La mala vida en Madrid

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CONSTANCIO BERNALDO DE QUIRÓS Y JOSÉ M.1 LLANAS AGUILANIEDO

LA MALA VIDA EN MADRID. ESTUDIO PSICOSOCIOLÓGICO CON DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS DEL NATURAL Edición y notas de JUSTO BROTO SALANOVA Introducción de LUIS MARISTANY DEL RAYO Prólogo de JOSÉ MANUEL REVERTE COMA

Larumbe

INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES EGIDO EDITORIAL




Larumbe, 10

Director de la Colección: Fermín Gil Encabo Comité Editorial: Almudena Domínguez Arranz, Ángel Gari Lacruz, Juan Manuel Lantero Navarro, Francho Nagore Laín, Guillermo Pérez Sarrión y Alberto del Río Nogueras Correctora de estilo: Teresa Sas Bernad Secretaria: Pilar Alcalde Arántegui


OBRAS COMPLETAS DE JOSÉ M.2 LLANAS AGUILANIEDO PLAN DE LA REEDICIÓN

Alma contemporánea. Estudio de Estética, edición de Justo Broto Salanova (1991).

La mala vida en Madrid. Estudio psicosociológico con dibujos y fotografías del natural, edición y notas de Justo Broto Salanova, introducción de Luis Maristany del Rayo, prólogo de José Manuel Reverte Coma. Del jardín del amor, edición de José Luis Calvo Carilla. Navegar pintoresco, edición de Leonardo Romero Tobar. Artículos y relatos, edición de Justo Broto Salanova y colaboradores. Pityusa, edición de José-Carlos Mainer Saqué. Traducciones. Varia. Índices, edición de Justo Broto Salanova y colaboradores.



CONSTANCIO BERNALDO DE QUIRÓS y JOSÉ M. LLANAS AGUILANIEDO LA MALA VIDA EN MADRID. ESTUDIO PSICOSOCIOLÓGICO CON DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS DEL NATURAL


Retratos de Constancio Bernaldo de QuirĂłs y JosĂŠ M.2 Llanas Aguilaniedo.


CONSTANCIO BERNALDO DE QUIRÓS y JOSÉ M.2 LIANAS AGUILANIEDO

LA MALA VIDA EN MADRID ESTUDIO PSICOSOCIOLÓGICO CON DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS DEL NATURAL

Edición y notas de JUSTO BROTO SALANOVA Introducción de LUIS MARISTANY DEL RAYO Prólogo de JOSÉ MANUEL REVERTE COMA

Larumbe

INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES EGIDO EDITORIAL

BIBLIOTECA AZLOR INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES k-itiESCA


Ficha catalográfica Constancio La mala vida en Madrid. Estudio psicosociológico con dibujos y fotografías del natural / Constancio Bernaldo de Quirós y José M.a Llanas Aguilaniedo; edición y notas de Justo Broto Salanova, introducción de Luis Maristany del Rayo, prólogo de José Manuel Reverte Coma. - Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses : Zaragoza : Egido Editorial, 1997. IX, 377 p.: il. ; 21 cm. - (Larumbe ; 10).- Bibliografía: p. LI - LVIII. D. L. HU. 81-1998. - ISBN 84-8127-009-1 1. Madrid.- Situación social - S. XIX. I. Llanas Aguilaniedo, José M.a. II. Título. III. Serie 308 (460.27) "18"

BERNALDO DE QUIRÓS,

Este libro, editado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses (de la Diputación de Huesca) dentro de su colección Larumbe y por Egido Editorial, S. L., con la colaboración del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Huesca, ha merecido la confianza y el apoyo patrocinador de la Asociación Provincial de Libreros de Huesca, la Obra Cultural de iberCaja Huesca, los Servicios Culturales de la Caja de Ahorros de la Inmaculada, la Caja de Pensiones "la Caixa", Random Centro de Informática y el Centro de Cálculo de la Universidad de Zaragoza. Depósito legal: HU. 81-1998 - International Standard Book Number: 84-8127-009-1. Impreso en España (printed in Spain) por Grafic RM Color, S. L C/ Comercio, parc. I, nave 3. Huesca. Encuadernado por Encuadernaciones Fontanet, S. L. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Parque, 10. 22002 Huesca. Apartado postal 53. Tel. 974-240180. Fax 974-231061. E-mail: iealtoar@spicom.es Egido Editorial, S. L. Duquesa Villahermosa, 157, 4.Q A. 50009 Zaragoza. E-mail: regido@encomix.es http: //www.encomix.es/-regido/


A la memoria de Luis Maristany



LA MALA VIDA EN MADRID, TRATADO DE ANTROPOLOGÍA MÉDICA Y FORENSE José Manuel Reverte Coma



i--p ARA UN ANTROPÓLOGO médico y forense es un autén-

tico placer la lectura de la mala vida en Madrid, obra que desde hace casi un siglo aún trae hasta nosotros una frescura de verdadera actualidad, pues muchas de las situaciones que plantea no sólo no han sido superadas sino que se han agravado y multiplicado hasta límites que los autores citados no pudieron sospechar. Ellos prepararon su obra con lecturas de Pío Baroja, Lombroso, Salinas, Rotondo, Ferri, Olóriz, Leggiardi, Rubio, Aranzadi, Eslava, Gil Maestre, Freixa, Giacchi, Lugilde, Vega Rey, KrafftEbing, Havelock-Ellis, Concepción Arenal, Nietzsche, Tamariz, Pérez de Herrera, Sighele y los clásicos españoles. Es indudable la gran influencia que las corrientes antropológicas y criminológicas de la época ejercieron en los autores de esta notable obra, con sus excesos, limitaciones y defectos, pero también con sus aciertos y avances positivos: Lombroso, Ferri, Garofalo, Tarde, entre los italianos; Olóriz, Aranzadi, Salinas, entre los españoles, y en otro plano, Lugilde, Huerta, Gil Maestre y Baroja. Estas influencias se extienden por todos los rincones de la obra y la impregnan completamente, sin restarle por ello originalidad. Un estudio somero, como exige este breve prólogo, nos permite resaltar lo que de Antropología médica y forense tienen los bloques principales en que dividen la obra. El inframundo descrito por Bemaldo de Quirós y Llanas, correspondiente a fines del siglo XIX, no ha variado mucho en lo fundamental. A finales del XX siguen existiendo golfos, criminales, prostitutas y mendigos, incrementados proporcionalmente al aumento (de quinientos mil a cuatro millones) de habi[XIII]


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tantes y en variedad de «nuevas adquisiciones•, con la moderna tipología de marginados, narcotraficantes, terroristas, armas homicidas, etc. Un nuevo «ejército del hambre» se extiende por todos los ámbitos de nuestra sociedad a pesar de las conquistas sociales de este siglo que termina. Ciertos elementos históricos han sido borrados de la escena, como los narradores callejeros de crímenes, que contaban «El caso de las niñas desaparecidas., el .Crimen de la calle de Fuencarral• o «La vida de Luis Candelas• al tiempo que señalaban con un puntero cada escena en un cuadro con pinturas al óleo colgado de un árbol. Aún me ha tocado admirar aquellas maravillas folclóricas en mi infancia, sustituidas hoy con peor fortuna por ciertos programas «amarillos» en los medios de comunicación modernos. La «truhanería andante•, el Capitán de los Golfos y la Reina de los Golfos tienen hoy sus representantes. Siguen la «legión de inválidos de la voluntad», como los llamaba Salinas, el chabolismo y las barriadas brujas, en cuya escuela continúan preparándose para el crimen los «equilibristas» del mundo de la rufianería, como los denominó Baroja. Lo mismo que la «espuma del hampa• se manifiesta en los corruptos medios políticos ahora como entonces. Y siguen el paro laboral y la delincuencia, que va en aumento, la prostitución y la trata de blancas, los peristas, la mendicidad y los pirómanos de hoy, que no se conforman con menos de unos cientos de miles de hectáreas de bosques quemados. Como en los tiempos de Quirós y Llanas, pero más violenta, agresiva y descarada, una literatura que explotan consorcios multicapitalistas invade el mercado con pornografía en todos sus grados, en la que participan con absoluta desaprensión productores de cine, televisión, radio, prensa gráfica, vídeos y anuncios clasificados que proponen toda clase de perversiones y desviaciones sexuales. Y si hubo curanderismo y brujería, de los que nos hablan Quirós y Llanas en su libro, hoy los hay también, además de una literatura en torno al tema, impulsada por desaprensivos


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poseedores de medios de difusión que ofrecen toda clase de técnicas adivinatorias, misas negras y cuanto la imaginación medieval no llegó a alcanzar. Y las cárceles de las que nos hablan Quirós y Llanas con tristeza siguen siendo universidad para la especialización de todos los registros de delincuentes. Así, si hubiesen vivido en nuestro tiempo les hubiera bastado con subir exponencialmente la curva de la gráfica que trazaron en su obra hasta llegar a salirse de las coordenadas. Uno de los temas antropológicos que mencionan es el del tatuaje, cuya historia es muy antigua. El tatuaje étnico y su extensión por todo el mundo demuestran que el ser humano ha deseado alterar el aspecto de su piel en forma permanente, ya por motivos ornamentales o por otros muy variados, como el de caracterización del grupo a que se pertenece, como signo de jefatura o bien de sumisión o posesión. En la cultura occidental, los descubridores de nuevos mundos fueron los primeros en observar el taraceo de la piel en los primitivos y de alguna forma lo copiaron. Por eso los marinos se solían tatuar. El contacto de éstos con los bajos fondos de los puertos hace que el tatuaje se extienda a prostitutas y hampones y de ellos a las cárceles. Surgen así bien distintamente los dos tipos fundamentales de tatuaje: el étnico y el de grupos diversos como cofradías, gremios, asociaciones varias, presidiarios, prostitutas, marineros... Los motivos que pueden estudiarse en ellos son variadísimos: amorosos (corazones atravesados, nombres de enamoradas), marineros (anclas, barcos), vengativos (espadas, hachas goteando sangre), conmemorativos (fechas importantes para el sujeto), místico-religiosos (imágenes de santos), militares (condecoraciones)... A veces se limitan a una determinada parte (brazo, antebrazo, pecho, dorso, muslo), pero en otras se extienden por todo el cuerpo. No ha habido zona de éste por recóndita que parezca que no haya sido tatuada. Desde la época en que escriben Quirós y Llanas hasta nuestros días el tatuaje ha alcanzado una notable perfección técnica, con la utilización de aparatos eléctricos, colores variados y plantillas de dibujos muy complicados, pero siempre


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basado en el principio de depositar sustancias como el polvo de carbón, tinta china, cinabrio u otras, por punción, escarificación o quemadura, en el estrato subepidérmico, donde las células fagocitarias del sistema retículo-endotelial o histiocitos las engloban en sus protoplasmas y al cicatrizar se transparentan bajo la piel. Algunos, arrepentidos de haberse tatuado, se someten al destatuaje (o variotización, palabra acuñada en honor del doctor Variot, que perfeccionó la técnica), empleando muy diversos procedimientos desde el injerto hasta la cauterización, todos muy traumáticos. La mejor técnica para borrar un tatuaje se ha comprobado que es la que utiliza leche de mujer. El tatuaje como marca indeleble ha sido objeto de estudios antropológico-criminales que han permitido la identificación del cadáver en casas de homicidios, accidentes y muertes con destrucción de gran parte del cuerpo. El taraceo, palabra española muy anterior a la voz tatoo, importada por el capitán Cook después de sus viajes por Oceanía, se suma al de las paredes y hasta techos de las celdas de las prisiones, donde los reclusos dibujan los mismos o parecidos motivos que sobre sus cuerpos, escriben poemas y llenan todo de grafitos y palimpsestos. A veces me pregunto por qué no se les deja unas virginales paredes encaladas para que se explayen con su arte• y entretengan sus ocios carcelarios, dando así salida a muchas de sus tensiones y rivalizando a ver quién lo hace mejor. Pero no hace falta entrar en una celda para ver toda clase de grafitos y no precisamente expresivos de bondad y elevados pensamientos. Quéjanse Quirós y llanas de que basta entrar en los retretes públicos, incluidos los de bibliotecas y centros del saber universitario, para observar lo que llevan en el interior de su pobre cerebro muchas futuras eminencias de la literatura y de las ciencias, toda una escala coprológica, coprolálica, de infantilismo sexual y obscenidades, de las que no se libran ni aun los propios libros de las bibliotecas públicas, que son tratados como las paredes de celdas y retretes.


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La mayor preocupación antropológica por parte de Quirós y Llanas se manifiesta en la relación entre el aspecto psicofisiológico del individuo y el crimen, entre la apariencia exterior y el delito, entre los estados del alma y la fisonomía del individuo. Ciertas enfermedades acentúan más lo estrecho de esta relación, como ocurre en el alcoholismo crónico. Así, mencionan la «máscara del borracho., sus arrugas frontales, la debilitación de los músculos de la cara salvo el frontal o la mayor depresión de la arruga nasolabial. La debilitación de los músculos orbiculares de los párpados comunica a la fisonomíauna expresión de cansancio, de apagamiento, de fastidio, de descontento, de poca intelectualidad y excesiva fatiga mental. El temblor de manos y piernas, los ojos cargados, enrojecidos, la cara abotargada, las ojeras; todo contribuye a dar al rostro ese aspecto de máscara y un aire de perversidad. La »sonrisa del bebedor» o »sonrisa lateral. es debida a la diferencia de contracción del músculo cuadrado de Henle en la parte superior de la arruga labial y el cigomático por debajo de ésta cuando el alcohólico trata de reír. Y el acné rosáceo enrojece su rostro y nariz. »La mala vida es alcohólica», concluyen los autores. Y en los 4.000 establecimientos donde se servían bebidas en el Madrid de 1900 los borrachos famosos de la mendicidad de entonces, como un Mendicuti o un Garibaldi, tenían dónde alimentar su toxicomanía. Con mucha frecuencia el criminal presentaba huellas de su vida violenta y airada, tales como chirlos o cicatrices de heridas por arma blanca que surcaban su rostro en varias direcciones, mutilaciones y cicatrices procedentes de lesiones sufridas en riñas, quemaduras, pedradas o disparos de arma de fuego, que marcaban diversos lugares de sus cuerpos, sin contar con los efectos residuales de la viruela, tan frecuente aún por entonces, especialmente en el medio social en que se formaban la mayoría de los que vivían al margen de la ley. Ilustran su libro con fotos como la del Francés, famoso salteador de caminos, a quien ponen como ejemplo de «fisonomía aquilina», tan frecuente entre los ladrones y que recuerda a


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las aves de presa. La fotografía de Juan Mula, otro famoso salteador en despoblado de la época, corresponde para ellos al tipo criminal descrito por Nietzsche como el del hombre fuerte que necesita vivir en una naturaleza salvaje una existencia libre y peligrosa. Los «dronistas greñudos», como muchos quinaores y cuatreros tales como el Tío Nieva, tienen como característica en común las largas greñas, que les dan un aspecto feroz. 12 fisonomía dura denota los instintos y la limitación de la vida espiritual de los atracadores, en los que son frecuentes los rostros grandes, pesados, rudos, con los arcos cigomáticos abultados y enormes pómulos. Todo ello es bien patente en la foto de otro criminal que presentan Quirós y Llanas y que les recuerda a los ladrones violentos de Lombroso. Para que no le falte un detalle muestra un visible tubérculo de Darwin, uno de los estigmas degenerativos y atávicos descritos por el antropólogo italiano. Cuando recorren el registro de los diversos tipos criminales y su especialidad, señalan al espadista como astuto y cauteloso y al topista como agresivo y audaz, verdadero gato montés con instintos de pantera que no retrocede ante el asesinato, lo que le convierte en el tipo más peligroso de la delincuencia madrileña. El espadista utiliza la habilidad, la maña, la inteligencia; el topista, la fuerza bruta, la violencia. Las descripciones de los «guapos de casa de juego- y de los «guapos de mancebía» son auténticos modelos antropológicos. El guapo de «rostro frío y desdeñoso, E...] hablar pausado y grave, E...] ademanes solemnes y reposados., altanero, perdonavidas, no es guapo porque lo sea su físico sino por la exageración de su valentía. Son, por el contrario, feos si se les mira al rostro, que muestra gestos de fiereza, chirlos, miradas estrábicas, sonrisas atravesadas, guiños convulsivos en los párpados, tics nerviosos, y escupen por el colmillo, que es «señal de guapeza entre nuestra gente del bronce. e «imitación de un gesto ferino, muy frecuente entre los homicidas». Otra foto que presentan Quirós y llanas de homicidas reincidentes es la del asesino cordobés, que muestra una visible


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estenocrotafia, cara larga, mandíbula voluminosa y aspecto mongoloide, toda una serie reunida de estigmas lombrosianos. Y la de José Cintavelde, autor de cinco homicidios, que toman de Salinas, muestra que es •más bien alto, probablemente la braza mayor que la estatura. E...] el rostro es casi rectangular hasta el ángulo de las quijadas muy pronunciado. Asimetría craneal y facial; pómulos muy pronunciados, como casi todas las eminencias óseas; mandíbula inferior voluminosa; orejas en asa» y extremidades claramente asimétricas. El rostro expresa vanidad matonesca con un cierto aire de estupidez. Bajo el entrecejo, •los ojos pequeños, enfosados y brillantes, lo que tiene de agresivo. Su madre fue suicida; E...] afición a la bebida«. la primera vez que mató fue con el fin de obtener »dinero para asistir a una corrida de toros». Contrastan con estos tipos descritos por Quirós y Llanas los randas, carteristas, descuideros, hebilleros y tomadores del dos, que suelen ser de tipo pequeño, pálidos, casi impávidos, con escaso desarrollo corporal, enfermizos y afeminados. Son el mismo tipo que el piale voyou parisino descrito por Brouardel. Furtivos, rápidos y suaves, han desarrollado el tacto desde niños tras un largo aprendizaje y dieron sus primeros pasos como safistas o ladrones de pañuelos. Aplican su vista, su inteligencia y sus conocimientos psicológicos empíricos y nunca hacen uso de la fuerza, que no tienen. Entre las mujeres, citan las domadoras por el registro de la teta•, «escoria de las meretrices., tal como fue la famosa Concha del Granao, »tribadistas impulsivas, verdaderos Tenorios con enaguas»; las mecheras y gateadoras, mujeres de poca fuerza pero de gran rapidez de manos, y las furtivas del bicheo, que trabajan con manos y pies. Quetelet calculaba que la delincuencia femenina era cinco veces menor que la masculina, mientras Concepción Arenal establecía la proporción de 1 a 20. Otro tipo muy bien descrito antropológicamente por Quirós y Llanas en el registro de delincuentes es el estafador, el timador. El timo es el nombre y forma de la estafa, sean fulleros, trileros o •tomadores del empalme•. La variedad de timos


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pone en juego toda una amplia gama de situaciones que nadie sabe quién inventó (los autores han quedado en el anonimato) pero que van desde .el entierro., «las limosnas., «la guitarra», «el tocomocho., «el portugués», «el timo del sobre., «el del pavo., «el nazareno», da vihuela., .el gallego., «el Stradivarius, «el cuento valenciano», «los incobrables», hasta los grandes affaires de la época y los «monederos falsos.. La estafa es una combinación de picardía, audacia, ciencia de la vida e inteligencia. Así como el ladrón tiene la mirada insegura, movible y el gesto rápido, la sonrisa forzada y el cuerpo ágil, el estafador posee una mirada hipnotizadora como las serpientes, la palabra fácil, sugestionadora, el gesto tranquilo, mesurado, la sonrisa pronta y un exterior pacífico que inspira confianza, como señalaba Ferriani. Mientras el ladrón ejerce su oficio en las tinieblas, roba y huye, el estafador ha de captarse la benevolencia, la estimación y a veces el amor de su víctima para lograr su intento criminoso. Es un simulador perfecto al decir de Serrano. Salillas, a quien nuevamente remiten los autores de La mala vida en Madrid, señalaba como primer precedente por él conocido del «timo de la guitarra» un cuento valenciano del siglo XVI recogido por Juan de Timoneda. El dato nos pone sobre la pista del antiguo arraigo de esta forma de delincuencia en España, donde los históricos «hermanos de la camándula» o camanduleros, citados por Zugusti y Serrano, eran tipos muy peculiares. Varían radicalmente, desde un punto de vista antropológico, de todos los citados anteriormente: «Vestían de negro, a lo eclesiástico, muy recoletos de ojos, místicos en las palabras, comedidos en los ademanes, honestos en su porte, insinuantes en sus peticiones y demandas, caritativos con el prójimo, solícitos con los enfermos, benéficos con los pobres vergonzantes, con modales santurrones, llevan como prenda más significativa una camándula o sea un rosario, que afectaban ocultar hipócritamente, pero que no perdían ocasión de que todos reparasen que lo llevaban como signo de devoción». Salinas, muy gráficamente, llamaba a la forma de delito que


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practicaban «comedia delincuente•, en la que intervienen tres personajes: el gancho, que realiza el papel más dificil porque es quien ha de hacer picar a la víctima, el representante y el primo, lila o julay. El timo tiene por base el hecho de la explotación de la codicia humana. La víctima de un timo es un estafador fracasado, un .estafador abortado., un codicioso que recibe su castigo. El timo tienta y excita la codicia ajena, dicen Quirós y Llanas, para derivarla en beneficio del timador. El estafador actúa en diversos escalones, desde el tocomocho hasta el comerciante o el hombre de negocios. Toda empresa arriesgada puede con suma facilidad convertirse en una estafa. Ejemplos de tiempos pasados los tenemos en la expoliación del valle del Mississippi por Law (1708), el escandaloso asunto de Humberto Crawford (1808), el affaire Stavinsky o el affaire Panamá, cuando la construcción del canal, por citar algunos. También hablan de un «código de honor entre ladrones• y un «derecho consuetudinario. entre las sociedades ilícitas, donde la traición y el chivatazo están muy mal vistos y no se perdonan, como no se perdona a los violadores de niñas, que acaban siendo apuñalados en las cárceles por sus propios compañeros de prisión. Es •la conciencia solidaria• a la que aluden Quirós y Llanas. ' Resulta indudable que la Antropología criminal tuvo un papel decisivo y un momento cumbre durante los arios 18701900. Las teorías del «criminal nato• de Lombroso despertaron un vivo interés, especialmente porque parecía que se había dado un paso decisivo en el descubrimiento de las causas de la conducta criminal (factores básicos, atavismo, degeneración, epilepsia). Las investigaciones craneométricas de miles de criminales, unidas a los factores anatómicos, fisiológicos y mentales que se iban señalando, parecían demostrar que el criminal poseía una serie variada de estigmas degenerativos que permitían realizar su diagnóstico y predecir futuras conductas delictivas.


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Las viejas teorías ya señaladas por los autores griegos y recogidas y ampliadas más tarde por Lavater, Gall, Spurzheim y Cubí conectaban el aspecto físico y psíquico con las tendencias delictivas. Sin embargo, pronto pudo verse que no se podía generalizar y que muchos de los no menos de quince estigmas degenerativos señalados por Lombroso podían aparecer en personas que jamás tuvieron en su vida ningún problema con la justicia. Tenía que haber algo más, aunque no podía rechazarse de plano todo lo dicho por Lombroso, Garofalo, Tarde o Ferri. Comienzan a surgir trabajos de investigación criticando las teorías lombrosianas. Quirós y Llanas escriben su obra en pleno auge de estas ideas. Una nueva ola sigue al rechazo lombrosiano, representada por Hooton, Vervaeck, De Greef y otros autores, que estudian y comparan grupos criminales con grupos de control, encuentran diferencias significativas y aceptan una inferioridad del desarrollo psico-fisico-flsiológico general en los grupos delincuentes. Hooton establece una teoría neolombrosiana (1939) en la que reconoce una inferioridad física de origen hereditario en el delincuente pero con una serie de rasgos e influencias sociológicas posteriores que hacen de los criminales, considerados en bloque, un grupo de individuos sociológica y biológicamente inferior. Las investigaciones estadísticas llevan a Hooton a establecer diferentes •tipos de constitución física•, cada uno con tendencia a practicar diversos delitos. Serán posteriormente Ernst Kretschmer y Olof Kimberg quienes definan la constitución como una serie de cualidades hereditarias individuales. Kretschmer encuentra en sus investigaciones clínicas tres tipos principales de constitución física (Pende, Sigaud, Viola y otros harían algo similar), los biotipos: leptosomático o asténico, atlético y pícnico, tanto en hombres como en mujeres. Los pícnicos tienden a las formas maniacodepresivas de alteración mental; los leptosomáticos y atléticos, a las formas esquizofrénicas. A partir de estos estudios tipológicos se realizan múltiples estudios, especialmente en Alemania, para determinar la


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proporción de los biotipos en la población en general, luego en «grupos normales• y por último en «grupos criminales». Se llegó a la conclusión de que los pícnicos tenían menos tendencia a la criminalidad en su totalidad. Los tipos leptosomáticos o esquizotímicos y los atléticos mostraban una mayor predisposición al crimen que los cidotímicos y su criminalidad aparecía más tempranamente, así como las recidivas eran también mayores. Investigaciones posteriores puntualizaron más, diciendo que parece existir una correlación definida entre el tipo constitucional y el tipo de ofensa predominante. Kurt Bóhmer, uno de los mayores defensores de esta teoría, opinaba que los atléticos tienden a cometer crímenes de violencia, robos y homicidios; los leptosomáticos, pequeños hurtos, y los pícnicos, grandes latrocinios. Nunca vio un pícnico robando con escalo. Sus limitaciones físicas no les inclinaban a ello. Otros autores como Abrahamsen, Frank y Cleland no están de acuerdo con esta relación. Tendencias más modernas tratan de correlacionar el tipo constitucional con la psicología de la conducta criminal, así como con la función y alteraciones de las glándulas endocrinas. Quirós y Llanas consideran que es común a los delincuentes su «fobia por el trabajo regular• y los llaman «los irregulares del trabajo» o «los caprichosos de la fatiga». Otro de los grandes capítulos de la Antropología médica representado en La mala vida en Madrid es el de la prostitución, uno de los más serios problemas sociales de todos los tiempos, para el que Quirós y Llanas tratan de hallar una etiología, buscando las razones, las causas que impulsan a las infelices mujeres a este género de vida. Señalan la «codicia», pues algunas quieren dinero pero huyen de la esclavitud del trabajo; las «taras hereditarias morbosas», como el alcoholismo, la sífilis, las enfermedades mentales y nerviosas; la «seducción» y la «miseria», que reclutaban entre las criadas de servir, las modistillas y las camareras de cafés y posadas el mayor porcentaje, y la «venta familiar», triste lacra de la especie humana.


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En Madrid, según Rodríguez Solís, a quien citan los autores, existían a finales del siglo pasado más de 34.000 prostitutas clandestinas, mientras que las registradas en el Servicio de Higiene Pública eran solamente 2.000 según las cifras que daba Eslava. Nuevamente observan el problema con un enfoque antropológico al clasificarlas, siguiendo las ideas de los autores italianos, en «obtusas», «despreocupadas», «histéricas» e «impúdicas»; común a todas ellas es la debilidad mental unida a una más o menos manifiesta constitución neuropática. Si las primeras son altas, membrudas, pálidas y metidas en carnes, las segundas representan el contraste de las anteriores, en las «histéricas» hay una exageración del instinto sexual y las «impúdicas» se corresponden con las «locas morales» de Lombroso, que viven en la prostitución como el pez en el agua. Muchas han cambiado la esclavitud del trabajo regular, del que huyeron, por la esclavitud de la mancebía o del chulo que las gobierna y explota. Otras, las «carreristas», trabajan por su cuenta. Las 300 mancebías que señalan existían en Madrid a finales del siglo XIX albergaban todo un mundo de esclavitud física y moral, malos tratos y los incontables ultrajes que los hombres les prodigaban, a pesar de que, como dice el proverbio del mundo de la prostitución, «el cuerpo de una mujer no tiene precio». El final de la prostitución era el hospital de San Juan de Dios, donde se las atendía de sus gonorreas, sífilis y demás enfermedades venéreas y donde muchas morían; el hospital General, en que perecía otro gran porcentaje, o el manicomio, donde terminaban por lo común las que alcanzaban edad suficiente para que la sífilis actuase sobre sus centros nerviosos; las muertes violentas constituían otro de los pozos en que caían estas pobres infelices. Eran los últimos peldaños de la escalera que fueron descendiendo desde lo que quizás comenzó en un baile de modistillas o en el cuarto trasero de una posada. Afortunadamente para ellas, la consecuencia de sus lesiones venéreas solía ser la esterilidad.


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Los autores hacen un recorrido por los caminos de la Antropología forense al señalar cómo muchas de estas mujeres aparecían degolladas o apuñaladas en las mancebías, otras eran defenestradas, lisiadas, marcadas con diversas armas o sometidas a palizas administradas con verdadero ensañamiento. Y reseñan igualmente el elevado índice de infanticidios procedentes de este mundo polimorfo, así como el de niños abandonados que eran enviados a la indusa o recorrían las calles como «golfos vagabundos., seres que no aceptan amo y que constituyen el protoplasma de la mala vida. Y, como excepción, algunas de estas mujeres llegaban a salir de ese mundo por la puerta del matrimonio, del concubinato o del ingreso en conventos de arrepentidas. En íntima relación con este mundo de la prostitución están las «inversiones sexuales. o «perversiones», como las llaman Quirós y lianas, que acuden a las fuentes que les brindan Havelock-Ellis y Krafft-Ebing, el marqués de Sade y Sacher Massoch. Al mencionar la homosexualidad, tanto masculina como femenina, las pinceladas antropológicas son constantes. Los mujeraclas de Méjico, citados artificialmente para disfrute de pervertidos, nos recuerdan a los escitas anarieos del Ponto Euxino de los que habla ya Herodoto, a los que se provocaba ginecomastia y atrofia testicular haciéndoles cabalgar a pelo sobre briosos corceles. La «ceremonia del partorio•, pantomima muy utilizada por los homosexuales organizados en grupos, las «bodas» y 'bautizos. que formaban parte de las juergas de estos grupos y las frecuentes asociaciones de ayuda mutua de uranistas y lesbianas son complemento de la antropometría que anotan en homosexuales, cuyos índices craneales y cefálicos según su casuística oscilan entre 69 y 83 con predominio de 73-79. Las enfermedades venéreas y la dedicación a la prostitución homosexual acababan con su salud y su vida si no terminaban como la pobre mujer calva de la calle de Fuencarral, que al ser tomada por un travestido fue mortalmente lapidada en

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pleno día por una muchedumbre enfurecida. La inclinación de los invertidos a la asociación con el mundo del crimen y la homosexualidad en los presidios, tanto de hombres como de mujeres, faute de mieux, son aspectos en los que Quirós y Llanas ponen especial énfasis. Dentro del complejo mundo de las desviaciones sexuales dedican un buen espacio al tribadismo o lesbianismo, del que encuentran casos frecuentes en la Fábrica de Tabaco y que atribuyen a la aspiración del polvillo de las hojas secas. Mencionan el caso de una taberna que había en Madrid especial para lesbianas y señalan los celos sáficos que con frecuencia padecen éstas, que traen como consecuencia lesiones como las inferidas por la Sartenero a la bella María de los Décimos, a quien le disparó con una pistola en la cara produciéndole la muerte. También anotan las palizas que las tribadistas macho como la Sargento o la Lolo propinaban a sus amantes en sus arranques varoniles y los crímenes muy frecuentes con ensañamiento entre parejas homosexuales. Quirós y Llanas desfilan por entre un mundo de exhibicionistas, formas delirantes de la lascivia senil, fetichistas y sus robos de objetos y prendas del sexo opuesto, travestidos, humillaciones a que los sádicos someten a sus parejas o los ultrajes tanto verbales como físicos que exigen los masoquistas a sus compañeros sexuales, las flagelaciones, los ahorcamientos simulados, la mixoscopia, la coprofagia y las infinitas psicopatías sexuales. Otro capítulo muy propio de la Antropología forense es el que dedican los autores de La mala vida en Madrid a los «mediadores de la prostitución», por el que desfilan la alcahueta, de rancio abolengo en la literatura española, desde la Trotaconventos del Libro de buen amor del arcipreste de Hita (1330), las lenas y lenones de Alfonso X el Sabio, la clásica Celestina que ha dado nombre al género, los personajes que Cervantes y Quevedo nos describen con tanto acierto, la Elida de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia de Sancho de Muñón (1542), que emula a la Celestina, hasta los proxenetas de nuestro tiem-


PRÓLOGO

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po. La prostituta que llega a vieja salvándose de los múltiples obstáculos de su azarosa vida se convierte en alcahueta. Y en el frondoso árbol de ese inframundo que van describiendo minuciosamente Quirós y Llanas, observan la íntima relación existente con la superstición y el crimen. La vieja alcahueta suele ser experta en cartomancia y otras artes adivinatorias (nigromancia, lecanomancia, hepatoscopia, etc.), así como en la preparación de filtros amorosos y hechicerías de toda dase (maleficios, jetatturas, mal de ojo), en la elaboración de recetas para afeites, ungüentos y perfumes, falsificación de la virginidad, afrodisiacos y venenos, abortos y otros muchos temas antropológico-forenses. Junto a la tercería y el proxenetismo, las amas de mancebía, los chulos y los criminales que hacen sus primeras armas al amparo de las prostitutas forman una galería de personajes —algunos como los sacamantecas y otros tan siniestros como un Vacher o un Garayo— que desfilan por las páginas de La mala vida en Madrid, obra enciclopédica que, como podrá verse, no tiene desperdicio. En esa galería de la «mala vida• no podía faltar el vagabundo, caracterizado por cierta degeneración o desequilibrio de las facultades mentales que desasimila al sujeto del medio, de la sociedad, y al que prometen los autores dedicar un libro entero, como al mendigo, sea del tipo descarado, vergonzante o religioso, representante del arte bribiático de los clásicos (arte y modo de engañar halagando con buenas palabras), en el que se funde y confunde la picaresca española, la Hermandad de los Ciegos, el Tío Orejo —al que ofrecieron traspasar su puesto a la puerta de la iglesia de San Martín por mil pesetas—, las falsificaciones de lesiones y enfermedades para excitar la caridad pública, el mendigo avaro que acumula un capital a lo largo de los arios y que no gasta sino que lo esconde en un gato que aparecerá quizás cuando muera, la «Corte de los milagros•, la producción criminal de niños deformados para ablandar los corazones y la bolsa de quienes los vean. Toda una relación en la que no faltan los tañedores de instrumentos, los -bailadores,


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los gitanos y los húngaros con el oso, la mona, la escalera y la cabra y la gitanilla de cara sucia que pasa el platillo, los lamentos machacones (-¡Por el amor de Dios!-, -Hambre!-, •¡Que Dios se lo premie!») o las maldiciones si se les niega la limosna, los penitentes catatónicos, inmóviles como estatuas, el ciego, el cojo, el manco, el idiota, el imbécil, el débil mental, la herida sangrante, la úlcera abierta producida por hierbas cáusticas, el niño dormido con alguna droga, las barbas apostólicas, las capas raídas, las muletas... Son -los atracadores del chápiro•, como se les llama en el mundo del crimen, o como decía de ellos Leggiardi: »el mendigo es un delincuente abortado»; son los -inválidos de la voluntad» de Salinas. El final de este desfile lo constituyen las escenas de las •rÁsas de dormir», punto de reunión al anochecer de un ejército de miseria y degradación, viejos mendigos tambaleantes, harapientos, con algún perro famélico, que llegan a La Piltra del Tío Largo o Posada de la Soga, en la calle de la Comadre, hoy del Amparo, donde a la hora de despertar el Tío Largo tiraba sin contemplaciones de la cuerda que les servía de almohada y los ponía de patitas en la calle. Los viejos mendigos son inmortales. Aquellos desarraigados de ayer son los clochards de hoy, los tinaqueros, los hombres y las mujeres-tortuga o urraca, amantes de la vida callejera, el aire libre y la libertad integral, sea por necesidad, por la imposibilidad de trabajar o simplemente porque tienen verdadera aversión al trabajo y a la familia, como decía Concepción Arenal, alternando muchos la mendicidad con la delincuencia. Nos hemos quedado con ganas de leer el libro prometido por Bernaldo de Quirós sobre la vida de los mendigos a finales del siglo XIX, tema para el que debieron de acumular un extenso material. Y terminan su desfile mostrándonos la celda de la cárcel de la calle de Quiñones donde estuvo encerrada Higinia Balaguer y la de Isabel Lucas, la asesina de la calle Mayor, o el lugar donde en 1899 el uxoricida Narciso Quevedo evadió la pena de muerte con garrote vil tirándose desde lo alto de la


PRÓLOGO

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cuarta galería o donde cayó su imitador José Lucas, convicto de robo y asesinato, para evadir también la pena de muerte oficial. Si el llorado y sabio investigador Luis Maristany consideraba la obra de Bemaldo de Quirós y Llanas Aguilaniedo muy acertadamente como •el único reportaje amplio acerca de la vida maleante madrileña de 1900, bastará la lectura atenta de La mala vida en Madrid para comprender que es también un tratado único de la Antropología médica y forense de su tiempo.



SITUACIÓN Y CONTEXTO DE LA MALA VIDA EN MADRID Luis Maristany del Rayo



N SU CRÓNICA Biografía del 1900, Almagro San Martín mencionó, de pasada, a Llanas Aguilaniedo como un «exaltado» propagandista del modernismo y a Bernardo Rodríguez Serra como «el editor de los modernistas»). Si admitimos —al menos como punto de partida— la p ausibilidad de esta opinión expresada en un diario de 1900, puede resultar algo extraño, desde la óptica actual, que un estudio sociológico sobre La mala vida en Madrid (1901) tuviera por coautor y por editor a dos exponentes de la nueva literatura; pero, en realidad, la «biblioteca• del modernismo —movimiento no reducible desde luego a una escuela— fue bastante más surtida y heterogénea de lo que se suele pensar y, en el contexto cultural de entonces, la ubicación de este libro no nos debe sorprender demasiado. Por otra parte, la dedicatoria de los autores al criminólogo Rafael Salillas y la fecha de la redacción del estudio, 1899-1901, coincidiendo con la actividad del Laboratorio de Criminología que Salillas regentó en la cátedra de Giner de los Ríos, nos indican que el libro no surgió como fruto de una colaboración aislada sino que se inscribe dentro de una orientación más general. Un indicio más de que ese tipo de estudios interesaba ampliamente, más allá del campo de los especialistas, es la presencia en sus páginas de unos dibujos al natural de Ricardo Baroja, por las fechas en que su hermano Pío se documentaba para su trilogía La lucha

por la vida.

1 Melchor DE ALMAGRO SAN MARTIN, Biografía de 1900, Madrid, Revista de Occidente, 1944, pp. 91 y 96.


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Algún escrito relacionado con esta última obra, en especial el titulado «Patología del golfo» —que nuestros autores utilizarán ampliamente en su libro— muestra en su título y en la firma con que lo rubricó cuando su aparición en Revista Nueva («Doctor Baroja•) una mezcolanza de intereses, en este caso médicos y literarios, que sin duda es comparable con la eventual actividad como penalista reformador, bajo la guía del catedrático de Salamanca Pedro Dorado Montero, del joven literato José Martínez Ruiz. Y es que los temas penales y criminológicos eran entonces de «palpitante» (según había vaticinado en unos artículos de 1894 Emilia Pardo Bazán) actualidad, y desde luego no sólo en España, a causa del revuelo suscitado entonces por las teorías del positivista italiano Cesare Lombroso. Éste, desde su tribuna de los Archivio di Antropología Criminale de Turín, con una obra cuantiosa y avasalladora sobre temas de actualidad, que contaba además con la labor eficaz de tan activos colaboradores como fueron Enrico Ferri y Garofalo, había sabido encauzar y remover el interés mayoritario —ya existente— por la persona del criminal y los ambientes delincuentes. En efecto, cualquier consideración sobre la representatividad y la popularidad de Lombroso2 en el fin del siglo pasado debe partir de una realidad que hoy puede parecemos asombrosa: la fascinación, y no simple curiosidad, que aquellos temas ejercían sobre el público de la Restauración. La afición venía de lejos. De ese interés no sólo se beneficiaron los periódicos, con sus habituales crónicas negras donde se informaba detalladamente acerca de los delitos más sonados, sino también algún publicista médi-

2 El lector hallará una exposición y un balance actual de las teorías de Lombroso en sendos libros de José Luis y Mariano PESET [19751 y, en un contexto más amplio, de José Luis PESET [1983]. Para la resonancia que en el fin del siglo pasado tuvieron aquéllas en España, consúltese MARISTANY [1973 y 19831. Para el marco cultural en que se inscribe el libro La sociología criminal de Martínez Ruiz —el futuro Azorín—, véase LITVAK [19741.


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co o ex inspectores y otros funcionarios de policía o de la administración de justicia, con libros, de amplio tiraje, rememorativos y descriptivos de la criminalidad. Poco importa la cuestión de si éstos eran o no españoles: las célebres Memorias de Goron, inmediatamente traducidas al castellano, alimentaban a los voraces lectores de las grandes causas criminales europeas —ya conocidas en su momento por la prensa—, como las de Anastay, Pranzini y Prado, y éstas reaparecían, junto a las de especímenes más locales, en libros de especialistas del género, como el doctor José María Escuder, y de escritores que esporádicamente lo cultivaron, sin otro empeño que el de sobrevivir, como Luis Bonafoux en Gotas de sangre (Crímenes y criminales). Pero, aparte de las «celebridades», atraían también las noticias y la descripción de una vida maleante, más artesanal y modesta en las ciudades, que contenían libros como Morfología del robo o ladrones de Madrid de Manuel Lugilde y Huerta (del Cuerpo especial de Establecimientos penales) y Los malhechores de Madrid de Manuel Gil Maestre (magistrado de la Audiencia de Gerona), ambos de 1889, por citar sólo a dos autores bastante mencionados por Quirós y Llanas. Entre estos dos polos —los grandes criminales y los ambientes urbanos de la delincuencia— se distribuirán muchos estudios de la entonces moderna criminología que surgió en Italia. Los primeros inducían a especulaciones tipológicas sobre el criminal, más allá de las etiquetas tradicionales, como las de impulsivo o loco, que aducían muy poco antes alienistas como el madrileño José María Esquerdo, en sus arrebatadas conferencias para hacer escuchar la voz del médico ante los tribunales de justicia. Los nombres de los grandes y más reputados criminales reaparecían en los libros médicos. Garayo, el Sacamantecas, un monstruo que representaba la •monomanía genésico. para el doctor Esquerdo en su escrito a él dedicado (Locos que no lo parecen, 1881), podía ser visto por Lombroso en L'uomo delinquente como una muestra más del «criminal nato», es decir, el prototipo criminal, un auténtico salvaje reencarnado dentro de nuestra sociedad civilizada.


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En realidad, aprovechando los dos diagnósticos, atavismo y degeneración, ambos clave por más que estuvieran algo forzadamente ensamblados por Lombroso en L'uomo delinquente (quinta y definitiva edición, 1896), con frecuencia los tratadistas repartían el espacio de la criminalidad en dos grandes sectores: el rural, más primitivo o salvaje, adecuado escenario de los delitos de sangre, propios de sociedades estancadas, y el urbano, de carácter menos violento, como el robo y el fraude, más en consonancia con el estado evolucionado de la sociedad. Esta tipificación inicial, ya señalada por Ferri y otros, está en la base del libro de Alfredo Niceforo La transformación del delito en la sociedad moderna (trad. de Bemaldo de Quirós, Madrid, Victoriano Suárez, 1902), donde vemos esbozado todo un panorama de la distribución geográfico-racial del delito. No es que las ciudades, para estos autores, carecieran de las formas más brotales de la criminalidad, sino que éstas se daban marginalmente, de forma bastante excepcional. Tal criminalidad era considerada arcaica y más bien propia de países, o razas como la latina, en estado de estancamiento. Rafael Salillas, en su prólogo a la traducción castellana del mencionado libro de Niceforo, lo sostiene con mirada taxativa de antropólogo:

Ciertos países se entregan al homicidio, al bandolerismo y a la venganza, porque su evolución social se detuvo en la Edad Media. De aquí la teoría de los territorios detenidos en su evolución, llamada de las zonas criminales. De aquí, también, la influencia de la raza en el homicidio. Italia, según Niceforo, está poblada por clns razas: una de cráneo largo, elegante, ligero, al Sur; otra de cráneo redondo, pesado, voluminoso, al Norte. A la primera la singulariza psicológicamente la impulsividad y la versatilidad, mientras que en la otra predomina la lentitud, la reflexión, el reposo. Aquélla es la homicida. Esta versión, bastante común, propia de una generalizada ideología del darwinismo social, era compatible y podía combi-


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narse con otra de signo nietzscheano, que entrañaba en sí una crítica cultural del presente: la visión —nada extraña y que muchos, como tal vez Baroja, compartieron— del criminal como un nómada retrasado, cuya energía y salud resultan inadecuadas dentro de nuestra sociedad civilizada (Nietzsche, •El criminal y sus congéneres», de El crepúsculo de los ídolos). En todo caso, aquél quedaba básicamente excluido, o al menos arrinconado, de las modalidades más comunes —vulgares y modernas— de la delincuencia urbana. No debe extrañar por todo ello que asome muy pronto, ya en las primeras páginas de La mala vida en Madrid, el término «degeneración». Un término médico que desde que lo acuñara en 1857 el alienista francés Morel (Traité des dégénérescences) había quedado asociado como un mal característico de la civilización y de la ciudad, y así Max Nordau, por ejemplo, lo tomaría como emblema y título de su diagnóstico sobre la «decadencia» del fin de siglo, con foco principal en París. Por otra parte, la delincuencia urbana, con su menor grado de individualización, permitía a los criminalistas especular sobre la interpenetración y las relaciones entre el mapa delincuente y el mapa social. Salillas, en su estudio histórico El delincuente español. Hampa (1898), que versaba sobre la «antropología» picaresca, no sólo lo señaló sino que constituyó su tesis más sugestiva: la picardía era vista como prolongación y consecuencia de la vagancia nacional. Lo cual resultaba ser una ilustración del axioma expresado así: •El delincuente caracteriza las tendencias viciosas de la sociedad que lo ha engendrado» (Salillas [1898], p. 450). Otros aspectos más intrínsecos de la relación delincuencia y comunidad y de su confluencia en las concentraciones urbanas fueron abordados por la antropología penal de base italiana, de modo especial por Scipio Sighele —discípulo directo de Ferri— en el libro La muchedumbre delincuente (que tradujo en seguida Dorado Montero para la editorial la España Moderna), donde consideraba las situaciones de •patología» colectiva, otorgando especial importancia al fenómeno llamado de la sugestión. El propio Sighele, junto a


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Alfredo Niceforo, en el capítulo primero de La mala vida en Roma —obra que, como veremos, guarda relación con la que nos ocupa—, señalan los siguientes puntos: que la aglomeración «es causa de fenómenos criminosos por la sola fuerza del número»; que la gran ciudad es •como una aguja magnética• que ejerce su acción sobre ciertos individuos calificados de «sugestionables», que son los tipos extremos del hombre —en el bien como en el mal—, es decir, «los que tienen madera de apóstoles o de altruistas exagerados y los que nacieron para delincuentes», modalidades que corresponden, en opinión de estos autores, a los «locos» revolucionarios y a los delincuentes. Homologaciones de todo cuanto sobresale —hacia arriba o hacia abajo—, muy comúnmente señaladas en tantos otros textos de la época, que tienden a rebajar la ancha franja media de la normalidad al nivel de lo mediocre (Niceforo y Sighele [1898], pp. 15-19). Como resultado de la atención que suscitaban las nuevas formas de delincuencia, abundan hacia 1900, en libro o en artículo, los estudios sobre «la mala vida» de las ciudades. Bernaldo de Quirós, en una «Bibliografia moderna de las ciencias penales (en [1904], en especial pp. 170-171), ofrece algunos títulos. El más inmediato respecto a La mala vida en Madrid es sin duda la obra —ya citada— de título gemelo3 La mala vita a Roma, también fruto de la colaboración de dos autores, Alfredo Niceforo y Scipio Sighele, cuya traducción castellana, a cargo de Llanas Aguilaniedo, apareció muy pocos meses después y bajo la misma firma editorial, Rodríguez Sem (la portada, muy inspirada por cierto, tal vez fuera obra del joven Picasso). Para abundar todavía más en los posibles paralelismos exteriores

3 El título de Niceforo y Sighele sirvió de modelo para una serie de estudios de tema urbano semejantes, tales como Mala vita napoletana (1900) de J. Caggiano, La mala vita a Palermo (1901) de A. Cutrera, La mala vida en Buenos Aires (1908) de Eusebio Gómez y La mala vida en Barcelona (1912) de Max Bembo.


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entre ambos libros, la dedicatoria de uno iba a Lombroso y la del otro a Salinas, el cual vino a ser, como afirmó Baroja en sus memorias, el pequeño Lombroso de Madrid. No debe pensarse, sin embargo, que nuestro libro respondía a un ideario y a unas directrices directamente lombrosianas, ni mucho menos. Son patentes las divergencias entre una y otra relación de 4a mala vida», por ejemplo en lo que respecta a las conclusiones. Niceforo y Sighele ([1898], pp. 249-254) reclamaban, al término de su libro, un reforzamiento de la acción policial y de la penalidad para los delincuentes «incorregibles», de acuerdo con la línea dura sostenida por Garofalo —el jurista de la escuela lombrosiana— en su tratado Criminología. A Bemaldo de Quirós tal actitud le parecía insostenible (cfr su breve reseña en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 97 [1900], p. 160). Él y Llanas, al opinar sobre los remedios al final de La mala vida en Madrid, mantendrían unas posiciones próximas al correccionalismo del influyente Dorado Montero, en todo caso unas posiciones más «humanas» que las de los italianos, así como en general una independencia de criterio, o tal vez convenga más decir un eclecticismo, que los desmarca de una escuela determinada. Los autores de La mala vida en Madrid habían trabado amistad y habían iniciado su colaboración a principios del otoño de 1899. Por entonces, según cuenta Llanas ([18991, p. 74) en la reseña a la traducción y adaptación que hizo Bemaldo de Quirós de I delinquenti nell'Arte de Enrico Ferri, se enfoscaban «a diario en las sencillas satisfacciones del hermoso trabajo intelectual». El lugar habitual de reunión a que se refiere Llanas era probablemente el Ateneo madrileño; pero ambos también asistían desde el 21 de octubre, todos los sábados de 5 a 7 de la tarde, a un seminario denominado Laboratorio de Criminología, que dirigía Rafael Salinas y que contaba con diez participantes procedentes de campos diversos (criminología, psicología, derecho penal, pedagogía). Dicho seminario se celebraba en la cátedra de filosofía del derecho de Giner de los Ríos, quien decidió consagrar uno de los tres días semanales de su clase a


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los estudios criminológicos. Los Anales correspondientes al curso 1899-1900 contienen colaboraciones de Bemaldo de Quirós, Giner de los Ríos, Llanas Aguilaniedo, Navarro Flores, Rafael Salillas y Luis Simarro; giran en torno a los dos temas de investigación elegidos por Salillas: uno penitenciario —la crisis del sistema celular— y otro criminológico —la delincuencia infantil—. De los dos fue el último el que ocupó con preferencia a los participantes4 y en la intención de Salinas debía servir para revisar críticamente los conceptos de normal y patológico y la noción lombrosiana de criminal nato. En un momento del curso —nos informa Salillas ([19001902], 96, p. 336)—, Llanas leyó ante los participantes el capítulo del tomo primero de L'uomo delinquente sobre los «gérmenes» de la locura y de la delincuencia que ya se encuentran normalmente, según el citado criminólogo, en la etapa infantil. La estampa tiene un sabor de época indudable. Pero la cautela y cierto eclecticismo se imponían. En criminología la «era» de Lombroso, si no había pasado todavía, atravesaba un momento de revisión crítica, en competencia con otras opciones menos extremosas, más sólidas; y por otra parte, sus teorías, una vez disueltas —incluso por él mismo— las asperezas iniciales, ya habían sido parcialmente asumidas o aceptadas. Como expresivo eco español de esta situación de cambio, resulta atractivo comparar el criterio moderado de Salillas al concebir el Laboratorio de Criminología con otra empresa anterior, sólo realizada por él aunque en el marco de una publicación colectiva, La Nueva Ciencia Jurídica (1892), propiedad del editor de La España Moderna, José I.17.2ro: me refiero al Museo Criminológico Español, título que él eligió y bajo el cual iría acumulando, con la paciente actitud de un coleccionista y mediante escuetas descripciones «clínicas», toda clase de documentos antropológi-

4 Aparte de los citados Anales del Laboratorio de Criminología [1899-1900], Rafael SALILLAS [en 1900-19021 ofreció un amplio resumen de las actividades del Laboratorio de Criminología.


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cos acerca del criminal. La sección tuvo escasa continuidad, en parte porque la publicación que le dio acogida fue pronto cerrada por su editor; pero ahí queda como uno de los pocos enclaves puros de la presencia de Lombroso en España. En 1900, en cambio, Rafael Salinas se inclinaba más a auspiciar en nuestro país una investigación de campo menos ideologizada —menos marcada— por una «escuela• determinada. Pero, una vez más, el proyecto fracasó, fue pronto interrumpido. Así, el Laboratorio ofrece más bien un interés simbólico, como el intento de un trabajo colectivo e interdisciplinar. En sí, no aportó nada o casi nada: tal vez el único fruto destacable, e indirecto, fuera el libro que nos ocupa. Tal fue el contexto de donde surgió La mala vida en Madrid. Su elaboración, entre 1899 y 1901 (según consignan los autores al final del prólogo), coincide con los años en que transcurre y se desarrolla la actividad del Laboratorio de Criminología; y ello explica la orientación y la huella visibles —según veremos— de Rafael Salinas en el libro, a la vez que permite conjeturar, con bastante probabilidad de acertar, que la colaboración entre Quirós y Llanas se dio desde el comienzo del libro. El primero —Constancio Bemaldo de Quirós-5 era entonces un joven, activo y muy bien informado investigador sobre Las nuevas teorías de la criminalida4 título de un libro suyo de 1898, varias veces reeditado, desde luego muy superior a un recuento semejante —algo improvisado y escrito con cierta precipitación— de Martínez Ruiz, La sociología criminal (1899). Bemaldo de Quirós firmaba asiduamente en revistas reseñas y artículos sobre tales materias y traducía también obras que solía adaptar, con interesantes aportaciones propias, al ámbito castellano (véanse, por ejemplo, el prólogo y las notas

5 De Bemaldo de Quirós —con motivo de su muerte en 1959— trazó un excelente perfil humano y profesional JIMÉNEZ DE ASIA [1961]. Asimismo, en México, varios discípulos y amigos dedicaron un volumen a su memoria (véase 'VVAA [1960]).


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que escribió en 1899 para el citado libro de Ferri Las delincuentes en el arte). En 1903, dentro de la casa editorial Vda. de Rodríguez Serra, organizó una Biblioteca de Ciencias Penales y la inició con su traducción del libro de Alfredo Niceforo Guía para el estudio y la enseñanza de la Criminología, al que añadió un interesante apéndice titulado Materiales para la Criminología española. Ciertamente, el caudal documental de Llanas Aguilaniedo, sobre estos temas, era mucho más modesto y su contribución en este sentido se limita, con anterioridad a su participación en el mencionado Laboratorio de Criminología, a dos opúsculos, Resumen de los trabajos realizados por el último Congreso Antropológico-Criminalista de Ginebra (1897) y El alcoholismo en Sevilla (1898). Todo ello es bien poco, comparado con la experiencia del otro. Por tanto, no es arriesgado suponer que, aunque la realización fuera de ambos, las bases y el diseño del libro correspondieron principalmente a Bernaldo de Quirós.6 La mala vida en Madrid. Estudio psicosociológico con dibujos y fotograbados del natural, a diferencia de obras anteriores como las mencionadas Los malhechores de Madrid de Gil Maestre y Morfología del robo o ladrones de Madrid de Lugilde y Huerta —libros que habían sido escritos, según advierten en sus respectivos prólogos los autores, sin ninguna pretensión científica—, fue concebido con todo el abultado aparato libresco y estadístico que permitía y parecía exigir más de un dece-

6 Por lo demás, no es fácil identificar siempre lo que en concreto redactaron uno y otro. No creo que podamos atribuir sin más la distinta disposición tipográfica —hay algunos párrafos y páginas con letra más pequeña y con mayor margen que otros— al deseo de marcar y separar la contribución (en ese caso menor) de Llanas en la escritura del libro respecto a la de Quirós: si fuera así, seguramente habría constancia de ello en alguna nota del libro. La impresión en tipos menores pudo ser debida a otras causas, tales como la menor importancia concedida a su contenido, que amplía o ilustra lo dicho en letra mayor, o tal vez ciertos añadidos de última hora.


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nio de profusa y heterogénea producción sobre criminología, antropometría criminal y, en general, sobre materias penales. Eso pesa en el libro y en ocasiones lo ahoga un poco (como reprochara a Quirós y Llanas, en una reseña por lo demás muy favorable, Dorado Montero), especialmente en el largo capítulo inicial. Pero importa, de entrada, destacar la novedad, dentro del contexto español, de crear una obra de tema actual cimentada sobre la metodología y los estudios recientes. Los títulos de los autores consultados, en su mayoría extranjeros y consignados con meticulosa precisión, que van apareciendo en las páginas de La mala vida en Madrid, configuran perfectamente la biblioteca de un criminalista culto y al día de 1900, una biblioteca muy bien surtida y variada, en la que encontramos, junto a los libros teóricos o de consulta técnica obligada y de actualidad, títulos curiosos como ,Ladrones! Método para evitarlos (1879) de Gerardo Blanco o El mundo del crimen (1888) de Daniel Freixa; junto al testimonio periodístico, el de escritores famosos como Dostoievski o Tolstoi, y junto a los maestros de la escuela italiana, los nombres de sus principales opositores, como los franceses Gabriel Tarde y A. Laca ssagne o el suizo Benedikt. El fichero que manejaban Quirós y Llanas era considerable. Se diría que ellos estaban sobre todo interesados en aprovechar, a medida que surgían los temas, todas las aportaciones. Éstas, desde luego, no eran exclusivamente librescas. Los autores de La mala vida en Madrid recurrieron a cuantos medios estaban a su alcance: la consulta directa a funcionarios del Cuerpo de Penales, la información conseguida mediante cuestionarios (se aprovechan las respuestas del citado Lugilde y Huerta), el testimonio de la fotografía, el uso de la estadística y de los datos del gabinete antropométrico, etc. Tengamos en cuenta que algunos de estos procedimientos empezaban entonces a ser operativos, en especial la antropometría judicial o bertillonage (por el nombre de su impulsor, Bertillon), puesta en marcha en España por un decreto de 1892, que supuso la organización de gabinetes antropométricos en las principales


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cárceles celulares. La de Madrid, que tenía además desde 1896 el carácter de una escuela de antropómetras dirigida por Federico Olóriz, contaba ya en 1900, según estimaciones de Quirós y llanas en su libro (véase p. 139 de esta edición), con casi tres millares de fichas de delincuentes «completamente definidos y diferenciados•. En estas cuestiones —una vez más— encontramos involucrado a Rafael Salinas. Su doble y complementaria actividad como criminalista y antropólogo —o, según fue su propia definición profesional, de antropólogo criminalista— lo colocaba en el centro de los debates (suscitados en última instancia por las teorías de Lombroso) sobre si era factible hallar mediante el examen antropométrico la confirmación del tipo criminal o si el cometido de aquél se limitaba a proporcionar la identificación y el reconocimiento del individuo aislado. También en tal discusión los tiempos habían cambiado: en el transcurso del último decenio del siglo, la opinión en general desfavorable a Lombroso —en relación con su idea del •criminal nato.— que sustentaron los antropólogos profesionales, tanto en Francia (en especial Paul Topinard, el principal discípulo de Brocca) como en España (Federico Olóriz, Telesforo de Aranzadi), disuadió probablemente a Salinas a seguir en tal dirección. Pero las averiguaciones proseguían en 1900, como se deduce de las páginas que bajo el epígrafe de «Caracteres comunes» del delincuente dedican al tema Quirós y Llanas en su libro (p. 49 y ss. de esta edición). Todas estas consideraciones no tienen otro objeto que situar la circunstancia de La mala vida en Madrid —su carácter inevitablemente fechado—, y ello es parte de su valor documental. El libro, como tal, se inscribe en continuidad con el proyecto que emprendió Salinas de estudiar al •delincuente español•, bajo todas sus modalidades, en el pasado y en el presente. Quirós y Llanas, en su cálida dedicatoria, recuerdan que El delincuente español fue ya el título que aquél eligió para sus dos estudios históricos, El lenguaje (1896) y Hampa. Antropología picaresca (1898). También se percibe la huella de Salinas en


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el propio esquema de La mala vida en Madrid, en la organización del libro bajo el eje de sus tres capítulos centrales —respectivamente dedicados a la delincuencia propiamente dicha, la prostitución y la mendicidad—, que corresponden a las tres principales ramas de •la mala vida» señaladas por Salinas en Hampa, según lo recordaba Bernaldo de Quirós al tratar de él en las nuevas teorías de la criminalidad ([1891 p. 93). El capítulo primero, de carácter más general y teórico (o libresco), ofrece la novedad de abordar —ya en su arranque, a propósito de la «embriología» del mundo maleante— a un personaje de época, cuyo nombre está indisolublemente asociado al Madrid de 1900: el golfo. Éste no aparece, ni siquiera citado, en los informes algo anteriores sobre la delincuencia madrileña, los de Lugilde y Huerta y Gil Maestre, de 1899; en cambio, indefectiblemente se le menciona con escándalo, ya a mediados de la década siguiente, como expresión moderna del pilluelo urbano.? «Golfo. era entonces una palabra de creación bastante reciente.8 Baroja, al comienzo de su artículo «Patología del golfo» de 1899 —donde trazó un personalísimo perfil social del tipo—, extrajo la lección de este hecho: •Cuando en un idioma aparece una palabra nueva, es porque en su fondo ha germinado una idea• ([1899], p. 145). En realidad, a Baroja parecía obsesionarle esa idea y la etopeya del golfo viene a ser

7 Sirvan como muestra dos menciones. Una de GIL MAESTRE en 1894: «El golfo, sin casa ni hogar, ni más ocupación que merodear las calles• (Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 85, p. 489). La otra de Benito Mariano ANDRADE en 1896: •El golfo nacido en el arroyo, que acaso lleva en su sangre gérmenes del alcoholismo o del crimen, sin educación de ningún género, viviendo siempre en lupanares, acostumbrado a ver al compañero o al amigo entrar o salir de la cárcel con la misma tranquilidad que un burgués entra o sale de un teatro, sin noción alguna religiosa, escuálido de rostro, raquítico de cuerpo (La antropología criminal y la novela naturalista, Madrid, 1896, p. 142). 8 La palabra «golfo., según MENÉNDEZ PIDAL (Etimologías españolas«, Romania, XXDC, 1900, p. 353), se documenta en Madrid desde 1888.


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uno de los temas de La lucha por la vida. 12 propia mirada de su protagonista, Manuel, trasluce el tono moral calificador —crítico y escéptico— que domina en la trilogía: el muchacho —leemos en un pasaje de Mala hierba— •siempre trascendía a golfo, con sus ojos indiferentes y burlones y la expresión de la sonrisa entre amarga y sarcástica•. Ya me referí en otro lugar, en relación con la génesis de dicha trilogía, al artículo «Patología del golfo» y allí observé ([1968], en especial pp. 111-112) el enfoque distinto y algo vacilante que en su versión del golfo nos ofrecen Quirós y Llanas. Distinto porque, para éstos, es sobre todo un tipo predelincuente reclutado entre la infancia abandonada. Pero, a la vez, algunas ideas del artículo barojiano que manifiestan un uso dilatado y preferentemente moral de «golfo» pasarán directamente a La mala vida en Madrid. Así, procede de Baroja la categoría, en el libro, de golfos «caídos» (pp. 21-23 y 39-40), fenómeno muy perceptible —dicen los autores— «en las épocas de conmociones sociales», como ilustra «el más reciente• ejemplo de los repatriados de Cuba o es el caso de muchos artistas. Destaco esta influencia para sugerir otra perspectiva de lectura: las conexiones y los intercambios del libro con la literatura coetánea sobre los bajos fondos.9

9 Desde luego, tomando al golfo como figura de actualidad y como nuevo emblema de atracción, no sólo a Baroja despertaba una especial curiosidad: todo el mundo hablaba de él, aunque sin la perspicacia con que lo hacía Baroja, y se podría recopilar una considerable masa de textos desperdigados por revistas y libros, dentro de una literatura •menor•, con referencia a este joven —independiente y libre para unos, temible para otros, cuando no objeto de recreación y de lisa— habitante del Madrid de 1900. Anoto, sin pretender haber realizado especiales pesquisas, algunos títulos (aparte de los mencionados por Quirós y Llanas): el artículo de Eduardo DE PALACIO «Golfo de Madrid• (La Ilustración Española y Americana, 224-1895, p. 51); una breve zarzuela en un acto, Los golfas, con letra de Emilio SÁNCHEZ PASTOR y música de CHAPi (1896); el artículo de BAROJA «Golfos» de 1897 (recogido en [1973], t. I, pp. 265-270), que en realidad se trata de un borrador luego desarrollado en »Patología del golfo», y


INTRODUCCIÓN

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Sería interminable, y al cabo nos alejaría de nuestro objeto, proseguir las averiguaciones acerca de la circunstancia cultural de La mala vida en Madrid. De todos modos, he preferido en esta presentación limitarme a ella y quedarme así por las inmediaciones del libro, en lugar de entrar directamente en su análisis. Creo que una obra como ésta no se entiende mínimamente si no se explicitan antes una serie de casas: las discusiones que estos temas promovieron y unos supuestos de época que influyeron decisivamente, y a veces de modo no manifiesto, en la visión de los autores. Dicho esto, hay que destacar el valor documental del libro como el único reportaje amplio acerca de la vida maleante madrileña de 1900. Se pone de relieve la mirada atenta a la realidad de sus autores, sus dotes para captar con inmediatez unos tipos y describir unos ambientes. Bajo esta perspectiva, la obra no tiene ya por centro el laboratorio o la biblioteca —por más que éstos orientaran en todo momento su visión— sino el escenario vivo, inquietante, de la calle. El mapa delincuente se va desplegando en el libro, más denso a medida que los autores nos aproximan a los barrios extremos, hasta llegar a las Injurias, en cuyas ruinosas casas <le recogimiento» conviven pajilleras, randas y mangantes de todas clases, los cuales diariamente, al caer la tarde, inician su éxodo hacia Madrid. Quirós y Llanas recorren y observan esos lugares, nos introducen en las cárceles y en las mancebías y nos muestran la vida en ellas.

hasta un título imaginado del mismo, Los golfos de Madrid encargo de escribir una novela por entregas que recibe el protagonista de Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradas (cap. XV); el poema de Eduardo MARQUINA «Balada de los golfos• (Madrid Cómico, 2-X1-1901, p. 352); el artículo de LLANAS AGUILANIEDO «Golfos- (El Globo, 10-XI1902), que incluimos en un apéndice de la presente edición; unas páginas de Antonio ZOZAYA en El libro del saber doliente (Valencia, Prometeo, s. f. 119081, pp. 14-18), y, algo más tardío, el artículo de Pedro DE RÉPIDE •El golfa (recogido por E. CORREA CALDERÓN, Costumbristas españoles, Madrid, Aguilar, 1951, t. I, pp. 1063-1069).


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Otros debieron de acompañarlos en sus expediciones por los bajos fondas de la ciudad: entre ellos, Ricardo Baroja, de quien se reproducen tres dibujos «al natural« (véanse pp. 95, 242 y 324 de esta edición). Con su información de primera mano y sus apuntes —que nos transmite eficazmente una prosa ágil y funcional—, La mala vida en Madrid, de modo complementario a La busca de Baroja y otras obras, constituye un testimonio insustituible sobre los usos delincuentes de la ciudad que fue. Y por lo que se refiere a la documentación sobre el Madrid de 1900, no es poco elogio decir que este libro de estudio no desmerece, pese a la juventud de sus autores, al lado de otra obra coetánea y magnífica, centrada en un tema distinto, los problemas de infraestructura sanitaria de la ciudad: Madrid bajo el punto de vista médico-social de Philip Hauser (dos tomos, 1902).10 La mala vida en Madrid suscitó, cuando su aparición, una discreta resonancia crítica. La primera reseña, en la revista Nuestro Tiempo, fue muy adversa. Iba firmada por un crítico mojigato y posiblemente enemigo personal de los autores, Alejandro Miquis: el libro, según él, era «pasto abundante para curiosidades malsanas., era fruto de una indigestión libresca y estaba plagado de errores y defectos; así, pomposa y venenosamente, concluía: «Ahora, cuando la investigación científica comienza a despertar entre nosotros, conviene establecer un fielato para que la ciencia no pare en refugio de fracasados de la literatura» (este último dardo iba destinado, con toda probabilidad, a Llanas). La segunda reseña —mucho más sensata, autorizada y que, aunque sin decirlo, cabe considerar como una réplica a la anterior de Miquis— era de Pedro Dorado Montero y apareció en La Lectura. Ofrece en conjunto una visión muy

10 El libro del médico higienista Philip ~SER —de origen húngaro y radicado en España—, Madrid bajo el punto de vista médico-social, ha sido reeditado con un prólogo de Carmen DEL MORAL (Madrid, Ed. Nacional, 1979).


INTRODUCCIÓN

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favorable del libro, ensalzando especialmente los dos primeros capítulos, «Las gentes de mal vivir» y «La delincuencia», para luego sugerir algunos reparos, en relación con los dos restantes, sobre la prostitución y la mendicidad más breves y algo pobres documentalmente—, y en relación con cierto exceso doctrinal que relega a veces a un segundo término la observación directa del tema de estudio. Nada realmente nuevo añaden las demás reseñas, cuya mención queda detallada —a título de mera curiosidad— en la bibliografia. Entre ellas figura una de Lombroso, de unas dos páginas, escritas con precipitación (como era habitual en él) para el Archivio...: son un mero resumen, pero limitado a la primera parte, del libro. Por cierto que otro escrito de Lombroso, también publicado en los Archivio... con el título de «La cause della criminalitá spagnola» —un escrito lleno de tópicos sobre el atraso y los males españoles impulsores de la criminalidad—, sirvió de prólogo para la traducción alemana (1910) de La mala vida en Madrid. la mención del libro de los autores (o mejor dicho, sólo de uno, Quirós) aparece sin más en el último párrafo dentro de una muy caótica lista, junto a las Novelas ejemplares de Cervantes, el IA7arillo, el Buscón y los libros de Gil Maestre sobre la criminalidad de Barcelona y Madrid. En suma, que bien poco tiene que ver este escrito de Lombroso —aprovechado para prólogo— con el libro en concreto de Quirós y Llanas. Lombroso lo escribió el año de su muerte. Por entonces ya no era maestro de nadie; su era había pasado, y así nos lo describió poco antes, como un hombre decaído y profesionalmente desfasado, el joven criminólogo y ensayista argentino José Ingenieros. Y en cuanto a los das autores del libro, con el tiempo la particular evolución de cada cual los iría alejando. Por la fecha de la publicación de la traducción alemana, sus proyectos de colaborar en un nuevo libro que iba a titularse Los vagabundos11 no habían prosperado. Llanas Aguilaníedo, 11 Quirós y Llanas excluyeron del libro el examen de este otro sector de la «mala vida• y pensaban convertirlo en objeto de una nueva obra que no


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orientado hacia una carrera de novelista (su segunda novela, Navegar pintoresco, fue objeto de una interesante y bastante crítica reseña de Bemaldo de Quirós en La Lectura), había dejado prácticamente de escribir; Bemaldo de Quirós, en cambio, seguiría cultivando (aunque no exclusivamente) los temas penales y criminológicos, tanto en la etapa anterior a la guerra civil, con un estudio destacado sobre el bandolerismo andaluz, como en la etapa de exilio, primero en la República Dominicana y luego en México, donde ejerció la docencia y la investigación universitarias.

llegaron a realizar: Los vagabundos (cfr. La mala vida en Madrid pp. 30, 31, 76, 193 y 324 de esta edición). Poco después, en 1902, Bemaldo de Quirós prologaba la obra de Juan DIAZ CANEJA Vagabundos de Castilla, que se publicó primero en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia (a partir del nQ 100 11902]) y luego en libro [1903], obra basada en el examen de una familia vagabunda de Palencia. En relación con el abandonado proyecto de Quirós y Llanas, cabe considerar parte de él dos breves artículos del primero ([1904], pp. 55-69), •La leyenda del judío errante y psicopatología del vagabundaje• y •Los vagabundos según Máximo Gorki•, ambos incluidos en el apéndice de la presente edición. Así, pues, la colaboración entre los dos escritores, si exceptuamos la traducción conjunta de una obra de Pio VIAZZI (Lucha de sexos, 1902), no sobrevivió a la publicación de La mala vida en Madrid


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Este libro, salido de las prensas madrileñas de Antonio Marzo para el editor Bernardo Rodríguez Serra en 1901, alcanzó edición alemana con el título Verbrechertum und prostitution in Madrid (Criminalidad y prostitución en Madrid) en 1910. Traducido por el doctor Iwan Bloch, lo incluyó el editor Louis Marcus de Berlín en una colección de estudios psicosexuales, entre obras escogidas en muy diversos países, desde Francia al Japón. Se reprodujo sin variación alguna el original castellano, incluidos el preámbulo y la dedicatoria a Rafael Salinas. No posee de excepcional, con referencia a la edición madrileña, sino un prólogo de Cesare Lombroso. Se hallaba éste entonces en el ocaso de su gloria y en pleno desprestigio de las teorías que tantos ríos de tinta hicieron correr en la Europa de diez años atrás, pero la atención del viejo maestro debió de satisfacer a los autores. No reproducimos este prólogo que, extenso, apenas hace referencia al libro más que en breves inflexiones encomiásticas, pues aprovechó Lombroso un artículo suyo, para los Archivio di Antropología Criminale de Turffl, donde traza un cuadro plagado de tópicos sobre la España secular, bandolera y criminal. La edición que presentamos reproduce, por tanto, la española de 1901, aliviada de numerosas erratas de imprenta y suavizada, algunas veces, de un notorio descuido en la gramática. Bernaldo de Quirós, prolífico autor de libros antropológicos y penalistas, no alardeaba de perfección formal en materia de [1.1X1


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JUSTO BROTO SALANOVA

escritura. Tampoco Llanas Aguilaniedo desdeña, como declaró alguna vez, la expresión castiza y coloquial. A menudo, pues, ha habido que intercalar alguna preposición o enderezar más de una confusa concordancia. Respetamos aquellos párrafos, comprensibles aún para el lector, cuya enmienda desfiguraría en mucho la redacción original. Debemos advertir que se han añadido o suprimido tildes en los antropónimos extranjeros cuando ha hecho falta, y alguna vez se ha corregido, en tales nombres foráneos, la representación fonética que pudiera producir extrañeza. También, nos ceñimos al criterio de eliminar guiones entre los elementos de composición léxica, cuya práctica habría de sonar hoy a falso flujo de tecnicismos (semilocas, seudoinvertido); y conservamos otros —o bien expresiones— que en 1901 poseían intenso sabor de préstamo científico (semi-vírgenes, masochismo). Si alguien coteja el texto con la edición original, encontrará corregido el «Índice», donde se cometieron las inconsecuencias de deformar algunos subtítulos (en concreto, «Los suburbios» por «Localizaciones suburbanas», «La tercería» por «Mediadores de la prostitución» y «El mendigo válido, por «Los mendigos válidos»). Vaya la advertencia en protesta de escrupulosa fidelidad. Se acompaña esta edición de dos apéndices que contienen un artículo de Llanas, «Los golfos», y tres de Quirós, «Las habitaciones de los pobres», «La leyenda del judío errante...» y «Los vagabundos según Máximo Gorki»; artículos publicados en fechas cercanas a la aparición de La mala vida en Madrid y que guardan con este libro una relación inmediata. De uno y otros queda modernizada la ortografía. Por último, hemos de advertir que aparecen entre paréntesis las llamadas de nota originales de los autores; las nuestras, como solemos, en números volados y sin paréntesis. Justo Broto Salanova


LA MALA VIDA EN MADRID ESTUDIO PSICOSOCIOLÓGICO CON DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS DEL NATURAL


Bernalbo be Quirós y llanas Asuilaniebo.

LA MALA VIDA en

Mabrib

Estudio psico-sociológica con dibujos y fotolrabaDos bel natural.

MADRID

B. RODRÍGUEZ SERRA, EDITOR FLOR BAJA. NÚM. 9

Cubierta de la primera edición de La mala vida en Madrid (1901).


AL SEÑOR DON RAFAEL SALILLAS

En el Prólogo de la obra de usted sobre El lenguaje, primera de la serie El Delincuente español, leímos un día lo que sigue: «Por eso el título genérico de Delincuente español no es una pertenencia mía, es un banderín para todos los investigadores que en los estudios criminológicos tomen como punto de investigación el sujeto y objeto nacionales, y de la importancia de sus trabajos resultará que el banderín se convierta en bandera que conduzca a establecer en el campo de la ciencia una orientación propia de la claridad de nuestras luces•. Con nuestra Mala vida en Madrid venimos nosotros ahora a alistarnos bajo esa bandera, y, al hacerlo, nuestro libro no podría ir dedicado sino a usted, que la sostiene con tanta honra y provecho para nuestra tierra, y que tanto auxilio nos dispensó para llevar a cabo nuestro proyecto.1

1 Rafael SALILLAS PANZANO, nacido en Angüés, Huesca, en 1854, ejerció algunos años la medicina en la capital de su provincia hasta marchar a Madrid. Se reveló allí como uno de los introductores de las doctrinas de Lombroso, con las que quiso renovar el sistema penitenciario español. Director de la Revista de Antropología Criminal, había publicado La vida penal en España, 1888, y La antropología en el derecho penal, 1889, cuando lo conocieron Llanas y Quirós. Presidía por entonces Salinas la sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid y era secretario Bemaldo de Quirós. Había de fundar en 1903 una novedosa escuela de criminología [31


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Acéptelo, pues, como sincera expresión de la gratitud y afecto de Los Autores

y dar a la luz en 1904 La reforma penitenciaria, que le auspició en 1906 la dirección de la cárcel celular de Madrid. La amistad de Llanas con Salinas se aprecia desde los primeros meses de la llegada a Madrid de aquél, en el marco del IX Congreso Internacional de Higiene y Demografia (Madrid, 1017 de abril de 1898), en que presentó LLANAS una ponencia sobre El alcoholismo en Sevilla, publicada con las actas del congreso en 1900. En los preliminares reconoce el carácter pionero de Salinas, lo saluda como iniciador de una nueva escuela correctora de las exageraciones lombrosianas y se declara su discípulo. Quirós y Llanas asistieron al Laboratorio de Criminología organizado por Salillas entre 1899 y 1901. En esas fechas formaban parte ambos de la redacción de la Revista General de Legislación y Jurishrudencia, que difundía las nuevas teorías en cuanto a la prevención del delito y al correccionalismo moderno. Ligada a esta revista, y a la protección hacia Salillas, se muestra la figura del gobernante Eduardo Dato, quien modificó en 1890 el Instituto de Reformas Sociales, al que pertenecía Quirós. Dato dirigió en 1906 la Revista de Legislación y ofrecía su imprenta para las publicaciones de todos ellos. He aquí, pues, un grupo de regeneracionistas que conectaban las nuevas ciencias sociales, médicas y jurídicas a las instituciones oficiales de la Restauración. La dedicatoria de La mala vida en Madrid ha de entenderse no sólo como el reconocimiento de un magisterio, sino como signo de apoyo común entre estrechos colaboradores. Nótese, por otra parte, cómo el primer y extenso capítulo de esta obra rinde un evidente tributo a los libros de SALILLAS El delincuente español. El lenguaje, 1896, y Hampa, 1898, muchas veces mencionados.


AL LECTOR

UBLICISTAS Y CIENTÍFICOS de todos los países han dado a la historia de la mala vida en las grandes poblaciones páginas de superior interés. Londres, Berlín, Roma, y aún más París que ninguna otra, tienen tan abundante literatura de este género, que una nota bibliográfica de lo más escogido, llenaría páginas enteras.2 Sólo, tal vez, en nuestro país el asunto apenas traspasa el límite de la pequeña literatura, cuando ya es hora de que dejando de ser argumento de vana curiosidad o de risa, de indignación o de escándalo, la mala vida se trate en otro tono y a la vez con la profunda piedad que debe llevarse a sus regiones.

2 Con este título genérico tuvieron su correspondiente estudio ciudades como Berlín, Nápoles, Palermo, Roma, París, Londres... A veces con títulos diversos, como el libro de JORRO Firenze sotterranea, que alcanzaba la cuarta edición en 1900. La mala vita a Roma, de Alfredo NICEFORO y Scipio SIGHELE, Torino, Roux Frassati, 1898, era traducido por LLANAS para el editor B. Rodríguez Serra en 1901, al mismo tiempo que trabajaba en su propio volumen sobre Madrid. Bemaldo de Quirós inició una gira por Sudamérica en 1907 y residió algún tiempo en Buenos Aires, donde dejó muestras de su colaboración intelectual; precisamente al poco de llegar a la capital argentina aparece, en 1908, La mala vida en Buenos Aires, del doctor Eusebio GÓMEZ.

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Así, lector, al ofrecerte este libro en que lo intentamos, con la esperanza de que nos hagas la merced de estimar más y mejor la voluntad que tuvimos concibiéndolo y escribiéndolo, que no el menguado éxito que el asunto alcanzara en nuestras manos, no pocas explicaciones tendríamos que darte, cansando tu atención y nuestra pluma: pero hay tres de las que no sabríamos prescindir en modo alguno. La primera, rendir gracias ante ti, a todas las personas que nos han ayudado en nuestra obra. Sus nombres, con el testimonio de nuestra gratitud, irán consignados en los lugares oportunos. Hay dos, no obstante, que habiéndonos valido en todo el curso del trabajo, deben ir señaladas aquí con preferencia. Son el inteligente funcionario del Cuerpo de Establecimientos penales, don Juan Ramos Marín, y el joven abogado don Enrique García Herreros, colaborador principal en nuestras excursiones fotográficas.3 Permítannos estos cariñosos amigos el recuerdo de sus buenos servicios. La segunda, asegurarte la escrupulosa sinceridad con que damos el resultado de nuestras investigaciones. Cosas hay, en verdad, en este libro que tal vez parezcan mentira. Quisiera Dios que lo fueran! Al tomarlas del natural, ni cargamos las tintas, ni acusamos el relieve. Cuando ha sido posible contar, pesar y medir, así hemos hecho. Cuando no, damos las cosas según las hemos sentido.

3 Se alude más adelante a la ayuda indeterminada de •nuestro amigo« José Rincón Lazcano, a la colaboración desinteresada de los funcionarios M. Lugilde, Enrique Díaz Sánchez y Ezequiel Zaquete o del abogado Germán Flórez, y al material suministrado por Rafael Urbano, compañero en las redacciones literarias y en el Ateneo de Madrid. El libro reproduce tres grabados de Ricardo Baroja, según advertían los autores del libro tras el índice: •NOTA. Las figuras 7.a, 33.a y 48? son reproducciones de dibujos del natural de D. R. Baroja.. En el artículo de QUIRÓS •Las habitaciones de los pobres, que reproducimos en el primer apéndice de esta edición, se relata una exploración nocturna por el mundo marginal de la dudad. Cabe pues imaginar un reducido grupo de tres o cuatro personas, quizá cinco, examinando el Madrid de los bajos fondos en circunspecta inspección.


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Finalmente, la tercera y última es rogarte que no tomes a mal palabras, frases y asuntos enteros que hallarás entre sus páginas. Nos acogemos para esto al fuero de la ciencia, la cual presta su impasible inocencia al estudioso, y defiende lo que, tratado con ánimo distinto, sería inmoral procacidad y falta de respeto a ti, que tanto nos mereces. C. Bemaldo de Quirós J. M. Llanas Aguilaniedo Madrid, 1899-1901



CAPÍTULO PRIMERO LAS GENTES DE MAL VIVIR

LA MALA VIDA es un término de calificación de la conducta, un adjetivo que adjudicamos a la de todas las clases sociales e individuos, en cuanto se desvía de la normalidad elaborada por la especie, merced al desarrollo de sus energías, en todos esos ejercicios a que se llama la Moral, la Ciencia, el Arte... Pero cuando este término de calificación llega a ampliarse a cierta clase de gentes que, haciendo de los modos reprobados de vivir su profesión y estado, forman grupo, más o menos disgregado del organismo social, se personaliza de improviso, convirtiéndose así en el nombre específico de una clase: la clase de las gentes de mal vivir, no menos definida o indefinida —pues por el momento tanto puede decirse lo uno como lo otro— que la gente del gran mundo o la alta vida. Son los criminales, las prostitutas, los mendigos, los golfos y perdidos de toda especie, la gente que se ampara y reúne en esta clase, tipos heterogéneos y proteiformes que, desprendiA MALA VIDA

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dos —por virtud de un proceso de degeneración-4 del organismo social, viven parasitariamente sobre éste, ya perseguidos como enemigos, ya tolerados como comensales, ya en ciertas relaciones de mutualidad, •adaptándose al amo, entreteniendo sus languideces y sus ocios, despertando y confortando sus vanidades y estimulando y manteniendo sus vicios». (1)

II EMBRIOLOGÍA Podemos considerar al golfo —pues lo es así realmente— como protoplasma de la mala vida. (1) Salinas, Hampa, Madrid, 1898, pág. 43.

4 •Se desvía de la normalidad elaborada por la especie...•, •desprendidos —por virtud de un proceso de degeneración— del organismo social...•. Los autores fundamentan su libro en los presupuestos positivistas que estableciera la célebre obra de LOMBROSO L'uomo delinquente, 1876, para la consideración de los aspectos causales del delito por la criminología. Avalado por el estudio de gran cantidad de tratados médicos de raíz determinista, el libro de Max NORDAU Degeneración (Entartung, Berlín, 1893; ed. italiana, 1893; Dégénérescence, París, 1894; Degeneration, Nueva York, 1895; al castellano por Nicolás Salmerón, Madrid, Femando Fe, 1902) sintetiza con detalle estas sintomatologías psicofisiológicas con intención de aplicarlas a las producciones artísticas. La inteligencia europea de 1896, fecha de máxima vigencia de tales teorías, iniciaba una revisión profunda de éstas pero dejaba intactas, durante la década siguiente, sus bases fundamentales, que encontrará el lector reflejadas en este libro: la asimilación de los procesos sociológicos a los organismos vivos, la acotación del concepto de normalidad evolutiva, las etiologías de la desviación, atávica o degenerada, y, pese al aparato sociológico que exhibe este tipo de tratados, la consideración del hecho psíquico como puro fenómeno biológico, sin conexión apenas con las influencias sociales, económicas, educativas y emocionales.


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Llamamos golfo al desagregado de algún modo de la disciplina social»; (1) al «desligado, por una causa cualquiera, de su clase». (2) No se trata, pues, de un tipo nuevo, como algunos pretenden. Desagregados e inadaptados los ha habido siempre y en todas partes. Lo único nuevo en el golfo es la advocación, el nombre. Pero ¿cómo se ha formado éste? De ordinario le atribuyen orígenes recientes, presentándole como una palabra recogida del arroyo y luego prohijada en todos los medios sociales... (3) salvo la Academia de la Lengua. Así Baroja, cuando dice: «Se inventó donde se inventan estas cosas, en un presidio, en un lupanar, etc.». (4) Mas ¿por qué suponer que se ha inventado arbitrariamente? Conocemos algunas hipótesis sobre el origen de la palabra. Según un diligente investigador de nuestro romance, vendría de golfín, antiguo pícaro de playa. (5) Para otros, tal vez fuera una reminiscencia de la vida penal galeriana, reaparecida ahora por un modo equivalente de (1) Salinas, Hampa, pág. 396. (2) Baroja, Patología del golfo, en Vidas sombrías, Madrid, 1900. (3) Se la encuentra ya en la última plana de la Gaceta. Por ejemplo, en la de 28 de Febrero de 1900, se inserta un edicto del Juzgado de la Universidad de esta corte, por el cual se llama, cita y emplaza, con objeto de notificarle un auto de procesamiento, a un individuo llamado José N. (a) Joseíto, de unos diez y seis años de edad, cuyas demás circunstancias personales y actual paradero se ignoran; sabiéndose sólo que suele dormir en

las garitas del cuartel de San Gil, y es muy conocido de los golfos que frecuentan tal sitio. (4) Patología del golfo. (5) A esta opinión se inclina Nicolás Estébanez en los Fragmentos de mis memorias, publicados en El Imparcial (20 Agosto 1900). «Debo advertir —dice-- que desde tiempo inmemorial, a los pilluelos de playa se les llama "golfines" en mi tierra, como a los grandes usureros se les llama "tiburones". Cada vez que en Madrid me hablan de golfos, título moderno, pienso en los simpáticos goifines, merodeadores del mar, donde hay cierto mérito en ser merodeador».


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atavismo en el lenguaje. (1) El galeote, en efecto, vivía entre golfos, y golfear era, pues, su género de vida. Pero también pudiera ser un neologismo jergal. ¿Seria acaso su raíz la voz grofa de la antigua germanía, que en el Vocabulario de Juan Hidalgo se define como »mujer pública, baxa»? (2) Golfa es también ahora la mujer pública y de baja condición precisamente. Dos veces, y en distintas localizaciones, por un viejo mendigo y por una prostituta suburbana, se nos ha asegurado que la primitiva desinencia que entre ellos tuvo la palabra fue femenina. Esto induciría a admitir tal transformismo fonético lentamente verificado en el secreto de la sociedad rufianesca. La cuestión, no obstante, debe quedar sin resolver por ahora.5 Sigamos adelante. El golfo es un producto de la degeneración social. Degenerar en este sentido, es —como dice Salinas— (3) ‹perder las condiciones de sustentación económica, perder las condiciones de estabilidad social». Manifiéstase, principalmente,

(1) Salinas parece aludir a esta otra en El lenguaje, Madrid, 1896, pág. 238, nota 1.

(2) Romances de germanía de varias autores, con el vocabulario por la orden del a, b, c. . . compuesto por Juan Hidalgo, Madrid, 1789. Según Salillas (El lenguaje, primer vocabulario jergal), grofa vendría del latín scrofa, puerca.

(3) Hampa, pág. 398.

5 Desde aquella fecha no ha resultado pródiga la investigación filológica del término. El interés que tuvo Baroja sobre el personaje sigue presidiendo los esfuerzos de los estudiosas. Como ejemplos, Golfos y pícaros madrileños vistos por Pío Baroja, textos anotados por J. REBERSAT, París, Hatier, 1956, o Luis MARISTANY, •La concepción barojiana de la figura del golfa, Bulletin of Hispanic Studies [Liverpool], XLV/2 (abril de 1968), pp. 102-122.


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la degeneración social en dos estigmas reveladores que, ya se presentan aislados, ya reunidos, y en este caso en recíproca relación de dependencia. Son estos estigmas: a) La anomia, esto es, la falta de ley y gobernante, de disciplina interior y exterior. b) 1a miseria, o lo que es igual, la pobreza misma, cuando lo es tanto, que comienza a sustentarse de sí propia, al modo que en un organismo, agotadas las reservas, «pechan los tejidos con el gasto hasta que la vida se hace imposible» (Gómez Ocaña).6 Familia conocida, domicilio conocido, modo de vivir conocido, todas estas condiciones de normalidad social —según el concepto de la norma elaborado por la parte calificadora—, vienen a faltar en el golfo, siendo éstos sus caracteres exteriores más aparentes, amén de aquella sobriedad bromatológica y cosmetológica —esto es, de carnes y de ropas—, que el mismo Salinas analiza delicadamente. (1) 1) Los abandonados La clase más conocida del tipo golfo es la infancia abandonada; «todos esos pequeñuelos lanzados al arroyo, como se arroja a la alcantarilla una carnada de gatitos demasiado numerosa; todos esos abandonados y errantes de las aceras que mendigan, roban y se prostituyen, y son como el estercolero en que germina el crimen». (2) ¿Cómo han llegado a esto? (1) Hampa, pág. 416. (2) Zola, Fécondité, París, 1899, pág. 631.

6 Sobre el médico José Gómez Ocaña existe estudio reciente de Rafael JIMÉNEZ PALMA, Datos biográficos del ilustre vecino de Aguilar de la Frontera (Córdoba) Dr. D. José Gómez Ocaña, Córdoba, Imprenta Provincial, 1994.


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Hay en el niño una fuerza expansiva que le impulsa a lanzarse en el mundo, saliendo del claustro familiar, en virtud de la cual pudiera decirse de él que es un ser normalmente claustrófobo. La claustrofobia, esto es, el horror a los lugares cerrados, se presenta en el adulto como un síndrome episódico de degeneración, en forma de obsesión angustiosa o de impulsión irresistible. Pero en los niños existen con carácter normal, por verdadera necesidad orgánica y psíquica, ciertas propiedades y tendencias que, como la inestabilidad del carácter, la inercia, la imprevisión, etc., serían anormales y denotarían una detención de desarrollo en el hombre hecho, a la manera —como diría Lombroso— que en el feto se hallan constantemente ciertas formas que en el adulto son monstruosidades. ¡Ay del niño, si esta claustrofobia, alegre impulsión a comunicar con el mundo, huyendo de los lugares cerrados, le faltara! Como sólo podría ser abolida por una lesión fundamental de la personalidad, sería de nacimiento un lisiado del alma, un espíritu inferior encerrado en la deforme caja de su cráneo. Pero si en los niños bien acomodados esta claustrofobia se desarrolla en un medio tutelar que hábilmente la aprovecha para unir al joven ser a la sociedad y al mundo, en los niños de las bajas clases sociales sirve para cortar los flojos vínculos —corroídos por la anomia— que, a modo de cordón umbilical, le retienen a la sociedad doméstica. La representación primaria y mejor definida que tenemos de la anomia familiar, es la orfandad, porque se considera que el interés y la afección paternales no pueden faltar ni aun en las más rucias naturalezas. La poesía y la literatura sentimentales han hablado del cariño de los padres como de una flor excepcional del alma que rara vez está manchada, que siempre está destilando su noble y confortante perfume. Pero la afección paternal, como parte que es de la unidad de la vida, no puede ser distinta de cualquier otro fragmento de ella. En las existencias defectuosas, ¿cómo podría darse tal floración, si la raíz psíquica de la paternidad se hunde, como la de toda otra relación, en el fondo de una personalidad pervertida?


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La perversión, ligera o grave, reaparece, pues, también en este producto; de suerte que, en la mayoría de los casos, si con razón puede hablarse de niños huérfanos, los desgraciados tienen padres que, según la expresión de Julio Simón,7 aún están vivos. Mitad por propia impulsión, mitad por anomia familiar, el niño se encuentra, pues, más o menos abandonado; esto es, fuera de aquella ley de tutela, según la cual •todo ser, durante su primera edad inicial, debe desarrollarse siempre bajo el amparo de otro más adulto, cuyas fuerzas le prestan el auxilio de que él a la sazón necesita» (Giner); si ya no es caso éste aún más grave— que cumpliéndose la ley en sus formas desviadas y anormales, en sus aberraciones, se ve desde luego educado en el seno de una familia culpable, formando parte de la mala vida. 2)

Los inadaptables Reclútase además la andante golfería de otro grupo, al cual podemos llamar el de los inadaptables, porque realmente los individuos que están en él son, por varia condición, más o menos impotentes para adaptarse a sociedades del tipo de las civilizadas contemporáneas, fundadas sobre la regla del trabajo regular y continuado, por la instabilidad inquieta de su espíritu, ocasionada a una dificultad en la atención y ligada con cierta incapacidad, mayor o menor, al trabajo metódico y continuo, ya que —según observa Ribot— (1) el trabajo es la forma concreta más saliente de la atención. (1) Psychologie de l'attention, pág. 60 (citado por Florian y Cavaglieri, I vagabondi, Turín, 1897-1900, vol. II, parte IV, cap. 11).8 7 Se trata de Jules FranQois Simon SUISSE, llamado Jules Simon (1814-1896), filósofo y político sensible al mundo de la infancia desfavorecida y empeñado en la extensión de la enseñanza obligatoria. Fue su obra más popular en España la publicada por la Imprenta de La Gaceta de Barcelona, en 1876, con el título La libertad de pensamiento por Julio Simón. 8 De 1888 data este libro de Théodule Ribot. De los artículos publicados por LIANAS en El Porvenir de Sevilla, entre 1896 y 1899, se despren-


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Hablamos de los vagos y los vagabundos, especie ésta enteramente similar de aquélla, pero en la cual, a la radical instabilidad del espíritu se agrega, por propia impulsión, la instabilidad de domicilio, a través de una vida ambulatoria, más o menos desordenada, de la cual, como prototipo de memoria perdurable, ha quedado la leyenda del Judío errante, viajero infatigable en que se representa la inmensa caravana de vagabundos que, cansada y triste, o alegre y descuidada, ha venido rodando siglos enteros por los caminos de Europa con receloso asombro de sus ciudades sedentarias. Analizando esta multitud, se encuentran en ella diferentes formaciones. a) Defecto de educación. Enlázase la clase de los inadaptables y se articula en uno de sus extremos con la clase ya vista de los abandonados, porque muchos de aquéllos han llegado a serlo sólo por defecto de educación, que deja a estos indivi-

de que tuvo conocimiento del tratado a través de Degeneración de Max NORDAU. La lectura del libro de Nordau propició en Llanas el interés general por los temas degenerativos y, en especial, por los síntomas de la impulsividad, la inatención y la incapacidad para el esfuerzo en los atávicos y en los degenerados, conceptos que se mencionarán en las páginas siguientes; interés que le aplicó a la lectura de Pierre JANET, L 'automatisme

psychologique. Essai de psychologie espérimentale sur les formes inférieures de l'activité humaine; MOREL, Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles et morales de l'espéce humaine; FÉRÉ, Degeneración y criminalidad. Relata Llanas en sus artículos variados experimentos para comprobar las teorías expuestas por TISSIÉ en Psychologie de l'esport y en algunos trabajos de Jules CHÉRON sobre el concepto mecánico de la fatiga. La exteriorización de la motricidad de Albert DE ROCHAS, profesor de la Escuela Politécnica de París, le había cautivado hasta el punto de solicitar autorización para traducirlo al castellano; veía en este tratado la posibilidad de convertir voluntad en efectos mecánicos, especialmente en los histéricos y desequilibrados (El Porvenir [Sevilla], 6 de diciembre de 1896). Finalmente, buscaba soluciones en la teoría de FOUILLÉE, La psychologie des idées-forces. Este repertorio bibliográfico puede dar idea del tipo de documentación médica manejada por Quirós y Llanas.


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duos detenidos en el desarrollo de sus energías potenciales y parados en cierto estado de anómalo infantilismo. Así, en efecto, se ve en ellos buen número de los caracteres propios del espíritu del niño, pero marcados con el sello de anormalidad que resulta de su prolongación más allá de la edad fisiológica a que corresponden, y pasada la cual ceden ante otros atributos adquiridos en la evolución filogenética. La falta de disciplina social, o bien —cosa ésta que ocurre con más frecuencia— la manera intermitente, floja y arbitraria con que la han recibido, forma esta especie de vagos que nunca acaban de encontrar el punto de mínima resistencia que es dable superar a su impotencia. •Como los niños —escriben Florian y Cavaglieri--, (1) domina en ellos la pereza intelectual, que no excluye, sin embargo, la actividad para los placeres y los juegos. Como ellos, también rehúyen el trabajo continuado y metódico, porque la movilidad y la instabilidad son los aspectos más constantes de su carácter, y hasta que la educación no abre brechas en su ánimo, en ellos sólo existe la atención natural o una brevísima capacidad para estar atentos.. Pero lo característico de este grupo es que la educación no llega a él, o llega cuando, si posible es hablar así, habiéndose fijado el carácter, permanece •como la fisonomía, inalterable• (Garofalo).9 b) Atavismo. Mas otras veces, a despecho de la educación, por asidua e íntima que sea, se revela el carácter vagabundo, como regresión a la psicología primitiva de los hombres. La naturaleza atávica de la vagancia ambulatoria es de aquellas intuiciones que, expresadas muchas veces en sentido

(1) I vagabondi, lug. cit.

9 Criminología (1885), su obra fundamental (2.1 ed. ampliada en 1891). Encierra en substancia la doctrina jurídica de la escuela antropológica italiana.


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poético y figurado, acaban un día por encontrar la fórmula científica que las explica. •La vagancia —dice Corre— (1) tiene algo de atávico, pues recuerda en ciertos individuos la necesidad de desplazamiento en que parecen hallarse las hordas salvajes•. Sergi, Riccardi y otros, admiten también el origen atávico de la vagancia ambulatoria. (2) La raíz atávica de este fenómeno no debe buscarse, sin embargo, en la semejanza puramente externa y superficial de ciertas manifestaciones ambulatorias. Esto nos conduciría a los mismos errores que ha traído el paralelo entre salvajes y criminales seguido con el mismo método. Preciso es tomar otro procedimiento, que Ferrero ha iniciado en su teoría del atavismo por equivalentes. (3) El vago no es un ser atávico porque recuerde a los primitivos con desplazamientos frecuentes de lugar, que no se ofrecen ni en todos los primitivos ni entre todos los vagos, sino porque en unos y otros se da, como nota principal del carácter, la incapacidad para el trabajo regular y continuo, ley de las sociedades civilizadas. Ferrero ha demostrado cómo la impulsividad y la incapacidad para el trabajo son dos fenómenos psíquicos conexos que coexisten siempre en la psicología primitiva del hombre, asociándose, cuándo con una extremada inercia fisio-psíquica, cuándo, por el contrario, con una insaciable necesidad de movimiento, especie de inquietud motoria que se traduce, entre algunos pueblos salvajes, en una vida continuamente vagabunda y como sin objeto. La selección por el trabajo fue, según él, la fuerza gigantesca que transformó el carácter violento e impetuoso del bárbaro en el carácter tranquilo y reflexivo del hombre civilizado,

(1) Crime et suicide, París, 1891, pág. 546. (2) Citados por Florian y Cavag,lieri, I vagaban*. (3) La morale primitiva e atavismo del Mino, en Archivio di Psicbiatría, vol. XVII (1896).


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cambiando en tiempo relativamente breve la psicología de millones de hombres hasta el punto de hacerlos distintos de sus modelos primitivos; pero la herencia atávica sustrae continuamente a algunos de este proceso filogenético ulterior, dejándolos con aquella estructura de alma impulsiva e incapaz de atención, inerte a veces y otras movible hasta el extremo. c) Estadas patológicos y degenerativos. Finalmente, a veces aparece ligada la vagancia a estados patológicos más o menos definidos. Conocidas son las fugas de los epilépticos e histéricos, de muchos paranoicos (lipemaniacos, megalómanos, místicos, etc.), de idiotas, imbéciles y locos morales.10 En éstos, la vagancia suele manifestarse en la forma impulsiva que se conoce con el nombre de automatismo ambulatorio. •Desígnase bajo este nombre —dice Pitré— (1) una enfermedad, o, mejor dicho, un síndrome morboso, esencialmente constituido por accesos intermitentes de impulsión irresistible a la marcha. Los sujetos afectados de este mal abandonan bruscamente su domicilio, marchan adelante sin detenerse, o vagan a la ventura durante un lapso de tiempo que oscila entre algunas horas y varias semanas, pasado el cual regresan a sus hogares, donde permanecen en paz hasta el día en que se produce un nuevo acceso, y repiten una nueva fuga tan irracional como la primera•. La claustrofobia se presenta en éstos con aquel carácter degenerativo que procuramos distinguir del que tienen los niños. Pero también la vagancia patológica se presenta en formas menos llamativas, atenuada hasta la más ligera neurasténi(1) Levons cliniques sur l'hysténe, París, 1891, t. II.

10 LOMBROSO, en L'uorno di genio, 6? ed., Turín, 1894, traza el cuadro general del vagabundeo y la impulsividad (cap. II de la primera parte). La clasificación y sintomatología de los estados patológicos degenerativos está detallada por Max NORDAU en Degeneración, 1893 (cap. III, •Diagnóstica, del primer libro).


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ca debilidad de voluntad, oscilante según las impresiones del momento. Benedikt coloca, en efecto, la neurastenia física moral e intelectual •como primer elemento constitutivo de la vagancia; neurastenia que hace dificil o imposible a estos individuos ganarse la vida con el trabajo, y mucho menos con el trabajo continuado, regular y espontáneo.. (1) Otros autores, cuya relación puede verse en Florian y Cavaglieri, han aceptado esta idea, si bien hoy la teoría de la degeneración, aplicada a la vagancia por More1,11 parece absorber aquella otra explicación. En una serie de cualquiera de estos incapaces del trabajo, con tal que sea suficientemente numerosa, se encontrarían, pues, estos tres grupos que acabamos de reseñar. Los dos primeros son realmente afines, como dependientes de un mismo fenómeno: la detención de desarrollo en la evolución ontogenética o filogenética, según el paralelismo entrevisto apenas la embriología comenzó a ejercerse y establecido luego, con las debidas restricciones y desviaciones, por Fritz Müller y Haecke1.12 Cuanto a su relación con el tercer grupo, esto es, cuanto a la relación de atavismo y degeneración o morbosidad, ha venido a arrojar alguna luz el curioso experimento de Ettingshausen, de que da cuenta Wagner. (2) (1) Cit. por Florian y Cavaglieri, I vagabondi. (2) Antrittsvorlesung an der psychiatrischen Klinik in der Landesirrenanstalt, Viena, 1893 (en Archivio di Pslchiatria, vol. XVII, 1896). V. también Lombroso, L'uomo delinquente, 5' ed., Turín, 1897, vol. III, pág. 513. 11 Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles et morales de Pelbéce humaine (1857), resumido por Max NORDAU en el capítulo mencionado en la nota anterior. 12 Fritz Müller, uno de los más destacados propagadores de Darwin. Se le debe la formulación de la ley de la evolución biológica, conocida como ley de Müller: •La ontogenia, o desarrollo del individuo, es una recapitulación breve de la filogenia, o desarrollo de la especie•. Ernst Haeckel propuso la formulación de Müller como ley biogenética fundamental (1866).


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Enfriada intensamente una raíz de roble, hasta el punto de mortificarla, si bien sólo en parte, se obtienen al año siguiente hojas que, en vez de ser análogas a las del roble moderno, se parecen a las hojas del roble de la época terciaria. Influencias morbosas o degenerativas pueden provocar, por consiguiente, regresiones morfológicas atávicas. De cualquier modo que sea, ello es que las cualidades psíquicas fundamentales de estos sujetos, aun no hallándose atacadas por la enfermedad ni pervertidas por dañadas influencias sociales, se avienen mal con un tipo de organización social creado por el desarrollo de cualidades contrarias. Así les vemos incapacitados de adaptarse a la sociedad por falta de actividad adecuada, o bien desprenderse fácilmente de ella, cuando un fracaso determinado destruye o altera la base sustentadora que recibieron, y que por sí propios serían incapaces de crear o recuperar, según los casos. Pero, en este último, tenemos una nueva formación, que conviene considerar como clase no diferente, sino diferenciada. 3)

Las caídos En efecto, la tercera y última clase de golfos, la clase de los caídos, se distingue de las demás sólo en un punto, a saber: que éstos un tiempo ocuparon puesto en la sociedad, del cual cayeron, mientras el resto de sus congéneres no ha sufrido tal caída, porque reclutado como se recluta en las últimas capas sociales, su paso a la mala vida viene a ser casi imperceptible. •Esto demuestra —dice Baroja— (1) que el golfo no es un producto exclusivo de la clase pobre... que no pertenece a una sola categoría social; es un detritus de las distintas clases sociales. En nuesti a sociedad, el que se eleva puede pasar del prole-

(1) Patología del golfo.


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tariado a la burguesía y de la burguesía a la aristocracia; pero el que desciende, no lleva esa misma marcha invertida. El aristócrata que se arruina, y alrededor del cual hacen el vacío sus conocidos, no se convierte en burgués; el burgués que pierde su renta o su destino, no se transforma en obrero; uno y otro quedan sin base: son golfos•. El golfo aristocrático, el golfo burgués, la serie de variedades de estos golfos, entre las cuales deben considerarse el literario y el artista,13 son todos verdaderos capitisdiminuidos, o de otro modo, elementos inútiles o inutilizados del organismo social, eliminados en la continua renovación de los elementos histológicos de éste. Hay, pues, también en esta clase dos grupos que distinguir. a) Inútiles. El primero está constituido por gentes que, teniendo todos o algunos de los caracteres del vago, o hallándose en un estado psíquico afin a la vagancia, han pendido la base de sustentación que recibieron, por obra de estas mismas propiedades de su espíritu, de su imprevisión, de su indiferentismo, de su fatalismo, (1) sin que puedan rehacerla o recuperarla, dada su ingénita incapacidad para el trabajo. b) Inutilizadas. El segundo le forman las personas que en la lucha por la existencia quedaron vencidas y fracasadas. El propio hecho del vencimiento denotaría, sin más, su debilidad originaria, si la ley darviniana de la supervivencia de (1) Salillas (Hampa, pág. 422 y sig.) enseña cómo a la instabilidad nómada corresponden psíquicamente esos mismos caracteres.

13 De nuevo LOMBROSO, en L'uomo di genio, y NORDAU, en Degeneración, son los divulgadores de la consideración anómala de literatos y demás artistas. QUIRÓS tradujo para V. Suárez, Madrid, 1899, Los delincuentes en el arte, de Enrico FERRI, con abundantes notas y referencias a la realidad española. LLANAS, en la Hoja Literaria de El País, 15 de mayo de 1899, enjuiciaba a la bohemia madrileña en términos veladamente clínicos en •Modernismo artístico•, para preferirse a sí mismo como degenerado superior, un snob al uso de los descritos por Nordau.


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los mejores y la eliminación de los inútiles, fuera siempre verdad en el organismo social. Ciertamente la mayoría de estos seres fracasados vinieron ya al mundo con cierta tara degenerativa más o menos grave. Sin embargo, no es menos cierto que otros fueron temperamentos sanos y fuertes, grandes y robustos luchadores que sucumbieron en momentos de abandono o de contraria fortuna. El alcoholismo desempeña un papel muy importante en la formación de esta clase de golfos.14 En los estados de depresión espiritual, el hombre recurre al alcohol y sus análogos para matar las penas. »La tristeza —dice M. de Fleury—, (1) aun proviniendo de una pena moral, no es sino la consecuencia del abrumamiento corporal, de la atonía de los órganos, como compañera inseparable del sentimiento de cansancio y miseria fisiológica. Para ganar la cúspide de la exaltación ligera, dominio de la alegría desde donde deja de verse este valle de miserias, ¡cuántos hombres se envenenan con el alcohol, con el opio, el éter o la morfina en esta vieja tierra que se cree tan civilizada y todavía emplea los procedimientos más primitivos para procurarse el olvido!». A la larga, el alcohol desasimila y enajena a sus víctimas, haciéndolas perder, poco a poco, sus caracteres sociales más elementales. Hay en todos estos alcoholistas —náufragos verdaderos de la vida, que pretendieron hallar en el alcohol la compensa(1) Nouvelle Revue Septiembre, 1896.

14 LIANAS, en concreto, se mostró interesado en estas indagaciones:

El alcoholismo en Sevilla. Contribución al estudio del alcoholismo en España, en Actas y Memorias del IX Congreso de Higiene y Demografía, 1900. Anunciaba en prensa El alcoholismo en Cádiz, de cuya publicación no se halla noticia. Su estudio sobre El alcoholismo en Madrid, para el que recogió abundante estadística en el Ayuntamiento de esa ciudad y otras entidades, se integró finalmente en este capítulo, •Las gentes de mal vivir, de La

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ción de sus infortunios— una historia de dolor que debe recordarse tantas veces como la repugnancia de su gesto, de sus acciones y modales despierta el viejo sentimiento de indignación, ajeno a todo sentido de piedad, que duerme aletargado en el fondo de las almas.

III LA VIDA PARASITARIA No es una simple figura retórica decir que las gentes que acabamos de clasificar etiológicamente viven separadas del organismo social; es antes bien una exacta realidad, porque viviendo sin ocuparse de los intereses generales de la especie, sin sentir el deseo de desempeñar un papel en la evolución de la misma, llevándola a estados mejores, atentos sólo a su propia existencia individual, vivida al día, falta en ellas el vínculo con que los hombres se sienten y están atados a las generaciones venideras, que a su vez, como las pasarlas y las presentes, no son otra cosa que momentos de la especie constituida en organismo, no menos vivo y real, porque deje de ser materialmente sensible, que el de un mamífero cualquiera, al modo —inexacto, no obstante, en la pequeñez de la concepción— que le presentan ciertos sociólogos modernos. (1)

La mala vida forma, pues, lo que ya se ha empezado a llamar el quinto estado, aceptando una concepción de la estática y la dinámica de las sociedades, que recuerda, hasta cierto punto, la estructura y formación

geológicas. (1) Tales como Spencer, Lilienfeld, Scháffle (en su primer tiempo), Worms, Novicow, etc. Una crítica exactísima y breve de las doctrinas al uso del organismo social, puede verse en Giner, Estudios y fragmentos sobre la teoría de la persona social, Madrid, 1899, pág. 194.


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Son las llamadas clases altas (aristocracia) las capas de formación más arcaica, como vendría a demostrarlo la naturaleza de los fósiles que se encuentran en ellas. En el vasto período primario de la formación social, la sociedad es el producto de unos cuantos elegidos (guerreros, sacerdotes, nobles), bajo los cuales el fondo de humanidad subyacente no es sino una masa amorfa e inorgánica, o, mejor dicho, una masa formada y organizada rudimentariamente y agregada en cierta relación de sumisión y dependencia, como un apéndice dócil, a la sociedad de los primeros. Por muchos siglos, la historia social se ha limitado a la historia de los príncipes y los nobles, apenas interrumpida por la alusión a algún movimiento de elaboración orgánica que se sentía »allá abajo». Esta situación de cosas ha perdurado hasta el umbral mismo del siglo concluido. Un tercer estado se había dado ya a conocer, y en principio el primero y el segundo le reconocían. Designábase con aquella palabra al pueblo entero, como clase social. ..¿Qué es el tercer estado? —preguntábase Sieyés en su opúsculo famoso—.15 —Todo. —¿Qué ha venido siendo hasta ahora? —Nada. —¿Cuáles son sus aspiraciones? —Llegar a alga. Todo el mundo sabe lo que ocurrió luego: la Revolución francesa, levantamiento convulsivo, volcánico, de un nuevo estado social, la clase media, el tercer estado (la burguesía), que se incorpora y sobrepone en el organismo político social.

15 Se trata de Qu'est-ce que le tiers-état?, del abate Emmanuel-Joseph SIEYÉS, París, ya una 3., ed. en 1789. Este clérigo, revolucionario en sus opiniones —Déclaration des droits de l'homme en sociéte, 1789— yen sus actos, pues contribuyó a la fundación del dub de los jacobinos, formula la evolución social en términos que pudieron ser asumidos posteriormente por los creyentes en los estadios comtianos de la Humanidad. Los textos fundamentales de Sieyés han merecido una reciente edición española: ¿Qué es el tercer estado?, precedido del Ensayo sobre las privilegios, edición crítica de Edmé CHAMPION, Vilassar de Mar, Oikos-Tau, 1989.

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Sin duda la Revolución creyó agotar, con el levantamiento del tercer estado, el fondo de la humanidad subyacente. Siempre ha sido pretensión de las revoluciones atribuirse tamaños cataclismos, que remueven —hasta lo más hondo— todo el planeta; cuando en realidad, escribe un autor (Giner), apenas hacen otra cosa que arañar su corteza. Así, el tercer estado, al que Sieyés y sus contemporáneos concebían como todo el resto de los hombres, cuyos derechos habían proclamado, después de la Revolución se segmenta, y mientras una de sus partes se agrega, con el nombre de clase media, al organismo social y le gobierna, otra, con el nombre de clase o clases bajas, quedaba en la situación de que salía la primera. los que cuando la Revolución vieron elevada su vida, fueron, como siempre, los más aptos, los mejor dispuestos para poseer y gozar su nueva condición, en virtud de todos los ejercicios de lucha y de deseo por la misma, personalmente realizados y organizados en ellos por acumulación hereditaria. En tanto, los no dispuestos debían realizar su propia educación para llegar a ello. Mas he aquí que, con un siglo escaso de intervalo, se prepara en nuestros días un acontecimiento análogo al que representa la Revolución francesa. El cuarto estado se organiza a nuestra vista en ese movimiento a que llamamos movimiento obrero, del cual la idea complicada que se expresa en la palabra socialismo parece ser la impulsión más fuerte; y es fácil profetizar que en la lucha que tiene entablada con la burguesía, acabará venciendo, como ésta venció a su vez en lucha con el antiguo régimen. La serie de los estratos sociales no se detiene aquí, sin embargo. FI cuarto estado se segmenta y fracciona, como se segmentó el tercero, y deja abandonada una masa de la cual se cree disgregado. He aquí el quinto. Quizá este nombre se creó por primera vez cuando en Norte América se vio cruzar desde el Pacífico al Atlántico, desde San Francisco a Washington, el ejército del hambre, la multitud de pordioseros y gente desanapa-


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da, que con este acto de protesta exhibicionista, vino a turbar la satisfacción de los partidos obreros gubernamentales, haciéndoles ver que más allá del horizonte de sus miras, todavía hay una masa humana que aguarda, colocada fuera de la ley y la comunidad social, la hora de que se acuerden de ella.

1) Parasitismo social Desprendidas del organismo social, las gentes de mal vivir realizan la vida parasitaria. El fenómeno parasitismo pasa desde los reinos vegetal y animal al reino humano. Massart y Vandervelde han escrito todo un libro comparando lo que ellos llaman parasitismo orgánico y parasitismo social, y mostrando cómo en nuestras relaciones sociales hay parásitos que sustraen la alimentación, a la manera de la tenia; la fuerza, al modo de la rémora, o la representación, según hacen los arácnidos que imitan a las hormigas. (1) Verdad es que entre uno y otro hay diferencias. Así, el parasitismo social sólo se da entre individuos de la misma especie, cuando en el mundo orgánico, animal y vegetal, sucede lo contrario. Además, el parasitismo social no es hereditario. Finalmente, en general, el parasitismo social se presenta con caracteres más inestables y borrosos. El concepto de parasitismo es muy extenso. Le Dantec'6 nota que todo germen es un parásito y dice bien. Parásito es el embrión, el feto en el claustro maternal, y el niño dentro de la familia y la sociedad entera.

(1) Parasitisme organique et parasitisme social, París.

16 Félix LE DANTEC, Élémeras de pbilosopbie biologique, París, Alean, ed. en 1911.


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Esto nos hace inducir que considerado el parasitismo en toda su extensión, como un género de vida a expensas de la actividad ajena, hay en el mismo dos dases que precisa distinguir: el parasitismo normal y el anormal. En el estado de parasitismo normal se encuentra todo individuo hasta que llega a la plenitud de su desarrollo, por virtud de aquella ley de tutela, ya recordada, «aplicable a todos los órdenes del mundo; a la formación de los astros como a la del individuo humano; a las plantas como a las naciones; al arte como al derecho; a la religión como a las sociedades; en suma, a todo ser finito en el conjunto de su vida cuanto en cada una de sus manifestaciones» (Giner), por la cual todos viven en sus primeras edades a expensas de otros, ya formados, que les cuidan y protegen. Tal es el parasitismo del germen o del embrión; entendiendo que la vida embrionaria se prolonga más allá del nacimiento, sin que pueda fijarse con un límite apriorístico dónde ni cuándo acaba. Imposible es, en efecto, establecer cuándo una personalidad se encuentra totalmente formada y tan fija que no sea dable aguardar a nuevos desarrollos de la misma. En cambio, es fácil relativamente decidir de su capacidad para regir la propia vida, fiando al gobierno personal la dirección y aprovechamiento de sus condiciones y aptitudes. Sólo entonces, cuando en el tiempo y condiciones en que los hombres suelen bastarse a sí mismos, continúan o se presentan los modos parasitarios de la vida, el parasitismo se trueca en anormal, en cuanto revela una situación personal o real, en los individuos o en las circunstancias, verdaderamente defectuosa. Podemos ahora hacer nuestra la definición que del parásito da Salinas. »El parásito es —dice— (1) aquel ser que, sin base sustentadora y sin actividad apropiada para formársela, vive de los recursos sustentadores de otro ser•.

(1) Hampa, pág. 413.


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El segundo caso es el que verdaderamente define al parásito, como tal constituido y organizado. Hasta tanto que un vicio originario o una condición adquirida (casi siempre por ingénita debilidad) no se revela en la incapacidad para crearse la base estable de que habla el autor, el verdadero parásito no existe. De ordinario, las gentes sólo reconocen esa incapacidad en los individuos inválidos del cuerpo. Paréceles que sólo los ancianos, los ciegos, los mancos, los sordos, los mudos, los cojos, los paralíticos, aquellos, en una palabra, cuya lesión es evidente y palpable, materialmente sensible, son seres inutilizados para el trabajo y cuyo parasitismo, es, no sólo tolerable sino obligado, pareciendo piadoso el consentirlo, mientras se revuelven indignados contra otros seres que, sin lesión ninguna aparente en su exterior, la llevan, no obstante, en el fondo de su alma, reduciéndoles igualmente al parasitismo. No se libran de esta preocupación los espíritus más cultos, pero dados a la observación y al experimento pocas veces o ninguna. De otro modo, verían —como ha dicho Salinas— (1) que «el pordiosero, aunque aparentemente esté dotado de una integridad orgánica, es tan inútil como el defectuoso por carencia de una o varias extremidades, por parálisis, por ceguera. Es más defectuoso todavía, porque es siempre un inválido de la voluntad». Una lesión, congénita o adquirida, reduce su individualidad a tal extremo, porque, caídos en la vida parasitaria, ésta, que implica degradación y así en lo orgánico como en lo social se señala, según veremos, por una metamorfosis regresiva, les hace perder el resto de las energías que pudieran conservar, hasta que privados de ellas, y a la vez del deseo impotente de recobrarlas, el parásito queda enteramente constituido y entregado a su suerte degradada.

(1) Hampa, pág. 414.


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M.' LLANAS AGUILANIEDO 2) Las golfos Debemos proceder excluyendo del estudio en este libro una importante categoría de golfos: los golfos vagabundos, que en la jerga de la mala vida reciben el nombre claro y significativo de andarríos. •Dentro de esta denominación —nos dice el funcionario del Cuerpo de Establecimientos penales, don M. Lugilde, en un cuestionario que ha tenido la atención de contestarnos— caben quinquilleros, trajineros, lañadores, recoveros, chalanes, santeros, (1) copleros, narradores de milagros, de crímenes estupendos, saludadores (curanderos por medio de oraciones, exorcismos y filtros), etc., etc. Entre estas especies (algunas próximas a desaparecer, o muy reducidas, casi agotadas), hay una riquísima variedad de la truhanería andante. Entre ellos se ha refugiado lo que podría dar materia para una novela o estudio picaresco, que no cedería en valor a los del tiempo viejo, o valdría más, por la más marcada tendencia científica. Tienen lenguaje asimilable entre ellos; ideas propias sobre todo lo humano y lo divino; suspicacias, de puro satánicas, adivinadoras; críticas y burlas que retratan la cosa o la persona de tal modo que se la ve por dentro y por fuera. Poseen un caudal de cuentos, anécdotas, chascarrillos, romances, símiles; una teogonía y geografía propias, singularísimas, y nada de esto creo que haya sido recopilado por nadie d'aprés nature. La razón de esta exclusión es fácil de comprender. Las especies del género andarríos son raras en la ciudad, y sólo se las encuentra en la zona suburbana

(1) •No hay que confundir éstos —añade el mismo Lugilde— con los que en las capitales informan a los ladrones; quizá los de las capitales recibieron el nombre de éstos, rústicos ambulantes que llevan un santo en una urna muy parecida a un farol; recorren las comarcas, y, con el santo en la mano, entran en donde quieren, y como se reúnen con bribones, y ellos mismos lo son, informan de lo que han visto u oído..


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(en los barrios de las Injurias y las Cambroneras, en el paseo de las Acacias y en el de las Yeserías, etc., etc.), descansando de sus correrías o preparando empresas nuevas. Queden, pues, para otro libro, Los vagabundos, que escribiremos si el público recibe favorablemente éste, del cual será continuación.17 Con razón escribe Bérard: (1) «Vistos de cerca, los vagabundos no tienen la encantadora poesía ni el gracioso aire de los pájaros, dotes con que los adoma, en estilo maravilloso, uno de nuestros poetas modemos. (2) El vagabundo, fuera de la escena del Odeón, no es ni bueno ni honrado. Jamás es un amigo en la casa donde entra. Con razón el campesino le ve acercarse siempre con tenor y respira sólo cuando se marcha•. la gran mayoría de los delitos campestres que quedan impunes, por no poderse averiguar su autor, deben cargarse en la cuenta de los vagabundos. El incendio es uno de sus delitos característicos, incendio motivado, ya por necesidad de calentarse, ya para establecer señales de comunicación, ya —sobre todo— por ven-

(1) Le vagabondage en France, en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XIII (1898). (2) Alude a Juan de Richepin y su Chemineau.

17 Más adelante encontrará el lector nuevas referencias a este propósito (pp. 76 y 324). En la página final incluyeron una petición de materiales: Se ruega a los lectores a quienes sean conocidas algunas particularidades de la vida, usos y costumbres de los diferentes tipos vagabundos en España, las comuniquen a los autores de este libro, quienes se servirán de ellas, indicando la procedencia, en el trabajo en preparación sobre ese tema. Dirigirse [sic] indistintamente a cualquiera de ellos en el Ateneo de Madrid. El proyecto quedaría abandonado, pues el abogado palentino Juan DÍAZ CANEJA trabajaba sobre este asunto y lo saca a la luz en 1903: Vagabundos de Castilla. Estudio sociológico jurúlico, Imprenta de la Revista de Legislación, con prólogo del mismo Bemaldo de Quirós, a quien Díaz Caneja ayudará en adelante en sus libros, devuelto Llanas al ejercicio literario.


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ganza o por obsesión morbosa (piromanía), frecuente en los imbéciles e idiotas. Y a veces aparecen señalando con sangre y despojos su camino, los tipos siniestros de un Vacher o un Garayo, los saca-mantecas. La multitud de vagabundos larvados con el artificio del comercio o de la industria, no por ello deja de ser peligrosa. Todos, como dice uno de sus cantares, refiriéndose al quinquillero, todos «llevan el alma en un hilo», que a tanto les conduce «sus fueros, sus bríos, sus premáticas, su voluntad». Los pilluelos de la ciudad —pájaros de la selva, según Víctor Hugo—, forman la avanzada principal de la mala vida. Van rotos y sucios. Como advierte un escritor, »no son Pepito, ni Juanito, cual por su aspecto infantil parecía natural, sino el Rotusá, Seis dedos, el Bauchel y el Galucho...». Viven en la ciudad como el hombre primitivo vivió sobre la tierra: de la cosecha natural, de los despojos que quedan en el suelo. A veces la recolección es fácil, como la de las colillas; a veces peligrosa, como la de espoletas y cascos de metralla en los campos de tiro, donde la muerte acecha y les hiere. También cazan y pescan en ocasiones, lagartos en el campo, ratas y gatos en la ciudad, con lo que añaden plato de carne a las sobras de ranchos y comidas que obtienen de casas y cuarteles. Se recogen, los más felices, en paradores y casas de dormir, los hoteles del hampa, como alguien los ha llamado. (1) Otros acuden a los refugios y asilos de noche, y los que llegan tarde se quedan en los tejares, en los montones de escombros caldeados por estiércoles y detritus orgánicos, en cavernas, como verdaderos trogloditas, o bien dentro de la ciudad, en los ángulos de solares abandonados, en las garitas de los cuarteles, en los pórticos y en los quicios de las puertas, donde, no duermen, sino eslabo-

(1) A. Marsillach, Los hoteles del hampa, en El Diluvio, de Barcelona, de 21 de Diciembre de 1899 y 3 de Enero de 1900.


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nan una serie de actos somnolientos, interrumpidos a cada instante por autoridades nocturnas, que no cuentan la afabilidad para con los niños entre sus virtudes. A cada instante sufren persecución de la justicia, representada en sus más vulgares encarnaciones, y, con todo esto, gozan interiormente de bienaventuranza, felices por realizar un ideal de libertad que sólo a ellos les es dable conseguir. Acechando y espiando la ocasión de algún provecho, «aluspiando, estando al Pile, andando a la busca• —sus frases favoritas, como nota Baraja— (1), se brindan, con un natural cortés en sus relaciones con los señoritos, a toda comisión, a todo encargo. Sirven de soguillas en estaciones y mercados; son agentes de negocios de cualquiera; pero se rebelan contra toda relación de dependencia continua respecto a una sola persona. No toleran amo. El golfo, que lo es todo, que se hace momentáneamente a todo oficio, nunca es criado. Sólo conocemos una clase de jóvenes golfos sirvientes: el sirviente de casa de prostitución. Son estos muchachos afeminados, a quienes sus gustos por ocupaciones mujeriegas lleva a esos quehaceres, viviendo en la mancebía y formando en las filas del ejército de los invertidos. La fig. 1, da el retrato de uno de estos jóvenes invertidos, sirviente en casa de prostitución. La independencia es el fondo vivo del carácter del golfo, la nota que unifica y sostiene la inestabilidad inquieta de su espíritu, reflejada en su fisonomía movible y variable hasta las dislocaciones más estupendas, preparada de continuo a todo gesto, como denotando con ella la riqueza de estados interiores de su alma. Los más rústicos niños llegados a la corte, y caídos en esta vida por anomia familiar o por la propia impulsión del vagabundo, adquieren en breve esta facies especial, distinta por completo de la que trajeron, a menos que una lesión fundamental de la personalidad les retenga en los dominios de la imbecilidad o el idiotismo.

(1) Patología del golfo.


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Fig. 1. Joven invertido, sirviente de mancebía.

Por el ingenio, por la precoz intuición del mundo, por la disposición animosa para ganarse la vida sin trabajar, o en cosas que no supongan el suplicio de la atención constante y fija, abandonados y combatidos en una sociedad que no se preocupa de ellos, son —como nota Paulia Lombroso— (1) muy superiores a los niños de las clases acomodadas. Sus frases ingeniosas, sus hechos de habilidad, son conocidos de todos. La misma autora encuentra, en cambio, experimentalmente, cierta inferioridad de los primeros en el aspecto intelectual, v. gr., en la interpretación de palabras más o menos sencillas, pero cuidando de atribuir este hecho a la gran influencia ejercida por el ambiente. (2) Lejos de ser inferior en inteligencia, el niño golfo resiste también el paralelo en este punto. Tiene talento, pero no está (1) la psicologia dei bambini poveri, en Nuova Antologia, 1.2 de Abril de 1900.

(2) Sull'evoluzicme delle idee nei bambini, en Rivista di Scienze Biologiche, Octubre de 1899.


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instruido. En la única escuela donde no vale hacer novillos, en la escuela de la cárcel, sus progresos son grandes, como veremos. Además, sabe cuidar de su inteligencia y le gusta instruirse a su manera. Vendedor de periódicos y ediciones baratas, está al tanto de la política, de la pequeña literatura y de todos los acontecimientos del día, adquiriendo una cultura ocasional sorprendente, fácil e ingeniosamente asimilada. Hay en Madrid, como en toda población grande, un gran caudal de ilustración tirada, en forma de impresos rotos y sucios, a la basura, ilustración de la cual se aprovecha el golfo siempre que puede. En sus cuevas o madrigueras hemos hallado rudimentos de bibliotecas y pinacotecas. La más importante localización del trogloditismo madrileño se encuentra hoy en la Montaña del Príncipe Pío, en la vertiente que limita el solitario y árido paseo del Rey hasta la cuesta de Areneros. Alli, el aluvión de la montaña ha sido atacado por gentes en-antes y sin domicilio, jóvenes golfos, vagabundos, mendigos y prostitutas que rondan en torno a los cuarteles.18 Dos son los tipos de las excavaciones: el asiento de descanso y la caverna. Algunas de éstas tienen capacidad para una docena de personas y aun más. Los golfos las han abierto sirviéndose de cucharas y cajas de lata, pacientemente. Consideran como su obra maestra de ingeniería, una que, llegando hasta el muro del cuartel, permitía recibir el rancho desde el interior. Pero ésta, como otras muchas, ha sido destruida por la mano del hombre y por los agentes naturales. Los golfos las cuidan y arreglan como sus propios hogares. No hace mucho ejerció sobre todas estas cavernas una especie de dominio eminente cierto personaje siniestro, espadista de profesión, que ahora se encuentra cumpliendo condena. Conócesele en el bajo

18 En las inmediaciones de lo que fue Cuartel de la Montaña y hoy Templo de Debot, no lejos de la plaza de España.


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. LLANAS AGUILANIEDO mundo delincuente con el apodo de Capitán de las golfas, y es este individuo de rostro rapaz que se ve aquí retratado (fig. 2). La leyenda creada alrededor de este tipo, pretende que el titulado Capitán lo era, en efecto, de una verdadera compañía de golfos amaestrados en el hurto, a quienes distribuía en determinados barrios de la ciudad, retirando a la noche la mejor parte del botín. Según nuestros informes, sólo se trata de un vulgar baratero que impone sus exacciones a los débiles.

Fig. 2 El Capitán de los golfos.

En el interior de la caverna hay un poco de todo lo que se necesita para la vida. Hay esteras en el invierno, vajilla de cocina en todo tiempo, y en los rincones y quiebras del terreno, papeles impresos, hojas sueltas de algunos libros y láminas cromolitografiadas de novelas populares, especialmente del género bandidesco. Nosotros repasamos la colección de Las bandidos de la reina, de Conde y Sala7ar, y de José María el Tempranillo, de Fernández y González. No se debe dar a este hecho más valor que el que en sí tiene. Ésta es también la lectura habitual y preferida de las gentes del pueblo.


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Ante la boca de la cueva está el hogar. Allí se arregla la comida, se lavan los utensilios de cocina y arreglan su persona los habitantes. Véase uno (fig. 3).

Fig. 3. Troglodita.

Dos grandes riesgos amenazan la vida de estos trogloditas: el hundimiento y la inundación. Aún recuerdan con miedo la muerte de la Reina de los golfos, ocurrida hará tres años, a consecuencia de un desprendimiento de tierras en los desmontes próximos a la Cárcel Modelo. En las grandes lluvias, el peligro aturde a los más valientes. Verdaderos torrentes se precipitan por la vertiente de la montaña cegando todo hueco, y es forzoso salir rodando por las laderas. Pero éstos son episodios raros y breves en la vida de la caverna, que tantas noches, en cambio, presta su


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abrigo a los miserables hacinados en revuelta promiscuidad de sexos y de edades, mientras frente por frente, en la masa obscura de fachadas que cierra el horizonte, se destaca, tal vez, la ventana iluminada de algún sabio, estudiando los pies cúbicos de aire sano que tocan a cada persona humana. Dada esta vida, fácil es inducir los caracteres sociales y morales del joven golfo. Sus modales son poco honestos. Sus juegos y sus bromas, brutales. Su lenguaje, coprolálico. Blasfema sin impiedad, y tiene la cabeza llena de todas las cosas sucias y malas que se encuentran en las mancebías y en las tabernas de la mala vida, aun antes de comprenderlas. Se diría que, como la heroína de la comedia antigua, algunos jamás conocieron la doncellez, nunca fueron inocentes. Se diría... si alguna vez fuese esto posible. Con todo, no son pocos, relativamente, los que después de llevar esta vida en sus primeras edades, se salvan en la época de la pubertad, saliendo de la golfería. Observa Marro (1) que el exceso de energía que se desarrolla en el hombre a la llegada de la pubertad, sufre una transformación gradual de sus primeras manifestaciones violentas en el sentido de la laboriosidad y el orden. Marro estudia principalmente esta transformación en relación con la adquisición de condiciones que pueden hacer al hombre preferido por la mujer en la selección sexual. Pero aun siendo el motivo sexual el más poderoso en la producción de los cambios interiores y exteriores que acompañan a la pubertad, ésta impulsa también a la adquisición de condiciones sociales más estables y definidas en la concurrencia vital. No pocos jóvenes golfos toman entonces oficio lícito y útil, ganando en la sociedad puesto adecuado. Otros se alistan en el ejército, que los educa y disciplina, y no falta quien ingre-

(1) Le róle social de la puberté, en Reme Philosophique, Junio de 1899.


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se en el toreo o en la gimnasia, de cuyas disciplinas existen escuelas al aire libre en diversos lugares madrileños, conocidos de todos. Finalmente, el resto queda en la mala vida; pero mientras una parte pasa francamente a la vida criminal, otra permanece indefinidamente en la zona equívoca, de fronteras oscilantes, que separa la mala vida de la vida honesta; en el reino extenso de la rufianería y las profesiones inmorales. Éstos son los •notables equilibrista» de que habla Baroja, que se pasan la vida en equilibrio inestable, mas sin caerse, merodeando en los alrededores del Código penal, y sin que haya artículo que les agarre. «Muchos de ellos —añade— (1) son esos tipos mixtos de chulo y de polizonte, que se ven a las altas horas de la noche en las tabernas, buñolerías, cafetines, chirlatas y garitos de toda clase. Visten a la última moda de los barrios bajos, el pantalón ceñido en los muslos, holgado en la pierna y con dobleces hacia el tobillo; la chaqueta corta, aunque no tanto cono la de los toreros; el pañuelo de seda en el cuello, y en la cabeza un sombrero ancho los días de toros y un bulto negro o de color de café, un tanto inclinado hacia la oreja, en los días ordinarios. Estos puntos generalmente cambian de ocupación como de camisa; pero siempre los oficios que encuentran son descansados y les permiten echar un quince de vez en cuando. Son sucesivamente revendedores, matuteros, corredores de alhajas, prestamistas, jefes de la claque, ganchos de garitos, encargados de un Coin o de una casa de citas; tienen asuntos pendientes con señoras y con perdidas; hablan tan familiarmente con los del Gallo como con los más distinguidos carteristas;19 forman la

(1) Patología del golfo. 19 Punta individuo de poco fiar. Signo distintivo entre maleantes; lo que hace que unos sean considerados más que otros. Quince juego de naipes cuyo fin es hacer quince puntos con las cartas repartidas de una en


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parte inferior del ejército de los hampones, así como los políticos constituyen la espuma de la hampa». Por último, nos falta echar una ojeada a la caterva de fracasados y caídos, tal vez la más interesante de los golfos. Si la alegría despreocupada es la actitud del espíritu que distingue a los jóvenes golfos, y la seria presunción insolente y provocativa caracteriza al chulo en todas sus edades y variedades, a los golfos de la dase de los caídos les especifica el más negro pesimismo, la más amarga filosofía. Siempre en la sociedad se están verificando desprendimientos de seres, inútiles, por lo común, como dijimos; peto en las épocas de conmociones sociales, el fenómeno se hace más perceptible. Sirva de ejemplo el más reciente, el que hoy ofrecen nuestros repatriados. La locura y el alcohol enajenan en breve a matoides20 y degenerados; mas queda un contingente que no se da aún por vencido y vive rumiando siempre la amargura de ambiciones y deseos fracasados. una; semejante al siete y medio. Matutera quien introduce mercancías burlando el impuesto urbano de consumos; también, timador en juegos prohibidos, en garitos de juego. Jefe de la claque encargado de iniciar aplausos comprados en los espectáculos. Gancho de garita cómplice de un jugador que, fingiéndose ajeno, induce a los demás a caer en el engaño tendido. Los del Galia. chulos, matones, proxenetas, de ordinario afectados en el traje y en el comportamiento. Las acepciones ofrecidas por Salinas y Gil Maestre han sido contrastadas con Luis BESSES, Diccionario de argot español, Barcelona, Sucesores de Manuel Soler, s. f. (1905], ed. facsímil Univ. de Cádiz, 1989; Martín ALONSO, Enciclopedia del idioma. Diccionario histórico y moderno de la lengua española (siglos XII al XX), Madrid, Aguilar, 1958, y José Luis ALONSO HERNÁNDEZ, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Univ. de Salamanca, 1977. 20 En L'uomo di genio, 1889, acuñó LOMBROSO la expresión mattoide (del it. matto 'loco% que, aunque sin significación científica, habría de alcanzar pronta difusión. Pasó del italiano a otras lenguas (en castellano matoide) y fue manejada abusivamente por gentes de mentalidad cientifista. Una definición extensa del término en LOMBROSO, Los criminales, Barcelona, Atlante, s. f., pp. 64-65.


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Algunos se afilian en los partidos extremos y exaltados de la política, mitad por odio a lo existente, mitad por la esperanza quimérica de la revancha. En los días de grandes crisis sociales se les ve salir a los lugares públicos con sus malas cataduras y su indumentaria regresiva, de suerte que —como observa Arreguine, hablando de las épocas de revolución— (1) la nota de terror la dan primero los rostros que los hechos. De éstos los hay republicanos, los hay ácratas y de todos los partidos más o menos al presente desheredados. Hablando de religión, les distingue su furor deicida, y en moral, su escuela es el egoísmo.21 Otros son menos rebeldes, y como más adaptables, van pasando su vida sin pretender que la sociedad sufra grandes reformas a su medida. Con tal que se permita la esgrima del sable, tienen asegurado su pan de cada día. Hacen también a otros oficios. Sirven en empresas de lenocinio, de santeros en asociaciones delincuentes, etc., etc.22 Viejos ya, sucumben de inedia en calles y plazas, o acaban sus días en los hospitales, donde sus cuerpos, confundidos con los de mendigos, criminales y rameras, tatuados y marcados con todos los estigmas de la mala vida, representan y son, como la escoria de la dudad, en la que sigue latiendo la vida. No pocos se suicidan, semejándose en esto a sus congéneres los vagabundos, en los cuales —como enseñan Florian y

(1) La presencia en política, en Estudios Sociales, Buenos Aires, 1899.

21 Concepto ampliamente expuesto por Max NORDAU (Degeneración, cap. I del libro 110, como fruto de una debilidad cerebral degenerada, por la cual la percepción del mundo queda desajustada con respecto al individuo. Nordau basa sus explicaciones en el tratado de LECRAIN, Del delirio en los degenerados, París, 1886. 22 Esgrima del sable capacidad de apropiarse del dinero ajeno mediante triquiñuelas, de estafar; habilidad para sustraer carteras; intimidación con arma blanca en los robos. Santero: quien facilita datos al ladrón sobre el lugar donde va a robar.


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Cavaglieri— (1) el suicidio es bastante frecuente. Dentro de los tipos suicidas establecidos por Durkheim, (2) el suicidio de esta gente reviste dos formas típicas: a) la egoísta, caracterizada fundamentalmente por la apatía y tendiendo a la variedad escéptica más que a la melancólica; y b) La anómica, de la cual es carácter la irritación, el despecho, estallando en una recriminación violenta contra la vida en general al despedirse de ella.

IV DIFERENCIACIÓN DE ESPECIES En la reseña que precede hemos podido ver tres actos fundamentales que presiden y dominan la vida del golfo: el hurto con sus derivados, la prostitución y la mendicidad. La vida de los golfos está hecha, fundamentalmente, de estas tres cosas. El parásito —como escribe Salinas— (3) en lugar de recurrir a los procedimientos normales de la producción y el cambio, acude a procedimientos extractivos: por el despojo o por ciertas estimulaciones encaminadas a producir ciertas reacciones con las que se consigue la obtención del beneficio que se busca•. El caso del despojo forma parte de las manifestaciones delincuentes. Otra parte de estas mismas manifestaciones, juntamente con las de prostitución y mendicidad, coinciden —añade nuestro autor— (4) en el procedimiento sugestivo, por depender

(1) I vagabondi. (2) Le suicide, París, 1897. (3) Hampa, pág. 412. (4) Hampa, pág. 446.


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la acción de cada una de un estímulo sentimental». Todo ello, por último, compone el profesionismo parasitario. Salillas ha desenvuelto la teoría, unificando en ese concepto tres modos de actividad inmoral, cuya relación y mutuo parentesco advierten empíricamente todos. «Lo que varía en cada proceder —dice— es el sentimiento que ha de ser estimulado, y consecuentemente el modo de estimulación. No se han de emplear los mismos estímulos para despertar la sensualidad (prostitución), que para despertar la piedad (mendicidad), que para despertar la codicia (delincuencia). A cada estímulo le corresponde una estimulación adecuada». Pero los modos de acción son siempre los mismos, así en la acción parasitaria como en la normal. Salillas mismo los reduce a estos tres: coacción, sugestión, falsificación. «La prostitución —escribe— (1) tiene su falsificación adecuada; un modo de coacción que puede definirse como insistencia exhibicionista y un modo de sugestión que no es necesario definir. La mendicidad tiene su falsificación (simulaciones de deformidades y de enfermedades, etc.); un modo de coacción que puede definirse como insistencia mendicativa (a esto corresponde la locución española "pobre porfiado saca mendrugo") y un modo de sugestión bien conocido. Los mismos modos de acción se encuentran también en la delincuencia. Esto sentado, repetiremos que en el golfo se hallan las aptitudes, y en ocasiones hasta el ejercicio, de estos tres modos de vida, que mezcla a su capricho o según las conveniencias. Sucesiva o simultáneamente hurtan, mendigan o se prostituyen. La golfa que en la ciudad va mendigando, se prostituye en las afueras con el primero que pasa y se contenta de su cuerpo;

(1) Hampa, pág. 443.


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pero si nadie la quiere y el hambre aprieta, hurtará de camino lo que halle a mano. El mendigo santero de ladrones, la prostituta que, por el atractivo sexual prepara emboscadas, son ejemplos harto frecuentes de la simultaneidad de los modos parasitarios. Ciertos individuos, de naturaleza extremadamente errática e inquieta, permanecen indefinidamente en este estado; pero la mayoría de las veces, coincidiendo con la llegada de la pubertad, se verifica en los golfos cierta evolución a otro estado diferenciado. Ocurre entonces que, tomando como oficio definido alguno de los modos expresados, y ejerciéndole habitualmente, se agremian en la delincuencia, en la prostitución o en la mendicidad, transformándose en delincuentes, prostituidos y mendigos. Este hecho se señala por la pérdida de una cantidad de las tendencias erráticas propias del golfo. Al arraigar en alguno de esos estados diferenciados, experimenta también una serie de cambios y transformaciones en el sentido de la adaptación al nuevo género de vida, esto es, perdiendo caracteres que le estorben y desarrollando los que le faciliten, educándose, en una palabra, a veces sin darse cuenta. Sin embargo, la diferenciación nunca es tan completa que atrofie enteramente las aptitudes primarias para todo modo de parasitismo. Con frecuencia, su vida aventurera y perseguida, les fuerza a mudar de hábitos interiores y externos. Un curioso fenómeno que se presenta entonces es el del mimetismo, por virtud del cual, y obedeciendo al instinto de conservación, las especies biológicas abandonan o disimulan los caracteres por los cuales son perseguidas, imitando a otras especies distintas, disfrazándose, en una palabra. Como veremos en breve, en la diferenciación de especies de la mala vida, cuando éstas no adoptan la representación enteramente honesta, el mendigo es el más tolerado; por donde a cada instante, en la lucha defensiva, el criminal, por ejemplo, va larvado bajo el hábito del mendigo. Bajo la mala capa del pordiosero, se oculta en ocasiones la persona de un bandido. El fenómeno mimético es general y continuo en la mala vida.


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Numerosos factores determinan la diferenciación de las especies. Ya es la herencia, uterina o extrauterina, en virtud de la cual, los hijos continúan la profesión de los padres; ya la diversidad de temperamento, que lleva a los más impulsivos y ambiciosos a la vida criminal, y deja a los débiles de cuerpo y alma en la existencia mendicativa; ya un conjunto de circunstancias exteriores que, presentándose oportunamente, permite una explotación fácil; ya, en fin, la diversidad de sexo. Éste es el caso de la prostitución. la representación de la mujer en la mala vida es la de prostituta, como en la vida que llamaremos honesta, es la de mujer casada. Como la mujer, por causas que otros han dicho, no comparece en el mercado de la vida sino con sus atributos sexuales, únicos que se la piden y que ella ofrece, su papel se encuentra limitado hasta ese extremo. Las mujeres delincuentes están en minoría. Quételet23 calculó que la delincuencia femenina es cinco veces menor que la de los varones. Trabajos posteriores han venido a confirmar este promedio. Por lo que se refiere a España, doña Concepción Arena1,24

23 Adolphe QuÉTELET, en Ensayo sobre frica social, 1835, y La antropometría, o medida de las diferentes facultades del hombre, 1871, fue

el primero en aplicar la estadística a la medición de los fenómenos sociales. Subrayó la regularidad en el campo de los acontecimientos por encima del concepto del libre albedrío; de ahí que el concepto de hombre medio ocupa un lugar central en su teoría. 24 Fallecida Concepción ARENAL en 1893, sus obras completas se publicaron, y alcanzaron amplia difusión, desde 1894. BERNALDO DE QUIRÓS había de pronunciar el 2 de junio de 1934 la conferencia •Doña Concepción Arenal ante los dolores morales-, en la Escuela de Enfermeras del Hospital Central de la Cruz Roja (folleto editado por la institución, 28 pp.). Las preocupaciones fundamentales de la socióloga, la cuestión obrera, la reforma penal y la redención de la mujer, suscitan hoy una extensa


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advirtiendo que «no es posible dar más números exactos que el de las mujeres que extinguen su condena en la única penitenciaría que para ellas hay», afirma que «la proporción de penados de ambos sexos, es de una mujer por cada veinte hombres,. (1) A fin de restablecer el equilibrio entre las manifestaciones inmorales de ambos sexos, Lombroso, parificando la prostitución con la delincuencia, suma con las mujeres criminales las mujeres prostituidas. (2) Otros autores, entre los cuales Viazzi (3) recuerda a Tarde, De Ryckére, Lucchini, Colajanni, Tammeo, Ferriani, Marro, Sergi, Riccardi, Morasso, etc., combaten la idea del maestro de Turín. Mas en la discordia, la paz puede establecerse afirmando que, modos ambos del profesionismo parasitario, en el cual se unifican, prostitución y delincuencia son dos formas deshonestas de la actividad, de las cuales la una es más frecuentada por las hembras, la otra por los varones, pero sin excluirse; antes bien, con frecuentes anastomosis. Criminalidad, prostitución y mendicidad, en la extensión y sentido que nosotros trataremos de ellas, son, como hemos dicho y repetido, distintos modos de un fenómeno único: el parasitismo.

(1) Estado actual de la mujer en España, en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Agosto, 1895. (2) Lombroso y Ferrero, la femme criminelle et la prostituée, trad. de Luisa Meille, París, 1896.

(3) La lotta di sesso, Milán-Palermo, 1900, pág. 368.25

25 La lata di wsso, de Pio VIAZZI, Milán-Palermo, 1900, fue traducida por LLANAS y QUIRÓS, «con adiciones y correcciones escritas expresamente para la edición española•, en 1902, Madrid, Legislación Española («Biblioteca Scaevola•, II). LIANAS aprovecharía el tratado de Viazzi con profusión para el fundamento antropológico de los personajes femeninos en sus novelas Del jardín del amor, 1902, Navegar pintoresco, 1903, y Pityusa, 1907, y en algunos relatos.


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Pero el modo de reacción que la sociedad usa respecto de cada uno es distinto, y de aquí la diversa posición en que la sociedad tiene a sus parásitos. Al delincuente, cuyo ataque siente con dolor, le persigue. Al mendigo le tolera, por confusas razones de piedad supersticiosa. Finalmente, con la prostitución se pacta un cambio de servicios, esto es, una simbiosis. En una de sus obras, (1) doña Concepción Arenal escribe una especie de fábula, que pudiera titularse, al uso de las fábulas, La prostituta, el vicio y el Estado, y la cual encierra, como todas, su gran verdad y sana moraleja. En ella, entre los tres, arreglan y conciertan el pacto desdichado de la prostitución reglamentada. La prostituta se ofrece a todo, con tal que se la mantenga. El vicio la desea para instrumento de su goce y salvaguardia de las mujeres honradas que se reserva; mas teme la escasa seguridad personal que ella puede ofrecerle, y teme, sobre todo, por su salud: teme la sífilis. El Estado se acerca, y oyendo sus razones, dicta los reglamentos de la prostitución: «1.º, con un fin sanitario, con objeto de que las mujeres prostituidas no propaguen las enfermedades contagiosas; 2.º, con un fin moral, para prevenir y reprimir la tercería, la seducción y la corrupción; 3.9, para garantizar la seguridad pública, evitando que los lugares de prostitución puedan servir de refugio a ladrones y ratero. (2) La simbiosis está hecha; todos contentos. Tenemos, pues, que en relación con el organismo social, la caracterización de cada uno de los oficios parasitarios, es la siguiente: Criminales = enemigos. Mendigos = comensales. Prostitución = simbiosis, mutualismo. (1) El pauperismo. (2) Reglamento para la prostitución de Berlín, de 18 de Diciembre de 1850 (cit. por González Fragoso, La prostitución en las grandes ciudades, Madrid, 1887, pág. 91).


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Con todo, a pesar de la hostilidad con que aparece ante nosotros, el delincuente es el tipo superior en la mala vida. La lucha en que se ve obligado a vivir le ha dotado de un caudal de energías y actividades que no se encuentra en sus especies similares, los mendigos y las prostitutas. Que él las emplea en contra nuestra, es cierto; mas no por eso su personalidad psíquica deja de poseerlas. Comparando mujeres criminales y prostituidas, la señora Tamowsky llega a establecer la superioridad de las primeras: a) Porque la tara hereditaria de las ladronas es menor que la de las prostitutas; b) Porque también es menor en las ladronas el número de estigmas degenerativos; c) Porque igualmente es mayor entre las ladronas el número de nacimientos; d) Porque asimismo son mayores entre las ladronas los diámetros principales del cráneo y su circunferencia horizontal; e) Porque, en cambio, son menores en las ladronas los cigomas y las mandíbulas; f) Porque el nivel moral e intelectual de las .ladronas traspasa el de las prostitutas; aquéllas tienen más amor propio, su espíritu es más vivo, más energético y resistente en la lucha por la vida, son menos perezosas y no temen tanto al trabajo; y g) Porque por incorregible que sea la ladrona habitual, y por numerosos que sean sus delitos, no puede, sin embargo, cometerlos y repetirlos a cualquier hora del día y de la noche, como la prostituta. (1) Sirva este resumen de ilustración a la superioridad general del criminal sobre la prostituta. Cuanto al mendigo, es la especie inferior en la mala vida. Dos hechos importantes inducen a establecer esta afirmación. Es el primero, que en la diferenciación de las especies de la

(1)

Études anthropométriques sur les femmes voleuses et les prostituées,

París, 1890.


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mala vida, son los seres más débiles, los más inútiles, los que tocan a la mendicidad. El segundo es que cuando la edad o la inutilidad determina en criminales y prostitutas una evolución regresiva, unos y otras, disolviéndose, caen en la mendicidad, finisterre de la vida parasitaria.

V CARACrtRES COMUNES Antes de comenzar el estudio monográfico de la delincuencia, la prostitución y la mendicidad, debemos investigar los caracteres comunes a toda clase de gentes de mal vivir, por virtud de los cuales se diferencian del resto de las gentes. Pero evidentemente, por marcadas que fueran las diferencias entre una y otra clase, debe existir, no obstante, y en primer término, un caudal de propiedades en que participen ambas. Las gentes de mal vivir no caen sobre este mundo desprendidas de otros planetas, como otros tantos enigmas que descifrar. Salen, al contrario, de entre nuestros semejantes, y por fuerza, así en lo físico como en lo psíquico, reproducen, exactos o modificados, los caracteres fundamentales de la clase en que han nacido. Estudiando nosotros la baja vida en un medio perfectamente localizado, veremos en los individuos alistados en ella buen número de propiedades comunes a las bajas clases sociales madrileñas. Podemos presentar algunos datos antropométricos. Índice cefálico. Sírvennos para esta comparación, de una parte, el magistral estudio del doctor Olóriz, sobre el índice cefálico en España, (1) de otra, los cua(1) Distribución geográfica del índice cefálico en España, deducida del examen de 8368 varones adultas, Madrid, 1894.


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demos de Antropometría criminal formados por el funcionario del Cuerpo de Establecimientos penales, don Enrique Díaz Sánchez, que debemos a la atención de don Rafael Salillas.26 El índice medio de 697 madrileños, medidos por Olóriz, es de 77,87. El de 119 delincuentes, madrileños también, medidos por Díaz Sánchez, es de 78,53. Se observa, pues, en los delincuentes una ligera tendencia a la exageración del tipo local, que hasta ahora es el único resultado a que parecen conducir las investigaciones de los sabios. (1) Estudiando la composición de la serie delincuente, veremos que no es distinta de la serie normal. Según Díaz Sánchez, sus 119 delincuentes madrileños se dividen de este modo:

10 Dolicocéfalos 71 Mesaticéfalos 36 Sub-braquicéfalos 2 Braquicéfalos

Índice medio

Proporción por 100

73,73 77,44 81,53 87,80

8,40 59,66 30,25 1,68

(1) V. un resumen de ellas en Francotte, La Antropología criminal Madrid, 1893, pág. 35.

26 Olóriz, Antón Fenándiz, Aranzadi, Álvarez Taladriz y Luis de Hoyos pueden considerarse el grupo iniciador de la antropometría en España. OLÓRIZ había anticipado el contenido de su libro —seguidor del método de Bertillon—, en dos conferencias en el Ateneo de Madrid, bajo el título •Algunos caracteres antropológicos del pueblo español•, extractadas por Luis DE HOYOS en La España Moderna (mayo de 1894), pp. 175186. Semblanzas de Aranzadi y de Olóriz pueden verse en unas páginas de BAROJA (Obras completas, VII, Madrid, 1949, pp. 934-936). ÁLVAREZ TALADRIZ daba a la prensa en 1899 un Manual de antropometría judicial Madrid, V. Suárez, con prólogo de Manuel Antón Fenándiz, creador del Laboratorio del Museo de Historia Natural.


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Nótanse en este cuadro tres hechos principalmente: a) La distancia que separa los índices extremos, distancia que es de 14,07 y no se encuentra superada ni igualada en las series más nutridas de Díaz Sánchez, sino en las de Alcalá de Henares y Cuéllar, por la injerencia de un hiperdolicocéfalo con 68,62 en la primera, y de un hiperbraquicéfalo con 90,55 en la segunda. Eliminados estos dos rasas, que, por su marcada desviación del promedio, pueden conceptuarse anormales, la serie madrileña contiene 4,05 más que aquella otra en que se hace mayor la separación de los índices extremos (Torrelaguna, en que llega a ser de 10,02 con sólo 9 sujetos). b) la proporción ligeramente mayor (1,31), comparada con la serie total, pues ésta sólo da 7,09 %, en que se encuentra la dolicocefalia entre los delincuentes madrileños. c) La notable proximidad del promedio de la serie madrileña (78,53) al promedio de las series de las cuatro provincias (Madrid, Toledo, Ávila y Segovia) agrupadas por Díaz Sánchez (78,75). la diferencia, en efecto, es sólo de 0,22; esto es, 0,16 menos que la más próxima inmediatamente después (Segovia). Ahora bien, Olóriz nota estos mismos hechos en su serie de normales. El primero es debido a la complejidad de la población de Madrid, «formada por todos los elementos étnicos nacionales, cruzados infinitas veces y renovados por la continua inmigración centrípeta de las provincias,. (1) El tercero es, a su vez, consecuencia de este mismo hecho, pues el resultado de tan continuo cruce es que .el pueblo de Madrid represente con bastante exactitud al general de España., (2) del que es producto. Cuanto al segundo, pudiera atribuirse a la acción dolicocefalizante de las grandes poblaciones, afirmada por los modernos antroposociólogos, y discutida, no obstante, por Olóriz. (3) (1) Distribución geográfica del índice cefálico en España, pág. 224. (2) Distribución geográfica del índice cefálico en ETaña, pág. 225. (3) Distribución geográfica del índice cefálico en España, pág. 45.

BIBLIOTECA AZLOR INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES HUESCA


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. LLANAS AGUILANIEDO Talla. En sus cuadernos de Antropometría criminal, Díaz Sánchez da también la talla de los sujetos; pero no se cuida de separar los que proceden de la capital de los que proceden del resto de la provincia, razón por la cual no podemos servimos de sus datos ni establecer comparaciones rigurosas. •Es muy notable —dice Olóriz en otro estudio sobre la talla— (1) el hecho de que de 853 reclusos (de la Cárcel Modelo de Madrid), de veinticinco a cincuenta años, den talla media 2 centímetros más baja que 857 sujetos libres, de la misma edad.. El mismo autor dice que 2.000 filiados en las requisitorias judiciales registradas por Aranzadi y Hoyos, dieron a éstos talla media de sólo 162 centímetros. Hoyos mismo da por probable que la talla de los delincuentes debe ser algo inferior a la media normal. (2) Pero todos cuidan de dar este carácter, no como rasgo anatómico propio de los delincuentes, sino como efecto de las condiciones sociales en que viven las clases de donde salen los delincuentes. Varia. Los cuadernos de Sánchez Díaz ofrecen también otros datos. No encontramos manera de compararlos con los referentes a sujetos normales. Con todo, damos un resumen de ellos por si, andando el tiempo, la comparación pudiera hacerse.

Provincias Madrid Ávila Segovia Toledo

Índice nasal 68,48 75,00 74,10 72,32

Circunferencias Tórax Cabeza 560 562 560 557

864 888 882 873

(1) La olla en España, discurso de recepción en la Real Academia de Medicina, Madrid, 1896, pág. 50. (2) Aranzadi y Hoyos, Lecciones de Antropología; tomo I, Técnica Antropológica y Antropología física, por Luis de Hoyos, 2? ed., Madrid, 1899, pág. 490.


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Pondremos también algunos ejemplos de caracteres psíquicos, intelectuales y morales. Cultura. Sírvanos de medida el conocimiento del alfabeto. En un tercer trabajo, Olóriz considera que esta circunstancia tiene la fijeza y la estabilidad del cero en la escala termométrica, pues «así como éste señala el paso del agua del estado sólido al líquido, así el aprendizaje de la lectura señala en el hombre un cambio de estado no menos profundo y radical en su valor sociológico, pues pasa de la vida estancada y casi solitaria, como es la del que sólo tiene medios de comunicación directa con sus inmediatos, a otra vida de acción intelectual ilimitada en que, a favor de la lectura, comunica con los puntos más distantes de la tiena y con los hombres más remotos del pasado.. (1) El nivel de la cultura en la mala vida no difiere mucho de aquel a que llega la masa general de la población. No es extraño que el 75 % de las prostitutas carezcan de instrucción, (2) si, «en conjunto —como escribe Olóriz— (3) las hembras de la población activa (quince a cincuenta años) cuentan más de 70 (70,7) % de analfabetos». Con todo, no sería aventurado decir que, al menos entre los delincuentes (especie superior en la mala vida, como advertimos), el grado de cultura traspasa el promedio a que llega en las bajas capas de la sociedad. Olóriz dice haber observado que de cada 100 huérfanos, más de la mitad (55) carecen por completo de instrucción primaria. (4) Nosotros, estudiando las fichas antropométricas de 333 jóvenes delincuentes (de hasta diez y ocho años), filiados en el

(1) Analfabetismo en España, discurso leído en la Real Academia de Medicina, Granada, 1900, pág. 81. (2) R. G. Eslava, La prostitución en Madrid, Madrid, 1900, pág. 37. (3) Analfabetismo en España, pág. 89. (4) Analfabetismo en España, pág. 112.


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Gabinete antropométrico de la prisión celular de Madrid, hemos hallado lo que sigue: Leen y escriben corrientemente Leen y escriben malamente Leen y no escriben No saben leer ni escribir

170 20 12 131

51,05 6,00 3,60 39,03

Siendo de 36,72 %, según Olóriz, la proporción general de los analfabetos en Madrid, los jóvenes delincuentes de la población, sólo cuentan un 2,31 más de ignorantes en su clase. Sentimiento religioso. En punto a religión, las gentes de mal vivir son también, sobre poco más o menos, iguales a las demás personas de las clases sociales de donde proceden en mayor número. Hemos hablado del furor deicida de algunos individuos de la mala vida. Los hay asimismo escépticos, entre los que proceden de clases en que el escepticismo ha abierto brechas. Éstos son, por lo común, golfos de los que nosotros hemos llamado los caídos. Los demás, generalmente, son en religión creyentes vulgares. «Estudiando a la mujer en todos los grados de la escala social —dice doña Concepción Arenal—, (1) en el vicio, en el delito, en la honradez y en la virtud, admira la semejanza religiosa en medio de tan esenciales diferencias, y cómo la pobre harapienta y la gran señora, la prostituta y la hermana de la caridad, creen que la religión es el culto, e igualan lo accesorio, o le dan la preferencia sobre lo esencial. Por encima o por debajo de las creencias, hay en unas el pecado y en otras la virtud; pero como si en medio hubiese una zona religiosa neutral, moralmente hablando, criaturas perversas, no se tienen ni son considerarlas como impías. La adúltera, en el hogar que man-

(1) Estado actual de la mujer en España.


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cha; la prostituta, en la casa infame; la delincuente, en la prisión, sin estar arrepentidas, son devotas y esperan el cielo, no de la enmienda, sino de prácticas exteriores, fáciles por lo común, y aun atractivas, de sufragios y oraciones e indulgencias que se aplican, y cuyo mérito exageran hasta que pueda suplir el que les falta». Esto es exactísimo. Un refrán castellano afirma que «no hay puta ni ladrón que no tenga su religión. Llevan escapularios y medallas, adornan sus estancias con imágenes y efigies milagrosas, y hasta en su propio cuerpo llevan tatuados, según veremos, emblemas religiosos. Asisten a las iglesias, ofrecen novenas por el éxito de sus asuntos, queman cirios, encienden lámparas, y en todo esto, si el estado psíquico del creyente no se diferencia del resto honrado de los creyentes vulgares, el culto apenas se distingue por ciertas deformaciones y desviaciones de la ortodoxia, producidas en la general descomposición social de las bajas capas sociales. Supersticiones. Mezclados, en extraña conexión con las creencias religiosas católicas, se encuentran vestigios de animismo, hechicería y otras prácticas supersticiosas. (1)

(1) Mediante la estadística demográfica, pude venirse en conocimiento del arraigo que aún tienen ciertas supersticiones. Una de ellas, v. gr., es considerar nefastos los martes y viernes, especialmente en cuestión de bodas. Ahora bien, véase la distribución de matrimonios en Madrid, según los días en que se celebraron (Anuario estadístico demográfico publicado por el Ayuntamiento de Madrid, año de 1897; Madrid, 1899, pág. 506): oda

Lunes

493

13,07

Martes

186

4,93

Miércoles Jueves

400 496

10,61 13,15

Viernes

339

8,99

Sábado Domingo

963 894

25,54 23,71


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«Resabios del animismo primitivo —dice Aranzadi— (1) son las preocupaciones corrientes en España de la buena y la mala sombra». A la hechicería o fetichismo corresponden los talismanes y amuletos. La creencia en el sino y en los sueños, como también en el poder de personas capaces de predecir el uno, descifrar los otros y dirigir y lograr fuerzas y efectos naturales y sobrenaturales, entran también en el número de las supersticiones más corrientes. La mala vida conserva toda clase de supersticiones populares, habiéndose creado o adaptado otras que en el estado actual de las conciencias más bien parecen automatismos o rutinas profesionales. Tal sucede con las supersticiones de prostitución. Para tener suerte, las pupilas de mancebía echan espliego al brasero, sácanlo a la escalera, y allí, remangadas las faldas, van tomando sahumerios. Verter agua de la vergonzosa jofaina a los pies del primer llegado, da buena sombra para el resto de la jornada. También trae buena sombra el pedacillo de papel de cigarro ajeno que, corriéndose la lumbre, ha logrado resistir el fuego. Este papel se arranca del cigarro, se le besa y se coloca entre el pelo o entre la media y la carne, precisamente debajo de la liga. Arrancar y guardar el lazo que sujeta interiormente la badana del sombrero de los hombres, da, asimismo, buena sombra. A este lacito se le llama virgo, y virgo también es el primer cigarro que se saca de la cajetilla, y otras muchas cosas que se estrenan, las cuales —naturalmente— traen, por contraste, la buena dicha. Señal de queda es encontrar la funda de una cajetilla, etc., etc. (2) (1) Hoyos y Aranzadi, Lecciones de Antropología, tomo II, Etnología, por T. de Aranzadi, 2? ed., Madrid, 1899, pág. 423. V. lo que dice a propósito de lo que él llama -mestizaje religioso.. (2) Debemos a nuestro amigo Rafael Urbano/ muchas noticias y observaciones sobre supersticiones populares, hechicerías, sortilegios, etc., algunas de las cuales aprovechamos en este libro. 27 Compañero en el Ateneo y, en el caso de Llanas, también en la efimera redacción de Revista Nueva durante 1899. LLANAS tomó notas para su


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Podríamos entretenemos ahora hablando del amor, de los juegos y las fiestas, de las manifestaciones estéticas y demás en la mala vida, en todo lo cual nuevamente veríamos que no son distintas estas cosas de como aparecen en las clases populares de la sociedad madrileña, con aquellos caracteres primitivos revelados en la impetuosidad de la pasión, en la alegría bulliciosa, en el lujo de agitación y movimiento, por virtud de los cuales se diría que en este mundo el observador se halla más cercano al estado de naturaleza si, como algunos parecen olvidar, no fuera también naturaleza la cultura, que va modificando la psiquis primitiva. El alma de las gentes de mal vivir es, en resumen, el alma popular, y lo específico en ella es sólo las modificaciones que introducen estos dos factores: el carácter vagabundo y las deformaciones profesionales, que pasamos a considerar inmediatamente. 1) Carácter vagabundo

No erró la sabiduría popular al concebir la vagancia como madre de todos los vicios. Criminales, mendigos y prostitutas son hermanos en ella, porque entre éstos la vida se com-

su libro Alma contemporánea, 1899, de unos •trabajos próximos a publicarse de Rafael Urbano». Quirós reseñaba con cierta frecuencia obras de Urbano en la prensa. BAROJA, maligno y desencantado de la antropología criminal, ridiculizó a la redacción de Revista Nueva en su novela Silvestre Paradox, 1901. Llanas, Quirós y Urbano participan del personaje esperpéntico Pelayo Huesca. Lo reconoce el mismo BAROJA en sus memorias (Galerías de tipos de la época, pp. 82-83) y lo evoca tal como quedó caracterizado en la novela: •Bajito, cetrino, achinado»; •Urbano, que era pequeño y moreno y llevaba un macferlán negro en invierno, tenía con esta prenda de vestir algo de estampa de murciélago•. Dice Baroja que Urbano recogía historias de maleantes y le caricaturiza en la novela con este matiz folletinesco, de buscador de historias desarraigadas, que recuerda las incursiones nocturnas por los bajos fondos de los autores de La mala vida en Madrid.


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pone de tiempos de pereza (1) y de excitación al movimiento y los placeres, en bruscas y veleidosas alternativas, que se avienen malamente con la disciplina social del trabajo y la conducta. Ferrero estudia muy bien la incapacidad para el trabajo del delincuente. •El criminal —dice— (2) es capaz de desarrollar en ciertos momentos una actividad intensa, pues ciertos delitos, v. gr., el hurto y la estafa, requieren con frecuencia una gran laboriosidad, y deben venirse preparando de antemano con complicadísimos artificios. Lo que le repugna es el trabajo regular y metódico, prolongado por muchas horas y monótonamente repetido cada día; de suerte que si bien es capaz de desarrollar un esfuerzo extraordinariamente intenso en determinados momentos para consumar un delito cualquiera, se rebela contra toda ocupación que le lleve todos los días, a la misma hora, al mismo lugar y ante el mismo instrumento, a realizar, durante un número de horas iguales, la misma operación. Él es un irregular del trabajo, un caprichoso de la fatiga, que quiere trabajar cuando le parece conveniente y no cuando quiera otro, alternando los esfuerzos intensos con largas horas de ocio». Muchos delincuentes dicen tener oficio. Pero es preciso estudiar cómo le ejercen. Los cambios frecuentes de profesión, la

(1) Es muy significativo que, como observa Joly (Le crime, París, 1888, pág. 56), en el argot francés las gentes de mal vivir se designen a sí propias con los nombres de haute pégre y basse pégre, palabras visiblemente derivadas de pigritia, pereza. En la jerga española existen también conceptuaciones análogas, aunque menos aparentes. [V. lo que dice Safillas sobre la etimología de las palabras hampa, hería y carda (Hampa, pág. 19), sobre la picardía (pág. 22) y sobre la vagancia nacional (pág. 29)1. (2) La morale primitiva e l'atavismo del delitto. Las ideas de Ferrero sobre la incapacidad para el trabajo del criminal, han sido bien recibidas por los nuevos criminalistas. «El criminal —dice Ferri (La justice pénale, Bruselas, 1898, pág. 13)— padece de una incapacidad fisio-psíquica para el trabajo regular» y «ésta —añaden Florian y Cavaglieri (I vagabondh— puede decirse que es la fórmula que resume la opinión dominante entre los que han estudiado la psicología del delincuente•.


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laxitud y descuido con que se dan a la obra, los largos ocios con que alternan cualquier esfuerzo, revelan al holgazán por temperamento, dispuesto sólo a consumir, derrochándola, la energía acumulada durante la holganza, en placeres violentos, bulliciosos y desordenados, en el juego, en el baile y en el ruido; en la unión de estas cosas, en la orgía, o, para decirlo en madrileño, en la juerga. Lombroso nota que el placer preferido por los delincuentes es la orgía. Gil Maestre comprueba esta observación en el delincuente madrileño.28 «A esto sacrifican todo, su casa y hasta sus vestidos. Un día pasado en la China —dice—, (1) les compensa de anteriores privaciones. Sueñan con la juerga durante las horas aburridas en que esperan y acechan a las víctimas, y en tanto que cumplen la quincena, castigo del blasfemo. Sibaritas (!) en cuanto sus recursos lo permiten serlo, jamás miran hacia adelante; no cuidan sino del presente; hacen los afanas para gozar, y gozan y derrochan y se divierten hasta consumir el último céntimo». Cuanto a las prostitutas, plena es su semejanza —dicen Florian y Cavaglieri— (2) con los vagabundos. Todos los autores que han estudiado a las mujeres dedicadas a este triste oficio, afirman que los hábitos psicológicos habituales en ellas son la pereza, el ocio, el horror a toda clase de trabajo metódico y continuado, la apatía más completa. Al mismo tiempo, en esta

(1) Los malhechores de Madrid, Gerona, 1889, pág. 11. (2) I vagabondi, parte rv, cap. II, § 6.

28 Había publicado M. GIL MAESTRE con anterioridad la criminalidad en Barcelona y en las grandes poblaciones, 1886. Estos trabajos no

podían tener para Quirós y Llanas más que un valor meramente documental. Gil Maestre tardó en descubrir la ciencia de Lombroso y no hay claras referencias a ella hasta un extenso artículo suyo de 1905, •El delincuente nato profesional», en Revista Contemporánea Madrid (julio-diciembre), pp. 221-232, 303-317, 471-480, 587-595 y 715-725.


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inflexible indolencia y absoluta ociosidad, se agita en las prostitutas una gran necesidad de cambios y movimientos. De aquí su repugnancia a vivir en familia, a permanecer siempre con un mismo hombre; de aquí su vivísima predilección, su afición extraordinaria a los placeres bulliciosos y espectáculos de todo género. Un refrán de prostitución afirma que •para ser puta y no ganar nada, más vale ser mujer honrada. Con todo, no se verá una sola que, dejando su profesión por falta de ganancias, quiera hacerse y se haga laboriosa. En su novela Misericordia, Pérez Galdós29 presenta un tipo de prostituta descrito con admirable lucidez.

29 Resulta evidente que La mala vida en Madrid recogía materiales producidos por los autores para otros proyectos, como estas indagaciones de tipología criminal en la novela. El libro de Enrico FERRI, Los delincuentes en el arte, de factura lombrosiana y maxnordiana, era tomado como ejemplo de tales investigaciones por QUIRÓS, quien lo había traducido para la editorial de V. Suárez en 1899. En la p. 23 señala la aparición del libro de Rafael ALTAMIRA De historia y arte, y escribe: •Uno de los pocos que se han penetrado en nuestro país de la importancia de la novela para la ciencia y la vida•. Y más adelante (p. 274, nota): •Gran número de novelas y cuentos, con figuras y episodios criminales, podrían señalarse en nuestra literatura contemporánea. Quizá alguien los estudie en breve, pues además de Altamira E...] mi amigo Llanas Aguilaniedo alguna vez me ha comunicado su deseo de escribir sobre los tipos desequilibrados y degenerativos de ciertos novelistas (v. gr., de Galdós, de cuyo Federico, en Realidad, escribe una primera impresión en su excelente y bien recibida Alma contemporánea)•. El mencionado libro de Ferri aborda el estudio de algunos textos de Tolstoi y Dostoievski, como harán Quirós y Llanas en páginas sucesivas. No faltaban los ejemplos: E. POZZI, •Dostoyewski e gli strangolatori della vecchia•, Scuola Positiva nella Giurisprudenza Penale (junio de 1894); A. F. KONI, •Dostoyewski crirninaliste», Revue Internationale de Sociologie, VI (1898); Guido POMPILONI, Tolstoi, 1895, todos ellos comentados en el libro de Ferri. Por otra parte, la novela Misericordia tenía para Quirós y Llanas el interés añadido de recoger vulgarismos de las clases populares del sur de Madrid, zona en la que predominó la afluencia de formas andaluzas, el


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Este fragmento enseña perfectamente lo que es el carácter vagabundo, y como verdadera historia clínica, queremos trasladarle: Pedra era huérfana; su padre fue empleado en el Matadero de cerdos, con perdón, y su madre cambiaba en la calle de la Ruda. Murieron los dos, con diferencia de días, por haber comido gato. Buen plato es el micho; pero cuando está rabioso, le salen pintas en la cara al que lo come, y a los tres días, muerte natural por calenturas perdicíacas En fin, que espicharon los padres, y la chica se quedó en la puerta de la calle sentadita. Era hermosa; por tal la celebraban; su voz sonaba como las músicas bonitas. Primero se puso a cambiar, y luego a vender churros, pues tenía tino de comercianta; pero nada le valió su buena voluntad, porque hubo de cogerla por su cuenta la Diega, que en pocos días la enseñó a embriagarse y otras cosas peores. A los tres meses, Pedra no era conocida. La enflaquecieron, dejándola en los puros pellejos, y su aliento apestaba. Hablaba como una carreterona, y tenía un toser perruno y una carraspera que tiraban para atrás. A veces pedía por el camino de Carabanchel, y de noche se quedaba a dormir en cualquier parador. De vez en cuando se lavaba un poco la cara, compraba agua de olor, y rociándose las flaquezas, pedía prestada una camisa, una falda, un pañuelo y se ponía de puerta en la casa del Comadreja, calle del Mediodía Chica. Pero no tenía constancia para nada, y ningún acomodo le duró más de dos días. Sólo duraba en ella el gusto del aguardiente, y cuando se apimplaba, que era un día sí y otro también, hacía figuras en medio del arroyo, y la toreaban los chicos. Dormía sus monas en la calle, o donde la cogía, y más bofetadas tenía en su cara que pelos en la cabeza. Cuer-

flamenquismo y el caló de las colonias de gitanos. Así, en el fragmento reproducido, cambiaba: en germanía, y en relación con las rasas de mancebía, alternaba; perdiciovn corrupción por perniciosas; espicharon: vulgar, murieron; ponerse de puerta: exhibirse a la puerta del establecimiento para llamar la atención de los hombres; apimplaba: emborrachaba.


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po más asistido de cardenales, no se conoció jamás, ni persona que en su corta edad, pues no tenía más que veintidós años, aunque representaba treinta, hubiera visitado tan a menudo las prevenciones de Inclusa y Latina 1...1•. Finalmente, en el mendigo la incapacidad es más grave todavía, como que su estado —según veremos— es el último en la degradación parasitaria. Conocido es el experimento referido por Monod. •Un hombre de bien —dice— (1) ha realizado acerca de los mendigos de París una experiencia de las más curiosas e instructivas. Quiso saber de una manera segura qué parte de verdad contenían los lamentos de los mendigos válidos, y para ello se entendió con unas cuantas personas honradas, comerciantes e industriales, quienes se comprometieron a dar trabajo y un salario de cuatro francos, durante tres días, a cuantos se presentaran con una esquela que el primero distribuiría. En ocho meses se encontró con 727 pobres válidos, que se quejaban, naturalmente, de falta de trabajo. A los 727 les advirtió que tenían trabajo bien pagado para ellos, y que podían acudir a su casa, donde les entregaría una nota con las señas del punto en que habían de trabajar. El resultado fue el siguiente: 415 ni siquiera acudieron a recoger la nota. 138 la tomaron, pero no se presentaron a su destinatario. Unos cuantos fueron, trabajaron medio día, cobraron dos francos, y se fueron para no volver, y otros desaparecieron después del primer día. En resumen: de los 727, 18 tan sólo continuaron trabajando durante los tres días. De suerte —añade el señor Monod—, que de 727 hombres que mendigaban por París, quejándose de morir de hambre, y pidiendo con lágrimas trabajo, sólo 18

(1) Le cita Sanz y Escartín, El individuo y la reforma social Madrid, 1896, pág. 205.


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deseaban sinceramente encontrarlo, o sea 1 por cada 40. Esta experiencia, efectuada durante varios meses sobre varios cientos de individuos, tiene realmente un carácter decisivo». 2)

Deformaciones profesionales Tenemos aislado, por consiguiente, un primer carácter propio de las gentes de mal vivir: el temperamento vagabundo, mediante el cual, incapaces de una adaptación social completa, arraigan en la mala vida, dándose al profesionismo parasitario. Ahora bien; la vida parasitaria implica degradación. En el reino natural, el parásito, a través de una metamorfosis regresiva, se deforma, perdiendo funciones y órganos hasta quedar reducido a un organismo inferior. Conocidos son los ejemplos, verdaderamente notables, de algunos crustáceos de la familia de los entoniscideos, de la sacculina, otro crustáceo parásito del cangrejo de mar, de diversos insectos, etc., etc. En el mundo social no pasan las cosas de otro modo, y así se les ve perder a estos parásitos todo el conjunto de propiedades ético-sociales del grupo de que salieron, deformando toda su vida, sin darse, al parecer, cuenta. Aquí debemos trasladar un exactísimo pasaje de Tolstoi: «Se imaginan las gentes —dice en Resurrección—, (1) se imaginan que el ladrón, el traidor, el asesino o la prostituta se avergüenzan de su oficio, o, cuando menos, que le tienen por malo. En realidad no hay tal. Los hombres a quienes su destino o sus faltas han colocado en una situación determinada, por inmoral que sea, se las arreglan siempre para formarse una concepción general de la vida en que su situación particular pueda aparecer como legítima e importante. Y

(1) Resurrection, París, 1900, parte 1.a, cap. XI.


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para confirmar en sí mismos esta concepción, se apoyan instintivamente en otros hombres que se encuentran en la misma situación que ellos y que conciben de la misma manera la vida en general y su puesto en esta vida en particular. Nos asombramos viendo a los ladrones enorgullecerse de su habilidad, a las prostitutas de su corrupción y a los asesinos de su insensibilidad. Pero si nos asombramos es tan sólo porque el número de estas personas es muy escaso, y porque su esfera de acción se encuentra fuera de la nuestra. Y en cambio no nos sorprende ver a los ricos engreídos de su riqueza, es decir, de sus latrocinios y recelos, y a los poderosos de su prepotencia, o lo que es lo mismo, de sus violencias y crueldades. No nos apercibimos de la manera con que estas personas deforman y pervierten su concepción material de la vida, su sentido primitivo del bien y del mal, a fin de justificar su situación a sus propios ojos. No sólo esto, sino que además ni siquiera pensamos en admirarnos, lo cual se debe sencillamente a que el círculo de las personas que tienen esta concepción pervertida es muy grande, formando parte nosotros de este círculo. Una de estas concepciones es la que se hacía la Maslova (una prostituta) de la vida en general y de su papel en ella en particular. Prostituta de la más baja jerarquía, condenada a trabajos forzados, tenía, no obstante, una concepción de la vida que la permitía justificar su conducta y hasta enorgullecerse ante otras de su propia condición. Esta concepción descansaba sobre la idea de que el colmo de la dicha para los hombres —todos sin excepción, viejos y jóvenes, ricos y pobres, instruidos y no— era la posesión corporal de la mujer. La Maslova admitía como una cosa cierta que todos los hombres, a pesar de los demás pensamientos que pretendían tener en la cabeza, en realidad no tenían más que ése. Y como ella sabía que era una mujer agradable, que podía satisfacer o no, según quisiera, tal deseo, se consideraba al mismo tiempo un personaje infinitamente importante y necesario.


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Tal era su concepción de la vida, y en efecto, toda su experiencia personal, pasada y presente, servía para confirmarla en ella•. El remordimiento, el pudor, la dignidad, estas tres reacciones que el hombre éticamente normal asocia a la acción de delinquir, de prostituirse y mendigar respectivamente, y que a una se comprenden en el término vergüenza, no se encuentran siempre ni fácilmente entre las gentes de mal vivir. Algunos seres profundamente degenerados, verdaderos locos morales, en los límites en que puede admitirse este concepto, (1) no las han conocido, privados ingénitamente de ellas. Otros, los más, han llegado a inhibirse de estas reacciones morales elementales. Es enteramente convencional, por automorfismo psíquico de las almas sencillas, la representación del malhechor atormentado, despierto y dormido, por los remordimientos. De Sanctis —que ha estudiado recientemente los ensueños de los delincuentes— (2) recuerda algunas frases sentimentales sobre este tema: •El tigre desgarra su presa y duerme; pero el asesino vela• (Chateau(1) V. Simarro, Concepto de la locura moral, en Anales del Laboratorio de Criminología, 1, 1899-1900, Madrid, 1900, pág. 21.3° (2) I sogni, Turín, 1900, cap. IX.

3° El Laboratorio de Criminología, fundado por Salillas en la Cátedra de Filosofía del Derecho de Giner de los Ríos, prolongó sus sesiones durante dos cursos académicos, desde el 21 de octubre de 1899, los sábados de 5 a 7 de la tarde. A él asistieron entre otros, además del doctor Simarro, el propio Giner, Quirós, Llanas, Navarro Flores, Domínguez, Fernández Villayerde y Ramón Mafia Tenreiro. En las sesiones Salillas condujo a la prudente revisión del concepto lombrosiano de criminal nato. Están recogidas sus actas en la Revista General de Legislación y jurisprudencia, números 96 y 97 (1900), 99 y 100 (1901).


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briand); «El criminal, roído por el remordimiento, se ve asaltado en el sueño por espantosas visiones» (Macario). El primero —añade- en reobrar contra esta tendencia fue Despine, cuando dijo: «Nada semeja más el sueño del justo que el sueño del asesino». «Los delincuentes en general —dice De Sanctis— sueñan poco o sueñan raras veces. Sólo una pequeña minoría sueña mucho o no sueña nada. O mito más se sube en la escala de la criminalidad (?), menos activa se muestra la vida del sueño; tanto, que en los grandes delincuentes, en los anormales absolutos (!), la actividad onírica está muda, cuino en los idiotas e insensibles. La emotividad onírica es muy escasa en los delincuentes que sueñan; sus sueños son, casi siempre, simples recuerdos de la vida libre, o reproducción de los acontecimientos del día, desprovistos de colorido excepcional. Los sueños emotivos disminuyen cuanto más se sube en la escala de la criminalidad; en todo caso, predominan las emociones eróticas y las exaltativo-reactivas». (1) En los individuos procedentes de las bajas capas sociales, donde en la general descomposición de la moral social la repulsión que inspiran momentáneamente ciertas acciones, es puramente superficial, careciendo de una sólida motivación ética, las inhibiciones de que hablamos son relativamente fáciles, breves y seguras, mediante simples adaptaciones habituales. Más complicadas y difíciles se hacen en aquellos otros desgraciados a quienes nosotros llamamos los caídos. En éstos la pérdida de cualidades adquiridas y suficientemente arraigadas, no se verifica sino a costa de doloroso proceso comparable al de una amputación orgánica. Sorprende a primera vista, en la exploración de la mala vida, la falta de signos de dolor entre sus personajes. (1) I sogni, pág. 239.


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Estudiándolos mejor, se ve que las gentes que llevan una de estas llagas en el alma, la cuidan y protegen no de otro modo que protegerían y cuidarían un miembro enfermo. Curan la parte lastimada con analgésicos psíquicos de virtudes sorprendentes, la cubren con vendajes complicados, evitan todo contacto que pueda ofenderla, y si alguna vez punzante dolor arranca de sus labios una queja, vuelven luego a acomodar la cura con nuevas precauciones y prolijidades. La blasfemia suele ser signo de estos procesos dolorosos. La escena es en una mancebía. Mientras en el fondo de la sala se desenvuelve, como bacanal en antiguo bajo relieve, una escena de juerga desenfrenada —procesión de mujeres y hombres desnudos, en la cual proyectando un líquido orgánico, procuran éstos apagar candelillas que, a manera de apéndice coxal, llevan aquéllas encendidas—; mientras esto sucede, uno de la cuadrilla, que asiste como espectador a la orgía, habla con la vieja alcahueta, y notando en su porte y modales, detalles de educación y buena crianza, la pregunta si siempre ha sido aquél su género de vida. Lanzando un suspiro: Yo, señor —le contesta la alcahueta—, soy hija de Tal y viuda de D. N. N. (dos nombres conocidas), y crea usted que cuando recuerdo lo alta que estuve y miro dónde me encuentro ahora, alzo los ojos al cielo, y digo...• y aquí dijo una blasfemia, que vierte, de improviso, en el alma del que escucha y se da cuenta, toda la amarga rabia desesperada que intenta, en son de guerra, escalar el cielo. El alcohol interviene generalmente como agente inhibitorio del miedo y la repugnancia. •El sentimiento del miedo se revela, como es sabido —dice Sikoiski—, (1) por un acrecentamiento de la actividad cardíaca, (1)

Fisionomia e psicologia degli alcoolisti, en Archivio di Psichiatria,

vol. XX (1899), pág. 85.


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seguido de aceleración, con disturbios de la respiración, contracción de las pequeñas arterias, etc., etc. Ahora bien; este fenómeno falta en los alcoholistas, a causa ciertamente de la parálisis de los nervios vaso-motores provocada por el alcohol.. Igualmente el mecanismo, tan complejo y delicado, del rubor, desaparece bajo la acción del alcohol, que imposibilita la dilatación de las arterias bajo la influencia de las emociones. Beben, pues, para quitarse el miedo y la vergüenza, y vuelven a beber luego para dar al olvido lo hecho... y así indefinidamente hasta caer en esos estados de postrera degradación del alcoholismo, a los cuales ni siquiera es lícito llamar bestiales, porque nunca la bestia llega a ellos. Pero no se crea que entre las gentes de mal vivir todos los sentimientos buenos estén abolidos. Salvo casos de innata perversión, puede decirse —con Gil Maestre— (1) «que en el malhechor no todo es maldad, como en el hombre virtuoso no todo es virtud». Así, si del hombre justo decimos que peca siete o más veces cada día, recíprocamente puede añadirse del malhechor que otras tantas es un buen hombre. Por esto, aun aquellos que tenemos en peor nota, los bandidos que mueven guerra a la sociedad con tenaz persistencia enconada, no sólo es indudable que respetan las leyes y costumbres más y más veces que las veces que pueden violarlas, sino que, además, tienen para sus relaciones interiores un estado de derecho constituido, del cual se cuentan ejemplos memorables en la Historia. Éstas son las que, con permiso de Baudelaire, llamaríamos flores del mal; revelaciones de la naturaleza moral humana allí mismo donde está atacada y corroída. Ejemplo típico es el que hemos citado: el sentimiento de justicia entre los delincuentes, y no es menos sorprendente el sentimiento del amor o el de la maternidad entre las prostitutas.

(1) Los malhechores de Madrid, Gerona, 1889, pág. 23.


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Hablando de los criminales, dice Lugilde: (1) «Revelar un secreto que comprometa, o aprovechar un negocio que otro haya trabajado, son entre ellos delitos de alta traición, castigados con el más supino desprecio por todos los de la clase, aunque el perjudicado tome de ello más positiva venganza•. El estado de la moral delincuente deja mucho que desear. Es frecuente que un detenido se haga filiar con el nombre de un compañero, si éste se encuentra ausente y ha de serle difícil averiguar la felonía. Los repartos del botín raras veces son lealmente equitativos, lo que da lugar a imprudentes denuncias hijas del despecho. Con todo, hay pocas cosas tan interesantes como ver producirse una especie de derecho consuetudinario en el seno mismo de las sociedades ilícitas. (2) «Llamaremos amor —se pregunta Goron-- (3) a las relaciones innobles del chulo y la pajillera (pierreuse)? Las gentes delicadas —añade— tal vez lo extrañen. Con todo, no deben pensar que cualquier sentimiento tierno se halle desterrado del mundo infame». La prostituta, según veremos, ama a su chulo con la pasión celosa y abnegada que el amor, •rebelde como la muerte a las convenciones sociales» (Bourget), conserva en las clases incultas, donde aún la pasión no tiene frenos. Cuanto al sentimiento de la maternidad en las prostitutas, deslumbra a todos los observadores. «¡Extraña contradicción! —dice Sighele—. (4) ¡Las mujeres que, por su triste oficio, reducen el acto generativo a una fuerte de ganancia pura y simplemente, y que, por la

(1) Morfología del robo o ladrones de Madrid, Madrid, 1889, pág. 49. (2) V. sobre esto: Costa, Teoría del hecho jurídico individual y social, pág. 28. (3) L'amour criminel, París, 1900. (4) El delito de das, trad. esp. de Dorado Montero, pub. por la España Moderna.


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frecuencia del coito, vienen a eliminar casi enteramente la posibilidad de que éste consiga su verdadero fin, si por casualidad quedan en cinta, sienten hacia su hijo una ternura más intensa que la que generalmente siente una mujer honrada hacia el fruto de sus legítimos amores!•. Los absolutistas de la psicología (todavía los hay), los que ven en el hombre un tipo siempre igual a sí mismo, o enteramente bueno o enteramente malo, y no saben que el sentimiento no es sino la quinta esencia del ilogismo, tienen que encontrarse —como añade el mismo autor— muy embarazados en presencia de estas figuras que, no obstante sus tristes profesiones inmorales, conservan sentimientos de moral sencilla y apasionada por el triunfo del bien y la justicia. A la pérdida por deformación profesional de determinadas reacciones morales, corresponde la adquisición de las aptitudes convenientes a su profesionismo. Nombre genérico de ellos es esta palabra: la picardía, acerca de cuyo significado discurre Salinas habilidosamente. (1) El tipo del sujeto de mala vida es, pues, el de un pícaro desvergonzado en el ejercicio de su profesión, y a consecuencia del mismo, siendo en el resto de su vida astilla del palo de donde sale, esto es, análogo a la clase de donde procede, con sus malas y sus buenas cualidades, con sus vicios y virtudes. La vida parasitaria le reduce a extremos de degradación lamentable. ¿Se levanta alguna vez de ella? ¿Hay influencias regeneradoras capaces de salvarle, devolviéndole a la sociedad? No pocas veces, procesos naturales de reabsorción social apartan de la mala vida a seres caídos en ella. El arte, en cambio, es más torpe que la Naturaleza. Pero las experiencias modernas llevadas a cabo para la cura y reforma de

(1) Hampa, pág. 22. Se ocupa también de la etimología de la palabra Han, en su estudio Pícaros y ganapanes, publicado en el volumen Homenaje a Menéndez Pelayo.


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estos sujetos, acusan, a la par que un pesimismo receloso y desconfiado, la seguridad de que es permitido esperar algún resultado de la intervención discreta y oportuna de los reformadores. Hoy, éstos se hallan fuera de los prejuicios de ignorante pesimismo de las magistraturas oficiales (deformadas también profesionalmente en este sentido) y del optimismo delirante de místicos iluminados. Recordamos aquí un pasaje de Resurrección, la novela de Tostoi, en la cual este mismo optimismo, gloria, no obstante, de su autor, le lleva a un extravío de su ordinaria clarividencia psicológica. •Hubiera bastado, pensaba Nekhludow mirando el rostro pálido y asustado del joven reo (un habitual de las grandes poblaciones), hubiera bastado un hombre que se hubiese compadecido de él y le hubiese socorrido; hubiera bastado que, cuando después de doce horas de trabajo gastaba sus ganancias en la taberna con amigos mayores que él, una persona honrada le dijera "no vayas a la taberna, no está bien eso", para que el joven se hubiese abstenido y hubiera vivido honradamente. No; seguro es que no hubiera bastado tan sencilla convicción por la palabra para resucitar a éste. Cierto es, en cambio, con Tolstoi que, en todo caso, amor es el soberano reactivo para intentar resurrecciones, porque únicamente él es tan fuerte «como la muerte».

3) Estigmas de la mala vida La mala vida tiene marcados a sus personajes con diferentes estigmas que les señalan y caracterizan, revelando exteriormente, en su figura y en las proyecciones de su espíritu, la degeneración física y social que los engendra. Estos conceptos y su mutua relación —tan complicada— se encuentran hoy en un periodo de elaboración en virtud de la comunión científica de varias ciencias (Dallemagne).31 Con 31 La conferencia de LLANAS en el Ateneo de Sevilla, la noche del 26 de noviembre de 1896, titulada Resumen de los trabajos realizados por el


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todo, no es temerario decir que en el fenómeno que llamamos mala vida, la degeneración social tiene la primacía. Hay indudablemente entre las gentes de mal vivir tipos de degenerados físicamente, a los cuales denuncian estigmas anatómicos exteriores. En la clase de los mendigos especialmente, abundan estos tipos con marcada predominancia de los que Magnan ha llamado degenerados inferiores, y son los idiotas, los imbéciles y demás débiles de la mentalidad. Pero en otros tipos de la mala vida, de los cuales diríamos que se encuentran fuera de la sección que abarca el círculo físicodegenerativo avanzando sobre el de la mala vida, se observa un fenómeno distinto, notado ya por varios investigadores, a saber: su magnífica constitución física, reproduciendo un tipo étnico modelo. En este sentido los caracteriza con exactitud un pensador que, aunque loco, tuvo momentos de lucidez superior a la de tantos cuerdos, Federico Nietzsche, cuando hablando del criminal y sus análogos, (1) dice que el tipo del criminal es el tipo del hombre fuerte colocado en condiciones desfavorables, el tipo del hombre fuerte enfermo. En apoyo de su opinión, recuerda el testimonio, en verdad irrecusable, de Dostoyusky,32 al cual los forzados siberianos, con los que vivió tan largo tiempo, le parecieron tallados en la mejor madera que pudo criar la tierra rusa. Esta impresión la hemos comprobado nosotros en el estudio de las prostitutas, porque en medio de una multitud casi infantilesca, enfermiza y mezquinamente fecunda, hemos visto descollar tipos admirables de feminidad sana y hermosa.

(1) Le crépuscule des idoles, trad. del Mercure de France. último Congreso Antropológico-Criminalista de Ginebra» (Sevilla, Imprenta de P. Díaz, 1897), destacaba la oposición del belga Dallemagne al concepto de criminal nato de Lombroso, llamando la atención sobre los condicionamientos ambientales y educativos. 32 Así en el original.


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Pero hay un gran estigma que les señala a todos, a saber: el de hallarse fuera de la ley y de la sociedad, formando un mundo aparte, otra sociedad ‹obligada a hacer secretamente lo que sabe hacer mejor y lo que prefiere», sintiéndose así reprobada, indigna y mancillada, sin comprender plenamente la causa de ello. Esta sociedad se encuentra en un estado particular de integración, en el cual, al mínimum de vínculos mecánicos corresponde el máximum de cohesión. Nada aparente ata a estos individuos en sociedad (leyes escritas, autoridades, etc.), y, sin embargo, no se disuelven, antes bien, se encuentran íntimamente unidos, sosteniéndose y ayudándose siempre. La conciencia de que todos son unos y solidarios, es su propia fuerza específica. En todo esto, quizás se hallan más adelantados que nosotros. La mancebía puede decirse que es el domicilio social de la mala vida. Abiertas por la piedad de sus mujeres, son verdaderos asilos de todos los seres desgraciados de la ciudad, desde el delincuente —al cual encubren, no tanto por ladrón cuanto por perseguido—, al mendigo, a los abandonados y vagabundos de las calles, induso los animales porque, como zoófilas apasionadas, la piedad de las prostitutas llega hasta las bestias, y abren sus puertas a las que están perdidas o escapadas, entreteniendo en su compañía largos ratos de aburrimiento. Canes y gatos vagabundos, callejeros, pernoctan allí y pasan largas temporadas. A veces la hospitalidad de la prostituta es tan completa, que da su cuerpo al individuo recogido, cuando éste, por su edad, puede necesitarle, y a la hora de la despedida, añade un socorro en metálico para gastos de viático. Ciertos aficionados a los espectáculos sexuales —pervertidos, análogos e inversos juntamente, a los exhibicionistas— suelen llevar jóvenes golfos a algunas mancebías, pagándoles la satisfacción, en cuya vista se recrean. En estos casos, la prostituta raras veces deja de compartir espontáneamente con el golfo la recompensa de su trabajo.


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a) Apodo Generalmente, los individuos de mal vivir, a poca vida asociativa que hagan (porque también los hay salvajes y solitarios), pierden su nombre civil y adquieren un apodo, con el cual le confirman sus congéneres, en vista de sus cualidades representativas, a fin de individualizarle del modo más seguro. Abundan los apodos derivados de cualidades físicas y morales. Otras veces proceden de representaciones locales, anecdóticas o profesionales. Algunos son palabras de composición obscura, formadas por balbuceos y automatismos del lenguaje. A modo de un santoral laico, de conmemoración del nombre de los héroes populares, es el apellido de origen tauromáquico, frecuentísimo entre los jóvenes golfos. Después del Torero, sólo hemos hallado en la serie que estudiamos, otros dos apodos heroicos: Maceo y Sagasta. Finalmente, hay un apodo, el de Rata, que recuerda la estructura totemis . tica de algunos apellidos. (1) Una de las pequeñas investigaciones más delicadas que ha hecho Salillas en su libro El Lenguaje, es aquélla en que encuentra la raíz etimológica de la palabra murcio, que en la antigua germanía significaba ladrón. «Mur —dice, (2) demostrándolo con los textos-- es palabra anticuada, que significa ratón... Añádase que la tenninación cio se emplea como despectiva, y resultará que murcio... vale tanto como ratón o ratonzuelo, quedando reducida su significación histórica a una equivalencia de historia natural. De igual modo que antes a cierta clase de ladrones que se entremetían con facilidad en las faltriqueras, se les llamó murcios, hoy se les denomina ratas. Ésta es toda la evolución del concepto. El nombre de ratas y rateros aplicado a los pequeños delincuentes habituales de las grandes poblaciones, le usan ya

(1) V. Aranzadi, Etnología, pág. 424. (2) El Lenguaje, Madrid, 1896, pág. 105.


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los prácticos de principios del siglo XIX. Sólo le falta decir a Salillas que en este tiempo el sentido despectivo se ha perdido, y la rata aparece organizada como un tótem en este bajo mundo delincuente. Así, tenemos en nuestra serie de apodos: El Rata, El Ratita, El Rata Chica, El Rata Andrés, El Rata Luis, El Rata Pira, El Rata Posturas, y El Rata de las Cambroneras. En los dibujos alegóricos a que tan dados son estos delincuentes, gustan de representarse a sí mismos bajo esa imagen. Es más interesante y significativo que uno de los jóvenes tatuados que, como veremos, se encuentran en la serie de menores delincuentes, lleve sobre el antebrazo derecho la estampa del ratón, a la manera que un piel roja, de quien viene la palabra (nind otem, mi insignia de tribu), lleva sobre su cuerpo la estampa de su propio tótem. b) Jerga Las asociaciones que viven en lucha con el ambiente deben desarrollar, so pena de perecer, medios de defensa para su conservación propia. Es uno de ellos la jerga, mediante la cual ocultan y disimulan pensamientos y acciones. Niceforo ha estudiado la evolución de la jerga, como medio críptico de comunicación del pensamiento, desde los casos de leve lucha contra el ambiente, cual la de dos amigos que en el café, en el círculo, en el paseo, rodeados de extraños, tienen necesidad de cruzar secretas impresiones, hasta los de lucha violenta y continuada, cual la que mantiene la sociedad de la mala vida, (1) caso éste en que aparece el caló, todo (1) Dgergo nei normali, nei degenerati e nei criminali, Turín, 1897.


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un idioma injerto sobre el lenguaje general, como una especie de verruga asquerosa» (Víctor Hugo). la mala vida habla hoy diversas jergas, cuya comunidad debe buscarse en la primitiva germanía, por ser a modo de asteroides esparcidos al fragmentarse la gran sociedad agermanada. Hay la jerga de los andarríos.33 Hay la jerga de los mendigos vagabundos, (1) y, finalmente, la jerga de los criminales, en la cual se destaca marcadamente el llamado caló presidial. De todas ellas, sólo entra en la órbita de este libro la jerga que hablan nuestros delincuentes. Esta jerga es muy pobre y se reduce —como observa Safillas— (2) a una traducción de determinadas prácticas profesionales. «Quedan remansos —añade— en que viven algunos términos de la antigua germanía, algunos neologismos jergales y bastantes términos del caló, y lo que subsiste y lo que se ha salvado de la disgregación es precisamente lo más indispensa-

(1) Se la llama usualmente latín de los ciegos, no porque sólo la hablen éstos, sino, como nos dice el señor Lugilde en su contestación a nuestro cuestionario, •por ser la ceguera alifaz más común y lastimoso» de los pordioseros. Se designa también, aunque menos, con los nombres de garisma y gringo, y muy poco con el de jerigonza, que es el que la dan nuestros autores picarescos. •Latín, porque para hablarlo y entenderlo es preciso estar iniciado; garisma, por hablar lacónico, en cifra, en guarismo; y jerigonza, confusión, barullo, incongruencia, congruente para los interesados. Gringo, bien se ve que es cotrupción de »griego». Es lenguaje tan persistente como el caló gitano y más estacionario que éste• (Lugilde). Los mendigos madrileños no le hablan; la mayoría hasta ignora que existe. Reservamos para el libro Los vagabundas el estudio de esta jerga y la de los andarríos.

(2) El Lenguaje, estudio filológico, psicológico y sociológico, con dos vocabularios jergales, Madrid, 1896, pág. 71.

33 El texto original altema con cierto descuido andarríos y anda rías. Preferimos la primera forma porque establece con mayor fidelidad la comparación con una especie ornitológica, como es la intención del vocablo.


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ble a la sociedad jergal, lo que se relaciona con lo utilitario o tiene concomitancia directa o indirecta con ello«. Algunos grandes delincuentes, salteadores de caminos generalmente, hablan el caló presidial más o menos puro. Pero la mayoría de nuestros habituales «microbios del mundo criminal» —como diría Ferri—, que no pasan de las penas correccionales, desconocen ese dialecto y quedan embelesados y en admiración patente ante aquellos que lo hablan. Estos microbios usan entre sí un limitado número de palabras de caló jergal, suficientes a sus procedimientos ordinarios, ingeridas en las formas degradadas del lenguaje ordinario, grosero y coprolálico. Salinas ha dado en su obra sobre el lenguaje un vocabulario del caló jergal. Nosotros daremos sólo las palabras que no se encuentran en el mismo. Casi todas han sido escuchadas por nosotros. Las menos proceden de listas comunicadas por los delincuentes, sometidas luego a comprobación. a) Acción delincuente Aktspiar = acechar. Astilla = parte que corresponde en el reparto del botín entre consortes. La astilla del chiva = la parte del primerizo, del que está en aprendizaje: nada. Basca = muchedumbre. Bimba = el bulto que forma el portamonedas o cartera en el bolsillo. Comprar= tomar. Desminchar = desabrochar. Echar un polvo = sustraer tan sólo parte del dinero u objeto contenidos en un bolsillo, cajón, etc. Estar al file. V. aluspiar. Larga = la carretera, el camino. Len = parte del botín con que maliciosamente se queda un malhechor a expensas de su consorte. Dar len o marcharse al río = ejecutar esta acción. Lituaje= desavenencia, pleito. Maraña. V. basca.


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Polvorosa. V. larga. Rosero = comprador habitual de objetos robados. Semanada = tributo a la policía complaciente. Soca = socavar. Tapiña = consorte que oculta la acción del actor principal o distrae la atención del perjudicado. b) Instrumentos profesionales Banderilla = palo que, llevando en uno de sus extremos una masilla, se introduce en la cerradura para obtener el molde. Butrón = bolsillo o faltriquera de las mecheras. Brava = la palanqueta. Cachava = la garrota.

Escopeta. V . brava. Grilla = llavecita para forzar cerraduras débiles. Plantes = objetos falsos que se destinan a despertar la codicia o a asegurar la buena fe del primo en el timo (cartucho de perdigones, billetes falsos, etc.).

Valerosa. V. brava. c) Objetos sobre los cuales recae la acción e instrumental delincuente Asaña = cartera. Asaña blanca = cartera sin valores. Servir una asaña = tomar una cartera. Borrego = mantón. Cacarelo = gallo. Cangrejo = cerrojo. Chicharra = tarjetero. Chubí = mula. Escápara = escaparate. Fusta = cadena de reloj. Gayumbos = calzoncillos. Guma = gallina. Gumarrero = gallinero. Junca = el cajón de los cuartos.


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Loba = leontina. Lon = portamonedas. Pápira = cartera. Peluco = reloj. Pincho = alfiler de corbata. Pringao= la víctima del delito. Rastrí= yegua. Tapiz= tapabocas. Trupo= cuerpo. d) Justicia y autoridades Chiribito= sereno. Delega = delegado, delegación. Espeta = inspector. Gusa. V. chiribito. Tizos = guardias de seguridad. e) En la cárcel Bodega = la celda de castigo. Boya = libreta de pan. Burra o borrica = la ventana de la celda. Embotellar= trasladar a alguno a la celda de castigo. Escucha = la mirilla de la celda. General = el jergón. Gitana. V. boya. Ira la taberna = escuchar conversaciones por las tuberías del gas. Parrillas = los hierros del catre. Dormir en las parrillas = dormir sin el jergón. Teléfono = cuerda provista de un objeto pesado en uno de sus extremos que, mediante un movimiento ondulatorio, sirve para transmitir objetos de una a otra celda. f) Varia Beata = peseta. Bufo = el incubo en la pareja uranista.


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Cora = corazón. Galia = moneda de cinco pesetas. Gumía = prostituta. Laja= mujer. Lea. V. gumia. Macho. V. galla. Mangante = mendigo. Mangar= mendigar. Pajubique = invertido sexual. Pelañí. V. beata. Peluca. V. pelañí. Zape = el invertido sexual puro, o súcubo en la pareja uranista. La jerga delincuente madrileña se encuentra actualmente trabajada por dos tendencias contrarias: una de disolución, y de renovación la otra, de las cuales parece que, en un porvenir más o menos lejano, será vencedora la primera. En el pequeño vocabulario que acabamos de dar, hay no pocas palabras que el delincuente ha tomado de otras jergas. Chubí, pelañí y rastrí, son corrupciones del gitano. Cacarelo, guma y gumarrero, son de la jerga de los andarríos. Pero también hay muchos neologismos jergales. La jerga actual se está transformando, porque, como se dice en el tercer romance germanesco recogido por Juan Hidalgo,34 curiosísimo vocabulario razonado de la germanía nueva, [...1 la otra era muy vieja y la entrevan los villanos.

34 Romances de germanía de varios autores, con su vocabulario al cabo por orden del a, b, c, para declaración de los términos de la lengua, Barcelona, Sebastián Comellas, 1609. Utilizado por SALILLAS en El delincuente español. El lenguaje, Madrid, V. Suárez, 1896. Ha recogido este vocabulario de Juan Hidalgo, entre otros materiales, John M. HILL, Voces germanescas, Bloomington, Indiana, University Publications, 1949.


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De estos neologismos, algunos tienen su raíz en la germanía o en el caló. Otros son creaciones del estro delincuente procediendo por representaciones e imágenes. Pero bien se echa de ver en ellas, comparadas, sobre todo, con las de la antigua germanía, lo cansada que se halla esa inspiración, y cuán poco vuela al presente. El cerrojo es cangrejo —según referencias—, por tener un movimiento hacia atrás. La libreta carcelaria es gitana por su color moreno. La cadena de reloj era antes tralla y ahora se ha convertido en fusta, caso de sinonimia reveladora de la fatiga del pensamiento que sigue la línea de mínima resistencia. Finalmente, la abundancia de términos por abreviación (cora, delega, escápara, espeta, gusa, soca), revela el estado de involución senil en que se halla la jerga, volviendo a las formas elementales infantiles de los disimulos fonéticos (inversión de sílabas, cambios de vocales, adición y mutación de desinencias, metátesis, transposiciones, supresiones y aumento de sllabas) (Salinas). Obedece este fenómeno a dos cal isa s. La sociedad moderna disuelve la asociación criminal, y en esta disolución, los asociados, para conservarse, se ven obligados a abandonar caracteres que les distinguen. Porque si la jerga es verdaderamente un arma defensiva, escudo de las conversaciones delincuentes, a la vez que las protege, las denuncia, que al fin toda arma revela al combatiente. Muchas veces ha cambiado la jerga desde que existe, luchando siempre contra este inconveniente de su propia naturaleza. El mundo delincuente al fin ha encontrado un sustitutivo superior de la jerga en lo que pudiéramos llamar la conversación cifrada o convenida, esto es, en la conversación formada por palabras usuales y concordantes, a las cuales atribuyen libremente los interesados un significado preestablecido. Este medio, que comenzó a emplearse en la conversación escrita, va penetrando ya en la conversación hablada, quedando relegada la jerga, siempre grosera y sospechosa, al bajo mundo criminal, donde acabará de descomponerse.


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Actualmente la prostitución es extraña a la jerga. La asociación del delincuente y la prostituta ha venido muy a menos desde que la prostitución forma parte de las instituciones sociales lícitas. Sólo algunas prostitutas delincuentes, condenadas, o de tan ínfimo rango que alternan generalmente con ladrones y vagabundos, entienden el caló jergal y le usan alguna vez en sus conversaciones. Las demás le desconocen por completo. Rudimentos atrofiados de una jerga especial de la prostitución, son algunas palabras relacionadas con prácticas e instrumentos profesionales. Así, por ejemplo, se llama burro al sillón de los reconocimientos higiénicos. Ciertos actos, fraudes y perversiones sexuales tienen también su nomenclatura. c) Tatuaje Dos son los motivos fundamentales a que puede reducirse la práctica de esta costumbre a que hemos dado un nombre polinesio (tatú). De un lado, la ornamentación de la figura; de otro, la recordación de cosas tan personales (amor, venganza, etc.), que sólo sobre el propio cuerpo deben grabarse. Los primeros aventureros y soldados —gentes de naturaleza sencilla y primitiva, atávica, como hoy diríamos—, que conocieron a los indígenas de las tierras nuevas, descubiertas allá por los siglos XVI y XVII, debieron experimentar, a la vista de los cuerpos tatuados, el confuso recuerdo de una costumbre perdida digna de ser continuada. Buena prueba es que en seguida marineros, aventureros y soldados, comenzaron a tatuarse como los salvajes. Al fin y al cabo, eran dos grupos de salvajes que se encontraban. Obligados a la compañía de los marineros, los delincuentes forzados al remo, los galeotes, diéronse asimismo al tatuaje, hallándolo también bueno para sus gustos, igualmente primitivos y atávicos. De ellos, pasó a las prostitutas, y en breve se extendió por entre las gentes de la mala vida. (1) (1) De este modo nos representamos nosotros el renacimiento del tatuaje. La práctica no se había perdido en Europa, pero parece indudable que recibiera nuevo impulso por entonces.


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En la actualidad sigue encontrándose el tatuaje entre estas clases yen el pueblo bajo en general, con tendencia a desaparecer entre los delincuentes como rasgo que sirve para identificarlos. Entre 645 criminales habituales de Madrid hemos hallado 52 tatuados, esto es, un 8,34 %. Lo crecido de esta proporción, comparada con las que dan otros investigadores, se explica fácilmente, considerando que se trata de criminales habituales, la mayoría de los cuales han pasado por el presidio. De estos 52 sujetos, 23 presentan un solo tatuaje; 14 llevan dos; 10 tienen tres; tres presentan cuatro; y dos, finalmente, llegan a tener hasta cinco diversas figuras sobre el cuerpo. Son, pues, en total, 103 tatuajes, que se distribuyen de este modo: En el brazo derecho En el izquierdo En el antebrazo derecho En el izquierdo En la muñeca derecha En la izquierda En el dedo medio izquierdo En el pecho En el hipocondrio izquierdo En el muslo derecho En el muslo izquierdo En el pene

9 28 24 27 1 2 1 3 1 5 1 1

Brazos y antebrazos son, por consiguiente, las regiones preferidas. La ligera superioridad con que aparecen los tatuajes en los miembros izquierdos, se explica por razones de facilidad para el dibujante en los casos de autotatuaje. El dibujo es de un arte verdaderamente salvaje, semejante al de los niños. Véase, como muestra, y no de las peores, una de tatuaje taurino, única novedad que podemos presentar en esta parte (fig. 4).


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Fig. 4 . Tatuaje taurino.

El color empleado generalmente es el azul. Sólo figuran en nuestra serie seis tatuajes a dos tintas (rojo y azul). Veamos ahora los asuntos de los que hemos coleccionado. Clasificados por la motivación, hasta el punto en que es posible interpretarla por la simple inspección del dibujo, y descontando 18 tatuajes borrosos, obtenemos el resultado que sigue: 1. Tatuaje ornamental a) Emblemas de amor 26 casos. Corazón Corazón entre palmas Corazón atravesado por espadas Corazón partido por una flecha Figura de mujer vestida Figura de mujer desnuda Pareja obscena Otros asuntos obscenos b) Emblemas religiosos 13 casos. Cruz Crucifijo Dolorosa c) Emblemas profesionales. 11 casos. Punto de tatuaje (¿señal de reconocimiento?)

12 1 2 1 3 4 1 2 10 2 1 5


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Áncora Barco

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5 1

d) Emblemas caricaturescas 7 casos. Obispo Muñeco saludando Muñeco Soldado

1 1 4 1

e) Emblemas de Naturaleza 6 casos. Sol Estrella Azucena Pensamientos y azucenas Pájaro Culebra f) Emblemas alegóricos 5 casos. Sirena Corona La Fortuna Escena taurina

1 1 1 1 1 1 2 1 1 1

2. Tatuaje conmemorativo

a) Amor 17 casos. Iniciales Iniciales entre puntos Corazón atravesado por espada y señalado con iniciales Mujer vestida señalada con iniciales Mujer desnuda señalada con iniciales b) Venganza (?). 1 caso. Cruz sobre calavera

7 1 5 3 1 1

Rarísimos son los tatuajes entre los mendigos urbanos y entre las prostitutas, aunque en éstas se los encuentra con alguna mayor frecuencia. En todo caso, no se diferencia del tatuaje de los delincuentes. No hay que confundir el verdadero tatuaje, cuya motivación es siempre ornamental o conmemorativa, con otra práctica, aparentemente análoga, de individuos, muy reducidos en número, que viviendo de embaucar


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con gracias simuladas a los demás, marcan en sus miembros, generalmente en la cara interna de brazos y muslos, una cruz o la efigie de algún santo. Los saludadores, por presión renovada cuantas veces es preciso, llevan la señal de la cruz en la lengua o en la bóveda palatina. (1) Acabamos de decir que la motivación del tatuaje es siempre ornamental o conmemorativa. Ornamento personal, no se diferencia sino en bien leve cosa de las condecoraciones civiles y militares, aún tan puerilmente codiciadas en el mundo. El tatuaje es, en este sentido, una condecoración. L'étoile du malbeur, frecuentísima entre la basse pégre francesa, es su mejor símbolo; estrella o cruz de los desgraciados y rechazados de la sociedad. Conmemoración de acontecimientos personales, la cicatriz, es, como ha hecho observar Salillas, el primer origen del tatuaje. En la sociedad normal y progresiva, ambas cosas, la ornamentación y la conmemoración, han llegado a desprenderse de la piel. (2) La condecoración se lleva sobre el traje. Los recuerdos se guardan en la mente o se trasladan a un libro de memorias o a un diario. Pero en el bajo mundo de la mala vida ese movimiento apenas se ha iniciado, y los signos de adorno y de recuerdo se llevan sobre la carne con una afección inconcebible, realzando el valor del sujeto ante sí propio y ante los compañeros admirados.

(1) El doctor Fouquet da curiosísimas noticias sobre un tatuaje medicinal que se practica desde tiempo inmemorial en Egipto (Le tatouage médica! en Égypte dans l'antiquité et d l'époque actuelle, en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XIII, 1898). Nosotros no tenemos noticia de que se practique en Madrid el tatuaje con ese móvil. (2) No ignoramos que, por una veleidad de la moda, el tatuaje artístico reaparece hoy en las clases elegantes, o en algunos individuos de ellas.


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El tatuado encubre su tatuaje a los extraños; muéstralo, envanecido de él, a las gentes de su ralea. Las prostitutas de último rango, le brindan graciosamente sus favores con un sentimiento mixto de compasiva admiración hacia las vagas proezas y peligros que rodean como aureola a un personaje de tal especie. Los amigos no tatuados sienten la envidia y el deseo de igualarle, hasta que un día corre por los barrios populares la voz de que ha llegado a Madrid un tatuador hábil en su oficio. Estos tatuadores, aves de paso, suelen ser de ordinario charlatanes y sacamuelas de los que en las plazas y mercados exhiben sus habilidades ante un público curioso y sencillo. A veces se trata de un tipo más peligroso: el fugado de presidio. Jovenzuelos sugestionados a la vista de un tatuaje, llena la cabeza de extrañas y confusas fantasías, acuden a hacerse picar (éste es el nombre) un emblema cualquiera, a veces elegido libremente, a veces aconsejado por la experiencia del tatuador, en vista de cada caso. Frecuentísimo es el tatuaje de corazón. (1) Otros eligen una flor, un pájaro. En estas primeras edades y condiciones, el tatuaje es inocente. El presidio es el que desarrolla principalmente el tatuaje obsceno, cuya última palabra es la figura de movimiento. (2) Por un extraño contraste del alma popular, rivaliza en frecuencia e importancia con el tatuaje obsceno el tatuaje místico, del cual damos dos muestras tomadas de la colección del señor Safillas. La fig. 5 representa la rosa mística de sus devociones; la fig. 6, en el original a dos tintas, una Inmaculada Concepción de factura muy cuidada.

(1) V. sobre esto un curioso estudio de Salitas, El corazón en el

tatuaje, en La Nueva Ciencia Jurídica, tomo I. (2) No aparece ninguna en nuestra serie. Bastante frecuente es, entre ellas, la del ratón y el gato. Éste aparece tatuado cerca de la base del pene, mientras el roedor lo está junto al borde del prepucio, de suerte que un simulacro de masturbación, hace escapar al ratón continuamente de la persecución del gato. Hay otros que no queremos describir.


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Fig. 5. Tatuaje místico.

Acuden también a casa de los tatuadores parejas de amantes que, en un momento de pasión, quieren darse suprema prueba de amor; trocarse las iniciales de sus nombres, grabándolas en sus carnes, con derramamiento de sangre, que sublimiza a sus ojos este hecho. El tatuador, que sabe también otras artes de adorno femenino, propone con frecuencia a la muchacha hacerla salir un lunar donde ella diga. El procedimiento es sencillo, aunque no suave. Levanta la epidermis señalada, desarraiga unos cuantos cabellos y los planta en la nueva tierra. Convenido el tatuaje, el tatuador traza con tinta el dibujo en la región señalada. Luego, sigue el contorno con un a modo de pincel de tres agujas, levantando la epidermis en una especie de pespunteado. Los sujetos soportan muy bien la operación. El topista35 que lleva en el antebrazo izquierdo el tatuaje taurino que hemos dado —joven de veinticinco años, endeble y enfermizo— la repitió ante nosotros sobre su mismo brazo, sirviéndose de un alfiler, y demostrando una insensibilidad completa. 35 Topista: delincuente que fuerza la puerta de casa ajena con palanqueta. El texto precisará más adelante este término.


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Fig. 6. Tatuaje místico.

Por último, se extiende la substancia colorante: carbón de canutillo, tinta china, pólvora, bermellón, según las coloraciones. La pólvora tiene la ventaja de anular la ligera inflamación que sigue al taraceo. En los presidios se sigue el mismo procedimiento. También allí hay tatuadores que viven de este oficio. Una figura de regulares dimensiones, como el toro de la fig. 4, vale, sobre poco más o menos, una peseta. El torero solo, ha costado cincuenta céntimos. Un par de iniciales se pican por 30 ó 40 céntimos.


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Finalmente, hemos dicho que en el mundo delincuente se observa, desde la instauración de los métodos identificadores, una tendencia a abandonar el tatuaje. No es muy fácil conseguirlo, porque en todo caso quedan vestigios que denuncian la presencia anterior de aquel signo. Con todo, diversos procedimientos usan los delincuentes a este efecto. Uno de ellos es el que pudiera llamarse contrataraceo, que consiste en levantar con las agujas las partes de la piel impregnada de la substancia colorante. Es muy largo y defectuoso. Emplean también distintos vesicantes (cantáridas generalmente). Pero se usa hoy más y se tiene más fe en la virtud de la leche de mujer. Repetidas fricciones con esta substancia reducen el tatuaje a una ligerísima sombra, si es cierto que los tatuajes borrosos que se nos han mostrado, se deben, como nos han dicho, a la acción de ese líquido. d) Cicatrices traumáticas y patológicas Estigmas también de la mala vida son las cicatrices, y señales (mutilaciones, anquilosis, etc.), de traumatismos y lesiones, accidentales u ocasionados en riña; estigmas éstos que ya de caídas o quemaduras, ya de pedradas, de arma blanca o de arma de fuego, no faltan, en mayor o menor cantidad, en uno solo de los personajes de la mala vida. Frecuentes y significativos son también los estigmas patológicos de determinadas enfermedades. Así, por ejemplo, la abundancia de picados de viruela revela que a estas dases incultas y abandonadas no ha llegado el cuidado de preservar al ser humano de los males que le combaten con mayor saña. Mención especial merecen los estigmas venéreos. Entre 645 malhechores de Madrid, 73 están marcados con cicatrices de infartos venéreos, vestigios de orquitis, mutilaciones, huellas sifilíticas, etc., etc.; en suma, el 11,31 %. e) Tipo alcohólico No es fácil apreciar con alguna aproximación el grado a que llega el alcoholismo en una ciudad dada. Las estadísticas de


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donde puede inducirse tal apreciación, son defectuosas y dejan multitud de huecos por donde se escapa una parte de los hechos. Con todo, daremos algunas cifras del alcoholismo en Madrid, previa la afirmación de su inevitable deficiencia.36 Consumo. Según la estadística de la Intervención de Consumos, Propiedades, Rentas y Arbitrios del Ayuntamiento de Madrid durante el año económico de 1898 a 99, entraron en la ciudad: Litros Vinos blancos y tintos cvruunes, pardillos, cerveza, chacolí y sidra Vinos espumosos Vinos generosos Vinos no tintos alcoholizados o azucarados que no procedan de Andalucía Total Ajenjo, bitter, vermut (licores o ratafias de) Alcoholes hasta 80 grados, y licores no especificados Total

41.737.419 31.335 356.542 200.139 42.325.435 16.333 477.220 493.553

A estos totales habría que aumentarles por dos conceptos, cuyas cifras nos son desconocidas: a), contra-

36 Véase nuestra nota 14. Debe consignarse también la conferencia de LLANAS «El obrero y la Taberna, en el Circulo de Sociedades Obreras de Madrid, en la que, con la ilustración de la novela de Zola, traza el cuadro psíquico y fisiológico del obrero alcoholizado y propone remedios. La conferencia fue recogida por el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXVI/505 (30 de abril de 1902).


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M. LIANAS AGUILANIEDO bando; b), producción interior de bebidas destiladas consumida. Ateniéndonos a las cantidades conocidas, resulta que en una población de medio millón de habitantes, corresponden aproximadamente a cada individuo durante un año, 84 litros de vino y uno de alcohol sobre poco más o menos. Despachos de bebidas. En el ejercicio económico de 1899 a 1900, existían en Madrid y sus afueras, según los datos de una asociación de taberneros, 1.720 tabemas y 326 bodegones; en total, 2.046 despachos de este género, distribuidos, con ligera diferencia, en cuanto al número, por los diez distritos de Madrid. En algunos, como el del Hospicio, la proporción es 0,42 de taberna por 100 habitantes; en otros, como el de Buenavista, baja a 0,36. El promedio general es de 0,39; esto es, de una taberna por 250 habitantes. Al número de tabernas y bodegones hay que agregar el de otros establecimientos en que se despachan bebidas. Según nota, probablemente inexacta, de los datos existentes en Abril de 1900 en el Negociado de Estadística del Ayuntamiento, (1) el número de estos establecimientos excede de 1.600. Sin temor de exagerar, puede asegurarse que pasan de 4.000 los lugares donde en Madrid se despachan vino y licores. Detenciones y asistencia por embriaguez Según las notas mensuales de los servicios prestados por el cuerpo de Seguridad, el promedio mensual de las detenciones por embriaguez oscila alrededor de 40. Alrededor del mismo, oscila el de alcoholistas asistidos en las Casas de Socorro. Tal como las hemos dispuesto, las noticias estadísticas que damos realizan una selección aproximada.

(1) Aquí debemos dar las gradas al jefe del Negociado, don Ezequiel Jaquete, que cortésmente quiso facilitárnosla. También se las damos a nuestro amigo don José Rincón, que nos ha auxiliado en estas investigaciones.


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Viene primero la estadística del consumo general repartido entre abstinentes, temperantes y alcoholistas que componen una población. Sigue a ésta, la de los despachos de bebidas, donde por diferentes motivaciones, acude habitualmente una parte del pueblo más entregada al abuso de las bebidas alcohólicas. Finalmente, con la tercera estadística, la de las detenciones, llegamos a los últimos productos del alcoholismo: »esos tipos que —como ha dicho uno de nosotros— (1) se destacan de tiempo en tiempo en la vida alcohólica de toda población, y cuyos nombres aparecen con regularidad, casi a diario, en los registros de las prevenciones, llegando a hacerse pronto populares por la especialidad que reviste su papel». Ejemplos: un Mendicuti, que acabó sus días, víctima de un acceso de delirium tremens, en una casa de dormir de la calle de Cabestreros; un Garibaldi, etc., etc. No es Madrid de las poblaciones entregadas al alcoholismo, como tampoco es España de las naciones más castigadas por este azote. (2) El hombre alcohólico, pálido, irritable y brutal, tal como Magnus Huss le describió por vez primera, es raro entre nosotros, y en su lugar predomina el tipo del ebrio alegre, hablador y en el fondo buen muchacho. Feni señala muy bien este contraste, (3) perfectamente aplicable a nuestro país, donde sólo, a lo que parece, el triste mal del Norte comienza a invadimos por ese lado. (4)

(1) lianas, El alcoholismo en Sevilla, en las Actas y Memorias del IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía (Madrid, 1898), tomo V, Madrid, 1900, pág. 37. (2) V. el trabajo de Mateo Barcones sobre El alcoholismo en España, y el de Huertas acerca de El alcoholismo en Madrid (aun cuando pobres de documentación) en las Actas del Congreso de Higiene antes citadas. (3)Sociologia criminale, 4.a ed., Turín, 1900, pág. 410. (4)V. Jimeno Azcárate, La criminalidad en Asturias, Oviedo, 1900.


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Depende esto de las condiciones del medio físico y social, y su explicación sería, a más de larga, inoportuna en este lugar, donde el tema del alcoholismo entra sólo en relación con la mala vida. La mala vida es alcohólica, y el alcoholismo en ella es a la vez causa, síntoma y consecuencia, todo enredado tan inextricablemente, que sólo procediendo caso por caso seria posible desenredarlo. Viviendo en la juerga, por tendencia originaria o acomodación psíquica, aumenta y exagera las manifestaciones alcohólicas que se dan en la sociedad junto a la cual vive; de suerte, que en esto, como en otros de sus vicios, su afición a la bebida no es, usando una frase de Nácke, como una montaña en medio de la llanura, que representaría la templanza de la sociedad sana, sino como una montaña entre otras de culminación distinta. El cuadro de la noche alcohólica en la población es característico. A una hora determinada, todo el elemento trasnochador se halla en disposición de beber, porque en todos los lugares abiertos hay despacho de bebidas que se consumen con mayor o menor desenfado. Curiosas son, v. gr., las adaptaciones al medio de los alcoholistas en los cafés concurridos: el llamado té frío —vino Jerez—, el servicio invertido de los líquidos (el aguardiente en la copa del agua y el agua en la del aguardiente, etc., etc.). Entonces es cuando, a la hora de los placeres viciosos de la sociedad, debe estudiarse el alcoholismo en la mala vida, descendiendo a las tabemas miserables y a los cafetines de ínfimo orden, donde gozan embriagándose los malhechores (fig. 7). La diferencia es puramente exterior, casi de omamentación. Interiormente, la actitud del espíritu es igual en unos y otros. Sabida es la relación íntima que existe entre los estados del alma y la fisonomía del individuo; hay enfermedades que acentúan todavía más lo estrecho de esta relación, y entre ellas, al decir de Sikorski, ninguna tan característica como el alcoholismo crónico.


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Fig. 7. Taberna de mala vida.

Hace notar el profesor ruso, (1) que muchas modificaciones fisonómicas reconocen, entre otras causas, determinados procesos atróficos del cerebro, a los que sigue como consecuencia una debilidad manifiesta de ciertos movimientos musculares; pero los cambios producidos en la cara del individuo por el vicio del alcohol, preséntanse simultáneamente con modificaciones físicas y psíquicas, motorias, sensoriales e intelectuales; con variedad de síntomas, en una palabra, que descartan desde luego toda posibilidad de confusión. Sikorski, que ha sido uno de los que mejor han estudiado la máscara especial del alcoholista, establece tres grados en el orden en que van presentándose las modificaciones, reduciendo su estudio al de las arrugas frontales, a la debilitación de los músculos de la cara, salvo el frontal, y a la mayor depresión de la arruga naco-labial. La primera manifestación estriba en la debilitación parésica de la parte superior del músculo orbicular, y como consecuen(1) Fisionomia e psicología degli alcoolish.


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cia, un predominio de la función del frontal; las amigas de la frente del individuo dispónense horizontalmente, y se dilatan o tienden a desaparecer las verticales, quedando substituidas por una línea o pequeño surco. Esto, que aparece con caracteres muy manifiestos durante el acceso, persiste algunos días en el alcoholista que sube los escalones de la cronicidad, y acaba por fijarse y no desaparecer, en los bebedores crónicos. Esta primera manifestación se aprecia, pues, comparando, antes y después de beber, la región de las arrugas verticales —producidas por la contracción de la parte superior de los orbiculares— que presentan la generalidad de los individuos. La segunda modificación, o sea, la debilitación general de los músculos de la cara, a excepción del frontal, es más grave, y wmunica a la fisonomía una expresión de cansancio, de apagamiento, de fastidio y descontento, de poca intelectualidad o excesiva fatiga mental característica, y a la que se ha llamado

máscara del borracho, es

Fig. 8. Meretrix-Potatrix.

la cara alargada especialísima de algunos tristes y lesionados, de todos aquellos en los cuales se ha iniciado o continúa una debilitación de los músculos enervados por el nervio facial. La manifestación tercera se refiere al ahondamiento de la amiga naso-labial, que tienen también marcada la generalidad de los individuos, unos más que otros. En la formación de la parte superior de esta amiga inter-


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viene por su contracción el músculo de Henle o cuadrado, y en la parte inferior la del gran cigomático. Como en los alcoholistas inveterados, el músculo de Henle se contrae con más viveza y el cigomático más débilmente que en los sanos o normales, la amiga naso-labial se hace más profunda en su parte superior, y en la inferior, sobre todo, cuando el alcoholizado trata de reír sonrisa del bebedor, o lateral, característica de esta clase de enfermos. Sikorski da también otros caracteres fisonómicos: el de la inmovilidad de los ojos, (1) relacionada con la pérdida de todo sentimiento de vergüenza; la ausencia del rubor consiguiente a la parálisis de las nervios vasomotores producida por el alcohol, parálisis que imposibilita la dilatación de las arterias bajo el influjo de las emociones; frecuente es también la contracción del músculo piramidal de la nariz, que da como resultado el fruncimiento de las cejas y descenso del borde interno de éstas, comunicando a la fisonomía una expresión especial de perversidad, sentimiento en el cual se ha convertido la cólera, consecuencia de la alteración profunda que en el carácter, sentimientos y todo género de reacciones emotivas del individuo va produciendo el alcohol. De ello resulta una modificación honda de las relaciones entre la cara y el espíritu, modificación que da como consecuencia pueda muy clificilmente apreciar el público en general por la observación•fisonómica, la clase de sentimientos del alcoholista. (2) (1) Relativa; muévense sólo en sentido horizontal. (2) Cuanto llevamos dicho, se ve muy manifiesto en la Meretrix-Potatri.n de Sikorski que publicamos (fig. 8), fotografia admirable, en la cual puede estudiarse un curso completo de alcoholismo, aparecida en Voprosi Nerunopsixitcheskoi Meditzini, etc. (1896, VO. 1-2, tablitza VII). Lumbroso, al reproducir en su Archivio di Psichiatria (vol. XX, 1899), este tipo, añade, al pie del grabado, esta explicación: «Habitual de una taberna. Tiene todas las alteraciones fisiognómicas del alcoholismo; la mímica frontal, los ojos enteramente abiertos y la contracción del músculo cuadrado del labio superior. Fqas alteraciones la dan una expresión repugnante, acentuada por la contracción del músculo piramidal de la nariz y el alargamiento transversal de la boca (estigma degenerativo). Los ojos están inmóviles, señal de cinismo y pérdida de todo sentimiento de vergüenza,


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A los caracteres descritos por el profesor ruso, añadiremos algunos otros para completar este estudio. El tipo alcoholista es más común en sociedad de lo que muchos creen; en nuestro pueblo bajo, y entre los parásitos de más ínfimo orden, abunda mucho. No es que uno y otros beban de modo extraordinario; unas copas al día, como ellos dicen; pero la mala alimentación, la degeneración fisiológica, muy visible en la mayor parte de los casos, y la calidad del alcohol ingerido, explican, a nuestro juicio, bastante bien ese hecho que tanto nos ha llamado siempre la atención: por qué nuestros obreros, mendigos, etc., sin casi beber se embriagan, y las cinco o seis copas diarias, que apenas servirían como aperitivo a un aficionado de clase acomodada, bastan y sobran para llevar a aquéllos a la ruina fisiológica y a los últimos grados de la intoxicación alcohólica. El golfo y, sobre todo, los mendigos y chulos de mancebía beben siempre que pueden; la vida al aire libre contribuye a curtir su cara y neutralizar frecuentemente, por lo que se refiere a la palidez, la acción del alcohol; pero en ellos pueden estudiarse bien los efectos del vicio. Aparte los caracteres fisonómicos, y la incuria, desaseo y aspecto desastroso de la indumentaria del borracho habitual, se marcan en él perfectamente el acné rosácea,37 o tinte especial patológico de la nariz, unas veces —como ocurre con el alcohólico de la fig. 9—; la palidez característica otras, o el brillo y turgencia de la piel y siempre el abultamiento de la región ciliar, por efecto de la debilidad y paresia de los músculos orbiculares. (1) En la fig. 10, que representa un mendigo, en cuya vida moral pesan cosas todavía más graves que la dipsomanía, puede observarse bien esto. La palidez en él es manifestación muy visible, no menos que su manera especial de andar, insegura, cuando deja el brazo de su

(1) El vulgo expresa esto mismo diciendo que el individuo en cuestión «tiene los ojos cargados..

37 Sic. La medicina moderna reconoce diferente etiología para cada término.


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madre, eterna compañera suya, en la calle como en el lecho, desde que ambos abandonaron su hogar de personas de cierta posición. Como consecuencia de la depresión que ofrece en estos enfermos la parte superior del surco naso-labial y la inferior de la ojera, preséntase muy de relieve la región intermedia.

Fig. 9. Alcoholista profesional.

Iníciase en algunos una proyección de los labios resecos y algo abultados hacia el exterior; se levanta ligeramente el men-


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tón por proceso análogo al estudiado en los orbiculares, quedando, por consiguiente, más hundida que en el individuo normal la región supramentoniana. La palpebral inferior, comprendida entre la ojera y el borde del párpado, aparece abultada también en determinados alcoholistas, conforme puede verse en la fig. 10.

Fig. 10. Mendigo alcoholista.

No es dificil observar en buen número de mendigos, vagabundos y gente baja, sin más que seguirles a primera hora de la mañana, a la salida de las casas de dormir, donde muchos se recogen, el vómito matutino producido por los esfuerzos que hace el alcoholista para desembarazar la mucosa del depósito de flemas acumulado en ella durante la noche; los grumitos amarillentos de mucosidad que un fenómeno parecido de adherencia, junto con el odio a la limpieza, retienen en el ángulo


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externo de cada ojo; y a poco de tomar en la taberna o en la buñolería el indispensable desayuno alcohólico, la sequedad de los labios, el temblor de piernas, semejante a la oscilación de una cuerda tensa entre dos puntos; el vacilante andar inseguro, gruñendo a ratos, eructando sin disimulo, procurando conservar el difícil equilibrio, mientras parados y en posición vertical, bajos los ojos, su cuerpo oscila levemente de atrás adelante, como varilla cuyo extremo libre recorriera vibrando los grados de un pequeño arco, con movimiento rítmico y lento. Muchos de ellos, que en años anteriores fueron atacados por las fiebres, ven reproducirse anualmente sus accesos; algunos presentan la obsesión sexual muy poderosa, siendo entonces su conversación de un lúbrico subido, de una grosería burda, repugnante, expresión de las continuas representaciones, aberrantes a veces, que llenan su mente. Disminuye poco a poco su poder visivo; entran en una vejez anticipada que se une a la decadencia y ruina, moral, fisica, indumentaria; los olvidos y descuidos que sufren —pérdida de monedas, v. gr., al sacar otras para pagar—, por obnubilación de las facultades; la progresiva inaptitud para el trabajo en los que todavía trabajan; sus desgracias y fracasos en él por la causa indicada; las heridas que en riñas se infieren, o al caerse, o manejando utensilios de uso corriente; su continuo descontento por estos y otros sucesos, hijos del constante alejamiento de su espíritu, del cambio profundo de carácter, etc., les hacen desesperarse y denostar a la adversa fortuna constituida para ellos en fantasma inexorable, empeñado en perseguirles y aniquilarles progresivamente. Los suicidios provocados por el alcoholismo son frecuentes. Gustan estos viciosos de vivir aislados, exhibiéndose, las mujeres sobre todo, sólo durante el acceso, provocando a diario grandes escándalos callejeros, cantando, alborotando y haciendo, en una palabra, las delicias de la banda de curiosos que las sigue como a animal raro y burlesco. No falta tampoco algún hombre entre estos alcoholistas populares. La fig. 9 representa a uno de ellos, Garibaldi, tan

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conocido del público madrileño. Hay gran diferencia entre verle en la calle, libre, feliz, independiente, adornado con su tricornio, casaca y falsas condecoraciones, dando vivas a la República, tuteando a Prim y a otros generales de su tiempo, tratando de Excelencia a todo aquel que le invita a una copa, recorriendo ufano las principales arterias de la villa, al frente del inevitable batallón de chiquillos, y verle en la cárcel, donde le hemos estudiado nosotros, perdidos sus bélicos arreos, mustio el semblante, la actitud humilde, substituido el tricornio por un gran gorro verde con arabescos.38 Garibaldi tiene ahora cincuenta y ocho años; está bastante bien conservado, es bajo de cuerpo, y marcialmente plantado. Su madre fue cantinera en el penal de Tarragona; su padre, portero de una Casa de Socorro, murió de un ataque de alcoholismo, fin que también tuvo un hermano de su padre. Ya el abuelo había sido aficionado al vino, como lo es uno de los hijos de Garibaldi, adolescente todavía, ligeramente giboso, popular también y dado a todo género de vicios, que el público curioso y maleante le paga. Fue cubero de oficio hasta que pudo convencerse de las ventajas que ofrecía hacerse el loco popular, y convertirse en parásito consecuente de sus numerosos conocidos; comenzó desde muy niño a beber, instigado por su padre que se complacía en ello; por los tiempos en que trabajaba, le fue inferida una herida en la región pectoral derecha y otra en la nariz por un su oficial, en ocasión en que ambos estaban ebrios; la cuestión fue provocada por el oficial, que no pudo ver con calma en la cocina el magnífico y abundante puchero del maestro, comparado con el menguado que él podía animar al fuego, con tres pesetas de jornal. Garibaldi es microcéfalo; fisonomía simpática, ojos empequeñecidos por la ligera elevación del párpado inferior, carácter 38 Nótese la sorprendente similitud entre Garibaldi, personaje real, y el Rana, protagonista del cuento homónimo de Clarín, recogido en Doña Berta y otros relatos. Ambos son ejemplo de alcoholistas populares y coin-

cidentes en una variada sintomatología y comportamiento.


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que ya da Sikorski en sus alcoholistas, acné rosácea marcada, surcos naso-labiales hundidos inferiormente, temblor de la lengua algunas veces, sed y hambre crónicas. Odia el aguardiente, por el cual se perece su mujer, más adelantada que él en la intoxicación. Bebe sólo vino, y actualmente delira de veras. Se embriaga a diario, y según le da el vino, va desde la calle a la cárcel o a su casa. O Tipo profesional Las actitudes expresivas y los movimientos musculares adecuados a la traducción de una habitualidad individual, si se repiten, llegan a fijarse, debilitados, en las personas que los tienen por oficio o por costumbre, señalándoles de modo más o menos fácilmente reconocible. Ciertos temperamentos y cualidades se reflejan en el rostro y maneras de los sujetos, marcados de este modo con la huella de la expresión de sus emociones habituales Por otra parte, el ejercido de una profesión, estrechando a un número dado de hombres en determinadas prácticas, y forzándoles a una comunión de ideas y de vida inevitable, tiende a igualarlos entre sí, y a crear de esta suerte un tipo que exteriormente se revela de modo especial en la fisonomía, en la mímica, en la indumentaria. Profesiones hay en que este tipo se encuentra perfectamente caracterizado. En general, o, mejor dicho, aislando el factor principal en este punto de los influjos secundarios que le modifican, puede afirmarse que la caracterización del tipo profesional se encuentra en razón directa de la estimación que una sociedad determinada tiene a las diversas profesiones. Las tres carreras que aún conservan la fe de su superioridad, la carrera de la iglesia, la de las armas, la del foro, conservan también, y por lo mismo, su tipo indumentario. Este principio permite vislumbrar que los tipos profesionales de las gentes de mal vivir no han de ser de los que estén más acusados. La mala vida, como conjunto de los modos reprobadas de la existencia, se encuentra interiormente trabajada por dos fuerzas


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opuestas connaturales a su organismo. De una parte se revela en ella, como afirmación de su misma vida, la tendencia a crear un tipo propio. De otra, en cambio, viéndose reprobada y perseguida, la necesidad de conservarse la obliga a destruir continuamente los tipos que comienzan a apuntar, recurriendo a los procedimientos miméticos y de adaptación larvada a tipos extraños, en lo que —pues esto es un parasitismo del tipo— revela una vez más sus tendencias parasitarias. Hay, por lo tanto, en ella una continua creación y destrucción de tipos profesionales; tendencias o fuerzas que actúan con diverso grado de intensidad en sus variadas revelaciones, según la necesidad de su aplicación respectiva. Recuérdese la conceptuación social de cada uno de los modos parasitarios. Parásitos tolerados (comensales) y parásitos con los cuales se ha establecido un cambio de servicios (simbiosis): mendigos y prostitutas, sintiendo menos la necesidad de defenderse, ocultándose, pueden conservar cierto tipo profesional. Parásitos perseguidos, como los delincuentes, deben en cambio deshacerse de todo lo que les distingue... y es renunciable. El disimulo, en efecto, no puede vencer ciertos rasgos anatómicos y expresivos que se hallan fuera de la acción de esa facultad. Aquí tocamos la cuestión del tipo criminal, agitada en nuestros días, principalmente por obra de Lombroso, en tomo de la cual tanto vacío clamoreo ha levantado la escandalizada vulgaridad de iletrados y doctores, y aun cuando en los delincuentes por hábito adquirido, como son los que componen la delincuencia parasitaria que nosotros estudiamos, este tipo falte las más veces, por lo mismo que son más bien productos de la degeneración social que no de la patología individual (Ferri),39 debemos consignar algunas palabras acerca de ella. 39 Sociología criminak, 4.2 ed., Turín, 1900, donde FERRI suaviza algunos extremos de su maestro Lombroso, es el texto manejado por Quirós


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Refiriéndose a las protestas suscitadas por los trabajos de aquel sabio, uno de nosotros escribía lo siguiente: (1) •En realidad, estas protestas son por mitad justas e injustas. Injustas, a nuestro modo de ver, porque, sin duda, tal deformación anatómica, tal carácter degenerativo, cual otro dato más insignificante y extraño —y eso que los criminalistas italianos han apurado, casi, el terreno de la investigación, todo el cuerpo humano y todas sus partes, sus pliegues y sus arrugas más recónditas—, están en una relación innegable con el carácter del sujeto, carácter que es una función, un producto de todos ellos. Ahora, la determinación concreta de este significado es, por el momento, prematura y arbitraria; y aquí está el lado de justicia de las críticas antilombrosianas. Quizá ninguna ha sido tan exacta, adelantando este punto de vista, que no es, naturalmente, un descubrimiento nuestro, como la que en forma anecdótica hacía Benedikt en el Congreso de París:40

(1) Bemaldo de Quirós, La Criminología en 1898, en la Revista General de Legislación y jurisprudéricia, vol. 94 (1899).

y Llanas. Éstos trazan a continuación una prudente matización del Lombroso más determinista, con lo que salían al paso de una tendencia generalizada. En el Congreso Antropológico-Criminalista de Ginebra (1895) se habían oído las voces disidentes del doctor Noecke de Leipzig, del belga Dallemagne, del ruso Bechterew y del alienista Forel. En Francia Lombroso tuvo pocos adeptos, debido en parte a la temprana refutación de sus teorías por Gabriel TARDE en La criminalité comparée, 1886. En España Pedro DORADO MONTERO, entre otros, manifestaba una firme oposición al criminalismo italiano en el prólogo a Problemas de Derecho penal (1895). Luis MARISTANY, en El gabinete del doctor Lombroso, Barcelona, Anagrama, 1973, pp. 37-41, estudia el parcial alejamiento que de la teoría lombrosiana experimenta en sus sucesivas publicaciones Salinas, a cuya .escuela• pertenecen Llanas y Quirós. 40 las actas de este Segundo Congreso de Antropología Criminal, celebrado en París en 1889, fueron oportunamente conocidas en España a


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"Todo esto me recuerda —decía el gran maestro vienés— la respuesta que dio a Hyrtl un estudiante preguntado por la función del bazo: 'Señor Profesor, la sabía, pero la he olvidado'. Hyrtl exclamó entonces: ¡Desgraciado! ¡Usted era el único que lo sabía y ya no lo recuerda!". Y añadía Benedikt: "Es fácil hacer hipótesis. ¿Por qué no decir que la foseta media de la cresta occipital indica predisposición a las hemorroides? ¿Sabemos, en efecto, cuál es la significación del vermis?". "Pero el vermis o el bazo, maestro —se podría luego replicar al de Viena—, ¿no significan nada, ni tienen función alguna?". En suma, sospechamos que cada uno de los caracteres físicos del criminal y del honrado han de tener alguna significación, pues de otra suerte no los tendrían. ¿Cuál? Esto es lo desconocido•. Y sobre esto es sobre lo que ahora se trabaja, con la esperanza de aclarado. Siempre, quizá, el empirismo de todas las épocas ha querido adornarse y ennoblecerse con el título de ciencia. Tenemos a la vista un tratadito de Fisiognomía, de mediados del siglo XIX, que comienza de esta suerte: «El arte fisonómico... no se considera ya hoy día como una ciencia quimérica e ilusoria•, añadiendo cinco páginas más adelante: «la ciencia fisonómica es positiva•, (1) frase que parece escrita en nuestros días.

(1) La fisonomía, o sea el arre de conocer a sus semejantes por las formas exteriores, extractado de las mejores obras de Lavater, por don Antonio Rotondo, Madrid, 1847.

través de la Revista General de Legislación y Jurisprudencia. El Boletín de la Institución Libre de Enseñanza había publicado trabajos de M. Benedikt, profesor en la Universidad de Viena, a lo largo de 1887. Resultado de este congreso fue, en el momento de mayor aceptación de las teodas lombrosianas, que instaban a la aplicación de las ciencias naturales al derecho «clásico., la creación de la Union Internationale de Droit Pénal. Hubo un tercer congreso en Bruselas en 1892. El cuarto (Ginebra, 1895) fue testigo de las primeras manifestaciones colectivas de oposición a Lombroso.


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Con todo, después de los trabajos con verdadera dirección científica de los antropólogos, fisiólogos, psicólogos y criminalistas modernos, no es una vez más la que inútilmente se repite que la indagación fisiognómica y mímica ha entrado en un período de crédito. El análisis de la fisonomía homicida hecho por un Ferri, (1) el contraste del rostro movible del ladrón con la fría impasibilidad del asesino, la asignación de determinados rasgos a ciertas formas de criminalidad, son cosas que, en lo sucesivo, no podrá menos de aprovechar todo el que sepa lo que es un tipo y el fin para el cual se describe. Un tipo no es una estatua ni un molde, antes bien, es una sombra. El tipo criminal no se describe, como se figuran algunos, para dotar a las gentes de una maquinilla barata que ahorre el trabajo de los jueces. Su estudio se hace para descubrir relaciones naturales que llevarán, con una discreción y una reserva y un cuidado de que hoy no tenemos idea, a aplicaciones de trascendencia y eficacia superiores a las que hoy se usan. Más adelante, al hacer el estudio monográfico de la delincuencia, de la prostitución y de la mendicidad madrileñas, intentaremos bosquejar algunos de sus tipos. Por el momento, sólo debemos notar que, como observa Salinas, (2) estos tipos, lo mismo que el resto de los tipos profesionales, se constituyen «por el predominio de las tendencias que les son indispensables para realizar lo más ventajosamente su fin, y por la eliminación de todas las tendencias que puedan estorbarle>. La prostituta, viviendo de la sensualidad, acumula en su persona toda clase de estímulos sensuales, y su rostro, sus posturas, sus ademanes los proyectan alrededor, como proyecta el

(1) L'omiciclio nell'Antropologia criminale, Turín, 1895, pág. 212 y sigs. (2) Hampa, pág. 440.


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mendigo la compasión con sus actitudes depresivas y sus posturas de tormento. Cada cual, sintiendo a su manera la naturaleza del sentimiento, a expensas del cual vive, le interpreta de modo propio en su estilo personal, variadísimo, y lleno a veces de inspiraciones que desvían repentinamente la caracterización del tipo, llevándole a los extremos contrarios, como las prostitutas recatadas de aspecto y los mendigos dignos y vergonzosos. A través de estas diferencias individuales, hijas del temperamento, del ingenio y de la educación recibida, y a través de las diferencias que, interior y exteriormente, establece la clase social de que procedan o cuya representación tomen, el motivo profesional los unifica en una imagen abstracta y general, como unifica el motivo étnico en virtud de los rasgos más acusados y salientes.

VI LA MALA VIDA EN MADRID No pocas veces, así en la conversación como en la literatura, se acostumbra a presentar la mala vida como producto de las grandes poblaciones. Esto no es enteramente cierto. La aldea no es menos inmoral que la ciudad. El campesino no es superior éticamente al hombre urbano. El cansancio y la hartura de la vida en los grandes centros de población, donde es tan áspera la lucha por la existencia, cica en los hombres de la ciudad espejismos de la vida de los campos, dulce y tranquila, que transporta a sus producciones literarias, a sus obras artísticas y a sus ensueños. Pero he aquí que cuando más les acaricia, algún hecho brutal de salvaje atavismo, alguna revelación de codicia, de lujuria, de los siete pecados capitales que también labran su panal, de hiel, en el alma del campesino, deshace sus ilusiones y las destro-


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za tantas veces como intenta rehacerlas. En nuestros días, una novela de Emilio Zola, La tierra, ha sido como el ariete contra las construcciones neoarcadienses.41 Cierto es, en cambio, que en el campo y la dudad, así la buena como la mala vida tienen distintos caracteres. •Ia dudad —dice Ihering— (1) es el lugar de los usos refinados.. Por lo mismo, también la mala vida se afma y se refina en las ciudades, pasando de las formas musculares a las intelectuales; proceso éste que —como enseña Ferri— (2) es el de la evolución de todas las manifestaciones de la lucha por la vida. El estudio de la criminalidad, v. gr., en uno y otro medio, pone de relieve esta diferencia. Sighele da un ejemplo típico de la distinta manera que tiene de resolverse, en el campo y en la dudad, una acción criminal determinada por el mismo móvil. En el campo, las jóvenes seducidas recurren al infanticidio; en la ciudad, provocan el aborto. (3) Puede continuarse el parangón con otras especies de delitos. la fauna delincuente rústica da el asesinato, la violación, el robo. La fauna delincuente urbana tiene

(1) Prehistoria de los Indoeuropeas (trad. esp. de A. Posada), Madrid, 1896, pág. 140 y sigs.

(2) La Justice pénale, son évolution, ses dótalas, son avenir, Bruselas,

1898, pág. 14. (3) El delito de dos (trad. esp. de P. Dorado), pág. 81.

41 La novela de ZOLA La bestia humana, 1890, está inspirada claramente en los principios lombrosianos y resulta un caso más bien excepcional entre los novelistas franceses. Las referencias a la literatura zolesca se hicieron inevitables en los estudios de esta índole. LLANAS comentaba la novela de ZOLA Fecundidad en «Notas críticas. literatura realista», Revista Nueva, 29 (25 de noviembre de 1899), pp. 278-280. Posteriores a su libro son »El obrero y La Taberna,. y « Trabajo y Zola», ambos en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXVI/505 (30 de abril de 1902) y >00/11/517 (30 de abril de 1903), respectivamente.


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equivalentes del primero en los que pudieran llamarse «traumatismos morales., para herir y deshacerse del

enemigo; del segundo, en la seducción; del tercero, en el hurto, y sobre todo, en la falsificación y la estafa. De suerte, que si, como alguna vez indica Krause42 —llevando el concepto de la diferenciación de sexos, que en la naturaleza orgánica aparece como un episodio, a la naturaleza social—, el campo es de carácter masculino y femenina la dudad, la criminalidad en uno y otro medio tiene asimismo algún atributo, alguna modalidad de su distinto sexo: el esfuerzo muscular y la violencia varonil aparecen en la atávica criminalidad de los campos; la engañadora astucia femenina en la refinada delincuencia de las ciudades. Pero además de esta diferencia de carácter, que vuelve luego a repetirse comparando entre sí los términos de cada una de las series, (1) hay otra no menos acusada entre la dudad y el campo. Aquí, la escasez de la población y la falta de agentes que cultiven y desarrollen las individualidades, hacen que la vida se deslice en una ordinaria mediocridad sosegada, fuera de la cual se bosquejan tenuemente esas dos grandes desviaciones contrarias de tanta

(1) Comparadas, v. gr., la mala vida madrileña con la mala vida pansiense, veríamos que la primera, en general, se encuentra aún en las formas toscas y vulgares del crimen y del vicio, mientras la segunda desarrolla las formas refinadas y elegantes. Nuestro atraso, aún en esto, es evidente, cual corresponde a un pueblo que así en las virtudes... cívicas, como en el

crimen representa un caso de detención en la evolución europea.

42 Quirós y Llanas fueron afectos a la Institución Libre de Enseñanza. Solían reunirse para trabajar en la biblioteca del n° 8 del paseo del Obelisco, luego paseo del General Martínez Campos, donde radicaba la sede de la Institución. Lo relata el mismo LLANAS en «Notas críticas., Revista Nueva, 25 (15 de octubre de 1899). Y curiosamente se lo recordará QUIRÓS en La Lectura, III (diciembre de 1904), p. 441.


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altura y profundidad —la evolución ascendente de la genialidad y la involución degenerada de toda suerte de vicios y miserias—, cuyo extraordinario contraste aparece constantemente en las grandes ciudades, como rasgo propio de su constitución y naturaleza, deforme y monstruosa por muchos conceptos. La gran ciudad —dicen Niceforo y Sighele— (1) es en el mundo moderno, quizá más que en el antiguo, como una aguja magnética que ejerce su acción sobre todo el ambiente que la circunda, y atrae a los sugestionables de las provincias, cuino el imán atrae especialmente ciertos cuerpos. Las gentes acuden de todas partes a la ciudad, que, siendo «nodriza más bien que madre«, y semejante a una estufa donde el calor de la vida desarrolla maravillosamente la individualidad, fecunda los gérmenes útiles y los nocivos, y desarrolla en los predispuestos tanto la locura como el genio, el delito como el heroísmo. Así, en una serie de 424 jóvenes delincuentes de la población, 193, esto es, el 45,52 %, procede de casi todas las provincias de España y sus antiguas posesiones. He aquí su distribución por orden de mayor a menor, y la proporción aproximada con que figura en el total cada provincia: Provincias

Individuos

Proporción por 10.000 habitantes

Madrid Segovia Soria Guadalajara Ávila Logroño Albacete Ciudad Real

19 12 10 11 7 6 7 7

2,30 0,70 0,60 0,50 0,30 0,30 0,20 0,20

(1) La mala ata a Roma, Turín, 1898, pág. 14.


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8 Salamanca 7 Córdoba 3 Cuenca 6 Granada 2 Guipúzcoa 6 Jaén 5 León 6 Málaga 7 Oviedo Palencia 3 Santander 3 5 Valencia 4 Valladolid 4 Lugo 4 Sevilla Alicante 3 6 Barcelona Burgos 2 2 Cáceres 2 Cádiz 1 Vizcaya 1 Zamora 2 Zaragoza 1 Lérida 1 Almería 1 Murcia 1 Orense 1 Tarragona Posesiones de África (Ceuta). 1 Filipinas (Manila) 1 1 América (Perú)

0,20 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,10 0,09 0,07 0,06 0,06 0,06 0,06 0,05 0,05 0,05 0,05 0,04 0,03 0,03 0,03 0,03 0,03 0,03 0,03

Si tomando la capital como centro, trazamos alrededor de ella una serie de círculos de radio cada vez mayor, veremos que el primero de ellos, abrazando sólo la provincia de Madrid, es el que da mayor contribución. Viene después el círculo que comprende las provincias más próximas a la corte (Segovia, Soria, Guadalajara, Ávila y Cuenca), países pobres que nutren a la población de toda clase de profesiones serviles. Uno y


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otro círculo, es decir, tan sólo seis provincias, dan más de una tercera parte de jóvenes delincuentes a la población (34,63 %). Más allá de estos dos primeros círculos, la acción atractiva de la capital, que aumenta según la masa (Levasseur), decrece en razón directa a la distancia, alterándose por el influjo de otros centros de atracción más próximos. Vese otro tanto entre las prostitutas. En poco más de dos millares, a que asciende el número de las inscritas en la sección de Higiene, «la provincia de Madrid acusa una cifra de 638; Toledo, 135; Valladolid, 113; Guadalajara, 104. En cambio, Castellón, sólo da tres; Huelva, dos, y Álava, una». (1) «Abismos de la especie humana» (Rousseau), «Minotauros de la civilización» (Jacoby), «Monstruos de hidropesia social» (Niceforo y Sighele), que tanto y más se ha dicho de las grandes poblaciones, la mala vida aparece en ellas como un fenómeno que llama la atención general por sus proporciones y gravedad, por sus caracteres astutos, voluptuosos, y, sobre todo, por el enorme contraste que ofrece, presentándose en los mismos lugares donde más se lucha y se trabaja fatigosamente por el ennoblecimiento y elevación de la especie y la existencia humanas. Si el lector, desplegando el plano de Madrid, lanza sobre él una ojeada, verá cortada la población, en más de una terrera parte de su circuito, por una cinta de caminos de ronda, o rondas simplemente, que se extienden del Sudoeste al Sudeste. Son las rondas de Segovia, de Toledo, de Embajadores, de Valencia, de Atocha, de Vallecas y de Vicálvaro. En otro tiempo, estas rondas continuaban por la parte Norte, viniendo a circundar Madrid entero con raras soluciones de continuidad; pero hoy, la interposición de nuevas barriadas hace estas soluciones más frecuentes;

(1) Eslava, la prostitución en Madrid, Madrid, 1900, pág. 93.


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de modo, que sólo al lado del Noroeste el límite vuelve a hacerse aparente 43 Ahora bien, este límite corresponde, con bastante exactitud, a la división entre la dudad y los suburbios, y en él se localiza una zona de vida inferior a la del centro, en la cual aparecen, acá y allá, ciertas manchas, más o menos obscuras, de lo que nosotros llamamos mala vida. A una y otra parte de la ronda limitadora, se extiende esta zona de que hablamos; pero mientras del lado de la dudad se funde y desvanece en la vida normal, en los suburbios lo que queda de esta vida adquiere el color y las actitudes que resultan de la mezcla de tanto tono de existencias defectuosas como allí predominan. Aquí se siente, en acción, la influencia atractiva de las ciudades; el flujo y el reflujo continuados, verdadera marea que mantienen. Atraídos por cuanto llama a ellas, penetran los mal vivientes en lo interior; mas como en seguida se manifiesta un movimiento defensivo, los más débiles quedan eliminados a distancia.44

43 Aluden a los barrios entre los que se asentaría la ciudad lineal, propuesta por Arturo Soria y Mata ya en 1882, modalidad racional urbanística que tomaba en consideración la nueva realidad de los medios de transporte. Concebida sobre un eje principal y vías perpendiculares, iba a extenderse entre las carreteras llamadas de Aragón y Francia, en los términos de Canillejas, Canillas, Hortaleza, Chamartín de la Rosa y Fuencarral, y constituiría el sector más expansivo del antiguo Madrid. En 1901, y de norte a este, existían en este sector los asentamientos de La Prosperidad y El Carmen, La Guindalera, el Madrid Moderno, la Colonia Oriental y el barrio del Porvenir del Artesano, que traspasaban el límite urbano de las antiguas rondas. Hacia el noroeste también se conectaba al paseo de Ronda —en la actualidad avenida de la Reina Victoria— la barriada de Cuatro Caminos, no lejos de los Altos del Hipódromo, final entonces del Madrid norteño y en cuyo extenso solar deportivo se alzan hoy el complejo de Nuevos Ministerios, una moderna zona comercial y el Palacio de Congresos. 44 La novela de LLANAS Navegar pintoresco, 1903, explora en la literatura de creación estos límites urbanos. Las incursiones por los bajos fondos


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1) Localizaciones suburbanas

Partiendo, pues, de esta zona equívoca, veremos que del lado del Mediodía, y, sobre todo, del Sudoeste, se acentúa y adquiere caracteres más marcados. ¿Por qué esto? Es que el proceso de urbanización ha quedado paralizado aquí muchos años hace, y, lo que de urbanización queda, se desasimila de la del resto de Madrid, y al cabo se descompone, mientras, por el contrario, las localizaciones equívocas que, esporádicamente ahora, se encuentran hacia el Norte, van atenuándose y disolviéndose conforme avanza el movimiento de la ciudad en ese sentido. Sería largo y fatigoso que, dando la vuelta a Madrid entero, explorásemos cada una de sus barriadas. Preferimos tomar lo más acusado como tipo y llevar desde luego al lector a la mancha más obscura de la mala vida madrileña. Recorriendo la ronda de Embajadores, a lo largo del mercado de objetos decrépitos que, como prolongación del Rastro se instala allí diariamente, comiénzanse a observar tipos que parecerían sospechosos, cuando son, en realidad, harto conocidos, tanto, que apenas pueden penetrar en Madrid sin riesgo de

madrileños sirven de contraste a la vida urbana del protagonista, un vagabundo superior, elitista y decadente, cuyas andanzas psíquicas y callejeras ilustran lo que muy bien podría llamarse »la buena vida en Madrid•. Pío BAROJA, que había sido alumno de Aranzadi en sus clases prácticas de antropología, antes de desengañarse de la sociología criminal, refleja en algunas novelas la fascinación por las barriadas marginales de Madrid. Así, en Camino de perfección, 1902, con técnica parecida a la del contrapunto de Llanas, el protagonista pasea por las Injurias, Embajadores, Mesón de Paredes y otros lugares que arropan la meditación existencial con el pesimismo.


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quedar allí por quince días, y si pretenden salir de él, viajando alrededor de ferias y fiestas locales, deben marchar de riguroso incógnito, ocultos bajo los asientos de los coches. Así viven, relegados en aquel limite, maldiciendo de Bertillon45 y de cuantos trajeron al mundo los métodos identificadores. Desde La Llorosa (plazoleta en el ángulo de la ronda de Embajadores y el paseo de las Yeserías) se divisa un polígono irregular... geométrica y éticamente considerado. El paseo de las Acacias, el de las Yeserías, el del Canal y el de Embajadores cierran, quebrándose, una superficie exagonal embarrancada, donde están enclavadas, de un lado, las Peñuelas, de otro, hacia el ángulo que forma la confluencia de los dos primeros paseos en la glorieta del Puente de Toledo, los dos pequeños caseríos de Casa del cabrero y Casa blanca y el barrio de las Injurias. ¡Las Injurias! Si el lector cree que el nombre viene de la palabra que con más frecuencia escucha el extraviado en estas regiones, no se equivocará mucho. No lejos de aquí, próxima a las Peñuelas, hay una calle que llevó el nombre de Cristo de las Injurias y hoy el de Martín Soler. Según Fernández de los Ríos, (1) se llamó así por un humilladero que allí había, donde se veneraba un Cristo, «que no sabemos —añado- qué relación haya tenido con injuria alguna». Tal vez fuera el Cristo de los valientes y pícaros de la época, pues —dice Salillas-- (2) «son muchas las apelaciones religiosas en la manifestación de la valentía», y conservando su advocación alguna colonia de emigrantes de aquel sitio, diera el nombre de Injurias al nuevo lugar de su estableci-

(1) Guía de Madrid, Madrid, 1876, pág. 80. (2) Hampa, pág. 366.

45 Alphonse Bertillon, creador en 1879 del sistema de identificación de criminales denominado antropometría, aplicado desde 1882 en el Palacio de Justicia de París. Para sus imitadores en España, véase nuestra nota 26.


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miento. La injuria queda, en todo caso, como origen probable del nombre. No de otro modo se llamó Campamento de los rugidos aquel en que Bret Harte puso el conmovedor episodio de Tomás Lasuerte.46 Pero si las Injurias —como todo grupo social, aunque en grado y formas distintas, según su estado de cultura—, ofrece al extraño que se acerca el lado «erizado, áspero y rugoso», según las expresivas palabras de Tarde, (1) en cambio su interior es, para la gente que le compone, «blando y aterciopelado», como un estuche. Reina allí, como el medio es completamente homogéneo, una extrema simpatía, que de los mutuos servicios diarios pasa a la abnegación muchas veces, sin que nadie crea por esto hacer nada de particular ni cumplir deber alguno. La conciencia de que pertenecen a una misma especie les mantiene en una perfecta solidaridad, para producir la cual no entra ninguna clase de vínculos mecánicos. El grupo social se descompone y compone continuamente, dada la condición nómada de sus elementos celulares, y, con todo, ofrece siempre la misma cohesión fuerte que hace de él un albergue seguro de malhechores. El Barranco ofrece el aspecto desolado de la Naturaleza maltratada por la proximidad de las ciudades. Le cruza un arroyo fétido, y sobre la superficie del suelo sale al descubierto la bóveda de una antigua alcantarilla, semejante a la espina dorsal de algún animal sucio que estuviera allí tendido entre ruinas, escombros y basuras.

(1) L'esprit de groupe, en Archives d'Anthropologie criminelle, vol. XV (1900), pág. 8.

46 Bret HARTE, escritor norteamericano. Mixtificador del color local con la nota sentimental, se considera un precursor de Mark Twain. Sus narraciones, publicadas en la revista de su dirección The Overland Monthly, dieron la vuelta al mundo reunidas bajo el título La fortuna de Roaring

Camp(1870).


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Algunas casas irregularmente dispuestas forman el barrio, cuya vista general damos en la fig. 11.

Fig. 11. Vista general de las Injurias.

Vive en él una parte mínima de vecindad de bien, dedicada a trabajos humildes, entre los cuales ninguno es tan curioso como la industria de esos juguetes ingeniosos y baratos que, renovándose de continuo, se venden en la Puerta del Sol, y cuya última creación, hasta el momento en que escribimos, ha sido el falso faquir M. Papus, escapándose de la urna. (1) El resto de la población le componen cuatro clases de gentes, que son, según la nomenclatura de la localidad, pajilleras, randas, mangantes y lañadores, (2) que llenan aquellas

(1) El Museo pedagógico de Madrid posee una colección de estos juguetes, algunos de los cuales sirven para explicar a los niños principios y aplicaciones de fisica elemental, y especialmente de mecánica (palancas, poleas, etc.). (2) Y con ellos toda clase de tipos de andarríos.


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casas de recogimiento» cuya muestra puede verse en la fig. 12, boceto tomado sobre el terreno y en la hora más propicia. Todas están denunciadas por ruinosas varias veces; de suerte que sólo por milagro de las leyes de la gravedad (y de otras leyes!) se mantienen. Otro riesgo conocido allí es el de la inundación, y no mencionamos el riesgo de epidemia, porque a pesar de los vertederos de materias fecales al aire libre, que allí sirven de retretes; a pesar de las aguas estancadas que se descomponen y del hacinamiento de muchas personas en habitaciones sin aire ni luz suficiente para una sola, se nos ha asegurado que la mortalidad y las enfermedades son escasas, y que en recientes epidemias tíficas y variolosas, las Injurias no sufrieron daño grave. La pobre gente está ya inmunizada contra toda clase de gérmenes morbosos, y vive allí descuidada, sin tratar de mejorar su suerte. Tenemos por seguro que si algún día se lleva a cabo la demolición de estos barrios, la población expulsada llorará sobre las ruinas. Jarro, que tuvo la satisfacción de asistir en Florencia a la demolición del Ghetto, condenado por él como foco de mala vida, vio a muchos de sus habitantes abandonarle con lágrimas en los ojos: «¡Se estaba aquí tan a gusto!» —decían, echando de menos los suelos fangosos, las paredes ennegrecidas, la compañía de insectos hediondos. (1) En los hermosos días de sol que regala el cielo de Madrid, veréis la población entera en la calle. ¡Ah, padre de los mal vestidos, bermejazo platero de las cumbres, cómo sale a gozarte la canalla! (1) Firenze solterranea,

ed., Florencia, 1900, pág. 4.

47 Randa: ratero, granuja. Lañador ser astuto, perspicaz; pillo redo-

mado.


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Fig. 12. Casa de recogimiento en las Injurias.

Mientras las mujeres cosen harapos, o peinan sucias cabelleras, entretenidas en los chismes de vecindad, y mientras otras buscan en el vertedero de escombros, llamado a enterrar el barrio, pedazos de carbón y otras substancias —busca que sólo se hace previo pago y bajo condición de partir los productos con el propietario—, la población masculina desocupada se reparte en las varias tabernas del poblado. Unos gozan tranquilamente la luz y el calor solar que renacen tras el invierno; otros juegan sendos jarros de vino a las cartas o a la rana, y algunos buscan emociones mayores en la chirlata establecida en una de las


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casas del barrio. Allí se juega al cané48 sobre dinero y efectos que se reducen a cuartos en la primera casa de empeños que se encuentra en el camino. A veces, un piano de manubrio baja a aquellas profundidades, y en el acto se organiza uno de esos bailes madrileños que Salillas llama gráficamente •bailes de cópula•. Al caer la tarde comienza el éxodo de la mala vida hacia Madrid. La prostituta, ya peinada y vestida, deja su cuarto —los más limpios y cuidados del barrio, con ser nausenbundos--, y echándose el mantón sobre los hombros, sale a hacer su carrera. Los hombres marchan a preparar sus negocios en tabernas, casas de comidas y cafetines. A las altas horas de la noche reina el silencio en aquellos lugares solitarios, en torno de los cuales ronda la Guardia civil. A veces el alerta de agudo silbido o algún otro ruido sospechoso, como una seña convenida, turba el sosiego de la negra hondonada, en cuyos bordes distanciados faroles iluminan apenas la base que les sostiene; alguien que atraviesa precipitadamente el campo y se refugia en el primer cuarto que encuentra. Otras veces, es el mido de un escándalo entre vecinos el que estalla en medio del silencio, saliendo apresuradas luces y más luces a los ruinosos corredores, y moviéndose a través de ellos, según las fases del alboroto, en extraña danza imprevista, o bien con menor ruido y resolución mayor, se intnaduce allá el crimen, y deja, al retirarse, huellas de su paso. Transcurrida la noche, van volviendo los moradores a sus nidos, visitados frecuentemente por la policía que allá baja en busca de alguien que dejó en Madrid señales de haber estado. 2) Las barrios bajas Los llamados barrios bajos de Madrid, localizados en los

tres distritos del Hospital, la Latina y la Inclusa, no sólo merecen 48 A la rana: juego que consiste en introducir desde cierta distancia chapas o monedas por la boca de una figura de rana. Chirlata timba, partida de juego de alar, de ínfima especie; donde sólo se juega calderilla y plata menuda. Carté juego de naipes, semejante al monte.


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tal nombre por hallarse topográficamente bajo el nivel medio del suelo de la población, sino a la vez, porque considerados demográfica y socialmente acusan la misma inferioridad en el promedio de la urbanización y la cultura madrileña. (1) El lector hará bien en recorrerlos, apreciando por sí mismo lo que decimos. Allí verá los tipos más arcaicos de la urbanización, desde los nombres de las calles, bárbaros y grotescos, que viven con tenaz persistencia, a pesar de la nomenclatura oficial —como en los días en que había en Madrid calle de Arrastraculos, de Tentetieso, de Noramalavayas, etc.—, (2) hasta el empedrado, que corresponde más bien a la edad paleolítica, y el alumbrado público, que va pasando, sucesivamente según se desciende en ellos, de la electricidad al gas, de éste al petróleo y del petróleo a la graciosa claridad de las estrellas... cuando tienen las estrellas esta gracia. Aquí vive cerca de dos quintas partes de la población de Madrid (152.124 habitantes), según el Censo de 31 de Diciembre de 1899, de los cuales la gran mayoría se amontona en casas de vecindad, elevando la densidad media por edificio a 55,06, máxima a que se llega en el distrito de la Inch isa. (3) Esta vecindad constituye la mejor muestra de lo que puede llamarse el pueblo de Madrid, en el sentido de clase popular y elemento etnográfico más típico. Leyendo los paralelos que establecen los autores entre los pueblos salvajes y los cultos, queda uno maravillado al ver cómo, a pesar de los largos siglos de historia de las naciones más viejas de Europa, una parte de su población, incluso en las gran-

(1) Algunos otros distritos tienen también localizaciones extensas de esta vida inferior; por ejemplo, el de la Audiencia y el de la Universidad (este último con su Vallehermoso y los Cuatro Caminos). (2) Fernández de los BIos, Guía de Madr« Madrid, 1876, pág. 700. (3) La densidad media de la población de nuestros tres distritos inferiores, es de 52,1 habitantes por edificio, mientras en los siete restantes baja a 38,1 y a 32,5 en Buenavista, donde viven las clases acomodadas.


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des capitales, donde más se sienten las fuerzas evolutivas, conserva los caracteres de una humanidad infantil y primitiva que contrasta vivamente con el estado de madurez a que ha llegado el núdeo social al que se encuentra agregada. El retrato que Vierkandt, (1) por ejemplo, hace del salvaje, conviene perfectamente a esa parte de la población de Madrid que habita los barrios bajos, en lucha, no sólo con la Naturaleza, al igual del hombre primitivo, sino también con una sociedad enemiga que apenas guarda para ella otra cosa que sus leyes penales y fiscales, castigos todos que sufre a cada momento sin perder por ello su gracia y su alegría siempre dispuestas, su nativa bondad conmovedora. Son los salvajes de Europa, como Jarro dice, pacíficos, dóciles y sufridos, salvajes que, ignorantes y toscos, constituyen siempre el fondo de reserva para la evolución, cuando gastados e inutilizados los elementos sociales superiores, no queda otra cosa disponible que el pueblo sano, cantera de donde sale el material nuevo (Galdós). Nosotros, no obstante, sólo vamos a estudiar aquí sus partes degeneradas. La exploración de una casa de vecindad, colmenas humanas o verdaderas unidades sociales definidas, ofrece siempre muestras, más o menos curiosas, de los fenómenos degenerativos. Algunas, separadas de toda influencia sana, se hallan en verdadero estado de descomposición. Tales: los Paradores de Santa Casada, en la ronda de Embajadores; las casas de la Plaza de Armas, en el Campillo de Gilimón; la del Duende, en el paseo del Canal, (2) etc., etc.

(1) Naturucelker und Kulturucelker, Leipzig, 1896. (2) Esta última, derribada en el verano de 1900, constituía desde tiempo atrás un notabilísimo caso de colectivismo urbano. Denunciada por ruinosa años hacía, sus moradores aprovecharon el suceso para suspender indefinidamente, mediante pasiva resistencia, el pago de los alquileres, supuesto que el propietario, colocándose fuera de la ley al mantenerla en tal estado, no podría hacer valer sus derechos. «,Se alquilan cuartos, seguía diciendo la


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He aquí un patio de casa de vecindad (fig. 13), en el cual puede verse la disposición y proporciones de los cuartos.

Fig. 13. Casa de vecindad.

Constan éstos generalmente de una sala con ventana al corredor, una cocina y dos alcobas obscuras, todo menguado y de una pequeñez que espanta; en cada uno de ellos vive una

tablilla, colgada en la fachada; pero los procedimientos para ingresar en ella, eran o el método violento de la expropiación de otro ocupante, o el procedimiento pacífico y sosegado de aguardar que algún vecino desalojara el que ocupaba. En aquella casa, verdadera sociedad completa de indigentes y malhechores, nada faltaba a los vecinos. En un sótano lóbrego y cuarteado al peso de los años, tenían establecido un teatro (así rezaba la inscripción exterior), donde saltimbanquis y prestidigitadores vagabundos o aficionados indígenas organizaban funciones variadas.


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familia, numerosa a veces, quien, para poder pagar el cuarto, subalquila frecuentemente a uno o más individuos una pieza entera, o un rincón, o una parte del lecho. El aire y la luz les faltan; en cambio el retrete, común a los vecinos del corredor, les satura de emanaciones pestilentes; el contagio de todas las enfermedades infecciosas les acecha y hace presa en ellos inevitablemente, dados su descuido, pobreza e ignorancia. El pueblo carece de higiene en la casa, en la calle, en el taller, y se defiende de la enfermedad cuerpo a cuerpo cuando le acomete y sujeta. Unos se igualan en sociedades médico-farmacéuticas, que además ofrecen entierro, servicio éste que, por lo general, suele ser el más cierto de todos los que prometen. Otros, espantados a la vista de estos efectos, (1) están por los curanderos y saludadores, fiando en lo sobrenatural y en el misterio. La fe, por autosugestión, los cura a veces. La mortalidad en los barrios bajos no es superior, sin embargo, a la mortalidad media de Madrid, dato que basta parra ilustrar el estado sanitario de toda la población. El doctor García Faria, estudiando las estadísticas del septenio 1886-92, establece en 3,75 el número de defunciones en Madrid por cada 100 habitantes (Memoria al IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía), cuando, según el doctor Mínguez y Vicente (íd. íd.), la mortalidad de las grandes poblaciones debiera reducirse, para ser normal, a 197 defunciones por 100.000 habitantes. (2) Así la enfermedad les marca con sus estigmas, y su descendencia es débil y enfermiza, a pesar de la aparente belleza degenerada de algunos de los tipos. No hay sino recordar el afemina-

(1) V. lo que ha escrito de ellas el doctor Ovilo en uno de sus artículos de El Liberal (Viviendo de milagro, 1 de Abril de 1901). (2) V. las Actas de dicho Congreso y la Memoria del doctor 1-.Jbeda, Medios de disminuir la mortalidad en Madrid, Madrid, 1900.


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miento, la regularidad de facciones del pueblo; el chulo madrileño es un tipo afeminado, en general. Al mismo tiempo se producen graves irregularidades morales en estas circunstancias. Viviendo y durmiendo en la promiscuidad, es maravilla que el adulterio y el incesto no sean más frecuentes de lo que son, con serlo mucho más de lo que se cree generalmente. Recordamos la respuesta que, desde el lecho, dio a Jarro (1) una mujer que le compartía con su marido, hijos, yernos y nueras: «Usted debe ser un hombre malo. ¿No somos de la misma familia? ¿Por qué no hemos de poder dormir juntos?•. Y duermen en la misma rama como comen en la misma mesa; hasta que una noche el hombre, despertado en el orgasmo y en estado de semi-inconsciencia, se halla entre los brazos de su hija, de su hermana, o de la mujer más próxima. Otras veces encuentra el explorador arreglos de tres y cuatro, variadísimos; ya son la mujer, el marido y el amante, o el marido, su mujer y la querida, o estos mismos elementos sin sombra de matrimonio, o mezclados con amores homosexuales. El caso de concubinato es regla general. El promedio de la natalidad ilegítima en nuestros tres distritos bajos, se acerca al doble del que toca a los restantes. Las cifras son, respectivamente, de 32,26 y 19,98 por 1(X) nacimientos. En el distrito de la Inclusa, la natalidad ilegítima llega al máximum: 54,99. El Anuario demográfico y estadístico de 1897, de donde tomamos estos datos, (2) no dice si esta enorme alza depende, como es probable, de imputar al distrito de la Inclusa, por causa de la Casa de Maternidad que la recibe, una parte de la natalidad ilegítima de los distritos restantes. De todos modos, diríase que aquella casa, más que de maternidad seca y fría, de infanticidio tolerado, ejerce una especie de sugestión en los barrios donde está enclavada, invitando a los amores fáciles y sin consecuencias.

(1) Firenze sotterranea, pág. 8. (2) Pág. 502.


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Abundan también en estos sitios los hogares de alcoholistas, ejemplos típicos de miseria y anomía, padres de la mala vida. Todos los recursos los consume el jefe de la familia, y éste no aparece sino a deshora, irritado o estúpido, turbando el silencio con los delirios de sus alucinaciones, entre los cuales descuella en importancia y trascendencia, la locura de los celos por los devaneos fingidos de una mujer que terminó para el sexo, vencida por el trabajo, mucho tiempo antes. Sobrevienen entonces las sevicias de obras y palabras, en medio del escándalo en que pronto interviene la vecindad entera. A esto, por lo demás, están acostumbrados todos. Las agresiones, las riñas, los combates homéricos de injurias y calumnias en que cada uno vuelca sobre el contrario el lozanísimo cuerno de la abundancia de afrentas y baldones intranscribibles, son episodios diarios que acaban en el Juzgado municipal, para renacer siempre. En el trienio de 1895 a 1897 han pasado por los Juzgados municipales de Madrid 76.913 personas, es decir, un promedio anual de 25.637, la mayoría muchas veces reincidentes. La defectuosísima Estadística de la administración de justicia en lo criminal, publicada por el Ministerio de Gracia y Justicia, no permite averiguar la proporción en que se hallan los diferentes distritos. La mala vida en los barrios bajos está completamente aparente. Calles hay en ellos que son, según la expresión de Quevedo, (1) barrancos del género femenina tanto abundan allí las prostitutas (fig. 14); unas viviendo de pupilas en casas de aspecto vergonzoso, de las que ya decía Cervantes .que llevan de suelo vivir siempre en ellas mujeres cortesanas, o por otro nombre, trabajadoras o enamoradas»; (2) otras, mezcladas entre vecindad de

(1) Romance Sentimiento de un jaque por ver cerrada la mancebía.

(2) la tía fingida.


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bien, que las admite en su trato y se relaciona con ellas sin repugnancia. «Van a ganarse un pedazo de pan•, dice, y conociendo a cuántas bajezas obliga el deseo de vivir, las perdona.

Fig. 14. Mancebías en los barrios bajos.

Confundiéndose, a veces, con las mancebías de rojo farol en la fachada, están las casas de dormir, refugio de la multitud sin domicilio que recorre la población, famélica y harapienta. Señálanse éstas por un farol de cristal de un blanco sucio, dentro del cual tiembla mezquina luz, siempre mortecina. 12 más importante localización de las casas de dormir se encuentra en las callejuelas que ponen en comunicación dos de las grandes vías de los barrios bajos: las calles de Embajadores y


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del Mesón de Paredes.49 Desde anochecido hasta media noche van llegando los desheredados del hogar que, al cabo del día, pudieron allegar la mezquina cuota de entrada; alcohólicos tambaleándose, mendigos, ciegos, acompañados de su peno, jornaleros sin trabajo, criadas de servir desocupadas, randas y golfos, y la multitud de tipos abominables o inofensivos hermanados en la desgracia. Sólo la visita a una de estas casas de dormir puede hacer sentir un instante lo infinito de la miseria humana, cuando al leve resplandor de luces cuya combustión hace dificil el enrarecimiento del oxígeno, se ve moverse la masa hedionda de carne sucia y enferma, y se escuchan los balbuceos del ensueño y el delirio. Hubo en estos barrios, en la antigua calle de la Comadre, hoy del Amparo, una casa de dormir famosa. Llamábanla sus habituales la piltra del tío Largo, (1) y ha dejado su leyenda con el nombre de posada de la soga. Nosotros hemos hablado con gentes que la frecuentaron. En medio de una habitación estaba tendida una robusta cuerda sobre la cual los parroquianos descansaban apoyando en ella la cabeza. Esta cuerda desempeñaba

(1) Según Salinas (El Lenguaje, pág. 97), piltra es voz de germanía que designa la cama burdelesca.

49 Este polígono irregular, de que hablan los autores, dibujado por las Injurias y el Matadero de un lado, sobre el río Manzanares, la calle de Toledo, la de Atocha hasta enlazar de nuevo con el paseo de Ronda, por las inmediaciones de la estación de Andalucía, constituía la zona más característica del hampa y de la miseria y su degradación venía de lejos. En 1901 se hallaba flanqueado por numerosas instituciones caritativas de antiguo amigo: el Hospital General, la Inclusa de las Escuelas Pías, los conventos limosneros de San Nicolás, de San Francisco y de Santa Isabel, el Asilo del Pilar, el Asilo para ciegos de la Purísima Concepción y los Asilos de Santa Ana. Pasado el Manzanares, en parte ya canalizado, las tapias de cinco cementerios cerraban el paisaje.


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a la vez oficios de despertador, porque cuando el Tío Largo veía avanzar la mañana sin que sus huéspedes dieran señal de retirarse, pronunciando estas palabras, que la tradición ha conservado: «¡Arre, venga arriba hasta Dios!•, descolgaba un cabo de la soga, dando en tierra con los durmientes. Tras un instante de confusión, salían de allí, desparramándose por tabernas y casas de comidas. 3)

El centro Desde las afueras y los barrios bajos, donde llega a presentarse en estas formas manifiestas, la mala vida penetra en Madrid y llega hasta el mismo centro. Curioso es observar el fenómeno de adaptación al medio que acompaña a este tránsito. En las afueras, las gentes de mal vivir no necesitan ocultarse. «Los barrios extremos, los que habitan las dases pobres y menesterosas —dice Gil Maestre—, (1) los que parecen elegidos para ciertos pequeños oficios, los que recorren los gitanos, esquiladores, barberos ambulantes, chalanes, etc., son los que, al contrario de lo que debía suceder, tienen menos vigilancia, y en los que no llaman la atención las malas cataduras, los trajes mugrientos, las reuniones de personas sospechosas, los vecinos de ocupación enigmática, los huéspedes que varían a cada momento de oficio, y tantos otros, cuya sola presencia ocasionaría alarma y fermentaría las habladurías de las porteras y comadres en los barrios céntricos•. Pero tan pronto como los mal vivientes abandonan aquellos barrios, deben someterse a una adaptación al medio, so pena de perecer. Variar o morir, es ley en la aclimatación. La gente de mal vivir se transforma y adquiere el aspecto, los modales, la representación de la población normal, hasta el punto de que la simple inspección exterior no basta para reconocerles. (1) Los malhechores de Madrid, pág. 144.


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Estudiando la prostitución, puede seguirse el fenómeno de adaptación a través de las varias localizaciones. La razón es fácil. Tolerada como está la prostitución entre nosotros, rara vez deja de presentarse con alguno de sus atributos (el gesto, el movimiento, la exhalación olorosa, como la de ciertos insectos y mamíferos en la estación del celo); al paso que la criminalidad, como perseguida que es, tiende constantemente a deshacer su tipo. El tipo primitivo de la prostitución urbana es la mancebía pública. En las afueras, entre la ciudad y el campo, vaga la golfa pajillera, especie de loba, que se abandona entre piedras, »en las cuevas de los desmontes, los tejares, los puentes, los jardines, las obras en construcción. (1) Tal la de las Injurias, las del Prado y Castellana, etc. Pero en el interior de la ciudad, la prostituta ha debido domesticarse, y, en efecto, la pupila de mancebía es un animal urbano, manso, sociable y sufrido, que ha ido perdiendo las mañas de hurtar y revolverse contra las gentes. En parte, esto se debe a selección natural; en parte, a la domesticación ejercida por las amas, las cuales están interesadas en que los amables señores que van a pasar la mano sobre el lomo de aquellas bestezuelas, no salgan disgustados de la bonita riwni . agerie de que ellas cuidan. Así, la mancebía aparece en la ciudad corno un establecimiento que ofrece garantías desde un triple punto de vista: salud, tranquilidad y seguridad de los clientes. Y como tal establecimiento, precisa que se reconozca en algo. El primer signo distintivo es del más crudo realismo. La mercancía misma está a la puerta, como un anuncio en acción. Pero en breve, comienza la espiritualización del signo. Desde el quicio de la puerta, la prostituta pasa al balcón, cual

(1) Rodríguez Solís, Historia de la prostitución en España y América, vol. II, pág. 273.


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[...I ramo de la taberna donde se vende la lupia. (1) En el balcón continúa el proceso. Lugar de exhibiciones manifiestas, luego la exhibición va haciéndose más discreta. La mujer queda bajo la penumbra de una persiana caída, semioculta entre macetas frondosas. Después desaparece la mujer. Queda un farol u otro indicio como muestra de la industria. Finalmente, todo se ha desvanecido: el portal, el balcón, no se diferencian del resto de los portales y balcones. ¿Ha desaparecido la prostitución? No; adaptándose al medio se ha transformado. «Ya la prostituta —como dice Viazzi— (2) se asimilará los pocos medios de seducción que puedan ser genuina y exclusivamente propios de las mujeres honradas». Más aún; como, por otra parte, las mujeres normales adoptan, a su vez, actitudes y maneras galantes con que llamar la atención de hombres a quienes agradan, la diferenciación es doblemente dificil. Hay prostitutas que parecen mujeres honradas, y hay mujeres que, sin ser tenidas por prostitutas, lo parecen. La dudad, que empieza creando la mancebía como lugar público, públicamente manifiesto, acaba ocultándola y deshaciéndola. En su lugar queda la prostitución domiciliaria, en la propia morada personal o en las llamadas casas de citas o de paso, creación ésta aún más adelantada y provechosa para la defensa de la prostituta, sobre todo, cuando adaptándose a esta misma ley, se encubre y disimula, tomando el aspecto de establecimiento o tienda ocasionados a que las mujeres los frecuenten. Cada uno de estos tipos de prostitución se encuentra en la capa correspondiente de la formación social de Madrid, no de otra suerte que la serie de la creación natural se encuentra ininterrumpida en las varias capas de la formación geológica. Pero los yacimientos de prostitución descarada que aún subsisten en el

(1) Anónimo, Romancero general (Rodríguez Solís, ob. cit.). (2) la lotta di sesso, pág. 147.


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interior de la dudad son, por regla general, o supervivencias de antiguas localizaciones, o vestigios de relegación en determinados barrios, usada en otros tiempos como medida de policía. (1) No es dificil augurar que, merced a reformas interiores que eliminen estas supervivencias, la casa de prostitución desaparecerá en un porvenir no lejano. Es un tipo que se extingue. (2) Localizada en círculos más o menos definidos y homogéneos, la mala vida afluye a la ciudad, y se fija en los lugares más adecuados a sus prácticas parasitarias. Las plazas, los mercados, las estaciones, los lugares donde late más acelerado el pulso de la vida, son los preferidos al efecto. Tres lugares picarescos tiene el Madrid moderno muy caracterizados. Aludimos a la Puerta del Sol, la plaza Mayor y la calle de Sevilla. En el segundo de ellos, las figuras toman el aspecto de la antigua picardía española en una decoración del siglo XVII. Los golfos parecen todos Rinconetes y Cortadillos, y los grupos de prostitutas más tomadas que tabaco, más derretidas que cirio, recuerdan a las Chillonas, las Chaves, las Maldegolladas, animadas por Quevedo en sus romances. La plan Mayor debe a sus soportales ser cobertizo general de la mala vida en tiempo de lluvia. En estos días no hay sino

(1) Compárense, como prueba, las localizaciones actuales con las que figuran en un documento poco conocido que retrata la prostitución madrileña a fines del siglo XVIII. Aludimos al poema (!) Arte de las putas, de don Nicolás Fernández Moratin, del cual se hizo en Madrid, en 1898, una corta tirada, como curiosidad bibliográfica. (2) Transformaciones análogas sufren otras instituciones prohibidas, como la casa de juego; equívocas, como la taberna; e indiferentes, como las casas de comidas y de dormir. Todas en el centro llegan a tipos superiores y refinados.


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echar la red para sacar cuantas especies comprende la fauna de la malvivencia madrileña, desde el ladrón de caminos al expendedor de libros de bárbara pornografía, que usan los pervertidos y cansados como excitantes rabiosos y los seductores atávicos como medio sugestivo. Fuera de los soportales atraen a la muchedumbre los charlatanes prodigiosos y los trovadores del pueblo, cantando crímenes o milagros, catástrofes o batallas. La sangre es siempre el asunto que la embelesa.


CAPÍTULO II LA DELINCUENCIA

LA FAUNA DELINCUENTE MADRILEÑA E CUANTO HASTA aquí llevamos escrito, y, sobre todo, de lo que escribimos al presentar la diferenciación de especies en la mala vida, el lector habrá sacado ya la consecuencia de que no es toda la criminalidad la que en este libro vamos a estudiar, sino sólo una de sus partes, a saber: la delincuencia habitual como aspecto del profesionismo parasitario. Nuestro asunto no es, por tanto, toda la delincuencia en un medio histórico localizado. Los dramas del amor, los crímenes de la venganza, los actos de rebelión y otros por el estilo, figuran en este libro, referidos a los personajes de la mala vida, no como parte de la criminalidad que en él estudiamos, sino como episodios de la vida de esa gente. Tampoco es siquiera el tema toda la criminalidad habitual, sino tan sólo aquella, asociada en una agremiación tradicional, cuya repetición obedece al deseo de vivir a expensa ajena, evitando un género de trabajo, como el de las profesiones honestas ejercidas en la sociedad, que por su regularidad y orden, por el esfuerzo continuado que requieren, y la mezquindad de sus

D

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provechos, no se avienen a las condiciones psíquicas ni a los cálculos de esta clase de delincuentes.

1) Taxonomía Aun así limitada la delincuencia, numerosos son los tipos que entran en ella. Gil Maestre, (1) por ejemplo, habla de «randas o safistas,

descuideros, tomadores del dos, espadistas y topistas, cuatreros, atracadores, dronistas, santeros, estafadores, timadores del ful, peristas, enterradores, timadores del curda, tomadores del atraque y del tirón, pasmas, tomadoras por el registro de la teta, mecheras, alquimistas, tomadores de brillantes por la muy, los del cambiazo, del empalme o bicheo, monederos falsos o sea de lo ful, o que trabajan a percal, falsificadores de billetes de Banco o pápiros, ratoneros, etc., etc...50 Éstos son nombres que se han dado a sí mismos los delincuentes, según el distinto procedimiento, o, como ellos dicen, según el distinto registro, por el que trabajan. Vamos nosotros a intentar, valiéndonos, sobre todo, de algunas ideas de Sa filias, (2) la clasificación natural de los tipos actualmente constituidos y existentes en Madrid, agrupándolos en géneros, especies y variedades.

(1) Los malhechores de Madrid, pág. 2. (2) Hampa, pág. 457 y sigs.

50 El significado de estos términos viene aclarado por el texto en las páginas siguientes.


II

sobre las personas { en las calles en los caminos

MATONESCAS

vocas

tomadores del atraque o del tirón

Variedades (1)

guapos de mancebía, de casa de juego, etc.

atracadores dronistas

fractura topistasy espadistas edificios escalo ratoneros, minadores o akantarilleros

objetos

Acción protectora de instituciones prohibidas o equí-

Acción agresiva

sobre las cosas

LADRONESCAS

Especies

(1) Las subvariedades, riquísimas en algunas especies, se dirán al hacer el estudio monográfico de éstas.

COACCIONISTAS

Delincuentes que obran por la fuerza

Géneros

É

„,

E


ARTIFICIOSOS

II Delincuentes que obran por habilidad

Géneros

Psíquica

Orgánica

por sugestión

V ESTAFADORAS

por falsificación

FALSIFICADORAS

timadores

los de lo ful

tomadores por el empalme o el cambiazo

permutación

IV

descuideros tomadores del dris mecheras y bicheadores

Variedades

simple sustracción escamoteo

lII FURTIVAS

Especies

n

o r

o


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2)

Número y proporción de especies Sólo cálculos aproximados pueden hacerse del número de los delincuentes profesionales que se mueven en la población, repitiendo sus empresas a todas las horas del día y de la noche. El delito pasa las más veces inadvertido a los ojos de la justicia, con tener, contados los de sus agentes, más ojos que tuvo Argos, de suerte que toda estadística se hace inútil en esta parte. Hasta cerca de dos millares ascienden, en el Gabinete antropométrico,51 las fichas de individuos varones adultos que, entrando y saliendo continuamente en la cárcel, necesitan, para la facilidad del servicio de identificación, un apartado especial. A estas cifras hay que agregar la que suponen otros dos grupos: el infantil y el femenino. El primero puede calcularse, sirviéndose del mismo medio, en unos 500 sujetos aproximadamente. Para el segundo, como el servicio de identificación no se extiende a las mujeres, hay que recurrir al cálculo de la proporción entre la delincuencia femenina y masculina. Estableciéndole apriorísticamente, pues no caben apreciaciones exactas, como 1 a 5, obtendríamos el resultado de 400 mujeres dedicadas a las formas definidas del delito. En total, cerca de tres millares; pero como la penumbra es siempre de radio más amplio que la sombra, alrededor de estos tres millares de delincuentes habituales completamente definidos y diferenciados, pueden ponerse algunos millares más de tipos abortados y equívocos. En una serie de 180 delincuentes varones conocidos, hemos podido estudiar la proporción en que se encuentran las varias especies criminales. Debemos advertir antes que ciertos individuos, verdaderos irregulares de la delincuencia, no llegan a encamar una especie, ni aun siquiera un género definido. 51 El Gabinete Antropométrico de Madrid fue creado por el propio Federico Olóriz.


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Así, en nuestra serie de 180, figuran cuatro sujetos que, según palabras textuales, hacen a todo, lo mismo al tomo que al timo o al atraco. Siguen otros 58 que, sin tener aptitudes tan completas, todavía oscilan entre habilidades específicas (45 casos) y genéricas (13) distintas. Con Gil Maestre, puede decirse que las especies de falsificadoresy estafadores son las más fijas. Finalmente, los 118 restantes son otras tantas variedades constituidas. Esto sentado, la distribución de los 176 malhechores (suprimimos los cuatro que hacen a todo), es como sigue: Géneros

Especies

Coaccionistas ...69 Ladronescas

Artificiosos

Variedades

69 Tomadores del atraque Topistas Espadistas Alcantarilleros Atracadores Dronistas Matonescas O Furtivas 92 Descuideros 107 Tomadores del dos Mecheros Bicheadores Falsificadoras 6 Vendedores del ful Estafadoras 9 Timadores

3 25 31 1 8 1 36 44 9 3 6 9

Faltan en esta serie representantes de toda una especie y algunas variedades de otra, lo cual proviene de su relativa escasez, cuando en un total no muy escaso no se encuentran ejemplares de las mismas. El cuadro enseña bastante bien el estado actual de la delincuencia habitual madrileña. La gran masa se halla constituida por las especies furtivas, con cifras tan altas que casi llegan juntas las variedades a la mitad del total.


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El resto se le dividen desigualmente ladrones y falsificadores y estafadores. Los primeros son más numerosos, pero la especie tiende a desaparecer, no sólo porque siendo la más peligrosa, la dudad procura desembarazarse con mayor energía de ella, como se desembarazaría de los animales fieros y salvajes que la asaltaran, sino además porque en la evolución interior de la criminalidad, que desarrolla especialmente en los ambientes urbanos, las formas artificiosas fraudulentas, representa una formación arcaica que va siendo abandonada y se conserva sólo por la tenaz persistencia con que se mantienen siempre las estructuras primitivas e inferiores. Los segundos son más escasos; pero estos géneros tienden por el contrario, a desenvolverse, en virtud de ese mismo movimiento evolutivo que dejamos mencionado. “Aut vi aut dam».52 Tales son los extremos en que se mueve la delincuencia, según observó ya Cicerón entre los primeros; repitió luego el divino Dante en la Commedia, y confirmaron los nuevos estudios criminológicos, oponiendo a las formas musculares de la criminalidad las formas intelectuales. En nuestros días y en los ambientes cultos, la delincuencia marcha al lado del engaño, arrastrando consigo un pequeño grupo de formas violentas que la quedan por supervivencia. 3) Tapas delincuentes

Figurémonos la dudad como medio donde se forma y vive esta delincuencia. A la vista de las cosas y objetos, de la riqueza circulando por la sociedad, ante las instalaciones de los escaparates que en las grandes ciudades son todos los días sorprendente exposición continua de los tesoros de la civilización, más variados cada vez y más hermosos, la codicia tienta el alma de los débiles.

52

A viva fuerza o sigilosamente•.


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Unos penetran en el interior, compran y pagan, y adquieren cuanto les seduce. Son los oniómanos, los fanáticos de las compras; esos «cleptómanos que pagan•, según la ingeniosa expresión de Féré.53 Otros quedan del lado de fuera, separados tan sólo de lo que apetecen por un frágil cristal. «En mil ocasiones —escribía uno de nosotros— (1) sentirán el impulso de romper la transparente lámina, porque el grito de la necesidad es fuerte; pero el cristal esta allí, de pie, frágil en apariencia, fuerte, muy fuerte de hecho, porque tiene el apoyo de una sociedad que dispone de un ejército de gentes destinadas, no a satisfacer las necesidades del menesteroso, sino a triturar al salteador de barreras, al quebrador de cristales.. Los más, pues, se retiran. Pero quedan unos cuantos que no ceden; seres agresivos que alargan el brazo, y al descuido o al tirón, prenden lo que toca la mano. Desde un principio se revelan, casi simultáneamente, estos dos tipos distintos, de cuyos desdoblamientos sucesivos —desarrollando uno el robo y las agresiones personales, y el otro las formas del hurto, la falsificación y la estafa— proceden todos los restantes. a) Ladrones El robo les distingue y da carácter. El tomador del atraque o del tirón es la variedad inicial. Su modo de acción le define el nombre, dando fe de la abundancia de este tipo las redes protectoras de escaparates e instalaciones al aire libre contra embestidas famélicas y codiciosas. Suelen ser estos tomadores muchachos principiantes, randas que alternan el robo culi el hurto y merodean especialmente (1) Llanas, Alma contemporánea, Huesca, 1899, pág. 21.

53 Ch. FÉRÉ, Degeneración y criminalidad, París, Biblioteca Filosófica Contemporánea, 1888.


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por los barrios bajos. En este caso sus empresas son mezquinas y vulgares, pero cuando el ladrón ya hecho vuelve por este registro, le adorna y perfecciona con golpes de audacia y habilidad extraordinarias, sacando de él un gran partido. Recuérdese el robo de la joyería de la calle del Carmen (21 Enero 1900) —maravilla de ejecución, en que el ladrón lo ha calculado todo, incluso el tiempo de reacción de los sorprendidos—; el de la casa de préstamos de la del Barquillo (20 Mayo 1900), reprise del anterior, esta vez un poquito desigual, etc. La alcantarilla, usada para la agresión en el escalo, se empleó por primera vez en estos robos para la fuga. Son los nuevos... horizontes que van descubriendo los criminales. El ladrón realiza, encarnándola, la idea de la rapiña. Bien analizado, se encontraría en él una gran semejanza de actitudes, instintos y procedimientos con las bestias rapaces de los aires y la tierra. La fig. 2, que representa un espadista, y la fig. 15, retrato de un salteador de caminos, el Francés, nos dan ejemplos de fisonomías aquilinas, frecuentes entre los ladrones. Algunos parecen construidos verdaderamente en el molde del águila, de la cual tienen no pocos caracteres conformativos y expresivos, según puede comprobarse en las dos láminas. A falta de esta semejanza exterior, queda en el resto la semejanza de las mañas. Son hombres que, acechando la presa, caen sobre ella, arrebatándola de su guarda. Esto es, en suma, el salteamiento, que según se practique en el campo o en la dudad, produce las variedades de dronistas

y atracadores. Dronista es nombre que viene de una antiquísima raíz griega, rediviva, no se sabe cómo, en el caló de nuestros presidios. Dron es el camino o carretera, y dmnista el ladrón de caminos y encrucijadas, salteador de personas y asaltador de viviendas. Un cantar criminal dice las condiciones que se requieren para esto: Para sicobar un mague, tres casas son menester:


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una pusca y un buen gras y tenelar buenos angles.

Pusca es la escopeta; gras, el caballo. La última palabra de la copla alude al requisito principal, a saber: cierto detalle anatómico considerado como señal de enérgica virilidad.

Fig. 15. Dronista.

Algunas figuras de héroes malvados se destacan con singular relieve de entre la multitud de estos bandidos. Hombres sanos y robustos de cuerpo, de sentidos sutilísimos y seguros, de voluntad enérgica y alto concepto de su vida, parecen extraños por completo a los fenómenos morbosos y degenerativos que tantas veces nos muestra la criminalidad; pero afirman y desenvuelven su existencia fuera de la ley con energía y tenacidad inquebrantables. Éstos recuerdan el tipo criminal descrito por Nietzsche, al


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que ya otra vez hemos aludido; el hombre fuerte que «necesitaría vivir en una región salvaje, en una naturaleza y forma de existencia libre y peligrosa en que subsistiera de derecho todo lo que en el fondo de sus instintos constituye su arma y su defensa». De ellos es el retrato que aparece en la fig. 16, Juan Mula. Este bandido procede del grupo vagabundo de los andarríos, y ha recorrido centenares de leguas de caminos, «dándose a conocer., como el ventero que armó caballero a don Quijote, «por cuantas audiencias y tribunales hay en casi toda España•. Reconstituir su historia accidentada sería muy dificil; pero se sabe que está compuesta de robos en poblado y despoblado, fugas, persecuciones, tiroteos con la Guardia civil, alguna muerte, muchas lesiones y, en los ocios de la paz, vida de rumbo y guapeza con los hombres y las mujeres.

Fig. 16. Dronista.


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Una subvariedad selvática y montaraz del dronista, es el

dronista greñudo. «Estos malhechores —dice Gil Maestre— (1) son los que inspiran mayor temor y respeto aun a los forajidos que ofician de matones y cobran el barato entre sus iguales. En sus filas militan casi todos los fugados de presidio, los licenciados de las penitenciarías, los que han tenido que emigrar del teatro de sus hazañas, y, en general, cuantos con sobrada razón temen la acción de la ley. Ante los poderosos motivos que les asisten para ocultarse y desear no ser conocidos, no escatiman las precauciones ni rehúyen los disfraces, adoptando, como parte de éstos, especialmente en sus expediciones, unas greñas largas de su mismo pelo, que ordinariamente llevan enroscadas detrás de las orejas, y que en caso de necesidad echan por la cara, de modo que la cubran por completo... las greñas, al par que les disfrazan, les dan peor aspecto, y contribuyen al terror que cuidan de inspirar». El dronista realiza sus hazañas fuera de la dudad, donde, no obstante, mora y las prepara y encubre. Otro tanto sucede con los cuatreros o ladrones de ganado. El Tío Nieva (fig. 17), es buena muestra de ellos. Llámanse también quinaores, por disculpable eufemismo. Quinar es tanto como comprar... sin la voluntad del dueño. Una subvariedad del quinaor es el quinaor de gumas y cacarelos, o ladrón de gallinas y gallos. También se da este nombre a los quinquilleros, y, en general, habida cuenta de sus costumbres rapaces, a todos los individuos de la errante cofradía que tiene por patrono al bonito pájaro aguzanieve (andarríos), que corretea en las riberas, saltando alegremente entre las llábanas. El atracador, en cambio, es una variedad urbana de la especie ladronesca por salteamiento, que reduce y adapta al ambiente de la dudad los procedimientos del dronista. Así, abandona el caballo, y substituye el arma larga por la corta,

Cl) Los malhechores de Madrid, pág. 150.


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Fis. 1 7. Cuatrero.

como conviene al salteador que prepara sus emboscadas en las calles obscuras y solitarias. Hay atracadores a la ventura y a la conocida, esto es, sin plan o con plan preconcebido. Los hay que trabajan a la pápira, o sea mediante la carta conminatoria. Otros pudieran titularse anestésicos, porque emplean el doroformo para atontar a las víctimas. Abundan entre estos salteadores los tipos retrasados, apenas entrados en los confines de la humanidad, abortos de la especie, incapaces de otros procedimientos que los de despojo para mantener su vida. El atracador que apareces en la fig. 18, es un buen ejemplar del tipo criminal común descrito con este nombre por los


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autores. Grande, pesado y rudo, su fisonomía dura y parada denota la naturaleza de sus instintos y la limitación de su vida espiritual. Los arcos cigomáticos abultadas y el enorme desarrollo pomular, desvían la conformación de su cara del tipo actual humano. En el pabellón de la oreja izquierda, en la región del trago, presenta una nudosidad darwiniana. En conjunto, este desgraciado engendro, puramente muscular, en el cual está por iniciar la evolución del organismo psíquico, recuerda la descripción de los ladrones violentos hecha por Lombroso. (1)

1-'41. 18. Atracador.

«La bolsa o la vida» suele ser disyuntiva en el salteamiento. Pero hay casos en los cuales —como observa Salinas-- (2) la fórmula se reemplaza por esta otra: 4a bolsa o el honor». Los malhechores madrileños emplean de ordinario para este atraco la amenaza de un escándalo vergonzoso por atenta(1) L'homme criminel, (2) Hampa, pág. 511.

ed., París, 1895, vol. I, pág. 221.


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do al pudor o vicio contra natura. Aparecen niñas o jovenzuelos dispuestos a querellarse y personajes de simulada autoridad (policía o justicia ful) celosos de su oficio. La víctima, sobrecogida, transige, paga el precio de la exacción, y con esto, queda la farsa terminada. Llega hasta aquí el salteamiento. Pero en la dudad no es el asalto el medio mejor para allanar moradas. El ladrón urbano tiene que recurrir a otras artes. Aparecen entonces los forzadores de puertas y los minadores del suelo. En el primer grupo están los topistasy espadistas. El tope y la espada se parecen en ser procedimientos para abrir puertas ajenas. Se diferencian —como dice Lugilde— (1) en que el allanamiento se verifique con fractura o sin ella. La diferencia, así dicha, parecerá leve; y, no obstante, revela una psicología distinta... a no ser en los que hacen a la vez al tope y la espada, y llegados ante el portal, si no da la espá (si la llave no abre), aplican la fuerza (la palanqueta) a la burda (puerta). El espadista usa, pues, la llave falsa, mientras el topista, así llamado del tope, timbre o campanilla a que llama para averiguar si la casa está o no abandonada, emplea la palanqueta. El instrumento del oficio está, sin duda, en relación con la psicología del trabajador —por afinidad electiva o por acomodación profesional—, y sirve para revelarla. No es lo mismo el homicida que usa el puñal que el que recurre al revólver, según enseña Angiolini. (2) Tampoco son iguales los ladrones de espá o de palanqueta. El espadista es astuto y cauteloso, bastante más inteligente y complicado que el topista, espíritu agresivo y audaz, pero tan limitado que no concibe sino la idea de fractura ante los obstáculos. »Gato montés con instintos de pantera», según Lugilde, el topista no retrocede ante el asesinato, si el obstáculo es un hom-

(1) Morfología del robo o ladrones de Madrid, Madrid, 1889, pág. 169. (2) En la Rivista Moderna di Cultura, 1898.


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bre vivo. Como el atracador a la ventura, al cual se parece tanto, éste es uno de los tipos más peligrosos de la delincuencia madrileña y de los más retrasados. Así también es frecuente en esta clase de criminales el tipo criminal común de estructura inferior atávica. Más mansos suelen ser los profesionales del escalo, llamados ratoneros, minadores o alcantarilleros. Gil Maestre los llama criminales científicos, por las obras de ingeniería grandes y complicadas en ocasiones, que deben realizar para el escalo. Es una variedad hoy día bastante rara y llamada a extinguirse próximamente. b) Guapos Distínguense éstos por la tendencia fría y sistematizada al ultraje personal y el homicidio. Sarillas define el guapo en estos términos: »el que se vale de su imperio, caracterizado en su fuerza y en su osadía, para obtener un tributo de una industria moral o inmoral». (1) Los que por propia guapeza —quia nominor leo cobran el barato en una reunión, abundan bastante fuera de las relaciones delincuentes; pero el tipo no llega a caracterizarse por completo, al menos en los ambientes poco favorables a su formación, hasta tanto que pone su osadía al servicio tutelar de instituciones criminales o equívocas, a expensas de las cuales vive. El guapo de casa de juego y el guapo de mancebía (fig. 43) son las mejores muestras de la clase. Por lo general, estos valientes son manufacturas del presidio. Antes de entrar en él, llevados por el disparo o la puñalada, la riña o el homicidio, eran, de ordinario —salvo casos de atávica regresión en que se marca el tipo homicida estudiado y

(1) Hampa, pág. 514.


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descrito por Ferri—, (1) chulos de la ciudad o mozos de los pueblos, con sólo ligera acentuación de la psicología del matonismo, propia de la raza en su estructura psíquica actual. (2)

(1) L'omicidio nell'Antropologia criminale, Turín, 1895, pág. 212. Ferri distingue el tipo homicida simiesco, el tipo degenerado, el tipo alocado, el tipo común de cara larga, el tipo común de mandíbula voluminosa, el tipo común medio, el tipo común de frente fugitiva y el tipo de raza inferior, estudiando luego las manifestaciones homicidas en el tipo criminal común y en el tipo ladronesco, para llegar, finalmente, al tipo de homicida ocasional y al tipo normal seudodelincuente. De cada uno de ellos trae muestras en el atlas que acompaña al libro. Nosotros aprovechamos esta nota para publicar dos notables ejemplares homicidas. El primero (fig. 19), es un campesino cordobés que, sin que nada lo hiciera esperar, un día se encontró autor de un asesinato. A más de la exagerada estenocrotafia que le caracteriza sobre todo, reúne en su persona los rasgos de los tipos de cara larga, de mandíbula voluminosa y de raza inferior, por su aire mongoloide. El segundo (fig. 20) es José Cintavelde, cinco veces homicida en un rapto criminal de fiereza espantable. He aquí algunos datos sobre él, tomados de un estudio de Salillas (El Liberal, de 12 de Noviembre de 1890): Era más bien alto, probablemente la braza mayor que la estatura. Visto de frente, el rostro es casi rectangular hasta el ángulo de las quijadas muy pronunciado. Asimetría craneal y facial; pómulos muy pronunciados, como casi teas las eminencias (seas; mandíbula inferior voluminosa; orejas en asa; cortedad de la extremidad superior izquierda con pequeñez de la mano correspondiente y menor desarrollo del brazo y antebrazo. En su fisonomía se retrata la vanidad matonesca mezclada con cierto aire de estupidez, reconcentrándose en el entrecejo y en los ojos pequeños, enfosados y brillantes, lo que tiene de agresivo. Su madre fue suicida; por las intermitencias en el trabajo y por su afición a la bebida, tiene cierta analogía con los tipos de la mala vida. El crimen fue motivado por el deseo de procurarse dinero para asistir a una corrida de toros. Bebió aguardiente para prepararse, y sólo cesó el acceso criminal cuando, según su confesión, •ya había bebido dos veces agua.. Se comprobó que al volver a Córdoba refrescó en todas las posadas. Sus actos posteriores demostraron la reintegración de la conciencia en toda su plenitud. Dio en la cárcel pruebas de su naturaleza impulsiva y de su insensibilidad moral. En el patio de la cárcel hubo resistencias entre los presos para recibirle como vecino. (2) Véanse, por ejemplo, en la riquísima colección de cantos populares de Rodríguez Marín, las coplas de los mozos que salen de ronda. El tema


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Pero de aquel ambiente de lucha brava y peligrosa, donde el hombre es verdaderamente lobo del hombre, salen desconocidos. La vida presidial exagera y pervierte en esos temperamentos el sentido originario de la personalidad y la vida. Despreciativos, sanguinarios, alevosos y astutos, vuelven transformados en seres ferinos, según la frase de Colajanni. (1)

Fig. 19. Homicida. más frecuente es la invitación a la riña o la declaración homicida. Nada mejor que estos cantares revela el espíritu de agresividad que incide en el fondo del carácter de nuestro pueblo (Cantos populares españoles recogidos, ordenados e ilustrados por Francisco Rodríguez Marín, Sevilla, 1883). (1) La ferinitá italiana, en la "Pita internazionale, Noviembre 1900.


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En la mancebía o en la casa de juego donde tienen que ir a anidar estas bestias peligrosas, acaban de encanallarse para siempre. Todo está dispuesto en el guapo para producir el efecto imponente a que su existencia va ligada. El rostro frío y desdeñoso, el hablar pausado y grave, los ademanes solemnes y reposados, denotando, en suma, la altanería de una voluntad de cuyas veleidades penden las vidas.

Fig. 20. Homicida.

El guapo, en rigor, suele ser feo, y acentúan su fealdad ciertos estigmas y gestos naturales o aprendidos de algún modelo de sugestiva fiereza. En ellos se ven las caras cortadas, las miradas estrábicas, las sonrisas atravesadas, los guiños convulsivos de los párpados y las contracciones musculares que descomponen con cierto ritmo una mitad del rostro. Revela toda una concepción particular de estimación de los atributos varoniles el llamados guapos sólo por la exageración de la valentía.


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Todo esto lo copia y lo recoge una parte del pueblo que pone su ideal en esas figuras de valientes. Probablemente la costumbre de escupir por el colmillo, señal de guapeza entre nuestra gente del bronce, no es sino la imitación de un gesto ferino, muy frecuente entre los homicidas tipos, que, contrayéndoles el labio superior por uno de los lados, deja al descubierto los dientes caninos. Así se perpetúa el tipo en acción y reacción mutua con la masa popular de la cual sale. c) Tomadores Como enseña el nombre, son los que viven dedicados al tomo o hurto, mínima delincuencia que, por su propia lenidad, explica a la vez la extraordinaria abundancia de los que la ejercen y la ligera desviación del tipo social inferior que muestran sus adeptos. La primera variedad de los tomadores se ofrece en el descuidero (fig. 21), tipo en el cual se confunden los límites de lo que es pura y simplemente recolección natural de los productos de la ciudad, con lo que constituye el delito. Por esto puede decirse que todo golfo es esencialmente descuidero, siendo dudoso que en la infancia distinga exactamente lo que es y lo que no es hurto. Para el niño golfo todas las adquisiciones caen dentro de un concepto común: el de cosecha. La diferenciación del tipo delincuente empieza cuando principia a conocer el tabú o garantía de inviolabilidad que acompaña a la propiedad, aun hallándose fuera de la protección posesoria. Esto lo aprende en la cárcel, pero lo olvida presto. El descuidero obra siempre sobre un sujeto pasivo, con el mínimum de habilidad y de riesgo personal que puede suponerse en el delito. El procedimiento —conforme distingue Salinas— (1) es de simple sustracción. No es el escamoteo que distingue a otras variedades. (1) Hampa, pág. 465.


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Fig. 21. Descuidero.

El tránsito entre aquéllas y éstas, parece verificarse mediante un tipo intermedio: el buscador de sornas, subvariedad del descuidero, que aprovecha las siestas y sueños imprudentes para hacer su negocio. El descuidero hurta objetos a los cuales falta la protección de sus dueños; llega a hurtar al hombre dormido, mas de aquí no pasa. De ahí en adelante comienza el tomador del dos (fig. 22). Tipo el más abundante de la delincuencia madrileña, es éste —dice Sa Ellas--, (1) que con apropiada táctica y estrategia, y valiéndose de su especial habilidad manual, especificada en dos dedos de la mano derecha (el pulgar y el índice), sustrae hábilmente del bolsillo en que un propietario los lleva, o de la prenda en que están prendidos, los relojes, bolsillos, carteras y alfileres.

(1) Hampa, pág. 465.


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Fig. 22. Tomador.

Tantos objetos, tantas subvariedades distintas. Así, para el pañuelo, hay los safistas; para el bolsillo, los bolsilleras, para la cartera, los carteristas, etc. El safista es siempre un niño que hace sus primeras armas ensayándose en hurtar pañuelos. Pasa después a empresas de mayor empeño y ganancia. Genéricamente, recibe en la juventud el nombre de randa, a menos que sus buenas dotes bien cultivadas le saquen pronto de la vulgaridad de estas filas, llevándole a carterista, tipo superior de las especies furtivas, en el cual sorprenden, a más de la prodigiosa habilidad alcanzada por algunos, el porte distinguido, los modales agradables, la conversación correcta... y poliglota y demás dones de cultura fácilmente asimilados para ejercer el oficio. Presentamos en la fig. 23 un tipo de éstos.


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Fig. 23. Carterista.

Como en todas las artes, son pocos los que llegan a este rango. La mayoría se eterniza en la dase de randas. El tipo del randa madrileño presenta notable parecido con el pille VOyOu parisiense descrito por Brouardel. (1) En todas las grandes poblaciones debe existir un tipo análogo, dada la acción de causas idénticas de degeneración urbana (habitaciones insalubres, vicio precoz, alcoholismo prematuro, etc., etc.). Pequeño, pálido, como extinguido, casi, el proceso de su desarrollo parece como paralizado, y su conformación corporal estacionaria contrasta vivamente con el desenvolvimiento de su espíritu, pronto lleno de malicia y picardía. A los diez y seis o diez y ocho años el desarrollo corporal se despierta nuevamente, pero derivando entonces hacia las formas femeninas; de suerte (1) Actes du ler CongnIs d'Anthropologie criminek Lyon-París, 1891.


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que el randa, y, en general, el chulo madrileño es una mezcla de infantilismo y afeminamiento enfermizo, caracterizado, además, en las actitudes y compostura de la persona. Hay también algunas subvariedades femeninas entre los

tomadores del dos. 12 más importante es la de las tomadoras por el registro de la teta. Son las que van por la teta, mujeres que a deshora, cuándo fingiendo la prostituta, cuándo la esquiva, despojan hábilmente a los incautos atrevidos al pretender éstos avances y contactos con lo que ellas ponen en evidencia para el golpe. El espléndido seno, más o menos auténtico, con que se adornan, sirve en este procedimiento de muleta natural para ocultar la acción de unas manos que, ya quedas, o agitándose en defensa de aquel poderoso encanto, trabajan arteras y seguras. Gil Maestre considera a estas tomadoras como «escoria de las meretrices., y cree que «hacen comercio de su cuerpo» y ,se prestan a todos los extravíos de la materia». En cambio, Lugilde, autor de un libro más vivido, deja este punto sin resolver. Y así debe ser sin duda. Algunas de estas matronas dan ejemplos de fidelidad sorprendentes en amores de todo género. Véase aquí el retrato de una de las más famosas tomadoras de la generación pasada, la Concha del Granao (fig. 24). Llevaba a su hombre vestido y compuesto de alhajas como el primero, y le fue sumisa y fiel, con aquella dedición, rendida y humillada de buen grado, que inspira todo el amor de las mujeres del pueblo cuando se enamoran de veras. Desgraciadamente para él, le arrebató el cariño de la Concha una de esas tribadistas impulsivas, verdaderos Tenorios con enaguas, que cifran todo su empeño en conquistar una mujer a un hombre guapo. En sus nuevos amores fue la tomadora tan apasionada como en los primeros, y así se la vio desaparecer cuando, enviada a la galera su amante hembra, le siguió en el destierro para vivir cerca del bien amado. No dejaremos esta tomadora sin llamar la atención sobre la estructura de su mano. Semejante a la de los monos, de largas


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falanges que se estiran y encogen con demasiada facilidad, constituye un documento importante en este género de delincuencia.

Fig. 24. Tomadora.

Al tomo se dedican igualmente algunas prostitutas como las dos que aparecen en las figs. 25 y 26, con evidentes estigmas degenerativos. Éstas son de las que usan el procedimiento sencillísimo del gato, que consiste en penetrar a gatas, para hurtar el dinero u otros objetos, en el cuarto donde una compañera entretiene al hombre acostado en miserable cama, la antigua guanta de germanía, llamada así porque «aguanta lo que no puede decirse. (Salillas). Se trata generalmente de carreristas clandestinas o pupilas de casas de mala reputación en punto a sanidad y seguridad de los parroquianos.


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Fig. 25. Prostituta delincuente.

Continuando la reseña de las variedades furtivas, se nos presentan ahora las de la mecha y el bicheo. También los que los usan son tomadores; pero no seria ya enteramente conecto calificarles de tomadores del dos, porque no está su habilidad localizada simplemente en la mano y sus dedos. En ciertos personajes de la mecha, a los que muy bien podría llamarse cuadrumanas, el pie y la pierna son miembros que trabajan tanto y tan bien como la mano y el brazo. En algunos bicheadores (tomadores de brillantes por la muy), es la lengua el aparato prensil, etc. La mecha es un procedimiento muy adecuado para mujeres, por la defensa que presta la amplitud de la vestimenta femenina. También los hombres se dedican a este registro, especialmente en tiempo de invierno o días lluviosos, en que la capa y el paraguas favorecen las sustracciones.


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Fig. 26. Prostituta delincuente.

He aquí, por ejemplo, un modo de utilización del paraguas. El mechero penetra en una tienda, correcto y elegante, a elegir, v. gr., boquillas para cigarros. Deja el paraguas sostenido en pie junto al mostrador, y comienza a examinar unas y otras. Entretanto, hace caer algunas, que van a ocultarse en el fondo del paraguas. En un momento convenido, el consorte, provisto también de su paraguas, entra en el establecimiento preguntando el precio de un objeto que ha visto en el escaparate, o dirigiendo otra pregunta de breve respuesta. Aquel momento le aprovecha el consorte para verificar un cambio de paraguas. Deja el vacío, toma el que está cargado, y hete aquí concluido el hurto. Baste este ejemplo para dar a comprender el mecanismo de la mecha. las mujeres, haciendo caer al suelo los objetos, los recogen con los pies para introducirlos bajo las faldas, entre las


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piernas. Éstos son los cuadromanos de pie casi prensil, de que hablábamos antes. Parecido a la mecha es el bicheo, otro modo de hurtar al comercio, de dificil definición. Lugilde hace decir a un joven bicheador estas palabras profundas: «no se sabe dónde acaba el bicheo y comienza la mecha, y viceversa•. En su Vocabulario de caló jergal, Salinas le define como procedimiento para escamotear alhajas mientras el joyero las enseña. Más bien se aplica al hurto de piedras preciosas desmontadas. d) Falsificadores En la agremiación delincuente madrileña, las especies propiamente falsificadoras no alcanzan gran desarrollo. «En Madrid —dice Gil Maestre— (1) abundan los falsificadores de moneda en pequeñas cantidades; hay un número mayor de expendedores; son muy escasos los grandes fabricantes y reducidísimos los que cifran su negocio en la confección de billetes». Los últimos se hallan fuera, casi siempre, de la delincuencia asociada, en la cual sólo aparecen los tipos de falsarios y expendedores de menor cuantía en torpes imitaciones. El falsificador hábil e inteligente debe estar provisto de una sólida preparación en las artes industriales imitativas que serían incapaces de adquirir, por el esfuerzo continuado que requiere, los malhechores vulgares estudiados por nosotros. En todo caso, los falsificadores, lo mismo que los estafadores, y aun éstos quizá más todavía, apenas se diferencian del tipo ordinario en el medio donde desparraman los papiros, borregas, machos, etc. Los nombres jergales de la moneda son muy variados. Robar y hurtar son dos acciones que se consideran francamente criminales, de suerte que sólo roban y hurtan los tipos (1) Los malhechores de Madrid, pág. 168.


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retrasadas o pervertidos, en los cuales, o no ha llegado a organizarse, o se ha deshecho la abstención inhibitoria de semejantes procederes que en nuestra sociedad se encuentra, más o menos firme, en la psicología de la mayoría de los hombres. No sucede así con la falsificación, y, en general, con toda forma de engaño. La moral social y profesional muestra aún poca repugnancia a estas acciones. El fraude y la mentira intervienen en todas las relaciones de la vida. Así, nuestros falsificadores son, fundamentalmente, iguales a nuestros comerciantes e industriales que falsifican y adulteran todo producto de marca. e) Estafadores En el gremio delincuente madrileño, el timo es la forma y nombre de la estafa. Según Salillas, (1) el verbo timar procede del caló timurfiar, que significa adivinar. El timador es, pues, un adivino que emplea sus artes adivinatorias en elegir entre la multitud sujetos fácilmente sugestionables, en los cuales ensayar un experimento de engaño. La elección adivinatoria y la acción personal sugestiva, son, por lo mismo, sus atributos característicos. De aquí que no merezcan realmente el nombre de timadores, sino atenuado con un cuasi o con un seudo, multitud de estafadores, en los cuales la acción personal sugestiva es mínima, desarrollándose la estafa al amparo de otras habilidades ilusionistas. Debemos mencionar entre éstos los llamados tomadores del empalme o del cambiazo, que substituyen la moneda legítima por la falsa, con ocasión de cambio, mediante un acto de escamoteo, y los fulleros que en juegos y apuestas embaucan a los inocentes, mediante flores diversas. Ejemplo, el más conocido de éstos, es el timador de las tres cartas. (2) (1) El Lenguaje, pág. 333. (2) Se los llama también los de la falla (de la baraja). Fen-ai ha descrito recientemente (Gergo e frodi nei giuocatori a azzardo, en Archivio di Psi-


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Con los vendedores del ful nos acercamos al timadortipo. En el negocio del ful, que se reduce a encontrar compradores de alhajas y objetos falsos ofrecidos a bajo precio por proceder de saldos, robos y otros excesos, aparecen los rasgos específicos del timo: la elección de sujeto (el primo), la historia o cuento en acción fascinatoria y la estimulación de la codicia de la víctima en provecho del delincuente. Pero estos rasgos se dan rudimentariamente, o, al menos, sin la complicación a que llegan en los conocidos cuentos del francés, del portugués, del gallego, del curda, de la vihuela, etc. El timo, finibusterre de la delincuencia, es de invención moderna y genuinamente madrileño. Salillas da noticia de un cuento valenciano del siglo XVI, referido por Juan de Timoneda, que es el primer precedente conocido del timo de la guitarra. Pero después de recordarle y aludir a otras estafas consignadas en las novelas picarescas, conduye que el timo es moderno y ha de pertenecer a la época de la transformación jergal en que el caló substituye a la germanía. Es muy verosímil la opinión de este autor de que el timo sea una hábil adaptación mundana del jonjanó gitanesco, fantástico y sobrenatural. (1) Cuenta Lugilde, que, según la tradición, el Tribunal que por primera vez conoció de uno de estos timos, quedó aturdido

chiatria, vol. XIX, 1898) il trucco delle sfogliose, exactamente igual a éste, induso con notable parecido de la jerga italiana con nuestra antigua germanía. Probablemente se trata de una fullería antiquísima, usada y extendida en toda Europa por el internacionalismo vagabundo, y de la cual quedan hoy supervivencias en regiones apartadas que conservan cierta homogeneidad de condiciones. (1) Hampa, pág. 484. Según una tradición que se conserva en el mundo delincuente, y que nos ha sido comunicada por Lugilde en nota inédita que le debemos, el timo originario sería el del cuento del gallego, inventado por una pareja de regionales. Se conocen detalles de la invención de algunas otras estafas. Por ejemplo, la del cambiazo es creación del Torrijos, un joven madrileño que la usó por primera vez en 1876, cuando apenas tenía veintisiete años (Gil Maestre, Los malhechores de Madrid, pág. 259).


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y perplejo, sin saber, por el momento, si el hecho constituía delito, y, de serlo, cuál era el delincuente, o, mejor, quién de los dos, si el timador o el timado, dejaba de serlo. En el timo, el timado es un estafador abortado, un codicioso que recibe su castigo «por do más pecado había». Lo mismo ocurre en el entierro, otra forma de estafa para el extranjero, que puede muy bien definirse como un timo entre ausentes, fundado en el cuento del tesoro escondido. Esto es, precisamente, lo que hace de este procedimiento el acabase, el non plus ultra de la delincuencia. Desde el robo a la falsificación cada una de las empresas delincuentes es una descarga de la codicia parasitaria reaccionando ante los estímulos que la excitan. Mucho tiempo ha permanecido la delincuencia en esta fase, hasta darse cabal cuenta y hacerse dueña de su propia psicología. Entonces ha creado el timo, mediante el cual, por un procedimiento reflejo, tienta y excita las codicias ajenas —maestra por introspección en este arte—, para derivarlas en su propio beneficio. De esta suerte, volviendo sobre sí misma, o lo que es lo mismo, reaccionando sobre el propio estímulo que la crea y la mantiene, cierra su cido la delincuencia con la parábola del timo. El timador se da cuenta de su superioridad, y no consiente que se le confunda con el resto de los delincuentes. «Considera como ofensa —dice Gil Maestre— que se le confunda con los tomadores, estima en mucho más su ocupación; no ve en ella el dolo, sino una lucha de su habilidad y práctica contra la malicia de los engañados. Su aspecto, su traje, sus maneras, su lenguaje, nada ofrecen de particular, nada que, a primera vista, llame la atención, nada que atraiga al observador superficial... Lleva con el mismo desembarazo el gabán y el sombrero de las clases acomodadas, que la chaqueta corta del chulo...; en unos sitios es el amanerado elegante, en otros el estrambótico extranjero; en muchas el tendero enriquecido, en todas el caballero

de industria.. Véase uno de los mejores (fig. 27). Es El Queiro. La hombría de bien parece retratada en su semblante; gordo, pacífico,


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campechano. Con todo no le falta ni uno solo de los caracteres ' recónditos. de la mala vida. Tatuado está hasta en los lugares más

Fig. 27. Timador.

4)

La asociación delincuente En rápida reseña, hemos visto desfilar los tipos principales del gremio delincuente madrileño. (1)

(1) Para más detalles pueden verse además de los libros de Lugilde y Gil Maestre: Blanco, ¡Ladrones! Método para evitarlos, manual para apren-

der a no ser robado; antología del robo y galería de estafas, hullas, raterías y artimañas que servirán para avisara las incautos, Madrid; y Freixa, El mundo del crimen, reseña típico-histórica de la criminalidad moderna en todo cuanto abarca el Código penal 2 tomos, Barcelona, 1888. Ambos libros se


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Carece por completo de fundamento la leyenda que —como escribe Lugilde— (1) asegura que los bandidos del interior de las grandes poblaciones tienen un jefe común, un capitán encargado de admitir a los individuos que supone en condiciones utilizables, de expulsar a los que resultan inútiles para el fin que habían sido admitidos y que asume la dirección de todas las maquinaciones criminales. Hoy día no existe este tipo de organización criminal. Entre nosotros, no quedan ni supervivencias de organizaciones seculares, al modo, v. gr., de la Camorra napolitana. (2) La banda organizada y regida militarmente, ha pasado a la historia. Más de una vez, algún malhechor de genio emprendedor y ambicioso, habrá pretendido resucitar ese modelo; pero el proyecto ha fracasado siempre. La asociación de los malhechores recuerda más bien una agremiación industrial, en la cual los vínculos autoritarios han sido reemplazados por los vínculos contractuales nacidos de la solidaridad que une a todos en la fortuna y la desgracia. De ordinario, y especialmente en los procedimientos furtivos, la asociación se limita a la pareja delincuente: el autor principal y el colaborador, que, ya sirviendo de gancho, tapia, con-

entretienen, sobre todo, en la narración y descripción de procedimientos delincuentes, materia nunca agotada, pues continuamente se están creando métodos nuevos que reemplazan a los que, casi a diario, denuncian los periódicos y las publicaciones de esa clase. (1) Morfología del robo o ladrones de Madrid, pág. 148. (2) Sin embargo, se ha hablado de los orígenes españoles de la Camorra. Nuestro Salillas se pronuncia contra ellos, y, basándose principalmente en la ausencia de toda alusión o mención en la literatura picaresca, asegura que se trata de una leyenda sin fundamento, sacada principalmente de Los misterios de la Inquisición, de Fereal (Spanisches Verbrechertum Profesionelle Organization, en Zeitschrill für Kriminal Anthropologie, etc., vol. I, 1897). V. sobre la Camorra: Alongi, La Camorra, Turín, 1885; y Di Blasio, Usi e costumi dei camorristi, Nápoles, 1897.


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tra o pasma, (1) facilita la acción del primero. Es bastante general que los consortes trabajen siempre unidos, por la mutua adaptación de personalidades que facilita la colaboración en toda clase de obras. La asociación se hace más complicada otras veces; pero —como observa Gil Maestre— (2) «suele nacer y morir en el negocio para que se forma, siendo el jefe una especie de baratero que impone su superioridad». No obstante, se dan casos de pequeñas asociaciones constituidas para una explotación regular y continua, a las que sólo faltaría la razón social y la publicidad del tráfico para confundirse con sociedades mercantiles lícitas. (3) Requieren mención especial algunos personajes que la diferenciación de funciones ha hecho nacer en la asociación delincuente: los santeros y los encubridores habituales. Sa filias define al santero como ,confidente de ladrones», y deriva el nombre que reciben del santo y seña que facilitan a los (1) He aquí las definiciones de Salillas en su Vocabulario de caló jergal: Gancho = el que atrae al primo en el timo. II El que atrae a los puntos en las casas de juego. 11 El que lleva clientela a las casas de prostitución. 11 El que engancha en cualquier género de negocio. (*) Pasma = ladrón que vigila mientras los demás roban. Tapia (**) = el ladrón que se pone delante de la persona que va a ser robada, para distraerle la atención. El contra viene a ser una variedad del tapia. Es el auxiliar que recibe el objeto robado en la contramarcha, momento culminante del registro del

tirón. () V. gr.: el de despojo en ciertas casas de huéspedes para viajeros de Ultramar. (•) Tapiña en la forma nueva.

(2) Los malhechores de Madrid, pág. 52. (3) Los delincuentes chinos parece que aventajan en esto a los europeos. J. Mury, en un estudio sobre las asociaciones extrañas del Celeste Imperio (La Revue et Revue des revues, de 15 de Agosto de 1900), habla de la Siao lu Hoei, o sociedad de ladrones al por menor, de la Hin-lu-tse-Hoei, o sociedad de los asnos vendedores de sal, etc., etc., con corresponsales en las ciudades principales y encargados de mantener las relaciones con el público.


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malhechores para el asalto. Lugilde cree que se los llama así por analogía con los santeros ambulantes que recorren algunas comarcas, «y con el santo en la mano entran en donde quieren, y como se reúnen con bribones, y ellos mismos lo son, informan de lo que han visto u oído». Gil Maestre quiere fundir ambas explicaciones cuando dice: «de un oficio licito y casi religioso, y de una frase militar, han sacado (los malhechores) el nombre del más dañoso de los auxiliares de la maldad•. (1) Cuando el santero no es un malhechor que toma a su cargo esta función en la asociación delincuente, sirviéndose de recursos variados, es un auxiliar reclutado de las clases viciosas o desocupadas o un instrumento inconsciente preparado por la astucia criminal. En este último caso, fórmanse sus huestes —dice el mismo autor— de entre los criados domésticos, asistentas que suplen las faltas de éstos, dependientes de comercio, porteros, mozos que llevan a las esas comestibles y géneros, vendedores que ocupan puestos fijos, etc., etc. El engaño y la seducción amorosa son los medios principales de que se sirve el malhechor para obtener las confidencias. Entre los encubridores figura en primer término el perista o rasero, vendedor o corredor de objetos robados, larvado, a veces, con los títulos de platero, prestamista, tasador de alhajas, etc., etc. El encubrimiento se practica, además, en multitud de lugares. Mancebías, casas de dormir, de préstamos, de juego, cafés cantantes, merenderos, tabernas, etc., amparan al malhechor siempre que demanda asilo. No le falta tampoco la protección liberal y desinteresada de una parte del pueblo que les socorre en la desgracia. Todo esto hace que sólo raras veces puedan comprobarse los delitos cometidos por esta clase de delincuentes; por lo cual

(1) Los malhechores de Madrid, pág. 105.


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sería su ejercicio casi enteramente impune si la necesidad de defenderse de los mismos no hubiera creado, desviándole del Código penal y del Enjuiciamiento criminal común, un nuevo Derecho consuetudinario de índole esencialmente preventiva y en el cual se encuentra una creación rudimentaria de la sentencia indeterminada que los nuevos criminalistas proponen para los incorregibles. (1) Esto es, en resumen, lo que significa el régimen de las quincenas aplicado a los delincuentes habituales de las poblaciones por blasfemas. Un artículo de la ley Provincial (el art. 22), autoriza a los Gobernadores para imponer a los que blasfeman en público, por ofensa a la moral y decencia públicas, multas de hasta 500 pesetas. Dicho artículo ha servido para formar ese estado de derecho. Tan luego como uno de los malhechores habituales, es conocido de los funcionarios de la policía, queda en el acto en la situación del sujeto prejuzgado, a quien puede detenerse tantas veces como se quiera, para evitar que delinca, sin más que presumir, mediante una ficción jurídica, la infracción de aquel artículo. Impuesta la multa en su grado máximo, transfórmase, por insolvencia presunta, en arresto, cuyo máximum no puede exceder de quince días, pero que repitiéndose sin limitación viene a ser un substitutivo de condena indeterminada. Curioso e instructivo, en cuanto enseña la formación de las instituciones jurídicas, es ver cómo empíricamente, ante la necesidad de la defensa contra delincuentes que no saben contener las leyes ordinarias, ha llegado a crearse un sistema que suple a éstas, y, rudimentario y defectuoso, presenta rasgos de originalidad marcada. El mundo de los quincenarios vive sometido a este régimen.

(1) V. Bemaldo de Quirós, las nuevas teorías de la criminalidad, Madrid, 1898, pág. 276.


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Realizando sus delitos en la calle, en plena luz, no en la obscuridad y en despoblado, necesita rehuir y esquivar la acción de sus enemigos los policías. Tiene para esto auxiliares, y emplea ciertas señales convenidas. Dar la fa, por ejemplo, es dar el aviso de la llegada o presencia de un carga, un poli, etc., un sonido gutural y nasal, inortográfico. Entre ambos opuestos bandos se ha creado, no obstante, un sistema de relaciones y transacciones dificil de precisar, aunque semeja una jurisdicción ejercida por el uno y por el otro acatada, en la cual no faltan deplorables aberraciones, inversiones y manifestaciones desviadas.

II CÓMO SE HACE EL DELINCUENTE No se discute ya si el delincuente nace o se hace. Esta fórmula, que pudo servir un día para extremar la oposición de las dos más distintas interpretaciones habidas sobre la naturaleza y origen de la criminalidad, va quedando abandonada con justicia como frase hecha inútil para la ciencia. Dicho esto para explicar el título que hemos puesto a la sección del capítulo, pasamos a exponer la procedencia y formación de nuestros delincuentes. El estudio de 88 historias criminales recogidas directamente y con garantías de autenticidad, nos permite establecer estas agrupaciones: 1) Los hijos de la mala vida; 2) Los abandonados; 3) Los pervertidos; 4) Las estirpes vagabundas. Estudiada la composición de dos series de delincuentes —una de 63 jóvenes y otra de 25 adultos—, he aquí la proporción con que figura cada clase:


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Jóvenes Adultos Hijos de la mala vida Abandonados Pervertidos Estirpe vagabunda

TOTAL

11 52 »

4 8 11 2

15 60 11 2

63

25

88

En 71 casos los sujetos han caído en la delincuencia antes de los veinticinco años. Como advierte Morrisson, (1) «el paso de la delincuencia ocasional a la delincuencia habitual o crónica, raras veces acaece en la edad madura..

1) Los hijos de la mala vida Cierto número de sujetos, que en vista del cuadro anterior puede calcularse en más de un 15 %, entra en la mala vida por descendencia directa de sus progenitores. Al piadoso recurso de la esterilidad con que la Naturaleza extingue las familias degeneradas, se debe, en primer término, que no sea mayor el número de los hijos de criminales y prostitutas y otras parejas morbosas. Una especie de afinidad electiva lleva a los criminales de sexo distinto a cruzarse. Salillas ha estudiado y documentado concienzudamente una de estas manifestaciones de afinidad, en las relaciones de chuchas y chuchas que se establecen entre las dos penitenciarías de Alcalá de Henares; amores casi impersonales, a distancia y por correspondencia, con sus celos, rupturas y demás lances, que algunas veces quedan convalidados en los días de libertad. (2)

(1)Juvenile offenders, Londres, 1896. (2) la vida penal en España, Madrid, 1888, pág. 269 y sigs.


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Ésta es, sin duda, la forma típica, casi metafísica, de la atracción que une a los varones y las hembras de la sociedad repudiada, aunque existen otros varios modos de cruce y constitución de familias de mala vida. En estas familias concurre la herencia y la educación para forjar nuevos criminales. La educación entonces es verdaderamente una continuación de la herencia, sin que sea posible establecer entre ambas un limite para adjudicar a cada factor su diversa parte. Como observa Alimena (1) ,ante el delincuente hijo de delincuente, no podemos afirmar si el renacimiento del padre en el hijo es debido más bien a la herencia o más bien al ambiente doméstico, aunque sí podamos afirmar que éste hubiera bastado sin necesidad de aquélla». 2) La infancia abandonada Ésta es la clase que da a la delincuencia habitual el mayor contingente, como que excede de un 60 % en nuestro cuadro. Hablamos de los niños desvalidos, de los jóvenes golfas. En otro lugar hemos visto la procedencia de hasta 424 de estos sujetos, unos, originarios de Madrid; otros, hijos de familias provincianas, venidas a la corte a probar fortuna, que les fue adversa, reduciéndoles a los extremos de la anoria y la miseria, estigmas de las familias degeneradas. El aspecto de esta multitud mueve a lástima, dejando en el ánimo grande y duradera amargura. Sometidos a las malas influencias que, desde los primeros momentos, pueden obrar en la concepción o en la formación posterior de la personalidad como agentes teratógenos o patogénicos que la deforman y vician, muchos ofrecen estigmas de anormalidades y defectos orgánicos irreparables. La sífilis, la deficiencia nerviosa, el alcoho-

(1) Lo studio del Diritto penale nelle condizioni presentí del sapere, en Rivista di Diritto Penale e Sociologia Criminale, Mayo-Junio, 1900.


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lismo crónico de los padres, la embriaguez en el acto de la cópula, las mermas de alimentación, los traumatismos físicos o psíquicos sufridos por la madre, crían estos seres miserables, a los cuales, con todo esto, no les faltan algunos de los rasgos por los que son amables la infancia y las edades juveniles. La edad de estos muchachos va de los nueve a los diez y ocho años en la proporción siguiente:

De nueve años De diez años De once años De doce años De trece años De catorce arios De quince años De diez y seis arios De diez y siete años De diez y ocho años Indeterminada

2 3 6 16 33 51 76 69 93 60 15

0,47 0,70 1,40 3,77 7,78 12,00 17,90 16,27 21,94 14,10 3,53

De los nueve a los quince años se observa, pues, en la cifra una ligera tendencia continuada a duplicarse; pero la marcha irregular con que procede desde esa edad hasta la de diez y ocho —límite legal de la minoría de edad para los efectos penales—, bajando primero, alzándose después y concluyendo con una disminución más marcada que la primera, revela claramente la influencia de un hecho de importancia: la crisis de la pubertad, que al fin se resuelve, para la delincuencia habitual, en el sentido de restarla no leve contingente (un 7,84 % en nuestra serie). Verifica la pubertad esta sustracción de dos modos: a) Atenuando y domando las tendencias erráticas y vagabundas, propias fisiológicamente de la infancia, tendencias que sostienen esta menuda delincuencia, hecha de merodeos y delitos contra la propiedad en sus formas primarias.


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b) Derivando la criminalidad —como ha demostrado Mano— (1) hacia otras formas violentas, y, particularmente, hacia los delitos de sangre. Característica de los que están en esta clase es carecer de familia, de educación, de oficio, de todas o de algunas de las cualidades sociales que completan la personalidad del individuo. Comencemos por la familia. Se cree de ordinario que entre criminales, mendigos y prostitutas abundan los expósitos. Ya Parent Duchátelet, estudiando las prostitutas de París, demostró lo equivocado de este prejuicio. (2) Entre nuestros 424 jóvenes, sólo hay cinco expósitos, es decir, un 1,17 %. Y se comprende. El expósito, a menos de morir, encuentra por lo general un sustitutivo de paternidad que suele ser, por lo común, superior al que sus padres le negaron. En nuestras Casas de maternidad, hartos de aguardar lactancia, emigran diariamente al limbo y sus alrededores 25 ó 30 párvulos, discreta solución, como ha dicho un autor, tan discreta que parece inconcebible en gente de edad tan corta. La gran mayoría de nuestros niños abandonados conoció padres. En la serie aparecen 415 hijos de padres conocidos (97,87 %) y sólo cuatro de padre desconocido (0,94 %), tres de ellos hijos de prostitutas. Pero el padre, en muchas de estas historias, es tan sólo un agente natural: el autor de un embarazo felizmente acabado por la madre. En todo caso, la familia se halla desorganizada o tocada de degeneración más o menos honda. Hasta 40 de los 424 jóvenes (9,43 %) carecen de domicilio. El resto vive en los barrios y casas de los pobres donde fermenta la descomposición social bajo la levadura de la miseria. Profesión, no la tienen 89 (20,99 %). Las que ejercen los otros 335 son humildes, y, a veces, vergonzosas. Véase el detalle:

(1) La pubertá studiata nell'uomo e nella donna, Turín, 1898. (2) De la prastitution á la ville de Paris, ed. de 1900, pág. 23.


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Carpinteros, 43; zapateros, 39; jornaleros, 32; cerrajeros, 16; ebanistas, 14; vendedores de periódicos, 13; albañiles, 12; papelistas, 12; vendedores, 11; cajistas, nueve; pintores, siete; barberos, seis; guamicioneros, seis; litógrafos, seis; sastres, seis; hojalateros, seis; tapiceros, cinco; dependientes de tabernas, cuatro; sirvientes, cuatro; vidrieros, cuatro; buñoleros, tres; cocheros, tres; encuadernadores, tres; estuquistas, tres; jardineros, tres; panaderos, tres; sombrereros, tres; silleros, tres; torneros, tres; broncistas, dos; cajeros, dos; canteros, dos; carreteros, dos; cofreros, dos; cordoneros, dos; estampadores, dos; fotógrafos, dos; herreros, dos; marmolistas, dos; relojeros, dos; sirvientes de casa de prostitución, dos; soguillas, dos; tratantes en ganados, dos; tejero, uno; alfarero, uno; alpargatero, uno; carnicero, uno; colchonero, uno; confitero, uno; cordelero, uno; cortador, uno; curtidor, uno; chapista de coches, uno; estudiante, uno; empedrador, uno; fijador de carteles, uno; fogonero, uno; fundidor, uno; fumista, uno; monaguillo, uno; marmolista, uno; músico, uno; paragüero, uno; pintor de coches, uno; platero, uno; pollero, uno; repartidor de telegramas, uno; soguero, uno; tejedor, uno. En punto a instrucción, necesario es admitir que el analfabetismo es escaso entre ellos. Muchos, sin duda, han aprendido a leer y escribir en la escuela de la cárcel. Pero la instrucción, siendo tan sólo, como la riqueza o el poder, un medio que puede aplicarse al bien y al mal, según sea conducida, no les aparta —como un tiempo se creyó— de los delitos. Antes bien, aplicada a sus instintos, les pervierte más para su desgracia. Holgazanes y perezosos, trabajan sólo irregularmente. Muchos, a los diez y seis o diez y siete años, han pasado por cinco, seis o siete oficios poco similares. Su inestabilidad profesional se puede inducir, hasta cierto punto, por otros datos de la ficha antropométrica, cuyo examen nos sirve para este estudio. Consultados 22 casos de apodo profesional, en 10 coincide, en efecto, el apodo con el oficio ejercido; pero deja de coincidir en 12. Al mismo tiempo les domina la necesidad del placer, aguijoneada en la ciudad por continuados estímulos. La curiosidad viciosa de lo sexual se les despierta precozmente, porque desde


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muy niños se va sedimentando en el fondo de sus inteligencias un fondo de obscenidad pervertida formado por el aluvión de alusiones e iniciaciones que arrastra la vida ante ellos. Los estigmas venéreos aparecen desde los trece años, con una ligera disminución a los diez y ocho. Los 30 sujetos estigmatizados (7,14 %), se distribuyen de este modo: uno a los trece años, dos a los catorce, uno a los quince, cuatro a los diez y seis, 13 a los diez y siete, nueve a los diez y ocho. Conocen las aberraciones sexuales. La inversión enteramente organizada, se da en siete jóvenes (1,65 %). De éstos, uno tiene diez y seis años, otro diez y siete, y los cinco restantes diez y ocho. Se les conoce con desinencias y apodos femeninos: Luisita Macarla, Resolina... Su delito consiste en prostituirse sin recato. Sólo uno alterna con la prostitución el hurto. No poros chamullan y chanelan (hablan y entienden) la jerga delincuente. El tatuaje hace también su aparición a los trece años. De esta edad sólo se encuentra uno tatuado. De catorce, quince y diez y seis años, hay otros tres sujetos. A los diez y siete, la cifra sube hasta cinco. A los diez y ocho, vuelve a bajar a uno. Son, en total, 10 individuos los que presentan el taraceo; un 2,38 %, proporción no escasa, comparada con las de otros observadores. De los 10, proceden de ciudades marítimas, siete (Barcelona, uno; Bilbao, uno; Cádiz, uno; Málaga, tres; Valencia, uno), y sólo tres de poblaciones del interior (Madrid, dos; Valladolid, uno). De estos tres, uno ha estado en el ejército; de suerte que el mayor número de tatuajes debe atribuirse a la influencia militar y marítima. Los asuntos son inocentes: iniciales, corazones, estrellas, andas, peces... En el grupo se encuentra el joven randa que lleva en el brazo izquierdo la figura del ratón como emblema totemístico del clan de la ratería. Hay, por fin, entre los 424 jóvenes una pequeña élite del abandono: ocho sujetos (1,88 %) que carecen conjuntamente de oficio, domicilio e instrucción, desheredados, pues, de la mayoría de los atributos sociales. Uno de ellos viene a ser la cúspide de la pirámide. Dice así su nota: •El Gitano. —Padres desconoci-


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dos. —Sin domicilio. —Sin profesión. —Analfabeto. En él, todo valor social va precedido, pues, de un signo negativo. He ahí la preparación de esta juventud para la vida. Un paso más, se dirá, y helos ya en el delito. Pero éste es otro prejuicio por deshacer. No está el delito al término del sendero del vicio como una inmoralidad más grave que las otras. Los delitos son a modo de cotos vedados, que se encuentran acá y allá esparcidos en el campo que queda fuera de la Ética. El delincuente, de cualquier orden que sea, no es un hombre más malo y perverso que el vicioso, en cuanto traspasa un límite donde éste se detiene. Es simplemente un hombre que, en su perversión, roza de cierto modo, que hace caer un resorte, determinadas inmoralidades al lado de las cuales la sociedad ha colocado un cepo que prende. Muchos de nuestros jóvenes no han delinquido verdaderamente, o, cuando menos, no han sido procesados; pero conocen la cárcel en virtud de los arrestos gubernativos, castigo de los blasfemos, por hallarse en condiciones prejudiciales (ociosidad, vagancia, malas compañías, riñas, escándalos, etc.). Otros fueron sentenciados por delito. El hurto es el delito típico de la infancia abandonada. Entre los 424 jóvenes, sólo 51 (12,02 %) tienen en sus fichas mención de otro. Este delito se presenta desde las primeras edades. El robo se retrasa hasta los doce años y la estafa sólo se presenta a los quince. No es posible intentar siquiera una estadística de la reincidencia. Lo único que podemos saber, con certeza, es el número de veces que, por arrestos gubernativos o por sentencia judicial, han estado en la cárcel estos jóvenes. Helo aquí: Una sola vez: 139 jóvenes. De dos a cinco veces: 45. De siete a diez y ocho veces: cinco. De veinte a veinticuatro: 162 Más de veinticuatro: tres. De éstos, uno, 45 veces. Otro, 46. Otro 78. Este individuo, que tiene el record de los arrestos en nuestra serie, merece ser presentado. Es el Rata de las Cambro-


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netas, que a los diez y ocho años ha cumplido 73 quincenas y ha sido condenado cinco veces por los Tribunales. Aproximadamente cuatro arios de vida carcelaria antes de cumplir el cuarto lustro de su vida. Sin duda la cárcel debe considerarse como agente primario y principal en la formación del delincuente. Cuando uno visita el llamado patio de los micos, esto es, el lugar de la prisión donde pasan la mayor parte del día los jóvenes delincuentes, queda maravillado viendo desde qué temprana edad adelanta el delito a las manifestaciones del desarrollo psicofísico. Los hay allí, en el patio donde se solaza el rebaño de los más pequeñitos cuadrumanos, tan infantiles, tan tiernos, que aún se les creería en aquella edad dichosa que se encuentra más allá del bien y del mal, en el reino de la inocencia. Pero la malicia salta ya a la vista en aquellos dos centros de expresión, tan vivaces, que son ojos y boca. Unas coplas carnavalescas que hemos podido recoger, y que reproducimos con la ortografia original, describen, contada por ellos mismo, la vida del mico encarcelado. Figuraos, pues, la triste cuadrilla desarrapada en medio de un patio del Modelo, y oídla que canta sobre un aire de tango la letra siguiente:

Somos los micos señores de la prisión Celular, que saludamos a ustedes el presente Camabal. Al formar esta comparsa, lo hicimos con la intención de reta tales la vida que hacunos en la Prisión. Perdonen si nuestras voces, no salen bien a compás, y si acaso nuestros tangos, Iere, no les pudieran gustar. Antes de empezar, señores, nuestra humilde narración, en biamos un saludo


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a nuestro buen Director, atodos los empleados de la Prisión Celn12 r, por el respeto que atodos saben hacemos guardar. También merecen saludo los que fabrican el pan y todos los cocineros, lere, por el rancho que nos dan. Cuando ingresamos de causa nos hacen mucho firmar, pero luego nos olvidan sin acordarse yamás. Y nos pasamos los meses metidos en la Prisión, como si fuera un delito el desear un reloj. No se figuren ustedes que todos somos rateros, pues hay quien paga ignocente, mere, el robo que otros hicieron. Por la mañana temprano nos hacen de levantar, pues hay que barrer la celda y el cubo desocupar. A las nueve dan el pan fabricado en la prisión, el cual es de cuatro picos y de moreno color. Hay quien cuando dan el rancho se a comido la libreta y no tiene otro remedio, lere, que morder de la banqueta.

A las nueve y media o diez a la escuela vamos todos, y a don Tomás saludamos con afecto y buenos modos. Cada uno ocupa su sitio


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y se aplica en escribir para ganar otro puesto y de los otros reír. Nos ponemos a leer cuando acabamos la plana, damos lecciones de cuentas, lere, y de doctrina Cristiana. Poco antes del mediodía el rancho nos suelen dar, en el cual las a bichuelas mucho suelen a tundan Son los garbanzos a veces más duros que el pedernal, pero en cambio las patatas nos las largan sin pelar. Aunque dan rancho bastante para no quedarse a dieta alguno si le dejaran, /ere, se comía la gabeta. Después de comer el rancho otra vez buelta a barrer, pues según nuestra consignia limpios debemos de ser. Y después que hemos barrido nos bajan a pasear; pero el que no se a lavado ése no puede bajar. Y el que estaba a costumbrado a labarse cuando llueve, a qui se laba a diario, lere, por la cuenta que le tiene. El patio donde bajamos nosotros a pasear, es en el del labadero en el cual el Sol nos da. Y estamos en el paseo un rato bastante largo, jugando al paso o al chito

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a la pelota o al mano. Y cuando toca las palmas nuestro muy digno empleado, todos de jamos el juego, lere, y el paseo se a cabado. Terminado ya el paseo, nos bolvemos a la celda, y a las cinco de la tarde nos dan el rancho a la puerta. Nos solemos a costar cuando tocan a silencio, y ya no se oye una mosca en todo el de Partamento. Dormimos tranquilamente sin tener ningún pesar, y al otro día siguiente, lere, vuelta otra vez a empezar. Los micos viven en estrecha solidaridad dentro de la cárcel, reunidos los primerizos con los habituales, y, aislados de las influencias preservadoras que, por azar, pueden hallar en el mundo. Madrid no tiene instituciones patronales para ellos. Sólo un virtuoso sacerdote, cuyo nombre no consiente que publiquemos la modestia de su persona, se consagra hace algún tiempo con alma y vida a la tutela de los jóvenes delincuentes. La obra excede de las fuerzas de un hombre, por grandes que sean su abnegación y celo. Salvo, pues, un solo hombre, nadie quiere verlos con un fin superior al de curiosidad en esta vieja tierra católica que hace siglos está repitiendo a coro, entre las obras de misericordia, la de visitar a los presos. ¡Piadosa sentencia que, como la máxima esculpida al ingreso de la prisión: «Odia el delito, compadece al delincuente., va tardando demasiado en pasar al corazón desde los labios! Los micas reciben en la cárcel instrucción primaria. Oyen también algunas conferencias morales o religiosas, a las que asisten como si fueran sustitutivo de las funciones de teatro. De edu-


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cación profesional no hay que hablar. Los talleres de la cárcel están cenados para ellos. ¿Tendremos que decir una vez más los efectos de la instrucción puramente alfabética? La instrucción es, v. gr., como la pólvora, con la cual se hacen indistintamente las grandes obras de ingeniería y los grandes crímenes. El mico madrileño es inteligente, fácil y seguro en la asimilación de lo que se le enseña. Aprende la escritura y el dibujo, y el espíritu le lleva la mano a la falsificación inmediatamente, pasando de la mentira hablada a la escrita. Hemos visto multitud de obras de arte de estos jovenzuelos. La mesa revuelta, con sus billetes de Banco y de la lotería, con sus sellos de Correos, sus habilidades caligráficas, etc., es el género preferido como verdadero estudio total del repertorio de las falsedades. Pero no es esta enseñanza técnica la más importante de las enseñanzas criminales que el joven recibe en la cárcel. Lo es, en cambio, la de hallarse sumergido en un medio totalmente delincuente que se esfuerza en hacerle suyo y lo consigue. Es aquélla una hermandad cuya naturaleza pervertida no la impide mostrarse cariñosa y abnegada. Conmovedora, por ejemplo, es la partida de los que entran de causa, al juicio que decidirá su suerte. Como es regla que se hallen mal de ropa —nosotros los hemos visto encarcelados semidesnudos en los días del invierno, por culpa de una Administración penitenciaria que sólo sirve trajes para hombres hechos—, los compañeros se esfuerzan a porfia en tapar sus desnudeces, dándoles botas, gorras, chaquetas, pantalones, cada cual lo mejor que tiene sobre su cuerpo, a fin de que comparezcan ante el Tribunal decentes y aseados, a la manera de la buena madre burguesa que viste a su hijo en un día de exámenes. Luego se aguarda con impaciencia y se oye con interés el relato de la vista. Pero ¡desdichado del que se siente cogido en esta hermandad, sintiéndose uno del gremio! La voluntad, sugestionada por ese sentimiento, se acomoda pronto a esa nueva posición, porque en el alma del pueblo pesa con una influencia extraordinaria el sentido de la fatalidad de los destinos.


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Muchos permanecen todavía en una especie de zona media que rodea el mundo de la delincuencia. Son una especie de tipos atenuados de los verdaderos delincuentes y vagabundos, y forman una parte característica de la población criminal de las ciudades. Vendedores de artículos menudos, procedentes de saldos y liquidaciones, por no decir de robos, organilleros, organizadores de rifas y de juegos en las fiestas populares, etc., etc., encubren de este modo su ociosidad viciosa y pervertida, a la vez que acechan, siempre alerta, algún negocio de fácil realización en que emplear sus habilidades poco escrupulosas. Otros, en cambio, sientan plaza en las filas de la delincuencia, haciendo de ésta su oficio y estado. Hay un aprendizaje de la profesión del delito. «En algunas novelas populares —dice Sa lillas-- (1) hablase de academias preparadas ad hoc en las grandes poblaciones, donde se educa y se examina a los alumnos. la prueba máxima, el ejercicio culminante consiste en que el examinado despoje de una prenda al maniquí lleno de campanillas, y en que éste continúe silencioso». El autor rectifica esta leyenda. No existen, en verdad, tales escuelas, aunque sí rudimentos de una educación escolástica dada por algún viejo ladrón a jóvenes neófitos. Jarro ha asistido en Florencia a una sesión práctica de la «scuola dei borsaiuoli». (2) En las relaciones familiares y amistosas de jóvenes y viejos delincuentes, sin duda debe darse también algún principio de educación teórica y práctica. Es muy frecuente el caso de que un principiante se forme bajo la tutela de un experto. En nuestras historias criminales tenemos algunos casos. Pero en el mundo delincuente esta educación artística rudimentaria es mínima. El delincuente se forma mediante la educación difusa que espontáneamente presta la vida. Hay en

(1) Hampa, pág. 467. (2) Firenze solterranea, pág. 144.


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determinadas capas sociales, siempre inferiores —como agrega Salillas--, una tradición de las formas del delito que, ejercitándose, se comunican y se heredan, y quien vive en estas capas es maestro y discípulo por reciprocidad, lo que no estorba el que alguna vez se incorporen por agregación otros elementos y el que ocurra algún caso espontáneo. En el programa de estudios de nuestros delincuentes figuran algunos conocimientos de... Derecho usual o lo que es lo mismo, de leyes y jurisprudencias criminales. Muchos licenciados de presidio conocen el Código penal mejor que otros tantos licenciados en Derecho. Gil Maestre nos pinta a los expendedores de moneda falsa echándose al mercado con el máximum de piezas en el bolsillo que establecen los artículos 301 y 302 del Código. las mecheras y algunos tomadores acostumbran a llevar consigo niñas y niños, a quienes utilizan en sus negocios, conociendo la irresponsabilidad de los menores. El conocimiento y aplicaciones de los efectos legales de la teoría del desarrollo del delito (tentativa, frustración, etc.), son generales. Algunos carteristas de los que trabajan en los trenes de lujo, en los grandes hoteles y balnearios de primera, y con frecuencia hacen excursiones por el extranjero, llegan hasta la legislación penal comparada. E/ Federico, prototipo del carterista madrileño, disertó un día con gran lucidez, en presencia nuestra, del sistema francés para combatir la reincidencia, y de los efectos de la colonización penal en la Nueva Caledonia.5

54 Había partido de Lombroso la idea de confinar a los anarquistas en Nueva Caledonia y aprovechar su efervescencia ideal para civilizar salvajes. Aluden aquí los autores a dos proposiciones que la nueva rienda jurídica planteaba al penalismo «clásico.: la restitución del daño como modo de eludir la cárcel y la deportadón de los criminales a colonias penales de régimen abierto. Sobre la primera modalidad, entendida como reducdonismo progresivo de castigos, hallará el lector una exacta exposición en el libro de Horado


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Toda esta educación o formación profesional, cada individuo se la asimila según su naturaleza y sus peculiares modos de reacción. Sucede también que la mayoría de los delincuentes queda en los confines de la vulgaridad insignificante. Tan sólo algunos elegidos descuellan en sus artes respectivas, sugestionando con sus ejemplos al coro de admiradores que se esfuerza en imitarles y superarles. He aquí una biografía criminal que servirá para ilustrar, a modo de ejemplo, cuanto llevamos dicho: Catorce años tenía El jabonero cuando se desgarró de la casa de sus padres, ávido de correr aventuras. Vagó por largo tiempo entre las calles de la ciudad; reunióse con pillos aventajados y conoció los lugares picarescos más famosos de la corte. Al fin, dando bordos y tumbos, vino a parar al barrio de las Injurias, golfo donde se ampara la pobretería desgraciada. Cara le costaba la libertad al jabonero. Famélico y desarrapado, su ejercido de mangante no bastaba para cubrir sus necesidades. No pocos días en la semana le ocurría tener que ir a pastar en la pradera del Canal, en la dehesa de la Arganzuela, etc., buscando berbascas, tetas de vaca y demás forraje con que llenar el estómago vacío. ROLDÁN BARBERO, Historia de la prisión en España, Barcelona, Instituto de Criminología, 1988, p. 157 y ss. La deportación colonial, aconsejada por la escuela positiva, había sido practicada con anterioridad y era objeto de debate en España. La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas convocaba un concurso en 1875 con el tema ¿Convendría establecer en las islas del golfo de

Guinea o en las Marianas unas colonias penitenciarias, como las inglesas de Botany-Bay? Concurrieron cuatro teóricos del derecho, cuyos trabajos se publicaron en años sucesivos: P. ARMENGOL con ¿A las islas Marianas o al golfo de Guinea?, Madrid, 1878; F. LASTRES con Estudias penitenciarias, Madrid, 1887; F. CADALSO con La pena de deportación y la colonización por penadas, Madrid, 1895, y C. ARENAL, que resultó ganadora, con Las colonias penales de la Australia y ha pena de deportación, Madrid, 1877. Esta última se mostraba contraria al sistema colonial, predicado por Lombroso y Garofalo.


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Una mañana en que se corrió hasta las frondosidades de la Virgen del Puerto, deparóle la fortuna feliz suceso. Un panadero ambulante se dormía bajo la luz del sol, caricia de sus párpados soñolientos. El Jabonero resolvió aprovechar la ocasión que le ofrecía aquel sorna, y hurtó hasta quince rascas, doradas y calientes, del cesto en que yacían. Calmóse su apetito a poco más de la tercera, y voló con el resto del trofeo a las Injurias, ansioso de socorrer a sus compañeros indigentes. Allí salió a participar del bullicioso reparto una mozuela no mal parecida. Ganaba algunos años en edad al Jabonero, y aun cuando ya comenzaban a marchitarse las rasas que otras primaveras florecían en sus mejillas, la Balbina —que así era su nombre— pareció deliciosa al mozalbete, que comenzó a cortejarla, obsequiándola con pan tierno. En la ínsula aquella son fáciles los amores. la moral social no exige bendiciones sacerdotales ni ceremonias civiles. El Jabonero y la Balbina se retiraron juntos a la noche, y desde aquel punto fueron conceptuados marido y mujer por los indígenas. La enamorada pareja salió la tarde siguiente a pasear su ventura. Ya en Madrid, la Balbina hizo entrar a su amante en un comercio de los barrios bajos, y encaránchse con el dependiente, dijo: —A ver unos pantalones para este muchacho. A poco volvió el hortera, descargando de los hombros al mostrador un variado surtido de aquella prenda. Allí los había de dril, de pana, de lanillas diversas, a cual más bonitas. Grande fue la alegría del Jabonero al pensar que alguno, entre tantos, podría servir para abrigo de sus piernas. Pero fue mayor su desconsuelo al ver que tras una escena de inútil regateo, la Balbina salió como había entrado. De su depresivo estupor sacóle pronto la voz de la querida, deslizándole al oído estas palabras: —llevo tres entre las piernas.


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Comprendió entonces que se hallaba unido con una de esas mecheras de que había oído hablar vagamente, y miró a la Balbina con admiración respetuosa. Vistióse El Jabonero uno de los pantalones, y los otros das fueron empeñados por seis pesetas. plan juma la de aquel día! Comieron y bebieron en abundancia; tomaron café; gustaron a la noche las emociones del arte, aplaudiendo un melodrama en el teatro de Novedades, y todavía sobró dinero para gastar a última hora en la taberna. Aturdido por la cantidad de impresiones recibidas, mareado en la bulliciosa animación de la taberna, con pocas copas de aguardiente, El Jabonero conoció la embriaguez y ejecutó diversos pasos de borracho ante las panzudas tinajas adornadas con bárbaras pinturas caricaturescas. «Con éstas me tenga, rezaba un letrero al pie de un hombre enseñando un par de botas de calzar. Con éstas me caiga, decía el mismo hombre mostrando esta vez dos abultadas botas de envasar vino. El Jabonero vivió una larga temporada tapiando a la Balbina en las artes de la mecha. Pronto comenzó a disgustarse de esto. Los amigos le hicieron comprender que la Balbina «le tomaba por prima, y él se convenció viendo que las más de las veces le tocaba a él en los negocios la astilla del chiva, gastándose la querida con otros hombres la parte que legítimamente le correspondía. Acabáronse aquellas relaciones con la misma facilidad que fueron contraídas. El Jabonero era torpe de manos y de ingenio. Sirviendo sólo para el descuido, a veces se le veía ir por la farda, buscando, río arriba, la ropa tendida en las riberas, falta de la protección inmediata de sus dueños. Otras, asncia do con algún compañero, merodeaba cerca de los gumarreros apartados. Saltando las tapias, penetraban en los corrales; lanzaban en el gallinero una pajuela con azufre, y, atontadas las aves alborotadoras, retorcíanlas el pescuezo, trasladándolas al saco. Pero todos estos procedimientos son inciertos y de mezquinos rendimientos.


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El tope y la espá se presentaban a la imaginación del Jabonero como dos carreras de porvenir, en cuya elección vacilaba.

La espá, trabajando de verano, es negocio seguro. Multitud de rasas quedan en esa época abandonadas, y la faena se hace tan descansada, que se han dado casos de habitar hasta tres días enteros el espadista y consortes en la habitación robada, comiendo de su propia despensa y durmiendo en las propias camas. Estos y otros cálculos por el estilo se hacía nuestro personaje, vacilando en la elección de carrera. Por fin, aun leionociendo las ventajas de I a espá, la conciencia de su torpeza para toda habilidad, y su natural incapacidad de atención y espera, le hizo derivar hacia el tope, forma más expedita, aunque más basta, del mismo robo. En una de ellas fue sorprendido. En el presidio se tatuó las iniciales de la primera amante «para memoria eterna». Luego, encantado con estos adornos, tatuóse más y más. Es el que lleva el tatuaje taurino de la fig. 4. Vuelto a la libertad, siguió su oficio, con quiebras frecuentes por su torpeza. En la cárcel Modelo le hemos estudiado nosotros. Habla de las emociones que se sienten en este registro. ‹El corazón no cabe dentro del pecho•, según su frase, y parece que estalla al sentir el chirriar de la puerta cediendo ante la fuerza de la palanqueta, asegurada con un par de cuñas. Asegura, sin embargo, que no es miedo; porque el topista vuelve al lugar del robo si repara haber olvidado algo. De todas suertes, la emoción tarda en desaparecer, y durante un largo tiempo, un temblor general que llega hasta los dedos, impide hasta liar un cigarrillo.

3) Los pervertidos Hemos visto hasta aquí dos clases de individuos que van a parar al delito por hallarse desde un principio fuera de la ley y de la sociedad honrada.


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Pero no siempre —aun cuando sí las más veces— el delincuente es un hijo de la mala vida o un abandonado. Casos hay en los cuales nació en una familia ennoblecida por las virtudes y el trabajo. Recordamos haber examinado con emoción la ficha de uno de los más pervertidos habituales del mundo criminal madrileño, hijo de un poeta de alma grande y sensibilidad exquisita, que con sus rimas ha hecho latir los corazones de los que aman. En estos casos, en que el sujeto ha conocido principios, cuando menos, de lo que con sencilla elocuencia llaman las gentes ,buena crianza•, tratase indudablemente de uno de estos dos fenómenos: perversidad natural o perversión ejercida por la vida, cuando no, que ha de ser el sucedido más frecuente, del cruce y confluencia de ambas factores. No podríamos relatar, aunque quisiéramos, todos los modos de perversión que conducen a la delincuencia. ¡Son tantos y tan intrincados en sus combinaciones los elementos corrosivos suspendidos en el medio ambiente, que atacan y disuelven la educación primeramente recibida! La famosa trilogía de las mujeres, el juego y el vino, gastaría por sí sola las páginas que quedan a este libro. Queremos escribir tan sólo algunas sobre un modo de formación muy frecuente en las épocas de crisis social. Es el tipo del hombre canalla que, mediante una substitución de valores arriesgada, a la cual se ve obligado por un fracaso de su vida, entra en la delincuencia habitual y queda en ella. El hombre canalla, cualquiera que sea su profesión; aquel que según la frase de Benedikt, que le ha descrito, (1) ,sse sirve de las formas legales como de un caballo de batalla para atropellar las formas justas., es extraordinariamente frecuente en la humanidad actual. En el mundo de los negocios son legión, y viven en las fronteras del delito rozando con él a todas horas. La ley no coloca entre los delitos multitud de atentados y lesiones a la propiedad ajena que forman el género de vida de (1) Biologie et Criminologie, en las Actes du ler Congrés d'Anthropologie Criminelle, Roma, 1886, pág. 56.


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una gran parte de la población de toda ciudad grande en los días presentes del capitalismo. «¡Qué de convenciones ilícitas, qué de errores y engaños semivoluntarios, qué de extorsiones hipócritas, cuántas lesiones, cuántas captaciones larvadas, cuántas maniobras ocultas y beneficios indirectos sobre la ignorancia o la simplicidad de las gentes, cuántos disimulos fructuosos para el uno, perjudiciales para el otro, cuántas faltas de delicadeza, por último, que no caen bajo la acción de la ley penal!». Así habla Joly, (1) que continúa expresando el catálogo de ofensas a la propiedad, la vida y el honor del prójimo consentidas, y en ocasiones, honradas entre nosotros. ¡Cuántas cosas oiríamos si a los criminales que castigamos les permitiéramos decir, en defensa propia, los ejemplos que les damos, y les dejáramos también señalar con el dedo los ladrones y estafadores triunfantes que andan sueltos por el mundo! Ahora bien, cuando a consecuencia de un desastre o de un mal paso cualquiera, el hombre canalla pierde la base y se encuentra déclassé, en la golfería, el delito es un porvenir que le queda, y el cual no se diferencia del pasado sino en ser la forma peligrosa de las mismas actividades que en la forma impune antes ejerciera. Preciso es añadir que no es, sin embargo, muy peligrosa esta otra forma. El oficio de criminal, dice Tarde, se ha hecho excelente y próspero. «¿Qué significa, en general —añade—, (2) que un oficio cualquiera marche viento en popa? Por de pronto, que reporta ventajas; después, que cuesta menos; por último, y sobre todo, que la aptitud para ejercerlo y la necesidad de ejercerlo se han hecho más frecuentes. Ahora, todas estas circunstancias se han reunido para favorecer la industria particular que consiste en despojar al prójimo. las ventajas han aumentado y los riesgos han disminuido, hasta el punto de que, en nuestros países civilizados, (1) Le Crime, pág. 31. (2) La criminalidad comparada, trad. esp. de A. Posada.


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la profesión de ladrón, de vagabundo, de falsario, de quebrado fraudulento, etc., si no la de asesino, es una de las menos expuestas y de las más fi-uctuosas que puede adoptar un perezoso». La vieja parábola de las cruces y el ladrón es ya, por obra de causas cuyo análisis nos llevaría muy lejos, una realidad abrumadora. Antes los ladrones colgaban ahorcados de las cruces, mientras ahora del pecho de los ladrones cuelgan aquéllas en forma de condecoraciones. El anónimo Aficionado a servicios policiacos documenta este fenómeno, recordando, entre otros casos, el de José Afilón, jefe de la banda criminal llamada de Los Paulinos, hoy retirado en un lugar de la provincia de Ciudad Real; el antiguo bandido ostenta la cruz de Isabel la Católica, obtenida no sabemos si en juicio contradictorio. (1) 4)

Las estirpes vagabundas Las relaciones entre la vagancia y la criminalidad han debido aparecer en diversas ocasiones en el curso de este libro. En vista de ellas puede admitirse sin gran dificultad lo que dice Macé, a saber: que, en principio, todo vagabundo contiene en sí la tela de un malhechor, y que lo llega a ser tarde o temprano. (2) Pero ahora no queremos hablar nosotros de los estados individuales de vagancia, sino de aquellas estirpes dedicadas a la vida errante y aventurera en cuanto nutren a la criminalidad de elementos constitutivos. Primera, entre todas, es la de los gitanos. La declaración preliminar con que empieza La Gitanilla de Cervantes, sigue y seguirá siendo verdad por mucho tiempo. •Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian

(1) La policía, sus vicias, sus defectos y su mala organización, Madrid, 1900, pág. 12.

(2) Le service de la súreté, pág. 270.


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para ladrones, y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo». Ésta es una estirpe étnica extraña, de orígenes misteriosos y de psicología obscura, (1) que a pesar de los esfuerzos de los legisladores para que «quedase olvidado y confundido el nombre de gitano», (2) como raza maldita, conserva todavía su personalidad característica. Pero, además, dentro de la unidad étnica nacional existen por desprendimientos y regresiones, de que en este libro no trataremos, otras estirpes nómadas y aventureras que viven del merodeo y el pillaje, como tribus enemigas, en su existencia ambulatoria. Conforme advertimos al comenzar el libro, queda el estudio de estas estirpes para otro que escribiremos titulándole Los

vagabundas.55

III EL DELINCUENTE EN PRISIÓN La inauguración de la cárcel celular en Madrid, fue una esperanza.% Salillas, en su Vida penal, cuenta las alegres impre(1) V. sobre los gitanos toda la parte segunda del Hampa, de Salinas, y el libro de Colocci, Gli Zingari, Turín, 1889. Desde un punto de vista pintoresco y literario, el de J. Tinco Rebolledo: Achipicalli (la lengua gitana), Granada, 1900. (2) Ley 41, tít. XVI, lib. 12 de la Novísima Recopilación. Hoy día los gitanos están asimilados generalmente a los nacionales. La legislación restrictiva de los gitanos en su vida de chalanería, se reduce entre nosotros a las Reales órdenes de 22 de Agosto de 1847 y 8 de Septiembre de 1878, que les exigen determinados documentos de identidad. 55 Véase nuestra nota 17. 56 Se inauguró en 1884 la cárcel Modelo de Madrid, al final del paseo

de San Bernardo, en la antigua posesión real de la Moncloa, en sustitución


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siones de aquel día entre los que la idearon y construyeron. (1) Lugilde, en cambio, habla de las inquietudes que turbaban entonces a los delincuentes: 4...] se decía entre ellos —escribe— que la Cárcel Modelo iba a ser inaugurada de un día para otro, y eran tales y tan extrañas las versiones que corrían del nuevo edificio, que la sola idea de verse en él les espantaba, les producía el efecto de un fantasma invencible que, teniéndoles abrazados, iba poco a poco oprimiéndoles y limitándoles la respiración hasta extinguírsela». (2) Por fin, la Cárcel se inauguró; va para cuatro lustros que funciona, y, al término de ellos, la inversión es ya completa: los unos han perdido sus esperanzas, los otros sus temores.

(1) La vida penal en España, Madrid, 1888, pág. 426. Como ejemplo del sentido optimista que acompañó a la inauguración, puede verse: P. Cuesta, La cárcel de Madr4 Madrid, 1885, pág. 153. (2) Morfología del robo o ladrones de Madrid pág. 128.

de la antigua cárcel hacinada de El Saladero. Según experiencias de Filadelfia y Aubum, el proyecto radial de T. Aranguren disponía las galerías en tomo a un punto central de vigilancia, al modo panóptico. de Bentham, abría ventanas saludables a las afueras del Madrid de entonces y confinaba a los reclusos en células o celdas aisladas. La economía en los medios de vigilancia, el control absoluto del preso y su reeducación libre de toda mala influencia gravitaban en la intención de este edificio poligonal que el pueblo madrileño bautizó pronto como El Abanico y fue criticado por P. Araguren y C. Arenal entre otros; como balance de las satisfacciones o dudas que los más de veinte años de existencia de la cárcel celular dejaban en los teóricos del penalismo, el libro de Pedro DORADO MONTERO, Nuevos derroteros penales, Barcelona, 1905. Tras su dirección de la cárcel de Madrid, el mismo Salillas trazaba un análisis en Evolución penitenciaria en España, Madrid, 1918. Puede verse, además de los dos libros citados por los autores, Pedro TRINIDAD FERNÁNDEZ, La defensa de la sociedad: cárcel y delincuencia en España, Madrid, Alianza Universidad, 1991. La cárcel Modelo de Madrid sirvió de referencia en la construcción de las cárceles españolas. En su solar se levanta hoy el Ministerio del Aire.


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***

Desde el centro de vigilancia se ve extendido el inmenso abanico pintado de rojizo ocre. ¡Triste visión, a la filtrada luz de las galerías, la de aquellos centenares de celdas que encierran una muchedumbre silenciosa y separada! La Casa muerta; este nombre que puso Dostoievski al presidio siberiano, cuadra todavía mejor a una prisión celular. Aquí el silencio se impone como amo y señor de la casa. Se habla quedo; se anda a tácitos pasos. Tan sólo la libre alegría de los pájaros que penetran chillando por los altos ventanales en busca de las migajas caídas en los corredores, se substrae a ésta y todas las emociones deprimentes de aquel ambiente taciturno. ¿Qué pasa tras tanta puerta, cuya simétrica disposición fatiga la vista? Una ojeada por las mirillas que a su traidor oficio deben el nombre de Judas, nos haría ver lo que vio el Príncipe Nekhludow en una prisión rusa: (1) «Nekhludow separó la cubierta del judas y pegó el ojo a a la mirilla. En aquella celda estaba encerrado un joven de alta talla que, en camisa, recorría la habitación a grandes pasos. Al oír mido levantó la cabeza, lanzó una ojeada a la puerta, frunció las cejas y volvió a reanudar sus paseos. Nekhludow se detuvo ante otra celda. Su mirada encontró la mirada extraña e inquieta de un gran ojo negro animado del otro lado a la mirilla. Entonces se apresuró a cubrirla. En la tercera celda vio un hombrecillo que dormía sobre la cama, con las piernas encogidas y tapada la cabeza. En la celda siguiente había un preso sentado, con la cabeza baja y los codos apoyados en las rodillas. Al oír destapar el judas, levantó la cabeza y la volvió maquinalmente a la puerta; pero su pálido rostro, y, particularmente, sus hundidos ojos, demostraban a las claras cuán poco le importaba

(1) Tolstoi, Resurrection, pág. 235.


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saber lo que iban a mirar en su celda. Evidentemente fuese quien fuese el que mirara al desgraciado, éste no esperaba ningún beneficio de nadie•. Pero éstos serian, sin duda, infelices delincuentes ocasionales o pasionales; porque desde el escucha se sorprende, por lo general, a nuestros profesionales en actitudes menos dramáticas; subidos casi siempre en la burra en alegre o siniestra plática con vecinos y amigos que acuden a distraerles. La amenaza de embotellarlos en la bodega no les contiene un punto. Veamos ahora la celda. Cada preso la arregla a su manera, y es curioso seguir las variaciones de la individualidad en el aspecto de aquellas cuatro paredes. He aquí su tipo general, tal como se describe en un documento carcelario: Si queréis saber, muchachos, lo que en esta cárcel pasa, venid y alquilad un cuarto, que aquí siempre de más andan. Son bonitos y curiosos; claros mientras luz no falta; con todos los neceseres para morirse de rabia. Empezaré por deciros que tenéis fuente con agua, que se seca cuando llueve y se agota cuando escampa. Tienes para tus servicios un paño y una toalla, una cuchara y un plato y un janito para el agua; una jofaina, una escoba, un cogedor, una manta; para descanso del cuerpo, un jergón con cuatro pajas


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que te muele las costillas en cuanto en él te apelmazas. En fin, tienes muchas cosas que no quiero enumerar; sólo falta aquí una cuerda para el que se quiera ahorcar. (1) Entre cuatro paredes, los días pasan —como escribe Salinas— sentándose, levantándose, paseándose y dejándose caer sobre la cama cuando está tendida Mientras tanto, el pensamiento trabaja de continuo, ocupado Dios sabe en cuántas y cuáles cosas, y es una necesidad para el preso la de darle salida, ya en cantares más o menos personales, ya en inscripciones sobre los muros que le encierran y sobre toda cosa u objeto que tenga a mano. Quien canta, sus penas espanta, se desahoga, y, por un momento, las ve salir zumbando por entre la reja, mientras transformando sus propias sensaciones en materia artística, el cantador goza escuchando sus lamentos: Si de ésta salgo y no muero, modelo de cárcel dura, diré que a mi sepultura la vi, y al sepulturero. (2) Tal debe ser la motivación de la carcelera, y análoga es la de los grafitos y palimpsestos. También los delincuentes escriben, aunque parezca extraño, a ciertos empíricos criminalistas detenidos en la famosa frase: cada escuela que se abre es un presidio que se cierra». Éstos —como si la gramática tuviera alguna relación con la moralidad o como si el conocimiento del alfabeto pudiera desvanecer ciertas

(1) Salillas, La vida penal en España, pág. 431. (2) Cit. por Salinas, La vida penal en España, pág. 431.


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tendencias (Garofalo)--, suponen que, por regla general, los delincuentes no saben leer ni escribir, ni saben cuentas. No hay tal. En general, los delincuentes, y especialmente los profesionistas de las grandes poblaciones, saben leer y escribir, y saben muchas veces de omni re scibili... et quibusdam aliis.57 Hay carteristas en Madrid que pueden ser profesores de idiomas, y timadores que hacen a cada momento la más fina psicología, como Mr. Jourdain hacía la prosa... sin enterarse.58 Luego, como su fuerza inhibitoria es mínima tan mínima, que precisamente por esta nota han podido caracterizarles Bonfigli, Oddi y otros—,59 sucede que dan salida a cuantas ideas les rondan por la cabeza, y escriben y pintarrajean tanto que parecen verdaderos grafómanos.60 De aquí esa imprevisión que señala Ferri como característica de los criminales. Sabemos de uno que, negando tercamente el delito que se le inculpaba, fue sorprendido en el instante de escribir en una de las paredes de su celda esta discreta sentencia: «No la hagas y no la temas" Otro, falto de los quince céntimos necesarios para adquirir el sello que llevara noticias suyas a un su hermano, e impulsado por la ya irresistible necesidad de descargar las impresiones y consideraciones sobre su estado que se le escapaban de la cabeza, halló bueno escribir la carta sobre una de las paredes de la celda.

«saben muchas veces de todo lo necesario... y algo más». MonsieurJourdain es el protagonista de la comedia de MOLIÉRE El burgués gentilhombre. Caricatura del nuevo rico y sabio pedante, ignoraba que hablaba en prosa sin esfuerzo. 59 Clodomiro BONFIGLI, director del manicomio de Roma, en Sulla chasstficazione delle malattie nevrose con alienazione mentale, 1874. Ruggero ODDI, L'inibizione dal punto di vista fisio-patologico e sociale, Turín, Fratelli Bocca, 1859. 60 La grafomanía, concepto patológico acuñado por LOMBROSO en L'uomo di genio (1889), aparece tipificada como síntoma perverso de la inatención por Max NORDAU en Degeneración, cap. I del 2° libro, siguiendo el estudio de SOLLIER, Psicología del idiota y del imbécil, París, 1890. 57 58


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En la prisión, sobre todo, la manía grafológica les domina con más fuerza. Las paredes, el suelo, hasta el techo de los calabo7ns, están llenos de grafitos, como la hoja de papel que por casualidad circula en una prisión se cubre de palimpsestos. La obscenidad y el infantilismo de las concepciones criminales se reflejan en toda materia laborable, dando una especie de fotografia... catódica del interior del cerebro delincuente. Sea dicho, no obstante, en su descargo, que la indecente grosería del criminal y sus análogos, su pomografia y su pomologia repugnantes, no es un carácter específico suyo. Los libros de las Bibliotecas públicas abundan en iguales palimpsestos, y en el interior, v. gr., del pabellón arabesco, situado sobre el lago de la que fue Exposición filipina en el Retiro,61 recogimos un día multitud de inscripciones que no ceden en miserable obscenidad a las más obscenas de los delincuentes. Horteras, estudiantes, empleados, etc., han dejado por allí bárbaras muestras de sus sucios pensamientos, mientras fijado en un mástil en cada encrucijada del Parque, «en su consecuencia —dice el bando del Alcalde— queda prohibido escribir o fijar rótulos de ninguna dase en las estatuas, árboles o asientos». Nosotros hallamos la Biblioteca de la prisión celular recientemente purgada de palimpsestos, porque la goma del bibliotecario y la cal del revoque se llevan periódicamente estas manifestaciones del alma delincuente. Con todo, aún encontramos algunos, especialmente en las hojas de un antiguo periódico ilustrado, lectura favorita de los reos. Inscripciones de retrete público, como las que O. Giacchi ha comentado; (1) dibujos obscenos, como falos alados y con velas, vulvas devoradoras, acoplamien-

(1) Palimsesti delle pubbliche latrine, en Archivio di Prichiatria, vol. XVIII (1897), pág. 302.

61 La Exposición Internacional de Madrid, 1883, de productos metalúrgicos, mineros y fabricación del vidrio.


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tos, etc., bosquejos caricaturescos, cantares populares con terminaciones indecentes, interjecciones, amenazas, incoherencias... todo esto es allí el principal motivo. Alguna vez aparece alguna humilde flor de prisión, como esta poesía dedicada a una madre muerta.

A mi madre

t

(R I. P.) ¿Dónde estás, madre adorada, objeto de mi ternura? Ven a calmar mi amargura y a mitigar mi dolor. Pues solo y triste en el mundo, no vivo sin tu consuelo, y subir quisiera al cielo por hallar tu hermoso amor. En hondo pesar sumido, lleno de luto y de pena, hoy medito entristecido lo feliz que hubiera sido con una madre tan buena. Benditas horas dichosas de mi infancia placentera, donde tus manos hermosas cuidaron tan afanosas de mi educación primera. Esas horas veneradas ellas forman de mi historia una página de gloria de sus venturas pasadas. Descansa, que en este mundo do joven te conocí, vivo con dolor profundo, y en lágrimas, triste, inundo mi ser, cuando pienso en ti. Qué ventura si algún día tomase a mí tu cariño, bella fuente, donde niño


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la virtud, madre, bebí! Vida en la tuya mecida, con la tuya alimentada; vida sin tu vida, nada; tú eres vida para mí. El Autor, U.. S... Nadie se acuerda de mí, y tanto que me quedan, sólo me viene a ver Dios, que es mi esperanza estos días. Otro género de literatura carcelaria muy curioso es la glosa y comentario a las lecturas. Delincuentes de instrucción superficial, enormemente vanidosos y polemistas, anotan volúmenes enteros, casi siempre en son de crítica. Nosotros hemos tenido en las manos un ejemplar del tratado Del pauperismo, de don Manuel Pérez Molina (Madrid, 1868), que podía servir de modelo. Habla el autor, por ejemplo, de las teorías de Malthus, y el comentarista agrega: «El autor está poco fuerte en agricultura e historia natural, cuando expone tan erróneo cálculo, pues la proporción geométrica en los vegetales es por término medio; 1, 5, 25, 625...•. El delincuente diserta también sobre cuestiones morales. En el mismo tratado hallamos esta nota: «Muy laudables son todas esas instituciones, pero no son más que un sarcasmo de la caridad cristiana, puesto que si en todos los corazones, tanto el pudiente como el pobre, la practicaran como es debido, salvo raras excepciones, no veríamos cobijadas en dichos establecimientos personas a quienes directa o indirectamente tenemos obligaciones, ya como parientes, ya como prójimos que son nuestros. Tener en casa un enfermo es una incomodidad. Gastarse en vicios que marchitan al hombre es necesidad•. También hay ciencia penitenciaria escrita por los mismos presos. Véanse dos textos del Saladero:

BIBLIOTECA AZLOR INSTMJTO DE ESTUDIOS

AtTOARAGONESES w1JESCA


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Llenar las cárceles de hombres es causa de muchos males; pues de los que entran honrados salen muchos criminales.

Si todos esos caudales que empleáis neciamente en construir los penales, de donde constantemente salen tantos criminales, los empleaseis, humanos, en casas de protección, donde los hombres ufanos encontrasen la instrucción y el quehacer para sus manos, no tendríais ocasión de torturar la conciencia al castigar la inocencia o al absolver al ladrón; tendríais más corazón sin tener la impertinencia de extraviar vuestra razón con tanta jurisprudencia. Sería largo y enojoso reproducir más textos. Sirviéndonos de los palimpsestos recogidos por nosotros en la biblioteca de la cárcel Modelo y de una colección de los del Saladero, que debemos a la bondad del Abogado y Profesor don Germán Flórez, he aquí un cuadro en el cual, reunido el motivo de 89 documentos criminales, se representa a modo de una clave temática del pensamiento del preso: Filasofia de la vida: el pensamiento humano el destino del hombre brevedad de la existencia lo que los pobres pueden esperar del mundo

1 — 1 1 1_

4


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La madre

gratos recuerdos del amor maternal quejas por abandono La

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2

2 1 1 1 1 2 1 1

- 10

mujer

protestas de amor desatendido quejas por abandono temor de olvido madrigal a unos hermosos ojos amenazas a la amada violentos deseos de cópula teoría de las relaciones sexuales inanidad del amor y la belleza La justicia:

su imperfección su inhumanidad desigualdad entre pobres y ricos naturaleza codiciosa de los curiales

1

1 4 3

-

9

Dice

invocación piadosa blasfemia

4 1

5

La vida en prisión:

confesión del delito confesión de masturbación confesión de uranismo recuerdo de los días de libertad padecimientos del preso: generales por el deseo de la libertad por la mala calidad del rancho recuerdo del día de salida amenazas, deseo de venganza alucinaciones sangrientas actitud de humildad actitud de arrepentimiento en la cárcel, ni están todos los que son, ni son todos los que están corrupción que en ellas se sufre

9— 2 5 2 5 1 1 1 2 2 1 2 1 1

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debieran substituirse por casas de corrección sarcasmo de la caridad cristiana compasión hacia el preso compasión hacia el compatriota despedida a la cárcel: lisa y llana con propósito de enmienda

1— 1 1 1

6

1 1

Varia

recuerdos históricos epigramas pornográficos epigramas satíricos

3 6 9

18 89

Cuanto a los grafitos carcelarios, el gusto y sentido de ellos puede verse en los que agrupamos, en la fig. 28.

Fig. 28. Grafitos carcelarios.

Proceden de la cárcel de Toledo, y fueron recogidos, hace años, por el señor Lugilde.


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Algunos son notables por el asunto: v. gr., los cuchillos homicidas. El señalado con la letra c, lleva en la hoja la inscripción siguiente: Como éste hera el que hiz la muerte el herrero = echo por su mano,. Otros lo son por las condiciones en que se realizaron. La cabeza marcada con la letra d, se encontró en un calabozo subterráneo completamente obscuro. A juzgar por la superficie del bajorrelieve, está labrado el contorno con las yemas de los dedos. Más extraño es el pájaro de la letra a. Bajo este calco escribe el señor Lugilde la nota siguiente: «Pintado con lápiz o carbón en el cielo raso de un calabozo. El calabozo mide 3,45 metros de longitud, 3,20 de latitud y 4,10 de altura. La pared que se halla más cerca del dibujo dista 1,60. No hay más muebles en el ca labozo (que es completamente obscuro) que el cajón, adosado a la pared, para las necesidades del preso. Las paredes están argamasadas y dadas de llana. ¿Cómo se encaramó y sostuvo el artista? ¿De qué medio se valió, estando solo, para ejecutar su obra?». Para terminar la exposición de las bellas artes en las cárceles, véase también la composición de un delincuente (fig. 29). Según él, representa al juez que, atropellando a un inocente, deja escapar al verdadero culpable. Dice Géolard: (1) «Se imaginan las gentes que la prisión arranca radicalmente al hombre de la sociedad, y que la celda, encerrándole todavía más estrechamente en la prisión, le aísla de una manera absoluta de sus compañeros de infortunio para preservarle de vecindades desagradables, comprometidas y peligrosas. De esta suerte ven la prisión celular los partidarios del régimen de la separación individual, y con la mayor buena fe nos presentan a sus cautivos yendo y viniendo, comiendo, trabajando, leyendo o estudiando solos en sus celdas como otras tantas

(1) Le détenu dans ses relations intra et extra-muros, en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XIV (1899), pág. 367.


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abejas en las suyas; paseando individualmente en los patios, asistiendo a las ceremonias religiosas, a las conferencias y a las lecciones en habitaciones que no les permiten comunicarse verbalmente ni por escrito, ni aun siquiera entreverse unos a otros.

Fig. 29. Composición de un delincuente.

¡Ilusión pura! El mido del mundo penetrando en la prisión se distribuye en centenares de celdillas. Allí se vive, se ama y se odia, se reciben noticias, se despachan deseos, y el irresistible


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impulso de comunicación fuerza al ingenio a vencer toda clase de mecánicos obstáculos. Para comunicar extramuros hay dos medios: uno legal, el otro ilícito. Pero hasta el medio legal —el locutorio— tiene sus manifestaciones desviadas. «Los locutorios —dice Cada so— (1) sirven para separar materialmente a los visitantes de los visitados. Mas como no se priva a nadie que venga a comunicar; acude aquí toda clase de personas... La mayor parte de los individuos que vienen a los locutorios pertenece a esa rastra que merodea en tomo de las prisiones, que con propiedad se llama "periferia penal" y que forma una gavilla de gente pervertida, odiosa a todo lo honesto, enemiga de todo lo bueno, levadura dispuesta para todo lo perverso y depravado. Los burdeles y garitos son los que dan de sí mayor número de comunicantes, nutriéndose, por tanto, la comunicación de ex reclusos, tahúres, truhanes y rameras. Y tal función, que debiera servir para el arrepentimiento y el consuelo del recluso, se aprovecha para cita de la truhanería y para concertar nuevos delitos. Porque en la comunicación se atiende a conservar el orden, pero no se escuchan las conversaciones sostenidas en voz baja por los prisioneros y la gente que los viene a ver, y las alambreras y rejas que separan a unos y a otros, no impiden las citas y acuerdos a que me refiero antes». La comunicación continúa fuera de las horas de reglamento, alrededor del edificio entero. Todo transeúnte ha podido escuchar de paso fragmentos de conversaciones y sorprender señales telegráficas que se cambian desde las rejas al campo. Los asuntos de estas conversaciones pueden reducirse a tres, fundamentalmente: 1? Planes y proyectos para el porvenir. 2.2 Preparación de la defensa en el juicio. 3? Entretenimientos de amor sensual.

(1) Memoria de la prisión celular de Madrid, Madrid, 1893, pág. 66.


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Este último tema ocupa casi constantemente, en forma de obsesión, la imaginación del penado. El amor, que no puede salir por la puerta, sale —como dice Tarde— por la ventana; y se presenta en dos formas desviadas: la masturbación y la pederastia. En las cárceles celulares no es fácil esta última, pero la primera consume a los reclusos, porque, lo mismo que el presidio, pueden definirse con esta frase de Salillas: «la tierra en que sembró Onán». No es fácil darse cuenta, sin haberlo visto, de la sensación lasciva que determina la presencia de la mujer en los presos, cuando alguna recorre por curiosidad las galerías o acude al locutorio o ronda en el campo bajo las ventanas. Marchando a lo largo del corredor donde, siempre sobre el modelo ceh tia r, se hallan instalados los locutorios, sorprende el vigilante, a través del enrejado, escenas de tentaciones a distancia tanto más desesperadas y violentas cuanto es menor el espacio que separa. Al obscurecer, no es raro que golfas pajilleras de las que vagan por los alrededores semiurbanizados, acudan a tiro de piedra hasta la cárcel, aguardando una moneda de cobre, un mendrugo o un harapo lanzado desde la ventana en que se consume de deseo un solitario. La golfa se tira en tierra, y apartándose la falda, muestra sus carnes. De noche, una vela sujeta entre las piernas, las ilumina, mientras el preso, agarrotado en la reja, con el rostro epileptoide, contempla la desnudez en el espasmo cínico. la preparación de la defensa hemos dicho que es otro de los asuntos principales de la comunicación entre los presos. Todo acusado tiene, como es sabido, abogado nombrado de oficio o elegido libremente; pero así como cuando enfermas estas gentes recurren a curanderos y saludadores, así también en estos otros trances corlan en la empírica habilidad de los llamados abogados de pollete »que aportan testigos, preparan coartadas, ocultan las que pudieran ser piezas de convicción y dan avisos útiles, siendo, en resumen —dice Gil Maestre—, (1) una de (1)

Los malhechores de Madrid, pág. 335.


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las plagas más desastrosas y de las que más contribuyen al temor con que hasta los hombres de bien se acercan a los Tribunales•. Intramuros la comunicación y la transmisión siguen. «En la cárcel de Madrid —dice Salillas— (1) también han establecido los presos un excelente servicio de comunicaciones. Comunican de celda a celda por las paredes laterales, colocando un papel humedecido en el punto de comunicación; y convierten en teléfono la cañería del gas, destornillando la boquilla de cada mechero. También se ha dado el caso de circular una carta hasta una de las últimas celdas de la galería desde una de las primeras, colocándola al extremo de una cuerda con un peso para que caiga a plomo e imprimiéndola movimientos de vaivén hasta introducirla en la reja de otra celda para que el preso la hiciera circular de igual modo, y así sucesivamente hasta llegar a su destino. Esta comunicación es tan frecuente, que se la puede observar deteniéndose media hora ante el exterior de una galería». Se llama a este procedimiento —por una representación pervertida— el teléfono., y se llama ir a la taberna el acto de ponerse a escuchar por la cañería del gas. Multitud de conversaciones bulliciosas llegan, en efecto, al oído del penado, que, un instante, se figura transportado a la más animada tertulia. Tienen a veces consecuencias trágicas las comunicaciones en la cárcel. He aquí un suceso. Al fondo de la tercera galería, frente por frente del centro de vigilancia, se alza una puerta que conduce a la capilla de los reos de muerte. La capilla es clara, limpia y reluciente como la de un oratorio moderno. A los lados, hay dos habitaciones sombrías, en que pasaron las sagradas horas de la agonía algunos culpables desdichados. Otras dos piezas contiguas están destinadas a los que por caridad o deber asisten a los reos. Una de ellas es particularmente siniestra. Está ornamentada con cuadros manuscritos en que constan los nombres y delitos

(1) La vida penal en España, pág. 434.


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de los reos asistidos por la Cofradía de la Paz y Caridad desde su fundación en el siglo XVII 62 Véase el resumen de los asistidos y ejecutados durante más de dos siglos:

De 1667 a 1699 De 1700 a 1799 De 1800 a 1880 Totales

Varones

Hembras

TOTAL

26 289 644

2 8 11

28 297 655

959

21

980

Luego, hasta la fecha, hay que añadir algunas unidades. iA cuántas consideraciones se presta el cuadro! Queden para ocasión más oportuna. Hay además en la pieza que describimos, otro cuarto más pequeño. Aquí se ve un gran arcón pintado de color obscuro, en el que resalta el escudo de la Villa. Guárdase en este arcón el garrote desarmado, el arma nacional de la justicia desde que Su Majestad Fernando VII, «deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital», quiso señalar con este beneficio, aboliendo la horca, «la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina, su muy amada esposa». (1) Fernando VII conservó la distinción

(1) Real Cédula de 28 de Abril de 1828. Ya las Cortes de Cádiz en decreto de 24 de Enero de 1812, habían abolido la pena de horca, sustituyéndola por la de garrote.

62 La real orden de 24 de noviembre de 1894, por la que se suspendían las ejecuciones públicas, relegándolas al recinto de las cárceles, reformaba también el reglamento de esta cofradía de los Hermanos de la Paz y Caridad, que acompañaban al reo por las calles de Madrid en desfile variopinto y, en opinión de los legisladores, patético.


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entre garrote ordinario y garrote vi1.63 Hoy ha desaparecido. ¿Se creerá que esto carecía de importancia? Cuando la decapitación era el suplido del noble y la horca del villano, más de uno adquirió ejecutoria de nobleza sin más prueba que alegar que tal o cual abuelo suyo murió bajo la espada. (1) El corbatín de hierro dormía mucho tiempo hacía en el fondo de aquel arca, como una serpiente aletargada. Desde la ejecución de Higinia Balaguer,64 Madrid no había vuelto a ver elevarse el patíbulo. Cuando he aquí que a fines de 1899 una causa de muerte llegó por todos sus trámites legales hasta el último, tras el cual debía seguir la ejecución. El Tribunal Supremo había declarado no haber lugar al recurso de casación interpuesto en beneficio del reo, Narciso Quevedo, un camarero de café,

(1) Escriche, Diccionario deJurisprudencia (artículo Horca).

63 Por real cédula de 28 de abril de 1828, Femando VII, para señalar la grata memoria del feliz cumpleaños de la reina, abolía la horca y restablecía la ejecución por garrote, como instaurara el Código liberal de 1822. Las diferencias en el garrote consistían en los símbolos de exhibición pública. Garrote ordinario: el reo de estado llano era conducido con caballería mayor y capuz pegado a la túnica. Garrote vil: el reo de delito infamante era portado en caballería menor o a rastras y con capuz suelto. Garrote noble: el hidalgo se trasladaba al cadalso en caballería mayor ensillada y enjaezada con gualdrapa negra. Todo ello perdió color con las reglamentaciones de 1848 y 1850, y sentido con la primera supresión de ejecuciones públicas en 1894. 64 La criada acusada del famoso crimen de la calle de Fuencarral. Su garrote en 1890 fue el último que pudo contemplar el pueblo de Madrid. •Hubo un escándalo mayúsculo, seguramente como despedida del público de otra de sus fiestas nacionales, que Baroja recuerda, entre otros autores de su tiempo», relata Daniel SUEIRO en La pena de muerte, ceremonial, historia, procedimientos, Madrid, Alianza, 1974, p. 333. El fin de las ejecuciones públicas se decretó definitivamente por ley de 9 de abril de 1900. Tal vez la postrera ejecución pública en España tuvo lugar en Valencia en agosto del mismo 1900, reseñada con acritud por el doctor PULIDO en El Liberal, 17 de agosto de ese año.


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condenado a muerte por parricidio. Había matado con ensañamiento a su mujer. La suerte del desgraciado Narciso se conoció bien pronto en el interior de la prisión. Algún indiscreto debió comunicársela o quizá la sorprendiera en el ambiente que le rodeaba, en señas entre los presos, en el aspecto y actitudes que notaba. Ello es que un día salió al paseo celular, al galápago, como se dice en el lenguaje de la cárcel. La entrada a los patios donde se hace este paseo se halla frente por frente de la escalera que conduce a las plantas altas de la cárcel. De vuelta del paseo, Narciso se destacó del grupo de presidiarios, y de un salto violento ganó los primeros peldaños de la escalera. En uno de ellos quedó una alpargata, saltada por el esfuerzo de la contracción muscular. Los vigilantes de la prisión, alarmados, acudieron en dirección de la galería donde se hallaba su celda. El huido debía contar con esta reacción de sus perseguidores, porque sin vacilar tomó la dirección opuesta, apareciendo en lo alto del puente de la cuarta galería. --¡Ahí va un hombre! —gritaron desde el extremo al vigilante que, ajeno a lo ocurrido, paseaba por la planta baja. El vigilante, apenas hubo dado dos pasos en retirada, vio estrellarse a sus pies, sangriento y rígido, el cuerpo del fracasado reo de muerte. Un año después, el 16 de Septiembre de 1900, intentaba el suicidio, reproduciendo el de su antecesor, otro preso de pena capital: José Lucas, culpable de robo con asesinato. Nuestros habituales de Madrid, los quincenarios, raras veces hacen vida celular; sólo cuando entran de causa y son condenados judicialmente. Lo ordinario es que entren a cumplir la quincena, y en este caso van a los departamentos de aglomeración, «una mancha, un borrón inmenso que empaña a la penitenciaría y destruye los efectos del nuevo sistema» —dice el Director del establecimiento, señor Cadalso—. (1) «Es —continúa diciendo— el antiguo y co(1) Memoria de la prisión celular de Madrid, pág. 30.


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rrompedor presidio, aumentado en dimensiones por lo que respecta a la perversa y corruptora enseñanza. Aquí se reúnen y se amontonan, se mezclan y se confunden, se contagian y se corrompen simples delincuentes y duchos criminales; los culpables por imprevisión o imprudencia, con los facinerosos y salteadores de caminos; los jóvenes que por pasión delinquieron, con los avezados a la vida criminal; los individuos a quienes tal antro les parece a su primer ingreso un remedo del infierno, con los forajidos a quienes se les presenta como cómoda vivienda y placentero casino... En el ámbito de un sótano sucio y sombrío, se embuten los que por sentencia municipal vienen a cumplir una indemnización pecuniaria con los condenados a muerte por fallo de las audiencias, que han conseguido por la inmediata la conmutación de la pena capital; los que por primera vez delinquieron, con los ladrones habituales, verdadera plaga social y voraz langosta de Madrid, compuesta de ratas, golfos, pinchos y matones, como ellos con cínica arrogancia se llaman. Cierto que los grandes criminales permanecen aquí poco. Pero como las remesas menudean, siempre hay nutrido contingente de ellos, y jamás se rompe el hilo maldito de tan nefanda enseñanza». •En los sótanos de la cárcel —añade Salinas— (1) está el presidio en sus más lastimosas manifestaciones». La vida en ellos es la vida presidio' que el mismo autor ha contado en una obra celebrada. Sólo nos falta ya ver cómo sale el delincuente del Abanico. Los hay que salen alocados o embrutecidos por la vida celular, «momias disecadas y medio locas» —según la frase de Dostoievski— que algunos pretenden pasar «como modelos de arrepentimiento y enmienda•. Los hay que salen soñando en venganzas individuales o en rebeldías perpetuas con la ley. Véanse muestras:

(1) La vida penal en España, pág. 435.


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Cuando llegará ese día y que yo esté en la Calle de algunos me de quedar con su cabeza en la mano. • F•

Tengo algo, tengo algo, y no lo puedo dudar, tengo yo una idea fija y está visto, es de matar a los viles seductores de la santa humanidad. ***

Si lo que de noche sueño de día lo realizara, en la casa de los locos sería donde habitara. También hay algunos que salen arrepentidos, mas no enmendados, salvo excepción rara. Quédate con Dios, Saladero, sepultura de hombres vivos, donde se amasan los guapos y se olvidan los amigos.

Aquí el corazón de fiera que iba del crimen en pos, se ablanda como la cera y acaso por vez primera se acuerda de que hay un Dios. ***


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Lleno de fe y gratitud siento que mi corazón despierta con la virtud en esta inmunda prisión. El rastrillo de la cárcel, como el camino del infierno, está empedrado de buenas intenciones. Pero el delincuente habitual no sale así; sale sin odios ni arrepentimiento, considerando la cárcel como riesgo, ni muy frecuente ni muy duro, del oficio, si ya no es que, haciéndose otra cuenta y filosofando, piensa como el jaque de Quevedo, (1) que en el mundo, «todo es cárcel y penan. Sale, pues, abierto el corazón a la alegría de vivir, gozando una libertad tan pronto perdida como recobrada. La amante, los amigos, la juerga, los negocios, todo le espera, y él va a ellos, quizá disgustado o mohíno por pasadas infidelidades y traiciones, pero deseándoles siempre. ***

Para concluir, una excursión a la cárcel de mujeres; aquel caserón viejo y ruinoso de la calle de Quiñones, de donde —al pasar a la hora de comunicación— se siente salir, por puertas y ventanas, el zumbido de colmena que forman muchas conversaciones apresuradas, dominado por el áspero chillido de la avisadora, transmitiendo recados y órdenes a los pisos altos. Su interior es menos conocido. La Dirección general de Establecimientos penales, que facilita tarjetas de permiso para visitar la prisión celular, no las da para la cárcel de mujeres. Tampoco en París la prisión de San Lázaro puede ser visitada por el público. Las mujeres —ya se ve—, están bien de cualquier modo. La cárcel de mujeres parece una gran casa de vecindad y, en realidad, no es otra cosa. En los patios, bajo los corredores (1) Relación que hace un jaque de sí y de otro.


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sostenidos por postes de madera pintada de verde, el aspecto y las actitudes de las moradoras, son los mismos que en una de esas casas. Andan por allí, dando sus primeros pasos, los niños de algunas presas a quienes se consiente esta gracia; se ven gatos escuálidos arreglándose al sol tranquilamente, y de los lavaderos y las cocinas salen las mismas conversaciones, cantares iguales que los que se oyen en las casas de vecinos. Parece que, por rara casualidad, los hombres de todas aquellas mujeres han marchado a sus quehaceres, y ellas quedaron un momento dueñas del campo, para dividirle en breve, como un campo de Agramante, con sus comadrerías, rencillas y chismes. La fealdad de estas mujeres llama desde luego la atención. ¿Friné sigue obteniendo absoluciones en las salas de justicia, o la donna delinquente es —como quiere Lombroso— una especie de marimacho?65 Ni lo uno ni lo otro. Es que a la cárcel, así de hombres como de mujeres, sólo va el bajo pueblo, macilento, mal alimentado, sucio, grosero y pervertido. Una vez, sin embargo, el viejo ex convento de Monserrat debió estremecerse asombrado al recibir, como en los días en que era tal convento, una gran dama de la aristocracia, llevada probablemente allí por un vil chantage. Este sucedido y la estancia de la Higinia Balaguer, constituyen, hoy por hoy, las dos grandes tradiciones de la casa. La habitación que ocupó la desgraciada Higinia os la enseñan con el aire y el tono de voz que adoptaría un cicerone al mostraros la cámara real en que pasara el más grave suceso de la Historia. Por lo general, la cárcel alberga tipos de delincuentes vulgares: algunas ladronas habituales, criadas infieles, muchas furias agresivas, fáciles en la injuria y el desacato, y otras tantas prostitutas que infringen los reglamentos para ganar —nunca se

65 Aluden a la donna delinquente, prostituta e normale, Turín, 1893, libro de LOMBROSO en colaboración con G. FERRERO.


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ha dicho mejor— con el sudor de su cuerpo, el pan suyo de cada día. Sólo raras veces se encuentran tipos más extraños. Una joven de porte recatado, humilde en la mirada, tímida al hablar, es Isabel Lucas, la asesina de la calle Mayor. Frente a ella, en un ángulo, en la estática actitud de las orientales, una mujer argelina, cubierta con el traje de su país, venida aquí Dios sabe cómo, se mantiene obstinadamente silenciosa, abiertos con inquieta expresión los grandes ojos obscuros. El cuadro de la mujer en prisión, se reduce —como observa Lacassagne, en el prólogo a la obra de De Ryckére— (1) a la mentira continua, a la calma imperturbable, a las soberbias actitudes ante jueces y funcionarios. Debajo de tanta farsa, casi siempre representada con éxito, sólo queda un sentimiento verdadero que ocupa siempre la vida de las encarceladas. Es el amor, viciado por los más bajos celos, por engaños continuados, por injurias repetidas de obra y de palabra. Pero amor ¿hacia quién? Al macho. Fuerza es decirlo así, porque no siempre el macho es un hombre. Hay en la cárcel heterosexuales y homosexuales. Las primeras no nos interesan. Son mujeres más o menos viciosas, más o menos prostituidas; pero sin haber pecado nunca contra natura. Amantes del hombre, sólo piensan en él, sin que el varón llegue a tener ante ellas otra representación que la del sexo. El sacerdote que oficia en la prisión no se libra de esas interpretaciones. Cada uno de sus movimientos se traduce en una señal de preferencia. Al salir de celebrar la misa: «¿Has visto cómo miraba a la Rubia?», es la observación que se escucha.

(1) La femme en prison et devant la mort, Lyon, 1897.


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La homosexualidad carcelaria suele ser, por lo general, una adaptación forzosa a las condiciones sexuales que se encuentran. Hay curiosos y aficionados que ensayan la novedad, pero al establecer comparaciones inevitables con las sensaciones que procura el sexo opuesto, sobreviene la decepción, se sienten engañados, y, llegada la libertad, el amor natural —como dice Perrier— (1) recobra todos sus derechos. Un grafito del Saladero expresa esto muy bien en toda su crudeza. Aludiendo a un tal E. R. G., alias la Laura, nombre que se encuentra muy repetido en la colección que poseemos, una mano, guiada por la indignación, ha escrito lo que sigue: «La Laura, la escandalosa puta y estafadora de quilés». (2) No obstante, en las prisiones femeninas no es raro encontrar verdaderas parejas de amantes, unidas por un género de relaciones que, prescindiendo de su naturaleza pervertida, tienen cuanto presenta el amor normal en sus manifestaciones interiores y exteriores. Al llegar la noche, cuando la población penal queda entregada a su propio gobierno, la vida carcelaria manifiesta sus escenas más íntimas. La celadora de sala, que hizo abundante infusión de café, despacha jarritas a 10 céntimos, que se disputan las mujeres, deseosas de excitar sus nervios que les piden juerga. Aparecen algunas barajas, excelsos libros de 40 hojas, mirados con afán más codicioso que un ejemplar rarísimo en un círculo de bibliómanos. La baraja está prohibida, pero no faltan nunca criadas piadosas de la vecindad que las arrojan a los patios para alegría de las pobres mujeres aburridas. Se juega a juegos distintos; pero entre prostitutas y tomadoras goza cierta preferencia la raposa, juego que tal vez debe

(1) La pédérastie en prison, en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XV, 1900. (2) •Quilo (caló quilé, quilen) m. Miembro viril» (Salinas, Vocabulario de caló jerga°.


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su nombre, como en cierta ocasión nos decía una de éstas, a la calidad de las personas entre quienes se usa. Aludía al calificativo de zorras con que se designa a ciertas mujeres. La raposa es sencilla, «pero tirada•, añaden. Consiste en retirar una unidad de la puesta las favorecidas con alguna figura de la baraja, y en llevársela entera aquella a quien la suerte la depara el cuatro de oros, que es la raposa. Los lances ocasionan gran algarabía, interrumpiendo el recogimiento con que algunas mujeres versadas en la escritura escriben las cartas de sus analfabetas compañeras. (1) De improviso la sala queda en silencio. Se ha oído un silbido al otro lado, y poco después una voz que comienza un cantar. Es la Benita, una tribadista macho, que viene, como un pájaro encelado, a cantar a su querida.

(1) En las comunidades de iletrados, la persona que sabe leer y escribir pone a precio sus facultades, viviendo de ellas. En el Hospital de San Juan de Dios,66 se llama aparatista a esta memorialista de prostitutas. «La aparatista —dice Castillo Estremera (Un día de guardia en San Juan de Dios, Madrid, 1900, pág. 17)— es una enferma que, a más del cargo de secretaria de sus compañeras, en virtud del cual cobra cinco o diez céntimos por cada carta que las escribe, está encargada, por el ayudante del Pabellón, de la limpieza de los instrumentos de cura, de la custodia y repaso de vendajes, etc., y cuyo cargo le proporciona ciertas preeminencias que se traducen en dos o tres tablillas, que con orgullo ostenta colgadas por encima de su cama, y en las que se lee: "R-A, V-2", y alguna vez, si su enfermedad lo permite, "I-C"; iniciales que significan, sencillamente: una ración de asado, dos copas de vino y una infusión de café.

66 Asomaba el Hospital de San Juan de Dios, alojamiento de las enfermedades venéreas femeninas y de la infancia depauperada, a la calle de Atocha. •Ya derruido por fortuna», escribe BAROJA en El árbol de la ciencia, novela de 1911, en cuyas páginas imprime el recuerdo de aquel «estercolero humano, y antro de dolor.


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La hembra, atraída, se levanta, y durante media hora cambian desde una a otra sala coplas llenas de conceptos discretos y arranques apasionados. La multitud, embelesada, está pendiente de sus labios. Sólo en algún ángulo se murmura de amores semejantes y se hat rotundas declaraciones de heterosexualidad decorosa. El dúo queda interrumpido. Pero en la sala las presas quieren seguir oyendo a la Gaspara, la hembra, una criada ladrona, que tiene hecha su reputación de buena cantadora. A última hora, se cantan las carceleras, en medio de una agitación indescriptible. Ya viene la requisa, ya suenan las llaves; por eso llora mi corazoncito gotitas de sangre. Una presa se ha atado a la pierna el cubo y le arrastra para imitar el ruido de las cadenas. Para aquellas mujeres nerviosas, histéricas, embriagadas por la emoción y la algazara, la ilusión es completa. Lágrimas y suspiros desata aquella copla. Algunas se desmayan, viendo por un instante en su fantasía, más clara que en un espejo, la figura del amante prisionero, pálido y grave, que las llama, asomando una mano entre barrotes muy espesos.


CAPÍTULO III LA PROSTITUCIÓN

EL FENÓMENO PROSTITUCIÓN ip ROSTITUCIÓN ES lo mismo que degradación; y aplicada la palabra al orden sexual, significa tanto como degradación de cualquier clase en las relaciones de los sexos. Si nada hay tan delicado como el amor, nada como él se prostituye antes. Pero de ordinario se reduce el concepto prostitución a un sentido más estrecho, en el cual, dejando de representar un estado pervertido de cualquier dase de relaciones sexuales —en cuanto picadas de aquel mal pueden estarlo, y de hecho lo están todas—, (1) representa un orden constituido de estas relaciones, fundado en la propia perversión integral del amor y opuesto,

(1) Recuérdese, por ejemplo, la prostitución matrimonial. Hay aquí un mundo de hechos infames e inmundos que han inspirado a Zola una de sus últimas novelas.67

67

Fécondité,1899. [2211


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con este fin, a los demás, como son el matrimonio y el amor libre, a pesar, o, más bien, en virtud de lo cual, forma parte de nuestras costumbres e instituciones con títulos propios de existencia. Ésta es la prostitución que nosotros vamos a estudiar en este libro, según quedó anunciado en el capítulo primero al presentar la monstruosa simbiosis del vicio con la miseria. Concebida de esta suerte, el organismo entero de la próstitución aparece en el siguiente cuadro:

LA PROSTITUCIÓN de ejercicio autorizado por el Estado pupilas y carreristas

Profesionales de la prostitución

heterosexuales de ejercicio clandestino

mujeres y hombres de placer

homosexuales invertidas sexuales que se prostituyen

Clientes de la prostitución normales pervertidas sexuales

Mediadores en la prostitución reclutadoras amas y encargadas de mancebía alcahuetas y lenones

Agregados a la prostitución amantes y protectores de prostitutas guapos de mancebía sirvientes de mancebía familiares deudos


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II LAS PROSTITUTAS

Un texto de antigua jurisprudencia romana nos da una exacta definición de la prostituta. Con la habitual elegancia que este pueblo tuvo para las definiciones en derecho, dijeron los ediles que lo era «la que da su cuerpo públicamente sin elección de personas y por el dinero». (1) 1) Origen «la lógica rehúsa concebir —dice la señora Tamowsky— (2) que un ser humano en posesión de sus facultades mentales, sano y cuerpo y espíritu, pueda prestarse a cualquier hora del día y de la noche al acto genésico con el primer venido, a veces borracho, grosero, brutal, cínico y despreciativo... Y, sin embargo, en todos los países del mundo existe un gran número de mujeres que viven a gusto en esa sugestión abyecta. Todas ellas comen, beben, cantan y ríen, y están muy lejos de considerarse desesperadas, supuesto que no recurren al suicidio sino muy raras veces». El número de estas criaturas, inscritas en la llamada Sección de Higiene, como mujeres públicas, que el Estado destina al vicio y la miseria sexual de sus administrados, ha venido creciendo casi continuamente en los últimos años, al revés de lo que sucede en las ciudades más adelantadas del extranjero, donde las inscripciones están en baja.

(1) Citado por Rodríguez Solís, Historia de la prostitución en España y América, t. I, pág. 69. (2) bucle antbropométrique sur les prostituées et les voleuses, pág. 5.


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En 1884, apenas pasaban de 900, según González Fragoso. (1) En 1885, ascendían a 1.131. En 1890, a 1.000 próximamente, según Rodríguez Solís. En 1891, habían descendido a 930. (2) Hoy pasan de 2.000; (3) de suerte que, comparando esta cifra con la de habitantes de ambos sexos de todas las edades que componen la población, según el Censo de 31 de Diciembre de 1899, resulta que toca a la prostitución un 0,73 % de las mujeres, y hay una prostituta por cada 117 hombres. El misterio de la existencia de esta reducida clase de mujeres enteramente prostituidas, obligadas a abdicar hasta del dominio de su propio sexo —hablamos de la exploración que deben permitir en lo interior de sus órganos genitales—, este misterio comienza a esclarecerse apenas se repara que bajo ese doble millar de prostitutas caracterizadas, existen millares mucho más numerosos de mujeres prostituidas en las cuales los caracteres de aquéllas se atenúan hasta desvanecerse por completo en el fondo del tipo medio femenino hay conocido. A éstas se las llama, administrativamente, prostitutas clandestinas, palabra que, salvo algunas manifestaciones larvadas y vergonzantes, es —como observa Retas— (4) «un eufemismo ridículo•, porque de las dos prostituciones, «la llamada clandestina es la que más en público se exhibe, resultando harto más atrevida, arrogante y audaz que la tolerada; invade las calles, los teatros y paseos, conquista y se esfuerza en conquistar su puesto a la vista de todos.. Reflejo de la vida sexual, nada más heterogéneo y complicado que esta segunda prostitución. Si se considera que los dos grandes motivos que la substraen del orden reglamentado son, de una parte la interdicción

(1) La prostitución en las grandes ciudades, pág. 114. (2) Diccionario Enciclopédico de Montaner y Simón, artículo Prostitución. (3) Eslava, La prostitución en Madrid, pág. 92. (4) La prastitution, París, 1889, pág. 163.


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legal, y de otra, la elevación triunfante de la galantería, veremos que, desde el primer punto de vista, alcanza hasta las relaciones homosexuales organizadas en el régimen de la prostitución heterosexual, y, desde el segundo, llega a la prostitución reconstituida, por la amabilidad derivada de elementos estéticos, sobre la base, clásica y libre, del hetairismo, «en que la mujer galante puede infringir las reglas del jus receptum en materia de moral, recibiendo públicos homenajes de sus adoradores y frecuentadores, (Viazzi).68 Por su propia naturaleza, dificil es precisar el número de estas prostituidas esquivas a la sumisión policiaca. E Vahíllo calculó en 17.000 las mujeres que, hacia el ario 1872, se prostituían en Madrid clandestinamente. (1) •Y como no creemos exagerado el aumentar en otro tanto —decía Rodríguez Solís— (2) el número de las mujeres que aquí viven de las multiplicadas artes del galanteo, resultan 34.000 mujeres más o menos prostituidas,. Aun siendo esto cierto —y lo será probablemente—, el número de las que hacen estado de la prostitución, debe ser inferior. El doctor Sáenz Bombín, Jefe médico de la Sección de Higiene, le calculaba ante nosotros sólo en más de 15.000. La prostitución llamada clandestina en la jerga administrativa, viene a ser, por consiguiente 7,5 veces mayor que la autorizada. En las ciudades más adelantadas la desproporción se hace más exagerada, tendiendo a ser la cifra de la prostitución tolerada algo así como la fracción decimal en un producto. De este modo, fijando en 17.000 el número total de prostitutas, tenemos:

(1) La prostitución y las casas de juego, Madrid, 1872. (2) La mujer defendida por la Historia, la Ciencia y la Moral (cit. por R Barcia en el Primer Diccionario etimológico de la lengua castellana).

68

La lotta di sesso, que Llanas y Quirós traducirían en 1902.


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a) Que existe una, no ya para cada 117 hombres, como antes parecía, sino para cada 13 ó 14; b) Que no a un 0,73 %, sino al 6,23 ascienden las mujeres de la población que viven en el estado de prostitutas. En efecto, en la actual situación social, la prostitución viene a ser una de las labores más propias del sexo femenino, a la cual, con mayor o menor asiduidad, y con más o menos gusto o repugnancia, se dedica número tan considerable de mujeres de todas las edades, de todos los estados, de todas las profesiones, de todas las clases de la sociedad. Niñas impúberes y mujeres envejecidas; solteras, casadas y viudas; criadas, vendedoras de periódicos y de cien artículos menudos, obreras de cuantos oficios se conocen, pensionistas, mujeres del pueblo, de la burguesía, etc., se prostituyen descarada o vergonzosamente en las casas llamadas de citas o compromiso, en los establecimientos equívocos que abundan en la ciudad, en los interiores de tabernas y cafés conocidos, en la propia morada y en lugares sombríos a cielo raso. Eslava da algunas noticias de prostitución clandestina. Hablando de las criadas, dice: «Una casa de citas de las que existen en la actualidad, ha facilitado habitaciones para que ejerciesen la prostitución, durante las horas de paseo, en un solo domingo a 92 criadas». Y a propósito de las pensionistas: «Un estudio hecho por mí, con vista de pruebas irrecusables, me permite asegurar que pasan del 80 % las pensionistas de Madrid que se entregan de lleno al ejercicio de la prostitución•. Mediante una selección al revés de las más débiles y defectuosas, sale de esta gran constelación la prostituta tipo que hemos definido, la inscrita y sometida a la reglamentación del Estado. El alistamiento o enganche voluntario y la leva entre las mujeres que, a hurto de la Administración se prostituyen, son los medios de reduta.


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la organización de la llamada policía de costumbres, permite que a algunas mujeres se las ponga en la alternativa de inscribirse o perecer. Castillo Estremera da noticias interesantes sobre esto, describiendo el llamado «pabellón de voluntarias» de San Juan de Dios, (1) •Último peldaño de la peligrosa escala que comienza en bailes organizados por sociedades de estudiantes achulados y dependientes de comercio, a cuyos bailes acuden a solazarse infinidad de modistas, después de una semana de labor, explotadas algunas de ellas desde niñas por padres a quienes les importa poco que no sepan sus hijas las faenas de la casa, ni leer, ni nada, con tal de que ganen lo que ellos necesitan para echárselas de personas, sin importarles nada la clase del taller donde sus hijas trabajen•. Estas muchachas se prostituyen, durante más o menos tiempo, sin la vergüenza de verse inscritas en los libros del Gobierno civil. •Pero ¡ay! cuando más celebran haber encontrado este filón, las suele sorprender una de esas enfermedades que, entre sus muchas malas condiciones, tienen una buena: la de presentar síntomas y manifestaciones de muy difícil ocultación. Entonces es preciso ingeniarse mucho para esconder lo que no siempre se puede, y como no tienen medios para hacer un viaje, no queda más que un recurso, bien triste por cierto: el hospital. En éste se recibe a todo el que lo solicita y está enfermo, ¡y a muchos que no lo están! —son los que llamamos calandrias—; pero la división del trabajo, que tantas comodidades reporta a la humanidad, echa por tierra todas las maquinaciones de estas enfermas, que pretextando casi siempre un padecimiento uterino, logran ingresar en un Hospital general; pero al ser exploradas son dadas de "alta en primera visita", por corresponder sus dolencias a las especiales de San Juan de Dios... donde vuelven a ser "alta en primera visita" hasta que presenten "la cartilla",

(1) Un día de guardia en San Juan de Dios, Madrid, 1900, pág. 41.


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sin que les valgan las súplicas más humildes, ni las más ardientes protestas de "casadas honradas", víctimas de sus infieles maridos. En este caso se suelen hallar muchas pobres mujeres que al ser "altas en primera visita", se las pone en la terrible disyuntiva de morir hechas un San Lázaro, después de haber difundido su enfermedad por contagio en su familia, o de que, dominadas por el instinto de conservación, lo arrollen todo, y vuelvan al Gobierno civil por el fatídico documento que las da perfecto derecho para ser admitidas y tratadas. Y de este viaje también puede decirse que "no hay billete de vuelta", pues dada la enseñanza que allí recibe, lo que al entrar celebraba no haber hecho, desea salir para llevar a cabo; porque durante su estancia en aquellas enfermerías, aconsejadas de continuo por ese enjambre de inválidas que asaltan por la noche las afueras de Madrid, se desprenden, como de una carga pesada y poco provechosa, del poco pudor que les quedara». Nada igual a la desgracia de estas mujeres —dice Potier—; (1) »ningún ser del mundo es más digno de piedad que estas pobres sometidas.., sometidas a todo. Martirizadas, perseguidas, malditas, encarceladas a cada momento, renegadas de la familia, sin amigos, explotadas por todos, su situación carece de salida». Como hemos sido educados en la hipótesis de las grandes catástrofes repentinas para explicar los abismos y accidentes de la tierra, de ordinario se cree que las prostitutas, antes de llegar a ese estado, pasaron por hondas crisis y conmociones de su vida. Hay, en verdad, historias de dolor y desgracia que traspasan de pena al iniciado. ¡Cuánta inocencia y gracia originales, cuánta infancia tranquila y sonriente, tuvieron, al fin, ese destino! Pero las vírgenes caídas en la prostitución desde lo alto de una pureza inmaculada, las Sonias y las Katuchas, descritas maravillosamente por los grandes maestros de la novela —un Dos-

(1) lesfilles, en L'Humanité Nouvelle, Noviembre 1900.


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toievski, un Tolstoi—, son, en todas partes, los casos esporádicos del mal. A la hipótesis de las grandes catástrofes, debe suceder en los estudios sociológicos como ya sucedió en los naturales, la hipótesis de la acción lenta de causas actuales continuas en medios más o menos localizados. Los grandes tratadistas de la prostitución nos muestran a las prostitutas nacidas, por lo general, en las bajas capas sociales de las ciudades y aldeas, criadas en profesiones humildes, analfabetas, ignorantes, sin conciencia de la dignidad personal, incapaces de juzgar la situación en que se encuentran. Según los datos publicados por Eslava, no menos de un 27 % de las prostitutas inscritas, proceden de la clase de criadas de servir. «Las modistas, en todas sus formas —añade—, (1) han facilitado el 6 No indica la procedencia del 67 % restante. Es muy probable que la gran mayoría se reclute de entre otras profesiones ejercidas principalmente por las clases pobres. Veamos ahora las causas que actúan en esos medios. Figuran, en primer término, la seducción y la miseria, especie de vientos alisios que soplan constantemente, sin tregua en esas zonas. Eslava ha encontrado entre las prostitutas de Madrid, un 24 % de víctimas del pauperismo y un 31 de seducidas, amén de un 3 % de vendidas por las familias. Como siempre, no acaba de dar el resto de la estadística, «por causas que sería prolijo enumerar». (2) (1) La prostitución en Madrid, pág. 92. (2) La prostitución en Madrid, pág. 93. Preciso será decir que el trabajo del jefe de la Sección de Higiene en Madrid, es tan pobre en la documentación como poco original en las observaciones y equivocado en las soluciones al problema que propone. ¡Cuán diferente, su folleto de 100 páginas, de las obras dejadas por funcionarios de igual orden y grado en el extranjero, de un Carlier por ejemplo!69 69 F. CARLIER, Études de pathologie sociale. Les deux prastitutions (1860-1870), París, E. Dentu, 1887. En efecto, el libro de Carlier suma 514 páginas.


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Se equivocaría, no obstante, el que entendiera los términos de «seducción y «miseria« en tan estrecho sentido, que de la una hiciera tan sólo el hambre aguda y de la otra únicamente la traición de un amante desalmado. la miseria y la seducción entran aquí en toda su siniestra grandeza. Tomemos el caso de las criadas de servir, puesto que ellas facilitan a la prostitución más de la cuarta parte. Son dos estados tan próximos el de criada de servir y el de prostituta, que casi pueden definirse mutuamente por sustitución de términos. ¿Qué es la prostitución, en efecto, sino una servidumbre pública? ¿La servidumbre qué, sino una prostitución clandestina? «Ciertas profesiones femeninas —dice Albert— (1) son tan afines a la prostitución, que el Estado se ha creído en el deber de ejercer sobre ellas una vigilancia preventiva. Sabido es que las criadas, sospechosas en masa de viciosas y ladronas, también están sometidas a la inscripción en registros policíacos, a la formalidad de la Cartilla. Quizá esto predispone, desde luego, su espíritu avergonzado a cierta solidaridad con la prostituta, considerando ese estado como un porvenir incierto que se aclara, como dice el mismo autor, en los momentos más difíciles, en las horas sombrías de la vida. También, en efecto, se hace preciso contar entre las causas continuas, el obscuro sentimiento de fatalidad por el cual las hijas de esas clases humildes e ignorantes, se sienten predestinadas a una nueva servidumbre personal reservada a ellas, como el servicio del Rey a sus hermanos los soldados. Constituida y reglamentada como está, sin duda en la estrechez de su horizonte mental les aparece tan necesaria y legítima, tan inevitable como ésta. En la psicología de las desgraciadas, desempeña un papel importantísimo la idea de la función social que ejercen,

(1) El amor libre, traducción de C. Bayo, Madrid, 1900, pág. 88.


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sirviendo a las leyes del amor y defendiendo con sus cuerpos el honor de mujeres más afortunadas. Hemos tenido particular interés en conocer el mayor número posible de cartas dirigidas a las prostitutas por sus familias. Ofrecen un notable parecido con las cartas al hijo que sirve en la milicia. No falta el legado de afectos y memorias a la dueña y compañeras, y en la mayoría se aprecia perfectamente una estoica resignación, como adaptación necesaria a las condiciones más duras de existencia. Este sentido resignado de la prostitución, se pervierte en las bajas clases populares urbanas, donde a la acción predisponente de las causas de degeneración física y desorganización social, se agrega el estímulo y contagio ejercido por el trato frecuente con las prostitutas. Aquí es frecuente la prostitución de las menores por sus familias. Véa Se una

observación sobre esto: Viven en una casa de vecindad tres mujeres y una niña. La dueña del cuarto, antigua prostituta, casó con un hombre empleado fuera de Madrid. De este matrimonio nació una niña, hoy apenas entrada en la pubertad. El padre tolera que vivan con ellas una golfa pajillera y una antigua cantadora, carrerista de bajísima estofa. La habitación está adornada con retratos obscenos de prostitutas, reproduciendo las más repugnantes actitudes del repertorio de las perversiones sexuales. La muchacha conoce muy bien su significado, y habla de ellas como una vieja prostituta. El padre, que parece no reparar en el decorado de su casa, viene a ver con frecuencia a la familia, y tiene dicho repetidas veces a su mujer que ella responde con su vida de la virginidad de la chica. Al fin, las cosas se han arreglado a gusto de todos, prostituyéndola de suerte que no pierda el signo físico de la virginidad.


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La niña hace la carrera con su madre, en calidad de semi-virgen que sólo se presta a jugar —tal es la frase que se usa— con señoritos. No es menos frecuente, en cambio, que las hijas abandonen sus familias para prostituirse. «Se ha hecho mucha literatura —escribe Viazzi— (1) sobre la miseria moral de la prostituta y sobre la desgracia de la mujer caída, empujada por la brutalidad y egoísmo masculinos... Pero un pastor evangélico contaba, hace pocos años, que de 16.000 prostitutas de Londres examinadas por él, más de 5.000 dejaron voluntariamente sus casas y oficios, con ánimo de ejercer la prostitución, y cerca de 11.000 eligieron esta vida, sugestionadas por el deseo de tener dinero y perfecta libertad sin hacer nada». (2) Muchas cifran su aspiración en las glorias de la mujer galante, admirada y deseada en círculos más o menos elevados, y les parece conseguirlas entrando de camareras, cantadoras y bailadoras en cafés cantantes, donde representan el papel de las heteras o cortesanas correspondientes al bajo mundo que allí se reúne. El público de carreteros, abastecedores y vendedores de mercado que asiste, por ejemplo, a uno de ellos, busca en el trato de las criaturas femeninas, viciosas y degeneradas que allí sirven los oficios susodichos, los elementos amables y estéticos que entran a formar aquellos tipos, y al fin los encuentra en la coba que les dan (así llaman a su conversación unida a otras manifestaciones de presencia). Vestida con un gusto que a él se le antoja irreprochable, peinada con esmero, limpia la cara y las desnudeces que enseña, adornada con flores y con joyas, afable y, a la vez, altiva, superior en las gracias espirituales

(1) La lona di sesso, pág. 142. (2) G. P. Merrick, Wonfe among the fallen, Londres, 1891.


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y en el atavío a las mujeres que él pudiera conocer. 12 camarera es para el parroquiano de ese género, la muestra más elevada de mujer galante que le es permitido tratar y contemplar, la cortesana de su esfera. Hay en Madrid cierto número de estos cafés, que van retirándose ante la invasión de saloncillos de gusto extranjero más refinado. Llevan títulos pomposos, llenos de promesas El Brillante, El Paraíso, etc. las que en ellos prestan sus servicios «no tiene el diablo por dónde desecharlas —dice Eslava—. Reúnen todos los vicios imaginables, llevando su cinismo hasta el extremo de hacer alarde del número de botellas que consumen, del grado de embrutecimiento en que colocan a sus parroquianos y de la cifra a que alcanzan las «banderillas», esto es, los excesos en la cuenta. Frecuenta estos cafés un público encanallado. Como allí todo es lascivia, deslízanse entre las mesas, ofreciendo sus mercancías, vendedores de libros pornográficos y quinquillero que ofrecen, sin recato, aparejos profilácticos perfeccionados contra los males venéreos. En el extremo opuesto están las doncellas de la perversa honestidad» (Quevedo), que sin renunciar al partido ventajoso del matrimonio, se prostituyen con cuidado de no perder la membrana que conserva su capacidad, para optar al mismo. Éstas son las semi-vírgenes. Grande fue el éxito del novelista Prévost al revelar este tipo;70 pero, como escriben Niceforo y Sighele, (1) »este autor

(1) La mala vita a Roma, pág. 102. 70 Marcel PRÉVOST, Les demi-vierges, 1894, obra de considerable resonancia. Llevada al teatro al año siguiente de su aparición, cosechó tanto el éxito como el escándalo. Los autores de La mala vida en Madrid calcan el término francés como semi-vírgenes respetamos tan peculiar ortografía que se constituía así como elemento de clasificación antropológica moderna.


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describió sólo las semi-vírgenes del gran mundo, dando a entender que la enfermedad diagnosticada por él, era casi una especialidad de los ambientes ricos y aristocráticos. La enfermedad es común a todos los ambientes, aun cuando se manifieste en cada uno de ellos con distintas formas, semejante a las infecciones maláricas que atacan a toda clase de individuos, asumiendo en cada uno de ellos distintos caracteres•. La verdadera semi-virgen —que debe distinguirse de la prostituta que, conociendo la lascivia senil y las aficiones pervertidas de muchos jóvenes, tiene un variado repertorio de juegos de cópula frustrada— se encuentra también, en efecto, en las clases más bajas. De ella a la prostituta enteramente caracterizada, hay una distancia grande; pero ni un salto. Vengamos ya a ésta. Se debe a la señora Tamowsky uno de los estudios más completos sobre las prostitutas. (1) La prostituta habitual es, según ella, •un producto degenerativo, una individualidad morbosa en la cual se acumulan y resumen los elementos que alteraron la constitución de sus ascendientes, turbaron la evolución de sus facultades, desnaturalizaron sus tendencias y viciaron sus instintos• (Morel).71 Los datos anamnésicos de las prostitutas, revelan taras hereditarias morbosas más o menos graves (alcoholismo, tisis, sífilis, enfermedades nerviosas y mentales de los ascendientes, y, sobre todo, de la madre).

(1) Étude anthropométrique sur les prastituées et les voleuses, París, 1889.

71 B. A. MOREL, Tratado de las degeneraciones fisicas, intelectuales y morales de la especie humana y de las causas que producen estas variedades enfermizas, París, 1857. En las teorías de Morel, y de Moreau de Tours, se sustentaron sobre todo los célebres tratados de Lombroso y de Nordau.


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Presentan estigmas de degeneración física y psíquica incontestables, merced a las cuales la mayoría de ellas no podrían ser clasificadas entre los sujetos sanos y normales (deformaciones craneanas, anomalías de la cara, dientes defectuosos, orejas mal implantadas, etc.). La esterilidad, que condena a las prostitutas a extinguir la raza, confirma su estado degenerativo. La anomalía psíquica de las prostitutas se señala por una debilidad intelectual, más o menos manifiesta, o por una especial constitución neuropática. En el grupo de inteligencias débiles aparecen dos tipos acusados: a) las obtusas. Físicamente, son altas, membrudas, de piel pálida o amarillenta, bastante metidas en carnes. Sus movimientos son lentos, arrastrándose al andar; con marcada propensión al sueño, e indiferencia completa hacia todo lo que las rodea. Resúmese en ellas lo que antiguamente se llamó temperamento linfático. La sensibilidad general al dolor y la tactilidad, muy obtusas, tanto como su entendimiento, lo cual les hace preferir a cualquier otro su estado de prostitutas, por encontrarle fácil y tranquilo. No sucumben en la primera juventud por un rapto de pasión; la mayoría, habiéndose dejado coger como por sorpresa, casi sin enterarse ellas, se hacen prostitutas cuando se presenta la ocasión, y quedan en la prostitución por inercia. b) Las despreocupadas. Contraste muy marcado con el tipo anterior. Éstas unen a la debilidad de la inteligencia cierta propensión a la alegría; dan pruebas de una imprevisión asombrosa para todas las cosas de la vida, y se distinguen, sobre todo, por la movilidad e inconstancia de su humor. Tal instabilidad, los tránsitos bruscos de la risa a las lágrimas, de la alegría a la tristeza, la debilidad de la voluntad que se traduce en ellas por acciones disparatadas, la facilidad con que ceden a las menores impresiones que reciben del exterior, parecen denotar una debilidad de los centros moderadores de los reflejos acompañada de una manifestación más acusada y aun de un exceso de initabilidad nerviosa, comprobada, sobre todo, en la hebefrenia y en algunas otras formas de debilidad mental.


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El grupo de constitución neuropática cuenta otros dos tipos acusados: a) las histéricas, con las particularidades inherentes a ese carácter, unido a cierta exageración del instinto sexual, y, en ocasiones, del sentimentalismo. En este tipo se encuentran las prostitutas más inteligentes y cultas, que cometieron su primera falta por amor, y hasta en la prostitución conservan cierto romanticismo.72 b) Las impúdicas, caracterizadas por la ausencia de las percepciones éticas. Corresponden a las que Lombroso y Ferrero llaman locas morales, (1) por comprobarse en ellas la ausencia de las afecciones más naturales, como, v. gr., la maternidad. Faltas de pudor, insensibles a la infamia del vicio, atraídas por una especie de fascinación morbosa hacia todo lo prohibido, se entregan, a veces antes de la pubertad, por curiosidad, o se venden para satisfacer cualquier capricho, hasta venir a parar en la prostitución, en la cual viven como el pez vive en el agua, esto es, en el medio más adecuado. 2)

La vida de prostitución Reglamentariamente, las prostitutas se clasifican en dos grupos: las pupilas o huéspedas de mancebía, y las autorizarlas libres, llamadas carreristas. La jerga baja y sucia de los burdeles y tabernas, abunda en dictados despreciativos con que se califica a unas y otras.

(1) La donna delinquente, prostituta e normale, Turín, 1893.

72 1a protagonista de la novela de Llanas Pityusa, 1907, se ajusta a esta tipología de las «histéricas». Véase su análisis en Justo BROTO, Un olvidado: José M.o Llanas Aguilaniedo, Huesca, lEA (Colección de Estudios Altoaragoneses., 35), pp. 368-369.


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Fig. 30. Prostituta.

12s mujeres que viven en común bajo la dependencia de una dueña (pupilas o huéspedas), están en minoría. Su número no pasa de 400 entre 2.000, según Eslava. La pupila es una verdadera esclava, la esclava del prostíbulo, explotada y maltratada; y sólo aceptan esta condición las primerizas o mujeres de una resignación indolente ilimitada o de extraordinaria incapacidad para gobernar su vida; en una palabra, las obtusas y las despreocupadas de la señora Tarnowsky. Son éstos los tipos más frecuentes en las mancebías, quizá con algún predominio del primero. las figs. 30, 31 y 32 presentan ejemplares de ambos. 12 primera correspondería al tipo obtuso de la escritora rusa. 12s otras dos, al tipo de la despreocupada.


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La vida de mancebía exagera la inferioridad originaria de las huéspedas. «Por la mañana, y durante gran parte del día, el pesado sueño tras la fatiga de la noche. Entre tres y cuatro, un pesado despertar en medio de ropas sucias; algunos sorbos de café o agua de seltz; un rato de holgazaneo en la alcoba, en camisa, en peinador o en bata, y alguna que otra ojeada a la calle a través de las persianas caídas. Luego, a lavarse y componerse, y a embutirse el cuerpo en un corsé estrecho; la elección de un vestido, las disputas con el ama a este propósito, el estudio de posturas ante el espejo, las aplicaciones de afeites sobre las mejillas y en las cejas; la comida compuesta de manjares fuertes y golosinas. En seguida a ponerse un traje de seda clara que deja al desnudo medio cuerpo, para bajar así a un salón muy adornado, alumbrado por una luz muy cruda, donde comienza la recepción de los clientes: música, baile, pasteles, vino y tabaco, y un comercio galante con jóvenes, hombres maduros, adolescentes, viejos caducos, solteros, casados, comerciantes, comisionistas, armenios, judíos, tártaros, pobres y ricos, sanos y enfermos, borrachos y continentes, ignorantes y hombres de mundo, militares, empleados, estudiantes, gentes de todas condiciones, edades y caracteres. Gritos y broma, risas y música, y tabaco y vino y vino y tabaco, y música hasta la madrugada. Sólo por la mañana la libertad y el pesado sueño. Y así todos los días, desde el principio hasta el fin de la semana. Y al final de cada semana, la visita reglamentaria a la Sección de Higiene, una verdadera lotería, durante la cual los médicos y empleados tan pronto se muestran serios y severos como se divierten alegremente en humillar ese sentimiento de pudor que ha dado la Naturaleza como salvaguardia, no sólo a la especie humana, sino hasta a las mismas bestias. Se pasa revista a las mujeres, y después se las da la cartilla que las autoriza para continuar la misma vida en la semana siguiente. Y de nuevo la misma vida por toda la semana. Y así indefinidamente, en invierno y en verano, los días de fiesta y los de trabajo». (1) (1) Tolstoi, Resto, tion, primera parte, cap. II.


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Así describe Tolstoi, de mano maestra, la vida de prostitución, y como para la prostitución toda Europa es un país, podemos aceptar como insubstituible este fragmento, sin más que reemplazar los nombres de armenios, tártaros, etc., por los de castellanos, andaluces, aragoneses y otros (1) y adaptar los accidentes de la descripción a las varias categorías de las casas.

Fig. 31. Prostituta.

La mancebía es, como dijimos, un tipo condenado a extinguirse en breve. Con todo, corno ahora sucede entre nosotros, tiene alzas repentinas en tiempos de crisis social en los pueblos atrasados. (1) Es curioso, en la tía fingida, de Cervantes, el fragmento de conversación en que la protagonista ilustra a Esperanza de las condiciones que,


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El doctor Sáenz Bombín calculaba en 150 el número de mancebías madrileñas en 1889; pero de los datos de Eslava resulta que en uno solo de los años últimos, se han inscrito en las oficinas de Higiene 127 más sobre las ya existentes.

Fig. 32. Prostituta.

De algunas calles céntricas, ocupadas antes enteramente por mancebías descaradas, han sido lanzadas las prostitutas. Los nombres de las vías se cambiaron para que se perdiera el recuerdo de las leyendas vergonzosas. para el trato de las prostitutas, tienen los naturales de las varias regiones de España; ingenioso juguete de psicología etnográfica, que convendría confrontar con otros datos.


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Pero todavía dice un periódico al comente en estas casas: «Existen muchas casas en Madrid en puntos de gran tránsito, donde se hace puerta desde las nueve de la mañana con el mayor descaro y cinismo. En estas casas, se ve a las huéspedas con su cara retocada de almazarrón, con grandes ojeras pintadas por el corcho, escotadas hasta dejar al descubierto por completo todos sus pechos, con su cigarro constantemente en la boca, echar el quién vive a todo el que pasa, y a veces llegando hasta el insulto. (1) A una de éstas se refiere la fig. 33. Superior a la pupila, es la carrerista, la mujer dueña de sí, que ejerce la prostitución por su cuenta, paseando las calles de la población y frecuentando cafés y teatros para hacer hombres. Fuera del medio de la mancebía, donde se descomponen como aguas muertas las existencias, la carrerista puede decirse que no está tan prostituida. Se encuentra ya en ella un principio de elección que falta totalmente en la pupila. Además, la mayor independencia de su vida la permite mostrar en ciertos momentos aspectos distintos del de prostituta. Su personalidad, en fin, es más bien poliédrica, mientras la de la pupila queda siempre reducida a la unilateralidad y monoedria de la prostitución más completa. Al llegar a las carreristas, confúndese el límite de la prostitución autorizada y la clandestina. Por lo mismo, habida cuenta de sus diversas representaciones —desde la golfa pajillera a la buscona de gran representación, elegante y altiva, sexos con corona, según la feliz expresión de un golfito ingenioso—, sus variedades son numerosísimas. «La legión de Citerea que se deja ver a la noche con tanta variedad pintoresca de uniformes y tantas divisas jerárquicas como corresponden a un ejército, es el inmenso cultivo de microbios o de bacterias patógenas —pequeños seres vivientes

(1) La Policía española, de 24 de Julio de 1900.


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Fig. 33. Interior de mancebía.

causantes con sus toxinas de las enfermedades del amor— suspendido en un ambiente saturado de estímulos sexuales y que entonces aparece como el polvo que flota en el ambiente cuando le cruza, rasgándole, un rayo de luz solar. Puede decirse que existen tipos para cada distinto modo de sexualidad. Dondequiera que hay una sistematización del deseo, más o menos patológica, hace su aparición el correspondiente tipo de prostituta. Hay especialistas de las perversiones sexuales, y hay quienes, siguiendo un procedimiento distinto del de especialización, son, como la Safo de Daudet, «toda la lira».73

73 A. DAUDET, Safo, 1884. Una modelo del gran mundo parisino somete a su joven amante a todo tipo de excesos sexuales. Daudet, moralista en esencia, dedicó a sus hijos esta novela, con la que denunciaba ciertas costumbres escandalosas de la bohemia artística.


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Es una penosa faena la carrera en la cual se desarrollan las artes de la prostitución, variadísimas y sorprendentes. Las inclemencias del cielo que sufren las desdichadas criaturas, son menores y menos continuadas que los ultrajes que reciben de los hombres. Las primeras horas, hurtadas al Reglamento, son, para las carreristas de baja estofa, dificiles y peligrosas, por las persecuciones que sufren. Las delegaciones y el Gobierno civil van llenándose poco a poco de mujeres que aguardan, en inconsciente estupor o en charla descuidada, la hora de verse sueltas, sin otra preocupación que la de verse en partida, esto es, obligadas a comparecer ante el Juzgado municipal por un juicio de faltas, de donde saldrán para la cárcel. En algunas agregaciones, es costumbre que las que tuvieron la fortuna de escapar de la persecución, envíen a las detenidas café y tabaco que las ayuden a pasar la noche confortablemente. Las carreristas hacen también vida asociativa. Los apodos dan fe de ello. Las bellezas de hospital, alcohólicas y sifilíticas, que tienen para sus relaciones con el público bonitos nombres en que se agotan las advocaciones de todas las vírgenes españolas y el santoral romántico y pretencioso de la busconería, las Floras, las Raquel, las Corales, las Virginias, las Palmiras, etc., conócense entre ellas y sus íntimos con apodos de gusto más vulgar y humilde: la Camporraso, la Cacharrito, la Minutos, la Corre-corre, la Nacha, la Iluminada, la Cristiana, la Petaca, la Bicicleta, el Hurón, la Colilla, la Salerito, la Chico, etc., etc. Nada tan siniestro como el aspecto del vicio nocturno en algunos rincones de Madrid, después de una batida a las carreristas. Cuando se cree haber acabado con ellas, otra prostitución más vergonzosa y miserable levanta la cabeza repugnante. En las esquinas obscuras, en los ángulos y rincones negros, aparecen, como animales inmundos, mujeres envejecidas, decrépitas, que mendigaron hasta entonces. Semilocas, imbéciles, alucinadas y medio delirantes, alcoholizadas, balbucean extrañas invitaciones al transeúnte.


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En tanto, amigos y parroquianos rondan, como almas en pena, alrededor del espacio desierto en que el triste objeto de sus deseos suele corretear yendo y viniendo, tejiendo, a la manera de una araña, la tela en que los tiene sujetos. A la una de la noche dase suelta a las carreristas detenidas. Desde aquella hora quedan dueños, por mitad, de las calles, los personajes del vicio y los de la autoridad social, frente a frente, enemigos, aunque con intervalos de tregua y armisticios. El contrato de prostitución, lleno de vergüenzas, es entonces el episodio principal en las calles. El contrato de prostitución no podría, en sentir de las prostitutas, asimilarse a la compraventa, ni al arrendamiento de servicios (contrato de trabajo), ni a ningún otro de los que el Derecho civil reconoce entre las especies conmutativas. Según ellas, siempre interviene en estos pactos, un elemento que le hace más bien semejante a una donación, que jamás podría pagarse ni estimarse suficientemente. «El cuerpo de una mujer no tiene precio», dice un axioma de prostitución. Corolarios del mismo son otros refranes repugnantes. El dinero que se deposita en manos de la que procura la satisfacción del deseo sexual, no es el precio del acto, sino la ofrenda para que la sacerdotisa del amor atienda buenamente a su sustento. 3) El término Deslizase así arios y años la existencia de las prostitutas, sumiéndolas día por día en la abyección más honda, a la cual se hacen insensibles. Según Eslava, de las mujeres que ejercen actualmente la prostitución en Madrid, hay más de 900 que tienen de veintiuno a veinticinco arios de edad, y 158 de más de cincuenta; llevando en ese trafico más de 1.300, de uno a cinco años, y 86, más de quince. Alguna hemos conocido nosotros que pasó de siete lustros de ejercicio. ¿Cuál es el fin de estas mujeres? Si es fácil, relativamente, darse de alta en los registros de la Higiene, no lo es tanto, sino más bien casi imposible, borrarse


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de ellos. «Las rameras —dice González Fragoso— (1) no pueden abandonar la prostitución si no demuestran que llevan algún tiempo de vida honrada, que tienen medios de subsistencia, y si no presentan un fiador a satisfacción del Director administrativo, que responda de que no volverán a ser rameras (j!). Valiera más que a la que toma cartilla se le advirtiera que contrae la obligación de morir siendo mujer pública, y al menos esta disposición tendría el mérito de la franqueza y de la claridad». El siguiente estado enseña el movimiento de bajas en la prostitución autorizada madrileña, durante el año 1899: Bajas a San Juan de Dios Bajas al Hospital general Defunciones Entregadas a su familia Retiradas Pases a provincias Remitidas al convento Total

613 83 5 53 114 128 55 1.051

Mal se puede estudiar en este documento, único que nos ha sido posible adquirir, el destino de las prostitutas. La mortalidad parece escasa; pero téngase presente que, a juzgar por la estructura del cuadro, sólo figuran en esa partida las defunciones ocurridas fuera de los Hospitales. San Juan de Dios, o San Juan de Luz, como dicen ellas, es una etapa obligada en el viaje de las prostitutas por este mundo. Un joven escritor, el señor Castillo Estremera, ha dado detalles interesantes acerca de la vida de las enfermas en el establecimiento. (2) Destaca en este librito el episodio de la muerte de Alegría, belleza de hospital que sucumbe asfixiada por edema y espasmo de la glotis.

(1) La prostitución en las grandes ciudades. (2) Un día de guardia en San Juan de Dios.


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Al administrar el Viático a la agonizante, las compañeras se disponen a recibir la visita de Cristo. Aquella veintena de mujeres perdidas, que lloraban como Magdalenas mientras vestían sus camas, y unas a otras se arreglaban el peinado, no obedecían, arreglándose, al deseo de agradar a nadie; obedecían a una idea de respeto. Aquellas desgraciadas, que horas antes representaban, en conjunto, la estupidez del vicio, lo podrido de la sociedad, aparecían transformadas completamente•. Muere Alegra, y el autor va a verla en el depósito de cadáveres. •Allí, encima de una mesa forrada de cinc, estaba su cuerpo, envuelto en un vestido rojo y una toquilla no menos chillona. En sus manos tenía un escapulario, sin duda regalo de la tarde anterior. Sus compañeras la habían colocado ¿flores de papel! en el pelo y en el pecho«. En la mortalidad de las prostitutas, la muerte violenta en forma de homicidio —el suicidio las es desconocido, casi en absoluto— figura en uno de los primeros lugares. Larga y monótona en su sangrienta vulgaridad, sería la relación de mujeres degolladas y heridas de muerte en la mancebía. Con razón observa Goron (1) que los riesgos de estas infelices son, aun pareciendo mentira, mayores, más inminentes que los que corre el albañil desde lo alto de su andamio, o el plomero en la pendiente del tejado. El número de mujeres lanzadas desde la ventana a la calle, es, relativamente, tan frecuente, que algunos escritores extranjeros mencionan la defenestración entre las formas características del homicidio en las prostitutas. Las lisiadas y marcadas con cicatrices son numerosísimas. Amantes y clientes rivalizan en maltratar el cuerpo de las infelices. En el cuadro figuran las retiradas, por todos conceptos, en número considerable.

(1) L'amour criminal


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Algunas, muy pocas, llegan al matrimonio. Entre los casos de matrimonio con prostitutas, hemos encontrado uno por voto religioso en peligro de muerte, consuetudinario entre los camorristas napolitanos. (1) La multitud de las retiradas lo son para entrar transitoriamente en el estado de concubinato. Algunas, traídas y llevadas continuamente, no podrían contar los señores que han tenido. En las horas aburridas y dificiles de la vida, todas sueñan con el libertador que las saque de la servidumbre. ¡Qué de visiones, entrevistas entre el humo del cigarro, cuando el alma se adormece con el narcótico del tabaco y el canturreo monótono que se escapa de los labios! No pocas mujeres ingresan en conventos instituidas para arrepentidas. El éxito de estas empresas, dignas de mejor fortuna, por la abnegación y fe de algunas religiosas, es negativo casi siempre. La prostituta, libertada, vuelve sin repugnancia a su antiguo tráfico, apenas sale al mundo. Algunos ejemplos que se presentan de criaturas enmendadas, podrían ser tan sólo de mujeres deformadas en otro sentido. Por último, el mayor contingente muere en la vida, unas de prostitutas, otras en estado de auxiliares de la prostitución, que veremos luego.

III LA INVERSIÓN SEXUAL Al lado de la prostitución heterosexual, existe la prostitución homosexual, organizada extralegalmente bajo el mismo régimen de aquélla.

(1) A. Di Blasio, Usi e costumi dei camordsti, Nápoles, 1899, pág. 74.


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M. LLANAS AGUILANIEDO Defiriese la inversión sexual como •una perversión total del instinto genésico, con forma obsesionante o impulsiva, implicando una tendencia homosexual irresistible y generalmente tan exclusiva que sólo el sexo semejante puede despertar el orgasmo venéreo.. (1) Dada la variedad de formas y fenómenos que abarca el fenómeno de la inversión sexual, presentamos un cuadro en que aparecen cuantas han sido conocidas y estudiadas, y, en general, todas las que vienen dadas en abstracto por la combinación de elementos que intervienen en aquel hecho. FORMAS DE INVERSIÓN SEXUAL Y LAS CON ELLAS RELACIONADAS I. Invertidos puros Con tendencia irresistible a comportarse como individuos del sexo contrario. Degeneración manifiesta, asociada a ciertas condiciones de exaltación de la sensibilidad, del sentimentalismo, etc., en el hombre; de rudeza, necesidad de dominio, etc., en la mujer. A. Platónicos. Generalmente niños o jóvenes de ambos sexos, o individuos muy cerebrales, con lesión que anula en ellos el instinto sexual, o lo limita mucho, anteponiendo a él, como superior, cualquier otra actividad de la vida. Erotómanos de Ba1174 entre ellos, o locos del amor casto. 1) Poetas, artistas, hombres de sentimientos muy femeninos y admiradores de todo cuanto a sus ojos

(1) Gamier, Des peiw.rsions sexuelles obsédantes et impulsives, en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XV (1900).

74 Expresión tomada de Benjamin BALL, La folie érotique, 1 Las opiniones de Ball sobre el delirio crónico y la clasificación de las enfermedades mentales adquirieron considerable peso en la polémica científica del fin de siglo. Lepons sur les maladies mentales, 1883, constituye su obra fundamental.


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signifique representación de fuerza, superioridad y rudeza. 2) Mujeres superiores, de sentimientos y maneras varoniles, por naturaleza inclinadas a admirar en los individuos de su mismo sexo, los atributos típicos de lo femenino. B. Sexuales. 1) Masculinos (mancas, zape, en la jerga). Pueden comportarse en la pareja homosexual como a) Masturbadores. b) Súcubos o afeminados de Krafft-Ebing. c) Felatores o activos de la succión peneana (último grado). d) Formas combinadas de éstos, y otras diversas. 2) Femeninos (marimachos, bolleras, tortilleras, en la jerga). Pueden comportarse en la pareja homosexual, como a) Masturbadoras. b) Tribade propiamente dicha, virago o incubo del amor lésbico. c) Felatrices. d) Formas combinadas de estos tipos, y otras diversas. C. Platónicos o sexuales, según las circunstancias y los estados fisiológico-anímicos por que atraviesa el individuo durante su vida.

Seudoinvertidos Unisexuales, que a pesar de serlo manifiestamente, desempeñan en el acto sexual el papel propio de su sexo. A. Platónicos. Generalmente hombres muy cerebrales, o mujeres, con lesión que anula en ellos el instinto sexual, o lo limita mucho, anteponiendo a él, como superior, cualquier otra actividad de la vida. Erotómanos de Ball, entre ellos, o locos del amor casto. 1) Poetas, artistas, hombres de sentimientos muy viriles, que les conducen a admirar esos mismos sentimientos en otros hombres, odiando lo femenino; o individuos que considerándose superiores, sienten


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la necesidad de proteger y amar a otros a quienes creen inferiores y necesitados de apoyo y defensa. 2) Mujeres muy femeninas, dadas en virtud de ello a admirar los mismos sentimientos en otras mujeres, amándolas con ternura, como a dechado de delicadeza, gracia y demás atributos que ellas tan bien sienten, odiando lo masculino como brutal, basto, etc.; o inferiores que disfrutan sintiéndose dominadas y defendidas por otras a quienes conceptúan más fuertes. B. Sexuales. 1) Masculinos (bufarrones, bufos en la jerga). Unisexuales viriles puros, que en la pareja homosexual se comportan como a) Pasivos de la masturbación o masturbados. b) Íncubos. c) Pasivos en el coito bucal, u objeto de la succión del felator. d) Formas combinadas de éstos, y otras diversas. —Apasionados por niños (amor socrático); pederastia propiamente dicha. —Filandros en general. 2) Femeninos. Unisexuales femeninos puros, que en la pareja homosexual se curuportan como a) Pasivos de la masturbación. b) Tribade hembra. c) Pasivas de una felatriz. d) Formas combinadas de éstas, y otras diversas. —Apasionadas por las varoniles y dominantes. —Ginófilas en general. C. Platónicos o sexuales, según las circunstancias y los estados fisiológico-anímicos, por los cuales el individuo atraviesa durante su vida. m. Unisexuales dimorfos o digamos Homosexuales de bodas dobles, según las circunstancias. A. Varones. Íncubos o súcubos, según las circunstancias, por sentimentalismo accidental o por curiosidad malsana, vicio,


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voluptuosidad, deseo de lucro, etc. (irregulares del uranismo, según Dallemagne).75 B. Hembras. Tribadistas, viragos o femeninos, según las circunstancias.

W. Polisexuales Individuos que presentan combinadas la unisexualidad en una o varias de sus formas con la heterosexualidad o amor al sexo contrario. Hermafroditas sexuales de KrafftEbing. A. Invertido y heterosexual accidentalmente (la forma súcubo de la sodomía por vicio, y heterosexual a la vez, es frecuente). Normales o anormales en sus relaciones con el sexo contrario. B. Seudoinvertido y heterosexual accidentalmente (la forma incubo de la sodomía por vicio, y heterosexual a la vez, es frecuente). Normales o anormales en sus relaciones con el sexo contrario. C. Unisexual dimorfo y heterosexual a la vez. Normales o anormales en sus relaciones con el sexo contrario. Ignoramos si en la realidad se dan todos los tipos que es posible formar lógicamente. La Naturaleza tiene sus costumbres o tendencias a producir tipos y fenómenos determinados, con preferencia a otros. Algunos de los que aparecen en el cuadro son tan frecuentes, que existe abundante sinonimia vulgar y científica para nombrarlos. Otros, en cambio, carecen de ella, lo cual enseña, desde luego, su rareza.

75 Jules DALLEMAGNE, Dégénérés et déséquilibrés, Bruselas, H. Lamertin, 1895, una de las primeras obras del que sería prolífico tratadista de temas psiquiátricos.


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1) Uranismo Presentamos en primer lugar, 19 observaciones de invertidos sexuales, hechas por el funcionario del Cuerpo de Penales, don Enrique Díaz Sánchez, y comunicadas a nosotros por don Rafael Salillas. NÚM. 1. La Fotógrafa, de Madrid, veintidós años. Cabello castaño, bigote y barba escasos y afeitadas, iris muy obscuro (no indica la coloración), nariz convexa. Talla, 1,586. Diámetros

Antero-posterior

{Transverso Mamilar

Circunferencias

Cintura ...{ama maxima Muslo Pantorrilla Brazo

190 147 837 685 805 425 300 220

Dice que no goza; infundíbulo anal; rasgos femeninos; vive con un matrimonio y se acuesta con los cónyuges, en un mismo lecho, entregándose los tres a toda clase de operaciones activo-pasivas. (POLISEXUAL; unisexual dimorfo y heterosexual

normal y anormal de nuestro cuadro.) Núm. 2. La Rosita de Plata, de Cádiz, veinte años, criado. Cabello pardo obscuro, barba y bigote afeitadas, iris pardo obscuro, nariz recta caída. Talla, 1,744. Diámetros

f Antero-posterior lTransverso

200 154


LA MALA VIDA EN MADRID

Mamilar Circunferencias

Cintura....{ íni mma máxima Muslo Pantorrilla Brazo

253

875 710 880 490 375 260

Primer coito a los quince años; modales femeninos muy acentuados; primer acto homosexual, sin lucro, a los diez y ocho años; infundíbulo anal; genitales externos desarrollados. (POLISEXUAL; invertido y heterosexual normcg con tendencia, cada vez más acentuada, a la inversión completa.) NÚM. 3. la Embajadora, de Cartagena, veinticuatro años, ayuda de cámara. Lleva bigote, la barba afeitada, cabello negro, iris pardo obscuro, nariz recta horizontal. Talla, 1,615. Diámetros

Circunferencias

185 jAntero-posterior tTransverso 152 Mamilar 850 820 Cintura....{ mínima máxima 840 Muslo 450 Pantorrilla 345

Se educó en colegio; juegos masculinos; empezó a servir a los trece años; sirvió tres en Artillería; afeitado hasta en las regiones mamilares; genitales desarrollados; infundíbulo anal; afeminado.

(Unisexual dimorfo.) NÚM. 4. La Cantante, de Berzocana (Cáceres), veintiséis años, aprendiz de corista. Bigote abundante, barba corta y poblada, cabello e iris pardo obscuro, nariz recta horizontal. Talla, 1,636.

Diámetros

Antero-posterior lTransverso

183 153


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Mamilar Circunferencias

Cintura....{ mínima máxima Muslo Pantorrilla Brazo

830 710 895 485 345 250

Juegos infantiles masculinos; rasgos varoniles; peluria torácica; genitales voluminosos; ano normal; desempeña el papel de activo en el acoplamiento.

(Seudoinvertido, incubo.) NÚM. 5. La Tonta del Rastro, de Madrid, de veintidós años, dependiente de comercio. Barba y bigote escasos y afeitados, cabello pardo obscuro, iris pardo verdoso, nariz recta horizontal. Talla, 1,697. Diámetros

Circunferencias

Antero-posterior {Transverso 'Mamilar Cintura....¡ mínima L máxima Muslo Pantorrilla Brazo

189 150 770 605 860 455 330 225

Hasta los catorce años estuvo en un colegio dirigido por sacerdote; juegos místicos (altarcitos, bautizos, etc.); fue aprendiz de sastre; ano infundibuliforme; pene pequeño, glande abultado y pelo abundante; escaso apetito venéreo; nunca ha efectuado coito heterosexual; conatos, tactos, y, por último, unión homosexual, como pasivo. Lampiño de pecho. Es amigo de La Pavisosa (núm. 7).

(Invertido puro, súcubo.) NÚM. 6. N. N., de Madrid, veintiocho años, soltero, encuadernador.


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Bigote poblado y crecido, y barba poblada afeitada, cabello pardo obscuro, iris azul verdoso claro, nariz convexa-elevada. Talla, 1,549. Diámetros

Circunferencias

Antero-posterior lTransverso Mamilar Cintura....{Inínima maxima Brazo Muslo Pantorrilla

192 143 790 750 795 225 395 300

Sin vello; juegos indiferentes; poco afeminado; pene en maza; ano infundibuliforme; nunca ha realizado el coito heterosexual, ni le tiene afición; empezó a masturbarse desde los doce años, y todavía sigue; uranista pasivo desde los veintisiete y activo por excitación; en el primer caso se procura el placer masturbándose; le agrada más ser pasivo.

(Unisexual dimorfo.) NÚM. 7. La Pavisosa, de Cejmn (Murcia), diez y ocho años, ayuda de cámara desde hace tres. Bigote y barba casi nulos y muy afeitados, cabello castaño obscuro, iris gris azulado claro, nariz ondulosa. Talla, 1,655. Diámetros

Circunferencias

Antero-posterior {Transverso *Mamilar Cintura ....r1i111a maxima Muslo Pantorrilla Brazo

185 147 810 685 840 465 350 240

Pecho lampiño; pene y testículos voluminosos; ano infundibuliforme y cicatrices de verrugas; juegos feme-


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M.' LLANAS AGUILANIEDO vinos; masturbación desde los trece años, siguiendo a los quince tactos mutuos; uranista activo y pasivo por lucro y placer; nunca ha realizado el coito normal, porque ha carecido y carece de afición a las mujeres.

(Unisexual dimorfo.) NÚM. 8. La Aurora, de Cuenca, veintiún años, sastre. Bigote y barba nulos, cabello castaño, crecido y rizoso, iris pardo obscuro, nariz recta horizontal. Talla, 1,595. Diámetros

Antero-posterior

{Transverso Mamilar

Circunferencias

Cintura....{ mínima máxima Muslo Pantorrilla Brazo

192 145 760 710 810 450 325 230

Juegos indiferentes; masturbación dev-IP los catorce a los diez y siete años; coito normal a los diez y ocho; afirma que vive hoy con su querida; pene voluminoso; infundíbulo anal muy marcado; modales afeminados; vello abundante en las piernas y escaso en el pecho; dice que no goza con las mujeres; pasivo por placer.

(Polisexual.) NÚM. 9. Aida, de Segovia, veinte años, peluquero. Bigote casi nulo, barba muy escasa y afeitada, cabello castaño medio, iris pardo medió, nariz recta y algo elevada, labios gruesos muy rojos. Talla, 1,571. Diámetros

Anteco-posterior

{Transverso Mamilar

Circunferencias

Cintura....{Illínima máxima Muslo Pantorrilla

192 142 770 605 820 450 340


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Glande voluminoso; infundíbulo anal poco pronunciado; vello normal; bolsas medianas. Juegos indiferentes; comenzó a masturbarse desde los diez a los doce años; primer acto homosexual a los diez y ocho y medio; nunca ha tenido afición a las mujeres ni ha intentado el coito normal; hábitos y gustos femeninos desde la primera edad.

(Unisexual dimorfo.) NÚM. 10. Paca la Salada, de Madrid, treinta y siete años, soltero, cocinero. Bigote y barba poblados, cabello negro, iris pardo obscuro, nariz recta y caída, arrugas faciales. Talla, 1,637. Diámetros

Circunferencias

{Antero-posterior Transverso Mamilar Cintura....{ mínima máx

186 142 835 725

Muslo Pantorrilla Brazo

480 340 225

ima

865

Bolsa pequeña y glande descubierto; ano infundibuliforme; usa tapón, tan relajado se halla el esfinter; es lampiño. Sin pudor, afeminado; juegos femeninos y carácter tímido en la niñez; masturbación solitaria y recíproca desde los doce años a la fecha. Habiendo sabido que un albañil, amante suyo, le era infiel, dejó las relaciones porque, «para marica; se basta él». Poca tendencia a la cópula con mujer; homosexual con masturbación simultánea desde los diez y ocho años; desempeña alguna vez el papel activo. WOUSEXUAL, unisexual dimorfo y heterosexual.)

NÚM. 11. la Zapatillerd de Madrid, veinticuatro años, zapatero, sastre, después soldado y hoy sirviente de mancebía.


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M.. LLANAS AGUILANIEDO

Bigote muy afeitado, poca barba, vello escaso, cabello castaño obscuro, iris pardo medio, nariz recta horizontal. Talla, 1,588. lAntero-posterior 190 Diámetros Transverso 151 Mamilar 830 730 Cintura....{ mínima =a ma 860 Circunferencias Muslo 435 Pantorrilla 330 Brazo 220 Genitales normales; infundíbulo pronunciado; actos homosexuales, con masturbación simultánea por placer, desde los once años; carece en absoluto de afición a las mujeres y ha tenido derrames al pensar sólo en la posibilidad de que alguno pudiera hacerle suyo. (Invertido puro, súcubo)

NÚM. 12. La Florera, de Santander, veinticuatro años, mozo de comedor desde los trece años; luego sirvió en el ejército; hoy vendedor de flores. Bigote y barba fuerte y afeitados, poco velludo, cabello pardo obscuro, iris pardo medio, nariz recta horizontal. Talla, 1,597. Diámetros

Circunferencias

fAntero-posterior 1Transverso Mamilar Cintura....f mínima maxima Muslo Pantorrilla Brazo

183 146 815 650 815 435 330 235

Pene en maza, ano infundibuliforme con pliegue semilunar.


LA MALA VIDA EN MADRID

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Juegos indiferentes; vivió con una querida que le dio un hijo; dice que no le gustan los hombres y sí las mujeres, y asegura que la primera vez que desempeñó el papel pasivo en un acto de acoplamiento homosexual, fue por sorpresa; sin embargo, desde los diez y seis años viene sirviendo de activo y pasivo en estos tratos; sus modales son afeminados y usa colorete. (POLISEXUAL, unisexual dimorfo y heterosexual.) NÚM. 13. Concha, de Madrid, soltero, veinticinco años, tabernero y luego mozo de comedor. Bigote y barba afeitados, vello torácico escaso, cabello e iris pardo obscuros, nariz ondulosa, labios gruesos, lóbulos de la oreja adherentes. Talla, 1,694. Diámetros

Circunferencias

jAntero-posterior "Transverso Mamilar Cintura ....{ mínima =urna Muslo Pantorrilla Brazo

190 141 835 720 865 465 355 270

Pene en capuchón; dudosa tonicidad del esfínter. Juegos indiferentes; masturbación desde los trece años; primer coito heterosexual a los quince; poca afición a las mujeres. (POLISEXUAL, unisextud dimorfo y heterasexual) NÚM. 14. la Sastra, de Cáceres, veintiocho años, soltero, sastre. Bigote y barba escasos y afeitados, cabello pardo obscuro, iris verde daro, nariz algo convexa y horizontal, prognato. Talla, 1,588. Diámetros

Antero-posterior {Transverso

199 138


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C.

BERNALDO DE QUIRÓS y J. NI' LIANAS AGUILANIEDO

Mamilar Circunferencias

Cintura ... { mínima m maroma Muslo Pantorrilla Brazo

735 590 775 405 300 205

Genitales normales; infundíbulo poco pronunciado. Juegos femeninos, como sus modales, por los cuales mereció el calificativo de marica desde niño; masturbación y tactos mutuos desde los catorce años; uranista pasivo con masturbación simultánea y activo desde dicha edad, en ambas formas; no ha realizado nunca el coito heterosexual, ni siente afición a las mujeres; dice que actuó como súcubo unas cinco o seis veces; le gusta más ser pasivo que activo.

(Unisexual dimorfo) NÚM. 15. La Tocona, de Zumaya (Guipúzcoa), treinta años, soltero, ayuda de cámara desde los diez y seis. Bigote y barba poblados, pero afeitados; vello abundante en las piernas y escaso en el pecho, cabello pardo obscuro, iris pardo verdoso, nariz recta y gruesa, labio inferior grueso y rojo. Talla, 1,703. Diámetros

Circunferencias

jAntero-posterior Transverso Mamilar Cintura...{ mftlim=a man Muslo Pantorrilla Brazo

206 159 895 730 885 495 375 275

Genitales proporcionados; indicios de hemorroides. Juegos indiferentes; primer coito heterosexual a los catorce años; frecuentó hasta los veintiocho el trato de las mujeres; uranista activo por placer y sin lucro; jamás


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pasivo, según afirma; rasgos varoniles, sin perjuicio de algún afeminamiento. (POLISEXUAL, súcubo, por vicio, y heterosexual.) NÚM. 16. La Pellejos, de Oviedo, veinticuatro años, soltero, ayuda de cámara desde los quince; residió en su pueblo hasta los veinte. Bigote poco poblado, barba rala, vello mediano, cabello e iris pardo obscuro, nariz algo convexa y elevada. Talla, 1,671.

Diámetros

Antero-posterior

f Transverso Mamilar

Circunferencias

Cintura....{ mínima maxima Muslo Pantorrilla Brazo

196 155 808 790 905 505 370 250

Genitales voluminosos; ano normal. Juegos indiferentes; masturbación desde los catorce o quince años a la fecha; primera unión heterosexual a los quince; uranista activo por lucro; menos vigor con mujer, a las que prefería al principio, siéndole luego indiferente el sexo; gestos y ademanes afeminados; tatuaje representando mujer desnuda en la región precordial. (POLISEXUAL, incubo por lucro y heterosexual.) NÚM. 17. Marica, de Ávila, soltero, veinticinco años, peluquero; estudió, según afirma, dos años de la facultad de Medicina. Bigote y barba casi nulos, cabello negro, iris pardo obscuro, nariz recta, prognato. Diámetros

fAntero-posterior Transverso

188 148

Nota. Se suspende la medición al observar que este sujeto padece sarna.


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C. BERNALDO DE QUIRÓS y J. M. LLANAS AGUILANIEDO

Testículo izquierdo atrófico, patológico el derecho; prepucio largo, en capuchón; ano infundibuliforme. Juegos indiferentes; modales y rasgos infantiles; vive con una mujer que le ha dado una hija. No inspiran ninguna confianza sus antecedentes. Impudor, aspecto repulsivo. (POLISEXUAL,

íncubo y heterosexual.)

NÚM. 18. La Burra Pasiega, de Las Fraguas (Santander), veintiocho años, soltero; mozo de taberna desde los catorce; sirvió después en el ejército; ayuda de cámara desde los veintidós. Bigote y barba espesos y afeitados, poco vello, cabello pardo obscuro rizoso, iris pardo medio, nariz recta elevada. Talla, 1,599. Diámetros

Antero-posterior

{Transverso Mamilar

Circunferencias

Cintura.....(mínhna maxima Muslo Pantorrilla Brazo

200 159 870 745 875 500 390 275

Genitales normales y voluminosos; indicios de infundíbulo anal. Juegos, rasgos y modales varoniles; empezó a masturbarse a los catorce años y siguió luego, aunque con poca frecuencia; tactos mutuos con otros sujetos; después, trato frecuente con prostitutas; es el amigo activo de La Llorona (núm. 19). (POLISEXUAL,

unisexual dimorfo y heterosexual.)

NÚM. 19. La Llorona, de Albacete, veinticinco años, soltero, jornalero del campo desde la niñez, soldado de infantería, cocinero y ayuda de cámara. Bigote poblado y afeitado, barba espesa afeitada en el mentón, peluria torácica, cabello abundante, castaño


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obscuro, onduloso, iris pando verdoso obscuro, nariz algo convexa y elevada, labio inferior un tanto grueso y rojo. Diámetros

Circunferencias

fAntero-posterior Transverso Mamilar maxima Muslo l Pantorrilla Brazo

191 142 878 684 872 483 310 251

Pene normal, bolsas pequeñas; infundíbulo poco marcado. Onanismo y coito a los diez y seis años; juegos indiferentes; dice haber tenido un hijo; aunque la barba le procura un aspecto viril, propenden sus rasgos, hábitos y ademanes al afeminamiento. (POLISEXUAL, unisexual dimorfo y heterosexual.) Mucho se escribe ahora sobre la inversión sexual, desde que Krafft-Ebing planteara este asunto de estudio.76 En efecto —como dice Celesia—, (1) •pocos fenómenos teratológicos humanos son tan interesantes como la inversión de los caracteres sexuales somáticos y psíquicos. Prescindiendo de la exposición de teorías y polémicas, nosotros nos limitamos a dar el resultado de nuestras observaciones sobre la inversión en relación con la prostitución homosexual madrileña. Figuran, en primer término, entre estos prostituidos, algunos invertidos natos. (1) Sulla inversione sessuale, en Archivio di Psichiatria, vol. XXI (1900).

76

En La doctrina de la locura moral, 1871.


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«El hecho de que en los primeros años de la vida, el sentimiento sexual esté indiferenciado, no exduye —según oberva Celesia— que en el conjunto de las estructuras nerviasas estén ya determinadas, antes del nacimiento, las condiciones que predisponen a la aberración sexual. En efecto, si el determinismo de la sexualidad psíquica estuviese enteramente abandonado al acaso, dependiendo tan sólo de la naturaleza de las impresiones recibidas en la infancia, el número de los invertidos sería grandísimo, toda vez que la rigurosa separación de sexos en escuelas y colegios durante la época de la pubertad, favorece más bien el desarrollo de las tendencias homosexuales que la evolución del instinto normal». «En los casos típicos —añade— la inversión sexual está determinada antes de la pubertad, y se anuncia con signos nada dudosos: los niños juegan con las muñecas, mientras las niñas prefieren los soldaditos; desde los primeros años hay ostentación del pudor para con el sexo propio, tendencia en el varón a vestirse de mujer, etc.». La Zapatillera (núm. 11 en la serie de Díaz Sánchez), es un buen tipo de invertido nato. Tan vivaz es en éste el instinto homosexual, que la vista en la calle, en éste el instinto homosexual, que la vista en la calle, en paseo, etc., de un hombre que le impresiona, le produce pérdidas seminales. Hay que advertir, sin embargo, que la inversión congénita no implica por sí misma tales excesos. A veces no pasa del amor platónico, como una vaga tendencia o aspiración al sexo semejante, que se encuentra aun en los individuos de más baja extracción social. Laurent dice haber encontrado entre los criminales parisienses algunos invertidos platónicos «que se prendan de un adolescente con gracias de efebo heleno, con un amor verdaderamente socrático, en el cual los sentidos no entran para nada». (1) «Pero estos hechos —añade— son completamente accidentales». Lo general —agrega el repetido Celesia— es que (1) Les habitués des prisons de Paris, pág. 371.


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»sobre el terreno morboso de la inversión se desarrollen secundariamente, como caracteres adventicios, las tendencias a la sodomía y otras perversiones». Entre los invertidos natos prostituidos no podría ser de otro modo. Éste es el caso de la Perejilera. Desde niño mereció este sujeto el apodo de marica, por sus juegos, aficiones y modales. Criado en el arroyo y el taller, pronto debió ser iniciado en los misterios homosexuales, porque un día advirtióse en su casa la fuga del adolescente, acompañada de la falta de algunas ropas femeninas. Habíase ido, disfrazado de mujer, al Ramillete, sociedad de baile, donde por entonces se reunía la grey de Urania, como más tarde se reunió en el Liceo Rius y en algún otro teatro. Cayó desde entonces en los vicios contra natura, pasando desde la adoración estática del hombre al desenfreno más desvergonzado. Poseído cada vez más de su papel femenino, y animado por los éxitos que obtenía, realizó una noche la prueba decisiva, trastornando con sus gracias a un hermano mayor que hasta el último instante creyó tener en sus brazos una hembra. Era aquella una broma en que la Perejilera soñaba. La broma le valió una puñalada del engañado hermano. De aquella época es un retrato del invertido que hemos visto. Aparece vestido de chula, con gran mantón de Manila. Su feminidad es completa. Entró luego en calidad de sirviente en una mancebía de las de aspecto más bajo. Marchitos ya sus encantos, hacía raras salidas. Guardaba cuantas propinas recibía, y reservaba todos sus ahorros para los días de Carnaval, en los cuales nuevamente se engalanaba con fantásticos trajes femeninos. La involución senil ha marchado, no obstante, harto más rápida que sus deseos. A los treinta y seis años, que es su edad actual, semeja un viejo caduco. Sigue aún en la mancebía, pero su vida se ha reducido a unos cuantos actos insignificantes realizados en el rinconcillo que le dejan como animal doméstico estropeado. Mucho más frecuentes son los invertidas por vicio.


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Según Celesia, hay en todo varón tendencia y disposiciones a los amores homosexuales, a la manera que en todos existen vestigios somáticos del sexo opuesto (las tetillas, por ejemplo). Estos gérmenes latentes se desarrollan en condiciones de ambiente favorables. Así, los amores de colegio, (1) en los cuarteles, en las cárceles, etc. A veces, el contagio llega a invadir pueblos enteros; v. gr., el tribadismo de la isla de Lesbos. Por último, de entre estos invertidos natos y viciosos se reclutan los invertidos por lucro. Las clases inferiores de los pueblos europeos dan pruebas —como dice Havelock Ellis— (2) de una asombrosa falta de repugnancia respecto a la inversión. Sin admitir los exagerados cálculos del uranista Symonds, colaborador de Ellis, es cierto que, aun en nuestro país, el uranista puede recoger de la calle, pagándolos, sujetos de baja condición (golfos, chulos), que se presten a sus caprichos. En algunos países, las aficiones homosexuales han llegado hasta el punto de fabricar seres artificialmente dispuestos para ellas. El mismo Celesia refiere los procedimientos que usan los mejicanos para afeminar un cuerpo viril destinado a saciar su gusto por la sodomía. «Al individuo elegido para este fin se le hace cabalgar en pelo y se le somete a diversas manipulaciones que tienen por efecto la destrucción lenta de los testículos, reduciéndolos a pequeñas masas de tejido conjuntivo. Mientras tanto, las glándulas mamarias crecen hasta el punto de bastar a veces a la lactancia (Hammont), el cuerpo se redondea, cáese el pelo de la cara, la voz pasa al timbre femenino. Se ha obtenido entonces un mujerada. Fúndase este tratamiento en el hecho de que aun después de resolverse, en uno u otro sentido, el bisexualismo ontogenético del embrión humano, todavía existen en los seres, en esta-

(1) V. sobre las relaciones que se contraen en los colegios de separación de sexos, el libro de Obici y Marchesini, Le amicizie di collegio, Roma, 1898. (2) Ellis y Simonds, Das Kontraere Geschlechtsg4h1, Leipzig, 1896.


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do latente o potencial, los caracteres del sexo contrario, capaces de desarrollarse bajo la acción de determinados estímulos accidentales o preparados. Ciertos traumatismos, por ejemplo, pueden hacer que el pecho masculino se desarrolle imitando el de la mujer, produciendo la anomalía que se llama ginecomastia. El vicio madrileño no llega hasta el punto de preparar mujeradas. Los casos de ginecomastia que nosotros hemos podido ver (fig. 34) serían congénitos, infectivos o traumáticos, sin que el artificio llegue en algunos invertidos súcubos de la sodo-

Fig. 34. Ginecomasta.

mía a otras mañas que un ligero maznado o masaje, como otros dicen, para modelar y corregir imperfecciones.


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No siempre, en efecto, coincide la inversión de los caracteres sexuales físicos con la inversión del instinto sexual. Hay hombres de aspecto varonil entre los homosexuales, que luego en sus maneras y en cuanto se relaciona con su psiquis, muestran claramente el afeminamiento. Este afeminamiento no debe entenderse como debilidad de carácter, pues los hay entre ellos valientes hasta el matonismo. De uno, de apodo la Almejera, se cuenta más de un homicidio. En la fig. 43 damos el retrato de otro invertido que a la vez actuaba de guapo de mancebía. Es también un error imaginarse a los uranistas como hombres de virilidad abortada, inferiores anatómicamente en esto a los

Fig. 35. Uranista.


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normales, o como casos de esa evolución especial que se observa a renglón seguido de ciertas mutilaciones, desarrollando en el invertido caracteres somáticos del sexo opuesto; dando lugar, en una palabra, a lo que se ha llamado feminismo en el hombre, masculinismo en la mujer, según la terminología empleada por Kurella.7 Recuérdese el testimonio del médico citado por KrafflEbing, el cual, en más de 600 uranistas, no había encontrado ninguna mala conformación de los genitales. la serie de Díaz Sánchez viene a confirmar tal testimonio en pequeña escala. Su inversión es principalmente psíquica en lo relativo al capítulo de la vida sexual, inversión a la cual se agrega, en los

Fig. 36. Uranista.

7 Hans KURELLA, Cesare Lombroso und die Naturgeschichte des Verbrechens, Hamburgo, 1892, y Grundzüger der criminellen Anthropologie und Criminalpsychologie, Stuttgart, 1893.


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súcubos especialmente, la adaptación artificial a las maneras femeninas. La pasión de copiar lo femenino los lleva a designarse con apodos mujeriles, y a considerarse mutuamente como queridas unos de otros, sin que ninguno emplee la palabra en su desinencia masculina. Gustan vestirse y adomarse como las mujeres de las clases a que pertenecen (véanse las figs. 1, y 35 a 39), y muchos procu-

Fig. 37. Uranista.

tan hacerse hábiles en labores y trabajos femeninos. Recordamos la habitación de uno de éstos, en la cual, aparte de un reducido ajuar, toda la ornamentación de la casa, los marcos, las colgaduras, las pantallas, fundas de sillas, mesas, divanes, etc., eran obra


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suya en papel de seda; todo chillón, sutil, aéreo e inconsistente como su personalidad propia. Pero donde más se manifiesta su deseo impotente de volver a la ansiada feminidad de que los desterró un error de la Naturaleza, o una desviación posterior, si admitiéramos los

Fig. 38. Uranista.


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nuevos conceptos mecanistas explicadores del instinto, (1) es en la institución de las bodas, los partos y bautizos que han creado como fiestas peculiares de su mundo, formado por afinidad y relación entre los elementos dispersos de esta gente que se encuentra en todas las clases de la sociedad: en las clases elevadas, en la vida literaria, en la alta burguesía, en el pueblo bajo, en las últimas capas descompuestas. El fenómeno se halla poco caracterizado exteriormente; está oculto y vergonzante... hasta cierto punto. En Madrid —y en toda España— no encontraría seguramente el uranista Symonds, aquel pueblo complaciente que en

Fig. 39. Uranista.

Londres encontraba y que, al parecer, no sentía por las prácticas unisexuales mayor ni menor repugnancia que por las heterose(1) Su desarrollo puede verse en el librito de Roux, Psychologie de l'Ins-

tina sexueZ París, 1900.


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xuales. La opinión es aquí decididamente hostil al uranismo; si bien de algún tiempo a esta parte —efecto, sin duda, de un contagio del mal— va haciéndose más complaciente. Hace algún tiempo, como todos recordarán, fue perseguida y medio muerta por lapidación una pobre mujer calva, a quien la enfurecida turba popular tomó por un uranista disfrazado. El suceso ocurrió en pleno día en calle tan céntrica como la de Fuencarral. La ceremonia del partorio es complicada y variable en cada caso. Celébranse en lugares de reunión, algunos de los cuales se han hecho famosos. Aparece un uranista en traje femenino, con el vientre abultado, andando penosamente. El supuesto médico y la reunión de amigos, deudos y familiares, alarmados, obligarle a tenderse en el lecho, prodíganle toda clase de cuidados, refrescan con paños mojados su frente y sienes, sobreviniendo, al fin, tras larga brega simulada, y en medio de grandes alaridos, el alumbramiento del muñeco, que es inmediatamente presentado al oficioso senado de expectantes. La más viva alegría se pinta en las caras; corre el vino a raudales, y el suspirado desenfreno hace al fin su aparición entre la grotesca turba. Parecidas son las bodas y bautizos, extrañas ceremonias de sentido complicadísimo en que palpita una ironía dolorosa contra la Naturaleza, en las cuales se derrocha el lujo y el dinero, y a las que se disputan asistir en calidad de curiosos los viciosos sexuales de todas clases. No falta en ellas un detalle, ni, al final, la orgía desenfrenada. La forma de dar expansión al instinto sexual varía mucho en las parejas uranistas. Sería un error creer que se resuelve siempre en la sodomía. Como observa Raffalowicht, (1) ésta, por lo menos en Europa, es la voluptuosidad de los ignorantes, de los violentos, criminales, crueles, masoquistas y sádicos, de los que creen que es el acto necesario como de los que la buscan después de haberlo ensayado todo. La masturbación recíproca, (1) Annales de l'Unisexualité. V. también el libro del mismo autor Uranisme et Unisexualité, sección Satisfactions unisexuelles. También Chevalier (L'inversion sexuelle, pág. 173), trata este punto.


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el coito bucal, etc., son manifestaciones uranistas corrientes. En todo caso, por encima de tanto extravío y aberraciones lastimosas, queda un vago e insaciable sentimiento de posesión platónica del sexo semejante. Ellos tienen idea de la irreparable desgracia que les cupo en suerte. Los pobres y humildes se disculpan señalando personas encumbradas semejantes. Otros exponen teorías de un particular esteticismo. El uranista habla de las incorrecciones femeninas y de la repugnancia de la unión con mujer, como la tribadista de las brutalidades y groserías de la cópula con varones. En breve adoptan algunos una actitud desvergonzada y orgullosa, como la de ciertas prostitutas. De creerles, no habría persona importante en la república cuyo amor no hubiesen disfrutado. En muchas mancebías se encuentran invertidos para el público. Viven en buena armonía con las prostitutas, y como existen entre todos los psicópatas misteriosas afinidades y atracciones, los uranistas prefieren en general la compañía de las lésbicas. Auxilianse unos y otros en cuestiones de tercería, se interesan por sus mutuos asuntos, se asocian y viven en una misma casa, formando extravagantes agregaciones con sus amantes respectivos. En los lugares más céntricos y animadas de Madrid los uranistas de todas categorías hacen la cut feru, una carrera doble en que el incubo busca al súcubo y éste a aquél... a veces con equivocaciones involuntarias de funestas o grotescas consecuencias. (1) Algunos, no obstante, chulitas afeminados, que se exhiben ante señoritos, se transforman repentinamente de incubas en súcubos si se les paga el sacrificio. Hay casas establecidas para recibir estas parejas. Como la prostitución homosexual se ha adaptado por completo a la heterosexual, y vive al amparo de ésta, una y otra presentan los mismos cuadros.

(1) La plaza Mayor, puerta del Sol, calle de Sevilla, acera del Banco, son hoy por hoy los favoritos; en el primero, sobre todo, a hora avanzada de la noche suele verse a alguno con tales caracteres de indumentaria y atavío, que no ofrecen duda posible.


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Cerca de los lugares sombríos y apartados, donde vaga la

pajillera, rondan también los uranistas de peor condición, más repugnantes y peligrosos. Algunos, en los cuales a la perversión del instinto sexual, se asocia la perversión del sentido olfativo, perfiímanse con olores repugnantes. Otros se valen de la inversión para el hurto y el robo, a veces acompañado del asesinato. Viose una de estas tragedias del vicio en la muerte del cura Meliá (1898). El desdichado no encontró la muerte violenta por contarse —como alguien pretendía— en la clase de «los que viven solos»; murió, antes bien, por ser de los que viven mal acompañados, víctima, pues, de la disciplina de las consecuencias. 2)

Tribadismo Cambiando el nombre, aplicase al tribadismo mucho de cuanto se ha dicho tocante a la naturaleza del uranismo, como que ambos son manifestaciones de un solo fenómeno: la inversión sexual. Aparte ciertos casos de inversión congénita, con correlación o sin ella de caracteres fisicos invertidos, (1) desarróllase, sobre todo, el tribadismo como un vicio en los medios sexualmente homogéneos por tendencia instintiva desviada. Estos medios homogéneos son muy variados: el colegio, el taller, etc. En las fábricas de tabacos abundan las parejas sáficas. Se ha aludido, para explicarlo, a otra nueva causa, a saber: la irritación producida por el polvillo desprendido del tabaco. Cerca de la fábrica de Madrid hubo, hasta hace poco (1) Lo mismo que en el uranismo la imaginación tiende siempre a buscar la afeminación, en el tribadismo procura encontrar lo masculino. Ya decía, no obstante, Letamendi: «No deis por virago a toda mujer morena y velluda; cuéntanse entre éstas las más femíneas y aun más apáticas, mientras que es frecuente entre blancas y rubias la mayor vehemencia viril» (Curso de Clínica general, Madrid, 1894, pág. 127).


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tiempo, cierta taberna a la cual, si su dueño hubiera conocido algunas otras figuras y pasajes mitológicos que los relativos a Baco, hubiera podido titular con esta advocación pagana: «A la isla de Lesbos». Entre las mismas prostitutas es frecuente la inversión, como lo es también en algunas delincuentes. La cárcel y el Hospital son centros de iniciación y de contagio. En las mancebías son poco toleradas las tribadistas, por lo cual se las encuentra, por lo general, en las carreristas libres. Algunas hemos conocido que, ejerciendo de machos, dejan encerrada en su habitación a la querida, para ir a ganar, en un ejercicio repugnante a sus aficiones, el pan con que mantenerlas y satisfacerlas los caprichos. Al comprobar la frecuencia de la unisexualidad entre las prostitutas no puede menos de recordarse la hipótesis paradójica de Kurella, según la cual la prostitución sería una inversión incompleta de la mujer, explicándose la falta del honor femenino que resalta en ellas por el hecho de que las relaciones sexuales ordinarias no podrían impresionarlas. Dificil es representarse la dualidad de sexos, y la representación consiguiente de papeles, en esta clase de amores. Se da como carácter somático de inversión, el desarrollo, natural o adquirido por el ejercicio, de órgano como el clítoris, que, en la homología de la dualidad sexual, representa al pene masculino. Sin embargo, preguntadas sobre este particular las tribadistas que hemos encontrado responden de modo muy distinto. El macho es macho, no por el excesivo desarrollo de ese órgano, sino más bien por el desenvolvimiento de las cualidades que, en su conocimiento de la psicología del sexo opuesto, ellas conceptúan más varoniles. La tribadista macho lo es por su acometividad en la conquista, por sus arranques e impulsiones varoniles, y, sobre todo —¡elocuente y sincera confesión del sentido del amor entre estas mujeres!—, «porque ella es la que pega». Vive, en efecto, la hembra, normal o invertida, bajo el régimen del bastón, y en manejarle o sufrirle es, pues, en último análisis, en lo que se distingue el varón de la mujer.


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Las desavenencias domésticas, sobre todo por causa de celos, son frecuentes. Llegan éstos hasta el crimen. Por celos rabiosos fue por lo que la Sartenero desfiguró a la bella María de los Décimos, hiriéndola de un disparo que la atravesó la boca, y que, complicado después, fue causa de su muerte al ario escaso. La tribadista macho gusta, además, representar en sus modales e indumentaria, hasta cierto punto, los caracteres varoniles. Usan también a veces, apodos masculinizados: la Sartenem, la Lolo, la Sargento, etc. No han llegado, sin embargo, a crear las instituciones que hemos visto entre los uranistas. Del mismo modo tampoco hay organizada una prostitución homosexual femenina. No es raro ver penetrar en las casas ordinarias de compromisos, parejas sáficas más o menos recatadas; pero ni existen dedicadas exclusivamente a este objeto, ni hay en las mancebías personal de tribadistas para las aficionadas, a diferencia de lo que ocurre en ciudades más refinadas en el vicio, como París, donde —según Guyot—, (1) «en ciertas casas de tolerancia, donde se hace a todo, un reglamento interior determina las obligaciones de las mujeres para con el cliente... y la pupila pública tiene la obligación de subir con la visitadora que la haya elegido». No ocurre lo mismo con la prostitución heterosexual. Se han conocido casas de citas frecuentadas por señoras de posición en busca de los hombres de placer que registramos en nuestro cuadro de la prostitución. La elección se verificaba por medio de retratos. No faltaba quien, gustando más de los placeres de la imprevista novedad, pedía simplemente un hombre con tal que fuera desconocido. Las citas eran generalmente por la mañana y las señoras llegaban con libros de misa casi siempre. En la casa usaban antifaz, pagaban con largueza al favorecido y añadían el coche y el almuerzo. Se-

(1) Cit. por Sighele, El delito de das, pág. 150.


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gún la dueña, sus parroquianas eran, por lo general, casadas con maridos ausentes o excesivamente fríos.

IV HABITUALES DE LA PROSTITUCIÓN Y PERVERTIDOS SEXUALES En el estado actual de las costumbres, puede decirse que, en general, frecuenta la prostitución, con mayor o menor asiduidad y gusto, toda la población activa masculina, incluso en aquellas edades precoces y seniles que se dirían curadas de ella si fueran constantes e indefectibles atributos la inocencia y prudenda que respectivamente atribuimos, por liberal convencionalismo, a los niños y a los ancianos. Licet adulescentulum scortart.78 La indulgente máxima latina se cumple con desenfado en los países de esta raza. (1) Ninguna censura recae sobre los jóvenes que frecuentan la prostitución; antes bien, esto es entre ellos como un arte de adorno. Educados así, se explica fácilmente aquella inclinación a la pornografía que Ferrero nota entre nosotros, tan fuerte que »puede resistir a toda otra regla de educación social», tan repugnante »que a veces hace nuestra sociedad insoportable». En efecto, apenas se encuentran reunidos unos cuantos hombres, especialmente jóvenes, casi siempre y

(1) Sobre el distinto carácter del amor en las civilizaciones latina y germana, léase uno de los estudios de Ferrero, en su libro L'Europa giovane, Milán, 1898.

78 •Le es lícito al adolescente ser libertino»


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casi en seguida, la conversación cae en la obscenidad más desagradable, y se les ve expresar y escuchar, en medio de una hilaridad grosera, todas las brutalidades del amor fisico, como monos que se divierten jugando con su propio estiércol». No hay diferencias de educación ni de clases. Tal vez las clases altas e instruidas son, como nota el mismo Ferrero, más triviales en esto que las clases trabajadoras. (1) Ni tampoco las edades maduras ni la ancianidad, en todos sus estados y condiciones, se retraen de estos tratos. Las edades caducas vuelven a ellos, creando, en la impotencia senil, las más dolorosas aberraciones. ¡Terrible momento aquel en que los deseos, sobreviviendo a las aptitudes fisiológicas, no saben resignarse con su suelte! La lascivia senil asume las formas delirantes más lastimosas, a las cuales se plega enloquecida por el ansia de consumar las representaciones eróticas que la atormentan. Entre la variedad de habituales de la prostitución llaman nuestra atención principalmente los tipos psiquiátricos de pervertidos sexuales. Larga es la lista de las perversiones sexuales. Continuamente los sabios (Krafft-Ebing, Magnan, Kurella, Laupts, Binet, Ball, Moll, Lombroso, Penta, Dallemagne, Havelock-Ellis, Raffalovich, Gamier, etc., etc.) descubren y describen formas nuevas, que vienen a añadirse al catálogo de las ya conocidas. Prescindiendo de la inversión sexual, de la cual ya hemos tratado, y de la multitud de aberraciones heterosexuales creadas por el vicio, nuestra información ha recaído sobre las formas agrupadas en el cuadro que sigue: (1) De nuevo repetimos aquí la afirmación de que la coprolalia no es carácter específico de la mala vida. No habla mejor que el quincenario el agente de vigilancia o de orden público que le conduce a la Delegación. Deplorables encarnaciones del principio de autoridad, ¿cómo podrían inspirar el respeto y la obediencia?


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PERVERSIONES SEXUALES

Incorpon2l amantes de botas, zapatos, medias, EXHIBICIONISMO FETICHISMO

ligas, pañuelos, telas y demás objetos femevinos; de un traje o disfraz determinado. Corporal: amantes de pechos, piernas, etc. Emocional amantes de una escena emotiva determinada.

Sado-fetichismo. azotadores, disciplinantes, desSADISMO

MASOCHISMO79

tructores de pechos, mutiladores y atormentadores del fetiche. { Sadismo sin sistematización fetichista. Psíquica pasivos y resignados ante la humillación y el ultraje. Física azotados, disciplinados, maltratados, etc.

El tipo exhibicionista es casi desconocido en las mancebías, y se comprende, dada la naturaleza de esta perversión. (1)

(1) Garnier la define como •una perversión sexual, ohsesionante e impulsiva, caracterizada por la necesidad irresistible de mostrar en público, y generalmente con cierta fijeza en la hora y el lugar, los órganos genitales en estado de flacidez y con excepción de toda maniobra lúbrica o provocadora, acto en el cual se resume el apetito sexual, y cuya realización, poniendo término a la lucha angustiosa, cierra el acceso- (Des perversions sexuelles obsé-

dantes et irnpulsives). 79 Respetamos la ortografla extranjera de esta palabra que los autores, en 1901, no hallaban castellanizada en el diccionario de la Real Academia. El nombre de •masoquismo- fue dado por Richard VON KRAFET-EBING, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Viena, a un tipo de comportamiento sexual inverso al que caracteriza al sadismo, en su obra Psychopatia sexualis, 1886. La denominación de esta pauta de conducta fue suscitada por el apellido del novelista austríaco Leopold von Sacher-Masoch, descriptor literario de tal comportamiento.


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Tal vez exista alguna dosis de exhibicionismo mezdada con otra mayor de masochismo en un individuo que figura en nuestra lista, el cual, exhibiendo la región del escroto, pide a las prostitutas que encuentra, la merced de hacerle un corte en dicha parte. Abundan, en cambio, algunas variedades de fetichistas. (1) Entre estos «heresiarcas del amor», según la expresión de Garnier, los más conocidos en nuestras mancebías son los amantes de objetos sexualizados femeninos: botas o zapatos de determinada forma, medias de ciertos colores o tejidos, ligas, etc. Unos llevan consigo el fetiche; otros, parroquianos de determinadas cacas, le tienen allí reservado. La relación sexual se reduce, cuándo a un acto contemplativo, con o sin masturbación, de la mujer adornada con el fetiche, cuándo a un simple contacto con éste. Se admite hoy generalmente la explicación del fetichismo dada por Binet.80 Según este autor, el origen de la indinadón fetichista debe buscarse en la fortísima impresión producida por un determinado accidente sufrido en la infancia. Esta explicación aparece muy verosímil en lo que el mismo autor ha llamado fetichismo psíquico, en el cual el objeto de la obsesión, el fetiche, es un estado emocional que debe repetirse en los menores detalles para obtener la satisfacción del deseo. Muchas de estas reconstituciones fetichistas se desarrollan en lo interior de la conciencia del sujeto, por simple evocación del accidente ante el cual tuvo lugar la sistematización. Algunos

(1) «Una perversión sexual obsesiva e impulsiva, que atribuye, ya a un objeto al cual nuestras costumbres prestan significación sexual (fetichismo impersonal), ya a una parte del cuerpo (fetichismo corporal), el poder exclusivo de provocar el orgasmo genital, por ser el fetiche, directamente o mediante representación o evocación mental, el elemento a la vez necesario y suficiente de la excitación sexual» (Garnier).

80 Alfred BINET, colaborador de Charcot en la Salpétriére y jefe del laboratorio de Psicofisiología de la Sorbona, en El fetichismo en el amor (Estudios de psicología experimental), 1890.


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recuerdan haber experimentado la sensación del golpe destinado a fijar en los centros córtico-genitales una determinada impresión, como el médico de que habla Gamier, al ver por primera vez el gorro de una criada, que, desde entonces, sucio y maloliente, fue para él la condición de la excitación voluptuosa. Pero otras se hace precisa la reconstitución real de escenas a veces complicadísimas. Frecuenta una de las más humildes mancebías madrileñas un joven guapo y elegante. Al llegar, varias pupilas deben atenderle. Vístense blancos delantales de niñeras y él todas las prendas de un bebé que comienza a dar los primeros pasos. Las fingidas niñeras circulan por la habitación como por un paseo público, donde le saca a pasear una que lo lleva de la mano prodigándole sus cuidados. De improviso el niño chilla, llora y pronuncia repetidas veces la palabra de dos silabas que entre los niños denota la realización de una función fisiológica. Entonces su niñera, echándole sobre el regazo, alzándole las faldas, le descubre. El niño, en efecto, está sucio a veces; bastando en todo caso la escena descrita, para provocar en él la eyaculación. Lávasele cuidadosamente, pónensele polvos en las carnes, y termina así el acto. El joven tiene en la mancebía esponja, brocha y caja de polvos. Envió también telas finísimas para sus ropas y los delantales de las muchachas. Paga espléndidamente, y el día que se presenta, las prostitutas están de enhorabuena. Del fetichismo al sadismo se pasada a través del sado-feti-

chismo. (1) A primera vista —dice Gamier— nada parece más contradictorio que esos dos términos: fetichismo y sadismo. El primero despierta la idea de un culto y tiende a expresar la humildad y la

(1) El sadismo —así llamado por haber sido el Marqués de Sade, caso típico de esta perversión— es, según Garnier, «una perversión sexual obsesiva e impulsiva, caracterizada por una estrecha dependencia entre el sufrimiento infligido o mentalmente representado y el orgasmo genital, siendo absoluta la frialdad sin esta condición a la vez necesaria y suficiente•.


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adoración; el segundo, por el contrario, evoca la violencia, la agresión cruel para la satisfacción de una sexualidad anormal. Sin embargo, observaciones de casos en los cuales el fetichista mutila el objeto de su culto, permiten establecer esta forma, que tiene ya descritas no pocas variedades, por ejemplo, la que últimamente ha contado Mariani con el nombre de mazoclastia o impulsión y obsesión de los destructores de pechos femeninos. (1) Del tipo sadista y cado-fetichista sólo se encuentran formas atenuadas entre los clientes de la prostitución; por ejemplo, algunos anotadores y flageladores. Se comprende que las prostitutas, dispuestas a satisfacer las más extrañas aberraciones sexuales, hagan una excepción respecto a ésta en que jugarían su propia carne y sangre. Extraordinaria, en cambio, es la abundancia de masoquistas en la clientela de la prostitución. El masochismo, así llamado del nombre del novelista Sacher Masoch, que en varias de sus novelas, y especialmente en

La Venus de las pieles,81 El nuevo Job y Ad majorem Dei gloriam, se complacía en describir el tipo de amante que se humilla ante la mujer, y desea sufrir por ella y ante ella, es una perversión sexual que tiene gran variedad de matices y modalidades, desde

(1) Psicopatia sessuale-Mazoclastia, en Archivio di Psichiatria, vol. 10(1, 1900.

81 La Venus de las pieles, 1881, sería traducida por QUIRÓS en 1907, precedida de un estudio preliminar del que se deduce que Quirós mantuvo relación epistolar con la primera mujer de Sacher-Masoch, que le facilitó incluso el retrato del autor que figura en esta edición española. La traducción de Quirós se ha reeditado, por Alianza Editorial («El libro de bolsillo», 449), en las impresiones de 1973, 1975 y 1983, con prólogo de Carlos Castilla del Pino. Se ha omitido el estudio preliminar de Quirós, pues es «hoy escasamente válido, salvo en una perspectiva histórica», en palabras de Castilla del Pino.


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el simple pasivismo a formas tan crueles de dolor que pudieran calificarse como auto-sadistas. (1) Moll refiere al masochismo una variedad bastante frecuente. «Existe —dice— una forma particular de perversión sexual que he encontrado tanto en los heterosexuales como en los homosexuales, (2) y que todavía no ha sido descrita. Entiendo que podría designársela con el nombre griego de mixoscopia. Entre los heterosexuales son hombres que no gozan en la unión con la mujer, sino en el espectáculo de otro hombre que la practica. Probablemente hay una especie de afinidad entre este fenómeno y el masochismo, tan bien estudiado por Krafft-Ebing. Es probable que la excitación sea provocada por el dolor de ver». Este pasivismo mixoscópico, que constituye el fondo de la perversión de los que los franceses llaman voyeurs, no se encuentra explotado por la prostitución madrileña hasta el punto que con referencia a París cuenta L. Taxi (3) Sin embargo, es conocida y aprovechada, si bien el procedimiento más general de estos pasivos es el de reclutar en la calle jóvenes golfos que llevan a las mancebías para que ejecuten el coito y sus variedades aberrantes en presencia de ellos.

(1) Existe en nuestra colección el caso de un individuo que llega casi a hacerse ahorcar. Tiéndese una silla inclinada en el suelo, y por detrás de ella, una prostituta echa al cuello del parroquiano un lazo corredizo, tirando de él hasta subirle completamente por el respaldo. Sólo cuando la asfixia va a sobrevenir, se satisface el instinto en este individuo. (2) Esta indicación de Moll podría generalizarse. En las relaciones homosexuales, hemos podido comprobar amores masochistas y ligeramente sádicos de algunos uranistas y tribadistas. ¿Se trata de dos órdenes distintos de sexualidad en los cuales se repiten las mismas perversiones? (3) Corruption fin de siéck, París, 1894, pág. 229. Habla de casas de primer orden, en las cuales un espejo metalizado al platino, por el método Cravboury y Fontaine, permite a los voyeurs asistir invisibles a las escenas de alcoba. Estos contemplativos son verdaderos tipos psiquiátricos, a diferencia de los viciosos y curiosos que asisten a los llamados cuadros vivas, privilegio de algunos establecimientos conocidos, donde hábiles extranjeras o notabilidades nacionales que se van educando, ofrecen espectáculos variados.


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Masoquistas son también los amantes del ultraje; hombres como alguno que conocemos, que, en medio de una altísima emoción angustiosa, se hacen seguir por prostitutas que les injurian y ultrajan con las más soeces expresiones. El masoquismo pasa a ser masoquismo físico, cuando a estos denuestos se agregan repentinamente las bofetadas y golpes. A partir de este momento llega a los más crueles tratamientos. Disciplinados, azotados, mordidos, lesionados, se encuentran en la clientela de casi todas las prostitutas. Algunas guardan disciplinas y otros objetos de tormento. La escena disciplinante, precedida de una pequeña historia que la justifica (marido que vuelve a casa habiendo gastado el dinero, niño que se resiste a traer un objeto a la madre, o que ha faltado a la escuela, etc.), y acompañada de grandes insultos, es la más ordinaria. Uno de nuestros casos, se hace patear el vientre por la mujer, calzada con botas altas provistas de espuelas; otro hace que le torture el pubis una tablilla erizada de clavos, sobre la cual viene a sentarse la mujer que le patea la cara fuertemente. Algunos unen a la perversión sexual, perversión del sentido del gusto, como la coprofagia. Visita cierta casa un joven que, previa la contemplación de un acto sexual por el ojo de la llave, penetra a cuatro pies en el cuarto, fingiéndose perro, y se encamina a beber el agua de la jofaina donde la prostituta ha realizado sus prácticas higiénicas. A la mitad del abrevamiento, la pareja repara en el can que anda por la habitación, y lo echan a puntapiés, gritando como se grita al perro, que escapa dando alaridos y ladrando. El espíritu más fuerte queda extraviado y entristecido al descrubrir las creaciones de la psicopatía sexual. Casos hay en nuestra información tremendos; para detallarlos sería necesario el latín de Krafft-Ebing; algo que enmascarase la terrible miseria moral que suponen. Las mismas prostitutas quedan muchas veces desconcertadas, si bien en seguida sobreviene la complacencia natural en su oficio.


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Con todo, hay prostitutas moralizadoras que procuran disuadir de aberraciones y vicios; como las hay, en cambio, inconscientes vengadoras de su abyección, que se gozan contemplando la humillación del hombre ante ellas.

V MEDIADORES DE LA PROSTITUCIÓN Descuella aquí, en primer término, la figura de la alcahue-

ta, de rancio abolengo en la literatura española. Aparece, en efecto, por primera vez, con todas las características de su tipo repulsivo, en el Libro de los Cantares del Arcipreste de Hita,82 donde con gran desenfado, para ejemplaridad de otros, cuenta el autor sus aventuras y pone en escena a Trotaconventos. A partir de aquella fecha (1330), se la ve figurar en gran número de obras y composiciones de nuestros ingenios clásicos. Con la tragicomedia de Calixto y Melibea, su nombre queda convertido en el de Celestina. Cervantes pone en acción más de una en sus escritos. Quevedo y tantos otros de nuestros autores festivos continúan la genealogía. Pero en nuestros días la raza ha degenerado, ya por ser mayores las facilidades que hoy encuentra el trato de las gentes de distinto sexo, ya también por haberse difundido el tipo y, por lo mismo, atenuádose sus caracteres salientes en los muchos y variados elementos que en la sociedad actual hacen oficio de proxenetismo, desinteresado a veces, (1) y sirven para acercar, ligar y enzarzar entre sí a los dos sexos. (1) V. sobre esto, el apéndice Proxenetismo desinteresado, en el libro de Viazzi, Lotta di sesso. 82 Menéndez Pidal propuso en 1898 el nombre de Libro de buen amor, que fue adoptado al poco por Ducamin en su edición paleográfica y

por todos los editores y comentaristas posteriores.


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La mujer de nuestro tiempo no necesita ciertamente que el hombre trabaje mucho para encontrarla. La creciente sociabilidad que en este siglo se ha ido introduciendo en las costumbres españolas, contrastando con el antiguo recogimiento de las damas, ha cambiado bastante el aspecto de las cosas, y no hacen falta terceros, la mayor parte de las veces, para las afortunadas en amores. Encuéntranse hoy la multitud de lenas y lenones, que el Rey Alfonso el Sabio quiso catalogar sin conseguirlo, gentes hábiles en la corrupción, dañosas para la república, »ca por la maldad de ellas muchas mujeres que son buenas, se toman malas... e aun sin todo esto levántanse por los fechos peleas e muchos desacuerdos, e otrosí muertes de omes•. (1) Pero, repetimos, todos con caracteres tan atenuados que a duras penas sus antepasados podrían reconocerles. La que hoy llamamos alcahueta es, generalmente, un tipo más bien representativo, una supervivencia. Se trata casi siempre de alguna prostituta envejecida que —como la Elida de la tragicomedia Lisandro y Roselia, escrita por el doctor Sancho Muñón en 1542, pretendiendo emular las glorias de La Celestina—, «al verse ya vieja y llena de arrugas, y que su casa no frecuentaban como solían, los galanes, ni menos sus amigos•, determinan, pues con su cuerpo no pueden ganar de comer, •ganallo con el pico y tomar el oficio de su tía•. Otras veces, es alguna mujer de buen origen, reducida por la desgracia a estos extremos. Como quiera que sea, y aun cuando algunas conserven todavía sus puntas y ribetes de hechicería, ninguna reúne hoy el conjunto de las artes que poseyó la Celestina. La herencia de ésta se ha repartido, creándose con sus despojos distintas profesiones de artes mágicas y adivinatorias. Cierto grupo de sortilegios y hechizos se ha desarrollado originariamente al amparo de estas auxiliares de Venus. Ésta es la razón para que aquí tratemos de ellos.

(1) Leyes 1.1y

tít. XXII, Partida VII.


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Conviene distinguir entre los hechizos buenos y los malas, o, como diría Ihering, que ha tratado incidentalmente este asunto con mucha lucidez, (1) entre los verzenum bonum y los venenum malum. La palabra misma indica su descendencia de Venus. Principian los hechizos buenos con las artes de tocador y el recetario de afeites, destinado a rejuvenecer y fingir bellezas. Una rama de ellos se refiere a la falsificación de la virginidad. Pero la factura de vírgenes, según la escuela de la tía fingicia,83 está en manifiesta baja. El hombre moderno prefiere las expertas en amor a las vírgenes. Sigue entre los hechizos buenos el ligamen amoroso, para el cual se conocen y emplean multitud de sortilegios conservados por remota tradición o creados por anónimas hechiceras. Entre estos hechizos, algunos conservan todavía un fondo animista. Tales son los que tienen por base alguna secreción o algún otro elemento del cuerpo de la persona que procura el ligamen. Recuerdan el canibalismo, mediante el cual el salvaje pretende asimilarse las cualidades de fuerza o de destreza del enemigo. Tratándose de amor, es natural que se atribuya ese poder a las partes más sexualizadas, por donde el vello de la región del pubis, y, sobre todo, el flujo menstrual, entran en la composición de gran número de ellos. Otros obedecen a lo que Aranzadi ha llamado mes-

tizaje religioso. He aquí uno: La enamorada debe comprar cristales de alumbre en la droguería, sacándolos por sí misma del frasco con

(1) En su Prehistoria de los Indoeuropeas

83 Atribuida a Cervantes, en el grupo de las denominadas Novelas ejemplares, la crítica no se ha pronunciado definitivamente en nuestros' dios sobre la exactitud de esta atribución.


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la mano izquierda, y distribuyéndolos sobre el mostrador en tres montoncitos. Paga, también con la mano izquierda, y compra después un paquete de agujas, sirviéndose de la misma mano. Llegada a casa, espera la noche, y a la primera campanada de las doce, comienza a echar en el fuego los tres montoncitos de alumbre, recitando por otras tantas veces el siguiente conjuro: Elena, Elena, hija de rey y reina; a Belén fuimos; tres clavos encontramos; uno le tiro al mar encarnado otro le tiro a su hijo Constantino y otro le tiro al corazón de (Fulano). Que no pueda vivir ni parar, ni comiendo, ni bebiendo, ni durmiendo, ni paseando, ni (etc., etc.), hasta que a las plantas de (Fulana) venga a parar. Échase a cada plegaria una aguja sobre el fuego, hasta que, de improviso, como para dar fe de la bondad del conjuro, sale del fuego una figurita semejante a un perro de lanas. (1) Este conjuro es muy usual, con variantes en la fórmula y en el accesorio. Los hechizos malos comienzan en el caso contrario del ligamen, esto es, en el desligamiento de voluntades, por procedimientos análogos. Sigue el embrujamiento vindicativo, y por fin, el aborto y el envenenamiento. La abonadora, y, sobre todo, la envenenadora, son tipos bastante raros. No así la hechicera de hechizos buenos. La fe sencilla en lo sobrenatural y el deseo de ser amadas, llevan a las mujeres del pueblo (solteras, casadas, prostitutas) a solicitar la

(1) Así interpretan el fenómeno de la hinchazón en burbujas blancas producido por la deshidratación del alumbre; ellas creen que aquello es un perrito de aguas verdadero, no admitiendo dudas sobre esto.


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ciencia y experiencia de hechiceras, brujas, sonámbulas y echadoras de cartas, establecidas principalmente en los barrios bajos. Al caso de amor se agregan otros, siendo los más frecuentes el de enfermedad, lotería, objeto robado, quintas, etc., etc. De todos los métodos para predecir el destino, la cartomancia es el que más se conserva en nuestro pueblo. Cada echadora de cartas puede decirse que tiene un método especial. He aquí un pequeño compendio del arte, según una echadora acreditada. Comencemos por el significado de las cartas. .[Cabeza arriba. Un hombre rubio. — abajo. Con pena; cuando está al lado de la cama (cuatro de bastos) está enfermo. arriba. Un hombre de buen color. 1)e copas .. — abajo. Con pena cuino todos los cuatro reyes, la misma observación con el cuatro de bastos arriba. Un hombre empleado (de De espadas.f justicia) o de tropa abajo. Con pena, etc. De bastos ...£ arriba. Un hombre anciano. abajo. Con pena, etc. De oros

De oros De copas De espadas _De bastos

Pensamiento de un hombre rubio. Ídem de íd. de buen color. Ídem de íd. empleado (de justicia) o de tropa. Ídem de íd. anciano.

Los cuatro caballos son los cuatro pensamientos de los hombres.


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De bastos

Mujer rubia; cara abajo, con pena. Mujer de buen color, cara abajo, con pena. Mujer anciana; cara abajo, una mala lengua. Mujer morena; cara abajo, con pena.

De oros

Cabeza arriba. Un duro, después del cuatro de oros, una

De oros De copas De espadas

dicha. abajo. Una prenda. arriba. La casa abierta. abajo. Casa cerrada; fuera

De copas

de esta casa. De espadas.. De bastos

Dos Tres 8

Cuatro

o Cinco Seis Siete

arriba. Una firmeza; lo afirma la espada (lo que venga). abajo. Una pendencia. — arriba. Cohabitar. abajo. Picardía (hacer una).

E — arriba. Una criatura. — abajo. Dos monedas. Tres monedas para la primera figura que salga. Buena estrella (para la persona a quien se echan las cartas, o para la figura que sale inmediatamente). Una cara nueva; saliendo con el seis, hoy mismo.

Hoy mismo. Siete monerlizs Una sorpresa; una novedad.

8

Eres

- En Madrid (sitio donde se echan las cartas).


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Cuatro

Buen corazón para la persona o

Cinco Seis

Con los cinco sentidos. Tarde o noche. Cabeza arriba: Un convite delante de

figura que venga primero.

Siete

— Dos

mujer o de hombres (la figura que salga). Cabeza abajo: Tierra extraña. Delante del cinco de bastos: Un pa-

pel fingido de palabra; una cosa que no se puede creer. Tres Cuatro Cinco Seis Siete

Delante de una sota o de un rey: Carta verdad que recibe la figura. (Cabeza arriba: Palabras rabiosas. LCabeza abajo: Palabras finas.

Por las puertas de su casa; por las esquinas. Lágrimas, o llorar por dentro sin ellas. Delante de una figura: Lágrimas para ella. Una calle ancha. Rejas de prisión para la figura que salga. Detrás del cuatro de oros:

Por un jardín, alrededor. Dos Tres Cuatro Cinco

Delante de una figura: Corto camino.

Besos y abrazos. Penas. Un chasco siempre; entre dos figuras, es un chasco que la de la derecha va a pegarle a la de la izquierda. A la derecha de dos figuras: chasco para una cualquiera de las dos.

8

Seis Siete

Amor. Porvenir p" risís-pero.

Cuatro caballos juntos: Viaje seguro. Cuatro doses: Viaje por mar y tierra.


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Tres cincos (oros, bastos, espadas): Muerte segura. Espadas juntas con el siete de bastos: Una gran

riña. Muchas copas juntas: Muchos convites. Muchas espadas juntas: Disgustas, riñas. Muchos bastos juntos: Palos. Muchos oros juntos: Dinero. Todo el arte de echar las cartas, consiste, por lo tanto, en hacer combinaciones con ellas, según fórmulas determinadas, y en ir leyendo luego y asociando el significado que se ha convenido dar a cada una. Ninguna baraja sirve más que para echar una vez las cartas. Después hay que dejarla reposar. Si se la fuerza a hablar una segunda vez, miente. Los martes y los viernes, no obstante, son días en que la baraja dice realmente verdad. A fin de tenerla lo más descansada posible, las echadoras tornan las barajas los lunes y jueves por la noche, antes de acostarse, las extienden sobre una mesa, las rocían con aguardiente y, envueltas luego en un paño, pónenlas bajo el colchón. Al siguiente día, amanecen con una gran virtud. La mujer ya en funciones, toma la baraja y hace con ella diez montoncitos de a tres. Previamente el interesado corta la baraja con la mano izquierda. A cada carta que va dejando la echadora en el montoncito correspondiente, pronuncia una de las diez frases siguientes: 1.a ¡Tras, tras! 2.2 ¿Quién es? 3.2 Soy yo. 4.2 ¿A quién buscáis? 5.a A don Fulano o doña Fulana. 6.a ¿Qué le queréis? 7.2 Esto le quiero. 8.a Esto le traigo. 9.a Esto le vengo. 10.a En esto ha de venir a parar. Como son tres las vueltas, tres veces se repite este diálogo. Una vez hechos los montones, la echadora lee la carta que está en puerta. Sigue después leyendo (siempre de izquierda a derecha) las cartas del montón


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primero, luego las del segundo, etc., hasta el noveno inclusive, asociando como puede, y armando un gran galimatías indescifrable, de frases cortadas y extrañas, de un gran sentido para la gente del pueblo, que habla de modo parecido, (1) ininteligible para nosotros. El montón décimo se lee el último, y es el destino en que todo se resuelve, y en lo que ha de venir a parar la persona. Hay algunas variantes, como éstas: Sácase primero la figura de la persona a quien se echan las cartas (mujer rubia o morena, hombre rubio, de tropa, o lo que sea). Ésta ha cortado con la mano izquierda. Déjase boca arriba sobre la mesa, y encima colócase la que siga, boca abajo, de manera que la tape; esta segunda carta, es, lo que cubre. En seguida, la mujer pone boca abajo cuatro cartas alrededor, y pronuncia a cada una, una de estas cuatro frases: 1.2 Lo que espera. 2.2 Lo que no espera y le puede suceder. 3.2 Lo que ha de venir.

4.2 En lo que ha de venir a parar. Sigue hasta dejar tres cartas en los montones segundo, tercero y cuarto, dejando con una sola el quinto y el primero. Hecho esto, se ve e interpreta la que está en puerta y se leen las cartas del segundo, tercero y cuarto montones, que se incorporan luego a la baraja y barajan con las restantes. Vuelve a repetirse una nueva ronda en que se ponen tres cartas en los montones segundo, tercero y cuarto, dejando con dos el quinto y con dos el primero. Léese la puerta y las cartas de los montones

(1) El pueblo, al hablar, hace asociaciones muy extrañas, a las cuales no logra hallarlas significado alguno el no iniciado. Los escritores de costumbres saben esto. Amontona palabras incoherentes, sin fin ni objeto, por el solo hecho de ser las que tiene continuamente presentes en su imaginación. Así se explica que al principio de nuestras investigaciones, no obstante hablarnos la gente en castellano, nos viéramos y nos deseáramos para entenderla.


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(uno por uno) segundo, tercero y cuarto, las cuales se incorporan a la baraja y se mezclan. Échanse de nuevo, de manera que queden tres cartas en los cinco montones. Interpretase la puerta, los montones segundo, tercero y cuarto y lo que cubre a la figura (montón primero) y aquello en que ha de venir a parar (montón quinto). Piensa la persona. El interesado piensa o pregunta in mente una cosa. La echadora hace tres montones de cartas, hasta que aparece en la puerta un as. Sepáranse las cartas echadas. Barájanse las que quedan —el as entre ellas— y se comienza de nuevo la distribución en montones, hasta que aparece en puerta otro as, o el mismo anterior. Sepáranse las cartas echadas. Barájanse las que quedan —el as siempre entre ellas— y por tercera vez se sigue distribuyendo de las que quedan, en tres montones, hasta que un nuevo as, o uno de los anteriores, aparece en puerta. Sepáranse las echadas, barájanse las que quedan, y si al extenderlas aparecen los cuatro ases juntos y el de copas (la casa) está cara arriba, sale de veras lo que el interesado piensa; si salen juntos y el de copas está cara abajo, sale también lo que

piensa, mas no hoy, sino más adelante. Si no salen los ases juntos, es chasco, esto es, no se cumplirá lo que el interesado piensa. Sácanse por tres veces veinte cartas, distribuyéndolas en tres montones; si las tres veces sale el as de oros entre las veinte, sin que salga antes el cinco de bastos, que es chasco siempre, es que se ha de realizar lo que piensa la persona. Se comprende que el cinco de bastos sea odiado. Las prostitutas y demás aficionadas a que las echen las cartas, en cuanto ven aparecer esta carta, salúdanla con grandes improperios, pronunciados en tono extrañamente sincero. Las gentes del pueblo tienen confianza ciega en las cartas y en toda clase de brujerías, a las cuales recurren en muchos accidentes de su vida (fig. 40). Algunas hechiceras y echadoras se creen dotadas de una especial virtud. De poco sirve aprender tal


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Fig. 40. Echadora de cartas.

o cual método, si falta la gracia original. Las que se creen con ella refieren aciertos prodigiosos. Vivía amancebada una pareja. La mujer quiso un día conocer su destino. —Esta noche, mujer —dijo la Sibila—, tu hombre te cruzará la cara de un navajazo; aquí está este rey que te lo dice. A los pocos momentos, de vuelta a su casa, reñían los amantes, y la mujer recibía un corte en la mejilla. (1)

(1) El caso es auténtico. la desdichada mujer acabó asesinada por el amante. V. El Liberal de 12 de Febrero y 3 Marzo de 1901.


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Fácil es pronosticar semejantes consecuencias en amores de aquella naturaleza. Muchas de estas adivinanzas —como por ejemplo, predecir a una prostituta un conflicto entre «un rubio» y «un moreno—, son tan ciertos y evidentes que no pueden faltar jamás y se cumplen inexorablemente, como leyes naturales. Basta un poco de perspicacia y sugestiva habilidad, para el éxito del pronóstico. Volvamos a la tercería, después de esta ojeada a las industrias del amor, derivadas de la alcahuetería y agregadas a ella. Ejércese en Madrid al por menor la trata de blancas en formas atenuadas. La policía no descubre ni los periódicos lamentan sino muy de tarde en tarde, y como caso anómalo, sucesos escandalosos del infame tráfico. Aparte el proxenetismo familiar, que es su forma continua, existe el de algunos que enamoran bellezas humildes, poco vigiladas por quienes tendrían interés en ello, para venderlas en las casas de lenocinio donde cometieron su primera culpa. En cambio, abundan las muchachas sugestionadas por las halagüeñas proposiciones de algunas corredoras de burdeles que frecuentan los sitios donde aquéllas se reúnen: las plazas, los mercados y paseos. Son intermediarias de las amas de establecimientos de prostitución, y cobran un tanto por cada hallazgo. Llegamos con esto a la figura última de la prostitución. Parent-Duchátelet ha estudiado muy bien la clase de las amas de mancebía. Aquí como en París pueden clasificarse en cuatro grupos. (1) Unas son mujeres de las que, para servirse de una expresión vulgar, «han corrido mucho». Otras son prostitutas viejas que emplean sus economías en una industria en la cual han vivido y que no podrían abandonar. Otras son antiguas criadas o encargadas de esta clase de establecimientos que, mediante pactos

(1) De la prastitution á la vine de Paris, ed. de 1900, pág. 170.


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especiales con las dueñas, se ponen al frente de los mismos. Finalmente, algunas son mujeres que, sin escrúpulos por ninguna clase de tratos, entran en éstos. La autoridad en las casas de prostitución es siempre femenina. El marido o el amante es sólo una especie de príncipe consorte. El régimen, salvo excepciones raras, es duro y autoritario. Desde el punto de vista económico, constituye una explotación de que no hay ejemplo en ninguna otra clase de relaciones patronales. Cualesquiera que sean los pactos que la prostituta haya celebrado con la dueña, y cualquiera que sea la productividad económica de aquélla, siempre se halla empeñada por crecidas deudas, que no puede satisfacer por sí misma, hallándose, por consiguiente, encadenada. No es raro el caso de que, liquidadas las cuentas, al pretender abandonar la casa, sea acusada de hurto la pupila. Algunas otras figuras menores entran en la prostitución. Tales, los sirvientes, los familiares y deudos. En algunas mancebías viven recogidos de caridad ancianos, andanas y niños de ambos sexos. Los unos, abandonados e inútiles, acaban allí su vida envilecida en las postrimerías. Los otros, crecen condenados a perversiones y desgracias irreparables. Uno hemos visto con la cara corroída por asquerosa llaga. En su más tierna edad, la criatura inocente se inoculó el virus sifilítico, jugando con un inmundo aparejo abandonado en el suelo, después de usado.

VI LA PROSTITUTA Y EL CHULO En la definición de la prostituta entra como nota característica la falta de elección personal en sus tratos sexuales. No se crea por esto que estas desgraciadas hayan abdicado por completo de una facultad que se encuentra aun en las hembras de


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los animales. Especiales adaptaciones del espíritu llegan a establecer la conciliación entre cosas que parecen tan reñidas como la naturaleza del amor y la de su oficio. De este modo se las ve prendarse momentáneamente de tal o cual sujeto entre sus conocidos, y pasar del capricho fugaz y pasajero, hijo de sus veleidosas preferencias, a la pasión en que se afirma y disuelve juntamente la elección de su albedrío. La prostituta sabe y entiende que hay algo en su persona libre de toda posesión: la voluntad, que se da sola por sí misma a quien ella considera por su dueño. Explican ellas este concepto, a veces con sorprendente energía de expresión en la obscena crudeza de los términos, ejemplos y comparaciones. Esta explicación, aceptada de buena fe por rufianescos amantes, origina las inversiones y anomalías que se observan en esa clase de amores. Así, por ejemplo, no recae sobre aquéllos el calificativo destinado a los varones sufridos; antes bien, en la jerga de prostitución se llama cabritos a todos y cada uno de los clientes de la ramera. Se comprende, en efecto, que según esa psicología, éstos sean verdaderamente los engañados, porque el amor que buscan es un producto falsificado inevitablemente. Otro efecto singular es la limitación de los celos a la zona de influencia que el amante se cree reservada. En los amores homosexuales se encuentran, especialmente, las más variadas curiosidades psicológicas de este fenómeno. El derecho consuetudinario desarrollado en la sociedad de rufianes y rameras consagra estas relaciones sin escrúpulos ni recelos por la naturaleza heterosexual u homasPxual de las mismas. Celébranse las declaraciones de amante voluntad con grandes y ruidosos alboroques, y desde que la manceba tiene amante reconocido, adquiere derecho perfecto a dedicarle dos horas diarias enteras y toda una noche entre semana. Aun cuando este derecho carezca de coacción y sanción, no por eso es menos observado en las bajas mancebías madrileñas, cerca de las cuales se ve rondar, de día y noche, la figura rufianesca del chulo. La fig. 41 enseña uno a la puerta del Pala-


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cio de cristal, especie de posada truhanesca, situada en la Montaña del Príncipe Pío, así llamada por el mercurial trofeo orlado de espejuelos que adoma su fachada.

FI. 41. Palacio de cristal.

Resultado de esas uniones en el mundo bajo y peligroso de la mala vida, es la sociedad conyugal, hermandad o germanía de la prostituta y el chulo, para amor y protección de ambos. (1) (1) La prostituta se ha emancipado del chulo en las capas superiores de la prostitución, encontrando mejores protectores que pagan y no pegan,


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Abundan los criminales entre los amantes de prostitutas. «La alianza del vicio y el delito es un hecho universal», dice Joly. (1) Por lo que se refiere a Madrid, asegura Eslava (2) que más de un 60 % de criminales hicieron sus primeras armas al amparo de la prostitución. El joven randa es casi siempre el parásito, o, mejor dicho, el vampiro de alguna desgraciada tempranamente envejecida, que se consuela de su suerte con la posesión de un amante joven. Del mismo modo, el criminal envejecido, estropeado, destruido por los excesos del vicio, vive también parásito de la ramera, que le sirve de cómplice y encubridora, de suerte que ella es el amparo del ladrón en las edades y ocasiones dificiles, mientras éste en las épocas de bienandanza, desprendiéndose, la abandona. (3) Suelen ser las uniones de la sociedad conyugal rufianesca, inestables y tornadizas fácilmente en odios y rencores declarados. La misma que, temblando de emoción, dio a beber a su amante un filtro poderosísimo para ligarle la voluntad a su persona, no es raro que vuelva a poco a casa de la hechicera, demandando el secreto de una práctica cualquiera capaz de hacerle morir sufriendo, muy lentamente, despacio, para gozar en su aniquilamiento. Diríase que en el alma popular el amor y la venganza son las dos cuerdas mejor templadas. Afortunadamente, los métodos que se emplean para destruir odiadas existencias son,

a la inversa de aquéllos, y la amparan en la enfermedad y en los lances enojosos con la Administración y la justicia. No es raro encontrar prostitutas de la peor estofa que tienen protector bien acomodado e influyente; un buen burgués unido a ellas por vergonzosas relaciones de vínculos secretos, de las cuales no saben o no pueden o no quieren deshacerse. (1) Le crime, pág. 128. (2) La prostitución en Madrid, pág. 80. (3) No todas las queridas de criminales son prostitutas, ni siquiera todas sus mujeres son queridas. Algunos salteadores de caminos, bastantes timadores y muchos falsificadores tienen constituidas familias legítimas y hogares felices... a su modo. Entre estas compañeras de criminales, hay variedad de tipos interesantísimos.

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casi siempre, inofensivos. Lo general es traspasar con alfileres y agujas aceradas un corazón de cera o bayeta roja, simulacro representativo de la vida que se quiere atormentar. Al punto se establece una comente simpática entre el falso corazón y el verdadero. Si se clava una aguja más, redoblan las congojas; se alivian si se quita. Esta gente cree que el deseo de hacer morir, cuando es muy vivo y sentido y se acumula, deteniéndole de esa suerte sobre la víscera vital de una persona, puede ser fulminante como el rayo. Con todo esto, salvo algunos casos de prostitutas que parecen constantes sólo en la infidelidad y el engaño, y cuya vida se desliza en inextricables enredos, mientras la relación de amor rufianesco dura, en lo celosa y abnegada, por parte de la mujer no tiene comparación con ninguna otra. «¿Qué mujer de bien —escribe Poder— (1) ama con más cariño a su legítimo esposo que la prostituta a su libre compañero, aun cuando, por lo general, no reciba de éste sino malos tratamientos? ¿Quién desafiada por él o por sus hijos peligrosos semejantes? ¿Qué alma caritativa es más tutelar para los que la tienden la mano?». Una noche de invierno descendió la policía, en busca de malhechores, al barranco en que se halla situado el caserío peligroso de las Injurias. Alguno de los que buscaba fue atrancado de los brazos de una mujer que compartía con él una cama inmunda. Paso a paso, tiritando bajo un mantón debilísimo, la golfa siguió de lejos a su compañero conducido por los agentes, hasta verlos desaparecer en lo interior obscuro del Gobierno civil. Pocas noches después, en otra nueva incursión, los agentes hallaron a la misma mujer prostituyéndose con un forastero, recogido a deshora en el camino. Permitióse un agente algún calificativo a su infidelidad, y entonces la ramera incorporándose en la cama, llorosa de despecho: «Con este cuerpo —dijo-- doy de comer a mi hombre», y le mostraba desnudo, apartando violentamente la camisa. (1) Les filies.


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Fig. 42. Asesino.

El chulo maltrata a la prostituta de palabra y obra, y ésta, lo mismo que las mujeres del pueblo, no reconoce el amor sino bajo esas formas. (1) Como hemos dicho, con frecuencia caen heridas a sus manos, sin que pueda acertarse el móvil del delito. Sighele recuerda para explicar este hecho, que llama la atención

(1) Los consejos de la Gananciosa a la Cariharta, y el lance de ésta con el Repolido, que constituye uno de los episodios principales de Rinconete y Cortadillo, revelan toda la psicología del amor entre el rufián y la ramera.84

84 Rinconete y Cortadillo, novela ejemplar de Cervantes, constituye un modelo de observación directa de la realidad. El documento humano, el ambiente picaresco de la Sevilla del Siglo de Oro, sólo es traicionado por la selección literaria en el humor.


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de todos, las palabras de Lecour cuando dice: •Hay en el lecho de su soledad que las entrega sin defensa, y en sus caricias pagadas y humillantes, una fuente de siniestras voluptuosidades que buscan ciertos asesinos.. Amantes homicidas son los que aparecen en las fig. 42 y 43. El segundo, tomador, que desde temprana edad, puso una mancebía a su querida, mancebía en la cual actuaba de guapo, hasta que, por causa de celos, hirió gravemente a la coima, siendo aficionado, además, a los amores homosexuales, es un tipo que se acvl La a la llamada tante en el argot de la haza pégre francesa, el souteneur, a la vez, de prostitutas e invertidos. Si se exceptúa el homicidio, pocas veces estos crímenes de sangre son conocidos de la justicia. La prostituta disculpa al amante sanguinario, o calla, como la mujer de que habla Poder. una que violada y acribillada a puñaladas por una turba de malhechores y arrojada por ellos en un foso, al tener que comparecer más tarde ante un tribunal para responder de delito, como el juez la preguntara por qué no denunció el hecho, obtuvo esta respuesta sencilla: «No creí que tendría derecho, siendo de la vida.. No se crea, sin embargo, que falte en absoluto todo sentimiento de ternura y cariño en el chulo para con la prostituta. Nosotros hemos visto cerca de ellos cuadros que parecían tomados en la Arcadia feliz de los pastores. Amantes reclinados en el pecho de queridas cariñosas, recibían las caricias de sus manos, escuchando silenciosos la voz de una de ellas, cantando romanzas sentimentales. Eran, sin embargo, parejas delincuentes, y, a pesar de ello, en aquel instante y ocasión, el alma de unos y otras estaba serena y tranquila como la noche. Del mismo modo, hemos oído a criminales, recordando a sus queridas, palabras que en lo sentidas y afectuosas nos recordaban el magnífico romance germanesco Apartamiento de

Pedro de Castro y Catalina. Por otra parte —como observa Sighele—, (1) •hay que añadir que la mujer pública saca alguna ventaja de la asociación

(1) El delito de das, pág. 144.


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con el chulo. Éste vive a expensas de aquélla; pero también la ayuda a ejercitar su oficio y la defiende en caso de peligro. Elige para ellas los barrios y las calles donde es más fácil trabajar, y la indica en medio de la muchedumbre los hombres que tienen cara de ceder a sus peticiones y de pagar bien. La vigila mientras se pasea por los sitios en que está prohibido mostrarse, y si ve que llega un agente de la policía, se lo advierte y la obliga a alejarse. Si la cogen, el chulo arma un escándalo, y mientras la gente acude, él procura buscar la fuga de la joven. Si el medio no produce resultados, el chulo se rebela contra los agentes, los cuales concluyen muchas veces por quedar debajo. En suma, mientras la prostituta se vende para el chulo, éste se bate por ella, demostrando de este modo, en una paráfrasis

Fig. 43. Rufián homicida.


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grotesca y obscena, que la bella y noble frase de Thulié: "El hombre es la lucha, la mujer es el amor", puede también aplicarse a la patología».85

85 Jean-Baptiste-Henri THULIÉ, la femme, essai de sociologie physiolo-

gique, París, A. Delahaye, 1885.


CAPÍTULO IV LA MENDICIDAD

PAUPERISMO Y MENDICIDAD ENDICIDAD VIENE del latín mendicitas, y mendigo (mendicus) de men, por manus = mano y dicare = ofrecer; manun-dico, mandico, mendicus. Tal cree Monlau. Barcia, siguiendo a Liaré, entiende que mendicus es una forma derivada de menda, falto (mendam = poco, en sánscrito); mendigo = hombre falto... de

cosas entre las que figura la vergüenza.86 En apoyo de la etimología por el ofrecimiento de mano, viene el neologismo jergal madrileño mangante = mendigo, de mangar = mendigar; palabras a cuyo simple sonido vese el acto de extender o lanzar el brazo, la manga, como si, a más de signo de humillación, fuera una trompa ávida, acechadora del peculio ajeno. Finalmente, viene a corroborarla el calificativo de sablista dado al mendigo atenuado que, por haber substituido el pordio-

86 Roque BARCIA, Diccionario general etimológico de la lengua española. Émile LITIRÉ, Diccionario de la lengua francesa, 1863-1873. 13071


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seo con historias y cuentos de profana conmiseración, podría ser definido como un mendigo laico. Después de haber visto cómo la representación del brazo extendido y la mano abierta domina en el lenguaje, no puede menos de aceptarse la definición de Chanteau, para el cual el mendigo se caracteriza por el acto de tender la mano sin necesidad. (1) la última parte de la definición debe rectificarse con lo que se dijo al tratar de la vida parasitaria y lo que se dirá a propósito de los llamados «mendigos válidos. Añadas- que aquel acto ejercido habitualmente va acompañado de una acumulación de estímulos para obtener la reacción de piedad del asaltado, y se tendrá el concepto completo del mendigo. Efecto, y a la vez causa del pauperismo —esto es, de aquella situación en que individuos de determinadas clase carecen de un modo permanente de las casas necesarias a su alimento, abrigo y aseo, produciendo, además, por su continuidad y otras causas, una decadencia en las costumbres físicas y morales de los mismos—, (2) la mendicidad se relaciona con aquél en el flujo y reflujo que mantienen. Con todo esto, hay un estado en que cabe distinguirlos, y en el cual, sirviéndonos de una imagen usada por Ferrero en un estudio distinto, a través del pauperismo se ve cruzar la mendicidad, .semejante a esos grandes ríos que penetran en el Océano salado en corriente compacta y le atraviesan en muchos kilómetros sin mezclar sus aguas con las del mar, conservando la dirección y la velocidad de su curso». Estado en el cual vamos a estudiarla, como parte que es de la mala vida.

(1) Les plaies sociales. Vagabcrruiage et mendicité, París, 1899. (2) R. Tamariz, Fstudial sobre la vagancia y la mendicidad voluntarias, Madrid, 1890, pág. 11.


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II LOS MENDIGOS De muy distinta manera se consideró en otro tiempo la mendicidad, cuando haciéndose del socorro a los pobres la virtud cristiana por excelencia, se practicaba la doctrina de «la limosna por la limosna». Entonces —como dice Sanz y Escartín— (1) «la pobreza revestía los caracteres de dignidad y los andrajos del pobre eran la verdadera y natural vestidura de los discípulos de Cristo.. «Tan a la letra se tomaba que debemos mirar en el pobre la propia persona de Jesucristo y tan en la memoria se tenía que la primitiva Iglesia predicaba que el mendigo es hermano del emperador, que la mendicidad estaba casi santificada; era una profesión respetable para muchos, manantial de vagancia y buena vida con sólo acostumbrarse a vestir harapos y callejear con la olla al cinto», añade Chaulié describiendo la mendicidad de la Corte en aquel tiempo. (2) «Es la limosna —decía Bartolomé de Albornoz— (3) vocablo griego que quiere decir misericordia; contrato de donación entre el hombre que es el donador, y Dios el donatario, en cuyo nombre lo cobra el pobre a quien se da, y así en la limosna no se ha de considerar quién la recibe, sino Dios, por quién la da... Dios quiere que el rico se destete y descarne de lo que tiene para que el pobre, que es su templo vivo, sea socorrido al presente». «Vuestro es lo que os doy, que no mío«, decían los socorredores de antaño, según la frase que en boca de Santo Tomás de Villanueva pone su biógrafo Quevedo, y los mendigos bro-

(1) El individuo y la reforma social, pág. 193. (2) Cosas de Madricl apuntes sociales de la Villa y Corte, Madrid, 1884, pág. 63.

(3) De la limosna (t 65 de la Biblioteca de autores españoles).


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taban y se multiplicaban, cubriendo calles y caminos con el insistente alarde exhibicionista y el clamoreo que les distingue siempre. Algunos hombres de aquellas épocas se oponían a esa moral imprudente. “Si alguno considera su vida y vicios y las atrocidades que nos ofrecen cada día —decía Luis Vives, tratando de los mendigos—, (1) se admirará más aún de que haya quien los mire, ¡tan perdido queda lo que se les dal... De muchos se ha averiguado que con ciertos medicamentos se abren y aumentan llagas para parecer más lastimosos a los que los miran. Ni solamente afean de esta suerte sus cuerpos por la avaricia de la ganancia, sino los de los hijos y niños que aun algunas veces han pedido prestados para llevarlos por todas partes... Hay quienes teniendo siempre a Dios y a cuantos santos hay, en la boca, nada tienen en su corazón menos que a ellos. Alcanzada la limosna, se ríen y burlan de los que se la dieron; tan lejos están de rogar a Dios por ellos a sus solas... Buscan y solicitan los deleites con más diligencia y se entregan y sumergen en ellos con más vehemencia y más profundamente que los ricos; semejante modo de vida los hace insociables, desvergonzados, ladrones e inhumanos, y a las mozuelas disolutas y torpes; si alguno les aconseja bien con alguna libertad, munnuran descocadamente, teniendo siempre en la boca: "Somos pobres de Jesucristo". Como si Jesucristo reconociese por suyos a unos pobres tan ajenos de sus costumbres y de la vida que nos enseñó». Procurábase distinguir al verdadero necesitado del mendigo que tomaba las apariencias de aquél. Las falsificaciones profesionales de que tan rico fue el arte bribiático, inspiraron a un médico salamanquino del siglo XVI, C. Pérez de Herrera, su hermoso libro Amparo de los legítimos pobres y reducción de los vagabundos. Costóle seis años de trabajo, logró ser nombrado

(1) Del socorro de los pobres o de las necesidades humanas (t. 65 de la Biblioteca de autores españoles).


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protector y procurador general de los albergues del reino y que se estableciera uno en Madrid. A despecho de estas enseñanzas, de las peticiones de Cortes y los castigos legales, la mendicidad florecía. T n.s autores de la literatura picaresca, y, sobre todo, el inimitable Mateo Alemán, cuentan la vida de mendicidad que se hacía en aquel tiempo. Había cofradías y hermandades regidas por estatutos minuciosos. Merece un recuerdo la Hermandad de los ciegos, única autorizada para la venta de romances, relaciones, papeles públicos, cartillas, catecismos, oraciones, etc., •hermandad que casi ha llegado a nuestros días, tan consentida y autorizada —dice Vega Rey—, (1) que cuando la Sala de Alcaldes de Casa y Corte fallaba alguna causa célebre o sentenciaba a muerte a algún criminal famoso, se insertaba en la sentencia una cláusula mandando se pasase extracto del proceso al hermano mayor de la Cofradía de los ciegos para si quería utilizarle en la composición de algún romance relatando la vida y muerte de los criminales». El fenómeno se halla en nuestros días bastante atenuado, pero no suprimido. Las cofradías y congregaciones se han disuelto, si bien algunas tienden a organizarse, por mimetismo, en la forma de asociaciones de obreros, o, mejor, de sociedades industriales. (2) A la puerta de las iglesias, aún se ve «cuadrilla de la miseria que acecha el paso de la caridad, al modo de guardia de

(1) Pobreza y mendicidad Madrid, 1885, pág. 36. (2) E. Munsterberg, en un artículo sobre la mendicidad en las grandes ciudades, publicado en la Deutsche Rundschau (Mayo, 1900), habla del trust de los mendigos que ya se ha constituido donde era de esperar, en Norteamérica. Capitalistas importantes se dedican a este negocio, monopolizándole e impidiendo a otros industriales la fabricación de falsos lisiados y defectuosos. Cada mendigo abona un tanto de su lucro diario al Sindicato, encargándose éste de proporcionarle los medios de ejercer el oficio libremente y sin competencia.


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alcabaleros que cobra humanamente el portazgo en la frontera de lo divino, o la contribución impuesta a las conciencias impuras que van a donde lavan», según ha escrito Pérez Galdós en su novela Misericordia, hermoso estudio de la mendicidad madrileña. No hace mucho todavía se pagaban crecidas cantidades por adquirir los puestos de las iglesias. Vega Rey cita el caso de un mendigo llamado el tío Orejo, establecido en la parroquia de San Martín, al que ofrecieron hasta 1.000 pesetas por el traspaso de su puesto. En las calles y caminos siguen postulando. Su número no puede calcularse. Según el censo de 1899 había en Madrid hasta 988; pero éstos son tan sólo aquellos que tuvieron a bien declararse mendigos y vagabundos, y la cifra debe aumentarse con la multitud de los que pordiosean encubriendo su condición y estado. Se ha dado ya la consigna de recogerlos. Algunas capitales de provincia parecen haberlo conseguido; pero en Madrid la Asociación matritense de Caridad, llamada a ejercer esta función, lleva vida precaria y últimamente ha dado señales de agonía. Por todo lo cual, todavía un autor ha podido recordar la advertencia de la guía Baedeker a los viajeros: «los mendigos son peste de España». (1)

1) Clasificación Doña Concepción Arenal clasifica los mendigos en tres grupos: (2) 1) Los que lo son accidentalmente y por necesidad; 2) Los que lo son definitivamente por imposibilidad de trabajar, sea que no haya para recogerles casa benéfica o que no quieran estar en ella;

(1) Gómez Ocaña, La vida en EsOaria, discurso de recepción en la Academia de Medicina, Granada, 1900, pág. 42. (2) El pauperismo, vol. I, cap. XIII.


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3) Los que lo son definitivamente y por aversión al trabajo. Componen la mendicidad estas tres clases, sin que sea posible estudiar la proporción que lleva cada una. En toda serie de mendigos, por reducida que sea, se hallan representantes de las tres divisiones. Así, por ejemplo, sucede en el grupo que ofrece la fig. 44. El que aparece en el centro, columpiado en muletas y devanado en sogas [...l con pasos tartamudos y con la lengua coja, conforme le hubiera descrito don Francisco de Quevedo y Villegas, bien se ve que entraría en la segunda; mientras el que aparece a su derecha, holgazán irreductible, que, a fuerza de fingirse ciego, aun cuando nunca fuera un águila en lo de ver, hoy está casi totalmente inutilizado de la vista, debería ser adscrito a la tercera. Las figuras restantes, obreros desocupados largas temporadas, en sus orígenes pudieran ser conceptuados de la primera; en la actualidad son ya, casi, mendigos definitivos. 2) Los mendigos válidos

La clasificación de la señora Arenal, que hemos aceptado, obedece a dos principios que todos los tratadistas de la mendicidad toman en cuenta, a saber: la distinción entre mendigos accidentales y habituales, uno; la distinción entre mendigos válidos e inválidos, otro. Estas distinciones tienen trascendencia en el tratamiento de los mendigos, siendo general entre autores y legisladores tratar a los unos con espíritu compadecido y a los otros con el ánimo indignado, procurando distinguirlos cuidadosamente para dar a cada cual su merecido. Sólo los de la tercera clase serían los mendigos de la mala vida.


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«Como siempre hay mendigos de las dos especies —escribe en otro estudio la señora Arenal—, (1) de aquí la dureza cruel o la excesiva blandura del legislador y de la opinión, según que se fijan en el que pide sin necesidad o en el que mendiga con ella.

Fig. 44. Grupo cle mendigos.

Pero este término de necesidad exige algunas aclaraciones. La necesidad se subordina a la falta de trabajo o a la incapacidad para el mismo, y esta incapacidad sólo se reconoce cuando se anuncia con signos aparentes de bien marcado relieve. Los casos de ancianidad, enfermedad, inutilidad corporal y lesión psíquica trascendente, como la de cretinos, imbéciles e idiotas, son, en general, los recibidos y admitidos. (1) De la mendicidad, en los Artículos sobre beneficencia y prisiones que forman el tomo XX de sus Obras completas, Madrid, 1900.


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Ahora bien, sucede con esto lo mismo que otro tiempo ocurrió con los locos. Hubo una época en que se creyó que bastaba para el diagnóstico de las enfermedades mentales la simple vista y el buen sentido, efecto de una concepción, puramente convencional de la locura, fiada por entero al delirio y al furor de algunas de sus especies. la lente de la observación psiquiátrica permitió luego desvanecer errores tales, descubriendo numerosas variedades de perturbación mental imposibles de reconocer a la simple vista. Así también con el mendigo. Leggiardi-Laura ha estudiado esta clase de mendigos que, sin lesión fisica ni psíquica aparente, antes bien pareciendo íntegros y cabales en sus facultades, se dan a la mendicidad habitualmente, como medio normal de su existencia dependiente de particulares condiciones patológicas, congénitas o adquiridas, de su organismo. «Gente que no ha trabajado nunca establemente, o que desde hace años no trabaja o no trabajará más. Individuos, no sólo inútiles, sino hasta nocivos, porque alternan con la mendicidad la delincuencia, aun cuando no tengan casi nunca la parte principal en el delito. Personas que odian el trabajo como si fuera un peso demasiado grave. Gente que prefiere el ocio y aun la inercia a las comodidades. Sin afectos y sin vínculos, que pasan la existencia entre la cárcel y la calle, siempre apáticos, indiferentes. Que no muestran ninguno de los estímulos por los cuales se afana la generalidad de los hombres, ni tampoco ninguno de los frenos que constituyen la base de la vida. Sin hogar y sin techo, semejantes al salvaje, y a veces dotados de una psiquis todavía menos compleja, comparable tan sólo a la de los brutos». Importa resumir las conclusiones de este autor, que ha estudiado particularmente el asunto del factor antropológico de la mendicidad. (1) (1) 1 mendicanti, prime note di uno studio sui fatton antropologico e psichiatrico della mendicitá, en Rivista di Filosofia, Pedagogia e Scienze Affini, vol. III (1900).


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Son éstas:

un factor biológico de la mendicidad como de la delincuencia siempre que una lesión grave incurable del organismo hace a un individuo inadaptable para el trabajo continuado. La lesión puede ser congénita, por causas hereditarias; y puede ocurrir durante la vida de un individuo, congénitamente sano, por enfermedades incurables del sistema nervioso. En estos últimos casos son de mucha importancia las intoxicaciones graves del organismo, como, por ejemplo, la intoxicación alcohólica, la metasifilítica, etc. En todos ellos, la mendicidad es incorregible, porque responde a un estado de debilitación del sistema nervioso agravado por las condiciones sociales en que estos individuos viven continuamente. 2.a La mendicidad habitual es, pues —en la mayoría de los casos—, la expresión de una degeneración regresiva en la fase que precede a la eliminación de los seres inadaptables. Realmente, estos individuos sobreviven aún, pero su supervivencia individual sólo es posible mediante el sacrificio de muchos elementos de la vida de relación, de todo lo que no es inmediatamente necesario para la conservación del individuo. Así, habiendo perdido el instinto social y moral y la afectividad, pierden también, en parte, el instinto sexual —carácter frecuente en los mendigos— o le conservan obtuso, pervertido e infecundo, o finalmente, si conservan la aptitud de procrear, carecen de la de proteger a la prole; de modo que agravándose la degeneración en los descendientes, conduce a su desaparición. 3.2 Su temibilidad varía según los individuos, y no está en razón directa del grado de degeneración. Estos mendigos que parecerían útiles para el trabajo, si examinando su voluntad microscópicamente no se advirtiera en ellos lesiones más o menos irreparables, son los que deben recurrir a falsificar la ancianidad, la enfermedad, los defectos orgánicos de toda clase. «Entre la gente de la hampa y en el lenguaje pintoresco de /a trena —dice Maestre— (1) hay una expresión titulada el pliegue del «l .a Hay

(1) Lesiones y deformidad, Madrid, 1899, pág. 19.


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pobre éste es un surco hecho adrede en el rastro, bien para simular amigas de vejez, bien para fingir cicatrices o úlceras con que excitar la caridad pública, cuando no es maniobra de algún pájaro de cuenta, con el fin de alterarse la fisonomía y poder burlar de este modo la identificación. El pliegue del pobre se hace de fácil manera: se coge un pellizco de la piel de la cara, fuertemente entre los dedos, y se conserva sujeto por varias horas; si el individuo que realiza tal operación se cansa, ayúdase con unas tenacillas de madera, de presión moderada y continua, y al cabo de algún tiempo queda en la piel de la mejilla un surco hondo o un pliegue saliente, según se quiera, que luego se pinta de rojo o de blanco, y hecha queda la cicatriz o la úlcera; esa señal dura casi todo el día; si todas las noches se repite la maniobra, todos los días se estrena la marca». El repertorio de las simulaciones es variadísimo en su vulgaridad. De arte más fino son los desmayos y accidentes que acometen en la vía pública a algunos jóvenes pordioseros de ambos sexos. Los ancianos recurren con frecuencia al expediente de la caída aparatosa, precedida de la pérdida del báculo y el temblor convulsivo de las piernas. Al levantarles el transeúnte compasivo, preguntándoles por la causa del mal responden invariablemente: Hambre», con la voz cavernosa, que debe salir de la oquedad de una víscera vacía. Sólo el mendigo maltrata su cuerpo, ofendiéndole con la apariencia de los más repugnantes males. Sólo él gusta de exhibir miserias. En el fondo de su espíritu, muchos deploran sinceramente no estar lisiados aparentemente. Y pasan las horas muertas en posturas de tormento, inmóviles e impasibles, cual si tuvieran el don de hacer ausentar el alma de su cárcel, hasta llegada la hora de gozar de la miserable vida de relación que los aguarda en cafetines, tabernas y mancebías. 3)

la vida mendicativa Si se considera, conforme dijimos, el estado del golfo como embrionario en la mala vida, puede afirmarse que, en la


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diferenciación de las especies de ésta, mientras la delincuencia y la prostitución obedecen a un proceso evolutivo, la mendicidad es siempre efecto de una involución, de una disolución casi. ‘De la indignidad y de la vileza del mendigo que lo es de profesión, difícilmente puede formarse idea quien no lo haya observado», dice doña Concepción Arenal. (1) De su inferioridad biológica, tampoco. Todos los malos efectos de la naturaleza y la sociedad se juntan para hacer de la mendicidad el paradero inevitable de los ensayos defectuosos, los ejemplares estropeados y las muestras inutilizadas de la humanidad destinada a la belleza, la fuerza y la inteligencia. Las más hondas lesiones de la personalidad se encuentran aquí con increíble abundancia. Sin contar los imbéciles e idiotas, a quienes el público llama invariablemente tontos (véase uno en la fig. 45), admira la frecuencia de matoides o alocados, especialmente en el grupo de mendigos cantores, bailarines o tañedores de instrumentos, cosa que salta pronto a la vista sin más que reparar en la extrañeza de sus cantos, en la forma extravagante, macabra a veces, de sus instrumentos, en sus gestos y singular manera de exhibir su irreparable desgracia. ¡Cuántos epilépticos, abúlicos, neurasténicos! ¡Cuántas heridas profundas de la voluntad! ¡Cuántas conformaciones del espíritu desviadas de las que aprovecha la sociedad actual, que hacen caer a los que así las tienen, vencidos y fracasados, a pesar de su valor, en este final lamentable! La vista de las monstruosidades, enfermedades y defectos, reales o fingidos, de otros, aumenta el horror de los cuadros de la mendicidad, de suerte, que viendo a los mendigos, silenciosos y huraños, en las casas de recogimiento y en los asilos, »en la penumbra mal iluminada y oscilante, aquella masa obscura e inmóvil, parece —como ha dicho Ferrero describiéndolos— un

(1) De la mendicidad


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montón de cadáveres arrojados al azar, una caterva de muertos, heridos por el hambre y por el frío y aplastados por el dolor; el campo de una batalla misteriosa y terrible, en la cual centenares de cuerpos humanos cayeron para siempre en la inercia obscura y eterna de la muerte». Elementos de que se compone la degradación del mendigo, son, según la señora Arenal, que los analiza delicada-

Fig. 45. Joven mendigo.


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mente, (1) primero el vencimiento de la resistencia a mendigar; después la mentira y falsedad que acompañan a este acto, la ociosidad, la vida en-ante y sin hogar, la comparación de su miseria con la prosperidad ajena, las pruebas de desdén, indiferencia y antipatía que recibe. Es, en una palabra, todo su género de vida reducido a patentizar la inferioridad miserable de su estado, lo que los lleva a los últimos extremos de la metamorfosis regresiva que acompaña al parasitismo. Ejércese el pordioseo de muchas y distintas formas. A la llegada del buen tiempo, caravanas enteras se dispersan por los caminos, dejando los puestos de invierno que ofrecen en Madrid las Injurias, las Cambroneras y algunos otros abrigos suburbanos. De Mateo Alemán es el siguiente pasaje87 en que se relata la odisea plebeya de esta gente, eternamente monótona y cansada: «Salíamos a temporadas a correr tierra, sin dejar aldea ni alcarria de la comarca que no anduviésemos, de donde veníamos bien proveídos, porque nos daban tocino, queso, pan, huevos en abundancia, ropa de vestir...; pedíamos un traguito de vino por amor de Dios, que teníamos gran dolor de estómago; dondequiera nos decían si teníamos en qué nos lo diesen; llevábamos un jarrito como para beber, de algo más de media azumbre, siempre nos lo henchían; luego, en apartándonos de la puerta, lo vaciábamos en una bota, que no se nos caía, colgando atrás del cinto, en que cabrían cuatro azumbres, y acontecía henchirla

(1) Del pauperismo, vol. 1, cap. XIII.

87 En el Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana, novela picaresca de 1599.


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en una calle, que nos era forzoso ir a casa y echarlo en una tinajuela para volver por más... [Nuestros] zapatos eran unas chancletas muy viejas y muy rotas, y el sombrero de lo mesmo; pocas veces llevábamos camisa, porque pidiendo a una puerta... si decían "perdonad, hermano, Dios os ayude, otro día daremos", volvíamos a pedir "unos zapatitos viejos o sombrero viejo, para este pobre que anda descalzo y descubierto al sol y al agua; bendito sea el Señor, que libró a vuestras mercedes de tanto afán y trabajo como padecemos...". Si también decían "en verdad, hermano, que no hay qué danos, no lo hay ahora", aún quedaba otro replicato, pidiendo "una camisilla vieja, rota, desechada, para cubrir las carnes y curar las llagas deste sin ventura pobre, que en el cielo lo hallen..."; con esto o con esotro, de a ei o eran las entrañas y el corazón de jaspe que no se ablandaba. Escápanse pocas donde no saliese prenda...; era una mina en el ceno de Potosí. Teníamos mercantes para cada cosa, que nos ponían la moneda sobre tabla, sahumada y lavada con agua de ángeles; llevábamos de camino unos asnillos en que caminábamos a ratos en tiempo lluvioso para poder pasar los arroyos; y si atisbábamos persona que representase autoridad, comenzábamos a plaguearla de muchos pasos atrás para que tuviera lugar de venir sacando la limosna; porque si aguardábamos a pedir al emparejar, muchos dejaban de darla por no detenerse, y nos quedábamos sin ella... Otras veces... en divisando tropa de gente, nos aparecíamos a cojear, variando visajes, cargándonos a cuestas los unos a los otros, torciendo la boca, volteando los párpados de los ojos para arriba, haciéndonos mudos, cojos, ciegos, valiéndonos de muletas siendo sueltos más que gamos; metíamos las piernas en vendas, que colgaban del cuello, o los brazos en grillos, de manera que con esto y de buena labia..., siempre valía dinero, y ésta llamábamos venturilla, por ser en despoblado y por suceder a veces muy bien, y en otras no llegar más de lo que tasadamente nos era necesario para el camino».


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Fig. 46. Mendigo.

La vida mendicativa a través de los caminos y alrededor de pueblos y aldeas, es aún feliz en la ventura y próspera en los rendimientos. Almas sencillas, llenas de una piedad supersticiosa, aún quieren ver en los mendigos elegidos del Señor. La cara venerable de algunos, semejantes a apóstoles de retablo, con luengas barbas y cabellera a veces escotada por calva venerable; rostros de santos de Zurbarán o de Rivera, surcados por graves arrugas y con una expresión de profunda respetabilidad —como los


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que aparecen en las figs. 46 y 47—, impresionan aún a los creyentes, que viéndoles marchar socorridos de sus manos, temen o confian si serán enviados del Señor (San Pedro, por lo general), o acaso el Señor mismo, descendido a la tierra para probar a sus fieles.

Fig. 47. Mendigo.

Existen todavía ermitaños, solitarios y aun penitentes que en despoblado reciben y socorren a los pobres. Aún se guarda entre algunos de los mendigos caminantes de Madrid, el recuer-


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do de El Penitente de las Salinas, que, no lejos de la capital, en las proximidades de Aranjuez, albergaba, con grandes muestras de satisfacción, a los mendigos. Hasoitalillos, pajares para pobres y otras instituciones de rústica beneficencia, existen en muchos pueblos, y no falta en ninguno algún vecino piadoso que preste asistencia a los vagabundos pordioseros. Volveremos a tratar de ellos con mayor detención en el libro anunciado sobre Los vagabundo,s.88 En la ciudad, efecto de las nuevas ideas y prácticas en materia de asistencia, es harto más dificil la existencia del mendigo. Salvo los que permanecen usufructuando el derecho de asilo de las instituciones religiosas, la vida de los demás es de persecución y sobresalto en el pordioseo ejercido furtivamente, aparentando distintas representaciones, como los viejos que, echándose unas cuerdas al hombro, fingen ser soguillas, o las niñas y mujeres vendedoras de alfileres y otros artículos menudos. Es particular que todas y cada una de las especies parasitarias, incapaces para cualquier otra profesión, tengan, no obstante, cierto tino de comerciantes.

FI. 48. Depósito municipal de mendigos. 88 Véase nuestra nota 17.


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Sorprendidos en la faena de tender la mano, van desde el Depósito de mendicidad (fig. 48) a los Asilos (fig. 49), en flujo y reflujo continuados.

Fig. 49. Asilo de mendigos.

Algunos tratadistas de la mendicidad enumeran las distintas variedades de mendigos. Así Swirsky estudiando los de Alemania, (1) habla de los que tienden la mano plantados en las

(1) Die Welt der Bettlerund Trinker, en Zeitschnft für die gesamte Strafrechtswissenscha.ft, 1900.


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puertas de las iglesias y en los pórticos; de los que importunan con sus demandas a los visitantes de los cementerios; de los que tratan de excitar la piedad pública con la exhibición de sus males y enfermedades; de los que salen en peregrinación a la tierra prometida; de los que dicen ser veteranos que pelearon y fueron heridos en campaña; de los que piden para trasladarse en ferrocarril a su tierra; de los cuestadores que van de casa en casa demandando limosna, pan, víveres o vestidos viejos; de los que se quejan de sufrir la calamidad de un incendio; de los vagabundos; de los amanuenses o memorialistas de pobres; de los que entran en las casas so pretexto de que alguien los ha recomendado, etc., etc. Imposible sería agotar las variedades, de singular parecido en todas partes. ¿Pero cómo olvidar el mendigo romancero, conservador de la poesía y la literatura en las últimas clases populares? Los pliegos de papel impreso que trovadores y juglares mendicativos llevan a las más escondidas aldeas del país, constituyen, en conjunto, lo que muy bien pudiera llamarse la subliteratura, defectuosa, bárbara, ignorante, pero en la cual no faltan los gérmenes y rudimentos de cuantos géneros se desarrollan después hasta alcanzar la más alta expresión de la belleza, ni tampoco los restos fósiles de las especies literarias que desaparecieron. Mezcladas con las primeras creaciones del ingenio, encuentra el observador, en este campo, las formas arcaicas olvidadas: los triunfos de la muerte, las danzas macabras, los martillos de las brujas, los libros de caballería. Así puede comprobarse sin más trabajo que el no poco divertido de hojear el catálogo de la casa editorial, de respetable antigüedad, de cuyas prendas vienen saliendo la mayoría de las producciones traídas y llevadas por los romanceros. la casa tiene también gran surtido de cuerdas para bandurrias y guitarras, pues es sabido que esta literatura se canta toda al son de guitarra o de bandurria, cuando no de huesos o castañuelas.


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El género místico está representado por algunos romances como éstos: La separación del alma del cuerpo, Oraciones de los pajaritos, La enamorada de Cristo, Las quince rosas de la Virgen, La carta del cielo, El arado de la pasión de Cristo, El reloj de la pasión, a más de innumerables plegarias, devociones, jaculatorias y conjuros como los que se dan en la tan demandada Nómina contra las brujas. la dramática no ha pasado del pasillo satírico (de Muley-el-Habbas, de Don Físgalo Todo, del sordo y el arriero, de Mazapán y Chicharrón, etc.). En los romances, en cambio, hay un extraordinario desarrollo: el romance pornográfico, el coprolálico, el grotesco, el biográfico... y, por fin, hasta el psicológico. No otra cosa, sino ensayo de psicología de los pueblos, es el titulado Carácter y costumbres de las mujeres españolas por provincias. Pero a la multitud la gustan mucho más los romances criminales. «¿Quién no recuerda —escribe Ferri— (1) haber visto en cualquier feria o mercado, pendiente de alto mástil, un cartelón dividido en seis u ocho recuadros, repletos de figuras más o menos enérgicamente expresivas y liberalmente coloreadas por un ignoto Apeles, representando los episodios más salientes de algún drama criminal, que el exhibidor narra primero en prosa y repite después en cantilena más o menos acompañada por discordes instrumentos abortiva o decrépitamente musicales?•. Sólo las muertes y devastaciones de las fieras Corrupta y Maltrana, compiten en aceptación con los dramas criminales. Finalmente, vienen las historias en prosa. Aquí se confunden los héroes fabulosos con los grandes capitanes y aventureros. Aladino, Bertoldo, los

(1) Los delincuentes en el arte, trad. de C. Bemaldo de Quirós, Madrid, 1899, pág. 43.


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Siete pares de Francia, los Siete niños de Écija, Simbad, Candelas, Pierres y Magalona, Diego Corrientes, Oliveros de Castilla y Artús de Algarve, Roberto el Diablo, Tablante de Rocamonte y Jofre Donason, el Marqués de Villena, Jaime el Barbudo, Santa Genoveva, el General Prim, Rosaura la del guante, San Amaro y Santa Lucía, Doña Josefa Ramírez..., todos en confusión disparatada, iguales todos en lo prodigioso, sin diferencias de nación, de épocas ni de clases, son santos de la devoción del pueblo, alumbrados con la llama del entusiasmo que guarda para ellos. ¿Quién dijo que el Ingenioso hidalgo acabó para siempre con los héroes de caballería? Expulsados de las altas cumbres de la literatura, se conservan y conservarán indefinidamente en más bajas zonas guardadas y defendidos por la doble coraza de la ignorancia y de la fe, contra los golpes y tiros de la crítica. Seguro es que se encuentran todavía venteros que, como el que albergó a Don Quijote, tengan en menos al Gran Capitán y a Diego García de Paredes, recordando las proezas de Félix Marte de Hircania y Don Cirongilio de Tracia.

Cantando y distribuyendo esta literatura, que se renueva con el ingenio de memorialistas y fracasados literatos indigentes, regocijando y entreteniendo al público con la música y el baile, contándole historias calamitosas, exhibiendo sus defectos y sus males, tendiéndole la mano simplemente con la muda elocuencia del mangante, van los mendigos recaudando, pieza a pieza, jornales que envidiarían obreros de todos los órdenes. «Unos —decía Luis Vives— (1) esconden con increíble avaricia lo que recogen, y ni aun al morir lo manifiestan... Otros... con lujo y prodigalidad... consumen lo que adquieren en cenas espléndidas...; con más ánimo malgastan ellos un doblón en capones o peces delicados que los ricos un real».

(1) Del socorro de los pobres.


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La avaricia de algunos pordioseros es sorda y terrible. Guardan el dinero que reciben y no comen hasta que la limosna viene dada en forma de alimento. Repetidas y sabidas son las muertes de mendigos que dejaron entre sus harapos fortuna más o menos crecida. Traperos y prenderos no dejan de someter los trapos más desechados a minuciosos análisis en busca de la piedra filosofal que se ha hallado en algunas, acuñada ya con el sello del Estado. Pródigos o avaros, raros son los que no hurtan. El mendigo es, con frecuencia, según observa Leggiardi-Laura,89 un delincuente abortado. Definiéndole, como le hemos definido, por su tendencia a tender la mano, puede añadirse que las tiene largas, aunque no tanto como el ladrón. Los criminales se han dado cuenta de esto, al llamar a los pordioseros atracadores del clyápiro. Al abordar al transeúnte, el mendigo realiza un atraco vergonzante. Por lo general, el mangante apenas pasa del hurto, desempeñando en empresas más dificiles los papeles secundarios de

santero o pasma. En algunos la tendencia al hurto va acompañada de otra tendencia, no menos poderosa, al desprendimiento. Así la Pedra que Pérez Galdós estudia en Misencordia. «Con una breve frase sintetizó Almudena a su compañera de hospedaje: Ser güena, ser mala... Coger ella tudo, dar ella tudo. Esto es exactísimo. Sorprendente es cómo, a pesar de una existencia en que se combinan enfermedades, vicios y miserias para formar una mezcla de abyección increíble, alcanzan muchos mendigos avanzadas edades. En general, la longevidad es carácter de la mala vida. Habiendo desaparecido el grave peligro de muerte en las leyes penales actuales, el criminal, si logra esquivar el riesgo de

89 Se basan en el artículo antes citado •I mendicanti, prime note di uno estudio sui fattori antropologico e psichiatrico della mendicitá•, Rivista di Filosofia, Pedagogia e Scienze Affini, III (1900). El crédito de C. LEGGIARDI-LAURA venía precedido por su monumental Ricerche d'antropologia criminale e di critica scientffica, Turín, Fratelli Bocca, 1899.


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morir violentamente a manos de otro, puede decirse que tiene probabilidades de larga vida. Entre los homicidas, sobre todo, la muerte violenta es muy frecuente, porque está escrito y probado que «aquel que a hierro mata a hierro muere». Pero, esto aparte, es notable que Olóriz, estudiando la longevidad extrema en España, (1) hallara el máximum de centenarios en los presidios de África, hasta alcanzar una proporción superior a 100 por millón de habitantes. En los mendigos se encuentran vejeces que parecerían imposibles de llevar; ruinosos monumentos humanos que milagrosamente se sostienen, como piedras caballeras, años y años, desafiando los embates de la enfermedad y la epidemia. Viejas como la estampa de la muerte mendigan en las plazuelas y mercados, ofreciendo a las muchachas pedir a Dios por sus almas cuando mueran. El pueblo lo atribuye a mal de ojo, y tiene a éstas y otras en olor de brujería; pero ello es que generaciones de juventud desaparecen tempranas a su alrededor y las viejas mendigas parecen inmortales. Ésta sería una de las ventajas de la degeneración de que habla Gina Lombroso: (2) la resistencia al dolor, a las enfermedades y la muerte.

III LA INFLUENCIA DE LA LIMOSNA En Madrid, por costumbre tradicional, o por no haber pensado la mayoría de las gentes en las gravísimas consecuencias sociales que un socorro imprudente tiene, la limosna inconsiderada y en la vía pública, sigue siendo una institución más dificil de desarraigar de lo que pudiera creerse. (1) la longevidad extrema en España, Granada, 1898, pág. 5. (2) I vantaggi della degenerazione, Como, 1901.


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En primer lugar, nuestra tendencia habitual a molestamos lo menos posible, y la ley del menor esfuerzo, nos hacen seguir siempre, como solución a cualquier problema, la línea más fácil y cómoda, aunque luego resulte que la solución es pésima. La progresiva humanización de los instintos y la difusión de las ideas altruistas que llenan el ambiente, aparte de los sentimientos de caridad imbuidos en los preliminares de la educación, hacen pensar en la necesidad de remediar, por mecho de la limosna, la desigualdad de vida existente entre el hombre que dispone de lo necesario o más de lo preciso para vivir y el que carece de ello. Un espíritu práctico y previsor, estudiaría las condiciones en que había de dar la limosna, de manera que satisficiera una necesidad real, sin que el organismo social se perjudicara con ello en breve ni en corto plazo; mas los imprevisores o gentes sensibles, no se paran a considerar tanto, y a la sugestión en ellos producida por las lágrimas e imprecaciones del que pide, responden alargando automáticamente el brazo y socorriendo de la manera más cómoda, más primitiva y perjudicial. El siguiente pasaje de Gilon (1) va a ahorramos toda consideración sobre este punto: «Esos cinco céntimos que dais a una mendiga, se unen a otros cinco céntimos que otro transeúnte acaba de dejarle. De este modo, poco a poco, reúne lo necesario para vivir sin trabajar. ¿Para qué buscar trabajo? ¿No le es más fácil —a ella que no tiene dignidad— pasearse y alargar la mano? No tiene ni amo ni jefe de taller que le amoneste. Se levanta y se acuesta cuando quiere. ¡Es libre; es rentista! De la ociosidad nace la lujuria. Necesita un hombre, lo busca y lo mantiene. Hay muchos hom-

(1) Citado por Sanz Escartín, El individuo y la reforma social, página 201.9°

90 Se trata del libro de Emest GILON, Miséres sociales: le lurte pour le

bien-étre, París, Fischbacher, 1894.


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bres de esta moralidad. Vienen los hijos, ¿les enseñará un oficio? ¡Para qué! Como los nobles de antes, y quizá todavía un poco como los de hoy, esos miserables desprecian el trabajo. la mujer que recibe vuestros cinco céntimos ve aumentar sus ganancias desde que lleva una criatura en brazos. Si la criatura es sana, le hará sufrir hambre para que excite más la compasión. De esa mujer, pues, ha salido una familia de mendigos, dispuesta a propagarse con la rapidez y multiplicidad propias de todos los seres irreflexivos y miserables. Pero como muchos hombres y mujeres han seguido el mismo camino, hay verdadera competencia entre estas familias, y es preciso valerse de habilidad. Un niño enfermizo no es lo bastante para excitar la compasión de las almas generosas; es preciso un niño deforme, inválido. ¿Cómo hallarlo? Pues se alquila. Si en una de estas familias nace una criatura monstruosa, es un premio gordo de la lotería, la felicidad, la seguridad de la vida, la orgía perpetua. Los buenos corazones se conmueven a la vista de la pobre criatura, y la socorren con numerosas limosnas. Pero como no nacen bastantes seres deformes para responder al pedido de que son objeto, así como se transforman las plantas y los animales mediante la acción artificial para su mejoramiento, del mismo modo las familias de mendigos transforman los niños según sus miras. ¡Se crean deformidades! Esto es horrible, vuestro corazón se oprime; pero es un hecho completamente probado. Los ejemplos de tiernos niños encerrados en estrechos cajones, privados de luz y de alimento bastante, devorados por la miseria, no son raros. Los de padres y madres que dislocan voluntariamente los miembros de sus hijos, son comunes. Sí; está probado que padres desnaturalizados deforman ellos mismos a sus hijos, les desvían los miembros y los atrofian por medio de vendajes apretados progresivamente, convirtiendo por estos medios una criatura hermosa en un desgraciado impedido. La mayor parte de los mendigos que presentan anomalías más o menos extraordinarias, son evidentemente monstruos artificiales, individuos preparados desde su tierna edad para la profesión de mendigos. Su deformidad ha


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equivalido para ellos a un aprendizaje, y les ha asegurado, por decirlo así, "una posición". No es posible citar todos los suplicios que sufren las desgraciadas criaturas. Con frecuencia estos niños consideran como necesarios sus sufrimientos. Han oído siempre hablar del éxito de tal o cual mendigo que debe sus grandes ganancias a una deformidad; han visto cómo goza de ellas, y han llegado a desear una situación análoga. En los departamentos franceses próximos a España es donde se halla el centro principal de explotación de deformidades. En el Alto Garona, particularmente, se encuentran fábricas de impedidos. He aquí el procedimiento que se emplea: Se coge a un niño menor de diez años, se doblan sus piernas y se sujetan contra los muslos por medio de una correa, al principio ligeramente para evitar la gangrena. Poco a poco los miembros se atrofian, y la vida toda se refugia en el tronco. Luego se coloca al impedido en el cajón, de donde no sale ni para domar, cruzándole las piernas de suerte que no puedan recobrar más sus fuerzas. Estos infelices son alimentados escasamente por sus explotadores que han pagado a los padres de 50 a 60 francos por su propiedad. Sus provechos diarios son de unos 7 francos. «He aquí —exclama Gilon— uno de los resultados más tristes de una ciega filantropía». Como decía nuestra doña Concepción Arenal, «si la caridad de otros tiempos era esencialmente patológica, la de estos nuestros debe ser principalmente higiénica»; (1) no debe darse al pobre sino en condiciones tales, que le sea provechosa, sin correr el riesgo de enemistarle con el trabajo honrado, convirtiéndole en un holgazán sucio e incurable, que sólo perjuicios puede traer a la sociedad. «Si queréis reducir a un hombre a la miseria para toda su vida, socorredle tres veces», dice don Federico Rubio. (2) (1) El pauperismo, vol. II, pág. 303. (2) Doctor Ruderico, Terapéutica de la felicidad, Madrid, 1894, pág. 252, citado por Gómez Ocaña " , La vida en España, pág. 42.


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La opinión es universal, y hoy ya se considera la limosna imprudente como agente que contribuye poderosamente al mal terrible del pauperismo que aflige a las naciones «propagándose como la lepra, secuestrando por millares obreros válidos y sacándoles de una sociedad honrada, laboriosa y acomodada para echarlos a la de los holgazanes y vagos que viven de la crápula, que tienen sus costumbres especiales, que viven en inmundos lupanares y que piden su alimento a la conmiseración pública» (Tamariz). En resumen: si, subjetivamente, la limosna es siempre una buena obra, cuando obedece a una piadosa reacción ante el dolor y el sufrimiento ajenos —no a un alarde exhibicionista o al estéril deseo de comprar el cielo—, objetivamente puede dejar de serlo las más de las veces, como hemos visto. En otro tiempo se decía: «haz bien sin mirar a quién». Hoy no puede prevalecer este aforismo. Hay que dar a cada uno el bien que necesite, mirándolo mucho. Sanz Escartín resume los preceptos en que según la Charíty Organisation Society, debe inspirarse el que pretenda hacerlo: 1) No dar jamás a quien mendiga en la vía pública sino recomendaciones para una sociedad benéfica; 2) No otorgar nunca socorros sin previa información; 3) No emprender obras de caridad si se carece de práctica, conocimientos y carácter adecuado a tan importante función; 4) Restringir todo lo posible los socorros a domicilio para los que cuenten con socorros, aunque insuficientes; 5) Y, finalmente, proponerse como objeto, más que distribuir dinero, levantar el sentido moral del pobre y enseñarle la previsión. »El fin superior que debe proponerse la beneficencia —añade— (1) es llegar a ser innecesaria. A este objeto, más que la obra, preciosa y laudable, sin duda, de enjugar los sufrimientos actuales, contribuyen todas aquellas consagradas a mejorar

(1) El individuo y la reforma social, pág. 214.


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de una manera permanente la salud física y moral de las clases inferiores de la sociedad. Realizar la beneficencia en forma tal que favorezca y estimule el ejercicio de la previsión, y levantando en vez de deprimir el sentimiento necesario de la dignidad humana, es sin duda el empleo más noble, más fructuoso y más bello de su actividad que puede proponerse aquel que disfruta de los halagos y de los dones de la fortuna».



CAPÍTULO V LA ELEVACIÓN DE LA VIDA

EMOS TERMINADO nuestra tarea. En vano pretenderíamos resumir ahora en una página el dolor y el mal que causan en el mundo tantas existencias desdichadas. Sólo la vista de la realidad puede hacerlo sentir angustiosamente un instante que jamás llega a olvidarse. Nunca el lenguaje lo expresará, porque, según ha dicho maravillosamente Flaubert, «la palabra humana es como un caldero rajado sobre el cual tocamos un ruido que hace danzar a los osos, cuando quisiéramos enternecer a las estrellas•. Si se desea luchar contra esos males, atenuándolos y evitándolos, únicamente la ciencia puede sostenemos. Como observa muy bien De Fleury, (1) «durante mucho tiempo se ha reprochado a la ciencia no damos nunca más que negaciones, no procurarnos sino un ilusorio bienestar material, sin que pueda hacer nada para extinguir el dolor y la fealdad aquí abajo«. Pero los ojos se vuelven a ella pidiéndola lo que por mucho tiempo se ha pedido inútilmente a las leyes y las penas, y hoy comienza a darnos el estudio científico de las enfermedades sociales.

(1) L'áme du criminel, París, 1898, pág. 56. 13371


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«Tenemos el derecho de afirmar —continúa diciendo el autor citado— que siempre que hayamos sorprendido las condiciones de un fenómeno fisico, biológico o social, podemos aprovechar prácticamente nuestro conocimiento.. Sirva algún ejemplo para demostrarlo. Tomemos cualquiera de los grandes factores que hayamos podido encontrar en el estudio de la mala vida. Tal vez sea el alcoholismo el más importante de todos. ¿Qué hacer para arrancar al pueblo de la taberna, apartándole de los caminos que conducen a la mala vida? Aquiles Loria91 considera el alcoholismo como corolario del ocio en el rico, y en el pobre de un trabajo espasmódico e incierto. Y en uno y otro, pudiera haber añadido, para completar los modos principales de la motivación alcohólica, corolario también de las derrotas en la lucha por la vida. Se ha considerado el alcoholismo como causa de miseria. Pero a esto ya contestó Liebig que más bien que su causa es su efecto. »Cuando el obrero —decía— gana con su trabajo menos de lo que necesita para procurarse la cantidad de alimentos necesaria a su sostén, una necesidad imperiosa, inexorable, le fuerza a recurrir al aguardiente. ¿Cómo queréis que trabaje, si la insuficiencia de alimentación le quita todos los días cierta porción de su fuerza? El aguardiente, mediante su acción sobre el sistema nervioso, le permite reparar, a expensas de su cuerpo, la fuerza que le falta y gastar hoy la energía que en el orden natural de las cosas sólo debiera emplear mañana. Es como una letra de cambio girada sobre su salud y que necesita renovar siempre, porque su falta de recursos le impide satisfacerla. Consume, pues, su capital en lugar de los intereses, y de aquí, inevitablemente, la bancarrota de su cuerpo». Preciso es darse cuenta de las condiciones de la vida de los pobres.

91 Aquiles LORIA, Problémes sociaux conwmporaines, París, 1897.


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«Cuando al amanecer —dice el doctor Rosliet, estudiando el alcoholismo de los niños—, el marido se va a la fábrica y la mujer al taller, dejando al niño pequeño en la cama o al cuidado de una vecina, y enviando al mayorcito a la escuela o al oficio, todos sufren: la madre, separada de sus hijos; los hijos, privados de las lecciones de su madre. La habitación abandonada, sucia, desordenada, sin que pueda reprocharse a la pobre mujer, que, a la hora de la vuelta, apenas tiene tiempo para dar de comer a la familia y acostar a los niños. Sólo aguarda al obrero en su habitación el descuido repugnante y la alimentación insuficiente. Entonces el obrero corre a la taberna, donde todo contrasta con aquel triste interior. Allí está la daridad alegre y tibia, el ruido de los vaqns, las risas y ocurrencias de los camaradas. Se bebe, se charla, se fuma, se arreglan los destinos del país y se bebe de nuevo, y al fin la embriaguez llega». ¡La amable hada, elevadora del alma, exaltadora de los sentidos, que levanta paraísos artificiales al toque de su varita de virtudes! Gran limitación de espíritu es la de suponer que las gentes se embriagan por gusto de bebidas que el organismo no tolera las primeras veces sin repugnancia. La verdadera causa del alcoholismo es de orden emocional. Lo que al alcohol pide el hombre fatigado, deprimido, hastiado de la vulgaridad de una vida cansada, monótona y desdichada, es el poder de transportarse, en un vuelo, a otra existencia mejor, donde el alma se halle a gusto. Pérez Galdós pone en boca de la misericordiosa Benind2 estas palabras, que encierran la profunda lección del mal alcohólico: •Cada uno, por el aquel de no sufrir, se emborracha con lo que puede; ésta con el aguardentazo, otros con otra cosa».

92 Personaje fundamental de Misericordia, 1897.


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El alcohol no es sino un medio, el más grosero, de procurarse la alegría de la vida. (1) Por sí mismo descubre el mal la manera de tratarle. Bueno es luchar contra él con toda dase de medios: «los artículos en los periódicos, las conferencias populares con proyecciones de escenas que impresionen, las imágenes fijadas en escuelas y talleres que hagan comprender las consecuencias de la intoxicación alcohólica, los poemas como L'Assommoir, las lecciones dadas y repetidas a jóvenes y adultos• (De Fleury);93 pero si la verdadera causa del mal no es otra que el deseo, eternamente fracasado y vencido, de hacer cesar «la insuficiencia de actividad cerebral, la indigencia, la torpeza de las facultades mentales, la ociosidad de la inteligencia• (Augangneur), su remedio eficaz no será otro —según escribe Ferri-- (2) que «la elevación de la vida popular: disminución de las horas de trabajo, aumento de los salarios, vida de familia más atractiva, por consiguiente, distracciones, higiene, etc., etc. Sólo mediante esta atenuación y eliminación de las causas del alcoholismo, veremos atenuarse y eliminarse sus efectos, a la manera que la embriaguez de las clases acomodadas, tan general y repugnante en la Edad Media, ha desaparecido casi en nuestros días, merced al cambio verificado en sus condiciones sociales•. Pero no es sólo la vida popular aquella cuyo nivel debemos levantar para impedir que, en sus últimas capas se descomponga, dando lugar a los modos reprobados de existir que hemos examinado. Preciso es que alcance a la sociedad entera,

(1) V. el estudio de Salillas, La embriaguez psíquica, en Anales del Laboratorio de Criminología, I, 1899-1900. (2) La justice pénak, pág. 49. V. también Sociología criminale, pág. 417.

93 DE FLEURY, Introduction á la médecine de l'esprit, París, 1897. Es libro citado por LIANAS en el cap. III de su Alma contemporánea, 1899.


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impidiendo esas transacciones con el vicio, cuyo más asombroso ejemplo es la prostitución reglamentada. Se habla de las ventajas de este régimen, que graves pensadores consideran como una industria licita. (1) Se dice que previene una gran cantidad de delitos sexuales. Puestos a recordar los beneficios de la prostitución, casos pudieran registrarse en que las prostitutas, como los gansos del Capitolio, salvaron a la patria. (2) Verdaderamente la prostitución es una forma transitoria sostenida en la cual se desarrolla la vida sexual de las sociedades hasta tanto que en este capítulo de la vida adquieran los hombres el self-control, el dominio de sí mismos, la continencia, que aparece como ideal para la vida.94

(1) Por ejemplo. Schrrider, Das Recbt in der gescblecbtlicber Ordnung, Berlín, 1893. Al final de la obra trae un Código de las relacione sexuales (matrimonio, amor libre, prostitución). Participan muchos de las ideas de Schrdder. (2) Fue en la guerra de sucesión •Para hallar ejemplo parecido a lo que entonces ocurrió —dice Chaulié (Cosas de Madrid pág. 6)— hay que buscarle en los tiempos bíblicos, cuando las hijas de Moab resolvieron hacer pecar al pueblo elegido. En Madrid las huéspedas de las mancebías prodigaban de buen grado sus torpes halagos a los extranjeros, con tanto más afán y baratura cuanto más nocivos pudieran serles. 10.000 hombres costó a los aliados tan perversa determinación. Terminada la guerra, aquellas desgraciadas, que tanto mal causaron al enemigo, llevaron su atrevimiento hasta el punto de solicitar un distintivo público que recordase su proceder. El Consejo de Castilla ni aun contestó a su instancia, considerando el hecho como nunca sucedido..

94 Scipio SIGHELE, en Eva moderna, que habría de ser traducido al castellano por Cristóbal de Castro, Madrid, Calpe, 1921, traza un balance de la cuestión que proponen aquí los autores. Relata Sighele cómo la continencia sexual, predicada por TOLSTOI en la sonata a Kreutzer, 1889, fue objeto de vivísimo debate en la sociedad finisecular, que tuvo expresión literaria y divulgación manifiesta en las novelas de Jules BOIS, como La mujer inquieta, don-


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Muy lejanos aún de él, en vano se querría desterrada de las costumbres. Un experimento social del estado de las mismas en este punto, viose pocos años hace en la adelantada y culta Suiza, en la misma ciudad centro del movimiento abolicionista. No menos de 22.000 firmantes suscribiendo la petición de la clausura de las mancebías, pidieron a mediados de 1895 el referendum sobre un proyecto de ley reprimiendo el lenocinio. Dio curso el Consejo a la petición. Los antiabolicionistas estaban en mayoría. La tarde del 22 de Marzo de 1896, fijada para el plebiscito, no se oía por las calles de Ginebra otro grito que el de «¡Abajo los pietistas! ¡Al lago con ellos!». El escrutinio dio 8.502 no y 4.053 sí. Al saberse el resultado, la muchedumbre entonó la Marsellesa y la Carmañola con estribillos obscenos. La canalla de los lupanares se había dado cita para atizar el fuego. »Faltó poco —escribía el profesor Fiaux— para que se gritase: »¡Panem et lupanari!». (1) Éste es el suceso que ha inspirado a Guillot todo un libro. (2) Recordando los hechos, Wuarin, el apóstol de la »democracia

(1) V. Rivista Penale, Agosto, 1899. (2) La lutte contre l'exploitation et la réglementation du vice á Genéve, París, 1899. de se ensalza el ideal de pareja platónica. La divisa de Tolstoi «La sensualidad es contraria a la idea moral, único fin supremo del Universo-, fue bandera del regeneracionismo europeo, aliado con la ciencia positiva. LIANAS proponía en Alma contemporánea. Estudio de Estética un arte ideal para el porvenir que superara las producciones artísticas de la degeneración fin de siglo. Las intenciones de Quirós y llanas en cuanto a sus estudios de criminología, anuopologia y correccionalismo, y sus actividades como conferenciantes en la extensión universitaria para obreros, durante los fines de semana, atienden otros frentes en el mismo sentido. Junto a la moralidad y a las teorías de los numerosos filósofos de da vida ascendente., preside la intención de los autores regeneradores de La mala vida en Madrid un principio psicofisiológico al uso de sus doctrinas: desviar las energías escasas de los humanos, agotados por la civilización, del placer al trabajo dignificador, creativo y altruista.


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ordenada», escribe melancólicamente de sus antiguas convicciones.95 »Los vencidos del 22 de Marzo —dice— (1) vieron desvanecerse muchas creencias queridas, que creían máximas indiscutibles acerca de la esencia de la democracia. Como si hubiera caído una venda de sus ojos, comprendieron de improviso cuánto de incoherente y de contradictorio, de noble y de vil encierra el alma de un pueblo, aunque sea una república secular. Ningún profesor de filosofia hubiera podido darles jamás la lección experimental que acababan de recibir, y que les obligaba a volver sobre muchas de sus ideas anteriores en materia social... Sufrimos como se sufre asistiendo a la caída de un hombre de mundo, cuya honradez y corrección hubiéramos garantizado y.a quien de pronto descubriéramos mezclado en vergonzosa aventura. ¡Y era la patria ginebrina la que así traicionaba nuestra confianza!». Pero si no es posible abolir la prostitución hasta que ella, caduca, se extinga por sí misma, preciso es acabar con la prostitución garantizada y reglamentada por el Estado. Este odioso régimen ha sido condenado, mediante afirmaciones irrebatibles, por la Liga Continental para la abolición del vicio, fundada por la señora Josefina Butler y extendida hoy, con éxitos crecientes, por todos los países cultos. (2) «El fantasma de la sifilización nacional» (Potier), es la amenaza con la cual se quiere mantener la concupiscencia.

(1) Histoire d'un plebiscite, en Reme de Morale Sociale, 1900. (2) V. J. E. Butler, Personal reminiscences of a great crvrade Londres, 1896. Quien quiera conocer al detalle el estado de este problema, puede consultar la colección de Le Bulletin Continental, organe central de la Fédération abolitioniste internationale.

95 Louis-Théodore WUARIN, conferenciante y polemista. De su extensa bibliografía destaca el alegato L'état et Pécole, ou des devoirs et des droits de l'étctt en matiere d'enseignement et d'éducation, París, Fischbacher, 1885.


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Ahora bien —como escribe el mismo autor—, (1) está completamente demostrado que la visita sanitaria es una garantía enteramente ficticia. Si la prostitución clandestina da, como término medio, un 32,44 % de bajas por enfermedades venéreas y sifilíticas, la prostitución del Estado no se halla mucho más saneada, puesto que acusa a su vez un 15,50 %. (2) Se piden perfeccionamientos en la máquina repugnante; se quiere someter a todas las clandestinas. ¡Como si fuera posible —según escribe Feré— (3) querer curar el vicio con el vicio! ¿Pretender hacer inofensiva la prostitución? ¿Intentar arrancarla el aguijón venenoso? La triunfante elevación de la galantería, libertará siempre de la esclavitud de una higiene que ultraja a la mujer, humillándola irreparablemente. Extrañas pudibundeces de los reglamentaristas les llevan a admitir incoherentes excepciones. Gran ruido escandaloso ocasionó no ha mucho la pretensión del Gobernador que se permitió intentar reglamentaciones higiénicas de amores homosexuales en una capital, cuyo nombre pudiera ser Sodoma. Quede, pues, la infelicísima Venus vaga, amorfa, abandonada, con sus inevitables peligros —de los cuales la sifilización no es el único, ni siquiera, tal vez, es el más grave. Reducida a ese estado, disuelta la organización al modo que se encuentra en otros países, será más fácil y seguro el desarrollo de una nueva moral sexual fundada en el principio de la continencia. «Sólo en nombre de la psicología de brutos sometidos a la locura del celo periódico —dice Feré— puede afirmarse la irresistibilidad de las impulsiones sexuales. La ignorancia es la madre del vicio. Como dice Foster Scott, miles de hombres se hubieran conservado puros si hubieran comprendido la respon(1) Les filies, en L'Humanité Nouvelk, Noviembre, 1900. (2) Eslava, La prostitución en Madrid, pág. 91. (3) L'instinct sexuel, évolution et dissolution, París, 1900.


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sabilidad y peligros de la impureza y si se les hubiera enseñado que el instinto sexual convenientemente reprimido, puede elevar al hombre al más alto grado de su poder». Feré, psiquiatra de los más eminentes de Francia, ha hecho a la vez un libro de ciencia y de moral, declarando desde la introducción su propósito de demostrar la necesidad de frenos y responsabilidades en la actividad sexual, contra todos los que hasta ahora pretendían su naturaleza incoercible, su imperio desmesurado que fuerza a la obediencia, aun cuando se presente en formas anormales. ¡Cómo interesan las obras de moral social en los países cultos europeos! Un ejemplo muy edificante hará ver la diferencia considerable que existe entre el interés que es capaz de tomar por estos asuntos el espíritu de nuestro pueblo, tan indolente e ignorante, y el de los hombres de otros países, donde la elevación del ideal moral y la pasión acendrada con que se le mira presagian el porvenir de una humanidad nueva. Dedicábase hace algún tiempo en Holanda a la propaganda abolicionista el pastor H. Pierson, cuando un día viose soprendido por la carta de un joven panadero de Amsterdam, llena de buenos propósitos en la lucha contra los vicios sexuales. Por consejo del pastor, el muchacho, en compañía de un amigo, echó los cimientos de una singularísima Misión de noche, que funcionaba de este modo: apostábanse los jóvenes cerca de una mancebía, abordando a todo el que pretendía entrar y procurando disuadirle de su intento. ¡Imagínese la odisea que tal expediente les haría correr! El ejemplo, no obstante, es contagioso. Luego de sufrir muchas y muy crueles burlas, soportadas en homenaje a la dignidad de la causa, los jóvenes catequistas, aparte de muchos triunfos morales, lograron que la prensa propagara los rasgos de su abnegación, extendiendo las misiones de noche por Haarlem, La Haya, Rotterdam, Utrecht, etc. Hoy la asociación es muy conocida, llamándose sus miembros Midderrzacht-zeudeling, los misioneros de noche.


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Con harto menos habríamos de conformamos aquí, y es triste que por apatía, por esa abulia y seudoparálisis especial de nuestro pueblo, las cansas nobles, las causas buenas queden bien pronto abandonadas, sin que reaccione el espíritu nacional, momentáneamente, más que bajo el efecto galvánico de la palabra que el apóstol o el entusiasta le dirigen. Nuestra es la responsabilidad, nuestra la culpa en la prostitución como en la mendicidad y en el crimen. Los más grandes pensadores, las más hábiles plumas están cansados de decido y escribirlo. El epitafio del usurero, creador de instituciones de beneficencia, pero autor antes de los pobres, podría ser el epitafio de la sociedad actual. Ella permite que la porción de humanidad que nace orgánicamente defectuosa y económicamente desheredada, lo mismo que la que se inutiliza en el curso de la vida, caiga en el estado de la mendicidad o en el del crimen. De poco sirve que el dolor derramado en el mundo por tantas vidas miserables forme el corazón de algún filántropo, que se dé por completo a la asistencia abnegada de abandonados y desvalidos. Intactas las causas, el mal sigue produciéndose, substrayendo a la humanidad fuerzas y energías. Devueltos al medio aquellos que se pretende corregir en reformatorios de variada índole, apenas salen de ellos encuentran las mismas pervertidas condiciones no eliminadas por eficaz prevención social. Preciso es reobrar contra ellas, emprendiendo la gran obra de saneamiento del medio que permita, por fin, la deseada elevación de la vida. Toca en esta función al Municipio la parte más importante. El ejemplo de lo que se hace en las ciudades adelantadas puede servir de guía en este punto. Desgraciadamente lo desconocen la mayoría de nuestros consejeros municipales, hombres que desde su aldea vinieron a la corte y, recluidos en ella, no conocen de Europa sino el mapa.


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No queremos barriadas para obreros ni algunas de esas medidas, cincuenta años retrasadas, que algunos proponen ahora. Abandonado a sí mismo, aislado, confinado, el pueblo se pervierte y descompone. Fermenta en él la mala vida. Sería preciso, por el contrario, una gran compenetración de clases, un contacto continuo, una vida íntima por efecto de la cual, recibiendo la piedad y la enseñanza de las almas de buena voluntad, el pueblo perdiera su ignorancia, su superstición, su grosería, sus vicios, su suciedad. En este sentido, instituciones como Toynbee-Hall (1) y otras muchas, en que son, casi, inimitables los anglosajones, debieran intentarse, llevándolas a los barrios bajas, para dar a su población el gusto de las cosas nobles del espíritu, única esperanza de que deje de encanallarse 96 Todo esto no son, en un libro más bien dedicado a la patología que a la terapéutica, sino ligeros apuntes que, para ser más eficaces, necesitarían organizarse y documentarse mejor que lo hemos hecho, lo cual podría ser el asunto de otra obra que ofrecemos al que quisiera hacer este bien. Terminaremos diciendo que sólo por los métodos apuntados es como se ha llegado a conseguir la disminución del crimen y del vicio en algunas poblaciones. Ejemplo: Londres, la mayor capital del mundo, donde —como escribe Lombro-

(1) V. L. Palacios, Toynbee-Hall, en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Enero 1899.

96 Fue Arnold TOYNBEE destacado sociólogo. Su pensamiento, defensor de la iniciativa privada y el cooperativismo, frente a un estado inoperante en materia de reforma social, se perpetuó en un núcleo de amigos y admiradores que, a su muerte, publicaron algunos escritos inéditos: Lectures on the industrial revolution in England, 1884, e Industrial Peace, 1887. la institución que llevó su nombre, Toynbee-Hall, en el distrito de Whitechapel, en el este de Londres, ofrecía biblioteca y variada asistencia a la clase obrera.


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so— (1) conspiran todas las circunstancias para aumentarle: densidad, inmigración, miseria, riqueza.

FIN

(1) Le crime, causes et remédes, París, 1899, prólogo.


APÉNDICES

L PRIMERO de estos apéndices contiene dos artículos que fueron publicados en el diario madrileño El Globo (el mismo periódico donde aparecería en faetón, poco después, La busca de Baraja): «Las habitaciones de los pobres» de Bemaldo de Quirós (3-XI-1902) y «Los golfos. de Llanas Aguilaniedo (10-XI-1902). Ambos textos están obviamente conectados con la redacción de La mala vida en Madrid. En El Globo, por las mismas fechas, se publicaron algunos trabajos más de Bemaldo de Quirós y se reseñó su conferencia «Gorld y los decaídos. dada en el Centro de Sociedades Obreras (7-XII-1902). Dicha conferencia fue la base de su artículo «Los vagabundos según Máximo Gorki•, que, junto con «La leyenda del judío errante y la psicopatología del vagabundaje•, ofrecemos en el segundo apéndice. Como ya se indicó, ambos artículos guardan relación con un proyecto de colaboración con Llanas: escribir un libro sobre el tema Los vagabundos. Los dos artículos de Quirós fueron recogidos en el libro Alrededor del delito y la pena (1904). EL. M.]

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1 LAS HABITACIONES DE LOS POBRES En las grandes poblaciones —emporios de cultura y de riqueza— los barrios ocupados por las bajas clases de la sociedad, son como densas manchas de miseria e ignorancia. Leyendo los relatos de los exploradores de estas regiones, pensamos con tristeza en las cosas malas y pérfidas que fermentan bajo esas pústulas. ¿Habéis visto alguna vez las habitaciones de los pobres? ¿Las casas de vecindad, con sus hogares infelices, marcados con los estigmas de la anemia y la miseria? ¿Las casas de dormir, hoteles de hampa contemporánea? Al término de una exploración nocturna, llegamos ante una de ellas una madrugada, hastiados y entristecidos por la contemplación del vicio y la desgracia. Llamábanla sus clientes la piltra del tío Largo.97 Consultados los vocabularios jergales de Salinas, vimos que piltra es voz germanesca, que quiere decir tanto como «cama de burdel o mancebía•. La casa, con su revoque amarillento, sucio y resquebrajado, que no podía encubrir la ruinosa decrepitud que la consumía, semejaba bastante bien la fisonomía de una horrible vieja. Un farol de rojizo cristal, que brillaba en uno de los balcones del último piso, tocando ya el alero del tejado, semejaba a su vez la pupila única del monstruo. La encargada, seguida de su hijo, nos fue mostrando los diferentes círculos de aquel infierno. Abrió una puerta, y nos mostró el departamento de las camas de dos reales. Era una obscuridad, de donde salía un olor 97 Se refiere Quirós a una de sus excursiones por las arrabales de la ciudad para recabar materiales de observación directa con destino a La mala vida en Madrid. En concreto, se describe la piltra del tío Largo o posada de la soga en el capítulo I, apartado VI, 2) «Los barrios bajos».


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penetrante a sudor humano y el singular rumor formado por la marcha de varios relojes, unido al ronquido de sus dueños, isócrono también, acompasado. En otra estancia vimos una prostituta que se disponía a descansar, terminada ya su carrera nocturna. Enana y macrocéfala, era, en verdad, monstruosa; y parecía, además, imbécil. Pero, de pronto, viéndonos inspeccionar su habitación miserable, expresó tan profunda tristeza el cretinoso rostro de la prostituta, que todos rectificamos nuestro juicio; porque, realmente, la expresión se sobrehumano cansancio que apareció en aquella cara, a un tiempo grotesca y seria, como una máscara trágica, revelaba a las claras la luz interior de la inteligencia. Vimos todavía cosas horribles, dantescas por la mezda de terror y piedad que producían, siempre guiados por la vieja, que parecía escapada de un aquelarre, y su hijo, pobre imbécil, aprendiz de torero, que no se cansaba de contarnos, con la voz muy opaca y un particular brillo en los ojos, la muerte de un matador y su gloriosa apoteosis. En la sección de camas a 30 céntimos, la miseria era espantable. Algunos, desvelados por nuestros pasos, se incorporaban en sus lechos y nos miraban con ojos atontados, mientras balbuceaban algunas palabras con el habla triste del despertar humano. Desnudos como estaban, marcándose las costillas y las vértebras en los torsos pauperizados, parecían los personajes de algún cuadro del hambre a punto de ser heridos por la muerte. Dos cabezas reposaban sobre la almohada de una cama. La una, venerable, como de un viejo. La otra, adorable, como de una niña. Eran padre e hija. Díjonos la vieja que aquel padre había tenido que separar a la hija de su madre, porque ya había intentado ésta prostituirla. Anciano, casi inválido y sin hogar se nos apareció custodiando a la niña contra todo. El mozalbete hijo de la encargada, nos llamó aparte para contamos que el anciano aquel había hecho de la hija su querida. La sabia encargada de la posada, reservaba para lo último la habitación de lujo de la casa; sala y alcoba amuebladas, que costaban de alquiler hasta diez reales diarios.


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Creímos hallamos en los Palacios encantados de la señá Bernarda, que se nombran en la hermosa novela de Galdós Misericordia. Dignas eran sala y alcoba de haber albergado al ilustre déclassé Frasquito Ponte. Pendía del techo la armadura metálica, verdinegra, de una araña. Había colgaduras deslucidas y rasgadas en las puertas y en los huecos de los balcones; espejos en las paredes; un velador con piedra de mármol en el centro de la pieza... Ni faltaban allí, como elemento decorativo, las Chulas de Ilovera, que adornan la mitad de las mancebías de Madrid y parte de la otra. La chula morena se hallaba desganada en uno de los ángulos inferiores. Días antes desarrollóse en el salón un sangriento drama. Una rubia, coqueta y atractiva, con la cara cortada por el primer amante, fue muerta a puñaladas por el último en un incidente de baile. La chula morena era testigo, herida también en uno de los golpes. Si mucha pena y espanto sentimos en las habitaciones que antes habíamos recorrido, fue mayor la tristeza que nos sobrecogió al llegar a éstas, donde la miseria se adornaba y presumía con aquel mobiliario derrotado, despojo del Rastro o las Américas, donde van a juntarse, confundidas, pavesas de todos los incendios, espumas de todos los naufragios de la corte. El alma de las cosas revélase a veces con extraordinaria expresión. Y aquellas habitaciones, en que todas estaban tristes y marchitas, agonizantes de miseria, traían a la memoria el recuerdo de la mujer anciana y pobre que mendiga en las calles cantando romanzas sentimentales de amor, pila, que es la figura disfrazada de la muerte! Entre esto y aquello había confusas relaciones y afinidades. Al ver esto pensaron algunos: «Construyamos para el pueblo barriadas higiénicas y alegres. Adornemos sus cacas con flores y pinturas, como las que Ruskin quería ver en los techos de los hospitales para que los enfermos hallaran en el arte un precioso anestésico de sus males» .98 98 John RUSKIN, apóstol de la Religión de la Naturaleza entendida como manifestación de la obra de Dios, cuyo mensaje llega al ser humano


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Mejor sería favorecer la tendencia a la estratificación de las clases sociales en los distintos pisos de las casas, que aún se observa en algunas localizaciones. Así al menos es la estructura de la sociedad, que de este modo establece cierta solidaridad entre todos, y así también con el trato frecuente y continuado disminuye la desconfianza entre ricos y pobres y aumentan las simpatías, mientras el sistema de separación en barrios especiales, al modo de las juderías y los distritos sospechosos en la Edad Media, fácilmente conduce a la descomposición social, y en todo caso aumenta la hostilidad de las clases. ¿Sabremos cuál sería el estado de la flamante barriada un lustro después de ser erigida? Una tendencia hacia el mínimo esfuerzo, natural y constante en todos los órdenes de la vida, nos lleva a la decadencia en toda clase de reformas, de las cuales es el gran enemigo. El abandono a la rutina y a la inercia harían de las suyas, y en breve las bonitas casas, limpias, alegres y dichosas el día de la

por el Arte y el sentimiento de la Belleza. A un periodo de descubrimiento de la pintura prerrafaelista y de las formas góticas, analizadas en sus primeros libros con tono bíblico, sucede en Ruskin hacia 1860 el interés por los temas sociales: exaltación del trabajo creativo frente al capitalismo explotador y al maquinismo, cuyos corolarios son el suburbialismo, la superpoblación y la miseria; la dignificación de la vida obrera, el respeto a la naturaleza frente a la industrialización, etc., como manifestaciones de la tensión creación/destrucción, en cuyo pensamiento subyacen ideas de Schopenhauer y de Carlyle. Las referencias que apunta Quirós son lugar recurrente en las conferencias didácticas que pronunció RUSKIN, a veces en asociaciones obreras, y que se recogieron en dos de sus libros más populares: Sesame and lilies, 1865, y ?he crown of wild olive, 1866. La figura de Ruskin, nunca olvidada, recobró un súbito interés en los años finales del siglo (había fallecido en 1875). La Revue des Deux Mondes ofrecía extensas traducciones de sus textos entre el 15 de mayo de 1896 y el 15 de abril de 1897. Gaston DESCHAMPS publicaba en 1897 su libro Ruskin et la Religion de la Beauté. El propio LLANAS AGUILANIEDO anunciaba .en prensa. en 1899 Lo selecto de Ruskin, de cuya publicación no se halla noticia. En la obra de éste se adivina la influencia de algunos aspectos del pensamiento ruskiniano, en particular en el relato »La Bella Durmiente, Juventud, 2 (10 de octubre de 1901).


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inauguración, adquirirían el aspecto desastroso de involución senil que vemos en los que llamamos barrios bajos. No es la primera vez que los sociólogos han visto realizado espontáneamente este experimento. Cúmplese así la ley de fisiología patológica que condena a la descomposición al miembro que se separa del cuerpo en el cual tiene vida. Abandonado a sí mismo, aislado, confiscado, el pueblo se pervierte, se descompone. Cuando sería preciso, por el contrario, una gran compenetración de clases, un contacto continuo, una vida íntima, por efecto de la cual, recibiendo la enseñanza del ejemplo y el auxilio de las almas de buena voluntad, el pueblo perdiera su ignorancia, su superstición, su grosería, sus vicios, su suciedad. Claro es que esto no va con aquella parte del pueblo, la más buena, que trabaja de por sí en la elevación de su vida, sino con la otra, mucho mayor, que yace bajo ella, en la cual se desarrolla crónicamente la gran tragedia de que Carlyle habla: •No es por su dura labor por lo que compadezco al pobre. Todos tenemos que trabajar... sobre que no hay trabajador concienzudo que mire su obra como un pasatiempo. Lo que me aflige es que la lámpara de su alma se apague; que ni un rayo de conocimiento celestial, ni aun humano, lo visite, y que, en las foses tinieblas, sólo el miedo y la indignación, como dos espectros, lo acompañen. Que un hombre muera ignorante cuando poseía la facultad de conocer, ¡eso sí que es una cosa trágica, aunque suceda, como sucede, veinte veces por minuto!». Y no hay esperanza seria de que este drama termine. C. Bernaldo de Quirós LOS GOLFOS En cualquier tiempo se los encuentra, y el recién llegado puede verlos y aprovechar sus servicios desde que pisa en la estación suelo madrileño; pero nunca como en esta época se echan de ver tanto ni figuran tan notoriamente en la diaria existencia callejera.


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El calor los disocia; parece exaltarles el individualismo incurioso, misantrópico a veces y desengañado, muy propio de ellos. El otoño, en cambio; las bajas de temperatura los agrupan y reúnen en bandas; en cierto modo los conjugan, por lo menos tocante al espíritu, resultando de esta conjugación, como de cualquiera análoga, un rejuvenecimiento o actividad mayor en todos ellos, desarrollo inopinado de nuevas formas y modos de acción; aumento, en una palabra, de su tensión en la vida ordinaria de la villa. Viéndolos estos días agitarse y bullir, semejantes a personajes lejanos de tiempos antehistóricos, en un marco humoso, duro, dantesco, yendo y viniendo entre los pavimentadores de la calle del Arenal, o abatidos de noche al pie de los hornos donde se derrite el asfalto esperando el momento de meterse en ellos sin peligro, como bando apretado de pájaros sucios y friolentos; formando otras veces ruedos compactos sobre el empedrado de las calles, no por lo céntricas menos obscuras e intransitadas, o trotando por las mañanas al sol, encamado y húmedo el hocico, descubiertas las tostadas carnes por troneras y rasgaduras de la ropa, los he recordado como a conocidos antiguos, sintiendo por ellos la simpatía que siempre inspiran lo natural, el tipo primitivo, no deformado. La incuria paterna para algunos, la inadaptabilidad por causas distintas al medio social para los más, sin olvidar los fracasos de la vida y el vicio adelantado, son otros tantos motivos, a los cuales deben el verse desagregados de la colectividad. Un mismo horror a la disciplina o normas que ésta impone los mantiene alejados de ella, y en el fondo una misma alma, preocupada exdusivamente de sí, independiente, atenta sólo a vivir el momento que pasa, sintiendo en general y continuamente la necesidad del cambio, los anima y conduce por el mundo. Se ha hablado de ellos ya y en otras partes están caracterizados;99 pero su vista sugiere siempre algo nuevo y despierta en

99 En el capítulo 1, apartado DI, 2) •Los golfos» de La mala vida en

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cualquier momento la curiosidad del hombre de nuestros días, que ve en ellos al clan vagante y prehistórico, durmiendo hoy aquí, allá mañana, viviendo donde y como puede, adaptándose ligera y transitoriamente, trabajando, como los salvajes, lo indispensable para obtener aquello y sólo aquello que en el momento sus necesidades reclaman; en cambio continuo, modificándose incesantemente como amibas inquietas, con esa actividad interior del elemental proteico, intensa, mutatoria, que no para. Si alguna vez se coloca a un golfo de éstos frente al objetivo de una cámara fotográfica, se le ve inquietarse, gesticular, moverse a pesar suyo, absolutamente incapaz de dominar su persona y su atención, oscilantes durante el breve tiempo necesario para impresionar la placa con exposición. Son casi absolutamente, y ante todo, instintivos; entre ellos y los veddas, Samson Himmelstjerna no hallaría probablemente otras diferencias que las resultantes de vivir éstos en las selvas ceilanesas y nuestros golfos en el seno de un grupo adelantado. Conocen, como era lógico suponer, y por asimilación directa, las ideas morales de éste y otras de órdenes distintos; así que al interrogarlos, contestan o procuran hacerlo como madrileños de ahora; pero en sus actos y modos de vivir vuelven al hombre de las cavernas; reproducen en medio de esta vida urbana, compendio de tan diferentes estados sociales, formas de agrupación y existencia muy anteriores. Quienes más interesan al propósito de este artículo son los devenidos golfos por abandono de los padres o por inadaptabilidad. Análogamente a lo que puede verse en algunos animales, el lazo que los mantiene asociados en bandos sin jefe, es la mutua conveniencia. Este instinto individual los lleva a reunirse: Para dormir más confortablemente en espacios reducidos. Sirvan de ejemplo las construcciones ruinosas y abandonadas de los cementerios antiguos que los albergan, y el regular número de cavernas que, en la vecindad de estaciones como las del Norte y Atocha, alrededores de los cuarteles Reina Cristina, a


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espaldas del Retiro, y en general en toda la cintura de desmontes que rodean al Madrid urbanizado, pueden observarse.100 Para imponerse en las estaciones de trenes y monopolizar, por el vejamen o la fuerza, el transporte de maletas o sacos de manos, frente a los mozos de cuerda que trabajan aislados. Para comer mejor, acudiendo los de cada estación a una misma taberna de las cercanías, donde por un precio ínfimo les calman el hambre. Para defenderse de los agentes urbanos; para jugar cuanto ganan, entre ellos, y divertirse; para sostenerse en la lucha y vivir, en resumen, lo mejor posible, frente a una colectividad organizada, de la cual aprovechan lo que les conviene, a cambio de cualquier otro servicio, grande o chico, pues en general, y a no tratarse de casos extremos, repugnan el parasitismo declarado. No se olvide que hablamos de los golfos como protoplasma o primera materia, en la cual todavía no han dejado sentir su acción fuerzas especiales —la pubertad, sobre todo, entra en ellas—, que traen como consecuencia la diferenciación y formación de especies distintas dentro del agregado primitivo. De él han de salir más adelante los mendigos, determinados criminales y mozas del partido; pero no se trata aquí de ellos. Ese instinto individual que hemos mencionado, transformándose en colectivo, aúna a nuestros golfos y les hace trabajar por igual en empresas de interés común; en la excavación de cavernas, en la caza de ratas alrededor de los cuarteles, en el logro de diferentes alimentos y despojos por las calles, en la realización de actos agresivos, y podría decirse guerreros, como los de venganza contra determinados agentes por ofensas recibidas particular o colectivamente de alguno de ellos, o como los que pone de manifiesto el hecho de aparecer invariablemente asolados los

100 Sobre este mundo cavernario, en La mala vida en Madrid, en el lugar citado por nuestra nota anterior. Recogían también las observaciones sobre los golfos de BAROJA, Vidas sombrías, Madrid, 1900.


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jardinillos de la estación de Atocha, las varias veces que el jefe de ella ha prohibido la entrada en el local a golfos porteadores. las agrupaciones de abandonados e inadaptables reúnen, por lo tanto, caracteres manifiestos de verdaderas asociaciones instintivas, dirigidas a favorecer la acción del individuo sobre el medio; análogas a las formadas por los animales, aunque éstas son más completas, pues se preocupan del advenimiento de nuevas generaciones, y de favorecer y proteger su desarrollo. Tratase en todo caso de modos de asociación muy primitivos, con base mutualista y colocados, como haría observar Richard, reciente definidor de la idea de evolución, entre el antagonismo o repulsión individualista del decaído —golfo escéptico, misántropo, amargado y anulado por contrariedades de la vida— y el parasitismo del mendigo declarado, quien a su vez se asocia en grupos especiales, estudiados ya por nuestros novelistas del siglo XVII. J. M.a Llanas Aguilaniedo

2 LA LEYENDA DEL JUDÍO ERRANTE Y LA PSICOPATOLOGÍA DEL VAGABUNDAJE (1) Como el arte —según observa Schopenhauer-101 tiene la ventaja de expresar mediante representaciones individuales todo lo que las ciencias procuran encerrar en conceptos fatigosamen-

(1) Publicado en la revista madrileña Juventud, en 1902.

101 Arthur SCHOPENHAUER,

El mundo como voluntad y representación,

1818. Esta idea de Schopenhauer había inspirado a numerosos tratadistas del


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te elaborados, basta nombrar un personaje legendario, el Judío errante, para obtener al punto la revelación de «la idea de la especie, de los vagabundos. La extraña figura del viajero infatigable fijóse y se generalizó en la conciencia popular en una época en que el fenómeno de la vagancia ambulatoria llegaba al colmo. Hombres barbudos, amigados, aparentando edades centenarias; andrajosos, errantes, sin objeto, por la tiena, como las narraciones describen al judío, debían verse muchos por entonces en las ciudades y aldeas próximas a los caminos maestros. Tal vez la fantasía supersticiosa del pueblo tomaba por apariciones periódicas de un solo personaje, la sucesión de varios semejantes cuya diferenciación no quería ver la fe en una tradición formada. Tal vez, también, más de algún delirante alucinado creyó ser el hebreo maldito por Jesús o algún aventurero se dedicó a explotar la leyenda. «Un hombre muy hábil y sagaz, bien instruido en noticias históricas y en ocho o nueve lenguas, ¿qué vida más gustosa podría elegir —se pregunta el P. Feijoo, examinando esta leyenda— que la de tunante, fingiendo ser el judío de que hablamos?». Pero —como advierte Ferrero— la circunstancia de que los judíos de la región comprendida en la antigua Polonia dieran, según afirma Enrique meijoo2 gran contingente a las psicosis vagabundas, influyó poderosamente en la formación de la leyenda, alemana de origen. Hablamos hoy del nerviosismo contemporáneo y de la degeneración como «mal del sigla, creyendo de buena fe, por-

arte a lo largo del siglo XIX, entre ellos Carlyle, Nietzsche o Ruskin, y se manejaba con soltura en la polémica finisecular entre los comparativistas del arte y de la ciencia, en especial GUYAU, Les probkines de l'Esthétique contempataine, París, Alcan, 1888; HENNEQUIN, La critique scientifique, París, Perrin, 1888; GRWEAU, Science et poésie, París, Roger et Chemoviz, 1894, y HERCKENRATH, Prolik-mes d'Esthétique et de Morale, París, Alcan, 1897. 102 Sic. Se trata de Henry MEIGE, médico parisino autor de numerosos tratados con que verifica, en la literatura y en el arte en general, anomalías psíquicas, llsicas y procesos sociales.


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que no hemos conocido otros, que en tiempo alguno la humanidad sufrió tales crisis del alma como ahora, ni se vio asaltada por tantas ideas delirantes. Pero hay un sombrío período medioeval, desde el siglo XIII al XV, durante el cual el mundo católico experimentó una crisis tremenda. Sólo leyendo las viejas crónicas y las publicaciones eruditas contemporáneas, se llega a vislumbrar el estado mental de las generaciones antepasadas. La locura se hace endémica en todo el Occidente. Sectas alucinadas, como las que hoy viven sólo en Rusia,103 se propagaban con rapidez. Culpábase al diablo de todo esto, y así la Psiquiatría tiene sus orígenes en la Demonología, como la Química los tuvo en la Alquimia. En medio de esta agitación de las ideas delirantes, las formas de los delirios de persecución se desarrollaban en las razas malditas y realmente perseguidas, numerosas en un tiempo en que la interdicción social caía sobre todos los impuros del cuerpo o del espíritu, lo mismo los leprosos que los infieles. La raza hebrea, siempre odiada, vio aumentados los rencores y los odios al difundirse entre sus enemigos la tremenda acusación de la «muerte ritual. Multitud de judíos debió enloquecer entonces. Así, pues, pudo formarse, creada por el delirio de persecución de algún pobre judío enajenado por la hostilidad de los creyentes en Cristo, aprovechada por truhanes y pillos de la época, propagada por escritos de obispos y doctores y creída por el pueblo ante cada vagabundo misterioso que cruzaba la plaza, la leyenda típica del vagabundo en la cual vemos exagerados y ampliados, como conviene a las consejas populares, los rasgos del automatismo ambulatorio que acompaña a ciertos estados patológicos y degenerativos. 103 La información sobre estas sectas procede, sobre todo, del libro de DE VOGÜÉ, Le roman russe, 1882, y de TIKOMIROFF, Rusia política y social, comentados ambos por Emilia PARDO BAZÁN en una conferencia en el Ateneo de Madrid que sirvió de base a su libro La Revolución y la novela en Rusia, Madrid, Tello, 1887.


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Obligado por una impulsión interior que suena como una voz extraña, la marcha desordenada y sin objeto es la única ocupación fija del judío; y el automatismo ambulatorio le domina de tal suerte que, si con harto pesar suyo, puede mantenerse en pie estando parado, la acción de sentarse le es ya absolutamente imposible. En la Complainte du JuV Errant, impresa en Burdeos en 1609, decláraselo así a dos ciudadanos de Bruselas que, habiéndole encontrado, le instan a refrescar un instante: 7.a copla J'accepterai de boire deux coupes avecque vous, mais je ne puis m'asseoir, je dois rester debout.

24.a copla Messieurs, le temps me presse; adieu, la compagnie; gráce á vos politesses; je vous en remercie, je suis trop tourmenté quand je suis arrét'é.

Las cosas, claro está, no pasaban así en realidad; pero al tocar este punto termina la leyenda. C. Bernaldo de Quirós

LOS VAGABUNDOS SEGÚN MÁXIMO GORKI (1) I. «Hay en la tierra una variedad especial de gentes que descienden del Judío Errante, según todas las probabilidades, y su

(1) Publicado en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, Enero-Febrero 1903.


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especialidad consiste en que no les es posible hallar sobre la tierra rincón alguno donde poderse fijar y permanecer». (1) Esto le dijo una vez a Máximo Gorki, su compañero de un día, Pavel Ignatieff Promtoff, el más perfecto vagabundo que, en su vida aventurera, conoció «el mayor de los desdichados•. Ello podrá ser o no podrá ser una definición; pero es lo que más se le parece, en un conjunto de páginas donde las definiciones no deben buscarse. La famosa descendencia del Judío Errante es un símbolo envejecido. Los sabios explican ahora el misterio de los vagabundos por causas atávicas y degenerativas. Gorki no explica; pero en sus creaciones —bellísimas y geniales— se reconoce al vagabundo como en un espejo. Lo que en todo tiempo ha servido para distinguir esta variedad humana, es la aversión que demuestra al trabajo. En una obra cualquiera se les ve, como Gorki les vio en el muelle de Teodosia, «agrupados allí donde el trabajo es menos penoso». (2) Discurren y hablan, y sus discursos encierran la filosofía de la holganza, condensada toda ella en esta máxima: «Encorvar la espina dorsal, es una faena muy penosa y desagradable». (3) Muchos hombres han aceptado la dura disciplina. Otros muéstranse refractarios desde que la conocen, como el príncipe georgiano Charco, reducido momentáneamente a la vida dura. (4)

Un compañero raroY04 Konovalow. (3) Gorki, Un libro inquietador. (4) Gorki, Mi compañero.

(1) Gorki,

(2) Gorki,

104 Se sirve Quirós en este artículo del libro de GORKI Los vagabundos, recopilación de cuentos sobre esta temática escritos entre 1892 y 1897. No es casual que el artículo de Quirós, aparecido a comienzos de 1903, rinda tributo a la literatura de Gorki; había estrenado éste el año anterior, en el Teatro


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¿Cómo explicarse el secreto de los que prefieren ir cubiertos de harapos erizados en sus carnes cuando mendigan; harapos bajo los que se ocultan cuerpos bien perfeccionados, con líneas de raza, músculos desarrollados y vigorosos? Así era Promtoff. Y cuando a la hora del baño, Gorki le vio desnudo, con razón los harapos de que se iba aquél despojando le parecían más repugnantes y asquerosos que antes. (1) La ciencia se fatiga por averiguarlo. Parece ser que unos son nómadas resucitados por atavismo; hombres que se pasan la vida como una cabra brava tirando al monte, hasta que al fin realizan su ideal de independencia, desatándose de todas las trabas sociales. Estos nómadas retrasados son hombres enérgicos, duros y sanos; pero de una salud, que sólo sentaría bien en alguna tribu de salvajes, donde se gún escribe Nietzsche— (2) ,subsistiera de derecho todo lo que en el fondo de sus instintos constituye su arma y su defensa». El citado Promtoff es la mejor muestra entre los personajes de Gorki. La tierra rusa, última reducida a la civilización europea, rodeada de tribus nómadas todavía, debe dar muchos como él todos los años. Abundan también allí otras «gentes soñadoras muy desgraciadas», (3) que dan gran contingente al vagabundaje. A primera vista parecen iguales a aquellos bárbaros. Hacen exactamente las mismas cosas. Vagan errantes. Trabajan una temporada y en ocasiones despliegan en el trabajo el ardor con que Konovalow encantaba a Gorki en la tahona. Aman apasionadamente. Lue-

(1) Gorki, Un compañero raro. (2) Nietzsche, El criminal y sus análogos, en El crepúsculo de las ídolos, Madrid, 1899. (3) Gorki, Konovalow.

del Me de Moscú, su drama Los bajos fondas, incluido con rapidez en el repertorio europeo.


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go, el día menos pensado, desaparecen. El drama de Richepin, Le Chemineau, ¡cuántas veces se representa, de veras, ante un público escaso, en ciudades y aldeas!105 La semejanza es puramente externa y superficial, debida —según dicen— (1) a que ciertas influencias morbosas y degenerativas determinan regresiones atávicas. En vez de bárbaros de espíritu firme e inquebrantable en su duro egoísmo, son naturalezas psíquicamente débiles, vencidas por un desequilibrio emocional grave. El prototipo de éstos en la obra de Gorki, es Konovalow. «La herrumbre de la duda, el veneno de los ensueños, mordían a aquel hombre poderoso, venido al mundo, por su desgracia, con un corazón vibrante. Tomás Gordéieff, el héroe de la novela que lleva por titulo su nombre, se le parece mucho; pero más bien es un tipo mixto: es un bárbaro enfermo, producto del cruce de una cosaca del Don con un libertino civilizado, ya de por sí matoide, como daba a entender su apodo de aliado. la cualidad fundamental de estos desequilibrados, es la imposibilidad de reaccionar en los estados emocionales de profunda depresión, en que caen al menor choque. De creer a Tomás Gordéieff, »en el fondo de su ser sienten un vacío inmenso y abrumador, que nada puede llenar, las impresiones del día ni los recuerdos del pasado». «En las obscuras profundidades del abismo que llevan en sí, sospechan una fuerza invencible y hostil». Yen vez de combatirla por la acción, se complacen en analizarla, torturándose. En estas crisis emotivas se determina la fuga vagabunda. Los novelistas la han descrito muchas veces, cuando el héroe sufre la catástrofe, y anda automáticamente, loco, perdido, y luego vuelve en sí, sin conciencia y sin recuerdo. Este es el caso

(1) Véase el libro de Florian y Cavaglieri, I Vagabondi (Turín, 18971900), donde se resume el estado actual del problema.

105 Drama en verso, estrenado en 1897.


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agudo, acompañado de vértigos y amnesias, que casi todas las personas experimentan alguna vez en su vida. En el verdadero vagabundo, la fuga tiene menos marcados esos caracteres. En cambio, se prolonga mayor tiempo. II. Todo ello está resumido en una frase que se halla al final de la novela El preso. Llevan ante la justicia, por indocumentado, a un vago que aparece en la plaza del pueblo. Es un antiguo noble, decaído de su nobleza. Quien le precede y conduce es un antiguo servidor y amigo de la infancia. Al reconocerse tienen estas palabras: —Sí; la vida ha podido más que el carácter: os ha destrozado. —No anticipes juicios. Tú no sabes si ella me ha destrozado a mí, o si yo la he destrozado a ella. Destrozadores y destrozados de sus vidas, constituyen, pues, la clase de los vagabundos, «respetable, aunque nunca respetada•. Amigos de ellos sólo han sido los poetas, y además, los héroes —y las víctimas— de tndas las agitaciones morales e intelectuales que no permiten al genio detenerse en los diversos caminos de la religión, el arte o la filosofia, por lo cual éstos también —según la observación de Mario Proth— (1) vienen a formar parte de la naturaleza vagabunda. La fe de vida de una clase es su espíritu corporativo. El cual tiene —según Tarde— (2) los caracteres siguientes: una gran simpatía, una abnegación segura y callada para las gentes que componen la clase; y uniéndose a ella, en perfecto contraste, un orgullo y un desprecio exagerado hacia los extraños. Un uniforme sirve para expresar el espíritu de grupo, personalizándole. Cierto ceremonial concurre también a determinar la especie. Todo esto se halla en los vagabundos, a su manera; y no podría faltar, porque el espíritu de clase es tanto como la con-

(1) M. Proth, Les vagabonds, París, 1865. (2) G. Tarde, L'esprit de groupe (en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XV, 1900).


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ciencia de la especie. Los vagabundos se ayudan y protegen a cada paso, y su orgullo corporativo se revela, en los más instruidos, por citas eruditas, en las cuales pudiera fundarse todo un blasón y una genealogía: —¿Y qué novedad somos? Los vagabundos siempre existieron. —Y fundaron a Roma. —Ciertamente. ¿No eran Rómulo y Remo personas por el estilo de nosotros? Nosotros también, cuando el momento llegue, crearemos. (1) Sus odios y antipatías se extienden a todo cuanto existe, ya que se han enajenado y desprendido de todo. La patria nada les dice. •El hombre vive tanto, que poco importa dónde ha nacido. ¿No es igual acaso?». Así se expresa Konovalow, y como él es un personaje pesimista, lo funda en un motivo sombrío: •Nacer es la gran desdicha•. Otros, de genio distinto, dirán razones diversas. Pero la conclusión es igual: •¡Nacer! ¿Dónde? ¿Qué importa?•. (2) No les falta cierto rudimentario ceremonial, aunque la variedad vagabunda que Gorki se complace en describir —el hombre errante solitario— sea poco amiga de estas creaciones, por el exceso de anárquico individualismo que la distingue. En Konovalow, hay una alusión a la jerga que se habla en los caminos. En Tchelkache, se lee un fragmento de una canción profesional: Cuando echamos nuestras redes, es en terreno bien seco, sobre las granjas y establos. Por fin, vestidos heterogéneamente, a la larga, las prendas de vestir, decrépitas y regresivas, acaban uniformándose en el riguroso harapo. En Los ex hombres, hay también una descrip-

(1) Gorki, Los ex hombres. (2) Gorki, Konovalow.


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ción del tocado vagabundo. Las cabezas y las barbas son «una mezcla caótica del reino vegetal con el mineral y el animal». Con razón dice Bérard: «Vistos de ceica, los vagabundos no tienen la encantadora poesía ni el gracioso aire de pájaros que les atribuyen los poetas». (1) El campesino les ve acercarse siempre con temor, y no respira hasta que se marchan. Hurtos de frutos y de animales, daños e incendios, señalan su camino. Los procedimientos son iguales en todas partes. Danzarín y Esperando, dos amigos, «cuya posición social era ésta: ladrones», hurtan un caballejo con las mañas de cualquier cuatrero de Castilla. (2) El tipo delincuente, enteramente diferenciado, está representado por estos dos sujetos y, sobre todo, por Tchelkache, magnífico ejemplar que «llamaba la atención por su semejanza con los milanos de las estepas, por su flacura rapaz, su paso ligero, suave y acompasado, pero excitado y cuidadoso, como el vuelo del ave que recordaba.. (3) En principio, todo vagabundo es un malhechor para el campesino; lo mismo cuando mendiga, que cuando hurta o cuando realiza la función embaucadora que tanto divertía a Promtoff. «¡Cuántas cosas malas y risibles he hecho durante mis viajes! ¡Cuántos sueños insanos y cuántas supersticiones ridículas he introducido en la inteligencia de los labradores!». (4) El sol, el agua, el pan y el mujik, son indispensables a estos parásitos. Promtoff lo dice. Y, sin embargo, no todo es maldad y bajeza en los vagabundos. Instantes hay, en que en su alma hace buen tiempo; y, entonces, rasgos nobles y bellos brotan de la vida de esta gente con una espontaneidad y energía que no se hallará en ninguna

(1) A. Bérard, Le vagabondage en France (en Archives d'Anthropologie Criminelle, vol. XIII, 1898). (2) Gorki, Las amigos. (3)Gorki, Tchelkache. (4)Gorki, Un compañero ramo.


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otra. El placer puro de la contemplación de la Naturaleza, «que sólo a ellos se muestra en todas sus intimidades y misterios», los atrae y fascina. Hasta el mismo Tchelkache, el ladrón cínico incorregible, sabe querer al mar, y «su temperamento bullicioso, ávido de impresiones, no se hartaba jamás de contemplar aquella inmensidad infinita, libre y poderosa». Seres torpes e incultos, casi siempre, de sus contemplaciones afanosas no sale más obra artística que algún tosco dibujo, a la manera de los cuatro que, en la colección de Freistádt, representan, con atributos sencillos y expresivos, las estaciones del año. (1) Pero también puede salir un Verlaine, cantor de los vagabundos Allons, fréres, bons vieux voleurs, doux vagabonds, filous en fleur, mes chers, mes bons. Fumons philosophiquement, promenons nous paisiblement. Rien faire est doux. y vagabundo, a su vez, en el cual —como dice Max Nordau, (2) reproduciendo el retrato hablado que de él hizo Julio Huret— «estuvieron reunidos de una manera asombrosa y completa todos los estigmas degenerativos». III. La vida no es muy luminosa para los vagabundos. La consideran «como un deber convertido en costumbre». (3) El suicidio no es para ellos un final raro. Makar Tchudra, en la novela del mismo título, siente deseos de estrangularse en la cárcel. Konovalow se suicida en la prisión en uno de sus accesos de melancolía.

(1) Pueden verse en el Archivio di Psicbiatria (vol. XX, 1899). (2) Max Nordau, Dégérzérescence(París, 1894), vol. I, pág. 218. (3) Gorki, Un libro inquietador.


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Admitiendo la clasificación de los tipos elementales suicidas establecida por Durkheim, (1) el suicidio de los vagabundos reviste sólo las formas egoísta y anómica. El suicidio egoísta resulta de una individualización desmesurada. Su carácter fundamental es la apatía, y dos sus variedades secundarias: la melancólica y la escéptica. El suicidio anómico resulta, a su vez, de toda ruptura de relaciones sociales. La irritación y el disgusto, son sus caracteres fundamentales. Sus variedades aparecen en forma de recriminación violenta contra una persona en particular o contra la vida en general al despedirse de ella. La segunda es más frecuente entre los vagabundos. No se detiene Gorki a describir la situación suicida, tantas veces presentada por los novelistas. En cambio analiza otro final: el de los ex hombres. La partícula ex, que a toda costa quieren conservar los desposeídos, recibe en la obra de Gorki una nueva aplicación. Los seres que, habiendo tenido un pasado, lo pierden, y espantosamente gastados, reducida su existencia a conllevar el despojo humano que les queda, viven en las profundidades sociales, saturados de alcohol y odio, de lodo e ironía, constituyen el mundo de los ex hombres, según el ingenioso y trágico calificativo de Arístides Fomitch Kuvalda, dueño de una casa de dormir, ex capitán y también ex hombre. Espectáculo de ruina y de desastre, montón de escombros de todos los hundimientos sociales, allí se ve a campesinos arrancados de sus tierras y pervertidos por la ociosidad y el placer, como el hermoso gigante Artemio. (2) Con una sola frase dice Gorki todo lo que Mauricio Barres diluye en una novela. (3) »El campesino sin tierra es como un árbol sin raíces; puede hacerse de él lo que se quiera; pero no vive ya..., se pudre». (4)

(1) Durkheim, Le suicide (París, 1897). (2) Gorki, Caín y Artemio. (3) M. Barrés, Les dér acinés. (4) Gorki, Malva.


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Allí también, hombres de la ciudad, y entre ellos, como es natural, dominando los intelectuales: Felipe, el Maestro de Escuela, en Los ex hombres, Ejoff y los suyos, en Tomás Gordéieff Son los «Bachilleres» de que hablaba Julio Valles, (1) los que alcanzaban todos los años los primeros premios en el Colegio, y oían decir a su alrededor que llegarían a Ministros. Al final de una vida descuidada y azarosa, el alcoholismo es el Assommoirlo6 que derribó a todos y ahora les sujeta en ese mundo sombrío, donde la miseria, la pereza y el vicio confunden e igualan hombres de origen, instrucción y posición distintas. «Difícilmente —dice el Profesor Sikorski, (2) que tan bien los ha estudiado— podría reconocerse su antigua condición bajo la máscara del borracho que borra toda huella del pasado. Tan sólo en la locura, en el estado de imbecilidad secundaria, se observa tan profundo cambio en la personalidad. El antiguo hombre de mundo, el habitual de los salones y de los bailes elegantes, el que comía en los restaurants de buen tono, ahora va medio desnudo, lleva unas botas rotas, duerme en los asilos nocturnos y tiene ya la uniforme fisonomía y el aspecto de los parroquianos de la taberna, indiferentes al pasado y al presente». En vano querrían volver a la vida y forjar esperanzas, pensando que ésta «nos revuelve como una baraja, y aún pasará mucho

(1)J. Vallés, Les Réfractaires, París, 1881. (2) Sikorski, Fisionomia e psicologia degli alcoolisti (en Archivio de Estcbiatria, vol. XX, 1899).

106 Alusión a la novela de ZOLA L'assommoir, 1887, séptima del ciclo de los Rougon-Macquart, que explora el proceso degradativo del alcoholismo, desde los engañosos sueños del vicio a la prostitución como desesperada forma de supervivencia. En La mala vida en Madrid se ha citado varias veces esta novela al estudiar las condiciones de vida del mundo obrero; novela para la que Zola se documentó en observaciones personales, crónicas de sucesos y el libro de Denis POULOT Lo sublime o El trabajador tal como es en 1870 y lo que puede ser, París, 1870.


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tiempo hasta que hallen su puesto verdadero.. Lo que, en su calidad de ex hombres deben hacer, es «anular cuantas ideas y sentimientos profesaran...»; «dejar a un lado todo lo atrasado, todas las maneras, todos los medios de relación con los hombres de existencia comodona...»; «burlarse de todo, por estar libres de lazos y de trabas., mientras »sus actitudes y harapos les hacen asemejarse a horribles animales, creados por cualquier potencia fantástica y grosera para ridiculizar al hombre.. **•

También hay ex hembras. La figura de prostituta vagabunda aparece en el bellísimo cuento Una vez, en otoño... ¡Aquella vez en que Gorki fue deudor —del pan, del calor y del amor— a una pobre criatura reprobada! Las palabras en memoria de la querida Natacha, con que termina dicho cuento, sirven de oración final para todos los ex

hombres «Si mueren... ¡qué dicha para ellos! yaz a sus almas! «Si viven, que la paz reine en sus corazones, y que nunca se despierte en ellos el sentimiento de su caída..., porque sería un sufrimiento harto grande, inútil y superfluo en este mundo.. C. Bemaldo de Quirós



ÍNDICE



LA MALA VIDA EN MADRID, TRATADO DE ANTROPOLOGÍA MÉDICA Y FORENSE, por José Manuel Reverte Coma SITUACIÓN Y CONTEXTO DE LA MALA VIDA EN MADRID, por Luis Maristany del Rayo Bibliografía Nuestra edición, por Justo Broto Salanova LA MALA VIDA EN MADRID. ESTUDIO PSICOSOCIOLÓGICO CON DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS DEL NATURAL Dedicatoria Al lector

XI XXXI LI LIX

1 3 5

Capítulo primero. Las gentes de mal vivir I. La mala vida II. Embriología 1) Los abandonados 2) Los inadaptables 3) Los caídos III. La vida parasitaria 1) Parasitismo social 2) Los golfos

9 9 10 13 15 21 24 27 30

IV. Diferenciación de especies [3751

42


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V. Caracteres comunes 1) Carácter vagabundo 2) Deformaciones profesionales 3) Estigmas de la mala vida VI. La mala vida en Madrid 1) Localizaciones suburbanas 2) Los banios bajos 3) El centro

49 57 63 71 108 115 121 130

Capítulo II. La delincuencia I. La fauna delincuente madrileña 1)Taxonomía 2) Número y proporción de especies 3) Tipos delincuentes 4) La asociación delincuente II. Cómo se hace el delincuente 1) Los hijos de la mala vida 2) La infancia abandonada 3) Los pervertidos 4) las estirpes vagabundas III. El delincuente en prisión

135 135 136 139 141 166 171 172 173 189 192 193

Capítulo III. La prostitución I. El fenómeno prostitución II. las prostitutas 1)Origen 2) La vida de prostitución 3) El término III. La inversión sexual 1) Uranismo 2) Tribadismo IV. Habituales de la prostitución y pervertidos sexuales V. Mediadores de la prostitución VI. la prostituta y el chulo

221 221 223 223 236 244 247 252 275 278 286 298


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Capítulo IV. La mendicidad I. Pauperismo y mendicidad II. Los mendigos 1) Clasificación 2) Los mendigos válidos 3) La vida mendicativa III. La influencia de la limosna

307 307 309 312 313 317 330

Capítulo V. La elevación de la vida Apéndices 1. Las habitaciones de los pobres Los golfos 2. La leyenda del judío errante y la psicopatología del vagabundaje Los vagabundos según Máximo Gorki

337 349 350 354 358 361



Acabóse de imprimir La mala vida en Madrid, de Constancio Bemaldo de Quirós y José M. llanas Aguilaniedo, el día 10 de mayo de 1998, noventa y siete años después de su primera edición. Tiróse con tinta color tabaco en papel ahuesado de 80 g y con guardas de cartulina verjurada Galgo ocre de 220 g en Grafic RM Color, S. L, de Huesca. El diseño del libro fue adecuado por José Luis Jiménez Cerezo a la sección áurea —la más grata al ojo humano— como homenaje a los promotores, operarios y devotos del mundo de la imprenta. Fermín Gil Encabo fijó las características de la colección y creó las maquetas de libro y página de modo que pudieran prepararse en la intimidad del hogar mediante el tratamiento de textos MS Word 3 en un ordenador Macintosh Plus de Apple. Este libro, que fue concebido con todo el

abultado aparato libresco y estadístico que permitía y parecía exigir más de un decenio de profusa y heterogénea producción sobre criminología, antropometría criminal y, en general, sobre materias penales, se fotocompuso mediante Quark XPress en una Varityper 3990. Por su agradable legibilidad en el formato in-quarto, usóse el tipo Garamond de Adobe. Para el logotipo de la colección se recurrió a la letra Bodoni como tributo de admiración a José Nicolás de Azara, culto diplomático y mecenas, sobre amigo, del afamado impresor de Parma. La L capitular identificadora de la colección, única existente en los libros editados por los Larumbe que conserva la Biblioteca Pública de Huesca, procede de la página 1 (A2) de las Constituciones synodales del obispo Padilla impresas por José Lorenzo de Larumbe en 1716. La viñeta que se exhibe, siete veces aparece solitaria en la portada de la Palestra numerosa austriaca que convocó Luis Abarca de Bolea, editó José Amada e imprimió Juan Francisco de Larumbe en 1650 según se aprecia en el ejemplar que fue de Valentín Carderera y Solano y, antes, de Tomás Fermín de Lezaún y Tomos. Para obsequio de los amantes del libro, se conjugaron cánones clásicos y procedimientos hodiemos y, en pro de la cultura, se ahormaron rasgos locales con pautas universales. Hemos terminado nues-

tra tarea. En vano pretenderíamos resumir ahora en una página el dolor y el mal que causan en el mundo tantas existencias desdichadas.

ibdiJitar.


Gracias, también, a Antonio Abió, Juan Manuel Alfonso, Chon Allué, Francisco Almazán, Clemente Alonso Crespo, Femando Alvira, Rafael Andolz Canela, Esteban Anía Albiac, José Luis Añaños, Juan Arana, Luis Artero Canals, Francisco Asín, José M.1 Auset Viñas, Antonio Barreu, Antonio Bescós Acín, Julio Brioso, Alfonso Buil, Pablo Calvo Mavilla, Pedro Javier Camarero, José Vicente Casanova, Mariano Casanova, Adolfo Castán Sarasa, Antón Castro, Femando Clavero, Elena Coarasa Gasós, Rosario Collell, Vicente Domingo, Antonio Durán, Santiago Echandi Ercila, Francisco Egido Cortés, Rafael Egido Martínez, Rosa Enjuanes Truco, Concha Estaún, Perico Estaún, Juan Fabre, Agustín Fernández Albalá, Carlos Forcadell Álvarez, Carmen Gallo, Ángel Giménez, Cristóbal Gómez Benito, Ana, Emilio y Rosa M.' Gros Blecua, Carlos A. Gros López, Jesús Hernández, Eva M. Jaumeta, Javier Laliena Cotbei a, Lorenzo Latre, Julia Lera Tricas, José Antonio Llanas Almudébar, Joaquín Lomba, Víctor López Bielsa, José Ramón López Pardo, José Ignacio López Susín, Ricardo Mairal Usón, Charo Martín, Vicente Martínez Tejero, Concha Martorell, Antonio, Elena e Ismael Molera Palacio, Jesús Monreal, Manuel Monreal, Alberto Montaner Frutos, Ana Oliva, María Dolores Pardo, Cándido Puyal, Ester Puyol, Bizén d'o Río Martínez, María Rivas Palá, Cristina Romero, Javier Rubio, José María Rubio, Mónica Sáez-Benito Ferrer, José María Salamero, Francisco Salazar Sánchez, Marisa Salazar, Javier Salós Bescós, Pepa Sánchez, Jesús M. Sánchez García, Asunción Sender, Carmen Sender, Concha Torres Castillo, Miriam Trisán, Jesús Turbidí, Antonio Turmo Amal, Agustín Ubieto Arteta, Elena Valero y a ti, lector.


Otros Textos Larumbe • Fernando Basurto, Diálogo del cazador y del pescador, edición de Alberto del Río Nogueras (1990). • Ramón Gil Novales, Trilogía aragonesa (La conjura. La noche del veneno. La urna de cristal), edición de Jesús Rubio Jiménez (1990). • José M.2 Llanas Aguilaniedo, Alma contemporánea. Estudio de Estética, edición de Justo Broto Salanova (1991). • Ramón J. Sender, Imán, edición de Francisco Carrasquer Launed (1992). • Ramón J. Sender, Primeros escritos (1916-1924), edición de Jesús Vived Mairal (1993). • Ana Francisca Abarca de Bolea, Vigilia y octavario de San Juan Baptista, edición de M.2 Ángeles Campo Guiral (1994). • Pascual Queral y Formigales, La ley del embudo, edición de Juan Carlos Ara Torralba (1994). • Carlos Saura, ¡Esa luz! (guión cinematográfico), edición de Agustín Sánchez Vidal (1995). • Pedro Alfonso de Huesca, Diálogo contra los judíos, introducción de John Tolan, texto latino de Klaus-Peter Mieth, traducción de Esperanza Ducay, coordinación de M.5 Jesús Lacarra (1996). • Francisco Carrasquer Launed, Palabra bajo protesta (antología poética), prólogo de Pere Gimferrer (en prensa). • Joaquín Maurín, ¡Miau! Historia del gatito misceláneo y May. Rapsodia infantil, prólogo de Mario Maurín. • Ramón J. Sender, El lugar de un hombre, edición de Donatella Pini (en preparación). • Gauberte Fabricio de Vagad, Crónica de Aragón, edición de Carmelo Lisón Tolosana y José Aragüés Aldaz (en preparación). • Fragmentos de la modernidad (antología de la poesía nueva en Aragón, 1931-1945), edición de José-Enrique Serrano Asenjo (en preparación). • José M.2 Llanas Aguilaniedo, Del jardín del amor, edición de José Luis Calvo Carilla (en preparación). • Joaquín Maurín, Algol, edición de Anabel Bousón Aventín.




411.



Larumbe, 10

DIPUTACIÓN DE HUESCA

1

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1 1 1 1

13298


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