Javier Osés. Un obispo en tiempos de cambio

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cosas nuestras

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Javier Osés Un obispo en tiempos de cambio Pablo Martín de Santa Olalla Saludes

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido investigador predoctoral del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid y posdoctoral del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la propia Universidad Autónoma de Madrid. También ha sido profesor invitado de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca. Colabora habitualmente con las revistas de investigación Estudios Eclesiásticos y Actualidad Bibliográfica, así como con la publicación Ecclesia. Entre sus obras destacan De la Victoria al Concordato. Las relaciones Iglesia-Estado durante el «primer franquismo» (1939-1953) (Barcelona, Laertes, 2003) y La Iglesia que se enfrentó a Franco. Pablo VI, la Conferencia Episcopal y el Concordato de 1953 (Madrid, Dilex, 2005). En 2004 recibió ex aequo el II Premio para Jóvenes Investigadores de la Comisión Española de Historia de las Relaciones Internacionales (CEHRI). Actualmente es coordinador académico del Centro Superior Editorial y de Cultura (CSEC).


Javier OsĂŠs Un obispo en tiempos de cambio



Javier OsĂŠs Un obispo en tiempos de cambio

Pablo MartĂ­n de Santa Olalla Saludes


Martín de Santa Olalla Saludes, Pablo Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio / Pablo Martín de Santa Olalla Saludes. — Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2007. — 354 p. : il. bl. y n. ; 21 cm (Cosas Nuestras; 34) Bibliografía: pp. 347-351 D. L. HU 195-2007. — ISBN: 84-8127-191-1 1. Osés, Javier (1926-2001). I. Título. II. Serie 929 Osés, Javier 27 (460.222) “19”

© Pablo Martín de Santa Olalla Saludes © De la presente edición, Instituto de Estudios Altoaragoneses 1.a edición, 2007 Colección: Cosas Nuestras, n.o 34 Director de la colección: Carlos Garcés Manau Diseño: José Luis Jiménez Cerezo Comité editorial: Julio Alvira Banzo, M.a Pilar Benítez Marco, Ramón Lasaosa Susín, Antonio Turmo Arnal y Eduardo Viñuales Cobos Coordinación editorial: Teresa Sas Bernad Corrección: Ana Bescós García Fotografía de cubierta: Javier Osés en la procesión de San Lorenzo (1998) (Foto: Vicente Plana) Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca) Parque, 10. E-22002 Huesca Tel.: 974 294 120. Fax: 974 294 122 www.iea.es / iea@iea.es Impreso en España Imprime: Gráficas Alós. Huesca ISBN: 84-8127-191-1 DL: HU. 195-2007


Palabras previas



Es un motivo de verdadera alegría poder recordar con detalle la vida y el corazón de Javier Osés. En el Seminario de Pamplona coincidimos estudiando Latín, Filosofía y Teología. Luego nos encontramos en Roma completando los estudios. Me tocó ir de sacerdote a la parroquia de Tafalla, el pueblo de Javier Osés. Y siempre lo recuerdo en aquel tiempo en que trabajábamos en la juventud de Acción Católica y en Cursillos de Cristiandad. Qué difícil recordar, ahora que tengo 84 años, tantos momentos amistosos y agradables. Recuerdo lo que hacíamos en algunos pueblos de Navarra en la campaña del Seminario, participando en la misa, hablando con niños y jóvenes y jugando al fútbol como seminaristas contra los del pueblo. Me ha venido a la memoria el pueblo de Falces, donde jugamos los dos Javieres y ganamos al Falcesino. No puedo hacer una presentación seria de este libro. Solo expresar agradecimiento y cariño por poder recordar tantos momentos de la vida de Javier Osés. Gracias. Javier Azagra Labiano Obispo emérito de Cartagena



Presentaciรณn



Corren un riesgo cierto quienes aceptan el reto de biografiar a las personas excepcionales poco después de su desaparición. La excepcionalidad suele acarrear considerables amores y desamores viscerales inmediatos, y si el tiempo transcurrido es escaso, como ocurre con Javier Osés, las posibilidades de sosiego en los puntos de vista son menores. No me resulta fácil escribir sobre Osés porque es complicado hablar con objetividad de las personas que se hacen querer. Y en ese sentido me considero uno más de los miles de amigos con los que contó en vida, muchos de los cuales ni siquiera tuvieron nunca un contacto personal con el obispo de Huesca. Bien es verdad que en mi caso tuve la fortuna de tratarlo durante algunos años. Mi opinión sobre este navarro excepcional carecía, hasta el momento en que aparece este libro, de cualquier principio reflexivo. Todos mis recuerdos pertenecían exclusivamente al campo de los afectos. Osés era el vecino de mis padres en el número 10 de la plaza de Lizana; los acompañó en la celebración de su 50.o aniversario como matrimonio; compartió con ellos cafés y conversación en el comedor de casa; los atendió con diligencia en los malos momentos, incluso mucho antes de conocerlos; los visitó en la enfermedad junto con su hermana Paz, como buenos vecinos, y disfrutó con ellos de los buenos ratos cuando los hubo. Afortunadamente mi oficio puntual de prologuista no me obliga a recordar todas las amables palabras recibidas del obispo de Huesca, ni las opiniones recogidas de tantos admiradores de Javier

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(mi padre me dispensó hasta el final alguna mirada de las de siempre cuando me oía dirigirme al obispo con la familiaridad de llamarlo por su nombre…). No debo hacer notar, en este momento, que estamos ante una figura cuya excepcionalidad radica en el hecho de ser poseedor de un carisma personal singular, cuyo nombre produce una admiración y un respeto unánime por parte de la sociedad a la que perteneció. Una sociedad que, sin dejar de ser cristiana, se define de antiguo como anticlerical por su cultura, por su tradición y por sus costumbres, aunque cuidadosa de guardar las apariencias, especialmente en la etapa del final del franquismo y en los años inmediatamente posteriores. No es el momento de considerar —que para ello se han escrito las páginas que siguen— la profundidad del pensamiento de un obispo de Huesca, cuyas cartas semanales eran comentadas en cualquiera de los grupos cristianos progresistas de tantas parroquias de la geografía española. Mi oficio me obliga ahora a presentar un texto que ha sido escrito con total rigor académico. Si se tratara de una tesis doctoral en la que me encontrara como miembro de la comisión evaluadora, no dudo de que comenzaría mi intervención con una efusiva felicitación al futuro doctor por el proceso desarrollado en su investigación. Por la precisión en la búsqueda de las fuentes, por el cuidadoso trabajo de campo que le ha llevado a conseguir los datos necesarios para llegar a las conclusiones de su análisis, por la bibliografía precisamente seleccionada y la abundancia de las notas, que implican largas horas de lectura de textos. También le agradecería el esfuerzo realizado para conseguir una redacción amena, incluso en los momentos en los que los datos no permiten mayores florituras. Las biografías de los grandes permiten a sus autores, con frecuencia, dar rienda suelta a la imaginación y ofrecer paseos por momentos que reflejan lo que a los posibles lectores les hubiera gustado que poseyeran sus personajes favoritos. En el caso de Pablo Martín de Santa Olalla Saludes, se ofrece la sola enumeración de los hechos y los dichos de Javier Osés. Hechos y dichos que componen una trayectoria vital admirable y, a la par, arriesgada. Si esto fuera una tesis doctoral debería ser calificada con la máxima nota. Pero no lo es. Sabía que el obispo de Huesca había sido uno de los prelados españoles comprometidos tanto en las ideas cuanto en las palabras y la acción, en eso que tan bien conocen los jesuitas y que suelen 12


Presentación

llamar tiempos fuertes. Que como norma de vida se había saltado lo políticamente correcto sin demasiados problemas. Pero ese conocimiento resulta ahora absolutamente superficial al poder comprobar, a través de las páginas que el lector tiene en sus manos, el grado de compromiso del obispo Osés con sus feligreses y con el conjunto de la sociedad en la que le tocó vivir. «Aquel hombre humilde, sencillo y tímido probablemente tenía una sola ambición, que se fundía con su vocación: servir a la Iglesia. […] Y Osés lo tuvo siempre muy claro: fuera como sacerdote, como obispo o como tuviera que ser, él serviría a la Iglesia, lo que, en definitiva, si somos fieles a las Sagradas Escrituras, supone servir a los hombres», nos advierte el autor a la hora de analizar en sus conclusiones al Javier Osés nacido para príncipe de la Iglesia. La sencillez de alguien que todos percibíamos como llamado a más en la jerarquía eclesiástica fue sin duda una de las facetas mejor percibidas por los oscenses en la figura de su obispo. Y por ello acabó siendo un hombre querido por la mayor parte de la sociedad de la diócesis de Huesca. Comenta el autor en las conclusiones de su trabajo, probablemente el momento más profundo del mismo, que Osés quiso ser siempre un hombre cercano, consciente de que, si la gente no venía a él, él habría de ir a la gente. «Ello explicaría el rotundo éxito de asistencia de público en el momento de la despedida, con una histórica presencia de la comunidad gitana, como me dijo Cecilio Lacasa, que recordó que era la primera vez que los gitanos asistían a un acto en memoria de lo que ellos llaman un payo». La cercanía que transmitió a sus conciudadanos y a sus feligreses le fue devuelta de forma absolutamente espectacular en su sede episcopal. Recibió probablemente muchos más honores que un príncipe de la Iglesia y los recibió de quienes habían advertido, con el paso de los años, que su obispo había venido a servirles. Esos son los verdaderos honores. Estamos, sin duda, ante la biografía de una persona excepcional: Javier Osés. La persona, en efecto, era excepcional. En eso estamos casi todos de acuerdo. Pero el estudio que aquí se presenta lo trasciende sobremanera. El libro lo lanza con toda probabilidad más allá de lo que fue en vida. Nos presenta al obispo de la diócesis de Huesca, al obispo Osés, como paradigma de toda una época de transición y de renovación de la Iglesia. Quizá la clave está en ese 13


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«todos sabíamos que estaba llamado a más en la jerarquía eclesiástica». Puede ser que las páginas que siguen le hagan justicia a él y a todos aquellos que apostaron por la doctrina social de la Iglesia en tiempos de cambio. Fernando Alvira Banzo Director del Instituto de Estudios Altoaragoneses

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Introducciรณn



Probablemente más de un lector se pregunte por la razón o las razones que me llevaron a escribir una biografía sobre el obispo Osés. Especialmente los oscenses, habitantes de una tierra que tuvo la oportunidad de ver en multiplicidad de ocasiones a Javier Osés, al que muchos de ellos siguen llamando don Javier. Pues bien, debo confesar que en la realización de este trabajo se han mezclado las motivaciones científicas y las personales, sin cuya conjunción difícilmente podíamos haber concluido esta investigación. En otras palabras, siempre tuve especial interés en investigar sobre Javier Osés, y, así, unas circunstancias favorables en los últimos tiempos se encargaron de hacer realidad este deseo. ¿A qué me refiero cuando hablo de motivaciones personales? ¿Es posible que esté hablando de una relación directa con Huesca o con el Alto Aragón? No es así. No tengo ningún tipo de vínculo personal ni familiar con esta bella tierra, en la que, antes de comenzar a trabajar sobre la figura de Javier Osés, solo había estado en una ocasión, concretamente en la primavera de 1993. Por tanto, si la motivación personal no entronca con Huesca y sus gentes, entonces esta tendrá que referirse, lógicamente, a la propia persona de Javier Osés, que es la otra parte de esta investigación. Y ahí sí que está la motivación principal. Explicaré por qué. El 4 de junio de 1996 Javier Osés acudió al Colegio Mayor Universitario Chaminade de Madrid, perteneciente a la Compañía de María (marianistas), para participar en una mesa redonda. Dicha presencia se ubicaba dentro de la XV Cátedra de Teología Universitaria que viene organizando este centro desde comienzos de la década de los

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ochenta y que se ha mantenido, con gran éxito, hasta nuestros días. Entre el público se encontraba quien escribe estas líneas, entonces un estudiante de la licenciatura de Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Osés debía hablar, como las otras dos personas que intervenían en aquel acto, de un tema de gran importancia: la Iglesia católica y sus retos para el futuro. Yo estaba muy interesado en escuchar su opinión, consciente de que la Iglesia, como institución fuertemente jerarquizada, tenía y tiene en la figura de los obispos un punto de referencia esencial. Debo reconocer, en ese sentido, que no sabía prácticamente nada acerca del perfil tanto personal como profesional de aquel prelado. La realidad es que salí francamente decepcionado de sus palabras. Osés no concretó nada, dando solo una visión muy idealizada sobre la Iglesia que él quería para el futuro, basada en el amor y en la solidaridad. No proporcionó ideas concretas sobre los grandes problemas que afectaban a la institución, tales como la pérdida paulatina de efectivos sacerdotales, el vaciamiento de los seminarios o la indiferencia de las nuevas generaciones ante el fenómeno religioso. Así que, cuando llegó el momento de dar el turno de intervenciones al público, con la ignorancia (que ya se sabe que es atrevida) y la impertinencia propia de mi edad en aquel momento (aunque siempre desde un escrupuloso respeto hacia el interpelado), expuse con contundencia, ante los allí presentes, que no había dicho nada realmente novedoso respecto a los retos de la Iglesia en el futuro. Osés me respondió con educación que no estaba de acuerdo, en una breve y escueta nueva intervención. A continuación, otra persona del público dijo algo muy parecido a lo mío. Osés ya directamente renunció a responder. Luego hubo más preguntas, pero ya dirigidas a los otros participantes de la mesa redonda. Dados mis vínculos con las personas que dirigían entonces la mencionada cátedra de Teología, tuve la oportunidad de cenar a continuación con el hombre a quien había criticado de manera ciertamente muy dura. Allí se produjo un acercamiento de posiciones. Pronto me apercibí de que se trataba de una persona con grandes dosis de humanidad. No había el más mínimo rencor hacia aquel joven e impertinente estudiante, hasta tal punto que aceptó ir en el mismo coche (conducido por quien había sido mi catequista años

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Introducción

antes, un seglar llamado Gregorio Vargas) que este cuando finalizó la cena y hubo de dirigirse hacia la estación de trenes. Se despidió de manera educada y allí finalizó nuestro encuentro. Ya no le volvería a ver, pero ello no significaba que me hubiera olvidado de su persona. El tiempo se encargaría de que nuestros caminos se volvieran a cruzar, aunque nunca de manera personal. En efecto, finalizada mi licenciatura, y cuando ya me encontraba inmerso en la realización de la tesis doctoral, me animé a concursar a la convocatoria de ayudas de investigación del Instituto de Estudios Altoaragoneses. El proyecto que presenté y que se decidió financiar generosamente no versaba sobre Javier Osés, a quien sin yo saberlo le restaban tan solo dos años de vida, ni sobre la diócesis de Huesca, sino sobre el vecino Obispado de Barbastro durante el franquismo. Nunca llegué a disfrutar aquella ayuda, ya que poco antes la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid me concedió una beca de Formación del Personal Investigador para que realizara mi tesis doctoral en el departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid. Poco tiempo después, concretamente el 23 de octubre de 2001, leí en la prensa que Javier Osés acababa de fallecer en la clínica de la Universidad de Navarra, lo que me entristeció sinceramente. Una muerte que, por cierto, se había producido con tan solo cuatro días de diferencia con respecto a la del obispo de Jaca y amigo personal suyo, José María Conget. Así que decidí que, si un día volvía a presentarme a la convocatoria del Instituto de Estudios Altoaragoneses, lo haría con un proyecto cuyo objeto fuera una biografía de Javier Osés, que tenía amplias probabilidades de ser apoyado por la dirección del centro, más que por los méritos investigadores del solicitante, por la extraordinaria relevancia para Huesca del que fuera obispo de su diócesis, primero auxiliar y luego residencial, nada menos que durante más de tres décadas. Esa oportunidad llegó en el otoño de 2003, cuando finalizó mi beca predoctoral y una vez que hube defendido con éxito mi tesis doctoral en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Yo había solicitado ya una beca posdoctoral al Ministerio de Educación y Ciencia, pero, hasta que pudiera disfrutarla, en caso de que finalmente fuera concedida, habrían de transcurrir

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una serie de meses en los que podría trabajar tranquilamente sobre la figura de Javier Osés. Inicié, por tanto, esa biografía a finales de octubre de 2003, e hice acto de presencia por primera vez en Huesca en enero de 2004, consiguiendo avanzar bastante el trabajo de investigación. Pero, cuando a finales de abril de 2004 me fue concedida la mencionada beca posdoctoral, con destino en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, hube de dejar momentáneamente esta monografía, sin saber cuándo la retomaría. Finalmente, volví a dar un nuevo impulso a la investigación en la primera mitad de 2005, y cuando, en una nueva convocatoria de ayudas a la investigación del Instituto de Estudios Altoaragoneses, este decidió concederme una segunda oportunidad, entonces el camino quedó francamente allanado para la definitiva conclusión de la biografía de Javier Osés. Claro que no solo fue importante el apoyo económico, sino también hechos como haber entrado en contacto con María Paz Osés, hermana de Javier, que le había acompañado durante prácticamente toda su etapa como obispo en Huesca. Ella me había escrito una cariñosísima carta de agradecimiento por el hecho de haberme interesado en la persona de su hermano y, desde entonces, mantuvimos un contacto telefónico constante que sirvió de estímulo permanente para la finalización de la obra que ahora se presenta. Un contacto que sería al fin de tipo personal cuando el 28 de octubre de 2006 mantuve una reunión en Pamplona en la que también pude conocer a sus hermanas Margarita y Fernanda, y que me permitió comprobar la extraordinaria calidad humana que caracteriza a la familia Osés Flamarique. No obstante, quiero nuevamente recordar la importancia del Instituto de Estudios Altoaragoneses: a pocas instituciones como esta, con su director a la cabeza, podré estar más agradecido en toda mi vida, porque tres oportunidades son muchas y además cada una de ellas fue superando en cuantía a la anterior. Y no puedo menos de hacer constar mi agradecimiento al director del Área de Historia, el doctor José María Nasarre, por sus acertadas observaciones. Al mismo tiempo, quiero agradecer el apoyo y ayuda de otras instituciones y personas que han contribuido a hacer menos pesada mi carga. Comenzaré por el propio Obispado de Huesca, donde fui atendido y ayudado en diversos momentos por Agustín Catón (d. e. p.),

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Introducción

por el director del Archivo Diocesano (Luis García Torrecilla, hombre de gran diligencia y notable profesionalidad) y por distintos sacerdotes de esta misma diócesis, quienes me han permitido conocer mejor los entresijos del Obispado altoaragonés y de la trayectoria del biografiado. También quiero tener un especialmente agradecimiento hacia el archivo de la Conferencia Episcopal Española, donde mi querida María Carmen del Valle, por cierto también aragonesa como la diócesis de Huesca, me atendió con su habitual amabilidad y profesionalidad. Finalmente, mi punto de referencia esencial a la hora de trabajar sobre historia de la Iglesia, la Universidad Pontificia de Comillas, ha seguido prestándome, a través de su directora, Henar Pizarro, y de su también eficiente bibliotecaria Aída Casado, la ayuda necesaria. No puedo olvidarme de dos oscenses que me han atendido con amabilidad durante mis estancias en Huesca, Jesús Inglada y Luisa Marco Sola, quienes contribuyeron a hacer más grata mi estancia en esa preciosa ciudad del Alto Aragón. También deseo tener un especial recuerdo hacia mis amigos, compañeros y colegas. Desde mi querido y entrañable Javier Donézar, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, que apoyó con cartas de presentación mi candidatura a las diferentes ayudas a la investigación a las que me presenté, hasta otros profesores del departamento en el que me formé, como Marta Bizcarrondo (d. e. p.), Pedro Antonio Martínez Lillo, Juan Manuel Guillem, Ángeles Hijano y José Luis Neila. Otras personas de esta institución, aunque pertenecientes a otros departamentos, han estado también cerca de mí, como es el caso de Javier Villalba, Antonio Chacón, Iluminado Sanz, José Pascual, José Martínez Millán y Manuel Rivero. Pertenecientes a otras universidades pero también muy atentos y generosos con mi trabajo han sido y siguen siendo Feliciano Montero, de la Universidad de Alcalá de Henares; Charles Powell y Juan Carlos Jiménez, de la Universidad San Pablo – CEU; Myriam Cortés Diéguez, de la Universidad Pontificia de Salamanca, y Cristóbal Robles, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Especial mención debo hacer a mi admirado José María Díaz Moreno, canonista jesuita y maestro mío en el difícil terreno de las relaciones Iglesia-Estado, y a Jesús de las Heras, quien como director de Ecclesia me ha brindado la oportunidad de darme a conocer al mundo católico (y también

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no católico) a través de una publicación tan relevante como la revista que él dirige. Quien ha escrito las páginas que siguen a continuación tiene la sincera esperanza de que la presente biografía sirva, con todas sus luces y sombras, para hacer a todos los interesados en la figura de Javier Osés más cercana su presencia, permitiendo vislumbrar la vida de un hombre que se entregó por completo a la Iglesia que él tanto amaba y que murió con la satisfacción personal de haber vivido por y para el mensaje de Jesucristo. Madrid, 27 de abril de 2007

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal (1926-1969)



Javier Osés nació en la localidad navarra de Tafalla el 23 de agosto de 1926. Pertenecía, por tanto, a una de las tierras más importantes para el catolicismo español, ya que Navarra había sido y sería después una prolífica cantera de vocaciones sacerdotales. Varios de los obispos más importantes del franquismo, como Antonio Añoveros, Jacinto Argaya o José María García Lahiguera, eran también navarros. Como muchas personas de esta tierra, Osés pertenecía a una familia de agricultores. Era el segundo de ocho hermanos, de los cuales nuestro biografiado no era el único religioso, ya que tres de sus hermanas (Josefina, Margarita y María Paz) habían decidido también vivir su vocación dentro de la Iglesia. En plena guerra civil, con 12 años (1938), Javier Osés había ingresado en el Seminario Menor de Pamplona, donde cursaría los cinco primeros años de Humanidades, tres de Filosofía y dos de Teología. Completaría su formación en Italia, cursando estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El resultado sería una licenciatura en Teología y otra en Derecho Canónico. En ese sentido, la vocación de Osés fue ciertamente temprana, hasta el punto de que se ordenó cuando ni siquiera había cumplido un cuarto de siglo: el 19 de marzo de 1950, festividad de San José, Javier Osés, un hombre de escasos 23 años y medio de edad, se convertía en sacerdote. Lo hacía en Roma, la cuna del catolicismo. Era este el inicio de una prometedora carrera eclesiástica, ya que también llegaría al episcopado a una edad bastante joven: con 43 años recién cumplidos sería nombrado obispo auxiliar de Huesca (10 de

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Javier Osés el día de su nombramiento episcopal. (Foto cedida por el Archivo Ecclesia)

noviembre de 1969), y un mes después (7 de diciembre de 1969) recibiría la consagración episcopal. Pero, antes, cuando volvió a Pamplona, tuvo un primer destino en la parroquia de la localidad navarra de Zudaire, un pequeño pueblo de 400 habitantes situado al pie de la sierra de Urbasa. Allí ejercería durante solo un año, ya que de inmediato hubo de marcharse a la capital navarra para ejercer como prefecto de filósofos en el Seminario de la ciudad. En su nuevo destino la estancia se prolongaría por tres años, hasta 1954, en que fue nombrado profesor de Derecho Canónico del Seminario Mayor y notario de la curia.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Durante aquella época Osés puso de manifiesto su notable capacidad intelectual y, con muy buenas calificaciones, ganó la canonjía doctoral de la santa iglesia catedral de Pamplona. Pero Osés no quería ser solo un hombre de estudio: necesitaba el contacto con los fieles. De ahí que en el mismo año 1958 fuera designado consiliario diocesano de Juventud de Acción Católica, la mayor organización de seglares existente en ese momento en España, alternando estas actividades apostólicas con la de los Cursillos de Cristiandad. Además, durante aquellos años (1958-1969), desempeñó la cátedra de Moral Fundamental en el Seminario de Pamplona y fue responsable de las obras matrimoniales, colaborando, al mismo tiempo, en la organización y desarrollo de los cursos prematrimoniales.1 En aquella época el obispo de Huesca era Lino Rodrigo Ruesca, un prelado de edad avanzada, 84 años, que llevaba nada menos que treinta y cuatro al frente de la diócesis altoaragonesa. De hecho, se trataba de uno de los pocos obispos no nombrados por Franco, ya que había sido elevado al episcopado durante la dictadura de Primo de Rivera como auxiliar de Granada, para después pasar a ser obispo residencial de Huesca ya durante la II República. La bicefalia entre Osés y Rodrigo se iba a prolongar hasta el 19 de mayo de 1973, en que este último falleció. Bicefalia que nunca fue real, pues Osés ejercería como auténtico obispo residencial de la diócesis desde el primer momento, ya que precisamente para eso había sido nombrado. Hoy sabemos, porque además lo tenemos documentalmente atestiguado, que Javier Osés fue desde el principio un hombre vetado por el Régimen,2 de ahí que posiblemente la única manera a través 1 Toda la información sobre la vida de Javier Osés previa a su nombramiento como

obispo la encontramos en el Boletín Oficial del Obispado de Huesca (en adelante BOOH), 12, diciembre de 1969, p. 450. 2 Esta información la hemos conocido a través de un extenso informe, redactado en 1972, que el entonces director general de Asuntos Eclesiásticos hizo llegar a sus superiores para darles a conocer hasta qué punto la Santa Sede había llegado a incumplir el Concordato de 1953. Osés, por cierto, no era el único candidato vetado por el Régimen; en efecto, en dicha lista figuraban también José Cerviño (designado para la sede de Santiago), Antonio Montero (Sevilla), Javier Azagra (Cartagena-Murcia), Elías Yanes (Oviedo) y José Gea Escolano (Valencia). Así lo reflejé en Martín de Santa Olalla (2005a: 49).

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de la cual podía llegar a obispo era por la ventana que proporcionaba el auxiliarazgo, ya que Franco no tenía capacidad para controlarlos al no encontrarse recogidos en el convenio firmado el 7 de junio de 1941 entre la Santa Sede y el Gobierno español por el que se regulaba el nombramiento de obispos. Así, habría que esperar a la llegada de la transición a la democracia para ver a Osés como obispo titular de Huesca, lo que acabaría teniendo lugar el 28 de febrero de 1977. Pero retrocedamos en el tiempo. Cuando Osés llegó a Huesca, la diócesis aragonesa llevaba más de cuatro años en una situación anómala. Lino Rodrigo3 había solicitado a Roma ser relevado del gobierno del Obispado, alegando motivos tanto de edad como de salud, y la Santa Sede había acabado aceptando. Como solución se había decidido el procedimiento clásico: nombrar administrador apostólico sede plena al obispo geográficamente más cercano a Huesca, que no era otro que el de Barbastro, Jaime Flores.4 Este prelado duraría poco en el cargo, ya que pronto sería reemplazado por Damián Iguacen, que desde agosto de 1970 era obispo de Barbastro.5

3 Nacido en Aguarón (Zaragoza) el 28 de noviembre de 1885, Lino Rodrigo había

iniciado su formación en el seminario de Madrid-Alcalá, donde había cursado Latín, Humanidades y Filosofía con las máximas calificaciones. A continuación había marchado a Roma para doctorarse en Filosofía, Teología y Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En la propia Ciudad Eterna había sido ordenado sacerdote el 19 de julio de 1909 y, cuando volvió a España, había sido nombrado capellán del nuncio y oficial de la Nunciatura. Además, en el seminario de Madrid-Alcalá sería secretario de estudios, prefecto y profesor de Teología. En 1918 fue nombrado maestrescuela de la catedral de Almería y en 1927 fue designado vicario general de la archidiócesis de Granada. Finalmente, el 1 de mayo de 1929, con 44 años, se convirtió en obispo auxiliar del cardenal Casanova, a cuya muerte fue elegido vicario capitular. El 10 de marzo de 1935, en plena II República, Lino Rodrigo fue nombrado obispo de Huesca, siendo además administrador apostólico de Barbastro a partir del 1 de mayo de 1938, debido al asesinato casi dos años antes (como consecuencia de la persecución religiosa de la guerra) de quien había ostentado hasta ese momento el cargo, Florentino Asensio Barroso (por cierto, beatificado en mayo de 1997). Rodrigo, que fue nombrado hijo predilecto de Aguarón e hijo adoptivo y predilecto de Huesca, se encontraba en el momento de su muerte en posesión de la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort. 4 BOOH, 5, mayo de 1965, p. 169. 5 En una reunión que mantuve el 28 de octubre de 2006 con parte de la familia de Javier Osés, y así me lo ratificó algún sacerdote de la diócesis, me señalaron que el

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

El relevo de Rodrigo por Flores coincidía prácticamente en el tiempo con el final del que iba ser principal acontecimiento eclesial del siglo, el Concilio Vaticano II. En efecto, el 7 de diciembre de 1965 se producía la aprobación por parte de los padres conciliares de una declaración, la Dignitatis humanæ, y de una constitución, la Gaudium et spes, que iban a marcar toda una etapa de la historia de la Iglesia. En ese sentido, Javier Osés se mostraría desde su llegada a Huesca como una gran entusiasta del Concilio, algo que se puso de manifiesto con motivo de una entrevista que le hizo el diario local Nueva España (con el tiempo rebautizado como Diario del Altoaragón). En dicha entrevista fue posible ver el talante que siempre caracterizó a Javier Osés: claridad y franqueza, por un lado; prudencia, por otro. El nuevo obispo auxiliar aseguró que la situación por la que atravesaba la Iglesia en ese momento era «muy compleja y difícil, pero apasionante», porque, según él, se estaba descubriendo a «una Iglesia mucho más servidora de los hombres y del mundo, y que quiere ser más auténtica y evangélica». El periodista intentó ponerle en un aprieto y le preguntó si la Iglesia no había sido así hasta el momento. Osés supo salir con diplomacia y habilidad al decir lo siguiente:

nombramiento de Osés no fue inicialmente bien recibido en Huesca, más que por oposición a la propia persona de Osés (de quien probablemente no tendrían apenas información), por apoyo a su propio candidato, que no era otro que Damián Iguacen. Hay que tener en cuenta que Iguacen era aragonés de nacimiento (concretamente de Fuencalderas, una población situada a 56 kilómetros de la capital altoaragonesa y en su momento bajo jurisdicción del Obispado de Huesca): además, su perfil sencillo había calado muy positivamente entre los oscenses que habían tenido oportunidad de conocerle. Sin embargo, el Vaticano se había inclinado por Osés, a pesar de que Iguacen era diez años mayor que el clérigo navarro. De todas maneras, Iguacen, que ya había ejercido como administrador apostólico precisamente en Huesca, no tendría que esperar mucho para ser nombrado obispo, pues menos de un año después era designado titular de la diócesis de Barbastro, Obispado también altoaragonés en el que permanecería hasta septiembre de 1974, en que pasó a Teruel-Albarracín. Finalmente, el 12 de agosto de 1984 se convirtió en obispo de San Cristóbal de la Laguna (que es como se conoce al de Tenerife), donde se jubilaría en junio de 1991.

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Hasta ahora, sí, lo era; pero responde a un estilo distinto de sociabilidad. Por lo tanto, la Iglesia anterior fue fiel al mundo que le tocó vivir, y en este mundo nuestro, tan a todas luces distinto, no sería auténtica si respondiese con los mismos modos y categorías.6

También nada más ser nombrado obispo, Osés quiso mandar un saludo a los fieles de la diócesis, que fue publicado en la citada Nueva España y emitido en Radio Huesca. Dicho saludo fue precisamente eso, un acto meramente protocolario donde Osés animaba a los seminaristas de la diócesis a seguir formándose, a los seglares a participar cada vez más activamente dentro de la Iglesia y a todos a ayudar en la construcción de la unidad, algo muy necesario en una institución que ya comenzaba a dar claros síntomas de encontrarse en crisis. Dos elementos llamaban la atención de dicho mensaje. El primero, su lacónica referencia a las autoridades políticas, a las que recordaba con un «saludo también a todas las autoridades locales y provinciales». El segundo, no menos interesante, su interés por poder «iluminar todos los problemas y realidades temporales, máxime cuando ahora son mayores las dificultades».7 La ceremonia de consagración de Osés, llevada a cabo el 7 de diciembre de 1969, fue todo un acontecimiento para la ciudad. Presidida por el nuncio apostólico Luigi Dadaglio, probablemente uno de los grandes valedores de la promoción de Osés al episcopado, tuvo lugar en la basílica de San Lorenzo. Estaba presente toda la familia8 de Javier Osés, con la excepción de su padre (ya fallecido), además de los miembros del Ayuntamiento de Tafalla, la localidad natal del nuevo obispo y que se había ofrecido para apadrinar la ceremonia, con su alcalde, Manuel Navascués, a la cabeza.

6 BOOH, 12, diciembre de 1969, p. 451. 7 Ibídem, p. 454. 8 Entre ellos sus tres hermanas religiosas: Josefina, franciscana residente en ese mo-

mento en Egipto (donde pasaría cincuenta años de su vida) y única de los Osés que era mayor que Javier (fallecería en Pamplona el 13 de abril de 2007); Margarita, de la Compañía de María y destinada en ese momento en Chile; y María Paz, hija de la Cruz residente en ese momento en la localidad navarra de Milagro y con el tiempo exclaustrada para atender a su hermano Javier.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

El nuevo obispo auxiliar saluda a los diocesanos, tras su consagración en la basílica de San Lorenzo el 7 de diciembre de 1969. (Archivo familiar)

Con su madre, el día de su consagración como obispo auxiliar. (Archivo familiar)

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

En aquella España que ya no era nacionalcatólica pero donde la unión Iglesia-Estado seguía garantizada por el Concordato de 1953, la presencia de autoridades políticas resultaba inevitable. Así, había autoridades pertenecientes a la Diputación Foral de Navarra, el Ayuntamiento de Pamplona, al Gobierno Civil de Huesca, al Movimiento-Falange, al Ayuntamiento de Huesca, a la Audiencia, al Gobierno Militar,9 al Sector Aéreo y a las Cortes orgánicas. En lo que se refiere a la presencia episcopal, esta, lógicamente, se concentraba en los obispos más cercanos a Huesca: Pedro Cantero, arzobispo de Zaragoza; Jaime Flores, obispo de Barbastro; José Méndez Asensio, obispo de Tarazona; José María Cirarda, obispo de Santander y administrador apostólico de Bilbao; Ramón Malla, obispo de Lérida; y José Capmany, obispo auxiliar de Barcelona, además del que había sido hasta ese momento administrador apostólico, Damián Iguacen. Dichos prelados participaron en una misa concelebrada en la que también tomaron parte el deán y el arcipreste de la catedral, el rector del Seminario y seis sacerdotes más, todos ellos lógicamente pertenecientes al presbiterio de Huesca. «En medio de un silencio impresionante», según recogía el boletín de la diócesis, Luigi Dadaglio tomó el primero la palabra, y no para hacerlo de manera meramente protocolaria. No. El nuncio quiso aprovechar la ocasión para advertir al clero y los fieles de la diócesis de la encrucijada decisiva en que se encontraba la Iglesia católica: Esto me sugiere el haceros unas reflexiones sobre algo que es problema vivo y actual: el de la tensión entre tradición y modernidad en la Iglesia. Problema para todos; lo mismo para los que se aferran a la tradición, como título indiscutible de la autenticidad de su catolicismo, que para los que proclaman la modernidad, como el más urgente imperativo de la vocación histórica de la Iglesia.

9 Por cierto, el Gobierno militar se encontraba representado por el general Emilio

Villaescusa, años después secuestrado por los GRAPO con el objetivo de provocar una involución durante la transición a la democracia.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Problema angustioso para todos los que de verdad buscan ser fieles a la inmutable verdad y esencia de la misma Iglesia y a su fecundidad santificante. Problema sobremanera angustioso en nuestros días, cuando el ritmo de la historia es prodigiosamente acelerado, y las estructuras culturales y sociales de la humanidad se suceden y cambian en rapidísimo proceso. La Iglesia, como todos sabéis, tiene conciencia de esta situación. Más que nunca, está despierta a la evolución de los tiempos. Esto exige revisión, renuncia generosa a muchas cosas eficaces en otra circunstancia histórica y por lo mismo venerables y santas, pero que hoy, la realidad cultural y social de nuestro mundo hace ineficaces o que estorban a esa misma intención salvífica y santificante, alma de toda realidad religiosa y cristiana.10

Las palabras de Osés, pronunciadas prácticamente a continuación, profundizaron en esa línea, remarcando la importancia del compromiso temporal de la Iglesia. Lo hizo dentro de la prudencia que le caracterizaba: es inadecuado pensar que solo los seglares están obligados al compromiso temporal, como si el compromiso de la Jerarquía debiera ser puramente espiritual y referido a lo estrictamente ritual. Aunque no podamos identificar el compromiso temporal de los Obispos con modos concretos de gestión directa en los planos políticos, sociales y económicos y en sus aspectos técnicos. Ello equivaldría a una intromisión injusta de la Iglesia en el orden temporal, y algo que el mundo de nuestro tiempo, mayor de edad y consciente de su autonomía, no toleraría.11

Sin embargo, el nuevo obispo auxiliar de Huesca prefirió centrarse en los problemas internos de la Iglesia. Reconoció a los sacerdotes allí presentes «los momentos difíciles para todos» que se estaba viviendo en el posconcilio, y, quizá lo más relevante, tuvo palabras de gran sensibilidad hacia los seglares, con los que Osés mantendría siempre una relación muy cercana. Dijo:

10 BOOH, 12, diciembre de 1969, pp. 461 y 462. 11 Ibídem, p. 466.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

quiero que me ayudéis, vosotros, seglares, para que nuestra pastoral se vaya desclericalizando y haciéndose pastoral del Pueblo de Dios. Quiero tener contacto muy directo con vosotros, y esto no por simple táctica, sino por principio teológico y eclesial, porque así es, debe ser la verdadera Iglesia de Jesucristo. Quiero sintonizar y hacer míos todos vuestros movimientos apostólicos, especialmente de Acción Católica; vuestros movimientos de espiritualidad y apostolado familiar y matrimonial, vuestras asociaciones que buscan como objetivo una promoción religiosa y humana. Pero no me sentiría satisfecho si no llegase a dialogar y hasta a una verdadera amistad con los que, por las razones que sean, estáis alejados y aun resentidos contra la Iglesia. Acaso estáis muy cerca de Jesucristo y de la Iglesia que Él quiere, y solo estáis disconformes con ciertas actitudes y comportamientos de algunas personas de la Iglesia que tampoco Jesucristo aprueba. Nunca será eficaz la acción pastoral del Obispo y de los sacerdotes si no la realizamos en total unión con vosotros, con todos sin excepción.12

Javier Osés quiso concluir con una importante referencia hacia los jóvenes, con los que deseaba conectar ante el evidente alejamiento de estos con respecto a la Iglesia. Además, manifestó su agradecimiento hacia aquellas personas que de una u otra manera habían tenido un comportamiento generoso para con él o para con la diócesis de Huesca: desde el papa Pablo VI y el nuncio Dadaglio hasta los compañeros sacerdotes de Navarra, empezando por el propio arzobispo de la diócesis, el recién nombrado cardenal Arturo Tabera y Araoz. Sin olvidar al Orfeón de Pamplona, que ese mismo día ofrecería un concierto en homenaje al obispo. A partir de entonces, Javier Osés sería el obispo auxiliar de la diócesis, aunque con el tiempo sería designado administrador apostólico (es decir, obispo interino) sede plena ante la avanzada edad del titular, Lino Rodrigo. Lo cierto es que desde el primer momento actuó como si fuera residencial, y más aún cuando Roma le concedió la facultad de administrador apostólico sede vacante (justo tras morir Rodrigo); entonces no hubo ningún tipo de cortapisa jurídica para limitar su labor, lo que resultaba muy necesario ante el vacío

12 Ibídem, pp. 467 y 468.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

de poder existente. No obstante, como decimos, desde su llegada a Huesca, fue la persona que realmente dirigió la diócesis, y así lo recuerda, por ejemplo, Vicente Cárcel Ortí cuando aborda el problema de las diócesis vacantes en el momento de morir Franco: El mismo día del fallecimiento del obispo Rodrigo, Pablo VI nombró administrador apostólico «sede vacante» a Mons. Javier Osés, que había sido obispo auxiliar de la misma diócesis y administrador apostólico «sede plena» con facultades de obispo residencial desde el 10 de noviembre de 1969. Mons. Osés se dedicaba plenamente a esta diócesis, que constituía un caso aparte, porque, aunque estaba jurídicamente vacante, contaba con una situación relativamente estable, dentro de su precariedad, y no requería una solución urgente e inmediata como las restantes.13 Año

Católicos

1950

110 000

Población Porcentaje Sacerdotes total de católicos diocesanos 110 000 100 130

Sacerdotes religiosos 52

Total de sacerdotes 182

1970

84 123

84 167

99,9

159

22

181

1980

76 500

77 000

99,4

113

20

133

1990

82 500

83 500

98,8

99

20

119

2001

76 000

77 000

98,7

89

19

108

Fuente: www.catholic-hierarchy.org/diocese/dhues.html.

Cuadro 1. Católicos en Huesca, 1950-2001. Clero regular y clero secular.

La primera pastoral de Javier Osés como obispo auxiliar de Huesca no se hizo esperar: se publicó el 15 de diciembre de 1969. En realidad, se trataba de una triple exhortación pastoral: por la paz en el mundo, por África y el Seminario Nacional de Burgos y por la unidad de los cristianos.14 Las tres mostraban a un Osés enormemente discreto, probablemente sabedor de que estaba siendo observado por el Gobierno.

13 Cárcel (1997: 361). 14 Véase al respecto BOOH, 12, diciembre de 1969, pp. 471-476.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Osés había llegado a Huesca en medio de un auténtico «torbellino» eclesial. En efecto, en ese mismo año 1969 habían comenzado los trabajos preparativos de la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes (septiembre de 1971), uno de los acontecimientos más importantes que hubo de vivir la Iglesia católica española a lo largo del siglo xx. Frente a etapas pasadas de rígida jerarquización, aquel acontecimiento puso de manifiesto el deseo del sector más aperturista del episcopado de acortar distancias con respecto al clero, algo que no vio así o que no quisieron compartir los obispos más conservadores. Merece la pena, en ese sentido, rescatar una anécdota de Alberto Iniesta, quien participó en aquel evento no como obispo, sino todavía como sacerdote (no sería nombrado obispo auxiliar de Madrid-Alcalá hasta finales de 1972). Recuerda el prelado manchego sobre los días en que se celebró aquella histórica asamblea: Antes de bajar al comedor, que estaba en los sótanos, debíamos proveernos del boleto correspondiente para cada comida. Bueno Monreal (acaso por olvido, acaso por pensar que estaría excluido de esa norma) bajó en una ocasión sin el boleto, y al querer entrar en el comedor los seminaristas le recordaron amable pero firmemente la norma general. Y allí era de ver cómo todo un cardenal de la Iglesia católica, con su oronda humanidad y su sotana negra, sin el más mínimo parecido a un cardenal del Renacimiento, con su santa cachaza, su paciencia, su humildad y bonhomía, volvió a subir al vestíbulo a recoger el boleto como uno más. Ciertos gestos valen mucho más que muchos discursos y sermones sobre la humildad cristiana y la sencillez pastoral.15

Pues bien, Osés participó activamente en la preparación de dichos trabajos, algo en lo que la polémica ha sobrevolado de manera evidente. En efecto, desde los sectores conservadores rápidamente se dijo que los equipos de las ponencias eran «monocolores», es decir, que todos ellos se ubicaban en una misma tendencia eclesial. El cardenal Tarancón no niega esta realidad, ya que solo hay que ver los obispos que participaron en dichos equipos: Antonio Añoveros (pro-

15 Iniesta (2002: 54).

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

tagonista del famoso caso Añoveros de febrero de 1974), Maximino Romero de Lema (cuyas malas relaciones con Casimiro Morcillo, uno de los líderes del sector conservador, eran bien conocidas), Antonio Palenzuela (quien estuvo a punto de ser procesado por unas polémicas declaraciones vertidas a finales de 1973 en El Norte de Castilla y cuyas malas relaciones con el Régimen han sido documentadas por, por ejemplo, Enrique Berzal de la Rosa),16 el propio Javier Osés, José Pont y Gol, Antonio Dorado Soto,17 José María Larrauri («animador» de la asamblea diocesana que protagonizaron los sacerdotes de Pamplona y Tudela en contra, entre otras cosas, de la renovación del Concordato de 1953), Ricard María Carles (en aquel momento hombre de confianza de Tarancón y quien con el tiempo daría un gran giro hacia posiciones conservadoras), José Méndez Asensio (que tuvo serios encontronazos con las autoridades civiles cuando era arzobispo de Pamplona),18 Elías Yanes (mano derecha de Tarancón en la Conferencia Episcopal), José Delicado Baeza y Antonio Montero Moreno. Sin embargo, afirma que fueron invitados obispos y sacerdotes de todas las tendencias y que, de hecho, existía diversidad dentro de cada equipo, si bien resulta claro que al final la tendencia aperturista se impuso porque la conservadora pensaba que el experimento de la Asamblea Conjunta no pasaría de ser un «acto de buena voluntad» de los obispos.19 En ese sentido, una de las principales características del largo pontificado de Osés en Huesca fue la transparencia informativa, sobre todo lo que tenía que ver con la diócesis, con las lógicas precauciones y discreciones a que obligaba el cargo. Entre ellas estaba el hacer llegar tanto al clero como a los fieles los diversos pormenores acaecidos durante las asambleas de la Conferencia Episcopal e, incluso, de las visitas al papa. Osés, que reconocía que la Iglesia tenía a sus espaldas una larga historia en la que cabía tanto «su grandeza» como «sus miserias», vino particularmente satisfecho de la visita

16 Berzal de la Rosa (2007: 182 y 183). 17 Martín de Santa Olalla (2005b: 241-255). 18 Tracé dos semblanzas, una más amplia y otra más sintética, de este obispo en sendas

contribuciones mías (Martín de Santa Olalla, 2004a y 2006c).

19 Enrique y Tarancón (1996: 454).

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

que realizó a Pablo VI en noviembre de 1972. La sintonía entre este pequeño y enjuto pontífice y el entonces obispo auxiliar de Huesca era total (de hecho, toda su promoción episcopal se produciría con el papa Montini), afirmando ante su clero y sus fieles diocesanos que el papa estaba físicamente gastado, pero con un brío firme que, especialmente al hablar de la Iglesia, contagia; síquicamente está muy lúcido, con mucha paz, sin angustia, pese a lo que suele decirse. Está conocedor de la realidad, con visión de toda la Iglesia, apoyado en la fe y con una capacidad extraordinaria de trabajo, pues su jornada suele comenzar a las 6,30 de la mañana y se prolonga normalmente hasta la 1 hora de la madrugada siguiente.20

No fue erróneo el cálculo, ya que Pablo VI viviría casi seis años más, hasta su fallecimiento en agosto de 1978. De hecho, solo dos años después mantendría el último enfrentamiento abierto con Franco con motivo de los últimos fusilamientos llevados a cabo por la Dictadura. Por otra parte, el prelado navarro había demostrado, desde los inicios de su carrera episcopal, una adecuada combinación entre la visión positiva de las cosas y el sentido crítico de la realidad que le rodeaba. Así se puso de manifiesto cuando señaló, en esas mismas fechas, los problemas que afectaban a los movimientos apostólicos en España. Osés destacó, por ejemplo, que, en una nación donde predominaban los católicos declarados como era España, no se observaba apenas inquietud apostólica. No había en el país respuestas suficientes ni satisfactorias para la amplia serie de cuestiones que surgían en torno a la acción apostólica de los seglares. Tampoco podían obviarse ni los problemas habidos con la jerarquía21 ni los propios conflictos de los seglares sobre la manera en que debía realizarse este compromiso apostólico.

20 BOOH, 1, enero de 1973, p. 6. 21 Se refería Osés a la crisis de la Acción Católica española que tuvo lugar en los años

1966-1968 y que culminó con la deserción en masa de los seglares españoles. Al respecto resulta fundamental la lectura de Montero (2000).

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Osés veía, en ese sentido, luces y sombras en el panorama eclesial. Las luces eran un esfuerzo por llevar la acción de la Iglesia a los ambientes familiar y social (1), el afán de lograr la renovación que pedía el Concilio Vaticano II (2), el suscitar, especialmente en el mundo rural y obrero, la inquietud por lograr la liberación del hombre (3) y el deseo de los seglares de asumir responsablemente su papel en la sociedad civil y en la Iglesia (4). Las sombras, por su parte, consistían en la desorientación de gran parte del clero sobre lo que era el apostolado seglar (a), la apatía de los seglares para asociarse apostólicamente, unida a la ineficacia de algunas agrupaciones existentes, así como la escasa resonancia de otras entre la «masa» a que iban dedicadas (b), la falta de unidad de criterio en cuestiones fundamentales, como el compromiso temporal del cristiano (c), y las acusaciones a los obispos españoles de no tener un criterio claro ni una opinión unánime sobre cuál debía ser el papel de apostolado seglar, en el temor de que pudieran producirse fricciones sociopolíticas (d).22 Que Huesca era una diócesis necesitada de importantes reformas era algo que prácticamente saltaba a la vista. La Iglesia española en su conjunto necesitaba presentar una imagen renovada, pero en el caso de Huesca se hacía particularmente urgente no solo por ser una diócesis rural con escasos recursos, sino porque el titular de la misma era ya un anciano que difícilmente podía poner en marcha las reformas impuestas por el Concilio Vaticano II. Una de ellas consistía en la creación del llamado Consejo Presbiteral, que debía ser el órgano asesor del obispo en cada diócesis. El de Huesca, en concreto, se crearía el 19 de febrero de 1973 y estaría formado por el propio Osés, el vicario general (en ese momento, Ramón Bonet), el vicario de pastoral y los vicarios episcopales (si los hubiere), y los representantes de las doce zonas o grupos en que se dividía entonces la diócesis: Almudévar, Ayerbe-Bolea, Grañén, Hoya de Huesca, Sariñena, Sesa-Berbegal, Somontano, Clero Parroquial de Huesca, Clero dedicado a la Enseñanza, Capellanes, Otros Ministerios y Jubilados, y

22 BOOH, 1, enero de 1973, pp. 7 y 8.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Religiosos.23 Osés tenía la potestad, como obispo de la diócesis, de nombrar vocales «designados» en un 10 o un 15% de los miembros componentes del consejo, si juzgaba conveniente su presencia para que esta fuera más eficaz y representativa. Como en todo Consejo Presbiteral, se distinguirían tres clases de miembros: natos, por razón de su cargo; elegidos por los mismos sacerdotes; y designados, por voluntad libre del propio obispo de la diócesis.24 Una vez celebrado el proceso electoral, el 17 de marzo de 1973 se produjo la primera reunión de dicho consejo.25 En aquel momento había mucho donde escoger, pues la diócesis contaba con casi 200 sacerdotes;26 sin embargo, hacía tiempo ya que se avistaba la crisis vocacional y, de hecho, en todo 1973 solo hubo dos ordenaciones, una de diácono y otra de sacerdote.27 23 Todos ellos tendrían la posibilidad, a lo largo del tiempo en que Osés fue obispo

de Huesca (ya fuera auxiliar o residencial), de conocerle ampliamente, pues fue costumbre del prelado navarro visitar todos y cada uno de los pueblos integrados en la diócesis al menos una vez al año. Algo que fue particularmente apreciado en las localidades más lejanas de Huesca capital, sobre todo teniendo en cuenta la despoblación que afectaba a muchas de ellas. Según me relató un sacerdote de la diócesis, uno de los hechos que más ilusión produjo en Osés tuvo lugar cuando los habitantes de la zona de Sobrarbe (Bárcabo, Lecina, Arcusa, Las Bellostas…) regalaron al obispo navarro un álbum de fotos que recogía todas las visitas que Osés había realizado a estos lugares a lo largo de su pontificado en Huesca. 24 El decreto de constitución del Consejo Presbiteral fue publicado en BOOH, 3, marzo de 1973, pp. 91-101. 25 Los elegidos para tan histórico evento fueron, además del propio Osés como obispo de la diócesis y de Ramón Bonet como vicario general, los siguientes: Luis García Torrecilla (clero parroquial de la ciudad), José Antonio Monreal (clero dedicado a la enseñanza), José Torralba (clero de capellanías), Justo Liesa (clero de otros ministerios), Francisco Atienza (clero de la zona de Almudévar), José María Alonso (Ayerbe-Bolea), Carmelo Pérez (Grañén), Alejandro Tricas (Hoya de Huesca), José Antonio Puente (Somontano), Crescencio Tresaco (Sesa; fue el único que no pudo estar presente al encontrarse en ese momento en Madrid) y José Aldunate (religiosos de la ciudad de Huesca). Dentro de este Consejo habría una Comisión Permanente, compuesta por las siguientes personas: Javier Osés (presidente), José Antonio Monreal (secretario), y Luis García Torrecilla, Francisco Atienza y José María Alonso (vocales). Véase al respecto BOOH, 5, mayo de 1973, pp. 151-155. 26 Por cierto, un sacerdote de la diócesis me comentó que era costumbre de Osés sustituir personalmente a los que no podían realizar su labor sacerdotal por razón de enfermedad o por cualquier otra. 27 Así se notificó en BOOH, 5, mayo de 1973, p. 134.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Clero parroquial

Clero dedicado a la enseñanza

Capellanes

Otros ministerios y jubilados

Altemir Zamora, José

Andolz Canela, Rafael

Abad Martínez, Pedro

Ainoza Soro, Andrés

Aso Buen, José María

Barrio Laguna, Manuel

Aso Mallada, Adrián

Arnal Olivera, Vicente

Broto Sopena, Antonio

Basols Basols, Jesús

Atarés Malo, Francisco

Betrán Giménez, Conrado

Cardiel Luna, José

Catón Martínez, Agustín

Basols Basols, Joaquín

Casasnovas Dueso, Cándido

Castillo Raso, José María

Claver López de Zuazo, Luis Manuel

Brun Lon, Ramiro

Ciria Ordás, José

Clemente Lalueza, José

Clemente Lalueza, Manuel

Ciria Ordás, Rafael

Coronas Allué, José

García Torrecilla, Luis

Coll Felices, José Francisco

Felipe Peñart, José

Durán Gudiol, Antonio

Giral Barbastro, José María

Cor Otín, José

García Martí, Maximiliano

Elpuente Torrente, Lucio

Malo Morén, Manuel

García Allué, Enrique

Lorés Muzás, Tomás

Mas López, Joaquín

Martínez Jiménez, Fernando Mallor Botaya, Juan

Escartín Villacampa, Mariano Ferrer Villa, Escolástico

Peñart Peñart, Damián

Mas Gracia, Leandro

Mur Bernard, Juan José de

Liesa Ferrer, Justo

Ramón Gil, Leonardo

Monreal Betrán, José Antonio

Oliván López, Leandro

Magallón Lecina, Juan Domingo

Romo Villacampa, Santiago Olivera Villacampa, Macario Pagola Arteaga, Jesús

Martínez Velilla, Isaac

Rufas Otín, Cándido

Pérez Satué, Luciano

Rojo Arranz, Jesús

Mendoza Mendoza, Marcos

Santolaria Moreu, José

Sanjuán Zapatero, Marino

Torralba Uruén, José

Oliveros Claver, Mariano

Tolosana Lasierra, Julio

Villacampa Acín, Santiago

Vallés Almudévar, Jesús

Ontiñano López, Albino

Zamora Rodrigo, Joaquín

Villobas Sesé, José Ramón

Pueyo Longás, Antonio

Yubero Perdices, Teófilo

Santamaría Burgos, Félix Segura Gavín, Demetrio

Fuente: BOOH, 3, marzo de 1973, pp. 101-103.

Cuadro 2. Clero urbano de la diócesis de Huesca (febrero de 1973).

Sin embargo, la diócesis de Huesca se encontraba todavía lejos de constituir una estructura plenamente organizada y moderna. Y, en ese sentido, la manera de desenvolverse económicamente constituía la mejor prueba de ello. En aquel momento los bienes y, en definitiva, la capacidad adquisitiva del Obispado, se encontraban regulados por un Consejo Diocesano de Administración, que se encargaba, en esencia, de cuatro cuestiones fundamentales: la retribución de los

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Almudévar

Ayerbe-Bolea

Grañén

Hoya de Huesca Sariñena

Sesa-Berbegal

Somontano

Ainoza Roca, Simón

Alonso Sabaté, José María

Andreu Ainoza, Alastuey Garasa, Acín Bara, Jesús Fernando Mariano

Bibián Alfaro, Manuel

Blasco Madonar, José María Campo Espiérrez, Aurelio

Aísa Gracia, Jesús Berdún Maza Aparicio, Alpín López, Casamayor, Arturo José Luis Eduardo

Arregui Santolaría, José María

Borau Camón, Miguel Ángel

Atienza Delgado, Berrueta Górriz, Francisco José

Peña Roca, Hilario

Benedé Colay, Marino

Forcada Visús, Jacinto Luis

Castillo Mainer, Gabarre Ponte, Iván Andrés

Gracia Castán, José

Pérez Pérez, Carmelo

Castrillo Cavero, Fuertes Oliván, Nicolás Vicente

Gracia Gabarre, Ardiz Allué, José Francisco Luis

Santamaría Santolaría, Antonio

González Nombela, Luis

Nasarre López, José María

Luna Palacios, Antonio

Sarasa Lanaspa, Lacasa Bruis, Francisco Juan José

López Miranda, Grasa Zamora, José María José María

Lasierra Marcial, Ángel

Naval Mas, Antonio

Usé Acín, Ricardo

Mancho Vives, Marino

Pujolreu Prat, Francisco

Malo Penén, Alfonso

Oliveros Abadías, Marzal Garris, Benito Antonio

Ros y Nart, Ramón

Nasarre Ferrando, Manuel

Operé Orós, Ángel

Puyol Pociello, Antonio

Tresaco López, Crescencio

Puente Lafuente, José Antonio

Ruiz Ruiz, José Antonio

Rivarés Orduna Laureano

Brun Lon, Ricardo

Mongío López, Heriberto

Cortillas Usón, Julián

Giné Reñé, José

Lafuente Dena, Corvinos Lacarte Orús, Julián Lafuente, Ángel Jesús

Sanmartín Mora, Rufas Jordán, José Félix

Tisner Ciria, Blas Vitalla Aznárez, Alberto

Susín Alcubierre, Toledo Ainoza, Ramón Ricardo Tricas García, Alejandro

Villacampa Rodrigo, Ernesto

Villarreal Garasa, Juan Antonio Fuente: BOOH, 3, marzo de 1973, pp. 103-105.

Cuadro 3. Clero rural de la diócesis de Huesca (febrero de 1973).

sacerdotes (1), las obras a realizar en las propiedades de la diócesis (2), el inventario de los bienes diocesanos de todo tipo (3) y las necesidades pastorales del Obispado (4). Este consejo, al que se puede decir que Osés concedió un considerable grado de autonomía (solo asistió a cuatro de las treinta y dos sesiones celebradas en 1972, por 42


De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

poner un ejemplo), constituiría el embrión a partir del cual se gestaría, décadas después, el Consejo Diocesano de Asuntos Económicos (CDAE), al que más tarde haremos referencia. Todo ello teniendo en cuenta que, en Huesca, como en la mayor parte de las diócesis del país, la contabilidad no la llevaba un técnico en la materia, sino un simple sacerdote, la conocida figura del cura ecónomo. Eran años aquellos, los de la primera parte de los setenta, donde ya se comenzaban a entrever las dificultades del futuro. En una sociedad cada vez más secularizada, en la que estaba produciéndose una sangría constante de efectivos sacerdotales que arrancaba de la década anterior, pronto se puso de manifiesto que la Iglesia difícilmente iba a poder sobrevivir sin la ayuda del Estado, lo que se ha mantenido hasta nuestros días: «de no existir la dotación estatal, las previsiones diocesanas serían insuficientes para mantener apenas un año la nómina sacerdotal»,28 reconocía el boletín diocesano en diciembre de 1972. Y todo ello con una Iglesia española que no se encontraba todavía inserta en el sistema de la Seguridad Social, lo que generaba gran inestabilidad, particularmente en aquellas personas que deseaban abandonar el sacerdocio y que veían cómo sus años de dedicación a la Iglesia no recibían el reconocimiento merecido. En este estado de cosas fallecería Lino Rodrigo (19 de mayo de 1973), quedando la diócesis de manera definitiva en manos de Javier Osés, quien sería ayudado en esta difícil tarea por su vicario general, Ramón Bonet. El todavía obispo auxiliar fue tan correcto como escueto en el comunicado sobre el fallecimiento de su predecesor en el cargo:29 Queridos diocesanos: Don Lino Rodrigo, Pastor y Obispo de esta Diócesis, ha muerto. A las nueve de la mañana del sábado día diecinueve de este mes

28 Ibídem, p. 157. 29 No obstante, Cecilio Lacasa me aseguró que Osés tenía por costumbre visitar a Lino

Rodrigo al menos dos o tres veces por semana, lo que habla de una actitud de total respeto por parte de Osés hacía quien era todavía el obispo residencial de la diócesis (testimonio de 7 de febrero de 2007).

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

de mayo, dedicado a María, la Virgen lo habrá acogido en el Reino de su Hijo. Ha entregado su alma a Dios con la paz y serenidad de los justos, culminando así una vida de fe cristiana inquebrantable y de sufrimientos continuados, ofrecidos en el silencio, por sus queridos diocesanos y de manera particular por los sacerdotes. Nosotros tenemos un deber especial para con el que, durante treinta y ocho años, ha sido nuestro Obispo. Con amor y agradecimiento filial lo encomendaremos al Señor. Os invito a todos a la Misa de funeral que celebraremos el lunes, día 21, a las doce de la mañana, en nuestra Iglesia Catedral. Su cuerpo será enterrado, por expresa voluntad del mismo don Lino, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros. Así quedarán, junto a sus diocesanos, los restos del que ha sido nuestro Obispo durante tantos años. A todos os lo comunico, a la vez que os bendigo de corazón.30

Lino Rodrigo había fallecido a mitad de un año que pasaría a la historia de la Iglesia española como uno de los más tensos que se recuerdan (el de 1973) y que constituyó el prolegómeno adecuado para la mayor crisis entre la Iglesia y el Estado desde los tiempos de la II República (el caso Añoveros). En efecto, aquellas tensiones que se habían ido gestando en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II y que impidieron, entre otras cosas, la renovación del Concordato de 1953, alcanzaron un grado de virulencia que hubiera sido sencillamente impensable tan solo diez años antes. Quién iba a decir al entonces nuncio en España, Antonio Riberi, que una década después su sucesor en el cargo, el también italiano Luigi Dadaglio, iba a sufrir durísimos improperios cuando caminaba detrás del féretro del presidente del Gobierno (Luis Carrero Blanco), que había sido asesinado por la banda terrorista ETA en diciembre de 1973. Lo que hubo de escuchar Dadaglio probablemente solo fuera superado por lo que llegó a oídos del entonces líder de la Iglesia española, Vicente Enrique y Tarancón, quien a pesar de ostentar la presidencia de la Conferencia Episcopal

30 BOOH, 6, junio de 1973, p. 183.

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Española y de ser cardenal-arzobispo de la principal diócesis del país (Madrid-Alcalá), fue «invitado» por un grupo de ciudadanos a ser «emparedado».31 Para llegar a esa situación fue necesario, como por otra parte resulta lógico, el encadenamiento de una serie de hechos, entre los que deben ser destacados los siguientes: la rebelión protagonizada en la «cárcel concordataria» de Zamora por los sacerdotes allí presos, que se encontraban indignados con el trato que recibían y que no querían vivir en una prisión diferente a la de los demás presos (1); las manifestaciones que en relación con este tema realizaron varios obispos vascos (recordemos que la mayor parte de los presos de Zamora eran clérigos de procedencia vasca), así como las ya mencionadas declaraciones hechas por Antonio Palenzuela, obispo de Segovia, al diario El Norte de Castilla y que estuvieron a punto de llevarle ante los tribunales (2); las protestas en diversas universidades, tanto españolas como extranjeras, en relación con una posible renovación del Concordato (3); la asamblea de un numerosísimo grupo de sacerdotes en la archidiócesis de Pamplona para protestar

31 Recuerda Tarancón sobre el entierro de Carrero Blanco, en concreto cuando el fé-

retro del almirante salió de Presidencia: «Ya desde el primer momento empezaron los gritos. Un grupo de doscientas personas que después se dividiría en dos, colocándose en las dos partes de la calzada, empezaron a gritar: «¡Asesino!, “Tarancón al paredón”, “obispos rojos”, etcétera. Esos grupos van avanzando a medida que yo voy adelantando, sin cesar de gritar ni un solo momento. La gente que se apiñaba a los lados oía estupefacta esos gritos. Algunos reaccionaban diciendo algunos vivas para evitar aquel bombardeo de injurias que tan solo en esos momentos dejaban de oírse. »[…] Hubo dos momentos en que una inmensa tristeza se apoderó de mí. En dos ocasiones después de los gritos de “asesino”, “obispos rojos”, etc., las mismas voces gritaron: “¡Viva el cardenal primado!” (don Marcelo), “Viva el obispo de España” (Guerra), y a renglón seguido continuaron con las injurias. »[…] Realmente aquello era todo menos un acto litúrgico, a pesar de los ornamentos. Parecía algo inexplicable (de locura) aunque de verdad producía una impresión (duró hora y media el recorrido con las voces) de auténtico vía crucis, como dijeron después mis obispos auxiliares que iban detrás de mí y podían darse cuenta de todo. »La hora y media que duró el entierro (aproximadamente) fue una auténtica vergüenza» (Enrique y Tarancón, 1996: 611 y 612).

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por la situación tanto de la Iglesia española como del propio país (4); y, en fin, el encierro protagonizado por un centenar de personas en la Nunciatura de Madrid, lo que otorgaba dimensiones internacionales al conflicto al tratarse de un inmueble situado en suelo de un Estado soberano (la Ciudad del Vaticano) (5). Y es que aquel 1973 ya había dado desde sus inicios mismos serias muestras de que se avecinaba un año complicado, pues el 23 de enero los obispos españoles habían aprobado el documento La Iglesia y la comunidad política, en el cual se censuraba, entre otras cosas, la presencia de eclesiásticos en las más altas instituciones (Cortes orgánicas, Consejo de Estado, Consejo del Reino, etcétera). Así, y por las razones que incurrieran en ello, todos estos hechos fueron explicados por el propio Javier Osés en unas jornadas de tres días (4-6 de diciembre de 1973) celebradas en Huesca y que respondían a una idea de la transparencia como un fenómeno necesario para la vida de la Iglesia: «tenéis derecho a una adecuada información»,32 aseguró Osés el 4 de diciembre de 1973 ante los allí presentes. Lo primero que hizo el prelado navarro fue reconocer que la Conferencia Episcopal no tenía «suficiente agilidad para dar una respuesta urgente, apropiada, en un momento dado».33 Asimismo, no quiso ocultar que los diversos elementos que integraban el conjunto de la Iglesia (obispos, sacerdotes, seglares) estaban «enfrentados».34 Bajando al terreno de lo concreto, Osés comenzó por lo sucedido en la «cárcel concordataria» de Zamora. Informó de que los sacerdotes rebeldes habían hecho destrozos y quemado los ornamentos sagrados, así como iniciado una huelga de hambre que había obligado a trasladar a algunos al Hospital Penitenciario de Carabanchel (Madrid), aunque, una vez repuestos, habían sido devueltos a la prisión de Zamora. Después de dejar claro que reprobaba cualquier acto de violencia, citó las palabras de Antonio Añoveros, entonces obispo de Bilbao, en las que se solicitaba una revisión más serena de

32 BOOH, 1, enero de 1974, p. 5. 33 Ibídem, p. 6. 34 Ibídem, p. 7.

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los procesos que habían llevado a tanta gente a la cárcel, no solo a aquellos sacerdotes, sino a todos los demás. Y dijo: uno mi voz con responsabilidad propia, personal, a la de los Obispos que lo han hecho y pido para todos los que sufren estas penas, que estas se mitiguen, que sus causas entren en los cauces de la jurisdicción común; pido para ellos benevolencia. Creo que así cesarán muchos odios, se aliviarían muchas familias y abriríamos un cauce para la reconciliación cristiana en este Año Santo de la Reconciliación.35

Desde esa perspectiva, lo que a Osés más le preocupaba era la politización que se estaba produciendo de todo lo que sucedía en España, calificándose a todas las personas, y más si estaban vinculadas con la Iglesia, de pertenecientes a «derechas» o «izquierdas», y de «opresores» u «oprimidos». Reconocía el prelado navarro que se vivía en un continuo «malestar» y que en él era posible percibir una confrontación entre dos Iglesias: una empeñada en querer avanzar y seguir adelante, a quien reconocía la condición de «dominante», y otra, lógicamente dominada, que apostaba por conservar. Para él resultaba absurda dicha confrontación, ya que, como había dicho Pablo VI en junio de 1973, no se podía ser progresista sin ser conservador.36 Esta situación llevaría al entonces obispo auxiliar de Huesca a realizar una apelación a la concordia en la que parece desprenderse un innegable tono de dramatismo por los momentos que estaba pasando no solo la Iglesia, sino el país en su conjunto: En nombre de Dios que nos los ha dado; del Evangelio, que los ha reconocido, pido estos derechos. Alabo la voz de los hombres de nuestra Patria que hacen esta reclamación desde la sociedad; alabo a los ciudadanos, cristianos o no, que tienen conciencia de estos

35 Ibídem, p. 8. 36 Las palabras exactas del papa Montini habían sido: «No seríamos cristianos fieles

si no fuésemos en continua fase de renovación. La renovación no podrá realizarse mediante la pérdida de los valores que la hacen posible…, en este sentido no se puede ser progresista sin ser conservador» (ibídem, p. 9).

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derechos. Considero un ejercicio de la vocación cristiana la acción de los que luchan por conseguirlos y por ayudar a otros a descubrirlos. Agradezco a los sacerdotes que hacen este anuncio del Evangelio sin escamotear todas las exigencias del cristiano, tal y como Dios y la Iglesia lo quieren hoy. Me duelen los sacerdotes si alguna vez su celo del Evangelio se convierte en odio y agresividad contra los gobernantes y poderosos, pero me duele más si no estamos más cerca de los que sufren, que a veces no son los que más dejan oír su voz: los ancianos, las gentes de nuestros pueblos, los obreros que lo pasan mal y cuyos derechos no son reconocidos. Me duele también cuando los sacerdotes anunciamos un Evangelio de casi sola conservación y tenemos miedo a anunciar y vivir este Evangelio; me duele cuando olvidamos el Vaticano II y las enseñanzas actuales de la Iglesia; me duele cuando la fe la queremos dejar en doctrina y no hacemos de la fe vida.37

Pero no todo eran malas noticias. La vida de Javier Osés en Huesca, como la mayor parte de las vidas humanas, estaría marcada por una combinación de alegrías y sinsabores, ya fueran de grandes dimensiones o, por el contrario, sencillos. Inaugurar una iglesia era siempre un motivo de satisfacción, y especialmente en el caso de Osés, bajo cuyo mandato episcopal, aunque hubo importantes aportaciones (Archivo Diocesano, Museo Diocesano, restauración de iglesias, etcétera), apenas hubo inauguraciones de templos católicos. Eso fue precisamente lo que sucedió el 2 de diciembre de 1973, cuando Javier Osés abrió las puertas a los fieles de la iglesia de Santiago Apóstol, ubicada en plena ciudad de Huesca y llamada a ser uno de los puntos de referencia de la diócesis. Pocos días después, el 20 de diciembre de 1973, España entera quedó sobresaltada por un magnicidio al que ya nos hemos referido. Luis Carrero Blanco, «delfín» de Franco y presidente del Gobierno desde el 11 de junio de ese mismo año (el primero desde que este último renunciara al cargo), moría brutalmente asesinado en Madrid. El acontecimiento tuvo lugar por la mañana, cuando el almirante, tras asistir a su habitual misa en la parroquia de San

37 Véase al respecto ibídem, p. 11.

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Consagración del altar de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol (2 de diciembre de 1973). (Foto cedida por el Archivo Ecclesia)

Francisco de Borja, de los padres jesuitas, se dirigía a su despacho de Presidencia. Nunca llegó a su destino. Un potentísimo explosivo ubicado al otro lado del templo, dentro de un túnel preparado desde hacía meses por miembros de la banda terrorista ETA, hacía saltar por los aires el coche del militar español, provocando la muerte tanto de él como de sus dos acompañantes. El atentado fue tan violento que el coche apareció en el interior del claustro de los jesuitas en la citada parroquia de San Francisco de Borja. Este asunto, como ocurriría también con la muerte dos años después del propio Franco, colocaría en una difícil tesitura a Osés, pues de alguna manera le obligaría a pronunciarse sobre la realidad política de España. El prelado navarro salvaría el asunto, a nuestro juicio, de manera magistral, en una homilía pronunciada ante todas las autoridades políticas y eclesiásticas de la zona en una ceremonia celebrada tan solo dos días después del asesinato de Carrero. Aunque algunos han querido ver como un desaire hacia el Régimen la mención del chófer y del escolta al mismo tiempo que el propio presidente del Gobierno, lo cierto es que Osés pensó estrictamente

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en la tragedia humana y dejó totalmente de lado toda consideración política. Veamos sus palabras: En nuestra Patria han ocurrido, no por casualidad, sino causados por unas personas, de manera consciente y deliberada, unos hechos violentos, sangrientos, que han costado unas vidas humanas; hechos luctuosos para las familias que hoy lloran por haber perdido irremediablemente unos seres queridos, para la Administración Pública y Gobierno de la Nación que ha perdido a su presidente de manera trágica e inhumana, para todos los españoles. Con sentimientos humanos y piedad cristiana pedimos ahora a Dios por los que en este atentado han perdido sus vidas en el trabajo, en el servicio: por el presidente del Gobierno español, por el conductor, por el policía de escolta, y por las personas que en el mismo accidente han resultado heridas. […] Celebramos este funeral por estas víctimas, y por todas ellas igualmente pedimos, aunque la persona del presidente del Gobierno pone sin duda un acento más marcado en las páginas de nuestra Historia. […] Pidamos por las víctimas: que Dios las acoja en su seno amoroso. Pidamos por los heridos: para que pronto se recuperen de sus dolencias. Pidamos por los familiares de los que han muerto: para que encuentren en la fe la paz y el consuelo. Pidamos por los autores del crimen, como Cristo pidió al Padre por los que le crucificaron. «Padre, perdónales, no saben lo que hacen». Pidamos el perdón de nuestros propios pecados. Pidamos el perdón, el amor y la reconciliación para todos los hombres de nuestra Patria.38

A pesar de ello, parece evidente que poco a poco fue forjándose la idea de que Osés pertenecía al grupo de los denominados obispos rojos, término que probablemente a él le debió producir auténtico rechazo. Lo cierto es que ya había quedado ubicado dentro de lo

38 Ibídem, pp. 36-40.

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que se denominaría izquierda eclesial, y así lo ponen de manifiesto diversos testimonios y hechos. En efecto, el propio cardenal Tarancón recuerda en sus memorias que, cuando precisamente a finales de 1973 hubo de reunirse con el líder del sector conservador del episcopado, cardenal Marcelo González Martín, y seleccionar a las personas que habían de integrar una posible comisión de obispos que estudiara los problemas que afectaban al conjunto de la jerarquía, convinieron en que una tendencia, evidentemente la conservadora, se encontraría representada por Ángel Temiño (Orense) y Laureano Castán (Sigüenza-Guadalajara),39 mientras que la «progresista» (nosotros preferimos denominarla aperturista) estaría integrada por Antonio Dorado Soto (Cádiz-Ceuta) y por el propio Javier Osés: por último, habría una especie de centro representado por el agustino fray José López Ortiz y por el vizcaíno José María Cirarda.40 Pero, como decimos, no solo hay testimonios, sino también hechos que demuestran Osés se situaba en una de las posiciones más claramente aperturistas dentro del episcopado. Pongamos un ejemplo de ello. En 1963 había salido a la calle el primer número de la revista Cuadernos para el Diálogo, dirigida por el ex embajador ante la Santa Sede y ex ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez. Se trataba de una publicación de notable valor intelectual en la que se fomentaban claros valores democráticos, en el orden político, y la inmediata aplicación del Concilio Vaticano II, en el orden eclesial. Por ello no tardó en ser objeto de la censura y en sufrir duras críticas por parte de los sectores más conservadores del catolicismo español. Esta división de opiniones en torno a la publicación pronto se pondría de manifiesto también dentro del episcopado, donde los obispos volvieron a dejar clara su diferente criterio en torno a lo que esta publicación (que pronto tendría su propio sello editorial) suponía para la opinión pública.

39 Un perfil de este obispo, por supuesto mejorable en futuros estudios, puede encon-

trarse en Martín de Santa Olalla (2002).

40 Véase al respecto Enrique y Tarancón (1996: 598).

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Pues bien, el historiador Javier Muñoz Soro afirma en una muy interesante y trabajada tesis doctoral que Javier Osés fue, junto con el cardenal Tarancón y los obispos Antonio Palenzuela, Ramón Torrella, Gabino Díaz Merchán, Alberto Iniesta y Ramón Echarren, uno de los pocos obispos que no manifestaron una opinión negativa hacia Cuadernos para el Diálogo,41 publicación que, por cierto, no llegaría a los quince años de vida (el último número con carácter mensual saldría en 1976) y en la que, como cuenta el propio Muñoz Soro, sería decisivo para su final la polémica sobre si había sido «secuestrada» o no la publicación para la causa del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), entonces en la oposición política.42 Esa sintonía de ideas entre Ruiz-Giménez y Osés se pondría de manifiesto no solo en el tema de Cuadernos para el Diálogo, sino también en lo referente a la célebre comisión Justicia y Paz. Entidad católica sin fines lucrativos y con reconocido carácter social, según rezaba en su presentación, esta organización había sido fundada por el propio Pablo VI en 1967 y se había constituido en España un año después, auspiciada por la Conferencia Episcopal Española. Su objetivo, según ella misma, era la difusión de la doctrina social de la Iglesia, la defensa y promoción de los derechos humanos y de los pueblos, la justicia, la paz, la solidaridad y el cuidado del medio ambiente, desde los postulados cristianos, respetando la dignidad inviolable de cada ser humano, la libertad y la igualdad de todas las personas, y la opción necesaria a favor de los empobrecidos de la tierra.43

Así, Joaquín Ruiz-Giménez recuerda, en un testimonio bastante reciente, los obispos que le habían ayudado en esa tarea llevada a cabo por Justicia y Paz: No me cansaré de subrayar la importancia de la enseñanza y de la actitud de Tarancón. Ya sé que luego, después de la publicación de sus memorias ha habido una serie de polémicas, pero a mí me 41 Muñoz Soro (2006: 92). 42 Véase al respecto ibídem, pp. 353 y ss. 43 Toda la información, en www.juspax-es.org.

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parece que sustancialmente él fue fundamental en el proceso de la transición. Otro hombre que fue enorme colaborador de él y que luego para nosotros, los que estuvimos en Justicia y Paz, fue decisivo, es monseñor Gabino Díaz Merchán; otros que también lo fueron son Antonio Añoveros, Alberto Iniesta, Ramón Echarren y Javier Osés.44

Por otra parte, durante aquellos años Osés mantuvo, probablemente sin quererlo, un abierto enfrentamiento con uno de los obispos más significados del ala conservadora, el palentino Pedro Cantero Cuadrado, quien estaba al frente de la vecina archidiócesis de Zaragoza. El asunto se encontraba en relación con el problema de la contestación del clero que existía en la Iglesia española desde hacía ya tiempo, y tenía por epicentro una pequeña localidad bajo jurisdicción de la archidiócesis de Zaragoza. Nos estamos refiriendo al llamado caso Fabara.45 Para ello resulta necesario conocer la figura del citado arzobispo de Zaragoza (Pedro Cantero), quien era uno de los prelados más comprometidos con la causa del franquismo. Cantero, exactamente veinticuatro años y medio mayor que Osés,46 pertenecía al selecto cuerpo del episcopado desde diciembre de 1951, en que fue nombrado obispo de Barbastro. Luego había pasado a la recién creada diócesis de Huelva (octubre de 1953), y de ahí a la de Zaragoza, de la que se haría cargo en mayo de 1964 y donde se mantendría hasta junio de 1977, en que su renuncia por motivos de edad fue aceptada por el papa Pablo VI. Los destinos de Osés y Cantero se cruzaron, así, en el año 1969, cuando Osés, al ser nombrado obispo auxiliar de Huesca, pasó a pertenecer a la misma provincia eclesiástica que Cantero (Aragón). Ya desde el primer momento estuvo claro que las visiones eclesiales de Osés y Cantero eran diametralmente diferentes. Y ello tenía su lógica. 44 Castells, Hurtado y Margenat (2005: 26). 45 Puede consultarse sobre este tema mi contribución titulada «El clero contestatario

de finales del franquismo. El caso Fabara» (Martín de Santa Olalla, 2006b). Otra versión de este mismo asunto, enfocada más desde el punto de vista de la crónica periodística, en Ortega (2006: 91-95). 46 Había nacido en Carrión de los Condes (Palencia) el 23 de febrero de 1902, mientras que nuestro biografiado, como es ya sabido, era del 23 de agosto de 1926.

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Mientras Cantero había vivido como sacerdote el clima anticlerical de la II República y la persecución religiosa de la guerra civil, Osés eran tan solo un joven seminarista menor cuando la guerra concluyó y, a pesar de haberse formado en una de las zonas más católicas de España (Navarra), había vivido desde el principio en territorio «nacional». En ese sentido, su referente vital podía ser no la república ni la guerra, sino el franquismo, con el que, hasta donde tenemos conocimiento, nunca llegaría a sentirse especialmente identificado. Mientras Cantero era el prototipo de obispo nacionalcatólico plenamente identificado con el régimen de Franco (de hecho, sería procurador en Cortes y miembro tanto del Consejo del Reino como del Consejo de Regencia), Osés se sentía mucho más cercano al espíritu del Vaticano II,47 en el sentido de una total independencia de la Iglesia respecto al Estado y un diálogo permanente entre clero y obispo. Estas visiones tan contrapuestas chocarían de manera frontal en 1974, con motivo del citado caso Fabara, que explicamos a continuación. En junio de 1974 Pedro Cantero había decidido cesar de sus funciones, y además de manera fulminante, al sacerdote Wirberto Delso Díez, párroco de la pequeña localidad zaragozana de Fabara, provocando, probablemente sin buscarlo, un importante problema intradiocesano. Porque no solo el pueblo de Fabara se solidarizó con su párroco, sino que 23 sacerdotes más amenazaron con renunciar a sus cargos pastorales si Cantero no echaba marcha atrás en su decisión, o al menos rectificaba su posición de dureza, pues a Delso ni siquiera se le había permitido defenderse. El problema se hizo todavía más grande si cabe para Cantero cuando alcanzó no solo a su propia diócesis, sino también a otras. En efecto, el 21 de julio de 1974 una publicación del Obispado de 47 Además, mientras el Concilio había defendido, a través de la Declaratio dignitatis

humanæ (7 de diciembre de 1965), la importancia de la libertad religiosa, Cantero se había mostrado totalmente contrario a la misma, en coherencia con lo que había publicado años antes, concretamente un pequeño escrito titulado En defensa de la unidad católica de España (Madrid, CSIC, 1953), donde advertía del peligro que para España entrañaba la existencia de un auténtico pluralismo religioso en una nación caracterizada a lo largo del tiempo por una acendrada defensa de la religión católica.

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Huesca, Pueblo de Dios, daba a conocer a todos los oscenses la crisis desatada en la diócesis vecina. A través de un artículo titulado «Nos afecta a todos», el clero y los fieles bajo la tutela de Javier Osés eran informados de que Pedro Cantero había destituido al párroco de Fabara y que aproximadamente el 33% de la población de esta localidad (515 habitantes de un total de 1500) había escrito al arzobispo de Zaragoza para que reconsiderara su decisión. También se comentaba cómo 40 sacerdotes habían ido a visitar al prelado palentino a la sede diocesana y no habían sido recibidos por este, y, más grave aún, parece ser que con fecha de 6 de julio de 1974 Cantero había escrito una carta a este grupo de sacerdotes rebeldes que iba acompañada de un documento de la Sagrada Congregación del Clero de 29 de julio de 1950 en la que de alguna manera se vinculaba esta actitud con una posible pena de excomunión. Pueblo de Dios aseguraba, en ese sentido, mantenerse totalmente neutral ante lo que estaba sucediendo en la diócesis vecina y, por tanto, se negaba a emitir juicios de valor. No obstante, se atrevía a proponer lo que denominaba puntos de referencia para la reflexión: — El problema, que por ser de Iglesia, es de todos, afecta especialmente a las diócesis de Aragón. — El momento presente se caracteriza por el cambio y la renovación. La búsqueda de una Iglesia encarnada y liberadora lleva consigo el afán de encontrar actitudes comprometidas, lenguajes nuevos, estilos de auténtica catequesis. — El diálogo es el único camino por el que las más dispares mentalidades pueden llegar a ser fieles a la Iglesia que Dios quiere hoy.48

Este hecho desataría la ira de Pedro Cantero, que veía lo sucedido no solo como una muestra de apoyo hacia el movimiento subversivo dentro de su diócesis, sino también como una injerencia en toda regla en lo que eran asuntos de su estricta jurisdicción, él que con tanto celo había ejercido siempre el poder. Su enfado lo puso

48 Pueblo de Dios, 15, 21 de julio de 1974, p. 21.

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de manifiesto ante el nuncio apostólico en España, Luigi Dadaglio, ante quien aseguró que la actitud de ese grupo de sacerdotes era conocida y respaldada por algún Sr. Obispo de esta Provincia Eclesiástica, concretamente por Mons. Javier Osés. Lo mismo se propaló en relación con el caso de Mequinenza ocurrido en Septiembre de 1973. Es cierto que ellos así lo afirman; es cierto también que el artículo aparecido en la Publicación Oficial del Obispado de Huesca refleja fielmente el pensamiento unilateral del Grupo; pero, por mi parte, debo en conciencia manifestar a Vuestra Excelencia Reverendísima que yo no tengo fundamento objetivo para admitir la veracidad de estas afirmaciones imputadas por personas apasionadas a un venerado Hermano en el Episcopado, miembro además de esta Provincia Eclesiástica.49

Como se ve, en esta primera parte Cantero parecía querer exculpar a Osés de lo sucedido, pero, si uno leía hasta el final de la carta, se daba cuenta de que estaba lanzando en toda regla su dedo acusador: Lo que aparece público y notorio es la injerencia en asuntos extradiocesanos y la parcialidad por falta de integridad en la exposición de los hechos por parte de la Hoja «Pueblo de Dios», de cuyo contenido es responsable ante la ley civil el propio Prelado a tenor de las normas que regulan en España las publicaciones de la Iglesia.50

Si ya en esta carta que envió al nuncio Cantero había sido poco «caritativo» con Osés, menos aún lo sería en el informe que en enero de 1975 haría llegar a la Sagrada Congregación del Clero y donde lanzaba duras acusaciones contra el prelado navarro. Lo haría de la misma manera que en julio de 1974: aparentando exculparle, para luego de manera soterrada acusarle, y dando pruebas de por qué se encontraba muy descontento con lo hecho por Javier Osés a largo del conflicto con el párroco de Fabara. En realidad, Cantero estaba 49 AEESS R237 bis, carta del arzobispo de Zaragoza al nuncio en España, Zaragoza, 21

de julio de 1974.

50 Ibídem.

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muy enfadado no solo con Osés, sino con la mayor parte de los obispos de su provincia eclesiástica, por lo que él entendía como apoyo al llamado Grupo Solidario, que era el grupo de 34 sacerdotes que se había solidarizado con Wirberto Delso.51 Según el entonces arzobispo de Zaragoza, la primera prueba que estos prelados le habían dado de no estar dispuestos a respaldarle en su actuación había tenido lugar al inicio del conflicto: por tanto, entre la última semana de junio y las primeras de julio. En lugar de negarse a recibir a un grupo de sacerdotes que se encontraban en actitud de rebeldía hacia el obispo de otra diócesis, estos prelados (en concreto Javier Osés y Francisco Álvarez Martínez, obispo de Tarazona) no solo les habían escuchado, sino que habían llegado a creerles cuando estos les dijeron que Pedro Cantero les había amenazado con la excomunión.52 Ello había llevado a Osés y Álvarez Martínez a solicitar una reunión con Cantero, en la que este les había explicado que todo había sido un malentendido. Según lo informado por el arzobispo de Zaragoza, Osés parecía haberle dado la razón y haber decidido mantenerse al margen de lo que parecía un conflicto interno de la diócesis aragonesa.53 51 El 21 de enero de 1975 Pedro Cantero escribió en su informe dirigido a la Sagrada

Congregación del Clero: «Merece una atención, y hasta un estudio especial todo lo referente a la actuación, e implicaciones derivadas de ella, de los Sres. Obispos de Aragón, a quien el GRUPO también ha querido presentar como tutores de su causa». AEESS R237 bis, informe sobre la instancia presentada a la Sagrada Congregación para el Clero por el reverendo sacerdote don Wirberto Delso Díez, y suscrita por algunos otros sacerdotes de la archidiócesis de Zaragoza, Zaragoza, 21 de enero de 1975. 52 Y es que Cantero les había enviado una carta el 6 de julio donde, además de exigirles que desistieran de su actitud, había adjuntado un documento de la Sagrada Congregación del Concilio de 29 de junio de 1950 en la que se hablaba de la ya citada excomunión como «pena capital» dentro de la Iglesia. Cantero no negó haber adjuntado dicho documento, pero aseguraba que, si lo había hecho, no había sido para amenazar con una posible excomunión, sino esperando que este texto sirviera como «instrumento de reflexión para la conciencia de cada uno». Véase al respecto ibídem. 53 «Mi intención quedó tan clara que el mismo Obispo-Administrador Apostólico de Huesca, Mons. Osés, afirmó: “ante esta aclaración, yo pienso que es un asunto interno de Zaragoza, y no quiero intervenir en él para nada”. Así opinó también el Sr. Obispo de Tarazona», escribió Cantero (ibídem).

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Sin embargo, con el tiempo Cantero se llevaría una importante sorpresa al escuchar rumores sobre la actuación de Osés, rumores a los que seguramente comenzaría a hacer caso cuando en ese mismo julio de 1974 los clérigos rebeldes pudieron publicar en la hoja diocesana de Huesca Pueblo de Dios un artículo de denuncia sobre lo que estaba sucediendo en Zaragoza. En efecto, el rumor más grave que llegaría a oídos de Pedro Cantero fue que Luis García Torrecilla, con el tiempo vicario general de Huesca y en ese momento cura encargado de una parroquia de la capital, había hablado con las hermanas misioneras del Pilar, «en nombre del Sr. Obispo», para solicitar la casa de ejercicios de estas en Huesca. Los beneficiarios de dicha gestión eran… precisamente los miembros del llamado Grupo Solidario. Es más, parece que Osés no solo les había conseguido un lugar para reunirse, sino que incluso había comido con ellos y les había animado a mantenerse en su actitud de rebeldía contra su arzobispo.54 A pesar de ello, Cantero aseguraba en su informe: Yo nunca quise dar crédito a estas aseveraciones, viendo en ellas más bien un reflejo de la campaña calumniosa del Grupo. Pero ahí estaban ciertas afirmaciones graves hechas en diversas publicaciones y no desmentidas por nadie.55

Las sospechas de Cantero hacia Osés se confirmarían el 6 de septiembre de 1974, cuando, con motivo de una reunión en la residencia arzobispal de la diócesis, el entonces obispo auxiliar de Huesca se negaría a que en ella sí estuvieran presentes la Comisión de Vicarios y Arciprestes de la diócesis (que hacía tiempo ya que habían dado su apoyo por escrito a Cantero) y no una representación de los sacerdotes dimisionarios. «Yo hice notar que él había recibido ya

54 Había dos frases concretas que se le atribuían a Osés. La primera: «Manteneos fir-

mes contra la injusticia», en referencia a lo sucedido con Wirberto Delso; y la segunda: «Ahora lo importante es que Vds. continúen con el pueblo y no deshagan el grupo» (ibídem). 55 Ibídem.

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muchas informaciones directas del Grupo»,56 señalaría el arzobispo de Zaragoza en su informe a la Sagrada Congregación del Clero. Es más, Osés, como también Francisco Álvarez Martínez, le haría llegar su malestar por la publicación de una nota de la agencia Cifra en la que se decía que los prelados de la provincia eclesiástica de Zaragoza habían manifestado verbalmente o por escrito a Pedro Cantero su conformidad con las medidas tomadas en relación al párroco de Fabara. El propio Cantero reconocía en su informe que eso no era exactamente cierto: sí le habían mostrado verbalmente su conformidad algunos de los obispos de la provincia, pero entre ellos no estaba Osés. Lo más curioso es que, después de dejar entrever una actitud de abierto descontento hacia la actuación del obispo auxiliar de Huesca, Cantero adjuntaba un testimonio de Javier Osés donde este dejaba claro que en ningún momento se había posicionado a favor del llamado Grupo Solidario. El prelado palentino escribió: El Sr. Administrador Apostólico de Huesca manifestó: que no había solicitado él personalmente ni había encomendado a nadie que se pidiera la Casa de Ejercicios de Huesca, para el Grupo; […] que no eran suyas las expresiones que se le atribuían; que no era cierto que hubiera apoyado la actitud del Grupo como se había dicho en Homilías y Asambleas; que no eran suyos ninguno de los dos artículos aparecidos en «pueblo de dios», que, por el contrario, él había dicho al Grupo que sin el Obispo no podrían realizar su sacerdocio; que habían actuado como «poderosos» en una situación ventajosa ante la opinión pública; que más que oír al pueblo, lo habían abandonado con sus dimisiones, y finalmente que él no se dejaría manipular por nadie por tratarse de un caso intradiocesano ante el que no tenía que manifestarse en ningún sentido.57

Así, en el llamado caso Fabara se acabaría imponiendo la autoridad de Cantero sobre su clero rebelde, que, en una parte mayoritaria, seguiría dentro del organigrama diocesano y, por tanto, volvería a asumir sus cargos pastorales. Sin embargo, fue ganar la batalla 56 Ibídem. 57 Ibídem.

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para acabar perdiendo la guerra. Porque, cuando en febrero de 1977 Cantero hubo de presentar la preceptiva renuncia tras haber cumplido los 75 años, Pablo VI tardó tan solo tres meses en aceptársela (3 de junio de 1977). En sustitución suya mandaría al siempre discreto obispo canario Elías Yanes, que hasta ese momento había ejercido como auxiliar de Oviedo y quien era en ese momento uno de los hombres de confianza del cardenal Tarancón,58 aunque con el tiempo iría dando un giro conservador que, sin ser total, le iría situando en una posición más moderada dentro del episcopado. En todo caso, da la impresión de que la sintonía entre Yanes y Osés sería bastante mayor que entre este y Cantero, compartiendo ambos la total indiferencia ante las mieles del poder (tanto políticas como eclesiales) y la austeridad como manera de entender la vida. Mientras, Javier Osés seguía desempeñando su magisterio episcopal en Huesca. En ese sentido, desde el primer momento pudo entreverse la gran capacidad de trabajo que el prelado navarro tenía, y ello se iría traduciendo en una modernización paulatina de la diócesis, aunque sus actuaciones siempre quedarían limitadas por los reducidos recursos económicos de su Obispado. Desde esa perspectiva, una de sus primeras aportaciones fue la creación del Archivo Diocesano de Huesca. En realidad, esta creación suponía la culminación de un largo proceso cuyo inicio se remontaba al siglo xvi, cuando, tras organizarse la curia episcopal Oscense y desdoblarse la diócesis de Huesca en tres (Barbastro, Jaca y la propia Huesca),59 comenzó a generarse una documentación específica que, añadida a parte de la ya existente en el archivo de la catedral, permitió la conformación del diocesano. No obstante, el primer inventario de los 58 Recordemos, en ese sentido, que los dos cargos más importantes dentro de la Confe-

rencia Episcopal eran el de presidente y el de secretario general. Cuando Tarancón se alzó, en marzo de 1972, con la presidencia del máximo órgano del episcopado, Yanes fue elegido, al mismo tiempo, secretario general. En ese puesto se mantendría hasta junio de 1977, cuando, al ser nombrado arzobispo de Zaragoza, hubo de renunciar al cargo para dejarlo en manos del sacerdote alavés Jesús Iribarren, el primer secretario general de la Conferencia no obispo. 59 Recordemos que, mientras la fundación de la diócesis de Huesca se remontaba al siglo vi, la de Jaca había sido creada en el xi y la de Barbastro en el xvi. Esta última sería refundada como diócesis de Barbastro-Monzón en junio de 1995.

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fondos no se había hecho hasta 1775, a cargo de un escribano público (Josef Domec y Español) a instancias de Martín Lorés, canónigo de Huesca. Durante la guerra civil española había sufrido los bombardeos y el deterioro propios de las circunstancias, hasta que en 1959, tras ser inaugurado el nuevo palacio episcopal (que quedaría situado frente a la catedral), la documentación fue trasladada a este edificio. Para ese momento ya había una persona específicamente dedicada al archivo, el sacerdote Mariano Oliveros.60 Así que la contribución de Osés fue crear lo que era propiamente un Archivo Histórico Diocesano, de mucha mayor importancia al haber una directiva de la Conferencia Episcopal Española de junio de 1973 que exigía que los fondos de las parroquias con una antigüedad superior a los cien años fueran transferidos a ese Archivo Histórico Diocesano, que sería definitivamente erigido el 15 de marzo de 1974 y a cuyo frente se pondría, como por otra parte era esperable, al propio Mariano Oliveros.61 También por aquellas fechas fue cuando se promulgó el Decreto sobre los Estipendios de las Misas (2 de febrero de 1974). Osés no debía de estar muy satisfecho con la forma en que funcionaba el sistema de los estipendios, ya que daba la impresión, a tenor de lo dispuesto por él mismo, de que la disparidad de criterios estaba a la orden del día. Así que decidió promulgar un decreto que se encontraba muy en sintonía con aquella idea de austeridad a la que fue tan fiel siempre y sobre la que hablaremos más detenidamente en páginas posteriores. Estos son algunos de los párrafos de dicho decreto: Una manera de contribuir a la dignidad de la celebración de la Eucaristía es evitar, en relación con los estipendios, toda apariencia o realidad de comercialización, aunque se procure complacer a necesi-

60 Quien, por cierto, como recordaría el boletín diocesano, era hombre de confian-

za del anterior prelado de la diócesis, Lino Rodrigo (cf. BOOH, 4, abril de 1974, p. 117). 61 La información sobre la creación y posterior evolución del archivo diocesano de Huesca la hemos extraído de BOOH, 5, noviembre-diciembre de 1999, pp. 276 y 277.

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dades particulares, pero atendiendo siempre con predilección a los más pobres y necesitados. […] Es lícito recibir estipendio mayor cuando los fieles lo ofrezcan espontáneamente, pero queda absolutamente prohibido exigirlo mayor. Los que hubieran recibido y aceptado misas manuales, ectra., de estipendio menor que el antedicho, deberán atenerse estrictamente al compromiso contraído.62

Estos criterios sobre la manera en que debían cobrarse los estipendios afectaban a los sacerdotes que en ese momento se encontraban dentro de la diócesis, pero no a muchos más, ya que Huesca no escapaba a la sequía vocacional que vivía en ese momento la Iglesia española, sequía cuyos efectos eran cada vez más dañinos porque iban acompañados de la secularización de un número importante de los sacerdotes ya existentes y por la marcha de parte de aquellos que estaban preparándose para la carrera eclesial (nos referimos a los seminaristas y a los diáconos). Osés, con el realismo que siempre le caracterizaría, escribió en marzo de 1974: El problema de las vocaciones preocupa mucho a la Iglesia, al Papa, a los buenos cristianos. E incluso nos preocupa con inquietud que calificaría angustiosa. Hace unos años vivíamos tranquilos porque la abundancia de vocaciones era muy grande y nuestra preocupación consistía, sobre todo, en hacer sitio a tantas vocaciones y en formarlas de la mejor manera posible. Pero lo vocacional lo teníamos asegurado. Hoy el cuadro ha cambiado. Las estadísticas son elocuentes y están a la vista de todos. La carencia actual de vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa creo que no significa, sin más, que lo vocacional en la Iglesia se ha deteriorado irremediablemente. No es suficiente un criterio meramente cuantitativo para la valoración de este fenómeno: hoy tan pocas vocaciones, ayer tantas. Se impone, ante todo, la reflexión sobre el estilo de vocaciones que hoy la Iglesia necesita.63

62 BOOH, 2, febrero de 1974, pp. 49 y 50. 63 BOOH, 3, marzo de 1974, pp. 79 y 80.

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Ya para ese momento Osés era un hombre plenamente comprometido con la realidad de Huesca; incluso con la del conjunto de Aragón. Y esta región tenía, en ese momento, un problema a la vista: el trasvase del río Ebro, una de las grandes cuencas fluviales de España. El prelado navarro consideraba que, más allá de las consideraciones estrictamente técnicas, debían tenerse en cuenta otros aspectos. Se trataba a su juicio de un «problema moral muy importante» por su extensión, ya que afectaba de manera directa a amplias zonas del valle del Ebro y a millares de habitantes, y por la magnitud de los derechos fundamentales que implicaba, entre ellos el derecho de las familias a tener una ocupación en una zona en la que el único medio de vida eran el campo y sus riegos. Así, el todavía obispo auxiliar de Huesca realizaría hasta cinco exigencias: que se informara debidamente de todo el proyecto, para que pudiera ser conocido con facilidad y en todo el conjunto de sus datos por las personas afectadas (1); que las reacciones populares no se quedaran en niveles puramente emotivos, sino que se les ayudara a descubrir las razones verdaderas de todo el problema (2); que el sentir del pueblo oscense no fuera desviado hacia competencias regionales o hacia otros aspectos marginales, sacando el problema de sus límites verdaderos (3); que se respetaran los derechos de todas las regiones, pero prioritariamente los que fueran más fundamentales, y la promoción de las zonas menos desarrolladas (4); que las inversiones públicas se hicieran con criterios de rentabilidad no puramente económica, sino social, atendiendo especialmente a las zonas y regiones más necesitadas (5); y que se valoraran conjuntamente todas las razones objetivas verdaderas de bien común, como camino de solución justa, y que no prevalecieran los intereses de grupos privilegiados y dominantes (6). Merece la pena rescatar las palabras con las que Osés finalizaba la homilía sobre este asunto, pronunciada en la Pascua de Resurrección: Viviendo la vida de Cristo de esta manera, encarnada en la caridad, en la justicia, en la fraternidad, caminaremos hacia un orden nuevo, sin violencia, sin odios. La vida solo será posible en el amor.64 64 BOOH, 5, mayo de 1974, p. 156.

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Por otra parte, ya para aquel momento65 los efectos de la secularización comenzaban a percibirse en todas las esferas de la sociedad. Osés era perfectamente consciente de que el problema no se reducía a lo estrictamente eclesial, sino, en definitiva, al conjunto de la sociedad. Cada vez había menos católicos reales, pues, aunque la práctica puramente sociológica seguía su curso, en realidad eran cada vez menos las personas que se acercaban a la Iglesia. Comenzaban de alguna manera a vislumbrarse los efectos de un fenómeno (la citada secularización) que, con el siglo xxi ya bien entrado, no solo no se reducen, sino que siguen incluso aumentando. ¿Cómo combatir esta realidad? Osés, con su habitual lucidez, lo tenía muy claro: evangelizando. Sin renunciar a la reevangelización (es decir, a recuperar a aquellas personas que en su momento habían vivido su fe cerca de la Iglesia católica y que con el tiempo habían perdido esa relación creyente-institución), lo que había que hacer era cuidar la «cantera»: esto es, las nuevas generaciones, que serían aquellas de las que habría de nutrirse la Iglesia en el futuro. Ello le llevó a escribir una de sus más brillantes cartas pastorales, que debe ser analizada con detenimiento porque pone de manifiesto el deseo de Osés de concienciar de la gravedad del asunto a aquellas personas que tenían la tutela de los niños, que no eran otros que los padres. Lo primero que hizo fue, así, lanzar una seria advertencia sobre el momento que se estaba viviendo: Aunque seáis padres jóvenes, veis que vuestros hijos están viviendo un mundo distinto, muy distinto, del que a vosotros os tocó vivir cuando erais como ellos. Un mundo distinto porque, en tiempos precedentes, los padres tenían un control fácil de los hijos. Los hijos, nacidos en el propio hogar, crecían junto a los padres, ajenos a influencias extrañas.

65 Que coincidiría en el tiempo con la muerte de quien había sido administrador

apostólico de Huesca, el ya obispo emérito de Barbastro (lo era desde el 15 de septiembre de 1974) Jaime Flores Martín. Su fallecimiento fue notificado por Osés en BOOH, 11, noviembre de 1974, p. 297.

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Los padres, el maestro, el sacerdote y aun el ambiente eran unas garantías que defendían la religiosidad y las buenas costumbres de los niños y adolescentes. Pero, en esta nueva sociedad, vuestros hijos viven a la intemperie y son arrastrados por estímulos muy fuertes que invitan, sobre todo, al bienestar, al placer. ser hoy un hombre honrado y, sobre todo, ser un buen cristiano, presenta obstáculos serios [las mayúsculas son de Osés]. La movilidad de la vida moderna desarraiga a los hijos del pueblo, de la ciudad, del ambiente y del propio hogar. La multitud de creencias religiosas o de incredulidades, las ideologías más contradictorias, ciertas costumbres y «slogans» de libertad y erotismo, ponen a la frágil libertad de vuestros hijos en trances seriamente difíciles. Los medios de comunicación social y el ambiente envuelven en un clima que, muchas veces, no hace bien a vuestros hijos y aun les hace positivo mal. Pero no está en vuestras manos el poder evitar estas situaciones, al menos del todo.66

¿Cuál era la forma de evitar todos estos peligros? Osés se mostraba convencido de que la Iglesia, como institución, podía ofrecer un gran servicio. Precisamente en aquellos momentos las máximas autoridades de la institución, desde el papa hasta el conjunto de los obispos, estaban debatiendo sobre cómo realizar mejor la evangelización. Sin embargo, el prelado navarro consideraba que todo empezaba por el núcleo familiar; en otras palabras: eran los padres los que debían hacerse cargo, en primera instancia, de formar a sus hijos en la fe cristiana. A partir de ahí, las personas de condición eclesial o directamente vinculada a la Iglesia habían de realizar el resto. La vida de los jóvenes oscenses, según Javier Osés, tenía que girar en torno a dos instituciones: la escuela o el colegio y la parroquia. De la unión y colaboración mutua entre ambas debían salir las nuevas generaciones del Alto Aragón. Escribió el prelado navarro:

66 Ibídem, pp. 291 y 292.

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Agradezco de corazón a los maestros, profesores, religiosos, la responsabilidad que, por imperativo de vuestra propia fe, sentís en pro de colaborar con los padres en la formación cristiana de sus hijos. Trabajad con entusiasmo y entrega en esta gran tarea de evangelizar a la juventud que os han confiado los padres. Y vosotros, padres, considerad a los maestros, a los profesores, como colaboradores vuestros y, para trabajar conjuntamente en la educación cristiana de vuestros hijos, tened contacto con ellos. […] Padres, colaborad con la parroquia. Vuestra colaboración la concreto en que enviéis vuestros hijos a la catequesis parroquial. Sabéis que el niño, y en su medida también el adolescente, no tiene maduro el ejercicio de su libertad y que, con facilidad, se inclina por lo que menos esfuerzo le exige, aunque aquello no sea el mayor bien real para su vida. Ayudad a la libertad de vuestros hijos y ejercitad vuestra responsabilidad de padres cristianos haciendo lo posible por enviar a vuestros hijos a la catequesis de la Parroquia.67

El 20 de noviembre de 1975 Javier Osés, como tantos obispos españoles, hubo de enfrentarse con un asunto realmente delicado: la muerte del general Franco. Acababa de fallecer la persona más poderosa del país durante los últimos cuarenta años, como lo acreditaban su condición de jefe de Estado, jefe del Gobierno (hasta junio de 1973),68 jefe de las Fuerzas Armadas y líder del partido único (el Movimiento-Falange). Muy pocos negaban la identificación de su figura con una dictadura, pero la cuestión era qué consideración dar a dicha dictadura. Para una parte de los españoles, Franco había sido el «salvador de la patria», el hombre que había hecho frente a las «hordas rojas» y que había evitado el «desastre nacional»: la persona, en definitiva, que había llevado a un país sumido en el subde67 Ibídem, pp. 294 y 295. 68 Tras dejar Franco la presidencia del Gobierno, solo hubo dos personas en vida de

este que ostentaran dicho cargo: Luis Carrero Blanco, entre junio y diciembre de 1973, y Carlos Arias Navarro (que había sido ministro de la Gobernación con Carrero), entre enero de 1974 y noviembre de 1975. Juan Carlos I confirmaría a Arias en la presidencia del Gobierno hasta que el 1 de julio de 1976 consiguió forzar su dimisión.

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sarrollo a la plena industrialización, logrando, al mismo tiempo, una importante estabilidad social. Sin embargo, para otros Franco era el culpable de los sufrimientos de la gran mayoría de los españoles, unos porque se habían visto obligados al exilio (tanto exterior como interior) y otros porque había tenido que vivir décadas de penuria donde la libertad se encontraba enormemente restringida: si España no había progresado como el resto de las potencias europeas, la culpa, pensaban ellos, era de Franco, porque al haber impreso un sello autoritario al sistema político había impedido la entrada en el país del dinero procedente del llamado Plan Marshall, plan de reconstrucción del devastado continente europeo promovido por Estados Unidos a la finalización de la segunda guerra mundial. En ese sentido, si había división entre los españoles, parecida era la situación dentro de la Iglesia católica del país. Las generaciones más antiguas de sacerdotes eran en su mayoría partidarias de la causa de Franco, porque consideraban que esta les había salvado de la persecución anticlerical llevada a cabo por los republicanos (tanto en tiempos de paz como de guerra) y les había permitido estar presentes en todos los ámbitos de la sociedad española, particularmente en la parcela de la educación, siempre muy importante para la Iglesia. Las generaciones más jóvenes, por el contrario, pensaban que esa imagen de la institución ligada a una dictadura resultaba francamente lesiva para el conjunto del catolicismo español, porque presentaba a una Iglesia privilegiada y partidaria de un sistema no democrático, que entraba en total contradicción con documentos tan importantes como la Gaudium et spes y donde se apostaba por los sistemas políticos con el mayor grado de representatividad posible. En ese sentido, resultaba evidente que hacía ya tiempo que el pensamiento de las nuevas generaciones se había impuesto sobre las más antiguas, gracias a una hábil política de nombramientos episcopales promovida por el mismísimo Pablo VI a través de su nuncio Luigi Dadaglio, pero, mientras no llegara la democracia, quedaban importantes escollos por salvar. Uno de ellos había sido el ya citado asesinato del entonces presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco, cuando los hombres de confianza del papa Montini en España (el cardenal Tarancón y el mencionado Dadaglio) habían sido objeto de las iras de la extrema derecha

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española. Ahora tocaba el momento más difícil, el de la muerte del hombre que había dado nombre a toda una etapa de la historia de España, el franquismo. Y eso que para Franco Huesca no había sido un lugar especialmente importante en su trayectoria. Franco no había mostrado especial interés en Huesca ni por su origen (era de El Ferrol, La Coruña), ni por su carrera (desarrollada, en esencia, en Toledo, Marruecos, Baleares, Zaragoza, Canarias y, finalmente, Madrid), ni por razones políticas. De hecho, solo había estado dos veces en la capital del Alto Aragón. La primera había sido en junio de 1953, cuando el entonces titular de la diócesis, Lino Rodrigo, había decidido nombrarle prior honorario perpetuo de la Cofradía del Santo Cristo de los Milagros y San Lorenzo, y a su mujer, Carmen Polo, camarera mayor del Santo Cristo de los Milagros. La segunda visita, por su parte, había tenido lugar en julio de 1959, coincidiendo con la bendición del nuevo palacio episcopal, no faltando de nuevo las condecoraciones (Rodrigo había impuesto tanto a Franco como a su esposa la Medalla de la Real Cofradía de Caballeros Nobles del Mártir San Lorenzo). Así, llama la atención la discordancia entre lo señalado en el boletín diocesano y la homilía pronunciada por el propio Osés. Lo primero, cuya autoría desconocemos aunque suponemos que debía de corresponder al entonces encargado de dirigir la publicación, resulta francamente laudatorio: Recogemos entristecidos la noticia del fallecimiento del gran estadista, del español ejemplar, del fervoroso católico, del hijo fiel de la Iglesia, que durante casi cuarenta años ha regido los destinos de nuestra Patria, llevándola por caminos de unidad, de progreso y de paz.69

Mientras, la homilía de Osés seguía un sendero bastante distinto. No había menciones negativas hacia Franco, pero era tal la omisión sobre este que resultaba verdaderamente llamativa. El prelado nava-

69 BOOH, 12, diciembre de 1975, p. 271.

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rro prefirió centrarse en la figura de Jesucristo camino de su muerte, y luego recordar a los españoles la importancia que tenía amar a la patria en la hora tan trascendental que se estaba viviendo. De hecho, esto fue todo lo que dijo sobre el general Franco y el conjunto de su obra: Las circunstancias que, desde hace unas semanas y muy especialmente ahora, vive nuestra nación, han perturbado también el espíritu de los españoles por un hecho de excepcional importancia: la muerte de nuestro Jefe de Estado, don Francisco Franco, quien, durante casi cuarenta años, ha ejercido el poder del gobierno y de la nación, abarcando así un denso ciclo de nuestra historia, y quien, finalmente, después de una agonía larga y muy dolorosa para él y su familia, y angustiosa para la nación, ha entregado su alma a Dios. Durante su enfermedad, el Caudillo ha estado acompañado incesantemente por la oración de los españoles. Y vuestra presencia masiva y respetuosa en este funeral es la mejor prueba de un deseo común de encomendarlo a Dios. Que esta celebración sea, sobre todo, un testimonio de nuestra fe en Jesucristo. Gracias a ella somos capaces de unirnos más allá de nuestras diversidades. Y, en esta hora, los españoles podemos y debemos juntarnos en oración para pedir a Dios que, en su bondad, lo acoja en una de las muchas estancias del cielo.70

No obstante, debe decirse que Osés fue aún más «austero» a la hora de hablar del sucesor de Franco, Juan Carlos de Borbón y Borbón, que reinaría a partir de entonces con el nombre de Juan Carlos I. De hecho, en el boletín diocesano no se recogía más que un sintético resumen del mensaje del Borbón en el momento de su proclamación como rey de España (22 de noviembre de 1975), y se informaba de que se había celebrado un «solemne tedeum» de acción de gracias para conmemorar la proclamación de don Juan

70 Ibídem, p. 274.

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Carlos y doña Sofía como reyes de España el 27 de noviembre,71 un acto que había estado presidido por el propio Javier Osés.72 Avanzando en el tiempo, uno de los hechos más relevantes de la trayectoria de Osés como obispo auxiliar fue la visita que, junto con los demás obispos de Aragón, realizó a Pablo VI el 15 de noviembre de 1976. Los prelados entregaron al pontífice una imagen de plata

71 La posición oficial de la Iglesia católica española ante un posible proceso de cambio

en España había sido fijada por el cardenal Tarancón en una memorable homilía pronunciada en la iglesia de San Jerónimo el Real ante el nuevo jefe de Estado. El texto, que había sido preparado fundamentalmente por Fernando Sebastián, rector de la Universidad Pontificia de Salamanca y años después secretario general (primero) y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (después), había contado con la colaboración de José María Martín Patino (provicario general de Madrid-Alcalá y mano derecha de Tarancón), del teólogo Olegario González de Cardedal y del propio cardenal Tarancón. Dada la extensión de dicha homilía, recogemos los párrafos que consideramos más importantes: «Pido para Vos, Señor, un amor entrañable y apasionado a España. Pido que seáis el Rey de todos los españoles, de todos los que se sienten hijos de la Madre Patria, de todos cuantos desean convivir, sin privilegios ni distinciones, en el mutuo respeto y amor. Amor que, como nos enseñó el Concilio, debe extenderse a quienes piensen de manera distinta a la nuestra, pues “nos urge la obligación de hacernos prójimos de todo hombre”. Pido también, Señor, que si en este amor hay algunos privilegiados, estos sean los que más lo necesiten: los pobres, los ignorantes, los despreciados: aquellos a quienes nadie parece amar. »Pido para Vos, Señor, que acertéis a la hora de promover la formación de todos los españoles para que, sintiéndose responsables del bienestar común, sepan ejercer su iniciativa y utilizar su libertad en orden al bien de la comunidad. »Pido para Vos acierto y discreción para abrir caminos del futuro de la patria para que, de acuerdo con la naturaleza humana y la voluntad de Dios, las estructuras jurídico-políticas ofrezcan a todos los ciudadanos la posibilidad de participar libre y activamente en la vida del país, en las medidas concretas de gobierno que nos conduzcan, a través de un proceso de madurez creciente, hacia la patria plenamente justa en lo social y equilibrada en lo económico. »Pido finalmente, Señor, que nosotros, como hombres de Iglesia, y Vos, como hombre de gobierno, acertemos en unas relaciones que respeten la mutua autonomía y libertad, sin que ello obste nunca para la mutua y fecunda colaboración desde los respectivos campos. Sabed que nunca os faltará nuestro amor y que este será aún más intenso si alguna vez debiera revestirse de formas discrepantes o críticas. También en este caso contaréis, Señor, con la colaboración de nuestra honesta sinceridad» (Enrique y Tarancón, 1996: 867). 72 BOOH, 12, diciembre de 1975, pp. 277 y 278.

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de la Virgen del Pilar.73 Este acontecimiento, junto con la XXV Asamblea Plenaria del Episcopado Español, fueron los dos últimos de importancia previos al nombramiento de Javier Osés como obispo residencial de Huesca, y volvieron a poner de manifiesto el carácter aperturista de Osés, ya que este decidió realizar unas «jornadas informativas» en la catedral entre los días 30 de noviembre y 2 de diciembre de 1976, en las que tanto el clero como los fieles pudieron conocer los resultados de dicha asamblea plenaria. Comenzando por la visita a Pablo VI, Osés recordó que los obispos debían por norma visitar cada cinco años al pontífice con tres fines: informar del estado de los problemas de las diócesis (situación de los sacerdotes, religiosos y religiosas, la vida apostólica, los problemas morales, la promoción de la fe, etcétera) (1); expresar, a través de un signo muy peculiar, su comunión con el papa, que era el sucesor de san Pedro (2); y reafirmar su fe ante los sepulcros apostólicos de san Pedro y san Pablo, «columnas de la fe cristiana» (en palabras de Osés) (3). Aunque antes lo habitual era que cada obispo hiciera la visita por su cuenta, desde hacía algún tiempo se había iniciado tanto en España como en resto del mundo la nueva experiencia de llevar a cabo dicha visita los obispos de una misma zona o región eclesiástica todos juntos. En el caso de la provincia eclesiástica de Aragón, los obispos que la realizaron fueron los de Barbastro, Jaca, Tarazona, Teruel y, por supuesto, el propio Osés como administrador apostólico de la diócesis. Durante su reunión con Pablo VI tuvieron la ocasión de departir con él durante unos cuarenta y cinco minutos. En realidad, ya le habían visto el día anterior con motivo de la beatificación de la religiosa carmelita María Jesús López Rivas. Osés relató su impresión sobre el papa a su clero y sus fieles oscenses: Al verlo andar con gran dificultad en aquellas enormes dimensiones de la Basílica de San Pedro, a mí, personalmente, me produjo la impresión de una persona muy mermada, pero cambié de parecer cuando estuvimos junto a él en la audiencia y pude observarlo, cara

73 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1977, pp. 19 y 20.

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a cara y muy de cerca: su viveza al expresarse, su lucidez mental, su profunda visión del mundo y de la Iglesia me llamaron la atención. Y esto lo digo, no por un compromiso de quedar bien con la persona del Papa, lo cual en el fondo sería una mentira, sino porque es una realidad que constatamos todos los obispos. Nos sentimos muy acogidos por el Papa, quien nos trató muy entrañablemente. A veces, la figura de Pablo VI da la impresión, visto a distancia, de que no es un hombre acogedor. Esta apariencia es totalmente engañosa, porque la realidad es muy distinta: uno se siente muy acogido y el Papa fácilmente se manifiesta y comunica a quien está junto a él.74

Cuando llegó el momento de hablar cara a cara con el pontífice, este les dijo que la Iglesia vivía momentos de tensión como consecuencia de cambios que se habían producido en el mundo y que necesariamente repercutían en la Iglesia. Les dio una consigna muy clara: «Vigilad». Vigilar el problema de las vocaciones,75 potenciar la catequesis y velar por la unidad. Así, Osés afirmaba que la visita al pontífice había constituido una experiencia extraordinariamente positiva que no había hecho sino alentarle en la labor realizada hasta el momento. Todavía más exhaustivo fue el análisis que Osés realizó de la citada XXV Asamblea Plenaria del Episcopado Español, que se había centrado en la educación en la fe (la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes). El obispo de Huesca lanzó rápidamente su dedo acusador: Un sencillo análisis de la realidad que vivimos nos pone al descubierto que una gran masa de los bautizados no vivimos las exigencias más fundamentales del bautismo y de la vida cristiana en Jesucristo.

74 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1977, p. 45. 75 Pablo VI recordó que, cuando él era arzobispo de Milán, en su seminario había

1400 seminaristas, y que ello había obligado a habilitar un edificio más para acogerlos al ser masiva la afluencia de vocaciones; sin embargo, ahora, en 1977, estos no pasaban de ser un «puñado». Y sabía de alguna diócesis que, con un censo de cuatro millones de habitantes, no habían tenido ni una sola ordenación sacerdotal.

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Tenemos una fe demasiado sociológica. Tenemos la impresión de que, porque prácticamente todos estamos bautizados, ya tenemos fe. Esta confesionalidad sociológica de cifras es falsa, porque no responde siempre a una fe personal. Esta, que es la que de verdad se atestigua en nuestra vida y en nuestras obras, es pobre, porque vemos que son pocos los cristianos comprometidos, los que actúan impulsados por su fe.76

Así, Osés se quejaba de que fueran bautizados niños cuyos padres no se tomaban en serio la educación de sus hijos y los bautizaban porque «había que hacerlo». Peor era el tema de las primeras comuniones, donde predominaban el ambiente y los elementos de la sociedad de consumo, en lugar de lo esencial de la fe cristiana (el encuentro con Dios). Y esa misma presión sociológica se daba en el matrimonio: los jóvenes acudían a la Iglesia porque parecía que no había matrimonio si no se pasaba por el templo, y por el qué diría la gente. Quizá precisamente por realidades de ese tipo, los obispos se habían visto obligados a poner en marcha la llamada «catequesis de preadolescentes», un experimento de gran éxito que se aplicaba a niños de 11 a 14 años de edad. Osés quiso también referirse al problema del regionalismo y a la Iglesia de Aragón en concreto. El obispo de Huesca era partidario de una nueva provincia eclesiástica, hecha con todas las diócesis de las provincias que civilmente pertenecían a Aragón. Para ello había que tener en cuenta que, en dichas provincias (Huesca, Zaragoza y Teruel), se daban tres problemas: la diócesis de Jaca, «aragonesa por todos los lados» (palabras literales de Osés), pertenecía a la provincia eclesiástica de la archidiócesis de Pamplona (a); la diócesis de Barbastro quedaba reducida a una no amplia extensión de terreno y a una población muy escasa (b); y la diócesis de Lérida, que pertenecía a Cataluña, penetraba en una gran zona de lo que era la provincia civil de Huesca (c). En ese sentido, Osés pensaba que el regionalismo era un fenómeno que se encontraba dentro del ámbito de actuación de los políticos; sin embargo, también había una acción de la Iglesia, que en su opinión era 76 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1977, p. 55.

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importante. Sería una acción vital y viva por la que los grupos cristianos de Aragón, como Iglesia, entrásemos en el compromiso de querer dar respuesta a los grandes problemas de la región que, entre todos, fuésemos descubriendo, profundizando y dando cauces. Por ejemplo, entre estos problemas hay que resaltar una acción de promoción de nuestra región aragonesa. Por parte de la Iglesia y a este nivel de Provincia Eclesiástica, esto no se hace a fondo o se hace muy escasamente. La culpa es nuestra, de todos los cristianos y, en ella, lo confieso, los obispos tenemos una buena parte en esta responsabilidad, porque, aunque se hace algo para sacerdotes a nivel regional, los obispos sentimos que, con los seglares, no hacemos una acción verdaderamente eclesial a nivel de región.77

Por ello, el prelado pensaba que otra acción que facilitaría la actuación regional sería una nueva circunscripción de los límites de la provincia eclesiástica, que en el caso de la diócesis de Jaca era claro pero no así en el de Huesca, ya que la penetración de la diócesis de Lérida en la provincia de Huesca creaba importantes problemas. Por otra parte, en la XXV Asamblea Plenaria del Episcopado también se había tratado el problema de las vocaciones. Osés reconocía que los mismos seminarios que veinte años atrás estaban repletos ahora se encontraban «muy extenuados». Era consciente de que las vocaciones al sacerdocio debían surgir de entre los jóvenes del momento, quedando claras tres cosas: que las comunidades cristianas eran un lugar privilegiado para que se suscitaran vocaciones (1), que la familia constituía un área importantísima en el cultivo de la fe y de las actitudes que pudieran llevar hasta la opción por el sacerdocio (2) y que los propios sacerdotes eran un punto de referencia esencial para el florecer de las vocaciones, con su testimonio de vida y con sus actitudes (3). Por ello, resultaba imprescindible seguir fomentando la actividad de esas comunidades cristianas, comunidades cuyos integrantes no se conformaban con ir a misa y frecuentar los sacramentos, sino que participaban mucho más activamente en la Iglesia. Por último, Osés quiso referirse al problema de la pastoral sanitaria en España. Recordó que en España solo el 5% de los enfermos se

77 Ibídem, p. 60.

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Javier Osés, en uno de los múltiples encuentros con la Fraternidad de Enfermos. (Foto cedida por Pedro Abad)

encontraban ingresados en hospitales, mientras que el 95% restante debían estar en sus casas, y reconoció que a los sacerdotes seguía faltándoles una fundamentación teológica sólida ante el dolor, la enfermedad y la muerte. En todo caso, el tema central de las sucesivas intervenciones de Javier Osés en la catedral de Huesca era la posición de la Iglesia ante la realidad política. En noviembre de 1976 había sido aprobada la Ley para la Reforma Política, llave que había abierto la puerta a la democracia en España, y las primeras elecciones democráticas desde la II República se encontraban a la vuelta de la esquina (de hecho, se celebrarían el 15 de junio de 1977).78 Antes debería tener lugar el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política, donde, por cierto, el sí ganaría de manera bastante clara.

78 Sobre las relaciones entre el llamado Gobierno de la reforma (julio de 1976 – junio de

1977) y la Iglesia, puede consultarse Martín de Santa Olalla (2006d: 805-861).

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Osés admitía que a la Iglesia se le acusaba con razón de haber hecho política, porque era esta una tentación a la que ella no podía ser ajena. Lo que tenía que hacer era luchar contra dicha tentación, pero esto no debía verse como una declaración de neutralidad, ya que tampoco Jesús fue neutral ante Pilato y Herodes, hombres de la política; ni ante el dinero y las riquezas, subyacentes en cualquier programa político; ni ante los grupos religiosos de presión, como los fariseos y saduceos; ni ante los nacionalistas a ultranza con lo religioso; ni lo fue ante los pobres y pecadores. Ante estas situaciones, Jesús no fue neutral y la Iglesia tampoco puede ser neutral. Como Jesús debe optar por la verdad y la justicia, es decir, por los débiles y marginados, y debe denunciar a quienes avasallan y dominan.79

Sin embargo, esa no neutralidad no debía confundirse con un partidismo, ya que Jesucristo era el primero que no se había inscrito en ningún partido político de los de su tiempo. Lo que tenía que hacer cada cristiano era, pues, tomar su opción política acompañado de su fe cristiana. La Iglesia no podía apoyar a un partido concreto (con lo que se acababa cualquier esperanza de un partido confesional)80 ni podía estar a favor del sí, el no o la abstención. Eso no quería decir que los españoles debieran pensar aquello de «la política para los políticos», ya que era Dios quien había dado el poder al pueblo: el poder venía de Dios y, en la sociedad, ese poder Dios se lo daba al pueblo y por ello se decía con razón aquello del «pueblo soberano». En otras palabras, no podía dejarse impunemente la sociedad en manos de un Estado, de un grupo o de una persona, sino que había que exigir y asumir por todos su responsabilidad personal en este campo.

79 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1977, p. 67. 80 Este hecho ha sido relatado por Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona (1995) y por

Alfonso Osorio (1980: 195 y 298, y 2000: 220 y 331; debemos señalar que el segundo libro constituye una reedición del primero y no añade nada con respecto al tema de la Iglesia).

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

Así, Osés se mostró como un gran partidario del pluralismo político, y explicaba las razones de ello: El Evangelio no da un modelo político ya hecho, ultimado, del que se pueda decir: este es el proyecto político cristiano, sino que da unos datos, unos rasgos de lo que deben ser el hombre y la convivencia humana según Dios. Y, de estos rasgos, pueden surgir modelos muy variados. Por tanto, habrá que elegir algún modelo de sociedad, lo cual es lo mismo que decir que habrá que hacer una opción política. Y, para ello, deberán oírse todos y respetarse, sin olvidar que nunca una opción política está en la total verdad, por lo que no se podrá decir que quienes no sean de mi partido están en el total error.81

Lo que de alguna manera conllevaba un pronunciamiento del prelado navarro en contra de dos tipos de sistemas políticos: los autoritarios, por un lado, y los totalitarios, por otro. Todo aquel sistema que, según el obispo, no llevara a una mayor participación de todos, sino solo a la de unos pocos, sería incoherente con su fe cristiana. De ahí sus conflictos con el régimen de Franco, un sistema político caracterizado por su autoritarismo y por la ausencia de derechos y libertades fundamentales. No obstante, diecisiete años más tarde, cuando cumplió un cuarto de siglo al frente de la diócesis de Huesca, Osés sí se atrevió de manera más clara sobre su postura ante los sistemas políticos, aunque no sobre qué ideología era la que más le convencía:82

81 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1977, p. 72. 82 Quizá porque el cristianismo era en sí una ideología, por lo que no hacía falta pre-

suponer que ni Javier Osés ni cualquier otro obispo se inclinara por otra alternativa ideológica. En ese sentido, una de las mejores definiciones la dio a comienzos de los ochenta José María Bueno Monreal, cardenal-arzobispo de Sevilla ya fallecido: «Mi primera ideología es el Evangelio y a la luz de él juzgo todo lo demás. Todo lo de este mundo solo me interesa en el sentido de la filosofía cristiana, que es la búsqueda del bien común sin partidismo alguno. No veo ni derecha ni izquierda. Tampoco mi ideología es conservadora ni burguesa ni capitalista; busco la justicia social, la verdad y el amor fraterno. No tengo otra ideología» (Mérida, 1982: 45).

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Me defino en primer lugar como demócrata. Quiero ser muy demócrata, porque, aparte de que socialmente lo es el sistema, veo que también la democracia tiene una sintonía con lo que es el ser cristiano. Que veamos que la sociedad es de todos y para todos, y que todos debemos participar. Aunque luego eso en la política tiene sus dificultades y tensiones porque la participación tiene que ser a través de unos representantes elegidos. Pero mi idea es la de apoyar a fondo la democracia y los regímenes democráticos, y la de ayudar para que la democracia no se desvirtúe.83

De hecho, ya con motivo de las primeras elecciones había aconsejado que los ciudadanos no comunicaran la opción por la que cada uno se había inclinado. Al menos, él no pensaba hacerlo: Por esto yo aconsejo (y me lo digo a mí mismo) que no comunicaré mi decisión ciudadana a ninguno, para que mi servicio como Obispo no se mezcle en la política y no arrastre a alguno en determinada dirección política.84

En definitiva, un mensaje de enorme discreción y prudencia por parte de Javier Osés, que quería evitar la repetición de errores como los de la II República (con un partido confesional como la CEDA), la guerra civil (con la Carta colectiva del episcopado español de 1 de julio de 1937) y el franquismo (con la configuración de un triple apoyo al franquismo a través del Ejército, la Falange y la propia Iglesia). Osés se situaba, por tanto, en línea con la independencia proclamada por la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Antes de concluir este primer capítulo introductorio sobre Javier Osés, creemos que resulta muy interesante acudir al libro publicado por José Manuel Calzada hace ya casi tres décadas y que se titula Diálogos con la mitra. Doce obispos se confiesan.85 Y decimos que es muy interesante porque las confesiones realizadas por Javier Osés al en-

83 Diario de Navarra, 3 de diciembre de 1994. También, BOOH, boletín extraordinario,

1994, p. 39.

84 BOOH, boletín extraordinario, 1994, p. 75. 85 Calzada (1979).

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

trevistador son, de alguna manera, el balance de una década como obispo de la diócesis. También permite entrever las líneas maestras de su pensamiento, pero eso lo vamos a dejar para otro apartado donde analizaremos el pensamiento y doctrina de nuestro biografiado. Osés muestra en la entrevista un tono ampliamente distendido y en ocasiones hasta socarrón, lo que contrasta con la seriedad de la que solía hacer gala habitualmente. En todo caso, pone de manifiesto no solo una manera de pensar, sino también todo un estilo de vida y de gobierno. A la pregunta de cómo era posible que un obispo viviera en un piso y no en el palacio episcopal que supuestamente le correspondía, lo que, en opinión de Calzada, le daba «una cierta aureola proletaria», respondió: ¡Vaya unas cosas que se te ocurren! Si vivo así es porque así me encuentro a gusto. Dime tú qué iba a hacer yo metido en el palacio episcopal, que por tener tiene hasta Salón del Trono y todo. Yo creo que con muy buen criterio convertimos aquello en Casa del Pueblo de Dios, y allí tiene su sede la gente del movimiento obrero (JOC y HOAC), el movimiento Júnior, lo de Escuela de Padres (que aquí funciona con gran fuerza) y las oficinas de la diócesis y todo eso. Gracias a Dios está utilizado a pleno rendimiento.86

También aceptó Osés abordar el hecho de si estaba gobernando la diócesis con suficiente autoridad. Preguntado sobre la misión del obispo debía ser la de ejercer como «hombre de gobierno», dijo: Pues no lo sé, según como se entienda. Yo tendría que decir sinceramente que quizá no sirva mucho para eso. El principal reproche que a veces se me hace aquí en la diócesis es que no soy un hombre de gobierno. Quizá tienen la razón, no lo sé.87

86 Ibídem, p. 57. 87 Ibídem, p. 56. Entonces el periodista le preguntó de qué ejercía realmente. Res-

puesta de Osés: «Pues un poco así como de párroco a lo bestia. No encuentro otra expresión».

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

En ese sentido, Osés reconocía el desconcierto que todavía reinaba dentro de la Iglesia, algo que él atribuía a diferentes fenómenos: Uno de los hechos ha sido la secularización de sacerdotes. Otro ha sido el paso de un Estado Nacional-Católico, que avalaba y daba seguridad a la «fe», a una situación en la que la fe debe ser asumida personal y responsablemente. Al derrumbarse el esquema anterior, muchos se han quedado en el aire, como perdidos. Otro hecho ha sido la desaparición de cierto tipo de manifestaciones de religiosidad tradicional, de ciertos tipos de culto y devociones que se identificaban con la fe y claro, esa «fe» también se ha venido abajo. Otro hecho que en nuestra diócesis ha desconcertado a mucha gente es el de que ya no tengamos seminario. ¿Cómo asegurar el abastecimiento de sacerdotes, entonces? ¿Adónde vamos a parar? También otro importante ha sido el que la Iglesia haya ido perdiendo su carácter «sacral». Para muchos el sentido de lo sagrado está vinculado a una segregación, a un distanciamiento, a un cierto carácter mágico y tabú, y no acaban de entender que esto se da de bofetadas con la Encarnación. De todas estas cosas, juntas y mezcladas, ha nacido el desconcierto de muchos.88

Desde luego, donde sí se puede decir que tuvo visión de futuro fue en el tema sacerdotal. En efecto, ya a finales de los setenta veía la Iglesia «clerical», esto es, basada fundamentalmente en la figura del sacerdote,89 como un modelo llamado a pasar por una situación muy difícil, por no decir definitiva: Yo creo que estamos asistiendo, de hecho, al fin de una Iglesia clerical. Una Iglesia apoyada en el clero veo que toca a su fin. Y esto es un dato de evidencia. Cada día hay menos sacerdotes y la Iglesia

88 Ibídem, pp. 58 y 59. 89 Cosa que sí había sido posible con Lino Rodrigo, quien desde 1947 (fecha en la

que reciben el sacerdocio los primeros aspirantes preparados durante la inmediata posguerra) hasta 1965 (cuando Jaime Flores se hace cargo de la diócesis) había ordenado a un total de 111 sacerdotes diocesanos. Así lo señala Damián Peñart (1993: 122).

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De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal

no puede apoyarse en tan pocos hombros. Y este hecho coincide con un principio que yo defiendo, que es el de que la Iglesia «no debe ser» una Iglesia clerical. […] Y en esta nueva perspectiva del protagonismo de la comunidad es donde el sacerdote debe reencontrar su identidad, a través de un proceso que yo llamaría educativo. El sacerdote debe nacer de la comunidad, y vivir en la comunidad y para ella. Ya no puede ni debe vivir en soledad. Debe aprender a no estar ni por encima ni al margen de la comunidad, siendo verdadero fermento de fraternidad dentro de ella. Y no tendrá por qué ser ya especialista en todo, ni el ungüento de todo…90

No se equivocaba el obispo Osés en esta última predicción. El número de efectivos de su clero, que ya hemos tenido oportunidad de comprobarlo en el cuadro que hemos insertado al inicio de este capítulo, no haría más que descender y descender. Un problema de que ninguna manera sería exclusivo de la diócesis de Huesca. Solo hay que ver los datos de las diócesis vecinas: si Huesca pasó de 181 a 106 sacerdotes entre 1970 y 2000, la vecina Jaca de 143 a 66;91 Tarazona, de 185 a 199; Teruel-Albarracín, de 261 a 152; y Zaragoza, la cabeza de la provincia eclesiástica aragonesa, de 797 a 701.92

90 Calzada (1979: 62 y 63). 91 Recordemos que los datos de Barbastro no nos sirven de referencia, porque, al ser

rebautizada como Barbastro-Monzón en 1995, su presbiterio aumentó el número de efectivos. 92 Tomamos los datos nuevamente de www.catholic-hierarchy.org/diocese/la.html.

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Javier OsĂŠs, obispo de Huesca. Historia de un largo pontificado (1977-2001)



Dado que el pontificado de Javier Osés al frente de la diócesis de Huesca fue bastante largo, vamos a dividirlo en diversas etapas que se correspondan, en la medida de lo posible, tanto con la historia de la Iglesia católica española como con la propia historia de la Iglesia universal. Así, diferenciaremos los siguientes hitos fundamentales: el fallecimiento de Pablo VI en agosto de 1978, con la fallida sustitución en la persona de Juan Pablo I, rápida y forzosamente reemplazado por Juan Pablo II (octubre de ese mismo año); el último trienio de mandato del cardenal Tarancón como presidente de la Conferencia Episcopal y los dos trienios de su sucesor Gabino Díaz Merchán, perteneciente también al ala aperturista, que transcurren entre febrero de 1978 y febrero de 1987; los dos mandatos consecutivos de Ángel Suquía (1987-1993), que suponen el definitivo triunfo del giro conservador dentro del episcopado español; el amago de retorno al aperturismo protagonizado por Elías Yanes (1993-1999); y, finalmente, los años finales de Javier Osés, que coinciden con el dominio del sector conservador en la persona del gallego Antonio María Rouco Varela. Como vemos, es más la Iglesia española que la Iglesia universal la que marca los tiempos, ya que Javier Osés, a lo largo de su etapa como obispo residencial de Huesca, salvo el último año de vida de Pablo VI y los escasos treinta y tres días de pontificado de Juan Pablo I, no conoció otro papa que Karol Wojtyla, quien pasaría a la historia como Juan Pablo II y cuyo pontificado ha sido uno de los más longevos de la historia de la Iglesia.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

El final del aggiornamento en el seno de la Iglesia. De Pablo VI a Juan Pablo II Hay que comenzar señalando que Javier Osés fue uno de los grandes beneficiados del desbloqueo de la relación Iglesia-Estado, en general, y de la renuncia del rey Juan Carlos al privilegio de presentación, en concreto. El 28 de febrero de 1977 se anunciaba el nombramiento de Javier Osés como obispo titular de Huesca.93 Al igual que cuando fue nombrado obispo auxiliar, las palabras de Osés tanto a sus sacerdotes como a los religiosos y religiosas de la diócesis fueron de enorme discreción.94 A pesar de ser el nuevo obispo residencial, Javier Osés siguió fiel a lo que iba a ser una de sus grandes señas de identidad, la ya citada austeridad. En efecto, a pesar de su ascenso episcopal, acaecido a comienzos de 1977, el prelado navarro (y aun estando ya libre el palacio episcopal por el fallecimiento de Lino Rodrigo) siguió viviendo en su modesto piso de la plaza de Lizana, lo que haría hasta casi el final de sus días, ya que volvería a cambiar de casa en los últimos años.95 En ello contrastaba con su predecesor, Lino Rodrigo, que había movido todas las piezas posibles para acondicionar un palacio episcopal que había quedado muy dañado por la guerra, lo que hemos podido comprobar gracias a la correspondencia que mantuvo con el Ministerio de la Gobernación. En efecto, el 4 de mayo de 1953 el subdirector general de Regiones Devastadas, dependiente de dicho ministerio, había escrito al entonces obispo de Huesca para decirle lo siguiente: 93 Ecclesia, 1828, 5 de marzo de 1977, p. 34. Hay que recordar que este nombramiento,

como el de todos los que tuvieron lugar en aquellas fechas y también en las posteriores, fue posible solo gracias a que don Juan Carlos, como jefe del Estado, aceptó a renunciar al privilegio de presentación de obispos que había heredado de Franco y que aseguraba el todavía vigente Concordato de 1953. En ese sentido, el Acuerdo Básico de 28 de julio de 1976 devolvería a la Santa Sede la libertad para cubrir las sedes vacantes a cambio de perder la inmunidad que le proporcionaba el Fuero. Así lo conté en Martín de Santa Olalla (2004b). 94 Véase al respecto BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1977, pp. 101-110. 95 En concreto, se trasladó a uno de los pisos de la residencia de los canónigos, situada en la plaza de la Catedral.

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Historia de un largo pontificado

Rvdmo. Sr. y distinguido amigo: Contesto a su grata carta fecha 23 de abril, en la que se refiere a la reconstrucción del Palacio Episcopal y he de manifestarle que cuando el Director regresó de Huesca de su última visita, habló con el Sr. Ministro de la entrevista que había tenido con Su Ilustrísima y con las Autoridades acerca del emplazamiento del Palacio Episcopal, habiendo aprobado el Sr. Ministro se construyese en la Plaza de la Catedral, donde efectivamente creo que debe construirse. Si existen dificultades esta no creo que serán insuperables, ya que el Director General tiene fuerza suficiente para poder llegar a solventarlas.96

Solo una semana después Lino Rodrigo respondía con la contundencia que le confería ser obispo en aquella España franquista: Ilmo. Sr. y distinguido amigo: Tengo la satisfacción de acusar recibo a su atenta carta del 4 de los cor. En contestación a la misma permita Vd. que le repita que considero materialmente imposible la construcción del Palacio Episcopal en la Plaza de la Catedral e insuperables las dificultades existentes. Sé que el Sr. Director General habló sobre el particular con el Sr. Gobernador Civil y con el Sr. Aranda pero creo que hasta la fecha no han hecho nada ni pueden hacer nada y urge dar una solución, como le decía en mi última, pues del contrario mucho me temo que cualquier día moriré aplastado con mi familia en este Palacio en ruinas.97

Lino Rodrigo acabaría saliéndose con la suya y un nuevo palacio episcopal sería erigido, pero, eso sí, como deseaba el Ministerio de la Gobernación, quedaría ubicado en la plaza de la Catedral. Sin embargo, Javier Osés, como ya hemos dicho, renunciaría a vivir allí y dejaría el edificio para uso de la diócesis.

96 ADH, 4.4 6/10. Obras o reparaciones palacio episcopal, Madrid, 4 de mayo de

1953.

97 ADH, 4.4 6/10. Obras o reparaciones palacio episcopal, Huesca, 11 de mayo de

1953.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

El 2 de diciembre de 1977 Osés volvería a conceder una entrevista al diario oscense Nueva España. La Unión de Centro Democrático (UCD) había sido la vencedora en las elecciones de junio de ese año y, bajo el carismático liderazgo de Adolfo Suárez, había comenzando a negociar con el resto de las fuerzas parlamentarias el nuevo texto constitucional. Un texto que debía ser de consenso, a diferencia de la Constitución de la II República, y de hecho se había elegido un selecto grupo de juristas pertenecientes a los principales partidos encargados de redactar el texto: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Gabriel Cisneros por la UCD, Gregorio Peces-Barba por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Miguel Fraga por Alianza Popular (AP), Jordi Solé Tura por el Partido Comunista de España (PCE) y Miquel Roca Junyent por la Minoría Catalana —el Partido Nacionalista Vasco (PNV), en lo que constituyó un clamoroso error, habían quedado excluidos de la ponencia constitucional. En el texto que comenzaba a discutirse había muchos temas de gran trascendencia, y uno de ellos era, en un país de tan larga tradición cristiana, el del estatus que se concedería a la Iglesia católica española. Durante cuatro décadas, las que habían transcurrido desde el inicio de la guerra civil (18 de julio de 1936) hasta la firma del Acuerdo Básico (28 de julio de 1976), España había sido un estado confesionalmente católico, primero de facto (julio de 1936-junio de 1941) y luego de iure (junio de 1941 en adelante). El Concilio Vaticano II había supuesto en ese sentido un duro golpe para dicha confesionalidad, al proclamar la Iglesia su anhelo de independencia. Parecía claro, de esta manera, que la lucha entre el poder político y la institución iba a centrarse en la habitual pugna entre confesionalidad y laicidad. La segunda opción había sido adoptada la II República y había tenido efectos nefastos, pero la todavía más reciente experiencia de la confesionalidad, vivida durante el franquismo, también había producido graves conflictos. Así que había que buscar una fórmula intermedia entre ambas, y la solución fue la llamada aconfesionalidad. Osés prefería hablar de no confesionalidad, que era como decir prácticamente lo mismo, y dio su explicación de por qué no le gustaba la confesionalidad: sencillamente, porque podía constituir un obstáculo para el normal desarrollo de la liber-

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Historia de un largo pontificado

tad religiosa. El obispo de Huesca aseguró que a la Iglesia lo que le preocupaba era que no se respetara suficientemente el principio o derecho natural de la libertad religiosa; por eso el que el Estado sea o no confesional depende totalmente de una opción que deben hacer los ciudadanos. Lo que no se puede hoy admitir es una confesionalidad que podríamos llamar de tipo dogmático; es decir, que el Estado, él, profese que la religión cristiana, concretamente en la España católica, es la verdadera; para esto el Estado es radicalmente incompetente. Si acaso podríamos hablar hoy de una confesionalidad sociológica en España en cuanto que la mayoría, al menos de los españoles, son bautizados y se profesan católicos, pero la preocupación de la Iglesia no es esto. Proclamar la no confesionalidad parece que quiere decir una ruptura con lo que ha vivido la Iglesia en todo. Pienso que no podemos ser ni confesionalistas, ni ahora por principio mostrar agresividad con ciertas situaciones precedentes y que hoy la Iglesia no las vive así. Resumiendo, a la Iglesia preocupa la libertad religiosa de todos los ciudadanos, no solo las de los no católicos, sino de todos los demás.98

En ese sentido, Osés negaría que se hubiese producido un diálogo entre la jerarquía católica y los partidos que defendían la no confesionalidad, ya que no lo había habido a nivel oficial y tampoco a nivel más confidencial o personal. De hecho, aseguraría haber preguntado a varios obispos si eran ciertos los rumores que circulaban en la prensa sobre ese supuesto diálogo, y la respuesta habría sido negativa. Resulta difícil comprobar si Osés era fiel a la verdad y si los obispos con los que había hablado tenían, en realidad, otra información. Porque la cronología resulta, al respecto, francamente imprecisa. Según el periodista Abel Hernández, parece ser que había tenido lugar un encuentro entre el cardenal Tarancón y Felipe González cuando la futura Constitución ya se estaba negociando, una reunión que se produciría a las afueras de Madrid y donde también estuvieron presentes el jesuita José María Martín Patino, provicario general de

98 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1978, pp. 39 y 40.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

la archidiócesis de Madrid-Alcalá y mano derecha del cardenal, y los socialistas Luis Gómez Llorente, Gregorio Peces-Barba y Javier Solana. Siguiendo el libro de Hernández, la Iglesia española se había mostrado conforme a la renuncia a la confesionalidad católica del Estado, pero también quería el reconocimiento en la Constitución de la libertad religiosa y de culto tanto de los individuos como de las comunidades o confesiones religiosas. Mientras, los socialistas aceptaban la libertad religiosa individual, pero no el que este derecho pudiera extenderse a las instituciones religiosas y, menos aún, el que la Iglesia católica fuera mencionada de manera expresa en la Constitución. Al final se había impuesto el criterio de la Iglesia, probablemente porque esta había comenzado cediendo, pero lo más importante era la notable sintonía entre dos grupos de poder que durante décadas se habían mostrado irreconciliables.99 Poco después, en un encuentro que sí parece claro que tuvo lugar ya en 1978, la jerarquía mantendría una reunión con los miembros del PCE, encuentro que sería filtrado con el tiempo. Pero retrocedamos para recuperar la entrevista a Osés. El obispo de Huesca tenía claro que la Iglesia podía y debía dar su parecer sobre el nuevo texto constitucional, ya que la Constitución era una ley básica tan fundamental que en ella quedaban encerrados todos los grupos y todas las personas. Al quedar afectados los derechos humanos, la Iglesia se encontraba legitimada para irrumpir en el campo de lo temporal. Sin embargo, ella, como institución, no pretendía ser el «pedagogo» que dijera a cada cristiano lo que debía hacer, sino tan solo dar orientaciones y que luego cada creyente actuara en conciencia. En ese sentido, Osés quería dar directrices concretas sobre el modo en que debía ser concebida la Constitución. Así, esta había de velar por la estabilidad del matrimonio: es decir, la Constitución no tenía por qué asumir la concepción cristiana de este, tal y como proclamaba la Iglesia, pero sí debía admitir su indisolubilidad ya que

99 Hernández (1995: 105-107). El mismo autor ya había comentado anteriormente

este tema (Hernández, 1984: 11-16).

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Historia de un largo pontificado

eso pertenecía al derecho y al deber del Estado. Por ello, tenía que haber un apoyo a dicha estabilidad y a los valores familiares, así como había de ayudarse al desarrollo de la familia y de la mujer (en particular su función y su igualdad de derechos con respecto al hombre). En relación con el aborto, cualquier Constitución debía contar con el derecho fundamental que tenía cada hombre a la vida y, dentro de ese proceso, el derecho a la vida que tenía la persona que iba a nacer. No se podía invocar el derecho de uno a disponer de su propio cuerpo ya que esta libertad de cada uno rozaba con la libertad y con el derecho, que era muy superior, del ser que estaba en camino de nacer: por eso no era admisible el aborto. Por otra parte, aprovechando la posibilidad de una nueva configuración del Estado español, los obispos de la provincia eclesiástica de Aragón decidieron hacer pública una nota colectiva donde afirmaban su deseo, y para ello estaban realizando gestiones, de que dicha provincia eclesiástica estuviera integrada por los territorios de Aragón. Firmaban la carta, además de Osés, Elías Yanes, que ya había reemplazado a Pedro Cantero100 al frente de la archidiócesis de Zaragoza; Damián Iguacen, obispo de Teruel-Albarracín; Victorio Oliver, obispo de Tarazona; y Ambrosio Echevarria, obispo de Barbastro.101 Por cierto, poco antes de aprobarse la Constitución, concretamente en junio de 1978, Javier Osés viajó a Suiza al objeto de visitar a los emigrantes que trabajaban en el país centroeuropeo, donde estuvo conviviendo con dos sacerdotes de la diócesis, Cecilio Lacasa y Ramón Sa, que se encontraban realizando una labor de apostolado con la colonia de españoles que se había establecido allí en la década anterior. Con los emigrantes y los temporeros mantendría el prelado navarro varias reuniones y asambleas, en una visita que agradecerían mucho tanto los sacerdotes como los españoles emigrados. También antes de aprobarse la Constitución hubo cambios en la máxima cabeza de la Iglesia. Tras fallecer Pablo VI el 6 de agosto de 1978, los cardenales reunidos en cónclave eligieron (3 de septiem-

100 Quien, por cierto, fallecería el 19 de diciembre de 1978, a los 76 años de edad. 101 Véase al respecto BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1978, pp. 56-58.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

bre de 1978) a un candidato algo inesperado, el patriarca de Venecia (Albino Luciani). Desde el primer momento se había visto una clara pugna entre los aperturistas, que estaban a favor del cardenal-arzobispo de Florencia y antiguo sustituto de la Secretaría de Estado (Giovanni Benelli), mientras los conservadores se inclinaban por el cardenal-arzobispo de Génova (Giuseppe Siri). Ante la imposibilidad de ambos candidatos de alcanzar la mayoría cualificada necesaria, el empate se resolvió a favor del arzobispo de Venecia, un Albino Luciani de corta experiencia episcopal (solo llevaba como obispo veinte años y de ellos únicamente cinco como cardenal), que, sin embargo, se encontraba al frente de una de las diócesis de mayor «solera» dentro de la Iglesia universal (Venecia). De hecho, dos de los últimos papas, Pío X (1903-1914) y Juan XXIII (1958-1963), habían estado al frente de esta diócesis antes de llegar al solio pontificio. Pero Luciani, que quiso ser papa bajo el nombre de Juan Pablo I, duraría en el cargo tan solo treinta y tres días (aunque solo transcurrieron veinticinco desde su toma de posesión), ya que murió de manera repentina el 26 de agosto, a los 65 años de edad. Es posible que su temprano fallecimiento constituyera un duro golpe para las aspiraciones del catolicismo aperturista, tan claramente encarnado en nuestro biografiado, ya que la elección del nombre de Juan Pablo parecía augurar una clara continuidad con lo que habían supuesto los dos pontificados anteriores: el de Juan XXIII, cuyo gran legado había sido convocar e inaugurar el Concilio Vaticano II, y el de Pablo VI, quien, además de finalizar el Concilio, había llevado a cabo un auténtico aggiornamento de la Iglesia basado en el diálogo con el mundo moderno. Así parecía haberlo percibido Javier Osés, quien aseguraría que, con la elección de Juan Pablo I, había llegado la hora de esperanza, porque el Papa Juan Pablo, amigo de los pobres, cercano al Pueblo, hombre de profunda religiosidad, es garantía de una Iglesia más libre, sencilla, encarnada en el mundo y en los hombres de hoy.102

102 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1978, p. 179.

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Historia de un largo pontificado

Pero cinco semanas y media después, Osés se veía abocado a oficiar un funeral en sufragio del papa que acababa de fallecer. Acompañado de 25 sacerdotes concelebrantes, que actuaban en representación del Cabildo Catedral, religiosos, párrocos de la capital y de los pueblos de la diócesis, así como de las primeras autoridades de la ciudad y de un importante número de fieles, Osés decía resignado: Nos hemos quedado sin Papa. En pocos días, la historia de nuestra Iglesia Católica ha tejido un rosario de misterios dolorosos y gozosos. Hemos vivido dolor intenso por la muerte de Pablo VI y gozo alborozado por la elección de Juan Pablo I. Y otra vez vivimos sorpresa y pena por su muerte. Diríamos que Juan Pablo I ha sido el Papa de lo inesperado. La opinión pública no esperaba a Albino Luciani como al futuro Papa. No estaba en las listas y en las combinaciones de posible papales con las que se jugaba. Tampoco esperábamos un cónclave y una elección tan rápidos. Y en el pueblo cristiano, y aun el mundo entero, estábamos contentos con el nuevo Papa. Nos cayó muy bien, desde el primer momento, por su sencillez sin afectación, por su sonrisa clara y por su rostro jovial, testimonio de alegría y de esperanza. Con este buen ánimo habíamos comenzado la nueva andadura de la Iglesia. Y a Juan Pablo I, otra sorpresa, le ha sobrevenido la muerte verdaderamente como un ladrón, que nos dice Jesús: una muerte rápida, inesperada. En conclusión: lo que, tras la elección de Juan Pablo I, esperábamos, creíamos, soñábamos, se nos ha desvanecido suavemente, como un capullo de las manos.103

Lo cierto es que el Colegio Cardenalicio se movería con rapidez y el 16 de octubre ya tenía el sucesor de Juan Pablo I: Karol Wojtyla, cardenal-arzobispo de Cracovia, quien querría ser conocido como Juan Pablo II. Era también un resultado sorprendente, por varias razones. La primera, que se elegía el primer papa no italiano desde comienzos del siglo xvi. La segunda, que este procedía de un país de la Europa del Este, que era un mundo bajo dominación del 103 Ibídem, p. 185.

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comunismo. Y la tercera, que, aun teniendo en cuenta el notable currículo de Wojtyla, la figura descollante en Polonia era la de su cardenal-arzobispo de Varsovia, Stefan Wyszynski, quien llevaba al frente de la principal diócesis del país nada menos que treinta años y había sido elevado al cardenalato un cuarto de siglo antes. Hombre de personalidad extraordinaria perteneciente a uno de los países más católicos del mundo, su firme actitud ante el totalitarismo comunista le había valido la cárcel,104 entre otras muchas penurias. Sin embargo, un grupo de cardenales encabezado por el cardenal-arzobispo de Viena, Franz König, habían puesto ya sus ojos en otro cardenal polaco, Karol Wojtyla, quien, a pesar de ser un hombre joven (58 años), llevaba ya a sus espaldas una brillante carrera, plasmada en el hecho no solo de haber sido primero obispo auxiliar y luego arzobispo residencial de la segunda sede del país (Cracovia), sino también en haber alcanzado el cardenalato a una edad extraordinariamente joven (47 años recién cumplidos), en junio de 1967. Por otra parte, compartía con Wyszynski una trayectoria marcada por la lucha contra el comunismo, y ese nulo afecto, por no decir abierto desprecio, hacia lo que el marxismo suponía, sería una constante de su largo pontificado. Sea como fuere, el 16 de octubre se convertía en el nuevo papa. Y, como había hecho con Juan Pablo I, Javier Osés decidiría festejar el nombramiento del pontífice con una misa en la catedral, a la que volverían a asistir 25 sacerdotes como concelebrantes y donde no faltarían las principales autoridades políticas de la zona. Osés tendría palabras muy generosas hacia el papa, sin saber que este nunca le movería de Huesca ni menos aún le llegaría a elevar al cardenalato: Tenemos un nuevo Papa. Y podemos decir que este obispo de Polonia, desconocido por nosotros, y elegido Vicario de Cristo con el nombre de Juan Pablo II, ya es amado, y mucho, por los hijos de la Iglesia. […] El nuevo Pontífice es de Polonia, una nación de profunda tradición mariana. ¿Oísteis y visteis al Papa, en su primera aparición,

104 Fue allí donde escribió su célebre Diario de la cárcel, publicado en España en 1984

(Madrid, Editorial Católica).

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en el balcón de San Pedro de Roma? Estaba muy emocionado y dijo unas frases deshilvanadas, muy entrecortadas. Se veía claramente que no se había preparado y que no podía pensar bien lo que decía. Por eso, precisamente, dijo lo que él más lleva en su corazón: recordó a María, la invocó, se confió a Ella y puso su pontificado en sus manos de Madre. Para todos esta es la primera lección del Papa Juan Pablo II: su amor a María. […] Fijémonos ahora en otro aspecto del nuevo Papa: su vida sencilla, sobria, de trabajo. Así fue la vida de María y así nos cuentan que es también la vida de este Papa, cuyo origen familiar es humilde; que fue, en su juventud, trabajador en el duro oficio de las canteras de piedra, y que luego ha seguido siendo un trabajador empedernido. El Papa, nos dicen, es un hombre austero, pero un hombre muy normal, aficionado al deporte. […] Hermanos, recojamos todas estas profundas enseñanzas. Demos gracias a Dios por el Papa Juan Pablo II e, imitando a María y siguiendo la pauta que ya nos marca el nuevo Pastor de nuestra Iglesia, sintamos y vivamos la llamada a conversión.105

La Iglesia española y la inercia del aperturismo. Tarancón y Díaz Merchán Cuando la Iglesia hubo recobrado la normalidad, entonces Javier Osés pudo continuar con su labor diaria, caracterizada por esa transparencia de la que ya hemos hablado. De hecho, del 28 al 30 de noviembre de 1978 repetiría la experiencia de las jornadas informativas, aunque en esta ocasión en la iglesia de San Lorenzo y no en la catedral: el tema, la XXX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Y también en el mes de noviembre pero del año siguiente, 1979, cuando hablaría sobre la indisolubilidad del matrimonio106 y la libertad de enseñanza.107 105 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1979, pp. 8-11. 106 Recordemos que en aquel momento se encontraba ya en el debate público la exis-

tencia de una posible ley civil del divorcio, que finalmente acabaría siendo aprobada el 22 de junio de 1981. 107 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1980, p. 89.

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Uno de los principales acontecimientos a lo largo del mandato de Osés fueron los actos conmemorativos de los cuatrocientos años de fundación del Seminario Conciliar de Santa Cruz. Entre los festejos escogidos, que tuvieron lugar entre el 2 y el 4 de mayo de 1980, estuvo una conferencia de Antonio Durán, otra de Juan María Uriarte (en ese momento obispo auxiliar de Bilbao), una convivencia sacerdotal (con homenaje a los 8 sacerdotes de la diócesis que cumplían sus bodas de plata sacerdotales)108 y otra conferencia del propio Osés sobre las perspectivas de los seminarios como colegios de la Iglesia y centros de pastoral, además de una misa en la catedral. Por otra parte, bajo el mandato de Osés la diócesis de Huesca seguía creciendo en generosidad hacia los más necesitados: en 1980 había logrado superar lo recaudado en el año anterior para la campaña contra el hambre, consiguiendo una cantidad total de 1 857 825 pesetas. Huesca, con 22,28 pesetas por persona, se situaba en el quinto puesto en el conjunto de las diócesis españolas.109 Si la diócesis crecía en generosidad, también lo hacía en tamaño, por lo que una de las tareas de Osés fue configurar las nuevas parroquias dentro de Huesca. Una debía radicar en la iglesia de María Auxiliadora, con la atención pastoral de los padres salesianos. Osés se reunió con la comunidad salesiana para ver las posibilidades y aspectos positivos y negativos, así como también mantuvo contactos con el correspondiente padre provincial, en Barcelona. En el proyecto se pensaba integrar núcleos de viviendas de la, en ese momento, parroquia de Santiago. Finalmente, el 8 de diciembre de 1980, festividad de la Inmaculada Concepción, la parroquia de María Auxiliadora era una realidad. Desmembrada de las de Santiago Apóstol y la Catedral, se esperaba que atendiera a unos cinco o seis mil fieles. Su centro sería la iglesia de María Auxiliadora del colegio de los padres salesianos de Huesca, ocupando parte de los locales que los mismos poseían junto al templo.110 El acto inaugural tendría lugar, así, el 5 de diciembre de 1980. 108 Aunque uno de ellos, Jesús Vived, era en ese momento sacerdote de la archidióce-

sis de Zaragoza.

109 Véase al respecto BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1980, p. 194. 110 Véase al respecto BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1980, pp. 219-221.

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Balance de un quinquenio como titular El primer informe A comienzos de 1981 se produjo un cambio importante de la diócesis. Ramón Bonet, vicario general, alcanzaba la jubilación, lo que obligaba a buscarle un sustituto. Osés agradeció a través de una carta circular la labor de este sacerdote: de la diócesis altoaragonesa.

Como Obispo de la Diócesis, para quien el Vicario General es la persona más cercana en el oficio episcopal, quiero decirle públicamente, uniendo mi palabra y mis sentimientos a los de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, que le agradezco de corazón lo mucho que ha ayudado a mis predecesores en el ministerio episcopal y lo mucho que personalmente me ha ayudado a mí.111

El elegido para sustituir a Bonet sería Luis García Torrecilla, antiguo rector del Seminario de Huesca y en ese momento párroco de La Encarnación, iglesia situada en la propia capital oscense. De una generación posterior a Osés (había nacido en diciembre de 1937), llegaría a su nuevo puesto en enero de 1981. Su nombramiento debía prolongarse por tres años, si bien el obispo podía concederle un trienio más al finalizar el primero. Da la impresión de que la elección por parte de Osés acabó revelándose acertada. García Torrecilla era un hombre sumamente discreto y con probada capacidad intelectual para el cargo, y, lo más importante, constituía el prototípico «hombre de la casa». Sería este mismo sacerdote, y así me lo confirmaría él en persona, quien redactaría el informe que Javier Osés habría de presentar en Roma en mayo de 1981. Pero debemos considerar este documento como si hubiera sido escrito por el propio Osés, ya que el vicario general, además de ser tradicionalmente el álter ego del prelado de turno, había de contar con el visto bueno de su obispo antes de enviarlo. El informe, como los que le seguirían en los quinquenios posteriores, destacaba por su profusión, comenzando por una exposición detallada acerca de la estructura de la diócesis y del propio prelado que la encabezaba. De Osés se subrayaba, en ese sentido, 111 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1981, p. 25.

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su formación políglota (además del castellano, nuestro biografiado hablaba francés, inglés e italiano, así como, lógico en todo eclesiástico de la época, latín). ¿Cuál era, según ese informe, el universo religioso en que Javier Osés había desarrollado su labor primero como obispo auxiliar y luego como residencial? Pues este no podía estar marcado más que por el Concilio Vaticano II, que, con su aire renovador, había generado una profunda división entre los que pensaban que había que dar un decidido paso adelante y los que, por el contrario, creían que lo más sensato era mantenerse donde habían estado hasta ese momento. Las palabras concretas eran estas: Un mundo joven, abierto, liberal, lo vio como algo necesario y urgente. Como el gran acierto, como la renovación a fondo de una Iglesia muy parada, muy con el poder. Un mundo adulto, cerrado, conservador, y, a veces, integrista, lo vio como el disloque, el cambio de todo, el descontrol, el confusionismo moral. Se derrumbaba la autoridad, la jerarquía, se perdía la fe, se cambiaban las normas… Un mundo seglar despertó en la Iglesia como Pueblo de Dios, muy lentamente, pero con alegría y esperanza. De estas diversas posiciones surgieron problemas: Algunos grupos clericales se radicalizaron y defendieron sus feudos. Otros grupos clericales vivieron el cambio en positivo. El Pueblo de Dios sensibilizado sufrió el choque con una jerarquía y un clero que siempre había mandado, que nunca había dado participación. Y, en este choque, muchos buenos seglares perdieron su esperanza de conseguir una Iglesia del pueblo.112

Así, se había vivido un momento en que se cuestionaba en exceso la autoridad del prelado, pero este cuestionamiento había ido dando paso a una manera de funcionar y actuar que debía verse

112 ADH, 1.1.2/6.4, 1976. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio

1976-1980, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, mayo de 1981.

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como francamente positiva. Sin embargo, algunos seguían resistiéndose a la modernización: Ha cambiado la figura de la autoridad en la Iglesia. Aunque la disciplina eclesial se relajó por entender mal la libertad que proclamaba el Concilio, la disciplina que ha quedado y que lentamente va creciendo es más responsabilizada. […] Cuesta mucho superar algunas mentalidades tradicionalistas. Para algunos sacerdotes, los seglares no pasan de ser meros acólitos. En algunos aspectos hay que empezar siempre.113

Esa modernización afectaba no solo al clero, sino también a los fieles, y la mejor prueba era la celebración de eucaristías. Está siendo muy costosa la participación activa de lectores, monitores y canto. Han sido muchos años en los que el pueblo ha estado celebrando en silencio, como mudo espectador.114

En ese mismo informe se anunciaba una medida que probablemente iba a ser la más polémica de todo su pontificado, y que profundizaría en la brecha entre Osés y una parte de su clero.115 Nos estamos refiriendo a la eliminación del sistema de aranceles. Según el informe, el cobrar estipendios o aranceles por la celebración de misas, funerales y otros sacramentos no era, sencillamente, «educativo». A partir de ese momento, se iba a concienciar a los fieles de que, si querían, podían dar una limosna voluntaria, que no podía ser concebida como el pago a un servicio prestado. ¿Cómo solventar ese déficit de ingresos? Muy sencillo: ofrecer cauces para aportar donaciones económicas a la comunidad cristiana y, en definitiva, a la diócesis.

113 Ibídem. 114 Ibídem. 115 No obstante, en el informe se aseguraba que «dadas las dimensiones de la diócesis,

los contactos del Obispo con el clero son muy frecuentes y familiares» (ibídem).

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A continuación, se ofrecían los datos fundamentales de la diócesis de Huesca a fecha 31 de diciembre de 1980. En ese momento había 133 sacerdotes incardinados en el Obispado aragonés, aunque solo 105 prestaban servicios pastorales en ella. De los restantes 28, se informaba de que 7 estaban ya jubilados, 5 eran castrenses, 9 trabajaban en otras diócesis y 7 se dedicaban a «otros servicios». El balance del quinquenio 1976-1980 era de 13 clérigos fallecidos y de 2 retirados por edad e inválidos, además de una cifra que normalmente no se hacía pública en el boletín diocesano por dar mala imagen: la de los que habían abandonado, es decir, la de los secularizados. Eran, en total, 11, una cantidad que, aun siendo alta, evidenciaba un descenso con respecto a lo que habían sido los desoladores años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II.116 El informe decía: En nuestra diócesis se han producido treinta secularizaciones. Nos parecen muchas. Las razones de las mismas son muy complejas aparentemente: falta de fe comprometida, carencia de trabajo pastoral, soledad o aislamiento, inmaduros, fuerza del cambio social secularizante…117

En el siguiente informe, el del quinquenio 1981-1985, se hablaría de un total de 8 abandonos, por lo que da la impresión de que la cifra real de secularizaciones en 1976-1980 fue de 11 y no de 30, una cifra más propia de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. En todo caso, estos son los datos con los que contamos tal y como se detallaban en el informe diocesano. De esta manera, con un nuevo vicario general se inició el curso 1981-1982, que ha sido considerado tradicionalmente como el último de la transición a la democracia. Javier Osés pensó que la mejor manera de comenzarlo era convocando unas jornadas diocesanas de 116 Lo más llamativo es que, luego, en texto, esta cifra se aumentaba hasta los treinta,

que, ahora sí, constituía un número excesivo, sobre todo teniendo en cuenta que apenas se sobrepasaba el centenar de efectivos. 117 ADH, 1.1.2/6.4, 1976. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1976-1980, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, mayo de 1981.

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pastoral, que tuvieron lugar entre los días 10 y 12 de septiembre de 1981. Dichas jornadas resultaban de gran importancia en la medida en que la diócesis presentaba problemas importantes: en muchos pueblos iba habiendo cada vez menos familias, y en otros ni siquiera las había (1); la presencia de sacerdotes y de otros agentes de la pastoral en algunas zonas pobres era más que escasa (2); cada vez había menos sacerdotes (3); al haberse secularizado tantos sacerdotes, los que quedaban promediaban una media de edad muy alta (recordemos que normalmente los secularizados solían ser los más jóvenes) (4); las vocaciones sacerdotales seguían siendo muy escasas, por lo que la esperada recuperación de los años posteriores al posconcilio seguía sin llegar. El problema resultaba especialmente preocupante por cuanto el campo de trabajo pastoral era cada vez más extenso (5); y los seglares seguían teniendo un papel marginal dentro de la diócesis (6). En ese sentido, Javier Osés y sus sacerdotes se encontraban muy preocupados debido a que las nuevas generaciones no proporcionaban expectativas especialmente positivas. Muchos jóvenes en busca de su primer empleo no lo encontraban, lo que podía suponer su marcha hacia zonas donde hubiera más oportunidades. Otros sufrían los efectos de la sociedad de consumo: la droga, el alcohol o la moda. El resultado era una juventud que se automarginaba por desilusión, frustración e impotencia ante una sociedad violenta y explotadora que se veían incapaces de cambiar.118 Estas eran, en suma, las conclusiones de un informe bastante bien elaborado. El año 1981 finalizó con tres acontecimientos festivos y uno francamente negativo. Los positivos fueron, en primer lugar, la presentación del libro del canónigo de la catedral Antonio Durán Gudiol119

118 El resultado de las jornadas, en BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1981, pp.

182-184.

119 Antonio Durán Gudiol (Vic, Barcelona, 21 de noviembre de 1918 – Huesca, 6 de

noviembre de 1994) había sido ordenado sacerdote el 29 de junio de 1943 y llegó a Huesca para hacerse cargo de la canonjía de archivero en 1947, la cual mantendría hasta su muerte. Además, sería consiliario diocesano de la HOAC, capellán de la Clínica Provincial, jefe de programación de Radio Huesca, director del Museo Episcopal y Capitular, delegado diocesano del Patrimonio Histórico-Artístico y

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Historia del Seminario de Huesca (1580-1980),120 con el fin de conmemorar el cuarto centenario del Seminario Diocesano de Santa Cruz, creado en 1580;121 en segundo lugar, la celebración el 23 de octubre de un encuentro con todas las comunidades religiosas de Huesca como consecuencia de los ciento cincuenta años de la Fundación de los Clérigos de San Viator y los cincuenta y cinco de su presencia en Huesca; y, en tercer lugar, la visita de los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, a la región de Aragón: el 19 de noviembre los monarcas serían cumplimentados por las primeras autoridades de la ciudad, entre las cuales se encontraba el propio Javier Osés. El acontecimiento triste que casi puso punto final al año fue un accidente ferroviario en la localidad de Vicién (9 de noviembre). El ferrobús que hacía el trayecto de Zaragoza a Canfranc había colisionado con un camión en un paso a nivel, dejando destrozada la primera unidad del aquel y hundida la cabina del camión. El resultado, desolador: 11 muertos y 35 heridos. La Guardia Civil, la Policía Nacional, Protección Civil y otros servicios habían acudido de inmediato, y a ellos se sumaron Javier Osés y varios sacerdotes de su diócesis: con la excepción de dos ciudadanos franceses, todos los fallecidos eran fieles suyos.122 El año 1982 se inició con una visita ad limina al papa Juan Pablo II. Allí fueron prácticamente los mismos de la anterior ocasión en que Osés había estado en Roma con el mismo propósito: Yanes por Zaragoza, Iguacen por Teruel-Albarracín, Echevarría por Barbastro y el propio Osés por Huesca. La novedad la representaba el bilbaíno Juan Ángel Belda, que era obispo de Jaca desde enero de 1978 y quien, tras la marcha de Victorio Oliver a Albacete, ejercía también

director del Instituto de Estudios Altoaragoneses. Fue autor de, entre otros libros, Colección diplomática de la catedral de Huesca, Madrid, CSIC, 1969; Historia de Alquézar, Zaragoza, Guara, 1979; El castillo de Loarre, Zaragoza, Guara, 1980; Huesca, León, Everest, 1989; Historia de la catedral de Huesca, Huesca, IEA, 1991, e Iglesia y procesiones. Huesca, siglos XII-XVIII, Zaragoza, CAZAR, 1994; y también de un buen número de artículos en revistas especializadas sobre la Alta Edad Media en Aragón. 120 Publicado en Huesca, ed. del autor, 1982. 121 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1983, pp. 140 y 141. 122 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1982, pp. 21 y 22.

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como administrador apostólico de Tarazona (Zaragoza). El 1 de febrero salían todos estos obispos para la Ciudad Eterna, en una visita que no presentaría especiales problemas. Así, Juan Pablo II se interesaría por problemas propiamente de la región aragonesa, como el campo ante la emigración hacia la ciudad, los problemas vocacionales, la realidad de religiosos y religiosas y el problema del consumismo. Pero también querría informarse acerca del cambio político en España, ante la crisis que estaba viviendo la UCD (desangrada por pugnas internas) y la posibilidad de que el futuro presidente del Gobierno español fuera Felipe González, líder del PSOE. Osés, junto con sus compañeros de episcopado aragonés, también realizó una visita a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe123 con el fin de interesarse por la marcha que llevaban algunos expedientes de secularización de sacerdotes. También se entrevistaría con el cardenal Angelo Pio Oddi, prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos, quien quería saber cómo funcionaba la catequesis en su diócesis. La visita que Osés haría de manera totalmente particular fue a Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús. Este, a punto de cumplir 75 años, pasaba por una difícil situación como consecuencia de su delicado estado de salud y la consiguiente intervención de la orden ignaciana por parte del papa. En efecto, Juan Pablo II había decidido nombrar (31 de octubre de 1981) un delegado, Paolo Dezza, y un coadjutor de dicho delegado, Giuseppe Pittau, ambos jesuitas, para que ayudaran a Arrupe a preparar la XXXIII

123 Al frente de ella se encontraba un futuro papa, el entonces cardenal Joseph Ratzin-

ger. El entonces cardenal-arzobispo de Múnich-Frisinga había sido llamado el 25 de noviembre de 1981 por Juan Pablo II para hacerse cargo de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que había estado en manos del yugoslavo Franjo Šeper. Dado que este se encontraba ya muy enfermo (de hecho, moriría el 30 de diciembre de 1981), Juan Pablo II había llamado a Ratzinger a Roma y le mantendría en el puesto hasta el fallecimiento del papa polaco, el 2 de abril de 2005. Los cardenales reunidos en cónclave decidieron el 19 de abril de ese mismo año que Ratzinger, bajo el nombre de Benedicto XVI, se convirtiera en el nuevo ocupante de la silla de san Pedro.

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Congregación General de la orden, la cual supondría, a la postre, la designación de un nuevo prepósito para sustituirle, Peter Hans Kolvenbach (13 de septiembre de 1983).124 Arrupe diría a Osés que no había que preocuparse excesivamente por lo sucedido y que él veía la situación con total paz y serenidad.125 Si existía una buena relación entre Osés y el aperturista Arrupe, parecida debía de ser la que aquel mantenía con el gran líder de la Iglesia española durante esos años: Vicente Enrique y Tarancón, cardenal-arzobispo de Madrid-Alcalá y presidente de la Conferencia Episcopal Española entre marzo de 1972 y febrero de 1981. En junio de 1982, cuando le quedaba menos de un año para jubilarse como arzobispo de Madrid-Alcalá, Tarancón sería invitado por Osés para participar en la convivencia sacerdotal que se organizaba cada mes de junio y donde, en esa ocasión en particular, se rendiría tributo a los cinco clérigos que aquel año cumplían sus bodas de plata sacerdotales. Tarancón presidiría la misa concelebrada y luego dirigiría a los sacerdotes congregados una charla-coloquio sobre el tema La Iglesia española: situación actual y perspectivas de futuro. Papel del sacerdote en este contexto. Ese mismo día (11 de junio), en el salón de actos de los salesianos, pronunciaría una conferencia, ya abierta al público, sobre la Iglesia española.126 Todo esto coincidiría con dos grandes hechos en la historia de España: la visita del papa Juan Pablo II a España, y la victoria del PSOE en las elecciones generales de octubre de 1982. En efecto, además del hecho histórico de que por primera vez un papa pisara suelo español, debe resaltarse la apabullante victoria del PSOE en estos comicios, en la cual tuvieron mucho que ver el carisma de su líder (Felipe González), la excesiva vinculación del principal partido de la derecha (AP) con el régimen de Franco (de hecho, su líder, Manuel Fraga, había sido durante siete años ministro del dictador)

124 Puede consultarse al respecto Álvarez Bolado (2001). 125 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1982, p. 98. Por cierto, en ese visita a Juan Pablo II Osés

entregó al pontífice 100 000 pesetas, la mitad perteneciente al fondo diocesano y la otra mitad aportación de los fieles. 126 Véase al respecto BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1982, pp. 133 y 134.

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y el derrumbe de la UCD, incapaz de superar las numerosas luchas intestinas y el acoso y derribo a Adolfo Suárez por parte de sus principales figuras (Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Francisco Fernández Ordóñez, Óscar Alzaga, etcétera). Para ese momento ya había sido aprobada en España la segunda ley civil del divorcio de su historia (la primera había tenido lugar durante la II República), y al mismo tiempo se cernía sobre el horizonte un tema todavía más polémico (el aborto). Llama la atención, en ese sentido, el texto tan duro que se publicaría en el «Directorio pastoral» del Boletín Oficial del Obispado de Huesca, que no sabemos si debemos atribuir al vicario general, Luis García Torrecilla, o a otra persona. Acababa de ser presentada en el Congreso de los Diputados una proposición de ley sobre la regulación del aborto, y el boletín del Obispado oscense comentaba al respecto: Por razones políticas o por oportunismo nada se ha tramitado hasta ahora, pero el proceso de destrucción de la familia seguirá su curso, y por eso es de la mayor importancia que las gentes conozcan el problema y la gravedad que encierra, conozcan la endeblez de los argumentos en que se apoyan los pro-divorcistas,127 y sepan también que son muchos los testimonios de personas y entidades que defienden valientemente el derecho a la vida de todo ser humano desde el instante de su concepción.128

El argumento del boletín era muy sencillo. Según el moralista, el aborto consistía en provocar la expulsión del embrión o feto del útero de la mujer cuando no era aún viable; pero el producto de la concepción, genéticamente único e irrepetible, se encontraba dotado de una dignidad humana propia. Si el embrión era ya desde el primer momento una persona, su supresión no podía asumir más forma que la de homicidio: en definitiva, el aborto era un homicidio. El texto seguía en sus diatribas:

127 Suponemos que se trata de una errata y que en realidad quería decir pro-abortistas. 128 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1982, p. 192.

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No son los científicos los que ponen en duda este aserto. Ideas demoledoras, conceptos corrompidos de la libertad, que no se vive ya como compromiso y fidelidad, sino como arbitrio de cada individuo, están en el origen de esta deformación de las conciencias. Algunos partidos políticos llevan la cuestión a las asambleas legislativas, y si una mayoría la aprueba se ha llegado al fin del problema: se puede matar impunemente, sin responsabilidad legal y sin riesgo.129

En ese sentido, el boletín denunciaba el hecho de que fueran los proabortistas los primeros en manifestarse como defensores a ultranza de los derechos humanos, atacando la pena de muerte. Se quejaba de que hubiera habido de manera anterior a la presentación de la proposición de ley presiones por parte de los «municipios marxistas»130 de Gijón, Langreo y Mieres. Resulta más que llamativa la utilización de esta expresión, porque era más propia de la etapa del «primer franquismo»131 que de la democracia en la que en ese momento se vivía en España. A la hora de esgrimir argumentos en contra del aborto, el boletín señalaba que el primer derecho del ser vivo era seguir viviendo y desarrollándose. Lo que no cabía imaginarse era que el feto ya concebido fuera un «invasor injusto» contra el que fuera legítimo defenderse: antes al contrario, se trataba de un ser al que un hombre y una mujer habían invitado a existir. Dicha existencia era independiente de la voluntad de los progenitores desde el primer momento de la concepción. Además, tampoco pertenecía al ámbito y competencia de las potestades públicas la discriminación entre diversos seres vivos, es decir, diferenciar entre los que tenían pocos días de existencia o muchos, pues la vida no era cuestión de días. En realidad, el boletín, aunque a veces utilizara un lenguaje excesivamente conservador, no hacía sino seguir las disposiciones del Concilio Vaticano II, que en su constitución Gaudium et spes había sido bastante claro al respecto:

129 Ibídem. 130 Ibídem, p. 195. 131 Así lo puse de manifiesto en varias ocasiones en Martín de Santa Olalla (2003a).

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Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de proteger la vida, que se ha de llevar a cabo de modo digno del hombre. Por ello, la vida ya concebida ha de ser salvaguardada con extremados cuidados; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables.132

El 31 de octubre pisaba suelo español Juan Pablo II, en una estancia que se prolongaría hasta el 9 de noviembre, aunque la diócesis de Huesca no fue una de las agraciadas con la visita pontificia. En efecto, los lugares elegidos por el papa polaco fueron Madrid, Ávila, Alba de Tormes (Salamanca), Salamanca, Guadalupe (Cáceres), Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola (Guipúzcoa), Javier (Navarra), Zaragoza, Montserrat (Barcelona), Barcelona, Valencia, Alcira (Valencia) y Santiago de Compostela. Poco después, el 5 de diciembre de 1982, Javier Osés inauguraba una nueva parroquia: la de San José, ubicada al lado del parque Miguel Servet de la ciudad de Huesca. Se trataba de una iglesia de factura moderna y de gran capacidad, con varias dependencias para la catequesis, salón de conferencias y despacho parroquial.133 Los elegidos para dirigir la parroquia serían los sacerdotes José Antonio Monreal y Juan José Lacasa. Reestructuraciones y modernización de una diócesis El año 1983 se inició con una reestructuración del Cabildo Catedral de Huesca. Una vez que fueron consultados por el propio Osés los canónigos y los beneficiados, y tras haberse nombrado un equipo de dos sacerdotes para la parroquia, se decidió que todos los sacerdotes que hasta ese momento habían sido beneficiados de la santa iglesia Catedral serían nombrados canónigos, de forma que, en lo sucesivo, habría una clase única, la de canónigos o Cabildo Catedral. Los miembros de este y los sacerdotes beneficiados que poseyeran ya la jubilación en su principal oficio ministerial la obtendrían también dentro del Cabildo, y se les reservarían todos sus 132 Concilio Vaticano II (1966: 286). 133 El decreto de erección de la parroquia, en BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1983,

pp. 7 y 8.

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derechos. Por otra parte, con el fin de ayudar a una mejor colaboración entre el clero catedralicio y el de la parroquia de la Catedral, se nombraría también canónigos del Cabildo a los sacerdotes del equipo parroquial durante munere. Hay que decir, en ese sentido, que los miembros del nuevo Cabildo Catedral con voz activa habían elegido un presidente, nombramiento que recayó en la persona de Enrique García Allué.134 Además de dicha reestructuración, la diócesis seguía funcionando y logrando pequeños éxitos bajo el mandato de Osés. La campaña contra el hambre de 1982, que concluía en abril de 1983, se saldó con un aumento espectacular de la recaudación: 3 168 000 pesetas, lo que suponía una diferencia positiva de más de un millón de pesetas con respecto al ejercicio anterior. Si en 1980 cada habitante oscense había dado una media de 22 pesetas, ahora la cifra aumentaba hasta 37 y colocaba a la diócesis de Huesca entre las cuatro más generosas de España. Además, el 24 de febrero el Consejo de Ministros había adoptado un acuerdo por el que se declaraba monumento histórico-artístico nacional a la iglesia parroquial de Santa María la Mayor de Bolea, y acababan de concluirse las obras de restauración de la iglesia de San Miguel de Huesca. Esta, que se encontraba extramuros de la ciudad, había sido restaurada con fondos del Ayuntamiento de la ciudad y con la ayuda económica de varias entidades y departamentos ministeriales. Mediante la supresión de grandes tapiales y pequeñas dependencias que obstaculizaban la visión de conjunto de la fábrica, se había logrado resaltar al máximo las virtudes de esta iglesia, que data de los siglos xiii-xiv. Esta tarea de protección del patrimonio histórico-artístico de la diócesis se había completado con la restauración de las ermitas de Santa Lucía y de las Mártires, cuyas fábricas habían sufrido importantes deterioros en los tejados, bóvedas y paredes debido al paso de los años. Tras abrirse sendas suscripciones populares, se habían conseguido fondos para la restauración de ambas.

134 La comunicación oficial de la reestructuración y de los nombramientos, en BOOH,

5 y 6, mayo-junio de 1983, pp. 77-80.

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En ese sentido, nos encontramos en condiciones de afirmar que el año 1983 es uno de los más importantes en cuanto al patrimonio histórico-artístico de la diócesis. El 1 de mayo, por ejemplo, Javier Osés inauguró y bendijo las obras de restauración del templo de San Miguel, conocido popularmente como las Miguelas. Así se ponía fin a cuatro años de obras e inversiones en una de las iglesias más importantes de la ciudad de Huesca. Resaltando una vez más la excelente relación que Osés tenía con las autoridades políticas, en el acto estuvieron presentes el gobernador civil de la provincia, el director provincial del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo135 y el Alcalde de Huesca, que iba a acompañado de una representación de la Corporación Municipal.136 Por otra parte, en el Consejo de Ministros celebrado en la primera semana de mayo fue declarada monumento histórico-artístico nacional la iglesia parroquial de Peralta de Alcofea,137 un templo del siglo xii de estilo románico aunque con elementos posteriores —es particularmente bella su portada, que consta de varias arquivoltas sobre capitales historiados y un tímpano con relieves dedicados a la Epifanía—. Solo unas semanas después, el 18 de mayo, la iglesia de Olsón también pasó a ser monumento histórico-artístico.138 Sin embargo, dado que Huesca era una tierra de hondas y ricas raíces católicas, seguía siendo mucho el trabajo por hacer. De hecho, poco antes, concretamente a mediados de abril, una de las tijeras que sostenían la cubierta del santuario de Nuestra Señora de Salas se desprendió, con lo que a partir de entonces dicha cubierta descansaba sobre la bóveda de la iglesia. Había cinco piezas de ese tipo y, salvo una, las demás se encontraban muy deterioradas. El resultado era un claro peligro de que la bóveda pudiera desplomarse. Ello habría llevado al Ministerio de Cultura a abordar la restauración del santuario mediante una acción de emergencia, pero de momento no eran más que rumores.139 135 A cuyo frente se encontraba Julián Campo Sainz de las Rozas. 136 Véase BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1983, p. 132. 137 Real Decreto 1793/1983, de 11 de mayo de 1983. 138 Real Decreto 1801/1983, de 23 de mayo de 1983. 139 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1983, p. 134.

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Javier Osés, con un grupo de confirmados, en Peralta de Alcofea. (Archivo familiar)

Para aquel momento, Javier Osés era ya una persona de reconocido prestigio. Cuando entre los días 23 y 26 de mayo participó en unas conferencias de pastoral sanitaria en Soria, la prensa local quiso conocer su opinión sobre diversos temas. El periodista que le entrevistó, Eduardo Lallana, dijo del prelado navarro: Don Javier, así se le llama y conoce, es un hombre desbordante y cargado de nobleza, de amplio corazón y profunda humanidad. Su sencillez y autenticidad, su palabra profética y su presencia, apoyo e impulso a grupos, comunidades y movimientos apostólicos especializados es altamente estimada en amplios sectores de la Iglesia. En su rostro se adivina la responsabilidad del servicio a la Comunidad cristiana y la indudable fe y confianza en el hombre y en Dios. No añora el pasado. Se enfrenta con entereza al presente y con optimismo al futuro.140 140 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1983, p. 145.

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Ese mismo periodista quiso saber cuál era la visión de Osés respecto a diversos asuntos. Uno de ellos era el alejamiento de amplios sectores de la juventud y del mundo obrero respecto a la Iglesia, con posturas en ocasiones muy críticas. El prelado navarro reconoció que eso era cierto y que lo único que la institución podía hacer al respecto era presentar, no tanto con palabras cuanto con sus propias vidas, la autenticidad del Evangelio: no era cuestión de estrategias, sino de autenticidad. Preguntado sobre el lugar y la tarea de la Iglesia en aquella sociedad pluralista y secular de profundos cambios sociopolíticos y culturales en la que en ese momento se vivía, Osés dijo: El lugar de la Iglesia en esta nueva sociedad pluralista no puede ser como en una sociedad monolítica y en una Iglesia de cristiandad. Pero debe tener la Iglesia su presencia, no para dominar, ni para sacar provecho de algunos privilegios, sino para hacer una oferta, desde nuestro mensaje, a favor del hombre, para vivir nuestra fe muy encarnados en el mundo, para dar esperanza. Sin querer imponernos a la actual sociedad, pero también sin miedo, y no sucumbiendo a la tentación de ningún grupo político, sino anunciando las exigencias del Evangelio ante los distintos problemas y situaciones.141

Tras meses de silencio respecto a la apabullante victoria del PSOE en las elecciones de octubre de 1982, el obispo de Huesca quiso salir al paso sobre lo que parecía una contradicción: el hecho de que en un país mayoritariamente cristiano el voto se estuviera concentrando en la opción representada por el socialismo. Osés fue claro al respecto: la población española deseaba un cambio, particularmente en el terreno económico, y pensaba que el PSOE podía ofrecer ese cambio.142 Además, la mayoría de los españoles no partía de unos presupuestos ideológicos concretos, sino que sencillamente la gente quería vivir, trabajar y tener paz. Sin olvidar, según Osés, que el partido que había ofrecido una imagen más popular, con

141 Ibídem, p. 147. 142 De hecho, el eslogan del PSOE en las elecciones de 1982 había sido la sencilla

expresión Por el cambio.

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diferencia, era precisamente el encabezado por Felipe González. En ese sentido, una de las grandes tareas que debía acometer González era el importante problema del paro, dadas sus grandes repercusiones en la vida de las personas y en la institución de la familia. Para el prelado, los cristianos debían tener muy claro cómo actuar: darle un máximo de importancia, promover la solidaridad e ir creando las actitudes de las que se pudiera esperar solución.143 El trabajo se acumularía para Osés al tener que hacerse cargo como administrador apostólico, el 1 de septiembre de 1983, de la diócesis de Jaca. El anterior obispo, Juan Ángel Belda, había sido nombrado obispo de León (28 de julio) y desde el 30 de agosto se encontraba ya instalado en la diócesis leonesa. De modo que Osés, como prelado más cercano a la jacetana, pasó a dirigirla hasta el 12 de enero de 1985, cuando Rosendo Álvarez Gastón se convirtió en el nuevo obispo de Jaca. La Asamblea Diocesana A lo largo de los casi treinta y dos años que Osés estuvo en Huesca uno de los hechos de mayor importancia sería la celebración de una asamblea en el nivel diocesano cuyo fin era detectar cuáles eran los principales problemas que afectaban a la diócesis, así como planificar y ejecutar soluciones. En realidad, este evento no suponía sino la culminación de un proceso iniciado dos años antes con la Asamblea Sacerdotal que había tenido lugar en enero de 1981, y que se enriqueció con las Jornadas de Planificación Pastoral de septiembre de ese mismo año. Así, en la mencionada asamblea se habían llegado a detectar hasta doce problemas de importancia dentro del clero diocesano, que eran los siguientes: un excesivo número de secularizaciones en los últimos años (1); en relación con lo anterior, la edad media del clero diocesano se había elevado ya hasta los 50 años (2); además, en ese momento solo había cinco futuros aspirantes al sacerdocio en el Seminario de Huesca (3); se había producido una fuerte despoblación en algunas zonas pastorales (4); en dichas zonas el trabajo se estaba desarrollando con gran dificultad (5); había muchos sacer143 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1983, pp. 147 y 148.

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dotes que pasaban por problemas económicos (6); estos sufrían además la problemática del llamado trabajo civil (7); había una crisis de identidad sacerdotal, ya que algunos desconocían cuál era realmente su misión, el sentido de su vida y, en definitiva, la opción tomada (8); había más de un sacerdote que reconocía sufrir soledad y tener sensación de aislamiento (9); existía, además, una falta de coordinación en el trabajo pastoral (10); algunos sacerdotes llevaban demasiados años en el mismo puesto de trabajo (11); y varios clérigos se habían quejado del sistema de nombramientos (12). Tras esta asamblea, se había decidido realizar un estudio de los agentes de la pastoral, siguiendo unos cuestionarios previos preparados por el Grupo de Pastoral Vocacional. Dicho estudio dio como resultado la necesidad de concebir a partir de entonces la Iglesia en la diócesis, y la misma acción pastoral, de una manera nueva: más apoyada en el «pueblo de Dios» (no solo en los sacerdotes) (a), con una mayor integración de los religiosos y religiosas en las diócesis (b), con una fuerte preocupación por formar comunidades cristianas, desde la evangelización, desde la catequesis de adultos o desde otras opciones (c), con un mayor cuidado y promoción de las vocaciones (d), con un estudio de cada zona pastoral (e) y con un sistema de nombramientos de sacerdotes (f). Sin embargo, a pesar de ese deseo teórico de apoyarse en todo el «pueblo de Dios» y no solo en los sacerdotes, la constitución de los diferentes grupos de trabajo había mostrado una abrumadora presencia y un control protagonizados por sacerdotes. En efecto, habiendo dividido la diócesis en ocho zonas, solo dos de ellas, las de Almudévar y Grañén, contaban con la participación de seglares, quienes debían compartir protagonismo no solo con los sacerdotes, sino también con las religiosas. Las otras seis zonas (Ayerbe, Somontano, Sesa-Berbegal, Sariñena, La Hoya y la propia Huesca) se encontraban por su parte controladas exclusivamente —salvo Sariñena, donde también participaban las religiosas— por clérigos. Así, en las diferentes aportaciones de los grupos se produjo la aparición de un doble hilo conductor: los problemas de tipo más sacerdotal y los de pastoral general o de organización diocesana. En ese sentido, desde el primer momento había dominado la tendencia de que se comenzara por abordar y solucionar la primera de esas problemáticas.

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Fue así como se había llegado a la celebración de las ya citadas Jornadas de Planificación Pastoral. Debemos señalar que no se trataba de algo totalmente novedoso, pues, en realidad, hacía ya varios años que la diócesis organizaba, al inicio de cada curso, unas jornadas con el fin de planificar el trabajo que se iba a intensificar en ese periodo. Así, en las de 1981 había tenido lugar una participación tanto de sacerdotes y religiosas como de seglares, reflexionando todos ellos sobre la pastoral general y sobre la pastoral juvenil y familiar. Dentro de la llamada pastoral general, se habían aprobado diferentes conclusiones, siendo resaltadas las siguientes: la meta a lograr era una Iglesia participada, comunidad de fe, liberadora, libre de poderes y anunciadora de Cristo y encarnada en el pueblo (1); debían darse pasos eficaces para conseguir en la diócesis (zonas, parroquias, sectores, movimientos) una Iglesia en la que existieran cauces reales de participación a todos los niveles, es decir, había que lograr una desclericalización de la institución (2); se decidió estudiar en profundidad la realidad de los distintos sectores y zonas de la diócesis, estudio que debía comenzar por los diversos agentes de pastoral, desde el propio obispo hasta el último seglar, pasando por el vicario, la curia y los religiosos (3); el análisis de la realidad diocesana se haría a través de un ritmo de asambleas y con la metodología de la revisión de vida (4). Debemos señalar que en aquellas Jornadas de Planificación Pastoral se habían hecho propuestas de nuevas conclusiones que, debido a la falta de tiempo, no habían llegado ni a ser retocadas ni a ser votadas, y que se encontraban en relación con las dos preocupaciones que ya habían aparecido en la primera fase del proceso: los problemas de los sacerdotes, por un lado, y la organización de la diócesis, por otro. Dentro de esas propuestas, había tres que destacaban: considerar necesaria la celebración de una Asamblea Sacerdotal ante las situaciones graves de algunos sacerdotes, que eran víctimas de una crisis de identidad, de la soledad o de otros problemas (a); pensar que la promoción de los consejos parroquiales podía ser la primera vía de participación hacia la constitución del Consejo Diocesano de Pastoral (b); y estimar que, al ser la diócesis de Huesca predominantemente rural, podía ser conveniente que

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todas las estructuras diocesanas se sintieran solidarias y colaboraran en las necesidades peculiares de los pueblos (c). Este había sido, en suma, el resultado de las Jornadas de Planificación Pastoral. Esa labor viviría una continuidad a lo largo del curso 1981-1982, en el cual se estudiaría la situación de los agentes de la pastoral, siguiendo dos cuestionarios que pusieron de relieve que había serias dificultades dentro de la diócesis. Merece la pena reproducir estos problemas de manera textual, según aparecieron en el boletín de la diócesis: eran, a nuestro juicio, una nueva demostración del deseo de Osés de llevar a cabo una gestión lo más transparente posible. Decía así: — Sistema de cambios y nombramientos de los sacerdotes. Permanencia excesiva de un sacerdote en mismo destino. Inmovilidad y disponibilidad de los sacerdotes. — La Economía Diocesana. Retribución de los sacerdotes. Dedicación de los mismos a la pastoral y a trabajos no pastorales. Estipendios y aranceles. Fondo diocesano. Colectas y economía de las parroquias dentro de la diócesis. Participación de los sacerdotes, religiosos y seglares en la economía diocesana. — La identidad sacerdotal. El celibato. Vida de fe del sacerdote. Formación permanente del mismo. Disponibilidad. Tiempo libre de algunos sacerdotes. Problema económico, mínimo vital. — La acción pastoral en la diócesis. Poca unidad. Se potencian distintos tipos de Iglesia a la vez. Poca unión y coordinación en la Pastoral de cada Zona. Mejor distribución del trabajo pastoral. Las Comunidades religiosas en la pastoral diocesana. — El presbiterio. Trato poco frecuente entre los curas. Actuaciones individualistas. Soledad del sacerdote. La parroquia cerrada a otros sacerdotes. Distribución del clero en la diócesis. El obispo, el vicario, la curia… al servicio de los sacerdotes. Envejecimiento del clero. — El pueblo de Dios. No tiene protagonismo en nuestra diócesis. Apatía de mucha gente. Piden más al sacerdote. En las estructuras tradicionales es difícil que participen. Nuevos cauces de participación efectiva. — Descristianización. Sacramentalización. Pastoral de cristiandad. Pastoral misionera. No nos acercamos a los alejados. Pastoral desencarnada del pueblo. — La vocación cristiana. Formación de militantes cristianos. Comunidades de base. Movimientos especializados. Vocaciones

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al sacerdocio y a la vida consagrada. Envejecimiento del clero y de las comunidades religiosas. — Evangelización. Educación en la fe. Instrucción religiosa. La religión, cultura. Seglares preparados para profesores de religión. Los profesores de religión y la pastoral juvenil. Los colegios de la Iglesia. La no subvención estatal de su enseñanza. — La Catequesis. Se dan entre nosotros distintas líneas de catequesis. Preocupan los contenidos que transmitimos. ¿Educa en la fe nuestra catequesis? ¿La comunidad cristiana responsable de la catequesis? Formación de catequistas. Catequistas jóvenes y adultos. Problemática de la Confirmación.144

Así, se celebró una reunión entre Osés, el vicario de pastoral y Antonio Bravo, delegado episcopal de evangelización en MadridAlcalá y sacerdote de la diócesis altoaragonesa. En dicha reunión los tres analizaron esas conclusiones y consideraron que las grandes temáticas debían ser las siguientes: el estilo de Iglesia o de acción pastoral que debía potenciarse (1), la economía diocesana y la de los sacerdotes (2) y la reestructuración de las zonas pastorales y el sistema de nombramientos (3). Dentro de todos ellos, fue precisamente el referido al estilo de Iglesia o de acción pastoral el que se consideró prioritario. El hecho más relevante previo a la celebración de la Asamblea Diocesana fue la entrada de nuevos grupos en las discusiones. A propuesta del propio Javier Osés, comenzaron a tomar parte el grupo de religiosas y seglares de Sariñena; el de la parroquia de Santo Domingo (de Huesca); la Comunidad de Hermanas de la Caridad de Santa Ana (colegio de Huesca); los movimientos especializados, como la HOAC, la JOC, el Júnior, el Rural o las comunidades populares; y las Religiosas Dominicas del Santo Rosario, de Alquézar. El proceso adquirió complejidad cuando se decidió crear un Equipo de Representantes de Grupos para coordinar la acción: cada grupo de la asamblea elegía un representante, y a este se le encomendaría acudir a las reuniones de coordinación. Además, se designó un

144 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1983, pp. 175 y 176.

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Equipo de Ponencia, que sería elegido por los mismos representantes de grupos que ya habían comenzado a participar. De esta manera, parecía inminente la celebración de una asamblea: eran no pocos los que querían que fuera celebrada antes de junio de 1982, con el fin de poder dar una respuesta, aunque solo fuera parcial, a algunos problemas de los sacerdotes. El hilo conductor debía ser doble: potenciar un estilo de Iglesia y abordar los dichos problemas. Se decidió, además, enviar a todos los grupos que ya funcionaban y a los que quisieran trabajar un cuestionario de reflexión sobre la realidad de la Iglesia en la diócesis de Huesca. Por otra parte, el asesoramiento externo no se limitó a la persona de Antonio Bravo, sino que se amplió a otras, como Joan Bestard Comas,145 en ese momento secretario de la Comisión Episcopal de Pastoral. La iniciativa partió de nuevo de Osés, siendo él mismo quien habló con Bestard para pedirle colaboración. Después de un detallado estudio, este último vio tres aspectos positivos y tres negativos en el trabajo que venía realizándose para la preparación de la asamblea. Las tres conclusiones positivas eran:

145 Joan Bestard era sacerdote de la diócesis de Mallorca. Hombre de acreditada ca-

tegoría intelectual, cuando fue llamado por Osés ya había publicado varios libros: Estudio socio-religioso de la comarca de Sóller (Mallorca), Palma de Mallorca, ed. del autor, 1977; Món modern i fe cristiana, Barcelona, Facultad de Teología de Cataluña, 1979; y Mon d’avui i fe cristiana, Barcelona, Abadía de Montserrat, 1980 (traducido al castellano y publicado en Madrid en la editorial Narcea en 1986). Su paso por la Comisión Episcopal de Pastoral se acabaría materializando en otros dos libros: El Consell Pastoral Parroquial, Barcelona, Abadía de Montserrat, 1980 (también fue traducido al castellano y publicado en Madrid por PPC, en 1994) y Corresponsabilidad y participación en la parroquia: el consejo pastoral parroquial, Madrid, PPC, 1999. Además, su activa presencia en la principal radio de la Iglesia, la COPE, dio como resultado tres obras más: Reflexiones cristianas radiadas desde la COPE, Madrid, Narcea, 1992; Otras reflexiones cristianas radiadas desde la COPE, Madrid, Narcea, 1994; y Creo en el hombre: reflexiones radiadas desde la COPE, Madrid, Espasa-Calpe, 1997. Entre octubre de 1999 y octubre de 2001 estuvo en Roma elaborando su tesis doctoral, que fue publicada dos años después bajo el título de Globalización, tercer mundo y solidaridad: estudio comparativo entre los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y los documentos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), Madrid, BAC, 2003. Sus últimos libros han sido Diez valores éticos, Madrid, PPC, 2004, y Dar sentido a la vida. Reflexiones cristianas para cada día, Madrid, San Pablo, 2007.

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el trabajo había partido de la base, intentando conocerse la realidad desde esa misma base (1), se había comenzado a trabajar desde grupos creados anteriormente para un trabajo pastoral (2) y resultaba positivo el cuestionario que se ofrecía para el estudio de los folletos de la asamblea (de las aportaciones de los grupos) (3). Por su parte, las conclusiones negativas eran: la edición tipográfica de los folletos que recogían las aportaciones de los grupos era equívoca: podían producir la impresión de que ellos eran ya en sí la ponencia o una parte de ella, y esto no era así (a); los folletos contenían aportaciones de catorce grupos, una cifra que no era escasa, pero insuficiente para abarcar un estudio de la realidad diocesana (b); y la metodología utilizada, comenzar desde el estudio de la realidad sin tener previamente a la vista el ideal claro que debía alcanzarse en la Iglesia, albergaba el peligro de justificar lo que se hacía como si eso fuese lo que se había de lograr, y no se tuviera que intentar algo más «alto y exigente» (c).146 La principal conclusión a la que se llegó, una vez escuchadas las opiniones de Bestard, era que debía abrirse de manera urgente la asamblea a todos los grupos posibles, siendo conveniente, según él, una convivencia de los grupos de la asamblea que posibilitara una profundización en el trabajo. Ese proyecto de convivencia se hizo realidad el 11 de junio de 1983 en la Casa de Espiritualidad de las Misioneras del Pilar, en la propia ciudad de Huesca. Con la participación de unos 150 miembros pertenecientes a los grupos de la asamblea, la acogida dispensada se caracterizó por la amabilidad y por el esmero con que había se había preparado todo, incluida la ambientación musical y de murales. Nuevamente esta iniciativa contó con la máxima colaboración por parte de Javier Osés, que los días 4 y 5 de junio, a través de una homilía, había invitado a todos los diocesanos a participar en la futura asamblea.147 En el boletín diocesano de marzo-abril de 1984148 fue presentado el reglamento de la Asamblea Diocesana, compuesto por cuarenta 146 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1983, p. 179. 147 La homilía fue publicada ibídem, pp. 184-186. 148 Lógicamente, los preparativos de la futura Asamblea Diocesana no entorpecieron

el normal funcionamiento del Obispado. De hecho, Javier Osés volvería a visitar

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y nueve artículos.149 Al mismo tiempo, Osés escribió a su clero y sus fieles diocesanos para mostrar nuevamente su entusiasmo por el proyecto eclesial: Si en la Asamblea Diocesana incluso celebramos unas votaciones, no queremos significar con ello que la Iglesia debe funcionar a través de leyes de mayorías como criterio siempre ideal, sino que deseamos expresar que en la Iglesia todos los cristianos han recibido el Espíritu y que todos ellos tienen derecho a manifestar por dónde barrunta cada uno las llamadas de Dios. Si celebramos nuestra Asamblea Diocesana, no olvidamos que la Diócesis es, a la vez, parte integrante de la Iglesia Universal con la que vivimos en comunión. Y si nos unimos en Asamblea no lo hacemos por vínculos de solo simpatía o por leyes de afinidad, sino que nos congregamos porque tenemos una misma fe en Jesús, en el que todos nos unimos. Por eso la Asamblea Diocesana es diálogo entre quienes participemos en ella, pero es, a la vez, escucha de la Palabra de Dios, Es,

Suiza en enero de 1984 con el fin de dirigir ejercicios espirituales a los sacerdotes españoles que se encontraban allí dando asistencia a los emigrantes. Poco antes, el 7 de diciembre, el Consejo de Ministros había decidido declarar monumento histórico-artístico la ermita de Nuestra Señora de los Agudos, en Alcalá de Gurrea. En ese mismo mes de diciembre fue reabierta al culto la iglesia parroquial de San Pedro el Viejo, tras unas obras que habían comenzado en 1975 y que habían comprendido, en esencia, la reparación de la Sala Capitular, más conocida como capilla de san Bartolomé, y del claustro. Véase al respecto BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1984, pp. 53 y 54. Además, fue durante estas fechas cuando se produjo la constitución de la Unión Diocesana de los Religiosos de Huesca (CONFER, 29 de enero de 1984). En un primer momento formarían parte de ella veinte comunidades establecidas en la diócesis, ya que algunas no habían querido pertenecer a ella. En el sector masculino, las órdenes que habían decidido participar se reducían a los jesuitas y los salesianos, mientras que en el femenino el abanico era más amplio: hermanas de Santa Ana, hermanas de Jesús y María, hijas de la Caridad, misioneras del Pilar, dominicas y salesianas. Los estatutos fueron aprobados por unanimidad, marcándose tres objetivos esenciales: el mutuo conocimiento y coordinación, la colaboración coordinada en el trabajo pastoral diocesano y la representación ante las autoridades y organismos diocesanos y civiles. La unión destacaba por su carácter mixto y por insertarse en la Unión de Religiosos de Aragón. Véase al respecto BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1984, pp. 105 y 106. 149 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1984, pp. 41-48.

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también, discusión y contraste de pareceres, porque la búsqueda de la fidelidad a Dios es costosa dado que es acción conjunta y, en muchos momentos, diversidad, ya que el mensaje de Dios, por su riqueza, no puede encontrar entre los hombres una única expresión. Y es, asimismo, decir, por unos y otros, sí en unas cosas y no en otras, puesto que estamos convencidos de que hemos de decir un no más compacto y rotundo a todo lo que es desvío de nuestra misión como Iglesia, y que debemos afirmar un sí mucho más hondo y solidario a todo lo que es compromiso con lo que Jesús nos pide. Por estos caminos va avanzando y quiere seguir caminando nuestra Asamblea Diocesana.150

Finalmente, los días 11 y 12 de febrero de 1984 tuvo lugar el primer pleno de la Asamblea Diocesana. Los diferentes grupos habían realizado antes un trabajo de estudio de la ponencia de Joan Bestard,151 a partir de la cual habían presentado las propuestas de conclusiones. Antes de comenzar el acto, Osés pronunció unas palabras en las que abogaba por la libertad, el respeto y la tolerancia: Yo os diría: Sed libres, para expresar cada uno con vuestro voto lo que veáis, que, en este caso, es más provechoso para el bien de la Iglesia. Y seamos todos respetuosos con las opiniones de los otros. Aceptemos todos lo que hoy en la Iglesia es como hoy, aunque eso fuese distinto ayer, o pueda ser diverso mañana. No planteemos nuestra Asamblea Diocesana en términos de vencedores y vencidos, porque eso equivaldría a un planteamiento de poder, y del poder condenado por Jesús. El único poder que Jesús nos da a los suyos es el de expulsar demonios y, por lo tanto, es un poder para liberar al hombre de las mayores esclavitudes, lo cual es decirnos que pongamos en práctica la antítesis del dominar, del someter a los otros.152

Debemos señalar que al pleno se presentaron un total de 71 propuestas de conclusión. Algunas, cuyo contenido desconocemos, no fueron admitidas por el Equipo de Ponencia al considerarse que 150 Ibídem, p. 38. La carta fue publicada en Nueva España el 29 de enero de 1984, con

el objetivo de buscar la mayor difusión posible.

151 Publicada ibídem, pp. 76-90. 152 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1984, p. 117.

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no estaban de acuerdo con la línea de Iglesia que ofrecía el Concilio Vaticano II o porque podían ser objeto de estudio en otra ponencia y en otro pleno (las referidas a evangelización, celebración, sacramentos, testimonio y compromiso). El éxito de participación fue total, pues había hasta 350 personas presentes en el pleno, a las que se distribuyó en 32 grupos. En lo que se refiere a la votación en sí, debemos señalar que cada grupo de base tenía uno, dos o tres votos, según cuál fuera su participación en el pleno: equipos de base con un solo participante en el pleno, un voto; equipos de base con dos participantes, dos votos; y equipos de base con tres o más participantes, tres votos. El reglamento de la asamblea estipuló que para que una propuesta fuera aprobada debería recibir dos tercios o más de votos afirmativos. Al ser 192 el máximo de votos que se podía lograr, esa mayoría se situaría, por tanto, en 128. El resultado sería la aprobación de todas las propuestas (un total de 71), con la excepción de la 37 (que solo cosechó 120 votos) y la 53 (que se quedó en 104 sufragios afirmativos). Mientras, las propuestas 12, 13, 20, 21 y 29, todas ellas con 189 votos afirmativos y ninguno en contra (los tres restantes resultaron en todos los casos abstenciones), fueron las que mayor consenso lograron. Como era de esperar en una celebración de carácter católico, la asamblea fue clausurada el domingo por la tarde con una eucaristía. El boletín recogió: Fue una experiencia viva y vibrante de eclesialidad, de pluralismo unido en una misma fe, de cordialidad de hermanos unidos en sus diferencias. Fue una oración viva, llamada a la conversión diocesana, toma de conciencia de la responsabilidad del trabajo de la Asamblea, y alegría en la fuerza del Espíritu. Después de la eucaristía se hizo público el resultado del recuento de votos, que el señor obispo proclamó y refrendó gustosamente, y que la Asamblea acogió con un aplauso cerrado.153

Hay que decir que, en lo referido a las enmiendas, no hubo tiempo durante el pleno para la votación de las propuestas que habían 153 Ibídem, p. 125.

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sido aprobadas, contabilizando los síes que habían obtenido más los «sí con enmienda». Dicho sufragio hubo de ser realizado por correo. El resultado fue la aprobación de todas las enmiendas, que no requerían de dos tercios, sino de mayoría simple (la mitad más uno, es decir, 86 votos de los 171): la que mayor consenso obtuvo fue la 38, con 160 votos a favor y solo seis en contra, mientras que hubo dos, la 2 y la 16, que pasaron el corte casi por la mínima (la primera con 90 y la segunda con 92). Pero, hablando en términos concretos, ¿qué fue lo que se aprobó en aquella histórica reunión? Resulta difícil realizar una selección, aunque nos atrevemos a señalar las que consideramos más destacadas. La primera que nos parece interesante es la número 8, donde se aseguraba que la Asamblea Diocesana, siguiendo el ejemplo que el propio Jesucristo había dado, iba a realizar una opción preferencial por los pobres y por los marginados. La segunda, por su parte, se distribuía entre tres propuestas: 11, 12 y 13. Tenía por motivo central la autofinanciación de la diócesis. Los asambleístas se comprometían a informarse y clarificar la situación económica tanto en el nivel diocesano como en el parroquial; el estudio de posibles fuentes de financiación; y la sensibilización de la comunidad diocesana para que fuera creada una comunicación cristiana de bienes. En ese sentido, se consideraba que, para crecer en la llamada corresponsabilidad económica, las zonas pastorales debían tener alguna representación en la Comisión Diocesana de Economía, además del personal técnico que ya formaba parte de la misma. Por ello, había de potenciarse al máximo el Fondo Común Diocesano (FCD). Mientras, la tercera ponía de manifiesto una de las grandes señas de la actuación de Osés en Huesca: el impulso decidido al Concilio Vaticano II. La Asamblea Diocesana afirmó al respecto: 16. La línea de Iglesia del Vaticano II que va descubriendo la A. D. será el marco de referencia en el que deberán moverse las actuaciones de las personas a las que se les confíe un servicio de responsabilidad en la Diócesis. 17. Dentro de la línea del Vaticano II, aceptamos el pluralismo que enriquezca a nuestra comunidad diocesana y que exprese su fe y

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viva su compromiso en diversidad de formas, y sentimos la exigencia de vivir el amor fraterno entre los distintos grupos y comunidades, conociendo, respetando y revisando la diversidad de cada uno (Lumen Pentium, 13).154

Una de las propuestas más interesantes era la 25, donde se pedía para la mujer exactamente el mismo trato que para el hombre a la hora de otorgar cargos de responsabilidad eclesial. Además, se crearían o potenciarían diversos cauces de participación, como el consejo que coordinara los diferentes grupos o asociaciones de la diócesis, los consejos parroquiales, los consejos pastorales de zona, el Consejo Diocesano de Pastoral y el Consejo Presbiteral. No obstante, la asamblea realizaba una disección completa de lo que debía ser el papel de cada persona dentro de la diócesis. Y qué mejor que comenzar por el propio obispo, al que, además de exigirle que fuera «hombre de fe,155 trabajador, sencillo y con una espiritualidad sin complicaciones y profunda», se le pedían hasta catorce condiciones a la hora de relacionarse con el «pueblo de Dios»: que fuera servidor más que legalista (Lumen gentium, 27), es decir, que más que de cumplir la ley se preocupara de servir a los diocesanos, aunque ello pudiera presentarle complicaciones con el marco legal existente (1); que fuera cercano a la gente, a su realidad (Christus Dominus, 16) (2); que se comportara como un animador de la comunidad (3); que tuviera una presencia activa en las planificaciones y revisiones de la pastoral global, de la de cada zona y de los distintos movimientos y grupos cristianos, potenciándolos desde los diversos cauces de participación (4); que fuera abierto con la Iglesia universal y otras iglesias (Christus Dominus, 6) (5); que potenciara iniciativas (6); que tuviera una opción preferente por los pobres (Lumen gentium, 23) (7); que, en los encuentros que mantuviera con la comunidad cristiana, diera importancia no solo a

154 Ibídem, pp. 128 y 129. 155 Aunque sin decirlo de manera expresa, quizá lo que se quería indicar cuando se

le pedía que fuera «hombre de fe» era que tuviera una auténtica confianza en sus colaboradores, comenzando por los seglares. Es decir, que el laico tuviera dentro de la Iglesia auténticas responsabilidades y no participaciones de orden secundario.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

las celebraciones, sino también a las reuniones de grupos (8); que supiera discernir dentro de la corresponsabilidad (Lumen gentium, 27) (9); que conociera su zona pastoral tanto desde el punto de vista geográfico como desde el humano (10); que dialogara con todo el «pueblo de Dios»: era toda una advertencia contra lo que había sucedido en tiempos pasados, como los casos de Ángel Temiño en Orense, Francisco Peralta en Vitoria o el mismo Marcelo González156 en Barcelona (11); que los nombramientos en las diócesis no fueron una tarea exclusiva suya, sino realizada de manera corresponsable (12); que no estuviera ni fuera del pueblo ni sobre él (13); y que el obispo ejerciera su ministerio desde una actitud de servicio que estimulara la corresponsabilidad a todos los niveles y que promoviera el sentido misionero de la Iglesia diocesana (Lumen gentium, 18) (14). En ese sentido, lo que más sorprende es que la Asamblea Diocesana exigiera a su obispo que hiciera llegar estas opiniones y criterios a la mismísima Conferencia Episcopal Española a través de su persona, siendo también su obligación el trasladar a sus diocesanos la opinión del máximo organismo del episcopado sobre lo realizado en Huesca. Ese mismo obispo, a la hora de decidir el destino de cada sacerdote, debía realizar un estudio de cada zona y, en diálogo con los interesados, tener en cuenta las necesidades de los pueblos, de la ciudad y de los ambientes; las situaciones personales, aptitudes y edad de los sacerdotes; y favorecer una formación de equipos de sacerdotes y otros miembros del «pueblo de Dios» que atendiera a un conjunto de pueblos o una zona urbana o rural. En ese sentido, la Asamblea Diocesana limitaba su talante progresista al reafirmar el valor del celibato como «signo del Reino», aunque, no obstante, mostraba su deseo de que se agilizara la regulación de los sacerdotes secularizados y que estos pudieran realizar tareas eclesiales (propuestas 36 y 37). La asamblea también tuvo un apartado especial para los religiosos, a los que integraba en la vida diocesana pero a los que pedía,

156 Cf. Martín de Santa Olalla (e. p.).

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comenzando por los propios superiores, que estuvieran más al tanto de cuál era la realidad eclesial en la que se integraba el resto del «pueblo de Dios»: 42. Esta A. D. desea que los superiores mayores de las distintas congregaciones religiosas, en los cambios de religiosos de unas comunidades a otras, tengan en cuenta el trabajo pastoral que ellos están realizando y las necesidades de la Diócesis. Todo ello dentro de un diálogo y con la suficiente antelación (CH. D., 35).157

A partir de la propuesta 49, y hasta la número 69, se hablaba del servicio a la Iglesia diocesana y resultaba de gran interés el tema de la educación cristiana. La asamblea era tajante a la hora de adjudicar la clase de religión en los centros de enseñanza, ya fueran públicos o privados: debía confiarse a educadores cristianos que ofrecieran una cultura religiosa sin pretender ni sustituir ni anular la catequesis que el alumno recibiera en su comunidad cristiana. Además de todo esto, resultaba extraña la escasa importancia concedida al mundo obrero (al que se dedicaba una sola propuesta, la 67)158 y a la juventud (a la que se concedía poco más espacio). Quizá lo más interesante es que se designaba un Equipo de Seguimiento, que presidiría el propio Osés como obispo de la diócesis, encargado de impulsar el proceso asambleario y de velar por el cumplimiento de las conclusiones de la asamblea hasta que fuera creado el Consejo Diocesano de Pastoral. Fue precisamente Osés quien hubo de pronunciar la homilía de despedida. En ella afirmó la necesidad de construir entre todos un Aragón equilibrado, humano y solidario, en esa nueva fase que se había abierto hacía poco con el Estado de las Autonomías. Preocupado por el éxodo del campo hacia la ciudad, y de la ciudad pequeña (como, por ejemplo, la propia Huesca) hacia la grande (como Madrid, Barcelona o la propia Zaragoza), Osés dijo que la

157 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1984, p. 133. 158 Esta se limitaba a decir: «67. La A. D. se compromete a estar más presente en el

mundo obrero, asumiendo toda su problemática y testimoniando en él los valores del Reino» (ibídem, p. 137).

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región aragonesa poseía suficientes recursos naturales como para que en ella pudieran vivir «todos los hijos de Aragón». Por ello recordó la importancia de mantener el campo para que Aragón no se convirtiera en una especie de cuerpo con una gran cabeza y, sin embargo, unos miembros «raquíticos». Además, aprovechó la presencia de las diferentes autoridades para pedir un mayor cuidado del patrimonio histórico-artístico y para que no se perdiera la identidad aragonesa.159 Poco después de celebrarse el pleno, Osés firmaría el nombramiento de Damián Peñart, en ese momento párroco de la Real Basílica de San Lorenzo, como vicario episcopal para asuntos jurídicos de la diócesis. Así, en lo sucesivo ya no habría un solo vicario, sino dos, aunque, para que no se produjera una bicefalia en el segundo escalón de mando, Osés dejó bien claras las funciones de cada uno: la Vicaría General, que seguiría siendo ocupada por Luis García Torrecilla, se encargaría de manera prioritaria del trabajo pastoral de animación y de coordinación diocesana; y la Vicaría Episcopal para Asuntos Jurídicos tendría, por su parte, plenas facultades en el campo de los temas jurídicos. Una vez definidas las funciones que correspondían a cada uno, Osés quiso dar la mayor solemnidad a dicho nombramiento: Para desempeñar el servicio de Vicario Episcopal debía pensar en un sacerdote de nuestro presbiterio diocesano con celo apostólico, experiencia pastoral, sentido jurídico, y capaz de asimilar las nuevas orientaciones del Código de Derecho Canónico y de las legislaciones complementarias, y que tuviera las cualidades de prudencia y buen sentido para decidir personalmente en los múltiples asuntos de la Curia, al igual que el Obispo y el Vicario General. He creído que D. Damián Peñart reúne estas cualidades, y por eso le he nombrado para este importante servicio. Creo que todo ello tiene la suficiente importancia como para que lo comunique no solo a los sacerdotes, sino a todos los religiosos y

159 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1984, pp. 248-250.

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religiosas, y a cuantos formáis las distintas comunidades cristianas de la Diócesis de Huesca.160

Ese año 1984 fue positivo para Osés no solo por la celebración de la Asamblea Diocesana, sino también porque realizó hasta tres ordenaciones sacerdotales. Desde el punto de vista institucional, fue el año en que se inauguró la Casa o Residencia Sacerdotal,161 ubicada en los locales del Seminario de Santa Cruz, mientras que los jesuitas pusieron en marcha el Centro de San Vicente, donde habría una Escuela de Iniciación Teológica en la que se formaría sobre temas de Sagrada Escritura, teología fundamental y moral. Todo ello sin olvidar la constitución de la Asociación de Misioneros de Nuestra Señora del Pilar (12 de octubre de ese mismo año).162

160 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1984, p. 170. El nombramiento fue hecho

público el 10 de agosto de 1984.

161 Según los estatutos, la finalidad primaria de dicha residencia era la de ofrecer un

adecuado lugar de retiro para aquellos sacerdotes diocesanos que habían envejecido durante su ministerio y se hallaran inhábiles para seguir realizándolo por falta de salud, o que se encontraran en período de convalecencia a causa de una operación quirúrgica. No obstante, podría servir también de alojamiento permanente a otros sacerdotes diocesanos en activo, así como a extradiocesanos, siempre que hubiera habitaciones disponibles: de la misma manera, podrían ser hospedados allí los sacerdotes transeúntes (diocesanos y extradiocesanos, seculares y regulares) que fueran a realizar una breve estancia. En cualquier caso, tendrían prioridad tanto los jubilados como los enfermos. La residencia sería dirigida por una Junta Rectora integrada por el director, un residente jubilado, uno en activo y la superiora de la comunidad de religiosas. En lo referente al coste, todo sacerdote diocesano jubilado abonaría el 75% de la suma de su pensión de jubilación más el complemento que percibía de la Administración Diocesana; todo sacerdote en activo abonaría 70% de la dotación económica que como mensualidad ordinaria (en ese momento unas 32 000 pesetas) recibía de la Administración Diocesana; todo sacerdote diocesano en activo que percibiera sus ingresos por vía distinta de la Administración Diocesana abonaría la mensualidad que determinara la Junta Rectora; todo sacerdote no diocesano residente abonaría como pensión la cantidad de 30 000 pesetas mensuales; y todo sacerdote transeúnte abonaría a la Residencia Sacerdotal una cantidad que sería determinada por la Junta Rectora en función de los servicios que recibiera y el tiempo de su permanencia. Los estatutos fueron publicados en BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1985, pp. 65-69. 162 Véase al respecto BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1985, pp. 31-33.

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Para entonces la Asamblea Diocesana había vuelto a ser reactivada. En efecto, el 22 de septiembre había tenido lugar la segunda convivencia de grupos de la asamblea, con la asistencia de unas 270 personas. En ella el Equipo de Seguimiento había presentado un Plan de Realización de las Conclusiones aprobadas en el primer pleno. Dicho plan llamaba la atención por lo centrado que estaba en los asuntos más concretos, como los siguientes: opción diocesana por los pobres, economía diocesana, promoción de pequeñas comunidades, intercomunicación, cauces de participación, peticiones al obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas, enseñanza, sanidad, pastoral de tercera edad (cada vez más importante ante el envejecimiento que comenzaba a sufrir España) y formación permanente. El plan daba soluciones, quizá en ocasiones no muy concretas, para conclusiones como las 8-13, la 18-19, 26-28, 30-31, 33, 35, 38, 40-42, 44, 48-62 y 64-66. Pongamos un ejemplo. En lo referido a la tercera edad (conclusión 62), se había aprobado en febrero de ese año la puesta en marcha de una Comisión Diocesana de Pastoral que coordinara las distintas realidades ya existentes de atención a jubilados y ancianos. Pues bien, ahora el Equipo de Seguimiento proponía dos cosas: convocar a un miembro de cada comunidad religiosa que se dedicara a atender a ancianos, y a un representante de cada grupo de pastoral de tercera edad que trabajara en parroquias rurales y de la ciudad; y, constituida la Comisión Diocesana, habían de trazarse unos objetivos para el curso 1984-1985.163 Como vemos, sí era cierto que se estaban tomando medidas, pero tampoco con una excesiva claridad ni contundencia. En ese sentido, el inicio de 1985 fue de gran importancia para la diócesis por varias razones, pues se constituyó la Delegación Diocesana de Medios de Comunicación Social, en virtud de lo estipulado dos décadas antes por el Concilio Vaticano II, que había exhortado al clero y a los fieles a que usaran los medios de comunicación social como un vehículo privilegiado de evangelización, de formación de las conciencias y de información entre las diversas comunidades y grupos cristianos. La creada en Huesca, como el

163 Ibídem, p. 28.

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resto de las del territorio, quedaría bajo la inmediata dependencia del Obispado y constaría de cinco secciones: el Boletín Oficial del Obispado de Huesca, cuyo director sería José Ramón Villobas, nuevo delegado de Medios de Comunicación Social (1); el Boletín Informativo, dependiente de la Vicaría de Pastoral (2); la hoja diocesana Pueblo de Dios, con su correspondiente equipo de redacción (3); el servicio de relaciones con los diferentes medios de comunicación social, tanto locales como regionales o nacionales (4); y la administración de la Delegación, en conexión con el Consejo Diocesano de Economía (5). En ese mismo decreto164 Osés rendía tributo a la persona de Antonio Pueyo,165 quien desde septiembre de 1947 hasta diciembre de 1984 había sido director del Boletín Oficial del Obispado de Huesca, aunque debe destacarse que las palabras más cálidas hacia Pueyo fueron las de su sucesor en el cargo, el ya citado José Ramón Villobas.166 En abril de 1985 se dieron a conocer los datos de realidad religiosa de la Comunidad Autónoma de Aragón.167 La diócesis de Huesca presentaba una buena cifra en el terreno de los seminaristas, ya que en su territorio se encontraba por encima del 10% de los seminaristas del conjunto de las diócesis: 8 de 62. Solo ofrecían cifras superiores Zaragoza, con 30, y Tarazona, con 14. Las otras tres diócesis (Barbastro, Jaca y Teruel-Albarracín) se encontraban todas ellas por debajo de los 6 seminaristas. Estas cifras eran todavía mejores en el caso de los catequistas: Huesca solo sucumbía ante la insuperable cifra de Zaragoza (6000), presentando una cifra de 481 a la que solo se acercaba Tarazona, con 441. Hablando de cifras concretas de Huesca, al llegar el verano Javier Osés se encontraba con una diócesis donde estaban bajo su responsabilidad 105 sacerdotes, aunque de ellos 14 se encontraban

164 Publicado en BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1985, p. 61. 165 Muy poco después, el 12 de abril de 1985, Antonio Pueyo fallecía en la capital

oscense, por lo que parece evidente que el relevo debía de ser más que necesario.

166 Véase al respecto BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1985, pp. 62 y 63. 167 No contamos a la diócesis de Lérida, que, aunque en su parte occidental ocu-

paba una franja de la provincia administrativa de Huesca, pertenecía a la región catalana.

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ya jubilados. Estos sacerdotes, que debían atender a una población de 84 005 habitantes, presentaban una media de edad de 53,3 años, una muy pareja a la del resto de las diócesis: Tarazona, con 52, ofrecía la más joven, mientras que Zaragoza, con 54,5, tenía el clero más envejecido. Además de ese poco más de un centenar de clérigos, Osés tenía en su territorio 44 religiosos, con especial protagonismo de los salesianos y de los jesuitas, así como 222 religiosas, entre las que destacaban las hermanas de la Caridad de Santa Ana, las misioneras del Pilar y las dominicas. Por otra parte, el evidente retraso en los preparativos del segundo pleno de la Asamblea Diocesana no quería decir que las reformas dentro de la diócesis hubieran quedado paralizadas. De hecho, Javier Osés, después de haber realizado varios nombramientos y de haber establecido la figura del vicario para Asuntos Jurídicos, nombró un nuevo Consejo Presbiteral. En efecto, el 25 de mayo de 1985 tuvo lugar la reunión constituyente del mismo, que estaría integrado por un total de 16 miembros: 3 natos (entre ellos los dos vicarios, el general y el de Asuntos Jurídicos) y 13 elegidos por los distintos grupos o zonas. En aquella reunión Osés quiso recordar la función esencial del Consejo Presbiteral: Formamos la Iglesia de Jesús. Obispo y presbíteros tenemos el sacerdocio ministerial. Se nos confía la misma misión: anunciar a Cristo, convocar la comunidad, celebrar los Sacramentos… Los sacerdotes son necesarios colaboradores y consejeros del Obispo. El Consejo Presbiteral es la forma concreta en que se hace efectiva la comunidad ministerial del Obispo con los sacerdotes. El Consejo Presbiteral es la forma institucionalizada para ayudar el Presbítero al Obispo en el gobierno de la Diócesis. […] Nuestra tarea es servir al Pueblo de Dios. No perdamos de vista nunca a ese Pueblo de Dios. Procuremos una actitud de servicio permanente.168

Por cierto, ese mismo día se comenzó a hablar de otro organismo que debía asesorar a Osés en su labor episcopal pero que no se constituyó ya hasta junio del mismo año: el Consejo de Consultores. 168 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1985, p. 192.

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Según el Código de Derecho Canónico, dicho consejo era sobre el que recaía el gobierno de la diócesis, sede impedida o vacante. Era también el que debía intervenir en el nombramiento del ecónomo de la diócesis y, además, la Conferencia Episcopal exigía su intervención en casos extraordinarios de administración y enajenación de bienes, etcétera. Su vigencia debía ser de cinco años, exactamente la misma que para el Consejo Presbiteral. Las siete personas que debían formar parte del Consejo de Consultores fueron los dos vicarios, el presidente del Cabildo, el representante de los religiosos y dos representantes de las zonas rurales y uno de la ciudad de Huesca. De todas maneras, el Consejo de Consultores no se constituiría hasta tres semanas después, concretamente el 15 de junio de 1985. Así, la reunión concluyó con el establecimiento de la Comisión Permanente del Consejo Presbiteral,169 que debía tener como principal misión preparar el orden del día de las reuniones y resolver algunos trámites de urgencia. Así, dicha comisión la formarían el vicario general, como moderador, y el vicario episcopal para asuntos jurídicos, como secretario, además de dos vocales.170 El 28 de septiembre de ese año se produjo, al fin, una reactivación de la Asamblea Diocesana, en la que se pudo entrever la pérdida de impulso: esta vez la asistencia se había reducido a 200 personas, casi la mitad de las 350 que comenzaron participando en el proceso. A pesar de ello, Osés quiso mostrar una vez más el optimismo que le caracterizaba: al pertenecer a la Iglesia, no nos hemos apuntado a nada fácil y que tenemos que superar las graves tentaciones de la pereza, de la atonía, del egoísmo… Debemos ser conscientes de nuestro compromiso de dar y de darnos. Y este compromiso nos resultará más fácil de llevarlo a la práctica si vivimos y trabajamos unidos. Esta es la razón por la que nos hallamos todos embarcados en la Asamblea Diocesana.171

169 Esta comisión se reuniría el 3 de julio de 1985, y el resultado de dicha reunión sería

el análisis de varios asuntos diocesanos y la proposición al obispo de varios nombramientos. Así se señala en BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1985, p. 237. 170 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1985, pp. 193-195. 171 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1985, p. 303.

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Antes de concluir el año 1985, y fiel a su transparencia habitual, Javier Osés volvió a informar a su clero y sus fieles sobre los resultados de la última Asamblea Plenaria del Episcopado, que había tenido lugar entre los días 11 y 16 de noviembre. Esta asamblea no había pasado inadvertida porque se había hablado de la posible publicación de un documento sobre la paz. Pero, al no aparecer el documento, y al culparse desde algunos sectores de dicha ausencia al nuevo nuncio, Mario Tagliaferri,172 Osés se vería obligado a salir al paso de esos rumores. Por ello, el 25 de noviembre, a través de la hoja diocesana Pueblo de Dios, negó cualquier culpa del nuncio o de autoridad política alguna en el tema, asegurando que todo se debía a la complejidad del asunto: Si los obispos no hemos logrado llevar a feliz término este nuestro trabajo del documento sobre la paz, ha sido por las razones que os he señalado: porque somos limitados y porque hacer un documento de estas cualidades un grupo de setenta y cinco personas (esos somos los obispos de la Conferencia), con nuestras legítimas diversidades, nunca puede ser una tarea fácil. Pero deseo que os quede constancia de que todos nosotros seguimos empeñados afanosamente en culminar este trabajo.173

En marzo de 1986 la Asamblea Diocesana recobraría definitivamente el pulso al celebrarse su segundo pleno. Después de tantas dificultades, no resulta de extrañar que el boletín diocesano hablara de este hecho con indisimulada satisfacción: Las fechas del 8 y 9 de marzo de 1986 constituyen un hito, una referencia necesaria en la historia de la Pastoral de la Iglesia Oscense, al haberse coronado en sus dos tardes los trabajos del Segundo Pleno de la Asamblea Diocesana. En las dilatadas sesiones vespertinas,

172 Tagliaferri, italiano, venía a España procedente de la Nunciatura de Perú, donde

había favorecido a la denominada tendencia espiritualista en detrimento de la teología de la liberación. De ahí que cuando el 20 de julio de 1985 se supo que Tagliaferri era el nuevo nuncio en España el sector aperturista del episcopado comenzara a inquietarse. Al menos así lo asegura Abel Hernández (1995: 280 y 281). 173 Pueblo de Dios, 25 de noviembre de 1985.

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celebradas en la Casa de la Espiritualidad de las Misioneras del Pilar, participaron unos cuatrocientos agentes de pastoral de la Diócesis (sacerdotes, religiosos y laicos), que trataron de armonizar sus criterios teológicos y pastorales en orden a la redacción final de las conclusiones de la Segunda Ponencia.174

En efecto, el segundo pleno sería todo un acontecimiento dentro de la diócesis, comenzando con una notificación importante: el Equipo de Seguimiento sería sustituido en breve por el Consejo de Pastoral. Así, las conclusiones de los dos primeros plenos fueron presentadas en el boletín diocesano, siendo el resultado un extenso e interesante texto compuesto nada menos que por un largo preámbulo y 136 puntos.175 En él se ponía de manifiesto un importante espíritu aperturista, como, por ejemplo, comprobamos en el punto 6: Este compromiso cristiano de servicio en el ambiente en que cada uno se mueve nos llevará a trabajar junto a aquellos que lo hagan también en pro de la justicia, libertad y solidaridad desde opciones no cristianas.176

En algunas ocasiones, da la sensación de que la Asamblea Diocesana parecía disconforme con la aconfesionalidad dispuesta por la Constitución de 1978 e interesada en avanzar hacia el laicismo existente, por ejemplo, en la vecina Francia. En ese sentido, uno de los casos más paradigmáticos es el referido a la financiación. Debido a que la Constitución proclamaba su obligación de mantener relaciones de cooperación con todas las confesiones religiosas y, en especial, con la Iglesia católica, la dotación de culto y clero seguía vigente, y resultaba de especial importancia para obispados como el de Huesca, por su carácter eminentemente rural. Sin embargo, la propuesta 10 parecía desear prescindir de dicha ayuda:

174 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1986, p. 136. 175 Véase al respecto ibídem, pp. 137-176. 176 Ibídem, p. 142.

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Los cristianos de esta I. D.177 nos comprometemos a dar los pasos necesarios para lograr su autofinanciación y adoptar unos comportamientos económicos en consonancia con las exigencias evangélicas.178

Otros elementos importantes eran el reconocimiento de una «crisis de identidad» que afectaba «a la Iglesia como Institución así como a sacerdotes, religiosos y seglares»;179 la coincidencia de objetivos con los marcados por el Vaticano II (conclusiones 17 y 22); la búsqueda de la igualdad entre el hombre y la mujer (conclusión 25) o una mayor «democratización» de la Iglesia, sin renunciar a la cadena de mando establecida por la jerarquía, a través de diversas instituciones.180 Así, resultaba especialmente interesante el que Osés permitiera la configuración de un nuevo tipo de obispo, alejado del autoritarismo de tiempos pasados, que, según la Asamblea Diocesana, en su conclusión número 30, debía ajustarse a los siguientes parámetros: que dialogue con todo el Pueblo de Dios. — los nombramientos en la diócesis no sean una tarea exclusiva suya, sino en corresponsabilidad. — como todos los que presiden el Pueblo de Dios, no debe estar ni fuera ni sobre el pueblo. — el Obispo debe ejercer su ministerio desde una actitud de servicio que estimule la corresponsabilidad a todos los niveles y promueva el sentido misionero de la I. D.181

A cambio, los sacerdotes debían dar al obispo «obediencia en diálogo y crítica fraternal».182 No obstante, hay que volver a seña-

177 Así es como suele citarse la expresión Iglesia diocesana. 178 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1986, p. 142. 179 Ibídem, p. 143. 180 Como ya se ha dicho, estas instituciones eran el consejo que coordinara los dis-

tintos grupos o asociaciones de la diócesis, los consejos parroquiales, los consejos pastorales de zona, el Consejo Diocesano de Pastoral y el Consejo Presbiteral. 181 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1986, p. 147. 182 Ibídem, p. 148.

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lar el carácter tanto progresista como moderado de la Asamblea Diocesana, ya que, por ejemplo, en la conclusión 36 se reafirmaba el valor del celibato como «signo del Reino». Una de las cuestiones más interesantes era la referida a los religiosos, cuya problemática analizaremos más adelante. Lo que se pondría de manifiesto era que no solo Osés quería acabar con el tradicional aislamiento de las órdenes religiosas, sino que contaba con el apoyo de la propia Asamblea Diocesana. De hecho, la conclusión número 38 decía: Los religiosos forman parte de la vida diocesana. Los demás miembros del Pueblo de Dios apoyarán la identidad de las distintas comunidades de religiosos y su misión específica.183

Mientras, la 39 afirmaba: Las distintas comunidades de religiosos presentes en la diócesis, al igual que todos los sacerdotes y seglares, participan en el plan pastoral de la Diócesis y en los órganos responsables, según su misión específica.184

Ese carácter moderado-aperturista volvió a ponerse de manifiesto cuando hubo de hablarse del papel del seglar dentro de la Iglesia. La conclusión 47 afirmaba el compromiso de la Asamblea Diocesana de profundizar en el sentido e importancia de las organizaciones de «Apostolado Seglar» y en concreto de los Movimientos Especializados. El Obispo y los sacerdotes tendrán una actitud abierta y de disponibilidad hacia los mismos.185

Al mismo tiempo, el obispo aceptaba un diálogo pero no una soberanía compartida, como no podía ser de otra manera en una organización de las características de la Iglesia:

183 Ibídem, p. 149. 184 Ibídem. 185 Ibídem, p. 151.

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Cuando el Obispo haya de pronunciarse sobre materias que afectan más directamente a los laicos como: trabajo, familia, matrimonio, sexualidad, educación, etc., pedirá y escuchará la opinión de los mismos.186

Una de las conclusiones que mejor revelaban la presencia de Javier Osés al frente de la diócesis era la número 68. Bajo el título de «Austeridad», la Asamblea Diocesana exigía una lucha contra el gasto superfluo, algo en lo que Osés fue siempre el primero en dar ejemplo: Por respeto al contenido y significado de los sacramentos, y desde su opción preferencial por los pobres, la I. D. pide a las familias, parroquias y comunidades cristianas de la diócesis la moderación y la austeridad en los signos festivos de las primeras comuniones, bodas y demás sacramentos, y ella misma se compromete a vivir y manifestar esa misma austeridad.187

Ese espíritu de austeridad y de no malgastar el dinero se encontraba en directa relación con el deseo de la Asamblea Diocesana de dar una opción siempre con carácter preferencial tanto a los pobres como a los marginados (conclusión 86), así como la promoción de centros de acogida para aquellos estudiantes y jóvenes que, procedentes del mundo rural, no pudieran sufragarse su propia vivienda (conclusión 87). La Asamblea Diocesana tampoco se olvidaba ni del resto de los jóvenes (conclusiones 93 a 99), ni de los mayores (100 a 102), ni del mundo sanitario (103 a 110), ni del campo (111 a 119) ni del mundo obrero (120 a 123), ni de los marginados (124 a 129). Dos últimas cuestiones se trataron en la Asamblea Diocesana. La primera, el papel que, a partir de entonces, debía jugar el Consejo Diocesano de Pastoral, al que se consideraba «organismo de máxima representación del pueblo de Dios en el ejercicio de la corresponsabilidad eclesial en la diócesis».188 Según los asambleístas, el consejo 186 Ibídem. 187 Ibídem, p. 156. 188 Ibídem, p. 174.

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debía promover, por ejemplo, el apostolado seglar y muchos tipos de pastoral (litúrgica, juvenil, sanitaria, rural, obrera, etcétera). La segunda y última cuestión, por su parte, se refería a un hecho de gran trascendencia para la presencia de la Iglesia en la sociedad: el patrimonio cultural. Este, según la Asamblea Diocesana, debía recibir «un digno tratamiento», por lo que habría, por ejemplo, que guardar convenientemente los objetos de arte «de fácil sustracción» y archivos, elaborar el catálogo histórico-artístico de la diócesis y promover estudios monográficos sobre el patrimonio, dando facilidades a los interesados en ellos (conclusión 135). El segundo informe de Osés Fue precisamente por estas fechas cuando Javier Osés hubo de presentar su segundo informe desde que se convirtiera en obispo residencial de la diócesis. Decimos el segundo porque por segunda vez finalizaba un lustro en Huesca con Osés al frente del Obispado, pero era en realidad se trataba del primero, porque era la primera vez que el prelado navarro completaba un quinquenio al frente de la diócesis, dado que el año 1976 y parte de 1977 era todavía auxiliar. Los datos, en líneas generales, no presentaban cambios especialmente notables, consolidándose el envejecimiento del clero pero, en cambio, ralentizándose cada vez más la secularización de sacerdotes. En efecto, al concluir 1985 Huesca contaba con un total de 125 sacerdotes, de los cuales 19 no estaban en activo por haberse jubilado. Así, de los 106 que seguían desempeñando su labor religiosa, 86 lo hacían dentro de la diócesis, mientras que el resto eran capellanes castrenses (por tanto, bajo la jurisdicción directa del vicario general castrense) o se encontraban en otras diócesis e incluso realizando otros ministerios. Por otra parte, el carácter fuertemente rural seguía marcando a la diócesis de Huesca y, de hecho, tan solo había 12 sacerdotes que fueran licenciados o doctorados en Teología, mientras 21 más se habían licenciado o doctorado en otras ciencias. Es decir, menos de un tercio del clero incardinado en Huesca poseía una formación superior. Y es que la provincia de Huesca, a la altura de mediados de los ochenta, no tenía más del 50% de la población concentrada en

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la capital (44 000 de los 84 000 habitantes). La diócesis cifraba que tan solo 1000 personas dentro de la provincia no poseían la condición de católicos, lo que hablaba de un abrumador dominio de la religión católica en la zona. Por otra parte, la secularización masiva de sacerdotes parecía tocar a su fin; es más, el número de ordenaciones igualaba casi al de clérigos que habían abandonado (5 en total, frente a los 8 que lo habían dejado).189 El problema seguía siendo, en esencial, el del relevo, ya que Huesca no tenía en ese momento más que 10 posibles aspirantes al sacerdocio (es decir, seminaristas): 6 en los cursos de Teología y 4 en los de Filosofía. Así, el informe comenzaba con una visión positiva de la realidad del momento: No son de señalar grandes cambios en los últimos cinco años. […] El Consejo Presbiteral ha emprendido la tarea en este período con bastante ilusión y responsabilidad. Asisten todos los miembros, se llevan los temas estudiados o consultados con el grupo respectivo; hay diálogo; no ha habido enfrentamientos personales… La experiencia de esta etapa puede considerarse por ahora francamente positiva.190

Pero ¿cuál era el balance de más de tres años de gobierno socialista? Pues no todo lo bueno que se hubiera deseado, aunque seguramente mejor de lo inicialmente esperado, ya que la experiencia anterior con socialistas en el poder (la II República) había culminado en una Constitución tan traumática para la Iglesia como la de diciembre de 1931. Para aquellos que consideraban a Osés un obispo «rojo», lo aprobado por su persona en el informe diocesano dista de ser una complacencia absoluta con todo lo sucedido desde que en octubre de 1982 llegara al poder e, incluso, con lo sucedido en España tras la muerte de Franco. En el centro de toda esta 189 Por cierto, llama la atención el hecho de que solo uno de esos 8 había obtenido la

dispensa, lo que habla de la premura de la mayor parte de ellos por pasar al estado laical. 190 ADH, 1.1.2/6.4, 1986. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1981-1985, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, abril de 1986.

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polémica no podía estar otra cosa que dos temas tan controvertidos como el divorcio y el aborto: Participando del ambiente y de la propaganda de algunos Medios de Comunicación nacionales (v. g. TVE), hay sectores con ciertas reticencias frente al Magisterio. El pueblo sencillo es sumiso y fiel, aunque la desinformación sectaria puede hacerle daño. […] El divorcio va en aumento, si bien no hemos llegado a las cotas de otras naciones. Su introducción legal bajo un clima y propaganda de progresismo y de libertad del hombre lo hace ver cada vez con mayor naturalidad. […] La regulación de la natalidad acusa en el último quinquenio una fuerte incidencia: han descendido bastante los nacimientos. Causas: la crisis económica, el hedonismo vital, los anticonceptivos y una opinión cada vez más generalizada sobre la licitud de todos los medios anticonceptivos «no abortivos»… De esta opinión participa gran parte del clero. La actitud de la autoridad civil es de ruptura con el «pasado» y de Progresismo [la mayúscula es del autor del informe] frente a la «rigidez anticuada de la Iglesia». El aborto está legalizado civilmente en tres supuestos concretos, pero… «está abierta la puerta». En general, el aborto es mal visto. No se dispone de estadísticas, pero creemos que se dan pocos casos (muchísimos menos de los que pregonaba la propaganda pro-abortista para caldear el ambiente de la legalización.191

El informe no dudaba en lanzar su dedo acusador sobre la poderosa influencia de los medios de comunicación, en una época en que el Estado seguía teniendo el monopolio de la televisión y mucha presencia en otros medios: Afloran también, en menor escala, los anticlericales, los agnósticos, los marxistas rabiosos. Todos ellos aparecen más en plan de grupos o familias que de grupos organizados. ¿Ha aumentado el número de no creyentes en el último quinquenio? Es difícil responder. Con la llegada de la democracia a España, algunos medios de comunicación se desataron fuertemente contra 191 Ibídem.

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la Iglesia institucional, contra la Religión Católica y contra todo lo católico-tradicional… Estábamos en «libertad religiosa» y amanecía una nueva situación político-social. Incluso, desde la subida de los socialistas al poder, la TVE se ha mostrado más tendenciosa y sectaria. Naturalmente la propaganda, mayormente la televisiva, hace su mella y cobra sus víctimas. No obstante, últimamente parece que se está dando una mayor firmeza en las filas católicas y cierto aumento en la práctica del culto. […] La propaganda religiosa católica en los Medios de Comunicación Social es deficiente; y en algunos medios, no siempre limpia. Habría que buscar los medios para ampliarla y mejorarla.192

No obstante, el informe mostraba amplitud de miras y se percataba de que, por encima de la actitud del Gobierno de Felipe González hacia la Iglesia, estaba un problema mucho más grave y que afectaba al conjunto del mundo occidental: la secularización. En algunas palabras el vicario general se adelantaba a lo que el cardenal Ratzinger diría en su célebre discurso previo a su entrada en el cónclave del que acabaría saliendo papa con el nombre de Benedicto XVI (18 de abril de 2005): La secularización en nuestro mundo es cada vez más fuerte y palpable. La vida se concibe, se programa, se organiza y se desarrolla al margen de los dictados y exigencias de la fe. El agnosticismo racionalista por un lado, y el materialismo dialéctico por otro, son pedrisco que machaca constantemente las conciencias de los fieles. En estas circunstancias campa por sus fueros el relativismo de valores morales y de costumbres.193

Y ¿qué pasaba con todos aquellos que seguían dentro de la diócesis, tanto si eran clérigos como simples fieles? Pues, comenzando por el clero, se observaba una coexistencia de luces y sombras. El dato más preocupante era, seguramente, el progresivo envejecimiento de los efectivos existentes, mostrando una escasa movilidad dentro

192 Ibídem. 193 Ibídem.

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de la diócesis de Huesca: si en 1980 la media de edad era de poco más de 50 años, ahora ya se rozaban los 55 (53,9, exactamente). El informe volvía a ser claro y contundente, con un realismo digno de encomio: Se van serenando los ánimos y aparece más clara la identidad sacerdotal, pero aún quedan restos de la crisis de los años 70, que diezmó las filas sacerdotales. Algunos (pocos), viven escasamente el ministerio sacerdotal. Otros (bastantes más), padecen cierta desilusión ante el trauma sufrido por el sacerdocio, el ambiente de secularización de nuestro mundo y las propias dificultades del ministerio sacerdotal. […] Pero, de hecho, la figura y la misión del sacerdote no entusiasman hoy y las vocaciones flojean por diversas causas: debilitamiento de la fe en las familias, decaimiento de los pueblos, que aportaban más del 80% de las vocaciones, la «igualdad de oportunidades», que permite a nuestros chavales estudiar otra carrera, desconcierto sacerdotal, etc. […] La crisis sacerdotal, bastante agudizada en la década de los setenta, parece haber remitido. No cabe duda que las dificultades del celibato fueron causa primera y formal para el abandono del sacerdocio. Tal vez no sea mayoritario, pero es numeroso el sector partidario de un avance hacia la supresión del mismo. […] La mayor parte de los secularizados viven la fe y guardan buena relación con la Diócesis y con otros sacerdotes. En algunos se vislumbra cierta añoranza de su pasado sacerdotal y deseo de reincorporación al sacerdocio, dentro del nuevo estado. El celibato es considerado un valor dentro del clero y de los fieles, pero no deja de haber personas que lo consideran un obstáculo para la vocación y para la perseverancia en el ministerio sacerdotal. Las actitudes ideológicas y los comportamientos del clero en cuestiones políticas son correctas y no ofrecen problemas.194

Respecto al clero regular, seguía siendo muy superior la presencia de mujeres a la de hombres en el mismo. Así lo podemos comprobar en los dos cuadros que ofrecemos a continuación:

194 Ibídem.

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Orden religiosa

Sacerdotes

Hermanos

Jesuitas Salesianos

8 10

1 4

San Viator

2

10

Franciscanos de la Cruz Blanca

3

Hermanos de San Juan de Dios

3

20

21

Total

Fuente: ADH, 1.1.2/6.4, 1986. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1981-1985.

Cuadro 4. La comunidad religiosa masculina en Huesca (diciembre de 1985).195

Tipología

Congregaciones

De vida activa

9

De vida contemplativa Total

Comunidades

Religiosas

26

224

5

6

76

14

32

310

Fuente: ADH, 1.1.2/6.4, 1986. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1981-1985.

Cuadro 5. La comunidad religiosa femenina en Huesca (diciembre de 1985).

En todo caso, era evidente que, a pesar de la secularización de la sociedad, la Iglesia seguía teniendo una importante presencia en Huesca, aunque solo fuera por una visión tradicional o una utilización social del rito religioso. Pese a que el matrimonio canónico y el civil poseían igualdad de derechos, la inmensa mayoría seguía casándose por la Iglesia: Año 1981

Matrimonios canónicos 349 (96,14%)

Matrimonios civiles 14 (3,86%)

1982

380 (92,42%)

32 (7,58%)

1983

326 (89,31%)

39 (10,69%)

1984

376 (93,77%)

25 (6,23%)

1985

327 (90,58%)

34 (9,42%)

Fuente: ADH, 1.1.2/6.4, 1986. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1981-1985.

Cuadro 6. El matrimonio canónico y el matrimonio civil en Huesca, 1981-1985.

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Respecto a los fieles, también convivían las luces con las sombras. En el lado positivo debía verse la cada vez más activa participación196 de los fieles en las eucaristías: normalmente contestaban todos en los diálogos que establecía con ellos el sacerdote, se colaboraba más a la hora de cantar y leer las Sagradas Escrituras, etcétera. Pero la asistencia a misa mostraba unas cifras muy mejorables. Si bien era posible encontrar parroquias donde iban a las celebraciones festivas aproximadamente el 75% de los fieles, en otras esta cantidad se rebajaba a un desolador 25%. Lo que no sabía en ese momento García Torrecilla (aunque seguramente lo intuyera) es que, veinte años después, estas cifras serían todavía peores, especialmente en lo referido a la juventud. Esta pérdida progresiva de fieles tenía consecuencias en numerosos terrenos, especialmente el económico. El informe resultaba, en este sentido, desolador: La economía diocesana es insuficiente con sus propios medios. Apenas tiene recursos, pues no posee explotaciones económicas, y la aportación de los fieles es insuficiente a todas luces. Son 84 000 habitantes en la Diócesis (y no todos practicantes), para sostener sus iglesias parroquiales, un centenar de ermitas, capillas y conventos, más un centenar de sacerdotes y los gastos de administración y obras de apostolado. […] En cuanto a la generosidad de los fieles hay que calificarla, en conjunto, de escasa e insuficiente.197

El informe presentado por Osés sobre el quinquenio 1981-1985 fue respondido por la Santa Sede a través de una carta del carde-

195 Por cierto, los 41 religiosos incardinados en la diócesis vivían todos ellos en la ciu-

dad de Huesca, no encontrándose ninguno fuera de la misma.

196 «Uno de los logros positivos del postconcilio ha sido sin duda alguna la mayor

presencia de los laicos en la vida y actividad de la Iglesia», decía el informe (ADH, 1.1.2/6.4, 1986. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 19811985, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, abril de 1986). 197 Ibídem.

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nal William Baum,198 que había sido arzobispo de Washington y quien desde marzo de 1980 se encontraba al frente de la Sagrada Congregación para la Educación (seminarios e institutos de estudio; en latín denominada Sacra Congregatio pro Institutione Catholica). El tono de la carta de Baum era francamente respetuoso y parecía desprender un sentimiento de satisfacción de Roma respecto a la labor llevada a cabo por el prelado navarro en la diócesis aragonesa: No hemos dejado de notar con alegría que la Diócesis de Huesca ha visto duplicarse sus seminaristas mayores durante el quinquenio. […] Esta circunstancia permite mirar hacia el futuro con serena esperanza, mientras suscita en nosotros una sentida acción de gracias al Dueño de la mies. Nos consta que V. Excelencia vela por sus seminaristas personalmente, que convive con ellos durante toda una jornada tres veces al año, los sigue en su crecimiento y los interesa en los problemas pastorales de la Diócesis. Lo revelamos con admiración y reconocimiento. El Seminario Menor, en cambio, ha debido ser transformado en un Colegio, para poder subsistir, después de la grave crisis vocacional que azotó a esas Iglesias. Comprendemos la medida, pero al mismo tiempo, invitamos a reiniciar alguna experiencia comunitaria, aunque sea de dimensiones reducidas, con aquellos jóvenes que manifiestan gérmenes de vocación sacerdotal e impartirles una formación apta para el cultivo de tales gérmenes. El Seminario Menor, es decir,

198 Baum, por cierto, tuvo una trayectoria vital prácticamente igual a la de Osés, aun-

que su carrera eclesial fue mucho más brillante, probablemente gracias al hecho, entre otros factores, de que en Estados Unidos no se sufrió el bloqueo de las sedes episcopales que se vivió en España durante los últimos años del régimen de Franco y que vino a coincidir con la etapa del aperturista Pablo VI. En efecto, Baum había nacido, como Osés, en 1926, aunque unos meses después (noviembre en lugar de agosto), y, como Osés, había llegado al episcopado con 43 años de edad, si bien desde el primer momento fue obispo titular y no auxiliar (en concreto para la diócesis de Springfield – Cape Girardeau). Esa «ventaja» que llevaba sobre Osés marcaría la diferencia entre uno y otro, porque, para cuando nuestro biografiado fue nombrado obispo residencial, Baum ya era cardenal-arzobispo de Washington. Curiosamente, ambos compartirían el hecho de que su renuncia fuera aceptada de inmediato, esto es, nada más cumplir los 75 años de edad, con la diferencia de que Osés estaba en sus últimos meses de vida y Baum, por el contrario, todavía vive.

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la comunidad de jóvenes que vibran con el ideal del sacerdocio de Cristo, siguen siendo el medio más excelente de promoción sacerdotal.199

En ese sentido, la reunión del Consejo Presbiteral que tuvo lugar el 27 de septiembre de 1986 puso de manifiesto ciertas tensiones existentes dentro de la diócesis, tensiones que por cierto Osés no tuvo problema en que fueran reflejadas en el boletín diocesano. Por ejemplo, el representante del grupo Movimientos se quejó de que el tema de la soledad sacerdotal hubiera sido «insuficientemente tratado y poco seguido», y de que los problemas económicos y de otro tipo fueran como «sinfonías inconclusas». Pensaba que la metodología era escasa, que no se había profundizado suficientemente en el estudio previo de los grupos que representaban e incluso que no existía claridad en la exposición de algunos temas. Su conclusión era muy clara: muchos temas, demasiadas reuniones y, sin embargo, escasas soluciones. Tampoco el representante de Otros Ministerios, el de la zona de Berbegal y el de Clero Parroquial de Huesca se encontraban especialmente satisfechos, aunque ninguno de los tres negaba la buena voluntad de las autoridades diocesanas por encontrar una solución. Entonces decidió intervenir el propio Javier Osés, quien dijo: Tenía la impresión, pero veo que lo constatáis algunos, de que estamos en general poco conectados con los sacerdotes representados y traemos poco la voz de los mismos. El tema económico es de difícil solución, si no hay un clima de comunión y solidaridad, de «compartir». Se han dado pasos positivos; las quejas han venido solamente de quienes no recibieron aumento, porque recibían dicha o mayor cantidad por otro medio. Hoy faltan algunos miembros; hemos de dar la máxima importancia a esta reunión.200 Finalmente,

199 ADH, 1.1.2/7.1. Carta de la Sacra Congregatio pro Institutione Catholica al obispo

de Huesca, Roma, 24 de febrero de 1987.

200 Parece evidente el enfado de Osés ante tantas ausencias: 5 de 16 miembros que

lo componían era una cifra cercana al tercio del Consejo Presbiteral, habiendo quien, como Ricardo Ainoza, no solo volvía a no asistir, sino que además no se molestaba en excusar su falta.

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no acabamos de arrancar en otros temas muy importantes, como la formación permanente o la espiritualidad de los sacerdotes.201 Posiblemente por la demostración de realismo por parte de Osés, el debate pasó a cobrar fuerza. El representante del grupo Movimientos se preguntó si es que faltaba credibilidad en el Consejo Presbiteral. Enrique García Allué, un «peso pesado» dentro de la diócesis como presidente del Cabildo, fue aún más lejos: «todos pueden hacer algo… y me parece que muchos no hacen casi nada».202 Le apoyó en su opinión el representante del grupo Enseñanza, aunque fuera a través de un discurso más elaborado: Hay gran desequilibro en el trabajo pastoral; unos, mucho; y otros, poco. Nos falta credibilidad; se han deshecho muchas cosas y estamos atascados, acusando descuido en tener y leer revistas, para mejorar nuestros estudios, información y actividad pastoral. Resultan difíciles las reuniones de grupo; nos falta tiempo.203

En fin, las discusiones en el seno del Consejo Presbiteral pusieron de manifiesto la existencia de claras disensiones sobre cómo abordar los problemas diocesanos, aunque todo ello dentro de la normalidad, a diferencia de lo que ocurrió en los turbulentos tiempos del inmediato posconcilio.

El triunfo del giro conservador. Ángel Suquía, presidente de la Conferencia Episcopal Si Luigi Dadaglio, nuncio apostólico en España entre julio de 1967 y octubre de 1980, había sido el gran artífice del cambio de orientación del episcopado español, haciéndolo pasar de fuerte-

201 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1986, p. 323. 202 Ibídem, p. 324. 203 Ibídem.

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mente conservador a netamente aperturista, los dos que le sucedieron, Antonio Innocenti (octubre de 1980 – julio de 1985) y Marco Tagliaferri (julio de 1985 – julio de 1990), aunque muy especialmente Tagliaferri, trabajarían en la dirección exactamente contraria, es decir, en la de conseguir que el episcopado español volviera a vivir un dominio del sector conservador. El proceso, en ese sentido, había seguido un paralelismo muy interesante con lo sucedido casi dos décadas antes. Un papa (primero Pablo VI, luego Juan Pablo II) dispuesto a efectuar la maniobra a través de la figura de su sucesor; un hombre «fuerte» en España que supusiera la plasmación material de un cambio real (Vicente Enrique y Tarancón con Pablo VI, Ángel Suquía con Juan Pablo II), y un Gobierno que «remaba» en sentido contrario (el régimen de Franco entre 1967 y 1975, el Ejecutivo presidido por Felipe González entre 1982 y 1987). No obstante, había también sensibles diferencias. Suquía difícilmente podía seguir una trayectoria como la de Tarancón, ya que cada uno era hijo de su tiempo. Si este último se había beneficiado de la pérdida de efectivos eclesiales como consecuencia de la persecución anticlerical vivida durante la guerra civil, y por ello había llegado al episcopado con apenas 38 años, Suquía, en cambio, había tenido que esperar hasta casi el medio siglo de vida para alcanzar la condición episcopal (tenía 49 años y medio cuando fue nombrado obispo de Almería). De ahí que Tarancón llegara antes al cardenalato (62 años frente a los 68 de Suquía): que encabezara la principal diócesis del país (MadridAlcalá) a una edad más temprana (64 años frente a 66); y que se hiciera con la presidencia de la Conferencia Episcopal también antes que el prelado guipuzcoano (Tarancón con casi 65 años y Suquía con 70). Para Osés, este hecho ciertamente no le podía beneficiar. Hacía tiempo que le había llegado el momento de volver a promocionar, tras más de tres lustros al frente de la diócesis de Huesca. Pero él, algo característico en su manera de ser, prefirió centrarse y proseguir con la modernización de la diócesis, donde en junio de 1987 (concretamente los días 22 y 23) se produjo otro hecho relevante: la constitución del Consejo Pastoral de la ciudad de Huesca. En efecto, fueron necesarios dos días porque el primero se dedicó a organizar

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el consejo y celebrar las votaciones que habían de determinar la formación de la Comisión Permanente, mientras que en el segundo se llevó a cabo una revisión de la pastoral global de la zona urbana. Examinando la composición del Consejo Pastoral, observamos que la representación era muy numerosa: un total de 39 personas, entre las cuales no solo se encontraban presentes las nueve parroquias de la ciudad, sino también el Movimiento Júnior, la HOAC, las mujeres de Acción Católica, las comunidades de renovación carismática, los neocatecumenales, las comunidades cristianas populares, la CONFER mixta, Cáritas ciudad, la pastoral sanitaria, el secretariado de la catequesis-ciudad, la pastoral vocacional y las asociaciones religiosas. La presidencia del consejo recaería en el seglar José Manuel Villamayor y la vicepresidencia en María Pilar Serrate, hermana de Santa Ana. A nuestro juicio, el Consejo Pastoral Parroquial constituye la mejor prueba de la voluntad de Osés de llevar a cabo lo aprobado en la Asamblea Diocesana. De hecho, eran seis las funciones que se le encomendaban: hacer cumplir las conclusiones de la Asamblea Diocesana (1); estudiar y evaluar cuanto afectara a la acción pastoral de la parroquia (2); ayudar a vivir, en el nivel parroquial, el objetivo prioritario señalado por la diócesis, con las orientaciones concretas indicadas por el Consejo Pastoral de Zona (3); al inicio de cada curso, realizar una programación pastoral de toda la parroquia; luego, durante el curso, llevar a cabo un servicio de seguimiento; y, al concluir este, promover la revisión de la acción pastoral de todos los grupos, movimientos y comunidades de las parroquias (4); aportar a las reuniones del Consejo Pastoral de Zona las iniciativas, cuestiones y experiencias pastorales de la parroquia y potenciar, por medio de dicho Consejo Pastoral de Zona, la coordinación en toda la labor pastoral (5); y reflexionar, a la luz del Evangelio, y pronunciarse públicamente, sobre aquellos asuntos y acontecimientos que afectaran de manera especial a la vida de las personas que vivían dentro del entorno de cada parroquia (6).204

204 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1987, p. 202.

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En realidad, estas reformas de Osés en aras de una mayor participación de todos, y en particular de los seglares, dentro de las tareas de la diócesis, respondía a una realidad cada vez más evidente: la falta de efectivos sacerdotales. En otras palabras, la desclericalización de la Iglesia diocesana. Había ocasiones en que el prelado navarro tenía que hacer auténticos malabarismos para poder atender las necesidades de todos los pueblos bajo su responsabilidad. Ejemplo muy gráfico de ello fue la carta que el 29 de agosto de 1987 tuvo que dirigir a la zona pastoral del Somontano, que pasamos a explicar. El primer problema al que había tenido que hacer frente Osés era la marcha de Maximino García Prieto, quien hasta ese momento se había ocupado de las parroquias de Abiego, Azlor y Azara: el sacerdote había decidido abandonarlas para entregarse de lleno al proyecto futuro de Misioneros del Pilar. A esto había que añadir un segundo problema, que afectaba no solo a la zona del Somontano, sino también a la propia Huesca: la parroquia de la Encarnación, de la que también formaba parte el cuartel de la Guardia Civil, se había quedado con un solo sacerdote, ya que el otro que había se encontraba desde hacía algún tiempo enfermo. Ello había obligado a trasladar al que se encargaba de las parroquias de Lascellas y Ponzano (zona del Somontano), a la Encarnación, dejando desprovistas dichas parroquias. La solución tuvo que darla un sacerdote recién ordenado (Rafael Samper), a quien se encomendaron nada menos que cinco parroquias, es decir, todas las que habían quedado vacantes (Abiego, Azlor, Azara, Lascellas y Ponzano). Eso sí, esta pesada carga que se había colocado sobre los hombros de un recién llegado al sacerdocio (Samper) sería levemente paliada con el envío del todavía diácono Gabriel Riaño para que le ayudara en sus tareas pastorales. De ahí que Osés quisiera concienciar a sus sacerdotes de lo que debían hacer en esa difícil singladura que les esperaba: Los motivos que me han inducido a estos nombramientos, después de valorar las necesidades actuales de las distintas zonas de la Diócesis, y tras haberlo dialogado y pensado conjuntamente con los Vicarios, son entre otros los siguientes: — el que en la zona haya una presencia sacerdotal estable, evitando que sean atendidos desde la ciudad.

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— el que el Somontano es una zona demográficamente muy resentida, lo cual es razón para que, como Iglesia, privilegiemos nuestra atención por esta zona, como en tantas ocasiones lo hemos repetido. — algunos de esos pueblos tienen todavía grupos de niños y jóvenes a los que hemos de ofrecer una catequesis adecuada y además son bastantes los matrimonios que generosamente responden a una acción pastoral apropiada. En una palabra, se va trabajando ya en una línea pastoral que merece atención, continuidad y profundización. Y estos dos nombramientos pueden ser una valiosa ayuda a lo que se está ya realizando. Espero, de parte del nuevo presbítero, D. Rafael, y del diácono D. Gabriel su plena integración en la zona y su entrega generosa al trabajo pastoral, coordinando sus planes con los de la zona. Y confío en que los otros sacerdotes, religiosos y feligreses que compartís el trabajo e inquietud pastoral acojáis gozosamente a estos dos hermanos y favorezcáis su ilusión de estrenar, con vosotros y para vosotros, su ministerio.205

El 3 de julio de 1987 la tragedia volvió a sacudir la diócesis de Huesca. Un grupo de 38 personas, en su mayoría pensionistas, fallecía en un accidente de tráfico en la provincia de Orense. Todos ellos eran oriundos de la comarca de Sariñena y de su área de influencia, por lo que Osés se trasladaría de inmediato al pueblo de los Monegros para estar cerca de los afectados, celebrando, en compañía de varios de sus sacerdotes, un funeral en sufragio de los fallecidos.206 Así, aquel año concluiría con dos hechos de relevancia: la presentación del Plan Pastoral por parte de Luis García Torrecilla y la primera reunión del Consejo Pastoral de la zona urbana. Vayamos por partes. El Plan Pastoral, que debía ponerse en marcha a lo largo del curso 1987-1988, constaba de tres líneas fundamentales: construir la Iglesia como una comunidad; hacer una Iglesia evangelizadoramisionera; y edificar una Iglesia que viviera una opción real por

205 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1987, pp. 255 y 256. 206 La homilía fue publicada ibídem, pp. 251-253.

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los pobres. Esas tres líneas fundamentales habían de llevar a un objetivo general (la construcción de una comunidad cristiana) que, a su vez, se subdividía en tres objetivos. El primero era promover una mayor participación del seglar en la vida diocesana: ello sería posible vitalizando los consejos pastorales, buscando la formación y educación en la fe de pequeños grupos y comunidades y educando en una mayor participación litúrgica. El segundo, por su parte, consistía en intentar una presencia evangélica de los cristianos en los distintos ambientes sociales, a través de la consolidación y extensión de la acción de los movimientos de apostolado seglar, así como del desarrollo de la presencia y acción de la Iglesia diocesana entre los marginados de la sociedad (utilizando una orientación liberadora de esa misma marginación). El tercero y último buscaba avanzar en la coordinación de que todo cuanto se hiciera en la pastoral de la Iglesia diocesana fuera a través de la comunicación a otros de lo que se hacía en cada grupo y a través del conocimiento entre las personas que trabajaban en un mismo campo.207 A nuestro juicio, hay dos elementos que resultan particularmente interesantes en el plan de García Torrecilla: uno, su preocupación por la solidaridad con los más necesitados, abogando por una Iglesia pobre, y otro, su interés en que los seglares se involucraran cada vez más en las tareas de la Iglesia. El segundo gran acontecimiento del final de año fue, como hemos dicho, la celebración el 24 de octubre de 1987 de la reunión del Consejo Pastoral de la zona urbana. Otra vez el lugar escogido fue el colegio de Santa Rosa de Huesca capital, aunque en esta ocasión, por razones lógicas, la asistencia fue bastante más reducida (poco más de 20 personas). En el acta de dicha reunión hay un hecho que llama la atención y que creemos está en relación con el conflicto iniciado tras el Vaticano II: es decir, el antagonismo aperturismo-inmovilismo. Explicaremos por qué. Cuando el presidente del consejo (el ya citado Villamayor) fue preguntado por la ausencia de representantes en dicho consejo de la comunidad parroquial de San José, este no tuvo más remedio que reconocer que había hablado

207 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1987, pp. 276-280.

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con el párroco208 de dicha comunidad y que este le había comunicado, recoge el acta, que no veía con claridad todo este proceso de Asamblea Diocesana y del Consejo Pastoral de Zona. No rechazaba la posibilidad de que en un futuro próximo se pudieran incorporar, y para ello quería recibir toda la información que por parte del Consejo de Zona se emitiera a todos sus miembros.209

A finales de 1988 tuvo lugar un hecho de gran importancia para la diócesis: el cambio de vicario general. Y en él Osés, sin renunciar a su naturaleza episcopal, volvió a poner de manifiesto su deseo de democratizar en la medida de lo posible la diócesis, siempre teniendo en cuenta el carácter jerárquico de la Iglesia. En efecto, el prelado navarro dispuso la realización de una consulta que abarcaría a los sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos, organizados en grupos (consejos parroquiales, asociaciones, movimientos apostólicos, grupos de catequistas, pequeñas comunidades…) y que tendría dos fases, una primera de sondeo y una segunda de presentación final de candidatos. En efecto, en la primera fase los consultados propondrían tres nombres, que recogerían y catalogarían, de manera respectiva: el Consejo Presbiteral, los propuestos por los sacerdotes; la CONFER diocesana, los propuestos por los religiosos y religiosas; y los consejos de zona y reuniones de grupos, los propuestos por los seglares. En ese sentido, eran elegibles los sacerdotes del presbiterio diocesano, ya fueran seculares o regulares. En función del resultado del sondeo, los organismos antes citados pedirían a sus grupos respectivos la propuesta formal de tres posibles candidatos. Dicha propuesta debería hacerse en secreto y, con el resultado de la misma, el obispo procedería a la elección del vicario general para un período de cinco años, renovables para otros cinco.

208 Que era José Antonio Monreal desde la creación misma de la parroquia. 209 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1987, p. 283.

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El 13 de noviembre de 1988, con motivo de la celebración del Día de la Iglesia Diocesana, Javier Osés escribió una homilía donde mostraba su satisfacción por lo que él consideraba una revitalización cierta y real de la diócesis. Faltaba solo un año y tres días para cumplirse el vigésimo aniversario de su llegada a Huesca, y en febrero siguiente se cumplirían doce años de su elevación definitiva como obispo de Huesca. En ese sentido, su balance no podía ser más positivo: Gracias a Dios, vamos superando la etapa en que la Diócesis, la Parroquia, era considerada como propiedad exclusiva del sacerdote o del obispo. Cada vez es más elevado el número de seglares ocupando en la Iglesia el lugar que les corresponde. Vamos asimilando que ser Iglesia y la misión en ella es tarea de todos, aunque la ejercitemos de modos diversos. Para ello, el Espíritu de Dios suscita en la Iglesia variedad de funciones y servicios, para así abarcar los distintos campos de acción pastoral. Por esta razón, unos son y trabajan como sacerdotes, otros como seglares, otros como religiosos, otros como obispos. Esta corresponsabilidad la entienden mejor que nadie los cristianos de fe más viva y personalizada. Notamos un claro progreso en esta colaboración en la vida de nuestra Iglesia. Son muy numerosas las personas que trabajan con un profundo sentido de gratuidad, dedicando parte de su tiempo a tareas de catequesis, de liturgia, de limpiezas del templo, a acciones educativas, caritativas, asistenciales, de promoción. Y son muy conscientes de que Dios, y el servicio al Evangelio, merecen toda la generosidad de nuestra entrega. No puede pasar desapercibida la colaboración, mayor cada día, para la reparación y obras en las Iglesias y edificios parroquiales, por parte de los pueblos y de la ciudad. Sin olvidar las ayudas al Tercer Mundo, a Misiones, a Cáritas, etc., que suponen también un gesto muy generoso, sobre todo si pensamos que la casi totalidad de esos recursos salen de los fieles que frecuentan nuestras Iglesias.210

210 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1988, p. 290.

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Ya en febrero de 1989 se conocían los nombres de los principales candidatos para la vicaría general de la diócesis. Los sondeos realizados entre los grupos de sacerdotes, las comunidades religiosas y los grupos seglares mostraban importantes coincidencias. Había cinco nombres que aparecían en las tres propuestas: José María Cabrero, Agustín Catón, Manuel Malo, José Antonio Monreal y Santiago Villacampa. En el sexto de cada lista era donde había discrepancia: mientras los sacerdotes querían a José María Alonso, las comunidades religiosas preferían la reelección de Luis García Torrecilla y los seglares, por su parte, confiaban en la persona de Félix Rufas. Llegaba, por tanto, el momento de enviar directamente al propio Osés (de hecho, se adjuntaba la dirección del prelado) sus tres candidatos favoritos antes del 28 de febrero de 1989, existiendo la posibilidad de votar tanto individualmente como en grupo. Diez días antes de esa fecha se produjo una nueva reunión del Consejo Presbiteral. Al igual que en anteriores ocasiones, se trataron diversos temas, aunque ninguno de especial relevancia. Quizá el más destacado resultó ser el documento de trabajo que los sacerdotes de la zona del Somontano estaban elaborando y que fue objeto de importantes críticas. Estos consideraban que contenía lagunas en aspectos concretos y reales, como el trabajo, la familia, la economía o la soledad: para ellos, no estaba hecho desde una «visión vital» del sacerdote. El boletín recoge: Alguno observó también cierto sentido reduccionista, en ciertos aspectos, como en la esperanza, la obediencia sumisa, la pobreza impuesta o cuando «presenta al sacerdote como el que todo lo da y no recibe nada de la comunidad». Asimismo, la piedad se presenta un tanto individualista, de «hombre solitario», y la formación de los Seminarios más bien para ser líderes, cuando debiera ser para siervos». La pobreza del sacerdote debiera conectar y dimanar de la solidaridad con la comunidad. Da la impresión de reducir demasiado la figura del sacerdote a la imagen del «Buen Pastor» (sumisión, ternura, paternalismo), que no agota la semblanza plena de Cristo. Se olvidan otros aspectos.211

211 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1989, p. 17.

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En definitiva, parecían evidentes las discrepancias sobre el modelo de sacerdote que se deseaba, cuando ya había transcurrido más de un lustro desde la celebración del primer pleno de la Asamblea Diocesana. Finalmente, el elegido para ser nuevo vicario general fue el que hasta ese momento había sido rector del Colegio Seminario, Agustín Catón. Nacido en Sabayés (Huesca) el 19 de septiembre de 1941, era hijo de obrero y de ama de casa. Se había formado en Estudios Eclesiásticos y había recibido la ordenación sacerdotal en 1965 de manos del predecesor de Osés, Lino Rodrigo. Además, era licenciado en Filología Clásica por la Universidad Pontificia de Salamanca (1970), y había sido educador del Colegio Seminario (1967-1982), rector de ese mismo colegio (desde 1982 hasta ese momento), profesor del colegio Altoaragón de Huesca (que también dirigía en el momento de ser nombrado vicario) y responsable de varias parro-

Javier Osés con el vicario general, Agustín Catón, y con Ernesto Villacampa (a su derecha), presentando el Congreso de Jóvenes organizado por la JOC a comienzos de los noventa. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

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quias en la diócesis de Huesca. Por cierto, lo que no sabemos es cuál fue el resultado final de la votación, ya que este no fue publicado. Por otra parte, la diócesis de Huesca sufría los problemas que afectaban a toda provincia eminentemente rural, como era, sobre todo, el éxodo de los habitantes de sus pueblos a las principales ciudades del país en busca de trabajo y, en definitiva, de una vida mejor. Esta realidad resultaba particularmente dolorosa para Javier Osés no solo por ser el máximo responsable de una diócesis rural, sino porque él mismo procedía de un mundo rural. Cuando él había venido al mundo, en 1926, España era un país donde casi siete de cada diez españoles trabajaban en el sector agropecuario. Ahora la tendencia se había invertido: ya no es que el país fuera una potencia industrial, es que caminaba directamente hacia la terciarización de su economía (es decir, hacia un predominio cada vez mayor del sector servicios). Bajo el título «¡Despierta! Esto se nos va», y con motivo del Día del Mundo Rural, Javier Osés dejaba claro en el boletín del Obispado su pesar por el hecho de que el mundo rural se estuviera despoblando: Ante el lema del Día del Mundo Rural, he creído en algún momento que era solo una inquietante pesadilla. Pero no; es una dolorosa y muy real realidad. La conozco, la veo, la palpo, escucho el silencio de despedida de lo que se nos va. Se nos va este pueblo y aquel que desaparecen. En mis casi veinte años de obispo en Huesca, compruebo que todos los pueblos, en especial la zona del Somontano, descienden en picado. Cada día más casas vacías, las calles más en silencio. La gente joven se va, se ha ido y deja más al descubierto la soledad de los mayores, quienes, como testigos de un amor que no puede perecer, se quedan hasta el final con lo que es más suyo: su casa, sus tierras, su iglesia, su pueblo. Se han ido la escuela, la tienda, el médico, el cura. Se nos va la agricultura donde no hay regadíos porque no hay brazos jóvenes para la viña, el olivar, la ganadería. Se nos va la cultura de nuestro pueblo, nuestras tradiciones y se nos impone despóticamente la nueva cultura, la de la ciudad, la del consumo. Esto se nos va, porque en la mayoría de nuestros pueblecitos no nacen niños, no hay bautizos ni bodas; solo funerales. Hasta a los

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que mueren fuera los entierran en el pueblo. Aparte de los motivos entrañables, el silencio de los muertos añade realismo a lo que se nos va.212

El 10 de marzo de 1990 se produjo una interesante reunión del Consejo Presbiteral bajo la presidencia, como era habitual, del propio Javier Osés. Se acercaba el fin del mandato de dicho consejo (cinco años, que se habían de cumplir el 25 de mayo de ese año) y Osés quiso mantener un activo diálogo con sus sacerdotes. A pesar de que prácticamente desde el inicio el prelado navarro había reafirmado la importancia de este consejo tanto en la legislación como en la vida de la Iglesia, algunos miembros le preguntaron, sin andarse con miramientos, si dicho consejo «ayudaba eficazmente en el gobierno de la diócesis». Osés respondió que los estudios y conclusiones realizados por este consejo le habían resultado «de pauta» para saber cómo afrontar los problemas que se iban presentando a la diócesis y que se trataba de una institución, en definitiva, «válida y eficaz».213 Ello no ocultaba la existencia de «anomalías» o «desequilibrios» en la composición del Consejo Presbiteral que había venido funcionando desde mayo de 1985. Había cuatro puntos a rectificar: los grupos de parroquias de la ciudad y de religiosos tenían alrededor de 20 miembros, mientras que los de las zonas rurales se tenían que conformar con 5 (1); este desajuste, ya de por sí evidente, se había hecho todavía más claro en Grañén y Ayerbe, al constituirse el grupo Movimientos (lo que no había sido previsto inicialmente en los estatutos) e integrarse en él los párrocos de Ayerbe y Robres. Ello suponía que dos parroquias cualificadas, o grupos de parroquias, quedaban privadas de tener voz tanto activa como pasiva en la elección del representante de zona (2); el grupo Jubilados, que también había sido previsto por el reglamento, también había quedado sin representación directa (3); y en el grupo Enseñanza faltaban representantes tan importantes como los de los dos colegios

212 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1989, pp. 97 y 98. 213 Así se recoge en BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1990, pp. 58 y 59.

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religiosos más importantes de la capital (San Viator y Salesianos), e igualmente se notaba la ausencia del profesor de Religión en la Escuela Universitaria de Profesores de EGB (4). El vicario episcopal para Asuntos Jurídicos decidió entonces intervenir para dar las siguientes soluciones: incrementar el grupo enseñanza con el profesor de Religión en la Escuela Universitaria de Profesores de EGB y con un sacerdote-profesor de Religión de cada uno de los colegios anteriormente citados (San Viator y Salesianos) (a); incluir en la zona respectiva a todos los sacerdotes con ministerio en ella, a fin de evitar las ausencias ya advertidas en Ayerbe y Grañén (b); aprovechar la capacidad de Osés, como obispo de la diócesis, para nombrar directamente a algunos miembros del Consejo Presbiteral (siempre que estos no superaran el 50% entre los miembros natos y los de elección episcopal), y así designar a un representante del grupo Movimientos y al propio Delegado Diocesano del Clero (c); y modificar el artículo undécimo del reglamento, en su punto tercero, en el sentido de que cada sacerdote estaría incluido en una sola lista, que sería la previamente acordada. Por otra parte, aquella reunión volvería a poner de manifiesto la enorme limitación de recursos de la diócesis de Huesca. Los terrenos que se situaban cerca del convento de «las Miguelas» habían sido incluidos en el Plan de Urbanización de la Ciudad, por lo que, ante una posible expropiación, cabían tres opciones: exponerse a la ella, lo que supondría sufrir la devaluación del terreno (1), vender a una entidad o a un particular, para que ellos construyeran (2), o urbanizar y construir directamente la diócesis (3). El boletín recoge la opinión unánime sobre esta tercera opción: «No disponemos ni de medios financieros ni de medios técnicos para ello».214 Además, resultaba absurdo ante la ausencia de seminaristas. Para abundar en esa triste realidad financiera, el ecónomo diocesano notificó que la colecta realizada con motivo del Día de la Diócesis, que, de algún modo, venía a ser la manera de probar si la Iglesia española era capaz, en su conjunto, de autofinanciarse, había arrojado un resultado francamente desalentador. Solo se

214 Ibídem, p. 62.

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habían recaudado 5 millones de pesetas,215 cuando el presupuesto que se manejaba era de 90: es decir, ni siquiera se alcanzaba el 10% del dinero necesario.216 A finales de 1990 la diócesis conoció algo que, sin ser obra en exclusiva de Javier Osés, debe reconocer parte de su contribución al prelado navarro. Nos referimos al Convenio entre la Diputación General de Aragón y las diócesis con territorio en Aragón sobre el patrimonio histórico, artístico y documental de la Iglesia católica en Aragón, que fue firmado el 28 de noviembre de 1990 por la Diputación General de Aragón y por las diócesis con territorio en Aragón. Hay que recordar que, desde que en enero de 1979 los cuatro acuerdos parciales que, unidos al Acuerdo Básico de julio de 1976, hubieran reemplazado al obsoleto Concordato de 1953, la Iglesia y el Estado debían buscar nuevos pactos, con carácter más concreto, que aseguraran la regulación completa de las materias que afectaban a ambos. En el caso de Aragón, no era la primera vez que se firmaba uno cuyo fin fuera la conservación del inmenso patrimonio histórico-artístico de la región. En efecto, ya en octubre de 1984 se había acordado uno, pero ahora debía suscribirse otro que perfeccionara el funcionamiento de la colaboración entre ambas partes. En ese sentido, el texto resultaba sumamente respetuoso con las necesidades espirituales de la Iglesia, en el sentido de que cualquier visita o exhibición de objetos de valor histórico-artístico se encontraría sujeta a las celebraciones litúrgicas y demás actos de tipo religioso. En todo caso, lo más relevante era que se creaba una comisión mixta donde tendrían representación tanto las autoridades públicas como las eclesiásticas y que aseguraría la mejor explotación posible del patrimonio histórico-artístico aragonés.217 En abril de 1991 Javier Osés reunió a su Consejo Presbiteral e hizo una valoración amplia sobre las luces y sombras de la Iglesia

215 La cifra exacta era de 5 435 675 pesetas. Lo más curioso era que, de ellos, casi 2 mi-

llones (1 950 000), procedían de «donativos anónimos» (uno de ellos, de 200 000, se atribuía a un «anónimo-sacerdote»). 216 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1990, p. 62. 217 El acuerdo fue publicado en BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1990, pp. 266-273.

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diocesana que a él le tocaba dirigir. El prelado navarro consideraba que, si bien se habían asimilado algunos cambios importantes del Concilio Vaticano II, estaban todavía un poco «anquilosados». Lo resumía de la siguiente manera: Hay más conciencia de lo que es hoy la Iglesia, del significado de la Iglesia como Pueblo de Dios, hay más participación laical, pero demasiado polarizada en actividades al interior de la Iglesia, porque hay escasos compromisos en la vida de los barrios, del mundo rural, en la educación, en las escuelas, en los sindicatos, y en general en la vida pública, que es más que la política…218

Así, yendo más a lo concreto, Osés veía como positivo el que la Iglesia fuera más de laicos, existiendo un esfuerzo de encarnación con la gente por parte de los sacerdotes y también por parte de la comunidad cristiana. Igualmente, se había dado un «notable» progreso en el terreno de la catequesis, con un diálogo más fluido y positivo entre los diferentes grupos. Se habían superado clericalismos por parte de los sacerdotes, así como los jerarquismos. También era positiva la mayor intercomunicación entre los miembros del «pueblo de Dios» tanto en la diócesis de Huesca como en el resto de las diócesis de Aragón. Se había redescubierto lo que eran los religiosos y las religiosas, integrándoles más en el trabajo apostólico del resto de los católicos. Por último, se evidenciaban signos de opción por los pobres: sacerdotes y laicos que optaban por los pueblos y luchaban con fuerza en ellos, así como nuevas presencias de comunidades religiosas en ambientes rurales, destacando la labor, en ese sentido, de la organización Cáritas. Sin embargo, las sombras parecían superar a las luces. Las opiniones emitidas por el prelado resultaban ciertamente diáfanas: Hay algunas lagunas notables entre nosotros: descubrir quién es un laico en la Iglesia, y en general, qué comprensión debemos tener de la Iglesia hoy y de su misión en el mundo… También se observa vacío en el conocimiento y vivencia de nuestra identidad y espiri-

218 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1991, p. 101.

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tualidad presbiteral… Que todavía no pasamos de trabajar para la gente a trabajar con la gente, en verdadera corresponsabilidad, pero respetando la identidad de cada uno… Tenemos bastante olvidada la Pastoral de juventud, de adultos, de tercera edad… […]. Los laicos encuentran poca orientación en nosotros, en general, en su papel y dificultades en la familia, en la orientación de sus compromisos en la vida pública… También se observa, por un lado, un cierto desconcierto sobre cuál debe ser la Pastoral en nuestros pueblos, sobre todo en los más pequeños… […]. Hay temas importantes que todavía son desconocidos o insuficientemente asimilados: cómo predicamos, qué importancia le damos, cómo debía ser hoy la predicación… […]. Todavía hay una predominante de Pastoral de cristiandad, que no se corresponde con la nueva realidad social, que reclama una Pastoral más misionera…219

Y se lanzaba una observación hacia la apatía más que evidente de algunos sacerdotes: Junto a grupos de sacerdotes en que se reúnen con asiduidad y constancia todos los integrantes del grupo, hay otros grupos a los que resulta difícil integrar a alguno o algunos sacerdotes de la zona, y otros en lo que la respuesta a la convocatoria es muy pobre o casi nula. A los responsables les resulta difícil la motivación de los que no asisten. Creemos que, junto a algún caso real de imposibilidad, muchas ausencias se deben a desilusión, «alergia», prejuicios…, causas, como vemos, un tanto personales y subjetivas.220

El tercer informe Siguiendo las instrucciones de la Santa Sede, en la primavera de 1991 Javier Osés preparó su tercer informe desde que en 1977 se convirtiera en obispo titular de Huesca, informe que serviría de base para la visita ad limina que, junto con el resto de los obispos

219 Ibídem, pp. 102 y 103. 220 Ibídem, p. 104.

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de Aragón, realizaría entre el 3 y el 9 de octubre de 1991. En esta ocasión quien lo redactara no iba a ser Luis García Torrecilla, sino su sucesor en el cargo, Agustín Catón, que sería el hombre de la máxima confianza de Osés hasta su muerte en octubre de 2001. Los datos que el prelado navarro hizo llegar a Roma mostraban una diócesis de Huesca bastante estabilizada, lo que no quiere decir que hubiera resuelto sus importantes problemas estructurales. El mejor dato era, ciertamente, el de los sacerdotes secularizados: tan solo 3 (2 de ellos con dispensa) en cinco años, los que habían transcurrido entre 1991 y 1995. El problema estribaba en que a los 3 secularizados había que añadir los 6 fallecidos y los 14 retirados por edad o por invalidez, lo que solo había podido ser contrarrestado con 7 nuevas ordenaciones. Así, al finalizar 1990 Huesca contaba con un total de 123 sacerdotes, con una media de edad que seguía subiendo, situándose ya en los 56 años. Seguramente Osés pensaba que en relación con este problema estaba el de la pésima organización eclesial en la zona: que Huesca, con menos de 100 000 habitantes, tuviera hasta tres diócesis (Barbastro-Monzón, Jaca y la propia Huesca), lo que correspondía a un modelo medieval totalmente sobrepasado por la evolución de España, llevaría al prelado navarro a afirmar que no se podía vivir «anquilosados», siendo necesario hacer frente a un problema, el de la organización eclesial, que en el Alto Aragón tenía un carácter «grave». Profundizando en el tema sacerdotal, el informe mostraba una visión de la realidad bastante menos pesimista que una década antes: La crisis sacerdotal, bastante agudizada en la década de los setenta, ha remitido grandemente. No cabe duda que las dificultades del celibato fueron la causa primera y formal para el abandono del sacerdocio por parte de muchos sacerdotes. Tal vez no sea mayoritario, pero es numeroso el sector partidario de un avance hacia la supresión del mismo. La mayor parte de los que abandonaron las filas sacerdotales, obtuvieron la dispensa correspondiente y contrajeron matrimonio canónico posteriormente. Cuatro «sacerdotes» tienen solicitada la dispensa, sin que hasta la fecha se les haya concedido; a tres de ellos les fue denegada en un principio. Otros dos están «secularizados de

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facto», y de un tercero se desconoce la situación actual: ha perdido toda conexión con el Obispado y el Presbiterio Diocesano.221

Catón no olvidaba hacer una mención expresa hacia una de las principales órdenes religiosas de la diócesis, cuya labor destacaba con fuerza: Es digna de encomio la labor de los hermanos franciscanos de la [las mayúsculas son del informe]. En su casa-residencia, abierta hace 16 años, reciben a las personas que no encuentran otro cobijo.222 cruz blanca

A pesar del avance imparable de la secularización, la presencia social de la Iglesia seguía plenamente garantizada. Así lo acreditaban las cifras de matrimonios celebrados según el rito canónico y según el rito civil: Año

Matrimonios canónicos

Matrimonios civiles

1986

335 (86,1%)

54 (13,8%)

1987

340 (86,3%)

54 (13,7%)

1988

346 (83,8%)

67 (16,2%)

1989

343 (86,8%)

52 (13,1%)

1990

367 (86,5%)

57 (13,5%)

Fuente: ADH, 1.1.2/7.3, 1991. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio 1986-1990, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, abril de 1991.

Cuadro 7. El matrimonio canónico y el matrimonio civil en Huesca, 1986-1990.

221 ADH, 1.1.2/7.3. 1991. Informe del estado de la diócesis al final del quinquenio

1986-1990, presentado en Roma por don Javier Osés Flamarique, obispo de Huesca, Huesca, abril de 1991. 222 Ibídem.

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En realidad, el problema fundamental no estaba en la relación entre matrimonios civiles y canónicos, sino en el moral que se desarrollaba dentro de esas relaciones conyugales, y que afectaba a las nuevas generaciones de oscenses: Entre las nuevas tendencias hay que apuntar alguna «unión matrimonial» sin mediar matrimonio canónico ni civil y la existencia de alguna «comuna». Hoy por hoy son casos de excepción, pero las ideologías materialistas y hedonistas, el libertinaje ambiental, las modas triviales, la droga, la promiscuidad y falta de recato, etc., están haciendo estragos en grandes sectores de la juventud. La familia está recibiendo un ataque diario y frontal desde diversos sectores. […] Como problema concreto de mayor incidencia, tal vez haya que señalar la moral matrimonial. Está muy extendida la convicción de la moralidad de todos los métodos anticonceptivos no abortivos, y esto aun en esferas sacerdotales.223

En este problema, el informe no se olvidaba de recordar la influencia que pudiera tener el Gobierno de Felipe González, que en ese momento llevaba ya más de ocho años en el poder. Reconocía que la presencia e imagen de la Iglesia en la Televisión Española había «mejorado un tanto», algo muy necesario teniendo en cuenta que dicha televisión había sido hasta el momento «fuertemente sectaria». Además, la existencia de supuestos legales en el tema del aborto le resultaba difícil de asimilar: El aborto está legalizado civilmente en tres supuestos concretos, pero está abierta la puerta y se presiona e intoxica a la opinión pública para introducir algún nuevo supuesto, p. e. dificultad económica de la familia. Roto el muro, se pretende ampliar el boquete de apertura. En general, el aborto es mal visto. No se dispone de estadísticas, pero creemos que se dan pocos casos, mucho menos de los que pregona la propaganda proabortista para caldear el ambiente de la legalización y de la ampliación de nuevos supuestos.224

223 Ibídem. 224 Ibídem.

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Por cierto, en el Consejo Presbiteral celebrado el 14 de octubre de 1991 hubo ciertas tensiones entre los miembros del mismo al considerarse que debía haber una mayor participación en la preparación del informe quinquenal sobre la situación de la diócesis. La discrepancia fue rápidamente acallada, desconocemos por quién o quiénes, aduciendo que la misma estructura del impreso y del cuestionario que había que remitir a Roma daba «poco juego» para la discusión.225 Una nueva piedra en el camino: el problema de la financiación La pérdida de fieles tuvo, lógicamente, un reflejo en la situación económica de la diócesis. Catón había recordado que si, finalmente, se producía un cese de la aportación del Estado o esta se reducía a la parte correspondiente del 0,52% del IRPF, entonces la situación a partir de ese momento podía empezar a ser «muy grave». Y es que dicho 0,52% resultaba, a los ojos del vicario general, «bajísimo e insuficiente», especialmente para aquellas diócesis rurales que, como Huesca, apenas tenían ingresos por otras vías. En ese sentido, la respuesta de los fieles era calificada de «pobre y escasa», ya que solo el 35% había respondido «a favor de la Iglesia» al señalar la finalidad del IRPF (lo que se conoce popularmente como la crucecita). Al darse el caso de que un 50% no indicaba finalidad alguna, entonces todo quedaba a la libre decisión del Estado, que adoptaba decisiones, a su juicio, «arbitrarias e injustas». Para lo que era una diócesis de dimensiones relativamente amplias, hay que señalar que la realidad pastoral no era igual en unas que en otras zonas. A la luz de las informaciones diocesanas, la que se presentaba como más problemática era la de Hoya de Huesca, ya que existía muy poca relación entre los miembros que componían la comunidad diocesana. Y ello a pesar de que los pueblos que la componían compartían una misma realidad, basada en los siguientes pilares: todos desarrollaban su vida, su trabajo y su tiempo libre muy en conexión y dependencia de Huesca (1); prácticamente todo el trabajo pastoral debía reservarse para el fin de

225 Véase al respecto BOOH, 8, 9 y 10, agosto-octubre de 1991, p. 195.

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semana, que era cuando la gente se encontraba en los pueblos (2); en todos ellos había un número elevado de personas que trabajaba en Huesca y vivía en los pueblos y otro, igual de numeroso, que trabajaba y vivía entre semana en Huesca y pasaba el fin de semana en los pueblos (3); y todo el clero que atendía pastoralmente esa zona vivía en la capital (4).226 En 1992 volvería a tomar fuerza el problema de la autofinanciación de la Iglesia católica española, y puede decirse que se trataba de un problema en toda regla, si tenemos en cuenta los datos que manejaba la diócesis. En efecto, en el caso del Obispado altoaragonés, los resultados del año 1990 habían arrojado que, con la mera aportación de los fieles, ni siquiera se llegaba al 50% de la cantidad que necesitaba la diócesis para subsistir (la aportación de estos suponía el 44,5%). De ahí que el panorama fuera ciertamente muy poco halagüeño: si el Gobierno acababa dando a la Iglesia solo la cantidad resultante de la asignación tributaria, entonces Huesca necesitaría 50 millones más para financiar lo mismo; y si el Gobierno dejaba de recaudar la asignación tributaria, entonces la diócesis precisaría 97 millones de pesetas. Ante la perspectiva de que esto pudiera suceder, el Equipo Diocesano de Autofinanciación pensó en lograr un aumento en 20 millones de pesetas por parte de las aportaciones de los fieles, pero sin saber cómo.227 Todo ello explica que comenzara una campaña para mentalizar al clero de la gravedad del problema que se cernía. El propio Osés utilizaría letras en negrita, que por cierto reproducimos textualmente, para señalar la gravedad del asunto: Los sacerdotes ante la Autofinanciación Como en tantas otras acciones, el cura se convierte en esta también en un elemento fundamental para el buen resultado del proyecto. 226 Así se señaló en BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1991, pp. 254 y 255. 227 En el boletín diocesano se dijo: «Para iniciar el camino de la autofinanciación, se

propone para este año como meta el incrementar en 20 000 000 de pesetas el total de las aportaciones de los fieles, con lo que se incrementaría notablemente el % de financiación. (Habría que idear el método para llevar a cabo esta acción)». BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1992, p. 21.

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Por eso, los sacerdotes debemos: 1. asumir el proyecto personalmente, no como un tinglado más ni como una idea genial de unos cuantos, sino como un proceso que intenta enmarcar una situación nueva que va a ser real en breve por: — El compromiso público de la Iglesia Española de caminar hacia la autofinanciación. — La decisión del gobierno de modificar sustancialmente. 2. encajar el cambio de actuación que esto pueda suponer en sus estilos tradicionales de hacer las cosas: — Llevar cuentas y presentarlas a los fieles y a la Diócesis. — Solicitar ayuda económica a los fieles, aunque sean pocos. — Suscitar en la comunidad, aunque sea pequeña, la sensibilidad ante el problema (diocesanos o universales). 3. concienciar y mentalizar a los fieles de cara a este proyecto: — Presentándolo y apoyándolo. — Abriendo los planteamientos de lo parroquial y propio a los diocesanos y de todos. — Ideando cauces nuevos de implicación. 4. colaborar responsablemente con el planteamiento diocesano, en consultas, acciones, fechas y respuestas… para facilitar la tarea y el avance. 5. plantearse este proyecto diocesano no como algo ante lo que se puede optar libremente o quedarse tranquilamente al margen, sino como una obligación que en estos momentos presenta nuestro servicio a los fieles y la Diócesis. 6. aceptar los criterios de participación al Fondo Común Diocesano, que se fijen, después de dialogarlo, tanto a nivel personal como parroquial o institucional. 7. entender que si al Equipo diocesano se le encomienda la tarea de llevar adelante el plan y que sea apoyado por todos, en una postura común, pueda en algún momento actuar sobre alguna persona o parroquia que dificulte el avance del mismo con su postura o actuación. 8. vivir este proceso como un camino que nos ayuda a crecer en fraternidad y a vivir el compartir evangélico.228

228 Ibídem, pp. 6 y 7.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Esta forma de hacer públicas las disposiciones de cara a un posible modelo de financiación de las actividades de la Iglesia nos hace ver a un Osés preocupado por una cierta apatía o dejadez de sus sacerdotes, o al menos de una parte de ellos. De hecho, muy poco después de este claro intento de concienciación, el obispo de Huesca volvió a dirigirse a su clero con motivo de otro asunto donde resultaba necesario aumentar el grado de atención por parte de los sacerdotes de la diócesis: los libros parroquiales. Estos resultaban esenciales para llevar una cuenta totalmente actualizada de los bautismos, confirmaciones, enlaces matrimoniales y defunciones, por lo que el prelado navarro advirtió al clero de Huesca de que fueran poniendo al día todos los datos, ya que estaba previsto que, a partir de septiembre de ese año, el vicario episcopal para Asuntos Jurídicos o el canciller del Obispado solicitaran la presentación de dichos libros en la curia diocesana o que incluso se desplazaran a algunas parroquias para hacer la revisión, estampar la firma y sello del Obispado y, por último, levantar el acta correspondiente.229 Fruto de toda esta labor fue una de las grandes realizaciones del pontificado de Javier Osés: el Consejo Diocesano de Asuntos Económicos (23 de marzo de 1993),230 que venía a ser la culminación de un proyecto iniciado poco antes con el Equipo Diocesano de Autofinanciación. Desde el punto de vista del funcionamiento de la diócesis, era la tercera gran aportación de Javier Osés: primero había sido el Consejo Presbiteral y, unos años después, el Consejo Diocesano de Pastoral. Ahora, al fin, se constituía este organismo cuya función debía ser asesorar sobre un asunto tan delicado como era la economía diocesana, en un Obispado, el de Huesca, que arrastraba desde hacía años un importante volumen de deuda. Así, lo decía el reglamento del mismo, el Consejo Diocesano de Asuntos Económicos debía colaborar con «el Obispo en la Administración de los bienes temporales y en el ejercicio de la gestión patrimonial 229 BOOH, marzo-abril de 1992, p. 55. 230 Por cierto, en el momento de producirse la constitución del Consejo, no estaban

todavía designados los representantes de la mayor parte de las zonas, como la Hoya de Huesca, Ayerbe, Grañén-Monegros o Sesa-Berbegal. Véase al respecto BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1993, pp. 52 y 53.

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de la diócesis».231 En él participarían todos los miembros de la diócesis: es decir, sacerdotes, religiosos y seglares.232 Sus funciones debían ser las siguientes: elaborar cada año el presupuesto de ingresos y gastos de la diócesis de acuerdo con las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española y aprobar las cuentas del año anterior (1); ser oído para el nombramiento del administrador diocesano (2); establecer los criterios para la administración de los bienes de la diócesis (3); fijar las cuotas que debían abonar al FCD las personas físicas o jurídicas de la diócesis y elaborar los criterios de participación del mismo (4); emitir su informe y consentimiento previos en actos de administración extraordinaria (5); emitir su parecer ante la colocación e inversión de los bienes en beneficio de una fundación «Pía», y para cualquier modificación de las causas «pías» (6); procurar que los sacerdotes y religiosos, a través del Consejo Presbiteral, y los laicos, a través del Consejo Diocesano de Pastoral, recibieran información y aportaran su parecer en los asuntos de la Iglesia diocesana, dentro de los principios de corresponsabilidad y solidaridad (7); manifestar su parecer ante otras situaciones de índole económica no contempladas en las funciones anteriores, a petición del Obispo o a juicio del CDAE (8); y realizar todas aquellas otras funciones señaladas en el Código de Derecho Canónico y las particulares del obispo por delegación (9). En todo caso, la tradicional estructura jerárquica de la Iglesia seguía quedando clara y, por ello, el obispo dispondría de capacidad decisoria en el momento de ponerse en común las conclusiones del CDAE. Además, dentro de este habría una comisión permanente de la que formarían parte el vicario, el ecónomo, un sacerdote, un religioso y cuatro seglares, elegidos por mayoría simple por el propio consejo 231 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1993, p. 4. 232 En concreto, formaban parte del mismo el vicario general, el ecónomo diocesano,

un seglar por cada zona pastoral, un sacerdote en representación de las parroquias de los pueblos, un sacerdote en nombre de aquellos que no ejercieran su actividad pastoral en parroquias, un religioso en representación de las comunidades implantadas en el mundo rural, un religioso en nombre de las comunidades implantadas en la ciudad y otros miembros que el obispo considerara necesario que pertenecieran al consejo en función de sus conocimientos técnicos y de las necesidades de la diócesis.

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entre sus miembros, así como también participaría en dicha comisión el secretario del CDAE. De todo esto hablaremos más adelante en un capítulo referido específicamente a la financiación. El gran perjudicado por la creación del CDAE era, obviamente, quien antes se encargaba de llevar en solitario las cuentas de la diócesis: el ecónomo diocesano. A partir de ahora, estaría al servicio del CDAE, ya que solo podría administrar los recursos diocesanos según las directrices tanto de este como del propio obispo. Al CDAE tendría que hacer llegar las cuentas trimestrales de ingresos y gastos, manteniendo solo su autonomía para informar al Consejo Presbiteral y al Consejo Diocesano de Pastoral, así como al resto de la comunidad diocesana, de la gestión de los bienes diocesanos. Casi paralelamente (tan solo con unos meses de diferencia) a la creación del CDAE se produjo la constitución del Fondo de Solidaridad Diocesana (FSD), creado a partir de la aportación por parte de las parroquias de 150 pesetas (un poco menos de un euro) por habitante. Este gozaría de independencia con respecto al resto de los fondos diocesanos, ya fuera en cuanto al destino de los bienes o a los criterios de funcionamiento. Tendrían acceso a dichos fondos las parroquias que hubieran realizado sus aportaciones y presentado sus cuentas al CDAE, y las solicitudes deberían ser presentadas al Consejo Presbiteral por la Junta Parroquial de Economía correspondiente o, de no haberlo, por dos miembros de la comunidad parroquial. De esta manera, el FSD financiaría dos tipos de cuestiones: los programas y actividades pastorales, diocesanas y parroquiales que potenciaran «el estilo de Iglesia propuesto por la Asamblea Diocesana y posterior caminar de nuestra Diócesis», por un lado, y las obras que se financiaran, exclusivamente, con la participación de las parroquias, las entidades locales y el Obispado, concediéndose prioridad a las solicitudes para la restauración de estructuras de edificios, por otro. Así, los fondos se distribuirían de la siguiente manera: 1% para conceptos de solidaridad, 4% para asistencia personal, 25% para actividades pastorales y su material, y 70% para obras y anticipos. «Tanto los proyectos, como las obras deberán realizarse con criterios de austeridad, funcionalidad y solidaridad»,233 se advertía 233 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1993, p. 128.

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en el boletín diocesano, muy en la línea de la manera de proceder de Javier Osés. Así, el 28 de junio de 1993 se daban a conocer las primeras concesiones fruto del FSD. Eran estas: Parroquia que solicita

Presupuesto

Subvención concedida

Torres de Barbués

394 240

250 000

1 393 200

700 000

Castilsabás

309 063

250 000

Lierta

347 074

250 000

Fañanás

Sabayés

1 094 146

600 000

Santa Eulalia la Mayor

175 000

90 000

El Tornillo

908 839

500 000

Coscullano

181 050

100 000

Loscertales

818 094

600 000

Sipán

161 896

100 000

Fuente: BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1993, pp. 129 y 130.

Cuadro 8. Dotaciones del Fondo de Solidaridad Diocesana para 1993.

El amago aperturista. Elías Yanes, presidente de la Conferencia Episcopal En febrero de 1993 tuvieron lugar las décimas elecciones de la Conferencia Episcopal Española. Se puede decir que hubo sorpresa, porque, tras una inercia cada vez más conservadora, el sector aperturista pareció reaccionar y exigir un viraje en el timón del máximo órgano del episcopado. Y lo hicieron a través de un hombre cuya trayectoria era bien conocida y que, además, pertenecía a la misma provincia eclesiástica que Javier Osés: Elías Yanes, arzobispo de Zaragoza.

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Yanes, hombre de gran timidez y dotado de notable inteligencia, había sido hombre de la total confianza del cardenal Tarancón durante los difíciles años del tardofranquismo y los inicios de la transición a la democracia. Además, había ejercido con gran eficacia su cargo de secretario general de la Conferencia Episcopal. Sin embargo, aun manteniendo siempre una buena relación con el cardenal Tarancón, durante sus años en Zaragoza había ido experimentando un giro conservador muy semejante al del claretiano Fernando Sebastián, quien entre 1971 y 1979, como rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, había mantenido un estrecho contacto con el propio Tarancón. No habría de resultar extraño, por tanto, que Yanes tuviera como directo colaborador a Sebastián, quien en ese momento era ya arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela. Para ese momento, resulta muy probable que Osés hubiera abandonado definitivamente la idea de ascender dentro del episcopado. Ya le quedaba poco para cumplir los 70 años, por lo que, salvo monumental sorpresa, difícilmente viviría un cambio de diócesis. Lo que probablemente poco o nada le importara, ya que se encontraba cada vez más unido a la pequeña capital del Alto Aragón, donde el paso del tiempo le había convertido en toda una institución: un punto de referencia inexcusable para todos los oscenses, ya fueran de condición católica o no. Y aquella diócesis aragonesa seguía marcada por sus estrecheces, por sus escasas posibilidades. Javier Osés era el primero que sabía que en las pequeñas satisfacciones, por modestas que estas pudieran resultar, era donde encontraría su mayor grado de satisfacción. Una de ellas fue, por ejemplo, la recuperación de la antigua Casa Abadía de Anzánigo, una pequeña población situada a unos 50 kilómetros de Huesca y muy cercana a la más importante localidad de Ayerbe. El edificio, abandonado durante años, fue rehabilitado y convertido en Casa Diocesana de Encuentros y Convivencias de grupos cristianos, preferentemente pertenecientes a la diócesis de Huesca. Podía acoger a un total de 40 personas y volvió a estar en funcionamiento a comienzos de 1994.234 234 Las normas de utilización fueron publicadas en BOOH, 1 y 2, enero-febrero de

1994, p. 20.

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Otra pequeña satisfacción que se produjo bajo el mandato de Javier Osés, aunque esta nada tenía que ver con el terreno económico, fue el traslado de los restos de dos sacerdotes asesinados durante la guerra civil. En efecto, el 27 de septiembre de 1994 fueron levantados los restos mortales de dos sacerdotes, José Jordán Blecua y José Nadal, ambos ejecutados el 12 de agosto de 1936 y enterrados al final de la contienda en el cementerio de Azlor. Dado que ambos, en el momento de ser asesinados, no ejercían allí su labor pastoral, sino en Monzón (ambos eran coadjutores en esta localidad), se decidió que sus restos fueran trasladados del cementerio de Azlor a la iglesia parroquial de Santa María del Romeral de Monzón, donde se inhumaron en el nuevo sepulcro abierto en la capilla de Todos los Santos.235

Intensas jornadas de trabajo configuraron la vida diaria de don Javier Osés. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

235 Así se comunicó en BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1994, p. 253.

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El 10 de noviembre de 1994 se cumplieron veinticinco años desde el nombramiento de Javier Osés como obispo auxiliar de Huesca y, el 8 de diciembre de ese mismo año, de su consagración en la ciudad aragonesa. Ello le llevó a escribir una de sus célebres «orientaciones cristianas», en la que quiso hacer tres cosas. La primera, agradecer a Dios la ayuda que le había dado en la siempre difícil tarea de gobernar una diócesis: A lo largo de estos 25 años, he experimentado la mano providente de Dios que ha acompañado mis trabajos, inquietudes y proyectos para servir a esta Iglesia. En este momento, lo que más quiero y os pido es que me ayudéis a dar gracias, porque realmente Dios ha sido muy bueno conmigo.236

Lo segundo que hizo fue tener un recuerdo hacia su clero y sus fieles: Al repasar sosegadamente la historia de estos 25 años, he de confesaros que me encuentro plenamente identificado con vosotros, las gentes de esta tierra de Aragón, y con esta Diócesis de Huesca. Mis contactos y trabajos de obispo en los diversos ambientes y en las distintas comunidades cristianas han ido creando aquí en mí vínculos tan profundos que mi mente, corazón, y vida están aquí, del todo.237

236 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1994, p. 269. 237 Javier Osés parecía presagiar ya que, definitivamente, Huesca iba a ser no solo la

estación de partida, sino también la de llegada. Y lo debía de presagiar porque todos los obispos residenciales que habían sido nombrados en el año posterior a la firma del Acuerdo Básico de julio de 1976 (como era su caso), habían sido promocionados a otras diócesis: José Gea Escolano, a Mondoñedo – El Ferrol; Ignacio Noguer, a Huelva (primero como coadjutor y luego como residencial); Juan María Uriarte, a Zamora; y Antonio Vilaplana, a León. Incluso alguno, como Antonio María Rouco, había conseguido llegar al Arzobispado de Madrid-Alcalá previo paso por la prestigiosa archidiócesis de Santiago (donde había sido consecutivamente obispo auxiliar y arzobispo residencial). El único caso parecido al de Osés era el de Rafael Torija de la Fuente, primo del ex ministro de Franco Licinio de la Fuente, quien no se había movido de Ciudad Real pero ostentaba la jefatura de las órdenes militares y, además, había estado antes en Santander como obispo auxiliar.

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[…] En Huesca fui consagrado obispo y junto a vosotros voy descubriendo, paso a paso, lo que debe ser mi servicio pastoral.238

La tercera y última cuestión que quiso abordar fue, lógicamente, su futuro y, en definitiva, el de la Iglesia en Huesca: Quiero, finalmente, expresar mi esperanza de que nuestra Iglesia de Huesca ha de seguir adelante, sin desfallecer, ante el largo camino que nos queda por recorrer para ser fieles a los retos de nuestro mundo y al proyecto de Iglesia que Dios, por medio del Concilio Vaticano II, nos ha trazado. Confío en que sabremos superar inercias y estancamientos y nos empeñaremos en tomar conciencia y dar con las soluciones que reclaman los problemas sociales, laborales y morales, tan cruciales, que afectan a nuestra tierra y a sus gentes. Por mi parte, quiero renovar mi compromiso de seguir trabajando con todas mis fuerzas, junto a vosotros, por esta Iglesia Diocesana y por el bien de cuantos vivimos en esta tierra.239

Después de las lógicas celebraciones, vino el momento de volver al trabajo y abordar los grandes problemas de la diócesis. Y uno de ellos era, como ya hemos dicho con anterioridad, el económico; en otras palabras: cómo acabar con la importante deuda acumulada que arrastraba la diócesis y cómo lograr liquidez en caja para llevar a cabo nuevos proyectos. Ante la evidencia de que cada vez había menos clero que recaudara y menos fieles que aportaran, la solución no podía ser otra: vender. Eso fue lo que se acordó en la reunión de la Comisión Permanente del Consejo Diocesano de Asuntos Económicos que tuvo lugar el 15 de febrero de 1995. Y, dado que no había vocaciones y que desde hacía tiempo los seminaristas mayores se formaban en Zaragoza, lo que se acordó fue vender precisamente la casa del Seminario. Se encargó de esta manera a Nicolás López Congosto, que era, a la sazón, el representante de los sacerdotes sin cargo pastoral en la

238 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1994, pp. 269 y 270. 239 Ibídem, p. 270.

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CDAE, que fuera él quien realizara los trámites de la venta.240 Dado que la cifra de venta iba a permitir no solo afrontar las deudas, sino también disponer de liquidez, se decidió financiar otras necesidades del Obispado. En efecto, se concedió a la emblemática parroquia de San Lorenzo una ayuda a fondo perdido de 2 500 000 pesetas, así como otra ayuda para la parroquia de Arascués de 600 000 pesetas para que cofinanciara las obras de reparación de la cubierta de su iglesia. Por último, 75 000 pesetas irían a parar a la parroquia de San Juan del Flumen, aunque no para rehabilitar, sino para adquirir un total de 40 sillas plegables. Estas tres ayudas se harían con cargo al FSD. En realidad, había bastantes más peticiones de dinero, pero solo estas fueron resueltas favorablemente. No obstante, se tomó en consideración la solicitud, en nombre de la Residencia Sacerdotal, de ampliarla en cinco o seis habitaciones, así como de habilitar un espacio en el Seminario para aparcamiento de los coches de los residentes. Así, esta comisión permanente consideró difícil que dichas obras pudieran entrar en los presupuestos de la diócesis por el montante solicitado para las mismas, y se pensó interesante que, antes de tomar cualquier decisión, se tuviera alguna idea más clara sobre el posible destino futuro del edificio. Por otra parte, existía una oferta de compra de una parte del huerto parroquial de Bandaliés, pero no se decidió si se aceptaba o no hasta que no se dispusiera de un «croquis» del terreno en cuestión y de una oferta económica del comprador, cuestiones ambas que se solicitarían a quien había realizado la propuesta de adquisición. Y se había acordado igualmente conceder una aportación de 750 000 pesetas a la financiación de la tercera fase de las obras de la iglesia parroquial de Antillón. Otras medidas que tomó aquella comisión permanente fueron enviar una carta circular a los sacerdotes mayores de 50 años y menores de 60 para preguntarles si deseaban integrarse en el sistema de Pensiones Complementarias de la Diócesis, aportando una cantidad de su parte. También se leyó una carta del alcalde de Huesca donde este proponía un posible convenio para la rehabilitación de la facha-

240 BOOH, 1, enero-febrero de 1995, p. 13.

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da de la basílica de San Lorenzo; la comisión consideró que debía ser el propio Javier Osés quien respondiera personalmente a dicha propuesta.241 En septiembre de 1995 Javier Osés volvió a dirigirse a su clero y sus fieles con una fuerza tal que ponía nuevamente de manifiesto su intensa vitalidad: Tengamos como horizonte de nuestro obrar el bien de los otros, superando egoísmos que nos envilecen y anulan. Quienes participamos del privilegio de tener un trabajo, lo desarrollemos con responsabilidad y honradez, no dejando margen a chapucerías que tanto dañan al bien común. Ante una sociedad dominada, en muchos casos, por la posesión de bienes febriles e insolidaria, manifestemos claramente nuestra libertad ante las cosas y el dinero, porque nuestro interés primordial se dirige a las personas y a la justicia de nuestra sociedad. Ante la actitud de quienes defienden lo suyo, como dueños absolutos, nos dejemos guiar por la verdad incuestionable del destino universal de los bienes de la tierra. Ante la sociedad que pone en juego todos los recursos para excitar nuestro afán de consumir, seamos austeros, renunciando a alimentar falsas necesidades. Ante la inconstancia y el cansancio al que muchos sucumben con relativa facilidad, seamos fieles y tenaces en el buen obrar. Ante las dificultades que han de salir al paso a lo largo de los días, sepamos afrontarlas con valentía, conscientes de que la dificultad forma parte del obrar humano y de que en ella maduramos y crecemos como personas. Y recordando siempre que contamos con la ayuda de Dios, segura, valiosa y real.242

Poco después, el prelado navarro comunicó a sus diocesanos que la hoja diocesana Pueblo de Dios pasaba a integrarse en la hoja regional de la que ya formaban parte las diócesis de Zaragoza, Jaca, Barbastro y Tarazona. Osés quiso calmar a su clero y sus fieles

241 Ibídem, p. 14. 242 BOOH, 4, septiembre-octubre de 1995, pp. 133 y 134.

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asegurándoles que Pueblo de Dios seguiría manteniendo «su propia personalidad», y que, además, la decisión tomada había contado con el consenso del Consejo Presbiteral y del Consejo Diocesano de Pastoral, así como con el del propio equipo de redacción de la revista y algunos grupos cristianos de la diócesis. En ese sentido, el prelado navarro no negaba que hubieran incurrido motivaciones económicas en este cambio; sin embargo, el dinero no había sido «decisivo», ya que había otras razones igual o más importantes que la pecuniaria, como era la de integrarse más en el conjunto de la Iglesia de Aragón.243 Ya hemos comentado que seguramente una de las cuestiones que más problemas crearía a Osés dentro de la diócesis sería su marcado sentido de la austeridad. Veinticinco años después de su llegada a Huesca, seguía siendo esta una de sus grandes banderas, hasta el punto de convertirse en toda una seña de identidad. Y por supuesto pensaba que los demás debían compartirlo, ya que ello redundaría en un beneficio de todos pues, al ser menores las necesidades de cada uno, podría repartirse de manera más equitativa y en un mayor grado de extensión la riqueza. El 25 de febrero de 1996 escribiría en el Diario del Altoaragón: La austeridad no goza de simpatía en nuestra sociedad, en la que el ideal y proyecto personal más frecuente es el del buen vivir, el tener más como ilusión para vivir mejor. Con estos modos de vida vamos desterrando la austeridad. Buena prueba de ello la tenemos en que la lista de avaros insaciables y de fraudulentos se amplía cada día; pero más preocupante aún es la situación a la que hemos desembocado, porque quien tiene la oportunidad de robar o se le pone a tiro fácil algún fraude y no la aprovecha es una especie rara, casi subnormal, en esa sociedad en la que el fin, que es tener, justifica todos los medios. […] Como una salida imprescindible a esta situación de desigualdad, de injusticia social y de esclavitud personal egoísta, hemos de señalar el apostar por la austeridad.

243 A partir de ese momento, solo la diócesis de Teruel-Albarracín contaría con su

propia hoja diocesana.

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Historia de un largo pontificado

Austeridad que no es retroceso a la miseria, sino vida en libertad ante las cosas para que nunca logren esclavizarnos. Austeridad que es aprender a distinguir la verdadera necesidad sin sucumbir a las tentaciones del consumismo desenfrenado que tramposamente nos crea unas necesidades que en realidad son esclavitudes para nosotros e injusticia para los demás. Austeridad que es optar decididamente por la causa de las personas, por su bien y por la relación con ellas en vez de por la ambición egoísta de las cosas. Austeridad que es un nuevo estilo de vida, en mayor libertad para todos al querer superar las diferencias sangrantes entre personas, familias, regiones y estados. En una palabra, austeridad de nuestra parte, para bien de todos.244

En ese sentido, Javier Osés fue siempre una especie de «franciscano encubierto», pues se sentía plenamente identificado con el espíritu de austeridad de esta orden mendicante a pesar de pertenecer, como es bien sabido, al clero secular. Parece difícil discutir su admiración por san Francisco de Asís, del que recordaría años después que había vivido su existencia en la fidelidad insobornable a un gran amor, por el que supo sacrificar lo que es la suprema aspiración de muchos: una vida cómoda, organizada para el disfrute de los sentidos y ajena a cuanto puede alterar la falsa paz de la persona egoísta. Nuestro santo descubrió, gracias a su limpieza de corazón, la verdad más auténtica de la persona y cuál es el sentido del mundo y de las cosas. Entendió la persona como creación e imagen de Dios, vocacionada para construir el mundo en bien de todos. Desde estas opciones, que se resumían para él en el amor a Dios y al prójimo sobre todas las cosas y en todas ellas, encontró la libertad en la pobreza radical para poder amar con amor de hermano a todas las personas e incluso las cosas, finalizadas por el Creador para todos y las que llamaba también, cariñosamente, hermanas: hermana luna, hermano sol, hermano lobo. Nosotros, en cambio, nos estamos ahogando por la fiebre de las cosas otorgándoles, tan injustamente, categoría de valor absoluto y 244 Diario del Altoaragón, 25 de febrero de 1996.

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prefiriéndolas a las personas. Nos hemos instalado en la inmediatez de lo placentero, renunciando a lo que es nuestra vocación más auténtica: ser personas libres según nuestra propia dignidad, para sacrificarnos por el bien de los otros, comprometidos en la igualdad de todos, porque cada persona merece toda nuestra entrega, servicio y amor.245

Por cierto, el año 1995 que se había dejado atrás había traído una importantísima noticia para la diócesis: al fin existía superávit económico. Las cifras resultaban, en ese sentido, muy claras: los ingresos ascendían a un total de 144 067 119 pesetas, mientras que los gastos se habían quedado en 140 103 654, por lo que el superávit era de casi 4 millones de pesetas (la cifra exacta era 3 963 465).246 Una excelente noticia para una diócesis que había pasado casi una década con cuentas deficitarias. Mientras, el año 1996 sería de gran trascendencia para la vida española, al producirse una alternancia en el poder. En efecto, la derecha española volvía a gobernar tras su victoria en las elecciones generales celebradas ese año. Para ello había tenido que acometer una importante renovación de sus cuadros dirigentes, incluida la refundación del partido, que en el Congreso de Sevilla de marzo de 1990 había pasado de llamarse Alianza Popular (AP) a denominarse Partido Popular (PP), con el objetivo de transmitir al electorado la idea de que se estaba realizando un largo «viaje hacia el centro» y que, por tanto, el Partido Popular no era un partido de derechas, sino de centro-derecha reformista. Fuera esto así o no, lo cierto es que esa imagen renovada, junto con el importante desgaste sufrido por la figura de Felipe González tras casi catorce años en la presidencia del Gobierno, permitiría al PP derrotar al PSOE en las séptimas elecciones generales de nuestra democracia. La derrota sería vista como «dulce» por el PSOE en la medida en que la distancia que le separaba de los «populares» era escasa, pues no llegaba siquiera a los veinte escaños. La formación liderada por José María Aznar, al no disponer de mayoría absoluta, se vería forzada a pactar tanto 245 Diario del Altoaragón, 3 de octubre de 1999. 246 Véase al respecto BOOH, 2, marzo-abril de 1996, p. 59.

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Historia de un largo pontificado

con Convergència i Unió (CiU) como con el Partido Nacionalista Vasco (PNV), aunque le bastaba con los primeros para tener más de la mitad de los escaños del Congreso de los Diputados, cámara que controlaba y sigue controlando la vida parlamentaria. Además del importante problema de la corrupción, que había inundado prácticamente todo el primer lustro de los años noventa, el elemento clave para la derrota socialista había sido la importante crisis económica y social que arrastraba España desde los años 1992 y 1993. Uno de los más claros síntomas de dicha crisis era el paro, y Javier Osés había querido abordarlo bajo su visión más típicamente social en la «orientación cristiana» que escribiría justo antes de los comicios y que llevaba un muy significativo título: «Al día siguiente de las elecciones». Dijo el obispo de Huesca: Es uno de los mayores males que aquejan a las sociedades modernas, pero que a nosotros nos afecta con especial incidencia. Nuestros índices de paro, absoluta y relativamente considerados, son altamente preocupantes, a pesar de las economías sumergidas y de la picaresca que no cesa. ¿Es que nuestra sociedad española, vistas todas las circunstancias, no es capaz de lograr alguna solución más completa y eficaz? El paro está produciendo frustración en muchos adultos y jóvenes, mujeres y hombres; es fuente de agudas y frecuentes crisis conyugales y familiares; humilla a quienes, siendo honrados y que tienen voluntad decidida de trabajar, deben sin embargo padecerlo a veces por períodos de años; origina desesperanza porque el paso de los días parece que solo es la ratificación de su amarga situación. […] Las causas del paro son, unas, de carácter técnico, pero también hay una evidente falta de solidaridad, sobre todo en los casos en los que algunos acumulan empleos o perciben salarios elevados que, en el conjunto de nuestra economía, de las relaciones laborales y de la justicia social, son indudablemente exagerados y en muchos casos, además, injustificados, a la vez que no faltan quienes dedican enormes recursos económicos a satisfacer el lujo y el consumismo.247

247 Diario del Altoaragón, 3 de marzo de 1996.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Así, una vez más, Osés pensaba que, independientemente de las actuaciones de los Gobiernos de turno y de los agentes económicos y sociales, era necesario que cada uno mirara en su interior y viera si realmente estaba actuando como tenía que hacerlo. En septiembre de 1996 Osés volvería a escribir una «orientación cristiana» de gran relevancia pensada más desde el punto de vista intraeclesial. Titulada «Renovaos en espíritu y mentalidad», y utilizando como elemento central la Carta de san Pablo a los efesios, el prelado navarro mostró su convicción en la necesidad de una renovación, ya que tanto a sus clérigos como a él mismo les amenazaba la «rutina» y la «pereza», así como les rondaba el peligro de que el ministerio sacerdotal se redujera a una «mera prestación de unos servicios religiosos carentes de vida pastoral». De una manera sutil pero cierta, Osés les recordaba a sus sacerdotes que debían preparar con esmero las eucaristías, porque era el «acto supremo evangelizador». Al mismo tiempo, había que mejorar la atención a los fieles, lo que llevó al obispo de Huesca a mostrarse bastante crítico con una parte de su clero: falta en algunos de vosotros, tanto en los pueblos como en la ciudad, un mayor interés pastoral, para que vuestras comunidades se sientan unidas a las otras comunidades cristianas de la zona y de la Diócesis, porque solo así se llega a comprender el signo de que somos Iglesia y no un grupo religioso cerrado e independiente.248

En ese sentido, resultaba de gran importancia la relación pastoral: Observamos y lamentamos, en nuestras comunidades cristianas, el vacío que se va creando, por falta de una relación personal inmediata, de tú a tú, para orientar y ayudar en la educación en la fe. En tiempos pasados, este servicio se prestaba, sobre todo, a través del confesionario o en otros encuentros personales con los que se acompañaba a las personas, para descubrir, junto con ellas, los caminos de Dios en su vida. Actualmente esta relación se va esfumando y, en bastantes casos, ha desaparecido prácticamente, en parte porque nos contagia la

248 BOOH, 4, julio-agosto-septiembre de 1996, p. 130.

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sociedad individualista en la que las relaciones interpersonales han perdido su lugar.249

No obstante, el prelado navarro se despedía con su habitual tono afectuoso, dejando claro que sentía a su clero como algo muy propio. Fue precisamente a ese clero, como a también a los fieles, a quienes habría de comunicar algo que hacía tiempo se venía barruntando pero que definitivamente se confirmaría a finales de 1996: la venta del edifico que albergaba el Seminario Conciliar. Osés fue el primero en reconocer que se trataba de «un hecho de especial relieve en la historia de nuestra Diócesis» y que, por tanto, la decisión de venderlo debía ser consecuencia de «razones objetivas y convincentes». Ya en su momento, como hemos tenido oportunidad de ver, se habían tenido que poner a la venta los terrenos propiedad del

En Alcalá de Gurrea, en 1996, con un grupo de jóvenes confirmados. (Archivo familiar)

249 Ibídem, p. 131.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Don Javier en Las Bellostas (comarca de Sobrarbe), en una de sus habituales visitas a los pueblos de la diócesis. (Archivo familiar)

Seminario (la huerta contigua al convento de «las Miguelas»), pero ahora le iba a tocar al propio Seminario, en una decisión que había contado con el total consenso de todos los elementos interventores en el proceso: el obispo, el Consejo Presbiteral, el CDAE y el Colegio de Consultores. ¿Y qué se iba a hacer con ese dinero que se obtuviera de la venta250 del Seminario? Osés, en ese sentido, tenía muy claro cuáles

250 El proceso resultaría de extraordinaria complejidad, ya que la empresa con la que

se firmó el contrato de venta, denominada Gestión Colectiva, pagó la primera parte, pero no la segunda, de la cantidad pactada. El CDAE, reunido el 18 de octubre de 1997, decidió romper el contrato con ella al quedar liberado de sus obligaciones. Así se informó en BOOH, 4, agosto-septiembre-octubre de 1997, pp. 181 y 182.

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eran las prioridades de su diócesis. Una de ellas, la más importante, era construir otro edificio, de dimensiones adaptadas a las nuevas circunstancias, que consistían en atender a ese clero que estaba envejeciendo: una Casa Diocesana que sirviera a la vez de residencia, de lugar para las convivencias y reuniones (incluida la formación permanente) e incluso para dar cabida a aquellos jóvenes que sintieran vocación sacerdotal y que, por tanto, pudieran ingresar un día en el Seminario. Otros posibles destinatarios de ese dinero serían aquellos que participaran de una manera «más plena» en la misión de la Iglesia (no solo los sacerdotes, sino también las comunidades religiosas de las zonas rurales y algunos seglares que dedicaban su jornada laboral completa a la diócesis), así como las doscientas iglesias parroquiales y las sesenta casas parroquiales que había en el conjunto de la diócesis de Huesca. No por ello esta venta dejaba de ser un hecho traumático. Era, en definitivo, un nuevo paso atrás de la Iglesia española, en este caso personificada en la diócesis de Huesca. Primero se había renunciado al Seminario Menor, luego a una parte de los terrenos del Seminario Mayor, y ahora al propio Seminario Mayor. Osés escribió, no sin cierta emoción: así como hemos conservado con diligencia durante algunos siglos el edificio del Seminario para que pudiese cumplir sus fines, así también en el futuro deberemos conservar ese patrimonio, convertido en una suma de dinero. Este dinero, como capital estable, lo debemos mantener, aunque la Diócesis ha de aprovechar sus rentas para los fines pastorales de nuestra Iglesia. Pero no debemos gastar este capital, porque sería una grave falta de consideración a las generaciones que nos han precedido y un desinterés por las que nos sucederán.251

Pero no todo eran malas noticias para la diócesis de Huesca. Algunas, aunque fueran pequeñas, eran lo suficientemente importantes como para ser tenidas en cuenta y constituir motivo de satis-

251 BOOH, 5, octubre-noviembre-diciembre de 1996, p. 178.

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facción. Y una de ellas fue la restauración del retablo mayor de la catedral de Huesca, una obra que había sido realizada entre 1520 y 1533 por el artista Damián Forment. Gracias a un acuerdo entre la CAI, el Gobierno de Aragón, el Ministerio de Cultura y la propia diócesis (a través del Cabildo Catedralicio), seis personas habían podido restaurar la pieza artística, que fue bendecida por Javier Osés en un acto que tuvo lugar el 30 de diciembre de 1996 y en el que estuvieron presentes las principales autoridades tanto políticas como religiosas.252 Solo medio año después, en julio de 1997, el prelado navarro inauguraba la Sala de Orfebrería del recién creado Museo Diocesano, en la que habían tenido especial protagonismo el sacerdote Antonio Naval, como delegado diocesano de Patrimonio Histórico-Artístico, y Joaquín Naval, como arquitecto de la diócesis. Por otra parte, los años no solo no habían menguado la capacidad intelectual de Osés, sino que incluso serían beneficiosos para este, pues fue probablemente durante la última etapa de su vida cuando redactó sus más destacados escritos. De hecho, uno de los mejores textos que salieron de su pluma fue el que hizo público a finales de marzo de 1997, y donde analizaba las contradicciones del ser humano, especialmente del coetáneo a su persona: A los ciudadanos del mundo de este final de milenio nos toca vivir una cultura en la que experimentamos las contradicciones más desconcertantes en torno a la vida. Sentimos, por un lado, la gratificante satisfacción por las conquistas admirables, a favor de la vida, cada día más saludable, digna y prolongada, pero, a la vez, este progreso, tan positivo, lo queremos compatibilizar con vidas humanas en la más injusta y degradante precariedad a causa del hambre y enfermedades de millones de personas de nuestro mismo mundo. Defendemos la vida, nos horrorizan los atentados y las torturas, gritamos paz frente a la violencia terrorista y las guerras, pero, a la vez, persistimos en la fabricación de armas, meticulosamente sofisticadas, para matar con más seguridad a seres humanos y para venderlas, precisamente a los países más empobrecidos.

252 Así se informó en BOOH, 1, enero-febrero de 1997, pp. 15 y 16.

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Javier Osés acompañando a monseñor Lajos Kada, nuncio de Su Santidad, en su visita a Alquézar el 5 de septiembre de 1997, junto al párroco, José M.a Cabrero, y al alcalde, José Mariano Altemir. (Foto cedida por la parroquia de Alquézar)

Crece nuestra sensibilidad ante los derechos humanos fundamentales y decimos un no tajante a la pena de muerte y los secuestros, pero, a la vez, reclamamos, incluso como derecho fundamental, el disponer y destruir la vida del niño no nacido, del anciano o enfermo cuya vida resulta inútil desde criterios puramente pragmáticos de economía o de alteración del bienestar personal o familiar. Nos arrogamos, incomprensiblemente, el poder, que nunca nos corresponde, de clasificar las vidas humanas entre quienes tienen derecho a vivir y quienes no lo tienen, cuando en realidad la vida humana es un bien tan absoluto que se nos impone a todos por sí mismo y ante el que solo cabe, como postura única, el respeto, la defensa y el amor. En una palabra, apostamos por la vida, pero no cesamos de multiplicar los signos de muerte que la deterioran y hasta la destruyen.253 253 Diario del Altoaragón, 30 de marzo de 1997.

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Por otra parte, si hay algo que distinguiría a Javier Osés durante su largo pontificado en Huesca fue una apertura total a la sociedad, incluidos aquellos que tradicionalmente han estado marginados de la misma. Nos estamos refiriendo, en este caso, a la comunidad gitana, que respondería a esta actitud de Osés en el momento de su fallecimiento con una histórica presencia en el funeral celebrado en la catedral. Y es que en la primera mitad de 1997 el Obispado de Huesca había sido informado de que Juan Pablo II tenía previsto beatificar al gitano Ceferino Malla, conocido como El Pelé, así como a Florentino Asensio, administrador apostólico de Barbastro asesinado al inicio de la guerra civil española. Creemos que no resulta necesario recordar la razón por lo que había sido ejecutado Asensio, quien, por cierto, pertenecía a la diócesis más castigada por la persecución anticlerical desatada durante la contienda española (la citada de Barbastro), mientras que Malla había muerto por defender de manera decidida a un joven tenor de la catedral de esa misma

El obispo Osés, presentando el III Encuentro General de Niños y Niñas del Movimiento Júnior (Huesca, julio de 1997). (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

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Un momento del funeral celebrado en la catedral de Huesca en memoria del asesinado Miguel Ángel Blanco. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

localidad. Javier Osés aprovechó para promover esa tan difícil unión entre payos y gitanos: Nuestra sociedad debe reconocer y aceptar la cultura gitana en los valores positivos que contiene, como son la unión familiar y entre las familias, el sentido de solidaridad y una religiosidad que es, una buena medida, reconocimiento fervoroso de Dios, de Cristo y de María. Y confiamos en que el pueblo gitano, en una sociedad plural, se esfuerce por valorar y respetar lo positivo de la cultura paya.254

En aquellas fechas también tuvo lugar el III Encuentro General de Niños y Niñas del Movimiento Júnior (7-13 de julio de 1997), un encargo de la Santa Sede a la diócesis de Huesca donde se llegó a reunir a un total de 500 personas, entre ellas unos 400 niños y niñas. El Júnior estaba considerado por la Conferencia Episcopal Española 254 BOOH, 3, mayo-junio-julio de 1997, p. 152.

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la «Acción Católica de la infancia» y contaba en ese momento con 9000 miembros que se repartían entre 42 diócesis de España. Osés aprovechó el evento para recordar el importantísimo problema que estaba viviendo la educación en España: Aunque en nuestra sociedad la persona del niño ocupa un puesto importante por la atención, respeto y preocupación que merece, es todavía demasiado elevado el número de niños que son las víctimas principales del desorden social, de los fallos de los adultos en forma de rupturas o graves conflictos familiares, de dejadez de algunos padres y de vergonzosa explotación laboral y sexual de niños y niñas, de la falta de proyectos educativos integrales y, en general, por el ambiente de una sociedad en la que los comportamientos dominantes causan irreparables daños a muchísimos niños y niñas.255

Sin embargo, aquel acontecimiento quedaría brutalmente marcado por el asesinato a manos de ETA del concejal del PP en Ermua (Guipúzcoa) Miguel Ángel Blanco. Este hecho conmocionó de manera muy importante a la sociedad española ya que, antes de ser asesinado Blanco, los terroristas habían hecho público un ultimátum en el que exigían un acercamiento de los presos etarras al País Vasco en un plazo máximo de cuarenta y ocho horas: en caso de que este no tuviera lugar, Blanco sería asesinado. El Gobierno no cedió y Blanco apareció en las afueras de Lasarte (también Guipúzcoa) con un tiro en la cabeza, desatando una auténtica ola de indignación y dolor en todo el país e incluso alentando un fuerte movimiento cívico en la propia sociedad vasca, que dio lugar a lo que se conocería como espíritu de Ermua. Toda esta conmoción fue la que llevó a Osés a decidir que, de manera excepcional, se celebrara un funeral específico en memoria del asesinado en la propia catedral de Huesca, al que asistieron autoridades tanto civiles como militares y, por descontado, también religiosas. El texto de su emotiva homilía, que tuvo como centro la exigencia de la paz, fue publicado en el boletín diocesano.256

255 Ibídem, p. 120. 256 Véase al respecto ibídem, pp. 113-115.

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Otro de los textos más bellos escritos por Javier Osés vio la luz a finales de 1998. Acababan de producirse tragedias naturales en diversos países de América Latina (El Salvador, Honduras, Nicaragua, etcétera) y una auténtica ola de solidaridad se había desatado entre los españoles. Ello llevó al prelado navarro a escribir una «orientación cristiana» cuyo título nuevamente volvía a ser muy significativo: «¿Solidaridad a perpetuidad o a ráfagas?». Osés enfocaba su documento en el sentido de que los españoles, como miembros del mundo desarrollado, debían estar dispuestos a compartir su riqueza, pero no de manera ocasional, sino realmente estructural. En otras palabras, en plena consonancia con lo dicho por el Concilio Vaticano II, había que renunciar a la caridad para otorgar plenos derechos a quienes se encontraban desposeídos de ellos. Dijo el obispo de Huesca: Nadie discute que hoy, en nuestro mundo, aldea global, tenemos recursos y posibilidades sobradas para producir y poder vivir con

Javier Osés, presentando en la catedral la Memoria del V Centenario del Santo Cristo de los Milagros, celebrado en 1997. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

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dignidad todos los habitantes del planeta. Pero falta voluntad eficaz. No es problema de no tener recursos, sino de carencia de valores morales, como son la falta de solidaridad, de justicia, de aceptación del destino universal de los bienes de la tierra y de la igualdad esencial de todas las personas. Por esta razón somos, en buena medida, los causantes conscientes y principales de semejante injusticia. Creo que, ante esta situación, nos debemos formular algunas preguntas: ¿Cuánto tenemos que compartir cada uno de nosotros, en este momento, para paliar esa gravísima catástrofe? ¿Lo que demos será solo por amor benevolente o es algo que debemos en justicia? ¿La solidaridad y la justicia son valores para las emergencias o deben ser valores permanentes en nosotros y en nuestra sociedad? ¿La solidaridad, tan llamativa hoy, es augurio de que nos planteamos el gravísimo problema de la injusticia de nuestra sociedad y de nuestro mundo y señal de que nos vamos a empeñar con constancia y valentía en la superación de esta situación, a todas luces inhumana e injusta? Ojalá que este gran gesto solidario sea el signo de que queremos un mundo no de amos y esclavos, sino iguales y hermanos.257

Al final del camino Las elecciones generales de la Conferencia Episcopal Española celebradas al inicio del año 1999 pondrían de manifiesto que definitivamente el sentido conservador del pontificado de Juan Pablo II era el sendero marcado. Y fue a través de un nuevo hombre «fuerte», el gallego Antonio María Rouco Varela, el cual, veinte años más joven que Suquía, había ido siguiendo los pasos de este cardenal, de quien había sido obispo auxiliar en Santiago de Compostela y a quien precisamente sustituiría al frente de la diócesis cuando marchara a MadridAlcalá en la primavera de 1983. Rouco dominaría la vida eclesial española, y durante los siguientes años solo una inesperada maniobra de varios sectores episcopales (nacionalistas, descontentos y últimos residuos del taranconismo) le impediría agotar los tres mandatos

257 Diario del Altoaragón, 22 de noviembre de 1998.

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posibles como presidente de la Conferencia Episcopal.258 Esta etapa coincidiría con los dos últimos años y medio de vida de Javier Osés, en los que seguiría poniendo de manifiesto esa lucidez y madurez intelectual a la que ya hemos hecho referencia. Especialmente brillante fue el documento que hizo llegar a su clero y sus fieles en abril de 1999, y que se refería al siempre polémico tema de la enseñanza de la Religión católica en la escuela. El obispo de Huesca tenía muy claro que la educación religiosa, fuera del signo que fuera, debía ser esencial para no dejar sin valores al ser humano que se estaba formando: Uno de los objetivos principales de la educación de la persona es el de crear en ella un sentido último de orientación y el de suscitar y aclarar las preguntas radicales sobre la persona humana, el sentido último de la historia y del mundo, del fracaso, del sufrimiento, de la muerte.259

En ese sentido, Osés no aceptaba de ninguna manera la equivalencia que se hacía desde los sectores más laicistas de la asignatura de Religión católica como mera catequesis. Porque esta suponía un grado de formación diferente, en el sentido de que permitía a los estudiantes descubrir sus orígenes culturales, que en España se encontraban inevitablemente identificados con el cristianismo: nuestra cultura occidental, de hecho, está configurada en su entraña más profunda por creencias, costumbres, arte, fiestas y valores procedentes del cristianismo. El significado del hecho religioso está presente, innegablemente, en la filosofía, la historia, el arte, la literatura y la historia de la cultura. Para nosotros resulta prácticamente imposible profundizar con rigor en muchos de nuestros saberes al margen del hecho cristiano.260

258 Así lo señalé en mi artículo «Sorpresa episcopal», publicado en El Adelanto de Sala-

manca el 16 de marzo de 2003.

259 Diario del Altoaragón, 25 de abril de 1999. 260 Ibídem.

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Eso sí, en plena consonancia con el espíritu de la declaración Dignitatis humanæ sobre la libertad religiosa proclamada por el Concilio Vaticano II, lo primero que había que hacer era respetar y salvaguardar el derecho a la libertad religiosa: Sin olvidar, finalmente, una cuestión clave: el decidir si se da o no enseñanza religiosa a los hijos es derecho y competencia de los padres, derecho anterior al planteamiento del sistema docente. Enseñanza que, evidentemente, no puede ser obligatoria para todos. Unos padres tienen derecho a rechazarla y otros a desearla para sus hijos. Lo que importa es ejercer libre y responsablemente este derecho, teniendo presente que lo que creemos es un mayor bien, un bien más integral para el hijo.261

Mientras, la diócesis de Huesca seguía dando pequeñas alegrías a Javier Osés, siempre dentro de los importantes problemas estructurales que sufría (ausencia de vocaciones, envejecimiento del clero, etcétera). Una de ellas fue la firma, el 9 de abril de 1999, de un convenio con la administración tanto regional como local para restaurar las cubiertas de la emblemática basílica de San Lorenzo. La administración regional había decidido invertir más de 100 millones de pesetas en un proyecto que había sido elaborado por Joaquín Naval y de cuya ejecución se encargaría la propia diócesis. Otra pequeña satisfacción sería la conclusión de las tareas de adecuación del claustro del papa Luna, que, situado dentro de la catedral, debía servir de sede del Museo Diocesano; cuando esa dependencia quedara definitivamente abierta, estaría unida a la Sala Capitular de la Seo. Ello permitiría mostrar a los visitantes las diferentes piezas de orfebrería, así como el legado de arte medieval.262 Sin embargo, aquel año 1999 también traería los primeros síntomas del deterioro de la salud de Javier Osés.263 El prelado navarro, 261 Ibídem. 262 Así se informó en BOOH, 2, marzo-abril de 1999, pp. 75 y 76. Más tarde se hablaría

de ello en Ecclesia, 2947, 29 de mayo de 1999, p. 15.

263 Por cierto que su enfermedad, como también su muerte, coincidiría en el tiempo

con la del obispo de Jaca, José María Conget, algo a lo que ya hemos hecho referencia en la introducción del libro. Zaragozano de origen (había nacido en Tauste),

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que siempre había dado muestras de una notable fortaleza física, se vería obligado el 7 de junio de aquel año a someterse a una operación de próstata.264 El asunto se complicaría al producírsele un trombo en las cercanías del pulmón, así como una fuerte flebitis en la pierna izquierda. Osés pasó el largo período postoperatorio entre Huesca y su Tafalla natal, desde donde el 1 de agosto escribiría a su presbiterio una emotiva carta: Queridos hermanos sacerdotes: Los días corren y se me hace excesivamente largo este tiempo de dos meses y medio sin tener alguna comunicación más directa con vosotros, aunque sea por escrito. […] En este momento me encuentro mucho mejor, gracias a Dios, en mi estado general de salud, pero tengo que obedecer a los médicos que me prescriben unas condiciones de convalecencia tan estrictas que no me permiten pensar en el retorno a una actividad pastoral ni siquiera a medio gas. […] Procuro no obsesionarme con la enfermedad, ni ponerme nervioso por las prisas de querer empezar pronto a trabajar. Intento interpretarlo todo como nuevos caminos de Dios en mi vida, en los que descubro otra clase de llamada, con el convencimiento de que, si la aprovecho, servirán para bien de la propia Diócesis y para mi bien personal. Y, por supuesto, en medio de todo, mi pensamiento sigue centrado, sobre todo, en la Diócesis. Os recuerdo a todos, en especial a los sacerdotes. Pido a Dios por vosotros y por vuestras comunidades. […] Deseo que paséis bien este caluroso y tormentoso verano y espero que os resulten leves las múltiples fiestas que tenéis en

Conget había llegado al episcopado mucho más tarde que Osés, en marzo de 1990, a pesar de que la diferencia de edad entre ambos era de pocos meses. 264 Unas semanas antes, concretamente el 22 de mayo, Osés había presentado el documento «Un decálogo para la esperanza», donde, una vez más, mostraba su preocupación por las cuestiones sociales. Dicho «decálogo» abordaba diez aspectos preocupantes de la realidad social de los jóvenes, como eran la educación, el ocio, la vivienda, el empleo o la drogadicción. En definitiva, como recordaba el periodista José Luis Labat, Osés proponía una conciencia alternativa que respondiera a una nueva concepción de la persona (cf. Ecclesia, 2950, 19 de junio de 1999, p. 11).

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vuestras parroquias para estos días. Y Dios quiera que pronto pueda incorporarme a la vida normal de la Diócesis. Para vosotros, especialmente, y para vuestras respectivas comunidades, mi oración con el saludo y afecto de vuestro amigo.265

No obstante, Osés fue capaz de reincorporarse a la vida diocesana y, de hecho, participaría en el Consejo Diocesano de Pastoral del 18 de septiembre de 1999.266 Se avecinaba un año muy importante

Don Javier, en la procesión del Corpus Christi, el Año del Jubileo. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

265 BOOH, mayo-junio-julio de 1999, p. 115. 266 Así se informó en BOOH, 4, agosto-septiembre-octubre de 1999, pp. 176-178.

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(2000), que suponía el final del milenio y que había sido considerado por la Iglesia universal como Año del Jubileo. Frente a posibles predicciones catastrofistas, Javier Osés quiso transmitir un mensaje de optimismo en la convicción de que el hombre tenía en su mano, por supuesto con la ayuda de Dios, la capacidad de crear un futuro positivo: El sano sentido común nos pide que no renunciemos a nuestra condición de artífices de la historia humana y que, en consecuencia, el 2000 será en buena parte resultado de lo que nosotros queramos y hagamos. Más aún, que el 2000, por ser símbolo de una época de la historia de la humanidad en la que estamos viviendo cambios muy profundos, con problemas de suma trascendencia para todos, como son los problemas de la paz, de la pobreza en grandes continentes, de las inmigraciones y también de las consecuencias de algunas de las grandes catástrofes naturales en pueblos de América, Asia y África, es una llamada para reavivar nuestra conciencia ante la realidad de las personas de nuestro mundo, trabajar más y con más esperanza por abordar estos problemas que son los verdaderos y que ningún agorero logre amargarnos la existencia y menos aún llegue a robarnos las ganas de ser mejores, trabajando más.267

Sin embargo, nuevos nubarrones seguían planeando sobre la diócesis de Huesca. Uno de ellos volvía a ser el tema económico, no pudiendo decirse que en este terreno el año 1999 hubiera sido positivo: en los presupuestos de aquel año se había indicado ya que existiría un déficit, pero al final la cifra inicialmente prevista había sido superada. No resulta de extrañar, por tanto, que, en la reunión del CDAE que tuvo lugar el 29 de enero de 2000, los allí presentes comentaran la importancia de encontrar una fórmula que, además de aumentar los ingresos de la administración diocesana, permitiera el control del gasto.268 A pesar de ello, Osés no quiso que el Obispado renunciara a seguir apoyando proyectos sociales, en particular el llamado O Fogar, un programa especial para drogodependientes en el

267 Diario del Altoaragón, 7 de noviembre de 1999. 268 Véase al respecto BOOH, 1, enero-febrero de 2000, pp. 8 y 9.

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que se buscaba su reinserción social y para el que, por ejemplo, se recaudaron casi 400 000 pesetas durante la celebración del jubileo que tuvo lugar en la catedral de Huesca el 29 de abril de 2000.269 El 17 de julio de ese año Javier Osés pronunció una conferencia en Huesca con motivo de la reapertura al culto de la basílica de San Lorenzo. Sin saberlo, fue su último acto público antes de afrontar definitivamente la enfermedad que le llevaría a la muerte. El Boletín Oficial del Obispado de Huesca reconocía, en su número de junio-julio-agosto de 2000, el «delicado estado de salud» en que se encontraba el prelado navarro; es más, comentaba que en los dos meses anteriores ya no le había sido posible continuar con su actividad pastoral, teniendo que limitar sus actividades. Así, el 25 de julio había decidido trasladarse a su Tafalla natal para reponer fuerzas, esperando poder estar disponible para la festividad de San Lorenzo (10 de agosto), tan emblemática para Huesca. Sin embargo, una nueva recaída le obligaría a pasar una revisión urgente en la Clínica Universitaria de Navarra. Los peores presagios se confirmarían: Osés tenía un tumor maligno que afectaba a su estructura ósea y que ya se había instalado en algunas de sus vértebras. Tumor que sería combatido con quimioterapia y con un descanso posterior en Tafalla.270 Mientras, las noticias positivas y negativas seguían alternándose. En las segundas había que reseñar la tragedia que sacudiría a la localidad oscense de Sallent de Gállego, donde dos agentes de la Guardia Civil (Irene Fernández y José Ángel de Jesús Encinas) serían asesinados por la banda terrorista ETA el 20 de agosto. Al estar enfermo Osés, el funeral por la memoria de estos dos guardias civiles fue presidido por el obispo de Jaca, José María Conget.271 También fue una mala noticia el balance económico del año 1999 y que se dio a conocer en la reunión del CDAE de 4 de julio de 2000: la diócesis había cosechado un déficit de 13 565 569, muy

269 Así se informó en BOOH, 2, marzo-abril-mayo de 2000, p. 80. 270 Véase al respecto BOOH, 3, junio-julio-agosto de 2000, pp. 144 y 145. 271 Antes de iniciarse la celebración, Agustín Catón, como vicario general de la dióce-

sis, leyó un comunicado de solidaridad por lo sucedido de Javier Osés, que en ese momento se encontraba convaleciente en Pamplona. Los detalles del funeral, en Diario del Altoaragón, 22 de agosto de 2000.

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por encima del previsto (que se movía en torno a los 5 millones de pesetas). Había varias razones para explicar este balance tan negativo: los fieles seguían sin movilizarse por la diócesis (1); el Museo Diocesano generaba importantes pérdidas, por lo que el Cabildo Catedral, la Delegación del Patrimonio y el Área de Turismo del Ayuntamiento de Huesca, instituciones claves en la financiación del referido museo, debían mejorar sus niveles de colaboración (2); y la Residencia Sacerdotal seguía siendo un foco de excesivos gastos, algo a la postre inevitable ante el progresivo envejecimiento del clero diocesano (3). No obstante, si por desgracia la muerte de los guardias civiles no tenía ningún tipo de solución, sí la tenía, en cambio, el problema del déficit. La clave estaba, evidentemente, en la venta del edificio del Seminario Diocesano, que, aunque aprobada hacía tiempo ya, no se había logrado concretar porque no había aparecido el comprador. La buena relación que tradicionalmente tuvo Osés con las autoridades locales volvería a dar sus frutos y el Ayuntamiento de Huesca se comprometería a adquirir el edificio del Seminario por un importante precio: 500 millones de pesetas. La satisfacción sería, en ese sentido, doble, ya que la corporación local pensaba ceder este inmueble a la Universidad de Zaragoza para su campus de Huesca, con lo que se cumplían los sueños de Osés y su clero de que, al final, este edificio tuviera un uso «más social». No obstante, este tema será tratado más adelante, en el apartado específico de la financiación de la diócesis. También fue una satisfacción la ya citada reapertura al culto272 de la basílica de San Lorenzo, cuyo párroco (José Antonio Satué) sería, por cierto, el sacerdote que sustituiría a Agustín Catón como vicario general tras la muerte de Javier Osés y la llegada a Huesca del nuevo obispo (el franciscano Jesús Sanz Montes, nombrado al mismo tiempo obispo de Jaca). Se trataba de una obra arquitectónica de una 272 Y decimos reapertura al culto porque todavía no había quedado definitivamente

concluida la restauración del conjunto del templo, ya que aún era necesaria una tercera fase, cuya dotación presupuestaria fue firmada, el 19 de octubre de 2000, por el Gobierno de Aragón, la CAI, el Ayuntamiento de Huesca y el propio Obispado. Así se informó en BOOH, 4, septiembre-octubre de 2000, pp. 180 y 181.

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extraordinaria importancia, pues había sido necesario invertir más de 100 millones de pesetas en un proyecto que había sido financiado por el Instituto del Suelo y la Vivienda del Gobierno de Aragón. En su inauguración, un emocionado Javier Osés, que probablemente debía de ser consciente de lo grave de su enfermedad, pronunció estas palabras: Este Templo, Basílica, Parroquia de San Lorenzo parece otra. Pero lo que debemos saber penetrar es el gran amor, ilusión y sacrificio de tantas personas que han hecho posible este gran trabajo. Captar lo que ha sido fruto de una acción conjunta de nuestras principales instituciones autonómicas, municipales, locales, diocesanas y parroquiales. Reconocer que tanto esfuerzo y sacrificio indican que este lugar sigue diciendo mucho, muchísimo, para la ciudadanía y para los cristianos de Huesca. Y que en este lugar la comunidad cristiana quiere seguir celebrando su fe con fervor, sentirse comunidad y crecer como Iglesia. […] Este templo es una unidad conjunta y armoniosa de muchos, variados y ricos elementos. Es llamada de Dios a nosotros para crecer como Templo de Dios, como Cuerpo de Cristo, como Iglesia, comunidad misionera. En una palabra, esta Iglesia es el lugar donde se condensa con más plenitud el espíritu laurentino: lo que fue San Lorenzo, nuestro Patrón, y lo que debe ser para nosotros, cristianos de hoy, aquí en Huesca. Tengo la certeza de que con estas disposiciones, también Jesús, lleno de gozo, dice ahora al Padre esta oración de alabanza: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque aquí también, con estas obras de San Lorenzo, se construyen las cosas del Reino».273

El 14 de septiembre de 2000 se produjo, al fin, el reconocimiento de Huesca a quien había sido su obispo durante más de tres décadas: el Ayuntamiento le nombró hijo adoptivo, en un solemne acto que tuvo lugar en el Palacio Municipal y que congregó a un importante

273 BOOH, 3, junio-julio-agosto de 2000, p. 144.

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El alcalde de Huesca, Fernando Elboj, entregando a los familiares de don Javier el diploma por el que se le reconoció como hijo adoptivo de la ciudad de Huesca, el 14 de septiembre de 2000. (Foto cedida por Diario del Altoaragón)

número de personas, tantas que una parte de ellas hubo de seguir el acto a través de una pantalla de televisión instalada al efecto. No se trataba, sin embargo, del primer sacerdote que recibía esta distinción, pues, por ejemplo, el archivero e historiador Antonio Durán Gudiol había sido galardonado con dicha mención en enero de 1974. Osés compartía con Durán la particularidad no solo de no haber nacido en Huesca, sino también de no haberse formado en la diócesis altoaragonesa, como ya hemos podido ver con anterioridad. El acuerdo, que fue adoptado por unanimidad y que, por tanto, superó los dos tercios necesarios para ejecutar dicho nombramiento, fue tomado por las siguientes razones, expresadas de manera pública por el alcalde de Huesca, el socialista Fernando Elboj:274 274 Quien renovaría mandato como alcalde de Huesca en las elecciones municipales

de mayo de 2003 y, por tanto, sigue a día de hoy al frente de la Corporación Municipal.

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a) Es una persona sencilla, próxima, prudente y alejada de todo tipo de boato. Todos los que lo conocen bien saben y aprecian esa cualidad de la sencillez que adorna a todas las personas de calidad y bien. b) Además, Monseñor Osés es fundamentalmente una persona intelectualmente rigurosa, condición que no siempre se da en todos aquellos que ocupan cargos de importancia y relevancia. Su rigor intelectual se aprecia, de forma especial, en sus pastorales, documentos en los que late su preocupación por la coherencia, la sencillez y el análisis objetivo de la realidad en la que vive. c) La preocupación por la realidad social y por las personas más necesitadas ha sido también algo manifiesto en el ejercicio de sus responsabilidades como Obispo de la Diócesis de Huesca. No se trata de un tema en el que se deba coincidir religiosa e ideológicamente sino que, en nuestro Obispo, la preocupación por lo social y por los necesitados es un mero resultado de coherencia y de hechos manifiestos. Destaca, también de forma especial, el talante dialogante e integrador de Javier Osés Flamarique. Cuando se haga la historia de la

Homenaje que la Universidad de Zaragoza tributó a Antonio Durán Gudiol en los claustros de San Pedro el Viejo el 9 de mayo de 1995, y que presidieron el rector Juan José Badiola y Javier Osés. (Foto cedida por J. M.a Nasarre)

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ciudad de Huesca, se apreciará el papel que jugó en la transición política española y que resultó ser un papel fundamental en este acontecimiento histórico. Todas estas razones han sido valoradas, apreciadas y juzgadas dignas de la distinción que el Ayuntamiento de la ciudad de Huesca hoy concede al Excmo. Sr. D. Javier Osés Flamarique, tanto en la Junta de Portavoces como en la Comisión de Gobierno, y por supuesto en la Comisión de Régimen Interior.275

En el discurso pronunciado por Elboj, este afirmó que Osés era un vecino especialmente querido, y muy a menudo admirado, por oscenses de todo credo y condición. Javier Osés, por encima de cualquier otra consideración, antes incluso que prelado, es un hombre del pueblo. Ha ganado su credibilidad y nuestro cariño mediante el contacto directo y continuado con la realidad que le envuelve; ha hecho suyos nuestros anhelos y ha sufrido nuestras preocupaciones; con todos nosotros, con todos y cada uno, ha construido una ciudad libre y abierta. Y al hacerlo así, de un modo irrevocable y sublime, la ha hecho suya. Huesca y don Javier mutuamente se aman y se pertenecen.276

Osés no pudo contestar a estas generosas palabras pero lo hizo en su lugar su hermana María Paz,277 que estaba acompañada de sus también hermanos José Ramón, Fernanda y Rosario. María Paz leyó un discurso escrito por el prelado navarro donde los párrafos más sobresalientes fueron estos: Desde que fui nombrado Obispo para esta Diócesis hace 31 años, sentí vivamente que Dios me llamaba, no solo para estar en Huesca,

275 BOOH, 4, septiembre-octubre de 2000, p. 182. 276 Ibídem, p. 183. 277 María Paz había sido su más fiel compañía desde que en 1972 muriera la madre

de ambos, Rosa Flamarique. Para que su hermano no estuviera solo, y a pesar de su condición religiosa, había decidido exclaustrarse e irse a vivir con él para dedicarle toda su atención hasta el fallecimiento del obispo. A su muerte se trasladaría a Pamplona, donde vive desde entonces.

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ni solo a trabajar en esta parcela que Dios me confiaba, sino para ser de esta comunidad cristiana y un ciudadano más de Huesca. […] Me he encontrado muy a gusto en Huesca, he trabajado con ilusión día tras día y sin sentir la nostalgia de otros lugares o campos apostólicos. A estas alturas de mi vida, lo que predomina con gran naturalidad en mí es el afirmar que me siento plenamente de Huesca, sin que esto sea una frase retórica y aunque nunca deba claudicar de mis orígenes navarros. He intentado, aunque no lo haya logrado, que lo mejor de mi persona y esfuerzos hayan sido para Huesca. […] He intentado trabajar con todos vosotros pero no dudo en afirmar que es mucho más lo que he recibido que lo que os he podido dar, reconociendo a la vez los fallos que habéis podido encontrar en mi manera de ser y proceder. Ahora, en este retiro forzoso de la enfermedad, en la que cuento con la plena ayuda de mi familia y el afecto, la oración y el recuerdo de todos vosotros, solo quiero seguir ayudándoos. […] Por todo ello doy gracias a Dios y a todos vosotros. ¿Nos volveremos a ver algún día ahí en Huesca? Ese es mi deseo. Hasta entonces y para siempre, vuestro Obispo y amigo.278

El acto concluyó con un discurso del entonces vicario general de la diócesis, Agustín Catón, quien pronunció unas interesantes palabras donde ponía de manifiesto una vez más su estrecha relación con Osés y, al mismo tiempo, el evidente sentido del humor que caracterizó siempre al sacerdote aragonés: Para no alargarme mucho, me voy a apoyar en tres frases que he oído en distintos momentos y ambientes en estos años de trabajo cercano a él. La primera la dijo D. Javier, hace un par de meses, cuando le comenté por indicación del Sr. Alcalde esta iniciativa del Ayuntamiento. Él me dijo: «¡Bah!, ¿para qué? Pero, si a ellos les parece bien, no nos vamos a oponer».

278 BOOH, 4, septiembre-octubre de 2000, pp. 184 y 185.

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Y es que D. Javier ha sido así, sencillo, enemigo, o por lo menos, no muy dado a homenajes, pero totalmente respetuoso con las decisiones de las otros. La segunda la he escuchado en muchas de mis reuniones con gente de casi todas las partes de España. Cuando nos presentábamos los asistentes y decías: «Yo soy de Huesca», la mayor parte exclamaba: «Allí está Osés, ¿no?». A veces montamos ferias y stands para dar a conocer y promocionar nuestra provincia. D. Javier ha sido uno de nuestros embajadores a nivel regional, nacional y, sin exagerar, mundial, porque a lo largo de sus 31 años de episcopado, han sido bastantes las naciones de Europa y del mundo que ha visitado, generalmente por motivos pastorales. Y la tercera la escuché a un navarro, y digo lo de navarro porque es significativo. Cuando hace unos años se le concedió a D. Javier la pajarita de altoaragonés del año, en el momento en el que le hacían la entrega, todos los que asistimos al acto en el Hotel Pedro I nos levantamos para aplaudir y un periodista navarro (recalco lo de navarro) que compartía mesa conmigo dijo: «Hay que ver, ha tenido que ser un navarro el que nos ha puesto firmes». Yo le dije: «Vd. no conoce bien a D. Javier. Él no pone firme a ninguno, solo en línea y al que quiere. Ha sido respetuoso hasta en exceso, si puede hablarse así».279

A pesar de la enfermedad que minaba la salud de Osés, la diócesis no solo continuaba su rumbo, sino que incluso ponía en marcha nuevos planes pastorales para afrontar los retos del futuro.280 El prelado navarro llevaba con su habitual manera de ser positiva los rigores de su enfermedad, reconociendo en diciembre de 2000 a sus fieles que su estado de salud se encontraba «lleno de interrogantes» pero que no le preocupaban «demasiado»: estaba aprendiendo «a vivir pasando largos ratos con los brazos cruzados: sin agenda, sin

279 Ibídem, pp. 185 y 186. 280 En concreto, Osés hizo llegar a su clero y sus fieles el Proyecto de Trabajo Pastoral

para Huesca del año 2000, que se titulaba «Orientando el futuro». Fue publicado ibídem, pp. 218-229.

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urgencias que me reclamen, pero con la certeza de que el amor cristiano todo lo puede».281 A mediados de 2001, prácticamente todo el mundo era consciente de que Javier Osés se encontraba al final de su vida. De ahí que los reconocimientos hacia su persona y obra se multiplicaran. A pesar de que el Diario de Navarra aseguraba en junio que Osés se encontraba en fase de recuperación de la enfermedad que le aquejaba,282 lo cierto es que el reconocimiento por parte de su Tafalla natal, que poco antes había decidido nombrarle hijo predilecto de la villa, hacía entrever la auténtica realidad de lo que estaba ocurriendo. En ese sentido, en muy poco espacio de tiempo se estaban sucediendo acontecimientos decisivos en la vida de Javier Osés: enfermedad, reconocimientos y, en agosto de 2001, la obligatoriedad de presentar la renuncia (en virtud del canon 401, párrafo 1, del Código de Derecho Canónico) como obispo de Huesca, ya que cumplía los 75 años de edad, fecha estipulada por Roma para que todos los obispos dejaran voluntariamente su cargo a disposición del papa, a la espera de que este decidiera darles continuidad o, por el contrario, aceptara dicha renuncia. En el caso de Osés, esta era más una necesidad que un deber, porque ya no se encontraba en condiciones físicas de regir la diócesis. De hecho, Roma la aceptaría de inmediato. El 24 de agosto de 2001, exactamente un día después de cumplir los 75, Javier Osés dejaba de ser obispo de Huesca, tras treinta y un años y ocho meses de servicio ininterrumpido a la diócesis. Menos de dos meses después, el prelado navarro fallecía en la Clínica Universitaria de Navarra, concretamente el 22 de octubre, con tan solo cuatro días de diferencia con respecto a su compañero de episcopado y amigo José María Conget.283 281 BOOH, 5, noviembre-diciembre de 2000, p. 232. 282 Véase Diario de Navarra, 3 de junio de 2001. 283 Poco antes, José Antonio Marcellán, sacerdote de la archidiócesis de Pamplona,

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escribiría sobre las enfermedades de Conget y Osés: «Los dos son de esta iglesia local de Pamplona, que los engendró a la fe y los vio, gozosa, crecer y vigorizarse en ella, mientras la difundían y eran testigos de ella ante tantos hermanos. »Cuando fueron elegidos pontífices: maestros y pastores, permanecieron siendo vecinos física y cordialmente. No faltaron nunca a alguna de las citas anuales a Javier, nuestro glorioso patrono y misionero de las Indias y el Japón.


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No resulta de extrañar, por tanto, que tras tantos años de dedicación a un clero y a una feligresía y, en definitiva, a una tierra (Huesca), el Consejo de Gobierno de la Diputación General de Aragón acordara conceder a Osés tan solo unos meses antes de su muerte (el 10 de abril de 2001), la Medalla a los Valores Humanos. Lo hacía en reconocimiento a una «personalidad especialmente vigorosa a la hora de asentar en la comunidad las condiciones políticas y sociales del pluralismo y la democracia, de las que es un profundo defensor, como vía para lograr la justicia social». También tenía en cuenta su trayectoria, marcada por un «profundo respeto por todo tipo de ideas, aplicando criterios de aproximación hacia la paz social y la convivencia armónica», así como que el prelado navarro había jugado «un papel decisivo en la transición democrática», facilitando el «entendimiento entre los distintos sectores sociales y políticos» y «ofreciendo un ejemplo personal de tolerancia».284 En el

»Ahora me tienen ustedes convertido en cronista de su viaje sin retorno, aquejado del mismo mal y siguiendo la trayectoria de estos queridos hermanos. ¿A qué distancia? Solo Dios lo sabe. »Los dos están en Navarra, en habitaciones contiguas de la Clínica Universitaria de Pamplona. Voy recogiendo del modo más discreto, desde el entorno familiar y amistoso, también directamente, algunos datos que nos acerquen a comprender algo de lo que viven y sienten, de lo que estas vidas nos dicen en estas circunstancias. »Como ángel que les conforta en su peculiar Getsemaní, el P. Arana, S. J., hasta hace poco director del santuario de Javier, está muy cerca de ellos, es su confidente. »Por el testimonio de los dos ilustres enfermos, sabemos que han experimentado un salto cualitativo de mayor luz para comprender y vivir el misterio salvador: a medida que la frontera se acerca, la luz aumenta y la paz inunda sus corazones. Alguno de ellos ha dicho que disfruta de una “paz infinita” y el otro afirma que está ya “más allá que acá”. »Mucho nos están enseñando con su silencio y sufrimiento. Todo se concentra e intensifica, todo se engrandece. Bendigamos al Señor por sus vidas. Oremos por ellos» (Ecclesia, 3068, 29 de septiembre de 2001, p. 13). 284 BOOH, 2, marzo-abril-mayo de 2001, p. 49. El equipo de la hoja diocesana Pueblo de Dios fue el encargado de informar sobre la concesión de este galardón y aprovechó para esbozar su propia semblanza del entonces enfermo obispo de Huesca: «Este es, por decirlo de alguna manera, el reconocimiento oficial, el de la sociedad, pero hay otro reconocimiento privado y silencioso, que está en el corazón de todos los que se han relacionado con él de alguna manera, y que no aparece en decreto, pero sí en el interés y en las manifestaciones de solidaridad que vemos y escuchamos en todo este tiempo de enfermedad.

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acto de la entrega (23 de abril) una vez más Osés no pudo estar presente, por lo que recogió el premio en su lugar su hermana María Paz, que venía acompañada de varios hermanos más y del vicario Agustín Catón.285 Como decimos, el 23 de agosto de 2001 Osés había presentado oficialmente su renuncia como obispo de Huesca, sustituyéndole, en calidad de administrador apostólico, el obispo de BarbastroMonzón, Juan José Omella. Este, además, se haría cargo de la presidencia de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, ya que Osés, que era quien la presidía hasta ese momento, lógicamente tampoco podía ocuparse de ella.286 De hecho, ya un año antes habían sido

»Y esto nos alegra y satisface a todos. »Mucha gente sencilla de la capital y de los pueblos apoya esta concesión pero, no por esas palabras que aparecen en el escrito de concesión, que a lo mejor no entienden muy bien, sino porque ella los valores humanos los expresa con otras palabras. »Para nuestra gente son valores humanos: la cercanía, la disponibilidad, la acogida, el respeto, la honradez, la dedicación… y estas son actitudes y posturas vividas por D. Javier y experimentadas por muchos de ellos. »En tantos años entre nosotros, todos en algún momento, de dolor o de alegría, lo hemos sentido muy cercano. »Hemos visto cómo, si había un hueco en su agenda, cualquier petición tenía cabida, viniera de quien viniera, sin tener en cuenta las distancias ni el número. »No sabemos si alguno se habrá sentido rechazado por él. »Todos hemos podido observar su honradez, su coherencia de la vida con sus principios, incluso en momentos más difíciles que los actuales, y su largo horario de trabajo diario, días de fiesta incluidos, que aprovechaba para acercarse a los pueblos. »Es por estos valores humanos por los que el pueblo apoya la concesión de la medalla a D. Javier. »A veces decimos que los reconocimientos y las honras se hacen a las personas cuando desaparecen. »En este caso, gracias a Dios, no es así, porque, aunque el reconocimiento oficial le llegue en estos momentos, el otro reconocimiento, el personal, el del corazón, ya hace años que D. Javier lo tenía de parte de todos los oscenses, y de los hombres y mujeres de Aragón que han tenido la oportunidad de escucharlo, leerlo o tratarlo. ¡ENHORABUENA, D. JAVIER! EQUIPO DE PUEBLO DE DIOS 22 de abril de 2001» (ibídem, pp. 49 y 50). 285 El relato de dicho acto, en Pueblo de Dios, 6 de mayo de 2001. 286 Así se notificó en Ecclesia, 3064, 1 de septiembre de 2001. La toma de posesión de Omella, en Ecclesia, 3067, 22 de septiembre de 2001, p. 8.

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Omella y Atilano Rodríguez Martínez, obispo auxiliar de Oviedo y también miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, quienes habían inaugurado, en representación de Osés, el VI congreso de Pastoral Penitenciaria, celebrado en Madrid del 15 al 17 de septiembre de 2000.287 Así, Javier Osés quiso despedirse de su tan querida diócesis de Huesca a través de dos vías: su «testamento espiritual» y una carta de despedida. Como no podía ser de otra manera, en aquel «testamento» el primer agradecimiento de Osés iba hacia la figura de lo que él, como cristiano, consideraba su Creador, Dios Padre: Debo comenzar dando gracias a Dios, al que contemplo como Creador de todo lo bueno, lo obrado por Él y lo realizado por Él a través de nosotros, porque Dios ha sido y es el principal artífice en nuestra comunidad y vida diocesana. Personalmente, doy gracias a Dios por haber conocido la revelación del Padre, por haberla cultivado durante tantos años, por haber participado de la gracia vivificante de Jesucristo y por haber experimentado continuamente la acción del Espíritu. Como resumen de esta gracia de Dios, quiero destacar el ser su hijo por el Bautismo; el haber recibido la vocación al sacerdocio, el haber sido llamado un día por la Iglesia a la participación en el ministerio apostólico en esta Diócesis de Huesca.288

Descendiendo al nivel de lo humano, Osés solo podía tener ojos para la sede altoaragonesa, a la que había dedicado toda su trayectoria episcopal y la mayor parte de su vida sacerdotal: Agradezco los 32 años en esta Diócesis con el tiempo histórico que incluye, tan rico y tan variado, y con las dificultades y tensiones que se han convertido en llamadas de Dios, y todo ello porque Dios está a nuestro lado y vosotros habéis sido la mejor garantía de esta cercanía. Con el final de mi vida pastoral termina un período de la Iglesia Diocesana. El Espíritu que la dirige como alma y vida permanece para que nuestra parte siga sin desfallecer en el cumplimiento de la misión. 287 Cf. Ecclesia, 3015, 23 de septiembre de 2000, p. 12. 288 BOOH, 3, junio-julio-agosto de 2001, p. 110.

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Agradezco de corazón vuestra acogida personal y comunitaria durante estos 32 años, acogida que la he experimentado como creciente, y que se concreta en una mayor comunicación de vida entre vosotros y yo. No puedo gloriarme de haber sido un personaje especial, sino que todo ha sido realidad conjunta de vosotros y de mi trabajo. Cada uno con su distinto carisma, cualidades e ilusión.289

En una persona de tan acreditada humildad, parecía difícil que no hubiera un examen de conciencia profundo que permitiera reconocer los principales errores cometidos durante su largo pontificado en Huesca: He trabajado con entrega y constancia en el ministerio. Soy consciente, y más en este momento, de mis muchas limitaciones y debilidades personales que han sido obstáculo para que en la Diócesis hubiésemos desarrollado otras demandas que Dios y la Iglesia nos pedían: — La de no haber contado siempre con Dios como protagonista principal y con todos vosotros. — La de identificar a veces organización con crecimiento del Reino. — La de fomentar el convencimiento de que algunas ocasiones no era posible un cambio necesario, que hubiera producido un fruto mejor. — La de poner mi apoyo en mí mismo, en vez de encontrar en Dios todo fundamento para la esperanza. — También quiero reconocer la limitación de no haber dedicado más tiempo a rezar, pensar y madurar algunas decisiones diocesanas importantes. — La de sentir a veces excesiva satisfacción porque algunas acciones diocesanas habían resultado humanamente bien, sin pensar en el juicio que merecían para Dios. — La de no haber llegado a un discernimiento más profundo de que lo que veíamos como bueno no lo era tanto a los ojos de Dios, y lo que resultaba para nosotros un fracaso era una llamada de Dios a la humildad y a la confianza en Él, y a abrazar la Cruz. En todo caso, y a estas alturas, todo es motivo para dar gracias a Dios, porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, y mirar con esperanza al futuro.290 289 Ibídem, pp. 110 y 111. 290 Ibídem, p. 111.

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Osés agradecía la labor desarrollada por su clero (muy especialmente por los tres vicarios generales que le habían acompañado en la tarea de gobierno de la diócesis: Bonet, García Torrecilla y Catón), por los religiosos y religiosas, por los seglares, así como por los ancianos, los enfermos y los niños, por todo lo que aportaban a la vida diocesana. No se olvidaba de aquellas personas que, perteneciendo a otras religiones o no siendo creyentes, habían dado un ejemplo de honradez, de trabajo por los demás y de fidelidad a su conciencia. A continuación, solicitaba ayuda para quien le sucediera como obispo de Huesca, consciente de la difícil tarea que la aguardaba en una sede que, como hemos tenido oportunidad de ver, se movía y desarrollaba su tarea apostólica en medio de una limitación de medios materiales francamente importante, a lo que había que añadir los cada vez menores recursos económicos. Pero, si había algo emotivo, esa era la parte final de este «testamento espiritual»: en él dejaba claro que, a pesar de haber vivido más tiempo en Navarra que en Huesca, y a pesar de ser oriundo de la localidad de Tafalla, el prelado navarro quería que sus restos reposaran en Huesca, la tierra a la que había dedicado lo mejor de sí mismo. Escribió: Jesús nos ha dicho: «No sabéis el día ni la hora», refiriéndose al día y la hora de nuestra muerte. Tampoco yo lo sé, pero en este momento quiero manifestar lo siguiente: — Quiero decididamente que la Catedral sea el sitio y lugar de mi funeral y enterramiento. — He sido obispo de la Diócesis y mi sitio para esperar el día final de la resurrección debe ser Huesca. Más en concreto la Catedral, que es la sede y el lugar que identifica más al obispo y su misión, y al que tantos cristianos y otras personas acuden a invocar al Santo Cristo de los Milagros. — Quiero ser amortajado con el alba que durante tantos años he llevado a los pueblos y con el pectoral. — El funeral debe ser una acción de gracias al Padre y un himno a Jesucristo Glorioso y Resucitado. Un grito de esperanza de que la Iglesia de Huesca camina hacia la patria definitiva, construyendo en este mundo la historia de la salvación. — Mis bienes materiales se reducen a los libros, que están en su mayor parte en el Obispado, y otra parte en la vivienda del obispo. Todos son para la Diócesis de Huesca.

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Estos años, los que Dios me quiera dar de vida, transcurrirán normalmente en mi ambiente familiar, pero seguid contando todos conmigo y, sobre todo, quien sea mi sucesor… Esta va a ser la nueva situación mía con la Iglesia de Huesca. Sea todo a la mayor gloria de Dios, alabanza y gozo de María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre Nuestra, y para bien de toda la humanidad. Tafalla, mayo 2001. Javier Osés.291

Por otra parte, en la carta de despedida Javier Osés expresaba lo siguiente: Queridos hermanos y hermanas de la Diócesis de Huesca: Ha llegado la hora de mi despedida como Obispo vuestro. Llegué a Huesca hace 31 años consciente de que era Dios quien me enviaba y quien me iba a acompañar durante el servicio pastoral en esta Diócesis. Vine con ilusión y fiándome plenamente de Dios. Ahora llega el momento de deciros adiós. Y lo hago también confiado en Él, quien mejor que nadie orientará mi futuro. Juan Pablo II ha aceptado mi renuncia. Agradezco al Santo Padre su prontitud en esta aceptación, pues no me es posible continuar en el ejercicio del ministerio como vosotros merecéis. Quiero reconocer el interés y el esfuerzo admirable que habéis mostrado todos vosotros en proseguir el trabajo de la Diócesis. Merece una especial mención el Vicario General D. Agustín Catón, con quien he mantenido contactos continuados, que me han tenido al día, para poder tomar las decisiones oportunas. Agradezco igualmente el interés del Santo Padre mostrado al nombrar como administrador apostólico a D. Juan José Omella. Es un obispo bien conocido y querido por muchos de nosotros, con él la diócesis podrá seguir su ritmo pastoral. ¿Cuál va a ser mi futuro ahora? No me desvinculo de ninguna manera de la Diócesis de Huesca, aunque deje de ser el Pastor que la gobierna. Seguiré sintiéndome muy unido a la Iglesia de Huesca, para la que tendrán siempre prioridad mi recuerdo y mi oración. 291 Ibídem, p. 115.

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Mi mayor alegría en el futuro será la de saber que la Diócesis es una comunidad viva en la que todos vosotros trabajáis unidos al nuevo Pastor. Finalmente contad conmigo, porque nuestra buena amistad puede y debe preservar. Unidos para siempre en la oración, os envía un saludo de despedida especial el que hasta ahora ha sido vuestro Obispo. Javier Osés292

A la 1 de la madrugada del 22 de octubre de 2001 fallecía nuestro biografiado. Tal y como había pedido Osés, la misa en memoria suya sería de «acción de gracias». A las 8:20 de la mañana del día 23 sus restos llegaban a la plaza de la Catedral. A pesar de tratarse de una hora muy temprana, en la puerta del templo estaban ya el administrador apostólico de la diócesis (Juan José Omella), el alcalde de Huesca (Fernando Elboj), otras autoridades y una muchedumbre de oscenses que querían estar presentes en el último adiós a su obispo. Según el Obispado, más de 3000 personas firmarían en los libros de condolencias o dejarían sus tarjetas de pésame. A las 16:15 se decidió dar por finalizado el desfile de fieles, ya que a las 17:00 debía comenzar el funeral por Javier Osés, en el que tomaron parte 23 personas entre cardenales, arzobispos y obispos, así como 3 abades y unos 250 sacerdotes. Una lápida cerró el sarcófago y con ello concluyó de manera definitiva la emotiva ceremonia. En dicha lápida se inscribió lo siguiente: «pasó haciendo el bien». Omella, como principal concelebrante, quiso recordar que Osés había sido servidor de la comunidad, de todos, pero especialmente de los más pobres y pequeños. Tenía palabras de bondad, de humor, de esperanza para todos y cada uno de los que se acercaban a él. Su vida se gastó y desgastó en un servicio de 32 años entre vosotros. Todos recordáis tantos signos y detalles de esa entrega. […] Don Javier quería, y todo su esfuerzo iba dirigido a ello, una comunidad unida, una sociedad unida en medio de la pluralidad, una ciudad en la que todos se respetasen, se diesen la mano, se

292 Ibídem, p. 120.

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estrechasen los lazos de la fraternidad. Gastó en ello su vida. Aguantó, calló, perdonó… No quiso alimentar discordias.293

Agustín Catón, por su parte, quiso pronunciar una «acción de gracias» (como Osés hubiera querido) en la que, además de mostrar su mayor satisfacción por las innumerables muestras de cariño hacia el prelado fallecido, afirmó que Javier Osés seguía estando con nosotros, con otro estilo, a otra distancia, pero con el mismo cariño y solicitud. Seguro que su oración por su Iglesia de Huesca y por los oscenses no nos faltará. Y gracias, porque la huella que él ha dejado entre nosotros es tan honda que ni vientos, ni lluvias la podrán borrar de nuestros corazones.294

Era una bonita despedida para quien el propio Juan José Omella calificaría de «gigante espiritual detrás de la normalidad».295 Y es que Osés había dejado hasta el final nuevos testimonios de su fe en Cristo. De hecho, había pedido a una de sus hermanas que transmitiera este mensaje a José María Conget, vecino de habitación del prelado en la Clínica Universitaria de Navarra: «Dile a José María de mi parte que descanse en la cruz de Cristo, allí se encuentra la dulce presencia del resucitado».296 Con razón diría Elías Yanes que la manera en que Javier Osés había vivido su enfermedad constituía «un testimonio inolvidable de fe y esperanza».297

293 BOOH, 4, septiembre-octubre de 2001, p. 161. Omella no se olvidó de realizar una

especial mención a una de las hermanas de Javier Osés, María Paz, que era la persona que había vivido con el prelado navarro durante toda su etapa como obispo de Huesca. 294 Ibídem, p. 163. 295 Ecclesia, 3073, 3 de noviembre de 2001, p. 9. 296 Ibídem. 297 Ibídem.

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Un obispo en tiempos de cambio. Pensamiento y doctrina de Javier OsĂŠs



Tras una primera parte de la obra donde hemos realizado un seguimiento de la vida de Javier Osés basado en criterios fundamentalmente cronológicos, hemos querido que la siguiente parte se dedique a examinar su pensamiento y, en definitiva, su visión de la Iglesia y de la sociedad en la que esta se insertaba y se sigue insertando. Cómo concebía Osés la igualdad, la justicia, los derechos humanos, la política e, incluso, su aportación como miembro de la Conferencia Episcopal Española, que era la que le permitía tener mayor proyección nacional, va a ser examinado de manera detenida en este apartado, algo que no ha resultado difícil en la medida en que el prelado navarro dejó numerosos rastros escritos de su pensamiento. Aunque es cierto que no se prodigó en la publicación de libros o contribuciones de parecido tipo, sí es cierto, sin embargo, que fueron multitud las ocasiones en que quiso hacer saber a los que le rodeaban cuál era su opinión sobre todo ello. En ese sentido, desde el primer momento podemos decir que trazó un pensamiento claro y que hubo una armonía y una coherencia de ideas a lo largo de todo su tiempo en la diócesis altoaragonesa. Dispongámonos, por tanto, a analizar lo que fue toda una manera de concebir el mundo y el tiempo en el que desempeñó su magisterio episcopal.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Su lucha por la igualdad y la justicia Parece difícil discutir que Javier Osés fue un incansable luchador en favor de de la igualdad económica y de la justicia social. Si hay algo que se ha destacado habitualmente de él, y con bastante razón, es que fue un obispo profundamente social. En aquellas circunstancias en las que pudiera entreverse una desigualdad social o una situación de desamparo, era cuando aparecía el Osés más auténtico. Esta inquietud se pondría de manifiesto en numerosas ocasiones, y, además, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que fue así desde el momento mismo de su llegada a Huesca. Pongamos un ejemplo de ello. El 27 de enero de 1973 tuvo lugar en Huesca la celebración del primer centenario de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundada por un antiguo canónigo de la santa iglesia catedral de Huesca, Saturnino López Novoa. Ya para aquel momento Osés advertía que el aumento progresivo del número de ancianos era uno de los problemas del futuro para la sociedad española. Reconociendo que era tarea de los poderes tanto públicos como privados crear hogares y otras instalaciones para los ancianos, así como mejorar sus pensiones, el prelado navarro tenía claro que lo primero comenzaba por uno mismo, fomentando unos aspectos humanos insustituibles en los que convenía insistir: nuestro amor, nuestro respeto y nuestra comprensión hacia los mayores; su participación y voz en las instituciones destinadas a ellos, para que se sientan personas a las que se da lo que se les debe y merecen, sin realidad ni apariencia de paternalismo. Son varias las instituciones civiles o de la Iglesia dedicadas a esta tarea. Las personas que trabajan en estas instituciones, seglares o religiosas, merecen toda nuestra consideración y alabanza.298

Debemos recordar, por otra parte, que la llegada de Osés se había producido pocos años antes de un acontecimiento que tendría

298 BOOH, 2, febrero de 1973, p. 46.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

repercusiones mundiales: la crisis del petróleo de 1973, que provocaría un alza de los precios en todo Occidente y una convulsión que llevaría, entre otras cosas, a que la mayor parte de los emigrantes que habían ido a diversos países de Europa a trabajar (los destinos más habituales habían sido la República Federal de Alemania, Francia y Suiza) no tuvieran más remedio que regresar. Se iniciaría así un ciclo económico de profunda crisis que haría particularmente difícil el tránsito de un sistema autoritario a otro plenamente democrático, siendo necesario un gran pacto de Estado (Acuerdos de la Moncloa, 25 de octubre de 1977) entre las fuerzas políticas y sindicales como modo de salvar la situación. Javier Osés tenía, en ese sentido, una «receta» muy clara, a la que ya hemos hecho alusión: austeridad. De ahí que le produjera gran indignación la manera en la que vivían la mayoría de los españoles: Podemos preguntarnos cuál es nuestra reconciliación de las cosas: — cuando hay tantos latifundios, incluso sin cultivar, esas tierras gritan con dolor porque hay muchos que no tienen ni posibilidades de hacerlas producir; — si nuestro mundo tiene en su realidad actual la posibilidad de producir bienes abundantes para todos, pero millones de hombres están muriendo de hambre, las cosas gritan; — si la técnica ha llegado ya a tener posibilidades de dominar la Naturaleza, pero todavía hay muchísimas partes del mundo en que tantas personas son víctimas de las convulsiones de la Naturaleza, gritan las cosas; — cuando derrochamos el dinero en fiestas, comidas, bebidas, en lujos en las casas, en una competencia creciente, mientras otros siguen careciendo del mínimo vital, de lo más necesario, las cosas gritan. ¿No podemos ser más austeros? ¿No debemos serlo? — si a las cosas, a las instituciones no les damos su natural funcionamiento, por ejemplo, al Sindicato, al Municipio, a la diversión, a la docencia, a las Diputaciones, a las Hermandades… gritan las cosas.299

299 BOOH, 1, enero de 1974, p. 25.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Otra ocasión donde pudo visualizarse el carácter social de Osés tuvo lugar en la primavera de 1977, con motivo de las bodas de oro de uno de los colegios más importantes de la ciudad de Huesca, San Viator. Dicho centro escolar había sido bendecido por la propia Iglesia el 21 de octubre de 1926, en plena dictadura de Primo de Rivera. Había comenzando con tan solo 60 alumnos, aunque ya en noviembre de 1927 la cifra se había elevado hasta 172. En 1959 se había producido un traslado del colegio a otra zona, y, ya en el momento de su cincuentenario, el número de alumnos era de un millar. Osés asistió a la celebración de dicho aniversario el 15 de mayo de 1977 y allí entonó un mea culpa, criticando el muchas veces elitista carácter de la Iglesia: Con frecuencia nos hemos inclinado, hemos favorecido más a los que más pueden, a los que más saben, a los que más tienen, y hemos olvidado a los débiles y marginados del mundo y de la sociedad. Hemos discriminado. Y con frecuencia, también, hemos educado mal. Nuestras Instituciones han sido reproducciones de la sociedad clasista, y hemos educado para que esa juventud se integrase mansamente en la sociedad y siguiese sus pautas. No hemos educado para ser Iglesia de Jesucristo, hombres de fe y de conciencia crítica, hombres libres y capaces de liberar. Creo que nuestra sociedad se ha mantenido y reafirmado en su injusticia estructural, porque nosotros hemos colaborado a ello. Hoy otras ideologías, la sociedad, la juventud, critican a la Iglesia. Recojamos la crítica en lo que tiene de verdad.300

Por otra parte, el compromiso de Osés con la defensa de la igualdad resultaba bastante evidente. En relación con ello, debemos señalar que el prelado navarro trabajaba en una de las diócesis más generosas de España, como lo pondrían de manifiesto las diferentes campañas contra el problema del hambre en el mundo. En efecto, en la de 1977 la diócesis de Huesca recaudó 1 380 769,53 pesetas, superando en 54 887,03 la cifra del año anterior. Con relación al

300 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1977, p. 143.

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número de habitantes, lo recolectado daba una media de 16,32 pesetas por persona, lo que la colocaba en el quinto lugar de las diócesis españolas.301 De ahí que volviera sobre este tema en la Semana Santa de 1978, concretamente el Jueves Santo, centrando su discurso en un problema concreto, el paro: A esta hora, todas las Iglesias de la nación, región, provincia, ciudad, están llenas. Una gran multitud comulgaremos. Esto es una realidad, un dato estadístico, sociológico, innegable. Otra realidad, dato estadístico también: más de un millón de parados en la nación. Y voces autorizadas nos dicen que este paro es necesario si queremos superar la crisis. Si es así, algo muy grave está sucediendo en nuestro sistema, en un mundo irónicamente llamado de desarrollo. ¿Por qué? ¿Por qué necesitamos un daño tan grave como es el paro y que recae precisamente y más duramente sobre los más débiles de la sociedad? Y vosotros y yo vamos a comulgar en esta Misa. Es falsa la comunión si aquí hay hostias para todos, todos pacíficamente las comemos, pero luego nos quitamos unos a otros el pan, el trabajo, el medio de vida; en el fondo, la vida. Nos lo quitamos y fomentamos el paro: cuando se subordina este gravísimo problema nacional a intereses de partido o sindicato, cuando debiera ser el problema político, sindical, prioritario; cuando gastamos inmoderadamente: cuando ocupamos dos o más puestos de trabajo que pudieran ser vida para otros; cuando por buscar nuevas seguridades para el futuro, se invierte en bienes improductivos, llámense obras de arte, joyas, en lugar de invertir, aun con riesgo, en bienes que den trabajo y produzcan.302

En ese sentido, una de las grandes virtudes del prelado navarro fue su cercanía a la clase obrera, con la que Iglesia había tenido una relación tradicionalmente difícil. No resulta de extrañar que, por ejemplo, el 25 de abril de 1980 pronunciara una conferencia en el salón de actos del colegio Santa Ana de la capital oscense, orga-

301 Así se informó en BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1977, p. 177. 302 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1978, p. 85.

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nizada por los movimientos populares cristianos Júnior, Juventud Obrera Cristiana (JOC) y Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). La conferencia, que llevaba por título «Clase obrera y evangelización», sería recogida en una publicación de este último organismo.303 Pero, para Osés, la igualdad no se circunscribía a lo exclusivamente material. Uno de las cuestiones que más le preocupaban era la inferioridad de condiciones en que se encontraban las mujeres, comenzando por la propia Iglesia. En el otoño de 1980 afirmó: En la Iglesia, la mujer, y concretamente en nuestro caso la religiosa, debe encontrar un nuevo lugar. Un lugar nuevo en la Iglesia puesto que, al menos desde hace muchísimos siglos, y acaso nos tendríamos que remontar a la era apostólica, la mujer no lo ha tenido. […] No es ningún secreto el decir que la Iglesia no ha hecho suyas las posibilidades de la mujer en su servicio a la Iglesia y que hoy aún está muy lejos de hacerlo.304

El prelado navarro se quejaba de que eran muy pocas las mujeres que tenían responsabilidades más directas en organizaciones dentro del nivel parroquial; menos aún las que trabajaban en instituciones diocesanas, como podían ser los diversos secretariados, y menos las que se desenvolvían en el ámbito de las organizaciones nacionales de la Iglesia o de la curia romana. A su juicio, resultaba evidente que los varones poseían los mecanismos para fomentar ese dominio dentro de la Iglesia, ya que eran casi exclusivamente los adoctrinadores de la Iglesia, los que marcaban las corrientes de pensamiento en la comunidad cristiana y los que fijaban las líneas de cualquier acción pastoral. Por tanto, era el momento de abrir nuevas vías de acción para las mujeres, lo que él resumía en una serie de nuevos ministerios o servicios surgidos en la vida de la Iglesia: los catequistas, los animadores de distintos grupos y comunidades, los animadores de la pastoral vocacional, los monitores de grupos juveniles de Iglesia,

303 Osés (1980). 304 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1980, pp. 180 y 181.

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los grupos de pastoral sanitaria (que buscaban ser una respuesta al mundo de los enfermos y al de las personas de la tercera edad) y los servicios de Cáritas. Pero, independientemente de que hubiera de dárseles más responsabilidades, lo cierto era que ya en ese momento las mujeres, y más en particular las religiosas, estaban realizando una labor muy interesante: en las guarderías de niños, cuando no había quien pudiera ocuparse de ellos; en la atención a las personas mayores más desatendidas; en los clubes para personas de la llamada tercera edad; en la promoción humana de chicas y mujeres; en la catequesis de la infancia y adolescencia, o en la promoción de catecumenados de adultos y de escuelas de catequistas. Todo ello había dado como fruto, según Osés, lo siguiente: Para la gente del pueblo suponen, además, el descubrimiento de la utilidad y necesidad de la vida consagrada en la Iglesia. Las religiosas son un testimonio vivo de encarnación, de servicio y de opción por los pobres. Favorecen la desclericalización de la Iglesia, sobre todo si trabajan unidos seglares, religiosas y sacerdotes. Y, en algunos casos, en estos ambientes, han surgido algunas vocaciones a la vida religiosa, promovidas, al menos en parte, por este testimonio de las nuevas presencias de las religiosas.305

El 8 de marzo de 1983 Javier Osés fue invitado por el Ayuntamiento de Huesca a bendecir el llamado Comedor de Transeúntes. Situado en un edificio propiedad del Ayuntamiento, se habían habilitado los bajos cedidos por el Municipio y por la DGA. El resultado era un lugar provisto de calefacción y servicios, con un comedor capaz para un centenar de comensales, cocina, sala de visitas, despensa y despacho para el director, cuyo nombramiento recaería, por cierto, en una mujer. Estaba previsto que en el refugio fueran acogidos los transeúntes, tanto adultos como infantiles, acompañados de familiares. Allí se les daría comida y cena, además de que en el «refugio» allí habilitado podrían dormir aquellas personas que se encontraban sin techo que les cobijara. Algo muy necesario, sobre todo teniendo en

305 Ibídem, p. 186.

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cuenta, como recordó Osés, que el paro que había en ese momento resultaba bastante acusado.306 Hay que recordar que uno de los mayores logros de la gestión de Osés al frente de la diócesis de Huesca fue la integración de la comunidad gitana, tradicionalmente alejada de la Iglesia. Por ello, el 16 de marzo de 1984 el vicario general Luis García Torrecilla hizo públicas una serie de normas cuyo fin debía ser lograr una mayor coordinación entre las parroquias de la ciudad y la Delegación Diocesana de Pastoral Gitana. Según dichas normas,307 la diócesis afirmaba ser consciente de que había familias gitanas integradas con normalidad en la vida parroquial: cuando querían realizar una celebración, acudían como cualquier otro a su templo y a sus sacerdotes. Sin embargo, era cierto que otras familias se encontraban totalmente desconectadas de la parroquia y requerían, en consecuencia, un tratamiento pastoral más largo y realizado dentro de un contexto gitano. Ello llevó a la promulgación de una serie de normas que fueron divididas en procedimiento y jurisdicción. En lo referente al primero, se estipulaba que, si llegaba a una parroquia concreta el caso de una familia que se encontrara totalmente desconectada de la realidad eclesial, entonces los sacerdotes de dicha parroquia debían comunicarlo al delegado diocesano de Pastoral Gitana, o indicar a esa familia los pasos que tenía que dar para conectar con la Delegación Diocesana de Pastoral Gitana. Si, por el contrario, lo que sucedía era que a esta se le presentaba algún caso semejante sin haber pasado con anterioridad por la respectiva parroquia, entonces dicha delegación debería comunicárselo a los sacerdotes de esa parroquia. Una vez puestas en contacto la familia, la parroquia y la Delegación Diocesana de Pastoral Gitana, esta última se encargaría del tratamiento pastoral necesario: catequesis prebautismal para padres y padrinos, catequesis prebautismal de adultos, catequesis de primeras comuniones de adultos, catequesis prematrimonial, preparación del expediente matrimonial y celebraciones, si procedía, tanto en las propias parroquias, en día y hora convenida con los sacerdotes responsables de las mismas, como en el 306 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1983, p. 88. 307 Publicadas en BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1984, pp. 145-147.

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convento de la Asunción, si se diera alguna dificultad para la marcha normal de las parroquias. En lo referente a la jurisdicción, se advertía que no quedaba constituida una parroquia personal, sino que el delegado diocesano de Pastoral Gitana prepararía el expediente matrimonial, con conocimiento de la correspondiente parroquia. En caso de que hubieran de realizarse amonestaciones, estas se harían en la de la familia gitana: a tal efecto, el citado delegado diocesano facilitaría los datos para las proclamas. Una vez que fuera celebrado el bautismo o la boda, la partida se inscribiría en los libros de la parroquia correspondiente o en los de aquella en cuya demarcación se hubiera celebrado la boda. De hecho, dos gestos pusieron de manifiesto el deseo de Osés de lograr una auténtica integración de la comunidad gitana en la diócesis. Uno fue la creación de un sello para dar autenticidad a los documentos, con la leyenda «Delegación Diocesana de Pastoral Gitana. Huesca». Otro, la creación de una asociación, cuyo nombre sería Kamelamos y que, situada en la propia ciudad de Huesca, tendría como uno de sus integrantes al propio delegado diocesano de Pastoral Gitana. Avanzando en el tiempo, Osés volvió a dar nuevos testimonios de su anhelo de justicia e igualdad. El prelado navarro tenía muy claro que la lucha contra las diferencias socioeconómicas comenzaba por uno mismo. Por mucho que algunos atribuyeran a Dios la culpa de estas desigualdades, era el hombre el primero que lo permitía. En julio de 1984 escribió en Nueva España: Las gravísimas injusticias de nuestro mundo las podemos achacar, en parte, a la misma condición limitada del ser humano, pero, sobre todo, al mal uso de la libertad de decisión personal, pues la voluntad del hombre se pone contra Dios, a quien no obedece plenamente, sino que intenta supeditarlo a su egoísmo y vanidad personales o a su esclavitud a un falso concepto de progreso que acentúa nuestro humano afán de poseer, prescindiendo del mandato divino del amor, el diálogo y el compartir con los demás.308

308 Nueva España, 8 de julio de 1984.

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Y qué mejor para acabar con esas desigualdades que contar con los instrumentos para ello. Gracias tanto al Ayuntamiento de Huesca (que fue quien tuvo la iniciativa) como al propio Javier Osés, en noviembre de 1985 se produjo el establecimiento en la capital oscense de la Orden de San Juan de Dios. Fundada en Granada en el siglo xvi por san Juan de Dios con el fin de atender de manera desinteresada a los enfermos y marginados, hacía tiempo ya que se encontraba presente en Aragón, pero no en Huesca, sino en la sierra de Albarracín (Teruel). Consciente de la importancia de los hermanos de San Juan de Dios, Osés les pidió que atendieran el lugar donde dormían los que no tenían techo (el Refugio Nocturno Municipal). Tras aceptar estos, tres miembros de la orden fueron presentados por el propio Osés a los distintos grupos pastorales el 17 de noviembre de 1985, en un acto de acogida que tuvo lugar en la propia capital oscense.309 Por otra parte, Osés apoyó que el VIII Encuentro del Clero Aragonés tuviera como tema central el problema de la pobreza y marginación en Aragón, evento en el que estaría acompañado por los otros cinco obispos aragoneses y que se celebraría el 16 de mayo de 1989 en el Seminario Metropolitano de Zaragoza. Dicho congreso arrojó unos datos ciertamente preocupantes: uno de cada cinco aragoneses (el 20,4 %, es decir, unos 250 000 habitantes) vivían en el umbral de la pobreza. Esos porcentajes eran todavía si cabe peores en el caso de Huesca y Teruel, ya que, mientras Zaragoza se quedaba en el 19,4%, Huesca llegaba al 22,2% y Teruel, por su parte, al 23,3%. Los alrededor de 300 sacerdotes allí presentes se comprometieron a hacer llegar a los fieles, a través de Cáritas, estos datos que, sin ser desoladores, distaban ciertamente de ser positivos.310 Ya hemos señalado que una de las grandes virtudes de Osés fue su capacidad para transmitir por vía escrita sus opiniones. En ese sentido, uno de los más bellos textos que publicó durante su tiempo como obispo de Huesca, y que se dio a conocer a los oscenses en la Navidad de 1990, fue el titulado «El compromiso social de la

309 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1986, pp. 54 y 55. 310 Véase al respecto BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1989, pp. 115 y 116.

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familia». Se acercaba el fin de siglo y llegaba, por tanto, el momento de hacer balance sobre el mundo en que se estaba viviendo. Aun siendo interesante todo el texto, merece la pena destacar la última parte, centrada en los campos donde era posible ese compromiso social. Osés era muy claro: la sociedad necesitaba no pequeños cambios, sino transformaciones «estructurales». Transformaciones que debían afectar a cosas tan esenciales como la vivienda o el trabajo. La evidencia de que estos cambios habían de ser de gran calado era lo que le hacía mostrar su estado de ánimo más pesimista: En el fondo, y no lo podemos olvidar, hemos de reconocer que dentro del actual sistema neocapitalista, que es el nuestro, no es fácilmente pensable una solución digna, de carácter de bien común, a muchos problemas sociales. El sistema neocapitalista está a favor de unos intereses particulares, dejando de lado a los sectores más necesitados de la sociedad. En todo caso, los cristianos no podemos dar el visto bueno a este sistema, ni apoyarlo, aunque se diga que es el menos malo, sino que debemos, al menos y como mínimo, en los casos concretos, reclamar justicia ante la injusticia, sobre todo de los más débiles.311

Por si este párrafo no resultaba lo suficientemente polémico por la contundencia de las afirmaciones vertidas, a continuación venía otro que ponía de manifiesto el compromiso de Osés con una reforma seria de las estructuras de la propia Iglesia católica, a pesar de proceder de un catolicismo tan tradicional como era el navarro. Se resumía en una idea: las mujeres debían tener igualdad de derechos con los hombres, y esto es algo que debía alcanzar a la propia Iglesia. En otras palabras, Osés venía a preguntarse por qué seguía impidiéndose el acceso de la mujer al sacerdocio.312 Sin embargo, este documento no fue, por así decirlo, uno de los más arriesgados que publicó Javier Osés. En efecto, en la primavera

311 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1990, p. 248. 312 «Otro campo de este compromiso social “natural” para la familia es el de la lucha

por la igualdad de derechos de la mujer, tanto en la sociedad como en la Iglesia», recordaba el prelado navarro (ibídem).

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de 1991 hizo llegar a la revista Biblia y fe un artículo que seguramente acabó siendo muy perjudicial para su carrera eclesiástica, que de todas maneras, teniendo en cuenta que en casi quince años no había sido promocionado, daba la impresión de tener pocos visos de futuro en el sentido de un posible traslado. Pues bien, en este documento Osés vertía una serie de opiniones que de alguna manera podían vincularle a la tan polémica corriente de la teología de la liberación. Si no, veamos: A estas alturas de la historia de la humanidad, cuando nuestras sociedades, sobre todo de occidente, se vanaglorian de su progreso: cuando la proclamación de los derechos humanos ocupa el lugar principal en todas las Constituciones que rigen la vida de los pueblos y de las relaciones internacionales, parece que el problema de la justicia debería estar fundamentalmente resuelto. Y sin embargo, hemos de reconocer con rubor y confesar con vergüenza que las flagrantes injusticias conviven con las sonoras proclamaciones de defensa de los derechos humanos y de la dignidad de las personas. Hemos llegado hasta tal punto que ya ha quedado oficialmente constituida en nuestro mundo la división entre Primer y Tercer mundo, países del Norte y del Sur. Y dentro de las sociedades de la opulencia, hemos creado lo que llamamos el Cuarto Mundo, el colectivo formado por los sectores de la marginación derivada de las grandes injusticias sociales de los países ricos. Pero no podemos, llevados por el fatalismo, dejar que la injusticia quede definitivamente instalada.313

¿Cómo solucionar toda esta situación de opresión? Osés era claro y rotundo: En un mundo dominado por tantas y tan graves injusticias y violaciones de derechos humanos fundamentales, la salvación traída por

313 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1991, pp. 75 y 76.

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Jesucristo debe ser manifestada por los cristianos, sobre todo, en una de las categorías usadas por el Nuevo Testamento: la liberación. Liberación integral del hombre y de todos los hombres. Los hombres de nuestro tiempo no dan apenas crédito a las palabras y mensajes, si no aportan realmente liberación de los males que aquejan al hombre. Con esta actitud tiene mucho que ver el desencanto de esta generación postmoderna, escéptica ante los grandes relatos y elocuentes discursos, las promesas incumplidas y las utopías tan maltratadas. El hombre actual quiere hechos concretos y que realmente sean compromiso a favor del hombre, de su liberación, de una mayor justicia social y defensa más decidida de los derechos humanos. […] Es la hora de prepararse a ser perseguido a causa de la justicia. […] Nuestras comunidades y parroquias deberán plantearse su programación pastoral contando, en primer lugar, con los más pobres y marginados de sus respectivos ambientes y teniendo presentes a los pobres del mundo. Planteamiento difícil, que exige mucho valor, que no será bien visto por algunos de los bienpensantes de las comunidades cristianas que lanzarán al viento los interrogantes de la sospecha.314

Eso sí, a diferencia de los planteamientos más radicales de la teología de la liberación, hay que decir que Osés nunca apeló a la violencia como medio para lograr los fines deseados. Rebeldía y lucha contra la injusticia y la opresión, sí; violencia o lucha armada para lograr los fines deseados, nunca. Este texto nos pone en relación con la constante pugna que mantuvo con la sociedad de consumo desaforado en la que le tocó vivir, especialmente a partir de la superación de la crisis económica de los años de la Transición. Decimos pugna porque fueron numerosas las ocasiones en las que denunció ese consumo que devoraba a la sociedad española. A comienzos de 1980 aseguró que en España se vivía en un

314 Ibídem, pp. 89 y 90.

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mundo obsesionado por el tener, por el figurar. Nuestra sociedad de consumo busca, antes que nada, tener y mide el ser por el tener. Esto lleva a nuestra sociedad a conseguir tal fin por todos los medios, incluso usando a las personas, por ejemplo, en la explotación del hombre por el hombre, en la explotación del sexo. Esta sociedad ha dado origen al hombre consumista, producto de la sociedad de consumo, al que la propia sociedad, mediante una publicidad perfectamente organizada, va modelando. Este hombre, así modelado, va creándose nuevas necesidades de manera que, para él, lo superfluo se convierte en necesario y lo necesario en indispensable: los fines de semana, los viajes, las vacaciones costosas, etc. La sociedad así organizada va estableciendo unas leyes y unas actitudes propias, como son la ley del uso ilimitado del dinero, la del afán sin medida de tener más. Esta sociedad constituye al yo personal en el centro de la vida, de manera que todo lo demás y todos los demás sean para mí. Esta sociedad tan radicalmente egoísta que se destruye a sí misma necesita un signo cristiano.315

Mientras, en la Navidad de 1991 llegaría a decir con gran contundencia, utilizando por cierto expresiones poco habituales en un hombre de su finura: Hoy es la gran fiesta de Navidad, día para el recuerdo, la vivencia y la celebración del nacimiento del Hijo de Dios. A este Hijo de Dios lo reconocemos, por la fe, en ese Niño frágil y pequeño del pesebre. Él es el Salvador del mundo y el Dios con nosotros. Esta es la Navidad en su más limpia autenticidad, libre de la escoria consumista y publicitaria con que, a veces, la envolvemos y desfiguramos. […] Ante el Dios nacido, sentimos necesidad de felicitarnos, porque en nuestro mundo, a pesar del cúmulo de miserias y egoísmo humanos, está el Hijo de Dios, hecho hombre, como nosotros.316

315 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1980, pp. 81 y 82. 316 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1991, p. 231.

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No resulta de extrañar, así, que fuera con Javier Osés en Huesca cuando tuvieran lugar en la capital altoaragonesa (7-9 de mayo de 1993) las Jornadas Nacionales de Teología de la Caridad. Dentro de ellas hubo un elenco de participantes muy importante, tanto en cuanto número de participantes (unos 350, pertenecientes a su vez a 40 diócesis españolas) como en cuanto a su grado de preparación (entre los ponentes se encontraban figuras del prestigio de José Antonio Biescas, catedrático de Estructura Económica de la Universidad de Zaragoza, o José Vicente Eguiguren, presidente del Secretariado de Cáritas Latinoamericana y del Caribe). De allí salió una declaración final cuyos párrafos más sobresalientes son los siguientes: Constatamos que la pobreza y la exclusión son fenómenos colectivos crecientes en nuestro mundo contemporáneo, que condenan a millones de seres humanos a vivir en condiciones que atentan gravemente a la dignidad humana. […] La pobreza es un fenómeno estructural generado y propiciado por nuestros sistemas económicos y sociales. A pesar de que nuestra sociedad es capaz de producir recursos suficientes para todos, en su seno se mantienen y consolidan situaciones de exclusión. Esto, además de demostrar la incapacidad de la sociedad para incorporar a todos sus miembros, desvela un grave problema de insolidaridad. […] Es necesario generar en el conjunto de la sociedad una nueva cultura de la solidaridad que persiga la superación de las desigualdades sociales y cuyo objetivo prioritario sea la inserción de los colectivos más desfavorecidos.317

Y es que el compromiso de Javier Osés con la realidad temporal que le rodeaba fue siempre muy importante. De hecho, algo poco habitual en medios eclesiásticos, permitió la publicación de un manifiesto titulado «Día del Mundo Rural (Grañén-Monegros)», que, aunque elaborado por trece grupos de cristianos pertenecientes a nueve pueblos de dicha zona pastoral, abordaba de lleno la realidad

317 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1993, p. 100.

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política, económica y social de esa región del Alto Aragón. El manifiesto, dado a conocer el 8 de mayo de 1994, informaba de problemas tan graves en la zona como el paro, la escasez de servicios y comunicaciones o el propio despoblamiento y envejecimiento de los pueblos de la comarca de Monegros. Pero aún más llamativas eran las denuncias, con la Administración como objeto central de las críticas. Los firmantes del manifiesto, además de realizar autocrítica por sus «actitudes de individualismo egoísta, irresponsabilidad y falta de valores en la familia», se quejaban de lo siguiente: Que no nos escuchan. Que solo se acuerdan de nosotros para contar nuestros desastres, y en las elecciones. Falta de preocupación por las necesidades del mundo rural. Secuelas de corrupción en el mundo rural, en el enchufismo y amiguismo que se da en él. La concentración de servicios y fuentes de riqueza en los pueblos grandes, en detrimento de los núcleos pequeños.318

Si al realizar las denuncias existía una parte de autocrítica, igual sucedía con las exigencias. Los firmantes reconocían que debía haber a partir de entonces un mayor compromiso por parte de ellos en lo que se refería a la solidaridad, la responsabilidad, la participación y la constancia en los problemas, situaciones y futuro de los pueblos y de la zona. Respecto a los poderes públicos, a estos se les pedían medidas para frenar la emigración en el mundo rural, así como acercar las instituciones a los ciudadanos y fomentar la creación de asociaciones, cooperativas o sindicatos que, en definitiva, sirvieran de punto de apoyo para la solución de los problemas. Además, se exigían las siguientes condiciones: Un trato de igualdad con toda la población; pagamos los mismos impuestos y exigimos los mismos servicios. Que cumplan las promesas con claridad y honestidad. Que no confundan los derechos de los hombres y mujeres del mundo rural con la moda ecológica actual. 318 BOOH, 6, 7 y 8, junio-julio-agosto de 1994, p. 153.

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Que se lleve a cabo una política agraria que facilite la permanencia digna de hombres y mujeres en el mundo rural.319

Dentro de aquella década de los noventa, una de las iniciativas sociales más notables, no ya a escala de la diócesis de Huesca, sino del propio país, fue la promovida por la llamada Plataforma del 0,7%. Dicha plataforma exigía al Gobierno español que todos los años diera para proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo el 0,7% de su Producto Interior Bruto. Osés quiso aportar su granito de arena a este proyecto y por ello animó a sus diocesanos a fomentar dicha plataforma, recordando que tanto cristianos como no cristianos debían estar unidos en aras a la consecución de un mismo fin, un mundo más justo y más igual: Por fin está encendiendo la luz un grupo de hombres y mujeres, muy conscientes de la terrible injusticia con el Tercer Mundo, que nosotros la mantenemos y de la que somos directamente causantes y culpables; y han puesto manos a la obra. Me atrevo a decir que aunque en la Plataforma haya personas que no sean creyentes, todas ellas están cumpliendo la verdad del mandamiento cristiano: amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser. Con un amor así, tan concreto, vivo, real y sincero, van llegando a unas metas que hasta ahora, al menos en un nivel tan amplio y de tan hondo calado, no habíamos conocido. Y lo admirable y original es que piden, sufren y se mueven por los otros, no para sí mismos. […] Defensa de derechos en la que están apiñadas personas de toda clase, edad y condición; de toda ideología y religión, pero que se sienten vinculadas por una causa común que no admite sombra de sospecha: el salvar la vida de los más pobres y empobrecidos de la tierra.320

En relación con lo señalado anteriormente se encontraba el problema de la tolerancia, algo que se daba por hecho que existía sin ningún tipo de cortapisas pero, en realidad, a juicio de Javier 319 Ibídem, pp. 154 y 155. 320 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1994, pp. 267 y 268.

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Osés, distaba bastante de ser así. Para el prelado navarro, tolerancia era, en esencia, admitir sin ningún tipo de reparos lo que fuera o se percibiera diferente de cada uno. Así, él consideraba que había una serie de actitudes y comportamientos «preocupantes» de intolerancia que, de alguna manera, constituían la antítesis de la tolerancia: Somos intolerantes cuando no aceptamos a los extranjeros que vienen de sus países pobres en busca de solucionar el problema de su vida y la de su familia, porque su presencia nos quita puestos de trabajo y porciones de nuestro bienestar. ¿Qué pensamos cuando a los emigrantes españoles los tratan de esa manera? Manifestamos intolerancia cuando expresamos nuestro rechazo a los que no son de nuestra raza o cultura, como son los venidos de África, los gitanos, ante quienes adoptamos unas actitudes iniciales de prevención y en nuestra mente, proyectos y normativa los situamos fuera porque amenazan nuestras posiciones adquiridas en el disfrute de bienes. O cuando a los enfermos de SIDA, a los presos, no queremos verlos en los espacios de nuestra sociedad, sino pedimos que los alejen a otros lugares con tal que no sean los nuestros. O cuando pensamos que somos de raza superior o que nuestra posición social nos sitúa en otro nivel o cultivamos nacionalismos excluyentes. Reconozcamos que estos hechos y situaciones son, entre nosotros, el pan de cada día.321

Pero la preocupación de Javier Osés por los problemas sociales no era solo pura retórica. El obispo de Huesca puso reiteradas veces de manifiesto que, siempre que le fuera posible, colaboraría en la tarea del desarrollo para intentar lograr esa igualdad tan anhelada y que todavía estaba muy lejos de lograrse. Así, cuando fueron presentados tres proyectos de solidaridad al Consejo Diocesano de Pastoral el 20 de mayo de 1995, los tres fueron resueltos de manera favorable y con una donación conjunta de un millón y medio de pesetas, can-

321 BOOH, 2, marzo-abril de 1995, pp. 39 y 40.

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tidad que, para una diócesis con tan serios problemas económicos como la de Huesca, debía ser especialmente valorada. Los proyectos, por cierto, iban destinados a países del Tercer Mundo, tales como Bolivia, la India o Nicaragua.322 También el problema de la inmigración volvió a ser tratado por Osés en sus diversos escritos. Y es que parecía que los españoles habíamos perdido la conciencia histórica, esa que recordaba que nosotros habíamos sido hasta hacía muy poco un país de emigrantes. Ahora España era un país rico que recibía a inmigrantes y que había dejado definitivamente atrás aquella pobreza desoladora que había marcado las décadas de los cuarenta y de los cincuenta. Debía recordarse, en ese sentido, que para quienes emigraban marcharse de su país constituía todo un sacrificio al que se veían abocados como consecuencia de la mala situación económica de su país de origen; en otras palabras: emigrar era en la mayor parte de los casos una cuestión de necesidad y no la materialización de un deseo. Por tanto, la comprensión había de ser la actitud fundamental hacia todos los que llegaban a nuestro país. Escribió Osés: Hoy emigran masivamente las gentes que no pueden encontrar en sus respectivos países una posibilidad para vivir con el mínimo de dignidad de la persona. Es el caso de muchas repúblicas de África, de algunos estados de Asia y de los países de América del Centro y del Sur. Emigran quienes no tienen trabajo, quienes no pueden vivir con unos mínimos de dignidad. Es lo que ha sucedido en España, país emigrante si los hay, saliendo en un tiempo hacia América y, en los años 60, hacia Europa. 322 El proyecto de la India, por ejemplo, se centraba en la construcción de un pozo de

unos 70 metros de profundidad en la localidad de Belur, en el estado de Kamataka (sur del país). Este pozo serviría para llegar a una fuente que, según los estudios oficiales de que se disponía, podía aportar entre 8000 y 10 000 litros a la hora, durante las veinticuatro horas del día. La institución receptora serían los padres carmelitas de la misión de San Miguel, y los beneficiarios, los alumnos que asistieran a la escuela de la misión, así como las personas que vivían y trabajaban en ella y unas 50 familias que vivían en su entorno. El proyecto, propuesto por la organización no gubernamental católica Manos Unidas, solicitaba un total de 418 000 pesetas. Véase al respecto BOOH, 3, mayo-junio-julio de 1995, pp. 103 y 104.

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Y es lo que ha sucedido en Europa, en la que millares de europeos han salido hacia América, sobre todo; pero con otra mentalidad: la de enriquecerse en los países donde el desarrollo económico estaba todavía en proceso rudimentario. Esto es un dato que no podemos olvidar a la hora de enjuiciar a los emigrantes que llegan hasta nosotros.323

Todo ello sin dejar de recordar, como haría a comienzos de 1999, que muchas veces la inmigración llegaba a los países desarrollados porque estos se habían dedicado a promover la desigualdad y el enriquecimiento sin límites aun a costa de millones de personas: Poder vivir en la propia patria es un derecho primario de toda persona. Pero ¿y cuándo en la propia patria no se dan las condiciones mínimas para poder vivir con dignidad? ¿Caemos en la cuenta de que el actual sistema económico y financiero está en manos de países ricos e industrializados y que las principales víctimas de este desarrollo son los países pobres, en vías de desarrollo, que se ven obligados a emigrar? ¿No somos nosotros los que, en buena parte, provocamos la emigración? Pero, además, ¿no abrimos las fronteras, de par en par y recibimos con todo lujo de honores y facilidades a algunos inmigrantes privilegiados, como son los deportistas de élite a los que se pagan fabulosas cantidades de dinero, mientras se cierran bruscamente las fronteras a los que no pueden vivir en su patria y están en situación extremadamente precaria?324

En definitiva, Javier Osés fue una persona plenamente comprometida con la promoción de la persona humana y con la pobreza evangélica. No pudo evitar dejar el mundo en claras condiciones de desigualdades, pero al menos aportó su granito de arena con una constante apelación a la solidaridad y a la generosidad para con los demás.

323 BOOH, 5, noviembre-diciembre de 1995, p. 184. 324 Diario del Altoaragón, 7 de febrero de 1999.

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Su visión de las cuestiones morales A pesar de la cantidad de complejidades que entraña el problema de la moralidad, Javier Osés nunca quiso rehuir este tema y, así, a lo largo de sus treinta y dos años de labor pastoral en Huesca, abordó problemas tan complejos como el matrimonio, la educación o el aborto. En ese sentido, Osés tardó muy poco en dar su visión acerca de este tipo de cuestiones, aunque la primera vez, o una de las primeras en que las hizo, no fue en relación con un tema estrictamente eclesial, sino más bien social: la objeción de conciencia. Consciente de que el Fuero de los Españoles (una de las llamadas siete leyes fundamentales,325 corpus legal del franquismo) consideraba un «honor» el servicio a la patria con las armas y de que, en virtud del Código de Justicia Militar (artículo 328), si una persona se negaba a portar dichas armas podía ser acusado de desobediencia, Osés decidió abordar el tema desde la perspectiva del tratamiento que históricamente había dado la Iglesia al problema de la guerra como modo de resolver los conflictos. En ese sentido, Osés recordó que el Concilio Vaticano II concedía y reconocía a los Gobiernos, una vez agotados todos los recursos pacíficos de solución, el derecho de legítima defensa, mientras la guerra no hubiera sido desarraigada de la humanidad (a); reconocía el servicio a la paz y al bien común de quienes se hallaban en el Ejército (b); tenía en cuenta el conflicto que podía existir entre la conciencia personal y una obligación legal impuesta indiscriminadamente a todos los ciudadanos (c); y señalaba que la objeción de conciencia no podía ser razón suficiente para eludir el servicio debido a la comunidad (d). Por ello, Osés pensaba que el servicio militar constituía una aportación al bien común, pero ciertamente no la única, porque, para ser un católico verdadero, no resultaba estrictamente necesario ostentar la condición de objetor de conciencia. En otras palabras, no había una incompatibilidad

325 En realidad, las Leyes Fundamentales no fueron siete sino ocho, pero no contamos

esa última, conocida como Ley para la Reforma Política (noviembre de 1976), porque supuso el fin de todas las anteriores.

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real entre ser miembro de la Iglesia y realizar el servicio militar o tomar parte en las Fuerzas Armadas: Aquí el problema fuerte es la «sinceridad del objetor», la veracidad que evite el abuso de quien ficticiamente quisiera convertirla en instrumento de presión política o de acción antigubernamental. Pero si en alguien se dan estas verdaderas motivaciones, estos no pueden identificarse ni recibir el mismo tratamiento que los simples desertores.326

Años después, Osés abordó otra polémica cuestión: el matrimonio. En efecto, el 12 de marzo de 1978 acudió al colegio Salesiano para pronunciar una intervención titulada «Matrimonio civil, matrimonio canónico». El prelado navarro comenzó refiriéndose a la socialización del matrimonio. Según el obispo, este no debía ser un condicionamiento sociocultural, sino una exigencia del amor humano, y de ahí se deducía, en razón a la publicación o celebración, el matrimonio canónico o civil. Así, reconocía que en España el Estado se preocupaba civilmente de un deber religioso, el de que todos los católicos contrajesen matrimonio canónico, impidiendo que accedieran al civil. Sin embargo, el problema estribaba en que, al casarse por la Iglesia, muchos españoles obraban contra su conciencia, simulando el sacramento y, en muchas ocasiones, profanándolo, lo que reducía el acto religioso a un mero acontecimiento civil. Por ello, Osés pensaba que, como mínimo, debía lograrse que la ley civil española reconociera el matrimonio civil opcional y que cada ciudadano pudiera elegir una u otra forma jurídica para casarse. Además, en relación con la inseparabilidad del contrato y del sacramento del matrimonio, quiso aportar varias soluciones. Una de ellas consistía en lo siguiente: pastoralmente era mejor que los católicos que no quisieran recibir el sacramento optaran por el civil, al que la Iglesia daría el mismo trato que al matrimonio de los infieles, aunque con esta diferencia, entre otras: el de los católicos se haría sacramento si estos mostraban después la intención de recibirlo.

326 BOOH, 1, enero de 1974, p. 17.

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Uno de los asuntos más controvertidos que hubo de afrontar Javier Osés durante su episcopado fue el debate y posterior aprobación de la ley civil del divorcio.327 Tras una dura pugna dentro de las filas del partido entonces gobernante (la UCD), en la que pudo observarse un agrio enfrentamiento entre la tendencia democratacristiana y la socialdemócrata, se impusieron las tesis de la segunda gracias a una crisis de gobierno que había llevado a esta a controlar el Ministerio de Justicia a través de la persona de Francisco Fernández Ordóñez. El proyecto finalmente aprobado destacaba por su flexibilidad y por su capacidad para facilitar la ruptura de la unión conyugal si alguno de los dos contrayentes así lo deseaba, provocando un gran disgusto en el conjunto del episcopado (no solo en el conservador, que había sido lógicamente el que mayor batalla había presentado a través del cardenal Marcelo González Martín). La mejor prueba de esto es que el propio Osés, que siempre se ubicaría dentro del ala aperturista de la Conferencia Episcopal, había publicado el 12 de julio de 1981 un artículo en Nueva España donde advertía a sus fieles: Ha llegado un momento de gran responsabilidad en el que el cristiano, una vez más, no puede identificar lo que puede ser legítimo o legal ante la sociedad civil con lo que es moral o legítimo ante Dios y ante nuestra conciencia. El divorcio, civilmente, es legal, pero quien libremente ha asumido la fe cristiana y quiere ser consecuente con ella, vive el marco de los valores que Jesús nos enseña en su evangelio, marco que es bien diferente al de una ley humana divorcista, pensada por los gobernantes para una sociedad pluralista, con ideologías diversas y aun opuestas. En todo caso, y eso no se puede olvidar, el Estado, en todo lugar y siempre, debe velar por la estabilidad de la familia como algo que forma parte esencial del bien común. Y eso lo afirmamos siguiendo las exigencias de la recta razón humana y no solo a impulsos de nuestra fe cristiana.328

327 Asunto que abordé en Martín de Santa Olalla (2001). 328 Nueva España, 12 de julio de 1981. También, BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de

1981, p. 148.

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La idea de Osés era clara: los cristianos debían defender la indisolubilidad del matrimonio como algo perteneciente a la enseñanza constante de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, los esposos cristianos habían de ser testigos de la indisolubilidad con un amor que maduraba de manera progresiva y que se hacía cada vez más sólido en función de su propio dinamismo. En otras palabras, los casados cristianos habían de aceptar las dificultades de la vida conyugal con realismo, pero habían de demostrar que, gracias a la fuerza de la fe, lo que era imposible para los hombres era posible para Dios. El obispo de Huesca volvía a incidir en la idea de que el sacramento en sí estaba muy por encima del mero acontecimiento social y que esa ley aprobada por el Gobierno debía ser respondida con una reafirmación del matrimonio como institución básica en las sociedades humanas: Quien esté decidido a ser fiel al seguimiento de Cristo, ha de vivir el matrimonio no como un mero acontecimiento social, o como una manera de situarse en la vida ciudadana, sino como un acontecimiento de su fe cristiana, que engloba todas las realidades humanas, y una de ellas es el matrimonio, pero que las trasciende y así las vive desde la profundidad y exigencia del evangelio. En una palabra, la nueva ley civil del divorcio debe ser una invitación a que nuestro testimonio cristiano a través de nuestra vida sea más claro en la vida familiar.329

Por cierto que, tan solo unas semanas después, el mismo diario (Nueva España) volvía a entrevistar a Osés sobre el tema del divorcio. Cuando el periodista encargado de realizar la entrevista le preguntó si la Iglesia, al oponerse a la ruptura de la unión conyugal, no corría el riesgo de quedarse por detrás de la evolución social, el prelado respondió de manera contundente y enlazando con los problemas de conjunto del ser humano: El proceso de evolución social no es siempre positivo; el progreso al que te refieres está deshumanizando al hombre. Todo lo que va

329 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1981, p. 148.

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viniendo de cara al futuro no es señal de progreso. Hay un verdadero regreso en cuanto a valores humanos. Los medios avanzados de los que disponemos se transforman en regreso al utilizarse contra el propio hombre. En la situación moderna el hombre se siente solitario y frustrado, y esto cuanto mayor progreso vamos adquiriendo. La Iglesia no se suma a ciertos tipos de progresos porque no los considera como tales.330

No obstante, Osés tuvo la honestidad de entonar un mea culpa en lo referente a opciones que aliviaran el problema planteado. Admitió que la Iglesia no aportaba soluciones definitivas ni eficientes. Lo dijo diáfano: «no sabemos cuáles tienen que ser».331 Tenía claro que estas no podían pasar solo por reconocer el fracaso y su irreversibilidad, y que además debía tenerse en cuenta que había muchos casos realmente difíciles y complejos. En ese sentido, el obispo tenía muy claro quiénes iban a ser los principales perjudicados por cada divorcio: Sin ninguna duda, los hijos. Los hijos sufren verdaderos traumas que difícilmente irán superando y que les supondrán un condicionamiento importante para toda su vida. Este es un punto triste por la problemática que plantea a aquellos que no tienen culpa alguna.332 Si dura fue su actitud respecto al divorcio, mucho más lo fue ante el aborto. Aunque lo hizo marcando distancias con respecto a algunos compañeros de episcopado, porque, en lugar de centrarse en condenar de manera total lo que suponía el aborto, quiso dirigir su discurso a los posibles remedios que evitarían el aborto. Ya en 1979 había dicho, mostrando su rostro más humano: tengo muy claro que la vida humana hay que defenderla por encima de todo; pero tengo muy claro también que quienes quieren abortar, o quienes quieren que el aborto se legalice, no lo hacen porque quieran la muerte de unos inocentes. 330 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1981, p. 172. 331 Ibídem, p. 173. 332 Ibídem, p. 174.

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Lo que habría que hacer es erradicar las causas y circunstancias que obligan o empujan a mucha gente a abortar. Por eso pienso que la Iglesia no sería justa en su condena moral del aborto, si afronta el problema solo parcialmente. Porque es un problema esencialmente concatenado a situaciones de injusticia, a discriminaciones sociales, a falta de recursos económicos, a una falta de planificación familiar sensata, que si lo miramos solo parcialmente, pues hacemos una defensa de la vida y una condena del aborto muy ambiguas. Si no metemos esta defensa de la vida en el contexto de todo lo demás que hay que defender, estamos haciendo demagogia. Por eso digo que lo veo con perplejidad, porque, personalmente, no me atrevo (ante una situación desesperada, desesperada) a afirmar que una persona que haga esto esté siendo un criminal. No me atrevo a juzgarla. Aunque yo, por principio, siento horror a todo lo que sea quitar una vida humana.333

Resulta por tanto evidente que Osés pensaba que en el fondo de todo este tema se encontraba una problemática de carácter económico y social. Lo que llevaría años después a Osés a recordar al Estado que, si este quería legalizar el aborto, debía al mismo tiempo poner los medios para que las mujeres que no lo desearan no se vieran obligadas a llevarlo a cabo. Ese mismo Estado que había amparado la posibilidad de abortar debía ser el que, en función de sus inmensas posibilidades, protegiera a la mujer embarazada y tratara a toda costa de evitar lo que la Iglesia veía como un asesinato: ¿Pero es que acaso el aborto no es un problema político y por tanto dependiente de los órganos legislativos del Estado? Sí que es un problema político, y de muy alta política, precisamente porque afecta de lleno al bien común que es el fin que justifica toda acción política. ¿Y no ha quedado fuera de duda que el poder temporal y, por tanto, el legislativo, tienen su autonomía e independencia propias? Ciertamente, pero las leyes no reciben su total legitimidad solo por el hecho de ser dictadas por la autoridad competente. Esa autoridad

333 Calzada (1979: 64 y 65).

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viene determinada en su actuación por el bien común que es un bien a favor de la vida humana.334

Así, Osés consideraba necesario reclamar, además con carácter muy urgente, unas medidas políticas de ayuda a la familia: de vivienda, sanitarias, laborales, de educación para una paternidad responsable, de atención a las madres solteras, etcétera. Sin embargo, el prelado navarro reconocía que dichas medidas no eran de por sí suficientes ya que las sociedades que las habían resuelto eran precisamente las pioneras en el aborto. Había también que poner en marcha actitudes personales y sociales profundas, ya que las personas estaban siendo víctimas de un concepto utilitarista de la persona, de ese consumismo que anteponía lo superfluo a la solidaridad con la vida humana (el tener más cosas antes que tener un hijo): en definitiva, de una libertad que no dejaba vivir al más indefenso. Lo que llevaba a Osés a enlazar el problema del aborto con el de la sociedad de consumo: Apoyemos con toda el alma los proyectos sociales en favor de un cambio para una mayor justicia e igualdad social, de lucha contra el paro, de defensa de la naturaleza y de apoyo a la ecología (¿no es la vida humana el supremo bien ecológico?). Pero no mezclemos tan nobilísimos proyectos con lo que son lacras de una concepción de la vida, burguesa, egoísta, antisocial, capaz de eliminar por intereses bastardos hasta la vida humana. Sí al progreso social, sí a la civilización, sí a la cultura que humaniza. Y un no rotundo a cuanto degrada al hombre, le impide ser persona y ser más persona, a cuanto es obstáculo para una sociedad más humana y más humanizadora. Construyamos al hombre, construyamos la sociedad. Es la política más noble, el servicio más leal, y es el deseo y proyecto de Dios sobre la humanidad.335

334 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1983, pp. 75 y 76. 335 Ibídem, pp. 76 y 77.

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Quince años después Javier Osés volvería a hablar del aborto, aunque, de una u otra manera, durante esos tres lustros nunca había dejado de referirse al tema. Sin embargo, las fuertes críticas que había recibido el documento de la Comisión Permanente336 de la Conferencia Episcopal El aborto con píldora también es un crimen (18 de junio de 1998) le habían obligado a manifestarse con especial contundencia. En efecto, el texto preparado por los obispos españoles había recibido fuertes críticas, pues se consideraba que era excesivamente duro e injusto y que constituía una injerencia política y un desprecio hacia la soberanía de los parlamentarios españoles, además de significar, a juicio de estos sectores, una actitud reaccionaria ante una sociedad que deseaba ser progresista. Ante estas acusaciones, Osés reconoció que el lenguaje del comunicado podía ser calificado de «duro», pero que mucho más dura era la realidad del aborto. Respecto a las acusaciones de injerencia en algo que correspondía a la clase política, recordando que España era un estado aconfesional, el prelado navarro se mostró igual de contundente. Y lo hizo con un discurso que resultaba muy sugerente como visión sobre las esferas de la Iglesia y el Estado: Hay que decir que la cuestión de la vida humana, el derecho a que sea respetada, es anterior a toda opción religiosa. La vida humana, su valor y dignidad, se nos impone por sí misma a todos, más allá de cualquier creencia o increencia, porque esa vida, aunque sea muy incipiente, no es algo, sino alguien. En un segundo momento, la fe religiosa puede aportar otras motivaciones para reafirmar su valor. Antes que cuestión religiosa, el aborto, el no matarás, es cuestión humana, de derecho humano básico, universal y fundamental. Y, aparte de que la Iglesia tiene derecho a enseñar su doctrina moral, hay que decir que los gobernantes, aun legislando para todos, tienen el deber de regirse siempre por el criterio de respeto al derecho básico fundamental como es el derecho a la vida.337

336 A la que él, por cierto, no pertenecía en ese momento, como veremos más adelante. 337 Diario del Altoaragón, 27 de septiembre de 1998.

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¿Y qué decir de aquellos que consideraban a la Iglesia como una institución contraria al progreso? El obispo de Huesca respondía no sin cierta ironía: La sociedad progresa en la medida en que apoya la vida digna, el bien integral de todas las personas, la convivencia en respeto, justicia, solidaridad y tolerancia, es decir, el bien común. Y retrocede cuando deja que los que pueden y tienen actúen según su libertad personal, al margen o abusando de los que no pueden o no tienen. Y en el aborto se actúa quitando la vida de un ser humano inocente e indefenso, lo cual es un gravísimo abuso. ¿No nos rebelamos, y con razón, ante un liberalismo económico basado exclusivamente en las leyes de una competencia libre, sin trabas, que busca el máximo de ganancias? ¿Y podemos promover impunemente un liberalismo total ante la vida humana inocente? Oponerse al aborto no es una tarea de retrógrados, un asunto de fundamentalismo religioso, un dogmatismo intransigente, sino la defensa de un derecho que está en la base de todos los derechos humanos fundamentales.338

En relación con todo esto se encontraba el problema de las relaciones sexuales y la posibilidad de utilizar métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados. Nosotros no tenemos acreditados testimonios de Osés sobre este parecer, pero el jesuita y periodista Pedro Miguel Lamet asegura, con motivo de una biografía sobre su compañero de orden (aunque luego exclaustrado) José María Díez-Alegría, que el prelado navarro había defendido la utilización del preservativo si la persona estaba decidida a mantener relaciones sexuales peligrosas. Según Lamet, este posicionamiento de Osés se había producido tras la puesta en marcha de la campaña del Ministerio de Sanidad y Consumo (cuyo titular era entonces Julián García Vargas) que llevaba por título Póntelo, pónselo y que se había iniciado en 1987, es decir, bajo el gobierno del PSOE.339 Años después Javier Osés volvería al tema del aborto. Lo hizo el 23 de octubre de 1994 a través de una «orientación cristiana» para 338 Ibídem. 339 Cf. Lamet (2005: 360).

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el domingo que se titulaba de la siguiente manera: «¿Podemos disponer de la vida humana?». Osés se mostraría extraordinariamente claro a la hora de definir lo que era el aborto: «una destrucción violenta, es decir, causar la muerte a un ser humano totalmente débil, indefenso e inocente, ante el que la única opción razonable, justa y moral es su defensa».340 Es más, frente a aquellos que consideraban que la clave se encontraba en definir si se trataba de una persona o no lo que había en el feto de la mujer embarazada, el obispo de Huesca recordaba que existía un inalienable derecho a la vida del niño recién salido del seno de su madre. En ese sentido, la personalización era, a su juicio, un proceso inaugurado en el momento de la vida concebida, no pudiendo cuestionarse su carácter, sus posibilidades y su destino de persona humana: Estamos haciendo duras, pero muy razonables críticas, a algunas propuestas de un liberalismo económico salvaje, pero ¿caemos en la cuenta de que reclamamos la misma libertad salvaje, insolidaria e irresponsable cuando reclamamos libertad para abortar? Pobre humanidad, triste civilización, si no logramos mantener como verdad inamovible, inserta en el ser humano, anterior a toda opción política y religiosa el que nadie puede matar a otro ser humano inocente.341

Por otra parte, Osés volvería a hablar sobre el problema de las uniones conyugales. Lo haría a través de una larga carta pastoral titulada «El matrimonio cristiano», que fue publicada en diciembre de 1984. Iniciaba este texto con una serie de consideraciones sobre por qué, en algunos casos, el matrimonio tenía ante sí un horizonte empobrecido. En primer lugar, parecía claro que había parejas de casados cristianos que polarizaban su existencia casi exclusivamente en torno a ellos mismos, a sus hijos o a su profesión, siendo el resultado un enclaustramiento en el llamado castillo familiar, des-

340 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1994, p. 223. 341 Ibídem, p. 224.

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conectándose de su entorno y de la amplia realidad social, a la que llegaban a considerar incluso como un peligro y una amenaza para su identidad como pareja, su felicidad e incluso la consistencia de su unión conyugal. Por otra parte, se daba el caso de matrimonios cristianos que vivían una relación cordial, gratificante y confiada con otras parejas con las que compartían una amistad sincera, pero, para Osés, dicha experiencia, en lugar de potenciar la apertura a la Iglesia y a la sociedad, lo que hacía era mantenerles alejados del compromiso de servicio a los demás, algo esencial para todo cristiano. De hecho, afirmaba que era posible detectar parejas de casados, de alguna manera insertados en alguna comunidad eclesial, grupo o institución, que habían convertido lo que debía ser una rica posibilidad de auténtica comunidad cristiana en un pequeño reducto cerrado o «gueto» que los distanciaba de una más amplia comunidad eclesial. El resultado era una especie de aislamiento del resto de la Iglesia. A su vez, había matrimonios que, en otras épocas, habían vivido compromisos apostólicos y sociales de una manera honrada e intensa, pero a los que, por razones muy diversas, según Osés, «las sucesivas frustraciones y la fatiga de la militancia» los habían replegado, «a veces con cierto fondo de amargura», al ámbito estricto de la intimidad familiar. Y también había matrimonios que, en la coyuntura social existente en ese momento, plagada de incertidumbres, interrogantes y problemas, eran víctimas de miedos que los paralizaban y les hacían encerrarse en sí mismos: tenían miedo al futuro y a las consecuencias de los profundos cambios que estaban ocurriendo, ya fuera en la vida social o en la eclesial. Desde esa perspectiva, se daban casos de esposos que se encontraban tan absorbidos en su trabajo profesional que solo dedicaban al cónyuge y los hijos, según Osés, «migajas de su tiempo y de sus preocupaciones», y que no dejaban margen en su vida para otros compromisos con la sociedad. Otro caso que Osés había detectado era el de parejas que vivían entusiasmadas con sus hobbies preferidos, los cuales les entretenían y liberaban de otras tensiones de la vida, pero, al mismo tiempo, los absorbían de tal manera que no les concedían espacio para prestar servicios continuados y sacrificados por los demás. Por último, resultaba posible entrever casos de parejas que vivían tan al exterior

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de su propia relación que, en ocasiones, lo hacían por el deseo de rehuir el encuentro personal en profundidad, o para justificar el miedo que tenían a encontrarse consigo mismos y en solitario con la verdad de su realidad interpersonal. Para Osés, el estilo de vida de estas últimas se encontraba mal planteado, en la medida en que no se hacía desde la pareja y para su crecimiento, sino como una simple huida o, quizá, porque la buena intención que en un primer momento habían tenido, se les había «desviado», y ahora vivían abiertos al ámbito exterior, pero desde la dispersión mutua y desde una falta de integración interpersonal. Todas estas situaciones reflejaban, según el obispo de Huesca, una misma realidad: el recorte de la vocación cristiana de los cónyuges, lo que en ese momento comenzaba a conocerse ya como privatización o reducción de la pareja. Dijo Osés: En todos los casos señalados se da una reducción del horizonte vital del matrimonio, reducción que impide el más pleno desarrollo de la personalidad y de la maduración de la pareja, tanto en el nivel humano como en el de la fe. Sin llegar ahora a la complejidad de un análisis detallado de las causas de este fenómeno, creo que lo debemos inscribir perfectamente dentro de las mismas razones que están configurando en nuestra sociedad un hombre «unidimensional», un hombre que tiene como meta de su vida el afincarse en la seguridad del bienestar que lo aísla egoístamente de la solidaridad con los otros hombres y que, de manera práctica, lo hace renunciar así a la superación y a la vivencia integral del matrimonio en toda la riqueza de sus múltiples dimensiones.342

¿Cómo podía superarse esa «privatización» del matrimonio? Pues, fundamentalmente, a través de la apertura, una apertura que debía dirigirse en cuatro direcciones: Dios, los otros, la Iglesia y el mundo. Así, Osés advertía del peligro que suponía vivir en una sociedad donde la principal pauta de comportamiento era el «tener»: había que «tener» para sentirse mejor y más seguros, para propor-

342 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1985, pp. 130 y 131.

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cionar más medios de bienestar y para reafirmarse más sólidamente ante los demás. Ese «tener» tomado como ideal de vida conducía de manera inevitable a la insolidaridad, siendo la consecuencia el paro, el hambre y la marginación. Todo ello coexistía con una de las grandes obsesiones de Osés: la carrera de armamentos, en un contexto todavía de guerra fría donde la gestión del presidente norteamericano Ronald Reagan (1980-1988) había levantado todas las alarmas. El prelado navarro lo tenía claro: si lo que se quería era dar testimonio de la fe en Cristo y hacer vivo el signo sacramental del matrimonio cristiano, entonces debía realizarse una denuncia de la sociedad positivista en la que en ese momento se vivía, una sociedad en la que todo se vendía, se compraba y tenía su precio: En un mundo que, a veces, se cierra por múltiples fronteras de egoísmos, los esposos cristianos han de proclamar la liberación integral traída por Jesús. Esto lo harán a través de la vivencia de su matrimonio que, por ser un Sacramento de la Nueva Alianza firmada por Cristo, es participación y expresión de la Pascua liberadora de Jesús. Los esposos cristianos, en consecuencia, han de ser testigos pascuales, esto es, unos testigos del paso liberador y salvador de Dios por sus vidas, de unas vidas siempre abiertas a todas las dimensiones del plan trazado por Dios.343

Años después, Osés quiso escribir sobre algo que ya nos resulta conocido: la socialización de los sacramentos. Dentro de su espíritu liberal y tolerante, pediría, ante todo, coherencia. En un artículo que se titulaba «La libertad religiosa frente a las primeras comuniones», el prelado navarro abordaría el problema de aquellos que se habían casado por lo civil y, sin embargo, luego querían bautizar por la Iglesia, es decir, aquellos que en un primer momento habían decidido prescindir de la Iglesia para luego acordarse de ella porque la necesitaban para una cuestión puntual. Osés se mostraba comprensivo con ellos y pensaba que podía haber varias razones para explicar este comportamiento. Una era que esos padres hubieran 343 Ibídem, pp. 141 y 142.

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sentido con posterioridad a su casamiento algunas inquietudes de fe: si eso era así, entonces estos padres debían proseguir el camino de su clarificación personal y, si un día llegaban a una cierta aceptación de la fe de la Iglesia, entonces la recepción sacramental del matrimonio por parte de los padres era el paso previo normal a la petición del bautismo de su hijo. Otra razón que explicara este extraño comportamiento podía ser que los padres, no teniendo fe, hubieran visto esta como un bien para sus hijos. Osés entonces se preguntaba cómo educarían a su hijo en la fe cristiana, si ellos no la vivían. Había que tener en cuenta que, según el prelado navarro, los hijos no hacían otra cosa sino imitar, normalmente a sus padres. Por ello, debía recordarse que uno de los principales compromisos que contraían los padres al solicitar el bautismo para su hijo era educarlo en la fe: ¿confiarían, sin poner traba alguna, el cuidado y la maduración de la fe de su hijo a algún familiar y, también, a la parroquia? Una tercera razón era que los padres sintieran la presión social y la fe de la propia familia, o que, sencillamente, «barruntaran» o temieran para el hijo alguna clase de marginación en un ambiente donde la práctica totalidad de los niños habían sido bautizados. En relación con ello, Osés reconocía que la libertad religiosa era todavía un asunto de gran precariedad en la sociedad española, a pesar de lo cual volvía a exigir coherencia: A la hora de prescindir del matrimonio de la Iglesia, algunos esposos vencieron el respeto humano, casándose solo por lo civil. Pero ahora, ante el Bautismo de su hijo, algunos de esos mismos esposos y padres se dejan dominar por la presión social. A la Iglesia nos duele mucho esta falta de coherencia, y debería dolerle asimismo a toda la sociedad, porque, en este caso, el derecho humano social a la libertad religiosa queda lesionado en lo que afecta a la Iglesia. Las posturas transparentes favorecen a todos: las ambigüedades, especialmente en cuestiones tan importantes, son un daño positivo para la Iglesia y para la sociedad.344

344 Diario del Altoaragón, 10 de abril de 1988.

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A comienzos de 1991 Javier Osés volvía a mostrar su radical oposición a tres problemas existentes en diversas naciones del mundo: la pena de muerte, el aborto y la eutanasia.345 Los dos últimos era posibles localizarlos en algunos países de Europa, como la progresista Holanda, mientras que el primero había sido erradicado dentro del conjunto del mundo occidental, a excepción de Estados Unidos, donde a finales de 2005 se había sobrepasado ya el millar de ejecutados. No podemos olvidar, antes de cerrar este epígrafe, la importante actuación que Javier Osés tendría dentro del terreno de la moralidad como presidente que fue, durante seis años (1984-1990), de la Comisión Episcopal de Pastoral. Al tener que abarcar una cuestión tan importante como la de la salud, iría dando pautas, junto con sus compañeros de comisión, sobre la actitud de los cristianos ante temas morales fundamentales (por ejemplo, la eutanasia). Pero de todo esto hablaremos más adelante, en un apartado dedicada específicamente al papel de Javier Osés dentro de la Conferencia Episcopal Española.

Javier Osés ante los problemas de la Iglesia del último cuarto de siglo El Concilio Vaticano II supuso una importante convulsión en el seno de la Iglesia católica universal (en la que España no fue ni mucho menos una excepción)346 que desató muchas incógnitas. Una de las principales novedades que el Concilio aportó fue la potenciación de un diálogo más directo entre el obispo y su clero, siendo interesante, en ese sentido, la apuesta clara y decidida de Pablo VI por la figura del sencillo pastor, en la que Javier Osés encajaba de pleno pero que no era muy del gusto del régimen de Franco,

345 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1991, p. 5. 346 Merece la pena al respecto leer con detenimiento el libro Réquiem por la cristiandad.

El Concilio Vaticano II y su impacto en España (Raguer, 2006), una brillante síntesis sobre el desarrollo del Concilio y cómo fue percibido este en España.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

más partidario de obispos autoritarios que marcaban las distancias con su clero y con sus fieles. A diferencia de cuestiones anteriores, el prelado navarro tardó un tiempo relativamente largo en manifestarse sobre los problemas eclesiales. De hecho, debemos avanzar hasta diciembre de 1978, en que le fue enviada una encuesta del Instituto de Vida Religiosa de Madrid cuyo tema central eran los problemas de la vida religiosa. Cuando le preguntaron cómo veía a los religiosos en ese momento, él contestó que «como en lucha», entre la «búsqueda ansiosa y el desconcierto». Consideraba que ellos estaban haciendo esfuerzos por reinterpretar, dentro del nuevo contexto sociocultural, tanto la vida religiosa como el carisma propio de su instituto, lo que daba lugar, entre los religiosos, a una dispersión que tenía, como positivo, el afán de búsqueda, y como negativo, el que algunos de ellos quisieran inventar desde la raíz la vida religiosa. Da la impresión de que su visión sobre los religiosos era, en líneas generales, más negativa que positiva, reafirmando la tradicional rivalidad entre la Iglesia secular y la regular. Osés reconocía que los religiosos habían sido, entre otras cosas, un puntal que mantenía el vigor de la Iglesia y que estaba suponiendo en ese momento un notable impulso dentro del camino de la renovación eclesial. Sin embargo, les hacía cinco críticas bastante duras: el haber tenido en algún momento más miedo que amor al mundo y más sentido de lo individual que de lo colectivo o social (1), el haber buscado con frecuencia el fortalecimiento de la propia institución antes que la entrega a fondo perdido (2), el no haber estado siempre presentes al servicio de los grupos y sectores más marginados (3), el haber puesto cierta prioridad en los intereses del propio instituto religioso antes que en los del bien común y de la Iglesia universal (4) y el no haber sido, en la Iglesia y en la sociedad, factor de promoción, liberación y progreso, sino más bien «apoyatura a situaciones de injusticia y de discriminación» (5).347 En el siguiente número del boletín diocesano volvió sobre el tema para exigir a los religiosos colaboración y obediencia, algo que debían hacer desde la comprensión y no desde la obligación: 347 Véase al respecto BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1979, pp. 25-29.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

El obispo es el primer responsable del crecimiento interior y exterior de su Iglesia. No es posible edificar la Iglesia particular más que en referencia al obispo que, como sucesor de los apóstoles, es el centro de la unidad y comunión de la Iglesia en Cristo. La acción del obispo es, a la vez, acción en la Iglesia diocesana y acción, por medio de la colegialidad, en la Iglesia universal. Dentro del ministerio de la Iglesia, el ministerio de los obispos encarna la estructura jerárquica de la Iglesia. Y la vida religiosa encarna la estructura carismática. Son dos realidades distintas, complementarias y ambas necesarias, pero no son antagónicas ni paralelas. Por todo lo cual, las relaciones entre los obispos y los religiosos no se han de poner primariamente en un contexto jurídico de derechos y deberes, sino en un contexto de comunión y de amor. Para afirmar así, desde esta comunión, la libertad y dignidad de los religiosos, que han de ser vividas dentro de la Iglesia, cuyo primer responsable es, en la diócesis, el obispo.348

Poco después, y dentro de esta misma línea, Javier Osés hizo una reflexión muy interesante sobre la realidad eclesial, en una pastoral que recibió el título de «Avances, tentaciones y perspectivas para la Iglesia en 1980». Su disquisición se dividió en tres partes: avances, tentaciones y perspectivas de la Iglesia. En lo referido a los avances, Osés se encontraba particularmente satisfecho por lo que él veía como un progresivo y notable crecimiento de la Iglesia-comunidad. Según el prelado, eran cada vez más los seglares, religiosos y religiosas que participaban en la corresponsabilidad de las parroquias, en los proyectos y en las decisiones pastorales. En muchos ambientes, para Osés, el clericalismo va cediendo notablemente y el sacerdote va descubriendo lo hermoso que es ser hermano en la fe, que anima a los otros y se siente animado, que tiene derecho a tener sus desalientos, pero que los otros saben confortarle. Y surgen también innumerables comunidades, que no han nacido al abrigo de la parroquia, pero que son comunidades cristianas a las que las parroquias ya no miran con recelo, como si fuesen rebeldes y poco ortodoxas.349 348 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1979, pp. 50 y 51. 349 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1981, p. 15.

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Así, el prelado observaba «notables» avances en los ministerios dentro de la Iglesia: ya no había exclusividad para el ministerio apostólico o sacerdotal, sino que en las comunidades se descubría el sentido de los ministerios como respuestas que el espíritu suscitaba en la Iglesia. Es más, «acaso un poco con la boca pequeña» (palabras textuales suyas), Osés pensaba que la Iglesia comenzaba a superar las distancias surgidas de una jerarquización mal entendida: ahora había más diálogo, respeto y decisión conjunta, y menos imposición. Otra de las cosas de las que se congratulaba el obispo era el crecimiento del número de comunidades cristianas que iban purificando su opción por los pobres y las clases populares. En dichas comunidades, los planteamientos personales y comunitarios partían de esa misma opción, observándose un creciente sentido misionero, es decir, un aire de apertura al mundo y a los alejados. Y, en su caminar, los afanes de conquista se han convertido en testimonio humilde, personal y comunitario del evangelio, desde la base y desde la vida. En muchos ambientes predomina la idea de una Iglesia fermento sobre la de Iglesia multitudinaria y bien organizada. Y, para mí, esto es muy positivo.350

Para Osés, otro de los desafíos de la Iglesia del posconcilio era superar de manera progresiva el antagonismo evangelización-sacramentos: él tenía la impresión de que se estaba avanzando en este terreno. La tentación de la Iglesia era que, por el noble deseo de ser profética, se redujera a una Iglesia de solo «la Palabra»: ahora, según el obispo, estaba comenzando a enriquecerse con la dimensión celebrativa de la fe y, lo más importante, con el compromiso. No obstante, él aseguraba encontrarse preocupado por el hecho de que el sacramento de la reconciliación estuviera todavía «muy en la penumbra» dentro de la vida de muchas comunidades cristianas. Dijo: En la vida de los grupos eclesiales hay algunos indicios de diálogo, aunque todavía se dan maneras de vivir la fe muy diversas y casi opuestas.

350 Ibídem, p. 16.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

A mi modesto entender, ha habido más progreso de los que vivían un compromiso cristiano fuerte hacia la celebración de la fe, que de los que viven una espiritualidad muy marcada hacia aperturas al compromiso. A estos les veo aún demasiado espiritualistas.351

Porque una de las cosas más importantes es que, frente a etapas pasadas, se veían cada vez con mayor claridad las diferencias entre lo que eran los espacios de la Iglesia y lo que eran los espacios del compromiso sociopolítico. Junto a otros elementos positivos, como el sentido de la gratuidad de la fe o el gozo de la vivencia y celebración cristiana, Javier Osés se encontraba especialmente satisfecho con el hecho que se comenzara a aceptar, además de una manera serena, los fallos de la Iglesia, sobre todo por parte de aquellos que desempeñaban en ella el ministerio jerárquico: Ya no se va viendo esta realidad como el obstáculo definitivo para el anuncio del evangelio. Y, en el fondo, a la desmitificación de los obispos va siguiendo la del papado, pues hay una inteligencia más exacta de lo que es el Papa, de lo que es su magisterio, de lo que es el sentido de la comunión con él dentro de la Iglesia. Hoy el papado y el episcopado ya no polarizan tanto las conversaciones de los militantes cristianos.352

En esa Iglesia que se iba haciendo cada vez más humilde, que era cada vez «menos señora y más servidora», y donde ya no se hacía «tanto recuento de sus victorias», surgía cada vez con más fuerza el descubrimiento del Evangelio. Lo que no evitaba vislumbrar nubarrones en el horizonte. Una serie de tentaciones que él interpretaba como «incitaciones del Maligno». Entre ellas estaba, por ejemplo, la tentación de una Iglesia que se replegaba, una Iglesia a la que le daba miedo un mundo tan complicado: una Iglesia, en definitiva, que no acertaba a vivir en un mundo secularizado y que se refugiaba en su propia religiosidad. Era evidente, para el obispo, que existía

351 Ibídem. 352 Ibídem, p. 17.

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la tentación de ser una Iglesia que renunciaba al profetismo para vivir con menos complicaciones y riesgos. Pero esa no era la única «tentación». Podía citarse, entre otras, la de cuidar la verdad como ortodoxia, pero sin poner el mismo empeño en que esa verdad fuera praxis, como necesariamente debía ser la verdad de Cristo; el valorar la ley como letra, pero asustarse ante la ley del espíritu; el vigilar más los errores que el impulsar las iniciativas; el vivir tranquila con quienes no creaban problemas antes que aceptar el riesgo de quienes la interpelaban y le exigían; el sentirse satisfecha, porque se llenan los templos y los santuarios, pero el no sentirse inquieta, el no inquietarse, porque el mundo obrero, el intelectual y el cultural no sean evangelizados.353

Así, la parte final de su pastoral se centraba en las perspectivas de futuro para la Iglesia, en lugares hacia los cuales debía caminar la institución. Citaba, en primer lugar, la posibilidad de crear una alternativa de relaciones humanas, basadas en la igualdad y la fraternidad, «ante un mundo egoísta y explotador de la persona». En segundo lugar, hacía una llamada a la austeridad en beneficio de los que sufrían más las consecuencias de la actual crisis económica. En directa relación con ello había de percibirse, en tercer lugar, el paro como mayor problema del momento, o, al menos, un «grandísimo problema» no solo para la sociedad, sino también para la Iglesia, debido a las tremendas consecuencias y a los valores y contravalores que implicaba. En cuarto lugar, tenía que acentuarse el sentido misionero (potenciar el sentido de una Iglesia abierta totalmente al mundo), así como, en quinto lugar, sentirse y vivir en solidaridad con el Tercer Mundo: la Iglesia había de estar unida a la opción por los sectores marginados de la sociedad. En sexto y último lugar, debía aceptarse la cruz, teniendo en cuenta que muchos sectores de la Iglesia habían admitido ya la encarnación en el mundo, y debía descubrirse el signo de esa cruz a través de tantas contradicciones y tensiones como había en el mundo en ese momento.354 353 Ibídem, p. 18. 354 Ibídem, p. 19.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

Como la mayoría de sus compañeros en el episcopado, por no decir la totalidad de los mismos, Osés se encontraba francamente preocupado por el alarmante descenso de las vocaciones sacerdotales, cuya principal consecuencia era un vaciamiento de los seminarios y un progresivo envejecimiento del clero. Era difícil encontrar la manera de solucionar un problema de esa dimensión, para lo cual había que comenzar por detectar las causas. Así, el prelado navarro pensaba que una que resaltaba con especial atención era el sentido de autonomía de la libertad personal, que había sido llevada al extremo de defender la libertad como un valor absoluto, como algo que no solo era de cada uno, sino exclusivamente para ese uno. Ese excesivo sentido de la autonomía afectaba no solo a las vocaciones sacerdotales, sino también al matrimonio. El 13 de mayo de 1984 escribió en Nueva España: El hecho real es que, en nuestra sociedad, hay miedo a los compromisos de por vida, porque se tiene la impresión de que dejamos ya nuestra libertad definitivamente hipotecada. En consecuencia, hay miedo al matrimonio sacramental, a la vida sacerdotal, a la vida consagrada. Junto a estos factores que pueden darse en estos planteamientos y situaciones, hemos de reconocer que nos falta perspectiva de fe cristiana. Si hemos escogido la vocación al matrimonio o al sacerdocio o a la vida consagrada y lo hacemos con un mínimo de discernimiento, pero apostando fuerte por Dios, deberíamos tener la garantía de nuestra perseverancia, porque Dios, que es fiel, ayuda sin treguas a nuestra libertad para que se mantenga en fidelidad.355

En lo referente a los religiosos, parece evidente que la diócesis de Huesca poseía un clero eminentemente diocesano. El 31 de diciembre de 1985 José Ramón Villobas, delegado diocesano de Medios de Comunicación, dio a conocer las cifras de religiosos existentes en Huesca, donde llama la atención el fuerte predominio de las mujeres sobre los hombres. De hecho, los 41 religiosos que había en aquel momento constituían solo el 12% del conjunto de los religiosos, ya que las mujeres alcanzaban la cifra de 300. La estadística masculina era fácil de presentar: 355 Nueva España, 13 de mayo de 1984.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Condición eclesial Sacerdotes salesianos Religiosos salesianos Sacerdotes jesuitas Religiosos jesuitas Sacerdotes de San Viator Religiosos de San Viator Sacerdotes franciscanos de la Cruz Blanca Religiosos franciscanos de la Cruz Blanca Sacerdotes hermanos de San Juan de Dios Religiosos hermanos de San Juan de Dios Total

Número de miembros 10 4 8 1 2 10 – 3 – 4 41

Fuente: BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1986, p. 86.

Cuadro 9. Religiosos (hombres) en la diócesis de Huesca (diciembre de 1985).

Mientras, las cifras femeninas eran muy superiores y mucho más complejas. Si no, veamos: Congregaciones o institutos religiosos 356

Número de miembros

vida activa

Santa Ana Misioneras dominicas (Santa Rosa) Misioneras del Pilar Siervas de María Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl Hermanitas de los Ancianos Desamparados De «Jesús-María» Hijas de María Auxiliadora Carmelitas misioneras vida contemplativa

Carmelitas calzadas Clarisas Carmelitas descalzas Capuchinas Cistercienses Total

107 37 36 12 10 9 5 4 4 27 15 13 12 9 300

Fuente: BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1986, p. 88.

Cuadro 10. Religiosas (mujeres) en la diócesis de Huesca (diciembre de 1985).

356 En noviembre de 1986 se instalaba en la diócesis de Huesca una pequeña comu-

nidad de Misioneras de la Doctrina Cristiana, que serían ubicadas en un piso de

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

Tras realizar la visita ad limina de 1986, Javier Osés se dirigió a las comunidades de religiosos el 3 de noviembre de ese año dado que los obispos de la provincia eclesiástica de Aragón habían llevado a cabo una interesante reunión con los principales responsables de la Sagrada Congregación de Religiosos.357 Según Osés, estos le habían permitido mantener un diálogo ágil que se había iniciado con un informe suyo. El prelado navarro había diferenciado entre monasterios de vida contemplativa, por un lado, y comunidades de religiosos de vida activa, por otro. En lo referente a los primeros, Osés había mostrado su preocupación por la edad (ya muy avanzada) de las religiosas de varios de esos monasterios, en la medida en que podía significar el fin de alguno de ellos; no obstante, había aspectos positivos, como el esfuerzo por vivir la vida contemplativa y la apertura generosa a las necesidades de la Iglesia (especialmente a las de la Iglesia local o diocesana). Los responsables de la Sagrada Congregación de Religiosos le habían respondido que se debía insistir en la formación permanente de los de clausura, dirigida de manera preferente por la propia orden o, en su defecto, por la diócesis, así como en la asimilación de los documentos del Concilio Vaticano II, por el hecho de que la vida religiosa era vida de la Iglesia y en la Iglesia, y porque los religiosos tenían que ser modelo de esa asimilación del Concilio. Osés, no obstante, había retomado la palabra para señalar que todos los religiosos, tanto los de vida activa como los de contemplativa, estaban realizando un importante esfuerzo por encontrar y vivir su propia identidad (su carisma), aunque no negaba pensar que, en

la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de la propia Huesca. Esta comunidad, fundada en 1878 por el padre Francisco Jerónimo García T., perteneciente al Oratorio de San Felipe Neri, tenía en ese momento centros en Andalucía, Extremadura, Galicia, Madrid y Salamanca, dentro de España; en Argentina, Brasil, Nicaragua y Uruguay, en América; y en Togo, en el continente africano. Véase al respecto BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1987, p. 18. 357 En ese momento encabezaba la Sagrada Congregación de Religiosos (que en realidad se llamaba Congregación de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica) el cardenal Jean-Jerôme Hamer, un dominico de 70 años que había llegado al cargo un año antes y que se mantendría en el mismo hasta su muerte en diciembre de 1996.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

realidad, ese descubrimiento de la propia identidad era más claro en la teoría que en la práctica. El obispo de Huesca también había informado de las diferentes presencias de estas comunidades de religiosos dentro de la diócesis, tanto de las más tradicionales (en la enseñanza, los hospitales y centros asistenciales) como las más novedosas. Esas nuevas presencias se centraban en el mundo rural (donde había siete comunidades) y en la ciudad (hermanos de la Cruz Blanca, hermanos de San Juan de Dios y salesianas), siendo bastante positiva la imagen que Osés dio de ellos. Menos positiva era la imagen de aquellas comunidades que trabajaban en los centros religiosos y de asistencia social, pero no por su culpa sino debido a las circunstancias, ya que de manera paulatina se iba prescindiendo de ellas en los organismos públicos, lo que les obligaba a vivir en una incertidumbre constante. Parecida situación era la de los que trabajaban en los colegios de la Iglesia, teniendo que hacer frente, además, a la dificultad para acercarse a la juventud de ese momento y poder educarla en la fe. En cambio, Osés pudo informar con toda satisfacción sobre la integración de todos los religiosos en la vida de la Iglesia diocesana, colaborando en otras tareas pastorales fuera de las de su ámbito institucional (dedicación a la catequesis, atención a los enfermos, etcétera) y tratando de insertar su propia pastoral en la de la diócesis.358 Pero no todo fue positivo en la relación de Osés con los religiosos. Uno de los peores tragos que el prelado navarro tuvo que pasar durante su larga estancia en Huesca fue la disolución de la Asociación de Misioneros de Nuestra Señora del Pilar. Esta había sido fundada por la madre Esperanza Vitales Otín359 en octubre de 1939 en la localidad oscense de Lanaja. Sin embargo, el 16 de julio de 1981 se había puesto en marcha la rama masculina de esta congregación, concretamente en la Casa Sacerdotal de Almudévar (Huesca). El objetivo era crear un Instituto Religioso de Vida Consagrada con el mismo nombre, carisma y espiritualidad que la rama femenina de dicha congregación. Para llevar a cabo el proyecto se había contado 358 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1987, pp. 12-15. 359 Originaria precisamente de Lanaja, Esperanza Vitales fallecería en mayo de 2005 a

los 93 años de edad.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

con un sacerdote de la diócesis (Emilio Aguarod), que se había puesto inmediatamente a trabajar con un grupo de jóvenes. Como era lógico, durante el tiempo transcurrido (unos siete años), se habían producido bajas y nuevas altas, pero el proceso había ido deteriorándose de manera paulatina. Osés explicaba en su decreto las razones de haber acabado con el proyecto: El desenlace final ha ido precedido de un largo proceso de discernimiento: — unas veces han sido los diálogos que hemos tenido conjuntamente la Madre Esperanza, los miembros del grupo y yo mismo. — otras veces ha sido el diálogo por separado que yo he mantenido con la Madre Esperanza, con D. Emilio Aguarod o con el grupo de jóvenes que se formaban junto a D. Emilio. — incluso, para que cualquier tipo de decisión fuese madura, yo mismo propuse, y fue aceptado por todos los interesados, el que algún religioso tomase parte en este discernimiento. Con la conformidad señalada, llamé al religioso P. Manuel Cortés, Marianista, quien con gran diligencia dialogó con cada uno de los interesados: la Madre Esperanza, D. Emilio y el grupo de jóvenes. Y llegó a la conclusión de la práctica inviabilidad del proyecto en las actuales circunstancias. A la vista de todo este proceso, brevemente reseñado, tanto la Madre Esperanza Vitales como D. Emilio Aguarod y el grupo han decidido dar por terminada esta experiencia de Misioneros del Pilar, en nuestra Diócesis de Huesca. Y yo, personalmente, que he seguido muy de cerca todo este camino, también he llegado a la misma conclusión.360

Unos años después Osés volvería al problema vocacional. Lo hizo a través de un texto muy interesante, que llevaba por título «La irrelevancia social del presbítero», en el que el prelado navarro, aun sabiendo que este no era el único motivo por el que escaseaban las vocaciones, demostraba ser plenamente consciente de que la pérdida de influencia de los sacerdotes dentro de la sociedad española afectaba a la posibilidad de que hubiera más candidatos al presbiterado. 360 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1987, p. 292.

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Para entender este problema, Osés consideraba necesario remontarse a los inmediatos años del posconcilio, época de lo que él denominaba «eclosión de la crisis de la Iglesia». Pasado el tiempo, las cosas se habían calmado, pero los datos seguían mostrando una realidad bastante cruda: los seminarios seguían sufriendo la escasez de vocaciones y las diócesis se encontraban cada vez con mayores problemas para cubrir los puestos que iban quedando vacantes, ya fuera por defunciones, jubilaciones o secularizaciones. El prelado navarro no podía ser más claro sobre cómo era visto ahora el sacerdote: Quiero decir que el personaje que antaño representaba y que para muchos era, por sí mismo, merecedor de consideración social, se ha desmoronado. La mera condición sacerdotal no es ya acreedora de consideración social, menos aún quedan partidarios de que, por ser sacerdotes, se nos deba otorgar alguna clase de privilegio social. Y ha sido la propia sociedad la que ha introducido al sacerdote en el terreno común de todos los ciudadanos. El estatuto del sacerdote, como hombre por encima o al margen de los otros hombres, se ha esfumado. […] Nos han bajado del pedestal de la consideración social, en ocasiones con aires de brusquedad, y el golpe de la caída puede ser que lo expresemos todavía en ciertas añoranzas, aunque cada vez menos, de una mayor consideración por nuestra consideración sacerdotal.361

Pero ¿era eso algo negativo? Para Osés, de ninguna manera. Ahora los sacerdotes estaban donde tenían que estar, es decir, al servicio de los hombres, con la humildad que había enseñado el propio Jesucristo. Pero aún más importante que eso era el hecho de que se hubiera superado la imagen del sacerdote como «persona vaga, parásito social, alejado del pueblo, que resume su jornada laboral en algunos actos de culto».362 Se había acabado con el mito de que los sacerdotes no trabajaban, y ello les había permitido ganarse un respeto social. Sin embargo, no todo eran cuestiones positivas, por361 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1992, p. 361. 362 Ibídem, p. 362.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

que los clérigos tenían que hacer frente a situaciones nuevas. Osés destacaba, en ese sentido, que al sacerdote el duro contraste con una sociedad tan radicalmente secularizada le lleva a veces a una experiencia de soledad de árido desierto. Al verse inmerso en un ambiente dominado por la negación de todo signo de trascendencia, se siente humanamente incapaz de hacer comprensible a muchos hombres su ministerio, sobre todo lo más enjundioso de su servicio evangelizador. Y vive la angustia apostólica de que la gran masa social no sea capaz de plantearse la riqueza del tesoro escondido en la Buena Noticia de Jesús. […] Más que desvalimiento y soledad personal, creo que el presbítero, en este caso, se queda sumido en el silencio de su dolor apostólico, al ver que hay tantas personas que no se dejan alcanzar por lo que es el bien más necesario, el «único necesario».363

¿Cómo superar esas angustias y esos problemas? El prelado navarro daba varias claves para ello. La primera era reforzar la espiritualidad, esto es, la comunicación con Dios, para hacer que esa sensación de soledad se transformara en la más gozosa de las compañías. Pero también era necesario insertarse lo máximo posible dentro de la sociedad, así como reforzar la unión con sus compañeros de la comunidad diocesana, en especial los sacerdotes que, como él, sufrían los mismos problemas y vivían las mismas sensaciones: Las reuniones pastorales y apostólicas periódicas con los otros presbíteros para la intercomunicación de experiencias, planificaciones pastorales, formación permanente y revisión pastoral y personal dan lugar a la creación espontánea de unas estructuras sencillas, vitales, sanas y saludables, que contribuyen a que el presbítero se sienta realizado como persona, crezca en su conciencia de que su vida sacerdotal tiene pleno sentido y de que los valores que anuncia y promueve son una rica aportación humanizadora para la sociedad. Creo que el presbítero puede encontrar, en su mismo ministerio, razones muy sólidas para superar sus desvalimientos.364

363 Ibídem, pp. 364 y 365. 364 Ibídem, p. 369.

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¿Y qué pensaba Javier Osés de la posibilidad de que al final las mujeres acabaran ordenándose sacerdotes? Desde luego, se trataba de algo tentador, ya que, entre otras cosas, debía recordarse que en la Iglesia había y sigue habiendo un mayor número de miembros pertenecientes al sexo femenino que al masculino. Por tanto, al tiempo que la institución daba una imagen de teórica «modernidad», se podía atenuar de manera muy importante el problema de los efectivos dentro del clero. Dado que se trataba de una cuestión francamente delicada, Osés tardó muchos años (de hecho, le restaban pocos meses para cumplir los 70) en abordarlo públicamente y además lo hizo de una manera extraordinariamente prudente. No obstante, sus opiniones resultan sumamente interesantes y además fueron hechas públicas no solo en el Boletín Oficial del Obispado de Huesca, sino también en el Diario del Altoaragón, con lo que tuvo la mayor difusión posible dentro de lo que era el territorio de la diócesis de Huesca. Osés iniciaba de manera contundente su texto: el siglo xx iba a pasar a la historia como el más decisivo en relación con la mujer y sus derechos. Se trataba, en ese sentido, de un «fenómeno imparable» que se encontraba «jalonado de tensiones» y lleno de «reivindicaciones en todos los foros de la Tierra». Lo más importante era, a juicio del prelado navarro, que quedara definitivamente asentado ante todos los Estados, sociedades y culturas que la mujer no podía ser interpretada a partir del hombre, y que este no constituía el modelo e ideal de humanidad. Para aquellos que argumentaban, siguiendo la Biblia, que la mujer había sido creada a partir de la costilla de un hombre, él respondía que esas mismas Sagradas Escrituras dejaban claro que el ser persona era lo principal tanto en el hombre como en la mujer, y que la mujer era otro «yo» en la humanidad común, lo que suponía reconocer «sin titubeos» la autonomía y la igualdad del hombre y la mujer. No obstante, Osés esperaba que estos principios no llevaran a la peligrosa amenaza de rebajar la sublime dignidad de la mujer como madre, ni de apoyar la libertad personal de la mujer en el poder eliminar la que ya es una vida humana personal en su seno y, por lo tanto, sujeto del derecho fundamental y primero que es el derecho a la vida.

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Ha sonado la hora de que la igualdad del hombre y de la mujer conduzca a que la mujer encuentre realizados sus derechos en la familia, el trabajo, la sociedad, la actividad política y la acción eclesial.365

¿Y qué pasaba con el papel de la mujer dentro de la Iglesia? Aquí Osés también hablaba con gran claridad. Los cristianos, a su parecer, no podían dejar llevarse en este, como en otros temas, por la corriente social existente. Había que escuchar a esa sociedad, pero teniendo siempre presente, en primer lugar, el mensaje de Jesucristo y su conducta, recordando que Él había sido el primero en defender los derechos de la mujer en una sociedad, la de su época, francamente poco tolerante con el sexo femenino. De ahí que él pensara que proponer la ordenación de la mujer como un presupuesto previo para señalar todos sus derechos y su papel en la Iglesia no conduciría más que a «un callejón sin salida». Dejemos que él explique este razonamiento con sus propias palabras: Para los cristianos, la ordenación sacerdotal es uno de los dones del Espíritu Santo a la Iglesia, muy importante, pero no el único importante, porque el primero, básico y principal don es el del Bautismo. Y en él hemos de situar el origen de los derechos de todos los cristianos y cristianas. Y, a partir del Bautismo, hemos de avanzar suprimiendo barreras y prejuicios y ofreciendo a la mujer, en igualdad de condiciones con el varón, aquellas responsabilidades de la comunidad cristiana que no están vinculadas a la condición de presbítero. El camino de la igualdad de derechos de la mujer ha quedado abierto y es hora de que juntos, hombres y mujeres, recorramos el largo trecho que queda hasta que la mujer ocupe el puesto que le corresponde en la familia, la sociedad y la Iglesia.366

En todo caso, Osés pensaba que la clave del futuro de la Iglesia iba a estar en una desclericalización de la misma, no solo por no haber relevo generacional dentro de la institución, sino porque, a 365 Diario del Altoaragón, 14 de enero de 1996. 366 Ibídem.

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su juicio, el excesivo protagonismo del clero sobre los seglares había resultado equivocado en su concepción: debemos empezar a mentalizarnos y a tomar conciencia de que no podremos seguir como hasta ahora con nuestras comunidades. Habremos de convencernos de que es la comunidad, toda ella, la formada inseparablemente por seglares, religiosos, religiosas y sacerdotes, la que evangeliza. Siempre debería haber sido así, pero un estilo de Iglesia excesivamente clerical durante siglos desembocó en que los presbíteros absorbiesen la práctica totalidad de funciones en la Iglesia, ahogando la responsabilidad que, por derecho propio, compete a los seglares. Si la Iglesia, como comunidad, es el verdadero sujeto evangelizador, ha llegado la hora de sentir una llamada mucho más acuciante a la unidad en nuestra Iglesia, superando actitudes individuales o de grupos que actúan por cuenta propia. Y deberemos poner en práctica lo que Jesús nos pidió: que fuésemos como la levadura que ayuda a fermentar la masa del mundo.367

Cómo defender los derechos humanos Cuando Osés llegó a la diócesis de Huesca, hacía tiempo ya que el problema de los derechos humanos era una cuestión ampliamente discutida y defendida en numerosos foros. Recordemos, por ejemplo, la Declaración de la ONU de 1948, así como, por supuesto, la constitución Gaudium et spes de 1965.368 No obstante, se trataba de

367 Diario del Altoaragón, 14 de marzo de 1996.

368 Aunque la defensa de los derechos humanos se realiza a lo largo de todo el texto,

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creemos que tres son los pasajes fundamentales. Los citamos a continuación: «29. [La igualdad esencial entre los hombres y la justicia social]. La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino. »Es evidente que no todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las cualidades intelectuales y morales. Sin embargo, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. En verdad, es lamentable que los


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un problema especialmente relevante en ese momento, por cuanto afectaba no solo a países de raíz no católica (como los musulmanes o los ortodoxos), sino también a naciones de honda tradición católica como Argentina y Chile, donde dos dictaduras estaban llevando a cabo (desde marzo de 1976 y septiembre de 1973, respectivamente)

derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre. »Más aún, aunque existen diversidades justas entre los hombres, sin embargo, la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa. Resulta escandaloso el hecho de excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre los miembros o los pueblos de una misma familia humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional. »Las instituciones humanas, privadas o públicas, esfuércense por ponerse al servicio de la dignidad y del fin del hombre. Luchen con energía contra cualquier esclavitud social o política, y respeten, bajo cualquier régimen político, los derechos fundamentales del hombre. Más aún, estas instituciones deben ir respondiendo cada vez más a las realidades espirituales, que son las más profundas de todas, aunque es necesario todavía largo plazo de tiempo para llegar al final deseado». «65. [El desarrollo económico bajo el control humano]. El desarrollo debe permanecer bajo el control del hombre. No debe quedar en manos de unos pocos o de grupos económicamente poderosos en exceso, ni siquiera en manos de una sola comunidad política, ni de ciertas naciones más poderosas. Es preciso, por el contrario, que en todo nivel, el mayor número posible de hombres, y el conjunto de las naciones en el plano internacional, puedan tomar parte activa en la orientación del desarrollo. Asimismo, este supone la cooperación orgánica y concertada de las iniciativas espontáneas de los individuos, de sus asociaciones libres y de la acción de las autoridades públicas. »No se puede dejar el desarrollo ni al libre juego de las fuerzas económicas ni a la sola decisión de la autoridad pública. A este propósito, hay que acusar de falsas tanto las doctrinas que se oponen a las reformas indispensables en nombre de una falsa concepción de la libertad como las que sacrifican los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción. »Recuerden todos los ciudadanos, por otra parte, el deber y el derecho que tienen, y que el poder civil ha de reconocer, de contribuir por sí mismos al progreso de su propia comunidad. En los países menos desarrollados, donde se impone el empleo urgente de todos los recursos, ponen en grave riesgo el bien común los que retienen sus riquezas improductivamente o los que (salvado el derecho

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un selectivo programa de violación de los más elementales derechos humanos. Pero a Osés lo que más le había impactado era algo sucedido en un país centroamericano, El Salvador, donde la principal cabeza de la Iglesia, el arzobispo Óscar Romero, había caído bajo las balas de la guerrilla el 24 de marzo de 1980 mientras pronunciaba una homilía.369 personal de emigración) privan a su país de los medios materiales y espirituales de que disponen». «68. [Participación en la empresa y en la organización general de la economía. Conflictos laborales]. Las empresas económicas son comunidades de personas, es decir, de hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las diversas funciones de cada uno (propietarios, administradores, técnicos, trabajadores), y quedando a salvo la necesaria unidad en la dirección, se ha de promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa, según formas que habrá que determinar con acierto. Con todo, como en muchos casos no es a nivel de empresa, sino en niveles institucionales superiores, donde se toman las decisiones económicas y sociales, de las que depende el porvenir de los trabajadores y de sus hijos, deben los trabajadores participar también en semejantes decisiones, por sí mismos o por medio de representantes libremente elegidos. »Entre los derechos fundamentales de la persona humana debe contarse el derecho a fundar libremente asociaciones obreras que representen auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta ordenación de la vida económica, así como también el derecho de participar libremente en las actividades de las asociaciones sin riesgo de represalias. Por medio de esta participación organizada, que está vinculada al progreso en la formación económica y social, crecerá más y más entre los trabajadores el sentido de la responsabilidad, que les llevará a sentirse sujetos activos, según sus medios y aptitudes propias, en la tarea total del desarrollo económico y social y del logro del bien común universal. »En caso de conflictos económicos-sociales hay que esforzarse por encontrarles soluciones pacíficas. Aunque se ha de recurrir siempre primero a un sincero diálogo entre las partes, sin embargo, en la situación presente, la huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio» (Concilio Vaticano II, 1966: 247-248, 309-310 y 314-315). 369 Identificado con la teología de la liberación, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez había nacido en la pequeña localidad de Ciudad Barrios en agosto de 1917, y se había ordenado sacerdote en abril de 1942. Romero no había llegado al episcopado especialmente joven, ya que tenía más de 50 años en el momento de ser nombrado obispo auxiliar de San Salvador. En febrero de 1977 había pasado a ser el nuevo prelado residencial de la principal diócesis del país, con más de un millón y medio de católicos, en la que permanecería hasta su asesinato en marzo de 1980. Véase al respecto Morozzo (2003).

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En una larga carta pastoral escrita casi un año después de dicho asesinato, Osés denunciaba que la interpretación de los derechos humanos era aún muy diversa incluso dentro de la propia Iglesia. No había más que ver el caso de la muerte de Romero, que según Osés, era interpretado: — por unos, como el testimonio de un hombre que da su vida en defensa de los derechos del pueblo y que muere a manos de los enemigos del pueblo; — en otras comunidades e instancias de la Iglesia, se guarda silencio ante esta muerte; — por otros se ve su actitud como la de un audaz intruso que, finalmente, recibe su merecido.370

Para el obispo de Huesca, el respeto a la persona humana debía partir de la concepción del hombre como imagen de Dios. Como tal, había de ser considerado interlocutor de Dios, quien hacía las veces de Dios en el mundo, quien ayudaba a sus semejantes y vivía en comunión con ellos, quien era el dominador del mundo infrahumano y quien era, en definitiva, dueño de su destino. En ese sentido, Osés recordaba que los derechos naturales y fundamentales de la persona derivaban, en última instancia, precisamente de Dios: tales derechos, al igual que la propia persona, eran anteriores a la sociedad civil y al Estado, que nunca podían negarlos ni violarlos, porque este último tenía como finalidad el bien común, el cual se constituía, sobre todo, a partir de los derechos humanos respetados y defendidos. En realidad, como el propio obispo reconocía, lo que estaba haciendo no era más que recordar lo que unos meses antes habían dicho los obispos europeos, que en una declaración de 28 de septiembre de ese año habían afirmado: Tenemos que reconocer que Europa está todavía muy lejos de permitir que todos los hombres vivan con el pleno respeto que se debe a su dignidad y a su libertad. Pese a lo mucho que se ha progresado, los derechos del hombre siguen amenazados, tanto por el mal uso de la libertad que llega hasta la pretensión de un derecho 370 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1981, p. 43.

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a consumir, sin límites, como por la sofocación de la persona en la sociedad. En muchas partes se sacrifica la libertad del hombre a una creencia ciega en el progreso. El totalitarismo, el terrorismo, el empleo de la violencia añaden sus características amenazas. Hay que apuntar, igualmente, el desprecio del derecho a la vida del hijo antes del nacimiento, las represiones morales e ideológicas en la educación de los niños, las restricciones impuestas a la actividad religiosa, la posibilidad de degradación del hombre, convertido en simple fuerza de trabajo y en simple factor económico. La Iglesia no puede callar mientras los derechos del hombre se vean amenazados.371

A ello no ayudaba nada, ciertamente, la división dentro de la propia Iglesia. Parecía evidente que había un modo de entender los derechos humanos diferente en las comunidades cristianas de las Iglesias de Occidente que en los países de la Europa del Este o en las iglesias de Hispanoamérica. Así, en el mundo occidental se ponía especial énfasis en los derechos del individuo, en la inviolabilidad de la persona y de la esfera privada personal, en la defensa de la propiedad privada y en la libertad de conciencia, de expresión o de asociación. Mientras, en los países de la Europa del Este, según Osés, los presupuestos eran otros: los derechos de la sociedad, intentando que esta gozara por igual de los culturales, los sociales y los económicos, se encontraban por encima de los de los individuos. En lo que se refería al compromiso de los religiosos con la defensa de los derechos humanos, este debía basarse, a juicio del obispo de Huesca, en cinco pilares fundamentales: vivir radicalmente la fe (1), profundizar en la opción por el reino (2), optar por el Tercer Mundo y los marginados (3), luchar por la liberación de los marginados (4) y tener una actitud vigilante en la fidelidad (5).372 Y es que en relación con todo esto se encontraba la corriente teológica posiblemente más polémica del siglo xx: la teología de la liberación. Aunque no parece haber total unanimidad sobre los orígenes de la misma, parece que su fundación arrancaba de una conferencia pronunciada en 1969 por el teólogo peruano Gustavo

371 Ecclesia, 2001, 11 de octubre de 1980, pp. 20 y 21. 372 BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1981, pp. 54-59.

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Gutiérrez Merino, a la que seguiría un libro suyo. En ese sentido, Javier Osés no fue «teólogo de la liberación», pero sí tenemos la impresión de que miraba con cierta simpatía hacia esta tendencia,373 lo que resulta lógico en virtud de su honda preocupación por justicia social. Para ellos nos basamos en una ponencia realizada en la XIII Semana del Instituto de Pensamiento Cristiano y Diálogo de Bilbao, que llevaba por título «Salvación personal y germen de una nueva tierra».374 En dicha ponencia Osés afirmaba que la doctrina de la salvación traída por Jesucristo a los hombres se había visto notablemente enriquecida a partir del magisterio de Pablo VI (especialmente con la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi), los documentos eclesiales de Medellín y Puebla y las enseñanzas de Juan Pablo II y de los obispos de las diferentes iglesias particulares. Para el prelado navarro, las «intuiciones fundamentales» de la teología de la liberación seguían esa misma dirección, si bien subrayaban algunos aspectos que contribuían a que la salvación de Jesucristo fuera significativa para el hombre de ese momento. Según Osés, esta corriente partía de una experiencia de terribles consecuencias: la opresión de millones de personas, que se encontraba arraigada en las estructuras, y el despertar de los pueblos a las aspiraciones de su liberación. Esa opresión había pasado de simple consideración teórica a acción liberadora asumida por grupos de cristianos que, desde la praxis, la iban iluminando por la Palabra de Dios y la ulterior reflexión teológica, con el fin de vivir así una opción más decidida en la lucha por la justicia y la liberación. Es más, Osés se atrevía a apoyar sus tesis en la Instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que, aunque presentaba sus reservas sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, había

373 De hecho, ya en mayo de 1974, cuando todavía era obispo auxiliar de Huesca, ha-

bía invitado a pronunciar una conferencia a uno de los principales representantes en España de la teología de la liberación, el jesuita José María Castillo, quien en ese momento era profesor de la Facultad de Teología de Granada y años después sería amonestado por Roma. Acerca de esta invitación cursada por Osés, puede verse BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1974, p. 226. 374 Publicada de manera íntegra en BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1986, pp. 12-35.

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manifestado su preocupación por responder con un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y en especial al pobre y al oprimido, mediante una vida teologal integral. El prelado navarro lo tenía muy claro: ante los oprimidos no cabía ni el espiritualismo descarnado ni el secularismo, sino una articulación entre Evangelio y opresión, entre salvación de Cristo y salvación humana. Era precisamente de ahí de donde brotaban la urgencia de la liberación, la opción preferencial por los pobres y la solidaridad con ellos. Lo que hacía la teología de la liberación era, según Osés, ir explicitando algunas de las aportaciones de los documentos de Medellín y Puebla que no se hallaban suficientemente reflejadas en el Concilio Vaticano II, aunque sí en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI, así como en la encíclica Laborem exercens y en bastantes discursos de Juan Pablo II. Entonces, ¿por qué se había producido ese vacío tan importante en el Concilio Vaticano II? Osés daba al respecto una explicación bastante interesante: la no existencia de una adecuada representación del conjunto del catolicismo mundial en el último concilio ecuménico. Lo dijo así: Entre otras explicaciones más profundas y complejas, podemos decir que los protagonistas del Concilio, los obispos y teólogos, no eran representativos de los países más pobres, de modo que los problemas del Tercer Mundo, de los que constituyen la mayor parte de la humanidad, no están presentados en toda su crudeza en los documentos del Concilio Vaticano II. Por ejemplo, cuando el Concilio Vaticano II habla del subdesarrollo, lo hace a partir de los países desarrollados. Pero, gracias al Espíritu de Dios, las Iglesias del Tercer Mundo y su reflexión teológica van asumiendo e incorporando al seno de toda la Iglesia Católica los aspectos proféticos a favor de los pobres de la tierra.375

Para Osés, dichas aportaciones consistían en el paso de una «Iglesia de los pobres», entendida en categorías más bien asisten-

375 Ibídem, p. 33.

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cialistas, a una «Iglesia solidaria con los pobres» y, sobre todo, a una «Iglesia identificada con los pobres», que era, según el prelado navarro, la propuesta que Juan Pablo II había realizado en la encíclica Laborem exercens (septiembre de 1981). De ahí que Osés afirmara: Esta opción por los pobres, preferencial y solidaria, implica que los pobres han de ser sujetos activos de su propia liberación. Y la solidaridad de la Iglesia se hace verdad cuando asume el compromiso de unirse a los oprimidos que luchan por su liberación. La Iglesia de América Latina, uno de cuyos signos de vitalidad es la multiplicación de las comunidades de base, abiertas al compromiso con los pobres, es una interpelación para nuestras Iglesias del primer mundo, menos preocupadas por la creación de pequeñas comunidades y, a veces, ancladas en problemas intraeclesiales, de organización interna y de consolidación de estructuras. Con esta apertura al mundo, la Teología de la Liberación ha asumido al Concilio Vaticano II la intuición de la Iglesia-Sacramento de Salvación (L. G., 1).376

Avanzando en el tiempo, debemos decir que uno de los textos más bellos escritos por Javier Osés siendo obispo de Huesca fue, a nuestro juicio, el que vio la luz durante la celebración del IV Congreso Nacional de Pastoral Penitenciaria, celebrado en Sevilla entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre de 1992. La ponencia de Osés recibió el título de «Derechos humanos en la cárcel y compromiso cristiano», y constituía una demostración más de la extraordinaria sensibilidad del prelado navarro hacia los que más sufrían: en este caso, hacia los que no podían disfrutar de la libertad común a todo hombre. El obispo de Huesca afirmaba haber querido escribir este texto ante el hecho evidente de que los derechos humanos de los presos eran, en ese momento, «una gravísima preocupación social y eclesial, uno de los grandes retos a esta sociedad nuestra y una fuerte interpelación a la Comunidad cristiana».377

376 Ibídem.

377 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1992, p. 333.

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Para él, era cierto que la privación de libertad constituía una limitación de los derechos de la persona, pero la realidad demostraba que no había otra manera de evitar que los condenados a prisión no coartaran los derechos de los demás. No obstante, recordaba Osés, la prisión, por sí misma, en la realidad concreta de nuestras cárceles afecta enormemente a la personalidad y psicología del preso hasta recortar o paralizar la escasa posibilidad de relación y decisión que, en principio, pudiera tener en la prisión. Y esta situación carcelaria, sobre todo si es prolongada, dificulta evidentemente el ejercicio inmediato de los otros teóricos derechos y va preparando nuevas trabas para su reinserción social cuando alcance la libertad. Es decir, el enunciado formal y de rango constitucional, de que el preso sigue siendo sujeto de derechos, ofrece en la práctica obstáculos a veces insalvables, para su realización plena y efectiva.378

¿Y cuáles eran estos obstáculos? Por ejemplo, la posibilidad de sufrir un deterioro personal, psicológico y moral, o, en el caso de que ya lo hubiera, acrecentar dicho deterioro dentro de lo que resultaba evidentemente una personalidad desajustada. Otro obstáculo serían las consecuencias derivadas de su pérdida de capacidad de decisión, creatividad y protagonismo: «Al preso, lo más importante de su vida se le da hecho, se le lleva, se le trae, se le manda»,379 recordaba Osés. Además, no se le ofrecía clima y oportunidad para poder expresarse espontáneamente. Y el entorno de unos compañeros no elegidos, cargados de largas y dolorosas historias personales y familiares, con sus frustraciones y agresividades y con los que debe convivir día y noche hacinadamente, todavía dificulta más la necesaria comunicación que debe tener la persona para ser persona.380

378 Ibídem, p. 337. 379 Ibídem.

380 Ibídem, p. 338.

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También eran males de todo preso la pérdida del afecto familiar, cuestión que se hacía particularmente dolorosa si dicho preso estaba casado y tenía hijos o cualquier otro tipo de familia cercana. La carga entonces sería doble porque no solo sufriría el preso, sino toda su familia, algo que, a juicio del obispo navarro, podía acabar produciendo una reproducción de la actividad delictiva.381 Pero Osés, en lugar de cargar las culpas sobre una posible falta de previsión por parte del Estado, miró, como siempre, hacia su interior, y recordó la responsabilidad de cada uno. Responsabilidad que era si cabe mayor cuando se trataba de personas que se habían declarado cristianas. El texto de Osés tomo entonces un tono todavía más emotivo: El preso, por ser una persona, sigue siendo sujeto de derechos, de unos derechos fundamentales que trascienden todos los muros carcelarios y ante el que nosotros nos hemos de sentir particularmente interpelados. Nosotros cristianos hemos de contemplar esta dignidad de la persona, también desde la fe, que nos posibilita una visión mucho más profunda, enriquecedora e interpelante. Porque, contemplado desde la fe, el preso es imagen viva de Dios, hijo de Dios, personal y especialmente amado por Él, es un rostro y presencia más vivos de Jesucristo. Por estas razones, porque es persona e hijo de Dios, hemos de verlo como sujeto de derechos y de posibilidades insospechadas. No lo podemos calificar fatalmente como una persona sin remedio; ni a todos los presos en general, ni siquiera a algunos en particular. Toda persona, también el preso, es una rica promesa de posibilidades humanas y divinas.382

381 «Los derechos de la familia, del cónyuge, de los hijos, quedan gravemente lesiona-

dos, al quedar la familia en total desamparo legal y social, a merced de la piedad voluntaria. »¿Quiénes son, en este caso, los culpables? ¿Solo el padre, el esposo, la madre que están en prisión? »Es evidente que no, porque la familia, sobre todo los hijos, son gravemente penalizados, con lo que se abre una puerta a la iniciación en la delincuencia a los otros miembros de la familia» (ibídem, p. 339). 382 Ibídem, p. 342.

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A partir de aquí, el obispo de Huesca daba un enfoque netamente social a la cuestión. La cárcel, a su juicio, venía promovida por una sociedad de consumo desaforado como era la española de aquel momento, la cual hacía a cada uno esclavo de las necesidades que ella misma creaba, habiéndose pasado de la «cultura del ser» a la «cultura del tener». Las pautas sociales, los modos de vida, los medios de comunicación, etcétera, todo ello había contribuido a convencer a todos y cada uno de los ciudadanos para pensar que, teniendo más, su figura crecía. Y las principales víctimas de ese tipo de sociedad eran, lógicamente, las que gozaban de un menor grado de madurez y las que eran más impresionables ante la fascinación del disfrute, pensando especialmente en los jóvenes. Y nuevamente hacía una apelación hacia la responsabilidad de los cristianos, que debían ver en cada preso la propia figura del Señor.383 Su texto se cerraba de una manera ciertamente bella: Si la Comunidad cristiana debe salir continuamente al encuentro del Señor, que vaya a las cárceles, donde el Señor nos espera: «Estuve en la cárcel y me visitasteis». Conozcamos su realidad personal, familiar y sus derechos; actuemos para apoyarlos y defenderlos; oremos por ellos y con ellos celebremos la Pascua liberadora de Cristo.384

Si el derecho a la libertad era algo que importaba de manera fundamental a todo preso, por encima de él se situaba otro que en la España de aquellos años se encontraba en peligro: el derecho a la vida. Y no ya por hechos como el aborto, la eutanasia o la mera actividad delictiva, sino por el importante problema terrorista que España sufría desde finales del franquismo. Al igual que el problema del sacerdocio para la mujer, Javier Osés tardó bastante en abordar esta cuestión, pero cuando lo hizo (17 de diciembre de 1995, a través de una «orientación cristiana» titulada «Cuando los hombres nos

383 Sobre el tema de la cárcel volvería Osés en enero de 1995, en una orientación

pastoral titulada «Distintas clases de presos». Véase al respecto BOOH, 1, enerofebrero de 1995, pp. 1 y 2. 384 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1992, p. 351.

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matamos», fue para manifestarse con extraordinaria contundencia. En efecto, desde que en 1968 la banda terrorista ETA cometiera su primer atentado, esta había regado con su terror la vida de nuestro país, cobrándose víctimas tan insignes como el presidente Carrero Blanco o quien fuera uno de los grandes culpables del fracaso de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 (el teniente general Guillermo Quintana Lacaci, muerto el 29 de enero de 1984). Incluso pocos meses antes de que Osés escribiera esta homilía, ETA había intentado acabar con la vida del entonces líder de la oposición, José María Aznar, pero había fracasado en su objetivo por escaso margen de tiempo. Así, el obispo de Huesca atacó muy duramente no solo a los terroristas, sino también a quienes integraban el entorno de ETA, como la formación política abertzale Herri Batasuna (HB):385 El terrorismo cuenta con un rechazo social muy amplio, pero hemos de reconocer con gran dolor, pena e indignación que hay colectivos de personas que lo apoyan, con lo que estas personas se convierten también, en buena medida, en cómplices con quienes causan de manera más directa la tragedia. Y quien es capaz de apoyar actos terroristas pierde todas sus razones políticas y humanas, porque jamás la vida de ninguna persona puede ser instrumento, ni para cambiar un determinado orden social, ni para mantenerlo. Y quienes incitan a algunos de nuestros jóvenes a vivir en esta atmósfera criminal contraen una gravísima responsabilidad, porque educan para el odio, la venganza y la muerte, que son la antítesis de la vocación de la persona. Con estos procedimientos se atiza la cultura siniestra de la muerte, el mayor mal social. 385 El brazo político de ETA ha recibido distintas denominaciones a lo largo de su

historia: Herri Batasuna (HB) fue la que tuvo mayor duración, pero también ha sido conocida como Eushal Herritarrok (EH), Sozialista Abertzaleak (SA) o Batasuna. La Ley Orgánica de Partidos Políticos de 27 de junio de 2002 llevó a su ilegalización en marzo de 2003 pero, aun así, ha seguido compareciendo en los medios de comunicación hasta nuestros días como si nada hubiera sucedido. En todo caso, la mayor parte de este proceso se produciría, como vemos, con posterioridad al fallecimiento de Javier Osés.

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[…] Recuerdo una frase del filósofo Julián Marías: «Si el hombre pierde el respeto a la vida en cualquiera de sus fases, perderá el respeto a todo concepto de vida».386

Por otra parte, la inmensa sensibilidad social de Osés le llevó a no dejar prácticamente ningún tema sin tocar. El 15 de marzo de 1998, escribió sobre los disminuidos físicos y psíquicos, un problema que, por cierto, con el tiempo será cada vez más importante en nuestro país como consecuencia del paulatino envejecimiento de la población, solo atenuado por la llegada de población inmigrante, que, como es bien sabido, aporta muchas personas jóvenes y una parte muy significativa de los nacimientos. Escribió: Lo más fácil y placentero no es siempre lo mejor, aunque suele ser lo que encuentra respuesta más pronta en nosotros. Por ejemplo, vemos una familia con un hijo disminuido, física o psíquicamente, o con el anciano necesitado de atención permanente y lo primero que pensamos es que ese hijo o anciano son unos seres desgraciados, y que a la familia se le han juntado todos los males con esa desgracia. Comprendo que, en una sociedad en la que rehuimos cuanto suponga alguna limitación de nuestra libertad, en la que damos la espalda al sacrificio, cueste entender la alegría del amor sacrificado y el que haya personas que de ningún modo estén dispuestas a desprenderse del familiar minusválido o enfermo. […] Nos hemos de preguntar qué significado tiene la ética para esta sociedad y qué entendemos por bien común, cuando la persona y la defensa de su vida y de su dignidad van dejando de ser el primero y principal valor del bien común. Pienso que las familias, y quienes en la sociedad contribuyen a que se desarrollen tantos valores humanos apoyando la vida y la defensa de su dignidad aun a costa de sacrificios, nos están revelando lo más profundo del ser humano y están colaborando a que lo noble, sacrificado y gratuito tenga en la sociedad el lugar de honor que les corresponde.387

386 BOOH, 5, noviembre-diciembre de 1995, p. 186. 387 Diario del Altoaragón, 15 de marzo de 1998.

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También el derecho al trabajo fue tratado por el prelado navarro. Lo hizo, por ejemplo, el 30 de abril de 2000, con motivo del Día del Trabajo que debía celebrarse al día siguiente, recordando lo siguiente al clero y fieles oscenses: olvidamos a los millones de personas que en nuestro mundo no tienen trabajo, ni seguridad laboral ni seguridad social; la mujer, especialmente en muchos estados del mundo en desarrollo, es vilmente explotada y marginada y, lo que es más grave, millones de niños sufren la más degradante explotación laboral y sexual. Nos limitamos, cada día más, a defender lo nuestro personal. Más aún, la explotación ha adquirido una nueva dimensión que es la explotación de estados a estados, incomparablemente más grave. Un paso más: la pérdida de brío social a la hora de defender los derechos de los trabajadores es señal de que la sociedad de consumo adormece el sentido de la justicia mientras priman los intereses estrictamente personales. Si el 1 de mayo era el gran día para reavivar la conciencia social y defender los derechos de los trabajadores en el mundo entero, ¿no deberemos poner todos los medios para que esta conciencia no quede diluida porque precisamente hoy, en nuestro mundo, se dan los mismos problemas, acaso agravados, aunque se presenten con un rostro cultural distinto?388

La visión política de un obispo del posconcilio Debemos decir que Javier Osés fue, a lo largo de su mandato, un hombre extraordinariamente prudente a la hora de realizar pronunciamientos de carácter político. Lo que no resultaba algo extraño, por otra parte. Osés había vivido a una muy corta edad la tragedia de la guerra civil y la represión posterior, así como la colaboración de la Iglesia con el régimen de Franco, que supondría un coste muy alto durante mucho tiempo para la institución a la que él pertenecía y defendía.

388 Diario del Altoaragón, 30 de abril de 2000.

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Con la llegada del PSOE al poder, en octubre de 1982, se vislumbró, lógicamente, una nueva perspectiva en la realidad IglesiaEstado. Ello ha llevado a algún autor, como el sociólogo Rafael Díaz-Salazar, a pensar que Javier Osés podía situarse en esa izquierda eclesial muy interesada en estrechar lazos con la izquierda política. Lo dice en función de lo que en su momento confesó al periodista de medios católicos José Luis Martín Descalzo el cardenal Tarancón. Según este, en aquel momento había aproximadamente 12 obispos que querían con el socialismo español «no solo ese diálogo y contacto» que ya existía durante la Transición, «sino más». Luego había un grupo de unos 20 prelados que veían a los socialistas «como el gran enemigo». Y, en medio, un grupo en el que se autosituaba el propio Tarancón que quería «diálogo, pero sin ningún tipo de compromiso».389 Ello ha hecho pensar a Díaz-Salazar que en ese momento había en España «un grupo de obispos de izquierda que mantenían incluso posiciones anticapitalistas y deseaban un cambio de sistema económico».390 Y citaba para ello precisamente al propio Osés, quien había dicho a José Manuel Calzada en 1979: Los programas políticos de la izquierda y su actuación hasta el momento no afectan apenas en nada a la fe cristiana ni a los niveles ideológicos de la misma. Y la única realidad objetiva que nos debe preocupar es la de que en España tenemos un sistema capitalista, origen culpable de la existencia de esa gran masa marginada y explotada. No podemos jugar a fomentar temores a un sistema alternativo, porque, haciéndolo, estamos favoreciendo una injusticia estructural, una injusticia que es intolerable, y contra la que la Iglesia tiene que salir, si no quiere ponerse en contradicción con el Evangelio. De todas formas, gracias a Dios, yo veo que cada día hay más gente que se va deshipnotizando y va perdiéndole el miedo a los catastrofismos ideológicos de la derecha.391

389 Véase al respecto Martín Descalzo (1982: 264 y 265). 390 Díaz-Salazar (2006: 215). 391 Calzada (1979: 60 y 61).

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Así, debemos decir que compartimos solo en parte la opinión de Díaz-Salazar. Es posible que Osés sintiera simpatía por la izquierda, y que incluso pudiera votarla en cualquier convocatoria electoral que tuviera lugar, pero calificarle de «anticapitalista» es casi como situarle en la línea del comunismo, cuando Osés lo que hizo siempre fue denunciar la sociedad de consumo desaforado que en ese momento existía en España, y que evidentemente se encontraba en relación con el desarrollo del capitalismo, pero ello resulta diferente, a nuestro juicio, de ser anticapitalista o de buscar un cambio de sistema económico: ser contrario, por ejemplo, al neoliberalismo, no tiene por qué ser forzosamente anticapitalista. Más allá de estas consideraciones, lo que sí que queda claro es que, cuando Osés pisaba el terreno político lo hacía porque no había más remedio, consciente de que se encontraban en grave peligro importantes principios morales o los más elementales derechos humanos, a los que acabamos de referirnos. En ese sentido, tenemos la impresión de que la política nunca fue una prioridad para el prelado navarro (como tampoco la economía), para quien las cuestiones sociales estaban por encima de todo. Pero, como cabeza visible de la diócesis, había temas que no podía rehuir y en los que quiso dejar su impronta. Uno de esos temas fue, por ejemplo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Creada al inicio de la guerra fría (concretamente en 1949), la OTAN constituía una alianza militar del mundo occidental encabezada por Estados Unidos y cuyo fin era hacer frente al pujante mundo comunista, liderado por la URSS y que pronto constituiría su propia organización militar con las llamadas «democracias populares» de la Europa del Este (Pacto de Varsovia, 1955). A pesar de los intentos del ministro Fernando María de Castiella (1957-1969) por integrar a España en la alianza atlántica, lo cierto es que a la muerte de Franco el país seguía fuera de ella. Así que, cuando Leopoldo Calvo Sotelo fue investido, en febrero de 1981, presidente del Gobierno (el segundo de la democracia española tras Adolfo Suárez), comunicó a las Cortes su intención de que España se incorporara definitivamente a la OTAN. El 30 de agosto de ese año las Cortes aprobaban dicha entrada y poco después, concretamente el 30 de mayo de 1982, se presentaba el

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instrumento de adhesión al Tratado de Washington, documento fundacional de la OTAN. Sin embargo, el debate se encontraba todavía lejos de estar cerrado, porque el principal partido de la oposición (en ese momento el PSOE), se había hecho con la victoria en las elecciones de octubre de 1982 y debía mostrar su coherencia con lo que había sido una política de oposición cerrada a la entrada de España en la OTAN. Pero el pragmatismo político natural en Felipe González se había acabado imponiendo y, de hecho, ya en las semanas previas a las elecciones generales su partido había prometido un referéndum sobre la OTAN, utilizando un lema (OTAN, de entrada, no) donde se dejaba ya una puerta abierta a un posible ingreso en la alianza atlántica. La estrategia de González se había dirigido entonces a vincular la permanencia de España en la OTAN con el ingreso en la Comunidad Económica Europea y, por ello, había presentado en el Parlamento (ya en 1984) un decálogo donde afirmaba que España debía continuar en el bloque de defensa occidental, pero sin ingresar en la estructura militar. Poco tiempo después, en diciembre de 1984, González había logrado, dentro de su partido, el apoyo a su postura durante el XXX Congreso del PSOE, con la única oposición de su sindicato «hermano» (la Unión General de Trabajadores). Así, los españoles quedarían convocados para un referéndum que habría de celebrarse el 12 de marzo de 1986, lo que llevó a Javier Osés a escribir una «Orientación cristiana sobre el referéndum de la OTAN» que no solo fue publicada en el boletín de la diócesis, sino también en el Diario del Altoaragón. En ella Osés no llegaba a decir abiertamente lo que había que responder a esta consulta, pero, a la luz de sus palabras, da la impresión de que apostaba por un no claro en la medida en que la OTAN era una organización de carácter militar que gastaba constante dinero en armamento, lo que le hacía estar preparada para una guerra que jamás podría defender Osés, rotundo partidario de la paz. El obispo de Huesca recordó, en ese sentido, cuatro hechos esenciales: 1. Que hoy las grandes potencias siguen inventado y fabricando medios cada día más perfeccionados para la destrucción, medios capaces de aniquilar todo rastro de vida en nuestro planeta.

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2. Que en la organización de la OTAN, por un lado, y en la del Pacto de Varsovia, por otro, se oculta el enfrentamiento de las dos grandes potencias: los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, pero advirtiendo que el posible escenario del latente conflicto no es el territorio de ninguna de ellas, sino Europa, de un modo y por un lado, y países de América Central y de Asia, por otro lado y de manera más terrible y sangrienta. 3. Que son ingentes los recursos económicos que se dedican a esta macabra competición, lo cual provoca escándalo ante los millones de seres humanos que hoy en el mundo están muriendo de hambre, ante el endeudamiento total de tantos países subdesarrollados, cada día más pobres, y ante el paro masivo existente en otros países que también fabrican y discuten sobre las armas, entre los que se cuenta España. 4. Que es un engaño lamentable el pensar que nuestra seguridad ante ese eventual conflicto bélico se afianza al aumentar los armamentos que se acopian en el país, porque precisamente esa fabulosa carrera armamentística pone en mayor peligro la paz y, así, crece la amenaza de la previsible destrucción.392

Osés era consciente de que el poder no se encontraba ni en su persona ni en su diócesis. Pero ello no era excusa para no saber qué hacer; a su juicio, debían acometer seis acciones fundamentales: decir no, por todos los medios legítimos, a la carrera de armamentos, a la venta y compra de armas, a que el campo o la ciudad quedaran sembrados de artefactos de guerra (a); unirse para romper las dependencias que estaban obligando a la casi totalidad de las naciones de los cinco continentes a vivir sometidas y bajo el dictado de las grandes potencias (b); decir un sí, rotundo y eficaz, a la ayuda y promoción de los pueblos del Tercer Mundo (c); decir también sí al comercio de alimentos, valores culturales, equipos y técnicos de desarrollo, para el bien de todos los pueblos (d); decir sí a la justicia (e); y decir, en definitiva, sí a la paz (f).393 Sin embargo, los resultados que arrojó el referéndum no fueron precisamente los deseados por Osés. Mientras un 39,8% de la 392 Diario del Altoaragón, 10 de noviembre de 1985. 393 Ibídem.

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población decía no a la permanencia de España en la OTAN, un 52,5% respondía, por el contrario, sí a la posibilidad de seguir dentro de la alianza atlántica. Dos años y medio después, en noviembre de 1988, la adhesión de España a la Unión Europea Occidental y la definición del modelo concreto de integración en la OTAN cerraban el debate sobre el tema. Incluso casi una década después, un ex ministro de Felipe González, Javier Solana, se convertiría en el primer secretario general español de la OTAN. No obstante, parece claro que Osés había cumplido, una vez más, su tarea en favor de la paz y la defensa de los derechos humanos. Osés se mantuvo en una posición de prudencia política en los años siguientes, hasta que otro suceso de gran calado hizo sobresaltar no solo a los españoles, sino al mundo entero: la invasión del pequeño reino de Kuwait por tropas iraquíes (octubre de 1990). El golfo Pérsico pasaba de esta manera a convertirse en epicentro de la confrontación bélica. Una alianza encabezada por Estados Unidos haría retroceder al dictador iraquí, Saddam Hussein, hasta las fronteras de su país (enero de 1991), pero con ello no se consiguió alejar el peligro de nuevas invasiones. Doce años después, Estados Unidos, esta vez apoyado solo por el Reino Unido y por España, sí invadiría el país y acabaría con la dictadura de Hussein, lo que, sin embargo, no ha supuesto el fin de conflicto, pues en Irak la violencia está, a la altura de 2007, totalmente a la orden del día. Pero retrocedamos en el tiempo. Cuando se supo a finales de 1990 que una gran coalición internacional iba a enfrentarse a Irak tras haber invadido Kuwait, el peligro de una guerra donde nuevamente las víctimas civiles fueran las grandes perdedoras volvió a ser factible. Así, a Javier Osés no le importaba que hubiera un gran consenso internacional en torno a la necesidad de responder a la agresión iraquí. De ahí que, una vez iniciada la contienda, el prelado navarro pronunciara una homilía en lo que se conoció como Eucaristía por la paz y que tendría lugar durante el primer domingo de Cuaresma. Este texto, por cierto, es probablemente uno de los más bellos que escribió el prelado navarro. En él dijo: En este momento, no solo no tenemos paz, sino que estamos en guerra.

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Una guerra que nos afecta, de manera directa, también a nosotros. Nuestro suelo de España, de Aragón, es también estación de servicio y rampa para los aviones que, cargados de armamento bélico, salen hacia el escenario de la destrucción, y elementos de nuestra armada y, con ello, jóvenes de nuestras familias merodean los lugares del conflicto.394

A partir de aquí, el obispo de Huesca daba un enfoque social y humanitario a la cuestión. Porque no todos sufrirían por igual los efectos de la contienda: Las consecuencias de la guerra repercutirán, sobre todo, en los países y gentes más pobres: en los del Tercer Mundo. A ellos les va a tocar bajar unos cuantos peldaños más hacia el pozo de sus miserias. Ya les estamos robando lo que en justicia les pertenece con la carrera de armamentos. Cada hora de guerra cuesta cuatro mil millones de pesetas: lo que se recoge en España en la Campaña contra el hambre en el mundo. Tú y yo debemos compartir más, aunque tú y yo tengamos menos para las necesidades que nos hemos creado. Muchos niños quedarán sin padres, huérfanos. Pensemos, ya desde ahora, en hacerles sitio en nuestras casas para que sean como hijos, como hermanos, si se nos lanza esta llamada. Y que la constatación de que siempre los niños, los inocentes, los ancianos, las mujeres son las principales víctimas de la guerra, nos impulse a apoyar, como norma de vida, a buscar el bien, la mejora, de quienes son siempre los últimos en la sociedad.395

Osés concluía su carta con una reflexión sobre ese supuesto orden internacional que existía y que, a su juicio, no era tal en la medida en que había una supeditación de unos países a otros:

394 BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1991, p. 3. 395 Ibídem, p. 7.

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No nos sintamos ajenos al proyecto del Nuevo Orden Internacional del que tanto se habla. Nos interesa, y mucho, a todos, un nuevo orden internacional, porque el actual está muy lejos de ser orden y de ser internacional. Y nos preguntamos: ¿Quién o quiénes van a proyectarlo y construirlo, con qué criterios y cuáles serán sus objetivos? Porque solo habrá orden cuando todos los Estados, por igual, participen en él. Si lo realizan unos pocos y sobre todo los países de mayor poderío, ya no será orden, ni internacional. Si no rige, como criterio, el de un acercamiento entre todos los pueblos para superar las diferencias entre el Norte y el Sur, tampoco podremos hablar de nuevo orden. Y si la política armamentística no es sustituida por una política de promoción integral de las personas y de los pueblos, no tenemos derecho a hablar de nuevo orden. Nos quedaríamos en el viejo, injusto e insolidario desorden actual.396

Sobre esa diferencia entre países ricos y pobres, y el sometimiento al que obligan los primeros a los segundos, volvería Osés a finales de 1995, esta vez con motivo de unas pruebas nucleares que Francia estaba realizando en el atolón de Mururoa (Polinesia francesa). A pesar de las presiones de los principales grupos ecologistas, el Gobierno francés había seguido adelante y, de hecho, había hecho explotar una bomba nuclear en el atolón. Antes de que esto se produjera, pero ante la certeza de que tarde o temprano tendría lugar, Osés decidió escribir a su clero y sus fieles: Es inmoral proseguir en la carrera de armamentos al querer incrementar el poder bélico ofensivo y defensivo nacional, pero lo es en mayor grado cuando los armamentos son nucleares y de un poder destructivo terrorífico. Las pruebas nucleares, en estas circunstancias, no pueden ser consideradas ni como simples experimentos para el avance científico legítimo, ni menos aún para el avance social, sino que son medios que causan un daño gravísimo, más aún cuando se van repitiendo una y otra vez. 396 Ibídem, pp. 7 y 8.

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[…] El usar el poder, en este caso, haciendo oídos sordos a la denuncia de tan numerosos gobiernos, naciones y personas es un especial abuso de poder, porque además de no ser poder para el bien y el servicio del pueblo y de los pueblos, es poder para destruir, por lo que en su raíz está totalmente viciado. Finalmente, este tipo de pruebas nucleares es un alarde económico de países ricos que significa un retroceso en el camino de igualdad de los pueblos y pone de manifiesto el individualismo insolidario de quien usa el poder con miras a sus intereses propios, aunque marginen y causen daño a los otros.397

Y es que el prelado navarro tenía muy clara la incompatibilidad de servir a dos señores contrapuestos: Dios y el dinero, Dios y el bienestar a ultranza, Dios y el pacifismo, Dios y la injusticia, Dios y la opresión, y Dios y el yo individual de cada uno. Pero ¿era realmente Osés un «obispo rojo», una especie de prelado particularmente amistoso con la izquierda española? Pudo serlo, no vamos a negar esa posibilidad, pero para él lo que estuvo siempre por encima de todo fue el compromiso social y la independencia de criterio. Creemos, en ese sentido, que merece la pena dar a conocer uno de sus principales alegatos públicos denunciando lo que iba a ser la corrupción política del final de esta etapa de Gobiernos socialistas, los que se dieron, en esencia, entre enero de 1991, fecha de la dimisión del vicepresidente Alfonso Guerra como consecuencia del llamado caso Juan Guerra, y mayo de 1996, en que Felipe González abandonó finalmente la presidencia tras la victoria dos meses antes del Partido Popular, liderado por José María Aznar. Porque para Osés el problema no estaba en si los desmanes eran cometidos por la izquierda o por la derecha, sino en qué delitos se estaban produciendo y en el perjuicio que ello ocasionaría en el conjunto de la población española. Algo que él relacionaba con una crisis profunda de valores que se encontraba intrínsecamente unida a la pérdida de referentes éticos dentro de la sociedad. El 30 de octubre de 1994 hizo pública una «orientación cristiana» en la que decía cosas como estas:

397 BOOH, 5, noviembre-diciembre de 1995, p. 183.

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Los casos de corrupción, que no cesan, provocan la reacción e indignación de los ciudadanos y promueven la acción de la justicia, pero la epidemia de la corrupción permanece. ¿Qué está sucediendo? Una primera conclusión que vamos deduciendo es la de que, por ser tan frecuentes los casos de corrupción, tenemos que reconocer con dolor que es nuestra sociedad la que está corrompida. […] Cuando hemos llegado a establecer, como pauta social indiscutible, que el tener ha de ser nuestra aspiración primera; cuando un liberalismo salvaje ha borrado todos los escrúpulos y nos induce a buscar el máximo de ganancias, sin reparar en los medios; cuando el ganar mucho pero trabajando poco es uno de nuestros sueños dorados, vamos tejiendo la estructura espesa de la inmoralidad que da como fruto normal la corrupción. Corrupción de la sociedad, pero que tiene manifestaciones de singular gravedad cuando los distintos casos suceden desde el poder político o económico y cuando las cantidades tan desorbitadas que se roban a la sociedad suponen un durísimo golpe para todos los ciudadanos, en especial para las clases más desfavorecidas. […] La solución ha de llegar de la misma sociedad, cuando la mayoría de los ciudadanos que la formamos renunciemos a las pautas corruptoras que la dominan y nos decidamos a avanzar por criterios y conductas de verdad, de igualdad y de bien común.398

El 18 de febrero de 1996, cuando faltaban tan solo unas semanas para que se celebraran las séptimas elecciones generales de la democracia, escribió otra «orientación cristiana» en la que mostraba su convicción de que ningún partido político merecía ser apoyado porque todos ellos se dedicaban en exclusiva a la lucha por el poder y no a intentar solucionar los problemas reales de la sociedad: Durante este largo período preelectoral, los políticos nos explican y repiten sus propuestas, aunque lo hagan preferentemente atacando al adversario. Por ser actividad política tendente a la conquista del poder, los predicadores políticos seleccionan cuidadosamente lo que puede cautivar más al electorado y esconden en la manga lo que pueda suponer alguna pérdida de votos. 398 BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1994, pp. 225 y 226.

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Y en todos ellos hay una coincidencia, aunque pueda tener matices distintos en unos y otros: la de no citar ni ofrecer en sus programas soluciones a los graves problemas de los más marginados de esta sociedad. No se tiene en cuenta a los presos, a no ser para decir, ante cierta clase de presos, que deberán cumplir irremisiblemente todas sus penas. No cuentan los inmigrantes porque la gente los contempla, exclusivamente, bajo el prisma de quienes vienen a quitarnos puestos de trabajo a quienes estamos ya sumamente escasos. No se propone con claridad el 0,7% para el Tercer Mundo porque entre nosotros son insuficientes todos los recursos para responder medianamente a nuestras múltiples necesidades. Se habla de mantener y consolidar el Estado de Bienestar, pero se silencia los que no han atravesado ni siquiera el umbral de dicho Estado, sino que forman parte de los numerosos grupos que no parecen ciudadanos de esta sociedad. Y todo en nombre de una razón política: hay que prometer lo que es más rentable en función de alcanzar el poder; y hay que silenciar, aunque sea el primer paso para la justicia social, como ocurre con la atención debida a los marginados, lo que puede restar votos.399

La labor de Osés como miembro de la Conferencia Episcopal Desde que en enero de 1966 fuera creada la Conferencia Episcopal Española, siguiendo las disposiciones del Concilio Vaticano II, la tarea de todos y cada uno de los obispos españoles no se limitaba al mero gobierno de la diócesis, sino que también abarcaba su participación en un organismo que se situaba por encima de estos y que, tras numerosas pugnas con el Estado, se ha convertido en parte integrante de la relación de la Santa Sede con el Gobierno español. Por ello, nuestro biografiado forma parte inequívoca de la historia de la Conferencia Episcopal, en la que fue teniendo un peso

399 Diario del Altoaragón, 18 de febrero de 1996.

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creciente a medida que pasaba el tiempo pero donde, sin embargo, no llegó a ser nunca un elemento clave400 al no ostentar la dignidad cardenalicia ni dirigir una diócesis de primer orden (de hecho, era y es una las diócesis más pequeñas del país, no tanto en kilómetros cuadrados como en población). En todo caso, creemos que, para poder proporcionar una visión lo más completa posible de su vida, resulta necesario examinar su papel dentro del máximo órgano del episcopado. Ya fuera porque las circunstancias concurrieran de esa manera, o porque él mismo lo solicitara, lo cierto es que el carácter eminentemente social que marcaría la trayectoria episcopal de Javier Osés podría entreverse desde el primer momento dentro de la Conferencia Episcopal. En efecto, las primeras elecciones de la Conferencia en las que tomó parte, y que fueron las celebradas en marzo de 1972 (porque las anteriores habían tenido lugar en febrero de 1969, por tanto unos meses antes de la elevación al episcopado de Osés), dictaminaron que el prelado navarro quedara encuadrado dentro de la Comisión Episcopal de Apostolado Social. Encabezada por el ya arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, que ejercía el cargo de presidente, esta comisión tenía un marcado tono aperturista porque dentro de ella estaban José Antonio Infantes Florido (Canarias),401 José María Guix (Obispo Auxiliar de Barcelona), Antonio Montero Moreno (auxiliar de Sevilla) y José María Setién (auxiliar de San Sebastián).402 Fue precisamente durante esta etapa, la de 1972-1975, cuando Osés dejó notar su presencia como miembro de la Conferencia 400 Para ser elemento clave en la Conferencia resulta lógicamente necesario estar en la

cúpula de la misma, particularmente en la Presidencia y la Secretaría General, así como en el Comité Ejecutivo. Un tercer escalón de relevancia, aunque ya menor que los anteriores, es la Comisión Permanente, de la que Osés, como veremos más adelante, formaría parte en dos períodos diferentes. 401 En realidad, era el obispo de Las Palmas, pero se le denominaba de Canarias porque así se ha considerado tradicionalmente al prelado de la diócesis laspalmeña. Sin embargo, debemos recordar que hay una segunda diócesis en las islas Canarias, que es Tenerife (San Cristóbal de la Laguna) y que es la que controla la otra zona pastoral del archipiélago canario. 402 Véase al respecto Ecclesia, 1584, 18 de marzo de 1972, p. 17.

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Episcopal. En efecto, en diciembre de 1974 fue invitado a pronunciar una conferencia en Valladolid que llevaba un sugerente título, «Justificación y alcance de la intervención episcopal», y donde abordaría el papel que debían asumir los obispos en la incipiente crisis económica que estaba viviendo en ese momento España. Los diferentes ministerios403 que debían hacer frente a esta crisis no lograban dar con la solución o soluciones necesarias y, así, los españoles se preparaban para realizar una larga travesía en el desierto, con la incertidumbre que producía la decrepitud del general Franco y su posible sucesión. Como en tantas otras ocasiones, Osés enfocaría su intervención desde un punto de vista social. En efecto, el prelado navarro quiso reflexionar sobre la importancia del dinero y sobre por qué este, en lugar de constituir una solución, se había convertido en un problema: El dinero, las riquezas y los bienes pueden crear espacios de libertad, ya que permiten ser más libres, liberando al hombre de esclavitudes contrarias a su dignidad humana, como son la falta de alimentos, de habitación, de cultura, de puestos de trabajo, etc. Pero su acumulación también crea poder. Esto es un hecho claro, de experiencia diaria. Por ello podemos decir que acumular riquezas y dinero es acumular poder. Y esto puede llevar a acumular un poder oligárquico que crea dependencias y dominios que, en el fondo,

403 En aquel momento no había un ministerio propiamente de Economía o de Econo-

mía y Hacienda. Lo que había era un conglomerado burocrático que, cada una por su lado, atendía los diferentes aspectos económicos y hacendísticos. Además de haber un ministro de Hacienda que era, al mismo tiempo, vicepresidente segundo del Gobierno (Antonio Barrera de Irimo), existía un Ministerio de Industria (a cuyo frente estaba Alfredo Santos Blanco), uno de Comercio (encabezado por Nemesio Fernández-Cuesta), uno de Planificación del Desarrollo (Joaquín Gutiérrez Cano era su máximo dirigente) e, incluso, un Ministerio de Relaciones Sindicales (a cuyo frente se encontraba Alejandro Fernández Sordo). La dimisión de Barrera de Irimo en octubre de 1974 hizo que este fuera reemplazado por Rafael Cabello de Alba, y hubo también cambios en marzo de 1975 con dos nuevas caras en Industria (Alfonso Álvarez Miranda) y Comercio (José Luis Cerón Ayuso). Así, un Ministerio de Economía propiamente dicho, ya fuera o no con Hacienda incluida, no lo habría hasta después de fallecido Franco.

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atentan contra la igualdad y fraternidad de los hombres deseadas por Dios.404

La realidad era que el dinero había acabado suponiendo una contradicción para la fraternidad humana deseada por Dios, ya que, según Osés, en el mundo los poderes dominantes eran, en esencia, poderes económicos, no ideológicos, siendo las ideologías creadas para justificar el dominio del dinero (1); los grandes bloques que intentaban repartirse el mundo eran, de hecho, poderes económicos (2); y los nuevos colonialismos, es decir, las nuevas dependencias de unos países de otros, constituían dependencias económicas, llamáranse empresas multinacionales o capitales extranjeros (3). Ante esta realidad, Osés lanzaba un mensaje a los gobernantes españoles caracterizado por las siguientes tres expresiones: «transparente honestidad administrativa», «austeridad en el consumo» y, finalmente, «solidaridad en las cargas». Y debían vislumbrarse dos actitudes especialmente apremiantes: secundar las directrices justas de los poderes públicos y que estos, a su vez, fueran los primeros en asumir las restricciones necesarias. Finalizaba el todavía obispo auxiliar de Huesca: A la vista de todo esto podríamos preguntarnos ahora: ¿Tiene o no importancia cristiana y humana este momento? ¿Es este un «cairos», un momento fuerte en el que Dios viene a nuestro encuentro? La situación que vivimos es una llamada a la conversión, esto es, en ella está presente la voz de Dios que nos recuerda los fuertes imperativos del Evangelio, que hoy se hacen voz viva para nosotros.405

Tres años después, en las elecciones de marzo de 1975, Osés volvería a ser incluido en Comisión Episcopal de Apostolado Social (y donde volvían a repetirse los integrantes de la misma), pero, al mismo tiempo, era elegido para participar en la que ciertamente

404 BOOH, 2, febrero de 1975, p. 42. 405 Ibídem, p. 48.

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sería la comisión más importante a lo largo de su andadura como miembro de la Conferencia Episcopal: la Comisión de Pastoral. En efecto, los obispos decidieron que Osés debía participar en esta última, que se encontraba presidida por el obispo de Bilbao (Antonio Añoveros) y donde también estaban Ramón Echarren (auxiliar de Madrid-Alcalá), Manuel Casares Hervás (Almería), Miguel Moncadas (Menorca), José Gea Escolano (auxiliar de Valencia), Juan Antonio del Val Gallo (Santander), Jaime Camprodón (Gerona) y Ambrosio Echevarría (Barbastro).406 Se trataba de una comisión con un carácter aperturista pero menor que la de Apostolado Social, ya que había algún elemento claramente conservador, como José Gea Escolano. De todas maneras, aunque Osés siguió siendo miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral tras las elecciones tanto de 1978407 como de 1981,408 nosotros hemos querido centrar nuestra atención en cuando la presidió, que fue durante dos trienios consecutivos, 1984-1987 y 1987-1990, es decir, en la transición del «taranconismo sin Tarancón», encarnado en la persona de Gabino Díaz Merchán, al conservadurismo, materializado en la victoria del cardenal-arzobispo de Madrid-Alcalá Ángel Suquía, en las elecciones de marzo de 1987. Fue en esta misma etapa cuando entró a formar parte de la Comisión Permanente, beneficiándose tanto del hecho de ser ya un obispo con larga trayectoria episcopal (habían pasado quince años desde su nombramiento como auxiliar de Huesca y siete desde su ascenso a residencial de la misma) como de la ampliación de la Permanente, que pasó de 20 a 25 miembros. Sin embargo, Javier Osés había puesto ya sus ojos en una Comisión Episcopal (la de Pastoral) a la que hacía ya tres trienios que pertenecía y de la que, al fin, se le concedía el mando.409 Ello le 406 Cf. Ecclesia, 1732, 15 de marzo de 1975, pp. 13 y 14.

407 Véase al respecto Ecclesia, 1877, 11 de marzo de 1978, p. 18. Aquí tendría como

nuevo compañero a uno de los más significados obispos del ala aperturista, Alberto Iniesta, para algunos situado muy a la izquierda eclesial. 408 Ecclesia, 2021, 7 de marzo de 1981, p. 27. 409 Y en la que tendría como vocales, durante el trienio 1984-1987, a Teodoro Úbeda (Mallorca), Antonio Deig Clotet (Menorca), José Gea Escolano (Ibiza) y el agustino Nicolás Castellanos (Palencia) (Ecclesia, 2164, 3 de marzo de 1984, pp. 17 y 19). Mientras, en el trienio 1987-1990 repetirían como vocales Teodoro Úbeda y

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Javier Osés sale acompañado por Ramón Buxarrais, obispo de Málaga, de una reunión en la sede de la Conferencia Episcopal Española (20 de abril de 1988). (Foto cedida por el Archivo Ecclesia)

llevó a declarar a Ecclesia, portavoz oficiosa de los obispos españoles, que, aunque todas las comisiones episcopales tenían como objetivo la pastoral en sí, la suya en particular centraba su atención en predicarla en la sanidad, el turismo, la tercera edad y la animación de las nuevas estructuras pastorales diocesanas (vicarios de pastoral, consejos de pastoral, etcétera). Dentro de todos ellos, y en concordancia con lo que fue siempre una gran sensibilidad humana, el que más le preocupaba era el de la salud. Afirmaba: «El dolor es un reto a la sociedad del bienestar. Nunca la Iglesia ha fallado en ese signo evangélico que es la atención a los enfermos».410 Antonio Deig Clotet, añadiéndose a ellos Rosendo Álvarez Gastón (Jaca) y Santiago García Aracil (auxiliar de Valencia). Véase al respecto Ecclesia, 2309, 7 de marzo de 1987, p. 13. 410 Ecclesia, 2164, 3 de marzo de 1984, p. 13.

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Así que todos los grandes documentos emanados de esta comisión episcopal bajo la presidencia de Javier Osés, que, como decimos, se prolongó hasta 1990, están marcados por una honda preocupación por el problema de la salud y, en definitiva, de la enfermedad. En efecto, a finales de 1984 los obispos que integraban la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social hicieron pública una declaración donde daban a conocer la realidad de la sanidad en España. Los datos dejaban clara la necesidad de una inmediata reacción por parte de los agentes participantes en el proceso, pues en España había unos diez mil enfermos que seguían viviendo gracias a la diálisis, lo que suponía un altísimo coste para el sistema. El principal problema estaba en que muchos españoles no donaban sus órganos o no dejaban a sus familiares moribundos donar sus órganos debido a razones de tipo religioso. Por ello, los miembros de la Comisión Episcopal de Pastoral hicieron pública su intención de donar cualquier parte de su cuerpo que pudiera ser útil en el momento de fallecer si ello podía servir a quien lo necesitara. Porque, según ellos, la fe no solo no tiene «nada contra tal donación, sino que la Iglesia ve en ella una preciosa forma de imitar a Jesús, que dio la vida por los demás».411 En la declaración los cuatro prelados mostraban su estímulo y aliento a los enfermos y familiares que sufren y esperan nuestra generosidad, a las asociaciones de enfermos que con empeño llevan a cabo una labor de sensibilización, a los equipos médicos que con tanto esfuerzo y entrega luchan por estar al día y ofrecer a los enfermos una vida mejor, a los órganos legislativos y administrativos y a los medios de comunicación social que han mostrado su sensibilidad y preocupación por el problema. Y queremos también mostrar nuestro reconocimiento a los que ya han decidido donar sus órganos en caso de muerte.412

Además, añadieron una exigencia en su declaración: Junto a este estímulo y reconocimiento, pedimos que se agilicen los trámites burocráticos que, en ocasiones, pueden dificultar la 411 Ecclesia, 2195, 3 de noviembre de 1984, p. 15. 412 Ibídem.

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aplicación de la ley; que se siga sensibilizando e informando en orden a una solución efectiva de esta problemática. Esperamos que nunca se interfieran en este delicado asunto los problemas económicos. Y como deseamos que nuestras palabras no se queden en simples palabras, cuantos firmamos estas líneas declaramos desde ellas nuestra voluntad de ser, en cuanto sea posible, donantes de cualquier parte de nuestro cuerpo que pudiera ser útil, tras nuestra muerte, a cualquiera de nuestros hermanos. Así creemos imitar a Jesús, que dice: «nadie tiene mayor amor que el de la vida por sus amigos» (Jn 15, 13), y que él mismo dio su vida por los hombres.413

Uno de los mayores éxitos de Javier Osés como presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral fue la celebración del Congreso Evangelización y hombre de hoy, que tuvo lugar en septiembre de 1985 en la Fundación Pablo VI de Madrid. Osés fue entrevistado por Ecclesia poco antes de celebrarse el evento y reconoció que había habido «reticencias» ante la posibilidad de que pudiera producirse un acontecimiento de este tipo. Estas «reticencias» no procedían del sector conservador de la Iglesia, sino del progresista, o al menos así debemos deducirlo de las palabras del obispo de Huesca, ya que afirmó que los que se habían opuesto al congreso eran personas que consideraban que lo que se buscaba era algo para salir del paso y esquivando la realidad de los verdaderos problemas de nuestra Iglesia y sociedad. Fue entonces cuando surgieron voces a favor de una asamblea de todo el Pueblo de Dios en España, y creyeron que el Congreso se organizaba para evitar así esa asamblea, en la que podrían aparecer todos nuestros problemas e interrogantes.414

Sin embargo, estos recelos habían sido finalmente superados y Osés, en ese sentido, no podía ocultar su felicidad por lo que sabía que iba a ser un éxito de participación en todos los órdenes:415 413 Ibídem.

414 Ecclesia, 2236, 14 de septiembre de 1985, p. 17.

415 Recuerda Abel Hernández: «Este “Congreso de Evangelización” fue uno de los

grandes acontecimientos de la Iglesia española durante el mandato de Díaz Mer-

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

La respuesta ha superado con creces nuestros cálculos, porque la totalidad de las diócesis españolas y el Vicariato General Castrense y la prelatura personal del Opus Dei están participando, aunque el grado de participación es muy diverso. Podemos afirmar que no hay ningún grupo, asociación o comunidad del amplio espectro de nuestra Iglesia que no esté participando, desde los grupos con líneas de carácter más bien espiritual hasta los de otras más marcadamente de compromiso.416

Siendo fiel a lo dicho cuando se hizo cargo de la Comisión Episcopal de Pastoral, y enlazando con el congreso al que nos acabamos de referir, en la primavera de 1986 promovió que los obispos pertenecientes a esta comisión hicieran público un bello texto donde afirmaban la capacidad de los enfermos para evangelizar a todos aquellos que les rodeaban. Este texto se ubicaba dentro de una celebración, la del Día del Enfermo, que había sido puesta en marcha precisamente bajo el mandato de Osés. Rescatamos las partes más brillantes del documento de 1986: Los enfermos, desde su enfermedad, pueden evangelizarnos: no es solo evangelizador el creyente en Jesús que, lleno de vitalidad, contagia la fe, la esperanza y la vida nueva que Cristo nos ha traído. Jesús evangelizaba cuando recorría incansablemente los pueblos y ciudades proclamando la buena noticia del Reino de Dios y curando todo achaque y enfermedad, pero nos dio el más sublime anuncio evangelizador desde el dolor, la agonía, la soledad de la pasión y la muerte en la cruz.

chán. Lo más interesante del mismo fue, acaso, el intento de diálogo y entendimiento entre los diversos sectores del cristianismo en España y entre la jerarquía eclesiástica y las bases católicas. A la vista del impresionante pluralismo, complicado con compromisos tanto religiosos como políticos o sociales radicalmente distintos, y a veces contrapuestos, esta manifestación de diálogos parecía demostrar que no se había roto del todo la unidad católica. Si acaso, quedaban fuera una franja por la izquierda, muy radicalizada por el compromiso marxista, y otra a la derecha donde se refugiaba el integrismo católico. Ninguna de las dos estuvo representada» (Hernández, 1995: 228). 416 Ecclesia, 2236, 14 de septiembre de 1985, pp. 16 y 17.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

[…] Los enfermos nos evangelizan porque, desde su propia situación, nos ayudan a relativizar algunos de los valores y formas de vida de la sociedad actual, y también de nuestras comunidades: la eficacia a toda costa, la competitividad, la ambición de dinero, de poder, de éxito y de prestigio, el ansia de tener y el afán de consumir. Los enfermos, con su actitud, nos ayudan a vivir y recuperar los valores fundamentales del Evangelio: la gratuidad, la fuerza del amor, la esperanza, la entereza en la hora de la prueba. Los enfermos, desde su postración, nos llaman a la solidaridad humana, al amor servicial y sacrificado y a la reivindicación de sus derechos. Los enfermos nos ayudan a ser realistas en un mundo que vive de apariencias, de espaldas a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte, porque nos hace reconocer que somos frágiles, limitados, mortales, pero con un caudal de energías ocultas muy considerable. Los enfermos nos muestran el rostro de Cristo y lo más original y llamativo del Dios cristiano: un Dios que por amor se anonada y comparte hasta el fondo el dolor del hombre, y así nos salva. Los enfermos que viven con sentido cristiano cada una de las etapas de su enfermedad son un testimonio vivo de que es posible mantener el vigor de la esperanza, la paz serena e incluso la alegría; ser fieles al Dios que es siempre fiel; luchar con la enfermedad, asumirla con amor y madurar humana y cristianamente.417

Pero el compromiso de Javier Osés con los enfermos no se redujo a la elaboración de notables documentos como el que acabamos de ver. No. Precisamente el 1 de enero de 1986 acababa de entrar en vigor el Acuerdo sobre Asistencia Religiosa Católica en Centros Hospitalarios Públicos, firmado por Gabino Díaz Merchán, como presidente de la Conferencia Episcopal Española, y por los ministros de Justicia (Fernando Ledesma) y Sanidad y Consumo (Ernest Lluch),418 en representación del Gobierno español.419 A este texto había seguido el Convenio entre el Instituto Nacional de la Salud (INSALUD) y la Conferencia Episcopal Española para la aplicación

417 Ecclesia, 2264, 26 de abril de 1986, pp. 16 y 17.

418 Asesinado por la banda terrorista ETA en Barcelona el 21 de noviembre de 2000. 419 Véase Boletín Oficial del Estado, 21 de diciembre de 1985.

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del citado acuerdo (24 de julio de 1985), firmado por el director general del INSALUD, Fernando Magro Fernández, y el propio Javier Osés como presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral. Compuesto de un total de diez artículos más dos disposiciones (una transitoria y otra final), al fin quedaba regulada esta asistencia religiosa, pues se trataba de un problema pendiente desde la promulgación, en julio de 1980, de la Ley Orgánica sobre Libertad Religiosa. Entre los rasgos más sobresalientes de este convenio se encontraba el hecho de que en cada centro hospitalario del INSALUD existiera un servicio u organización para prestar asistencia religiosa católica y atención pastoral a los pacientes católicos del centro, si bien se dejaba la puerta abierta para que quien lo deseara, aun no siendo católico, también pudiera recibirla (artículo tercero). Los capellanes o personas que prestaran la asistencia religiosa serían designados por el ordinario del lugar (es decir, el obispo correspondiente) y nombrados por el director provincial del INSALUD (artículo cuarto). Además, el sistema de asistencia religiosa católica dispondría de capilla para la oración de los fieles y la celebración del culto, así como de despacho para recibir a quienes lo desearan, e incluso se habilitaría un espacio para que el capellán pernoctara si era necesario (artículo noveno). Este acuerdo, en fin, afectaría de manera directa a unos 130 capellanes que en ese momento podían llegar a atender, potencialmente, a 45 000 mil enfermos, pues ese era en ese momento el número de camas disponibles en los centros hospitalarios públicos.420 Con motivo del Día del Enfermo de 1987, Osés y sus colaboradores en la Comisión Episcopal de Pastoral quisieron lanzar un «mensaje» donde por un lado denunciaban la situación existente y, por otro, animaban a los que ya se encontraban comprometidos en el cuidado de los enfermos. La denuncia era esta:

420 Los datos los hemos extraído de Ecclesia, 2272, 21 de junio de 1986, p. 21. Por su

parte, el Acuerdo sobre Asistencia Religiosa Católica en Centros Hospitalarios Públicos fue publicado ibídem, pp. 32 y 33, y el Convenio entre el Instituto Nacional de la Salud y la Conferencia Episcopal Española para la aplicación de dicho acuerdo apareció ibídem, pp. 33 y 34.

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Asistir y cuidar al enfermo humanamente es una necesidad actual y permanente que nos afecta a todos. La deshumanización de nuestra sociedad se refleja también en el campo sanitario: hay enfermos que se sienten tratados con frialdad, de forma impersonal, como si fueran solo un objeto o caso clínico interesante; por otra parte, los que le asisten, sea cual fuera su profesión, se sienten con frecuencia poco valorados, reconocidos y estimulados en su quehacer. La medicina moderna ha acentuado el predominio de la técnica, que tantos beneficios ha traído al enfermo, pero olvida a veces la dimensión humana.421

Mientras, las palabras de ánimo se concentraban en los siguientes párrafos: Junto a estas consideraciones, los obispos de la Comisión queremos: — Reconocer, valorar y agradecer la labor de todos los que asisten y cuidan con humanidad a los enfermos y el esfuerzo de quienes trabajan para que las instituciones sanitarias estén al servicio de los mismos. — Apoyar y alentar a los religiosos y religiosas que, fieles a sus fundadores, dedican sus instituciones y su vida a cuidar con amor a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la compasión y ternura del Señor. — Invitar a los profesionales sanitarios cristianos a tratar con tal competencia y humanidad a los enfermos que estos puedan ver y sentir que se interesan y se preocupan por su persona. Invitarles también a trabajar en la transformación de las estructuras sanitarias al servicio del hombre. — Animar a los capellanes de hospital a colaborar generosamente en la humanización de la asistencia hospitalaria, aportando la fuerza humanizadora del Evangelio. — Pedir, finalmente, a las comunidades cristianas que, fieles de Jesús y estimuladas por el ejemplo de Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl y tantos otros, atiendan con humanidad a los enfermos y a quienes les cuidan.422

421 Ecclesia, 2319, 23 de mayo de 1987, p. 12. 422 Ibídem, p. 13.

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En años siguientes, bajo lemas como Jesús no pasó de largo423 o La familia también cuenta,424 los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral volverían a incidir sobre estas ideas, resaltando la importancia que tenía y sigue teniendo para los enfermos el apoyo y la compañía de sus familiares. Al mismo tiempo, Osés, como presidente de la comisión, encauzaría un problema tan delicado como la eutanasia a través de la presentación ante la Conferencia Episcopal de un breve informe, titulado «El acompañamiento al moribundo y la legalización de la eutanasia», donde, entre otras cuestiones, recogía las conclusiones de los profesionales sanitarios especializados en el tema de la eutanasia, a fin de que el máximo órgano del episcopado, por medio de las comisiones que tenían competencias en ello,425 presentara un plan de acción de la Iglesia en este campo.426 A partir de 1990 Javier Osés perdería protagonismo dentro de la Conferencia Episcopal, lo que es posible que estuviera en relación con el afianzamiento del liderazgo del conservador Ángel Suquía, reelegido presidente. Así, Osés dejaría de ser miembro de la Comisión Permanente427 y, al mismo tiempo, de presidir la Comisión Episcopal de Pastoral (cargo que recaería en manos de Teodoro Úbeda). No obstante, tuvo una pequeña compensación, y es que también pasó a formar parte de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, presidida entonces por un viejo conocido suyo (José María Setién, con quien había compartido comisión en 1975).428 Tres años después, en 1993, los conservadores perdieron el control de la Conferencia, pues Ángel Suquía, como le había pasado seis años antes a Gabino Díaz Merchán, no consiguió el quórum

423 Ecclesia, 2370, 7 de mayo de 1988, p. 10.

424 Ecclesia, 2420, 22 de abril de 1989, p. 15.

425 La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, la Comisión Episcopal de Pastoral

Sanitaria y la Comisión Episcopal para la Defensa de la Vida.

426 Así se informó en Ecclesia, 2444, 7 de octubre de 1989, pp. 14-17.

427 La cual llevaba desde 1990 viviendo varias reducciones del número de sus miembros.

Tras haber alcanzado el techo de 25 componentes, ya en 1993 tenía solo 22 miembros y, en 1996, 21. No obstante, en 1999 volvería a contar con 22 integrantes. 428 Cf. Ecclesia, 2465, 3 de marzo de 1990, p. 10.

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necesario para ser reelegido para un tercer y último trienio como presidente, lo que hasta ese momento solo había logrado el carismático cardenal Tarancón. Como ya hemos dicho, la presidencia recayó entonces en Elías Yanes y la vicepresidencia en Fernando Sebastián. También se eligió secretario general, en la persona del obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez. Las elecciones de 1996 confirmarían no solo el liderazgo de Elías Yanes, sino el papel secundario que Osés seguía jugando dentro de la Conferencia, pues, además de seguir fuera de la Comisión Permanente, no ostentaba la presidencia de ninguna de las dos comisiones episcopales (Pastoral y Pastoral Social) a las que pertenecía.429 Lo que, a nuestro juicio, no resultaba justo porque, como hemos visto, Osés se encontraba viviendo una madurez intelectual donde podía aportar sus mejores conocimientos a una institución a la que pertenecía desde hacía casi treinta años. La compensación vendría en 1999, durante las duodécimas elecciones para la presidencia de la Conferencia Episcopal Española. Una nueva generación, encarnada en la persona del cardenal-arzobispo de Madrid-Alcalá (Antonio María Rouco Varela, nacido en 1936) desbancaba de manera definitiva a la nacida en los años veinte, a la que pertenecía Osés y que había dominado la vida eclesial durante los años 1981-1987 (Díaz Merchán) y 1993-1999 (Yanes; entremedias había estado un obispo nacido en los años diez, Ángel Suquía). La Comisión Permanente volvió a ser ampliada y, con una persona más, permitió la entrada de Javier Osés, quien, además, y a pesar de dejar de pertenecer a la Comisión Episcopal de Pastoral, probablemente debió de cumplir otro de sus sueños: encabezar la Comisión Episcopal de Pastoral Social, donde, por cierto, se encontraba quien habría de sucederle en la diócesis de Huesca (Juan José Omella).430 Y es que en la Iglesia, como organización fuertemente jerarquizada, una institución tan central como la Conferencia Episcopal no podía escapar a la realidad de las diferencias entre unas diócesis y 429 Véase al respecto Ecclesia, 2777, 24 de febrero de 1996, pp. 12-15.

430 Otros vocales eran José María Guix (Vic), Ramón Echarren (Canarias), José María

Setién (San Sebastián) y Atilano Rodríguez Martínez (auxiliar de Oviedo). Así se comunicó en Ecclesia, 2936, 13 de marzo de 1999, pp. 11 y 13.

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otras, y, teniendo en cuenta que, por encima de Huesca, se situaban muchos obispados (todas las archidiócesis y muchas otras diócesis de rango menor), Osés, como obispo de Huesca, solo podía acceder al premio menor de la presencia en la Comisión Permanente o la presidencia de una Comisión Episcopal. Aunque, quién lo diría, con el tiempo un simple obispo (de Bilbao), Ricardo Blázquez, se haría con la presidencia del máximo órgano del episcopado. Claro que Bilbao tenía en 2005 casi once veces el número de fieles de Huesca…

Razones para explicar la no promoción de un obispo Una de las cosas que probablemente más llamen la atención de la trayectoria episcopal de Javier Osés es, posiblemente, el hecho de no haber sido promocionado durante casi veinticinco años, los que prácticamente transcurrieron desde el nombramiento de Osés como obispo residencial de Huesca (febrero de 1977) hasta su jubilación como titular de la misma (octubre de 2001). Es cierto que no se trataba de un caso único dentro del episcopado, ya que, por ejemplo, Ángel Temiño fue obispo de Orense durante casi treinta y cinco años (octubre de 1952 – mayo de 1987) e igual sucedió con Pablo Barrachina en Orihuela-Alicante (marzo de 1954 – mayo de 1989). Sin embargo, por supuesto con el debido respeto hacia estos dos prelados y otros que vivieron una realidad parecida, la sólida formación de Osés (que había pasado por la Universidad Gregoriana de Roma, cuna de papas y cardenales), su brillantez y presencia personal y su talante profundamente conciliador (que le permitían ser hombre de concordia allí donde fuera) nos obligan a bucear en las posibles razones que llevaron a su no promoción. En ese sentido, entre los elementos que menos gustaron en el Vaticano a la hora de enjuiciar su labor estuvieron posiblemente algunas amistades de Osés, aunque nosotros tenemos claro que él era amigo de todos, es decir, de cualquier tipo de tendencia, dado su carácter abierto. Pero, por poner un ejemplo, a la Santa Sede no debió de gustarle nada, si es que lo supo, que Javier Osés invitara a

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José Ángel Ubieta a la celebración de las diversas efemérides de los sacerdotes oscenses que tuvieron lugar en Huesca el día 31 de mayo de 1986.431 Ubieta era desde hacía más de una década el vicario de Pastoral de la diócesis de Bilbao. Detenido el 22 de abril de 1969432 por actividades consideradas por el Régimen como «subversivas», había sido coprotagonista del llamado caso Añoveros (de hecho, tuvo que acompañar al obispo de Bilbao en su angustioso viaje a Madrid para dar explicaciones por su famosa pastoral)433 como consecuencia de haber sido el encargado de distribuir entre el clero la homilía de Añoveros. Hay quienes incluso afirman, como Enrique Miret Magdalena, que fue el propio Ubieta el que había escrito la pastoral.434 Cierto es, también, que Ubieta era un notable teólogo que había colaborado en la traducción de la obra más fundamental para la Iglesia (la Biblia) y que había participado como ponente en congresos de la relevancia del citado Evangelización y hombre de hoy, además de que cuando fue invitado por Osés a Huesca era director del Instituto de Teología y Pastoral de Bilbao. Por cierto, allí pronunció una conferencia-diálogo titulada «El trabajo pastoral del presbítero en la Iglesia diocesana».435 En ese sentido, debemos decir que nunca salió públicamente ni una sola palabra de reproche de Osés hacia Juan Pablo II. Es más, a lo largo de los textos parecía más que evidente la firme obediencia del obispo de Huesca hacia su pontífice. Cuando tuvo lugar una reunión de los obispos de Aragón con Juan Pablo II, con motivo de una visita ad limina, Javier Osés relató a su clero y sus fieles las excelentes sensaciones que había vivido con el pontífice polaco:

431 Nos referimos a los sesenta, cincuenta y veinticinco años de sacerdocio que algu-

nos de los miembros del clero cumplían en 1986.

432 Así lo recuerda Hernández (1995: 42).

433 Cf. Enrique y Tarancón (1996: 636-675).

434 Al menos así lo deducimos de las siguientes palabras de Miret: «El obispo Añoveros

es otro caso mal entendido por muchos historiadores. No era enemigo del régimen, sino otro inocente obispo que aprobó sin leerla una homilía que tenía ciertos matices vasquistas» (Miret, 2000: 368). 435 Véase al respecto BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1986, pp. 196-198.

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Para mí estos encuentros con el Papa han tenido un rico significado: dialogué con él cara a cara, me preguntaba y le preguntaba yo, le respondía y me respondía él, y con él confrontaba apreciaciones acerca de la Iglesia en el mundo. Oírle pronunciar repetidas veces cuidadosamente y con fuerza el nombre de Huesca, ayudarle a conocer un poco más nuestros problemas y cómo es nuestro Altoaragón y nuestra Diócesis de Huesca es arrimar un poco más nuestra Diócesis al conjunto de la Iglesia universal, un modo de dar pasos hacia una más plena comunión con ella. Este encuentro fraterno, en un clima de diálogo espontáneo, me ayudó a vivir la Iglesia como Pueblo de Dios. Sentí vivamente la experiencia de que todos somos Iglesia, de que cualquier fiel de nuestra Diócesis de Huesca: niño, joven, adulto o anciano, es un hermano en la fe de Juan Pablo II; que todos, sin privilegios, tenemos la misma y única fe en Jesucristo.436

Pero, independientemente de la actitud de público respeto hacia Juan Pablo II por parte de Osés, tampoco debió de gustar nada al Vaticano que este aceptara la invitación de Alberto Iniesta, en ese momento obispo auxiliar de Madrid-Alcalá y hombre en el ostracismo desde la llegada, en 1983, de Ángel Suquía a la diócesis, para presentar su último libro. Titulado Anunciar a Jesucristo en la España de hoy, había sido editado por la HOAC y, como tantos libros de Iniesta, sería un best seller.437 Osés fue quien presentó el libro y además lo hizo en dos ocasiones en el mismo día (10 de diciembre de 1987): por la mañana, en la Casa de la Iglesia, para los medios de comunicación social, y por la tarde, en el Seminario de MadridAlcalá, ante un público muy numeroso.438 Mientras, el Vaticano condenaba a Iniesta por los diferentes escándalos creados durante 436 BOOH, 11 y 12, noviembre-diciembre de 1986, p. 308.

437 Ya en 1988 fue necesario hacer una segunda edición. Varios han sido los libros

escritos por este obispo y de los que ya no quedan existencias: El signo del amor, Madrid, La Muralla, 1968; El bautismo, Madrid, PPC, 1970; El bautismo también cambia, Madrid, PPC, 1970; Papeles prohibidos, Madrid, Sedmay, 1977; Reflexiones sobre el paro y sobre la Iglesia en el futuro de España, Madrid, PPC, 1978; A la buena de Dios, Madrid, PPC, 1978; y Escritos en la arena, Madrid, PPC, 1990. 438 Así se informó en BOOH, 1 y 2, enero-febrero de 1988, p. 19.

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el tardofranquismo (principalmente la fallida Asamblea Cristiana de Vallecas, que debía haberse celebrado en marzo de 1975 y fue suspendida a última hora), así como por su talante fuertemente progresista (que hizo que algunos le llamaran Alberto de Vallecas) y, al contrario a que los dos hombres que fueron nombrados auxiliares de Madrid-Alcalá junto con él (José Manuel Estepa y Victorio Oliver),439 le dejaba como auxiliar de la diócesis capitalina, cargo del que se jubilaría en abril de 1998, cuando tan solo hacía tres meses que había cumplido los 75 años. Osés correspondería a la invitación de Iniesta y propondría en la reunión del Consejo Presbiteral de mayo de 1990 que el obispo auxiliar de Madrid-Alcalá dirigiera los ejercicios espirituales para sacerdotes que debían celebrarse entre el 13 y el 23 de junio de 1990 en la diócesis.440 Igualmente, no debió de gustar al Vaticano la colaboración que Osés prestó a la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII. En efecto, en 1988 presentó una ponencia en su Congreso de Teología que llevaba por título «Profetismo e institución en la Iglesia».441 El obispo de Huesca explicaba al inicio de su intervención el centro de su disquisición: el cambio social que se había producido en los últimos años había afectado a las instituciones de manera radical, comenzándose a sospechar de ellas, a considerarlas como un obstáculo para el dinamismo social y la libre creatividad de las personas. La Iglesia, que también era una institución, no había podido quedar al margen de esta realidad, dividiéndose los críticos en favorables y contrarios a dicha institución. Lo más curioso es que en aquella intervención el propio Osés reconocía no recordar si el Vaticano II empleaba o no la palabra 439 José Manuel Estepa, que había nacido el mismo año que Osés, sería nombrado el

30 de julio de 1983 vicario general castrense; además, el Vaticano tardaría casi tres años en aceptar su renuncia, jubilándole con 77 años y 8 meses (30 de octubre de 2003). Oliver, más joven y hombre de gran discreción, sería designado obispo de Tarazona (diciembre de 1976), para pasar después a Albacete (mayo de 1981) y, por último, a Orihuela-Alicante (febrero de 1996). El 30 de octubre de 2003 fue aceptada su renuncia por Juan Pablo II. 440 Véase al respecto BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1990, p. 107. 441 El texto fue publicado en BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1988, pp. 181-212, y en Sal Terræ, 1989.

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Javier Osés en la puerta de la iglesia de Losanglis, tras una confirmación, el 20 de mayo de 1990. (Archivo familiar)

En Lamata, en el pórtico de la iglesia, con gente del pueblo. (Archivo familiar)

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institución al hablar de la Iglesia. Lo que sí sabía con certeza era que, en decretos como el Ad gentes o constituciones como la Lumen gentium, se hablaba de instituciones dentro de la Iglesia. No obstante, en el conjunto institucional era muy importante imponer el discernimiento entre los siguientes elementos: diócesis, parroquias, comunidades, grupos y movimientos apostólicos (a); una importante cantidad de institutos de vida consagrada (b); muchas obras educativas, caritativo-sociales, universidades católicas, facultades de Teología o institutos de ciencias sagradas (c); el patrimonio histórico-artístico, las curias diocesanas, la curia romana o el Estado vaticano (d); la religiosidad popular y las múltiples devociones (e); y la Sagrada Escritura, la tradición, los sacramentos, los símbolos, la fe o los dogmas (f). Sin embargo, Osés pensaba que lo institucional no era, primariamente, el sistema de organización, sino lo dado por Cristo. Y lo originario, instituido por Cristo, incluía la Palabra de Dios, los sacramentos, y, como fruto de estos dos elementos, la comunidad de creyentes en torno al Señor (con los distintos carismas y ministerios). Por ello, no podía darse el nombre de institución a cada uno de los elementos históricos y formas jurídicas de las que se revestía y en las que se manifestaba el don invisible de Dios. El prelado hacía autocrítica: la Iglesia Sacramento no implica, de suyo y necesariamente, poder, aunque a la hora de las concreciones históricas ha habido, ciertamente, deslizamientos hacia posiciones institucionales de poder contrarias al ser original sacramental de la Iglesia o hacia formas esclerotizadas, estériles y aun nocivas para la vitalidad de la Iglesia.442

Es más, se atrevió a mencionar el principal objeto de las críticas anticlericales: Dentro del conjunto de instituciones temporales no podemos soslayar lo que para muchos es, de hecho, uno de los máximos expo-

442 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1988, p. 187.

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nentes del peso institucional y de críticas más ásperas para la Iglesia: el Vaticano. […] Hemos de reconocer que, para muchísimos hombres de nuestro mundo, es este uno de los principales puntos de mira desde el que contemplan a la Iglesia. Y la imagen de la Iglesia Sacramento, de la Iglesia Comunidad de Pentecostés, libre y liberadora, pobre y para los pobres, apoyada en la fuerza del Espíritu, queda, en este caso, oscurecida. Sin pecar de idealistas y a sabiendas de que la Iglesia peregrina por este mundo, creo que las voces tan numerosas y concordes, desde dentro y desde fuera de la Iglesia, deben, en este caso y cuanto antes, ser escuchadas.443

Por otra parte, Osés afirmaba que en la Iglesia se estaba viviendo un claro giro conservador, cosa lógica porque, aunque no lo dijera, se habían cumplido ya diez años de pontificado de Juan Pablo II y la Iglesia había paralizado las reformas del Vaticano II. Osés apuntó directamente a ese giro conservador, aunque fuera desde su habitual talante moderado y comprensivo: Entre nosotros proliferan sectores de la Iglesia que mantienen, como norma y por principio, una sospecha continuada ante lo que designamos con el nombre de modernidad, término que expresa la nueva situación socio-cultural surgida como consecuencia del progreso científico, técnico y material. Esta sospecha tiene, como efecto principal, en algunos cristianos e instituciones, el lamentar y desentenderse de esta sociedad, juzgarla severamente y, en la práctica, renunciar al encuentro con ella. En el fondo late la convicción de que la nueva cultura y la sociedad que por ella ha sido configurada son simplemente enemigos de Dios y de la Iglesia, pero no destinatarios de la evangelización y menos aún que puedan ser portadores de algunos valores positivos que ayuden a la misión de la Iglesia.444

En relación con ello, Osés denunciaba el error en el que habían caído muchos de confundir la identidad cristiana, eclesial, con la 443 Ibídem, p. 193.

444 Ibídem, pp. 200 y 201.

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reafirmación de cada uno y de cada una de sus instituciones. Es decir, aunque la Iglesia tenía como finalidad determinante el Reino (la evangelización), lo cierto es que había veces en que los católicos se dejaban arrastrar por actitudes pragmáticas, concediendo la prioridad y aun la exclusividad a la consecución de otros fines más inmediatos que condujeran a la consolidación de las instituciones, ya fueran diócesis, parroquias o asociaciones de todo género en la Iglesia, olvidando los fines últimos y dejando en segundo lugar la misión (en otras palabras, la evangelización). La última reflexión del obispo de Huesca volvía a poner de manifiesto su talante extraordinariamente comprensivo hacia las posturas equidistantes, centrándose en un tema tan delicado en la Iglesia como era el principio de autoridad: ¿Cuántos quieren hoy, en la Iglesia, asumir de buen grado, cargos de especial responsabilidad, o en los que la gratitud será característica fundamental, o servicios de escaso relieve social y eclesial, como por ejemplo, ser consiliario de movimientos u otras responsabilidades laicales dentro de la militancia? No faltan, aunque sea en ocasiones excepcionales, las situaciones de tensión extrema, causadas por parte del superior o de los súbditos, o de uno y otros, en las que se cede al impulso de actitudes que se van endureciendo, cerrando y se llega a la solución por la vía de la fuerza y del poder, y en las que vence, en unos casos, quien tiene la autoridad y en otros los que no la tienen, pero que se han hecho fuertes con el poder. Sea quien sea el que se lleva el trofeo de la victoria, si el proceso ha desembocado en actitudes propias del hombre viejo, egoísta, ha habido abuso de poder.445

Rafael Sanus, quien fuera obispo auxiliar de Valencia entre febrero de 1989 y noviembre de 2000 (hasta que sus diferencias con el titular de la diócesis, Agustín García-Gascó, le hicieron presentar la renuncia de manera anticipada), recordaría lo negativo que había sido para Osés su participación en las referidas actividades de la Asociación de Teólogos Juan XXIII: 445 Ibídem, p. 211.

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Javier Osés no debió [de] ejercer mal su oficio porque fue elegido como obispo de Huesca. Pero, con la muerte de Pablo VI, cambiaron los aires que venían del Vaticano II. La Ecclesiam Suam, la enclícica montiniana del diálogo, perdió vigencia y protagonismo; empezó a germinar un cierto involucionismo que ha ido creciendo a lo largo del pontificado de Juan Pablo II. Y, precisamente en ese momento, la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII inició sus congresos anuales en Madrid, haciéndolos coincidir con los días de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal. Parecía una actividad paralela y una contestación. Los teólogos de la Juan XXIII pidieron la presencia de un obispo en su reunión. Javier Osés, que iba siempre por la vida con el corazón en la mano, por libre decisión y sin reticencia alguna, se presentó a dialogar con los teólogos progresistas. Este gesto, su compromiso y su pensamiento, expresado en entrevistas, cartas pastorales y artículos, no gustaron a las altas esferas eclesiásticas y quedó confinado para siempre en la cristiana y viva Huesca, aunque él siempre se encontró feliz en su querida diócesis.446

Además de esta colaboración con la Asociación de Teólogos Juan XXIII, otro aspecto que probablemente debió de resultar negativo en el devenir de la carrera episcopal de Javier Osés fue su buena relación con un obispo tan polémico como José María Setién. El obispo de San Sebastián ya se había significado por sus posturas independentistas durante su etapa como auxiliar de la diócesis, y, cuando se convirtió en residencial (16 de febrero de 1979), su actitud cobró si cabe mayor protagonismo. Pues bien, en junio de 1990 se celebraría una asamblea en la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Huesca en la que los distintos participantes pusieron en común su visión de la ponencia de José Antonio Pagola, titulada «Parroquia evangelizadora», tras más de dos meses trabajando sobre ello.447 Pagola,448 vicario general de la diócesis de San

446 El País, 23 de octubre de 2001.

447 Así se informó en BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1990, p. 116.

448 El sacerdote vasco volvería a participar en actividades organizadas por el Obispado

de Huesca, como la Jornada Diocesana de Revisión celebrada el 24 de noviembre de 1990 y cuyo tema central era la evangelización. Véase al respecto BOOH, 11 y 12, diciembre de 1990, pp. 257-261.

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Sebastián, era la mano derecha de Setién, por lo que resultaba evidente la intención de Osés de no participar de la política de marginación a la que sería sometido Setién tanto por una parte de los altos estamentos eclesiásticos como por las fuerzas políticas no nacionalistas, y que llevaría a que Setién tuviera que presentar la renuncia como obispo de San Sebastián más de tres años antes de lo estipulado canónicamente, en enero de 2000. Menos sospechoso políticamente pero también considerado amigo del nacionalismo vasco era José María Cirarda.449 Nacido en Baquio (Vizcaya) casi una década antes que Osés (mayo de 1917), la Santa Sede había cedido a las presiones del Gobierno de Franco y, tras una polémica gestión de este como administrador apostólico de Bilbao (1968-1971), le había enviado a la lejana Córdoba en diciembre de 1971. Cirarda lograría con el tiempo volver al norte de España, pero tendría que conformarse con la vecina Navarra, dirigiendo el Arzobispado de Pamplona y Tudela entre enero de 1978 y marzo de 1993, en que fue aceptada su renuncia. Pues bien, Osés no solo mantuvo buena relación con Cirarda, sino que le invitó a una fecha tan señalada como fue la de junio de 1994, en que, como es bien sabido, se cumplían veinticinco años desde que Osés fuera nombrado obispo auxiliar de Huesca. Cirarda, como ya hemos dicho, arzobispo dimisionario, pronunciaría una conferencia con un interesante título: «Hacia dónde camina la Iglesia».450 Ya hemos visto una serie de factores que pudieron haber incurrido en la decisión de Roma de no promocionar a Javier Osés. Los negativos informes de un hombre tan conservador como Pedro Cantero, la amistad con personas de la izquierda eclesial como Alberto Iniesta, José María Cirarda o José Antonio Pagola, su participación en actividades de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, etcétera. Estos y otros hechos que de momento no podremos conocer, porque para ello será necesaria la apertura de los archivos de la Santa Sede, probablemente acabaron revelándose fundamentales para que Huesca fuera no solo estación de partida de una carrera

449 Sobre su trayectoria episcopal, puede consultarse Martín de Santa Olalla (2003b). 450 Véase al respecto BOOH, 3 y 4, marzo-abril de 1994, p. 80.

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Pensamiento y doctrina de Javier Osés

episcopal, sino también de llegada. El prelado navarro hubo de sufrir el giro conservador vivido en Roma desde la llegada al solio pontificio de Juan Pablo II, pero ello nunca provocó, al menos de manera pública, el rencor en Javier Osés. Y la prueba más clara de todo ello la encontramos en la enormemente elogiosa «orientación cristiana» que escribió sobre el papa Wojtyla a mediados de 1998. Publicada en el Diario del Altoaragón, como tantas otras «orientaciones cristianas», merece la pena extraer de ella los siguientes párrafos: El actual Papa es, sin duda, una de las grandes personalidades de nuestro tiempo. […] Ante el marxismo materialista y el nazismo demoledor, y ante otros sistemas afines de nuestro tiempo, se ha erigido como el defensor número uno de la dignidad de la persona. […] Hombre profundamente creyente, convencido del tesoro que es la fe cristiana para el enriquecimiento de la persona y para la humanización de la sociedad, ha predicado a Dios a tiempo y a destiempo en todos los lugares y culturas. Se ha comentado, en múltiples ocasiones, que Juan Pablo II es un Papa avanzado en lo social, en lo referente a la justicia y defensa de los derechos humanos, pero conservador inmovilista en cuanto a la moral personal y familiar. Creo que la afirmación no es exacta. Juan Pablo II parte siempre de la dignidad de la persona tal y como es entendida en la tradición y doctrina de la Iglesia, y desde esa concepción deduce las consecuencias de esta dignidad para todas dimensiones de la vida moral, en la vertiente más personal y en los aspectos sociales. Creo que, con las limitaciones inherentes a todas las personas, Juan Pablo II es un hombre al que la humanidad deberá siempre agradecer el conjunto de certezas fundamentales que, en nombre de Dios, ofrece a este mundo, tan vapuleado por el materialismo, el relativismo, la desigualdad e injusticia, el escaso valor que da a la vida humana y la falta de sentido en la vida de muchas personas.451

451 Diario del Altoaragón, 28 de junio de 1998.

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EvoluciĂłn de la economĂ­a diocesana



Uno de los elementos menos conocidos de la historia de la Iglesia contemporánea en España es el referido a la financiación de la institución. Por diversas razones que ahora no vamos a entrar a analizar porque nos llevaría excesivo tiempo, y teniendo en cuenta que además no se trata de un tema central en la vida de Javier Osés, lo cierto es que la economía de la Iglesia constituye, a día de hoy, uno de los grandes «talones de Aquiles» de los especialistas en el tema. Desde esa perspectiva, hemos intentado realizar una aproximación a la realidad económica de la diócesis de Huesca durante el pontificado de Osés, y lo hemos hecho siendo muy conscientes de que, como decimos, esto no puede pasar de una mera aproximación. En todo caso, esperamos ser capaces de trazar las líneas fundamentales y de conocer hasta qué punto esta cuestión influyó o no en el normal desenvolvimiento de la diócesis durante los años que transcurrieron entre 1969 y 2001. Lo primero que debemos señalar es que la cuestión económica no fue nunca una prioridad de Javier Osés. Su decidida apuesta por la pobreza evangélica, que le llevó a vivir en un piso (renunciando, por tanto, al tradicional palacio episcopal) y moverse por la provincia de Huesca en un sencillo utilitario conducido por él mismo, fue convertida en pauta de comportamiento que siempre intentó transmitir a su clero, de tal manera que la imagen de la Iglesia institucional fuera lo más austera posible. Esto no quiere decir que Osés tuviera un desinterés absoluto por el tema económico: al contrario, realizó importantes aportaciones que ahora pasamos a relatar. Pero,

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antes de pasar a ello, merece la pena relatar una pequeña anécdota sobre lo que fue su estilo de vida como obispo de Huesca (y probablemente a lo largo de toda su trayectoria vital). Cuando José Manuel Calzada, a cuya entrevista ya hemos hecho referencia en varias ocasiones, le preguntó en 1979 sobre su sueldo mensual, Osés respondió: La verdad es que ni me avergüenza ni me enorgullece el decirlo. Tengo una asignación mensual de treinta y cinco mil pesetas. Y la verdad es que más de la mitad se me va en gasolina para visitar los pueblos y en viajes a reuniones episcopales y así. Incluso a veces, y eso sí me da un poco de vergüenza decirlo, tengo que pedir algún dinero prestado porque no me llega. Pero te confieso que eso de no tener apenas nada me da una libertad que no se compra con todo el dinero del mundo.452

Sin embargo, ello no fue obstáculo para que, como hemos dicho, Javier Osés buscara una modernización de la financiación que le permitiera funcionar como cualquier institución civil. Por ello, un primer paso importante que dio fue el de la transparencia, formulando desde su llegada a Huesca el deseo de que cada parroquia informara a su comunidad respectiva sobre cómo y en qué dirección se movía el dinero. Consciente de que el boletín oficial de la diócesis no era especialmente cuidadoso a la hora de incluir el balance de gastos e ingresos, decidió, sin dejar de lado la publicación de los balances anuales en dicho boletín, que sus propios sacerdotes trasladaran a los seglares la información necesaria. No obstante, ese deseo de transparencia no impedía ver la necesidad de crear un instrumento realmente eficaz para el manejo de los fondos de que disponía la diócesis. Ese instrumento acabaría siendo el CDAE, al que ya hemos hecho referencia, y que permitiría una mejor gestión de los recursos. En ese sentido, la existencia de la figura del cura ecónomo constituía un problema para Osés: por un lado, resultaba necesaria su presencia en la medida en que, como sacerdote perteneciente a la diócesis, era una persona bajo su 452 Calzada (1979: 58).

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directa jurisdicción y en la que podía y debía tener plena confianza; por otro, en Huesca, como en tantas otras diócesis españolas, el principal inconveniente estribaba en que se trataba de alguien sin la necesaria formación para el cargo, pues a lo sumo era un teólogo o un filósofo, pero no un economista. Por tanto, el obispo navarro hubo de plantearse el dilema en su momento: ¿prescindía del cura ecónomo, dejando la economía diocesana a seglares con formación específica, o se mantenía en el esquema tradicional, con los peligros que ello pudiera entrañar? La solución de Osés fue, en ese sentido, salomónica: la economía sería controlada por seglares, pero el cura ecónomo, al ser encargado de ejecutar las órdenes de los miembros del CDAE, constituía el último filtro que, en caso de pensarse que pudiera existir algún error, evitara el movimiento económico e informara al obispo diocesano de las razones de su decisión. Claro que no se podía decir que los miembros del CDAE actuaran por su cuenta y riesgo, ya que se disponía de instrucciones del gobierno de la diócesis en las que se determinaba la manera en que debía manejarse el dinero. ¿Cuáles eran esas instrucciones o criterios del obispo? En esencia, dos, aunque en realidad se trata de lo mismo: social por un lado y evangélico por el otro. No estuvo nunca en la cabeza de Javier Osés obtener los mejores réditos posibles de una operación económica, sino lograr un precio justo en el que todas las partes estuvieran satisfechas, evitando, de esta manera, cualquier posible conflicto. Quizá para demostrar lo que acabamos de decir resulta necesario descender al terreno de lo concreto. Y para ello vamos a citar algo a lo que nos hemos referido en varias ocasiones: la venta del edificio del Seminario, inmueble que, ante la ausencia de vocaciones —los pocos aspirantes al sacerdocio que quedaban, ya bajo el administrador apostólico Jaime Flores (1967), fueron trasladados a Zaragoza—, pasó a ser una carga para la diócesis y, por tanto, el Obispado acabaría decidiendo venderlo. Así que a finales de los noventa comenzó la negociación. Javier Osés, como obispo de la diócesis, y Agustín Catón, como vicario general, llevaron la representación eclesial, sin olvidar el papel jugado por Nicolás López Congosto. Lo primero que se hizo fue tasar el inmueble, y la cantidad en que se estimó su valor alcanzó los 580 millones de pesetas.

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Sin embargo, a Osés y a Catón los interesados en dicho edificio (el Ayuntamiento de Huesca, que contó con el apoyo de la Fundación Guallart, la CAI e IberCaja)453 les ofrecieron 80 millones menos, esto es, 500 millones de pesetas. Fiel a lo que había sido su trayectoria en Huesca (y, por qué no decirlo, al conjunto de su vida), Osés aceptó la cantidad ofrecida, renunciando por tanto a esos 80 millones de pesetas. Es más, se permitió al Ayuntamiento abonar hasta en tres pagos el monto total: 300 millones el primer año y 200 millones en los dos siguientes, a razón de 100 por año. Por supuesto, este dinero nunca llegó a ser invertido en negocios especulativos, sino en cuestiones básicamente éticas. Como ya hemos dicho de manera reiterada, Javier Osés fue siempre una persona profundamente austera y ello quiso imponerlo como norma de comportamiento de sus sacerdotes. Dicha austeridad debía materializarse en algo concreto, y Osés pronto puso sus ojos en algo que no causaba especial buena fama entre los fieles de las diócesis: los estipendios. Estos han resultado y siguen resultando algo esencial en las diócesis rurales, ya que los bajos salarios que cobran los sacerdotes, junto con la necesidad de tener casa y automóvil propios (además, suelen transitar por carreteras de escasa calidad que dejan en poco tiempo el utilitario en mal estado), obligan a fuentes de financiación extra para poder vivir en condiciones medianamente dignas. Osés comprendía que estos ingresos extraordinarios existieran, pero pensaba, al mismo tiempo, que debían ser concebidos de otra manera. En lugar de una cantidad fija, que por cierto no pocos seglares consideraban excesiva, dio orden a sus sacerdotes de que se limitaran a aceptar lo que se les ofreciera («Dé Vd. lo que quiera…», era la expresión comúnmente utilizada por el clero cuando los fieles acudían a preguntarle por sus honorarios). Esto, junto con el hecho de que aproximadamente el 33% de los ingresos de la diócesis fueran obligatoriamente destinados a temas de solidaridad, no debió 453 La Fundación Guallart se había erigido sobre los terrenos de la antigua huerta

aneja al Obispado. La diócesis estuvo particularmente interesada en la participación tanto de la CAI como de IberCaja al ser las instituciones que tradicionalmente habían colaborado con la Iglesia en Huesca.

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de ser bien visto por el clero más conservador, el más habituado al funcionamiento muy institucional estipulado por el Concordato de 1953 (que delimitaba, entre otras cosas, el coste de las «piezas eclesiásticas») y por la norma tradicional de la Iglesia en este terreno. En relación con todo esto, debemos señalar que las tensiones más importantes dentro de la diócesis se desataron con motivo de la entrada de los clérigos en el régimen de la Seguridad Social en el verano de 1977.454 Este hecho suponía que las condiciones laborales de los que ingresaran en él mejorarían sensiblemente, pero también que la diócesis debía asumir unos costes francamente importantes (toda la parte correspondiente del coste por cada trabajador). Así, pudo entreverse una clara división entre los que ya habían entrado en el sistema de la Seguridad Social antes del convenio con la Iglesia, porque tenían una segunda ocupación laboral (por ejemplo, los profesores), y los que podían entrar a partir de ese momento. Mientras los primeros defendían su derecho a participar del convenio porque, como cualquier otro, ejercían su ministerio sacerdotal, los segundos pensaban que debían quedar fuera porque ya cobraban la Seguridad Social por su propia vía. Al final se decidió que los que tuvieran otra ocupación cobrarían el 30% del sueldo de los sacerdotes, aunque se dejó libertad para renunciar a este porcentaje.455 Una vez señaladas todas estas cuestiones, vamos a realizar un recorrido por el devenir económico a lo largo de los treinta y dos años de Javier Osés en Huesca. En ese sentido, queremos señalar que la fuente utilizada ha sido, básicamente, la proporcionada por el Boletín Oficial del Obispado de Huesca, al que tantas veces hemos acudido. Con ello podremos dar esa visión meramente aproximativa a la que ya hemos aludido pero que explica algunos de los efectos de la crisis vivida por la Iglesia en el posconcilio. 454 Véase Real Decreto 2398/1977, de 27 de julio, regulador de la Seguridad Social

de los clérigos diocesanos de la Iglesia católica, Boletín Oficial del Estado, de 19 de septiembre de 1977. 455 Conozco personalmente algún caso de renuncia total, pero este sacerdote en cuestión me ha solicitado total privacidad [¿discreción?] sobre su nombre porque se trata de una cuestión muy personal. También sé de algún caso en que el sacerdote renunció a su trabajo extraeclesial para dedicarse de manera íntegra a su labor clerical, con la merma que ello suponía para sus ingresos.

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En efecto, el hecho de que durante los años sesenta y setenta se produjeran importantes secularizaciones, junto con el envejecimiento progresivo del clero, llevó a que, mientras en los primeros tiempos de Javier Osés en Huesca las cuentas anuales se habían saldado generalmente con superávit, en los años finales el déficit fuera la norma habitual. Y no vamos a hablar, en relación con ello, de conceptos meramente abstractos, sino de números concretos. Daremos un dato muy claro: si en 1977, año en que Osés se convirtió en obispo residencial de la diócesis, hubo casi 4 millones de pesetas de superávit, en 1991, es decir, menos de quince años después, se había pasado a contabilizar un déficit de hasta 6 millones de pesetas (36 000 euros). La venta del edificio del Seminario a finales de los noventa, ya comentada, permitiría a Osés morir con la tranquilidad de dejar unas cuentas más que saneadas, pero puede decirse que durante mucho tiempo las cuentas no salieron. En ese sentido, la década de los ochenta fue la más difícil con diferencia; de hecho, ya en el mismo año 1981 hubo cuatro millones de déficit, y así siguió hasta incluso comenzados los noventa, salvo en 1983 (en que hubo un pequeño superávit de poco menos de 2 millones de pesetas). Para compensar todo esto, sería muy importante no solo el balance positivo de décadas anteriores, sino también la existencia de un Fondo Común Diocesano que permitiera compensar las economías domésticas más maltrechas. Una pregunta que todos podemos hacernos es de dónde procedía el dinero que tenía la diócesis (es decir, los ingresos). Y una segunda, lógicamente, sería a dónde iba ese dinero (por tanto, los gastos). Pues bien, trataremos de ser lo más sintéticos posible en este tema, aunque no por ello careceremos de la necesaria precisión. Comencemos por los ingresos. El más importante era, con diferencia, la dotación estatal, lo que distinguía a la diócesis de Huesca de manera muy importante de la economía de las diócesis urbanas, donde el dinero procedente del Estado resulta mucho menos determinante. Desde esa perspectiva, y, aunque ya haremos mención a ello más adelante, hay que decir que durante el pontificado de Javier Osés en Huesca hubo un cambio en el modelo de financiación. Si hasta el año 1988, el Estado daba una cantidad a cada diócesis, a partir de entonces se comenzó a trabajar con la denominada «asigna-

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ción tributaria»: en la declaración de la renta que cada contribuyente debía realizar una vez al año, se daba la opción de dar el 0,52% de lo recaudado por el Estado a la Iglesia o bien que esto fuera a «otros fines sociales», lo que no suponía una opción totalmente alejada de la propia institución, ya que en esos «otros fines» se incluían organizaciones no gubernamentales pertenecientes a la Iglesia, como Manos Unidas o Cáritas, que podían recibir ese dinero. Además de todo eso, el Estado se comprometía a dar una cantidad anual como dotación complementaria para los ingresos ordinarios. Pero volvamos a la diócesis de Huesca. Además de la citada dotación estatal, salvo que en ese año se hubiera producido la venta de algún inmueble o inmuebles de importancia, debe destacarse que los ingresos más importantes procedían de los siguientes conceptos: rentas por obligaciones o acciones (1), arriendos (2), aportaciones directas de los fieles (era muy importante la colecta por el Día de la Diócesis) (3), aranceles y derechos de Notaría (3), misas de binación (4) y varios, como, por ejemplo, la suscripción al boletín diocesano (4). Mientras, el capítulo de gastos se centraba fundamentalmente en la remuneración del clero, con Seguridad Social incluida a partir de 1978, así como todo lo referido al mantenimiento de las instalaciones (reparaciones y conservación, electricidad, teléfono, suministros): por supuesto, siempre se fueron sumas importantes en realizar obras en las parroquias, que era, a fin de cuentas, donde se situaban los templos. También había que pagar los gastos derivados de la publicación del boletín, de las actividades diocesanas (movimientos, ejercicios, cursillos) y, por último, las subvenciones a entidades de la Iglesia, incluido el llamado óbolo de San Pedro, es decir, la contribución directa a la Ciudad del Vaticano. Como hemos dicho, los episodios más difíciles se dieron a lo largo de los años ochenta, con diversos hechos que ponían de manifiesto la precariedad de la economía. Por ejemplo, en la madrugada del 21 de febrero de 1982 se desplomó la parte norte de la iglesia parroquial de El Tormillo, una localidad cercana a Sariñena. Se trataba de un edificio románico de transición del siglo xiii, en el que un año antes se habían descubierto notables pinturas murales. Aunque se había solicitado a la Dirección General de Bellas Artes que considerara la iglesia monumento histórico-artístico nacional,

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el Estado no había respondido. La iglesia estaba formada por dos edificios unidos, siendo la parte vieja la derruida.456 Pongamos, igualmente, otro ejemplo de la precariedad vivida en Huesca: en la primavera de 1982 fue necesario alcanzar un acuerdo con las misioneras del Pilar para que los sacerdotes que lo desearan pudieran ir a comer a su residencia por un precio módico.457 En realidad, no era la diócesis encabezada por Javier Osés la única que comenzaba a tener importantes problemas pecuniarios. De hecho, en 1983 se pondría en marcha un programa de reformas económicas que no se refería exclusivamente a la diócesis de Huesca, sino al conjunto de la Iglesia española. En efecto, la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal había propuesto como criterio general que la dotación base, igual para todos los sacerdotes, fuera como mínimo de 30 000 pesetas mensuales durante el año 1983. El fin de dicho criterio era garantizar que todo sacerdote percibiera, «por una vía o por otra», o «por la suma de varias», dicha cantidad, sin que ello significara que esta tuviera que provenir del FCD, sino más bien de las diferentes fuentes de ingresos que pudieran tener los sacerdotes. En el caso de la diócesis de Huesca, los criterios de reparto se basarían en seis puntos: todo sacerdote que no percibiera otros ingresos, recibiría del FCD la cantidad de 30 000 pesetas mensuales (a); todo sacerdote que percibiera otros ingresos, por vía distinta de la diócesis, recibiría del FCD 20 000 pesetas mensuales (b); el plus de kilometraje pasaría de 15 a 20 pesetas por kilómetro (c); todos los sacerdotes recibirían dos pagas extraordinarias al año del FCD, cada una igual en cuantía a la que mensualmente recibiera de dicho fondo (d); los sacerdotes que con los distintos ingresos no fueran capaces de llegar a las 30 000 pesetas mensuales debían ponerlo en conocimiento de la Administración Diocesana (e); y se «invitaba» a todos los sacerdotes a contribuir con su aportación económica al FCD, eso sí, «dentro de sus posibilidades» (f).458 Era la manera clara de pedir a aquellos sacerdotes que dispusieran de otras fuentes de ingresos que fueran solidarios con sus compañeros de diócesis. 456 Así se comunicó en BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1982, p. 106. 457 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1982, p. 132. 458 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1983, p. 3.

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Javier Osés volvería poco tiempo después al tema de la solidaridad entre los sacerdotes de la diócesis para llevar a cabo un nuevo proyecto: la construcción de la Residencia Sacerdotal. La obra había comenzando tiempo antes, y hacía falta dinero para poder financiar los casi 13 millones de pesetas que costaba la residencia. El 4 de febrero de 1984 el prelado navarro pedía una muestra más de generosidad: Soy consciente, al igual que todos vosotros, de que nuestras economías son muy escuetas, a pesar del esfuerzo y de la prioridad que la Diócesis hace para ayudar a los sacerdotes por medio del Consejo Diocesano de Economía, pero también sé que los sacerdotes somos capaces de unirnos y sacrificarnos cuando sentimos una necesidad tan notable en los demás, sobre todo cuando se trata de los propios compañeros sacerdotes. Por eso hoy os pido, y me pido a mí mismo, esta colaboración económica para la Residencia Sacerdotal.459

En 1988, como ya hemos dicho, entró en vigor el nuevo sistema de financiación de la Iglesia (la asignación tributaria). Dada su enorme trascendencia, Osés dirigió el 8 de mayo una carta a su clero y sus fieles con el fin de concienciar sobre la transformación que se iba a producir: No es otro impuesto entre los que se pagan al Estado, sino que es el nuevo modo de contribuir, voluntariamente, al sostenimiento de la Iglesia. Está claro que, por este procedimiento, solo pueden colaborar en esa acción quienes han de tributar por el impuesto sobre la «renta de las personas físicas». Pero ¿y los otros fieles? Porque, efectivamente, hay cristianos que, por su bajo nivel de rentas, no podrán colaborar con la Iglesia por el cauce de la «asignación tributaria». Pero yo os invito a que sigáis prestando ayuda a la Iglesia según vuestras posibilidades, por los otros cauces de colectas y donativos.460

459 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1984, p. 72.

460 BOOH, 5 y 6, mayo-junio de 1988, p. 143.

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El obispo de Huesca tenía muy claro que el Estado debía contribuir al sostenimiento de la Iglesia, aunque fuera solo de manera parcial, ya que la institución prestaba un servicio a la sociedad. Pero en cualquier caso, antes que el Estado, debía ser el católico de a pie el que primero se concienciara de la importancia de esa ayuda: Esta aportación parcial del Estado a las necesidades de la Iglesia Católica, según la voluntad de los contribuyentes, no es ningún disparate, al menos así nos parece a muchos, ya que la vida religiosa y moral de muchos ciudadanos y un sinnúmero de actividades educativas y de servicio a la Iglesia contribuyen notablemente al bien común de la sociedad. […] La Iglesia hace mucho en favor de los hombres, pero puede y debe hacer mucho más. Y no debemos olvidar que la Iglesia somos todos y que es un asunto de todos. Y que lo que podemos hacer depende, en gran parte, de lo que podamos tener: nosotros tenemos la palabra. Que la afirmación somos y nos sentimos católicos, la ratifiquemos con la generosidad de las obras.461

En realidad, esta carta no era más que la culminación de un largo proceso que se había iniciado en la primera semana de abril con el fin de concienciar al clero y los fieles de la diócesis. Osés decidiría crear una comisión que asumiera la responsabilidad de diseñar una campaña para sensibilizar al conjunto de la diócesis sobre la importancia del tema tributario. En esta comisión estarían los dos vicarios (Luis García Torrecilla y Damián Peñart), el ecónomo diocesano y el delegado diocesano de Medios de Comunicación Social. García Torrecilla supervisaría la campaña y pediría a Osés que escribiera un artículo para la hoja diocesana Pueblo de Dios y una homilía para el domingo 8 de mayo (precisamente la que acabamos de contar), acordándose este día fuera denominado Jornada Diocesana Oficial de Sensibilización. Además, Damián Peñart tendría que publicar tres artículos en el Diario del Altoaragón, así como visitar personalmente y e informar a los más importantes gestores administrativos de la ciudad de Huesca y a algunos funcionarios de Hacienda. 461 Ibídem, pp. 143 y 144.

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Mientras, el ecónomo diocesano se comprometió a enviar propaganda a las parroquias e iglesias de la diócesis, para lo que contaría con la ayuda de varias mujeres pertenecientes a Acción Católica. A su vez, José Ramón Villobas dedicaría dos comentarios del programa religioso Mensaje de fe, que se emitía por Radio Huesca a las 8:45 de la mañana del domingo.462 Por último, el ecónomo diocesano y el vicario episcopal responderían a las preguntas del programa Tertulia de media tarde, igualmente en Radio Huesca, en una entrevista que concertaría con la directora del programa el delegado de Medios de Comunicación Social. Sin embargo, el primer balance posterior a la puesta en vigor de la asignación tributaria fue más que negativo, ya que el ejercicio de 1988 presentó un déficit de más de 6 millones de pesetas. No obstante, el año siguiente los datos muestran una significativa mejoría de la economía diocesana. Seguía existiendo déficit, pero este se reducía casi en dos tercios con respecto al año anterior y ello con el importante factor de que el presupuesto no solo sobrepasaba por primera vez los 100 millones de pesetas, sino que manejaba un volumen casi 10 millones superior al de 1988. En realidad, esta difícil coyuntura económica se reflejaba hasta en el más mínimo detalle. El ejemplo más claro lo constituye el fax. A pesar de tratarse de una diócesis que contaba con más de catorce siglos de existencia y de que el fax era algo común en España desde hacía décadas (aunque había sido inventado en el siglo xix), no fue hasta el verano de 1990 cuando Javier Osés pudo disponer del primero, que fue instalado en el despacho del vicario general de Pastoral. Así se comunicó en el Boletín Oficial del Obispado de Huesca, dejando entrever una vez más la extraordinaria austeridad económica en la que había de desenvolverse la Iglesia diocesana.463 En ese sentido, resultó de gran importancia la venta de los terrenos colindantes al convento de «las Miguelas». Los rumores se desataron rápidamente y afirmaron que se había llegado a ofrecer hasta 500

462 Finalmente, los comentarios fueron radiados los domingos 24 de abril y 1 de

mayo.

463 BOOH, 7 y 8, julio-agosto de 1990, p. 147.

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millones de pesetas por dichos terrenos. El Obispado se apresuró a desmentir este hecho, afirmando que «ni mucho menos»464 se habían recibido ofertas por esa cantidad. Pero poco después informó de que finalmente se había producido la venta (el comprador fue un grupo empresarial de Huesca) y que el precio había llegado a los 325 millones de pesetas,465 con lo que parece que el «ni mucho menos» era también un poco exagerado. La década de los ochenta concluyó con una moderación muy importante del déficit, que se había reducido en más de un 75%: si en 1989 había sido de casi 3 millones de pesetas, ahora apenas sobrepasaba el medio millón. El problema era la acumulación de pérdidas, para lo cual sería fundamental la década siguiente, a pesar de lo cual el ejercicio del año 1991 arrojaría un déficit de casi 6 millones de pesetas, notándose mucho los efectos del cambio en el modelo de financiación. Además, aparecían gastos que normalmente no estaban dentro del balance diocesano, como los referidos al Museo Diocesano y al taller de restauración. Ello explica que en 1992 Osés no tuviera más remedio que volver a llamar la atención tanto al clero como a los fieles por la evolución de la economía diocesana. La perspectiva de una posible autofinanciación, así como la trayectoria claramente deficitaria que se llevaba desde hacía años, le hizo transmitir nuevas pautas a su clero, diferenciando tres niveles: la parroquia, la zona y la propia diócesis. Así, a nivel parroquial recomendaba ir dando pasos en la comunicación de bienes entre parroquias, personas e instituciones (1); que cada parroquia informara de sus necesidades económicas para que hubiera un conocimiento de las necesidades de la diócesis (2); realizar un estudio de cuánto tendría que aportar cada feligrés para poder hacer frente a las necesidades del Obispado (3); estudiar la autofinanciación por parte de grupos y parroquias (4); presentar y aprobar unos presupuestos extraordinarios, así como programar las obras que debían llevarse a cabo (5); dar una mayor atención a las necesidades de los sacerdotes y agentes de pastoral (6); permitir que

464 Ibídem, p. 146.

465 Véase al respecto BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1990, p. 211.

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las parroquias pudieran hacer un ensayo y saber con qué contarían cuando hiciera falta (7); ir mentalizando a todos los feligreses (8); concienciar a cada uno para que hiciera su planteamiento económico teniendo en cuenta cuál era en ese momento su aportación a la Iglesia (9); plantear unas cuotas orientativas para que hubiera una aportación mínima (10); tener una caja común sin diferenciar las campañas que se hubieran efectuado durante el transcurso del año (11); y trabajar para la mentalización y las cuentas de los seglares (12). ¿Y qué proponía Osés a nivel de zona? Entre las medidas a tomar, debían estar las de elaborar un presupuesto por escrito y señalar prioridades (a), presentar en cada parroquia de manera clara las cuentas y los medios de financiación (b), que existiera en el CDAE un representante de cada zona (c), que empezara a haber un fondo común con una aportación de cada parroquia para ir caminando hacia una aportación mayor (d), que el representante en el CDAE fuera elegido para un período de tiempo concreto (e), poner un canon por persona o familia susceptible de recibir aportaciones voluntarias (f), informar de manera clara del estado de las cuentas (g) y exigir que en la Iglesia hubiera un esfuerzo de coherencia (h).466 ¿Y, por último, a nivel diocesano? Continuar con las acciones emprendidas (1), realizar una campaña seria en la Declaración de la Renta (2),467 proporcionar una información clara sobre la gestión del FCD (3), lograr un mayor equilibrio en la remuneración a los sacerdotes (4), pedir criterios claros para conseguir la aportación del FCD (5), elaborar y enviar criterios para dar pasos conjuntamente (6), plantear el dinero en función de la pastoral (7) y que la autofinanciación fuera más comunicación de bienes que estructura para mantener lo que existiera (8).468 Así, la década de los noventa alternaría el déficit con el superávit, además de que, lógicamente, la estructura económica iría adquiriendo

466 «En lugar de intentar… empezar ya». Las instrucciones de Osés no podían ser

más claras. Véase al respecto BOOH, 9 y 10, septiembre-octubre de 1992, p. 310.

467 «Hay más gastos en piedras que en personas» (ibídem).

468 Todas estas propuestas fueron publicados ibídem, pp. 309 y 310.

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cada vez mayor complejidad. La definitiva venta del edificio del Seminario dejaría las finanzas de la diócesis bastante saneadas, algo a lo que ayudaría mucho la capacidad de Osés para alcanzar acuerdos con las instituciones tanto públicas como privadas que permitieran, por ejemplo, la restauración de los diferentes edificios pertenecientes a la diócesis, entre los que destacaría la emblemática basílica de San Lorenzo y la reparación de la propia catedral, con la apertura paulatina de varias salas del Museo Diocesano, obra esta última que habría de ser concluida con posterioridad a su fallecimiento en octubre de 2001.

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Conclusiones



No resulta fácil hacer una valoración de lo que fue Javier Osés y de lo que su vida significó para los demás. Quien escribe estas líneas, aunque católico confeso, debe reconocer las deficiencias que su propia trayectoria vital conlleva. Tan solo soy un simple seglar que, aunque inserto de lleno en la vida de la Iglesia católica española, no conoce de manera real las dificultades que entraña algo tan complejo como es el sacerdocio, y menos aún si a ese sacerdocio se añade la pesada carga de la mitra episcopal. Pero no solo eso me separa de Javier Osés. También mi condición de persona oriunda de la gran ciudad, por tanto alejado del mundo rural (aunque no de manera completa), me hace sentirme distante de esa realidad. He nacido en una España ya plenamente democratizada, mientras que Javier Osés vino al mundo en un país subdesarrollado, con altas tasas de analfabetismo y con graves problemas estructurales. Al contrario de mí, que solo he vivido la democracia como forma de gobierno y la monarquía constitucional como forma de Estado, Osés tuvo que conocer dictaduras (nació durante la de Primo de Rivera y luego vivió de manera íntegra la franquista), democracias fallidas (II República) y exitosas (la actual) e, incluso, una de las realidades más terribles: la guerra civil, aquella que, como dijo el General Charles de Gaulle, dura más allá de lo que se cree, porque, cuando las armas callan de manera definitiva, la guerra, de una u otra manera (odios, enemistades, sospechas, etcétera), sigue. Si yo he disfrutado siempre de la paz, Osés, como tantos españoles, tuvo que luchar por protegerla.

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

No obstante, creo sinceramente que estas importantes diferencias entre el biógrafo y el biografiado permiten abordar el tema con grandes dosis de objetividad. A pesar de que, como relato al principio de la obra, tuve la oportunidad de conocer personalmente a Javier Osés, realmente no puedo decir que mantuviera la suficiente relación como para estrechar lazos con su persona. Además, mi condición de católico me permite evaluar desde dentro las luces y sombras de un hombre que perteneció a la misma institución que yo. En todo caso, puedo asegurar que he tratado de tener en cuenta dos elementos fundamentales: en primer lugar, el necesario rigor historiográfico, algo aprendido durante mis años de formación como doctor en Historia Contemporánea. Y en segundo lugar, la moderación y la prudencia a la hora de emitir juicios, teniendo especialmente presente aquella frase de Jesús de Nazaret: «Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra…». Animado por esta realidad, y pidiendo perdón de antemano a mi biografiado allá donde esté por los errores que haya podido cometer, entraré a valorar su vida y obra. Resulta claro desde el principio que he querido realizar una biografía del Javier Osés obispo. Y sabiendo por qué. Aunque fue más tiempo no obispo que obispo (cuarenta y tres años en el primer estado y treinta y dos en el segundo), aquí se ha buscado presentar la semblanza de un hombre que tuvo la responsabilidad de dirigir una diócesis. El caso de Osés resulta, en ese sentido, peculiar, ya que como prelado conoció un solo Obispado: Huesca. Tampoco especialmente peculiar, ya que hubo otros de su generación o un poco mayores que él (Ángel Temiño, Francisco Peralta, Luis Franco, etcétera) que también ocuparon un solo destino episcopal. Sí se dio, sin embargo, un hecho llamativo en el caso de Osés, y es que pasó de auxiliar a residencial sin cambiar de diócesis, y además habiendo tenido una trayectoria larga como obispo. Por tanto, si hay algo que resulta innegable es que hablar del obispo Javier Osés es, en definitiva, hablar de la diócesis de Huesca. Ello nos lleva a realizar la primera reflexión: ¿puede considerarse un fracaso el que Osés nunca pasara de Huesca, una diócesis ubicada en la misma provincia que otras dos (Barbastro y Jaca) y con un volumen de fieles bastante bajo para lo que es el conjunto

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de España? (recordemos que toda Huesca, en el momento actual, supone menos del 0,5% del total de España, y con Osés poco más). Pues la respuesta es, sinceramente, no. No lo fue porque para que haya fracaso tiene que haber una gran diferencia entre el objetivo marcado y el finalmente logrado. Y no tenemos la impresión de que esto sucediera con nuestro biografiado. Recuerdo que la primera vez que hice acto de presencia en el Obispado de Huesca mantuve una larga conversación con una de las personas que trabajaban allí y conocían bien a Javier Osés. Además de proporcionarme una primera panorámica de lo que fue su vida como obispo de Huesca, me dijo que el prelado navarro era un hombre llamado a ser «príncipe de la Iglesia», es decir, cardenal. Y daba sus razones para ello: excelente presencia personal, origen social, fulgurante carrera episcopal (hasta que se confirmó que Huesca sería tanto estación de salida como de llegada) y buena preparación intelectual. Desde luego, se trataba de razones bien pensadas, pero una cosa era que Osés hubiera podido ser un buen candidato a cardenal y otra bien distinta que realmente lo hubiera ambicionado. No digo con ello que esta persona afirmara, que por supuesto no lo hizo, que Osés soñara con ser «príncipe de la Iglesia», pero sí creo firmemente que nuestro biografiado no debió de albergar especiales anhelos de obtener dicha distinción. Aquel hombre humilde, sencillo y tímido probablemente tenía una sola ambición, que se fundía con su vocación: servir a la Iglesia. «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos…», nos recuerda el Evangelio según san Mateo. Y Osés lo tuvo siempre muy claro: fuera como sacerdote, como obispo o como tuviera que ser, él serviría a la Iglesia, lo que, en definitiva, si somos fieles a las Sagradas Escrituras, supone servir a los hombres. Así, a lo largo de la investigación hemos podido ver a un hombre plenamente concentrado en su tarea, que vivió por y para su diócesis, no pensando en alcanzar metas mayores. Seguramente creyó que donde mejor podía hacerlo era precisamente en Huesca. Vuelvo, en ese sentido, a citar aquella conversación con la persona que trabajaba en el Obispado, quien me aseguró que Osés le había dicho que, en caso de tener que cambiar de diócesis, hubiera querido siempre que el destino fuera una diócesis

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

rural. Él era un hombre de campo y entendía a la perfección la dinámica de ese entorno. En cierto modo, su Tafalla natal, aunque más rica que las duras tierras del Alto Aragón, era también una zona donde la agricultura y la ganadería constituían los principales medios de vida. Con ello no queremos decir que la estancia permanente de Osés en Huesca respondiera a un hecho casual. No. Tenemos la sensación en realidad de que los cambios que hubo de vivir la Iglesia universal en el último cuarto del siglo xx tuvieron, entre otros muchos efectos, el de paralizar o ralentizar lo que parecían brillantes trayectorias eclesiales. Juan Pablo II, aquel papa que vino del Este y que cambió el curso de la historia de la Iglesia universal, rompiendo con casi cinco siglos de hegemonía italiana, estaba convencido de que el catolicismo había entrado en una dinámica errónea fruto de una inadecuada aplicación del Concilio Vaticano II. No queremos decir con ello que el papa Wojtyla fuera un enemigo declarado del Vaticano II, pero sí da la impresión de que veía en él importantes errores que resultaba necesario corregir. Así, la realidad es que las personas que tanto habían promocionado con Pablo VI (1963-1978) hubieron de vivir un cambio en ocasiones radical de sus respectivas trayectorias episcopales. El caso de la Iglesia española resulta, en ese sentido, especialmente paradigmático. Y daremos ejemplos de ello. Vicente Enrique y Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española durante toda la etapa de cambio político en España, vio aceptada su renuncia como arzobispo de Madrid-Alcalá casi de inmediato (tenía 75 años y 6 meses, y su salud era buena; de hecho, viviría once años y medio más). Gabino Díaz Merchán, que suponía el «taranconismo sin Tarancón» (y fue, precisamente, quien le sucedió en la presidencia de la Conferencia Episcopal), no solo nunca llegó a ser elevado al cardenalato, sino que ni siquiera salió de Oviedo, sede de la que era cabeza visible desde 1969. Mejor le fue a Narcís Jubany, cuya renuncia como arzobispo de Barcelona fue aceptada cuando tenía ya 76 años y medio, o José María Bueno Monreal, cardenal-arzobispo de Sevilla, a quien se le permitió regir la diócesis hispalense dos años y medio más después de cumplidos los 75. A los que decidieron dar un cierto viraje conservador (porque así lo estimaban necesario), como Elías Yanes o Fernando

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Sebastián, su pasado evidentemente aperturista les salió excesivamente caro. Yanes, que también había llevado una brillante carrera eclesial (obispo auxiliar de Oviedo con tan solo 42 años, secretario general de la Conferencia Episcopal con 44 y arzobispo de Zaragoza con 49), tuvo que conformarse con el «premio menor» de la presidencia de la Conferencia Episcopal entre 1993 y 1999, no llegando nunca a pertenecer al colegio cardenalicio. Sebastián, por su parte, a pesar de su brillantísima hoja de servicios a la Iglesia, se ha tenido que conformar con el arzobispado de Pamplona y Tudela y con la vicepresidencia de la Conferencia en dos períodos distintos. El problema para Osés es que fue identificado con el sector más «progresista» del episcopado. Recuerdo que en una conversación que mantuve a comienzos de 2004 con el ya fallecido José Antonio Carro Celada, sacerdote y periodista que en ese momento dirigía la revista Ecclesia, este me comentó que no creía en la expresión progresista para los obispos: creía que lo que había era, en esencia, obispos «más abiertos» y «menos abiertos». Puede ser. Lo cierto es que, si aceptamos los términos progresista y aperturista, que no tienen por qué ser exactamente lo mismo, entonces debemos pensar que Osés se encontraba dentro de esta última tendencia, o al menos así era percibido en medios tanto eclesiales como no eclesiales. El propio Tarancón, ya lo hemos podido ver, habla en sus Confesiones de Osés como prelado perteneciente a la «izquierda eclesial». De hecho, el propio Osés sería el primero en reconocer que así se le había catalogado y que su nombre aparecía ligado al de Antonio Dorado Soto, Ramón Echarren o Alberto Iniesta. Pues bien, fuera así o no, lo cierto es que a ninguno de ellos les fue especialmente bien durante el pontificado de Juan Pablo II. Dorado, que había llegado a obispo a una edad llamativamente temprana (tenía apenas 38 años cuando Pablo VI le nombró obispo de Guadix-Baza), ha debido conformarse con ser promocionado primero a CádizCeuta y, finalmente, a Málaga, donde apura, cumplidos los 75 años, sus últimos momentos como obispo en activo. Ramón Echarren, que también había iniciado una brillante carrera eclesial (fue nombrado auxiliar de Madrid-Alcalá tan solo cuatro días después de cumplir los 40 años), y que tan importante colaborador de Tarancón fue (su llamada a la Nunciatura, nada más morir Casimiro Morcillo,

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

fue clave para que Tarancón pudiera «instalarse» en Madrid-Alcalá), se ha tenido que resignar también con el destino menor de obispo de Canarias. Benedicto XVI le permitió cumplir los 76 años como prelado en activo, para pasar de inmediato a la condición de emérito. Y luego queda el caso de Iniesta, que es uno de los pocos obispos que podrían decir que su trayectoria eclesial se frenó todavía más en seco que la de Osés. Pero Iniesta no fue un obispo prematuro, pues no alcanzó tal dignidad hasta los casi 50 años de edad, y además su primer destino, aunque de auxiliar, era el más importante de todos: la diócesis de la capital del país (Madrid-Alcalá). Auxiliar de MadridAlcalá era en septiembre de 1972… y auxiliar de Madrid-Alcalá era en abril de 1998, cuando fue aceptada su renuncia. Por cierto, tan solo fue mantenido como obispo en activo tres meses más una vez cumplidos los 75 años. Osés no escapó a esta realidad. Su trayectoria episcopal con Juan Pablo II fue diametralmente diferente a la que había vivido con Pablo VI. Si con este vivió sus dos nombramientos episcopales (en 1969 como auxiliar de Huesca y en 1977 como titular de esta misma diócesis), con Juan Pablo II no se supo más de su posible promoción. Lo que por cierto nos lleva a realizar un nuevo elogio hacia el prelado navarro, pues ni una sola palabra pública se oyó de reproche por parte de este hacia el papa polaco. Javier Osés aceptó con humildad y con serenidad que Huesca sería su estación tanto de partida como de llegada en su carrera episcopal y, de hecho, como hemos tenido oportunidad de comprobar, no llegó nunca a dejar de reconocer las virtudes de Juan Pablo II, que evidentemente las tuvo. En realidad, más de una vez hemos tenido la impresión de que Juan Pablo II hizo un «favor» dejando a Osés en Huesca, pues le permitió alcanzar unas cotas de popularidad y de aceptación difícilmente extrapolables a otros obispos. Si los chilenos me comentaban hace un tiempo que «don Raúl» (en referencia a Raúl Silva Henríquez, cardenal-arzobispo de Santiago) era «su cardenal» («el cardenal de Chile»), los oscenses hablan de «don Javier» como «su obispo», porque fue la imagen y la presencia viva de la Iglesia en Huesca. El testamento de Osés muestra, en ese sentido, hasta qué punto este navarro sencillo y discreto llegó a identificarse con las tierras del Alto Aragón y sus gentes.

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Celebrando misa en la cárcel de Huesca un 24 de octubre, fiesta de la Merced. (Archivo familiar)

Y es que para ello resulta muy importante tener en cuenta uno de los grandes aspectos de su personalidad: la humildad. Recuerdo, en ese sentido, una conversación que mantuve recientemente con el padre jesuita José María Díaz Moreno. Persona de extraordinaria carrera tanto eclesial (fue asesor de la Nunciatura entre 1967 y 1980) como intelectual (catedrático emérito de Derecho Eclesiástico del Estado por la Universidad Pontificia de Comillas), además de hombre de gran talla humana, Díaz Moreno conocía a Osés desde hacía muchos años. En efecto, al ser los dos de la misma generación (ambos habían nacido en 1926: Osés en agosto, Díaz Moreno en diciembre), habían coincidido como estudiantes en Roma en la etapa en que el navarro estuvo formándose en la Gregoriana. Además de recordar pequeñas anécdotas personales (como que Osés había sido un gran portero en el equipo de fútbol que se formaba con los sacerdotes allí enviados), me resumió, con la claridad que siempre

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ha caracterizado a Díaz Moreno, la personalidad de Javier Osés: «Un hombre ejemplar». «Nunca le vi hacer el más mínimo intento ni mover los hilos necesarios para llegar un día a obispo…», me señaló este insigne jesuita. Realmente, no podía hacerlo: su humildad se lo impedía. Pero, una vez que llegó a obispo, entonces hubo de afrontar la dura tarea que suponía encabezar una diócesis. Desde esa perspectiva, parecen innegables los intentos de modernizar Huesca por parte de Javier Osés. Tenía prácticamente todo por hacer. El anterior inquilino de la sede episcopal, Lino Rodrigo, aunque todavía vivía, tenía sin embargo las facultades físicas muy mermadas y había llevado a cabo muy pocas reformas. Por no haber, no había un archivo y un museo diocesanos adecuados a la normativa y exigencias de la época. La tarea se hacía aún más compleja si tenemos en cuenta que Osés había llegado a Huesca cuando tan solo habían transcurrido cuatro años desde la finalización del Concilio Vaticano II, un auténtico acontecimiento eclesial que, por las específicas condiciones de España (sumida en una rígida confesionalidad católica garantizada por una dictadura que todavía no tenía visos de pasar a la historia), se había convertido en un seísmo en ocasiones de magnitudes incontrolables. ¿Por qué decimos esto último? La mayor parte de los obispos de la década de los sesenta y setenta, por no decir la totalidad de los mismos, se encontraron con una Iglesia sumida en una fuerte crisis de identidad. Los seminarios, que habían vivido un auténtico florecimiento vocacional en las décadas anteriores, comenzaron a vaciarse. Los sacerdotes ya ordenados solicitaban de manera masiva la secularización y, para colmo, hasta que esta les era concedida, o quizá porque sus reivindicaciones no habían sido atendidas, no hacían más que provocar todo tipo de incidentes (es lo que se ha conocido como contestación en el clero). Para comprobar esta realidad, no hay más que ir diócesis por diócesis. ¿Cómo afrontar todo esto? Javier Osés, con la claridad de ideas que siempre le caracterizó, dio su propia solución: había que aumentar la participación. Es decir, tratando de implicar cada vez más a los seglares en una Iglesia tradicionalmente caracterizada por un alto grado de clericalismo. Sin negar que el sacerdote siguiera constituyendo la piedra angular de la vida diocesana, Osés hizo todo

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Conclusiones

lo posible por acercar la vida de la Iglesia a todos y cada uno de los seglares. Lo hizo, por ejemplo, a través de experimentos como la Asamblea Diocesana, de conferencias donde informaba sobre sus reuniones en la Conferencia Episcopal o sobre las diferentes visitas ad limina rendidas al papa y de cualquier otra cosa que pudiera hacer más cercana la relación entre la Iglesia diocesana y sus fieles. Claro que Osés se encontró de bruces con un inmenso problema que trasciende la acción meramente eclesial y que ha provocado una separación cada vez mayor entre la realidad religiosa y la sociedad: la secularización. La sociedad de Huesca, como la del resto de España, se ha ido alejando de manera progresiva de la Iglesia porque el consumismo ha ido imponiendo otros valores, nuevos puntos de referencia. No resulta de extrañar que Osés denunciara de manera constante este problema, y que, además, para que los oscenses pudieran sentirse cercanos a sus ideas, no se limitara a insertar cartas pastorales en el boletín diocesano o en la también diocesana publicación Pueblo de Dios. De ahí su perseverancia a la hora de hacer llegar su pensamiento a través del principal medio de comunicación local, el Diario del Altoaragón. Lo que hizo, como hemos visto, hasta los momentos finales de su vida. Resulta difícil calibrar hasta qué punto se trató de una idea exitosa. Lo cierto es que ello permitió que los oscenses sintieran más cercano a su obispo, y que no le consideraran como un elemento extraño o ajeno a sus vidas. Osés quiso ser siempre un hombre cercano, consciente de que, si la gente no venía a él, él habría de ir a la gente. Ello explicaría el rotundo éxito de asistencia de público en el momento de la despedida, con una histórica presencia de la comunidad gitana, como me dijo Cecilio Lacasa, que recordó que era la primera vez que los gitanos asistían a un acto en memoria de lo que ellos llaman un payo. Una afluencia de público que se explicaba en función de las grandes virtudes personales de Osés, que podríamos resumir en las siguientes palabras: sencillez, cercanía, austeridad, honestidad, bondad. Javier Osés pertenecía, en ese sentido, al prototipo de obispo diseñado por Pablo VI: pastor. También había lugar para los intelectuales (como Bueno Monreal o Guerra Campos) y para los llamados políticos (Tarancón, Marcelo González, Jubany), pero, si uno examina la mayor parte de los obispos nombrados por Pablo VI

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

(nos estamos refiriendo al caso concreto de España), lo que abundaban eran los pastores. Pastores que renunciaban a vivir en el palacio episcopal, hecho que sin embargo había sido habitual en la generación precedente (ya hemos visto que Lino Rodrigo hizo arreglar el de Huesca) y al que ellos renunciaron para marcharse a vivir en pisos sin ningún tipo de lujo. Aquel estilo de pastor calaría mucho en Huesca, pues permitiría a las oscenses sentir a Javier Osés como uno más entre ellos, por un lado, y al obispo sentirse tan integrado que, a pesar de haber sido tafallés de nacimiento y de haber vivido en Navarra hasta los 43 años de edad (con la excepción del tiempo que estuvo en Roma), acabaría queriendo que sus restos reposaran en Huesca. ¿Se puede decir que no hubo más que aspectos positivos en el pontificado de Javier Osés? Creemos, sinceramente, que no. La condición humana no escapa al error y Javier Osés, como ser humano, los cometió. Nos atreveríamos a apuntar, en ese sentido, un posiblemente excesivo estilo liberal a la hora de ejercer su autoridad. Fue inteligente aplicar el diálogo permanente con sus sacerdotes (es bien conocido que estos nunca debían pedir cita previa para hablar con él, sino que eran inmediatamente recibidos), pero también hubiera sido positivo un punto más de autoridad. Por otra parte, su medida de dejar de cobrar los estipendios por las misas, aunque coherente con su espíritu extraordinariamente austero, quizá debía haber sido moderado, porque ello supuso un choque con una parte de su clero que, a pesar de los intentos permanentemente pacificadoras de Osés, nunca llegaría a conectar con su obispo. Fuera de estos datos, pocos errores de bulto podemos encontrar en su gestión episcopal. En suma, Javier Osés resume como pocos toda una etapa de la historia de la Iglesia española. Una persona nacida en una de las grandes cunas del catolicismo (Navarra) que nunca quiso echar la vista hacia atrás (olvidando fenómenos como la política anticlerical de la II República o la persecución religiosa de la guerra civil) y que afrontó con sincero entusiasmo las reformas modernizadoras del Concilio Vaticano II. Fue, al mismo tiempo, un hombre sinceramente convencido de las bondades de la democracia que, sin embargo, no hablaba con acritud de la dictadura franquista y que si por algo se

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Conclusiones

distinguió fue por un espíritu profundamente conciliador. Aquellos que quieren ver a Javier Osés como un obispo «rojo» se equivocan. De lo que se trataba en realidad era de una persona profundamente dialogante que, consciente del espíritu naturalmente apasionado de los españoles, quiso ante todo ver lo que unía a los hombres y no lo que les separaba, con la sincera convicción de que ese era, en definitiva, el mensaje del cristianismo, al que dedicó toda una vida. Una vida fructífera, intensa, marcada por el trabajo y la entrega que esperamos que, de alguna manera, haya podido ser adecuadamente reflejada en las páginas que hemos ofrecido.

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Fuentes y bibliografĂ­a



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Índice Palabras previas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 De Tafalla a Huesca. La primera etapa episcopal (1926-1969) . . . 23 Javier Osés, obispo de Huesca. Historia de un largo pontificado (1977-2001) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 El final del aggiornamento en el seno de la Iglesia. De Pablo VI a Juan Pablo II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86 La Iglesia española y la inercia del aperturismo. Tarancón y Díaz Merchán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Balance de un quinquenio como titular de la diócesis altoaragonesa. El primer informe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 Reestructuraciones y modernización de una diócesis . . . . 107 La Asamblea Diocesana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112 El segundo informe de Osés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 El triunfo del giro conservador. Ángel Suquía, presidente de la Conferencia Episcopal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146 El tercer informe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

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Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio

Una nueva piedra en el camino: el problema de la financiación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165 El amago aperturista. Elías Yanes, presidente de la Conferencia Episcopal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171 Al final del camino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192 Un obispo en tiempos de cambio. Pensamiento y doctrina de Javier Osés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215 Su lucha por la igualdad y la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Su visión de las cuestiones morales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Javier Osés ante los problemas de la Iglesia del último cuarto de siglo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cómo defender los derechos humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . La visión política de un obispo del posconcilio . . . . . . . . . . . . La labor de Osés como miembro de la Conferencia Episcopal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Razones para explicar la no promoción de un obispo . . . . . .

218 237 251 266 279 289 303

Evolución de la economía diocesana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315 Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331 Fuentes y bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345

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Otros títulos de la colección 1. M.a José Gayán Laviña y Lourdes Languiz Salcedo, El cuero en el Altoaragón (1987). 2. M.a Carmen Mairal Claver, Juegos tradicionales infantiles en el Altoaragón (1987). 3. Ángel Vergara Miravete, La música tradicional en el Altoaragón (1987). 4. Manuel Benito Moliner y Francisco Domper Gil, Azara (1988). 5. M.a Pilar Benítez Marco, Contribución al estudio de La Morisma de Aínsa (1988). 6. Vicente Bielza de Ory y Gilbert Dalla-Rosa, Las relaciones socioeconómicas transpirenaicas (1989). 7. Rafel Vidaller Tricas, Dizionario sobre espezies animals y bexetals en o bocabulario altoaragonés (1989). 8. Herminio Lafoz Rabaza, Cuentos altoaragoneses de tradición oral (1990). 9. Carlos Ascaso Arán, Estudio sobre el cultivo y comercio de la almendra en la comarca de la Hoya de Huesca (1990). 10. Agustín Faro Forteza, Tradició oral a Santisteba (La Llitera) (1990). 11. Hèctor Moret i Coso, Pere Pach i Vistuer: articles ribagorçans i altres escrits (1991). 12. José M.a Satué Sanromán, El vocabulario de Sobrepuerto (Léxico comentado de una comarca despoblada del Altoaragón) (1992). 13. José Damián Dieste Arbués, Refranes ganaderos altoaragoneses (1994). 14. Luciano Puyuelo Puente, Castillazuelo: tal como éramos (1994). 15. Inmaculada de la Calle Ysern y Ángel M. Morán Viscasillas, Cara y cruz en Nocito (El ayer y el hoy de una comunidad en la sierra de Guara) (1994). 16. Joaquín Salleras y Ramón Espinosa, La ermita de San Salvador de Torrente de Cinca (1995). 17. VV AA, Del esparto a la PAC. Primeras Jornadas Agrarias (Lalueza, noviembrediciembre 1993) (1995). 18. Pedro Lafuente Pardina, Al calor de la cadiera (Relatos y vivencias del Altoaragón) (1996). 19. José Antonio Llanas Almudébar, La pequeña historia de Huesca. Glosas, I (1996). 20. José M.a Satué Sanromán, Semblanzas de Escartín (1997). 21. José M.a Ferrer Salillas y M.a Ángeles Abió Zamora, Angüés. Historia, vida y costumbres de una villa del Somontano oscense (1998). 22. Francisco Castillón Cortada, Santa María de Valdeflores y San Miguel, las dos parroquias de Benabarre (1998). 23. Ester Sabaté Quinquillá (coord.), Albelda, la vida de la villa (1999).


24. Jeanine Fribourg, Fiestas y literatura oral en Aragón (El dance de Sariñena y sus relaciones con los de Sena, Lanaja y Leciñena) (2000). 25. Chabier Tomás Arias, El aragonés del Biello Sobrarbe (1999). 26. Ramon Vives i Gorgues, Costumari de Castellonroi (Ànima d’un poble) (2001). 27. Mariano Constante, Crónicas de un maestro oscense de antes de la guerra (2001). 28. M.a Celia Fontana Calvo, La iglesia de San Pedro el Viejo y su entorno. Historia de las actuaciones y propuestas del siglo xix en el marco de la restauración monumental (2003). 29. Ignacio Almudévar Zamora, Retablo del Alto Aragón en el último tercio del siglo xx (artículos, charlas y conferencias) (2005). 30. M.a Dolores Barrios Martínez y Pilar Alcalde Arántegui (eds.), Antonio Durán Gudiol y la prensa escrita (artículos) (2005). 31. Ramón Lasaosa Susín (ed.), Enrique Capella. Folclore y tradición (2006). 32. Ángel Huguet Canalís, Plurilingüismo y escuela en Aragón: un estudio sobre las actitudes ante las lenguas aragonesas (aragonés, castellano y catalán) y las lenguas extranjeras (2006). 33. José M.a Ferrer Salillas, Bespén: recuerdos del pasado y una mirada al presente (2007).


Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio aborda la trayectoria episcopal de un sacerdote navarro a lo largo de la difícil etapa de la historia de la Iglesia católica que transcurrió en los años posteriores al Concilio Vaticano II (1962-1965). El cuestionamiento de la autoridad dentro de la Iglesia, la secularización masiva de sacerdotes, el vaciamiento de los seminarios, el diálogo con la modernidad o el cambio político en España, que llevó de un sistema marcadamente autoritario a otro plenamente democrático, fueron hechos que influyeron y marcaron decisivamente la vida de Javier Osés en Huesca, la diócesis a la que llegó a finales de 1969 y a la que se dedicaría en cuerpo y alma hasta su fallecimiento en octubre de 2001. Este libro pretende analizar las luces y sombras de un hombre de extraordinaria valía humana y cuya trayectoria vital estuvo marcada por una integridad y una entrega incuestionables que le convirtieron en hombre de referencia para el catolicismo altoaragonés y para la Iglesia española en su conjunto.


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