Arte y arquitectura en la Corona de Almudévar y su entorno

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ARTE Y ARQUITECTURA

EN LA CORONA DE ALMUDÉVAR Y SU ENTORNO Mar Aznar Recuenco



ARTE Y ARQUITECTURA EN LA CORONA DE ALMUDÉVAR Y SU ENTORNO

EL ESPLENDOR DE UNA VILLA ALTOARAGONESA EN LA EDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO Mar Aznar Recuenco


Aznar Recuenco, Mar (1984-) Arte y arquitectura en la Corona de Almudévar y su entorno: el esplendor de una villa altoaragonesa en la Edad Media y el Renacimiento / Mar Aznar Recuenco. — Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca), 2021. — 122 p. : il. col. ; 21 cm (Perfil. Guías de Patrimonio Cultural Altoaragonés ; 9) Bibliografía: p. 114-122 Arquitectura medieval – Almudévar Arquitectura renacentista – Almudévar 72.033/.034 (460.222 Almudévar)

© Mar Aznar Recuenco, 2021 © De la presente edición, IEA / Diputación Provincial de Huesca Colección Perfil. Guías de Patrimonio Cultural Altoaragonés, 9 Director de la colección Francisco Bolea Aguarón Comité editorial Icíar Alcalá Prats, Vicente Domingo López y Marta Puyol Ibort Coordinación editorial Teresa Sas Bernad Corrección Ana Bescós García Diseño editorial David Adiego Sánchez Fotografía de cubierta Vista de la torre de la iglesia de Santa María y la portalada de la Corona. (Foto: Marta Puyol) Imprime Gráficas Alós. Huesca ISBN 978-84-8127-319-9 IBIC AMN, ACK, ACND, 1DSEC Thema AMN, 3K-ES-A, 6RC, 1DSE-ES-CA DL HU-226/2021 IEA / Diputación Provincial de Huesca Calle del Parque, 10. E-22002 Huesca Tel.: 974 294 120 www.iea.es / publicaciones@iea.es Colabora Ayuntamiento de Almudévar


A mi padre, Manuel Aznar Julián (1946-2021), in memoriam Navega en los mares calmos de la inmensa eternidad, aquellos que surcan el aciago tiempo con mesura,

hasta el ineludible ocaso en el que nos volvamos a encontrar.


Vista general de la villa de Almudévar con el cerro de la Corona al fondo. (Foto: Javier Blasco)



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INTRODUCCIÓN PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE LA EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE LA MODERNIDAD Partiendo del origen: el pasado hispanomusulmán Génesis de la villa de realengo

EL CASTRO Y TEMPLO DE LA CORONA EN LA EDAD MEDIA La primitiva fortaleza y sus transformaciones La colegiata de Santa María (siglos xiii-xv)

LA RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE LA VILLA EN EL RENACIMIENTO Aspectos preliminares

Arquitectura y artes suntuarias en el templo de Santa María

Obras constructivas y espacios representativos del poder civil CONCLUSIONES NOTAS FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivos consultados Bibliografía


I N T RO DU CCI Ó N


Sobre el altozano que preside el paisaje de Almudévar se yergue orgulloso el monumental conjunto de la Corona, remedo de la génesis histórica de la villa, actualmente reducido a los testimonios arquitectónicos conservados de su pasado como epicentro político, social y eclesiástico desde su reconquista hasta la Edad Moderna. Los reformados lienzos ataludados que recrean parcialmente la antigua muralla del castillo y la evocadora puerta monumental de acceso configuran las majestuosas ruinas de la antigua iglesia de Santa María, la cual, en su momento de esplendor, llegó a ostentar el rango de colegiata. Al contemplarla in situ podemos percibir la magnificencia que debió de poseer el templo, aún digno en sus proporciones y su fábrica a pesar de las debacles del tiempo. Y no es para menos, puesto que su construcción supuso la eliminación de algunos espacios arquitectónicos defensivos del antiguo castro (castillo) hoy indescifrables, una práctica habitual de sustitución de los edificios representativos adaptados a los nuevos tiempos en un espacio simbólico vinculado al poder divino y al temporal. Así, el paulatino crecimiento de la Corona como sede no solo eclesiástica, sino también política y social en la Baja Edad Media, estuvo estrechamente ligado al temprano afianzamiento del poder civil, lo cual conllevó la necesidad de habilitar ámbitos de la antigua fortaleza para que albergaran las instalaciones que se precisaban para el ejercicio de la justicia y la administración de la villa. De este antiguo corazón surgieron las arterias urbanísticas que configuraron calles, plazas y espacios donde se levantaron prolijas obras de infraestructura y bellos exponentes de arquitectura civil a partir del siglo xvi. Al unísono, y como consecuencia lógica, se multiplicó la adición de viviendas particulares y construcciones de uso comunitario erigidas en torno a la iglesia y el recinto amurallado. Las huellas de esas viviendas perduraron parcialmente con mayor o menor fortuna como vestigios del pasado hasta su total derribo, efectuado a tenor de las intervenciones realizadas en el entorno de la Corona entre 1983 y 1999-2000, suponemos que con la intención de liberar y recrear el espacio monumental. El porvenir de la iglesia fue aún menos halagüeño. El derrumbe de su bóveda en 1757 marcó el traslado de la sede parroquial al antiguo templo de San Miguel, que tras su reforma pasó a estar bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. La

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ruina de la fábrica de Santa María no fue en absoluto integral. Las elegantes capillas renacentistas abiertas en el lado norte no solo sobrevivieron a la catástrofe, sino que fueron reaprovechadas para configurar la nave de la dieciochesca ermita de la Virgen de la Corona, levantada entre 1759 y 1762. De tal importancia era para Almudévar que en la obra literaria más popular de la villa, la Vida de Pedro Saputo (1844), el protagonista relata sus andanzas como pintor de la capilla de la Virgen de la Corona. Sin embargo, el grandilocuente espacio central del malogrado templo nunca volvió a poseer cubierta. La desidia del tiempo lo llevó a sufrir diferentes desastres que erosionaron sus descarnados muros. Su nave central se utilizó como trinquete y entre 1970 y 1971 se construyó un depósito para el abastecimiento de agua en el lugar de la desaparecida cabecera, con la consecuente expropiación de espacios aledaños. Estas primeras pinceladas reflejan el trasiego vivido en la Corona y su trascendencia en el desarrollo de la villa hasta el siglo xviii. Es cierto que nunca dejó de ser un enclave de importancia, sobre todo en lo referente al culto mariano, aún vigente en su ermita, pero la construcción del Ayuntamiento y la remodelación de la nueva sede parroquial descentralizaron la concentración de poderes del estratégico cerro. Poco a poco, el olvidadizo tiempo fue desdibujando el conocimiento del antiguo espacio de poder eclesiástico y político de Almudévar. Además, las sucesivas transformaciones funcionales y las readecuaciones de la Corona a lo largo de los siglos ofrecen escasas interpretaciones formales de su configuración inicial. A este hecho se suman las grandes lagunas de conocimiento concreto sobre el origen, la construcción y el devenir del primitivo conjunto fortificado y la iglesia, así como el desarrollo urbanístico y la historia social de la villa en su época de esplendor. Obviamente era necesario acometer una exhaustiva investigación que permitiera recuperar su inexcusable trascendencia, lo cual era conocido por el Ayuntamiento de la localidad y el Instituto de Estudios Altoaragoneses. En el marco de la convocatoria del VI Concurso de Proyectos de Investigación José Luis Aliod, en 2019, se aprobó la dotación económica que sufragó este estudio, dedicado, ante todo, a dilucidar la historia del conjunto fortificado y la iglesia de la Corona desde el medievo hasta la Edad Moderna. No obstante, las averiguaciones derivadas de este proyecto no solo aportaron claridad a aspectos ya sabidos del pasado histórico y artístico del conjunto militar y eclesiástico de origen medieval, sino que nos permitieron adentrarnos en el conocimiento de su entorno, de las infraestructuras y del desarrollo urbanístico de siglos postreros. Los orígenes son siempre los cimientos indispensables sobre los que levantar cualquier investigación histórico-artística, aún más si los vacíos existentes opacan las posibilidades de reconstruir un pasado coherente a través de las fuentes. Bien es cierto que partimos de algunas aportaciones publicadas. Destacamos la obra Almudévar: historia de una villa aragonesa, de José Luis Aliod Gascón (1990) —que abarca diversos aspectos del pasado de la localidad desde la Antigüedad hasta el siglo xx, aunque, debido a su visión generalista, ofrece más bien una primera aproximación a su conocimiento—, pequeñas obras de divulgación del grupo cultural Almena y algunas menciones aisladas de interés en artículos científicos. Estas contribuciones, aun valoradas en conjunto, no suponen una base sólida ni un panorama justificado del pasado de la villa, y menos del desarrollo de sus espacios representativos hasta el siglo xvi. INTRODUCCIÓN


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Antigua iglesia de Santa María y ermita de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

Entendiendo la periodización histórica como una sucesión heterogénea de acontecimientos delimitados por baremos puramente normalizados, desde la islamización de la Marca Superior de al-Ándalus hasta su modernización como núcleo urbano sujeto al poder concejil, la historia y los devenires de la villa han estado estrechamente vinculados a los conflictos y los acontecimientos más trascendentales acaecidos en el primer reino y más tarde en la Corona de Aragón. Estas historias de la historia competen y afectan indefectiblemente tanto a la evolución del conjunto monumental fortificado en cuanto centro del poder local como a la posterior urbanización de las tierras desplegadas en las faldas y a los pies del cerro. No podemos obviar la transversalidad y la multidisciplinariedad en una investigación dedicada a los testimonios monumentales del pasado, y mucho menos desatender una historia política, económica, social y cultural que clarifique las circunstancias de su creación y su evolución, máxime cuando su construcción y su desarrollo derivan de su primitivo carácter funcional al servicio de las instituciones preponderantes en la época. Tras aclarar qué, cuándo, dónde y por qué, debemos incidir en otra cuestión de gran importancia: detallar cómo hemos llevado a cabo la búsqueda, el hallazgo y el montaje de las piezas del puzle que nos han permitido dar luz a este intrincado panorama y a su difuso conocimiento. En el ámbito académico estas piezas se identifican con las llamadas fuentes, y las pautas del proceso de reconstrucción científica para su estudio son lo que se entiende por metodología. Dada la ambigüedad existente en el diálogo de INTRODUCCIÓN


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los restos materiales conservados, planteamos como pilar fundamental la localización, la reevaluación y el análisis de las fuentes documentales archivísticas de la villa desde la Reconquista hasta el xvi, el siglo de oro de la economía en Almudévar. En primer lugar, hablemos de su contenido, y sí, matizo este aspecto profundamente trascendente como fundamento para valorar el terreno en el que nos movemos, puesto que varía sustancialmente en lo concerniente a las edades Media y Moderna. Durante gran parte de la Edad Media no es habitual la producción de documentación referente a contratos, tasaciones o inventarios que ofrezcan datos descriptivos de una obra de arte en sí misma. Hasta la institucionalización de los notarios de caja y número, y con ella la compilación de las escrituras recogidas en los denominados protocolos, los documentos atesorados en los archivos suelen tener una naturaleza jurídica o administrativa, tanto en lo referente a los fondos civiles como a los eclesiásticos. Esa circunstancia puede imposibilitar o complicar enormemente el hallazgo de información, dada la dificultad de interpretar la diplomática medieval conservada desde el punto de vista histórico-artístico. Esta es la razón por la que en muchos casos este tipo de investigación solo se aborda desde las propias formas de la obra, lo que se denomina estilo, una etiqueta que a veces puede llevar a consideraciones un tanto laxas en cuanto a exactitud cronológica. Obviamente, no prescindimos de la necesidad intrínseca de analizar la propia obra —sea arquitectónica o urbanística o se englobe dentro de las llamadas artes plásticas— como fuente básica para su estudio. A pesar de su pésimo estado de conservación, la parcial pervivencia material de sus elementos arquitectónicos nos ha ayudado a valorar, hilvanar y razonar con mayor acierto la documentación que justifica sus etapas de evolución. Creemos que la primera regla de todo investigador es no detenerse ante las dificultades que surjan en el proceso de estudio: capitular sin agotar las posibilidades de búsqueda de fuentes directas (objeto de estudio) e indirectas (contexto y entorno) no es una opción. Con este férreo leitmotiv acometimos la difícil empresa de revisar el magnífico y cuantioso fondo de pergaminos procedentes de Almudévar, depositado para su correcta guardia y custodia en el Archivo Histórico Provincial de Huesca en la actualidad. Y decimos revisar porque ese conjunto de privilegios reales, firmas de derecho, honores, fundaciones, primicias, vendiciones, exenciones y permutas ya era bien conocido. El problema residía en la falta de rigor de su análisis y su transcripción, a excepción de lo ocurrido con la llamada carta de población de la villa, la cual ha sido el centro de la atención de los medievalistas desde los tiempos de Ricardo del Arco y Garay (1913). En algunos casos hemos detectado errores en la transcripción, el resumen o la datación que intentamos paliar parcialmente, tan solo atendiendo a los fragmentos documentales indispensables a la hora de elaborar este estudio. La revisión íntegra de todos los pergaminos y su transcripción conllevaría un arduo trabajo que se aleja de los objetivos de esta investigación. Esperamos que en un futuro cercano se realice una revisión integral del contenido de estos valiosos testimonios. Por otro lado, también introducimos la información aportada en otros interesantes pergaminos medievales localizados en los fondos del Archivo Histórico Nacional o el Archivo de la Corona de Aragón. Un panorama bien distinto ofrece la documentación conservada del siglo xvi, periodo en el que los notarios reales y causídicos, dependientes de escribanías oficiales o de caja INTRODUCCIÓN


y número, eran ya numerosos. Tenemos la fortuna de contar con un fantástico fondo protocolar de Almudévar, también depositado en el Archivo Histórico Provincial de Huesca, con volúmenes conservados a partir de 1481-1510. La consulta de este grueso fondo nos ha permitido hallar noticias lo suficientemente valiosas como para descartar algunas ideas preconcebidas sobre la articulación del entorno de la Corona, el crecimiento urbanístico, la modernización de las infraestructuras de la villa, los bienes y la organización del concejo y, por supuesto, la evolución de la fábrica y los bienes de la iglesia de Santa María. Todas estas aportaciones, debidamente hiladas, analizadas y justificadas en su contexto, con adición de datos complementarios procedentes de publicaciones anteriores, permiten perfilar un espacio contextual tremendamente rico en información y matices de gran relevancia para la investigación. Con ello llegamos a articular una razonable evolución de la historia de la villa y el conjunto monumental durante la Edad Media y la Moderna. A modo de epílogo, nos vemos en la obligación de matizar la razón por la que hemos elegido comenzar esta exposición de la investigación en los orígenes islámicos del conjunto monumental: la ya citada falta de un estado de la cuestión integral sobre la historia de la villa en las edades Media y Moderna, y más aún de un estudio monográfico documental exhaustivo de la Corona, sus reformas y su entorno urbanístico. Y es que, tal y como reza el proverbio popular, la casa nunca se puede comenzar por el tejado: es imprescindible asentar unos buenos cimientos, dar luz y establecer un diálogo correcto con su proceso de evolución, una empresa que hemos tratado de llevar a cabo con el mayor empeño posible para el disfrute del lector.

Vista de la torre de la iglesia de Santa María y la portalada de la Corona. (Foto: Marta Puyol) INTRODUCCIÓN

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El refranero popular es fuente inagotable de conocimiento, y para cada pequeño o gran hecho, sea cotidiano o excepcional, encontramos una frase apropiada que aconseja con sabiduría. En este caso tenemos la máxima perfecta: «Es de bien nacidos ser agradecidos». En este mundo tan complejo todos funcionamos como eslabones de una misma cadena, magistralmente poetizada por Ibn Hazm. Si unimos las piezas con el engarce de la gratitud el resultado será un bonito y armonioso collar. El apoyo diario e incondicional de los seres queridos siempre es el mayor bálsamo para afrontar los duros momentos de incertidumbre inevitables en el desarrollo de una investigación. Por ello quiero comenzar agradeciendo a mi maravillosa madre, María Pilar Recuenco, su paciencia en mis momentos más duros, el tesón con el que fomentó mi afán por la lectura desde la infancia y la fuerza con que actualmente confía en mi elección de profesión. Gracias también al doctor en Historia del Arte José María Alagón Laste, compañero de andanzas profesionales y gran amigo, de esos pocos que te sostienen con una camaradería incondicional en los momentos más aciagos. Como concejal de Cultura del Ayuntamiento de Almudévar ha sido una piedra angular en la promoción de esta extensa investigación, para cuya realización ha confiado en mi persona. Enamorado de su tierra y de sus gentes, siempre está dispuesto a reivindicar el fomento del patrimonio cultural y la difusión de los valiosos testimonios del pasado oscense. Asimismo hago extensivo mi reconocimiento al alcalde de Almudévar, Antonio Labarta, y al resto de la corporación. A través de la convocatoria del VI Concurso de Proyectos de Investigación José Luis Aliod (2019) obtuve la financiación necesaria para acometer este estudio. Si la dotación económica es imprescindible, no menos importante es la elección del proyecto y la iniciativa de publicarlo. Mi más sincero agradecimiento al equipo del Instituto de Estudios Altoaragoneses de la Diputación Provincial de Huesca, que ha estado vinculado desde sus inicios al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y en especial a Francisco Bolea Aguarón, director de la presente colección, un ser que insufla la templanza necesaria para acometer el hilvanado final de una investigación. Por último, he de reconocer la imprescindible labor de los profesionales de archivos y bibliotecas; sin ella nuestro trabajo sería inviable. Toda mi gratitud para las bibliotecarias del Instituto Bibliográfico Aragonés, que con tanto esmero han atendido las solicitudes que he realizado para armar el aparato crítico de este estudio, y, por supuesto, para el director del Archivo Histórico Provincial de Huesca, Juan José Generelo Lanaspa, y el resto del personal de la institución por su simpatía, su disponibilidad y su buen servicio en beneficio del patrimonio histórico documental oscense. Gratias vobis ago. P

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PERSPECT I VA CO N T E X T UA L DESDE L A EDA D M ED I A H ASTA LOS A LBO RES DE L A M O DERN I DA D


Partiendo del origen: el pasado hispanomusulmán Desde los albores de la civilización, el medio natural ha condicionado a los grupos humanos en la elección del lugar idóneo para sus asentamientos. Bien sea por tratarse de tierras fértiles, espacios de tránsito situados entre las principales vías de comunicación o enclaves estratégicamente privilegiados para la defensa del territorio, la coyuntura geográfica y el acceso a recursos han sido, son y serán los marcadores que definen la ubicación de una población. Solo con estas consideraciones preliminares podemos vislumbrar los vetustos orígenes de Almudévar, aunque su importancia histórica —tanto política como cultural— se fue acrecentando progresivamente desde época hispanomusulmana. La Corona era uno de los cerros destacados en el paisaje de los llanos de la antigua comarca de la Violada, y por tanto el emplazamiento idóneo para levantar una de las fortalezas de protección frente a los esfuerzos de la reconquista cristiana. Primeras noticias documentales Acabamos de comentar el trascendente papel de los enclaves geográficos elegidos para erigir construcciones defensivas, los cuales llegaron incluso a determinar los topónimos con que se designaron las futuras villas. Según Miguel Asín Palacios (1944), Almudévar deriva del árabe al-Mudawar (‘el redondo’), nombre que identifica el cerro sobre el que se asienta la Corona. Contamos con datos históricos puntuales sobre su existencia, procedentes tanto de los testimonios documentales generados en torno a los sucesos de la Reconquista como de los relatos de las crónicas históricas. Eso sí, debemos matizar que los primeros han sido analizados por los investigadores y en algunos casos se duda de su autenticidad y las segundas provienen de fuentes carentes de un aparato científico objetivo que aporte exhaustividad. La primera mención figura en un documento publicado por Antonio Ubieto Arteta en su libro Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra (1951, docs. 80 y 98). En él se

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certifica la dación de parias —tributos que pagaban los gobiernos de las localidades bajo dominación musulmana a los reyes cristianos— otorgadas por el monarca de Aragón Sancho Ramírez al monasterio de San Juan de la Peña el 28 de abril de 1083. Según la historiadora María Dolores Cabré (1959: 139), este documento es «muy sospechoso de falsedad», aunque la autora no descarta del todo la información que contiene. José Luis Aliod (1990: 31) se apoya en la percepción de esta investigadora para afirmar la falsedad del documento, aunque ella no muestre una visión tan taxativa en su estudio. Mayor certeza ofrece a los investigadores la mención en la Crónica de San Juan de la Peña de la persecución de los moros llevada a cabo por los ejércitos de Pedro I en Almudévar tras conquistar Huesca. Además, el castro de Almudévar aparece citado explícitamente en un pergamino expedido por el mismo monarca y custodiado en el Archivo Histórico Nacional. Se trata de un instrumento de permuta con el que Pedro I de Aragón y su esposa, Berta, intercambiaron con el monasterio de San Juan de la Peña parte de la donación que había hecho su padre, Sancho I, de las cuartas partes del castro de Ayerbe y del almojarifazgo de doce poblaciones. Con este acuerdo quedaron bajo dominio del monasterio las poblaciones de Pitellas y Formingena por entero y la mitad de Almudévar, Torres de Violada, Tabernas y Vicién. El documento, datado en mayo de 1105 y publicado en primera instancia por Antonio Ubieto Arteta, también es considerado por María Dolores Cabré como una posible falsificación, junto a dos pergaminos más recogidos por el historiador en su Colección diplomática (Ubieto, 1951: 249, 288 y 323). A pesar de ello, sigue clasificado como original en el catálogo digital del Archivo Histórico Nacional, por lo que su autenticidad continúa planteando ciertas dudas.1 Panorama fortificado de la Marca Superior Las fuentes escritas y epigráficas atribuyen a Amrus ibn Muhammad, señor del linaje muladí de los Banu Sabrit, el amurallamiento entre 874 y 875 de la madinat de Wašqa por orden del emir Muhammad I, quien en su afán de favorecer el poder en los distritos fundó o consolidó otros recintos fortificados de importancia en Aragón, como en el caso de Calatayud o Daroca. Al amparo de esas iniciativas se fueron levantando de manera paulatina fortificaciones en las zonas agrícolas herederas de las antiguas villae rurales —de gran vida latifundista y fuerte densidad demográfica— y, consecuentemente, en las vías de comunicación de su entorno. Así proliferaron dos modelos de fortalezas intermedias en el medio rural. Durante la época del califato (929-1031), y frente a la amenaza de la reconquista cristiana desde los Pirineos, la protección fronteriza se amplió con la iniciativa estatal de articular un sistema defensivo pétreo eficaz en la Marca Superior, acomodado de forma estratégica a la orografía y especialmente relevante en el territorio aragonés. Las primitivas fortalezas se sustituyeron por edificaciones más sólidas, con la consiguiente normalización de las técnicas constructivas y el uso de aparejos de sillería característicos. Este sistema defensivo se desarrolló en dos cinturones o líneas fortificadas, uno al norte y otro al sur de la capital oscense. Según Bernabé Cabañero Subiza, el primer PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


cinturón discurría en su flanco occidental en torno a las localidades aragonesas de Sádaba (Zaragoza), Biota (Zaragoza), Malpica de Arba (Zaragoza), Yéquera (Luna, Zaragoza), Agüero (Huesca), Murillo de Gállego (Zaragoza), Ayerbe (Huesca), Bolea (Huesca), Puibolea (Huesca) y la fortaleza de la Peña de Sen (Huesca); por el sur recorría el entorno de Ejea de los Caballeros (Zaragoza), Torre de Rosel (Montmesa, Huesca), Torre de Tormos (Alcalá de Gurrea, Huesca), Alcalá de Gurrea (Huesca), la atalaya (Tartafaya) e h ̣is ̣n de Piracés (peña del Mediodía), la torre y fortaleza de la Gabarda en Usón (Monegros, Huesca) y Peralta de Alcofea. En su reciente estudio de 2020, José Ángel Asensio amplió la lista de las fortificaciones andalusíes diseminadas en el territorio oscense, por lo que poseemos un panorama más extenso de la gran barrera que delimitaba los territorios cristianos e hispanomusulmanes con anterioridad a su reconquista. A este segundo cinturón defensivo se sumaría la fortaleza de Almudévar, que situamos en el mapa junto a las mencionadas en los estudios de Cabañero y Asensio. De hecho, desde el cerro de la Corona oteamos en el horizonte la línea de atalayas y antiguas fortalezas cercanas que conformaban el cinturón defensivo suroeste, lo que demuestra que se trataba de un lugar estratégicamente privilegiado para la defensa de la Marca Superior. En el bloque temático dedicado al estudio histórico y artístico del conjunto monumental expondremos los pormenores de su probable tipología original, las posibles transformaciones sufridas tras su cristianización y los vestigios de la fortaleza medieval.

Torre de Rosel (Montmesa)

Ejea de los Caballeros

Huesca Torre de Tormos Alcalá de Gurrea Piracés

Almudévar

Usón Zuera 10 000 m

Detalle suroccidental de la línea de fortificaciones de la Marca Superior. PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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Génesis de la villa de realengo La historiografía ha vislumbrado el comienzo del ocaso del espacio defensivo fortificado con la definición de las infraestructuras de la villa cristiana, algo que, tal y como veremos, no llega a ser del todo cierto. La toma y la repoblación de Almudévar no conllevaron la desaparición de las estructuras defensivas de la recién fundada villa real. Es más, en principio esta sirvió como espacio fortificado gobernado por caballeros que velaron por mantener la protección frente a posibles amenazas dirigidas al rey, dueño y señor del territorio. En los albores del siglo xiii ya era parte de las posesiones del monarca susceptibles de ser parcialmente otorgadas como rentas a los señores. Pero, antes de justificar detalladamente todas estas cuestiones, comencemos por el principio: la conquista cristiana y los acontecimientos más relevantes de la historia de la villa en sus primeros siglos de andadura. 22

Debate en torno a la Reconquista Las discrepancias sobre la datación de la reconquista de Almudévar, aunque no son prioritarias en nuestra investigación, deben ser someramente señaladas como punto de inflexión en la toma del territorio y la ulterior consolidación de la fortificación como epicentro del poder civil y eclesiástico de la población. Según Antonio Ubieto Arteta, la reconquista de la villa se produjo tras la campaña de la toma de Huesca, en torno a 1096, mientras que otra teoría, más difundida entre los historiadores —justificada por el relato de los hechos narrados en los Anales de la Corona de Aragón de Jerónimo Zurita (libro i, cap. xliv)—, atribuye la toma de la plaza a los caballeros franceses y gascones y la sitúa durante la conquista del Alfonso I el Batallador, en la primavera de 1118. Frente a ambos posicionamientos —uno sustentado en documentación puesta en entredicho y otro, para nosotros, aún menos contundente, fundamentado en una crónica sin respaldo histórico-científico—, los especialistas se decantan en la actualidad por atender a la explicación proporcionada por María Dolores Cabré (1959: 140-141), quien afirma: «No hay que descartar la posibilidad de que, si bien Pedro I pudo reconquistar la plaza después de 1096, esta volviese a ser recuperada por los musulmanes durante la algara de 1112». Obviamente, la historia bélica no es lineal: por lo general el resultado final obedece a intermitentes victorias y derrotas acaecidas antes de la toma de control total sobre un territorio. De esta forma, lo más verosímil y coherente sería que en esa segunda campaña, liderada por el citado ejército franco en 1118, se lograra reconquistar definitivamente la villa. Cartas de población y reparto Desde su definitiva reconquista hasta la entrega de la «carta de donación y confirmación» de la villa de Almudévar, que tuvo lugar en 1170, pasaron cincuenta y dos años sobre los que carecemos de noticias documentales. Hay una consideración muy importante que debemos tener en cuenta: no estamos ante una carta de población como tal, sino ante la PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


confirmación de la donación de la población, su delimitación, sus privilegios y sus fueros, por lo que es probable que existiera otra anterior que no ha llegado hasta nuestros días. De hecho, cabe la posibilidad de que nos encontremos ante el reflejo de la ralentización de la repoblación de la villa en las primeras décadas tras su irrevocable reconquista. No debemos olvidar que en los años setenta del siglo xii Alfonso II expidió gran parte de las cartas pueblas como instrumentos legislativos normalizados de la conformación del territorio de Aragón. El privilegio de confirmación de donación de Almudévar, redactado en latín y escrito en letra carolina —custodiado desde antiguo en el fondo archivístico municipal de la localidad y actualmente depositado en el Archivo Histórico Provincial de Huesca—, fue otorgado por el rey Alfonso II en la ciudad de Huesca en mayo del citado año de 1170. En él se concedía a los pobladores la corona (colina) y el castillo (castro) existente en ella para la construcción de iglesia, abadía y casas. Este privilegio cuenta con una copia del siglo xviii conservada en el mismo archivo y fue transcrito en tres ocasiones durante el siglo xx. La primera transcripción del documento original fue realizada por Ricardo del Arco y publicada dos veces (Arco, 1913-1914: 292-302; 1916: 46-48); posteriormente fue copiado por María Dolores Cabré (1959: 147-149), y por último se incluyó en la obra dedicada al inventario y la catalogación de documentos conservados en el Archivo Municipal de Almudévar antes de su traslado al depósito del Histórico Provincial, realizada por José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel (1981: 18-20). Dado que nuestro objetivo no consiste en analizar pormenorizadamente todo el documento —labor, tal y como acabamos de señalar, ya acometida por otros investigadores—, vamos a reproducir los dos fragmentos de importancia para nuestro estudio, entresacados de la transcripción de Ricardo del Arco, que hemos revisado y comparado con el pergamino original: In Dei nomine et eius gratia. Notum sit omnibus hominibus quod ego Ildefonsus Dei gratia Rex Aragonesis Comes Barchinonensis et Marchio Provincie facio hanc cartam donacionis et confirmacionis sive populatoribus de Almudebar qui modo ibi estis populati vel in antea ibi populare veneritis. Placuit mihi libenti animo et spontanea voluntate et propter amorem quod populetis et habitetis ibi de bono corde. Dono et concedo vobis totos illos terminos de Almudebar heremos et populatos cum montibus et paschius cum introitibus et exitibus suis integriter et cum omnibus pertinenciis que ei pertinet vel pertinere debet sicut unquam melius habuit eos in tempore sarracenorum vel christianorum et habere debet totum integriter habeatis et possideatis et laboretis et expletetis vos et omnis posteritas vuestra ad vuestram propriam hereditatem per facere inde totas vuestras voluntates omni tempore. Dono vobis quod habeatis tales fueros quomodo habent illos homines de Çesaraugusta et non donetis neque faciatis nullam causam ullo homini nisi decimas et primicias Deo. […] Dono et concedo vobis omnique vestre posteritati illam coronam et castellum de Almodebar ex integro cum exio et regressio, et cum totum hoc quod ibi mihi pertinet vel ad meam vocem regalem pertinere debet, ut faciatis ibi ecclesiam et abbatiam et casas et totum hoc quod ibi facere volveritis ad proficuum et utilitatem vuestram, et totum sit PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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vuestrum franchum et liberum et ingenuum, ad propriam vuestram hereditatem per facere inde omnem vuestram voluntatem omni tempore. 2

Para mayor comprensión del contenido y de su importancia, traducimos e interpretamos ambos fragmentos a continuación:

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En nombre de Dios y su gracia. Que todos los hombres sepan que yo, Alfonso, por la gracia de Dios rey de Aragón, conde de Barcelona y marqués de Provenza, hago esta carta de donación y confirmación a los pobladores de Almudévar, tanto a los que habitan allí como a los que vienen a poblar. Me complace de buen ánimo y espontánea voluntad, y por amor a sus gentes de buen corazón que habitáis allí, donaros y concederos todos aquellos términos de Almudévar, desiertos o poblados, con montes y pastos, con entradas y salidas suyas, enteramente y con todas sus pertenencias de siempre, las que ya os pertenecen o deben pertenecer mejor que como las habíais tenido en tiempo de los sarracenos o cristianos. Y vosotros y vuestros herederos tengáis, poseáis, laboréis y explotéis por toda la posteridad para hacer perpetuamente todas vuestras voluntades [en la villa], os otorgo fueros como los tienen los hombres de Zaragoza sin más cobranza a nadie más que los diezmos y primicias a Dios. […] Dono y concedo a todos vosotros y vuestros herederos la corona y el castillo de Almudévar, íntegramente con salida y regresión, y con todo lo que ahí pertenece y debe pertenecer a mi real voz, para que hagáis allí una iglesia, abadía y casas. Y todo esto será franco y libre para hacer con ello vuestra voluntad, para vuestra utilidad y beneficio, así como la de vuestros herederos perpetuamente.

Esta confirmación de donación, en la que se insta a la construcción de la primitiva iglesia, no supone el planteamiento inmediato de la edificación física de su fábrica. Hasta febrero de 1184 el monarca no extiende la carta pública de reparto de la villa en Barbastro, 3 esto es, la participación de sus «términos y almunias» entre unos hipotéticos trescientos pobladores de Almudévar, un número que no llegaría a cumplirse. Además, debemos remarcar que en este privilegio se especifica la donación del castro y la Corona, es decir, que en ningún caso la fortificación se dispondría aislada en el cerro, sino que ya podría haber ciertas infraestructuras y viviendas de los pobladores de la villa, y, en consecuencia, la posterior edificación de la iglesia no significaría el sacrificio de todos los elementos defensivos. Según José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel (1981: 16), la mediación del monarca en el reparto de las tierras se dio, «bien porque la ocupación de las mismas se había hecho sin respaldo legal», o bien porque existían «disensiones entre los habitantes para solventar las diferencias», pues no se tiene conocimiento de ningún noble que ostentase el gobierno de Almudévar. Esta teoría queda más que descartada. Estamos ante una villa de realengo, por lo que la potestad en este tipo de particiones y definimientos obligatoriamente estaba atribuida al monarca. Posteriormente veremos cómo sí se contó con la figura del tenente al servicio del rey para el mantenimiento de las fortificaciones estratégicas, tal y como PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


era habitual en las villas reconquistadas. Frente a esta coyuntura, totalmente justificada en las fuentes, desechamos la idea de que existiera un temprano monopolio del poder municipal, un hecho ahistórico y anacrónico que no se produce en ninguna población aragonesa durante el siglo xii. Además, como en otras poblaciones reconquistadas de la Marca Superior, las instituciones religiosas de fundación real —tales como el monasterio de San Juan de la Peña, el de

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Carta de confirmación de donación de la villa de Almudévar. 1170. (Archivo Histórico Provincial de Huesca, depósito del Archivo Municipal de Almudévar) PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


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Carta pública de reparto de la villa de Almudévar. 1184. (Archivo Histórico Provincial de Huesca, depósito del Archivo Municipal de Almudévar) PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


Montearagón o el cisterciense de Rueda— y las órdenes militares como la del Temple, estrechamente vinculada a la monarquía, poseyeron temporalmente propiedades en las partidas de la villa, fruto de donaciones, ventas o permutas propiciadas por el monarca. Buen ejemplo de los beneficios de estas transacciones lo tenemos en la cesión al monasterio de la almunia de Pallaruelo de las casas y las heredades que el abad de Montearagón había adquirido en la villa de Almudévar.4 De todas las instituciones citadas, la mejor estudiada en este aspecto, gracias a la conservación de testimonios documentales, es la milicia templaria. El primer caballero de España fue el conde de Barcelona Ramón Berenguer III, padre del príncipe de Aragón Ramón Berenguer IV, también adherido a la orden. Esta vinculación se acrecentó con el testamento de Alfonso I de Aragón, el Batallador, laureado como rey cruzado o espada de la cristiandad por sus empresas bélicas en pos de la Reconquista. Tal era el vínculo del monarca con las órdenes que en su testamento legó un tercio del reino a la milicia templaria. Dados los conflictos surgidos en torno a esos legados —con la consecuente desmembración territorial de Aragón—, en la Concordia de Gerona, en 1143, se llegó a un acuerdo por el que la Orden del Temple renunciaba a su heredad a cambio de la posesión de los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá y Remolinos y la promesa del de Corbins. Los templarios se organizaban por encomiendas, células básicas dotadas de rentas situadas en los territorios reconquistados que reproducían el esquema jerárquico y administrativo de la casa madre, y, por supuesto, una de ellas se ubicaba en Huesca. De hecho, esta ya poseía viñas, tierras, campos y casas en subtus eras (en la parte inferior de las eras), adquiridos según Ánchel Conte con anterioridad a 1183, cuando ni siquiera se había realizado el reparto entre sus pobladores, y Antonio J. Gargallo Moya, María Teresa Iranzo Muñío y María José Sánchez Usón (1981: 20, 34 y 35) documentan la compra de otra «tierra» en 1193. Ahora bien, este no deja de ser un hecho aislado más allá de las primeras adquisiciones, como en el caso de la posesión, posiblemente de las tierras de la baja villa identificadas en el espacio de la antigua iglesia de San Miguel, que ejercía el monasterio de San Juan de la Peña. Bien es cierto que, aparte de lo citado, no se registra la intervención continuada o la total anexión de su jurisdicción a grandes monasterios u órdenes militares, y mucho menos en lo concerniente a su castillo y su primitiva iglesia. Almudévar y los hombres del rey (siglos xii-xiii) Acabamos de señalar la hipótesis planteada por los investigadores sobre la posible fecha de comienzo de las obras de la iglesia, en torno a 1184, momento en que se confirma el asentamiento de la repoblación. Sin embargo, hay diversos ingredientes que nos llevan a poner en duda esa teoría, por lo menos en cuanto a la idea sustancial de la desaparición inmediata del castro con la construcción de la magnificente iglesia. A la consabida jurisdicción real de la villa (terra regis), sin adhesión en ningún momento al dominio de un señorío nobiliario temporal, se añade otro ingrediente fundamental para entender las circunstancias que rodearon las andanzas de Almudévar entre finales del siglo xii y comienzos del xiii, un factor que, por supuesto, incide directamente en el desarrollo de su conjunto monumental. PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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Consuetudo Hispaniae: los tenentes del castro La pervivencia de su castillo como núcleo de poder queda confirmada por la fórmula consuetudo Hispaniae, la cual designa la tenencia de la fortaleza en nombre del rey excluyendo cualquier connotación feudal, es decir, la posesión en forma de dominio temporal de un señor concreto. Se tiene documentado el ejercicio de tenentes durante las primeras décadas de actividad de la cristianizada villa, hasta su desaparición, entrado el siglo xiii. Tal y como define la etimología de su denominación, los tenentes eran caballeros que tenían la tierra y, en primera instancia, ejercían la custodia de las posiciones estratégicas de defensa y de refugio en las que solía albergarse una guarnición de guerra, por lo que estaban obligados bajo juramento a proteger las fronteras encomendadas y servir militarmente al rey. A tenor de lo anterior, Cristóbal Guitart (1976: 22-23 y 83) señala tímidamente y sin ahondar en la cuestión que las numerosas noticias documentales sobre la actividad de tenentes en Aragón nos revelan «que allí había algo fortificado, aunque de forma un poco imprecisa». Como consecuencia lógica, también ostentaban funciones administrativas, políticas y judiciales como delegados del monarca en el cumplimiento de sus obligaciones en los castillos y la jurisdicción de su término. Por su parte, Andrés J. Nicolás-Minué (2014: 777 y 778) profundiza en las consecuencias futuras de este sistema de nombramientos en el gobierno temporal de los espacios defensivos al servicio del monarca. Estos propiciaron el surgimiento de los linajes señoriales y las familias infanzonas que configuraron la primera nobleza aragonesa durante el siglo xi y la primera mitad del xii, con clara tendencia a convertir sus tenencias en señoríos hereditarios. A pesar de esto, por regla general los mandatos no eran largos, sino muy movibles, y cada tenente solía custodiar más de un castillo en «vanguardia y retaguardia». En los siguientes epígrafes vamos a detallar las noticias más relevantes de los tenentes de Almudévar, estrechamente vinculados con los acontecimientos más trascendentes ocurridos en el reino. De hecho, está documentada su tenencia en las personas de dos figuras fundamentales entroncadas con los linajes más importantes de los siglos xi y xii en tierras oscenses. Esta decisión no es baladí. Los datos que poseemos sobre ellos reflejan unas conexiones personales que influyen directamente en el estudio de la Corona y en su ulterior desarrollo. El primero de ellos —documentado por Ricardo del Arco (1916: 50), María Dolores Cabré (1959: 142, 156 y 157), Antonio Durán Gudiol (1965-1969: doc. 240) y María Dolores Barrios (2013: 135 y 136)— fue Jimeno (Xemen o Ximeno) de Artusella, hijo de Galín Garcés, servidor del infante García, caballero de la corte del rey de Aragón Alfonso II, mayordomo y alférez real en 1164. Activo entre 1170 y 1193, no solo fue tenente de Almudévar, sino también de Bolea, Loarre, Sariñena y Piracés, representando en su persona la figura prototípica del tenente, el delegado real al mando de varias fortalezas situadas en vanguardia y retaguardia de un territorio estratégico. También ostentó el señorío de otros castillos y tuvo más posesiones en Huesca y Barbastro. Su relación con la villa es temprana. Tanto es así que figura como testigo en la firma de la carta pública de reparto de Almudévar, que tuvo lugar en febrero de 1184. Respecto a su PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


ejercicio como tenente de la villa, está identificado gracias a un documento publicado por María Dolores Cabré dado en Barbastro en enero de 1191. Además de conocer su estrecha relación con la villa y su irrefutable labor como delegado del rey en el castro de Almudévar, contamos con otros datos biográficos de gran interés para nosotros. Jimeno de Artusella estaba emparentado familiarmente con el cercano linaje de los Foces, pertenecientes a la nobleza aragonesa de nivel medio a finales del siglo xii. Este parentesco se estableció a través de la unión de Pórtoles de Foces con una sobrina de Jimeno de Artusella llamada Toda, hija de Sancha, hermana del tenente, y García Orteñons de Barbols. El segundo tenente de Almudévar fue el celebérrimo ricohombre Jimeno Cornel (ca. 1170 – 1221). Su linaje fue objeto de un temprano análisis genealógico publicado en el número 6 de la revista quincenal Linajes de Aragón por Gregorio García Ciprés (1916). Mayordomo del rey Pedro II de Aragón, miembro del Consejo y del círculo cercano del monarca, fue una de las personalidades más prolíficas en cuanto a actividad política del reino. En sus Anales de la Corona de Aragón, el cronista Jerónimo Zurita elogió la trayectoria y el esforzado servicio del hombre que, según sus palabras, llegó a encabezar «la nobleza y procuraba el beneficio del reino y el servicio del rey». Fue uno de los ricoshombres asistentes a las Cortes de Daroca (1196) y como mayordomo del rey acudió a su corte de Zaragoza y lo acompañó a Jaca para la imposición del servicio del monedaje en el reino de Aragón y el principado de Cataluña (caps. xliii, xlix y lii). Su ejercicio como tenente se desarrolló entre 1187 y 1196. En 1191 ostentó la tenencia de Huesca. Cuatro años después, en 1195, Adolfo Castán lo documenta al mando de la villa de Almudévar (2004: 73). Señor de Calatayud, Mazalcoraz, Sangarrén y Orrios, a partir de 1210 fue también propietario del castillo de Uncastillo, otorgado a Cornel por la reina Sancha, soror (hermana) de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, esposa de Alfonso II y madre de Pedro II. La vida de Cornel también es un fiel reflejo de las sincronías existentes entre las personalidades más trascendentes de los conflictos bélicos del momento y el patrocinio de los testimonios monumentales de la llanura oscense. Sí destacó en su desempeño político, y más aún, si cabe, sobresalió en su faceta militar batallando en el escuadrón del rey Pedro II junto a Ato de Foces y Sancho, conde de Provenza. Así, Jerónimo Zurita lo cita junto a Ato de Foces dentro de la nómina de nobles convocados en Monzón en marzo de 1210 para «juntar sus ejércitos para hacer la guerra a los moros» de Valencia. En 1212 viajó de nuevo junto al rey a la ciudad de Toledo, donde se reunieron los efectivos para la «gran batalla de Úbeda», y allí descolló en el escuadrón real con su «gran esfuerzo y valor» (caps. lx, lxi y lxiii). Un año después acompañó al monarca y su ejército a socorrer al conde de Tolosa, la última empresa de Pedro II, que halló su muerte en la batalla de Muret. Era «caballero muy anciano» cuando intervino en favor del príncipe Jaime, trasladado para su custodia y su educación al castillo templario de Monzón, donde permaneció bajo la tutela del maestre de la Orden del Temple. Cornel defendió el derecho sucesorio frente a las divisiones de bandos nobiliarios surgidos en torno al infante Fernando, abad de Montearagón, y el conde Sancho de Provenza por la sucesión al trono, lo que lo llevó a prestar tres mil quinientos maravedís alfonsinos para el envío de una embajada PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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a Roma en 1215. Este préstamo refleja el gran poder adquisitivo del que fue tenente de Almudévar, que asistía económicamente a la Corona en sus necesidades. Anteriormente comentábamos la relación familiar de Jimeno de Artusella con los Foces, una vinculación plagada de intereses socioeconómicos y estratégicos que vuelve a reiterarse en el caso del linaje de los Cornel. De este modo, Pedro Cornel, hijo de Andolza, hermana de Jimeno, y Gonzalo Ibáñez, era a su vez hermano de la primera esposa de Pedro Ahones, gobernador de Ribagorza y Sobrarbe, el cual se rebeló contra el monarca en favor del infante Fernando. Las tierras del Somontano entre las que se encuentra Almudévar fueron escenario de las revueltas en torno a 1225. Estas uniones matrimoniales con miembros de linajes de mayor calado vinculados a Almudévar beneficiaron a los Foces y propiciaron la posición social de la familia. Su ascenso quedó cristalizado en la construcción a mediados del siglo xiii de la iglesia panteón de San Miguel de Foces —ubicada en el actual término municipal de Ibieca—, un templo que, tal y como advirtió Guitart, guarda llamativas similitudes con la fábrica de Santa María de Almudévar. Recordemos que el hermano de Pórtoles, Jimeno, era el padre de Ato, y por tanto este era sobrino de Pórtoles. De Sancho, conde de Provenza, a las Cortes de Almudévar Acabamos de citar al conde Sancho —denominado Sanç en la documentación—, quien será un personaje crucial no solo desde el punto de vista global en los posteriores conflictos entre facciones, crisis sucesorias y disensiones en el reino de Aragón, sino para Almudévar a título particular. Fue el tercer hijo de Ramón Berenguer IV y la reina

Detalle de los arcosolios que acogen los sepulcros de Jimeno y Ato de Foces. Iglesia de San Miguel de Foces, en el término municipal de Ibieca. 1249-1259. (Foto: Javier Blasco) PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


Petronila, hermano de Alfonso II y tío de Pedro II. Ostentó los títulos de conde de Cerdeña, Rosellón y Provenza y señor de Carcasona y tuvo derechos sobre Narbona. Entre 1214 y 1218, durante la minoría de edad de Jaime I, ejerció como procurador general y regente del reino y gobernó junto al maestre de la Orden del Temple Guillem de Montredón, tutor del príncipe, y el Consejo Real. Su posición como uno de los hombres más poderosos de Aragón, acrecentada tras su ascenso en la regencia, lo llevó a emprender una escalada en el conflicto en pos del trono mucho más beligerante. Acabamos de comentar la intervención del primer hombre del Consejo, Jimeno Cornel, para pacificar la situación en 1215. Según Jerónimo Zurita (caps. lxxi, lxxiii y lxxv), los conflictos de bandosidades señoriales surgidos en torno a la problemática de la sucesión se zanjaron con el tratado de concordia firmado entre el rey Jaime I y su tío el conde Sancho de Provenza, con el consecuente juramento de fidelidad y renuncia a sus pretensiones de reinado. Cristóbal Guitart ya apuntó tempranamente que «la villa quedó en poder del conde Sancho de Provenza, gobernador del Reino» (1976: 126), pero sin ofrecer datación ni relación alguna de fuentes objetivas que justifiquen esta afirmación. Por fortuna, hemos hallado entre los fondos de Cancillería del Archivo de la Corona de Aragón el documento que certifica esa posesión. Nos referimos a la concordia firmada el 8 de septiembre de 1218 entre Jaime I y Sancho, conde de Provenza (ACA, Cancillería, pergaminos, Jaime I, serie general, n.º 113). En ella el monarca definió la procuración del reino y, a cambio, entregó a su tío derechos y rentas por valor de quince mil sueldos jaqueses sobre los castillos y las villas de Alfamén, Almunier, Pertusa, Lagunarrota y, por supuesto, Almudévar. Dos años después de su fallecimiento, acaecido en 1223, las tierras del Somontano se convirtieron en el escenario de las revitalizadas revueltas sucesorias en favor del infante Fernando; uno de sus participantes más activos fue el citado Pedro de Ahones, familiar de Jimeno Cornel. No es de extrañar que el 2 de junio de 1227 Jaime I reuniera la asamblea de las Cortes en la villa de Almudévar para promulgar los estatutos de confirmatione pacis con el fin de acabar definitivamente con las rebeliones surgidas en el reino. Su celebración y sus disposiciones fueron recogidas e insertadas en la compilación de las Cortes de Huesca de 1247, donde se ordenó la recopilación de la obra legisladora que regiría la actividad privada y la administración de justicia: los Fueros de Aragón. No vamos a detenernos en las circunstancias que envolvieron este encargo realizado al obispo Vidal de Canellas, ampliamente estudiado por historiadores del ámbito nacional y el internacional desde la primera mitad del siglo xx, como es el caso de Gunnar Tilander. Ahora bien, sí debemos hacernos eco de un reciente descubrimiento crucial respecto a la asamblea reunida en Almudévar y sus protagonistas. En 2019 el historiador Guillermo Tomás Faci, miembro del grupo de investigación del Centro de Estudios Medievales de Aragón (CEMA), descubrió el pergamino que contiene la versión más antigua de las Cortes en Almudévar en el Archivo Histórico Provincial de Huesca. Un año después se publicó su transcripción completa en la obra Cortes de los reinados de Alfonso II a Alfonso IV (1164-1328), que Tomás coeditó con Carlos Laliena Corbera. Estos estatutos de paz y tregua promulgados por el rey con el consenso de los representantes del reino son una copia datada en 1229. Aunque esta versión es la PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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Estatutos de paz y tregua aprobados en las Cortes de Almudévar de 1227. Copia de 1229. (Archivo Histórico Provincial de Huesca) PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


más cercana a la fecha de la celebración de la asamblea en Almudévar y recoge la «extensa tradición de los Fueros», su contenido no nos ofrece noticias sustanciales más allá de las consabidas disposiciones y su principal reivindicación: la posición central del monarca respecto a la conservación de la estabilidad en el reino. Lo que sí nos parece destacable es que uno de los ricoshombres que aparecen en la nómina de ejecutores que figuran en los estatutos es Ato de Foces. Obviamente, si este estudio estuviera dedicado íntegramente a los personajes preponderantes al servicio del monarca en el Aragón de la primera mitad del siglo xiii, no sería nada relevante. Sin embargo, en el caso de que se desee profundizar en los linajes vinculados a las empresas artísticas predominantes en el territorio, los Foces ocupan un lugar primordial. En posteriores capítulos abordaremos la cuestión de las similitudes formales que la iglesia pagada como panteón familiar por Jimeno en 1249 tiene con la primitiva de Santa María de Almudévar, esta última financiada a partir de 1269. Pedro Fernández de Híjar y las caballerías de honor El vínculo entre Almudévar y los hombres del rey seguirá patente en las dos últimas décadas del siglo xiii. En esencia no supone nada excepcional, dado que la asimilación de la cercanía al monarca y el poder jurisdiccional sobre los territorios señoriales fue común en las villas aragonesas durante la Baja Edad Media, pero sí influye en Almudévar en particular. Tal y como hemos analizado con anterioridad, los lazos de parentesco y los nombramientos políticos estaban estrechamente relacionados, máxime cuando se trataba de familiares directos del monarca o de nobles que le habían prestado un servicio provechoso. Este es el caso de Pedro Fernández (ca. 1245 – 1301), muy querido hijo natural de Jaime I y Berenguela Fernández, almirante de la Armada de Aragón (1264), i señor de Híjar (1268) y procurador general del reino de Valencia (1286). En 1270 fue nombrado caballero de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, con lo que estableció una conexión con la milicia que perpetuó su segunda esposa, la marquesa Gil de Rada, soror, fundadora y primera priora del convento de las canonesas de la misma orden de Zaragoza (1276). La historia de este linaje y su cercanía a la monarquía han sido ampliamente estudiadas por los investigadores, especialmente por María José Casáus Ballester, por lo que no nos detendremos en tales menesteres, totalmente alejados de nuestros fines, y tan solo nos ceñiremos a su vinculación con la villa. En lo que nos compete, su lealtad y su apoyo incondicional al rey fueron recompensados en forma de asignaciones económicas, ya que recibió contribuciones sobre Almudévar como remuneración por sus servicios a la Corona. Así, se benefició de la pecha cargada sobre los bienes de los habitantes, retribución que fue otorgada por el monarca el 18 de octubre de 1287. Además, en 1289 y 1292 recibió otra concesión real sobre varios territorios, entre los que de nuevo se encontraba Almudévar: las caballerías de honor.5 Esta renta anual también se daba como compensación a los señores por el servicio que prestaban al ofrecer sus caballos y sus armas, con lo que quedaba asegurada la intervención de la nobleza en las empresas bélicas del rey. El futuro siglo xv traería consigo el afianzamiento del poder concejil, por lo que estos privilegios económicos feudales entregados por el monarca PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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quedarían un tanto desdibujados en cuanto a su naturaleza. De hecho, en 1418 la pecha de la villa de Almudévar, ya distribuida por el concejo y otorgada al noble Artal IV de Alagón, fue asignada como caballería de honor. Afianzamiento del poder concejil ( finales del siglo xiii – siglo xv)

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De modo sincrónico comenzaron a confirmarse las concesiones reales de la jurisdicción de Almudévar como villa de realengo sujeta a los fueros y con las libertades ofrecidas en la carta de confirmación de donación, un proceso que forma parte del afianzamiento de los privilegios del justicia y el concejo en las poblaciones aragonesas a finales del siglo xiii y en el xiv. Así, empieza a haber noticias directas de la actividad del justicia, los jurados y el concejo de la villa en documentos de finales del xiii. Buen ejemplo es la orden de pechar (tributar) por los bienes de realengo que dio el justicia y baile a los clérigos de Almudévar el 6 de octubre de 1290.6 Conforme avanza la siguiente centuria esas referencias se incrementan al mismo tiempo que las relativas a la iglesia de Santa María. De hecho, tal y como veremos, la reafirmación de la potestad del poder municipal está estrechamente vinculada a la vida del templo principal de Almudévar. Libertades, privilegios y derechos Los Privilegios de la Unión, impuestos a Alfonso III en 1287 y promulgados cuatro años después —tras la obtención de «libertades arrancadas por el Reino al Rey» en el pretérito Privilegio General de 1283—, afianzaron la figura del justicia de Aragón y el desarrollo de un aparato legal profesionalizado del reino. Pedro IV luchó contra los nobles defensores del Privilegio de la Unión y tras la batalla de Épila, en 1348, consiguió su derogación y la reafirmación del poder real. Su reinado se caracterizó por una activa intervención en la administración y la legislación aragonesas que cristalizó en un masivo desarrollo burocrático, testimoniado en la documentación, aunque mantuvo el compromiso foral y la potestad del justicia como garante de las libertades aragonesas. Estas competencias y libertades también se desarrollaron en los justiciazgos de los ámbitos locales. En lo que compete a Almudévar, contamos con un testimonio que documenta un interesante privilegio otorgado por Pedro IV en Perpiñán el 3 de noviembre de 1345, el cual fue presentado ante el lugarteniente del sobrejuntero de Huesca por el procurador del concejo Domingo Doz el 5 de marzo de 1347. En él se concedía al justicia de la villa la custodia o la posible venta de los embargos realizados al vecindario por los oficiales reales, así como la potestad de los presos, los cuales quedarían bajo su control. El justicia era elegido entre «los mejores hombres de la villa» el día de San Miguel, en septiembre de cada año, tal y como se especifica en la «Carta del Concejo de Almudévar al Rey de Aragón, en la que se informa cómo y cuándo se elige al Justicia de la villa por privilegio otorgado por anteriores monarcas».7 En este escenario son más que destacables las concesiones de exención de impuestos promulgadas entre 1321 y 1354, en un momento en que el núcleo de gobierno de la Corona estaba más que asentado. Los derechos y las franquicias concedidos por los monarcas PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD


fueron expuestos ante el justicia de Huesca y pregonados en la ciudad en 1321. El 27 de abril de ese año Domingo de Abadía, como representante de la villa de Almudévar, presentó ante el justicia los privilegios concedidos por Alfonso II (1198) y Jaime II (1247 y 1293) y ordenó que se informara de ellos en forma de proclama. Consecuentemente, el rey Alfonso IV concedió un privilegio de inmunidad en el pago del monedaje y de los impuestos de leznas, peajes, herbajes, guiajes y otras tasas comerciales en Zaragoza el 4 de mayo de 1328. Este fue confirmado por sus sucesores Pedro IV y su esposa, la reina Leonor, en dos ocasiones, en las ciudades de Calatayud (1330) y Valencia (1331) respectivamente, y por el rey Alfonso V el Magnánimo tardíamente, ya en 1428. Toda esta información documental procede del magnífico fondo de privilegios reales de Almudévar. Debemos señalar que, a pesar de contar con una catalogación previa, hemos hallado algunas fallas que subsanar, concretamente ciertas imprecisiones en la interpretación del documento correspondiente a 1330. Estos privilegios, en algunos casos, fueron mantenidos gracias a la aportación de bienes de la villa en especie para subvenir las empresas bélicas del monarca, como en el caso de los ochenta cahíces de trigo entregados por el concejo de Almudévar a los comisionados del rey —gobernador, justicia y baile general de Aragón— como auxilio en la guerra de Cerdeña. Las exenciones en los pagos de impuestos reales, obviamente, invirtieron el orden de beneficios de la villa hacia la Corona, engrosaron las arcas municipales y acrecentaron el control del poder civil. Incluso la reina María de Castilla, consorte de Alfonso V y regente en ausencia de su esposo, llegó no solo a confirmar los privilegios de sus antecesores, sino a renunciar directamente al tributo de la pecha de Almudévar, tanto de la particular como de la real, según un documento del 3 de marzo de 1440.8 Crisis, concesiones regias y acontecimientos en las torres del castillo El siglo xiv fue desde el punto de vista global una época repleta de crisis, no solo políticas y económicas, sino también sociales. Aragón no fue una excepción. La peste negra, que asoló toda Europa en 1348, repercutió gravemente en el reino, donde además se dieron varios rebrotes a lo largo de la centuria (1362 y 1384), y segó gran cantidad de vidas. En el caso de la villa, Enrique Mainé Burguete estudió la trayectoria de un escribano destinado a Almudévar durante la pandemia de la peste negra por la carencia de personas para ejercer el oficio público, un hecho que testimonia los nefastos efectos que tuvo la epidemia sobre el territorio. A este trágico episodio de la historia se sumaron la dilapidación de las arcas reales y la asolación del reino durante la guerra castellano-aragonesa, denominada comúnmente guerra de los dos Pedros —Pedro IV el Ceremonioso y Pedro I el Cruel, monarca de Castilla— (1356-1369). Ante la grave situación económica derivada de los subsidios aportados a las contiendas, la peste y la esterilidad en los cultivos, en 1359 el concejo dirigió una súplica al rey para ver reducida la cuota de pecha anual de doce mil a tres mil sueldos jaqueses por el plazo de diez años. Al hilo de la mencionada reafirmación del poder regio de Pedro IV se comprende con mayor claridad el interés por confirmar las concesiones de los monarcas anteriores en junio y diciembre de 1359. El rey se comprometía a no enajenar la villa y sus aldeas del realengo «por sus muchos servicios» a PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD

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la Corona, y especialmente por la aportación económica de cuarenta mil sueldos jaqueses realizada unos años atrás, con la cual el concejo se aseguró su independencia del poder nobiliario, rescindiendo de este modo la entrega de la villa como compensación a Juan Jiménez de Urrea, comandante de los ejércitos de la Unión en la citada batalla de Épila.9 El año siguiente el concejo se obligaba a dar al monarca otros diez mil sueldos jaqueses a cambio del privilegio que impedía la enajenación de la villa del realengo. Esa aportación económica exigida a la villa, que fue recibida en Cervera el 5 de junio de 1360, amortiguó la pérdida que suponía para la Corona la exención de la pecha concedida por el Ceremonioso a Almudévar; no obstante, sugiere cierta complicación, dada la situación de pobreza en la que se encontraba la población. Los sucesos vinculados a la contienda entre el monarca aragonés y el castellano tuvieron su eco en la villa de Almudévar gracias a un acontecimiento de gran importancia histórica. Nos referimos al encuentro que tuvo lugar entre Pedro IV de Aragón, Carlos II de Navarra y el pretendiente a la corona de Castilla Enrique de Trastámara, presumiblemente en las torres del castillo de Almudévar, en 1364. La trascendencia de esta reunión radica en las decisiones que se tomaron en apoyo del bastardo Enrique de Trastámara en la guerra que sostenía contra su hermanastro Pedro I el Cruel, con la consecuente caída definitiva del todopoderoso consejero del rey Bernardo de Cabrera, que fue decapitado en Zaragoza el 26 de julio. Respecto a los desembolsos económicos del poder municipal para salvaguardar sus libertades durante el reinado de Pedro IV, no evitaron el conato de revocación de esos privilegios durante el mandato de su sucesor, Juan I, quien intentó separar la villa del realengo. El concejo de Almudévar logró mantener su privilegio gracias a la iurisfirma o firma de derecho presentada ante Juan Jiménez Cerdán, justicia de Aragón, y su lugarteniente Juan Pérez de Caseda contra las acciones de Juan I y su procurador fiscal. Tras conseguir frenar ese intento, los derechos se mantendrían y se ratificarían en el siglo xv.10 El resultado obvio de todas estas concesiones y estos logros respecto al mantenimiento de los privilegios propició el fortalecimiento del poder civil, incrementó los beneficios económicos y permitió el crecimiento de la villa. Las transformaciones urbanísticas y la ampliación y la construcción de nueva planta de edificios en el siglo xvi proceden del paulatino enriquecimiento de las arcas del municipio. Como es lógico, el disfrute de estas ventajas fiscales no dio frutos inmediatos en materia de patrocinio edilicio, el cual, significativamente, no se centró en reubicar en su totalidad el espacio representativo del justicia, los jurados y el concejo de la villa. Hay que tener en cuenta que la Corona seguiría siendo el centro neurálgico del poder durante gran parte de la Edad Moderna. El uso de las denominadas torres del castillo como espacio institucional del poder civil pervivió durante el siglo xv. Es más, lo tenemos documentado en un pergamino que contiene la venta de un censal anual por valor de trescientos treinta y tres sueldos jaqueses que serían cobrados por Violana Vidal, transacción que fue acordada en las citadas torres el 11 de mayo de 1466.11 Este remedo del pasado de la fortaleza medieval mantendría esa utilidad, eso sí, parcialmente —con ciertas salvedades y particularidades—, durante el siglo xvi, periodo en el que, como veremos en capítulos posteriores, se documentan otros espacios de reunión institucional de Almudévar. P PERSPECTIVA CONTEXTUAL DESDE L A EDAD MEDIA HASTA LOS ALBORES DE L A MODERNIDAD



EL CAST RO Y T EM PLO DE L A CO RO N A EN L A EDA D M ED I A


La primitiva fortaleza y sus transformaciones Una vez definido el escenario histórico y sus protagonistas desde la Reconquista hasta los albores del siglo xv, contamos con el marco adecuado para comprender el desarrollo material de las ruinas poco homogéneas del conjunto fortificado que contemplamos en la actualidad. Las variables utilidades que se dieron a su espacio como centro neurálgico de Almudévar durante un tiempo tan dilatado obviamente provocaron las ya citadas constantes remodelaciones, que afectaron de manera sustancial a la identificación de su primitiva forma. Si estuviéramos ante una antigua fortaleza abandonada a la desidia desde el medievo, los restos conservados serían mucho más visibles, o, por lo menos, en el caso de que hubieran desaparecido prácticamente, la reconstrucción de su planta y sus elementos defensivos resultaría menos compleja. Entendiendo esta circunstancia podemos comprender por qué los especialistas han prescindido de su estudio: por la incertidumbre sobre si se hallarán restos pertenecientes a la construcción original. Sabedores como éramos de este incuestionable hecho, y muy a pesar de la desaparición de restos, tenemos datos suficientes como para poder aproximarnos a su tipología original y algunas adiciones fruto de las reformas realizadas, presumiblemente en la época de las tenencias. Esta reconstrucción ha sido posible gracias al clarificador marco histórico documental expuesto en el capítulo anterior, a los estudios previos dedicados a los castillos altoaragoneses —tanto andalusíes como remodelados o de nueva planta realizados tras la Reconquista— y al análisis pormenorizado de los vestigios enmascarados existentes en la Corona. Ciñéndonos al imprescindible contexto epocal sobre el que debe afianzarse toda investigación histórico-artística, vamos a desgranar la evolución del espacio defensivo desde sus orígenes hispanomusulmanes, atendiendo a su posible tipología original y a las reformas y las adiciones posteriores llevadas a cabo durante la Baja Edad Media.

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El castro hispanomusulmán

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En el apartado dedicado al pasado de Almudévar como una de las fortalezas de la línea sur de la Marca Superior de al-Ándalus comentábamos la proliferación de construcciones defensivas en el medio rural. Entre las tipologías de arquitectura defensiva existentes en este ámbito geográfico destacan las fortalezas estatales denominadas husûn (h ̣is ̣n en singular) —con funciones representativas, militares y administrativas—, complementadas con atalayas dispuestas en caminos o puntos estratégicos, y las fortalezas encomendadas independientes, qilāʿ o qulūʿ (qalʿa o qilʿa en singular), que eran propiedad de un señor y tenían población anexa. Notables especialistas del ámbito de la arqueología, la historia o la historia del arte, como Philippe Sénac, Carlos Esco Sampériz, Juan Zozaya Stabel-Hansen, Bernabé Cabañero Subiza o José Ángel Asensio Esteban, han dedicado sus esfuerzos a su estudio. Aunque los testimonios catalogables como originalmente andalusíes son escasos, se tiene constancia de la evolución del uso de materiales para levantar estos exponentes de arquitectura defensiva. En los inicios los elementos arquitectónicos se hicieron de tapial o mampostería o reutilizando materiales procedentes del expolio de antiguos edificios como refuerzo constructivo. De hecho, no se dejó de recurrir a esta práctica hasta la reaparición de la actividad de las canteras en la Marca Superior. Según José Ángel Asensio (2020: 64-65), los husûn estatales donde residía la autoridad de los caídes estaban construidos habitualmente con aparejos regulares de opus quadratum y solían poseer, además del recinto, una mota o celoquia y torres externas de control del territorio. No podemos afirmar con total certeza la pertenencia de la fortaleza hispanomusulmana de Almudévar a esta tipología. Lo que sí sabemos es que este castro contaría con una muralla que rodearía el perímetro fortificado y estaría jalonada de torres en sus lienzos, una prominente puerta monumental de acceso, una torre del homenaje central y dependencias aledañas de menor envergadura.

Vista del perímetro amurallado y el acceso a la fortaleza de la Corona. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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Vista de la torre de Tormos, en el término municipal de Alcalá de Gurrea. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


Huellas del pasado en la fortificación Los elementos típicos de la arquitectura defensiva que acabamos de enumerar tienen su eco en la Corona de Almudévar, si bien todos ellos han sido reemplazados o modificados a lo largo de los siglos. No debemos olvidar que, tal y como señala Cristóbal Guitart (1976: 22), «en Aragón las principales fortalezas musulmanas son fruto de reconstrucciones posteriores, lo que supone un gran problema en su datación, dado que las técnicas constructivas apenas variaron después de la Reconquista». A esta circunstancia —la invariabilidad de sus formas por acondicionarlas a su uso funcional—, ya advertida por Leopoldo Torres Balbás (1952: 149), se suma la escasez de elementos decorativos que nos permitan hacer una aproximación a su cronología.

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Torre del homenaje

Torres ataludadas

Poblado Segunda muralla

Portal

Primera muralla

Recreación de la primitiva fortaleza de Almudévar y las posibles adiciones realizadas durante la Baja Edad Media. EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


Un elemento común en la arquitectura militar, que se remonta no solo a los primeros castillos defensivos levantados tras la cristianización de sus territorios, sino incluso a los testimonios de husûn hispanomusulmanes que han llegado hasta nuestros días, es la puerta monumental de acceso a la fortaleza. Nos referimos al arco dovelado que está situado entre los lienzos de la zona alta amurallada, a pocos metros de la puerta del torreón. A pesar de que su aspecto actual se debe a una fuerte intervención acometida en la Edad Moderna, es probable que reemplazase a otra puerta de acceso que hubiera quedado arruinada con el paso de los siglos. Lo que tampoco en este caso podemos dilucidar es si en el periodo hispanomusulmán la fortificación contó con una puerta en este punto del perímetro amurallado o si el arco dovelado que contemplamos en la actualidad sustituyó al levantado con posterioridad a la reconquista cristiana. El mismo problema tenemos en el caso de la torre chata ataludada del perímetro amurallado que ha llegado hasta nuestros días. Poseía otra gemela, desaparecida en el siglo xx, que fue contemplada por Cristóbal Guitart (1976: 127). Adolfo Castán (2004: 72) narra los sucesos que rodearon su destrucción: «hubo otra torre similar no hace mucho, pero una intervención reciente para afianzar la pendiente y sanear las pocas ruinas, la eliminó, reconstruyendo también casi toda la muralla, de modo que es muy poco lo que persiste del viejo paramento, realmente convertido en muro de contención». Ambos elementos defensivos están hechos con un aparejo de sillería similar, bien escuadrado y de gran formato, claramente diferenciable de los sillares de la muralla rehecha en las intervenciones contemporáneas realizadas en el conjunto monumental. Retomaremos algunos aspectos importantes del acceso y la torre ataludada en el capítulo dedicado a las remodelaciones llevadas a cabo en el siglo xvi. También es probable que algunos de esos sillares de la construcción original fueran expoliados para su uso en otros menesteres de la villa a lo largo de los siglos o reutilizados en el muro sur de la reconstruida muralla. Además, encontramos algunos de ellos diseminados por las inmediaciones de la Corona y aisladamente reaprovechados en el templo de Santa María, en el muro norte de cerramiento de las capillas, la actual ermita, donde observamos estos sillares bien escuadrados de gran tamaño alternados con mampostería y empleados para cegar uno de los arcos del muro norte de la iglesia, en concreto el primero por el noroeste. Respecto a la identificación de la primitiva torre del homenaje, en el siguiente apartado abordaremos las controversias surgidas, sobre todo debido a las potentes reformas que sufrió tras su reconquista, durante la construcción del templo de Santa María y en el siglo xvi. Una torre del homenaje «de dudosa interpretación» El mayor enigma en torno a los posibles testimonios conservados de la primitiva fortaleza lo plantea el torreón adosado a los pies de la antigua iglesia, el cual ha sido remodelado en diferentes momentos de su historia. Esto último no solo provoca tremendas dudas sobre su datación, sino que ha generado discrepancias entre los especialistas en lo referente a su uso original. Obviamente, es un testigo material complicado de analizar, reiteramos, debido a la escasa evolución formal de la arquitectura defensiva funcional, EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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al que se añade otra complicación: las reformas y las ampliaciones sin documentar acometidas a lo largo de los siglos. Vamos a exponer las teorías de los especialistas y más tarde expondremos las conclusiones a las que hemos llegado tras examinar con atención el exterior y el interior de la torre. Cristóbal Guitart y los hermanos Naval —estos últimos, autores de diversas intervenciones arquitectónicas en la Corona— sostienen que este torreón se identifica con la primitiva torre del homenaje de la fortaleza. José Luis Aliod (1990: 36) señala, erróneamente, que se trata de una «torre defensiva romana de planta rectangular», debido a su confusión entre el trabajo de cantería califal y el almohadillado pétreo de los sillares clásicos del mundo antiguo.

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Vista exterior de la torre de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


Sin embargo, Adolfo Castán (2004: 71 y 72) la cataloga como «torre de dudosa interpretación». En su estudio describe pormenorizadamente varios aspectos materiales con el fin de proporcionar una cronología detallada de la torre y encuentra diversas contradicciones. En principio plantea descartar que la construcción de la torre sea «lo más vetusto» del conjunto, y para ello apunta que a los pies del templo ya construido, en el lado norte, se acopló un campanario cuadrangular (6,20 por 5,32 metros) que fue ampliado en el siglo xvi hasta que alcanzó su planta rectangular. Justifica su planteamiento de la primera fase de edificación arguyendo la homogeneidad existente entre el aparejo de la primitiva torre cuadrada y la iglesia, una semejanza negada por Guitart (1979: 54), quien en su estudio señala la considerable diferencia que hay entre ellos, y que nosotros constatamos tras su visualización in situ. Respecto al supuesto recrecimiento de la torre en el siglo xvi, Castán valora las intervenciones en vanos cubiertos por bóvedas capialzadas, las cantoneras de sillar «a costa de poniente», la apertura de una puerta inferior que conectaba la iglesia con la torre, hoy cegada, y la reforma interior de la construcción. El mismo Castán contradice su propia teoría y desmonta su propia hipótesis al observar una cuestión ya advertida por Guitart años atrás: la realización de la bóveda del templo quedó interrumpida cuando se topó con el paramento de la torre, lo que demuestra materialmente que es anterior. De hecho, no solo topa al norte, sino también al sur de la torre, en toda su prolongación, lo que indica que en el momento de la proyección de los arcos fajones de la bóveda de medio cañón apuntada que cubriría el templo ambas fases constructivas de la torre ya estarían realizadas. A lo anterior Castán añade otro elemento que avala esta teoría: el resalte o escalón que unifica el arranque de los dos bloques edificados con la torre.

Detalle del aparejo que une iglesia y torre, en el lado sur del templo. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Sección de la torre de la iglesia proyectada durante su restauración. Joaquín Naval Mas. 1998. (Archivo de la Administración de la Comunidad Autónoma de Aragón. Foto: Javier Blasco) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


De hecho, si bien es cierto que la torre sufrió una potente reforma en el siglo xvi, no creemos que esta afectara a su perímetro construido, sino más bien a ciertos aspectos de su adecuación interna. Por ejemplo, localizamos esta intervención en los revestimientos de muros y arcos de medio punto del segundo tramo de la caja de escaleras —donde se ubica un nicho con una inscripción que reza «1596»— y en la presencia de bóvedas capialzadas, hornacinas, vanos y accesos. También se añadieron, en el piso superior, los arquillos de ladrillo típicos del Renacimiento aragonés y una espadaña documentada en fotografías de la primera mitad del siglo xx y desaparecida en la actualidad. En nuestra opinión, este enrevesado panorama historiográfico tiene una lectura mucho más sencilla. Acabamos de exponer que la planta rectangular actual se debe a la adición de un segundo volumen, también visible desde el interior del templo. Creemos que el volumen de mayor tamaño, situado en el flanco noroccidental, se podría identificar con la primitiva torre del homenaje, que habría quedado enmascarada al exterior y al interior en el momento en que se adosó el segundo cuerpo cuadrangular. De hecho, encontramos varios factores en el análisis de su estructura que nos ofrecen datos de interés. La primitiva puerta en altura, comúnmente identificada como la primera abierta para acceder al coro —inutilizada e ilocalizable entre los revestidos paramentos del interior—, concuerda con los accesos en altura típicos de las torres defensivas de los siglos x y xi. No debemos olvidar que el volumen original es el noroeste, por lo que el acceso a sus pies pudo ser abierto en una de las reformas. La anárquica distribución de su alzado interior es otro ejemplo de una discordancia de elementos que no tiene que ver solo con la supuesta remodelación datada por Castán en el siglo xvi. Al entrar a la torre desde la puerta situada a sus pies, en el primer tramo de escalera, concretamente a nuestra izquierda, vemos un pequeño vano cuadrangular de acceso a un espacio. Este habitáculo de planta cuadrangular está construido en su interior con sillares de gran envergadura magníficamente escuadrados, pero se encuentra tapiado con un muro realizado con burda mampostería, ladrillos, y enmascarada con yeso. Está aislado y tan solo se conecta con el resto de la construcción a través de un gran boquete visible en el último piso de la torre. Al observar sus muros en altura podemos comprobar que hay divisiones de pisos perdidos en la actualidad. Al final de la escalera de acceso de la planta baja, a un metro de profundidad, se encuentra un amplio foso protegido por un murete y plagado de nichos de diferentes formatos donde también hallamos el acceso a la iglesia para subir al coro, cegado en la actualidad. Como vemos, se trata de un espacio arquitectónico bastante inusual para dar paso a una torre campanario de una iglesia. El parcial desprendimiento de su revestimiento deja al descubierto los sillares bien escuadrados de la primitiva construcción. El resto de los paramentos y las bóvedas baídas de la planta baja fueron fuertemente intervenidos. Desde esta planta se alza una pequeña plataforma que engarza el tramo de acceso con la caja de escaleras, que asciende seis tramos. A excepción de la bella bóveda por aproximación de hiladas de gruesos sillares pétreos montados a hueso que cubre el cuarto tramo, el resto de su interior se encuentra intervenido y enmascarado. A media altura de este cuarto tramo se abre un acceso, también en arco por aproximación de hiladas, que contiene en su interior un nicho identificado por Castán como un enterramiento que EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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sigue el juego de aparejo que se ve en la caja de escaleras. La puerta de salida al último piso de la torre ya nos muestra elementos que sí son plenamente fruto de la reforma del siglo xvi, donde el ladrillo preside la culminación de la estructura. Hemos intentado realizar una lectura lo más sencilla posible del interior de la torre, donde podemos comprobar que coexisten elementos de diferentes épocas. Eso sí, la mayor parte de su planta es una masa sólida, con pocos espacios, en la que tan solo destacan la caja de escaleras y la bóveda por aproximación de hiladas. Nos vemos en la obligación de señalar que estas características tipológicas se asemejan más a las de una torre islámica que a las de una torre cristiana de nueva planta. Es más, el cuerpo adosado al sur de la primitiva estructura, del cual hablaremos de forma breve a continuación, es prácticamente macizo, y todos los elementos visibles se concentran en el lado norte, correspondiente a la primitiva torre del homenaje.

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Reformas en la época de las tenencias Sabemos que después de la toma de Almudévar y su ulterior absorción como villa de patrimonio real se levantaron, se mantuvieron o se engrandecieron algunos elementos de la fortificación, como las torres o los lienzos de la muralla, dado que la plaza siguió siendo un enclave defensivo estratégico durante el siglo xii y parte del xiii por motivos ya expuestos. Moviéndonos de nuevo en el terreno de la conjetura, podemos aventurar que esta fortaleza cristianizada seguramente se adscribiría a la tipología de «Castillos

Vista del habitáculo del primer piso donde se aprecia la bóveda por aproximación de hiladas. Interior de la torre de la iglesia. (Foto: José María Alagón) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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Piso superior de la torre de la iglesia. (Foto: Mar Aznar) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


de torre y recinto» difundida por Cristóbal Guitart, en la que se engloban numerosos exponentes altoaragoneses, tales como el de Sos, el de Biota o el de Aínsa. Como bien denota su nombre, poseen una torre como elemento preponderante, una plataforma y un amurallamiento con cubos o torres de menores dimensiones. Lo cierto es que poco se diferenciaría en estructura del supuesto h ̣is ̣n islámico precedente. Ya hemos comentado la dificultad de datar los testimonios de arquitectura defensiva, sobre todo debido a la falta de variabilidad de sus elementos formales, siempre sujetos a su funcionalidad. Lo que sí hemos podido determinar son las dos fases constructivas de la fábrica de la torre, al margen de otras reformas epidérmicas.

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La segunda fase constructiva de la torre Hemos analizado detalladamente el interior de la torre situada a los pies de la iglesia, identificada, a pesar de sus múltiples reformas, como torre del homenaje. El segundo cuerpo adosado a la primitiva edificación, visible desde el interior de la actualmente descarnada iglesia, como hemos comentado, fue levantado, con total seguridad, entre finales del siglo xii y mediados del xiii. Ya hemos señalado cómo la cubrición de la iglesia topaba con toda la extensión de la torre, tal y como podemos ver en los testigos de las ménsulas y los arranques de la bóveda de medio cañón apuntada, algo que sería inusual si hubiera sido ampliada en el momento en que se construyó la fábrica de la iglesia de Santa María. En esta segunda fase no hubo grandes modificaciones en el interior. Exceptuando la planta baja, la estructura de los pisos de la torre no variaron y siguieron concentrándose al noroeste de la construcción. Creemos que la ampliación se realizó como adecuación perimetral del castro medieval, revistiendo su exterior en consonancia con las construcciones levantadas de nueva planta adosadas a la torre, concebidas para acoger las diversas funciones administrativas de la villa. Otros espacios defensivos Acabamos de hacer referencia a las construcciones que pudieron ser levantadas durante las tenencias para organizar la incipiente vida administrativa de la villa. A tenor de esta hipótesis, debemos señalar la continuidad del aparejo del muro de la torre con la parte inferior de la nueva sacristía. Es probable que se reutilizaran ciertos espacios del antiguo castro propiedad del concejo para levantarla en el siglo xvi, una explicación que aclararía la heterogeneidad de métodos constructivos de su superficie mural en el exterior. Hay otra cuestión de gran complejidad que debemos apuntar. El exterior de la fachada de la iglesia de Santa María no es para nada prototípico. Su pórtico y su fachada sur son del todo atípicas, lo que hace que desde fuera la construcción se identifique más con una fortaleza que con una iglesia. Es probable, dada la rareza de su tipología, que en el momento de levantarse el templo se utilizara parte de la fábrica del castillo ampliado en la época de las tenencias, adecuando los espacios preexistentes para otros usos. Esta es la única forma de entender su extraña fachada: la continuidad del perímetro constructivo y la adaptación de la nueva edificación a un espacio delimitado por una torre defensiva convertida en campanario.

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La colegiata de Santa María (siglos xiii-xv) En la traducción y la interpretación de la carta de confirmación de donación y la carta pública de reparto, la documentación permitía entrever que hasta bien entrados los años ochenta del siglo xii todas las cuestiones relativas a la villa estuvieron vinculadas a la distribución política de su jurisdicción. Además, durante la época de las tenencias el ámbito de lo municipal aún carecía de control y se fraguaban continuos conflictos entre el poder señorial y la monarquía que afectaban, tal y como hemos expuesto con anterioridad, al territorio de la comarca de la Violada, y más concretamente a la villa de Almudévar. Sin menoscabo de la adecuación puntual de espacios reaprovechados sujeta a las necesidades temporales ya comentadas, no se desarrolló ninguna infraestructura social (religiosa o civil) o administrativa de la escasa población, circunscrita a unos hipotéticos trescientos pobladores en 1184. Hipótesis sobre la primitiva iglesia Frente a esta situación contextual, dudamos que se planteara la inminente construcción de tan grandilocuente fábrica de la iglesia. No olvidemos que los concejos tardarían en asentar su poder como institución y que la villa de realengo quedó en manos de los tenentes y los hombres del rey, encargados del mantenimiento y la defensa de las fortalezas dispuestas estratégicamente en la llanura oscense. Anteriores investigadores han estimado el comienzo aproximado de la construcción de la fábrica de la iglesia protogótica de Santa María entre 1184 —fecha en la que se realiza el reparto de la villa entre los pobladores— y 1231 —año en el que, según Antonio Borderías, se documentan las primeras primicias otorgadas por el monarca para el mantenimiento del culto y la fábrica de la iglesia—. A este respecto, en lo referente a la cronología hemos encontrado varias discrepancias, tanto en el ámbito documental como en el formal, que iremos desarrollando en los siguientes epígrafes de este estudio. Los avatares sufridos por el templo descritos en la introducción han llevado no solo a la pérdida parcial de su fábrica, sino, como es obvio, también a la de sus revestimientos decorativos y la práctica totalidad de su escultura monumental. Esta carencia de elementos epidérmicos añadidos a lo largo de los siglos que facilitarían la labor de llevar a cabo una aproximación formal la suple un aspecto positivo: su desnudez nos muestra a cara vista la estructura de su construcción, lo que hace posible vislumbrar las fases edificatorias de su fábrica de cantería. Tras una minuciosa labor de hilvanado tanto de las fuentes documentales como de la propia obra conservada, podemos establecer —no sin un esfuerzo sustancial— las fases cronológicas concretas de su evolución y el orden prescriptivo de su primitiva construcción. Comenzaremos abordando las primeras noticias sobre la institución eclesial de Almudévar ligadas a su jurisdicción y su titularidad dentro de la diócesis oscense. Posteriormente abriremos un debate en torno a las dudas que nos plantea la identificación de esta primera iglesia, el motivo por el que descartamos el templo protogótico de Santa María como sede

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eclesial de la villa en las primeras décadas que siguieron a la concesión de la llamada carta de población y la hipótesis que planteamos al respecto. A continuación nos sumergiremos en el análisis documental de la construcción, la jurisdicción y la titularidad del templo, y concluiremos este gran episodio con el necesario estudio histórico-artístico de la que fue colegiata de Santa María de la Corona.

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Génesis de la institución eclesial y su jurisdicción Tal y como hemos comentado con anterioridad, la villa de Almudévar y su sede eclesial formaban parte del patrimonio real. El medievalista Antonio Durán Gudiol (1960: 40; 1961: 7-9) documentó el panorama jurisdiccional de la diócesis de Jaca y Huesca atendiendo a su devenir histórico, las transformaciones del mapa de los obispados y las dignidades preponderantes de su gobierno. Esta investigación, sumada a otras publicaciones tanto históricas como coetáneas, nos aporta valiosa información sobre la adscripción territorial, el rango y la titularidad de la primitiva institución en las primeras décadas de la historia de la cristianizada localidad. La primera noticia de la iglesia como institución se documenta en mayo de 1206, cuando el rey Pedro II otorgó un privilegio de donación del templo de Almudévar al obispo García de Gúdal. Esta prebenda incluía todos sus derechos parroquiales, los cuales quedaron asignados a la mensa episcopal oscense. De hecho, se advierte que durante el mandato del belicoso prelado hubo una constante labor de arrancar iglesias de manos laicales para incorporarlas a los organismos eclesiásticos, aunque Durán matiza esta afirmación indicando que el monarca realizó la donación «movido por su devoción» a la catedral de Huesca. Con el fin de subsanar la grave situación de crisis económica, en diciembre de 1207 los canónigos y el obispo Gúdal realizaron una partición de la mensa común en cinco preposituras, asignadas a cinco capitulares que las dotarían económicamente durante determinados meses del año. Dos de esas preposituras, las que se hallaban bajo el control de Sancho de Ahones —arcediano de Sobrarbe posteriormente promocionado como obispo de Zaragoza— y Juan de Lac —canónigo enfermero— respectivamente, estaban dotadas en su mayor parte con los beneficios aportados por Almudévar, que eran entregados por la villa en los meses de febrero, marzo, abril, noviembre y diciembre. Hay otra teoría anterior que suscribe un conato de donación de la iglesia de la villa al monasterio de Montearagón. María Dolores Cabré (1959: 144) expone textualmente: La iglesia de Almudévar fue concedida por el rey al abad de Montearagón, a la sazón, el belicoso infante don Fernando; se opuso al obispo de Huesca, el violento García de Gúdal, quien entró en la iglesia para tomar posesión de ella, siendo bloqueado por el infante don Fernando, que prohibió el abastecimiento de los sitiados. La violenta disputa se cortó, al fin, mediante la donación de Pedro II de 1206, por la que concedía la iglesia de Almudévar a la Catedral de Huesca.

La cuestión es que la fuente de información de tales hechos es una cita que remite a la publicación de Durán, la cual es un año posterior. Suponemos que la historiadora tendría EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


datos complementarios para realizar tal afirmación. Quizá contaba con unos datos inéditos erróneos que más tarde fueron revisados y refutados, y por consiguiente excluidos del relato de este altercado y de la truncada intención de donar la iglesia al cenobio. Es más, sabemos que se donó la renta del cuarto decimal (la cuarta parte de la décima) de las iglesias de Ayerbe, Loarre, Bolea, Lupiñén, Piracés, Bespén, Sieso, Labata, Arbaniés, Santa Eulalia de Robres y Chibluco al abad hermano del rey («karissimo Ferrando fratri meo») y al monasterio de Montearagón, pero ninguna renta procedente de la iglesia de Almudévar. Desechada esta teoría, queda aclarado que, aunque su adscripción jurisdiccional correspondió desde el primer momento a la diócesis oscense, su propiedad siguió siendo de dominio real. Lo que sí se pone de manifiesto es que durante la primera década del siglo xiii la iglesia de Almudévar ya se encontraba en pleno funcionamiento desde el punto de vista administrativo y devocional. Además, en 1213 se documenta la adscripción de las iglesias de Torre Albella y Villalpando al distrito parroquial de Almudévar. Los capellanes de ambas debían recibir el crisma de su iglesia, a cuya parroquia pertenecían sus vecinos como feligreses. Nuestra duda más importante es a qué templo remite esta información. A continuación abordaremos esta controversia. Controversia en torno a la primera sede parroquial La cuestión fundamental es si su fábrica arquitectónica ya estaba realizada a comienzos del siglo xiii o si se contaba con otro templo anterior, dado que la importancia de su aportación a la mensa oscense implicaría la existencia de una institución de cierta envergadura. En primera instancia, la fecha de 1206 es del todo temprana y rompe con varias teorías vinculadas al hecho de considerar el templo protogótico de Santa María como primitiva iglesia principal de Almudévar. Es prácticamente inconcebible que en los albores del siglo xiii la fábrica estuviese acabada, y ni siquiera es probable que estuviera comenzada. No debemos desligar la creación del templo del desarrollo contextual de la historia de la villa, puesto que ello supondría un anacronismo en toda regla. Recordemos que la datación extrema que se da se extiende hasta 1231, una cronología también errónea desde el punto de vista documental, tal y como aclararemos con posterioridad. Al comienzo de este capítulo valorábamos que en 1184 aún se estaba realizando el reparto de tierras entre los pobladores y que la población, y específicamente su castro, no solo quedó en manos de delegados del monarca, sino que pasó a ser propiedad temporal de miembros de la aristocracia como el conde Sancho de Provenza. Sería ya bien entrado el siglo xiii cuando el concejo comenzara a tener cierta preponderancia como exponente del poder civil en la localidad, lo que limita enormemente la posibilidad de que hubiera tenido capacidad para financiar semejante empresa constructiva con anterioridad. También descartamos que alguno de los ricoshombres o de los nobles que figuran ejerciendo el control de la villa se hiciese cargo de la obra. Su corta permanencia en el cargo y la claridad con la que se explicita la potestad del concejo en las cuestiones referentes a la fábrica de la iglesia en la carta de confirmación de donación no dejan mucho espacio a la discusión. A la imposibilidad histórica de ese hecho se suma la artística. Bien es sabido que las primeras formas góticas cistercienses, a las que se adscribe la iglesia de Santa María de EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Portada románica de la antigua iglesia de San Miguel. Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Almudévar. (Foto: Javier Blasco)

Almudévar, aparecieron a partir del último tercio del siglo xii en los grandes monasterios que se fundaron siguiendo la regla benedictina reformada y fueron edificados de la mano de canteros foráneos del sur de Francia de la denominada escuela languedociana. Así, el monasterio cisterciense de Veruela se comenzó a construir en los años sesenta del siglo xii, y los más tardíos de Piedra o Rueda fueron levantados en 1225 y 1220-1230 respectivamente. Otros conventos femeninos, tanto afiliados a la orden —por ejemplo, Casbas o Cambrón— como de fundación real —en el caso de Sijena—, aunaron las influencias arquitectónicas languedocianas y francoborgoñonas con otras peninsulares (reino de Castilla) y de tradición local, en este último caso procedentes del románico tardío de las Cinco Villas. De estas novedades y reformulaciones de la arquitectura precedente se nutrirán las fábricas de las iglesias aragonesas durante el siglo xiii y aun en el xiv. De hecho, en el artículo «Un grupo de iglesias protogóticas en la “Tierra Nueva” de Aragón», Cristóbal Guitart (1978: 16-45) circunscribe a este arco temporal los templos de transición del románico al gótico de la llanura oscense, teniendo como exponente más trascendental la ya mencionada iglesia de San Miguel de Foces, fundada en 1259 por Jimeno de Foces —hijo del anteriormente citado Ato de Foces, ligado íntimamente con el tenente de Almudévar Jimeno Cornel— y estudiada por María Dolores Barrios (2013: 132-134). Todo ello nos lleva a descartar esa tan temprana adscripción temporal del comienzo de la construcción de la iglesia, lo que documentaremos con posterioridad. Este asunto también fue abordado por María Dolores Cabré (1959: 143), quien planteaba una interesante teoría que podría ser plausible. Es probable que la primitiva parroquia de la villa no se EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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Vista exterior de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

identificara con Santa María de la Corona, sino con la antigua iglesia románica de San Miguel —cuya portada, fechada entre 1190 y 1200, ha sido identificada por José Luis García Lloret como obra del Maestro de Agüero, también llamado Maestro de San Juan de la Peña—, y que tras su reforma, en el siglo xviii, pasara a ser la parroquia de la localidad bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. Cabe incluso pensar que el traslado de la sede parroquial de San Miguel, llamada de las Huertas, a Santa María se realizara al mismo tiempo que tenía lugar el desarrollo de la institución concejil y el justiciazgo —también en el espacio de la Corona—, que estuvo directamente relacionado con las coetáneas primeras confirmaciones de derechos y libertades derivadas de las concesiones de privilegios reales que obtuvo Almudévar como villa de realengo sujeta a los Fueros. De este modo, la edificación del magnificente templo protogótico estaría vinculada a la centralización del poder eclesiástico y civil en el altozano que preside la villa, el lugar antes ocupado por el antiguo castro, aún sede del poder señorial durante la época de las tenencias. Otro planteamiento nos llevaría a sugerir la existencia de un templo anterior en la Corona. Esa primera iglesia, de menores dimensiones que la fábrica del templo de Santa María, podría haber sido recrecida. En principio especulamos con la idea de que el primer edificio se desarrollara en anchura de acuerdo con la primera fase de la torre —identificada como torre del homenaje—, pero con una menor longitud y una cubrición diferente, quizá de madera. En ambos casos nos movemos en el terreno de la conjetura y no podemos aclarar esta incógnita, difícil de solventar. EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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Detalle de la arquería del pórtico. Muro sur de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

El templo colegial A partir de la segunda mitad del siglo xiii las villas adquirieron mayor autonomía y más control de la organización de su administración. En el caso de Almudévar, la paulatina mejora en el ejercicio del poder municipal no llegaría a materializarse hasta bien entrada la siguiente centuria, pero permitió ciertas prebendas reales con las que financiar las obras necesarias para cumplir de manera adecuada el obligado culto divino. Si habitualmente es complicado contar con documentos civiles que testimonien esas tempranas empresas constructivas —por razones ya justificadas en la introducción de esta investigación—, aún lo es más en el caso de las iglesias parroquiales. Hasta la regularización administrativa impuesta por el Concilio de Trento (15451563), con la consecuente obligación de anotar y custodiar escrituras, libros de fábrica o sacramentales, inventarios y demás documentos en el archivo parroquial, no encontramos un acopio sistemático de testimonios escritos que certifiquen el estado de los templos a lo largo de los siglos. De este modo, si bien no suele ser común hallar documentos tan antiguos en las iglesias de las villas, en el caso del templo que nos ocupa tenemos la fortuna de conservar varios pergaminos de incalculable valor para dilucidar su construcción. A lo largo del texto hemos aludido a la necesidad de analizar la obra de arte como fuente en sí misma, tanto para esclarecer sus etapas constructivas no documentadas como a la hora de entablar un diálogo sobre sus influencias formales, presentes tanto en su arquitectura como en su escultura monumental. Aunque sí contamos con publicaciones que abordan brevemente su tipología, hasta el momento no se había realizado ningún EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


estudio detallado de sus características. El nuestro nos ha ofrecido datos interesantísimos que expondremos de manera pormenorizada a lo largo de este capítulo. Antes de adentrarnos en las conclusiones derivadas del análisis de las fuentes documentales y artísticas debemos comentar un aspecto fundamental a la hora de valorar la importancia que tuvo la construcción de Santa María de la Corona en la antigua comarca de la Violada. Con solo contemplar el gran tamaño de su fábrica entendemos la prestancia que pudo poseer en su momento de esplendor, sin duda vinculada a su nueva dignidad de iglesia colegial. Es probable que la demanda de espacio para el culto —generada tanto por los pobladores de la villa como por los habitantes de las aldeas cercanas dependientes de su jurisdicción eclesial— propiciara la construcción de una iglesia de suficiente envergadura, tal y como veremos, a finales de los años sesenta del siglo xiii. Documentos sobre su construcción Los Fueros de Aragón definen la primicia como «la primera cosa que los hombres midieren o contaren de los frutos que cogieren de la tierra o de los ganados que criaren para darlo a Dios». Este impuesto fijo fue distribuido por los monarcas gracias a la autoridad de la bula Tuae dilectissime, otorgada en el año 1095 a Pedro I de Aragón por el papa Urbano II, que confirmaba así las anteriores concedidas por Alejandro II y Gregorio VII a Sancho Ramírez. Con ella, el rey y sus sucesores gozaban del derecho de «distribuir a su voluntad las iglesias de las tierras conquistadas a los sarracenos o mandadas edificar en sus dominios, extendiendo el mismo derecho a los próceres del reino y añadiendo la libre disposición de los diezmos y primicias» (Ledesma, 1987: 6167; Royo, 1993: 770-772; Torra, 1999: 1084). El impuesto también sufragaría el mantenimiento y la reparación de las fábricas constructivas y la compra de ornamentos litúrgicos y de todo lo requerido para la correcta celebración del culto divino. Este fenómeno de gestión laical de los tributos eclesiásticos comenzaría a manifestarse en todo el panorama europeo de Occidente en el siglo xiv. Paulatinamente fue incrementándose gracias a la llegada de la figura del administrador de la primicia a los concejos. En el caso de Almudévar, esta temprana concesión de la gestión de los tributos a los «singulares hombres y universidad» de la villa revela la incipiente reafirmación de la identidad del concejo, sobre todo tras la desaparición de los tenentes en el siglo xiii. En la introducción de este capítulo citábamos al investigador Antonio Borderías, quien en su tesis de licenciatura, Las iglesias de Almudévar, señala que el primer privilegio real de concesión de primicias de la iglesia de Almudévar para el mantenimiento de su fábrica se efectuó en 1231, un dato recogido por posteriores investigadores para delimitar la fecha extrema de datación de la construcción del templo. Esta cuestión no deja de ser peliaguda. Los pergaminos que contienen los privilegios —cuyos originales y copias del siglo xviii se conservan entre los fondos procedentes del Archivo Municipal de Almudévar depositados en el Archivo Histórico Provincial de Huesca— datan esas concesiones en 1269, 1296, 1391 y 1407. A priori pensamos que el pergamino datado por el citado autor en 1231 podría haberse extraviado. Por ello volvimos a revisar el inventario realizado por Ricardo del Arco publicado en 1930, más de treinta años antes de la realización de la EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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tesis de licenciatura de Antonio Borderías, pero en él no se cita el documento: de nuevo aparece como fecha de la primera concesión el año 1269 (Arco, 1930: 276). En principio esperábamos hallar un contenido genérico en el destino de las primicias: el mantenimiento de las iglesias de Almudévar. Ahora bien, una vez analizados los pergaminos, podemos afirmar que cada concesión tiene un cometido, y que por tanto esas prestaciones van dirigidas a paliar las necesidades concretas surgidas a lo largo del tiempo. A continuación vamos a analizar el contenido de cada uno de esos privilegios y su función específica en la fábrica de la iglesia de Almudévar. El primer privilegio documentado fue otorgado el 10 de mayo de 1269 por Jaime I, rey de Aragón, Mallorca y Valencia, conde de Barcelona y Urgel y señor de Montpellier, y de él, además, contamos con una copia dieciochesca del pergamino conservada en la caja 58 de la serie Servicios del depósito del Archivo Municipal. Dado que tanto esa copia como una transcripción realizada por José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel en 1981 contienen algunas imprecisiones en cuanto a dataciones e interpretaciones, transcribimos y traducimos del original de 1269 el siguiente fragmento: damus et concedimus vobis universis et singul[ar]is hominibus ville et aldearum Almudevar presentibus et futuris in perpetuum totam primiciam ipsam praedictarum villae et aldearum integrae et sine aliqua diminutione ad opus necessariorum dictarum Ecclesiarum et ad omnes alias vestras voluntates de residuo perpetuo faciendas sub hac videlicet forma, quod vos donatis et dare teneamini de caetero quo[d]libet anno nobis et nostris in perpetuum quingentos solidos jaccenses per praedictam primiciam festo omnium sanctorum.12

Privilegio de concesión de las primicias de la villa de Almudévar. 1269. (Archivo Histórico Provincial de Huesca, depósito del Archivo Municipal de Almudévar) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


os damos y concedemos perpetuamente a vosotros, presentes y futuros singulares hombres y universidad de la villa y aldeas de Almudévar, toda la primicia de la sobredicha villa y aldeas íntegra sin reducción alguna para las obras necesarias de la iglesia, y todo lo que quede restante para que lo utilicéis en hacer otras voluntades, y bajo esta evidente forma, estáis obligados a darnos el resto del año a nosotros y a los nuestros a perpetuidad quinientos sueldos jaqueses tendidos el primer día de la fiesta de Todos los Santos.

Esta cesión de la primicia es la más importante por dos motivos fundamentales. Es la primera mención explícita de la fábrica de la iglesia de Almudévar, de la que, a pesar de que no se menciona su denominación, sabemos que estaba bajo la advocación de santa María de la Corona. El otro templo de la villa presente en ese momento era el de San Miguel de las Huertas, en torno al cual se plantean dos cuestiones que imposibilitan su adscripción. En segundo lugar, tenemos ciertas pistas sobre su pertenencia a otra jurisdicción no vinculada al concejo en épocas tempranas —un hecho sobre el que actualmente estamos realizando una investigación que verá la luz después de este estudio—, y en tercero, como es obvio y como testimonia la portada que ha llegado hasta nuestros días, fue levantado en fechas anteriores en estilo plenamente románico. Además, la datación del impulso económico que propició la construcción del templo concuerda con la cronología de otras iglesias cercanas de la llanura oscense arquitectónicamente similares a la sede eclesiástica de Almudévar, todas ellas documentadas a partir de la segunda mitad del siglo xiii. Cabe señalar que en la villa la financiación de obras sacras mediante la dotación de las primicias no se limitaría a la colegiata de Santa María, sino que se volvería a hacer uso de ellas para erigir parte de la nueva iglesia parroquial de la Asunción en el siglo xviii. Así lo documenta en su librito dedicado al patrimonio artístico del templo dieciochesco Antonio Durán Gudiol (1993: 13). La arrendación perpetua en fórmula de concesión, con el consiguiente pago anual de los derechos para su disfrute, fue enajenada por el sucesor de Jaime I, el rey Pedro III. En la publicación de José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel (1981: 35) se detalla cómo las primicias fueron «vendidas por el monarca para sufragar las guerras sostenidas contra los vasallos del papa, por la cuestión italiana y el destronamiento del rey por el papa francés Martín IV». Esos conflictos causaron «graves perjuicios a las iglesias afectadas». Con la finalización de las alteraciones que convulsionaron el reino se procedió a la devolución de la dotación de la primicia por el pago anual acordado en 1269. Este suceso tuvo lugar durante el reino de Jaime II (1291-1327), concretamente el 8 de noviembre de 1296. Una vez más la copia y la transcripción contienen imprecisiones, por lo que transcribimos y traducimos el fragmento de mayor interés para nosotros: Jacobus dei Gratia Rex Aragonum Maiorice Valentice et Murtiae ac Commes Barchinone fidelibus suis universis et singul[ar]is colectonibus et receptoribus primiciarum ville et aldearum Almudevaris, nostro nomine et mandato salutem et gratiam, ex parte provonum Hominum ville et aldearum Almudevaris praedictarum, fuit expositum coram nobis quod parroquiani eclesiarum ville et aldearum praedictarum usi fuerant in eodem parroquiis EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Privilegio de concesión de las primicias de la villa de Almudévar. 1296. (Archivo Histórico Provincial de Huesca, depósito del Archivo Municipal de Almudévar)

recipere primitias ab antiquo exquibus in operae reparatione ac luminariis et aliis necessariis praedictis ecclessiis ministrabant […]. Data Tarrachonem octavo kalendas novembre anno domini cc xc sexto. Sigillata.13 Jaime, por la gracia de Dios rey de Aragón, Valencia y Murcia y conde de Barcelona, a sus leales colectores y receptores de las primicias de la villa y las aldeas de Almudévar, salud y gracia, por mandato y en nuestro nombre, sea expuesto en nuestra presencia a los parroquianos de las iglesias de las sobredichas villa y aldeas, dentro de las cuales parroquias EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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reciben las primicias desde antiguo para obras de reparación, luminaria y otras necesarias que administraban para sobredicha iglesia […]. Dada en Tarragona el ocho de noviembre del año de Nuestro Señor de 1296. Sellada.

Este segundo privilegio ofrece información no solo sobre el destino o la función de las primicias, sino también sobre a quién y dónde eran otorgadas por el monarca, previo acuerdo del pago anual para su disfrute. Cabe destacar la aparición de la figura del colector y receptor del impuesto como intermediario y gestor del beneficio en el concejo, lo que EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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nos habla en primera instancia de un mayor desarrollo de la estructura administrativa municipal, hasta el momento, tal y como refleja la documentación, meramente nominal y sin un ejercicio práctico de sus funciones. Además, se especifican el lugar de recaudación de la primicia —el interior de la iglesia— y la presencia de la feligresía en su recepción, suponemos que, como era costumbre en tales actos, tras el llamamiento público del oidor a los habitantes de la villa. Otro dato de sumo interés es la específica mención de la utilización de las primicias para sufragar reparaciones, luminaria y otras necesidades planteadas para la correcta observancia del culto divino. Si bien se indica que este fin se contempla «desde antiguo», lo cierto es que en el anterior privilegio se incide más en las obras necesarias que en el término reparaciones. Se debe señalar que en el privilegio de 1296 también se detallan los daños ocasionados en las iglesias a causa de los conflictos bélicos surgidos durante el reinado de Pedro III y Alfonso II, por lo que es probable que el recién construido templo de Almudévar se viese afectado y necesitase una pronta reparación. Jurisdicción y rango de iglesia principal Tras la finalización de esta magna obra emprendida por el concejo, los jurados y la universidad de Almudévar bajo el auspicio del monarca se elevó el templo principal al rango de colegiata, con lo que quedó por encima de la simple dignidad de iglesia parroquial y, por ende, se consolidó como epicentro de la vida social y espiritual de la villa. Esta condición fue bastante habitual en las iglesias de cierta envergadura pertenecientes al obispado de Huesca durante la Baja Edad Media, donde se registraron un total de diez colegiatas: las de Aínsa, Berbegal, Lagunarrota, Almudévar, Ayerbe, Lanaja, Alquézar, Barbastro, Abiego y Boltaña. No debemos olvidar la prestancia que poseería el edificio en el pasado, fácilmente imaginable a pesar del estado actual de su fábrica. Así, a finales de la citada centuria la colegiata debía de poseer la grandeza y la espaciosidad de su amplia fábrica, hoy en ruinas, puesto que se documenta la existencia de dieciséis racioneros —número nada desdeñable— con renta anual de doscientos veinte sueldos jaqueses. Esa cantidad de dignidades iría disminuyendo a lo largo de los siglos hasta quedarse en diez racioneros y dos capellanes en el siglo xvi, lo cual, indefectiblemente, nos habla de la paulatina pérdida de preeminencia religiosa como iglesia principal en la histórica comarca de la Violada. No obstante, la primera mención de la titular del templo, santa María, no la tenemos documentada como tal hasta bien entrado el siglo xiv, cuando aparece en un pergamino procedente de la Real Cancillería conservado en el Archivo de la Corona de Aragón. En él también se hace referencia a los estragos producidos por los conflictos en la villa y a la función del entorno de la sede eclesial como epicentro de la actividad pública. El 15 de agosto de 1330 el «concello convocado e plegado en Almudévar en el porche de Santa María de la Corona do otras vegadas» nombró procuradores para la entrega al rey Alfonso IV del dinero de las ejecuciones testamentarias de Pedro, señor de Ayerbe, conferido a los representantes del poder civil de la villa como indemnización por los daños causados a su población.14

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Aditamento del templo y poder concejil Después de las convulsiones y los estragos sufridos en las contiendas se vuelve a hablar de la administración de la colegiata a través de las primicias en otros tres pergaminos, custodiados en el mismo fondo archivístico y datados a finales del siglo xiv y comienzos del xv.15 En los años sesenta del siglo xiv el disfrute de las primicias cambió su fórmula contractual por la vendición de los tributos al concejo por el plazo de cuatro años. El poder diocesano se refuerza en términos administrativos y en la potestad jurídica sobre los territorios y las iglesias de su jurisdicción. De tal modo, el 18 de julio de 1367 el tesorero del rey Pedro IV, Berenguer de Argensola, llegó a un acuerdo con el obispo de Huesca para la venta de la primicia al poder municipal por el precio de cuatro mil seiscientos sueldos jaqueses. El documento no precisa el fin último de su adquisición ni detalla si la primicia se iba a destinar a reparaciones o al mantenimiento del templo. El análisis de los dos últimos pergaminos revela un carácter mucho más concreto en el destino de las primicias, lo que nos lleva a plantearnos que se dirigieron a paliar necesidades manifiestas del templo para la celebración de los oficios litúrgicos. Este importante matiz nos habla indirectamente de que no hacía falta obrar o reparar la fábrica del templo. En estas concesiones, otorgadas respectivamente el 1 de octubre de 1391 y el 31 de mayo de 1407 por los monarcas Juan I y Martín I, la primera en el palacio de la Aljafería de Zaragoza y la segunda en Valencia, se incide en que los hombres de Almudévar y sus aldeas recibirán la gestión y los frutos de las primicias a condición de que la villa «costee las campanas para la iglesia y otros ornamentos necesarios» para la celebración del culto divino. Normalmente estas reiteraciones en la solicitud concreta de sufragar determinadas obras en las iglesias —muy comunes en la documentación procedente de las parroquias, por ejemplo en los mandatos episcopales de las visitas pastorales— se deben a que las empresas a las que iba destinado el tributo eclesial aún estaban por realizar. Estos retrasos eran bastante habituales, y el cumplimiento de los mandatos acordados llegaba a demorarse décadas. También eran recurrentes los conflictos sostenidos entre los recaudadores o distribuidores de los bienes parroquiales y los concejos, sobre todo por el impago del poder municipal de los impuestos destinados a la fábrica y el culto. Estos problemas llegaban incluso a dirimirse en pleitos, como ocurrió en el proceso del porcionero de la iglesia de Almudévar contra el concejo de la villa, litigado ante el lugarteniente del justicia de Aragón en Zaragoza el 2 de mayo de 1419. Formas arquitectónicas y escultura monumental Tras el análisis de la documentación conservada relacionada con la iglesia, que nos ha permitido esclarecer la datación de su construcción, las probables reparaciones a las que se vio sometida en fechas tempranas y la financiación de los aditamentos necesarios para el ornato en las celebraciones del culto divino, tenemos un panorama suficientemente justificado sobre la edificación del templo. Otro hito importante es la primera mención,

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Planta de la iglesia de Santa María de Almudévar. Joaquín Naval Mas. 1988. (Archivo de la Administración de la Comunidad Autónoma de Aragón. Foto: Javier Blasco)

Fotografía antigua de la iglesia de Santa María de la Corona. (Archivo Histórico Provincial de Zaragoza. Archivo Fotográfico Coyne) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


de 1330, de la titularidad de santa María de la Corona, en cuyo porche o pórtico —que aún podemos contemplar en la actualidad— se celebraban reuniones del poder municipal, lo que claramente nos habla del espacio sacro como lugar representativo de la villa en su época de esplendor. A tenor de las controversias surgidas en torno a la datación de la torre situada a los pies del templo, hemos expuesto las teorías brindadas por los especialistas respecto a la posibilidad de que el grueso de la actual fábrica se hubiera realizado en el siglo xiii o de que parte de su amplia nave única hubiera sido levantada en una reforma posterior. La clave de esta cuestión se hallaba en los arranques de la bóveda de medio cañón apuntado, que topa con el paramento de la torre, al norte y al sur, en toda su prolongación, lo que indica que fue volteada sobre la totalidad de la amplia nave que contemplamos en la actualidad. Este importante dato, proveniente de investigaciones anteriores que acometieron una parcial evaluación de los elementos arquitectónicos, avala, aún con mayor fuerza si cabe, la evidencia que hemos manifestado en varias ocasiones: la propia obra de arte es una fuente primordial que debe ser estudiada con minuciosidad. Dicho esto, era obligado realizar una detallada labor de análisis de sus formas atendiendo no solo a la tipología del conjunto, sino también a las particularidades de cada uno de los testimonios conservados de su vetusta fábrica, a sus parangones con otras obras de similar factura y a las posibles influencias dentro del panorama de las iglesias de transición en Aragón. Vamos a dividir este análisis artístico en dos apartados, uno dedicado a la arquitectura y otro a la escultura monumental conservada.

Vista interior de la iglesia de Santa María de la Corona en la que se aprecian los accesos cegados a la torre y al coro. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Arquitectura: tipología y análisis Al margen de adiciones y reformas posteriores, Santa María de la Corona es un templo de una sola nave de gran amplitud dividido en siete tramos y con cabecera poligonal, hoy tan solo insinuada por los testigos de un devastado muro al noreste del que únicamente podemos ver restos de la mampostería que engrosaba su espesor. La ausencia de la bóveda, el desdibujamiento de la estructura de la traza perimetral y la pérdida parcial del muro sur dificultan hoy en día la visualización de su planta. Gracias a una antigua fotografía del Fondo Fotográfico Coyne, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, contemplamos escombros que identificamos con los de la fábrica de la perdida cabecera del templo. El perímetro interior de la iglesia está plagado de huellas del pasado constructivo y de los elementos arquitectónicos hoy prácticamente desaparecidos. A los pies del templo, en el muro occidental adosado a la torre, vemos el testigo de la bóveda baída sobre la que montaría el coro alto, al que se accedería desde la antigua torre. Como hemos comentado, en su construcción inicial se entraba a través de una puerta en arco de medio punto en altura. Posteriormente se abrió el nuevo acceso a los pies, el cual conserva en la ménsula de soporte del dintel motivos lobulados típicos del siglo xvi. Actualmente ambos accesos están tapiados. El coro se expandiría en planta a partir de los resaltes o escalones desarrollados desde los pies hasta casi la portada de entrada, situada al sur. Una aproximación a esta posibilidad se refleja en la planimetría de la planta del conjunto monumental de la Corona (antigua iglesia y ermita) inserta en el expediente de restauración de Joaquín y Antonio Naval Mas (AACAA, exp. 201087, 2000). La delimitación inicial del perímetro de los muros de la nave en altura queda reflejada en la aún reconocible línea de imposta sobre la que se asienta el arranque de la bóveda, cuyo ritmo queda interrumpido a diestra y siniestra por sendos vanos de medio punto cubiertos por bovedillas capialzadas, presumiblemente fechables en el siglo xvi. Desconocemos si en origen se dispondrían en su lugar vanos de menor luz, en concreto aspilleras, las cuales habrían podido ser ampliadas para mejorar la iluminación del templo. En el paramento suroeste, además de la arquería abierta en el siglo xvi, que sí tenemos documentada con detalle y abordaremos en posteriores capítulos, podemos distinguir un gran arco peraltado de ladrillo que quizá daría acceso a la antigua sacristía. Respecto a la bóveda de medio cañón, asentada sobre la citada línea de imposta, contemplamos su precaria ejecución en las pocas hileras del arranque del intradós, casi apeada sobre los muros de la nave. Los arcos fajones, ligeramente apuntados (Cristóbal Guitart aún pudo verlos en los años sesenta del siglo xx antes de su desaparición), testimoniados a lo largo de los paramentos de la desnuda nave se apoyarían en sendos soportes adosados de escaso grosor. De hecho, a lo largo del muro sur de la nave se puede distinguir la huella de esos soportes desarrollados a partir de los arcos fajones que repartirían los pesos de la bóveda. Al este, en los dos tramos que preceden a la cabecera, hoy desdibujados por completo, los arcos fajones descansarían sobre modillones de rollo a modo de ménsulas de los que conservamos dos testigos. Ambos están localizados entre las enjutas de los arcos nororientales y la línea de imposta. En este testimonio material se puede observar la discordancia existente entre el EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


ritmo de los elementos arquitectónicos medievales y el de la ulterior reforma del siglo xvi. Quizá el cuestionable fajamiento de los arcos perpiaños apuntados, el deficiente reparto de los pesos y la falta de soportes adecuados fueron la causa de que no se reunieran las condiciones tectónicas más idóneas para abrir la arquería en el siglo xvi, puesto que todo el peso de la bóveda recayó directamente sobre los muros perimetrales. De hecho, creemos que la apertura de la gran luz de estos arcos es la causa más flagrante del derrumbe de la bóveda, que tuvo lugar en 1757. La sobriedad manifiesta de las formas, el fajamiento y la cubrición remite a los estilemas presentes en las iglesias que aunaron influencias del primer gótico cisterciense, ya expuestas en anteriores capítulos, y el románico de las Cinco Villas, cuyo exponente más destacable es la iglesia del Salvador de Ejea de los Caballeros. Es probable que los perdidos soportes adosados al muro fueran medias columnas y que la cabecera poligonal estuviese cubierta por crucería, siguiendo el modelo de la parroquia ejeana. Tal y como hemos indicado, Cristóbal Guitart realizó una aproximación tipológica a este «grupo de iglesias protogóticas» encabezado por San Miguel de Foces, al que pertenece la cercana iglesia de Alcalá de Gurrea, también de amplia nave única y cubierta por bóveda de medio cañón apuntado. Todas ellas están datadas a partir de la segunda mitad del siglo xiii, y el templo de Almudévar no iba a ser una salvedad, sobre todo dado que pertenecen a una corriente mixta de influencias comunes fraguadas a partir de las novedades ya comentadas, introducidas entre finales del siglo xii y mediados del xiii.

Detalle del exterior de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Marta Puyol) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Exterior de la iglesia de San Miguel de Foces. (Foto: Francisco Bolea)

Detalle del malogrado pórtico de acceso. Muro sur de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Mar Aznar) EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


Al exterior, Santa María se alza como una robusta fábrica en la tónica de los templos concebidos en un entorno fortificado, de aparejo un tanto irregular, con sillares predominantemente a soga y tizón, mechinales a cara vista y escasos vanos. Lo más destacable es su acceso articulado como un pórtico triple fingido que, a modo de forro de muro, emula lejanamente y de un modo prosaico las magnificentes portadas de las grandes catedrales góticas del siglo xiii, otro ingrediente que indefectiblemente concuerda con la datación ratificada tras el análisis de las primicias. Su lamentable estado de conservación —imposible de subsanar, dada la pérdida total del flanco suroeste del pórtico— dificulta realizar una valoración, pero tenemos suficiente información como para establecer un pormenorizado análisis formal. La austera traza de este triple pórtico se articula mediante un amplio acceso central en arco de medio punto con rosca dovelada e intradós rematado en arco mitrado, flanqueado por dos arcos ciegos alancetados tan profundos que asemejan arcosolios. El potente resalte o escalón que se desarrolla a sus pies potencia el efecto de profundidad. Cabe señalar que el uso de arco mitrado ya estaba presente en la arquitectura románica de los siglos xi y xii, pero su difusión en Aragón proviene de la citada arquitectura languedociana. Respecto a la tipología de arcos ciegos de perfil alancetado, se halla en otros templos de transición datados en el siglo xiii en Aragón. Un buen ejemplo es el caso de la ermita de la Sangre de Cristo de Sarrión —antigua iglesia parroquial—, en cuya fachada podemos contemplar dos arcos alancetados ciegos en altura que flanquean el acceso de mayor luz, una composición muy similar a la del pórtico de Santa María de Almudévar. Relieve e iconografía mariana del pórtico Bajo la luz del arco alancetado y cegado suroriental contemplamos una placa rectangular esculpida en relieve y encastrada en la flecha que carece de las proporciones equilibradas de un tímpano. En principio esta irregularidad nos hizo plantearnos que esa placa procediera de otro punto de la iglesia y hubiera sido alojada en épocas posteriores, pero tras el análisis in situ del pórtico hemos podido distinguir un cuadrante vacío de similar tamaño y ubicación en el arco gemelo que flanquea el acceso, hoy prácticamente perdido, que en origen también contaría con un relieve complementario del conservado. La erosión y el desgaste debidos a los avatares del tiempo dificultan la valoración formal de esta placa de relieve historiada. Hasta resulta complejo identificar la escena representada, reducida prácticamente a siluetas. Hemos tenido que valernos de herramientas digitales de edición fotográfica para ampliar y mejorar la imagen. Tras este proceso sí podemos, por lo menos, realizar una somera descripción de sus formas y su iconografía. En la escena, enmarcada en una voluminosa moldura recuadrada de tosca factura, apreciamos un prominente escudo heráldico y tres grandes figuras de cuerpo entero que ocupan la totalidad del campo compositivo. La primera de ellas, representada de pie y de perfil, viste una túnica y un manto de visible amplitud. Su cabeza está entornada hacia la figura central, situada en posición frontal y sedente. La segunda imagen, a pesar de que se encuentra aún más dañada que la primera, tiene una disposición muy característica del arte cristiano, y por tanto es fácilmente reconocible. Sin lugar a duda la identificamos con la Virgen con el Niño en su regazo. Ataviada con una túnica y un manto que le cubre EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA

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Detalle del arco alancetado ciego que acoge el relieve del pórtico. Muro sur de la iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

la cabeza, aparece contemplando a su hijo con la cercanía típica de los estereotipos del arte gótico, ya alejados del hieratismo de las representaciones marianas románicas. La última figura, situada a nuestra diestra e invadiendo parte de la moldura recuadrada, también es reconocible a través de su desdibujada silueta por su particularidad y su prodigalidad en los ciclos de arte cristiano. Se trata de un pastorcillo que vemos de perfil arrodillado ante la Madre de Dios y con un cordero cargado a las espaldas. Este análisis nos lleva a concluir que nos encontramos ante la adoración de los pastores, con la representación de san José, la Virgen con el Niño y un pastor, una escena del ciclo de la vida de Cristo, concretamente la del nacimiento, vinculada a la devoción mariana y muy acorde con la titularidad de la colegiata, que tendría su complemento en otra imagen de la perdida placa, presumiblemente una anunciación. Respecto al escudo de armas situado en la moldura del recuadro, aunque también se halla en un estado pésimo de conservación, es el elemento figurativo más destacado de la EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


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Detalle del relieve mariano con blasón apuntado. (Foto: Javier Blasco)

imagen. Por desgracia, su factura es tosca y denota de por sí una falta de proporciones y detalle en su ejecución, un hecho que dificulta la identificación de su heráldica. A pesar de ello, hemos hecho todos los esfuerzos posibles para obtener una descripción. Las armas del blasón campean en un escudo típicamente medievalizante: en campo gótico o apuntado de un solo cuartel, una figura o pieza honorable de cruz abismada que parece ser florenzada o floronada. El problema radica en que se han perdido dos de sus brazos, los situados en punta y siniestra, por lo que no podemos saber si era completamente florenzada o si su brazo inferior era apuntado. Este matiz variaría de manera considerable su identificación. En Aragón el uso de la heráldica se inició a título personal para facilitar el reconocimiento de los caballeros que iban cubiertos con sus armaduras, y solo a partir del siglo xii comenzaría a hacerse hereditario. En cuanto a la representación de las cruces como figuras de blasón, contamos con tres exponentes muy difundidos, la de Sobrarbe, la de Alcoraz y la de Íñigo Arista, a las que se suman las popularizadas en las Cruzadas como emblemas de las diferentes órdenes militares. Aunque eran utilizadas por los caballeros, normalmente no se incluían en el campo del escudo, sino que se acolaban a él como ornamentos exteriores, pues su uso era personal y no transferible al linaje. En conjunto, el mal estado de conservación del relieve, muy erosionado, no permite realizar comparaciones estilísticas certeras. Sí podemos aventurar que el perfil de las figuras sugiere modelos formalmente similares a los utilizados en las pinturas murales del panteón de los Foces en la iglesia de San Miguel, datadas en 1302 y pertenecientes al gótico lineal. En ellas también hallamos representados escudos heráldicos, en este caso con las armas de la familia en campo semicircular frente al apuntado del pórtico de Santa María. Todas estas cuestiones nos llevan a la posibilidad de datar el relieve del pórtico de Almudévar en alguna de las intervenciones derivadas de la devastación de las contiendas, antes de 1330. P EL CASTRO Y TEMPLO DE L A CORONA EN L A EDAD MEDIA


L A REN OVACI Ó N A RT ÍST I CA DE L A V I LL A EN EL REN ACI M I EN TO


Aspectos preliminares Una de las principales pretensiones de este estudio es ofrecer una aproximación lo más precisa posible a la reconstrucción del panorama histórico-artístico, urbanístico, cultural y social del conjunto monumental de la Corona a través de la documentación del siglo xvi. Esa decisión vino condicionada por la indefinición existente y por la carencia de una investigación profunda, ya que este espacio tan solo ha sido abordado de un modo global en publicaciones excesivamente generalistas y sin un aparato científico bien justificado. Esta aventura comenzó por intentar resolver el enigma que rodeaba una fecha inscrita sobre la clave del arco y bajo la cornisa de la puerta monumental que daba acceso al recinto fortificado: 1584. Pensábamos que la clarificación de las circunstancias que envolvieron esa datación podría ofrecernos información sobre una posible reforma integral acometida en la Corona, insinuada en varias publicaciones anteriores a este estudio. Tras varios meses durante los que de manera ininterrumpida hemos revisado la cuantiosa documentación de Almudévar conservada en los archivos altoaragoneses en toda su extensión, con especial atención a los protocolos notariales, no encontramos ninguna mención directa o indirecta a esa fecha concreta. A cambio, la constante y laboriosa tarea de consulta nos ha llevado a encontrar una mina de información con la que podemos reconstruir un nutrido panorama social, cultural, urbanístico e histórico-artístico tanto en la vertiente religiosa como en la civil. La profusión de documentos inéditos hallados y la riqueza de su contenido se entrecruzan indefectiblemente con el contexto político, social y cultural de la villa en el siglo xvi. Esta circunstancia nos permite encauzar una exposición de los hallazgos inéditos particulares sin tener que ahondar en el panorama general de la historia local con la misma concreción que en capítulos anteriores, dedicados a la hasta el momento difusa y poco estudiada etapa medieval. Obviamente, tampoco vemos necesario complementar esta presentación con un estado de la cuestión referente a las publicaciones globales sobre los acontecimientos políticos que jalonaron el territorio, ante todo para evitar desviarnos de nuestros objetivos concretos, explicitados en la introducción de esta investigación.

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Sí nos interesa aclarar una cuestión reiterada en diversos portales de difusión de la historia de la villa: la supuesta crisis económica de Almudévar en el siglo xvi. Desconocemos las fuentes objetivas que llevan a afirmar tal situación, pero se arguye que hasta la construcción del nuevo ayuntamiento y el traslado de la parroquia a Nuestra Señora de la Asunción, en el siglo xviii, el panorama no era muy halagüeño, algo totalmente alejado de la realidad. De hecho, la documentación oficial demuestra que fue justo a la inversa, tal y como demostraremos en una futura publicación. La época del Renacimiento no solo no fue precaria, sino que en ella se emprendió el urbanismo y el trazado de las calles principales de la villa, se acometieron importantes obras civiles de infraestructura y, por supuesto, se amplió y se ornamentó con bellísimos retablos el templo de Santa María, empresas para las que se contó con los mejores artífices que trabajaban en el territorio. Otro aspecto que testimonia esa prosperidad de la villa es la nada desdeñable cantidad de notarios activos que había en ella y el gran número de protocolos que generaron, muchos de ellos, afortunadamente, conservados hasta la actualidad. Frente a esas renovaciones fruto de la prosperidad económica, sí contemplamos un descenso de la importancia jurisdiccional de la iglesia como sede, puesto que pasó de ostentar la dignidad de colegiata a ser designada en la documentación como sede parroquial. Este hecho no deja de estar en relación con la pérdida de la preeminencia y el control administrativo de Almudévar sobre las parroquias cercanas, lo que no resta importancia a su esplendor artístico, derivado de una saludable economía. Aunque acabamos de señalar que no atenderemos a las publicaciones generalistas sobre la historia local, por supuesto tendremos en cuenta los pocos estudios de los especialistas que con anterioridad han aportado contribuciones inéditas sobre el panorama históricoartístico de la villa en el siglo xvi. Y es que no somos los primeros en investigar este magnífico fondo documental protocolar, sobre todo en lo que respecta a los valiosos bienes muebles patrimoniales del Renacimiento que fueron trasladados a la nueva parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en el xviii. Dicho esto, nos adentramos en la necesaria introducción previa a la incursión en los resultados de esta última fase de nuestra investigación. Ante la señalada amplitud y la heterogeneidad de las noticias documentales halladas, vamos a desarrollar dos grandes epígrafes monográficos. En primera instancia nos centraremos en la reforma arquitectónica de la iglesia llevada a cabo en el siglo xvi y a los bienes suntuarios del templo reflejados en los inventarios. Por último, y como colofón, hablaremos de las actuaciones urbanísticas, las obras de infraestructura civil, los espacios representativos y el poder del concejo en la villa. Arquitectura y artes suntuarias en el templo de Santa María Si hay un monumento que ejemplifica las transformaciones artísticas que tuvieron lugar en la villa durante el siglo xvi, ese, sin lugar a duda, es el templo de Santa María. A primera vista tan solo contemplamos en el altozano el malogrado edificio en ruinas, abandonado a la desidia del tiempo, sin un ápice de su grandilocuente esplendor pasado. Esta percepción no es del todo correcta. La potente reforma realizada en el siglo xvi no L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


se perdió, sino que permanece in situ oculta, integrada en la fábrica de la ermita de la Corona como un valioso testigo que sobrevivió y se adaptó al paso de los años. Hemos de imaginarlo en todo su esplendor, decorado con los espectaculares retablos que poblaron sus capillas, una visión de conjunto que debía de mostrar toda la riqueza artística del Renacimiento. Contamos con valiosas aportaciones realizadas por especialistas en lo referente al arte mueble de la iglesia de Santa María. Entre ellas destaca el minucioso estudio de Jesús Criado Mainar (1996: 233-239 y 308-312) del espectacular retablo mayor (1555 – ca. 1558) y el retablo de Nuestra Señora del Rosario (1567 – anterior a 1571), ambos trasladados ante la inminente ruina de la fábrica del templo a la nueva parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Por ello, no abordaremos este aspecto para evitar la iteración de asuntos ya abordados, como el análisis formal o el estudio de los modelos y las influencias artísticas.

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Retablo mayor de Nuestra Señora de la Asunción. 1555 – ca. 1558. Iglesia parroquial de Almudévar. (Foto: Fernando Alvira Lizano) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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A diferencia de lo ocurrido en el panorama historiográfico descrito en relación con los retablos, las reformas arquitectónicas no han sido estudiadas en profundidad. Disponemos de los contratos de obras procedentes del fondo de protocolos notariales del Archivo Histórico Provincial de Huesca y, por consiguiente, conocemos su autoría, su datación exacta y las circunstancias que rodearon su patrocinio. Con todos estos valiosos datos reconstruiremos con detalle las reformas sufragadas en el templo por el concejo de la villa. Obviamente, la ampliación del espacio sacro vendría determinada por el crecimiento y las mejoras económicas de la población, ya comentadas en la introducción dedicada a las intervenciones civiles y religiosas del siglo xvi. El esplendor de las fábricas de los templos y la riqueza de sus bienes muebles asociados siempre encuentran su eco en la cantidad y la calidad de las obras de arte suntuario custodiadas en sus sacristías para el culto divino. Tenemos la fortuna de haber hallado dos inventarios completos de servicios de altar y demás piezas de orfebrería para las celebraciones litúrgicas de Santa María que nos ofrecen un colofón perfecto a la hora de valorar su patrimonio. La gran reforma de la iglesia (1559-1567) El hito más trascendente del pasado arquitectónico de la colegiata en el siglo xvi, y piedra angular estructural de la futura ermita, es sin duda la espléndida reforma del templo. Con esa actuación no solo se amplió enormemente su planta, sino que se modificó el espacio devocional interno y se alteró el perímetro externo de la fábrica. Acabamos de mencionar la fortuna que supone conservar la documentación de cada una de las fases de la obra, independientes en cuanto a su contratación pero con un resultado que trasluce un planteamiento homogéneo y armónico en su traza. La intervención se centró en la ampliación de la iglesia con la erección de tres capillas y una nueva sacristía, lo que generó una gran navada en el lado de la epístola. Los nuevos espacios se abrían al templo a través de una esbelta arquería de arcos ligeramente apuntados que fue realizada paulatinamente en tres fases conforme se fue contratando la ejecución de los espacios constructivos. Su homogeneidad viene dada por el hecho de que fueron trazadas y obradas por el mismo maestro, Pedro Irazábal —registrado también entre los arquitectos del Renacimiento activos en Aragón como Pedro Irizábal o Idrezábal—, el cual, además, tenía la obligación de confeccionarlas siguiendo un modelo unitario, tal como figura en las cláusulas de la capitulación. El concierto se concretó el mismo año que el cantero culminaba las obras de construcción de la bella colegiata de Santa María de Bolea (1541-1559), edificada según el modelo de planta de salón o Hallenkirche y estudiada por José Luis Pano Gracia. Esta tipología arquitectónica se caracteriza por la traza de sus naves, las cuales tienen la misma altura y se cubren preferentemente con bóvedas de crucería compleja, en la mayoría de los casos estrellada. Es probable que los jurados y el concejo de Almudévar decidieran solicitar los servicios del maestro tras conocer de primera mano la calidad constructiva y estética de la grandilocuente obra que había llevado a cabo en la cercana villa de Bolea.

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Vista exterior de la nueva sacristía. 1563. Iglesia de Santa María de la Corona. (Foto: Mar Aznar)

Para las construcciones de Bolea y Almudévar Irazábal bebió de la influencia de dos de los templos más significativos de la arquitectura al moderno del Renacimiento aragonés: la catedral de Barbastro (1517 y 1533), levantada por Juan Segura y Juan de Sariñena, y la Seo de Zaragoza, cuya gran reforma fue realizada durante la prelatura de don Hernando de Aragón. Ambos edificios están cubiertos con espectaculares bóvedas estrelladas de potentes combados y terceletes con sus claves ornamentadas. El maestro Irazábal planteó como elemento sustentante de las capillas de Almudévar el arco ligeramente apuntado, de gran esbeltez, y al mismo tiempo introdujo elementos clasicistas como los casetones que jalonan su intradós, una solución decorativa visible tanto en la iglesia que nos ocupa como en la de Bolea. A tenor del citado estudio de los retablos renacentistas del templo, Jesús Criado Mainar (1996: 304, n. 3, 4 y 5) no solo puso buen empeño en dilucidar los documentos asociados a la creación de ambas obras figurativas de devoción mariana, sino que en notas al pie aportó menciones puntuales de las capitulaciones relacionadas con la intervención arquitectónica del templo. Obviamente, no eran el objetivo prioritario de su estudio, pero ya ofrecen un punto de partida para nuestra reconstrucción. Los jurados y el concejo de Almudévar se embarcaron en esta gran empresa arquitectónica tras la finalización del citado retablo mayor, en torno a 1558. De nuevo apuntamos que la buena disposición económica de la villa permitió obtener la financiación necesaria para

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Vista exterior de la nave de la ermita de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

modernizar la iglesia de Santa María de acuerdo con los estilemas de la época y ampliar además su espacio devocional, que habría quedado totalmente obsoleto y con escasa funcionalidad para cumplir con todas las necesidades derivadas del culto. A continuación vamos a hablar de los tres contratos de obras concertados con el maestro Pedro Irazábal. El contrato de las dos primeras capillas El 10 de abril de 1559 comparecieron ante el notario Martín de Alayeto «los honorables» Pedro de Aguas y Sebastián Usiede, jurados de la villa, como representantes del concejo, de una parte, y el cantero Pedro Irazábal («Idieçaba»), habitante de la villa de Bolea, de la otra, para firmar la capitulación y concordia de dos capillas que el maestro debía hacer en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Corona.16 En el contrato se especificaba que las capillas se habían de hacer en el muro donde está la sacristía, tener la misma anchura que esta y cincuenta palmos de «hueco» de largo. Los fundamentos debían ser cavados y subidos hasta el suelo de la iglesia seis palmos, con sus «respaldos» equiparados a la sacristía, todo según la traza firmada por los citados jurados. Las paredes tenían que llegar a la altura de la bóveda de la iglesia y cincuenta palmos de la de la nave del templo debían ser derribados. La obra de las capillas se ceñiría a las medidas de «siete palmos de ancho y nueve de largo con sus quatro esquinas». Además, junto a la de santa Catalina se le encarga realizar un recio pilar y a «la otra parte medio pilar», con sus basas y sus capiteles. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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Puerta renacentista cegada. Muro norte de la ermita de la Corona. (Foto: Marta Puyol)

Sobre los pilares se levantarían arcos de cuatro palmos de ancho y en el interior de las capillas otros sobrearcos de nueve palmos de ancho, de acuerdo con el grosor de la pared, y se subirían tan alto como fuera posible. Para descargar los pesos, el maestro debía hacer arbotantes hasta la bóveda, que identificamos con los contrafuertes que contemplamos en la actualidad en el muro norte de la ermita. Se especificaba que la cubrición de las capillas fuera de crucería de cantería y su cerramiento de ladrillo y aljez. En el intradós de los arcos se realizarían «papos» (artesones) como elemento decorativo conforme a la traza acordada. Por último, el contrato exigía que se hiciera una puerta en la pared de la obra «para pasar a caustro [sic] donde parezerá a la villa». Creemos que se trata de la puerta en arco de medio punto cegada en el muro norte de la ermita, realizada, tal y como hemos dicho, a partir de las capillas renacentistas. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


El agua, la quema de la cal, la desbastadura y el acarreo de la piedra labrada y las herramientas corrieron a costa del maestro. Por su parte, la villa facilitó al cantero treinta peones para que lo ayudaran en la ejecución de las obras y hasta tres pares de animales. La construcción debía ser comenzada el día de San Martín de 1559, en el mes de noviembre, y tenía que entregarla acabada en año y medio. Pedro Irazábal cobró por ella doce mil sueldos jaqueses, que se abonaron de la siguiente forma: se le entregaron tres mil al comienzo, el día de San Martín; de ahí en adelante, mil quinientos sueldos cada uno de los siguientes meses, y acabada la obra se realizó el pago final. Esta liquidación se efectuó el 4 de julio de 1561, cuando el maestro reconoció en instrumento público haber recibido los doce mil sueldos jaqueses por el pago de las capillas.17

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La nueva sacristía Una vez culminada la construcción, el 12 de julio de 1563 se contrató la edificación de una nueva sacristía en la iglesia de Nuestra Señora de la Corona, al pie del «poço del fosal», la cual se obraría siguiendo la alineación con la antigua y con las dos capillas recién construidas. La capitulación y concordia fue pactada entre el justicia Joan de Nasarre y los jurados Martín de Monzón y Martín de Albiol, como representantes del concejo de la villa, y, de nuevo, el maestro cantero Pedro Irazábal.

Bóvedas estrelladas de las antiguas capillas renacentistas que cubren la nave de la ermita de la Corona. (Foto: Marta Puyol) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


La obra debía adecuarse a las formas y las medidas de las realizadas por el maestro entre 1559 y 1561, y consistía en unir el espacio interior de la sacristía nueva con la vieja siguiendo la traza arquitectónica de las nuevas capillas. Los fundamentos y el paño de la pared de la iglesia fueron abiertos a costa del maestro respetando el espacio de la puerta de la sacristía vieja. Los muros debían ser de «piedra escariada o picada», con ventanas donde el cantero creyera conveniente, y las bóvedas tenían que realizarse siguiendo el modelo de crucería cubierta con ladrillo y estuco especificado en el contrato anterior. Para ejecutar la empresa era necesario eliminar la capilla de san Juan y la pared que separaba la sacristía de las capillas y sacar la piedra fruto de ambos derribos fuera de la iglesia. A fin de contrarrestar el peso de los debilitados muros se encargó a Pedro Irazábal la ejecución de varios «arbotantes» (contrafuertes) bien labrados. La sacristía también estaría abierta a la nave de la iglesia mediante un arco similar al de las capillas nuevas, «con las mesmas labores y molduras o mejores». La obra, empezada a mitad de agosto de 1563, debía ser entregada en diciembre de 1564. El pago ascendería de nuevo a doce mil sueldos jaqueses, que se abonarían en tandas de dos mil sueldos cada una conforme el cantero fuera finalizando las fases constructivas especificadas en el contrato.18

Detalle de una de las bóvedas. (Foto: Marta Puyol)

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Retablo de Nuestra Señora del Rosario. 1567 – ca. 1571. Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. (Foto: Fernando Alvira Lizano) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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Vista interior de la iglesia colegial de Santa María de Bolea. (Foto: Javier Blasco)

La capilla de Nuestra Señora del Rosario Una vez culminadas ambas fases de edificación, el 18 de diciembre de 1566 se capituló la última capilla, dedicada a Nuestra Señora del Rosario, abierta a la nave de la iglesia siguiendo el mismo modelo de las anteriores. En este caso el coste de la fábrica ascendió a ocho mil sueldos jaqueses.19 Nos parece interesante transcribir un fragmento íntegro, respetando el vocabulario y la ortografía originales de uno de los contratos, el de la última capilla contratada, la del Rosario, donde no solo se muestra el modelo de traza solicitado por el concejo al maestro Irazábal, sino que se especifica con mayor claridad la tipología de los elementos arquitectónicos y la decoración que se le encargaron. El maestro debía «dar hecha la dicha obra como combiene en perfectión» antes de la fiesta de Nuestra Señora de agosto del siguiente año, 1567, teniendo en cuenta las siguientes cláusulas del contrato: Et primeramente ha de hazer el dicho masse pedro de Ydreçábal una capilla en la yglesia de nuestra señora de la Corona a las spaldas de la capilla que solía ser sacritía entre el muro y dicha capilla. Íttem es condición que la dicha capilla se haya de hazer de ancharia y largaria conforme a la capilla de la sagrestía bieja y también de la mesma altaria. Íttem es condición que la crucería se haya de hazer comforme a la mejor cruzería que en las capillas de la dicha yglesia hay y de la mesma moldura. Íttem es condición que el dicho masse pedro haya de habrir todos los fundamentos de dicha obra a su costa. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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Íttem que el dicho masse pedro haya de habrir el paño de dicha paret para hazer el arco de dicha capilla como la obra la pidiere. Íttem que haya de hazer y subir las paretdes de dicha capilla de piedra escariada o pesada como se la darán tan altas y anchas como las paredes de las otras capillas están y como la obra la pidiere. Íttem es condición que el dicho masse pedro haya de dar cubierta la dicha capilla desta manera desde la capilla de la sagrestía bieja [entre líneas: la capilla] hasta la torreta de la portaça y todo lo demás hasta la sagristía nueba todo aquello lo haya de cubrir conforme [entre líneas: la obra lo pedirá] y hechar el agua fuera del muro. El rafe del qual hay a dehazer de quatro rejolas y tres tejas hayan de hir caboyado y dreçado como combiene. Íttem es condición que por quanto la dicha capilla se ha de incorporar con las otras capillas haya de recibir la pared con un arco de piedra picada bien fuerte artasonado y de muy buenas labores y molduras y que de pie le haya de dar muy buena gracia conforme la obra lo pedirá. Íttem es condición que para hazer y acabar y dar hecha acabada la dicha obra la dicha villa le haya de dar toda la manobra al pie de la obra exceptado el augua sogas y axadas. Íttem es condición que en la dicha obra haya de dexar el dicho mase pedro en la parte que a los Justicia y Jurados paresciera una ventana comforme a la de la sagrestía nueba et haya de hazer en dicha capilla una puerta con su buelta que tenga muy buena gracia para asentar un arco la qual ha de serbir para una sagrestía que ha de haver en dicha capilla.

Cetros de plata con marca cesaraugustana y punzón de Jerónimo de la Mata. Ca. 1566 - 1578. (Museo de Arte Sacro de Almudévar. Foto: Javier Blasco) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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Coronas votivas de Nuestra Señora de la Corona. (Museo de Arte Sacro de Almudévar. Foto: Javier Blasco)

Esta última capilla se engalanó con un florón tachonado en la clave de la bóveda del recinto, en este caso sufragado por los mayorales de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario. El contrato para su realización fue concertado entre el vicario Pedro de Aguas y los representantes de la cofradía y el pintor Pedro Ballabreda, habitante de Zaragoza. La «rosa», de seis palmos de ancho, debía ser labrada en mazonería y dorada «de la manera que están en otras yglesias». Su coste ascendió a diez escudos, que fueron abonados en tres tandas, y se entregó el día de Navidad del año 1575. 20 Es bien sabido que el derrumbamiento de la bóveda de la espaciosa nave de medio cañón apuntado de la iglesia conllevó el traslado de la parroquia al antiguo templo de San Miguel, reedificado casi en su totalidad e intitulado a partir de ese momento bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. La ruina de la bóveda debió de manifestarse paulatinamente, ya que fue posible sacar todos los bienes muebles de su interior. Tal y como hemos avanzado, es probable que la apertura de esa gran arquería y el desarrollo de las magníficas capillas produjeran tensiones en la bóveda medieval, la cual cubría una gran amplitud de luz con un refuerzo insuficiente en sus tirantes y sus soportes. El vaciado del muro de la arquería habría restado estabilidad tectónica a la bóveda y la habría debilitado hasta su inevitable derrumbamiento. La arquería fue tapiada para aislar las capillas renacentistas realizadas por Irazábal reaprovechando el espacio constructivo como nave de la nueva ermita, edificada entre agosto de 1759 y septiembre de 1762. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


Artes suntuarias según los inventarios

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No podemos cerrar esta investigación sin aportar el hallazgo de dos valiosos inventarios de «omnes cruçes calices et omnia alia maneficia et eumentadi servicium dicte ecclesie» (‘todas las cruces y los cálices y todos los demás utensilios para aumento del servicio de esta iglesia’), realizados en el archivo de la villa. De este modo completamos el panorama de las artes de la villa en el siglo xvi con un broche de oro. Suponemos que estas piezas se custodiaban en la sacristía antigua de la iglesia de Santa María en el siglo xvi. Recordemos que durante los años sesenta se estaba obrando la segunda sacristía, denominada en la documentación nueva, dado que el templo también mantuvo la primitiva hasta el siglo xviii. El primero de esos inventarios fue realizado ante los jurados Vicente Nocito, Benedicto de Corral, Sebastián de Usiede y García Lasierra, reunidos en comisión ante notario «ac in ecclesia parrochialis predicte ville intus archibum scripturarum predicte ville» (‘escrito en el archivo de la iglesia parroquial de la mencionada villa’) para inventariar todos los bienes el 22 de septiembre de 1566. Reproducimos la relación de piezas especificadas en el inventario: Et primo una cruz grande con seis castellicos labrados y sobredorados. Ítem una cruz mediana de plata sobre dorada. Ítem dos ampolletas de plata. Ítem un cáliz grande sobre dorado con su patera. Ítem ocho cálices de plata grandes con su patena. Ítem ocho cálices de plata grandes entre los quales ay uno sobre dorado y otro pequeño de plata blanca. Ítem un encensero de plata con su naveta. Ítem una custodia de plata de comulgar y tener el sacramento. Ítem otra custodia de plata con un spejo y arriba una cruz y dos ángeles en los lados todo de plata sobre dorada para el día del corpus. Ítem un reliquario de platas muy bien labrado. Ítem dos coronas de plata sobre doradas para servicio de la ymagen de nuestra señora del retablo viejo. Ítem dos purallas de plata amanera de ojos y un coraçón de plata tenidos cintas de plata sobredoradas muy buenas. Ítem catorze ceñidores de seda y dos cofias de filo de oro y unos corales y un çeñidor de azabache. Ítem un escofión de filo de plata de rete y un corazón de plata y un rosario de ámbar y un parche. 21

Respecto al segundo inventario, fue realizado doce años después, en concreto el 1 de septiembre de 1578, también en el archivo, ante los jurados Jaime Corral y Pedro de Val y ante el justicia de la villa de Almudévar. Las piezas citadas en él son las que siguen:

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Plano histórico de la villa de Almudévar. Mariano Miquel y Polo. (España. Ministerio de Defensa. Centro Geográfico del Ejército)

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Et primo una cruz grande sobredorada de plata y muy bien tornada y labrada. Ítem otra cruz mediada de plata sobre dorada. Ítem otra cruz pequeña. Ítem dos cetros de plata grandes. Ítem dos candeleros grandes de plata. Ítem un ysopo de plata. Ítem dos vinageras de plata. Ítem un cáliz grande de plata sobredorado con su patena. Ítem siete cálizes grandes y uno pequeño de plata blanca con sus patenas. Ítem dos encenseros de plata blancos. Ítem una nabeta de plata blanca. Ítem una custodia de plata sobredorada con su espejo de cristal en medio y dos ángeles de plata a los lados. Ítem un reliquario de plata sobredorado muy bien labrado. Ítem dos coronas de plata de la ymagen de nuestra Señora del retablo viejo. Ítem un corazón de plata y un ciñidor negro y dos rosarios uno de corales y otro de cristal. Ítem tres portapazes de plata. Ítem dos cordones de seda grandes con sus borlas o flecos grandes de las cruces. Ítem todas las escripturas y privilegios estantes dentro de dicho archivo. 22

Vista aérea de la Corona anterior al derribo de las casas construidas en su entorno. (Ayuntamiento de Almudévar. Centro de Investigación José Luis Aliod) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


En este inventario no están las ampollas, varios cálices, una custodia, dos medallas y un sagrado corazón, algunos ornamentos, un escofión y un rosario, pero vemos que entre 1566 y 1578 se adquirieron una cruz pequeña, dos candelabros, un hisopo, dos vinajeras, tres portapaces, cordones para las cruces y, lo más importante, dos cetros de plata grandes. Estos, decorados con bellos pináculos, se conservan en el Museo Sacro de Almudévar. Podemos atribuir su autoría al orfebre cesaraugustano Jerónimo de la Mata, cuyo punzón («MATA») figura en la base de las cabezas de los pináculos. En ellas también hallamos el sello «CES» con la primera letra invertida y un león rampante, la marca coetánea de las platerías fabricadas en la ciudad de Zaragoza. Obras constructivas y espacios representativos del poder civil En su obra Almudévar: historia de una villa aragonesa, José Luis Aliod (1990: 74) afirma que el espacio representativo del poder civil y sus edificaciones se mantuvieron en la Corona hasta la construcción del nuevo consistorio. Su afirmación se fundamenta solo en el documento fechado en 1466 y firmado en las torres del castillo que citamos en capítulos anteriores, así como en supuestos restos arqueológicos, pero no aporta ningún dato concreto de los espacios civiles que había en la villa en el siglo xvi. Tan solo menciona que el ayuntamiento de Almudévar contaba en este momento con «casa comunal, cárcel, almudí, pozo de nieve, carnicería, pescadería y pardinas», como era habitual en los concejos aragoneses de la época. Partiendo de estas premisas, encauzamos el análisis de los numerosos documentos hallados, tanto directos —capitulaciones, vendiciones y concordias— como indirectos —ápocas, censales, comandas y definimientos— con el objeto de reconstruir con el mayor detalle posible el rompecabezas del espacio urbano de la Corona en el siglo xvi, así como localizar lo más exactamente posible sus edificios representativos. Dada la gran extensión ocupada por la fábrica de la primitiva iglesia de Santa María, a la que se añadió en el siglo xvi la ampliación de sus capillas y su sacristía, como detallaremos con posterioridad, nos podemos hacer a la idea de que en sí el espacio constructivo de los desaparecidos recintos no podía ser muy amplio, máxime cuando sabemos que los lienzos del perímetro amurallado estaban jalonados por casas desde antiguo. Los resultados de la investigación nos llevan a desentrañar cómo la concentración de las instituciones del poder público en la Corona va perdiendo su fuerza paulatinamente. No podemos formular una verdad absoluta sobre el momento en que comenzó esa descentralización (las reconstrucciones históricas siempre están condicionadas por la limitación de documentación conservada), pero sí aportar un buen abanico de datos objetivos acerca del crecimiento urbanístico, las nuevas construcciones y los centros de poder de la villa en el más que claro proceso de transformación que experimentó en la Edad Moderna. El urbanismo de la villa de Almudévar En este apartado vamos a exponer varios aspectos fundamentales del desarrollo urbanístico de la villa. Comenzaremos documentando la modernización de la red viaria que conecta L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO

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el conjunto monumental del antiguo recinto fortificado con el espacio urbano, a los pies del cerro; continuaremos ahondando en las noticias sobre el entorno de la Corona, y, por último, terminaremos abordando las obras institucionales de nuevo cuño erigidas en otras zonas de la población.

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Una piedra angular: el empedrado de las calles principales La construcción de los espacios representativos de la villa tras su pasado feudal ha de ir precedida de un desarrollo urbanístico, el cual debe partir del trazado viario y el consecuente empedrado de las calles. Antes de realizar esta investigación sabíamos que las calles históricas ya estaban empedradas en el siglo xvii y que su mantenimiento corría a cargo del jurado tercero. Ahora podemos afirmar que esta labor de urbanización ya estaba en marcha en una época temprana, en concreto en los años veinte del siglo xvi. Tenemos documentado el empedrado de dos calles que fueron cruciales para la villa en la Edad Moderna y que nos hablan claramente de la descentralización urbanística hacia la parte baja de la población, donde de manera paulatina se iría desarrollando la actividad institucional de Almudévar. Este interesante contrato de obras fue pactado entre los empedradores Johan Marcuello y Antón de Castellón, vecinos de Alquézar, y el justicia Johan de Mas y el jurado Johan de Nocito, de Almudévar, ante el notario Martín de Alayeto el 17 de junio de 1520. Dada su importancia, reproducimos la transcripción literal de un extenso fragmento de este interesante contrato hallado en un papel suelto dentro del protocolo del citado notario: Capitulación fecha entre los Justicia Jurados y Concello de la villa de Almudévar de la una parte et Johan Marcuello y [entre líneas: et Anthón di Castellón] enpedradors vezinos de la villa de Alquéçar de la otra parte en la hobra de enpedrar de la calle mayor de la dicha villa y de la calle que puya a la yglesia la qual hobra siquier enpedrar se tiene de hazer con las capítoles y condiciones infrascriptas y siguientes [tachado: ilegible]. Et primo es condición entre las dichas partes que los dichos Justicia y Jurados sean obligados durante el tiempo que la hobra de la dicha villa y particulares de aquella [tachado: ilegible] se hará de dar la possada franqua al dicho maestro y a sus criados. Ítem es condición entre las dichas partes que en toda la obra que los dichos maestros arán en el enpedrar que hayan de dar a los dichos maestros la tierra cabada y traer donde falte y tirar donde haya mucha esto a cargo de senyor de la heredat que enpedrará y darle la piedra y manobra como es costumbre donde la ubiere mester y proveyesse tierra sobre el enpedrado y rugor de aquel. Ítem es condición entre las dichas partes que los dichos maestros haya de hazer la dicha hobra de la dicha calle o calles y de otros qualesquiere vezinos de la dicha villa a los precios infrascritos y que los dichos Justicia y Jurados no puedan traher otro maestro a enpedrar en el tiempo que se hará la dicha hobra por otro mayor ni menor precio. Ítem es condición entre las susodichas partes que al dicho maestro se aya de pagar la dicha hobra del enpedrar a 9 dineros por carra haziéndose el dicho maestro la costa y haziéndole la costa haya de pagar a 6 dineros y miaja por carra y esto por toda la hobra que en la dicha villa hará así general como particular la qual carra se entiende y a de ser de medida de dos cordas.23 L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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La portalada vista desde el interior del conjunto fortificado. (Foto: Mar Aznar)

Como vemos, las calles requeridas fueron las más importantes a la hora de articular el trazado histórico de Almudévar. Estamos ante el empedrado nada más y nada menos que de la calle Mayor, la vía más importante de la localidad y eje urbanístico de la ciudad moderna como tal. La segunda calle no tenía menos relevancia en esa época. Se trata de la «que puya a la yglesia», es decir, la llamada subida de la Corona, que identificamos con la calle Alta, vía de conexión entre la Corona y la plaza Mayor, el espacio público por excelencia, donde se encontraba la carnicería, de la que hablaremos con posterioridad. La obra debía paralizarse en el tiempo en que los panes «fueren para segar» y no ser retomada hasta el día de Nuestra Señora, el 15 de agosto. Asimismo, se aclara que si había algún vecino con vivienda en esas calles que no tenía «facultad» —suponemos que licencia— debía abonar por su cuenta el pago al maestro de «ocho en ocho días». Torres, puerta monumental y barrio o quartón El estudio de los testimonios arquitectónicos y el urbanismo desarrollado en las proximidades de la iglesia de Santa María de la Corona nos ayuda a desentrañar su papel como espacio político-social en el siglo xvi. Una de las tareas fundamentales es la de aclarar la localización de las llamadas torres del castillo, aún en uso, y analizar la puerta monumental que preside el conjunto. También expondremos brevemente las noticias documentales inéditas referentes a su entorno inmediato, es decir, al barrio configurado en sus inmediaciones. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


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Lo primero que debemos aclarar es lo concerniente a los testigos arquitectónicos aún presentes del recinto fortificado de la Corona, a saber: las torres y el citado acceso al antiguo castro. Ya hemos dicho con anterioridad que tenemos certificada la existencia de tres torres, dos gemelas ataludadas —una de ellas totalmente perdida— y una situada a los pies de la iglesia de Santa María, identificada por algunos especialistas como antigua torre del homenaje, la que, tal y como hemos expuesto, fue recrecida antes de la edificación de la amplia fábrica de la colegiata. Nuestra duda era cuál de esas estructuras se convirtió en sede del poder municipal, en las llamadas torres del castillo, en las que se documenta actividad oficial en el siglo xv y que, como veremos en el epígrafe dedicado a los espacios representativos del concejo, siguieron utilizándose en ocasiones concretas en el siglo xvi. Podemos resolver esta incógnita gracias a un documento donde aparece un testimonio indirecto que nos permite descartar la torre rectangular adosada a la iglesia. Nos referimos al acto público notarial relativo a la visita oficial del verguero de la corte del justicia de Aragón a la iglesia de Santa María acompañado de los representantes

Escudo de la villa situado en el sotabanco del retablo mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Almudévar. (Foto: Javier Blasco) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


del poder civil de la villa. En este documento se menciona la torre como campanario y además se indica que por ella se accedía al coro de la iglesia a través de la escalera, tal y como se detalla en el siguiente fragmento: «se adentraron per una escalera que sube desde el coro al campanario de la dicha iglesia». 24 Recordemos que en el apartado dedicado a las transformaciones sufridas por esta torre durante el medievo analizábamos la estructura y las adiciones previas a la construcción del templo, tras la cual pasaría a funcionar como campanario. No hablaremos de las intervenciones realizadas en su interior y su exterior en el siglo xvi, puesto que ya fueron analizadas por Adolfo Castán, tal y como hemos expuesto anteriormente. Retomando esas torres del castillo que flanquean la puerta de acceso al monumental recinto, hemos de decir que, según José Luis Aliod (1990: 113, n. 69), sufrieron una reforma que quedó testimoniada en una sentencia de 1605 recogida en el legajo 65 del Archivo Municipal de Almudévar. Revisamos íntegramente todos los expedientes y no hallamos referencia alguna a esa intervención; de hecho, ninguna de las sentencias se fecha en 1605. Sí encontramos un extenso pleito, impreso en latín en 1615, litigado ante el justicia de Aragón entre poblaciones oscenses, una de ellas Almudévar, y localidades circunscritas a las actuales Cinco Villas por los derechos de la trashumancia de ganado y el apacentamiento en pastos. Es posible que hubiese alguna confusión debido a que se citan los antecedentes de las poblaciones y sus castillos en la relación. Lo que está claro es que la torre ataludada que se conserva actualmente es maciza y no posee estructura interior.

Plano del entorno de la Corona anterior a la eliminación de las viviendas adosadas a la muralla antes de su restauración. Joaquín Naval Mas. 1998. (Archivo de la Administración de la Comunidad Autónoma de Aragón. Foto: Javier Blasco) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO

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Tenemos la certeza de que dichas torres, la conservada y la perdida, sufrieron una fuerte remodelación al mismo tiempo que la puerta monumental de la que hablaremos a continuación. Es probable que las originales ocuparan parte del readecuado espacio de la explanada de la Corona. No debemos olvidar que todo el cerro estaba urbanizado de manera anárquica y los restos de estas torres pudieron haber conformado los cimientos de alguna vivienda particular derribada en la actualidad. Es más, también vemos probable que toda la superficie de la plataforma actual, completamente artificial en relación con la apariencia que tendría en origen el espacio urbanístico del cerro, oculte los testimonios de esta torre y de otras dependencias del antiguo castillo que quedaron enterradas con el paso del tiempo. Esta incógnita solo puede ser resuelta con una buena labor de prospección arqueológica, que aún está pendiente de realizar y que esperamos que se pueda acometer con la mayor brevedad. En la introducción de este capítulo comentábamos que en los archivos no habíamos hallado ninguna referencia documental a una posible reforma realizada en el año 1584. Desconocemos el acontecimiento que conmemora la inscripción de la gran puerta de acceso al recinto de la Corona, pero es posible que sí se remodelara en esa época y no se haya conservado documentación que testimonie esa intervención. Tal y como hemos señalado en capítulos anteriores, este tipo de acceso monumental era común en los recintos amurallados del pasado castrense desde época hispanomusulmana, si bien es cierto que su factura reflejaba un aspecto poco vetusto, muy regular en su ejecución, incluso antes de la restauración de 1990.

Puyadul Portaza

Molino de viento Corona

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1

3

6

4 5

Arrabal or

C/ May

7

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9

C/ ja

Ba C/

Ba

ja

1. Castillo e iglesia 2. Pozo de hielo 3. Masevilla 4. Cuartel 5. Carnicería 6. Horno alto 7. Horno bajo 8. San Miguel 9. Hospital Bodegas

Plano con las localizaciones de los espacios más representativos de la villa de Almudévar en el siglo xvi. (Ayuntamiento de Almudévar. Centro de Investigación José Luis Aliod) L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


La prominente puerta monumental está realizada en sillar de piedra arenisca bien aparejado. A modo de arco triunfal, su acceso a occidente en arco de medio punto cuenta con jambas bien escuadradas y una rosca despiezada en dovelas de gran envergadura. En su clave campea el escudo de armas de la villa de Almudévar y sobre él se sitúa la inscripción con la citada fecha, «1584», cobijada bajo la estilizada cornisa que cierra el conjunto. En el interior o parte posterior de la puerta se modifica la estructura del acceso, que pasa a ser un arco de descarga escarzano con un trabajo menos meticuloso en su cantería, una solución que permite sostener las cargas de las enormes dovelas de su monumental frente, el cual se alza sobre el cerro como testimonio del antiguo castro. Según documenta el expediente de desmontaje y reconstrucción del arco de la Corona, de 1990 (leg. 666/3, 2), en el interior se conservaba «el dintel de madera de la puerta con orificios para su encaje del tipo gorronera equivalente a eje vertical». Aclaramos que las gorroneras son espigones cilíndricos de madera de las puertas que, por carecer de librillos y bisagras, giran sobre sí mismos. Este dato nos permite saber que el recinto monumental contó con hojas de cerramiento de madera. Hay una cuestión espinosa que nos crea cierta confusión sobre este valioso testimonio arquitectónico, en sí mismo emblema del pasado castrense y defensivo de Almudévar. En principio la inscripción no nos generaba muchas dudas sobre la fecha de construcción, suponemos que para sustituir a la antigua puerta de acceso a la fortificación. Las incógnitas que tenemos sobre su datación provienen del escudo de armas que, con su campo guarnecido con cueros recortados, campea en la clave del arco. Hemos analizado

Vista de una de las bodegas situadas en el cerro de la Corona de Almudévar. (Foto: Marta Puyol)

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bien sus cuarteles y hallamos un aspecto bastante difícil de entender. La heráldica del portazgo, de campo dividido en cuatro cuarteles, a la diestra castillo y barras de Aragón, y a la siniestra cabezas de moros y almud, no se corresponde con las armas que tenía la villa en el siglo xvi. Tenemos datos suficientes para corroborar esta afirmación. Guardamos testimonios de la heráldica de la villa en algunos de los retablos encargados por el concejo en el pleno Renacimiento, como es el caso del espectacular retablo mayor originario de la iglesia de Santa María de la Corona que fue trasladado en el siglo xviii y que actualmente preside la iglesia de la Asunción. En su basamento encontramos las citadas armas en relieve, donde comprobamos que su campo cuartelado acoge las barras de Aragón, el almud y el castillo. No sería hasta 1702 cuando se añadieran las cuatro cabezas de moros, cuyo primer exponente son los escudos de armas que se pueden ver en el consistorio. Podríamos pensar que en la restauración de 1990 se añadió el escudo, pero las instantáneas recogidas en el expediente muestran la pieza heráldica íntegra y con las mismas armas en su campo. Este hecho nos ha llevado incluso a plantearnos la posibilidad de que la puerta monumental se realizara en el momento en que se llevó a cabo la readecuación de las capillas del primitivo templo para crear la actual ermita, pero en ese caso la inscripción no tendría sentido. Es probable que la readecuación tanto del portazgo como de las torres anteriormente citadas se realizase en el siglo xviii, cuando tuvo lugar la actuación en la Corona para edificar la ermita, opción que tendría toda la lógica si no fuera por la presencia de la mencionada fecha. De momento no podemos esclarecer esta incógnita. Esperamos poder encontrar una solución a estos interrogantes en un futuro cercano. Otro espacio fundamental de la Corona es el que se halla en las inmediaciones del recinto monumental cerrado tras la puerta. En el entorno del centro devocional y de la administración eclesial de la villa, tenemos documentadas viviendas y bodegas particulares situadas en el llamado quartón de la Corona, distrito o barrio de la iglesia de Santa María que limitaba con la Masevilla, la plaza Mayor y el barrio de San Martín. Contamos con tres documentos, fechados en 1511, 1540 y 1544 respectivamente, referentes a propiedades situadas en el quartón. 25 La primera de ellas aparece documentada el 8 de noviembre de 1511, cuando se otorgan las casas del capítulo y los racioneros de Santa María «sitas en el quartón de la Corona que confrontan con casas siquiere bodega de Miguel de Suñer, con casas y corral de Lorenzo de Igiés […], con el granero de los canónigos gallero en medio y con dos vías públicas a la parte [sic] alta y baja». Como vemos, este instrumento notarial ofrece información no solo sobre la vivienda de propiedad eclesial, sino también sobre las bodegas, uno de los atractivos más conocidos del patrimonio cultural de la localidad. El documento de 1540 nos da noticia de otras casas, en este caso propiedad particular de Jaime Luesia, clérigo racionero de Santa María, «sitas en el quartón de la Corona, que confrontan con casas de mase Domingo de Sarasa Ferrero, con corral del notario Martín de Alayeto, y con dos vías públicas con cargo de veinte sueldos de treudo perpetuo que paga el capítulo de racioneros» en enero de cada año. Además, en él se especifica que el vicario y los racioneros de Santa María también poseían «dos palacios» con dos cámaras en las inmediaciones. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


En cuanto a la última propiedad del barrio de la iglesia principal localizada en los protocolos, se corresponde con una bodega y un granero sitos «en la calle de la plaça, en el quartón de la Corona», y pertenecía a los cónyuges Martín de Torres y Gracia de Torres en 1544. Tal y como vemos, la bodega y el granero estaban cerca de la plaza, en la zona descendente del cerro, mientras que las propiedades más cercanas al templo eran las posesiones eclesiásticas de administradores y vicarios. Esta circunstancia, muy habitual en las villas durante la Edad Media y la Edad Moderna, permitía engrosar las arcas de las parroquias mediante su cesión permanente o temporal a través de fórmulas de arrendamiento o propiedad. Los acuerdos contractuales nos hablan de la ampliación de propiedades o rentas sobre bienes inmuebles aledaños al templo pertenecientes a dignidades eclesiales, que gozaban así de beneficios económicos en la sede de poder religioso de la Corona. Esas propiedades eran en ocasiones permutadas o arrendadas por un año o perpetuamente a cambio de tributos en forma de treudo. Además de las situadas en este barrio, hallamos documentos inéditos sobre más viviendas vendidas o compradas para ser sujetas de nuevo a treudo, fadiga o tributación que aportaban cuantiosos beneficios a la institución eclesial. Tres de ellos se fechan en las dos primeras décadas del siglo xvi. Nos referimos a la venta de una casa a los racioneros en 1509, la tributación sobre unas viviendas compradas por el capítulo al completo —beneficiarios, vicario y racioneros— en 1512 y el tributo recibido por el clérigo de Santa María Guillén Valça sobre unos inmuebles propiedad de Pedro Bolea entre 1510 y 1513. Avanzados los años ochenta del siglo xvi, en 1584, de nuevo los Bolea, concretamente Martín Bolea, ceden al capítulo y al vicario de la iglesia «quatro pedazos de patios de unas casas» para que sean utilizados como bienes para percibir beneficios económicos. De hecho, un año después la corporación eclesiástica ya recibe ocho mil sueldos jaqueses por la venta de estos inmuebles renteros. 26 Obras institucionales documentadas en la villa En la introducción de este capítulo comentábamos la paulatina descentralización de la Corona como centro neurálgico del poder civil en la villa, y por ende de sus espacios de uso comunitario, que llevaría al conjunto a quedar relegado a la mera función eclesiástica. Hemos hallado varias capitulaciones de construcción y vendiciones de obras sufragadas tanto por iniciativa del poder civil, el concejo, como por la institución eclesial del capítulo de Santa María y el cabildo de la catedral de Huesca en otros barrios de la población. En concreto, siguiendo un orden cronológico abordaremos los contratos de obra del horno de la bolsa (1527), el hospital (1566) y la casa de los Diezmos (1568) —posteriormente llamada Masevilla—, y por último hablaremos de la localización de la cárcel común (1591). Estas obras denotan el interés por renovar las infraestructuras necesarias para el correcto funcionamiento de las instituciones al servicio de la comunidad. Hay que entender que el crecimiento económico y las transformaciones relacionadas con la atención social, jurídica y económica de la población responden a la utilización de espacios mayores y mejor acondicionados en el marco del proceso de modernización social del siglo xvi. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO

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El horno de la bolsa Una de las infraestructuras básicas de las poblaciones desde la antigüedad era el horno, un exponente de la arquitectura popular que, al igual que las neveras, constituye hoy en día un valioso testimonio desde el punto de vista etnológico. La forma de estas construcciones, adecuada a su función, varió poco a lo largo de los siglos, por lo que en la actualidad los especialistas en patrimonio cultural de los ámbitos rurales promueven su protección como importantes testigos del pasado de nuestros pueblos. En el caso que nos ocupa, el horno era propiedad de la corporación municipal de Almudévar, es decir, de la bolsa del común o comunidad. Al igual que en el caso de la carnicería —de la que hablaremos con posterioridad—, su administración dependía de los arriendos otorgados por los jurados y el concejo en sus votaciones en pleno, en las que también se realizaba la insaculación de las papeletas con los nombres de los candidatos en una bolsa de la que habrían de extraerse las correspondientes a los elegidos; de ahí la denominación de este horno, que abastecía a los pobladores de pan, alimento de primera necesidad por excelencia. Los aspirantes no podían disfrutar de otro beneficio en la administración de la villa y su cargo era rotatorio, con lo cual se evitaba la monopolización de la gestión. El contrato de obras del llamado horno de la bolsa del concejo, encargado bajo instrucciones específicas y mediciones facilitadas por los jurados de la villa de Almudévar, fue firmado ante el notario Martín de Alayeto el 13 de noviembre de 1527.27 El maestro debía realizar unos pilares de piedra para consolidar su sustentación y revestir las paredes con aljez del horno original, aprovechando la construcción existente para la cocción. Especial énfasis se ponía en que tenía que trabajar en los muros «del dicho forno de la paret de la olla hasta el cabo a su costa» sin variar su tamaño ni su forma. Respecto a la casa que acoge el horno, fue derribada y sustituida por otra que fue levantada de nueva planta siguiendo las medidas de la antigua hasta la «era de Alayeto». Esta debía ser construida con «paredes de tierra o piedra», pilares «de piedra y aljez en la cantonada» de la casa y «fusta» para las vigas secundarias, todo ello sufragado por la villa. La casa del hospital Las nuevas condiciones socioeconómicas propiciaron un paulatino interés por mejorar y ampliar los espacios dedicados a la asistencia social. Los hospitales del siglo xvi eran espacios destinados a atender prioritariamente a los pobres de solemnidad, aunque podían servir para usos polivalentes en función de las necesidades de la población. Los internos llevaban un régimen de vida religioso en el que «misas, oraciones y plegarias marcaban la cadencia» de la vida. 28 En los años sesenta del siglo xvi, una de las décadas más prósperas en la promoción de empresas constructivas en Almudévar, se decidió realizar una nueva fábrica de la casa del hospital de la villa, situada en el «cerro». A pesar de que no se aportan más datos, conocemos exactamente su localización gracias a la documentación relativa a la cárcel común de Almudévar, sobre la cual hablaremos con posterioridad. El día 27 de febrero de 1566 el justicia Marco Pirasenz, los jurados y el vicario perpetuo mosén Pedro de Aguas pactaron el contrato de construcción del nuevo hospital con el maestro de obras de la villa Joan Martínez. 29 La fábrica del edificio debía ser realizada L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


combinando tapial con hiladas de rejola y argamasa. Cada hilada de los muros debía medir cuatro palmos de alto y ocho de largo, siguiendo el modelo de los graneros propiedad del vicario Pedro de Aguas, «muy bien tapiados y hechos a conoscimiento del offiçio». También había que hacer dos portales, el principal de «vuelta» (arco de medio punto) y el otro de «sobre portales», es decir, que la fachada tenía que estar cubierta por soportales o porches. El justicia y los jurados debían aportar toda la manobra, que sería dejada a pie de obra, exceptuando el agua y el aljez, que quedaban a cargo del maestro. El pago acordado era de seis sueldos y seis dineros jaqueses por hilada, los cuales se abonarían en varias tandas de quinientos sueldos cada una: la primera al finalizar los fundamentos de piedra y empezar la obra, la segunda al acabar tres filas en altura y anchura de todas las paredes internas y el perímetro externo de la obra, la tercera al levantar otras tres filas más en altura y la última al culminar y perfeccionar la obra, cuando se abonaría todo lo que «se le estare debiendo» al maestro. El hospital, sufragado por el justicia, los jurados y el concejo de la villa, debía estar finalizado el 15 de septiembre del mismo año 1566, y su gestión quedaría bajo el control del vicario de Santa María, tal y como era habitual en la época. La casa de los Diezmos o Masevilla El edificio conocido como casa de los Diezmos, de clara estética renacentista aragonesa y conservado hasta la actualidad, fue financiado por el cabildo de la catedral de Huesca como «granero para recoger los panes que procedían de la décima de la villa». Este impuesto consistía en la recaudación de la décima parte de las cosechas producidas por los agricultores de la población para el mantenimiento del culto divino, impuesta y supervisada por la sede episcopal oscense. Con el paso del tiempo la casa seguiría utilizándose como granero y hospital de caridad. La denominación Masevilla proviene de la apócope de la expresión no es de la villa, que enfatizaba su propiedad, correspondiente a la seo oscense. Hoy en día alberga en su interior un museo etnográfico de aperos e instrumentos de labranza antiguos atesorados por su dueño actual. El contrato de obras fue pactado el 28 de septiembre de 1568 entre «los reverendos señores» mosén Martín Santángel y mosén Jaime de Arans, canónigos de la catedral de Huesca, en nombre del capítulo de la sede episcopal, y «los honorables» maese Domingo Sarasa, herrero; maese Joan Martínez, obrero de la villa; Domingo Marín, fustero; Sancho Abarca y Joan Lázaro, aljeceros, y Joan Ortín y Pascual de Gomeche, labradores y encargados de transportar los materiales para la construcción. 30 La capitulación estipulaba que Domingo Sarasa, herrero, había de hacer toda la clavazón básica y las rejas cuadradas requeridas por los maestros de obras para la ejecución de la construcción. En el caso de que se negara a fabricar nuevos «clavos de orejas», podía aportar algunos que ya tuviera hechos con anterioridad a su costa. Los administradores de la obra se obligaron a pagar al herrero doscientos sueldos jaqueses conforme fuera despachando los encargos solicitados. Por su parte, los aljeceros Sancho Abarca y Joan de Lázaro debían dar cocido todo el aljez necesario para la obra, el cual había de ser de la mejor calidad. Se especifica que tenían L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO

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la obligación de quemarlo en el horno, dentro del término de la villa, al precio de dos sueldos y seis dineros por carretada. Se transportaría en tandas de tres cahíces que serían entregadas al obrero Joan Martínez para que las utilizara en la construcción del edificio. Como pago por adelantado se les abonaron doscientos sueldos jaqueses, que deberían devolver junto a una penalización económica si incumplían el acuerdo. Respecto a Joan Martínez, en el contrato se indica cómo tenía que ejecutar la obra: hiziéndolo de tierra tapiada con dos caras de calcina y grava conforme a las que hizo en el hospital de dicha villa y en medio sus pilares de ladrillo con calçina y graba que sea regola y media de grueso cada pilar con sus ligarcas como es costumbre la tapia ha de ser cada filo ocho palmos de largo y quatro en alto con sus pilares en medio conforme a la traça que le darán los dichos señores assignados.

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La manobra necesaria para la construcción debía correr a su costa, incluida el agua. El pago por su ejecución sería el mismo que en el caso del hospital: seis sueldos y seis dineros por hilada obrada. Joan Martínez debía empezar a tapiar la obra tras cavar y drenar los cimientos y realizar un patio interior típico del Renacimiento con buena tierra. En el caso de que careciera de buen material, el capítulo oscense especificaba que alguno de sus miembros llevaría tierra de calidad «al pie de la obra». Según el contrato, a Martínez se le pagaría en «tercios», es decir, al comienzo, a la mitad y al final de la ejecución de la construcción, para garantizar su realización. Las tapias del edificio tenían que subir desde los cimientos hasta las ventanas. En cuanto a Domingo Marín, estaba obligado a abrir los fundamentos de piedra, calcina y grava «conforme a la traça que se le ha dado habriendo hazia la parte baxa del camino tres palmos más fondo de lo que agora está». Es decir, debía cavar los cimientos en profundidad antes de que se construyera el edificio para asegurar la estructura de tapial y piedra, cuyo precio era de veinte escudos. El capítulo de la catedral oscense le pagaría cuatro sueldos jaqueses por cada hilada de ocho palmos de largo y cuatro de alto. En principio se le abonaron doscientos sueldos jaqueses por una parte de la obra. Toda la profundidad de más que hubiera que cavar para asentar los cimientos por orden de Joan Martínez sería costeada por los administradores. En alzado, la fábrica debía subir en ladrillo con la misma medida por hilada especificada para la construcción del hospital de la villa. Desconocemos la cantidad que percibió por el total de la obra, dado que en el documento el espacio para ese dato se encuentra en blanco. Joan de Otín y Pascual Gomenche, labradores vecinos de Almudévar, debían portear toda la manobra necesaria, tanto el aljez horneado por Joan Lázaro y Sancho Abarca como la piedra para los cimientos, las tejas, los ladrillos y la grava. Por esas tareas el capítulo eclesiástico de Huesca les pagaría tres sueldos por las carretadas de aljez, cuatro por hacer las de piedra y tres por transportarlas, y dos por las de teja, ladrillo y grava. El pago entregado a ambos ascendió a mil sueldos jaqueses.

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Exterior de la casa de los Diezmos o Masevilla. (Foto: Javier Blasco)

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Vista del actual ayuntamiento, levantado en el solar donde se ubicó la antigua carnicería. (Foto: Marta Puyol)

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La ubicación de la cárcel común Tras mencionar las fechas de realización de las obras documentadas vamos a comentar brevemente el hallazgo de una valiosa información sobre la ubicación de la cárcel común de la villa. Era habitual que durante el medievo la institución penitenciaria se limitara a una mazmorra o habitáculo inhóspito situado en las inmediaciones de las casas comunes de los municipios. En el caso de Almudévar la integración de la penitenciaría en un espacio más adecuado se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo xvi. La información nos es facilitada en un «Acta notarial de investigación» que relata un intento de fuga de un preso que tuvo lugar en 1591. El documento dice: «Dicto eodem die in villa Almudévar dentro de las cárzel común de la dicha villa de Almudévar siquiere hospital y cárzel que está sittiada en la dicha villa en la calle que sale el camino que sale a la villa de Bolea». 31 Esta mención no solo clarifica que la prisión se encontraba a finales del siglo xvi en el arrabal de la población, sino que pone de manifiesto el uso polivalente del recién construido hospital como parte de las infraestructuras de uso institucional de la villa. 103 Anteriormente hemos detallado el contrato de obras firmado para la realización del nuevo hospital. Pensamos que tras su construcción, además de utilizarlo para albergar a los necesitados de solemnidad, se consideró oportuno trasladar la penitenciaría —seguramente ubicada anteriormente en un habitáculo precario en las inmediaciones de la antigua fortaleza de la Corona— a este edificio, ubicado extramuros y bien provisto para esa función. Espacios representativos del poder civil La documentación inédita recopilada relativa a la vida y la estructura del concejo en el siglo xvi merece por su importancia el desarrollo de un apartado monográfico. Hasta este momento se tenía la certeza de que todas estas asambleas se celebraban en el supuesto asiento del poder municipal, en la Corona, una afirmación que, como veremos, dista bastante de los hechos documentados. Primero es necesario presentar a los protagonistas de esas reuniones: los representantes del poder de la villa. Aunque ahondar en sus obligaciones individuales no es un tema primordial en este estudio, sí hemos de tener un mínimo conocimiento de su actividad, sobre todo debido a su constante aparición en los documentos. Organización interna e inventarios Recogemos las referencias de los nombramientos que hemos localizado en la documentación notarial y las fechas en las que se registran en el cuadro de clasificación de la página siguiente. Tal y como podemos comprobar en él, hemos hallado gran cantidad de referencias a nombramientos de justicia, que se realizaban anualmente, y de oficiales del concejo de Almudévar. En cuanto al justicia, su designación debía ser ratificada ante el rey o su lugarteniente en el reino de Aragón, tal y como hemos podido comprobar en las exquisitas letras conservadas en los protocolos notariales. Respecto a los oficiales del concejo, ya hemos comentado en un apartado anterior que su selección se efectuaba L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


1516 1519 1528 1567

Justicia

1576 1579 1582 1583 1585

104

1520 1539

Jurados (oficiales)

1566 1573 1576

Lugar teniente de merino

1525

Clavario (administrador de rentas)

1516

Alguacil

1566

Cursor (escribano)

1566

Almutazaf (encargado de pesos y medidas)

1571

Encargado de la carnicería

1571

mediante el procedimiento de la insaculación, un sistema de designación habitual en las villas aragonesas que consistía en extraer de una bolsa un papel con el nombre de uno de los «hombres más notables» de la villa, el cual no debía poseer otro cargo municipal ni tener cuentas pendientes con la ley, como por ejemplo impagos o causas penales. A las anteriores designaciones oficiales debemos añadir la de escribano de los jurados, que se llevaba a cabo cada año el día de San Miguel. No detallamos el proceso ni hablamos de sus protagonistas porque, como ya hemos señalado, esta cuestión no forma parte del núcleo de nuestra investigación; ahora bien, sí reproducimos a continuación el contenido de un curioso documento datado el 1 de septiembre de 1578 en el que se incluye el inventario de los llamados manefitios L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


(utensilios) de pesos y medidas. Estos eran almacenados en el archivo de la villa y usados por el almutazaf, oficial del concejo encargado de validar las medidas para mercantilizar los productos agrícolas generados por la villa para su venta y su consumo. Eadem die en la dicha villa de Almudébar ante la presentia de mí Miguel Pirasez notario presentes los testigos infrascriptos presentes y los magníficos Pablo Sant Joan justicia y Jaime Corral y Pedro de Val jurados de la dicha villa de Almudébar comparecieron y fueron personalmente constituydos los honorables Vicien Joan y Miguel de Val vezinos de la dicha villa almutaçafes que an sido en el año próxime passado de dicha villa los quales dixeron que satisfaciendo etc. en aquellas mejores vía modo y manera que según los estatutos etc. y usos y consttumbres etc. daban y libraban según que de hecho dieron y libraron en poder y manos de los honorables Martín de Alagón y Pedro Joan [tachado: jurados] labradores et vezinos de la dicha villa extractos que exercía el officio de almutacafes en dicha villa para el año que se sigue a saber es todos los pesos mesuras medidas y manefactos infrascriptos y siguientes: Imbentario siquiere memorial de todos los pesos mesura medidas y otros manefitios encomendados a los almutaçafes de la villa de Almudébar. Et primo un carrazón grande de fierro. Ítem unas balanças grandes con sus braças y cuerdas afinadas. Ítem unas balanças grandes con su braçal y cuerdas afinadas. Ítem un marco entero que pesa dezi seys onzas. Ítem una pieza de fierro para pesar de pesso de un arroba. Ítem seze libras de fierro para pesar en siete piezas. Ítem un quintal de fierro. Ítem un codo, o, vara de fierro. Ítem un quartal de pino. Ítem un almud de pino. Ítem un embudo de fija de Flandes para embasar o mesurar azeyte. Ítem dos mesuras de fija de Flandes para mesurar azeyte la una de libra y la otra de media libra. 32

Cambra del concejo, torres, plaza pública y carnicería Uno de los aspectos fundamentales que hay que clarificar es el asiento del poder municipal en la villa en el siglo xvi, dado que la información documental conservada entre el xii y el xv sitúa el epicentro del poder civil y eclesiástico en la Corona. Esas referencias eran directas pero escuetas en su contenido. Desde comienzos de la Edad Moderna la multiplicidad de fuentes documentales conservadas, con noticias tanto directas como indirectas, nos ofrece una visión mucho más amplia de los espacios de poder de la villa. Una de esas fuentes son los instrumentos notariales derivados de las convocatorias de reuniones del justicia y los jurados de Almudévar para la decisión o la tramitación de asuntos trascendentes para la gestión municipal. No obstante, a la hora de establecer el lugar preponderante del concejo en el siglo xvi nos hemos encontrado con una circunstancia cuando menos particular. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO

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La experiencia en este tipo de investigaciones sobre instituciones municipales de finales de la Edad Media y principios de la Moderna nos ha llevado siempre a buscar esas reuniones documentadas en los antiguos consistorios o plazas mayores de las villas aragonesas. Las menciones se reiteran en todos los documentos con la misma terminología, utilizando incluso fórmulas establecidas. Así, esos espacios principales del poder civil eran siempre los continentes en los que se desarrollaban sus asambleas, precedidas por el llamamiento público del oidor de la villa. Esa circunstancia no se dio en Almudévar, donde las reuniones se desarrollaban en diferentes espacios públicos, a saber: la cambra, las torres situadas junto a la iglesia, la plaza pública y la carnicería. Las referencias a sesiones celebradas en la «cambra del concello» halladas en varios instrumentos notariales, desde procuras sobre pastos y presentaciones de provisiones de nombramientos como el de justicia hasta compraventas de productos agrícolas y ganaderos (panes, uvas o corderos), se fechan en un dispar y amplio arco temporal: 1512, 1529, 1544, 1567 y 1585. 33 106 En apartados anteriores hemos hablado de las dos torres que había junto al castillo y de las posibles estructuras preexistentes que habrían sido derribadas o enmascaradas bajo la plataforma actual. Recordemos que en mayo de 1466 se testificó la venta de un censal en las torres del castillo de Almudévar, en un documento que avala la ubicación del asiento del poder municipal en los restos de la antigua fortificación. Por otra parte, tenemos constancia de una reunión del concejo del 5 de abril de 1569 de la que se especifica el lugar donde se celebró: «en las torres de juncto a la yglesia mayor donde para tales actos el dicho concello es acostumbrado llegar y ajuntarse». No nos cabe duda alguna de que se trata de la misma localización, con una salvedad importante: en el siglo xv, antes de la ampliación de la iglesia, se cita el castillo, y sin embargo el documento de 1569 nos habla tan solo de «dos torres» cercanas al templo mayor de la villa. Quizá la obra de ampliación de la iglesia con la construcción del eje de las sucesivas capillas, edificadas antes de que tuviera lugar la reunión a la que se refiere esta noticia, propiciara el derribo de algún espacio más del antiguo castro —lo que hemos comentado en el apartado dedicado a la reforma medieval de la torre adosada a los pies de la iglesia— y dejara tan solo como testigos las torres y parte del perímetro amurallado. De este modo, esas torres habrían pasado a ser tan solo estructuras aisladas cercanas al templo con funciones civiles.34 De hecho, en el interior de Santa María de la Corona también se llevó a cabo alguna reunión del concejo, eso sí, de forma esporádica. La práctica de celebrar ciertos actos oficiales en las iglesias era muy habitual y no significa que estas tuvieran ninguna preferencia como espacios representativos de la actividad civil que nos ocupa. En este caso se reunieron en el año 1577 para llevar a cabo la insaculación de oficiales, concretamente la del «almutaçafe y encargado de la carnicería». Tan solo se documentan noticias sobre reuniones del justicia, los jurados y el concejo celebradas en la ya llamada plaza pública de la villa a partir del último tercio del siglo xvi. En ese momento la magnificente iglesia, con sus sacristías (nueva y vieja) y sus recién construidas capillas, ocuparía aproximadamente el terreno que queda dentro del perímetro de las ruinas del antiguo templo y la actual ermita. El cementerio se ubicaba al sur del porche de la iglesia y las ya analizadas torres, aledañas al arco triunfal de acceso al castro. L A RENOVACIÓN ARTÍSTICA DE L A VILL A EN EL RENACIMIENTO


No hallamos resto urbanístico alguno en la Corona que conserve la traza de una posible plaza —con edificios institucionales o particulares alrededor de un espacio delimitado—, algo cuando menos extraño, dado que este tipo de espacios solía poseer una distribución que era mantenida a lo largo de los siglos. Lo habitual era construir nuevos edificios en torno a las plazas ya existentes o, como mucho, modificar alguna de las crujías para permitir la apertura y el crecimiento urbanístico de las poblaciones. Dado que los lugares comúnmente denominados plazas públicas en el siglo xvi se identifican con las plazas mayores de las poblaciones, creemos que en el caso de Almudévar también se hacía referencia a la plaza Mayor. Sabemos que ya entonces este espacio albergaba la carnicería y que la calle contigua y homónima había sido empedrada en 1520. Estas menciones de la plaza pública de la villa se realizaron concretamente en 1576, 1585 y 1586, 35 años en los que el poder civil de la villa ya se encontraba dirigido hacia el que sería el centro neurálgico e institucional del municipio. Por último, la carnicería, de gran importancia para una población eminentemente ganadera como Almudévar, está documentada como sede de las sesiones del poder 107 municipal en 1566, 1578, 1584 y 1597. 36 Este establecimiento, propiedad del concejo, funcionaba como casa de ganaderos de la villa y era el lugar donde se establecía el precio de la carne, así como la jurisdicción de los pastos. Las reuniones de su capítulo, a las que asistían el justicia y los jurados, se celebraban en la cámara situada sobre los arcos del edificio, para cuya construcción se otorgó licencia a favor de Jaime Libán el 23 de mayo de 1408. 37 El justicia y los jurados se servían del espacio de la carnicería para los actos públicos de índole económica de la villa, sus barrios y sus aldeas. El solar de la polivalente carnicería, de gran trascendencia en la historia económica de Almudévar, sería el elegido para erigir el nuevo consistorio, inaugurado en 1702. P

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CO N CLUSI O N ES


Como colofón a la exposición de esta poliédrica investigación queremos extractar las ideas principales aportadas en este estudio en forma de conclusiones: — El antiguo castro hispanomusulmán de Almudévar, posiblemente encuadrado dentro de la tipología de los husûn estatales, formaría parte de las fortalezas que conformaban la línea defensiva sur de la Marca Superior de al-Ándalus. 109 — El estudio del marco contextual y el consecuente análisis de documentos reales expedidos tras la entrega de la carta de confirmación de donación aclaran la pervivencia de la fortaleza como epicentro del poder durante el medievo. De hecho, algunos de los espacios del primitivo castillo fueron reutilizados en la construcción del templo, concretamente la torre, que sufrió una ampliación de su planta antes de que se edificara la primitiva iglesia. — El templo de Santa María de la Corona llegó a ostentar el rango de colegiata durante la Edad Media, una distinción que no se vuelve a registrar durante la Edad Moderna. Su fábrica fue construida en torno a 1269, y poco tiempo después, en 1296, se documenta la cesión de las primicias para su reparación tras los daños producidos por las contiendas bélicas. Datamos el pórtico antes de 1330. Posiblemente su aspecto se debe a una intervención posterior a la devastación causada por los citados conflictos. El análisis artístico de su tipología arquitectónica y su escultura monumental de iconografía mariana concuerda con la datación otorgada. — Entre 1559 y 1567 se llevó a cabo una gran remodelación arquitectónica de la iglesia capitaneada por el maestro Pedro Irazábal que atendió a la edificación de la sacristía y las capillas del flanco norte, las cuales fueron reutilizadas en el siglo xviii como nave central de la ermita homónima. — En el siglo xvi se desarrollaron el urbanismo y las infraestructuras necesarias para el buen funcionamiento de la villa. Tenemos documentado el primer trazado que conectaba la calle Mayor y la denominada subida a la Corona, la pervivencia de estructuras de la primitiva fortaleza como testigo del pasado y la reconstrucción de las viviendas sitas en el llamado barrio del Quartón. Por otra parte, aportamos los contratos de obras del llamado horno de la bolsa, el nuevo hospital y la Masevilla, así como una referencia a la ubicación de la cárcel común. Por último, aunque no es menos importante, reseñamos las dignidades del poder municipal y sus lugares representativos de reunión, los cuales evolucionaron al ritmo que marcaban las transformaciones civiles que experimentaron las villas durante la Edad Moderna. P


N OTAS


1 — AHN, Clero Secular y Regular, carp. 710, doc. 2. 2 — Carta de confirmación de donación de la villa de Almudévar, datada en 1170. AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 1, n.º 1. 3 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 59, n.º 356. Ricardo del Arco (1916: 50) volvió a transcribir esta carta pública, que fue de nuevo replicada por María Dolores Cabré (1959: 155-156, n.º 12), así como por José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel Ponce (1981: 20). 4 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 4, n.º 39. 5 — Todas estas concesiones están registradas en los fondos de Cancillería del Archivo de la Corona de Aragón: ACA, Cancillería, Registros, n.os 45, ff. 58r-v (18 de octubre de 1287), 78, ff. 62v (27 de marzo de 1289) y 192r (6 de octubre de 1290). El documento de 1292 lo encontramos citado en la reseña del archivo realizada por José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel Ponce (1981: 54). 6 — ACA, Cancillería, Registros, n.º 1, f. 192 (6 de octubre de 1290). 7 — Sobre el afianzamiento del poder del justicia y el concejo de Almudévar, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 60, n.º 388 (Huesca, 5 de marzo de 1347). Respecto a la carta del concejo de Almudévar al rey de Aragón en la que se informa cómo y cuándo se elige al justicia de la villa por privilegio otorgado por anteriores monarcas, ACA, Cancillería, Cartas Reales, Alfonso IV, n.º 1008 (4 de noviembre de 1418). 8 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 1, n.os 14, 15 y 15 bis (Zaragoza, 4 de mayo de 1328). Sobre las confirmaciones de Pedro IV y la reina Leonor del privilegio de la inmunidad de la villa en el pago del monedaje y los impuestos comerciales concedido por Alfonso IV, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 2, n.os 17 (Zaragoza, 15 de agosto de 1330), 16 (Calatayud, 9 de septiembre de 1330) y 18 (Alguer, 6 de agosto de 1354); leg. 3, n.º 32 (Almudévar, 15 de septiembre de 1428); leg. 4, n.º 33 (Zaragoza, 3 de marzo de 1440); leg. 60, n.º 387 (Valencia, 5 de febrero de 1331). Antes de su traslado al depósito provincial, encontramos citados estos privilegios en la reseña del archivo municipal realizada por José Luis Aliod y Francisco de Asís Gabriel Ponce (1981: 42-44 y 57).

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9 — Sobre la exención de subsidios, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 2, n.os 19 (Barcelona, 6 de junio de 1359) y 27 (Capilla Real de Barcelona, 13 de junio de 1359); leg. 60, n.os 389 (Cervera, 3 de diciembre de 1359) y 390 (Capilla Real de Barcelona, 13 de junio de 1359). Detectamos errores en la clasificación del pergamino del 13 de junio en la plataforma DARA, concretamente en la datación y el lugar de expedición. 10 — Encontramos más privilegios de protección de la enajenación de la villa del patrimonio real: AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 2, n.º 22 (Cervera, 5 de junio de 1359). Detectamos errores en la clasificación de este pergamino en la plataforma DARA, concretamente en la datación y el lugar de expedición. Sobre la entrega de la firma de derecho con la que mantuvieron sus pretensiones, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 2, n.º 24 (Zaragoza, 24 de marzo de 1391); leg. 3, n.º 29 (Almudévar, 15 de septiembre de 1418). 11 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 11, n.º 96.

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12 — El pergamino original de la primera primicia y su copia se localizan en AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 1, n.º 8 (Barcelona, 10 de mayo de 1269), y Servicios, Iglesia, leg. 58, n.º 316. 13 — Respecto a la segunda primicia y su copia, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 1, n.º 12 (Tarragona, 8 de noviembre de 1296), y Servicios, Iglesia, leg. 58, n.º 317. 14 — El pergamino que documenta la reunión del concejo celebrada en el porche de la iglesia en 1330 se encuentra conservado en ACA, Cancillería, Pergaminos, Alfonso IV, carp. 224, n.os 470 y 470 duplicado. 15 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 7, n.º 65, y leg. 2, n.º 25. Contamos con una copia de dicha concesión mal datada, fechada en el siglo xviii: AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Servicios. Iglesia, leg. 58, n.º 318. La concesión de Martín I se apoyaba expresamente en la bula otorgada por Urbano II a Pedro I de Aragón en 1095: AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 2, n.º 26, y Servicios, Iglesia, leg. 58, n.º 320. En cuanto al documento datado el 2 de mayo de 1419, AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 8, n.º 73. 16 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, Martín de Alayeto, 1559, ff. 53v-56v (10 de abril de 1559). 17 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1559, ff. 57r-v (4 de julio de 1561). 18 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1563, ff. 126r-130r (12 de julio de 1563). 19 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1565-1571, ff. 406r-409v (18 de diciembre de 1566). 20 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1575, ff. 134v-137r (7 de agosto de 1575). Este documento se encuentra publicado en la investigación de Jesús Criado Mainar (1996: 306, doc. 94, y 817-818). 21 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1566-1567, ff. 15r-16r (22 de septiembre de 1566).

NOTAS


22 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1578, ff. 334r-335r (11 de septiembre de 1578). Fueron testigos mosén Martín Otín, presbítero, y Lorenzo Sinués, sacristán y habitante de la villa de Almudévar. 23 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1519-1520, entre ff. 86v-87r (9 de junio de 1520). 24 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz,1568, ff. 192r-195r (9 de octubre de 1568). 25 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1510-1513, ff. 99v-101r (8 de noviembre de 1511), y 1537-1540, ff. 154v-155v (24 de octubre de 1540); not. Martín de Torres, 1544, ff. 28r-30v (14 de agosto de 1544). 26 — Sobre otras propiedades tributarias del capítulo de la iglesia, AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Torres, 1509, ff. 47 r-v (9 de octubre de 1509); not. Martín de Alayeto, 1510-1513, ff. 46v-47r, ff. 168r-v, f. 169r (28 de junio de 1512); not. Miguel Pirasenz, 1584-1586, ff. 160r-161r (14 de septiembre de 1584) y 421v-423r (5 de septiembre de 1585). 27 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1527, ff. 89r-v (13 de octubre de 1527). 28 — Abel Fernando Martínez Martín, «Los hospitales del siglo xvi para pobres de solemnidad», El Diario de la Salud (Colombia), 3 de julio de 2018 <https://eldiariodesalud.com/catedra/loshospitales-del-siglo-xvi-para-pobres-de-solemnidad> [consulta: 8/2/2020]. 29 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1565-1571, ff. 251r-252v y 254r-v (27 de febrero de 1566). 30 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1568, ff. 169v-179v (28 de septiembre de 1568). 31 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín Gratal, ff. 382r-383r. 32 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1578, ff. 332r-333v (1 de septiembre de 1578). 33 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1510-1513, ff. 107v-108v (22 de enero de 1512), y 1528-1529, ff. 28r-v (28 de marzo de 1529); not. Martín de Torres, 1544, f. 53r (19 de mayo de 1544); not. Miguel Pirasenz, 1566-1567, ff. 3r-5r (18 de agosto de 1567); not. Martín de Torres, 1582-1583, ff. 76r-78v (29 de junio de 1582). 34 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Martín de Alayeto, 1565-1571, ff. 604r-606r (5 de abril de 1569); not. Miguel Pirasenz, 1571, ff. 258r-260v (28 de noviembre de 1571). 35 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1576, ff. 7v-8r (8 de enero de 1576), y 1584-1586, ff. 515r (13 de noviembre de 1585) y 38r-39v (23 de marzo de 1586). 36 — AHPHu, Protocolos Notariales de Almudévar, not. Miguel Pirasenz, 1578, ff. 402r-407v (13 de octubre de 1578), y 1584-1586, cuadernillo entre ff. 65v-66r y 66r-67v (11 de marzo de 1584); not. Martín de Alayeto, 1595-1596, ff. 141r-146r (8 de diciembre de 1597), y 1565-1571, ff. 244r-245r (27 de febrero de 1566). 37 — AHPHu, Depósito del Archivo Municipal de Almudévar, Privilegios Reales, leg. 8, doc. 72, n.º 4 (23 de mayo de 1408).

NOTAS

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FU EN T ES Y BI B LI OG R A FÍ A


Archivos consultados AACAA ACA AHN AHPHu AMA CEGET

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Este libro se terminó de imprimir en Huesca, en los talleres de Gráficas Alós, en 2022, cuando se cumplían trescientos cincuenta años del fallecimiento del saputo Diego Jerónimo Gallán y Alayeto, catedrático de la Universidad de Huesca, colegial del mayor e imperial de Santiago, canónigo de la iglesia metropolitana de Zaragoza y canciller de competencias del reino de Aragón.

Finis Coronat Opvs


OT ROS

1. Pozos de nieve y hielo en el Alto Aragón: catálogo descriptivo y monumental, de Pedro A. Ayuso Vivar (2007).

2. Arquitectura racionalista en Huesca, de Alejandro Dean Álvarez-Castellanos, Marta Delso Gil y Carlos Labarta Aizpún (2009).

5. El pueblo de El Temple (Huesca): colonización, historia y arte, de José María Alagón Laste (2015).

6. La ciudad romana de Labitolosa: el conjunto arqueológico del cerro Calvario, de José Ángel Asensio Esteban, María de los Ángeles Magallón Botaya y Pierre Sillières (2016).


3. La fortaleza altomedieval del cerro Calvario, de José Ángel Asensio Esteban y María de los Ángeles Magallón Botaya (2011).

4. El Ayuntamiento de Huesca: historia, arte y poder, de Carlos Garcés Manau (2012).

7. Joyas y alhajas del Alto Aragón: esmaltes y piedras preciosas de ajuares y tesoros históricos, de Carolina Naya Franco (2017).

8. Las portadas de la catedral de Jaca: reforma eclesiástica y poder real a finales del siglo xi, de Francisco de Asís García (2018).


Perfil publica estudios que conjugan el rigor en la investigación, un enfoque accesible y una destacada contribución gráfica, con el fin de difundir el patrimonio cultural altoaragonés. La colección atiende a las novedades conceptuales y metodológicas en el tratamiento del patrimonio: la superación del concepto restrictivo del monumento como único objeto de análisis permite abrir sus páginas a todo tipo de bienes con valor histórico y cultural; además, la interdisciplinariedad propicia un diálogo entre historia del arte y arqueología, etnografía, geografía y cuantas disciplinas pueden contribuir a perfilar una historia cultural de la provincia de Huesca a través de su patrimonio.

Sobre la villa de Almudévar, emblemático y también enigmático, se alza el conjunto arquitectónico de la Corona, un conglomerado de edificios cuyas relaciones, y a veces sus cronologías, no están del todo claras: presidido por un torreón «de dudosa interpretación», el complejo se halla rodeado por los restos de un recinto fortificado medieval en cuyo interior se elevan las ruinas de lo que debió de ser una impresionante iglesia gótica, a la cual se adosa una ermita barroca que reaprovechó en su única nave una magnífica obra del xvi indisolublemente imbricada con los ruinosos muros del antiguo templo. Con el fin de interpretar y clarificar este palimpsesto arquitectónico, la autora analiza de forma exhaustiva las fuentes documentales de la villa desde la Reconquista hasta los inicios de la Edad Moderna. El contraste entre los numerosos datos localizados y los restos monumentales de la Corona le permite fechar plausiblemente cada uno de los edificios, documentar sus transformaciones y reconstruir su evolución hasta la ampliación de la iglesia medieval y su ornamentación con suntuosos retablos, realizadas ya bien entrado el siglo xvi, sin olvidar la contextualización de este complicado periplo constructivo en su marco social y político.

GUÍAS DE PATRIMONIO CULTURAL ALTOARAGONÉS

Ayuntamiento de ALMUDÉVAR


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