deja los balnearios, fuentes, casas de baño y manantiales, hasta entonces propiedad de las congregaciones religiosas y municipios, en manos privadas. Se impulsa la actividad balnearia y, en el Periodo de Restauración, se construyen los grandes hoteles de las zonas termales, sobre todo en las áreas de la nueva burguesía, como el País Vasco, Cataluña y Cantabria, lo que genera un mayor número de afluencia. Josep Sánchez Ferré ha identificado los espacios que se inauguran y los arquitectos que los construyen.


Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Hotel Continental-Termas de Tiberio, 2021

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Imágenes de Panticosa Chus Tudelilla

La memoria del Balneario de Panticosa permanece en los documentos, testimonios e imágenes que, a lo largo del tiempo, han configurado un extraordinario legado revelador de la singularidad de un lugar cuya condición actúa como enorme acumulador histórico del territorio y de sus contenidos culturales. Atender al proceso de su configuración conlleva analizar las condiciones geográficas y peculiaridades geomorfológicas de Panticosa, conocer el descubrimiento y características de manantiales y aguas termales, fijar los momentos en los que el termalismo suscitó interés y sus inmediatas consecuencias en todos los ámbitos: político, económico, sanitario y cultural. El progresivo crecimiento de la arquitectura balnearia supuso la transformación de la red de comunicaciones, y el conocimiento científico de las aguas modificó sustancialmente las motivaciones que animaban al viaje. De establecimiento especializado en el tratamiento de la tuberculosis, las bondades del agua, del clima y del paisaje convirtieron el Balneario de Panticosa en destino privilegiado para el descanso. Con años de antelación lo supo Santiago Ramón y Cajal, o así al menos lo recordó en el capítulo dedicado a su estancia en Panticosa en 1877 convaleciente de una afección pulmonar, en la primera parte de sus memorias Mi infancia y juventud:1 “Grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte. Los dos primeros tonifican el cuerpo; los dos últimos apagan las vibraciones del dolor; nos libran de nuestras ideas, a veces más virulentas que el peor de los microbios y derivan nuestra sensibilidad hacia el mundo, fuente de los goces más puros y vivificantes”. El dibujo, la fotografía y la conversación ampliaron la experiencia diaria de sus paseos, “como si tuviera ante mí un programa de vida y de acción inacabable”. Los testimonios de Cajal y de quienes visitaron los Baños de Panticosa se funden con las imágenes seleccionadas que registran la historia del Balneario en este proyecto expositivo y editorial, que abordamos como si de fragmentos de un “Diario” se tratara. Testimonios e imágenes evidencian también las continuas dificultades, de toda índole, que han empañado los proyectos de desarrollo y crecimiento del Balneario de Panticosa.2 El último escollo se sitúa en la crisis económica de 2008 en España que frenó el ambicioso plan de restauración y crecimiento del Balneario ideado por la empresa Nozar. En diciembre de 2011 Iñaki Bergera, arquitecto y fotógrafo, comenzó el registro visual del abandono de las instalaciones de Panticosa. Desde entonces su mirada ha atendido a los muros que configuran los nuevos y los viejos edificios, y traducen las ideas de quienes los proyectaron. Sus fotografías nos permiten ensayar una nueva aproximación a los Baños de Panticosa que se inicia con una secuencia de fotografías históricas conservadas en colecciones institucionales: Biblioteca Nacional, Diputación de Zaragoza, Instituto Ramón y Cajal y, por supuesto, en la Fototeca de la Diputación de Huesca; y en colecciones particulares: Archivo familiar Pueyo Luesma, Colección José Coarasa Barbey y Colección Fernández Rivero, para abordar una cuestión crucial: la incidencia que las continuas transformaciones han 1. RAMÓN Y CAJAL, Santiago, Mi infancia y juventud, Madrid: Espasa Calpe, 2000, p. 282.

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2. En la aproximación al Balneario de Panticosa el libro de referencia es el de MONTSERRAT ZAPATER, Octavio, El balneario de Panticosa (1826-1936), Zaragoza: Gobierno de Aragón, 1998; además de las Memorias anuales de los directores-médicos de los Baños y de los folletos editados por la empresa propietaria a lo largo de los años. En la relación de obras de esta publicación se incluyen los consultados en este proyecto.


Aguas de Panticosa, S. A. Plan general del Establecimiento Termal de Panticosa, 17 abril 1891

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de Huesca guarda otro álbum de Preciado: Panticosa (p. ), editado en julio de 1897, de menor formato y ocho fotografías,16 cuatro de ellas coincidentes con las incorporadas en el álbum de 1894. Tal era la circulación de viajeros que en 1894 se dirigían al balneario que los conflictos empezaban cuando en la estación de Sabiñánigo no había carruajes suficientes, y continuaban al llegar al establecimiento y el alojamiento estaba completo. La animación, pese a todos los inconvenientes, era grande ante los numerosos bazares donde se vendían juguetes, bisutería y los más variados artículos y recuerdos, entre los que seguro no faltaban álbumes y colecciones estereoscópicas con vistas del balneario; e incluso el célebre Sabatté organizaba en la planta baja de la Fonda Española y Francesa de Miguel Lacasa una exposición de pinturas de afamados artistas. Todos parecían coincidir en que Panticosa sería muy pronto un lugar donde pasar un verano delicioso y fresco, el “sitio preferido por la gente del pantalón arreglamandado”, escribió Do La en su crónica para El Diario de Zaragoza.17 Y para que eso ocurriera, los propietarios debían reformar en profundidad un establecimiento que estaba llamado a ser “uno de los mejores de España y aun del extranjero; porque hay que convenir en que Panticosa de ayer, desaparece perdido en el negro crespón que le envolvía recordando como un sueño los tiempos en que solo una hilera de demacrados y desahuciados enfermos, bordaba el escarpado camino que aquí conduce”. Si de aquel Panticosa renacía otro nuevo y moderno, era obligada una completa transformación de un balneario donde faltaban “doscientas habitaciones, luz eléctrica, nuevos arbolados, ascensores, reformas en los escusados, desecación del mefítico lago, que en los días de calor despiden sus aguas aromas poco agradables...”. Para entonces, se estaba construyendo con gran rapidez una nueva casa, que en principio se pensó llamar “Virgen del Pilar”, a orillas del lago, cuya dirección se encomendó a Mr. Pierre Candau. En febrero de 1895 la noticia llegó a la prensa: un incendio ocurrido en el balneario había afectado al piso alto y a la techumbre del edificio en construcción, con el consiguiente quebranto que suponía la demora de su apertura. Los problemas se agravaron un año después cuando, en enero de 1896, un nuevo incendio destruyó por completo la Fonda Española y Francesa de Miguel Lacasa. Pese a todo, el Balneario volvió a estar muy animado con la inauguración del nuevo hotel en julio de aquel año con una gran fiesta. Los escombros de la fonda seguían sin recogerse cuando en respuesta a las voces que denunciaron en julio de 1897 el desolado aspecto de esa zona del establecimiento, tan próxima al jardín de la iglesia, se anunció el pronto derribo de las ruinas. Seguían las buenas noticias con la llegada del ingeniero de la casa Planas Flaquer y Cia., que daría comienzo a la instalación del salto destinado a mover la turbina que llevaría al balneario el alumbrado eléctrico, y con la obtención del Gran Diploma de Honor en la Exposición Internacional de Bruselas. El alumbrado eléctrico llegó al balneario y los viajeros disfrutaron “del aspecto fantástico al reflejarse los destellos de la potente luz en las abruptas rocas que lo cercan”.18 La excursión del sacerdote, y coleccionista de fotografía, Mariano Morlans del Cacho (Huesca, 1850-Madrid, 1931) al Balneario de Panticosa, en compañía de un grupo de amigos, pudo tener lugar en 1897 o 1898, pues como se observa en la secuencia de fotografías que se realizaron durante el paseo por el establecimiento, varios grupos de obreros trabajan en las ruinas de la Fonda Española y Francesa de Lacasa, aunque todavía resista un muro cercano a la iglesia y los escombros sigan ocupando parte del paseo junto a la Casa de Embajadores. En la plaza de los pabellones de madera un poste alto espera la llegada del alumbrado eléctrico. Esas son las 16. Vista general desde el Ibón. Vista panorámica desde la Casa de la Pradera. Iglesia nueva. Interior de la Iglesia nueva. Balneario. Fuentes azoada (Hígado) y sulfurosa. Chalet de la Esperanza. Gran Hotel. 17. Do La, “Baños de Panticosa”, en El Diario de Zaragoza, 19 agosto 1894, p. 2. 15

18. El Diario de Huesca, 6 junio 1898, p. 2.


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DIARIO DE LOS BAÑOS DE PANTICOSA Selección documental: Chus Tudelilla

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Fernando Guerrero Scholtz, Torrent du Pin. Panticosa, c. 1865

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1662 Tiene este lugar unos baños saludables entre todos cuantos conocemos en los Pirineos. [Vicente Blasco de Lanuza, Historias ecclesiásticas y seculares de Aragón: en que se continúan los Annales de Zurita desde el año 1556 hasta el de 1618: tomo segundo, Zaragoza: Juan de Lanaja y Quartanet, 1622]

1693 En el lugar de Panticosa, nosotros los jurados de los lugares del Quiñón, como son Panticosa, Pueyo y Hoz, cada uno en nombre, y voz de cada lugar de una parte, y de la otra Antonio Lalana y Juan Solé, piqueros, vecinos de Lanuza, los cuales hicieron su capitulación y ajuste a la manera siguiente: primero, se obligan los dichos Antonio Lalana y Juan Solé, a hacer la Casa de los Baños hecha y derecha, como son, las paredes maestras, las cuales han de tener de ancho hasta el primer suelo cuatro palmos, y de allí arriba tres palmos de vara, con puertas y ventanas con arcos, o de tosca, como mejor le parezca al Quiñón; vista y reconocida dicha obra por persona que al Quiñón le parezca nombrar. Item: está pactado y ajustado entre las dichas partes, que en caso de que sea reconocida la obra, y aquella no estuviera segura y según arte, que en este caso se haya de hacer y volver a fabricar a costas de los dichos Antonio Lalana y Juan Solé, a lo cual se obligan. Item: está pactado y ajustado, que los dichos oficiales se obligan a empezar a trabajar la obra en dando lugar el tiempo en la primavera primera siguiente, y que empezada que sea dicha obra hayan de trabajar oficiales piqueros continuamente hasta estar acabada. Item: que los dichos oficiales y piqueros Antonio Lalana y Juan Solé se obligan a hacer los pilares que al Quiñón parecerá ser necesarios para el corredor, según arte, pagando la cana de los pilares a diez sueldos jaqueses. Item: está ajustado que la cana de las paredes maestras con su cocina y entrada se haya de pagar a ocho sueldos jaqueses por cada cana de pared, y en estos se cuentan dos vacíos de puertas y ventanas. Item: el Quiñón se obliga a poner la maniobra en los andamios, como se acostumbra. Item: entre tanto que corre la obra hayan de tomar los oficiales todo el mantenimiento de su sustento del Quiñón, y no de otras personas, y que lo que tomaren sea a cuenta de los que se monte la obra. Item: que lo que se les quede a deber, concluida la obra, a los dichos Antonio Lalana y Juan Solé, el dicho Quiñón se obliga a pagarles en dos plazos iguales, el primero, concluida que sea la obra, y el segundo, fin de pago, para la feria de San Martín primera viniente de 1694, y que a cuenta de dicha cantidad los dichos Antonio Lalana y Juan Solé, se obligan a tomar todo género de mercadería, a los precios corrientes. [“Capitulación de la obra de los Baños de Panticosa”, en Francisco Javier de Cabanes, Memoria acerca del establecimiento de aguas minerales y termales de Panticosa en el Alto Aragón, con un mapa topográfico de los territorios inmediatos al mismo, Madrid: Imprenta de Villaamil, 14 junio 1832, pp. 81-82]

1773 En 28 marzo de 1773, arriendo de los Baños del Quiñón por tres años, que principiarán en 28 de junio viniente a favor de don Pedro Guillén, vecino de Panticosa, por precio de diez y ocho libras y diez sueldos, por cada un año, pagaderas cada año por el día que fina, que será 28 de junio, y deba de entregar el dinero a disposición del Quiñón, y que esto sea para acomodos de la casa, sin que se pueda destinar a otro por la necesidad que hay de reparar la casa y fuentes, que importa por los tres años cincuenta y cinco libras y diez sueldos.

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[“Otro arriendo de los Baños de Panticosa”, en Francisco Javier de Cabanes, Memoria acerca del establecimiento de aguas minerales y termales de Panticosa en el Alto Aragón, con un mapa topográfico de los territorios inmediatos al mismo, Madrid: Imprenta de Villaamil, 14 junio 1832, p. 82]


es facilísimo perder mucho más por el hecho de la reforma misma, que lo que se puede ganar por el mejoramiento del local. La Casa de la Fonda antigua. Se denomina así porque en ella se encontraba un establecimiento de este género para servicio del público. Se concluyó el año de 1833; está situada entre las casas llamadas Primitiva y Borda, al pie de la falda de la montaña y en un terreno un poco más bajo que la primera y más elevado que la segunda. Este edificio tenía cuatro pisos. Durante la temporada de 1837 sufrió un incendio y quedó reducida a un piso, que está habilitado para almacén de ropas y colchones, para habitación de dependientes y para alojamiento de los guardias civiles que van allí de punto. El primer Templete de la Salud o de la Fuente del Hígado se edificó —a propuesta y por consejo mío— el año 1839. La fuente denominada del Hígado había estado siempre al descubierto. Los que, buscando sus beneficios, se agrupaban a su derredor con objeto de beber sus saludables aguas, se veían en la dura precisión de sufrir los ardientes rayos del sol en los días claros y serenos, el viento y la lluvia en los nublados, y la repugnante e insoportable costumbre de meter con la mano los vasos en el fondo de la pocita en que brota. Preciso era ponerla a cubierto, y evitar aquellas molestias, incómodas y perjudiciales para todos, y mucho más para sujetos delicados o enfermos; conveniente era convertir aquel sitio en un receptáculo del precioso gas que, de continuo y en grande abundancia, se desprende de sus aguas, y que los enfermos pudiesen respirar aquel y beber estas con comodidad y sin exposición. Seguro yo de que el agua del Hígado, sobresaturada de gas ázoe o nitrógeno, le abandona cuando sale al exterior del manantial; persuadido de que la gran cantidad de ázoe puro desprendido naturalmente y en abundancia del agua, que le tiene en disolución y suspensión —esparciéndose por el ambiente, y mezclándose con el contenido en un local apropiado—, había de cambiar considerablemente, en un volumen dado de aire, las relaciones naturales en la cantidad de sus elementos constitutivos, oxígeno y ázoe, cuya simple mezcla le compone; convencido de que mezclado el nitrógeno con el aire atmosférico, había de dar a este fluido condiciones especiales, por las que debía ejercer necesariamente en los enfermos que le respirasen una acción sedante y mitigadora; ciertamente penetrado de que este medio de aplicación del ázoe, unido a la cantidad del mismo gas absorbido con el agua ingerida en el estómago, había de convertirse en un precioso recurso terapéutico para los enfermos de los órganos respiratorios, me fue imposible dejar de recomendar con el mayor encarecimiento e instancia la construcción de una localidad convenientemente dispuesta, donde pudiesen los enfermos utilizar los vapores de la preciosa agua del Hígado. (...) Para conseguir este objeto se regularizó la pocita natural donde nace la fuente, se cubrió con una tapa de hierro, se colocó un grifo, que suministraba tanta cantidad de agua como brota del manantial, y se construyó en 1839, como he dicho, un templete de arquitectura elegante, aunque sencilla, de figura cuadrilonga, que ocupaba cien pies cuadrados de superficie, y contenía dentro de sí la fuente, la roca donde nace y varios asientos alrededor. En su frente, dirigido a O., se encontraba la puerta de entrada; el lienzo que miraba al S. tenía una gran ventana con cristales; los otros dos servían para resguardarse de los vientos Levante y Norte, y el techo o cubierta era interiormente elíptico. La figura y colocación de este edificio sobre la fuente le hacía servir de campana, que, a la manera de un aparato hidro-pneumático, recibía continuamente los saludables efluvios de este manantial de vida, con cuyo mecanismo podían respirarlos, por largos ratos y sin riesgo, aquellos enfermos a quienes convienen. Posteriormente se prolongó este templete, y se dividió en dos departamentos: en el antiguo se servía el agua mineral a los enfermos por un criado, y en el nuevo se llenaban las vasijas para el uso del establecimiento y se tomaba el agua

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Fernando Guerrero Scholtz, Bains de Panticosa, c. 1865


Aparte la incuestionable mejoría, contribuyó no poco a darme ánimos el sugestivo y admirable espectáculo de la tranquilidad de los tuberculosos. Sabido es que el valor y la alegría son esencialmente contagiosos. Ninguno de aquellos tísicos, la mayoría jóvenes como yo, confesaba su mal; antes bien, afirmaban impertérritos, ser simples catarrosos o padecer del estómago. Algunos decían acudir al balneario sin necesidad, por puro agradecimiento a las milagrosas aguas; palabras de seguridad que resultaban amargamente irónicas al contemplar el amoratado círculo de los hundidos ojos y las febriles rosetas de las mejillas. Aun los postrados en el lecho mostrábanse en su mayoría satisfechos, pareciendo abrigar la firme creencia en próxima curación. ¡Verdad es que no eran médicos!... (...) La afabilidad de los tuberculosos, y sobre todo el tranquilo valor de la tísica de Cervera, acabaron por avergonzarme. Resolví desde entonces no estar enfermo. Sobreponiéndome autocráticamente a mis pulmones, mi cerebro decretó que todo era aprensión injustificada. Se acabaron para mí las minuciosidades del régimen, las prescripciones de la higiene y de la farmacopea. En mi desprecio por la terapéutica, suspendí definitivamente la bebida de la famosa agua nitrogenada e hice vida absolutamente normal. Ciertamente, mis pulmones refunfuñaban algo y mi corazón se obstinaba en latir más de la cuenta, pero yo juré no hacerles caso. ¡Allá ellos! Y me entregué al dibujo, a la fotografía, a la conversación y al paseo, como si tuviera ante mí un programa de vida y de acción inacabable. Cuando, de regreso del balneario, pasé por Jaca y me instalé con mi hermana en el monasterio nuevo de San Juan de la Peña, hallábame sumamente animado y con todos los signos de una franca convalecencia. (...) Grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte. Los dos primeros tonifican el cuerpo; los dos últimos apagan las vibraciones del dolor, nos libran de nuestras ideas, a veces más virulentas que el peor de los microbios, y derivan nuestra sensibilidad hacia el mundo, fuente de los goces más puros y vivificantes. Además, volviendo a mi caso, mi hermana Pabla resultó una enfermera ideal. Considero que la fotografía, de que era yo entonces ferviente aficionado, cooperó muy eficazmente a distraerme y tranquilizarme. Ella me obliga a continuado ejercicio, y proponiéndome a diario la ejecución de temas artísticos, sazonaba la monotonía de mi retiro con el placer de la dificultad vencida y con la contemplación de los bellos cuadros de una naturaleza variada y pintoresca. Estas aficiones al arte de Daguerre habían nacido años antes, según dejo apuntado más atrás, en la época del colodión heroico, y su cultivo vino a ser como una compensación feliz, destinada a satisfacer tendencias pictóricas definitivamente defraudadas por consecuencia de mi cambio de rumbo profesional. Porque solo el objetivo fotográfico puede saciar el hambre de belleza plástica de quienes no gozaron del vagar necesario para ejercitar metódicamente el pincel y la paleta. [Santiago Ramón y Cajal, Mi infancia y juventud, Madrid: Espasa Calpe, 1939 [ed. Espasa Calpe, 2000, pp. 276-283]

1878 Gran medalla de Oro en la Exposición Universal de París para el Balneario de Panticosa. Esta elevada y merecida recompensa ha dado por terminada, de la manera más autorizada y solemne, la disensión pendiente entre los hidrólogos españoles, que en sus clasificaciones han formado una clase independiente con una sola individualidad representada en Europa por la fuente del Hígado de Panticosa y los franceses, que no reconocen en el termal caracteres y acciones bastantes para dar a las aguas que de una manera principal mineralizan, la importancia que los primeros las conceden. Las averiguaciones científicas recogidas por el venerable e ilustrado médico-director del establecimiento, Sr. Arnús (padre), expuestas ante las corporaciones científicas con la brillantez que este

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Autoría desconocida. Panorámica del Balneario desde el ibón, 1878 71


Lucas Escolá, Balneario de Panticosa. A vista de pájaro, c. 1902

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Lucas Escolá, Balneario de Panticosa. Fuente del Hígado y entrada al Balneario, c. 1902


Francisco de las Heras Álbum: El Balneario de Panticosa. Sport de invierno, 1915

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1917 Tenemos aquí un edificio muy grande que le llaman Gran Casino. Este edificio tiene una sala en el centro y a su alrededor galerías por donde paseamos los niños antes de que empiece el cine, mientras los mayores están sentados tomando manzanilla, té o café o lo que más les gusta. En el salón hay muchas sillas; también tiene este salón un escenario y en el piso de arriba hay palcos y galería. El cine empieza a las nueve de la noche y antes toca un quinteto, siendo todos nosotros muy amigos de los músicos, con quienes hablamos a menudo. También tocan en el intermedio de la primera a la segunda parte. El arrendatario del Casino, que se llama don Francisco Pineda, ha mandado poner una fila de sillas delante de todas para los niños, y como somos tantos no hay para todos, hacemos todos los posibles por ir cuanto antes y dejamos un abriguito, una bufanda u otro cualquier objeto para coger el sitio y de vez en cuando, al dar las vueltas por las galerías asomamos las cabecitas para ver si están donde los dejamos. Cuando las películas son de risa nos reímos mucho y aplaudimos, y cuando son de robos, crímenes o de leones demostramos el desagrado golpeando con los pies en el suelo y gritando porque sólo queremos reírnos. Estas películas de miedo que abundan este año nos tienen muy disgustados, porque si bien sabemos que no es verdad lo que pasa, por la noche soñamos con ellas sin querer y dormimos intranquilos, al menos eso dice de mí mi mama. También nos tiene disgustados el que los letreros los leemos muy mal, porque se mueven, porque no nos dan tiempo y porque están borrosos, como les pasa también a las figuras, y muchas veces se tiene que parar la función en dar luz y arreglar la película, porque se rompe. Estos defectos, que a nosotros no se nos alcanza el saber de quién dependen, porque no sabemos distinguir si son del hombre que está al aparato, del aparato o de que las películas son muy malas y las paga por buenas el señor Pineda y le engañan como a un chino dándoselas muy malas. Un amiguito, mayor que yo, que estaba a mi lado la otra noche, cuando yo le pregunté si él sabía a qué causa se debía el que nos molestase en los ojos las películas, me dijo: —Mi papá, dice que porque el hombre, la máquina y las películas cada uno piensa de distinta manera y no marchan de acuerdo para hacerlo bien. Si esto sigue así, hemos decidido formar una comisión todos los niños para ir a decirle al amo del Casino que nos gusta mucho el cine, pero cuando es bueno, y que haga porque el suyo lo sea, porque si no, nos vamos a declarar en huelga y no vamos a entrar ninguno a verlo. Así se lo vamos a decir, para que rabie... El resultado de la protesta ya os lo dirá Pintipolin. [Pintipolin, “Pintipolin en Panticosa (crónicas infantiles). En el cine”, en La Crónica. Diario independiente, 5 septiembre 1917, p. 3]

1918 La excursión a los lagos es de obligación estando en Panticosa; además, es la única que disfruta del reclamo de los habituales del balneario. El señor director del comedor nos habla de ella, ponderándola sobre todas las cosas; en el Casino, amigos comodones, nos dicen que no dejemos de ir; Oliván, el viejo francés que vende chucherías y recuerdos también nos indica la excursión, y hasta el camarero que aquí se aburre y sueña con sus Burgaleses, nos habla de los lagos, pero un poco más ingenuo, nos insinúa la profecía de que allí, naturalmente, nos aburriremos.

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Autoría desconocida Terraza del Casino, c. 1918

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Por fin una mañana salimos para los lagos; el proyecto es hermoso, por lo tranquilo pues nos costará dos horas y media la ascensión que se ha llegado a hacer en 67 minutos; además el sol no molesta. Cuando habíamos traspasado ya la peña grande, desde la cual divisábamos todo Panticosa y el puerto El Escalar, y entrábamos en la región alta de los lagos, un shirimiri vino a importunarnos la marcha. El guía, conocedor de la montaña, nos indica que arriba, en los altos, no llueve, y empezamos a subir otra vez, con la esperanza de hallar sitios en donde no caiga la lluvia molesta, por la cual, a poco, retornamos todos al Balneario. Afortunadamente pasa el chubasco y continuamos la marcha hacia el primer lago, apoyándonos fuertemente con los palos alpinos. Resulta interesante el paso de la expedición por el ancho desfiladero del Morrillo, quizá el único lugar salvaje donde crece una hierba fina y lustrosa, de un verde esmeralda, ahora más fuerte por el agua que la moja: es un sitio callado; el silencio allí impone. Al amparo de dos grandes picachos que lo resguardan de aire y dan sonoridad largo rato y se extinguen lentamente en la oquedad del desfiladero: hay sitios, pasos ya estrechos, en donde repercuten sordas y lentas, nuestras pisadas sobre las peñas. —Mira, Kokin— me dicen, el paisaje es idéntico al de las Walkiryas de Muñoz-Degrain, ascendemos nueva y lentamente hacia los lagos; al decir del guía están cerca, y como Javier Bengoa, un expedicionario estupendo, conoce también el camino, mandamos adelantarse al guía con el mozo de los mulos, para que preparen las tiendas de campo con tiempo. Paso sapientísimo de la mayoría, pues a la media hora de él, y cuando divisábamos ya el llano alegre de los lagos, con estos al fondo y a sus orillas, nuestro campamento, le dio otra vez al tiempo por llover, y a pesar de correr al refugio, a él llegamos completamente mojados. El guía hizo instantáneamente, con un interés que desde aquí se lo agradecemos otra vez, unas brasas, un rescoldo estupendo, en donde se secaron los atavíos mojados, las ropas chirriadas, mientras unos nos reíamos de la mala foyá, y otros clamaban contra la lluvia, los lagos, quien los descubrió y hasta contra Oliván...


1950 La Sociedad propietaria del Balneario de Panticosa tiene en proyecto hacer de este una de las mejores estaciones de España en deportes de invierno. Abierto hasta ahora únicamente en verano, no se aprovecha este delicioso paraje natural como debiera. Puesto en explotación desde hace muchos años como lugar de reposo y cura de aguas, goza de bien ganada fama no sólo en nuestro país, sino fuera de él. Ya antes de que se construyese la carretera que lleva hasta el balneario y que arranca de la general de Sallent a Francia, poco antes de llegar a Escarrilla, donde el río Gállego se angosta y discurre hondo entre peñascos, era conocido y visitado, con todo y ser el acceso a lomo de cabalgadura, largo y molesto. Nada tiene esto de particular, pues aparte la calidad de sus aguas, que proporcionan alivio y curación a graves dolencias, su emplazamiento sobre un dilatado circo, cerrado por montañas que pasan de los tres mil metros, y el encanto de su lago, hacen de este Balneario un lugar de ensueño, a más de 1600 metros de altitud. Para que esté a la disposición del viajero todo el año, es necesario que antes se realicen unas obras de defensa contra aludes. Si en la buena estación ofrece incuestionable atractivo, en el resto del año no será menor, particularmente cuando las nieves hayan hecho su aparición. Porque entonces, el deporte de la nieve tendrá en él un marco difícilmente superable. Y siendo esto así, es una lástima que por no hallarse suficientemente protegido contra los azotes invernales, que allí tienen una fuerza destructiva colosal, haya que cerrarlo, cuando lo que se hace en el extranjero, sobre establecimientos de la naturaleza de este, es combinar ambas explotaciones, la veraniega y la invernal, con lo que en definitiva sale beneficiado el público. La obra de defensa que se proyecta es no sólo del circo del Balneario, sino también de la carretera de acceso al mismo. Hemos visto unas fotografías que reproducen con todo detalle el estado en que un gigantesco alud caído en la madrugada del mes de febrero del año 1915 dejó algunas de las edificaciones del Balneario de Panticosa. Los que fueron testigos de la catástrofe que en contados minutos desarrolló su acción destructora, en la cual, afortunadamente, no hubo víctimas que lamentar, la describen con términos que horripilan. Y esto es lo que quiere evitar la sociedad propietaria del Balneario. Porque explotado este como estación invernal, sin las previas defensas, de desprenderse otro alud como aquel, lo que está siempre en lo posible, tal vez tuviera trágicos efectos, y ante todo y sobre todo interesa la seguridad del huésped de la que a la postre la sociedad se hace responsable. El proyecto en cuestión fue conocido por la excelentísima Diputación, en su último pleno, y a juzgar por la información que se hizo de esta sesión, el organismo provincial acordó ver con buenos ojos tal sugerencia y apoyar, donde fuera y como fuera, el proyecto. [“Temas locales. Un proyecto”, en Nueva España, 25 abril 1950, p. 2]

La pasada temporada ha terminado totalizando un número de estancias inferior en un II y I/2 por 100 al de la anterior, compensada esta baja por el rendimiento, que ha sido muy satisfactorio. Esta alteración en la línea de explotación de los últimos años ha sido debida, de una parte, a subsistir las mismas causas de retraimiento que el año anterior respecto al turismo nacional, y en cuanto al internacional, que se inició con bastante incremento, se vio interrumpido a mitad de la temporada por dificultades surgidas en relación con el libre tránsito por el Puesto fronterizo de Sallent, que es el más cercano y cómodo para los viajeros procedentes de Francia. Por ello, las excursiones a las poblaciones y centros de turismo franceses, cercanos a España, no se han incrementado, como era de esperar, teniendo en cuenta la mayor afluencia que, en general, ha habido de extranjeros en otras ciudades. El Consejo, que se ha preocupado y se preocupa grandemente de esta cuestión, espera que todas las dificultades y entorpecimientos puedan vencerse para la próxima temporada.

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José Pueyo Luesma, Animación en el Balneario, c. 1935-1940


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Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Casino, 2021


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Iñaki Bergera Proyecto: Standstill Architecture. Balneario de Panticosa, 2011-2021 Centro de Alto Rendimiento Deportivo, 2019

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