Panteones reales Los panteones reales de Aragón se hallan en algunos de los edificios más insignes que nos ha legado la Edad Media. Visitarlos no solo es recordar a reyes e infantes, alguna reina y alguna infanta, sino darse una vuelta por aquellos lugares que ellos eligieron como última morada. Por estas páginas desfilan Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, Alfonso I, Ramiro II, Pedro II y su esposa la reina Sancha, y otros miembros de la realeza. Y junto a ellos se recorren los monasterios de San Victorián, San Juan de la Peña, Santa Cruz de la Serós-las Benitas de Jaca, San Pedro el Viejo de Huesca y Sijena, además del castillomonasterio de Montearagón y el Museo Diocesano de Jaca.
del Alto Aragón
I PASEOS POR LA HISTORIA I
Panteones reales del Alto Aragรณn
Panteones reales del Altoaragón Coordinación: equipo de redacción de Prames Textos: Carlos Garcés Manau Fotografías: José Luis Acín (17, 41 ab.), Ayuntamiento de Huesca (18, 30 ar., 35 ar.), Archivo Píxel (16, 34), Archivo Prames (portada, 3, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 15, 19, 20, 21, 22, 24 ab., 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 35 ab., 38, 41 ar., 44 ab.), Alvira Digital (14, 23, 24 ar., 36, 44), Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca (40 ab., 42, 43), Antonio García Omedes (32, 37, 39, 40 ar., 45) Diseño, maquetación y tratamiento de imágenes: equipo gráfico de Prames Edita: Prames • Camino de los Molinos, 32 • 50015 Zaragoza www.prames.com ISBN: 978-84-8321-486-2 DL: Z 1481-2018 Imprime: Grupo Ziur Navarra
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Foto portada Panteón Real del Monasterio viejo de San Juan de la Peña
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ÍNDICE
Prólogo 5 Introducción 6 Rutas 13 San Victorián Gonzalo
14 San Juan de la Peña Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I
18 Jaca El conde Sancho Ramírez
14 Santa Cruz de la Serós y Jaca La condesa Sancha, sus hermanas Teresa y Urraca y su abuela Sancha
26 Montearagón Sancho Ramírez, fugazmente, y Alfonso I el Batallador y el abad Fernando
30 San Pedro el Viejo de Huesca Ramiro II el Monje y, desde 1845, Alfonso el Batallador y el abad Fernando
35 Sijena La reina Sancha y su hijo Pedro II
42 Datos de interés 47 3
I PRÓLOGO I
La colección Paseos por la historia de la provincia de Huesca nos sumerge, en esta ocasión, en uno de los paseos o visitas más apasionantes de la historia de Aragón, la de los panteones que alojaron y/o alojan los restos de los primeros reyes de la casa de Aragón, de todos los que gobernaron el antiguo reino y de uno de los que se ciñó la Corona de Aragón, además de algunos infantes e infantas y de la reina doña Sancha. Como tales gobernantes, ellos son una referencia principal de nuestro pasado como aragoneses. Pero, al contrario de lo que sucede en otros territorios, como por ejemplo en la vecina Cataluña, donde el monasterio de Poblet no es el único panteón real de la Corona aragonesa, pero sí el que agrupa más restos reales, Aragón no posee un gran escenario que aglutine los sepulcros de tan insignes personajes. En nuestro caso, sus sepulturas se fueron repartiendo por el territorio conforme el reino se expandía hacia el sur, desde San Juan de la Peña a Sijena, pasando por Montearagón y Huesca, y añadiendo localidades como Santa Cruz de la Serós y Jaca, sin olvidar el monasterio de San Victorián. Asimismo, el paso del tiempo afectó a estos lugares, transformando espacios y destruyendo huellas, hasta poder decir que esa cualidad de panteones reales pasa desapercibida para muchos aragoneses. Es por ello que un libro de estas características es más que necesario a la hora de reivindicar la historia y el patrimonio ligado a ella.
Diputación Provincial de Huesca
Escultura de Ramiro I en Jaca 5
I INTRODUCCIÓN I
En la provincia de Huesca se encuentran casi todos los panteones reales de Aragón, y la razón es sencilla. El Alto Aragón es la cuna histórica de nuestra comunidad. Pirenaicos son los dos ríos, Aragón y Aragón Subordán, que le dieron nombre. Y también los tres condados, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, de los que surgió el reino de Aragón en el siglo XI. La mitad sur de la provincia jugó, por último, un papel fundamental en el nacimiento de la Corona de Aragón: en Barbastro se firmaron los acuerdos matrimoniales de la reina Petronila y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, y los dos primeros monarcas de la Corona de Aragón, Alfonso II y Pedro II, nacieron en Huesca. Los lugares de enterramiento de nuestros primeros reyes y de otros miembros de su dinastía son, por ello, altoaragoneses. Solo en la provincia de Zaragoza hallamos algún otro panteón regio, de épocas más recientes. En la capital aragonesa, en el desaparecido convento de San Francisco, se enterraron su fundador, el infante Pedro, hijo del rey Pedro III el Grande, y la reina Teresa de Entenza, primera mujer de Alfonso IV. Y en la Seo se conserva una bella arqueta que contuvo los restos de la infanta María, hija de Jaime I el Conquistador. En el monasterio de Veruela, por último, se halla el sarcófago de piedra, cuya decoración incluye las barras de Aragón, del infante Alfonso, otro de los hijos de Jaime I.
Monasterio de San Victorián
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I INTRODUCCIÓN I
Monasterio de San Juan de la Peña
Los panteones reales de la provincia de Huesca son: San Juan de la Peña, Santa Cruz de la Serós, Jaca (el convento de las Benedictinas y el Museo Diocesano), San Victorián, el castillo de Montearagón, San Pedro el Viejo de Huesca y el monasterio de Sijena. Tres ideas generales sobre dichos panteones deben tenerse en cuenta antes de abordar su estudio. Se localizan cada vez más al sur, conforme avanzaba en paralelo la historia de Aragón. En ellos, además de personajes históricos, se afirmó durante siglos que estaban enterrados también reyes fabulosos, que nunca existieron, o monarcas pamploneses cuyo lugar de enterramiento es, en realidad, el monasterio navarro de Leire. Y tales enterramientos, como ha ocurrido con los grandes panteones de cualquier civilización, fueron repetidamente abiertos, trasladados, profanados o destruidos.
Monasterio de San Pedro el Viejo
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I INTRODUCCIÓN I
El avance hacia el sur Cuando surgieron en los Pirineos los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza primero, y más tarde el reino de Aragón, la mitad meridional de la provincia, con ciudades como Huesca o Barbastro, formaba parte de al-Ándalus y estaba profundamente islamizada. Por ese motivo, los primeros panteones aragoneses se localizan en la parte norte del Alto Aragón. Los condados de Aragón y Ribagorza nacieron en el siglo IX, pero no han llegado hasta nosotros enterramientos de sus condes. La situación cambia en el siglo XI. En el monasterio de San Victorián, pese a que no conservamos su sepulcro, fue enterrado Gonzalo de Sobrarbe y Ribagorza, hermano de Ramiro I. En San Juan de la Peña encontraron sepultura los tres primeros monarcas aragoneses: el propio Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I. En el monasterio femenino de Santa Cruz de la Serós descansaron las tres hijas de Ramiro I, la condesa Sancha, Teresa y Urraca, y también, según han desvelado las últimas investigaciones, Sancha de Aibar, la madre de Ramiro I (el espléndido sarcófago de la condesa Sancha se encuentra desde el siglo XVII en el convento jacetano de las Benedictinas). Y el Museo Diocesano de Jaca guarda el sepulcro del conde Sancho Ramírez, hijo bastardo de Ramiro I. Tras la conquista por Pedro I de las ciudades islámicas de Huesca y Barbastro, las tierras de los Somontanos desempeñaron un papel central en la siguiente etapa de la historia aragonesa. No es extraño por ello que los siguientes panteones del reino se encuentren en Huesca y su entorno. Se trata del castillo-abadía de Montearagón, Santa Cruz de la Serós
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I INTRODUCCIÓN I
construido por Sancho Ramírez para preparar la conquista de Huesca, que albergó hasta el siglo XIX los sepulcros de Alfonso I el Batallador y del abad Fernando, un hijo del rey Alfonso II. Y la iglesia oscense de San Pedro el Viejo, en la que se enterró Ramiro II el Monje, y a la que fueron trasladados en 1845 los restos de Alfonso el Batallador y el abad Fernando. El último gran panteón altoaragonés, el monasterio de Sijena, se levanta en las tierras más meridionales de la provincia, y surgió una vez nacida la Corona de Aragón. En él se enterraron la reina Sancha, fundadora de Sijena, y su hijo Pedro II. Monasterio de Sijena Castillo de Montearagón
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I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Reyes míticos y monarcas foráneos En San Juan de la Peña y San Victorián se aseguraba que estaban enterrados otros personajes. En algún caso se trataba de reyes inventados, que nunca existieron. El más conocido es Garci Ximénez, fabuloso primer rey de Sobrarbe y protagonista de la Morisma de Aínsa, cuya leyenda está en el origen del Árbol de Sobrarbe, el primer cuartel del escudo de Aragón. En otras ocasiones, el rey existió realmente, y la invención es su lugar de enterramiento. Un ejemplo destacado lo constituye Íñigo Arista, el primer monarca del reino de Pamplona. Alrededor de su figura surgieron leyendas que dieron nacimiento al segundo cuartel del escudo de Aragón (la cruz llamada precisamente de Íñigo Arista). Árbol de Sobrarbe en la iglesia de Olsón (Aínsa-Sobrarbe)
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I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
El destino, casi inevitable, de un panteón real Un gran panteón difícilmente permanece incólume durante muchos siglos. Lo más habitual es que sus sepulturas sean abiertas, trasladadas, profanadas o destruidas. Todo ello ha ocurrido con los panteones reales de la provincia de Huesca. Las tumbas han sido abiertas y expoliadas repetidas veces, en algunos casos para agasajar a monarcas de épocas posteriores. Un anillo de oro procedente del panteón de San Juan de la Peña fue regalado a Alfonso XIII cuando visitó Jaca en 1903; y después se perdió todo rastro del mismo. Y otro tanto ocurrió con las espadas que, al parecer, acompañaban en sus sepulcros a Ramiro II en San Pedro el Viejo y Pedro II en Sijena. Los restos reales han sufrido asimismo varios traslados. Uno lo hemos comentado ya: el que se produjo cuando el sarcófago de la condesa Sancha viajó de Santa Cruz de la Serós a Jaca. Los huesos de Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I, que se hallaban mezclados en San Juan de la Peña con los de otros individuos, fueron llevados a Zaragoza en 1985, al hacerse excavaciones arqueológicas en el panteón real pinatense. Más tarde, con motivo del estudio antropológico y genético de los miembros de la primera dinastía real aragonesa realizado entre 2008 y 2011, los restos que se conservaban en el sarcófago de la condesa Sancha en Jaca y los de la iglesia oscense de San Pedro el Viejo fueron trasladados igualmente a Zaragoza. Y al hacerlo se constató, por cierto, que en el sarcófago de Sancha había restos de nueve personas y que la tumba de Alfonso el Batallador contenía los de siete, todos varones. Tras finalizar dicho estudio, los restos de Jaca y Huesca fueron reinhumados en 2011, y los de San Juan de la Peña lo han sido el 24 de junio de 2018. Y los panteones regios altoaragoneses han desaparecido también. Es lo que sucedió en San Victorián, con el sepulcro de Gonzalo. Y más recientemente, junto con gran parte de sus irremplazables obras de arte, en el monasterio de Sijena durante la Guerra Civil. Panteón real de San Juan de la Peña
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I RUTA I
PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN
a Canfranc a Biescas a Puente la Reina de Jaca
a Broto
Jaca
Santa Cruz de la Serós
Monasterio de San Victorián
Sabiñánigo
El Pueyo de Aragüás
Fiscal
San Juan de la Peña
Boltaña
Aínsa a Campo
Nueno
Huesca
San Pedro el Viejo
Montearagón Quicena a Estadilla
Barbastro
Almudévar
a Zaragoza a Monzón, Lérida
Sariñena Villanueva de Sijena
Monasterio de Sijena
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a Ballobar
RUTA
Lauda sepulcral del panteĂłn de nobles, monasterio de San Juan de la PeĂąa
Panteones reales
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
San Victorián Gonzalo Un monasterio visigodo San Victorián, situado a pocos kilómetros de Aínsa bajo la imponente mole de la Peña Montañesa, es un monasterio excepcionalmente antiguo, pues existía ya en el siglo VI, en época visigoda. Por entonces se llamaba Asán. En ese siglo llegó a Asán un italiano, de nombre Victorián, que fue allí monje y abad. Victorián dejó una huella tan profunda que, cuando el cenobio renació en el siglo XI tras el paréntesis que supuso la etapa de dominio musulmán, su nombre, más que Asán, fue ya el de monasterio de San Victorián. Muerte de San Victorián. Museo Diocesano de Barbastro-Monzón
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I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
En San Victorián fue enterrado a mediados del siglo XI Gonzalo, conde o rey de Sobrarbe y Ribagorza. Y en el monasterio era tradición que estaba sepultado también Ínigo Arista, el primer monarca del reino de Pamplona, cuyo sepulcro se halla realmente en el monasterio navarro de Leire. Ínigo Arista dio origen, por vías asimismo legendarias, a la cruz que lleva su nombre, que constituye el segundo cuartel del escudo de Aragón.
Los dos cuerpos de San Victorián El rey Pedro I y su ejército llevaban consigo las reliquias de San Victorián en la batalla de Alcoraz, que les abrió las puertas de la Huesca musulmana. A partir de entonces se rindió culto a dos cuerpos diferentes del santo. Los religiosos del castilloabadía de Montearagón, junto a Huesca, afirmaban tener uno. Y el otro se veneraba en el monasterio de San Victorián. En ambos santuarios, además, se acudía a sus reliquias en situaciones de grave sequía, como forma de atraer las ansiadas lluvias. El arca con el cuerpo del santo del monasterio de San Victorián protagonizaba una tradición realmente singular, la mazada. Tal y como contaba el Padre Huesca a finales del siglo XVIII, se oía «un golpe en dicha arca, llamado vulgarmente la mazada de San Victorián, siempre que han de morir el abad o algún monje. De forma que jamás se ha oído la mazada sin que haya muerto alguno de los dichos dentro del año, ni ha muerto alguno de ellos sin preceder el aviso» (Teatro histórico, t. VII, 1797, pp. 365-366). En el siglo XIX, con la desamortización, se perdió todo rastro de los dos cuerpos. Del que se veneraba en San Victorián no ha quedado nada, y del que se encontraba en Montearagón solo ha llegado a nosotros su cráneo. Se trata, eso sí, de un excepcional relicario: una cabeza forrada de plata que se guarda en la actualidad en la basílica de San Lorenzo de Huesca.
Busto de San Victorián. Museo Diocesano de Barbastro-Monzón
Escudo del monasterio de San Victorián
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Gonzalo, conde o rey de Sobrarbe y Ribagorza El rey Sancho III el Mayor de Pamplona repartió entre sus hijos a su muerte, ocurrida en 1035, sus extensos territorios. A García le correspondió el reino de Pamplona, a Fernando el condado de Castilla, a Ramiro el condado de Aragón y a Gonzalo los condados de Sobrarbe y Ribagorza. En los estudios que se han ocupado de él, a Gonzalo se le llama indistintamente conde o rey de Sobrarbe y Ribargorza. Poco es, en cualquier caso, lo que sabemos sobre su figura. Ni siquiera es seguro que residiera en ambos condados desde que fue investido con ellos. Y tampoco estuvo demasiado tiempo a su frente, pues murió, y además de manera violenta, hacia 1045. Su hermano Ramiro, que ya dominaba el condado de Aragón, se hizo también con Sobrarbe y Ribagorza, fundando con ello el reino de Aragón y convirtiéndose en cabeza de la dinastía real aragonesa.
Íñigo Arista. Un monarca pamplonés en Sobrarbe y su cruz legendaria Íñigo Arista, que murió a mediados del siglo IX, es el primer monarca conocido del reino de Pamplona. Fue enterrado, con gran probabilidad, en Leire. En Aragón, sin embargo, una antigua tradición, existente ya en el siglo XIV, situaba su sepultura en San Victorián. Y era una tradición, además, que impulsó Pedro IV el Ceremonioso, uno de los reyes más importantes de la historia de la Corona de Aragón. La Crónica de San Juan de la Peña, que se compuso durante su reinado, afirmaba que Íñigo Arista estaba enterrado en Leire. Pese a ello, Pedro IV escribió en 1372 cartas a los clérigos y vecinos de Aínsa y al abad de San Victorián, ordenando trasladar el cuerpo de Íñigo Arista, del que decía que descansaba Cruz de Íñigo Arista en Araguás, un lugar próximo a San Victorián, al monasterio. El traslado debió realizarse siguiendo estas órdenes. Y un año después, el rey enviaba al monasterio de San Victorián, con destino al sepulcro de Íñigo Arista, un rico paño de oro decorado con los «señales de Aragón antiguos»; se trataba de una cruz blanca, que sería conocida más adelante como «cruz de Íñigo Arista». Pero tal emblema heráldico no era «antiguo». Había sido inventado en época del propio Pedro IV, y se atribuyó a un rey del siglo IX, Ínigo Arista, que vivió trescientos años antes de que nacieran los escudos y la heráldica. 16
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Sepulcro de Íñigo Arista en la iglesia de San Victorián
A pesar de tales anacronismos, ambas tradiciones, la del sepulcro y la cruz, se consolidaron en los siglos siguientes. En la iglesia del monasterio se podía visitar la tumba del rey pamplonés. Y la cruz, que según un relato legendario se apareció a Íñigo Arista en el cielo antes de librar una batalla con los musulmanes en Araguás, se convirtió en uno de los principales emblemas de Aragón. Desde 1499, la cruz de Íñigo Arista, representada como una pequeña cruz blanca sobre fondo de color azul oscuro, constituye el segundo cuartel heráldico de los cuatro que forman el escudo oficial de Aragón. Íñigo Arista, como ocurría con el santo titular del monasterio, fue un rey con dos cuerpos. Si sobre San Victorián existían dos tradiciones contrapuestas, que situaban sus reliquias en el monasterio que llevaba su nombre y en Montearagón, del rey de Pamplona hubo autores que situaban su enterramiento en Leire, mientras otros lo localizaban en San Victorián.
Un monumento perdido Cuando se construyó la iglesia actual del monasterio, que se consagró en 1737, su decoración incluía esculturas de los reyes Felipe V, el primer monarca Borbón en España, y su mujer Isabel Farnesio (de esta última se conserva parte). En el crucero se erigió un notable panteón real, ya desaparecido. Presentaba un sepulcro de jaspe, sobre el que había una inscripción en latín con letras de oro, en la que se indicaba que allí estaban sepultados Íñigo Arista y Gonzalo (la inscripción se refería a ellos como «Innico Aristae» y «Gundisalvo Sancii»). El conjunto funerario se completaba con un esqueleto de mármol, envuelto en un sudario, y estatuas que representaban a Aragón triunfante y el África vencida. 17
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
San Juan de la Peña Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I Los tres primeros reyes de Aragón Aragón tuvo cinco reyes desde el nacimiento del reino en el siglo XI hasta la formación de la Corona, en el XII. Fueron Ramiro I (1035-1063), su hijo Sancho Ramírez (1063-1094) –que por eso se llama «Ramírez», que significa «hijo de Ramiro»– y los tres hijos de Sancho, que reinaron uno tras otro: Pedro I (1094-1104), Alfonso I el Batallador (1104-1134) y Ramiro II el Monje (1134-1137). A cuatro de ellos los conocemos por una cifra (primero o segundo), pero, curiosamente, a Sancho nunca lo hemos llamado Sancho I, sino Sancho Ramírez (Pedro I, desde esa perspectiva, podría haber pasado a la historia como Pedro Sánchez, que es de hecho como figura en los documentos de la época –«Petrus Sancii»–). Sancho Ramírez, Juan Galván, 1626. De estos monarcas, los tres primeros (Ramiro I, Ayuntamiento de Huesca Sancho Ramírez y Pedro I) están enterrados en San Juan de la Peña. Sobre los sepulcros pinatenses está a punto de publicarse un estudio monográfico, que promete ser fundamental, titulado El panteón del monasterio de San Juan de la Peña. Historia, política y arte, cuyos autores son Natalia Juan, José María Lanzarote y Ana María Muñoz. Ramiro I fue el creador del reino, al unir los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Pero su verdadero fundador es Sancho Ramírez. Con él, Aragón forjó una estrecha alianza política y religiosa con el papado y entró en contacto con casas nobles y principados de Europa (la segunda mujer del rey, Felicia de Roucy, tiene ese origen). Sancho Ramírez anexionó en 1076 buena parte del reino de Pamplona, incluida su capital, con Pedro I, Juan Galván, 1626. Ayuntamiento de Huesca lo que incrementó de forma notable su potencia demográfica y militar (Sancho Ramírez, Pedro I y Alfonso I fueron hasta 1134 reyes de aragoneses y pamploneses). Elevó a Jaca a la categoría de ciudad y le concedió su célebre fuero. Y con Sancho Ramírez comenzaron a gran escala las conquistas frente a los musulmanes. Las riquezas que ello proporcionó al monarca le 18
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Catedral de Jaca
permitieron convertirse en el primer rey de Aragón en acuñar moneda (sobre todo, de vellón, aunque Sancho Ramírez emitió también unas extraordinarias monedas de oro, los mancusos); y ser un gran monarca constructor (durante su reinado se emprendieron obras tan emblemáticas como la iglesia alta de San Juan de la Peña, la Catedral de Jaca, buena parte del castillo de Loarre, incluida su impresionante iglesia, y el castillo de Montearagón). El mejor testimonio de la importancia decisiva que la lucha contra los musulmanes tuvo en la historia del reino es que sus dos primeros monarcas murieron como consecuencia de ello: Ramiro I en Graus en 1063 y Sancho Ramírez ante Huesca, en 1094. Pedro I fue quien recogió los frutos de tal política expansiva, con la conquista de las ciudades islámicas de Huesca (1096) y Barbastro (1100),
Tumbas reales y nobiliarias El monasterio de San Juan de la Peña existía ya, con bastante probabilidad, antes del año 1000. Debe ese sobrenombre, «de la Peña», a su impresionante emplazamiento natural, pues se halla situado al abrigo de una enorme peña formada por conglomerados, en una sierra que dista apenas una veintena de kilómetros de Jaca. San Juan de la Peña se convirtió en el siglo XI en un gran monasterio benedictino. Fue en él, en 1071, la primera vez en la península en que el rito visigodo o mozárabe fue sustituido por el romano. Y en 1094 se consagró la nueva iglesia románica, con sus tres ábsides embutidos, literalmente, en la peña. 19
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Fue junto a esta iglesia donde nació un doble panteón, real y nobiliario. El de los monarcas y sus familiares se dispuso, como la cabecera del templo, bajo la misma peña. Algo más separado de ella, pero inmediato a las sepulturas regias, se localizaba el panteón de los nobles. De este se conserva un conjunto excepcional, con muy pocos paralelos en el arte románico. Se trata de dos hileras superpuestas, con 24 enterramientos (13 en la fila superior y 11 en la inferior). Tienen forma de arcos de medio punto, ornamentados con ajedrezados o bolas, tan característicos del románico de la zona de Jaca. Y sus tímpanos presentan como elementos decorativos, sobre todo, cruces y crismones, pero también hay un espléndido grifo, un león, un caballero o el alma de un difunto siendo conducida al cielo por ángeles.
Claustro de San Juan de la Peña
Panteón de nobles de San Juan de la Peña
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Detalle de lauda nobiliar
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Carlos III y el conde de Aranda. Un nuevo panteón real San Juan sufrió incendios muy graves en 1492 y 1675. Tras este último, los monjes abandonaron su antiguo emplazamiento y construyeron un nuevo monasterio en la pradera situada sobre la peña. En el siglo XVIII, no obstante, se reconstruyó el panteón real del Medallón de Carlos III monasterio viejo. Las obras se desarrollaron entre 1770 y 1773, durante el reinado de Carlos III, en unos años en los que el conde de Aranda, un aragonés, presidía el Consejo de Castilla y tenía una posición de preeminencia en el país. Se encargaron los trabajos al escultor zaragozano Carlos Salas, que contó con la colaboración del platero oscense José Estrada. El resultado fue un recinto neoclásico, presidido por un altar con un calvario. En el muro izquierdo se desarrollan cuatro escenas en relieve, tres de las cuales representan las victorias de Garci Ximénez en Aínsa, Íñigo Arista en Araguás y Pedro I en Alcoraz, que son el origen legendario de los tres primeros cuarteles del escudo de Aragón (el árbol de Sobrarbre y las cruces de Íñigo Arista y Alcoraz); la última escena muestra el juramento de los fueros ante el justicia por los primeros reyes de Aragón. En cuanto al muro derecho, lo ocupa el panteón propiamente dicho: veintisiete inscripciones en bronce, dispuestas en tres hileras (y en ellas, de nuevo, tanta leyenda como historia; desde un rey inventado, como Garci Ximénez, a monarcas pamploneses sepultados realmente en tierras navarras).
Relieves del panteón real del monasterio de San Juan de la Peña
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I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
La construcción del panteón dieciochesco tuvo consecuencias de gran alcance para las tumbas medievales. Se rebajó el suelo del recinto, con lo que desaparecieron buena parte de los enterramientos excavados en la roca. Y se desmantelaron por completo las dos hileras de sepulcros del panteón de nobles, de las que solo sobrevivió su maravilloso frente esculpido. La única zona original que sobrevivió fue la situada junto a la peña, tal y como se puede contemplar hoy. En esta parte se debieron depositar, sin duda, los restos óseos hallado durante los trabajos. Como resultado de ello, durante el proyecto de investigación antropológico y genético desarrollado entre 2008 y 2011, se encontraron en el panteón real de San Juan de la Peña restos de alrededor de 50 individuos, lo que hizo imposible identificar los pertenecientes a Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I. Sí se conservan, al menos, las losas de piedra que cubrían los enterramientos reales. Especialmente destacada es la correspondiente a Pedro I, que presenta dos franjas paralelas con decoración de carácter vegetal.
Un rey fabuloso. Garci Ximénez y la Morisma de Aínsa
Conde de Aranda. Museo de Huesca
El Conde de Aranda quiso enterrarse junto al panteón real a cuya construcción tanto contribuyó. Tras fallecer en su villa de Épila en 1798, su cadáver fue llevado a San Juan de la Peña. El sepulcro del noble aragonés se excavó en 1985, y además de sus restos óseos se encontraron en él sus vestiduras (calzón, chaleco y casaca), que hoy, debidamente restaurados, se exponen en el monasterio pinatense. 22
En las inscripciones funerarias y los relieves del panteón real figuran, ya que entonces se tenían por históricos, algunos de los principales mitos y leyendas fundacionales de Aragón; entre ellos, el de los reyes y los fueros de Sobrarbe (véase Antonio Peiró, El árbol de Sobrarbe. Los mitos de origen del reino de Aragón, 2005). Así, una inscripción y el primero de los relieves celebraban que en el panteón pinatense estuviera sepultado un monarca que nunca existió: Garci Ximénez, el primero de los no menos fantásticos reyes de Sobrarbe. A Garci Ximénez se le atribuía la conquista a los musulmanes, en el siglo VIII, de la villa de Aínsa, una leyenda que en la actualidad se recuerda en la propia Aínsa, cada dos años, en el maravilloso espectáculo de la Morisma. Durante la batalla con los musulmanes, según dicha leyenda, una cruz roja apareció, de manera milagrosa, sobre una encina o carrasca. Es el Árbol de Sobrarbe, que sigue siendo hoy el primer cuartel del escudo oficial de Aragón. Relieve alusivo a la batalla en el panteón real
I PANTEONES REALES DEL ALTO ARAGÓN I
Un anillo perdido y tres encontrados A comienzos del siglo XVII, un anillo de oro procedente del panteón real se encontraba en uno de los dedos de un relicario de San Indalecio con forma de brazo que se veneraba en San Juan de la Peña. En tal disposición lo contempló en 1610 el cosmógrafo portugués Juan Bautista Labaña, que recorría Aragón para realizar su famoso mapa del reino. Labaña dice incluso que se lo probó en el dedo índice. El anillo, según se afirmaba, procedía del sepulcro del rey Pedro I. Tenía engastada una pequeña esmeralda que llevaba grabado un amorcillo con un ramo en la mano. En la parte opuesta del anillo se podía leer, en letras mayúsculas, la palabra PAX. Cuando los monjes abandonaron Anillos procedentes del panteón real pinatense. el monasterio en la época de la Museo de Huesca desamortización, el anillo quedó en poder de su último abad. Este lo legó a su sobrino, que era canónigo de la catedral de Jaca, Y por deseo del canónigo, el obispo jacetano donó el anillo al rey Alfonso XIII, durante la visita que este realizó al Altoaragón en septiembre de 1903. Siempre se pensó que el anillo quedó depositado en las colecciones reales, pero lo cierto es que se ha perdido todo rastro del mismo. A cambio, en las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el panteón real en 1985 se descubrieron no uno sino tres anillos de oro, además de otros objetos, como un pequeño dado de marfil. En la actualidad los anillos y el dado se pueden admirar en el Museo de Huesca. Uno de los anillos, que llevaba engastado un rubí, era de un niño o niña, por sus menores dimensiones. El segundo debía contar también con una piedra preciosa, que no se ha conservado. El más interesante, no obstante, resultó ser el tercer anillo, cuyas características eran muy similares al que desapareció en 1903. En este también se lee la palabra PAX. Y presenta una piedra engastada, de ágata veteada y un centímetro de alto, en la que se halla representada en huecorrelieve, de forma extraordinaria, un águila imperial romana con una corona de laurel en su pico. Un excepcional símbolo de poder y majestad, que perteneció sin duda a alguno de los tres monarcas aragoneses sepultados en San Juan de la Peña. 23
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Jaca El conde Sancho Ramírez En la ciudad de Jaca se conservan los sarcófagos de dos hijos de Ramiro I: el conde Sancho Ramírez (Museo Diocesano) y la condesa Sancha (convento de las Benedictinas). Ramiro I tuvo cinco hijos legítimos: Sancho Ramírez, que le sucedió en el trono; García, que fue obispo de Jaca y Pamplona; la condesa Sancha; y Teresa y Urraca. Además, fuera del matrimonio tuvo con una mujer llamada Amuña otro hijo, que fue conde y se llamó también, Ramiro y sus dos hijos, tal y como aparecen en las actas del falso concilio de Jaca. Archivo de la Catedral de Jaca como su hermanastro rey, Sancho Ramírez. El conde Sancho Ramírez, pese a ese carácter ilegítimo, tuvo un papel destacado en el reino de Aragón. El primer testamento de Ramiro I, de 1059, dice de él que tendría parte en su herencia si «volvía de tierra de moros». Una noticia muy singular, aunque no se sabe más; se ignoran los motivos que le habían llevado a territorio musulmán y cuánto tiempo permaneció en él. Más tarde tuvo a su cargo, como tenente, importantes poblaciones como Sos, Monzón, Benabarre o Fantova (estas dos últimas durante varias décadas). Peregrinó a Jerusalén en 1092, siete años antes de que la ciudad, que seguía bajo dominio islámico, fuera conquistada por los guerreros de la Primera Cruzada. Una hija del conde, Talesa, fue esposa de Gastón de Bearn, el gran colaborador de Alfonso el Batallador. Y de Talesa y Gastón nació Pedro Atarés. Este nieto del conde Sancho Ramírez fundó, en el siglo XII, el monasterio cisterciense de Veruela. Y en Sarcófago del conde Sancho Ramírez. Museo Diocesano de Jaca su condición de bisnieto de 24
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Ramiro I, si bien por línea ilegítima, la Crónica de San Juan de la Peña dice de Pedro Atarés que los aragoneses y navarros, a la muerte de Alfonso el Batallador en 1134, pensaron en él como nuevo rey antes que en Ramiro el Monje. El conde Sancho Ramírez murió entre 1105 y 1111. Fue enterrado en una iglesia, dedicada a los santos Nicolás, Agustín y Marcial, que él mismo había hecho construir en las proximidades de la catedral de Jaca. En el siglo XVI dicha iglesia desapareció, y desde entonces su sarcófago permaneció, hasta 1962, en una de las capillas del claustro de la catedral jaquesa. En la actualidad, el sepulcro del conde, que no presenta decoración escultórica, y su inscripción funeraria se pueden admirar en el Museo Diocesano de Jaca (véase Aznárez López, Juan Francisco, y García Dueñas, Felipe, «El sarcófago del conde Sancho Ramírez en la Seo de Jaca», en Boletín oficial del Obispado de Jaca, año CXI, nº 5-6, 1991, pp. 148-156). Conservamos dos posibles representaciones suyas. La primera se encuentra en una copia del siglo XII de las actas del falso concilio de Jaca de 1063, que se guarda en la catedral jacetana. Dicha copia está encabezada por una imagen del rey Ramiro I, acompañado de sus dos hijos de igual nombre, el futuro rey y el conde. Y recientemente Francisco Prado-Vilar, un reputado especialista en arte románico, ha planteado la hipótesis de que dos hermosísimos capiteles conservados en Jaca (uno de ellos es el célebre capitel del sátiro) pertenecieron a la iglesia que construyó el conde Sancho Ramírez para acoger su sepulcro, y que una de las figuras del segundo capitel (conservado en la iglesia de Santiago) es además un retrato del conde Sancho Ramírez.
Posible retrato del conde Sancho Ramírez. Iglesia de Santiago de Jaca
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Santa Cruz de la Serós y Jaca La condesa Sancha, sus hermanas Teresa y Urraca y su abuela Sancha La condesa Ramiro I casó a dos de sus hijos con miembros de la casa condal de Urgel, con el propósito de forjar una estrecha alianza política entre su joven reino y el condado pirenaico catalán. Los protagonistas de dichos enlaces fueron su heredero, el futuro rey Sancho Ramírez, y su hija Sancha, quien casó con el propio conde de Urgel, Ermengol III. En 1064, guerreros cristianos, en gran parte procedentes de más allá de los Pirineos, conquistaron Barbastro. El rey musulmán de Zaragoza, sin embargo, recuperó la ciudad al año siguiente, y en los combates murió Ermengol III. Viuda y sin haber tenido descendencia, Sancha regresó a Aragón, manteniendo en adelante el título de condesa. Sancha se convirtió desde entonces en un importante apoyo de su hermano, el rey Sancho Ramírez, con quien le unía al parecer una estrecha relación. Llegó incluso a regir, de manera sorprendente, el obispado de Pamplona en 1082-1083, sustituyendo en él a su hermano García, quien mantenía serios desencuentros con el monarca aragonés. La condesa Sancha presidió también, a partir de 1082 y prácticamente hasta su muerte, el monasterio masculino de Siresa, en el que se educó, seguramente bajo su tutela, su sobrino, el futuro Alfonso el Batallador. Sancha estuvo asimismo muy vinculada al monasterio femenino de Santa Cruz de la Serós, aunque no llegó a profesar en él como monja ni a ser su abadesa. La condesa se halló presente en abril de 1097, junto a otro de sus sobrinos, el rey Pedro I, en la consagración de la mezquita mayor de Huesca como catedral, pocos meses después de la batalla de Alcoraz y la conquista de la ciudad a los musulmanes. Sancha, sin embargo, murió ese mismo año 1097. Fue enterrada en Santa Cruz de la Serós, en un extraordinario sarcófago románico que se encuentra desde el siglo XVII en el convento de las Benedictinas de Jaca. Retrato de la condesa Sancha junto a dos sores en su sarcófago. Iglesia de las Benitas de Jaca
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El monasterio de Santa Cruz de la Serós
Iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós y portada de los pies
Fue el monasterio femenino más importante de Aragón en los siglos XI y XII, hasta la fundación de Sijena, también panteón regio (y si Santa Cruz de la Serós es un monumento perpetuo a la memoria de la condesa Sancha, Sijena lo fue un siglo después a la de la reina Sancha). Su nombre deriva precisamente de su condición de monasterio femenino: Santa Cruz de la Serós era, en origen, Santa Cruz de las Sorores, por las sorores o monjas que habitaban en él. Se halla situado en el camino que unía Jaca con San Juan de la Peña, pocos kilómetros antes de llegar a este monasterio. Santa Cruz de la Serós nació seguramente a mediados del siglo XI, en época del rey Ramiro I. Uno de los fines de la nueva fundación, que perteneció a la orden benedictina, debió ser acoger a las hijas del monarca, pues lo cierto es que las tres, Sancha, Urraca y Teresa, estuvieron vinculadas al monasterio y terminaron enterrándose en él. Es muy posible que la condesa Sancha tuviera mucho que ver en la construcción de la magnífica iglesia románica que ha llegado hasta nosotros, que sobresale, entre otros elementos, por la portada, en cuyo tímpano, como en el de la catedral de Jaca, encontramos un crismón flanqueado por dos leones; la inmensa y magnífica torre; y el singular cuerpo cuadrangular construido sobre el crucero. 27
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El sarcófago de la condesa Sancha Se trata de una pieza excepcional, con apenas paralelos en el arte románico español. Desde un punto de vista estilístico, corresponde a la escuela escultórica de Jaca, a la que pertenecen, entre otras obras, algunos de los capiteles de la catedral jacetana o los tímpanos de la iglesia oscense de San Pedro el Viejo. Representación del alma de la difunta Las cuatro caras del sarcófago fueron esculpidas. Su lado largo principal presenta, en el centro, el alma de la condesa difunta, representada, tal y como era habitual en el arte medieval, en forma de figura humana desnuda y asexuada. Está en el interior de una mandorla que sujetan dos ángeles. En la parte derecha hay tres figuras femeninas; la situada en medio, sentada en una silla de tijera semejante a la famosa Silla de San Ramón de Roda de Isábena, es, con toda probabilidad, la condesa. Durante bastante tiempo se pensó que quienes le acompañan en esta escena eran sus hermanas Uurraca y Teresa, pero en la actualidad se considera que son, sencillamente, dos monjas. En la parte izquierda encontramos, por fin, otras tres figuras. En este caso se trata de religiosos, y el que ocupa la posición central es, posiblemente, un obispo o abad. Las tres escenas se han representado bajo arcos de medio punto, sostenidos por columnas con capiteles de decoración vegetal. En el otro lado largo encontramos, también bajo arcos sustentados por columnas y capiteles, a dos guerreros a caballo, que portan lanza y escudo, luchando entre sí, y a un hombre combatiendo con un león. Por último, los lados cortos en la cabecera y los pies muestran dos grifos (animales míticos, mitad águila mitad león, a los que se consideraba desde la Antigüedad protectores de los difuntos) y un bellísimo crismón trinitario, tan característico del arte románico aragonés, con un Cordero Pascual en su centro como en uno de los tímpanos de San Pedro el Viejo. Sarcófago de la condesa Sancha y detalle escultórico
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Análisis antropológico y genético de los restos del sarcófago En el sarcófago se encontraron no uno sino nueve individuos diferentes. Ello constituye un impagable testimonio de las vicisitudes por los que suelen pasar los sepulcros de este tipo a lo largo de los siglos. Los investigadores han podido determinar que tres corresponden a las hijas de Ramiro I, la propia condesa Sancha y sus hermanas Urraca y Teresa. Y también se han identificado los restos de la abuela de todas ellas: Sancha de Aibar, la mujer con la que rey pamplonés Sancho III el Mayor tuvo como hijo a Ramiro I. Dichos restos, tras la culminación del proyecto de investigación desarrollado entre 2008 y 2011, fueron reinhumados en el sarcófago de la condesa Sancha. Veáse, para cuanto antecede, Mª Begoña Martínez Jarreta, «Nuevas claves para enigmas antiguos. La ciencia rinde homenaje a los reyes de Aragón», en VV. AA., San Pedro el Viejo: panteón real de Aragón, 2013.
Traslado a Jaca En 1555, cumpliendo los mandatos del Concilio de Trento, que recomendaban a las comunidades de monjas que no vivieran en lugares apartados, las religiosas de Santa Cruz de la Serós se trasladaron a Jaca. Allí les fue cedida la iglesia románica de San Ginés (que contaba, además, con una cripta subterránea). Dicha iglesia, tras sucesivas obras y reformas, sigue siendo hoy el convento de las Benedictinas de Jaca, continuadoras y herederas de las religiosas de Santa Cruz de la Serós. Durante más de medio siglo, el sarcófago de la condesa Sancha permaneció en Santa Cruz de la Serós. Finalmente, en 1622 se decidió trasladarlo también a Jaca. El viaje del gran sepulcro de piedra hasta la ciudad debió constituir una pequeña odisea. El sarcófago se conserva, desde ese siglo XVII, en el convento de las Benedictinas (en la actualidad se expone junto al ciclo de pinturas murales, pintado hacia 1200 con escenas del Nuevo Testamento, que decoraba la cripta subterránea de la iglesia en la que se instalaron las monjas).
Iglesia de las Benitas de Jaca
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Montearagón Sancho Ramírez, fugazmente, y Alfonso I el Batallador y el abad Fernando hasta el siglo XIX Un castillo-símbolo El castillo de Montearagón fue construido a partir de 1085 por el rey Sancho Ramírez sobre un altozano carente de vegetación, a pocos kilómetros de Huesca, para preparar la conquista de la ciudad. Y tuvo esa función durante más de diez años, pues la Wasqa islámica no fue tomada hasta noviembre de 1096 Alfonso I el Batallador, Juan Galván, 1626. por Pedro I, el hijo y sucesor de Sancho Ramírez. Ayuntamiento de Huesca El castillo albergó desde sus comienzos una comunidad de canónigos agustinos. Beneficiado por los primeros reyes aragoneses con enormes donaciones, tanto en Aragón como en Navarra, Montearagón se convirtió en uno de los principales monasterios del reino. El castillo-abadía quedó vacío con la desamortización y sufrió un pavoroso incendio en 1844, que lo arruinó en gran parte. Montearagón es, por todo ello, un símbolo. Emblema, para empezar, de la sucesión de conquistas frente a los musulmanes a lo largo de un siglo, que llevaron a los reyes aragoneses hasta los últimos confines de Teruel, dando forma con ello a Aragón. Y lo es también en sus nombres: el castillo, construido en tierras aún islámicas, era el Monte de Aragón; y la iglesia que se levantó en su interior fue puesta bajo la advocación de Jesús Nazareno (titular que más tarde recibió, y que conserva hoy, la Catedral de Huesca, pues fueron los clérigos de Montearagón quienes cristianizaron en 1096, con la misma advocación de la iglesia de su castillo, la mezquita mayor de la ciudad, luego convertida en catedral).
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El breve enterramiento de Sancho Ramírez El rey murió ante Huesca en junio de 1094, cuando trataba de tomar la ciudad. La causa fue un afortunado flechazo disparado por uno de sus defensores, tal y como recogen textos y crónicas medievales y opinaba Antonio Ubieto, o una enfermedad, según creía Ricardo del Arco a partir de un documento oscense de 1097. Sancho Ramírez fue llevado al castillo-abadía de Montearagón, que él mismo había construido casi diez años antes y por el que sentía, sin duda, predilección. Allí fue enterrado. Pero apenas permaneció unos meses; y ello por dos razones. En primer lugar, porque su hijo Pedro I se vio obligado a interrumpir el cerco de la ciudad y no parecía conveniente dejar el cuerpo del rey en tierra aún no conquistada. Y porque además, la iglesia alta de San Juan de la Peña, junto a la que estaba enterrado Ramiro I, el padre de Sancho Ramírez, estaba ya terminada. De hecho, fue consagrada en diciembre de ese 1094, y en tal fecha, probablemente, debió ser enterrado definitivamente el segundo rey de Aragón. Resulta impresionante imaginar el cortejo que transportó el cadáver real desde la tierra llana hasta el monasterio pinatense.
Arriba. Escudo del abadiado de Montearagón En esta página, derecha. Iglesia del castillo
En Montearagón, de todos modos, quedó recuerdo permanente del fugaz entierro de su rey fundador, e incluso del lugar en que había sido sepultado. En los siglos XVII y XVIII todavía se señalaba, como ubicación de la sepultura regia, la sacristía montearagonesa, justo detrás del muro en que estaba situado el altar mayor de la iglesia del castillo.
Vista general del castillo de Montearagón 31
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Alfonso I y su sepulcro Alfonso llegó al trono en 1104, tras la muerte sin descendientes de su hermanastro Pedro I (ambos eran hijos de madres diferentes); Pedro I, en realidad, había tenido un hijo varón, llamado también Pedro, pero su salud era frágil y murió antes que su padre. Tres hechos caracterizan los treinta años que duró el reinado de Alfonso I. Conquistó Cripta de la iglesia del castillo a los musulmanes, y de ahí su sobrenombre de Batallador, buena parte del valle del Ebro, incluyendo poblaciones tan importantes como Zaragoza, Tudela, Tarazona, Calatayud y Daroca. Casó con Urraca, que era desde 1109 reina de Castilla-León (dicho matrimonio, que prefiguraba casi cuatrocientos años antes el de los Reyes Católicos, terminó sin embargo de manera tumultuosa: los cónyuges se separaron sin que hubiera nacido ningún hijo de su unión, y el reino de Castilla-León se hundió en un periodo de graves disturbios y enfrentamientos armados). Y por último, Alfonso el Batallador, que tantas veces había derrotado a los musulmanes, fue decisivamente vencido por los almorávides en la batalla de Fraga (julio de 1134), en la que murieron, entre muchos otros, los obispos de Huesca-Jaca y de Roda de Isábena y el abad de San Victorián. El rey consiguió escapar, pero falleció menos de dos meses después, dejando tras de sí un testamento de imposible cumplimiento, en el que legaba sus extensos territorios a las órdenes religiosas nacidas poco antes en Tierra Santa (templarios, hospitalarios y orden del Santo Sepulcro). El reino que había construido Alfonso I se hundió catastróficamente tras su desaparición, y los aragoneses eligieron como nuevo monarca a su hermano Ramiro II el Monje. El Batallador murió en septiembre de 1134 entre Almuniente y Poleñino, en tierras altoaragonesas. Su cuerpo fue llevado a Montearagón y enterrado en su iglesia subterránea, llamada «Nuestra Señora bajo tierra». Conocemos cómo era su sepulcro porque el oscense Valentín Carderera, que todavía llegó a verlo, incluyó un grabado del mismo en su Iconografía española (1855 y 1864). La tumba real contaba con doce columnas, seis en cada frente, con capiteles lisos. El canónigo montearagonés Juan de Segura cuenta por su parte en el Discurso de la fundación y estado de la real casa de Montearagón, publicado en 1619, que en su tiempo se abrió la tumba de Alfonso I: «pocos años ha con curiosidad se miró esta sepultura, y se halló en ella un cadáver en un ataúd de madera, envuelto en lienzos 32
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o telas de varias labores, los huesos muy grandes y echando de sí muy grande fragancia y suave olor, con la carne seca apegada a ellos, que el conservarse así tanto tiempo, que ha más de 450 años, es muy posible, por estar la sepultura en alto, donde no le toca ninguna humedad, en parte fresca y muy sana» (pp. 6 y 41) Además del sepulcro de Alfonso I, en Montearagón se hallaba una segunda sepultura, más ornamentada que la del monarca, que Carderera también reprodujo. Pertenecía a un infante o infanta de Aragón de nombre desconocido. Ambas tumbas fueron destruidas en el siglo XIX (Carderera da a entender que se perdieron con el incendio de 1844; para del Arco, por el contrario, su destrucción ocurrió durante la revolución de 1868).
El falso Alfonso el Batallador En marzo de 1175, en un documento dirigido a los habitantes del pueblo que entonces existía a los pies del castillo de Montearagón, el rey Alfonso II aludía al alma de su tío abuelo Alfonso el Batallador, y decía que descansaba en la iglesia de Jesús Nazareno de Montearagón. El monarca aragonés tenía un especial interés en recordar el lugar en el que estaba sepultado el Batallador, sobre todo si pensamos que por aquellos años apareció en sus tierras un impostor que afirmaba ser Alfonso I, quien, de creer su relato, había sobrevivido más de treinta años a la batalla de Fraga. De este tema tan singular se ocuparon hace ya tiempo historiadores como Antonio Ubieto («La aparición del falso Alfonso I el Batallador») y Federico Balaguer («Alusiones de los trovadores al pseudo Alfonso el Batallador»). No fue el único caso de
Tumbas de Alfonso I y de un infante reproducidas por Carderera
monarcas medievales, o incluso posteriores (el rey Sebastián de Portugal en el siglo XVI), de los que se pensaba que no habían muerto en realidad y regresarían, tras un periodo más o menos largo de ocultación, para recuperar su trono. Hasta el fabuloso rey Arturo, al que se calificaba como «el rey que fue y que será», concitó en torno suyo esperanzas semejantes. El falso Alfonso el Batallador, tal y como explica Antonio Ubieto, no tuvo un final feliz. Unos Anales, al hablar de los sucesos ocurridos en 1181, aseguran: «Vino un herrero y dijo: ‘Yo soy don Alfonso, el que tomó Zaragoza y Calatayud y Daroca’. Y fue recibido en aquellos lugares con gran honra y pompa. Y decía muchas cosas que parecían verdad de lo que él había hecho. Y era tenido por señor y por don Alfonso. Y después se conoció que no era aquel, y lo ahorcaron muy deshonrosamente delante de la ciudad de Barcelona». 33
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El abad Fernando Algunos abades de Montearagón pertenecieron a la casa real. Fue, por ejemplo, el caso de Berengario, hijo bastardo del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Y tras él, del abad Fernando, hijo, hermano y tío de reyes de Aragón (lo fue, respectivamente, de Alfonso II, Pedro II y Jaime I). Durante la primera etapa, especialmente turbulenta, del reinado de Jaime I el Conquistador, su tío el abad Fernando llegó incluso a disputarle el trono. Fernando de Montearagón es el protagonista de una de las cantigas (en concreto, la número 164) que narran milagros de la Virgen oscense de Salas en Sepultura desaparecida las famosas Cantigas de Santa María de Alfonso X del abad Fernando el Sabio. Y participó también, pocos años antes de su muerte, en las Cortes de Huesca de 1247, de las que salió la primera colección oficial de los Fueros de Aragón; su nombre se menciona en la página inicial del Vidal Mayor, junto a la conocida miniatura que representa dichas Cortes, con las figuras del rey Jaime I y el obispo de Huesca Vidal de Canellas. Los restos del abad Fernando fueron trasladados a Huesca, junto con los de Alfonso el Batallador, en 1843. Pero en Montearagón permaneció su sepulcro, que presentaba, según muestra una fotografía antigua, su estatua yacente, con la cabeza reposando sobre una almohada. Dicho sepulcro desapareció al parecer durante la Guerra Civil (el castillo fue tomado por las fuerzas republicanas durante su avance sobre Huesca; de tal episodio se conserva todavía un imponente búnker justo debajo de la fortaleza medieval).
Detalle del Vidal Mayor, con Jaime I y el obispo Vidal de Canellas
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San Pedro el Viejo de Huesca Ramiro II el Monje y, desde 1845, Alfonso el Batallador y el abad Fernando Ramiro II. De occidente a oriente El reino de Alfonso I el Batallador era muy extenso, estaba volcado al occidente peninsular y casi no tenía salida al mar. A la muerte del monarca en 1134, tan inmenso edificio se vino abajo de manera estrepitosa. Alfonso VII de Castilla-León se apoderó de las tierras castellanas y riojanas sobre las que había gobernado el Batallador, e incluso llegó a dominar, durante algún tiempo, Zaragoza; después de casi sesenta años, renació el reino de Pamplona, con la elección de un nuevo soberano (García Ramírez); y los musulmanes aprovecharon para recuperar posiciones perdidas Ramiro II, Juan Galván, 1626. Ayuntamiento de Huesca tiempo atrás, entre las que estaba Monzón. En tan dramáticas circunstancias, los aragoneses proclamaron rey a Ramiro II el Monje (1134-1137), el hermano del monarca fallecido. A Ramiro lo conocemos como el Monje porque su padre, el rey Sancho Ramírez, lo había entregado con solo ocho años a los monjes benedictinos franceses de Saint Pons de Thomiéres, para que se educara con ellos y profesara como religioso. Más adelante, fue nombrado obispo de Pamplona y de Roda de Isábena, aunque apenas llegó a regir ambas diócesis. Fue dedicado a la iglesia porque era el tercer hermano varón, tras Pedro I y Alfonso I, lo que hacía difícil que pudiera alcanzar el trono. Pero al morir ambos sin descendencia, Ramiro se convirtió en rey de Aragón. Para dar continuidad a la dinastía, casó con Inés de Poitiers, que pertenecía a la familia de los duques de Aquitania. Con Inés, que era viuda y había tenido ya hijos, Ramiro tuvo en Huesca, en 1136, una niña, la reina Petronila. Un año después, en Barbastro, el monarca firmó las capitulaciones matrimoniales de Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que tenía ya 24 años. A partir de ese momento, y aunque retuvo para sí el título de rey, Ramiro II abandonó la actividad pública y cedió todo el poder a Ramón Berenguer IV. Crismón de San Pedro el Viejo 35
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Nacía de ese modo la Corona de Aragón. Y dos estados, el reino de Aragón y el condado de Barcelona, que en esos momentos ni siquiera tenían frontera en común, pues les separaban los condados de Pallars y Urgel y las tierras musulmanas de Lérida, compartieron durante los siglos siguientes sus destinos históricos. En el caso de Aragón, tales acontecimientos supusieron el paso, en muy pocos años, de un reino orientado hacia el interior peninsular y sin apenas puertos a la unión con un estado, Barcelona, situado al este y de clara vocación marítima. Tras la conquista de Huesca en 1096, Pedro I entregó al monasterio de Saint Pons de Thomiéres, en el que Ramiro se había educado, la iglesia oscense de San Pedro el Viejo, en la que los mozárabes habían mantenido el culto cristiano durante los cuatros siglos de dominio musulmán. Ramiro estuvo muy vinculado, antes y después de ser rey, a San Pedro el Viejo, que se había convertido en un monasterio benedictino dependiente de Thomiéres. Es probable, asimismo, que Ramiro tuviera un papel destacado en la construcción de la iglesia románica que ha llegado a nosotros, ya que la misma se erigió durante su vida. Y fue en el monasterio de San Pedro el Viejo donde el rey monje, cuando murió en 1157, se enterró.
Sarcófago de Ramiro II
Una tumba de segunda mano Ramiro II fue sepultado en un espléndido sarcófago romano de mármol, en el que figura el retrato del personaje para el que se esculpió. Si los restos de este romano todavía se encontraban en el interior del sepulcro, fueron sacados del mismo para colocar en su lugar los del monarca aragonés. El sarcófago solo está esculpido en uno de sus lados largos, lo que prueba que se hizo para estar empotrado en un muro, tal y como sigue en la actualidad. El centro lo ocupa, inscrito en un círculo, el retrato del romano de alto rango, pues lleva toga, que encargó tan magnífico sepulcro. Dicho retrato lo portan dos figuras desnudas y con alas, de gran tamaño. Bajo él hay un cesto de frutas, y a sus lados dos representaciones recostadas, masculina y femenina, del Oceáno y la Tierra (esta, con un cuerno de la abundancia). En los extremos, por último, otras dos figuras desnudas, en pie, con instrumentos musicales de viento y cuerda (un aulós y una cítara). La obra se fecha a fines del siglo III después de Cristo. Fue realizada con mármol 36
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de la isla de Mármara, en la actual Turquía. Se esculpió, tal vez, en Italia, donde se han localizado sarcófagos de iconografía semejante. Y en otro lugar, y por un taller escultórico distinto, el sepulcro fue «personalizado» con el retrato del romano que lo pagó. No hay forma de saber si el sarcófago se descubrió en Huesca, y por ello se decidió enterrar en él al rey Ramiro II, o se trajo expresamente desde otra localidad para servir como sepultura regia (en la Edad Media se conocen otros casos de sarcófagos romanos reaprovechados). Y también se desconoce si las cuatro figuras desnudas fueron mutiladas al ser enterrado el rey aragonés, o en otro momento. A las cuatro, en efecto, les fueron eliminados los genitales, quizá por razones de decoro; con ello, además, las dos figuras aladas, originalmente de carácter pagano, quedaban convertidas en ángeles cristianos (véase Mª Celia Fontana, «Notas sobre el sarcófago de Ramiro II y sus intervenciones históricas», en revista Argensola, nº 122, IEA, 2012, p. 185). El sarcófago con los restos de Ramiro II el Monje (y desde 1845, también su hermano Alfonso el Batallador) se encuentra en la capilla de San Bartolomé. Dicha capilla, una construcción rectangular de tres tramos, se halla situada en un ángulo del claustro de San Pedro el Viejo, adosada a un ábside de la iglesia. Se ha defendido que podría ser Capilla de San Bartolomé en San Pedro el Viejo de Huesca más antigua que la iglesia y el claustro románicos, y que sería incluso anterior a la conquista musulmana; uno de los elementos que apunta en tal sentido son los dos capiteles que presenta la capilla, de decoración, hermosa y sencilla, vegetal y geométrica. Cuando murió Ramiro II estaban ya en pie la iglesia de San Pedro el Viejo y la capilla de San Bartolomé. Pero lo que no existía aún, y por tanto no llegó a conocer el rey, era el claustro románico, ya que este se labró a fines del siglo XII (en San Juan de la Peña sucede otro tanto; cuando los tres primeros reyes de Aragón fueron enterrados en el monasterio pinatense, faltaba casi un siglo para que se esculpiera el claustro románico que todos conocemos). Más adelante, la iglesia de San Pedro el Viejo, su claustro y la capilla de San Bartolomé se decoraron, prácticamente en su totalidad, con pinturas murales. Las del claustro y la capilla han desaparecido, pero a comienzos del siglo XVII todavía las vio Francisco Diego de Aínsa, tal y como escribe en su historia de Huesca: «el techo de todo él, y la bóveda de la capilla, estaban asimismo muy historiados y vistosos con alegres y salidos colores e historias, cuya gran parte aún se ve» (p. 541). 37
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La espada del rey monje Aínsa cuenta también que el sarcófago romano en el que descansa Ramiro II el Monje fue abierto en 1579: «se halló entonces el cuerpo de este rey entero, faltándole solo el término de la nariz. Y se dice que en aquella ocasión Blasco de Azlor, señor de Panzano, se llevó la espada que al lado tenía ceñida (…). Estaba vestido con un ropón de paño burel, y en la estatura que tenía se ve no fue muy crecido. Me han certificado dos personas fidedignas de esta ciudad que se halló en esta ocasión don Pedro del Frago, obispo de Huesca, y que Tumba de Pedro III el Grande en el monasterio de Santes Creus con lágrimas en los ojos dijo: ¡Oh buen rey, buen rey, que hoy día se tiene memoria de tus hechos, por los cuales y por ti es nombrada la ciudad de Huesca en todo el mundo!» (p. 89). Además de Ramiro, otro rey de Aragón fue enterrado en la Edad Media «a la romana». Se trata de Pedro III el Grande (1276-1285), el conquistador de Sicilia, al que se sepultó en el monasterio catalán de Santes Creus en una bañera de pórfido rojo de época clásica, traída expresamente desde la isla italiana. Sobre dicha bañera se colocó una espléndida estructura gótica. La maciza configuración del conjunto consiguió que la tumba de Pedro III no fuera abierta ni profanada nunca. Y cuando se hizo finalmente hace pocos años, para estudiar los restos del rey, se descubrió un llamativo contraste entre Ramiro II y Pedro III. El monarca que ha pasado a la historia con el sobrenombre de «el Monje» fue enterrado, como acabamos de ver, con una espada. Por el contrario, el rey al que apellidamos «el Grande» por sus conquistas quiso pasar a la otra vida como un monje. En la tumba de Pedro III, en efecto, no apareció nada. Ni corona, ni espada, ni vestiduras o joyas. Tan solo se halló, como elemento ciertamente singular, una pequeña bolsita conteniendo unos cabellos.
El traslado desde Montearagón Los restos reales que se conservaban en el castillo-abadía de Montearagón fueron trasladados a Huesca en junio de 1843. Se depositaron inicialmente en la iglesia de San Vicente el Real o de la Compañía. Un año más tarde, en 1844, Montearagón sufrió un pavoroso incendio, que lo dejó arruinado. 38
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El traslado definitivo a San Pedro el Viejo se verificó el 29 de junio de 1845, en la festividad del titular de la iglesia oscense. Con tal motivo, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia publicó un impreso, con la descripción del solemne acto, titulado Ceremonia fúnebre de la traslación a la iglesia colegial de San Pedro el Viejo de los reales despojos sacados de Mont-Aragón. Desde tal fecha descansan en la capilla de San Bartolomé los restos de Alfonso I el Batallador, que de esa forma se reunía con su hermano Ramiro II, del infante abad Fernando y de una infanta o infante desconocida. La capilla acoge asimismo el notable sepulcro gótico, con su estatua yacente esculpida en alabastro, de Bernardo Alter Zapila, el último prior del monasterio benedictino que conoció Ramiro II; tras su muerte en 1494, San Pedro el Viejo se convirtió, hasta hoy, en una parroquia secular.
Sarcófago de Alfonso I
Tumba de Bernardo Alter Zapila
En procesión por las calles de la ciudad En 1920 se celebró en Huesca el II Congreso de Historia de la Corona de Aragón (el primero había tenido lugar en Barcelona en 1908. Estas jornadas de estudio continúan reuniéndose; el XX Congreso de Historia de la Corona de Aragón se llevó a cabo en 2017 en Roma y Nápoles). Entre los actos desarrollados con motivo del Congreso, el 28 de abril de 1920 los huesos de Alfonso I fueron sacados de su tumba y llevados a la catedral. Después, el monarca regresó a San Pedro el Viejo sobre un armón de artillería tirado por seis caballos blancos, en medio de un solemne y concurridísimo cortejo. Se conservan extraordinarias fotografías de todo ello (el arca abierta, con los restos del rey a la vista, en el claustro de San Pedro el Viejo; o la multitud arremolinada a las puertas de la Catedral, tras la llegada del monarca). Se colocó entonces en la tumba del Batallador una lápida funeraria, con un crismón de estilo neorrománico, que no se conserva. 39
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En 1957 le tocó el turno a Ramiro II el Monje. Ese año se conmemoraba el octavo centenario de su muerte, y con tal motivo sus restos fueron llevados al Palacio Real de Huesca, donde se le hizo guardia durante toda la noche. Las dos salas más importantes del antiguo palacio se llaman de la Campana, por la célebre leyenda protagonizada por Cráneo de Ramiro II Ramiro II, y de Doña Petronila, su hija. A pesar de tales nombres, el palacio al que fue llevado el rey monje en 1957 no existía todavía mientras él vivió, pues tales salas fueron construidas por su nieto, el rey Alfonso II. El 9 de octubre de 1957, Ramiro II, al igual que había sucedido en 1920 con su hermano Alfonso, entró en la catedral de Huesca para la celebración de un oficio religioso y luego recorrió, entre una gran concurrencia, las calles de la ciudad, hasta ser finalmente reinhumado en la capilla de San Bartolomé. Alfonso I y Ramiro II abandonaron de nuevo sus sepulcros, en esta ocasión para viajar a Zaragoza, en 2008. Se hizo con motivo del análisis de los restos de los reyes de Aragón que se llevó a cabo en la universidad de la capital aragonesa. Al exhumar la tumba del Batallador se constató, por cierto, que los huesos que contenía pertenecían a siete individuos distintos. A partir de la calavera de Ramiro II se realizó, por Julio Luzán, una notable reconstrucción fisionómica de la cabeza del rey monje. Los restos reales fueron reinhumados en la capilla de San Bartolomé de San Pedro el Viejo el 24 de junio de 2011. Arqueta con los restos de Alfonso I. Ricardo Compairé / Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca
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Sijena La reina Sancha y su hijo Pedro II Sancha y el monasterio de Sijena Sancha era hija del rey Alfonso VII de CastillaLeón y casó con Alfonso II, el primer monarca de la Corona de Aragón (hijo a su vez de la reina Petronila y el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV). Alfonso II y Sancha fueron padres Detalle del monasterio de Sijena del rey Pedro II, nacido en Huesca en 1178. La reina Sancha es conocida sobre todo como fundadora del monasterio de Santa María de Sijena. Pero tuvo también una participación destacada, junto al obispo de Huesca García de Gudal, en el nacimiento del santuario oscense de Salas, asimismo dedicado a la Virgen. Santa María de Salas se convirtió, ya en el siglo XIII, en un centro de peregrinación muy importante (el rey Alfonso X el Sabio lo comparaba con Compostela, Roma, Jerusalén y Rocamadour), y su Virgen protagoniza 22 de las célebres Cantigas de Santa María, compuestas a instancias del propio Alfonso X el Sabio.
Portada de la iglesia del monasterio de Sijena
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Sancha murió en 1208 y fue sepultada en el monasterio de Sijena, que tanto hizo por crear. La reina optó por enterrarse lejos de su marido, Alfonso II, pues este, que había muerto en 1196 con apenas 39 años, eligió el monasterio cisterciense de Poblet como lugar de sepultura (otros siete monarcas de la Corona de Aragón se enterraron después de él en Poblet, hasta convertirlo en el panteón dinástico por antonomasia). Alfonso II y Sancha no fueron, en todo caso, la primera ni la última pareja real de la historia de Aragón en enterrarse por separado. Otro tanto habían hecho los padres del propio Alfonso II; Ramón Berenguer IV escogió, como otros condes de Barcelona, el monasterio de Ripoll, mientras que la reina Petronila fue enterrada en la catedral barcelonesa. Y también tuvieron sepulturas alejadas el rey Pedro III –en Santes Creus– y su mujer la reina Constanza de Sicilia –en el convento franciscano de Barcelona–.
Sijena, la joya quemada El monasterio de Sijena está situado en el sur de la provincia de Huesca (le separan 16 kilómetros de Sariñena), cerca del río Alcanadre. Debe su nombre a Sijena, una población que todavía existía en la época en que se fundó el monasterio. Las tierras cercanas, que incluían las localidades de Sijena, Urgelet (desaparecida también más adelante) y Sena, pertenecían a la Orden del Hospital o de San Juan de Jerusalén. Ello influyó en que, tras la fundación (la regla se redactó en 1188), el nuevo monasterio, pese a su carácter femenino, formara parte de esta orden militar. Los hospitalarios o sanjuanistas, al igual que los templarios, habían nacido en Tierra Santa tras la Primera Cruzada, y llegaron a Aragón a mediados del siglo XII (en la actualidad la orden es conocida como la de los Caballeros de Malta, por tener en esta isla su sede desde el siglo XVI). El pueblo de Sijena quedó abandonado, pero en el entorno del monasterio surgió una nueva población, que recibió el nombre Detalle de las pinturas de la sala capitular. de Villanueva de Sijena. Ricardo del Arco / Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca 42
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Vista de la sala capitular. Ricardo Compairé / Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca
En Sijena fueron monjas y abadesas mujeres pertenecientes a importantes familias de la nobleza aragonesa. Su segunda característica es, precisamente, la de tratarse de un monasterio de fundación regia. Y ello explica que, en su primera época (en torno a 1200), se construyera y decorara la sala capitular, una obra de arte absolutamente excepcional, que de haber sobrevivido sería sin duda uno de los conjuntos histórico-artísticos más conocidos de España, pero que por desgracia quedó destruida en su mayor parte durante la Guerra Civil. La sala capitular era una estancia rectangular, compartimentada por una serie de arcos entre los que se disponían extraordinarias techumbres de madera, sin paralelos prácticamente en Aragón por su fecha temprana y sus características formales. En cuanto a los arcos, estaban decorados con un extraordinario ciclo de pintura mural, con escenas del Antiguo Testamento, inspirado en el arte inglés y siciliano del momento. En 1881 se descubrió además que los muros de la sala capitular, que estaban encalados, ocultaban un segundo ciclo no menos asombroso de pintura mural, con escenas correspondientes al Nuevo Testamento. En 1936, cuando ni siquiera se había sacado a la luz la totalidad de estas pinturas, el monasterio fue incendiado. Las techumbres de madera y gran parte de la pintura mural desaparecieron para siempre. Conservamos series de fotografías, siempre en blanco y negro, tomadas antes del conflicto; y parte de las pinturas que decoraban los arcos de la Sala, en exposición en la actualidad en el Museo de Arte Nacional de Cataluña de Barcelona y cuyo retorno a Sijena es reclamado, hace décadas, por Aragón. 43
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Un rey católico muerto en tierra de herejes Pedro II (1196-1213) fue coronado rey de Aragón por Inocencio III, uno de los papas más importantes de la Edad Media, en 1204. Y en 1212, junto a los reyes Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII el Fuerte de Navarra, participó en la gran victoria de las Navas de Tolosa frente a los almohades. No extraña, por tanto, que el monarca aragonés haya pasado a la historia con el sobrenombre de el Católico. Y, sin embargo, solo un año después de las Navas, Pedro II moría, a la edad de treinta y cinco años, en otra batalla, la de Muret, de características muy diferentes. En su época, la Corona de Aragón alcanzó en el sur de Francia su mayor dominio e influencia. Pedro II de Aragón Pero esas eran unas tierras en las que se había extendido de forma muy notable la herejía cátara. Inocencio III, el mismo papa que le había coronado, proclamó una cruzada contra los cátaros. Y en Muret, no demasiado lejos de Toulouse, Pedro II encontró la muerte luchando contra Simón de Monfort, el jefe de los cruzados papales. La desaparición del rey significó para la Corona de Aragón uno de los momentos más difíciles de su historia, solo comparable quizá a la extinción de la dinastía en 1410, que llevó al Compromiso de Caspe. Pedro II, muerto y enterrado en tierras francesas, solo tenía un hijo, el futuro Jaime I, de apenas cinco años. Y este se encontraba en Carcasona, bajo custodia de Simón de Monfort, el mismo que había derrotado a su padre. Aragoneses y catalanes lograron que les fuera entregado el niño, que pasó los siguientes años en el castillo de Monzón, con los templarios. Y en 1217 repatriaron también el cuerpo de Pedro II. El rey fue enterrado en el monasterio de Sijena, junto a su madre la reina Sancha. Castillo templario de Monzón
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Pedro II fue el único monarca de los catorce que se sucedieron en el trono de la Corona de Aragón al que se dio sepultura en territorio aragonés. Doce, nada menos, fueron enterrados en Cataluña: ocho en el monasterio cisterciense de Poblet (Alfonso II, Jaime I, Pedro IV, Juan I, Martín I, Fernando I, Alfonso V –este fue traído a Poblet en el siglo XVII desde Nápoles– y Juan II); dos en el monasterio también cisterciense de Santes Creus (Pedro III y Jaime II); uno en Barcelona (Alfonso III) y otro en Lérida (Alfonso IV). En cuanto al último monarca de la Corona de Aragón, Fernando el Católico, se enterró en Granada junto a su mujer Isabel la Católica. Los reyes de Aragón, en definitiva, eligieron sobre todo tierras catalanas para su morada definitiva.
Panteón real del monasterio de Sijena
Tumbas abiertas y profanadas Sancha y Pedro II fueron enterrados en la capilla de San Pedro, que quedó convertida de ese modo en panteón real. Dicha capilla se encuentra en el extremo norte del crucero de la iglesia de Sijena. Cuenta, en su lado este, con un ábside, en el que había un retablo del Descendimiento. Los sepulcros de piedra de ambos monarcas, que no presentan decoración escultórica, se alojan en el interior de arcosolios semicirculares; dichos arcosolios estuvieron decorados al parecer con pinturas murales, de las que, sin embargo, no ha quedado rastro. El panteón con los enterramientos de las monjas de Sijena se construyó, significativamente, junto a la capilla en la que estaba sepultada la reina fundadora; y también se encontraban ante ella dos sarcófagos de madera policromados que contenían los restos de abadesas del monasterio. 45
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Los sepulcros de la reina Sancha y su hijo Pedro II fueron abiertos en varias ocasiones. En 1565 por ejemplo, cuando visitó el monasterio Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza de sangre real y virrey. En 1626 se ordenó que las tumbas permanecieran abiertas, para que pudieran contemplar los restos reales quienes pasaban por Sijena de camino a las Cortes que se celebraron ese año. Y en 1642, el rey Felipe IV, en la primera de sus estancias en Aragón durante la guerra con los catalanes sublevados, estuvo en el monasterio y contempló las tumbas; y en esa ocasión le fue entregada la espada con la que Pedro II estaba enterrado. Por los mismos años en que Felipe IV visitó Sijena, lo hizo también Vincencio Juan de Lastanosa, el mecenas y coleccionista oscense, en compañía de Juan Francisco Andrés de Uztarroz, cronista del reino de Aragón. Y ambos vieron, una vez más, los sepulcros reales. Lastanosa escribió que Pedro II estaba «enterrado en una arca de piedra, en un arco al lado de otro de la misma hechura y grandeza (…) en el que está sepultada la reina doña Sancha, su madre (…). El cadáver del rey está puesto dentro de una caja de madera forrada de guadamecí dorado, hecho a lo largo una barra de oro y otra colorada claveteada toda de clavos pequeños de estaño, y hecha a trechos en las barras coloradas, que me parece son de grana, la cruz de Jerusalén hecha de los mismos clavos. El cadáver se conserva entero, sin haber padecido corrupción alguna» (Biblioteca Nacional, ms. 22.609, f. 49). En octubre de 1883 fueron reconocidas de nuevo las tumbas, y se levantó acta de lo encontrado. El cadáver de la reina apareció muy bien conservado, en el interior de un ataúd de madera. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho y el cabello muy rubio. Y del cuerpo de Pedro II se dice que medía más de dos metros (es posible que el rey tuviera, en efecto, una estatura elevada, ya que se sabe que su hijo, Jaime I el Conquistador, también era muy alto). Ricardo del Arco, que publicó en 1942 una obra de gran importancia para el tema que nos ha ocupado en esta guía, titulada Sepulcros de la Vincencio Juan de Lastanosa Casa Real de Aragón, vio también las tumbas reales. Reconoció el cuerpo de la reina, pero dice, sorprendentemente, que los restos de Pedro II ya no se encontraban en su sepultura. Sea como fuere, al comienzo de la Guerra Civil el cadáver de la reina Sancha fue sacado de su sepulcro, profanado y, según le refirieron después a del Arco, enterrado en el cementerio de Sena. En la actualidad, por tanto, no existen restos reales en el monasterio de Sijena. 46
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Datos de interés
Huesca Iglesia de San Pedro el Viejo http://www.sanpedroelviejo.com • Tel.: 974 222 387
Asociación de Amigos del Castillo de Montearagón http://www.montearagon.org
Ayuntamiento de Quicena www-quicena.dehuesca.es • Tel. 974 246 419
Jaca Museo Diocesano de Jaca https://www.diocesisdejaca.org/index.php/museo-diocesano-de-jaca Tel.: 974 356 378 y 974 362 185 • museocatedral@diocesisdejaca.org
Convento de las Benedictinas de Jaca https://www.diocesisdejaca.org
El Pueyo de Aragüás Monasterio de San Victorián patrimonio@sobrarbe.com • Tel.: 974 518 025 • http://www. elpueyodearaguas.com
San Juan de la Peña / Santa cruz de la Serós http://www.monasteriosanjuan.com • Tel. 974 355 119
Villanueva de Sigena Museo de arte del monasterio Tel.: 974 355 119 (lunes a viernes, de 9.00 a 15.00) visitasijena@aragon.es Se recomienda reservar previamente.
Monasterio Tel.: 653 644 527 (se atiende de martes a viernes de 12.00 a 15.00 h) santamariareinamonasterio@gmail.com (se atiende a diario) 47