SANCHA
PRIMERA REINA DE LA CORONA DE ARAGÓN María Dolores Barrios Martínez
altoaragoneses
LA REINA
SANCHA
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SANCHA
PRIMERA REINA DE LA CORONA DE ARAGÓN María Dolores Barrios Martínez
Barrios Martínez, María Dolores Sancha, primera reina de la Corona de Aragón / María Dolores Barrios Martínez Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2017 190 p. : il. col. ; 21 cm (Altoaragoneses ; 3) Bibliografía: pp. 165-171 Índice DL HU-114/2017. — ISBN 978-84-8127-283-3 Sancha de Castilla, reina consorte de Alfonso II, rey de Aragón, 1154-1208 929 Sancha de Castilla, reina consorte de Alfonso II, rey de Aragón, 1154-1208
© M.ª Dolores Barrios Martínez © De la presente edición, Instituto de Estudios Altoaragoneses 1.ª edición, 2017 Colección: Altoaragoneses, 3 Director de la colección: Carlos Garcés Manau Comité editorial: Natalia Juan García, Carlos Laliena Corbera, Myriam Martínez Iriarte y Alberto Sabio Alcutén Coordinación editorial: Teresa Sas Bernad Corrección: Ana Bescós García Diseño editorial y de cubierta: Marta Ester (Nodográfico)
Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca) Parque, 10. E-22002 Huesca Tel.: 974 294 120. Fax: 974 294 122 www.iea.es / publicaciones@iea.es Impreso en España Imprime: Gráficas Alós. Huesca ISBN: 978-84-8127-283-3 IBIC: BGH DL: HU-114/2017
ÍNDICE INTRODUCCIÓN 7 SANCHA, INFANTA DE CASTILLA: ANTECEDENTES FAMILIARES E INFANCIA
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ALFONSO II, REY DE ARAGÓN Y CONDE DE BARCELONA: SU ESCASA INFANCIA Y LOS PRINCIPIOS DE SU REINADO
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SANCHA Y ALFONSO
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LA DESCENDENCIA DE ALFONSO Y SANCHA Constanza Pedro Alfonso Dulce Fernando Leonor Sancha
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LA FUNDACIÓN DE SIJENA
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LA VIUDEDAD DE LA REINA SANCHA
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RECAPITULACIÓN 135
índice >
APÉNDICE 143 Partiment de Alfonso II Cansó de Alfonso II CRONOLOGÍA: LA REINA TENAZ
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NOTAS 155 BIBLIOGRAFÍA 165 ÁLBUM DE IMÁGENES
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INTRODUCCIÓN Por encargo del Instituto de Estudios Altoaragoneses, que me solicitó la biografía de alguna mujer interesante de la Edad Media aragonesa, me dispongo a relatar la vida de la reina Sancha, una figura relevante de nuestra historia a la que espero describir con precisión. Como es sabido, hay una gran dificultad para obtener datos de los documentos medievales sobre las mujeres, datos lo suficientemente significativos como para poder componer una biografía. Mujeres interesantes hubo muchas, pero, por desgracia, de la mayoría de ellas no tenemos apenas información. Los documentos como mucho nos aportan sus nombres, algunas veces su filiación y otras el nombre de su marido, pero poco más. Por ello me pareció adecuado seleccionar a una reina de Aragón de la que ha quedado cierta huella documental: Sancha de Castilla, la esposa de Alfonso II, primer rey de la Corona de Aragón. Aunque no fuera una mujer nacida en Aragón, se puede decir que la mayor parte de su vida transcurrió en los territorios de la Corona aragonesa. Tuvo una notable actuación en el reino y hay una relativa abundancia de documentación en comparación con lo que suele ocurrir. El objetivo, por tanto, del presente libro es tratar de ahondar en la personalidad de esta reina, que sin duda era muy rica en matices, y escribir su biografía en el contexto en el que desarrolló su actividad.
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No se puede hablar de Sancha sin tener en cuenta al que fue su compañero durante más de veintidós años: Alfonso II, rey de Aragón y conde de Barcelona. Por ello las descripciones de una y otro deben ser de alguna manera paralelas. Sin embargo, no se tratará de hacer una historia del reinado, sino de remarcar aquellos hechos en los que la reina se vio implicada. Intentaremos explicar, en la medida de lo posible, sus actitudes, sus comportamientos, sus actividades en la vida pública, las relaciones con sus contemporáneos y el modo en que estos veían a cada uno de ellos, aunque la protagonista principal es Sancha. Se trata, por tanto, de una biografía, aunque no cabe duda de que se debe definir el contexto en el que sus vidas se desarrollaron. Para ello se han consultado las colecciones diplomáticas publicadas relacionadas con el periodo que se estudia, además de crónicas y obras literarias. Todas ellas figuran en la bibliografía y se irán citando asimismo a lo largo del texto, aunque se ha procurado reducir al máximo las notas puesto que esta obra pretende ser rigurosa pero también de divulgación, según el objetivo de la colección en la que se integra. He estructurado el trabajo comenzando por lo que se sabe de la infancia de la reina y de la de su marido, que posiblemente compartieron. A partir de su matrimonio con Alfonso II, el primer rey de lo que sería la Corona de Aragón, se elabora una suerte de crónica con la que se pretende visualizar el contexto en el que se desarrolló la vida de la reina, así como los hechos en los que participó junto a su marido. A continuación se trata de la descendencia de ambos cónyuges con pequeñas biografías de los hijos y las hijas del matrimonio, en la medida en que se han podido obtener datos sobre ellos. Después se describe el proceso llevado a cabo por Sancha para cumplir uno de los hechos más importantes de su reinado, la fundación del monasterio de Sijena, con todos los trámites que
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debió seguir y el interés que puso en que quedase bien organizado y bien dotado económicamente, así como en lograr la aprobación de todas las instancias eclesiásticas. Terminamos con la etapa de la viudedad de la reina, en la que tuvo que enfrentarse a dificultades con su hijo y negociaciones relacionadas con los matrimonios de sus hijas, además de gestionar determinados asuntos del reino.
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Sancho
conde de Cerdaña, de Provenza y de Rosellón (1161-1223)
Dulce Ramón Berenguer IV conde de Barcelona y príncipe de Aragón (1114-1162)
Sancho I de Portugal (1160-1198)
Pedro
luego Ramón Berenguer, conde de Provenza (1158-1181)
Petronila
reina de Aragón y condesa de Barcelona (1136-1173)
Alfonso II
rey de Aragón y conde de Barcelona (1157-1196)
Pedro
(muerto al poco de nacer)
Alfonso II
rey de Aragón y conde de Barcelona (1157-1196)
Aimerico
rey de Hungría
Federico
rey de Sicilia y emperador de Alemania
Constanza (1175-1222)
Pedro II
rey de Aragón y conde de Barcelona (1177-1213)
María de Montpellier
Alfonso
conde de Provenza (1179-1209)
Garsenda de Sabran
Alfonso VIII
Sancho III
rey de Castilla (1155-1214)
rey de Castilla (1133-1158)
García
Blanca de Navarra
(1156-1156)
Constanza (1136-1160)
Luis VII de Francia Sancha de Castilla (¿1137?-1179)
Sancho VI el Sabio de Navarra Fernando II rey de León (1137-1188)
Berenguela de Barcelona (1116-1149)
García de Castilla (1142-1146)
Alfonso de Castilla (1144/1146 – c. 1149)
Alfonso VII el Emperador rey de Castilla y León (1105-1157)
Sancha
(1155-1208)
Riquilda de Polonia (1140-1185)
Dulce
monja de Sijena (¿1180?-1189)
Fernando
monje de Poblet y abad de Montearagón (¿1187?-1248)
Leonor
Sancha
(n. 1188/1190-?)
(1192/1193-1249)
Raimundo VI
Raimundo VII
conde de Tolosa
conde de Tolosa
Ramón Berenguer (enterrado en Sijena)
SANCHA, INFANTA DE CASTILLA: ANTECEDENTES FAMILIARES E INFANCIA No se sabe con certeza si la fecha del nacimiento de Sancha fue 1154 o el año siguiente, aunque la mayoría de los autores la fijan en 1155. Era hija del rey Alfonso VII de Castilla y León y de su segunda mujer, Riquilda o Rica de Polonia, con la que había contraído matrimonio en 1152. Sus abuelos paternos fueron Raimundo de Borgoña y la reina Urraca de Castilla, que estuvo casada en segundas nupcias con el rey de Aragón Alfonso I el Batallador, y tuvo como abuelos maternos a Vladislao II, gran duque de Polonia, y Cristina de Babenberg, nieta del emperador Enrique IV. Fueron hermanastros suyos los hijos de la primera mujer de su padre, Berenguela —a su vez hermana de Ramón Berenguer IV, padre de su futuro marido—: Sancho, que sería rey de Castilla, y Fernando, que lo sería de León. Al poco tiempo de nacer Sancha, en mayo de 1157, su padre, Alfonso VII, junto con sus hijos Sancho y Fernando, firman el Pacto de Lérida con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, y con ello renuevan el Tratado de Tudején o Tudilén —del 27 de enero de 1151—, en el que se precisa el reparto del Reino de Navarra entre castellanos y aragoneses y se indican las zonas que unos y otros debían conquistar a los musulmanes. Además se trata también del matrimonio de una hija del rey de Castilla y León —que no podía ser otra que
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Sancha— con el hijo de Ramón Berenguer IV nacido meses antes en Huesca. El 21 de agosto de ese mismo año moría el padre de Sancha, el rey de Castilla y León. Riquilda, su viuda, no tenía ningún porvenir en el reino: sus hijastros Sancho y Fernando eran reyes de Castilla y León, según había dispuesto su padre, y no necesitaban una reina viuda a sus espaldas; por otra parte, las dos hijastras estaban ya casadas, una con el rey de Francia y la otra con el de Navarra. Por eso ella y su hija se fueron a Barcelona, bajo la protección de la familia del prometido de Sancha, que en aquellos momentos contaba pocos meses de edad. Así pues, la primera infancia de Sancha se desarrolló seguramente en la corte de la reina Petronila, donde no sería raro que jugara con el que luego sería su marido, al menos hasta la muerte de Ramón Berenguer IV, sucedida en Borgo San Dalmazzo, en el Piamonte, camino de Turín para entrevistarse con Federico I Barbarroja, en agosto de 1162, fecha a partir de la cual el niño Alfonso, de cinco años, se convertía en Alfonso II, rey de Aragón y conde de Barcelona. Un año antes, el 17 de noviembre de 1161, Riquilda, la madre de Sancha, se había casado de nuevo, esta vez con Ramón Berenguer III de Provenza, sobrino del padre de Alfonso, con el que había muy buena y frecuente relación, y quizá llevase a su hija con ella. Sin embargo, era bastante habitual en aquella época que, tras el compromiso de matrimonio, la mujer fuese a vivir con la familia de su futuro marido para ir amoldándose a las costumbres y a la educación, y, en el caso de las familias reales, también para adaptarse al protocolo, las normas, el idioma y las relaciones cortesanas del medio en el que iba a vivir y reinar. En cualquier caso, de los primeros años de su infancia y su adolescencia no sabemos nada. Habrá que suponer que Sancha recibiría una esmerada educación, tal como se hacía entonces, encaminada al aprendizaje de las enseñanzas necesarias para las funciones que debía cumplir, las de madre y las de reina, con
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arreglo, como es natural, a la doctrina de la Iglesia. Seguramente sabría leer, pero no es probable que supiera escribir, porque para eso estaban los escribanos. Si en su adolescencia estuvo en contacto con la Provenza, conocería la poesía provenzal, que vivía en esos días su momento de esplendor. No podemos olvidar que es la época de Leonor de Aquitania, Ermengarda de Narbona, María de Francia…, todas ellas aficionadas a esa literatura y protectoras de los trovadores en sus cortes. Posteriormente Sancha tuvo en la suya a varios de ellos, incluido su marido, que además de rey fue trovador. Veamos ahora cómo era Alfonso y las vicisitudes por las que pasó hasta su matrimonio con Sancha.
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ALFONSO II, REY DE ARAGÓN Y CONDE DE BARCELONA: SU ESCASA INFANCIA Y LOS PRINCIPIOS DE SU REINADO Aunque la fecha y el lugar de su nacimiento fueron dudosos durante algún tiempo, en este momento la mayoría de los historiadores aceptan que tuvo lugar en Huesca en la primera quincena de marzo de 1157, tal como señaló Antonio Ubieto.1 Parece que los primeros cinco años de su vida los pasó en su ciudad natal —a la que volvería con bastante frecuencia—, seguramente en el palacio real, algunas de cuyas estancias, que aún hoy podemos visitar, se edificaron durante su reinado. De hecho, la capilla real, dedicada a san Nicolás, que algunos autores creen que era lo que hoy se conoce como sala de Doña Petronila, fue donada a Montearagón por Alfonso II el 28 de octubre de 1195 con una serie de condiciones para su culto y su mantenimiento.2 El 7 de agosto de 1162, cuando acababa de cumplir cinco años, murió su padre, Ramón Berenguer IV, y con ello terminó la infancia de Alfonso, puesto que a partir de ese momento se convirtió en rey de Aragón y conde de Barcelona. Así lo disponía en su testamento Ramón Berenguer, que además lo ponía bajo la tutoría y la protección del rey Enrique II de Inglaterra. La reina viuda, Petronila, se apresuró a mandar a Bernardo, arzobispo de Tarragona, como embajador ante la corte inglesa para notificar la muerte de su marido y asegurar los pactos de amistad y alianza con el monarca inglés. No obstante, Fernando II, rey de León, se
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arrogó también la tutoría, como se manifiesta en un documento expedido el 27 de septiembre en Ágreda,3 donde se encontraron ambos reyes para ratificar convenios suscritos por sus predecesores. En él, Fernando II, después de recordar su parentesco con el rey de Aragón, «qui meam sororem ducitis in uxorem, et religione sacramenti», es decir, ratificar el compromiso de matrimonio entre Sancha y Alfonso que habían firmado en 1157 Ramón Berenguer IV y Alfonso VII en el pacto de Lérida, del que ya se ha hablado, se ofrece como tutor y protector del nuevo rey aragonés y de su reino. Esta proposición no gustó a los barones ni a los eclesiásticos del reino y, aunque no está documentado, para asesorar al niño rey se debió de crear una suerte de consejo de regencia formado por el arzobispo de Tarragona y los obispos de Barcelona y Zaragoza, y el de Tarazona en ocasiones, además de por importantes nobles aragoneses como Pedro de Castillazuelo y Fortuño Aznar, señores de Calatayud y Tarazona respectivamente, y otros, así como el conde de Pallars y otros nobles catalanes, que acompañaban al monarca en esos primeros años de su reinado, hasta que llegó a la mayoría de edad. Se encargó asimismo de su educación Ramón Berenguer III, conde de Provenza, primo del rey niño y casado, como se ha dicho, con Riquilda de Polonia, madre de Sancha. También lo debía de asesorar su madre, la reina Petronila, y quizá por esta razón en octubre convocó una asamblea de nobles en Huesca ante la cual confirmó el testamento de su marido, en el que, como hemos visto, se establecía la tutoría del rey de Inglaterra. De esta forma, al estar tan alejado el tutor, de alguna manera la reina apoyaba a los nobles aragoneses frente al rey de León, demasiado cercano y ambicioso. Petronila asumió, aunque con discreción, el gobierno y la administración del reino aragonés,4 mientras que los territorios catalanes quedarían en manos de Ramón Berenguer III, conde de Provenza y primo del rey. La mayor preocupación de la reina viuda era mantener la paz y la
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estabilidad del reino, y por ello no dudó en establecer una tregua de trece años con el rey de Navarra. Tampoco dudó en actuar con firmeza en un episodio que habría podido desestabilizar Aragón. En efecto, en esos años debió de aparecer un personaje que decía ser Alfonso I el Batallador y mantenía que no había muerto a raíz de la batalla de Fraga, sino que había escapado y viajado hacia oriente, donde había permanecido todo ese tiempo. El caso es que el impostor iba adquiriendo adeptos y seguidores, quizá entre algunos nobles que no veían con buenos ojos que Petronila interviniera en las cosas del reino, según nos da a entender Zurita,5 pero la reina mandó detener y luego ajusticiar al falso Alfonso I cuando volvió de Francia, adonde se había dirigido, motivo por el cual Alfonso II había enviado al rey de Francia Luis VII dos cartas en las que le pedía que lo arrestara y lo castigara,6 pues sin duda prefería que se le ajusticiara fuera del reino para evitar disturbios, porque al parecer había conseguido atraer a muchos crédulos. La reina, por tanto, resolvió el conflicto de manera expeditiva tratando de impedir la inestabilidad del reino. Sin embargo, Petronila debió de ser sensible al malestar de la nobleza y, para evitar males mayores, el 18 de junio de 1164, en Barcelona, con el consejo y la conformidad7 de Hugo, arzobispo de Tarragona; Pedro, obispo de Zaragoza; Guillermo, obispo de Barcelona; Arnal Mir, conde de Pallars, y los nobles aragoneses Pedro de Castillazuelo, Diosayuda, Pedro Ortiz, Blasco Romeo, Jimeno de Artusella, Dodón de Alcalá y Fortuño Maza, así como los catalanes Guillermo Raimundo, dapifer, y Guillermo y Alberto de Castellvell, y otros magnates tanto aragoneses como barceloneses —dice el documento—, dona a su querido hijo Alfonso y a su posteridad «todo el Reino de Aragón en su integridad»: ciudades y castillos, villas, iglesias y monasterios, tierras cultivadas y yermas, rocas, montes y fortalezas y aguas, todas las potestades, caballeros y hombres, dominios y señoríos, tanto
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de las tierras como de los hombres y con todos los términos, posesiones y pertenencias que a dicho Reino de Aragón pertenecen y deben pertenecer por cualquier modo como siempre mi abuelo y mi bisabuelo tuvieron o debieron tener, con entradas y salidas suyas en su integridad, junto con todas las ampliaciones y adquisiciones que, con la ayuda de Dios, puedas conseguir, por todo y en todo te entrego, dejo libre y dono a ti, hijo mío rey Alfonso, y a toda tu descendencia, con toda su integridad, sin ninguna reclamación y ningún dominio retenido por mí.
La reina confirma igualmente, como lo había hecho con anterioridad en Huesca, el testamento oral de su marido, del que habían sido testigos y que luego habían puesto por escrito el dapifer Guillermo Raimundo, Alberto de Castellvell y el maestro Guillermo, capellán de Ramón Berenguer IV. En ese testamento Ramón Berenguer IV dejaba también a su hijo Pedro la Cerdaña, el señorío de Carcasona y de las demás honores que poseía en feudo Trencavel y los del Narbonesado. Todos estos bienes habían de quedar en manos del primogénito, Alfonso, hasta que Pedro fuera armado caballero. A su hijo menor, Sancho, no le dejó nada, pero le otorgó derechos sucesorios en caso de que sus hermanos murieran. No hay ni siquiera mención de su hija Dulce, que a la muerte de su padre debía de tener unos dos años y que luego contraería matrimonio con el rey Sancho I de Portugal. Con este acto, lleno de solemnidad, la reina Petronila entrega a su hijo el reino del que hasta ese momento era ella la titular y que seguramente podía haber mantenido hasta que su hijo alcanzase la mayoría de edad, porque Ramón Berenguer en su testamento había legado a su hijo lo que jurídicamente le podía legar: la honor del condado de Barcelona y Aragón, pero no la titularidad del reino, que siempre había pertenecido a Petronila. La reina ni siquiera se reserva Besalú y Ribas, villas que le había dejado su marido. Según Zurita, Petronila se fue a vivir a Barcelona.
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Así pues, a los siete años —edad en la que los hijos salían del cuidado de las madres y pasaban a formar parte del mundo de los hombres— Alfonso es rey de Aragón y conde de Barcelona con todas las garantías jurídicas. El 27 de ese mismo mes Alfonso se encontraba en Calatayud y quizá se había entrevistado allí o en algún lugar cercano con el rey de Castilla, Alfonso VIII —también menor de edad, y por ello acompañado de su tutor, Manrique Pérez de Lara, regente de Castilla—, seguramente para un pacto de no agresión hacia Castilla, que en esos momentos se encontraba debilitada por las guerras entre los Lara y los Castro y por las incursiones y la apropiación de territorios que estaba realizando Fernando II, rey de León, por lo que le era muy necesaria la neutralidad aragonesa. En la primavera del año 1166 muere Ramón Berenguer III, conde de Provenza, a consecuencia de las heridas sufridas en la lucha contra la ciudad de Niza. Fallece sin descendencia masculina, aunque había tenido un hija, Dulce, con Riquilda de Polonia. Alfonso II, primo del difunto conde, con el consejo, según nos dice Zurita,8 de los obispos de Zaragoza, Barcelona y Tarazona y de los ricoshombres Artal Mir, conde de Pallars y señor de Fraga y Ricla; Blasco Maza, señor de Borja; Fortún Aznárez, señor de Tarazona; Marco Ferriz, señor de Lizana; Sancho Íñiguez señor de Daroca; Pedro de Castillazuelo, señor de Calatayud; Pedro Ortiz, señor de Fuentes; Ortí Ortiz, señor de Pina; Galindo Jiménez, señor de Belchite; Jimeno de Urrea, señor de Épila y Urrea, y Peregrino de Castillazuelo, señor de Alquézar, tomó el título de marqués de Provenza, aunque oficialmente, en los documentos, empezó a usar ese título al año siguiente. Alfonso aún no había cumplido diez años. Esta nueva situación a la que hubo de enfrentarse le supuso tener en contra a Raimundo V, conde de Tolosa, al que fue aislando poco a poco atrayendo a diversos señores feudales del Midi —Foix, Bearne, Bigorra, Béziers, Carcasona…—, pero también
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motivó que entrara en contacto con la cultura provenzal, y principalmente con la poesía trovadoresca, como luego veremos. El Midi francés, ya desde el siglo xi, estaba estructurado en torno a tres zonas principales: Aquitania, la Provenza y los territorios tolosanos. Estas estaban gobernadas por tres linajes distintos: la primera, por los Plantagenet, debido al matrimonio de Enrique II de Inglaterra con Leonor de Aquitania, nieta del duque Guillermo IX, considerado el primer trovador; la segunda estaba relacionada con la casa condal catalana desde que Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, contrajo matrimonio con Dulce, heredera de los condados de Provenza y Gavaldà, los vizcondados de Millau y Rodès y el señorío de Carladès; por último, los Saint-Gilles o Sant Geli eran condes de Tolosa o Toulouse. Junto a ellos había un conjunto de nobles de rango algo menor, pero de importancia en el territorio, como los vizcondes Trencavel o los de Foix, Bearne, Bigorra, Narbona… Además estaban los pequeños señores de villas amuralladas con su castillo, normalmente vasallos de uno o varios señores más importantes. Todos ellos eran señores feudales, pero con un tinte más cortés que caballeresco en el sentido militar del término, sin una división estamental tan marcada como en otras zonas en la misma época y con una nobleza más aficionada a la cultura, las discusiones intelectuales y las costumbres profanas. A esto se unía la existencia de numerosas ciudades relativamente bien pobladas y enriquecidas con el comercio que configuraban una sociedad específica y peculiar. En ella se desarrolló el mundo de los trovadores, los escritores y los músicos de extracción aristocrática, aunque también los hubo burgueses, clérigos y artesanos. Su poesía, que era amorosa (cansó) pero también política (sirventés), se difundía por medio de juglares que recorrían amplios territorios cantando los poemas compuestos por sus señores (cada trovador tenía a su servicio uno o varios juglares), precedidos de las raçós, textos que explicaban el motivo de lo que se fuera a escuchar a continuación.
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La cansó es la máxima expresión de lo que se llama amor cortés o fin’amor. En ella se muestra a la dama —normalmente casada— como señora —en el sentido feudal de la palabra— de su enamorado, que se convierte así en su vasallo, y por tanto los vínculos feudales se trasladan a las relaciones entre ambos sexos. En la mayoría de los casos estas relaciones eran platónicas, como asumen numerosos historiadores que han tratado este tema, puesto que una de las características de esta poesía era la inalcanzabilidad de la dama en cuestión, y el hecho de que la esposa fuera cortejada por otros nobles servía incluso para dar prestigio al propio marido. Diferente carácter tenía el sirventés, poema de carácter político que servía para criticar a los enemigos, a veces con gran crueldad, o para ensalzar a los amigos en un territorio en el que había frecuentes enfrentamientos entre distintos señores feudales y en el que el conde de Tolosa pretendía obtener la hegemonía sobre todos ellos. Son textos de una gran importancia desde el punto de vista histórico porque aportan datos que no figuran en los documentos oficiales y constituyen una visión complementaria a ellos. Alfonso se vio obligado por tanto a viajar por la Provenza y a entrar en contacto con su sociedad y su cultura. Así, durante el año 1167 lo vemos recorrer distintas poblaciones confirmando donaciones y privilegios y otorgando su protección a diversas instituciones eclesiásticas con la intención de atraerse a los habitantes provenzales y afianzar su poder allí. Y un medio inteligente que empleó el rey aragonés para lograr estos fines fue la poesía trovadoresca, como veremos. En esos años, 1168-1169, si bien seguramente sin la participación del rey, se conquistan también distintas poblaciones en el Bajo Aragón, como Caspe, Fabara, Maella, Gúdar, Monteagudo del Castillo, Valderrobres, Beceite, entre otras, y en 1169 Teruel. En marzo de 1170 Alfonso II dona las iglesias de Teruel, Cella y Monreal al obispo de Zaragoza y al cabildo de la Seo. Además se ocupan
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otras tierras de la actual provincia de Tarragona, como Gandesa, Orta de San Juan, Amposta… Igualmente diversos nobles, tanto del Midi como de los territorios de la Corona de Aragón, le entregan sus castillos y le prestan homenaje al devolvérselos el rey con carácter de feudos. En ese mismo año, el 30 de abril recibe el homenaje de María, vizcondesa del Bearne y pariente del rey,9 por los territorios del Bearne y Gascuña. Ella se compromete a no tomar marido sin la autorización de Alfonso II, quien a su vez le confirma todos los bienes que sus antepasados tuvieran en Aragón. Al año siguiente el rey la casará con Guillermo de Moncada. En junio se reunía en Sahagún con Alfonso VIII, rey de Castilla, a ruegos del cual el de Aragón se comprometía a una tregua de cinco años, a partir del 1 de enero del año siguiente, con el rey Lobo de Valencia y Murcia a cambio de un censo anual de 40 000 morabetinos mayores de oro. Sin embargo, a mediados de 1171 los almohades se apoderaron de Valencia y lo acordado con el rey Lobo ya no tenía valor, de manera que se perdió el censo y además hubo que fortificar10 puestos defensivos en todos los accesos desde Valencia hacia los territorios aragoneses y catalanes. Las Navidades del año 1170 las pasó Alfonso en Roda de Isábena acompañado de un séquito bastante numeroso del que formaban parte los miembros del consejo de regencia: estaban con él el obispo Guillermo de Barcelona, el obispo Pedro de Zaragoza, el conde de Pallars Arnal Mir junto con su hijo Raimundo, Berenguer de Entenza, Raimundo de Eril, Guillermo de Alcarraz, Jimeno de Artusella, Miguel Sanz de Zaragoza, Dodón de Alcalá, Pedro de San Vicente, Raimundo de Munell, Guillermo de Benavente, Bernardo de Meitat y otros muchos y nobles varones, según dice el documento.11 No sabemos si estaría también la reina Petronila para pasar esos días con su hijo. Se reunieron allí para trasladar los restos de san Ramón al nuevo sepulcro que se había esculpido y que aún hoy podemos contemplar.
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Roda de Isábena había sido sede episcopal hasta la conquista de Lérida, que tuvo lugar en 1149; de ahí su maravillosa catedral, dedicada a san Vicente Mártir, y su importante archivo, por desgracia hoy conservado en la catedral de Lérida y muy poco accesible. En cualquier caso, aprovechando que estaba allí, y seguramente a ruegos del obispo de Zaragoza, el rey solicitó al obispo de Lérida, diócesis a la que pertenecía Roda, y a los canónigos de San Vicente la cabeza de san Valero para llevarla a Zaragoza, puesto que había sido obispo de esa ciudad, que —dice el rey— «es la cabeza de todo nuestro reino». Sigue afirmando que se la dieron «después de derramadas profusas lágrimas e insistencia de ruegos», y que él con sus propias manos se la entregó al obispo de Zaragoza. En agradecimiento concedió a San Vicente de Roda el castillo y la villa de Monterruebo, situados entre Berbegal y Fornillos,12 con sus iglesias y con todos sus bienes, con el fin de que sus rentas fueran para la mensa canonical. Además otorgó a los canónigos 100 sueldos anuales de las rentas reales en Monclús para sus gastos de vestuario, así como la décima parte de las rentas reales de Roda y de Ribagorza y de todos los lugares de su antiguo obispado, tal como la tenían en tiempos de su antecesor Sancho Ramírez, para la iluminación del templo. Mandó también que no se mantuviera en Roda ningún castillo con soldados, sino que contaran con su propio baile, es decir, que fuera una propiedad exclusivamente eclesiástica. Así pues, en esos años que precedieron a su matrimonio, Alfonso II se dedicó a afianzar su poder, a conquistar y repoblar el Bajo Aragón y a fortificar las comunicaciones, pero también inició una política muy sofisticada para atraerse a sus súbditos provenzales —política que continuaría a lo largo de sus años de reinado—, que consistió en implicarse con la poesía provenzal y con sus autores, los trovadores. En efecto, Alfonso debió estudiar y conocer a fondo esta poesía —que no era fácil de escribir y cantar porque tenía unas estrictas reglas— y se dedicó a cultivarla,
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seguramente porque le gustaba y estaba dotado para ello, pero también porque se difundía a través de los juglares por todas las pequeñas cortes de la Provenza y de otros territorios y finalmente funcionaba como una especie de publicidad indirecta, aunque no siempre benevolente, como veremos. Hay que tener en cuenta que Alfonso II actuaba como rey, pero por sus títulos de marqués de Provenza y conde de Barcelona era considerado por muchos nobles provenzales y sobre todo catalanes como un igual, y por lo tanto sufrían muy mal que Alfonso intentase crear estructuras de Estado que los llevaran a tener que conducirse como vasallos.13 De ahí los numerosos enfrentamientos en que se vio implicado, principalmente con los grandes nobles de la vieja Cataluña, pero también con los nobles provenzales. Sin embargo, el rey aragonés, a partir de su mayoría de edad, supo rodearse de nobles de nivel medio y de expertos en leyes que lo ayudaron a construir cierta administración centralizada que no existía ni en la Corona de Aragón ni en la Provenza y a fundamentar su derecho mediante la conservación y el uso de los documentos de sus antecesores, lo que dio origen al Liber feudorum maior que mandó redactar. Solamente se han conservado dos obras del rey Alfonso el Trovador,14 de carácter muy distinto: la primera de ellas es un partiment o debate sostenido con Giraut de Bornelh —llamado maestro de los trovadores por su buen hacer— sobre un tema que se debatía con relativa frecuencia entre los trovadores: la posibilidad de que existiera un verdadero amor entre una dama y un hombre poderoso, o, dicho de otro modo, la cuestión de si una dama debía dar su amor a un caballero simplemente porque fuera poderoso, y si en ese caso era amor o simple sumisión. Según los estudiosos del tema, el rey lo debió de escribir hacia la segunda mitad del año 1170, para unos, o en 1172, para los más. La segunda mitad de 1170 la pasó el rey por tierras aragonesas, después de firmar a principios de junio en Sahagún el
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tratado mencionado más arriba, y en julio volvió a reunirse con Alfonso VIII de Castilla, esta vez en Zaragoza para firmar un nuevo acuerdo de ayuda mutua. En 1172 permaneció en Perpiñán varios días de julio para recibir la herencia de Gerardo II, conde del Rosellón, que le había dejado todos sus dominios al morir sin descendencia, y allí le prestaron homenaje todos los habitantes de la ciudad, a los que el rey les confirmó sus usos y costumbres. En diciembre se encontraba en Montpellier, donde seguramente pasaría las Navidades, y allí el conde Beltrán le entregó el condado de Melguell —que el rey le devolvió en feudo— y le prestó homenaje. Parece más razonable que el partiment se realizase por esas fechas, cuando Alfonso habría cumplido ya los quince años. Lo cierto es que el rey aragonés salió airoso de un debate que le podía haber resultado embarazoso por el tema y también por competir con un trovador muy reconocido y respetado en aquellos momentos. La segunda composición es una cansó en la que el rey se declara enamorado de una dama y, según se deduce del poema, ella le corresponde. Según Martín de Riquer, el rey se expresa en términos delicados y elegantes, empleando los típicos recursos del amor cortés, pero con acierto y con un lenguaje provenzal perfecto. No se sabe la fecha de redacción de la cansó, y tampoco sabemos si Alfonso escribió otros poemas —como sería lo natural si era aficionado— que no hayan llegado hasta nosotros, pero lo que sí es cierto es que aprendió con facilidad la lengua de Provenza y la usaba con soltura. Mucho se ha hablado acerca de la castidad o la lujuria de Alfonso II,15 aunque, en mi opinión, no era ni casto ni lujurioso. El primer adjetivo se encuentra ya en la Crónica de San Juan de la Peña, pero al parecer no tiene más fundamento que el que no se le conocieran hijos ilegítimos, algo bastante común entre sus antecesores y sus sucesores; en cuanto al segundo, deriva de los poemas de algunos trovadores, en concreto de Guilhem de Berguedan y
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Bertran de Born, pero sobre todo de Giraut del Luc, adepto entusiasta del conde de Tolosa, enemigo de Alfonso. Ninguno de los tres tiene mucha credibilidad. Guilhem de Berguedan atacaba a todo aquel que, por una razón u otra, no le caía bien, a veces con insidias crueles: al obispo de Urgel lo acusaba de violaciones y actos deshonestos porque era enemigo del vizconde Arnal de Castellbó, cátaro y amigo tanto de Guilhem de Berguedan como de Ponce de Cabrera, noble que se rebeló en numerosas ocasiones contra Alfonso II; a Ponce de Mataplana, porque era de alto linaje y el trovador era su vasallo por tener en feudo algunas de sus posesiones, lo ridiculizaba por su homosexualidad; a Pedro de Berga, su vecino territorial, lo tildaba de traidor y de marido consentidor; y al rey de Aragón, porque hacía frente a los nobles insurrectos, lo acusaba de lujurioso y de apropiarse de castillos con engaños, y animaba a los rebeldes a enfrentarse a él. Guilhem de Berguedan formaba parte de la nobleza intermedia, era señor de cinco castillos, contaba con numerosas propiedades y disponía de vasallos a su vez, pero debía de tener un carácter atrabiliario y se dejaba llevar por la ira, como demuestra el hecho de que el 3 de marzo de 1175 asesinara a traición a Ramón Folch de Cardona, uno de los magnates más importantes de Cataluña. Este trovador acusaba al rey Alfonso de haberse apropiado de varios castillos de la vizcondesa de Béziers después de que esta le hubiera dado su amor: «te dio su amor y tú te apoderaste de dos ciudades y un ciento de castillos suyos», decía. La vizcondesa, Azalais o Adelaida de Burlatz, estaba casada con Roger II Trencavel, vizconde de Carcasona y Béziers, y era hija del conde Raimundo V de Tolosa, enemigo encarnizado del rey de Aragón, al que quería despojar de la Provenza. Desde 1171 Roger II era un fiel aliado de Ermengarda, vizcondesa de Narbona y pariente del rey aragonés, a la que atacaba también el conde de Tolosa en sus afanes expansionistas. Así las cosas, en 1179, en Carcasona, el vizconde y Alfonso II llegaron a un acuerdo por el que
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Roger entregó al rey el castillo de Laurac y la tierra del Lauragais, la ciudad y el territorio de Razès, Salt, Termenès y el castillo de Minerva, y se declaró vasallo del rey de Aragón, que le devolvió lo anterior con carácter de feudo y con el compromiso de que el vizconde hiciera la guerra y la paz con el conde de Tolosa cuando Alfonso lo mandase.16 De los territorios mencionados, solamente el castillo de Minerva se podría considerar arrebatado a Azalais, puesto que fue su dote, pero estaba enfeudado al rey de Francia; y no hay que olvidar que todos estos territorios ya eran vasallos de Ramón Berenguer IV, puesto que en su testamento se los dejó a su hijo Pedro, como ya hemos visto. Por otra parte, Alfonso II estableció varios acuerdos de este tipo con otros nobles del Midi para afianzar su posición y aislar al conde de Tolosa. Respecto a los amores con Azalais, no pueden afirmarse ni negarse, aunque está claro que Guilhem de Berguedan no aportaba datos ciertos. No obstante, hubo un segundo trovador, Arnaut de Mareuil, enamorado también de Azalais, que afirmaba que Alfonso II estaba celoso por la forma en que miraba ella al trovador, y que eso había provocado que lo expulsasen de la corte de la vizcondesa. Quizá estos amores fueron ciertos, aunque en la poesía cortés nunca se puede distinguir con claridad si se llegaba a relaciones carnales o bien, como parece que ocurría en la mayoría de las ocasiones, se trataba de amores corteses y puramente platónicos a los que los propios maridos no solían dar trascendencia, sino que incluso los consideraban una forma de darse importancia por tener una esposa que atraía a numerosos nobles a su corte.17 De todos modos, en ningún caso Alfonso da la imagen de ser una persona lujuriosa o un violador de monjas,18 de lo que lo acusaba Giraut del Luc, otro de los trovadores que calumniaron al rey de Aragón porque atacaba a los nobles catalanes sublevados contra él, cuestión de la que hablaremos más adelante. En cuanto a Bertran de Born, sus escritos eran más políticos y tendían a deslegitimar al monarca aragonés, como iremos viendo,
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entre otras cosas, acusándolo de matar a su tío, sin duda en referencia al mencionado episodio del falso Alfonso I. Frente a estos tres —o cuatro, si se cuenta a Arnaut de Mareuil—, hubo numerosos trovadores que definían al rey aragonés como generoso y liberal y hablaban de la buena acogida que les dispensaba en su corte, y algunos de ellos, una vez regresados a sus países, expresaban la nostalgia que sentían de su estancia en Aragón. El rey acogió a muchos de ellos, como Giraut de Bornelh, Peire Vidal, Raimbaut de Orange, Folquet de Marsella, Peire Rogier, Peire Raimon de Tolosa, Uc Brunet, Arnaut Daniel, le Moine de Montaudon, Pons de Capduelh o Raimbaut de Vaqueiras.19 Aun cuando seguramente no eran muy imparciales, estos nos transmiten una imagen muy distinta de Alfonso, al que dibujan como una persona afable, generosa y hospitalaria. El 15 de octubre de 1173 moría en Barcelona la reina Petronila, madre de Alfonso. Contaba treinta y siete años y había tenido cuatro hijos y una hija, aunque el primero, Pedro, nacido en 1152,20 murió al poco tiempo en Huesca. Los demás fueron el rey Alfonso, los infantes Pedro y Sancho y la infanta Dulce, que casó en 1175 con Sancho I de Portugal. La reina, viéndose enferma, había dictado su última voluntad el día anterior, reiterando que dejaba su Reino de Aragón íntegramente a su hijo Alfonso y mandando que la enterraran en la catedral de Barcelona y que su familia la vistiese para su sepelio con la dignidad adecuada. Alfonso II había estado en Barcelona el 16 de septiembre, y es de suponer que visitaría a su madre, pero durante el mes de octubre se le documenta en Lérida los días 3, 20 y 31. Posiblemente permaneció con ella entre los días 4 y 19 y seguramente asistió a su enterramiento en la seo barcelonesa.21 El último testamento de Petronila se publicó el 24 de octubre. No sabemos si mientras aún vivía su madre se iniciaron las negociaciones para el matrimonio de Alfonso con Eudoxia, sobrina del emperador Manuel I Comneno, según Zurita22 por las
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desavenencias que en aquellos años había con el rey de Castilla, pero cuando la princesa bizantina llegó a la Provenza Alfonso II ya había contraído matrimonio con Sancha de Castilla. Poco tiempo después Eudoxia se casó con Guillermo VIII de Montpellier, y de esta unión nació María de Montpellier, la futura esposa de Pedro II y madre de Jaime I. Este hecho también fue criticado y desvirtuado años más tarde por los trovadores, porque dijeron que el rey Alfonso se había quedado con los presentes y el dinero que traía Eudoxia y la había enviado de vuelta a su tierra.
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SANCHA Y ALFONSO Tenemos una descripción física de Sancha23 según la cual medía 1,70 metros —es decir, era bastante alta para la época— y su complexión era fuerte más que delgada. Sus ojos eran grandes, su frente amplia, su nariz aguileña y tenía un abundante cabello rubio casi rojizo. Estas características físicas, poco frecuentes en la época, pudieron venirle de su ascendencia germánica por parte de madre.24 De Alfonso algún trovador dijo que era alto y flaco. Debían de hacer una buena pareja. Él no había cumplido los diecisiete años y ella no tenía aún diecinueve. El 18 de enero de 1174 se celebraron los esponsales en Zaragoza, seguramente en el palacio de la Aljafería, que era residencia real. Se conserva el documento de donationem propter nupcias o esponsalicio en el que Alfonso II hace donación a su «esposa Sancha, ilustrísima reina» de numerosos lugares en Aragón —Monclús, Barbastro, Pomar (de Cinca), Tamarite (de Litera), Naval, Zaidín, Mequinenza, Bolea, Cuarte, Tierz, Pina (de Ebro), Almonacid y Alfamén, con todos sus términos y derechos— y en Cataluña —Tarragona, Ciurana (con todos sus términos, castillos y villas, excepto lo que allí hubiera donado al arzobispo de Tarragona), Tortosa, Ascó, Castelldans, Almenara, Camarasa, Cubells, Cervera, Tárrega, Manresa, «San Pedro de Villafranca», Arbós, Montblanch, San Feliú, Viladecans, Tarrasa, Caldas (¿de Bohí?), «Modiano», «Osor», «Caldas de Gerundensi» (¿Caldas de Malavella?), Llagostera, Palafrugell, Besalú—, y además los prados que
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estaban situados más arriba del monasterio de Arlés. Añade también el condado de Rosellón, que había heredado recientemente.25 Firmaron el documento, además del rey, el legado apostólico cardenal Jacinto, que posteriormente fue papa como Celestino III; Guillermo, arzobispo de Tarragona e igualmente legado apostólico; Berenguer, abad de Montearagón, hermanastro del rey por ser hijo natural de Ramón Berenguer IV; fray Arnal de Torroja, maestre del Temple; Arnal, obispo de Urgel; Pedro, obispo de Pamplona; Ponce, obispo de Tortosa; Pedro, obispo de Vich; Juan Frontín, obispo de Tarazona; Guillermo, obispo de Gerona; Bernardo, obispo de Barcelona, y Guillermo Pérez, obispo de Lérida. Como se puede ver, estaban presentes las máximas autoridades eclesiásticas, aunque no firmaron ni el obispo de Zaragoza Pedro Torroja ni el obispo Esteban de Huesca, que, no obstante, parece que asistieron al acto. A continuación el documento anota una serie de notables que Zurita asume como presentes en la donación además de los ya mencionados obispos de Zaragoza y Huesca: Arnal Mir, conde de Pallars, señor en Ricla; Jimeno de Artusella, mayordomo del rey, señor en Loarre y en Bolea; Sancho Ramírez, alférez del rey; Pedro de Castillazuelo, señor en Calatayud; Pedro de Arazuri, señor en Huesca y en Daroca; Blasco Roméu, señor en Zaragoza; Jimeno Roméu, señor en Tarazona; Blasco Maza, señor en Borja; Artal, señor en Alagón; Galindo Jiménez, señor en Belchite; Diosayuda, señor en Sos; Gombaldo, señor en Biel; Pedro de Alcalá, señor en Tamarite (de Litera) y Peregrino (de Castillazuelo), señor en Barbastro y en Alquézar. Asistieron, por tanto, los nobles más importantes del Reino de Aragón, pero no había representantes nobiliarios de la mayoría de las casas catalanas, al menos en la firma del documento, aunque es de suponer que estarían en la ceremonia del matrimonio —que seguramente se celebraría unos días después—, como poco, los más cercanos al rey. No pudo faltar tampoco el rey de
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Castilla, Alfonso VIII, sobrino de Sancha, que había querido unos años antes que Alfonso de Aragón estuviera presente en sus bodas con Leonor, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, celebradas en Tarazona en septiembre de 1170. Zurita nos dice de estas bodas: Las fiestas fueron en aquella ciudad [Tarazona] por el mes de septiembre del año de 1170 cuanto la grandeza de aquellos príncipes lo requería: porque el rey de Castilla se quiso señalar más en esto que cuantos príncipes antes de él reinaron y se había acostumbrado, teniendo gran cuenta que el rey de Inglaterra su suegro era el más estimado rey que había en la cristiandad.26
Algo similar debió de suceder en las bodas de Alfonso II y Sancha, a las que pudieron asistir igualmente Fernando II, rey de León y hermanastro de Sancha, y Riquilda de Polonia, la madre de la novia, por esas fechas casada por tercera vez, con el conde de Tolosa Raimundo V. Las fiestas solían durar varios días, en los que se agasajaba a los invitados con banquetes y diversos entretenimientos, entre los que sin duda no faltarían los juglares cantando poesías de los trovadores más conocidos del momento. Quizá uno de los actos más vistosos fuera el cortejo real, con todos los participantes engalanados con sus mejores ropas trasladándose desde la Aljafería hasta la catedral de San Salvador acompañados en las calles por los habitantes de Zaragoza, que no se querrían perder la ocasión de ver a sus reyes y a su séquito en todo su esplendor y de participar de algún modo en los festejos que se desarrollaban, aun cuando solo fuera como observadores. Otro acontecimiento se produjo además en estas celebraciones: según dicen los cronistas, Alfonso II se armó caballero y con el matrimonio adquirió la mayoría de edad, de modo que pudo actuar ya de forma autónoma, sin necesidad de ser asistido por el consejo de regencia.
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Por su parte, Sancha dejó de ser la eterna prometida y comenzó a ser reina de Aragón, condesa de Barcelona y marquesa de Provenza. De ella se esperaba que tuviera hijos y que apoyase a su marido en su labor de gobierno, y cumplió con ambas expectativas. Alfonso siempre la trató con respeto; al menos eso se desprende de los calificativos que le otorga en diversos documentos en los que se dirige a ella como «venerabilem Sanciam, nobilissima regina, regine dilecte uxori mee». Acompañó en numerosas ocasiones a su marido, sobre todo cuando había asuntos que solventar relacionados con los territorios que constituían sus arras —y en esas ocasiones la reina firmaba como señora y «dominatrix» de dichos lugares—, pero también pasó muchas temporadas sola en alguna de las residencias reales, seguramente ocupándose de la administración de la casa real y, conforme fueron llegando, entregada a la crianza de sus hijos. En esa época, como es sabido, los matrimonios —y mucho más los de reyes y grandes nobles— no se celebraban por amor, sino que se concertaban por intereses políticos o económicos y normalmente se acordaban entre los padres de los futuros contrayentes, como en el caso que nos ocupa. Sancha, por lo tanto, sabía a lo que se atenía, de acuerdo con las costumbres de entonces, pero no parece que su matrimonio fuera desgraciado, como lo fue el de su hijo Pedro con María de Montpellier, sino que da la impresión de que Alfonso y Sancha se llevaron bastante bien, se ayudaron mutuamente y tuvieron una relación amistosa. Varios trovadores mencionan a la reina en sus poemas en términos elogiosos.27 Así, Peire Vidal la describe como «la preciada Reina de Aragón Doña Sancha, superior a todas las reinas, exenta de defectos, franca, leal, querida de todos y agradable a Dios».28 Incluso Bertran de Born, tan duro con el monarca aragonés, la califica de «buena reina» y pacificadora. Respecto a su marido, dicen de él que era franco, bueno, valiente, cortés, generoso, mesurado y buen guerrero. Aun cuando estos calificativos pueden considerarse
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en parte aduladores, no cabe duda de que tanto Alfonso como Sancha fueron personajes queridos entre sus contemporáneos. Habitualmente los reyes medievales no permanecían mucho tiempo en el mismo sitio, sino que iban recorriendo los territorios que estaban bajo su dominio para ejercer su función sentenciando pleitos, otorgando cartas de población o privilegios, haciendo donaciones, recibiendo el vasallaje de sus nobles y también, en determinadas ocasiones, haciendo la guerra a sus vecinos o a los musulmanes. No obstante, en Aragón, Huesca se consideró ciudad real. En ella los monarcas realizaron numerosas estancias y seguramente algunos de sus hijos nacieron en el palacio situado en el punto más alto de la ciudad —cerca de donde estaba la zuda musulmana—, del que se conservan aún algunas salas que se construyeron en este reinado. Residencia real sería sin duda el palacio de la Aljafería de Zaragoza, y posiblemente hubiera también residencias secundarias en lugares como Barbastro, Monzón —como se observa en el documento mencionado un poco más abajo—, Jaca y Lérida, que en aquella época era aragonesa. En el caso de Alfonso II, y como muestra de su itinerancia, el año de su boda debió de permanecer en Zaragoza hasta finales de enero, pero el 1 de febrero se encontraba en Almenar (Lérida), donde delimitó los términos de Alguaire. En el mismo mes se encontraba en Calatayud, y allí hacía donación al monasterio aquitano de La Sauve-Majeure del castillo de Alcalá —lugar luego denominado por ello Alcalá de la Selva—, situado en la actual provincia de Teruel y en aquel momento en la frontera con los musulmanes. La donación se hace precisamente para que los monjes repueblen y defiendan el castillo y sus términos. En marzo estuvo en Tarragona concediendo el castillo de Torrente de Cinca a los hospitalarios y en abril se encontraba en Jaca, donde realizó un convenio con el monasterio de San Juan de la Peña, al que concedió una renta anual de 30 morabetinos a cambio de una honor
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que tenía el monasterio en Monzón porque, según dijo el rey, en esa localidad no tenía donde alojarse. En ese mismo mes se dirigió a Huesca —en aquellos momentos ciudad real en la que suponemos que la reina Sancha pasaría largas temporadas— y confirmó los privilegios y las honores que sus antecesores habían concedido a las catedrales de Jaca y Huesca, otorgando a esta última además el diezmo de la moneda y de las rentas reales. Pero el 1 de mayo estaba en San Esteban de Litera, desde donde donó a la catedral de Huesca las iglesias de Pertusa y Berbegal, «pro remedio anime mee, patris et matris mee et omnium parentum meorum»: es la primera mención a la muerte de su madre. El día 10 estaba en Zaragoza. En junio volvió a Huesca e hizo una donación al monasterio de Montearagón, del que era abad en esos momentos su hermanastro Berenguer. El 30 del mismo mes se encontraba en Lérida y entregó el castillo de Orta (Horta de San Juan) a los templarios. En julio, sin fecha en el documento, estaba en Tarazona, sin duda preparando la campaña contra Navarra, ya que en ese mismo mes tomó y destruyó la villa y el castillo de Milagro porque, según nos dice Zurita,29 desde allí se estaba atacando la frontera aragonesa. En agosto fue a Tauste y luego a Graus, donde solucionó un conflicto con el monasterio de San Victorián: al parecer, Martín de Graus y Raimundo Laguara, merino de Ribagorza —a los que el rey califica de perversos—, le habían convencido para que quitase la potestad sobre el castillo de Graus al mencionado monasterio, que, precisamente, había delegado en manos de Martín de Graus su tenencia. Descubierta la falsedad de ambos personajes, el rey devolvió dicha potestad a San Victorián. No sabemos lo que Alfonso y Sancha harían en septiembre, puesto que no hay ningún documento de ese mes, pero estaban ambos en Lérida en octubre, cuando Alfonso II hizo una donación al monasterio de Vallbona que firmó también la reina. Allí debieron de permanecer casi todo el mes, ya que el día 21 Alfonso confirmó a San Cugat del Vallés los privilegios que le habían otorgado sus
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antecesores. Posiblemente Sancha acompañaría a su marido a Perpiñán, donde permaneció el mes de noviembre y parte de diciembre para volver a finales del último mes del año a Lérida. Al parecer, durante su estancia en Perpiñán Alfonso II se entrevistó con Raimundo V de Tolosa, casado entonces con Riquilda de Polonia, la madre de la reina Sancha, como se ha dicho. Así se afirma en el escatocolo del documento por el que el rey da el hospital de Larsac, en el vizcondado de Millau, al priorato de Santa Maria de Cassià, en Béziers: «Actum est hoc apud Perpinianum […] cum scilicet dominus rex veniens de partibus Aragonie ad colloquium comitis Raimundi tendebat».30 En esos momentos las relaciones con el conde de Tolosa pasaban por una etapa de estabilidad, aunque la calma no duró mucho tiempo. Quizá la reina aprovechó para pasar algunos días con su madre mientras se celebraba la entrevista. En cualquier caso, de los primeros años de su matrimonio solamente podemos saber de las actividades de Sancha mediante los documentos de su marido en los que ella también aparece, lo cual no quiere decir que en otros momentos no estuviera junto a él o en algún lugar cercano donde pudiera estar bien acomodada. Seguramente no le acompañaría en las expediciones guerreras, aunque no era algo excepcional. A partir de 1184 la reina de Aragón otorga algunos documentos propios. Durante el año 1175 Sancha no firma ningún documento con su marido; tal vez estaba embarazada de su hija Constanza,31 que habría podido nacer a principios del mes de marzo. Alfonso estuvo por tierras aragonesas entre febrero y finales de marzo, y en dicho mes se encontraba en Huesca, donde seguramente daría a luz Sancha. En octubre el rey está en Saves, cerca de Auch, en donde concede el valle de Arán y el señorío de Borderas a Céntulo, conde de Bigorra, y a su mujer, Matella, que se declaran sus vasallos fieles. Alfonso continúa con su labor de ir aislando al conde de Tolosa y atrayéndose nuevos aliados. Va acompañado de los más importantes nobles aragoneses, así
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como del conde de Pallars, en aquellos momentos señor en Ricla, y de los obispos de Huesca, Zaragoza, Lérida y Tarazona, seguramente porque se dirige a realizar una expedición contra el mencionado conde tolosano de la que apenas han quedado noticias.32 En diciembre se encuentra aún en el Midi francés, en Limoux, al sur de Carcasona. En febrero del año siguiente están Alfonso y Sancha en Tarragona y dan en feudo los castillos de Montblanch y de La Riba a Geraldo de Jorba y su hijo Guillermo Alcharraz. El castillo de Montblanch formaba parte del esponsalicio de Sancha; por eso otorgan y firman el documento ambos. Lo mismo sucede con el acuerdo que establecen con Berenguer, arzobispo electo de Tarragona, sobre unas compras de terrenos hechas en los términos de dicha ciudad. A continuación se dirigen a Anglesola y allí el rey otorga dos documentos relacionados con el monasterio de Poblet. El primero es una donación por la que entregará el Puig de la Cebolla, junto a Valencia, en el momento en que se conquiste, con el objetivo de que los cistercienses de Poblet hagan allí un monasterio. En el segundo determina su enterramiento en ese nuevo monasterio, si estuviera ya construido; si no es así, manda que lo entierren en el de Poblet. Como se puede comprobar, Alfonso II estaba determinado a conquistar Valencia, a pesar de que desde 1171 estaba en poder de los almohades, que eran bastante temibles en aquellos momentos para los cristianos, por lo que el rey de Aragón se había visto obligado a reforzar las defensas a lo largo de los caminos que llevaban desde Valencia al Reino de Aragón y al condado de Barcelona.33 La reina no figura en ninguno de estos dos documentos, pero sí en el que otorga su marido en Lérida para conceder una serie de bienes al monasterio de Vallbona, ya en el mes de marzo. Sigue en compañía del rey en su estancia en Perpiñán, donde el 17 de ese mismo mes confirma a los habitantes de la ciudad sus usos y costumbres y, con el consejo de la reina y de los hermanos de Alfonso, Ramón Berenguer34 y Sancho, les
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concede que no tengan que trasladarse al Pueyo de los Leprosos, como había decidido el rey con anterioridad. A cambio, los habitantes de Perpiñán le entregan 6000 sueldos melgarienses. En esta ocasión Sancha actúa y manifiesta su opinión porque el Rosellón estaba incluido igualmente en su esponsalicio. Continúan viaje hacia Montpellier, donde el rey hace una donación al Temple de un prado con estanques en Amposta que firma la reina. El 18 de abril de 1176 Alfonso mantuvo una entrevista con Raimundo V, conde de Tolosa, en la isla de Guernica o Jarnèques, en el Ródano, entre Tarascón y Beaucaire, para resolver los conflictos que había entre ellos por la Provenza y otros señoríos, así como por la promesa que había hecho el rey de Aragón de dar por esposa a Dulce, hija de Ramón Berenguer de Provenza, primo del rey y fallecido en 1166, y de Riquilda de Polonia, al hijo del conde de Tolosa, que se frustró por haber fallecido Dulce hacia 1172. También trataron del esponsalicio de la propia Riquilda —que, como se ha dicho al inicio, era la madre de la reina Sancha—, en esos momentos casada con el conde tolosano. Raimundo cedió sus derechos sobre la Provenza, Gavaldà, Melgor y el castillo de Alberón a cambio de 31 000 marcos de plata.35 La reina aragonesa quizá estuvo, si no en la propia reunión, sí acompañando a su marido en el viaje y aprovechando la ocasión para verse con su madre, aunque no hay constancia documental de ello. Lo cierto es que ya no volvió a firmar ningún documento el resto del año, mientras Alfonso II permaneció en la Provenza, donde recorrió distintos lugares y llegó hasta Niza en junio. El asedio de esta ciudad había sido causa de la muerte del conde de Provenza, primo hermano del rey de Aragón y consejero suyo en los primeros años de reinado, y algunos autores creen que Alfonso II organizó la expedición en castigo por esa muerte; sin embargo, no parece que fuera así, sino que sería más bien una amenaza, y el rey, aconsejado y acompañado por sus dos hermanos, Ramón Berenguer y Sancho, firmó la paz con los cónsules y los habitantes
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de Niza, a quienes confirmó sus usos y costumbres. Recibió de ellos 25 000 sueldos melgarienses y el compromiso de pago de un censo anual, en concepto de hospedaje, de 2000 sueldos. Alfonso continuó su viaje hasta Digne, donde estaba en octubre. Mientras tanto Sancha debía de haber vuelto a Aragón. Allí habrían surgido algunos problemas en la Ribagorza, adonde la reina se dirigió en mayo y, según nos cuenta Zurita, se apoderó «de todas las fuerzas y castillos que eran de la corona real».36 El cronista no apunta nada más, pero, por lo que dice, se puede pensar que seguramente algunos nobles se habían rebelado y se habían apoderado de distintas fortalezas, y Sancha no había tenido ningún inconveniente en enfrentarse a ellos. El año 1177 fue una fecha importante para el matrimonio real: en enero Alfonso estaba en Tarascón, donde firmaba nuevos pactos con los cónsules de Pisa, pero pronto se volvió hacia sus tierras peninsulares y en abril se encontraba con la reina en Tarragona y concedía inmunidad real al monasterio de Vallbona. En junio el rey estaba en Huesca, posiblemente asistiendo al nacimiento de su primogénito varón, el infante Pedro, el cual, años más tarde, nos dice que fue bautizado en la catedral oscense.37 Esto parece indicar que debió de nacer en dicha ciudad, porque no tiene mucho sentido que hubiera nacido en otra y lo hubieran llevado a bautizar a Huesca, en unos momentos en los que se solía bautizar a los recién nacidos enseguida por temor a que falleciesen antes. Respecto al año de nacimiento, alguna crónica y otros autores lo retrasan a 1178; sin embargo, hay que considerar el hecho de que Sancha, una vez viuda, no ingresó en el monasterio de Sijena hasta el año 1197, fecha en la que su hijo Pedro debería haber cumplido los veinte años y por tanto había terminado la tutela que le había encomendado su marido en su testamento, que Sancha no habría dejado de cumplir por ninguna razón. Alfonso II se dirigió luego a Tarazona, donde otorgó varios bienes al monasterio de Veruela y dejó constancia del coloquio
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que había mantenido con los reyes de León, Fernando II, y de Castilla, Alfonso VIII. Los meses siguientes estuvo el rey en Zaragoza preparando el ejército para acudir al asedio de Cuenca, donde se encontraba en agosto. Allí confirmaba los tratados entre Aragón y Castilla y conseguía la liberación del vasallaje a Castilla por el Reino de Zaragoza, que se mantenía desde la época turbulenta de Ramiro II. Cuenca se conquistó en septiembre, y Alfonso II aprovechó para realizar una expedición contra Valencia y Lorca y volvió en octubre a Teruel, donde otorgó la carta de población y delimitó sus términos. En diciembre estaba con la reina en Calatayud y ambos concedieron la villa y el castillo de Grisén con todos sus bienes a doña Mayor y a sus socias —así figura en el documento— para que establecieran allí un monasterio hospitalario, el primero que se crearía en Aragón —aunque no perduró mucho tiempo—, y las tomó bajo su protección. Con el nuevo año los reyes se dirigieron a tierras catalanas: en febrero se encontraban en Barcelona, en donde efectuaron una donación a Guillermo de Bonastre, escribano de la reina, el cual debía de haber prestado algún servicio importante a Dulce, hermana del rey y reina de Portugal, pues les había rogado que lo favorecieran en agradecimiento. De camino a Lérida permanecen unos días en el monasterio de Santa María de Vallbona, de monjas cistercienses. El 16 de marzo se encuentran en Lérida donando el rey el lugar de Montcerdá —más tarde llamado Puigcerdá— al obispo de Urgel. El documento lo firma también Sancha. El 26 llegan a Zaragoza, donde conceden al monasterio de Vallbona una torre con sus términos y bienes que el rey tenía en Lérida. Sancha firma como señora y reina de dichos lugares, «predictorum locorum dominatricis atque regina», fórmula que suele emplear cuando se trata de bienes correspondientes a su esponsalicio. Continúan por tierras aragonesas: Zaragoza, Novillas, Tarazona, Huesca. En agosto estaban en Barbastro, y allí Alfonso, con la
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firma de Sancha también, dona a la Orden del Hospital el castillo de Ulldecona, siguiendo su política de fortificación y aseguramiento de las vías de penetración que podían tomar los almohades valencianos para adentrarse en los dominios del rey aragonés. Otra de las razones por las que, en mi opinión, se debe rechazar el mes de julio de 1178 como fecha de nacimiento del infante Pedro es que, como se puede ver, la reina Sancha estuvo viajando con su marido prácticamente todo el año, lo cual no era muy adecuado en avanzado estado de gestación ni inmediatamente después del parto. En el otoño se dirigen a tierras catalanas. En octubre, en Cervera, ambos —la reina como señora del lugar— eximen a los habitantes de Montblanch del derecho real de hospedaje a cambio de un censo de 50 morabetinos anuales. Encomiendan el castillo de Turlanda a Bernardo de Piles, a su mujer, Saurina, y a Berenguer de Compan, pariente del primero, para que lo tengan en feudo y al servicio del rey, debiendo acudir a huestes y cabalgadas, séquito y cortes. Además establecen el reparto de las rentas y los impuestos que pudiera producir el castillo y sus términos. Alfonso II trata de ir controlando a la nobleza y afianzando su poder como señor de sus vasallos;38 así, en esos meses finales del año y en los comienzos del siguiente firma distintos convenios, apoyado la mayoría de las veces por la presencia de la reina, para la encomienda en feudo de diversos castillos: Velosel a Pedro de Besora, que cancela una deuda que tenía el rey con él; el castillo de Fores a Berenguer de Fluvià; el de Conesa a Ramón de Cervera; los de Gebut, Casteldans y Cervera a Guillermo de Cervera; el de Carboneras, junto a Monzón, a Beltrán de San Esteban. Con todos ellos el rey define claramente lo que retiene para él y los servicios que deben prestarle. En marzo se dirige a la frontera con Castilla, y en Ariza da la villa de Alcañiz a la Orden de Calatrava continuando su apoyo a las órdenes militares, que constituían un importante brazo armado
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para la defensa de la frontera y la lucha contra los musulmanes. El día 20 se reúne con el rey de Castilla en Cazola, donde acuerdan de nuevo la ayuda mutua contra el Reino de Navarra y delimitan los territorios de conquista de ambos reinos, Castilla y Aragón, en zona musulmana. En abril de ese año de 1179 estaba en Huesca junto con la reina y aprobó la fundación del monasterio cisterciense de Casbas realizada por la condesa Oria de Pallars, además de confirmar las donaciones efectuadas por ella a dicho monasterio.39 Firma también el documento la reina Sancha. La primavera y el principio del verano debieron de permanecer en Huesca, y quizá en esos meses naciera Alfonso, el segundo hijo varón del matrimonio. El año de su nacimiento lo podemos deducir de la fecha del matrimonio de este infante, 1193, momento en el cual tendría catorce años, la edad canónica para contraerlo. Por otra parte, en diciembre de 1194, cuando su padre otorgó testamento, aún no había cumplido los dieciséis años, puesto que Alfonso II lo deja bajo la tutela de su madre hasta que cumpla esa edad. La primera mitad del verano la empleó el rey para dirigirse a zona musulmana y poner sitio a Murviedro, la romana Sagunto, que no llegó a conquistar. En agosto estaba de nuevo en Huesca. En noviembre, al haber conocido que Roger, vizconde de Béziers y Carcasona, andaba en tratos con el conde de Tolosa, se dirige al sur de Francia y logra firmar una concordia con el vizconde, primo del rey, y asegurarse, mediante un convenio entre ambos, de que no volverá a pactar con el tolosano, sino que prestará ayuda, con todas sus tierras y todos sus hombres, al rey de Aragón en su guerra contra el conde. Gran parte del año 1180 la pasó Alfonso II en Aragón. Estaba en Jaca, acompañado por la reina, en junio, cuando donó a Martín Pérez la villa de Cuarte, cercana a Huesca. En julio estaba el rey en Tarazona, después de haber pasado algunos días en el
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monasterio de Santa María de Huerta, cuyo abad, Martín de Hinojosa, lo había recibido en hermandad; por ello otorgó su protección a dicho monasterio y a todos los bienes que este pudiera tener en Aragón, además de libertad de pastos en el reino y exención del portazgo para compensar los daños que le había ocasionado la guerra con Castilla. Según Caruana, el rey había estado inspeccionando las fronteras con el reino castellano, y a ello se debía su estancia en Huerta.40 Los reyes estaban en agosto en Barbastro, donde, a ruegos de la reina, Alfonso otorgó varios documentos en favor de la Orden de San Juan de Jerusalén, a la que donó una zuda en las afueras de Zaragoza, la villa de Alpartir, la almunia de Cabañas y la villa de Olocáu. En otoño el rey viajó a tierras catalanas, pero parece que la reina no le acompañó, o al menos no firmó ningún documento. Comenzaba a haber problemas con los nobles catalanes,41 y una primera muestra fue el pleito entre el rey y Pere de Lluçà por la propiedad de dos castillos, pleito que el rey ganó al mostrar numerosos documentos que atestiguaban su derecho. Posiblemente en ese año naciera la infanta Dulce, a la que muchos autores consideran la menor de todos los hijos de Alfonso y Sancha. Sin embargo, todos ellos coinciden en que ingresó en Sijena, con unos ocho o nueve años y con dispensa papal, en 1188. Por otra parte, el obituario de Sijena da como fecha de su muerte el 11 de febrero de 1189. Si hubiera sido la benjamina y los datos del obituario son ciertos, tendría que haber nacido varios años después de su muerte. Ramón Berenguer, conde de Provenza bajo la autoridad de su hermano el rey de Aragón, es asesinado en abril de 1181, al parecer por hombres de Ademar de Murviel, afín al conde de Tolosa. Alfonso, que a finales de marzo se encontraba en Perpiñán, se dirige hacia territorios tolosanos en una expedición de castigo en la que participaba también su hermano Sancho, que quedaría
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a cargo de la Provenza. En mayo se encontraba sitiando el castillo de Fourques-sur-Garonne. Atacó otras posiciones del conde de Tolosa con la ayuda de los diversos nobles del Midi que le habían prestado homenaje,42 y parece que además aprovechó para entrevistarse en Burdeos con Enrique II, rey de Inglaterra. En junio se encontraba en Montpellier.43 La reina no está documentada en compañía de su marido hasta octubre, en Huesca, y firma como reina y señora la donación a la Orden del Santo Sepulcro de varios sarracenos en Aranda, Jarque, Ricla y otros lugares. A final de mes el rey se dirige a Lérida y permanece en tierras catalanas, donde otorga varias cartas de población y atiende diversos asuntos administrativos. En diciembre estaba en Calatayud. El invierno y la primavera del año siguiente, 1182, los pasa Alfonso por tierras de Huesca. Allí, en marzo, hace donación a los templarios de la ciudad de Tortosa con su zuda, sus fortalezas y otros bienes, junto con 400 mazmodinas —monedas de oro musulmanas— para las obras que tengan que realizar. También les entrega el castillo y la villa de Ascó y el de Ribarroja, aunque se reserva la caza y la pesca en esos lugares cuando él o la reina estén presentes. Por su parte, ellos dan al rey 5000 morabetinos. La reina Sancha está presente y aprueba lo concedido, al tratarse de lugares que son de su esponsalicio, y firma también el documento. Hace igualmente donación a la misma orden de los términos de Miravet hasta Riu de Algars, y en mayo se redacta un memorial con las heredades que tienen el rey y el Temple en Tortosa. En esos primeros meses de 1182 el rey favorece también con donaciones a los hospitalarios y a la Orden del Santo Redentor.44 En Zaragoza, donde están en octubre, los reyes hacen una permuta con el monasterio de Casbas, que les entrega el castillo de Morata a cambio de las villas de Bierge, Sieso y Yaso, cuyos términos delimita el rey. Este dispone que sean la reina Sancha y Berenguer, arzobispo de Tarragona los que consideren si las tres
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villas son necesarias y suficientes para cambiarlas por el castillo de Morata, sobre lo que dictaminan de forma afirmativa, una vez vistas dichas villas y sus términos. Firman el documento los reyes, pero con la peculiaridad de que lo hace en primer lugar la reina Sancha. Los tres últimos meses del año el rey los pasa entre Hyères, Aix y Carcasona. Gran parte del año 1183 lo pasó Alfonso en el sur de Francia; en varias ocasiones lo acompañó su hermano Sancho, al que en marzo le concedió los condados de Razès, Gavaldà y Carladès. Continuaba la guerra contra el conde de Tolosa y en junio el rey de Aragón tomaba el castillo de Limoges y ayudaba a Ricardo Corazón de León a sitiar y conquistar el castillo de Autafort (en francés, Hautefort), que era propiedad del trovador Bertrán de Born —amigo del conde de Tolosa y virulento enemigo de Alfonso II—, quien a consecuencia de este hecho escribió dos sirventeses contra el rey de Aragón en los que enumeraba toda clase de maledicencias45 y un año más tarde se hizo eco, en otro sirventés, de la inculpación del rey por el ahorcamiento de su antecesor, en referencia al final del falso Alfonso I el Batallador, sucedido algunos años antes. Lo acusó igualmente de que le gustaba más el dinero que el honor y de ser un fanfarrón que se alababa a sí mismo: «Aragones fan gran dol, / Catala e cilh d’Urgel / quar non an qui los chapdel [guíe] / mas un senhor flac e gran / tal que·s lauza [alaba] en chantan / e vol mais deniers q’onor / e pendet son ancessor / per que·s destrui et enferna». En el otoño Alfonso II estuvo por tierras catalanas. El 30 de noviembre46 se pronunció la sentencia de Arnaldo de Darnicis en relación con el pleito entre el rey y Bernardo de Perella, en el que se vio implicada la reina. En efecto, Bernardo se quejaba de que el baile real le había expoliado unas casas que tenía en Caldas, una viña, una condamina llamada Gontarra, un manso conocido como Aqua Bona, otro denominado Puig Polter y otras tierras en Guardioles y Menleu. Añade además que la reina, por mandato y
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en nombre del rey, había otorgado para sí y para los suyos con el fuero de Caldas recibir cierta parte de las rentas de estos bienes. Alega Bernardo que tanto él como su padre percibieron, por su carácter de administradores —«vicarios», dice el texto— el cáñamo y el lino que del canon de las tierras y el uso acostumbrado allí se proporcionaban, y, puesto que se les había prohibido tomarlos y se consideraban expoliados, reclamaban su restitución, así como también la tercera parte de los aprovechamientos y otros derechos que venían recibiendo. Los abogados y los procuradores del rey presentaron documentos que demostraban que las casas y los demás bienes eran de dominio y dominicatura del rey, y que incluían los derechos que tenían en ellos los reclamantes, que no eran precisamente los que demandaban. Respecto a lo del fuero no respondieron nada «porque la reina estaba presente» y declaraba que les había dado el fuero por mandato del rey, según se contenía en un documento que fue mostrado y leído. Bernardo de Perella continuaba negándolo, y por ello se oyeron los testimonios de diferentes personas que apoyaban lo que habían manifestado los procuradores reales. La sentencia otorga al rey las casas más 300 sueldos, que el reclamante solicita cambiar por un buen caballo más 2 modios de trigo. En diciembre Alfonso se reúne con Sancha, probablemente en Vich, donde deben de pasar juntos las Navidades, y aprovecha el día 21 para realizar un convenio, que firma también la reina, con el propio Bernardo de Perella sobre los alodios y los feudos que tiene en nombre del rey, que han sido discutidos en el pleito mencionado arriba y que ahora se delimitan y enumeran. Están todos ellos situados en Santa María y San Esteban de Caldes y en San Félix de Llagostera, lugares pertenecientes al esponsalicio de Sancha. Durante el año siguiente, 1184, la reina no firma ningún documento otorgado por el rey, aunque este pasa la mayor parte del año en tierras aragonesas. Sin embargo, en junio, Sancha, con
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el consentimiento de Armengol de Aspe, prior de la Orden del Hospital en Saint-Gilles y maestre en Provenza y en todo Aragón, cambia con Raimundo de Caneto, maestre del Temple en Provenza y en Hispania, el castillo y la villa de Santalecina con todos los términos y los bienes que ella tiene por mano de la orden hospitalaria, más las casas, los campos y otros derechos que el Hospital tiene en Pueyo de Monzón —hoy Pueyo de Santa Cruz— por las iglesias de Sena y Sijena que recibe del Temple.47 Figuran como testigos de este acto cuatro importantes nobles aragoneses: Peregrino de Castillazuelo, Jimeno de Artusella, Dodo de Alcalá y Sancho de Orta. El rey firma el documento junto con Sancha, la cual había comenzado a trabajar para lograr lo que sería su gran legado: la fundación del monasterio de Santa María de Sijena. El rey Alfonso no otorgó ningún documento durante el verano, quizá por encontrarse resolviendo una rebelión de los nobles catalanes a cuyo frente estaba Ponce de Cabrera, apoyado por Arnal de Castellbó, Ramón de San Martín y el trovador Guilhem de Berguedan, entre otros. El rey apresó a Ponce de Cabrera y a final de año firmaron un convenio por el que el noble rebelde, a cambio de su libertad, entregaba al rey cuatro castillos. A pesar de esto, Ponce se refugió en la corte de Castilla. En el otoño estuvo en Aragón, en donde hizo varias donaciones al Temple, otorgó fueros a Alcalá de la Selva y ordenó la devolución al monasterio de San Victorián del lugar de Chía y otras propiedades que retenían Bernardo de Beranuy, Berenguer Rubeo y otros caballeros. El año 1185, sobre todo en su primera parte, mantuvo al rey de Aragón muy ocupado con los asuntos del sur de Francia. Sancha no firmó ningún documento con su marido y sufrió la pérdida de su madre, Riquilda, que fallecía el 16 de junio. El 2 de febrero el rey se encontraba en Aviñón y días después se reunía con Raimundo V, conde de Tolosa, para confirmar
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y renovar la paz que habían firmado en Guernica en 1176. Al mes siguiente tuvo que recuperar la Provenza de manos de su hermano Sancho, que andaba en negociaciones con enemigos del rey aragonés y estaba desbaratando toda su estrategia política en la zona. La traición era tan evidente que varios trovadores se hicieron eco de la situación y decían que «Sancho se quedaba la miel y Alfonso recibía la hiel».48 Alfonso II deja como baile de Provenza al conde de Foix y continúa en Aix un tiempo confirmando las donaciones hechas por sus antecesores. En abril estaba en Najac, donde establece una alianza de amistad con Ricardo Corazón de León, hijo del rey de Inglaterra Enrique II y conde de Poitiers, y convienen la ayuda mutua contra el conde de Tolosa, enemigo de ambos. En este mismo mes se compromete con Roger, vizconde de Béziers, a prestarle ayuda en caso de que el conde de Tolosa le haga la guerra, y por su parte el vizconde promete no hacer la paz con Tolosa si no es por mandato del rey. Meses después, en junio, el vizconde Roger, por la ayuda y protección que le había prestado Alfonso II, gracias a la cual había conservado sus tierras, entrega todos sus bienes al hijo del rey de Aragón, llamado también Alfonso, como es sabido, y lo recibe como hijo adoptivo. Desde agosto de este mismo año, el monarca se encuentra en tierras aragonesas. La reina Sancha estuvo presente y actuó como testigo en la reunión que celebraron en Berdejo en octubre de 1186 los reyes de Castilla y Aragón, los cuales ya se habían encontrado a principios de año en Ágreda. En ambos casos se trataron asuntos relacionados con el señorío de Albarracín, que detentaba Pedro Rodríguez de Azagra ayudado por sus hermanos, excepto por uno de ellos, Gonzalo, que era vasallo del rey de Castilla. Decidieron actuar contra el señor de Albarracín, y en Berdejo además acordaron que se prestarían ayuda mutua contra Navarra y que se devolvería Ariza a Castilla y Berdejo a Aragón.
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A finales de año, en noviembre, el rey otorgó diversos documentos mientras estaba en el asedio del castillo de Roda, en el que permaneció varios días. Lo acompañaban importantes nobles aragoneses como Peregrino de Castillazuelo, Artal de Alagón, Miguel de Santa Cruz, el alférez real Tarín, el mayordomo del rey Sancho de Orta, Marco Ferriz, Dodo de Alcalá o García Ortiz. Ya hemos visto con anterioridad que había problemas en la Ribagorza que obligaron a la reina Sancha a actuar con energía. Aunque no se explican las causas del asedio, todo induce a pensar que estarían relacionadas con las revueltas nobiliarias que quizá provocaron la apropiación de bienes eclesiásticos, como hemos visto que había sucedido con Graus y Chía en relación con San Victorián. El hecho de que Alfonso II estuviese sitiando el castillo de Roda significa que este había sido ocupado por fuerzas nobiliarias, algo que el propio rey había prohibido años antes,49 el 27 de diciembre de 1170, cuando solicitó y obtuvo del cabildo de Roda la cabeza de san Valero para trasladarla a Zaragoza y a cambio le entregó la villa y el castillo de Monterruebo con todos sus bienes y otras donaciones, como ya se ha dicho. Posiblemente estos hechos se puedan relacionar con la actuación de nobles rebeldes que en esos años protagonizaron revueltas en muchas ocasiones, encabezados por Ponce de Cabrera, Arnal de Castellbó —que además era un reconocido cátaro— y Ramón de San Martín. Prácticamente todo el año 1187 lo pasó el rey por tierras aragonesas. En febrero se encontraba en Huesca, y allí el día 3 Gastón de Moncada le prestó homenaje por el Bearne en su nombre y en el de sus sucesores, comprometiéndose a ser buen y fiel vasallo. En marzo parece que se produjo algún nuevo problema en la Ribagorza, puesto que en la donación del rey al ballestero Juan de Tarazona se dice que estaba sitiando Castejón de Sos. En mayo, desde Zaragoza, concedió y confirmó por esponsalicio a la reina Sancha —«dilecte uxoris mee»— diez castillos con todos sus términos y bienes: Daroca, Épila, Uncastillo, Pina (de Ebro),
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Barbastro, San Esteban (¿de Litera?), Tamarite (de Litera), Cervera, Montblanch y Ciurana. Algunos de esos lugares figuraban en el esponsalicio otorgado en el momento de la boda, concretamente Pina, Barbastro, Tamarite, Cervera, Montblanch y Ciurana, pero los demás eran nuevos, quizá en compensación por los bienes del esponsalicio de Sancha que había ido donando el rey en esos años, quizá también para ayudar a su mujer a sufragar los gastos que le ocasionaba la fundación del monasterio de Sijena, y quizá, como dice Ruiz Domènec,50 para fortalecer a su esposa frente a la nobleza, aunque dudo mucho que Sancha fuera considerada extranjera, como sostiene este autor, por los nobles de su entorno, puesto que se había criado en territorios de la Corona de Aragón, como se ha mencionado más arriba. En cualquier caso, el rey ordena que los hombres que tienen por su mano estos castillos los reciban de nuevo por entrega del portero de la reina y presten homenaje a esta por cada uno de ellos. Sancha los mantendrá en su poder mientras viva y aun cuando su esposo fallezca.51 A la muerte de la reina los castillos deberán volver al heredero del reino y del condado. Firman el documento ambos reyes y como testigos figuran los más importantes nobles aragoneses: Berenguer de Entenza, Peregrino de Castillazuelo, su hermano Guillermo de Castillazuelo, el alférez real Tarín, Martín Pérez, Miguel de Valmanzano, Jimeno de Artusella, Dodo de Alcalá, Pedro Cornel, Fortuño de Estada, Artal de Alagón, Jimeno Cornel, Assalit de Gudal, Aznar Pardo y Pedro de Estopiñán. El 4 de junio, en Monzón, el rey firma un nuevo convenio sobre la ciudad de Lérida con Armengol, conde de Urgel, que se compromete a ser un buen vasallo y a hacer la guerra y la paz cuando el rey lo requiera. En septiembre, en Montalbán, da a Geralda, esposa de Pedro de Puigvert, todos los feudos y los alodios que sus familiares Geraldo de Jorba y su mujer, Saurina, le habían dejado en su
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testamento, y además le deja en feudo el castillo de Zunatello.52 Un año más tarde toma bajo su protección a ella y a los suyos, se compromete a no ponerle señor o señora, salvo el rey, y le concede la potestad sobre el castillo mencionado. Podría ser esta la Geralda a la que, según relata Mariano de Pano, la reina Sancha socorrió cuando fue raptada por un hijo de Geraldo Alamán, y de este modo evitó la guerra con el conde de Urgel y otros amigos de Geralda. De allí se dirigió a una aldea de Soria, Samuguillo, para entrevistarse con Alfonso VIII, rey de Castilla, de nuevo para tratar el tema de Albarracín y firmar un nuevo pacto el 30 de septiembre. Los reyes van a Zaragoza en octubre y Sancha firma la donación a los hospitalarios de un vasallo, Pedro Callpena, con todos sus bienes y toda su honor. Según indica el documento por el que el rey cambia al monasterio de Santa Cruz de la Serós el castillo y la villa de Atarés, pertenecientes a las monjas, por las villas de Aísa y Villanúa, en el mes de enero de 1188 se celebró una curia solemne en Huesca a la que al parecer fueron convocados también varios representantes de las ciudades. Junto al rey estuvieron su esposa, la reina Sancha, y su hijo y heredero el infante Pedro. En marzo la reina Sancha hace donación al maestre de Amposta de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén de toda la heredad que tiene en tierras de Tarragona, en la partida denominada Codogn, que ha obtenido por donación de su marido. A cambio, los hospitalarios dan a Sancha la villa y el monasterio de Sijena —según figura en el documento—53 con todos sus términos y bienes, así como Sena, Urgellet y Santalecina, para edificar allí el monasterio y los habitáculos de las dueñas, que habrán de vivir bajo la regla del Hospital, es decir, la de san Agustín, junto con «lo que yo añadí» —dice la reina refiriéndose a la regla que mandó elaborar a Ricardo, que luego sería obispo de Huesca—. Además los hospitalarios se comprometen a mantener, donde la
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reina elija, un capellán que ruegue por ella, por su marido, el rey, y por todos sus parientes. Por otra parte, ni el prior ni el maestre podrán quitar a la priora del monasterio ni tendrán potestad sobre él. Se ponen por tanto los cimientos para la casi total autonomía del monasterio de Sijena. En abril, después de pasar por Tarragona, donde Alfonso II otorga carta de población a Villalonga y firma otros documentos, van a San Cugat del Vallés, y allí el rey, con la firma de Sancha igualmente, ratifica la donación hecha por Arsenda de Berdog al monasterio. Van a Gerona y finalmente a Huesca, donde el rey dona a su «querida esposa» y a Sijena el lugar de Candasnos para que lo pueble a su provecho. Entre los días 21 y 23 de ese mes se dice que la infanta Dulce profesó en Sijena junto con otras once nobles damas que más adelante nombraremos, acto en el que seguramente estarían presentes los reyes. El rey estaba en Carcasona el 14 de mayo, y allí renovó la concesión de Carcassès, Razès y Lauragais a Ramón Roger, nuevo conde de Foix e hijo del anterior, que había fallecido ese mismo año. Alfonso II se reserva la propiedad y la potestad, así como la mitad de las rentas que produjesen esos territorios. Parece que junio y julio los pasó el rey en el sur de Francia. Desde Gerona autoriza en agosto a Roberto, abad del monasterio de Arlés, la fortificación del señorío de San Martín de Forques, en el Vallespir, y el 6 de septiembre firma un convenio con Arnal de Castellbó, vizconde de Cerdaña y amigo del noble rebelde Ponce de Cabrera. En esta ocasión el rey encomienda al vizconde los castillos de San Martín, Queralt y Miralles y todas las fortalezas que están en sus términos, pero se reserva la potestad para reclamárselos en cualquier momento. Arnaldo se compromete a defender al rey y a proteger la Cerdaña, y, si el rey tiene guerra contra el conde de Urgel, a mandar a su hijo con los caballeros de la Cerdaña en su ayuda. Igualmente acepta acudir a las «huestes y cabalgadas» y demás servicios que le reclame el rey.
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Parece, por tanto, que Alfonso II ha logrado atraerse, al menos de momento, a uno de los nobles rebeldes. Alfonso II vuelve a Huesca en octubre de ese año de 1188 y reorganiza la Orden de Monte Gaudio dándole nuevas funciones. Al mes siguiente, en Tárrega, establece un convenio con el conde de Urgel por el que le solicita su intermediación en la «cruel guerra» que mantienen Ponce de Cabrera —que está casado con Marquesa, hermana del conde de Urgel— y los que lo ayudan. Parece que la reina lo acompañó en este viaje, porque firma en un documento que se otorga a continuación en Lérida por el que Alfonso entrega varias villas —Bierge, Yaso y Sieso— al monasterio de Casbas a cambio del castillo de Morata, sin las excepciones que figuraban en el documento de cambio efectuado dos años antes. De allí se dirigen a Zaragoza, aunque en diciembre el rey se encontraba de nuevo en Cataluña. El 11 de febrero de 1189, según el obituario de Sijena, moría la infanta Dulce,54 lo que sin duda sería un duro golpe para Sancha. En ese mismo mes, en Lérida, el rey de Aragón firma un nuevo convenio con el conde de Urgel, al que solicita colaboración en la guerra que mantiene con Ponce de Cabrera y sus valedores, de manera que no se firme la paz con él ni tregua alguna sin el consentimiento real. En abril, en Barcelona y con la reina, agradece los servicios prestados a Lope López y le entrega el castillo de Conxels a fuero de Barcelona. Firma también el infante Pedro. Luego van a Gerona y a Tarragona, y en mayo están en Monzón y en Huesca. Debe de haber problemas con Raimundo de Cervera en junio. El monarca está en Lérida en esos momentos, pero el documento dice que se dirige a Cervera y acuerda con el conde de Urgel que, si Raimundo no le presta homenaje al conde por el castillo de Gebut, el rey le entregará el de Casteldans. En el otoño va al sur de Francia y el 10 de octubre, estando en Niza, confirma a los cónsules de la ciudad y a sus habitantes los convenios firmados años antes y, a la vez, les indica que pondrá
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fin a las querellas que pudieran haber surgido durante ese tiempo hasta el momento. El rey se encuentra en diciembre en Aix, donde comenzará el nuevo año donando al Temple la villa y el castillo de Polpis, que se habían conquistado a los sarracenos. Permanece en el sur de Francia hasta marzo, que está en Peralada y luego en Vich, donde en abril firma una alianza contra Arnal de Castellbó y Ramón de San Martín con Armengol, conde de Urgel, y Arnaldo, obispo de esa localidad. Estos se comprometen a no hacer la paz con ellos si no es con mandato expreso del rey, que por su parte promete que hará que dichos nobles rebeldes les reparen los daños causados. Se dirige el rey después a Barcelona y soluciona las discusiones y los desacuerdos que tenía con Ramón de Fonollar por los castillos de Ampurias y la casa de Fonollar. El rey firma un nuevo convenio en julio en Balaguer con el conde de Urgel por el que se compromete a ayudarle en la guerra que mantiene con Ponce de Cabrera. En agosto el rey está en Tortosa y la reina en Huesca, donde da a varios judíos de la ciudad, cuyos nombres figuran en el documento, un huerto que se llama de la Alcazaría y que ha sido donado al monasterio de Sijena por Sancha de Abiego, su primera priora. La donación se hace con el consentimiento y el acuerdo de todas las dueñas, que recibirán por ella un censo anual de 110 sueldos jaqueses. Los receptores deberán hacer allí casas, las mejores que puedan.55 Se reunieron el rey de Aragón y el de Navarra, Sancho VI, para firmar un convenio contra el de Castilla. Asistió y firmó el documento también el infante Pedro. Se comprometieron a ayudarse mutuamente tanto contra los castellanos como contra los musulmanes. Al parecer, el rey de Castilla no había cumplido lo convenido con Aragón acerca de Navarra y se había apoderado de Logroño, Navarrete y Briviesca y otros lugares que eran del rey Sancho, y luego se había desentendido del acuerdo con Aragón. Sancho VI estaba muy agraviado y por ello llegó a un acuerdo con el rey de Aragón, según
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nos cuenta Zurita, que dice que se encontraron en Borja el día 7 de septiembre de ese año de 1190. Un mes más tarde, estando el rey en Daroca, volvieron a jurar los nobles aragoneses lo que se había acordado con Navarra. A final de año estaban en Cataluña Alfonso y Sancha, y ambos firmaron en Prades el documento de donación a los hospitalarios de la villa de Villarroya de los Pinares, situada en términos de Teruel. Los acompañaba el infante Pedro. Cuando comienza 1191 el rey está en Barbastro, pero enseguida se dirige a Cataluña y permanece allí hasta el mes de mayo, cuando vuelve a Aragón. En Huesca firma un tratado con Sancho I de Portugal y Alfonso IX de León contra Alfonso VIII de Castilla. Al poco tiempo el rey aragonés se encuentra en Tudela. La guerra con los castellanos ha comenzado con la entrada de estos en Aragón, y por ello toma bajo su protección los monasterios afectados en Castilla y prohíbe a sus vasallos hacerles ningún daño. En julio, en Tarazona, firma con Sancho VI de Navarra un nuevo tratado que confirma los anteriores. Poco tiempo después, en Barbastro, establece un convenio con Raimundo de Cervera sobre el castillo de Arbesa. En agosto está en Lérida, y allí suscribe un acuerdo con Armengol VIII, conde de Urgel, por el que el rey se compromete a ayudar al conde contra Ponce de Cabrera y Arnal de Castellbó y sus amigos, y a no firmar paz o tregua con ellos sin la aceptación del conde, el cual, por su parte, se compromete a lo mismo con el rey. En otro documento se reparten entre ambos los bienes que tiene Ponce de Cabrera en Cataluña, Ribagorza y el condado de Urgel cuando los adquieran. Poco después, en Vilafranca de Conflent, recibe el homenaje de Ramón de San Agustín por los mansos que posee y le concede otro en Cerdaña. El infante Pedro está con él y firma igualmente el documento. El rey viaja en septiembre a Calatayud, donde entrega a Miguel de Valamazán, noble que lo acompaña frecuentemente, la villa y el castillo de Litago.
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Parece que Sancha no está con él durante ese año, o al menos no firma ningún documento real. Sin embargo, en octubre escribe una carta a la priora de Sijena, Sancha de Abiego, en la que le comunica su dolor por la muerte de Teresa Gombal de Entenza, señora de Presiñena y monja de Sijena. A la vez le notifica que María de Estopiñán, noble viuda, desea ingresar en el monasterio, por lo que la envía junto con tres niñas de noble cuna para que reciba el hábito porque está convencida de su piedad. Manda también un sarraceno muy hábil para que construya el molino y se manifiesta deseosa de que se termine lo más pronto posible la torre que se está construyendo entre las murallas del monasterio, que, según dice la reina, le dará una bella perspectiva. El rey se desplaza por distintas localidades de Aragón —Alagón, Monzón y Sos— durante los dos últimos meses del año, y comienza 1192 en Huesca, donde concede un bosque al monasterio de San Úrbez y cambia con San Pedro el Viejo una tienda por unas casas. La primavera la pasa en Cataluña, donde el 7 de abril, estando en Tarragona, confirma a Armengol VIII, conde de Urgel, las donaciones que le habían efectuado sus antecesores. Por su parte, el conde declara y jura acompañar con sus hombres al rey cuando este lo mande. En mayo, en Barcelona, firma una concordia con Guillermo de Balañá sobre el castillo de Gallifa, pero en junio se traslada al sur de Francia. En Perpiñán da el castillo de Salses a Ramón de San Lorenzo con la condición de que mantenga a cinco caballeros y hace diversas donaciones a distintos monasterios. Durante su estancia en Huesca, en agosto, concede a la ciudad varios fueros sobre la posesión de inmuebles y otros relacionados con distintos delitos. En septiembre está en Tarragona el día 2 acompañado por la reina, que firma también la concordia que realiza el rey con Alberto de Castellvell sobre el castillo de Falcet, que le entrega en feudo y por el que recibe 7000 sueldos barceloneses. Van a Cervera y allí el rey entrega a Gastón, vizconde de
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Bearne, el condado de Bigorra junto con su heredera, Petronila,56 que es todavía una niña, por lo que el matrimonio se realizará años más tarde. En octubre los reyes se encuentran en Lérida y se les suma el infante Pedro, que firma la donación del lugar de Barcellà a la Orden de San Juan de Jerusalén. De allí se dirigen a Barbastro, donde se firman paces y treguas para Cataluña. En noviembre, también desde Barbastro, el rey da en feudo a Guillermo de Anglesola el castillo de Mor, y firman el documento la reina y el infante Pedro. En ese mismo mes, quizá estando los reyes en Sijena, Sancha, con el acuerdo de Lope de Fillera, comendador de la casa de Sijena, y de Sancha de Abiego, su priora, da a censo la heredad que tiene Sijena en Aguas, con todos sus términos y bienes, a Salvador de Aguas y sus sucesores, con la obligación de entregar anualmente la novena de la hierba, el vino, la carne, el lino y el cáñamo.57 Entre el 2 y el 5 de enero de 1193, desde Monzón, Alfonso II exime de hueste y cabalgada a los servidores del obispo y del cabildo de Huesca. Esta donación la ofrece por el alma de sus antecesores, la suya y la de la reina Sancha —«illustris Sancie, regine uxoris nostre»—, así como por la salud del infante Pedro, lo que nos indica que quizá estaba sufriendo alguna grave enfermedad. En Gerona establece un acuerdo con Marquesa, mujer de Ponce de Cabrera —que estaba huido— y hermana del conde de Urgel, en esos momentos aliado del rey. Ella se pone en sus manos junto con tres castillos y le presta homenaje. A estos hechos se refirieron varios trovadores contrarios al rey que lo acusaron de actos indignos. En el mismo mes de enero, Alfonso II, que está en Corbins (Lérida), dona a su mujer, Sancha —«eorumdem locorum regine et dominatrici»—, y a su monasterio de Sijena —así lo dice el rey— un sarraceno de Naval, Cicrino de Moltorret, con su familia y todos sus bienes. Igualmente les dona 12 cántaros de aceite
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bueno y puro de la villa de Benifallet que deberán pagarse anualmente en la fiesta de San Andrés. Posiblemente en ese año nació la última de las hijas del matrimonio real, la infanta Sancha. En marzo estaba el rey en Huesca y concedió a su mujer —«inclita regina uxoris nostra»— potestad para explotar las montañas de Ciurana por su propia autoridad, aun después de muerto el rey, para que pagase con sus rentas las deudas que tuviera, y, una vez pagadas estas, las rentas de su explotación fueran para el monasterio de Sijena durante dos años. La donación la hace tanto por respeto hacia la reina como para la remisión de los pecados de ambos. Firma también el documento el infante Pedro, ya que debía cumplir los deseos de su padre si moría antes que su madre. La reina escribe en abril a Beatriz de Cabrera, la nueva priora de Sijena, para decirle que le envía con su capellán, Jacobo, la aprobación papal de su regla y de otros asuntos, de lo cual tanto el rey como ella se alegran mucho y confían en que la priora y las demás sorores se alegren también. Les dice que tiene muchas ganas de verlas y de estar con ellas y pide que rueguen por ella y le hagan saber si necesitan algo.58 Quizá estaba recién salida de su último parto. En junio se encontraba el rey en Provenza, donde estableció un convenio con los hermanos Hugo y Guillermo de Bas —o de Baucio—, y concedió al primero la mitad de la ciudad de Marsella. Firmó también el documento el infante Alfonso como conde de Provenza. Al mes siguiente el rey seguía en Aix, ciudad en la que se celebró el matrimonio del infante Alfonso con Garsenda de Sabran, nieta y heredera del conde de Forcalquier, Guillermo IV, con el que el rey firmó un acuerdo de paz, después de muchas disputas y con el consejo de sus barones, prometiéndole su ayuda en la paz y en la guerra. Seguramente Sancha estaría allí también para asistir a la boda de su hijo, aunque su presencia no está documentada.
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El rey estaba en septiembre en Grasse, donde concedió al monasterio de Lérins exenciones en diversos castillos y su abad le entregó 3000 sueldos coronados. No sabemos a ciencia cierta dónde pasó el resto del año. Se encuentra en Barcelona en enero de 1194, y luego se dirige a Lérida junto con la reina y el infante Pedro, que firman también la cesión al monasterio de Santes Creus de seis obradores en Barcelona a cambio de una honor en Huesca y 40 sueldos anuales de aceite que anteriormente les había concedido. Sigue hacia Huesca, donde, en presencia de la reina y del infante Pedro, otorga privilegios a las catedrales de Huesca y Jaca. También permuta ciertos bienes con Ponce de Rigalt, maestre del Temple. Entre febrero y marzo se traslada de Zaragoza a Narbona y luego a Perpiñán, para volver de nuevo a Zaragoza. En junio estaba en Huesca, donde firmó un acuerdo con el conde de Foix por el que aprobaba el tratado que el conde había establecido con el vizconde de Narbona, Pedro Manrique de Lara,59 sobrino de Ermengarda, vizcondesa de Narbona, a la que había arrebatado el vizcondado. Le concedió además al conde de Foix el feudo de Fenolledes y Perapertusa con tal de que hiciera la guerra al conde de Tolosa. También donó a la iglesia y al obispo de Tarazona la iglesia del castillo de Rubielos, en la frontera con los musulmanes. De allí fue a Monzón, donde ordenó que en Lérida y en todas las ciudades y villas de Aragón hubiera un hombre que recaudase limosnas para la construcción de un puente sobre el Cinca en Monzón. Durante el verano, en julio está en Tarragona y luego en Prades con la reina y el infante Pedro. Allí dona en feudo a Jimeno de Artusella el puerto de Salou. Firman los reyes y el infante. En agosto van a Poblet y a Cervera, donde el rey renueva la donación del castillo de Aviñón, en Cataluña, a Guillermo de Granada, que ha sido administrador —«receptor», dice el documento— del infante Pedro. Están presentes la reina y su hijo.
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Estuvo en Tamarite y Alfajarín en septiembre y en Ontiñena en octubre. Después se dirgió a Cataluña y en Lérida promulgó una dura constitución contra los valdenses.60 Hacía ya un tiempo que la Iglesia estaba legislando contra diversas herejías surgidas en el sur de Francia que se habían extendido a Cataluña, Aragón y Navarra. Así, el cardenal Jacinto, testigo como sabemos de la boda de Alfonso y Sancha y futuro papa, había promulgado una normativa sobre este asunto en el Concilio de Lérida de 1155. Unos años más tarde, en 1163, insistió en ella el Concilio de Tours, y en 1167 se celebró un concilio cátaro en Saint-Félix-Lauragais al que asistieron representantes de la Corona de Aragón. En 1180 el cardenal Henri de Marcy acudió a España precisamente para atacar a los herejes y se detuvo en Huesca y en Gerona. Con estos antecedentes, Alfonso II se dirige en su constitución a arzobispos, obispos y demás prelados eclesiásticos, así como a condes, vizcondes, caballeros y todo el pueblo de su reino situado bajo su potestad, y manda, según los cánones de la Iglesia, que los herejes valdenses o sabatatos, que también se llaman pobres de Lyon, y todos los demás herejes, de los cuales no se sabe el número —dice—, anatemizados por la Iglesia, salgan de todo su reino como enemigos de Cristo, violadores de la religión cristiana y enemigos públicos. Advierte además que, si alguien acoge a dichos herejes, escucha sus prédicas o los ayuda con alimentos, incurrirá en «la indignación de Dios Omnipotente y nuestra, y sus bienes sin apelación posible serán confiscados, tal como se castiga los crímenes de lesa majestad». Por lo demás, si los herejes permanecieran en alguna zona del reino, cualquier persona podrá infligirles toda clase de males —lesiones mortales o mutilaciones— sin incurrir en ninguna pena. Termina mandando a obispos, rectores y vicarios de iglesias, bailes, justicias, merinos y todos los pueblos observar esta constitución. Así pues, la represión en la Corona de Aragón fue muy dura, y como ejemplo tenemos a Durán de Huesca, que, aunque no llegó
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a ser hereje, había mostrado simpatía hacia los valdenses, sobre todo en algunos de los principios que mantenían, y ello lo obligó a exiliarse a Francia.61 Esta preocupación por la extensión de la herejía la tenía también la reina Sancha, como veremos más adelante. Después del Concilio de Lérida el rey permanece en Cataluña y efectúa diversas donaciones, pero en el mes de diciembre se encuentra en Perpiñán, donde recibe el juramento de fidelidad de los cónsules y otros hombres de Arlés el día 16. Allí, sin constancia de la fecha concreta, otorga su testamento.62 Después de numerosas mandas en favor de las instituciones religiosas de sus dominios, nombra a su hijo el infante Pedro heredero del Reino de Aragón con todos sus términos, bienes y derechos; del condado de Barcelona con todos sus términos, bienes y derechos; del condado de Rosellón; del de Cerdaña y Conflent; del de Pallars; y de toda Cataluña, es decir, de los territorios conquistados, desde la ciudad de Béziers hasta el puerto de Aspe. A su segundo hijo, Alfonso, le lega el condado de Provenza con todos sus términos y bienes, así como los de Millau, Gavaldà y Rodez, igualmente con todos sus términos, bienes y derechos, más los derechos que el señor de Montpellier tiene por mano del rey. A su hijo menor, Fernando, lo ofrece para que sea monje en el monasterio de Poblet. Establece el orden hereditario en caso de muerte de los herederos incluyendo a las hijas, que, si no están casadas en ese momento, deberán hacerlo, con el consejo de los albaceas testamentarios, con un varón adecuado a su rango. Pone a su hijo Pedro, al que ya denomina rey, junto con el Reino de Aragón, Cataluña y todos los demás territorios, bajo el poder y la custodia de Sancha —«ilustrísima reina, mujer mía»—, de manera que ella tenga todo hasta que el rey Pedro alcance la edad de veinte años, y añade: Ruego no obstante y pido con diligente súplica que doña Sancha, reina ilustrísima esposa mía, por el feudo de amor
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y vínculo de cariño que hay entre ella y yo y siempre resplandeció, después de mi muerte viva como señora y reina, honrada por todos, casta y sin marido; mientras el predicto rey Pedro, hijo mío, estuviera en edad de reinar, es decir, a los veinte años de edad, viva la dicha reina continente, como dicho es y honesta sin marido y tenga íntegro y sin oposición su esponsalicio que yo le hice, di y concedí según se contiene en la carta que le concedí y corroboré tanto si recibe el hábito religioso como si no.
Después de su muerte todos esos bienes deberán revertir íntegramente al rey Pedro. Deja también bajo la custodia de la reina, hasta que tenga dieciséis años, a su hijo Alfonso con todos los territorios mencionados, que se deberán encomendar entretanto a algún noble fiel de Aragón o de Cataluña que elija la reina con el consejo de los albaceas testamentarios. Al mismo tiempo, manda a su hijo Pedro que, de todas las donaciones y mandas que hace en este testamento que pertenezcan al esponsalicio de su madre, le devuelva a ella otro tanto de sus propias rentas. En el caso de que ella no quisiera, deberá restituirle el esponsalicio y pagar de otras rentas dichas donaciones y mandas. Para terminar, solicita al papa que corrobore y confirme este testamento y ruega a Sancha que haga cumplir lo dispuesto en él. Firma el testamento también el infante Pedro, que jura sobre los Evangelios mantener y cumplir lo que en él se contiene. Como albaceas elige a Raimundo, arzobispo de Tarragona, a Gombaldo, obispo de Lérida, a Ricardo, obispo de Huesca, al maestre del Temple y a Pedro, abad de Poblet. Entrega su cuerpo para que sea enterrado en Poblet, monasterio al que deja su corona real, su dominicatura en Vinaroz con todos sus términos y bienes en alodio libre, y toda la viña de Palomera, situada en términos ilerdenses.
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A Sijena le deja Ontiñena con todos sus bienes y todo lo que tiene en Alcubierre y en sus términos, una vez que muera Lope de Foz, para que mantenga perpetuamente un sacerdote y candela. Deja sus joyas, sus objetos personales, sus bienes muebles y sus animales para que se vendan y del producto de la venta se den 500 morabetinos a los pobres y los leprosos y, si quedan otros 500, sus albaceas los distribuyan como mejor les parezca. Además encarga a su esposa, Sancha, y a su hijo Pedro que, junto con sus albaceas, reparen las injurias que sean comprobadas y ciertas. A comienzos del año 1195 el rey se encontraba en Huesca, donde confirmó las donaciones de sus antecesores a San Juan de la Peña en la villa de Naval, pero en febrero estaba de nuevo en el sur de Francia, en Arlés, y allí prometió su amistad a Umberto, arzobispo de dicha ciudad, así como la defensa de sus bienes. En abril el rey se hallaba en tierras catalanas, aunque a finales de ese mes y durante el siguiente recorrió distintas localidades aragonesas: Daroca, Alagón, Calatayud y Novillas. En agosto estuvo en Lérida y luego en Belchite, y en septiembre en Tarazona y Daroca. El 29 de octubre, cuando se encontraba en Jaca, concede a la abadía de Montearagón la capilla de san Nicolás de su palacio de Huesca, la villa de Barluenga y un sarraceno en Naval. En noviembre estuvo en Zaragoza y luego en Ágreda, posiblemente ya de camino en su peregrinación a Santiago de Compostela.63 Durante esos meses la reina no firmó ningún documento real ni otorgó ningún documento relacionado con Sijena. Quizá acompañó a su marido en ese largo viaje. Conocemos esa acción de Alfonso II por la Gesta comitum Barcinonensium, que no precisa la fecha en la que se llevó a efecto, pero dice además que el rey aragonés aprovechó para entrevistarse con los demás reyes cristianos, los de Navarra, Castilla, León y Portugal, con el fin de remediar las malas relaciones que mantenían entre ellos a partir de la derrota de Alarcos en julio de ese mismo año. Dos documentos del Archivo de la Catedral
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de Huesca confirman que el viaje se inició en noviembre.64 Según Ubieto, parece que la última parte del camino la hicieron acompañados por Alfonso IX de León, que en enero estaba en Lugo. El mismo autor aporta el dato de unos anales portugueses que afirman que Alfonso II estaba en Coimbra en febrero de 1196 porque había ido a poner paz entre los cristianos. A la vuelta hacia Aragón seguramente se entrevistó con los reyes de Navarra y de Castilla, a fines de febrero o principios de marzo. El 21 de marzo de 1196 Alfonso y Sancha estaban en Zaragoza y concedían, a ruegos de Fortún Cabeza, maestre de la Orden de Aliaga, autorización para la celebración de un mercado semanal en Aliaga. Los acompañaba el infante Pedro. El rey estaba el 7 de abril en Lérida, donde concedió a Arnaldo Zapata los derechos feudales de los castillos de Vallvert y Cogul, que un año antes le había empeñado, por sus servicios como escudero y por los 4500 sueldos que le había prestado. Otorga a los templarios los bienes que tenía la Orden del Santo Redentor en todo el Reino de Aragón. En ese mismo mes añadía a su testamento un codicilo por el que entregaba su hija mayor al monasterio de Sijena —refiriéndose seguramente a Leonor, porque Constanza ya estaba prometida en matrimonio y Dulce había muerto—, le daba como dote 6000 sueldos y rogaba a su esposa y a sus albaceas que, una vez visto y oído su testamento, la ingresaran inmediatamente en el mencionado monasterio. Dejaba también 20 000 sueldos de Barcelona a su hija menor —cuyo nombre no menciona, pero que tiene que ser Sancha— y ruega a su hijo el infante Pedro que, con el consejo de su madre y de los albaceas, le dé un marido bueno y honorable. Añadía varias mandas a instituciones religiosas, entre ellas la de Santiago de Compostela, para que tengan una lámpara perpetua y un presbítero en el altar de san Esteban que él había mandado construir. Elegía además nuevos albaceas, que se añadían a los nombrados en su testamento de 1194 —de Aragón, a Fernando
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Rodríguez, a Artal de Alagón, al obispo oscense y a Guillermo de Castillazuelo; de Cataluña, al obispo de Vich, a Ponce Hugo, conde de Ampurias, a Alberto de Castellvell, a Pedro, sacrista de Vich, a Guillermo de Cardona y a Berenguer de Portella—, para que actuasen con el «sano consejo de la reina Sancha», su esposa. Luego se dirigió a Perpiñán, donde murió el 24 de abril, sin haber cumplido los cuarenta años. Termina por tanto la crónica de la vida en común de Alfonso y Sancha, que duró veintidós años. Por lo que hemos visto, la reina acompañaba a su marido en no pocas ocasiones, según señalan los documentos, aunque seguramente habría muchas más que no se han visto reflejadas por escrito. Después de este recorrido por las vidas de nuestros reyes, podemos concluir que tuvieron numerosas y diversas preocupaciones. En primer lugar, el peligro musulmán, sobre todo desde la invasión almohade, obligó a defender principalmente las vías de comunicación por las que pudieran adentrarse los enemigos en los territorios aragoneses y catalanes. Por ello Alfonso II hizo determinadas donaciones a las órdenes militares y a poderosos monasterios en lugares estratégicos para que se encargasen de su vigilancia y repoblación. La conquista de Cuenca en 1177, aparte de significar la colaboración con Castilla, originó la cancelación del compromiso de vasallaje por el Reino de Zaragoza y propició además una expedición hacia Valencia y Lorca. La conquista de Valencia entraba en los planes de Alfonso II: un año antes había otorgado el Puig de la Cebolla, situado junto a Valencia, a los cistercienses de Poblet, como ya hemos visto, para que edificasen allí un monasterio cuando se conquistase, y además lo eligió para su sepultura. Sitió también Sagunto (Murviedro) en 1179. Sin embargo, este proyecto no llegó a culminarse. Además de la política ofensiva y defensiva contra los musulmanes, el rey de Aragón se ocupó de la repoblación de tierras cercanas a la frontera como Alcalá de la Selva o Teruel.
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Quizá no avanzó más en la conquista de territorios en poder de los musulmanes porque tuvo que emplear mucho tiempo y muchas energías en consolidar su poder en los dominios occitanos, tratando de aislar y contener a los condes de Tolosa que aspiraban a apropiarse de la Provenza y a constituir el poder hegemónico del Midi. Con diversos altibajos en su relación con los condes tolosanos (en 1174 celebraban una entrevista y al año siguiente el rey organizaba una expedición contra el conde), Alfonso consiguió atraerse a numerosos nobles, condes y vizcondes del territorio occitano y aliarse con Ricardo Corazón de León, conde de Poitiers e hijo del rey de Inglaterra Enrique II. Pero los conflictos con el conde de Tolosa Raimundo V no cesaron hasta el final de la vida del monarca aragonés, con episodios tan crueles como el asesinato de su propio hermano Ramón Berenguer, conde de Provenza, en 1181, a pesar del acuerdo firmado en 1176 en la isla de Guernica. El conflicto se reanudaba en 1183, esta vez con la intervención del conde de Poitiers, y de nuevo en 1185 se llegaba a un acuerdo que confirmaba el de 1176. Todo ello sin olvidar los problemas originados por la herejía cátara, que iba extendiéndose y preocupaba intensamente a los reyes, hasta el punto de que Alfonso promulgó una dura constitución en 1194, tal como se ha mencionado, para expulsar a los herejes de sus tierras. En ella ordenaba castigar y embargar los bienes de aquellos que los acogieran, según mandaban los cánones de la Iglesia, que trató este tema como si fuese una cruzada contra los infieles. No obstante, los acuerdos que se firmaron con el conde de Tolosa en 1190 y 1196 propiciaron el entendimiento que lograron sus herederos Pedro II, rey de Aragón y conde de Barcelona, y Raimundo VI, conde de Tolosa. Los reyes tuvieron que hacer frente igualmente a la rebelión de varios nobles catalanes, todos ellos arraigados en la vieja Cataluña, que se resistían a aceptar una autoridad que les imponía normas y les reducía privilegios, basándose siempre en derechos
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documentados en el archivo real. En relación con este asunto están los problemas que fueron surgiendo en la Ribagorza ya desde 1176, que, como hemos visto, hubo de solucionar la reina Sancha. Alfonso, frente a los grandes nobles orgullosos y difíciles, fue rodeándose de la pequeña nobleza a la que favorecía con donaciones pero con la que se aseguraba de conservar sus propios derechos reales, y también procuró atraerse a nobles como el conde de Urgel. No parece que los grandes nobles aragoneses le ocasionaran problemas, ya que tenían más asumido el papel del rey, aunque fueran también celosos de sus prerrogativas. Las dificultades continuaron en 1180, siguieron en 1184, 1186, 1188, 1189 y 1191, año en el que el monarca firmó un acuerdo con Armengol VIII, conde de Urgel, contra Ponce de Cabrera y sus amigos, cuyos bienes se repartirían entre el rey y el conde cuando los vencieran. En 1192, en octubre y desde Barbastro, se firman paces y treguas para Cataluña. Respecto a la política relacionada con otros reinos peninsulares, la que se refiere al Reino de Castilla al principio fue amistosa. Se llegó a pactos sobre cuestiones pendientes en Sahagún en 1170, y las reuniones continuaron luego en Zaragoza. Posteriormente se alcanzó un acuerdo por el que ambos reyes se aliaron contra Pedro Ruiz de Azagra, señor de Albarracín al que protegía el rey de Navarra, y determinaron que la villa de Albarracín quedase para Aragón cuando se conquistase y las demás posesiones de Pedro Ruiz pasasen a Castilla. En 1177 se adhirió también el rey de León y los tres reinos colaboraron en la conquista de Cuenca. Dos años más tarde se reunieron en Cazola los reyes de Castilla y Aragón para establecer un reparto de las zonas de conquista respectivas en territorios musulmanes y para continuar la guerra con Navarra. Sin embargo, el monarca castellano no cumplió lo pactado en este último asunto y ello provocó complicaciones en su relación con Aragón, hasta el punto de que en 1190 Alfonso II se reunió en Borja con el rey de Navarra para actuar juntos contra el de
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Castilla, ya que a ambos los había agraviado. A este pacto se unieron al año siguiente los reyes de León y Portugal, de manera que cuando se produjo el gran ataque almohade de 1195 Alfonso VIII de Castilla se encontró solo y fue derrotado en Alarcos. Con Navarra las relaciones evolucionaron al revés que con los castellanos. Al principio hubo enfrentamientos, incluso armados, en las zonas fronterizas y desavenencias por la ayuda que prestaba el rey navarro al señor de Albarracín, que no dejaba de ser un obstáculo para la expansión aragonesa hacia el Levante musulmán. Sin embargo, ya hemos visto que la falta de lealtad a los pactos firmados por parte del rey castellano hizo que Navarra y Aragón se aliaran. Aparte de todos estos quehaceres de carácter político, los reyes, ambos, se ocuparon de la organización administrativa de sus territorios, y para ello procuraron obtener ingresos con los que cubrir las necesidades de la casa real. Así, en numerosas ocasiones vemos entregar diversas plazas en feudo a cambio de un censo anual o confirmar privilegios a determinadas ciudades con la contraprestación de una cantidad de dinero e incluso también de un censo. Para lograr esos objetivos, los reyes se rodearon de juristas que los asesoraran y proporcionaran apoyo legal a sus actuaciones.65 Igualmente se apoyaron en la nobleza de nivel medio, a cuyo ascenso social habían colaborado los propios reyes, y que por lo tanto eran fieles servidores. En todas estas actuaciones de régimen interno, de administración y de gestión de los distintos territorios de la Corona tomó parte activa la reina Sancha, acompañando a su marido en numerosas ocasiones o resolviendo por delegación del rey en determinados casos, como la permuta con el monasterio de Casbas o el pleito del rey con Bernardo de Perella.66 La ampliación del esponsalicio otorgada por Alfonso II en mayo de 1187 en favor de Sancha, efectuada además ante algunos de los más importantes nobles aragoneses, parece demostrar
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el respeto y la consideración del monarca hacia su esposa —«dilecte uxoris mee»—, que se comprueba de nuevo en la forma de referirse a ella en el testamento real. Sancha se ganó el respeto y el afecto de su marido. Alfonso confiaba en ella y en su buen juicio y debió de delegar en ella tareas de gobierno en muchas más ocasiones de las que nos dejan entrever los documentos. Igualmente parece que fue diplomática y buena mediadora. Aunque los documentos medievales están llenos de formulismos que se repiten, llama la atención el párrafo del testamento de Alfonso en el que se dirige a su esposa, redactado casi como recordando su faceta de trovador, que, traducido, dice así: Ruego no obstante y pido con diligente súplica que doña Sancha, reina ilustrísima esposa mía, por el feudo de amor y vínculo de cariño que hay entre ella y yo y siempre resplandeció, después de mi muerte viva como señora y reina, honrada por todos.
No son palabras convencionales como las hay en otros documentos similares, sino que, a mi modo de ver, expresan al menos un verdadero afecto y el deseo de que sea tratada con toda consideración una vez quede viuda. Respecto a la exigencia de permanecer «casta y sin marido», que Ruiz Domènec67 interpreta como una condición moral impuesta por la Iglesia, en mi opinión responde más bien a criterios jurídicos muy comunes en Aragón y relacionados con lo que pronto sería la llamada viudedad foral, una de las características más conocidas del derecho foral aragonés. Y Sancha, cumpliendo con otra de sus obligaciones más importantes para aquella época, le dio a su marido cuatro hijos y cuatro hijas, cuyas vicisitudes, muy resumidas, vamos a ver a continuación.
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LA DESCENDENCIA DE ALFONSO Y SANCHA Tradicionalmente se ha considerado que el primer hijo que tuvo el matrimonio real fue Pedro, primogénito y heredero, aunque los distintos autores discuten sobre la fecha exacta, que unos fijan en 1177 y otros en 1178.68 Sin embargo, parece raro que, siendo como fue Sancha prolífica, y no habiéndose casado a una edad muy temprana, no tuvieran descendencia desde enero de 1174, cuando contrajeron matrimonio, hasta tres o cuatro años después.
Constanza Por lo expuesto en las líneas anteriores nos inclinamos a pensar que Constanza fue la primera en nacer, posiblemente en 1175 —año en el que Sancha no figura en la documentación—, en julio seguramente, mes en el que el rey estuvo varios días en Huesca. La reina pudo quedarse embarazada en el mes de octubre del año anterior, cuando ambos esposos estuvieron en Lérida. Como es habitual, no sabemos nada de su infancia. En octubre de 1196 Sancha escribe desde Daroca a la priora de Sijena, Beatriz de Cabrera, acerca de ciertas normas para la asistencia de los laicos al coro, que la reina considera que no ha de permitirse, excepto en el caso de personas nobilísimas, entre las que incluye a su hija Constanza, que debía de encontrarse en aquellos
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momentos en el monasterio, y encarga a la priora que la consuele.69 Denomina a su hija ya reina de Hungría, por lo que probablemente se habían celebrado ya sus esponsales con Emerico I, rey de Hungría, quizá todavía en vida de su padre, Alfonso, y tal vez su desconsuelo tuviera relación con la idea de que tenía que partir hacia esas lejanas tierras. Sancha le comunicaba que en cuanto se acabase la curia —donde estaban reunidos los nobles más importantes del reino para reconocer a su hijo Pedro II como rey— iría a Sijena, seguramente para despedirse de su hija, que debió de partir enseguida, aunque la boda se celebró en Hungría en 1198. Al año siguiente Constanza dio a luz un hijo llamado Ladislao que el 26 de agosto de 1204 fue nombrado sucesor y coronado por su padre, que se encontraba ya enfermo, como Ladislao III. Emerico recelaba de su hermano Andrés, al que hizo prometer que protegería y ayudaría a su hijo en la gobernación del reino hasta que alcanzase la mayoría de edad. El regente Andrés, muerto su hermano, no cumplió lo prometido y asumió toda la autoridad real, manteniendo a Constanza y a su hijo casi como prisioneros y arrebatándoles todos sus bienes. Finalmente la infanta aragonesa logró huir con su hijo y se refugió en Viena, en la corte de Leopoldo VI de Austria, pero el pequeño Ladislao, de seis años de edad, murió repentinamente el 7 de mayo de 1205. El nuevo rey, Andrés, exigió la entrega del cuerpo de su sobrino, que fue enterrado en Hungría. Constanza regresó a Aragón y se acogió en el monasterio de Sijena. Sin embargo, pronto tendría un nuevo destino. Desde 1202 se estaba negociando el matrimonio, en el que estaba muy interesado el papa Inocencio III, de Federico de Sicilia con alguna infanta aragonesa, alianza con el Sacro Imperio Romano Germánico que también era buscada por Pedro II.70 En principio se propuso a Sancha, que debía de tener una edad parecida a la de Federico, y el rey de Aragón ofreció doscientos caballeros para que fueran a proteger los derechos del rey de Sicilia, que estaban
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siendo cuestionados, e incluso dijo que la reina Sancha podía acompañar a su hija hasta la isla con cuatrocientos o quinientos caballeros para celebrar de momento los esponsales, porque ambos eran muy jóvenes para contraer matrimonio. Inocencio III, a finales de 1202 o principios de 1203, daba por hechos los desposorios de «la hermana del rey de Aragón» con Federico, rey de Sicilia, que había quedado libre por la muerte de Marcovaldo, el regente que lo retenía. Decía además que había enviado notables embajadores para que trajeran no solo a la esposa, sino también a su madre para que atendiera y cuidara a ella y a su futuro esposo, ambos todavía niños. Dos años después, en octubre de 1204, Inocencio III contaba ya con Constanza para su matrimonio con Federico de Sicilia, que era bastante más joven que ella, y quizá por esa razón aún permaneció en Sijena un tiempo. En 1207 aún insistía el papa ante Pedro II para que diera su conformidad al enlace con Federico de Sicilia. El matrimonio, al que asistieron Pedro II y su madre, la reina Sancha, debió de realizarse por poderes entre abril y agosto de 1208 en Zaragoza. Según un documento algo dudoso, parece que Sancha declinó, en una carta dirigida al papa, acompañar a su hija hasta Sicilia porque se encontraba mal de salud por esas fechas, por lo que delegó en su hijo Alfonso, conde de Provenza, al que acompañaron numerosos caballeros entre los que se encontraba Miguel de Luesia.71 El viaje tuvo lugar seguramente en julio de 1209, una vez muerta la reina Sancha, con la que Constanza permaneció hasta el último momento. Se celebró finalmente la boda en Mesina en 1210 y al año siguiente Constanza dio a luz a su segundo hijo, Enrique, al que su padre nombró duque de Suabia. Federico II Hohenstaufen, nieto de Federico Barbarroja, era un personaje bastante controvertido. Hablaba varios idiomas, fundó la Universidad de Nápoles y protegió la Escuela de Medicina de Salerno. Apenas estuvo en Alemania como emperador que era del Sacro Imperio Romano
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Germánico desde 1212, año en que había sido coronado, junto con su esposa, Constanza; prefería vivir en Sicilia, reino heredado de su madre, al que dio las Constituciones de Melfi en 1231. Mujeriego (se casó tres veces y se le atribuyen más de siete amantes con las que tuvo hijos) y rebelde, se enfrentó al papado y fue excomulgado varias veces. Constanza siguió manteniendo relación con el monasterio de Sijena, al que probablemente hizo alguna donación que finalmente no debió de hacerse efectiva. Por ello, el 14 de marzo de 1212 su hermano Pedro, estando en Zaragoza, entrega a dicho monasterio y a su priora, Ozenda de Lizana, la villa de Lanaja en compensación por las donaciones que él y los miembros de su familia, entre los que nombra a la reina de Sicilia, habían hecho pero no se habían llevado a efecto. A finales del año 1213, Constanza, emperatriz y reina de Sicilia, escribe desconsolada al obispo de Urgel porque, «ocupada en tareas urgentísimas de su reino», se había enterado recientemente de la desastrosa muerte de su hermano el rey Pedro el 12 de septiembre en la batalla de Muret, y, aunque había enviado un familiar al papa para que le diera noticias, no había tenido respuesta todavía, sino que le llegaban rumores de que el cuerpo de su hermano había quedado abandonado en el campo de batalla.72 Por eso le ruega que se interese ante el papa para lograr enterrar adecuadamente al rey, cuyo cadáver finalmente fue recogido por los hospitalarios de Tolosa. Años más tarde, en 1217, a petición de Jaime I, sobrino de Constanza e hijo del rey Pedro, fue autorizado por el papa el traslado de sus restos al monasterio de Sijena, donde reposaron en el panteón real junto a los de su madre, Sancha. Ozenda de Lizana, la priora, confirma73 el 10 de abril de 1217 ante todo el convento de Sijena que ha recibido y se le han encomendado cuatro cartas de dote o esponsalicio de Constanza, enviadas por ella misma por conducto de Teresa Zapata y
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Gracia de Artasona. Dos de esos documentos estaban sellados con sello de oro y otros dos con sellos de cera roja. Por desgracia no se han conservado. Constanza murió en Catania el 23 de junio de 1222 y sus restos están en la catedral de Palermo, en un sarcófago romano. Se conserva una preciosa tiara suya de factura oriental, y quizá influyera de alguna forma en la realización de las pinturas de Sijena, que recuerdan los mosaicos sicilianos de las catedrales de Monreale y Palermo, que ella pudo contemplar.
Pedro El heredero, rey de Aragón y conde de Barcelona entre 1196 y 1213, debió de nacer en Huesca en junio de 1177. Él mismo nos dice que fue bautizado en la catedral oscense.74 Su nodriza fue Sancha de Torres, casada con Juan Pictavín, ciudadano de Huesca que luego fue merino. Nos inclinamos a pensar que su nacimiento se produjo en 1177 sobre todo porque al cumplir los veinte años, como se establecía en el testamento de su padre, su madre ya no tenía que asesorarlo ni ejercer de tutora, y, según la tradición, la reina Sancha ingresó en el monasterio de Sijena en abril de 1197. Por su carácter (parece que era muy cumplidora de sus obligaciones), no es muy probable que ella ingresase antes de que su hijo hubiera cumplido la edad estipulada por Alfonso II para desempeñar de forma autónoma el gobierno del reino. Su aspecto físico debió de ser impresionante, ya que era muy alto: al parecer medía casi dos metros, y así lo refleja su sepulcro del monasterio de Sijena, bastante más grande que el de su madre, que no era de baja estatura. Según lo describen sus contemporáneos, se le consideró buen rey, generoso y buen caballero. José María Quadrado, en el siglo xix, lo describe con acierto, contemplando su enterramiento:
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Allí, en el nicho de enfrente, yace aquel monarca generoso hasta la prodigalidad, aquel caballero valiente hasta la temeridad y enamorado hasta la locura; culpable con su madre de ingratitudes, con su esposa de infidelidades, con sus súbditos de gravámenes y dilapidaciones, y sin embargo amado con entusiasmo en su casa y su reino.75
Pedro, durante los primeros meses de su reinado, se dedicó a cumplir las mandas testamentarias de su padre, por un lado, y por otro asumió su dependencia de la tutela y el consejo de su madre. Tanto a él como a la reina les ofreció su protección el papa Celestino III. En el mes de mayo de 1196 se debieron de celebrar en Zaragoza las exequias de Alfonso II y la confirmación de los fueros, usos y privilegios del reino por parte de Pedro II.76 En junio el rey confirmó a la Orden del Hospital sus bienes y las donaciones hechas por sus antecesores y manifestó su voluntad de recibir sepultura en el monasterio de Sijena. En ese mismo verano acompañó al rey de Castilla en su guerra contra el rey de León. Unos meses más tarde, en septiembre, se reunió la curia en Daroca, estando presente la reina Sancha, y el rey reclamó las honores que sus barones tenían por él y recibió la potestad de su reino.77 Así figura en la donación, firmada también por la reina, del castillo y la villa de Samper de Calanda a la Orden del Hospital: «Datum Daroce […]. Quando dominus Rex emparavit baronibus suis omnes honores quos tenebant et accepit potestatem regni sui». En esos primeros años sigue cumpliendo la voluntad testamentaria de su padre, hace un par de viajes a Perpiñán y premia los servicios de María de Narbona, dama de compañía de su madre, la reina Sancha. Esta, según la tradición, ingresó como sóror en el monasterio de Sijena el 23 de abril de 1197, si bien esto no le impidió seguir ocupándose de sus obligaciones como reina ni de numerosas gestiones relacionadas con dicho monasterio. El 20 de mayo de 1198, en Calatayud, se reúnen Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón para comprometerse en un convenio
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de ayuda mutua contra el rey de Navarra y contra todos los hombres y las mujeres, cualesquiera que sean, y añade el documento: «excepta domina Sancia, regina Arragonis, penes quam nos habeamus quamdiu vixerit prout inferius in presenti pagina continetur, et exceptis vassallis nostris». Parece que habían comenzado las discrepancias entre madre e hijo, cuyas causas no conocemos claramente. En ese mismo documento, un poco más adelante, Pedro II se compromete a tener siempre una buena disposición hacia su madre; si no fuera así, ella podría presentar querella ante el rey de Castilla para que este le hiciera enmendar su comportamiento. Alfonso VIII promete igualmente comportarse con deferencia hacia su tía, la honorable reina Sancha. Pedro había cumplido ya para esas fechas los veinte años, y por ello tomaba las riendas de sus dominios sin tutelas ni consejos, aunque la reina, su madre, seguía estando bastante presente en determinadas actuaciones, que normalmente tenían algo que ver con ella o con sus bienes. No obstante, algo no iba bien entre ellos dos. Zurita considera que las disputas se originaron por el recelo de Pedro por el hecho de que su madre tuviera posiciones en la frontera con Castilla, de manera que pudiera entrar y salir del reino castellano libremente.78 Las disputas debieron de ser importantes, puesto que llegaron a oídos del papa Inocencio III, que en mayo del año 1200 escribió al arzobispo de Tarragona y a sus sufragáneos para encomendarles la protección y la defensa de la reina Sancha y sus bienes ante los que atentaban contra ellos, pues era una obligación de la Iglesia la protección a las viudas, pero también en recuerdo de su marido, Alfonso, y de la propia piedad y la devoción que tanto Sancha como su marido mostraron hacia la Santa Sede.79 A causa de esto, en septiembre del 1200 se reunieron en Ariza la madre y el hijo con Alfonso VIII de Castilla para firmar un convenio por el que Sancha daba a su hijo los castillos y las villas de Ariza, Embid y Épila, y él le entregaba el castillo y la villa de
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Ascó y la ciudad de Tortosa, además de otros castillos y villas que se mencionan en el documento. Todos estos lugares, salvo Ariza y Embid, pertenecían al esponsalicio de Sancha, y, según el testamento de su marido, debía mantenerlos en su poder mientras viviera. Así pues, ¿el hecho de que en este acuerdo se los entregase de nuevo a su madre significaba que con anterioridad la había desposeído de ellos? Por otra parte, ¿hasta qué punto Sancha podía tener afinidad y atracción hacia su familia de Castilla, cuando vivió toda su vida en la Corona de Aragón? Mucho tuvo que ofenderla su hijo si llegó a tomar partido por Castilla, y aun así no parece propio de su carácter. Pudo haber motivos más profundos que provocaran el enfrentamiento entre ambos, como sería quizá la oposición de Sancha al matrimonio de su hija Leonor con el conde de Tolosa, algo que interesaba a Pedro II para tener el control del Midi, pero que seguramente su madre consideraba contrario a sus convicciones religiosas, ya que el conde Raimundo VI, si no era cátaro, tampoco se oponía al catarismo, y llegó a ser excomulgado por este motivo. No olvidemos que en 1194 Alfonso II había promulgado una dura constitución contra los herejes. Además, la propia reina Sancha estaba muy preocupada por el tema, como lo muestra el hecho de que se dirigiese al papa Inocencio III para pedirle instrucciones sobre cómo actuar contra ellos.80 A esto cabría añadir la pretensión de Pedro II de despojar a su madre de lo que le correspondía por su esponsalicio, como dejan entrever los documentos, a lo que parece que la reina respondió defendiendo frente a su hijo sus bienes y a sus vasallos. En cualquier caso, las discusiones no terminaron e incluso pudieron agravarse, puesto que Zurita habla de su extensión a la nobleza, que llegó a tomar partido por la madre o por el hijo, y parece que este llegó a ser agresivo físicamente con su madre, según lo que se dice en el nuevo documento de concordia que se firmó en Daroca en noviembre de 1201:
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Ego iamdictus Rex Petrus convenio vobis domine Sancie Regine, matri mee, quod ad hoc ora in antea corpus vestrum salvum et securum custodiam et teneam omni tempore vite mee ab omni inquietacione et gravamine, et benigne ac fideliter tractem sine omni dedecore et vexatione. 81
La situación debió de ser grave, por lo que los más importantes nobles tuvieron que intervenir para poner paz entre ellos. Finalmente, en la concordia de Daroca el rey se compromete a mantener y conservar en poder de su madre los bienes, los lugares y los vasallos que eran de su esponsalicio. El rey jura cumplir esto sobre los Evangelios. Además, juran hacérselo cumplir, prestando homenaje a la reina, Berenguer de Entenza, Guillermo de Castillazuelo, García Romeo, Guillermo de Cardona, Alberto de Castelvell y Raimundo de Vilademuls. Por su parte, Sancha dice: Convengo y prometo de buena fe y sin engaño que vos y todo lo que se refiera a vuestro honor y conveniencia lo apreciaré con buen ánimo y fe sincera, excepto que no participaré por vos en guerra con nadie, si no es por voluntad mía propia. Además, abandono con buen ánimo y espontánea voluntad todo rencor de ánimo contra vos y toda la mala voluntad si alguna vez la tuve hacia vos. Añado también y convengo y prometo que quienes tengan por mí las villas y los castillos que yo poseo de vuestro padre os juren fidelidad y hagan homenaje, y que después de mi muerte, o durante mi vida si yo quisiera, os los entreguen sin contradicción.
Ambos confirman el acuerdo que habían firmado unos años antes en Ariza, en presencia del rey de Castilla, y firman el nuevo. Los acompañan en la firma, además de los nobles que habían prestado juramento, los maestres del Temple, Raimundo de Gurb, y del Hospital, Jimeno de Lavata; Jimeno Cornel, mayordomo de Aragón; Fernando Martínez de Hita, freire de Uclés; García Ortiz;
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Artal de Alagón; Martín Pérez de Villel; Pedro Sesé; Miguel de Luesia; Arnal Palacín; Pedro de Belvís; y Arnaldo de Fuxano; es decir, los más importantes nobles de Aragón y Cataluña. Parece que a partir de ese momento las relaciones entre madre e hijo se normalizaron. Sancha seguía estando presente en documentos que pudieran afectar a sus bienes y se ocupaba de las negociaciones para el matrimonio de Federico de Sicilia con una de las infantas aragonesas manteniendo correspondencia con el papado, que incluso parecía interesado en que la reina acompañase a su hija hasta Sicilia,82 algo que no llegó a suceder, como ya hemos visto. Distintas crónicas se hacen eco de la mediación de la reina Sancha para la realización en 1203 de una conferencia de paz entre los reyes cristianos de Castilla, León, Aragón y Navarra.83 Por otra parte, entre 1198 y 1204 Pedro II logró dominar a toda la nobleza occitana, acabando con el conflicto que enfrentaba a la Corona de Aragón con los condes de Tolosa y erigiéndose en la máxima autoridad política y militar de la zona. En 1204 se acumulan una serie de acontecimientos de gran importancia en la vida del rey de Aragón y que sin duda influyeron también en la de su madre, la reina Sancha. En efecto, a principios de año, en enero, se firmó la alianza con los condes de Tolosa mediante el matrimonio de Raimundo VI de Tolosa y la hermana de Pedro II, la infanta Leonor, que se venía negociando desde 1202, confirmada meses después por el Tratado de Millau de defensa mutua. En junio se celebraba el matrimonio del rey aragonés con María de Montpellier. Y finalmente, en noviembre, el día 11, tuvo lugar en Roma la coronación del rey de Aragón por el papa Inocencio III, su investidura como miles Christi y la infeudación del reino a la Santa Sede.84 Algunos autores afirman que la coronación se llevó a cabo en Roma debido a la influencia de la reina Sancha, que, desde luego, mantenía muy buenas relaciones con el papado. Sin embargo, no parece que fuera así, sino que habría sido una inteligente
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maniobra del rey Pedro para protegerse de futuras acusaciones de apoyo a los herejes cátaros del sur de Francia —que al fin y al cabo eran sus vasallos y, como tales, tenían derecho a su protección— obligando al papa, al declararse el rey vasallo de la Santa Sede, a defenderlo de sus posibles enemigos. Las insignias de la coronación —es decir, la corona, el cetro, el pomo y la mitra—, que al parecer le fueron donadas por el papa, quedaron depositadas en el monasterio de Sijena. Respecto a su matrimonio con María de Montpellier, fue el típico casamiento medieval, contraído por intereses políticos sin ningún disimulo, y en él María llevó la peor parte desde el comienzo. En octubre de 1205 tuvieron una hija, Sancha, a la que inmediatamente Pedro II comprometió con Raimondet, hijo de Raimundo VI de Tolosa, dándole como dote la villa y el castillo de Montpellier, en contra de los deseos de su esposa, María. Pronto Pedro II inició los trámites para anular su matrimonio y comenzó negociaciones para contraer uno nuevo con María de Montferrato, heredera del Reino de Jerusalén. Inocencio III encargó a sus legados en Provenza y al obispo de Pamplona la investigación sobre la legitimidad del matrimonio de los reyes de Aragón, que finalmente se dio por bueno. A pesar de ello, Pedro II siguió tratando con desapego a su esposa (es conocida la leyenda que narra Zurita sobre la forma en que se engendró a Jaime I), disponiendo de sus bienes a su antojo y usando a sus hijos como herramientas políticas a veces poco identificables, como el hecho de que entregara a su hijo —nacido en febrero de 1208— a Simón de Montfort para casarlo con la hija del que sería su enemigo mortal en Muret. Por lo demás, en esos años hizo diversas donaciones a Sijena y a su madre, la reina Sancha, y fue, según muchos autores, el gran triunfador en la batalla de Las Navas contra los musulmanes, en julio de 1212. Esto le dio un gran prestigio y le proporcionó apoyo para la batalla que se avecinaba en la cruzada contra los
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albigenses promovida por el papado,85 pero una serie de errores acumulados lo llevaron a la muerte en Muret en 1213, cuando solamente tenía treinta y seis años.
Alfonso El tercero de los descendientes de Alfonso y Sancha debió de nacer hacia 1179, en julio o quizá unos meses antes, cuando sus padres estaban en Huesca. La fecha de su nacimiento, como se ha mencionado anteriormente, se deduce de la norma canónica que no permitía contraer matrimonio a los varones hasta no haber cumplido los catorce años. Alfonso lo contrajo en julio de 1193 con Garsenda de Sabran, nieta y heredera de Guillermo IV de Forcalquier, con el que el rey de Aragón había firmado un acuerdo de paz. La boda se celebró en Provenza —en Aix-en-Provence—, territorio recibido de su padre por el infante Alfonso, que en junio de 1193 firmaba en un documento como «hijo del rey y conde de Provenza». A partir de ese momento figura con alguna frecuencia en los documentos relacionados con dicho territorio junto a su padre. Muerto este, parece que mantuvo muy buenas relaciones con su hermano Pedro, el heredero del reino. Tuvo numerosos problemas con el conde de Forcalquier, que le disputaba territorios que correspondían a la dote de su mujer.86 Pedro II hubo de intervenir en favor de su hermano en diversas ocasiones, como en el otoño de 1202 en las negociaciones de paz. En abril de 1204 se firmó el Tratado de Millau, de alianza y ayuda mutua, entre el rey de Aragón, su hermano el conde de Provenza y Raimundo, conde de Tolosa. Pero en mayo de ese mismo año surgieron de nuevo desavenencias por el castillo de Sisteron y otros bienes de la dote de Garsenda de los que se había apoderado el conde de Forcalquier con la ayuda de los Baucios. Intervino otra vez el rey de Aragón e invitó a su hermano Alfonso
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y al conde a tratarse como padre e hijo. Sin embargo, las cosas no mejoraron, ya que en diciembre tuvo que volver a intervenir para liberar a su hermano, el conde de Provenza, que había sido apresado por el de Forcalquier. Dos años más tarde, en el verano de 1206, nuevamente se declara la guerra entre ambos condes y ha de intervenir Pedro II, rey de Aragón. En abril el conde de Provenza había firmado un tratado de alianza con Raimundo VI de Tolosa, previendo la guerra con el condado de Forcalquier, que acuerdan repartirse. En diciembre Alfonso II, conde de Provenza, firma un tratado de alianza y defensa mutua con Hugo de Baucio y parece que se van calmando las disputas. Alfonso II, conde y marqués de Provenza, confirmó a distintas instituciones religiosas las donaciones que les habían hecho sus antecesores, fundamentalmente su padre, el rey, y su tío el conde Sancho. Ya hemos mencionado que intervino en el Tratado de Millau con el conde de Tolosa, firmado en los primeros días de abril de 1204, año en el que en enero se había celebrado el matrimonio de Raimundo VI de Tolosa y la infanta Leonor de Aragón, hermana de Pedro II y de Alfonso II de Provenza. Con ambos actos se normalizaban las relaciones con los condes tolosanos, que asumían la supremacía del rey aragonés en el Midi francés, siguiendo el camino iniciado por el rey Alfonso el Trovador. El rey Pedro, por su parte, con objeto de obtener dinero para financiar el viaje a Roma que pretendía hacer para ser coronado allí, empeña los condados de Millau y Gavaldà a Raimundo VI por 150 000 sueldos melgarienses. El documento se firma en Millau entre el 1 y el 9 de abril de 1204 y el conde de Provenza figura como avalista del préstamo.87 Estuvo también presente como testigo y avalista en las capitulaciones matrimoniales de su hermano, el rey, con María de Montpellier, celebradas en la casa del Temple de dicha ciudad el 15 de junio de 1204.
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En ese mismo año, en octubre, antes de viajar a Roma, Pedro y Alfonso88 hacen un testamento recíproco por el que se declaran herederos de sus respectivos dominios en caso de no tener descendencia, situación que por aquellas fechas no era la de Alfonso, que ya tenía un hijo, Ramón Berenguer. Si tienen descendencia legítima, la dejan bajo la tutela del que sobreviva. Pedro deja a su hijo varón, si llega a tenerlo, bajo la tutela y la custodia de su hermano Alfonso hasta que cumpla los veinte años, como había hecho su padre con él. Garsenda, su mujer, era hija de Ranier de Sabran, señor de Lo Cailar, y de Garsenda de Forcalquier, que murió muy joven, por lo que su hija quedó como heredera de Forcalquier. Fue protectora de la literatura occitana e incluso se la conoce como trobairitz con el nombre de Garsenda de Proensa, ya que escribió algo de poesía lírica. Alfonso y Garsenda tuvieron dos hijos, Ramón Berenguer, ya mencionado, y Garsenda. El primero, a la muerte de su padre, heredó la Provenza, y su madre, una vez viuda, le entregó el condado de Forcalquier con la condición de que si no tuviera hijos legítimos todos sus bienes pasarían a su hermana Garsenda, y, en caso de muerte de esta sin descendencia, volverían a su familia. Hacia 1220-1222 Garsenda de Provenza se retiró al monasterio de La Celle, al que su marido, Alfonso, había confirmado sus privilegios en 1202. Parece que aún vivía en 1257. En noviembre de 1208 murió la reina Sancha, y a finales de ese año Alfonso de Provenza estaba en Barcelona dispuesto a acompañar a su hermana mayor, Constanza, a Sicilia para formalizar su matrimonio con el rey Federico.89 Debieron de partir en julio de 1209 junto a un importante séquito de nobles aragoneses. Sin embargo, al parecer se declaró la peste en la isla italiana y Alfonso II de Provenza enfermó y falleció. El 11 de septiembre de 1209, «estando enfermo de cuerpo pero sano de mente», otorgó su testamento en la catedral de Santa María de Monreale e instituyó como heredero a su hijo Ramón Berenguer, al que situó
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junto a su hermana, Garsenda, y todas sus tierras bajo la tutela de su hermano el rey de Aragón. Mandó que lo enterrasen en la casa del Hospital de San Juan de Marsella.
Dulce La tradición dice que fue la última de los descendientes de Alfonso y Sancha, aunque los datos que suelen acompañar dicha afirmación lo desmienten. No se tienen muchas noticias de ella, pero todos los autores coinciden en decir que ingresó como sóror en Sijena en abril de 1188, cuando tuvo lugar la instalación de las monjas en el monasterio.90 Sus distintos cronistas, que citan entre otros al prior Moreno —autor de Jerusalén religiosa, una historia de Sijena manuscrita del siglo xvii que se encuentra en el Archivo Diocesano de Huesca—, dicen que era una niña de pocos años a la que el papa Clemente III había otorgado dispensa para tomar el hábito el 1 de febrero de 1188. Unos dicen que tenía por entonces ocho o nueve años, y otros afirman que tenía diez u once. Tuvo que nacer, por lo tanto, como muy tarde, en 1180. Como veremos, después de ese año la reina Sancha aún dio a luz a dos hijas y un hijo más, sin contar a Ramón Berenguer, que no sabemos cuándo nació porque la única noticia que tenemos de él es la que nos da Pedro II al mencionarlo como enterrado en Sijena con anterioridad a la muerte de su padre, Alfonso II.91 Sancha la dejó al cuidado de Juana Catalana, otra de las sorores que ingresaron en esas fechas, que, no obstante, no pudo hacer mucho por ella, ya que Dulce, según el obituario de Sijena, murió el 11 de febrero de 1189.92
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Fernando El siguiente embarazo debió de ser el de Fernando, que pudo nacer hacia 1187. En el testamento de su padre se le menciona como su hijo menor y se le destina a ser monje de Poblet.93 La reina Sancha se encargaría de cumplir lo ordenado por su esposo, de modo que en 1201 Fernando ingresaba en el monasterio de Poblet, en una ceremonia a la que asistió su madre —que quería ofrecer ella misma a su hijo—, gracias a la intercesión, a ruegos de ella, del papa Inocencio III ante los cistercienses para que se lo permitieran. El padre Ramón de Huesca nos transcribe la licencia del capítulo general del Císter otorgada a la reina:94 Reginae Aragonensi propter reverentiam summi Pontificis, qui super hoc scripsit Capitulo Generali, et ob ipsius devotionem, quam singulariter habet ad Ordinem, conceditur, ut ea die tantum, qua filium suum, quem vovit Ordini, voluerit offerre Domino, domum Populeti possit introire.
En 1205 era ya abad de Montearagón, pero pronto dejó los hábitos porque le gustaba más la vida de guerrero. Parece ser que estuvo en la batalla de Las Navas al frente de un ala del ejército. Fue un personaje inquieto y maquinador que intervino en la vida pública a la muerte de su hermano Pedro en 1213 e intentó acceder al trono en perjuicio de su sobrino Jaime I, que con muy pocos años había quedado huérfano y en manos de Simón de Montfort, el vencedor de su padre. Fernando se convirtió en cabeza visible de uno de los bandos nobiliarios que disputaban el trono, y de hecho se secularizó, aunque siguió manteniendo el cargo de abad de Montearagón.95 Llegó a coger prisionero a su sobrino, el rey Jaime, y lo recluyó en el palacio real de Zaragoza. No obstante esto, que sucedía en 1223, llegó a convertirse en asesor del rey. Estuvo presente en las Cortes de Huesca de 1247, en las que se aprobó la redacción de los Fueros de Aragón. Según el obituario
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del monasterio, murió el 1 de julio de 1248. Fue enterrado en la cripta de la iglesia de Jesús Nazareno de Montearagón, en un sepulcro que, según lo describe el padre Huesca, era de piedra y estaba sobreelevado, y en la cubierta se talló una escultura en alabastro del infante con el hábito abacial.
Leonor No sabemos exactamente el momento de su nacimiento, pero la fecha de su matrimonio, en enero de 1204, nos hace pensar que pudo ser hacia 1188-1190, ya que en torno a 1202 se habían empezado las negociaciones matrimoniales con el conde de Tolosa Raimundo VI. El enlace interesaba a las dos partes: Pedro II adquiría la hegemonía y el predominio en el sur de Francia, puesto que el conde de Tolosa era el único que hasta ese momento se había opuesto al rey de Aragón, quien, ya desde la época de su padre, había logrado ir atrayéndose al resto de la nobleza de ese territorio; por su parte, Raimundo, aunque perdía influencia, ganaba un poderoso protector ante los cruzados que venían del norte acudiendo a la llamada del papa contra la herejía cátara. La infancia de Leonor debió de transcurrir en parte en Sijena, como una de las puellae que se educaban allí, lo cual parece lógico al ser su madre la fundadora del monasterio, uno de cuyos objetivos era precisamente el acogimiento de las mujeres de la nobleza y, en su caso, su formación. Esto parece confirmado por un documento otorgado el 14 de marzo en Zaragoza por el que Pedro II reconoce una serie de deudas que tiene su familia con Sijena, entre ellas «illorum sex milium solidorum que nos dare tenebamur eidem monasterio et promisimus tunc temporis quando de monasterio illo traximus dompnam Alienorem, karissimam sororem nostram comitissam Tolose».96
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Por otra parte, el codicilo del testamento de Alfonso II, de abril de 1196, menciona una manda por la que el rey dona a su «hija mayor» 6000 sueldos como aportación para ingresarla en el monasterio de Sijena, de lo cual encarga a su mujer, la reina Sancha. Leonor en aquellos momentos era la hija mayor: Constanza estaba comprometida con el rey de Hungría y Dulce había fallecido varios años antes; por lo tanto, en esos momentos era la mayor de las hijas que quedaban solteras y su futuro no estaba decidido. Por su parte, Sancha, la hija menor, recibe 20 000 sueldos como dote para contraer un buen matrimonio, de lo que el rey encarga a su hijo y heredero Pedro. Sin embargo, este cambió el designio de su padre y entregó a su hermana Leonor al conde de Tolosa. El acuerdo matrimonial se firmó posiblemente en noviembre de 1202, aunque pudo haber estado gestándose desde 1200. Quizá esta decisión influyera en las disensiones que hubo entre la reina Sancha y su hijo Pedro, como se ha mencionado anteriormente.97 El matrimonio, tal como se ha dicho, se celebró probablemente en Perpiñán en enero de 1204, fecha en la cual Raimundo VI otorgó a su futura esposa la carta de arras, por la que le entregaba una serie de castillos para que los tuviera mientras viviera y otras donaciones.98 Leonor era la quinta esposa de Raimundo y su vida matrimonial no debió de ser fácil. No sabemos hasta qué punto ella se implicó en la doctrina cátara, al igual que lo habían hecho otras mujeres de la nobleza del Midi, como Esclaramunda de Foix y Felipa, hermana y esposa respectivamente de Ramón Roger de Foix. Todos los autores insisten en que el catarismo atrajo principalmente a las mujeres porque les reconocía cierta autonomía e igualdad con los hombres. También se considera que, en general, más que una amplia aceptación del catarismo lo que existió fue una gran tolerancia hacia sus prédicas y sus costumbres, de manera que había numerosas familias en las que algunos miembros seguían a los cátaros y otros eran cristianos. Respecto al conde de Tolosa, no se puede afirmar categóricamente que fuera cátaro,
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pero sí que los acogía y los protegía en sus territorios. De ahí que Raimundo VI se opusiera cuando el legado papal Peire de Castel nau, cisterciense, propuso combatir la herejía mediante la fuerza, lo que provocó su excomunión en mayo de 1207, confirmada poco después por el papa Inocencio III, que declaró la «guerra santa» contra el conde y sus vasallos como consecuencia del asesinato del legado, que se achacó al tolosano. Leonor seguramente se vio afectada por todos estos he99 chos, aunque no podamos saber hasta qué punto. En 1209 Raimundo VI buscó la reconciliación con Roma y antes de partir hacia allá en peregrinación otorgó su testamento, en el que mantuvo a su esposa, Leonor, los bienes que le había donado con motivo de su matrimonio. La condesa fue enormemente celebrada por varios trovadores de su época, como Aimeric de Belenoi, Cadenet, Elias de Barjols o Aimeric de Peguilhan, y nombrada con admiración por Guilhem de Tudela, autor de la famosa Cansó de la Crozada, en la que se relatan los conflictos religiosos y guerreros de aquellos años, que finalmente acabaron con la muerte del rey de Aragón en Muret en 1213. El Concilio de Letrán de 1215 confirmó la derrota de los intereses tolosanos y por decreto papal el condado pasó a Simón de Montfort. Leonor, no obstante, conservó los bienes de sus arras: hay una carta del papa al cardenal Bertrand, legado papal, que autoriza al rey de Aragón, entonces Jaime I, a mantener a su tía Leonor en el gobierno del vizcondado de Millau, que seguramente formaría parte de su dote. Raimundo VI murió en 1222 y su esposa le sobrevivió, pero no se sabe exactamente cuándo falleció. Se retiró en algún monasterio de la diócesis de Uzès, que al parecer también le pertenecía. No tuvieron hijos. Mariano de Pano afirma que Leonor está enterrada en Sijena, en la capilla de san Pedro, al lado de la infanta Dulce, y que fue trasladada allí por una comitiva que llegó de Francia con su cadáver en la primavera de 1202,100 lo cual no pudo suceder, según lo
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que se ha descrito más arriba. La tradición dice que está sepultada donde anota Pano; sin embargo, es muy posible que su tumba se encuentre en el monasterio al que se retiró en sus últimos años y que el sepulcro que ese autor menciona corresponda a su hermano el infante Ramón Berenguer, del que solamente sabemos lo que dice Pedro II en un documento otorgado en Zaragoza el 9 de octubre de 1211 por el que dona al monasterio de Sijena 5000 sueldos anuales sobre las salinas de El Castellar, Pola y Tauste concedidos por sus padres, Alfonso y Sancha, «atendiendo que doña Sancha, de buena memoria, ilustre reina, madre nuestra, edificó y dedicó la casa del Hospital de Sijena y además enterraron allí el cuerpo de Ramón Berenguer, hermano nuestro difunto»,101 el cual parece que, como Dulce, murió antes que su padre.
Sancha Pudo nacer en 1192 o 1193, porque en 1211, cuando contrajo matrimonio, tenía dieciocho años. Fue la última de las hijas de Alfonso y Sancha, quien al dar a luz a esta niña debía tener unos treinta y siete años y seguramente estaría ya a punto de perder su fertilidad. Su infancia con toda probabilidad transcurriría en su mayor parte en Sijena junto a su hermana Leonor, bajo el cuidado de las monjas sijenenses y la supervisión de su madre, la reina Sancha. Permanecería allí hasta que su hermano el rey decidió casarla con Raimondet, el que luego sería el conde Raimundo VII de Tolosa, hijo del marido de su hermana Leonor. En principio Pedro II había comprometido con él a su propia hija, llamada también Sancha, casi recién nacida y en contra de los deseos de María de Montpellier, su madre, ya que le entregaba como dote el castillo y la villa de Montpellier,102 pero la pequeña Sancha murió y por ello el rey Pedro recurrió a su hermana.
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Esta pronto colaboró con su marido, en unos momentos difíciles debido a las circunstancias políticas de las que ya hemos hecho mención, y en 1218 actuaba como embajadora en Nîmes, donde recibió la sumisión de sus habitantes, los cuales desde hacía algún tiempo estaban bajo el dominio de Amaury de Montfort, hijo de Simón, el vencedor de Muret. A cambio les confirmó todos sus privilegios y prometió que ese compromiso sería ratificado por ambos condes de Tolosa, su suegro y su marido. En 1220 dio a luz una hija, Juana, que sería la última condesa de Tolosa, ya que después de ella el condado se integró en el Reino de Francia. Raimundo VII de Tolosa y Sancha debieron de separarse poco después, antes de 1223, cuando el conde preveía casarse con una hermana de Amaury de Montfort, aunque finalmente este enlace no llegó a buen término. Años más tarde el papa Gregorio IX se interesaba por la reunión del matrimonio y, en este sentido, en 1230 escribía al arzobispo de Arlés y al obispo de Orange para que intentaran que los cónyuges volvieran a unirse. Finalmente, en 1240 Raimundo decidió divorciarse oficialmente poniendo como pretexto el parentesco espiritual existente entre ambos, puesto que su padre había sido padrino de su mujer. Asignó una renta a Sancha, que se retiró al castillo de Padernes, en Venaissin, donde murió hacia 1249. Al igual que su hermana Leonor, Sancha fue cantada por algunos trovadores, entre ellos Uc de Saint-Circ.
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LA FUNDACIÓN DE SIJENA En este epígrafe se tratará de poner de relieve sobre todo el papel de la reina Sancha, apoyada por su marido, en la fundación del monasterio de Sijena, puesto que sobre esta institución se han publicado varias obras, la mayoría de ellas citadas puntualmente en las notas y en la bibliografía.103 Aparte de la leyenda sobre el hecho milagroso que motivó el origen del monasterio, que, según los cronistas antiguos, pudo empujar a doña Sancha a fundarlo en el lugar en que se encuentra,104 lo cierto es que Sijena está situado en una encrucijada de caminos entre Huesca y Barbastro hacia el Ebro y Zaragoza y hacia Fraga y Lérida, casi equidistante de cada una de estas localidades, y por lo tanto a una distancia muy adecuada para constituir una de las etapas que podían cubrir los reyes en numerosas ocasiones. Además estaba en una zona necesitada de repoblación. Hay que considerar asimismo que quizá se pudieron aprovechar las instalaciones que hubiera de la comunidad de freires que existía previamente. Factor importante para su fundación era también la función de acogida que podía ejercer para la nobleza femenina aragonesa y catalana, así como la de educación para las niñas de esa clase social, empezando por las propias hijas de la reina, que residieron todas, en distintas circunstancias, en el recién creado monasterio. En Aragón había existido con anterioridad un monasterio que acogía a las hijas de los reyes y de la nobleza, el de Santa Cruz
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de la Serós, pero en esos momentos había dejado de cumplir esa misión porque su situación geográfica había quedado alejada de los centros de poder. No hay que olvidar que este tipo de monasterios venían a constituir una especie de residencias de lujo para muchas de las que ingresaban en ellos, que lo hacían acompañadas de sus damas de compañía y sus criadas —aparte de las criadas que había en el propio monasterio— y con sus bienes personales más preciados, de manera que su vida en el monasterio venía a ser una prolongación de la vida que llevaban fuera de él, pero sin la tutela de su padre y de sus hermanos, o incluso de sus maridos, y tal vez con la posibilidad de ampliar su cultura y sus horizontes mentales. Recogían a doncellas para completar su educación y a viudas que quizá buscaban la seguridad que no tenían fuera de allí. La entrada en un monasterio era también una forma aceptada de separación matrimonial, siempre que el marido la autorizase y, por lo general, también se comprometiese a permanecer casto, aunque es dudoso que lo cumpliera. Era un modo de deshacer un matrimonio mal avenido, aunque igualmente era una manera de repudiar a la esposa, si se la obligaba a ingresar en una institución de esta naturaleza. No cabe duda de que, aunque no nos ha quedado constancia documental, Sijena fue un potente foco cultural desde su fundación y ejerció una gran influencia durante toda la Edad Media. Las pinturas murales, los retablos, las esculturas y los objetos litúrgicos que han perdurado a pesar de las varias destrucciones que ha sufrido a lo largo de la historia muestran no solo una pujante economía —debida en parte al patrimonio que la reina Sancha le proporcionó desde sus orígenes, pero también a las dotes que entregaban las hijas de los nobles al ingresar—, sino también un notable gusto artístico, que se puede apreciar en la calidad de las obras que contenía el monasterio. Seguramente la biblioteca de Sijena también sería importante y contendría distintas obras de carácter religioso que se leerían
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en el refectorio durante las comidas, según establecía la propia regla monástica, y mostrarían modelos de vidas de santas y mártires que servirían para la educación de las puellae, como era habitual en la época. Varios autores apuntan a que la reina Sancha comenzó a hacer gestiones para la fundación de Sijena en 1183 (en esa zona había una comunidad de freires desde la época de Ramón Berenguer); sin embargo, el primer documento que se ha conservado del archivo de Sijena relacionado con dichas gestiones es de 1184.105 En él la reina negocia con los templarios el cambio de las iglesias de Sena y Sijena, que pertenecían a la Orden del Temple, por la villa y el castillo de Santalecina y el Pueyo de Monzón —hoy llamado Pueyo de Santa Cruz—, que eran de los hospitalarios, con los que la reina se ha puesto de acuerdo para realizar esta permuta. El documento lo firma también el rey, que sin duda apoyaba a su mujer en este afán. Como testigos figuran cuatro importantes nobles aragoneses: Peregrino de Castillazuelo, Jimeno de Artusella, Dodón de Alcalá y Sancho de Orta. Esos lugares eran del Hospital de San Juan por donación de Ramón Berenguer en 1157. Ya en 1180, a ruegos de la reina, Alfonso II había donado a los hospitalarios una zuda en las afueras de Zaragoza.106 No se sabe si Sancha estaría pensando ya en la fundación de un monasterio; en cualquier caso, los reyes favorecieron a los hospitalarios y a los templarios y les encomendaron la repoblación y la defensa de determinados territorios, como ya se ha dicho. El siguiente documento relacionado con el monasterio es de octubre de 1187. En el intervalo entre las fechas de los dos documentos de Sijena, en 1185 Alfonso II estuvo muy ocupado con asuntos del sur de Francia y la reina no firma ningún documento, como se ha visto más arriba. Quizá la muerte de su madre la tuvo ocupada y preocupada, y pudo acompañar a su marido en las negociaciones con los ingleses contra el conde de Tolosa. Al año siguiente hubo dos entrevistas importantes con el rey de
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Castilla, en enero y en octubre, y la reina asistió a la segunda. También surgieron problemas en Ribagorza, lo que originó el sitio de Roda. El año de 1187 lo pasó el rey en tierras aragonesas en su mayor parte; en marzo hubo de nuevo problemas en Ribagorza y en mayo se produjo la ampliación del esponsalicio de Sancha, del que ya hemos hablado. Quizá algo tuvo que ver en ello la fundación del nuevo monasterio, ya que el documento de octubre que hemos mencionado da a entender que los trámites estaban bastante adelantados, si bien no parece que los frailes del Hospital dieran muchas facilidades a Sancha, que hubo de entregar bienes de su propiedad para conseguir que el monasterio tuviese cierta autonomía. Sin embargo, por lo que se ve, la reina era muy tenaz, y puede que también muy diplomática y negociadora. Así pues, el documento de octubre de 1187107 contiene la donación a la reina Sancha por parte de Armengol de Aspe, prior de la casa del Hospital de Saint-Gilles y de Provenza y castellán de Amposta, de la villa y el lugar de Sijena y de Sena, así como de la localidad de Urgellet —al otro lado del río Alcanadre—, todas ellas con todos sus bienes y derechos, términos y pertenencias. La donación se hace, según afirma el documento, a ruegos de la reina y con el fin de que pueda construir en el lugar de Sijena una casa del Hospital para que habiten en ella todas las sorores recibidas por la orden. Se establece también en ese documento que todos los bienes muebles o inmuebles que entreguen como dote las sorores, si son del Reino de Aragón, queden para el monasterio; si son de fuera de Aragón, pero de la bailía de Amposta, y entregan bienes muebles, quedarán para Sijena; si son inmuebles, se los reserva la casa de Amposta. Dan además a la reina el castillo y la villa de Santalecina con todas sus pertenencias, que ya hemos visto que la reina había prometido al Temple a cambio de las iglesias de Sijena y Sena, pero
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el maestre añade que, si las puede obtener a cambio de nada, la localidad deberá volver al Hospital. A continuación se incluyen una serie de normas de organización de la nueva casa, que seguramente se debieron a la mano de la reina, puesto que se dice que tanto las sorores como los freires estarán bajo la potestad de la priora de Sijena. Se constituye por tanto en un monasterio dúplice, pero con la particularidad de que la comunidad femenina es la que tiene preeminencia.108 No le estará permitido al maestre inmiscuirse en asuntos de las sorores sin consultar con la priora, la cual, por su parte, no recibirá a ningún freire ni a ninguna sóror sin consejo del maestre. Este no podrá destituir a la priora, que está además cualificada para corregir a las sorores o dueñas, a no ser que ella se inhiba en favor del maestre. La priora deberá acudir al capítulo general de los freires del Hospital en el Reino de Aragón para escuchar los nuevos preceptos que pueda dar el maestre y dar cuenta de las limosnas que aporte Sijena para los enfermos pobres del Hospital de Jerusalén. Finalmente, hay un párrafo en el que la reina elige sepultura en Sijena y se ofrece como donada: «offero me ipsam Domino Deo et Beate Virgini Marie et Beato Iohani et infirmis pauperibus Hospitalis Iherosolimitano in vita et in morte». El ser donada no le impidió —como tampoco lo hizo después el hecho de ingresar en el monasterio como humilis soror— atender a sus obligaciones como reina. No obstante, parece que Sancha quería asegurarse de que los hospitalarios protegiesen Sijena pero sin inmiscuirse demasiado en su gestión, así que entregó a la Orden del Hospital un manso de su propiedad, donado por su esposo, situado en términos de Tarragona y denominado Codogn, con todos sus bienes y derechos, tal como ella lo había recibido. Debía de ser una gran propiedad, ya que incluía casas, tierras, molinos, aguas, pastos y bosques. El maestre de Amposta, en aquel momento García de
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Lisa, dio en propiedad, esta vez como compensación a Sancha, y seguramente a solicitud de ella, la villa y el monasterio de Sijena con todos sus bienes, así como Sena, Urgellet y Santalecina con todos sus términos y pertenencias, para que construyera un monasterio y habitáculos donde las dueñas pudieran vivir bajo la regla del Hospital, con los aditamentos —dice la reina— «que yo añadí a la regla de san Agustín», tema del que luego hablaremos más extensamente. En esas fechas seguramente el monasterio ya se había empezado a construir. El maestre concede a la reina asimismo el mantenimiento de un capellán en el Reino de Aragón, donde ella elija, que celebre los oficios divinos por el alma de los reyes, sus padres y sus parientes. Además se compromete a que en lo sucesivo ningún maestre del Hospital tenga licencia ni potestad para alejar o echar del monasterio a la priora o a cualquier otra dueña, si no es con una orden canónica; tampoco tendrán el maestre ni el prior ni los freires potestad ni licencia para disminuir ni gravar al monasterio sijenense ni a sus bienes y donaciones. El documento se otorga en Huesca en marzo de 1188 y lo firman tanto Alfonso como Sancha. Así, la reina queda como propietaria del monasterio y de su patrimonio inicial, y se asegura además la autonomía de Sijena, tanto desde el punto de vista económico como del de la gestión diaria, independientemente de que las monjas reconocieran la autoridad lejana y protocolaria de la Orden del Hospital. En abril del mismo año Alfonso II dona a su esposa y al monasterio sijenense el lugar de Candasnos, que delimita, para que lo pueblen y obtengan provecho de él. El padre Varón,109 al que siguen posteriormente Mariano de Pano y Ricardo del Arco, entre otros, afirma que esta donación se realizó con motivo de la instalación de las monjas en Sijena. Seguramente en esas fechas se podía haber comenzado la construcción del monasterio, pero no estaba todavía en condiciones de ser habitado, por lo que hay que suponer que las dueñas —dominae— se instalarían en la
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propia villa de Sijena, cuyos habitantes, unos años más tarde, junto con los de Urgellet, se desplazaron y formaron un nuevo núcleo, la actual Villanueva de Sijena. Esos mismos autores dan los nombres de las primeras religiosas que ingresaron, en una ceremonia a la que seguramente asistieron los reyes y quizá los familiares de las monjas, que pertenecían a las noblezas aragonesa y catalana, así como las más altas autoridades de la Orden del Hospital en Aragón. Estas primeras dueñas fueron Arnalda de Cruillas, Teresa Gombal de Entenza, Ozenda de Lizana, Beatriz de Cabrera, Sancha de Urrea, Urraca de Lisa —o de Liesa—, Juana Catalán o Catalana, Beatriz de Castillazuelo, Oria de Valtierra, Afectriza de Moncada, Heche de Soteras y Sancha de Abiego. La mayoría de ellas están documentadas, aunque muchas aparecen ya después de muerta la reina. Sancha de Abiego, que figura en 1181 como señora de Abiego,110 fue la primera priora —a la que siguió Beatriz de Cabrera cuando aún vivía la de Abiego— y como subpriora estuvo María de Alcalá. Después fue priora María de Estopiñán, de cuyos deseos de ingresar en el monasterio nos da noticia la reina en 1191, por lo que no entró en el momento inicial. En el mismo documento la reina expresa su dolor por la muerte de Teresa Gombal de Entenza.111 La siguiente priora en vida de la reina fue Ozenda de Lizana, hermana de Rodrigo de Lizana y de Marco Ferriz y emparentada también con los Alcalá.112 Respecto a Juana Catalán o Catalana, pudo ser más bien una dama de compañía de la reina, como lo fue María de Narbona. A Heche de Soteras la menciona la reina en una carta escrita en Huesca el 1 de abril de 1203 en la que comunica a la priora, entonces , que se quedará con ella en Huesca porque está bastante enferma, pero que cuando vea que mejora se irá a Sijena.113 La tradición dice que en ese primer momento de la instalación de las monjas en Sijena se produjo también el ingreso de la infanta Dulce, con licencia papal porque era una niña, que quedó al cuidado de Juana Catalana.
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Los hospitalarios seguían la regla de san Agustín, pero a Sancha le pareció que no se adaptaba bien a las circunstancias de Sijena (al fin y al cabo, era una regla pensada más para hombres), y por ello habló con el obispo Esteban de Huesca para tratar de redactar una regla más adecuada que la complementase. El obispo acogió la idea con gusto y encargó la redacción al arcediano Ricardo, que luego lo sucedería en el obispado.114 El 6 de octubre de 1188 Hermengaudo —o Armengol—, provisor de la Orden del Hospital, escribe a la reina para comunicarle la aprobación de la regla de Sijena, normativa que se inserta en ese mismo documento de aprobación. Aparte de regular las cuestiones religiosas propias de una institución de este tipo, es interesante porque se detiene en detalles de la vida cotidiana. Nos informa de la rutina diaria de las monjas sijenenses —que comienza con el rezo de maitines a medianoche— y también de la forma en que debían llevar el pelo, cortado a la altura de las orejas —porque, según dice la regla, largo indicaría soberbia y demasiado corto sería deshonesto—, y de cómo tenían que vestirse, con telas de lino o lana y, para abrigarse, pieles de cordero, nada de pieles lujosas.115 No obstante, la lana, el lino y las pieles, aunque fueran de cordero, no eran usados por las gentes humildes. La regla se preocupa del aseo diario de las dueñas y establece cómo tienen que bañarse, en el lavatorio, a solas y con otra monja en el exterior para evitar que entre nadie. También indica que las ropas deben lavarse cada semana. Menciona a tres tipos de habitantes del monasterio: las dominae o dueñas, las iuvenes o jóvenes adolescentes y las puellae o niñas, además de las sirvientas y demás trabajadoras del monas terio.116 Las dueñas eran las monjas adultas definitivamente ingresadas que ya han tomado los hábitos, aunque la regla no dice nada de la ceremonia que se celebraba para ello. Las jóvenes o adolescentes seguramente eran las novicias, siempre al cuidado de
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la maestra o de alguna dueña honesta. Las niñas podían ser hijas de la nobleza que residían en Sijena y eran educadas allí para ingresar como monjas o no, como sucedió con Leonor y Sancha, hijas de la reina que salieron del monasterio para contraer matrimonio. Cada día, en el capítulo, todas debían confesar sus faltas y podían ser castigadas por la prelada. La regla habla de los castigos que se podía infligir a las niñas, castigos físicos bastante crueles, aunque se prohibían otros más violentos, como cogerlas de los cabellos, darles patadas o puñetazos o darles con una vara en los hombros o más arriba. Lo que permitía la regla es que fueran azotadas en público, bien en el claustro o bien en capítulo. Permanecer en silencio era lo habitual, pero había momentos a lo largo del día en los que estaba permitido hablar en un lugar adecuado, el parlatorio —junto al claustro—, tras pedir licencia a la priora y para hablar «de cosas útiles». En la regla se hace referencia en numerosas ocasiones a la lectura, bien para el rezo de oraciones o bien para los momentos de descanso, siempre en silencio. Esto nos indica que, con carácter general, las monjas de Sijena sabían leer, e incluso muchas de ellas podían entender el latín, pues se indica que cada día, en el capítulo, la priora debía hacer un discurso en esa lengua para adoctrinar a las monjas, aunque se deja margen para que, si la priora no era «letrada», el discurso lo hiciera otra dueña que lo fuera, o, en última instancia, se hiciera en lengua vernácula si no había ninguna que pudiera hacerlo en latín. Por tanto, tenían un nivel social alto, como ya sabíamos, pero también su nivel cultural era elevado. Respecto a la alimentación, la regla apenas explica nada; sin embargo, cuando menciona los cuidados que había que dar a las enfermas, aparte de regular la forma de realizar las sangrías, habla de los alimentos que se les debían proporcionar, y eran abundantes, sin escatimar nada. La enferma tenía que estar en la enfermería al cuidado de la enfermera, que permanecería con ella día
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y noche. A lo largo del día se turnarían dos dueñas para rezar las oraciones, con la enferma o por ella, y la enfermería tendría sus propios libros. Se dice que debía comer carne todos los días, unas veces aportada por la cillera y otras por la propia enfermera. Además se dice que se le darían uvas, legumbres, olivas, aves, caza, huevos y de todo lo que hubiera en el granero, y, si fuera preciso, se compraría lo que faltase. Aunque esta dieta fuera específica para fortificar a las enfermas, no se puede dejar de observar que en Sijena tenían una buena despensa, de la que participarían también las demás monjas. En mi opinión, la regla de Sijena refleja cierta influencia femenina por los pormenores de los que se ocupa, que sin duda se deben a la inspiración de Sancha, quien, por lo que dice en el documento mencionado más arriba, habría colaborado en su redacción quizá aportando detalles que un hombre no suele considerar. Organizado ya el monasterio, sería la reina mientras viviera la que lo dirigiera y decidiera sobre las cuestiones que se presentasen. Seguramente durante los primeros años Sancha mantuvo relaciones muy estrechas con él, aunque atendía igualmente a los asuntos del reino. No parece que fijara su residencia habitual en Sijena, ni siquiera posteriormente, cuando ingresó como sóror, una vez que su hijo cumplió los veinte años y se acabó la tutela impuesta por el testamento de Alfonso II. En el monasterio se ocupaba tanto de la administración de los bienes como de las relaciones con la Orden del Hospital o con el papado —para obtener los privilegios necesarios—, con los nobles y, por supuesto, con el rey. En esos primeros años de la andadura del monasterio Sancha se preocupará de atraer a nobles damas para que ingresen en él, a cuidar de la construcción de los edificios necesarios, enviando incluso a maestros constructores, y a asegurar su dotación territorial, imprescindible para su mantenimiento con el decoro necesario. Es notable el interés de la reina en el avance de las obras, que
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la lleva a considerar algunos aspectos estéticos, lo que nos induce a pensar que no carecía de sensibilidad artística. Posiblemente la reina emplearía para la construcción del monasterio las rentas de los bienes que constituían su esponsalicio, que, como se ha dicho, su marido, Alfonso, había ampliado con los castillos de Daroca, Épila, Uncastillo y San Esteban (¿de Litera?) en mayo de 1187. No se sabe con seguridad lo que duraron las obras. El padre Huesca dice que a principios de 1188 estaba ya edificado, y sitúa en abril la ceremonia de consagración de la iglesia,117 donde posteriormente se celebraría el ingreso de las primeras dueñas. Sin embargo, tal como se ha mencionado, la realidad es que para aquellas fechas la iglesia no estaría acabada, aunque, según las cartas de Sancha, pudo estarlo ya en el otoño de 1191, fecha en la que la reina menciona que se está construyendo un molino —para lo que manda un sarraceno muy habilidoso en esos menesteres— y desea además que se termine pronto la torre que se está levantando entre los muros del monasterio, que en su opi nión servirá, más que para custodiar a las monjas allí recluidas, cuya virtud las protege, para dar una bonita perspectiva al edificio desde la lejanía. La reina se preocupa además de la administración de los bienes de Sijena. En este sentido, en noviembre de 1192, de acuerdo con la priora y las demás dueñas, así como con el preceptor y los frailes del convento masculino, entrega a Salvador de Aguas una heredad en esta localidad a cambio de la novena de las hierbas, el vino, la carne, el lino y el cáñamo de censo anual. Por otra parte, no cabe duda de que influiría en su marido para que donase bienes al nuevo monasterio. Así, a principios de 1193 le concede un sarraceno llamado Cicrino con todos sus bienes en Naval y 12 cántaros de aceite de renta en Benifallet, y en marzo permite a la reina que pueda seguir durante dos años explotando las montañas de Ciurana y recibiendo todas sus rentas, que seguramente serían cuantiosas gracias al aprovechamiento forestal.
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Sancha también consigue que el papa Celestino III tome bajo su protección el monasterio de Sijena y confirme sus privilegios y sus posesiones, así como la regla promovida por ella, según documento otorgado en Letrán el 3 de junio de 1193.118 En diciembre de 1194, en Perpiñán, Alfonso II dicta su testamento y una de sus mandas es la donación de Ontiñena con todos sus bienes al monasterio de Sijena, a la que añade todo lo que tiene en Alcubierre y sus términos, una vez muerto Lope de Foz, con el objetivo de que el monasterio mantenga un capellán y una lámpara perpetuamente en su memoria. A ruegos de la reina, en octubre de 1195 el papa Celestino III confirma de nuevo las libertades y las instituciones de Sijena. En abril del año siguiente, Alfonso II, a punto de morir, añade a su testamento un codicilo en el que ordena que su hija mayor —posiblemente refiriéndose a Leonor, como ya se ha dicho más arriba— ingrese en Sijena. Le da como dote 6000 sueldos y encarga a su mujer, Sancha, que se ocupe del ingreso en cuanto él muera y se lea su testamento. Igualmente establece que su hija menor, Sancha, reciba 20 000 sueldos barceloneses y que el sucesor, Pedro, con el consejo de su madre, se ocupe de casarla bien y honorablemente. También a él le ruega y le manda que cumpla y haga cumplir su testamento y el codicilo. Ricardo del Arco, que pudo ver el monasterio antes de su incendio, lo describe así: Redúcese a un encuadramiento con cuatro grandes crujías determinado por el claustro y el patio central; en la gran nave del Sur, los vestíbulos, la cocina, el refectorio y el templo con su portada principal; los primeros con salida al exterior, y todas las estancias comunicando con el claustro por puertas abiertas en los recios muros. Junto al ala Este, la sala capitular, los dormitorios y la enfermería; al lado Norte, y en primer término, más dormitorios y otras estancias, y en segundo término, con separación de muro, acaso aposentos de la reina Doña Sancha
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[…] y patio. Y en el lado de Occidente, el locutorio o parlatorio y el noviciado.119
De la lectura de la regla de Sijena, aprobada, como se ha dicho, en 1188, se deduce que a finales del siglo xii existían ya la iglesia —con gradas en el presbiterio— y el coro, los dormitorios, el claustro, lo que la regla denomina conventos —que al parecer eran espacios distintos para las dueñas y para las puellae que quizá se podrían localizar en los propios dormitorios—, la sala capitular —en la que se encontraba un armario para guardar los libros de oraciones o de lectura—, el lavatorio o baño y los retretes —denominados en el texto domum neccessariam—, la enfermería, el refectorio y el parlatorio. En cualquier caso, era una obra de gran envergadura con grandes necesidades de financiación, y más si consideramos la decoración que se había de incorporar en vida de la reina o poco más tarde. Sancha dirigió todo su esfuerzo a dar a su monasterio el carácter de fundación real y de lugar de acogida de la nobleza, no solo construyendo un edificio de gran calidad en todos los aspectos, sino también estableciendo unos protocolos de actuación que le dieran prestigio.
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LA VIUDEDAD DE LA REINA SANCHA El 24 de abril de 1196 moría en Perpiñán Alfonso II. Seguramente estaba acompañado por su hijo y sucesor Pedro. No sabemos si también se encontraría con él su esposa, Sancha; posiblemente sí, porque el rey debía de estar enfermo ya de tiempo atrás. Alfonso no tenía todavía cuarenta años y Sancha habría cumplido ya o estaría a punto de cumplir los cuarenta y uno. Por el testamento de su marido, Sancha iba a contraer en esos momentos una serie de obligaciones: la más inmediata era la de organizar los funerales del difunto, pero también debía asumir la tutela de su hijo el rey Pedro II hasta que cumpliera los veinte años establecidos por su padre, así como la de su hijo Alfonso, conde de Provenza —que estaba casado ya con Garsenda pero no había cumplido dieciséis años, edad hasta la que el rey difunto había apuntado que se debía mantener la tutela materna—, y además tenía que nombrar, con el consejo de los albaceas testamentarios, un procurador que administrase sus dominios. Ya hemos visto, por otra parte, lo que ordenaba el codicilo real en lo relacionado con las dos hijas que estaban solteras y eran niñas todavía. Los funerales, según Zurita, se celebraron en Zaragoza en mayo. Esta afirmación del cronista parece corroborarse con un documento otorgado por Pedro II en esa ciudad y en el mismo mes por el que se pone a sí mismo y todo su reino, junto con el condado de Barcelona, los demás condados y todas las honores
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que tiene, bajo el regimiento y la ordenación de su madre, la reina Sancha, durante el tiempo que ella los quiera regir y gobernar, y promete además firmemente que en ninguna ocasión él le quitará o sustraerá la potestad sobre los predichos territorios ni los retirará de su mandato mientras esté en su voluntad tener cuidado de ellos.120 «Promete también vehementemente y conviene que aquello que su madre, por causa de dicho regimiento soportase o emplease, todo fielmente, como conviene a su voluntad, le sería abonado» (es decir, se compromete a abonar a su madre los gastos que haga de sus bienes mientras dure su tutela), y dice además que, si muriese antes que su madre, esta debía conservar los bienes de su esponsalicio mientras viviese, tal como figura en algunos documentos que ha otorgado ya el nuevo rey. Jura cumplir lo dicho por Dios y por los cuatro Evangelios y hace jurar que lo harán cumplir a los nobles Artal de Alagón, Pedro Ladrón, Bernad de Ateca, Guillermo de Castillazuelo, Guillermo de Cardona, Bernat de Portella, Guillermo de Cervera, Alberto de Castroviejo y Arnaldo de Eril. Es un documento curioso. Llama la atención por la minuciosidad con la que describe las obligaciones que asume el nuevo rey, que no dejan de ser las que había ordenado su padre. ¿Se trata de un documento protocolario? No lo parece, porque el rey se compromete, pero también compromete a nobles importantes tanto de Aragón como de Cataluña, incluidos los albaceas testamentarios de su padre. ¿Habían surgido ya algunas diferencias entre la madre y el hijo? El monasterio de Sijena debió de celebrar también solemnes exequias, «cum planctu magno et luminaribus», según nos dice el prior Moreno en su obra manuscrita Jerusalén religiosa y nos transmiten Pano y otros cronistas de Sijena. En el mismo mes de mayo, el día 14, en Zaragoza, el rey Pedro hace donación a los templarios de la villa de Aniesa con todos sus bienes y unos molinos en Luna, todo ello para cumplir
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las mandas testamentarias de su padre y con el consentimiento de su madre, Sancha. El 31 de mayo, en Huesca, toma bajo su protección las catedrales de Huesca y Jaca, así como a su obispo Ricardo. A principios de junio confirma a los hospitalarios todas las donaciones que les había otorgado Pedro Taresa, así como las que les habían hecho el conde de Barcelona Ramón Berenguer, su abuelo, y su padre, el rey Alfonso. Asimismo expresa su deseo de ser enterrado en el monasterio de Sijena. Posiblemente en esas fechas, en la primavera de 1196, llegarían los restos de Alfonso II al monasterio de Poblet, donde había elegido ser sepultado.121 La reina Sancha, sin duda, se ocuparía de que se llevase a efecto con toda solemnidad y respeto el traslado desde Zaragoza, donde se habían celebrado las exequias. No está documentado, pero Sancha quizá participó en la comitiva que acompañaba el cadáver para despedirse definitivamente de su marido, con el que había convivido muchos años. En agosto se reciben dos escritos del papa Celestino III. El primero de ellos va dirigido a Pedro II, al que el pontífice toma bajo su protección, así como a la reina, su madre, y al reino. El segundo tiene como destinataria únicamente a Sancha, a la que considera ya sóror de Sijena —aunque parece ser que ingresó en el monasterio al año siguiente—, y afirma que, a ruegos de la reina, toma bajo su protección su persona y todos los bienes que posee o que pueda poseer, especialmente los que le había donado su esposo, Alfonso II, y que justamente tiene en su poder. Según afirman Zurita y el padre Ramón de Huesca, en septiembre se celebran Cortes en Daroca.122 En ellas, aparte de diversas donaciones reales, se realizó el ritual de la entrega a Pedro II por parte de los nobles de las honores que tenían por mano del rey, para que este a su vez las repartiese de nuevo y recibiera la potestad del reino. Estos datos los confirma el documento por el que Pedro II dona Samper de Calanda a la Orden del Hospital. Zurita apostilla que todo esto lo hace el rey «dejándose aconsejar
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porque todavía es muy joven». La reina estaba presente en esas Cortes, que debieron de durar un tiempo, porque en octubre todavía se encontraba en Daroca participando en ellas, y desde allí escribió a la priora Beatriz de Cabrera una carta en la que le decía que en cuanto acabase la curia iría a Sijena. Mientras tanto le encargaba consolar a la infanta Constanza, que seguramente no aceptaba de buena gana irse a Hungría a contraer matrimonio, aunque fuera con el rey del país, y el viaje estaba a punto de comenzar. Además le da instrucciones para que no se permita acceder al coro a personas laicas, a no ser que sean de muy alto linaje, como por ejemplo su hija Constanza. Pedro II y su madre están en octubre en Huesca, donde confirman la sentencia dada por Berenguer, arzobispo de Narbona y abad de Montearagón, en el pleito que mantenía Jimeno de Luna con la Orden del Hospital en relación con la honor de Remolinos. A primeros de abril del año siguiente Sancha se encontraba en Lérida, en compañía de su hijo el rey, para conceder a los notables y demás vecinos de esa ciudad la potestad de gobernar la ciudad mediante un consulado, siempre que se salvaguardasen los derechos del rey y del conde de Urgel. Según la tradición del monasterio de Sijena, que lo conmemoraba todos los años, el 23 de abril de 1197 ingresaba la reina Sancha como sóror o dueña. No existe ningún documento que lo confirme ni que nos indique cómo se realizaba esa ceremonia.123 Sin embargo, hay un documento de fecha posterior (1207) que nos describe el ingreso de Guillerma, mujer de Pedro Folch.124 Guillerma se ofrece de forma voluntaria —con el consentimiento de su marido en este caso— en cuerpo y alma a la Orden de San Juan de Jerusalén en su casa de Sijena y a su priora, entonces de Lizana, en presencia de las dueñas y los freires. Se compromete a no irse a otra orden y a obedecer a la priora y al convento durante todos los días de su vida, cumpliendo las normas establecidas o que se puedan establecer. Dona al monasterio como dote, según
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costumbre, un censo de 15 sueldos que tiene en Lérida sobre unas casas que le fueron dadas como ajuar por su madre, Ermengarda, y que están situadas en la parroquia de Santa María Magdalena. Entrega a la priora los documentos que atestiguan que las casas son suyas y que están sujetas al mencionado censo. Firman el documento, aparte de los testigos, la nueva dueña Guillerma y su marido, que aprueba y concede todo lo antedicho. En este documento vemos la formulación del ingreso. Al parecer, cuando entraba una nueva monja las dueñas del monasterio salían a recibirla al patio. Seguramente en el caso de Sancha el acto revestiría mayor solemnidad, al estar presentes los miembros de la familia real y quizá también algunos nobles, pero el procedimiento sería parecido al seguido en el caso de Guillerma. Por las noticias que tenemos, la reina siguió atendiendo a los asuntos que podríamos llamar civiles que le atañían, bien porque fueran cuestiones relacionadas con el reino en las que ella debía intervenir, o bien porque se tratase de la administración y el regimiento de sus propiedades. Probablemente el hecho de haber terminado la tutela de su hijo Pedro le supuso una liberación, aunque, como hemos visto más arriba, hasta 1202 no se normalizaron las relaciones entre madre e hijo, lo que sin duda sería doloroso para ella. A pesar de esto, Sancha no dejó de defender sus derechos incluso pidiendo amparo al papa. Por otra parte, la reina debía pensar también en sus hijos pequeños. Fernando ingresaría en 1201 en Poblet entregado por su madre, como se ha visto. A Leonor ya sabemos que su hermano Pedro la designó como instrumento para afianzar las alianzas con los condes de Tolosa, y parece que se encargó él de las negociaciones para su matrimonio, y lo mismo debió de suceder más adelante con la pequeña, Sancha. De lo que sí parece que se ocupó la reina fue de la negociación del segundo matrimonio de su hija Constanza, con Federico de Sicilia, en el que estaba muy interesado Inocencio III.
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Seguramente Sancha pasaría temporadas en Sijena, ya que allí residía al menos su hija Leonor, y puede que también la pequeña, Sancha, y allí acudió asimismo Constanza cuando quedó viuda y perdió a su hijo. Influirían además otras razones prácticas —por ejemplo, vigilar la marcha de las obras— y quizá también religiosas. En estas estancias la reina iba acompañada de damas como María de Narbona, que en mayo de 1197 recibió de Pedro II un molino en Huesca, en el Flumen, en agradecimiento por los muchos y gratos servicios que siempre había dispensado a su madre. Estaba casada, aunque no sabemos quién era su marido, y tenía varios hijos y al menos una hija que se llamaba Sancha. Algunos años después de la muerte de la reina, María se hizo donada de Sijena. Posiblemente era también dama de la reina la mencionada Juana Catalana, a quien Sancha le había encomendado el cuidado de la infanta Dulce. Tenía además Sancha unos servidores que se nombran en algunas ocasiones y que le resultarían imprescindibles para poder atender a todos los asuntos que abarcó durante su vida. Así, se mencionan bailes o administradores que se encargarían de las gestiones y los trámites contables como Ferrarius —que figura en su testamento—, escribanos como Guillermo de Bonastre —al que Alfonso II dona unos bienes en 1178—,125 Bonet, su notario en 1198 y 1207, o Juan de Ripoll, y por supuesto capellanes como Jacobo o fray Juan, probablemente monje de Sijena, que consta como asistente al testamento de la reina. Figuras importantes al servicio de Sancha fueron los porteros; aunque no conocemos el nombre de ninguno, tenían, entre otras, la función de recibir en nombre de la reina los castillos con el juramento de fidelidad de sus tenentes. Sancha fue una de las primeras reinas que usó su propio sello, del que solamente se ha conservado un ejemplar, precisamente en el documento de 1201 con el que Sancha y su hijo Pedro II terminan con sus diferencias.126 El sello es una manifestación de autoridad y nos informa de que la reina era reconocida y respetada
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como tal. Utilizó un sello que tenía bastantes semejanzas con el de su marido y fue la única reina aragonesa que empleó la iconografía ecuestre. En el reverso Sancha cabalga hacia la derecha, siguiendo el tipo anglofrancés, al contrario que Alfonso II, que en sus sellos cabalgaba al estilo mediterráneo. En el anverso está representada en un trono con el respaldo adornado con diversos relieves, lleva ropas mucho más flexibles, amplias y modeladas que las que muestra su marido y sujeta una flor de lis con la mano izquierda. El sello no está completo, y por ello no se puede leer la inscripción. Por esas fechas posiblemente se hubiera comenzado la decoración mural de la sala capitular del monasterio. Diversos autores fijan su realización entre finales del siglo xii y principios del xiii y la atribuyen o bien al mecenazgo de la propia Sancha, o bien al de su hija Constanza, una vez muerta su madre y en homenaje a ella.127 En cualquier caso, hay que resaltar el valor artístico de las pinturas, al parecer realizadas por pintores itinerantes que habían intervenido en Inglaterra y habían conocido las obras de influencia bizantina de la Capilla Palatina de Palermo o de Santa María de Monreale, ambas en Sicilia. La suntuosidad de la sala capitular de Sijena no debe extrañar, puesto que, además de ser un monasterio de fundación real, era residencia eventual de la reina Sancha y también de su hija Constanza, reina de Hungría y después de Sicilia, e igualmente se alojaba allí en ocasiones la reina María de Montpellier —desgraciada esposa de Pedro II—, así como las infantas Leonor y Sancha. Dicha sala pudo hacer funciones de salón del trono en momentos puntuales. La calidad de las pinturas nos indica no solo la potencia económica de sus promotoras, sino también su gran sensibilidad y su gusto artístico. A finales de 1197 Sancha se encontraba con su hijo en Luesia apoyando con su firma la confirmación real a la diócesis de Tortosa y a su obispo Gombau de la posesión de la iglesia de Alquézar y los castillos, las villas y otras posesiones donadas por sus antecesores, disputada por el obispado de Huesca.128
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Debió de tener problemas129 con el arzobispo de Tarragona, que le disputaba la posesión del manso de Codogn —que, como se ha dicho, Sancha había donado a los hospitalarios a cambio de la propiedad de las villas de Sijena, Sena y Urgellet— y de otros bienes que la reina había recibido en esponsalicio. Después de muchas discusiones —dice el documento—, el 5 de abril de 1198 ambas partes llegaron a un acuerdo mediante el cual la reina concedía las peticiones que le hacía el arzobispado sobre determinados bienes y a cambio recibía la villa y el castillo de Montroig para ella y las iglesias de sus términos para el monasterio de Sijena, y además el arzobispo le confirmaba la posesión del mencionado manso. El documento lo firmó también el rey Pedro II, con una apostilla en la que se comprometía a no ir contra el esponsalicio de su madre. Quizá habían comenzado ya las desavenencias entre madre e hijo, cuyo padre en su testamento le había mandado que de todas las mandas y legados que hago en este testamento, que son de las honores del esponsalicio de su madre, le devuelva otro tanto de mis propias rentas: si no obstante ella no lo quisiere, devuélvale dichas honores del esponsalicio y recupere de otras rentas mías dichas mandas y legados.130
Sancha debió de defender sus derechos, entre otras cosas porque tenía grandes necesidades de financiación para la obra del monasterio. A final de año, desde Huesca, la reina escribe a María de Estopiñán, priora en esos momentos de Sijena, contestando a las cartas en las que la priora le consultaba acerca de las discusiones que habían surgido en relación con los lugares de asiento en el coro y el orden en las procesiones. Sancha vuelve a insistir en que no se permita el acceso a las personas laicas, salvo las que sean de la casa real o de las de sus sucesores, en cuyo caso deberán estar situadas junto a la silla prioral.
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Inocencio III, nuevo papa desde enero de 1198, pronto tomó el monasterio de Sijena bajo su protección, y lo ratifica mediante un documento, otorgado en Letrán el 5 de mayo de 1200, en el que igualmente le confirma sus posesiones. Tres años más tarde el papa respondía a una consulta que le había dirigido la reina Sancha sobre la difusión de la herejía cátara en el Languedoc y la forma de actuar al respecto.131 Sin duda era un problema que le preocupaba. Ya hemos visto que el rey Alfonso había dictado una constitución contra los herejes. Por su parte, en febrero de 1198 Pedro II emitió un edicto contra los valdenses y otros herejes, a los que ordenaba salir de sus tierras, para lo que les daba de plazo hasta el Domingo de Pasión, pasado el cual se expondrían a la confiscación de sus bienes y a la muerte en la hoguera. El rey eximía de cualquier castigo al que, después de ese plazo, ocasionase daños a los herejes en sus personas o en sus bienes. Incluía en las penas a quienes los ayudasen o escuchasen. Raimundo VI de Tolosa, el que iba a ser yerno de Sancha, era bastante tolerante con los cátaros, aunque no hay certeza de que él fuera hereje, y posiblemente este asunto tuviera intranquila a la reina. En cualquier caso, el papa le respondió con la normativa general que había dictado con anterioridad, que era muy parecida a la establecida por Pedro II en el edicto mencionado. Desde 1190, con la paz firmada por Alfonso II y Raimundo V de Tolosa, las relaciones en el ámbito occitano habían comenzado a cambiar. La alianza entre los Plantagenet ingleses y el conde de Tolosa en 1196, mediante su matrimonio con Juana, hermana del rey Ricardo I de Inglaterra, motivó a la vez que los tolosanos se alejaran de los franceses. A esto se unió unos años más tarde el debilitamiento del aliado inglés durante el reinado de Juan sin Tierra (1199-1213), que hizo que el conde de Tolosa comprendiera que el rey de Aragón era su mejor baza para la protección de su territorio. Quedaba, por tanto, Pedro II como la mayor autoridad en esa zona, con la obligación de proteger a sus vasallos y a sus aliados.
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Por otra parte, con el nuevo papa, Inocencio III, la política antiherética se modificó en el sentido de que hubo nuevas normativas, como la ampliación de la pena de confiscación de bienes a los cómplices de los herejes —que ponía en un brete a los nobles occitanos, ya que todos ellos o eran simpatizantes o tenían algún familiar entre los cátaros—, que fueron abriendo el camino al concepto de cruzada que luego el papa impondría, y a ello ayudó también la actividad de los cistercienses como delegados eclesiásticos para difundir y ejecutar la política contra los herejes y sus seguidores. Ya hemos visto que la herejía valdense se había extendido por Cataluña, Aragón y Navarra, y que se habían tomado medidas para reprimirla, pero no parece que hubieran tenido mucho efecto si la reina seguía preocupada por este asunto. De todos modos, quizá le influyese más pensar en las consecuencias que podría tener para sus hijos Leonor, que iba a integrarse en una familia sospechosa de catarismo; Alfonso, conde de Provenza y relacionado con familias occitanas por su matrimonio; y el rey Pedro, cuya actuación política lo obligaba, por un lado, a consolidar su autoridad en el sur de Francia mediante pactos y alianzas, como la conferencia celebrada en Perpiñán en febrero de 1198 con el conde Raimundo VI de Tolosa y el conde Bernardo V de Cominges a petición de Berenguer, arzobispo de Narbona y tío del rey de Aragón. En esta reunión se fraguó el matrimonio de Pedro II con María de Montpellier, hija única y heredera del señorío de Montpellier y exesposa del conde de Cominges. Por otro lado, estas alianzas le imponían al rey de Aragón la necesidad de defender y proteger a sus vasallos, y así lo sentían ellos, como se vio en el coloquio cátaro-católico de Carcasona, en el que Pedro II, aun mostrando su pleno apoyo a la ortodoxia y su voluntad de defenderla, no dejaba de tener una postura abierta y tolerante hacia los herejes, que, al fin y al cabo, eran también feudatarios suyos.
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No sabemos en qué momento del año 1201 la reina se dirigió a Poblet con su hijo Fernando para ofrecerlo como monje, según había mandado Alfonso II en su testamento. Sancha tenía interés en entregarlo ella misma y hubo de pedir la intercesión del papa Inocencio III para que los cistercienses la permitieran acceder al monasterio. Es de suponer que aprovecharía la ocasión para visitar la tumba de su marido, que había sido enterrado allí. La reina no otorgó ningún documento ese año; sin embargo, firmó el de la donación del llamado desierto de Alfama a la futura Orden de San Jorge de Alfama en la persona de Juan de Almenar, efectuada por su hijo el 24 de septiembre. Quizá pudieron asistir ambos al ingreso de Fernando en Poblet. Unos meses más tarde madre e hijo celebraban en Daroca una nueva concordia, la definitiva, de la que ya hemos hablado. El 4 de marzo de 1202 Pedro II, estando en Teruel, eximía a la Orden de San Juan de Jerusalén y al castellán de Amposta Jimeno de Lavata de pagar las deudas que pudiera contraer el monasterio de Sijena. Un beneficio para los hospitalarios, pero también un paso más en la autonomía del monasterio. Un mes antes, en Huesca, el rey había donado a su madre una yugada de tierra de año y vez en Cambor, junto a Pina de Ebro. En junio la reina estaba en Tortosa, y allí recibió bajo su protección al sarraceno Lupo Antelli con su mujer y todos sus bienes. Por su parte, él se comprometió a dar a Sijena un censo anual de 13 libras de cera, en la fiesta de la Natividad del Señor, mientras viviera Sancha. Ese mismo año, en agosto, la reina se compromete en un préstamo bastante importante: establece con Jimeno Cornel, que había sido mayordomo real, un acuerdo por el que le empeña los castillos de Calatayud, Daroca y Uncastillo, con su hijo el rey como garante, a cambio de un préstamo de 15 000 maravedís de oro, 4000 sueldos jaqueses y 50 cahíces de trigo y cebada de la medida de Monzón.132 Era una suma de dinero muy importante cuya finalidad no se documenta, pero no cabe duda de que iría a parar
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al monasterio de Sijena y quizá serviría para pagar la decoración mural y el amueblamiento de la iglesia, ya que pocos años más tarde tendría lugar su dedicación. En esos momentos ya se habían entablado negociaciones con el papado para el matrimonio de Federico de Sicilia con una hermana de Pedro II. Ello se confirma en un documento otorgado por Inocencio III —al que la reina madre de Sicilia había encargado la tutela de su hijo— el 5 de junio de ese mismo año en el que se dice que el rey aragonés y su madre, Sancha, le habían comunicado que la infanta estaba preparada y que podrían enviar unos cien caballeros para ayudar al rey Federico II, que en aquellos momentos tenía ocho años y estaba retenido por Marcovaldo, y que incluso podría la reina Sancha acompañar a su hija en el viaje junto con cuatrocientos o quinientos caballeros para celebrar los esponsales.133 Se menciona también la necesidad de establecer el esponsalicio de la novia. Seguramente en esas negociaciones se estaba hablando de la infanta Sancha, como se ha mencionado más arriba, que era más o menos de la misma edad que Federico. No se saben las razones por las que dos años después se eligió a Constanza, la hija mayor; quizá porque ya había demostrado que era fértil y capaz de dar un heredero al Reino de Sicilia, aunque su futuro marido fuera mucho más joven que ella. Sancha intervino activamente en esas negociaciones, que se prolongaron en el tiempo porque, finalmente, quien debía autorizar el matrimonio era el rey Pedro II. Cabe recordar, por otro lado, que entre 1198 y 1201 las relaciones entre madre e hijo, como ya se ha visto, fueron bastante tirantes y difíciles. Aunque los documentos son muy poco explícitos, reflejan cierta hostilidad entre ambos, hasta el punto de que su enfrentamiento pudo originar la existencia de bandos que apoyaban a uno o a otra e incluso obligó a Inocencio III a intervenir. Seguramente la reina estaba en Cataluña en febrero de 1203, puesto que compró a distintos particulares varias piezas de tierra
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en el término de La Morera, lugar cercano a la cartuja de Scala Dei, fundada en 1194 por su marido, Alfonso, en la provincia de Tarragona.134 Las piezas de tierra debían de ser buenas, porque su precio —salvo el de una de ellas, que solamente cuesta 10 sueldos barceloneses— fue importante. No tenemos noticias acerca de la finalidad de esas compras, aunque el hecho de que los documentos figuren en el Archivo Histórico Nacional entre los correspondientes a la cartuja de Scala Dei podría indicarnos que tal vez fueron una donación posterior de la reina a la institución. El 1 de abril de 1203, en Huesca, la reina Sancha otorga un documento muy interesante, ya que nos informa de que se había comenzado a edificar por iniciativa suya la iglesia de Santa María de la Huerta o de Salas, pero que a partir de esos momentos era el Concejo de Huesca el que se hacía cargo de la obra, con la ayuda de unos huertos y unas casas donadas por la reina con la licencia de la priora de Sijena Ozenda de Lizana.135 A ella le dirige la carta en la que le cuenta estos detalles y a la vez le comunica la enfermedad de Heche de Soteras, por cuya vida teme Sancha y con la que dice que va a permanecer hasta que salga del peligro. Añade además que cuando regrese al monasterio de Sijena lo hará acompañada por algunas señoras que quieren tomar los hábitos en él. Esta es una de las cartas que según Pano podrían ser falsas, aunque Agustín Ubieto manifiesta que quizá sean auténticas. En cualquier caso, es el único documento contemporáneo en el que se menciona la iniciativa de la reina en la construcción del santuario de Salas, que alcanzaría pocos años después una gran fama por los milagros que se atribuían a su Virgen, como atestigua el hecho de que Alfonso X, rey de Castilla entre 1252 y 1284, dedicara una parte importante de sus Cantigas de santa María a la Virgen de Salas. Francisco Diego de Aínsa describe esta iglesia, que, según dice, Sancha reedificó y dotó «cerca del año del Señor de 1200 o de 1203», de esta forma: «Es la Iglesia grande y muy capaz de tres nauadas con 16 columnas a dos hileras: tiene de
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largo 180 palmos, y de ancho 85, el techo es de madera pintada, como se vsaba en aquellos tiempos».136 Quizá este techo fue pintado por los mismos artistas que estuvieron en Sijena, pero de esta iglesia solamente se han conservado la portada y las esculturas de la Virgen de Salas, de finales del siglo xii, y la Virgen de la Huerta, del xiv. Sancha, por tanto, además de llevar a cabo la fundación de Sijena, apoyó la del monasterio de Casbas por la condesa Oria de Pallars y la del de Grisén por doña Mayor y sus compañeras, también de monjas hospitalarias, aunque durase poco, y finalmente inició la construcción o la reconstrucción del santuario de Salas, lugar de peregrinación y etapa para quienes se dirigían hacia Santiago de Compostela. En septiembre de ese mismo año de 1203 parece que se celebró en Alfaro una conferencia de paz entre los reyes de Castilla, León, Aragón y Navarra —según indican tanto la Crónica de veinte reyes 137 como Zurita en sus Anales y afirma Pano—, la cual preparaba el camino para la unidad de las fuerzas cristianas que llevaría en 1212 a la gran victoria de Las Navas,138 en la que sobresalió el rey de Aragón Pedro II. La infanta Leonor se casaba con Raimundo VI de Tolosa en enero de 1204. Las negociaciones debieron de empezar un par de años antes, y parece que se hizo cargo de ellas el propio Pedro II, a quien le interesaba la alianza con Tolosa. No sabemos si la reina Sancha veía bien entregar al conde tolosano, que había repudiado ya a varias mujeres, a una hija cuyo padre, Alfonso II, la había destinado a ingresar en Sijena como monja, pero seguramente lo consideraría inevitable por razones de Estado, como solía ocurrir con los matrimonios de las hijas de reyes en aquellos años. En las capitulaciones firmadas en Perpiñán, por las que Raimundo VI daba a Leonor los castillos de Belcaire, Vallobrega, «Valleaquaria», Saint-Cerní —luego llamado Pont-Saint-Esprit— y Bolena, estuvieron presentes el rey de Aragón y su hermano Alfonso, conde de
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Provenza, además de muchos miembros de las noblezas occitana y aragonesa. Todos ellos se obligaron a cumplir y hacer cumplir lo que allí se estipulaba. Estaba también Leonor, que recibió el esponsalicio y se comprometió a servir a su esposo y a sus sucesores. Quizá pudo acompañarla su madre, la reina Sancha —igual que había acompañado a su hijo Fernando cuando ingresó en Poblet—; no sería nada de extrañar, pero no está documentado. Ya hemos visto también que el papa veía posible que la reina acompañase a su hija a Sicilia para casarse con Federico, aunque en este caso no llegase a suceder porque el matrimonio se fue retrasando. Leonor pronto se ganó el corazón, al menos, de los trovadores de la época, como ya se ha puesto de manifiesto. A primeros de abril Pedro II estableció un tratado de defensa mutua con su cuñado el conde de Tolosa en el que estaba también implicado el conde de Provenza Alfonso, hermano del rey aragonés. Este aprovechó además para obtener un préstamo de 150 000 sueldos melgarienses del tolosano, al que empeñó a cuenta Millau y Gavaldà. En esos acuerdos se debió de afianzar también la boda del rey con María de Montpellier, que habría de celebrarse en junio, y el proyecto de viajar a Roma para ser coronado por el papa, para el que el rey necesitaba dinero. Sin duda fueron acontecimientos que afectarían profundamente a Sancha, pero no sabemos hasta qué punto se vio implicada o pudo intervenir en ellos, a pesar de que hay algún autor que afirma que la coronación por el papa fue una iniciativa de la reina. El matrimonio de Pedro II de Aragón con María de Montpellier fue el típico matrimonio feudal de conveniencia:139 con el señorío de Montpellier, el rey aragonés tenía como vasallos a todos los nobles occitanos, salvo al conde de Tolosa, con el que, como ya se ha dicho, se habían establecido vínculos familiares porque había contraído matrimonio con Leonor, hermana del rey. Además el rey adquiría el control de un rico señorío, vasallo del papa por otra parte, que, aunque no tuviera demasiada importancia desde el punto
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de vista político, sí que podía convertirse en moneda de cambio en determinadas circunstancias. Hay que añadir a esto que fue un matrimonio desgraciado: Pedro despreciaba a su mujer y esta, al no tener familiares cercanos que pudieran defenderla, se encontraba a merced de su marido, de modo que tuvo que renunciar a su herencia, aceptar a su pesar el matrimonio de su hija Sancha, que no llegó a producirse porque la niña murió, y la separación de su hijo Jaime, que cuando tenía dos o tres años fue entregado por su padre al que luego sería su gran enemigo Simón de Montfort, en una maniobra política bastante difícil de entender. María fue una mujer piadosa que se debió de ganar el afecto de su suegra, la reina Sancha, con la que seguramente estuvo en algunos momentos en Sijena. Antes había estado casada con Barral, vizconde de Marsella y bastante mayor que ella, del que enviudó en 1197. Su padre la entregó a Bernardo IV, conde de Cominges, para alejarla de Montpellier y dar este señorío a su hijo ilegítimo Guillermo. Con su segundo marido tuvo dos hijas, Matilde y Petronila. En 1201, poco antes de la muerte de su padre, fue repudiada por Bernardo. Pedro II, al casarse con María, recuperó el señorío de Montpellier y expulsó de allí a Guillermo. Sin embargo, enseguida quiso divorciarse de ella, que se acogió a la protección de Inocencio III cuando su marido intentó que su matrimonio se declarase nulo y finalmente murió en Roma muy joven, con apenas treinta y tres años, unos meses antes que su esposo. A finales de ese mismo año de 1204, tan pródigo en acontecimientos, se produjo un hecho que sin duda llenaría de orgullo a Sancha: la coronación de su hijo Pedro por el papa Inocencio III en Roma. No está documentado, pero parece muy probable que la reina madre —puesto que existía ya una reina de Aragón en la persona de María de Montpellier— estuviese presente en la solemne ceremonia. Según los registros vaticanos, el rey fue coronado en el monasterio de San Pancracio prope Transtiberim. Fue ungido en primer
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lugar por el cardenal obispo de Ostia, para a continuación ser investido con las insignias reales —que le había regalado el propio papa— por Inocencio III. Se le revistió con el manto, equivalente al manto púrpura de los emperadores bizantinos, y con el colobium, pieza que según Conde y Delgado de Molina era una suerte de túnica y según Durán Gudiol una esclavina o paño humeral.140 Se le entregó el cetro y el pomo o globo, la mitra y la corona. Hubo una segunda parte dentro de esta ceremonia: la investidura de caballería, que se celebró en la basílica de San Pedro del Vaticano. Allí el rey depositó el cetro y la corona en el altar mayor y el papa le colgó la espada. A continuación Pedro II juró sobre los Evangelios, como era habitual en los actos solemnes, fidelidad y obediencia a la Santa Sede, protección a las iglesias y promoción de la paz y la justicia en sus dominios. Para terminar, entregó a Inocencio III el documento por el que él se declaraba feudatario de la Iglesia y se comprometía a pagar un censo anual de 50 mazmodinas, y el papa, por su parte, como señor feudal que era, asumía la defensa del reino de su vasallo Pedro II. El papa había dado alojamiento al rey de Aragón y a su séquito en la residencia de los canónigos de San Pedro. Allí cumpliría con los rituales previos a su coronación, que suponemos muy parecidos a los que se establecen en un pontifical del siglo xiii conservado en el Archivo de la Catedral de Huesca. En él se anota que el rey ayunaba varios días en la semana anterior a la coronación. El mismo día de la ceremonia asistía a una misa privada y luego se bañaba y se vestía con una túnica, una prenda blanca similar a la dalmática, y sobre ella se ponía una esclavina púrpura bordada en oro. Después el rey y su comitiva se dirigían a la iglesia donde iba a tener lugar el acto. La consagración y la coronación se llevaban a cabo una vez iniciada la misa mayor y después de la lectura de la epístola. Respecto a las intenciones políticas que hubo detrás de esta iniciativa de Pedro II, parece que tenían relación con la situación
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existente en el sur de Francia, aparte de la importancia de su carácter simbólico. Muchos de los vasallos occitanos del rey de Aragón, algunos de los cuales eran también parientes suyos, estaban acusados de herejía, pero, a pesar de ello, y precisamente por ser su señor, debía protegerlos. El hecho de haber sido coronado por el papa y haberse declarado su vasallo le servía como demostración de su ortodoxia, pero, por otra parte, también obligaba al papa a defenderlo ante cualquier acusación de ayudar a los herejes que pudiera producirse en el futuro. Pedro II —independientemente de que en su actuación pudiera primar algo de orgullo, como sostienen algunos autores, que lo tachan de fatuo y petulante— era consciente de que, si quería mantener el poder en Occitania, no podía ir en contra de sus vasallos, que tenían veleidades con el catarismo, y por lo tanto debía socorrerlos en caso de que fueran atacados, algo que sucedió unos años más tarde, cuando el propio papa promovió una cruzada contra los albigenses y empujó a los franceses del norte a ir contra los del sur prometiéndoles que se quedarían con las tierras de los herejes. Si estuvo presente o no la reina Sancha en esa ceremonia, no lo sabemos. Sin embargo, a través de los documentos se puede intuir que era muy piadosa, que se le daba bien la diplomacia y mantenía buenas relaciones con el papado y, finalmente, que era una madre afectuosa y cuidadora de sus hijos y sus hijas; por todo ello creemos que no sería extraño que se hubiese trasladado (a lo largo de su vida se ve que no le daba pereza viajar) a Roma para acompañar a su hijo y estar presente en unos actos que sin duda tuvieron gran importancia para la sociedad cristiana de aquella época. En cualquier caso, las insignias reales —que, como se ha dicho, le fueron donadas por Inocencio III— se guardaron en el monasterio de Sijena, que funcionaba ya como archivo real y siguió haciéndolo hasta que Jaime II, a principios del siglo xiv, en 1318, creó el archivo real en Barcelona.
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En mayo de 1205, en Daroca, Pedro II otorga varios documentos en favor de su madre. El primero de ellos es un cambio de lugares mediante el cual el rey se queda con Burbáguena, que era del esponsalicio de la reina, y le entrega Villafeliche con todos sus bienes y derechos. En segundo lugar, le hace donación de todos los cañizares del territorio de Calamocha, que seguramente vendrían bien para las obras del monasterio de Sijena, cuyas dependencias debían de estar completándose entonces. Por último, en junio, y estando también en Daroca, dona al monasterio de Sijena a un judío llamado Aarón Albala con todos sus hijos y sus bienes, libre y franco. En ninguno de esos documentos firma la reina, y por lo tanto probablemente no estaría presente.141 En octubre de 1205 nacía la infanta Sancha, hija de Pedro II y María de Montpellier, y seguramente la primera nieta que conocía la reina madre, porque al hijo que había tenido Constanza en Hungría, Ladislao, quizá no llegó a conocerlo dadas las circunstancias tan difíciles en las que se desarrolló la vida del niño y su pronta muerte, precisamente en ese mismo año de 1205, en mayo. En el mismo mes del nacimiento de su hija el rey Pedro promete entregarla en matrimonio a Raimondet, hijo del conde de Tolosa, y le da como dote el castillo y la villa de Montpellier con sus dependencias, todo ello en contra de los deseos de su esposa, María, la cual se queja amargamente de las presiones y las amenazas de su marido, hasta el punto de que pide consejo y hace venir a Collioure, donde ella se encuentra, a Pedro de Porta y los hombres buenos de Montpellier para que sean testigos de los hechos y le aconsejen.142 Sin embargo, le dicen que nada pueden hacer porque ella y todos sus bienes están en manos del rey. No obstante, constatan que está siendo coaccionada y María afirma ante todos ellos, para que sean testigos, que da su aprobación pero en contra de su voluntad y por la fuerza. Pedro II comienza a pedir al papa el divorcio de su mujer aduciendo que el matrimonio es ilegítimo.
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Parece que las Navidades de ese año las pasó la familia real en Huesca, donde estaba el rey los días 18 y 26, y posteriormente, el día 29, suscribió junto con su madre el reconocimiento de deuda que Pedro de Bisaura hizo a Pedro de Tarascón. En el nuevo año de 1206 hay pocas menciones a Sancha. Confirma el documento por el que el rey ordena que se paguen los diezmos que correspondan al monasterio de Montearagón y arbitra medidas para evitar que se produzcan fraudes a la hora de contabilizar el grano recogido. También está de acuerdo en la donación efectuada por el obispo de Huesca García de Gudal y el cabildo de la catedral al infante Fernando, abad de Montearagón, a ruegos de su hermano el rey. En compensación, este concede al obispo de Huesca diecisiete iglesias, y en el mismo documento recuerda que fue bautizado en la catedral de esa ciudad. En mayo el papa otorgó un privilegio en el que insistía en la confirmación de las posesiones y los derechos del monasterio de Sijena y de todo aquello que habían ratificado sus antecesores.143 En el otoño de ese año, mientras los representantes del rey de Aragón negociaban en Acre su enlace con María de Montferrato, heredera del Reino de Jerusalén, Inocencio III había encargado a sus legados en Provenza y al obispo de Pamplona que examinasen la legitimidad del matrimonio de los reyes de Aragón, atendiendo a la petición del rey, encargo que se renueva, al no haber habido dictamen, en enero de 1207. Las negociaciones para el matrimonio del rey de Sicilia continuaban, pero ahora ya se había preferido a Constanza, viuda de su primer marido, el rey de Hungría. No sabemos las razones de este cambio de prometida. Posiblemente la reina Sancha quiso acomodar pronto a su hija mayor, que había quedado en una situación comprometida, puesto que tuvo que huir de Hungría al quedarse viuda y además perdió los bienes que tenía en aquel país. La infanta Sancha, al ser todavía muy joven, tenía más tiempo por delante para encontrar un buen marido. Y, por otra
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parte, Constanza ya había demostrado que era fértil, lo cual era un incentivo para optar a un nuevo matrimonio. Inocencio III no dejaba de insistir al rey de Aragón para que diera su conformidad al proyecto de enlace de su hermana, que no acababa de autorizar —sin que se sepa la razón de este aplazamiento—, y aún tuvo que escribirle un par de veces más. De todas formas, la tramitación de los asuntos era en esos tiempos muy larga y muy lenta. Así, el 1 de octubre de 1207 llegaba la confirmación de fray Guerrino, maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, del cambio efectuado por Sancha de su manso de Codogn por las localidades de Sijena, Sena, Urgellet y Santalecina. Por fin había recibido la aceptación de las más altas autoridades de la orden, y la reina madre se congratulaba por ello. En noviembre estaba en Daroca, desde donde donaba a Martín de Aivar, comendador de Sijena, una yugada de tierra en el pantano situado cerca de Calamocha y el molino que se encontraba en él. Pedro II, por su parte, hizo donación a su madre de un judío de Calatayud llamado Avincabra, junto con sus hijos y sus bienes. A mediados de enero de 1208 el arzobispo Bernard de Aux declaraba a los legados papales en Provenza que consideraba que María de Montpellier era esposa legítima de Pedro II y que, por lo tanto, no había razón para el divorcio. Pocos días después venía al mundo en Montpellier el tercer nieto de Sancha, el futuro Jaime I, a cuyo nacimiento no debió de asistir porque se encontraba ya delicada de salud, a pesar de ser todavía joven. De nuevo el papa se dirige al rey aragonés para que no retrase el matrimonio de su hermana Constanza con Federico de Sicilia, y escribe también a la reina Sancha para que influya en su hijo en ese sentido. A pesar de estar pendiente de los asuntos políticos, Sancha no se desvinculaba de los problemas relacionados con Sijena. Así, el 4 de marzo se encontraba en Zaragoza, presente en el acuerdo
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de un pacto de hermandad entre el obispo Ramón de Zaragoza y Ozenda, priora de Sijena, según una noticia proporcionada por Pano. Por esas mismas fechas se estaban produciendo graves acontecimientos en el sur de Francia. El legado papal Peire de Castelnau fue asesinado y el papa culpó de ello al conde de Tolosa —en cuyas tierras había sucedido el crimen— y lo excomulgó. Además mandó predicar una cruzada contra los albigenses, los herejes cátaros, incitando a los franceses del norte a ir a luchar con el atractivo de que podrían quedarse con las tierras y los bienes de los acusados de herejía. Estas noticias sin duda serían un duro golpe para la reina madre, ya que afectaban a su yerno, el conde de Tolosa Raimundo VI, y sobre todo a su hija Leonor, que podía ser acusada, si no de hereje, sí de cómplice. En abril Sancha escribe a la priora Ozenda para comunicarle que irán a Sijena, para la fiesta de la dedicación del templo, tanto ella como la reina María y Constanza, a la que ya llama reina de Sicilia. Dos nuevas comunicaciones, en abril y en agosto, remite Inocencio III para exhortar al rey de Aragón a que se lleve a efecto el matrimonio entre Constanza y Federico. Finalmente, el 16 de agosto de ese año de 1208 tuvo lugar en Zaragoza la boda por poderes —nos cuenta Zurita— con las capitulaciones matrimoniales negociadas por la reina Sancha y el papa. Según refieren los cronistas, Sancha había pedido al papa que, si Federico moría antes de que se celebrase el matrimonio, el Reino de Sicilia pasase a su hijo Fernando, abad de Montearagón, petición que el papa no vio correcta ni justificada, a pesar de que no había dudado en pedir un tiempo antes que Sancha fuese a Sicilia acompañando a su hija con un ejército de cuatrocientos o quinientos soldados, por si Federico seguía retenido y había que liberarlo.144 Se dice, aunque no hay documento que lo corrobore, que la reina madre escribió al papa para declinar la propuesta de viajar a
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Sicilia porque se encontraba enferma y comunicarle que Constanza iría acompañada por su hermano Alfonso, conde de Provenza. La enfermedad de la reina a esas alturas era real: no hay más que leer el documento otorgado por Pedro II el 27 de octubre, desde Huesca y a ruegos de su madre, en el que se hacen numerosas referencias a su muerte, que seguramente se veía ya cercana.145 El rey confirma todas las heredades y las donaciones que su padre, Alfonso II, había hecho a Sancha para la obra de Sijena y para sus propias necesidades, así como las que él mismo había hecho al monasterio. Lo recibe además bajo su especial protección y defensa con todos los bienes y derechos que tenga tanto en Aragón como en Cataluña. Concede asimismo a la reina Sancha que pueda encomendar el castillo de Ciurana, con todo su término y todas las rentas que le pertenecen, al maestre del Hospital de San Juan de Jerusalén, de manera que lo tenga incluso después de la muerte de Sancha, hasta que haya pagado al monasterio y a sus dueñas 2000 áureos alfonsinos más otros 1000 para lo que la reina mande hacer con ellos, con licencia de dicho maestre. Si el rey Pedro, muerta su madre, le paga dicha cantidad al maestre, este deberá devolverle el castillo de Ciurana. El rey dispone que el maestre, después de la muerte de la reina, reciba todos sus bienes muebles e inmuebles y semovientes, es decir, ovejas, bueyes, vacas y yeguas, y todo el grano y vino que tenga en toda su tierra, tanto en Aragón como en Cataluña, y lo distribuya donde la reina lo hubiera ordenado. Recibe bajo su protección todo lo que su madre tiene en Cataluña y Aragón, mueble o inmueble, así como a todos los hombres y las mujeres que tenga en toda la tierra del rey con todos sus bienes. Concede y confirma atender y cumplir el pago de todas las deudas de su madre. Lo jura poniendo sus manos sobre los Evangelios. Estaban como testigos Constanza —«ilustre reina de Sicilia»—, el conde Sancho —hermano de Alfonso II y por tanto cuñado de la reina Sancha— y los nobles Miguel de Luesia, Arnaldo
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de Alascún, Atorella, Pedro Jiménez de Urrea, Marco Lizana, Pedro Laín, Álvaro Gutiérrez —mayordomo—, Martín de Caneto, Diego Ferrándiz y Fortuño Valerio. Durante todo el mes de octubre Pedro II había permanecido en Aragón, entre Zaragoza y Huesca, posiblemente porque vería que su madre iba a durar poco. Aun así, parece que Sancha, en el mismo mes de su muerte, noviembre, todavía había ordenado que se fundase un monasterio de monjas benedictinas en el lugar de Peramán, junto a la ribera del Jalón. La noticia la da Zurita, aunque solamente se refiere a «la reina», por lo que algunos autores piensan que la fundación se debió a María de Montpellier; sin embargo, en el testamento incompleto que se ha conservado de la reina Sancha se incluye una manda para dicho monasterio, de manera que mantuvo su lucidez y su decisión hasta el último momento de su vida. El 6 de noviembre de 1208, en Sijena, Sancha dispone la distribución de sus bienes y encarga a su hijo el pago de sus deudas. No se ha conservado el documento original y solamente se conocen extractos, que seguramente recogerían lo fundamental de lo dispuesto por la interesada, pero no todo. En primer lugar, encarga a su hijo el rey que pague al monasterio de Sijena lo que prometió dar en su nombre Jimeno Cornel, según lo pactado en Tarazona,146 tal como hemos visto anteriormente, y ordena que a su muerte se entregue el castillo de Ascó al maestre del Hospital de San Juan de Jerusalén. Lega a su hija Constanza una mesa de oro que había hecho su padre, Alfonso II —el cual la menciona también en su testamento—, una cítara y un paño de seda147 que está empeñado en manos de Rodrigo —aunque Pano y Ubieto anotan «Cecrino»—, judío de Alagón, por 68 maravedís. La mesa también tendrá que ser redimida, porque está empeñada en manos del mismo personaje por un valor de 2063 sueldos jaqueses, al igual que otras dos cítaras que están en poder de Pedro Bernardo de Zaragoza. Deja un paño de seda para la capilla
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y el altar de san Pedro, donde va a yacer su cuerpo («ubi corpus meum jacebit»). Encarga a Catalana —posiblemente la abadesa de Casbas a la que Pedro II denomina «consanguinea mea»—148 que recupere los 4000 morabetinos alfonsinos que le debe su sobrino Alfonso VIII, rey de Castilla. Concede a su hija Sancha, adolescente en aquellos momentos, 1000 morabetinos para que haga con ellos su voluntad. Vuelve a mencionar el paño de seda empeñado por 68 morabetinos y pide a su dama María de Narbona que lo recupere y lo entregue a la capilla de san Pedro junto con una reliquia, propiedad de la reina, del Lignum Crucis.149 Para la obra de la iglesia de Sijena dona todas las joyas que le guarda María de Narbona, a la que manda que las venda y emplee el dinero que obtenga en dicha obra. Al maestro Pedro le deja 35 morabetinos, y lega todas sus yeguas, que las tiene Ferrarius, baile de la reina, a los freires de Sijena. Deja 100 morabetinos para la obra del monasterio de Peramán y otros 100 para la del de Santa María de Casbas. Se deberán dar a Catalana 200 morabetinos que le debía la reina, más las vacas que le pertenecían, además de 150 cahíces de trigo y otros tantos de hordio en Uncastillo. El testamento lo hace en presencia de Catalana, el maestro Pedro de Belchite y fray Juan, capellán de la reina, y como notario ejerce Juan de Ripoll, escribano de la reina. Se cree que Sancha murió el 9 de noviembre de 1208. No está documentada la fecha precisa, pero esta es la que tradicionalmente se tomaba en Sijena como aniversario de su fallecimiento. En cualquier caso, el día 15, en Sijena, Pedro II hace una donación a Ferrer de Santa Lecina150 en agradecimiento por los servicios que ha prestado a su madre, la reina. Lo dice en pasado y no añade, como es habitual, «y cotidianamente seguís prestándolos», de manera que se puede afirmar que en esa fecha Sancha ya había fallecido.
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Estaban junto a ella al menos sus hijos Pedro, Constanza —que había aplazado su viaje a Sicilia por permanecer junto a su madre enferma— y Sancha. Nada sabemos de Leonor ni de Alfonso, conde de Provenza. Posiblemente también acudió Fernando, abad de Montearagón. En el documento del día 15 Pedro II aparece acompañado por importantes nobles aragoneses: García Romeo, Arnaldo de Alascún, Martín de Caneto, Guillermo de Alcalá, Assalit de Gudal, Álvaro Gutiérrez —su mayordomo—, García Gutiérrez, Diego Ferrándiz, Pedro Gonzalvo de Naval, Pedro Livierre y Marqués de Busca. Quizá se habían celebrado en esa fecha los solemnes funerales por la reina muerta. Seguramente estaría también presente en estos hechos el conde Sancho, que ya hemos visto que se encontraba a finales de octubre en la corte aragonesa.
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RECAPITULACIÓN Podemos fijarnos en lo que cuentan de la reina Sancha los trovadores, ya que ellos la trataron y la conocieron, porque, como hemos visto, la corte de su esposo acogió generosamente a muchos de ellos. Aunque sea una descripción poética, Peire Vidal dice: Chanson, vai t’en a la valen reina en Aragon, quar mais reina vera no sai el mon, e si n’ai manhta quista, e no trop mais ses tort e ses querelha. Mais ilh es franc’e lials e grazida per tota gent et a Dieu agradiva.151
El mismo autor afirmaba que «valía más una jovencita de Castilla que todo el oro cargado en un camello por el emperador Manuel», refiriéndose al rechazo de Alfonso II a la princesa Eudoxia para casarse con Sancha, de modo que contrapone su relato con el que había compuesto al respecto Bertran de Born, enemigo del rey de Aragón, aunque este mismo trovador hablaba de la reina de Aragón con simpatía. Tenemos aquí una descripción de Sancha que coincide con lo que hemos ido viendo de su vida: era valerosa, como lo demuestran la expedición para proteger los castillos de la Ribagorza que emprendió en 1176, al poco de contraer matrimonio; su empeño
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en la defensa de sus derechos, aunque tuviera que enfrentarse a su hijo, seguramente muy a su pesar; o su lucha por conseguir lo necesario para la fundación de Sijena, en la que no le importó dirigirse a altas autoridades como el papa o el maestre de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Se trataría, pues, de una reina verdadera que, según se ha ido relatando, con su buen hacer fue ganándose el respeto primero de su marido, después de los nobles del reino y luego también de los que la trataron y la acompañaron en su vida. Una reina a la que nadie había acusado de injusta ni de arbitraria, sino que, como dice el poema citado, era franca, leal y apreciada por toda la gente, y además piadosa, y por ello agradaba a Dios. Fue una mujer fuerte que aceptó las limitaciones que la época en que vivió imponía a las mujeres, pero no dejó que ello le impidiese ejercer todas las funciones que entonces se solían asignar a las reinas, aunque estas dependían en buena parte del contexto en el que se desarrollaba su vida y de las relaciones que mantenían con su consorte, el rey.152 En este sentido, a mi juicio, Alfonso y Sancha mantuvieron una relación al menos de amistad y respeto, si no de verdadero afecto, en la que las infidelidades del rey, si es que las hubo, no llegaron a hacer demasiada mella. Son muy significativas las palabras con las que se dirige a ella Alfonso II en su testamento, como se ha puesto de manifiesto anteriormente. Aunque pudo haber una época de distanciamiento en los años ochenta, el rey intentó compensarla con su apoyo decidido al proyecto emprendido por su esposa de la fundación de Sijena y con la ampliación de su esponsalicio en 1187. Sancha se ganó muy rápidamente la confianza de su marido, y además él le había proporcionado una base económica suficiente para poder actuar con tranquilidad dentro de su ámbito, y también cierta autonomía, como se puede observar en la firma de la reina que aparece en los numerosos documentos relacionados con los bienes de su esponsalicio: «Signum Sancie dictorum
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locorum dominatricis et regine». A pesar de lo poco explícitos que son los documentos medievales, el rey pronto delegó en ella para resolver determinados asuntos, como cuando le encargó que dictaminara, junto con el arzobispo de Tarragona, si era justo el cambio que proponía al monasterio de Casbas del castillo de Morata por varias localidades en 1182,153 o en las ocasiones en las que intervino en pleitos o incluso en revueltas armadas. Se convirtió en un apoyo para su marido, que reconocía su buen juicio, y luego fue la depositaria y la conservadora del legado de Alfonso II. Esta confianza entre ambos provocó a la vez que en la corte se reconociera también la autoridad de la reina en los asuntos que le competían, que no dejaban de ser complementarios de los que ejercía el rey. Acompañó en numerosas ocasiones a su marido en sus desplazamientos, principalmente cuando se iban a tratar asuntos relacionados con los bienes de su esponsalicio, por lo que estaba al tanto de la administración de su patrimonio y sus derechos, pero también cuando se iban a negociar acuerdos, y ello le proporcionaba ocasiones para relacionarse con personas de alto nivel en otros territorios, como los monarcas de otros reinos de España, los nobles occitanos o el papado, así como con los familiares o cortesanos que los rodeaban. Estas relaciones exteriores, que seguramente no estarían tan sujetas al protocolo como las que pudiera tener el rey, le aportaron los medios para poder ejercer una de las labores que tienen asignadas las reinas, la de mediación en favor de los intereses de la Corona, que los cronistas le reconocen a Sancha. Las cartas fueron también formas de comunicación que sabemos que la reina de Aragón empleaba y que utilizaría seguramente en labores diplomáticas para ayudar y complementar en determinados aspectos las negociaciones, más políticas, de su marido. Ya hemos visto que se comunicaba por ese medio con el papa, y quizá también mantuvo contactos epistolares con su madre, Rica, casada con el
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conde de Tolosa Raimundo V, y con su sobrino el rey de Castilla o con su cuñada Dulce, reina de Portugal, de manera que pudo establecer una serie de contactos muy diversificados que habrían facilitado la mediación y la actuación diplomática. Era, por tanto, una mujer con iniciativa propia, enérgica cuando hacía falta, pero también amable y leal. Físicamente fue atractiva y fértil, que es lo que se esperaba de las mujeres entonces. Sancha cumplió de sobras con su obligación de engendrar herederos para el trono. Ya se ha visto que dio a luz cuatro niños y otras cuatro niñas, aunque dos de sus hijos murieron muy pronto. Se preocupó de su crianza, sobre todo de la de sus hijas, ya que los varones pasaban al mundo de los hombres a muy tierna edad y eran educados por ayos, aunque seguramente Sancha intervendría en la selección de estos, de manera que fueran personas que gozasen de su confianza y de la de su marido. A las niñas se les daría una esmerada educación mediante modelos de vidas de santas o de figuras bíblicas, como se hacía entonces, preparándolas para las funciones que luego debían cumplir, tal como las cumplía su madre. Todos, hijos e hijas, seguramente conocerían la poesía provenzal; no en vano su padre era un poeta, su madre era alabada por los trovadores y en su corte eran acogidos muchos de los principales artistas de la época. Trabajó para encontrar maridos adecuados para sus hijas y además les proporcionó un lugar apropiado donde acogerse en el caso de que no contrajesen matrimonio o enviudasen, el monasterio de Sijena, donde podían estar rodeadas de otras doncellas o viudas de las más altas familias de la corte que hubieran quedado en una situación vulnerable o que hubieran buscado la libertad que en cierto modo les daba la vida monacal. Es probable que varios de sus hijos nacieran en Huesca, ciudad en la que se encontraba a menudo y donde existía una residencia real, y quizá por ello adecuada para ser atendida en los partos, seguramente por parteras que se habían ganado la confianza de la reina.
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Los enfrentamientos con su hijo Pedro, una vez que este alcanzó la mayoría de edad, parecen más bien provocados por el carácter impetuoso del joven rey, que de alguna manera quería imponer su autoridad a su madre, y sabía que era muy decidida y no se iba a dejar arrinconar. La chispa pudo saltar cuando Sancha vio perjudicados sus derechos y no dudó en defenderlos. Su ingreso en Sijena como dueña no le impidió seguir con sus obligaciones reales. Sus estancias en el monasterio no fueron demasiado prolongadas, aunque siempre estuvo al tanto de solucionar los problemas que pudieran surgir respecto a las obras o a la organización. La fundación de Sijena tuvo un gran impacto, por un lado desde el punto de vista social, por su función de acogida, y por otro desde el económico, ya que atrajo hacia esa zona, necesitada de repoblación, a los familiares de las dueñas ingresadas, que aportaron bienes, como sucedió por ejemplo con la familia Lizana, algunos de cuyos miembros, hermanos de la priora Ozenda, donaron importantes propiedades al monasterio.154 Además, en determinadas ocasiones ejerció también la función de residencia para la corte o para las mujeres de la familia real, así como la de archivo real, y en él se depositaron documentos importantes como las capitulaciones matrimoniales de Constanza para su matrimonio con Federico, rey de Sicilia —que por desgracia se han perdido—, o las insignias reales que el papa Inocencio III regaló a Pedro II en su coronación en Roma. Por último, como panteón real acogió a la propia reina Sancha, a su hija Dulce y al rey Pedro, y quizá también a Ramón Berenguer, del que su hermano el rey dice que está allí enterrado, y, según la tradición, a la condesa Leonor, aunque esto no parece probable porque en 1222, al quedarse viuda, se retiró a una institución de la diócesis de Uzès que formaba parte de su esponsalicio y no se tiene noticia de la fecha de su muerte. Las convicciones religiosas de la reina Sancha la llevaron a preocuparse por la expansión de la herejía, que había llegado
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a Huesca (los seguidores de Durán de Huesca estaban muy cerca de las ideas valdenses, aunque luego fueron aceptados y protegidos por el papado) y a algunas zonas de Cataluña. Ello motivó que escribiera al papa para pedirle instrucciones sobre cómo actuar ante estos hechos. También, sin duda, le preocuparía cómo podía afectar la situación a su hija Leonor (el papa contesta a su escrito en diciembre de 1203), que estaba a punto de contraer matrimonio con Raimundo VI, conde de Tolosa, sospechoso, aunque no confirmado, de herejía, y por lo tanto susceptible de sufrir los castigos que se imponían a los herejes, como eran la confiscación de sus bienes y la excomunión, castigos que está claro que perjudicarían a su hija en el caso de que se produjeran, por lo que era necesario afianzar la dote que debía recibir. Era, por tanto, una mujer piadosa, que era lo normal entonces, pero también práctica. Con la fundación de Sijena, además de ofrecer un lugar de acogida para las damas nobles, conseguía dar prestigio a la Corona, pero además apoyó a Casbas y al santuario de Santa María de Salas, que pronto se hizo famoso por los milagros que se atribuían a su Virgen, y se convirtió en lugar de peregrinación para los que iban de paso hacia Santiago de Compostela. Alfonso X dedicaría varias de sus Cantigas a la Virgen de Salas y a sus milagros, ya se ha dicho.155 Como era habitual en aquella época, la reina mantenía su propia casa con una serie de servidores necesarios para el cumplimiento de las funciones que debía asumir, tal como hemos ido viendo hasta ahora. Conocemos los nombres de algunos de ellos, sobre todo los de escribanos y notarios, como Guillermo de Bonastre o Juan de Ripoll, pero también los de sus capellanes (fray Juan lo era al final de la vida de Sancha) y el del baile Ferrarius, al que cita en su testamento. Además estaban quienes la ayudaban en la crianza de sus hijos, como la nodriza de Pedro II, Sancha de Torres, que en 1195 estaba casada con el ciudadano oscense Juan Pictavín pero con anterioridad había estado casada con Hugo Martín y había tenido
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varios hijos —Guillermo, arcediano, Guillerma, Pedro Remón, Hugo Martín e Inés—, con los cuales hizo partición de bienes, entre los que se mencionaban la villa y el castillo de Pompién, que habían obtenido por donación real.156 Esto ocurría en marzo de 1206. Unos años más tarde, el 13 de mayo de 1212, en Huesca, Pedro II dona a Juan Pictavín y a su esposa, Sancha de Torres, nutricia del rey, la llamada mezquita verde, situada extramuros de la ciudad, atendiendo a la fidelidad, la devoción y la gracia que siempre habían mostrado al rey, así como por los buenos servicios prestados. Seguramente tuvo también a su servicio maestros de obras y otro tipo de menestrales, pues en determinados momentos los envió a las obras de Sijena. Importantes funciones debían de cumplir igualmente los bailes, citados en algunos documentos, aunque no por su nombre —salvo en el caso del ya mencionado Ferrarius—, que se encargarían de la gestión económica y administrativa de los bienes de la reina. A otro nivel estaban las damas que acompañaban y ayudaban a la reina. Ya hemos hablado de María de Narbona, que pudo ser su camarera, cargo cuyas funciones debía ejercerlas una persona de la confianza real, a juzgar por lo que nos cuenta don Juan Manuel —para fechas posteriores, pero seguramente las cosas no habrían cambiado mucho— en su obra El libro de los estados. A ella la había encargado de la custodia de sus joyas, y Pedro II, por los servicios que había prestado a su madre, le hace donación de varios bienes. María de Narbona acabó como donada en el monasterio de Sijena, como se ha dicho más arriba. A su servicio tendría la reina además doncellas, costureras, lavanderas, cocineras e incluso reposteras, aunque no sepamos nada de ellas. Lo podemos considerar verosímil por comparación con otras reinas, como María de Molina en Castilla, que —aunque un siglo más tarde— tenía una repostera o panadera que la surtía de pan blanco y de confites, según las cuentas de gastos que anotaban los administradores de su marido, el rey.
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Finalmente debemos hacer mención de la labor de mecenazgo artístico que pudo cumplir Sancha a través de su monasterio de Sijena —como lo denomina en numerosas ocasiones Alfonso II—, promoviendo el trabajo de maestros canteros de gran calidad y originalidad, dados los resultados que obtuvieron en la arquitectura del monasterio, que aún podemos observar hoy en día y que Martínez de Aguirre pone de manifiesto.157 Si además de esto fue la promotora de la decoración mural de la sala capitular del monasterio, podemos asegurar sin ningún género de dudas que la reina Sancha tuvo una sensibilidad artística que la llevó a favorecer a profesionales hábiles e innovadores que habían asimilado el buen hacer de los sicilianos, con influencias bizantinas, pero también musulmanas, y de los miniaturistas ingleses. Con ambas cortes tuvo Sancha relación y pudo disponer de referencias de las obras de esos artistas, y contaba con la capacidad económica suficiente y el sentido estético adecuado para poder encargar esos trabajos y seguramente otros que no se han conservado, como retablos, grupos escultóricos, etcétera, para amueblar la iglesia de Sijena. Estaríamos, por tanto, ante la primera reina de Aragón (de Petronila apenas sabemos nada) con inquietudes artísticas, quizá no tanto por la protección y el apoyo a los artistas y sus obras como por actuar con vistas al prestigio de la monarquía, en un momento político —de transición de un reino pirenaico e interior hacia el gobierno de un territorio mucho más amplio— en el que la autoridad suprema del rey todavía no estaba muy reconocida. En resumidas cuentas, Sancha de Castilla, reina de Aragón, condesa de Barcelona y marquesa de Provenza, cumplió de forma excelente las tareas que se esperaban de ella y dejó un buen recuerdo en sus contemporáneos que se ha prolongado casi hasta nuestros días.
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APÉNDICE PARTIMENT DE ALFONSO II
I
Be me plairia, senh’en reis, ab que·us vis un pauc de lezer, que·us plagues que·m dizessetz ver, si·us cudatz qu’en la vostr’amor a bona domna tan d’onor com d’un altre pro chavaler, e no m’en tenhatz per guerrer, ans me respondetz franchamen!
II
Giraut de Bornelh, s’eu mezeis no·m defendes ab mo saber, be sai vas on voletz tener. Pero be vos tenh a folor, si·us cudatz que per ma ricor valha menhs a drut vertader! Aissi vos pogratz un dener azesmar contr’un marc d’argen.
III
Si·m sal Deus, senher, me pareis de domna qu’enten en valer que ja no·n falha per aver ni de rei ni d’emperador
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no·n fassa ja son amador; so m’es vis, ni no l’a mester, car vos, ric ome sobranser, no·n voletz mas lo jauzimen.
IV
Giraut, e non esta genseis, si·l rics sap onrar ni temer sidons e·l cor ab lo poder l’ajosta? Co·l te per senhor, preza·l donc menhs per sa valor, si mal no·l troba ni sobrer? Ja sol om dir el reprover que sel que val mais e melhs pren.
V
Senher, molt pren gran mal domneis, can pert la cud’e·l bon esper; que trop val enan del jazer l’afars del fin entendedor. Mas vos, ric, car etz plus maior, demandatz lo jazer primer, e domn’a·l cor sobreleuger c’ama celui que no·i enten.
VI
Giraut, anc trop rics no·m depeis en bona domna conquerer; mas en s’amistat retener met be la fors’e la valor. Si·lh ric se son galiador e tan non amon oi com er, de me no·n crezatz lauzenger, qu’eu am las bonas finamen!
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VII Senher, de mo Solatz de Quer volgra ben e d’En Topiner c’amesson domnas a prezen. VIII Giraut, oc be, d’amar leuger! Mas a me no·n donetz parer, qu’eu n’ai gazanhat per un cen. I
Giraut de Bornelh: Mucho me gustaría, señor rey, si os viera con un poco de ocio, que os pluguiese decirme con veracidad si creéis que una buena dama consigue, con vuestro amor, tanto honor como con el de otro noble caballero, y no me juzguéis como adversario, sino contestadme con franqueza.
II
El rey: Giraut de Bornelh, si yo mismo no me defendiera con mi saber, bien sé hacia dónde querríais llegar. Os tendría por necio si creyerais que, por razón de mi rango, valgo menos que un enamorado verdadero. De este modo podríais apreciar un dinero más que un marco de plata.
III
Giraut de Bornelh: Así me salve Dios, señor, como creo que la dama que aprecia el valor nunca errará por dinero, ni hará de rey ni de emperador su enamorado; eso me parece a mí, y a ella tampoco le será útil, porque vosotros, altivos ricoshombres, solo buscáis el gozo.
IV
El rey: Giraut, ¿acaso no es más hermoso si el rico sabe honrar y respetar a su dama y une el corazón y el poder? Al tenerlo por señor, ¿acaso lo aprecia menos por su valor, si no lo encuentra malo ni soberbio? Bien suele citarse el proverbio de que quien más puede lo mejor alcanza.
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V
Giraut de Bornelh: Señor, gran daño recibe la galantería cuando pierde la reflexión y la buena esperanza. La conducta del leal cortejador tiene más importancia que el yacer. Vosotros, los poderosos, en cambio, como estáis más elevados, exigís primero el yacer, y bien liviano tiene el corazón la dama que quiere a quien no entiende de amor.
VI
El rey: Giraut, nunca presumí de demasiado poderoso para conquistar a una buena dama, pero pongo toda mi fuerza y todo mi poder en conservar su amor. Y, si bien los poderosos se han convertido en engañadores y hoy en día no aman tanto como antaño, no creáis lo que de mí dicen los maldicientes, pues yo amo lealmente a las buenas.
VII Giraut de Bornelh: Señor, quisiera que mi Solaz de Quer158 y Topiner amaran abiertamente a las damas. VIII El rey: ¡ Giraut, sí, ciertamente, si se trata de un amor ligero! Pero a mí no me consideréis igual que a ellos, porque yo he ganado [en este sentido] ciento por uno.
CANSÓ DE ALFONSO II
I
Per mantas guizas m’es datz jois e deportz e solatz, que per vergiers e per pratz e per foillas e per flors, e pel temps qu’es refrescatz aug alegrar chantadors; mas al meu chan neus ni glatz no·m notz, ni m’ajuda estatz ni res for Deus et amors.
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II
E pero ges no·m desplatz lo bels temps ni la clartatz ni·l dous chans qu’aug pels plaissatz dels auzels, ni la verdors; qu’aissi·m sui al joi lassatz ab una de las meillors; en leis es sens e beutatz, per qu’eu li don tot quan fatz, e jois e pretz et honors.
III
En trop ricas voluntatz s’es mos cors ab joi mesclatz; mas no sai si s’es foudatz o ardimens o paors o grans sens amezuratz o si s’es astre d’amors, qu’anc de l’ora qu’eu fui natz mais no·m destreis amistatz ni·m senti mals ni dolors.
IV
Tant mi destreing sa bontatz, sa proez’e sa beutatz qu’eu n’am mais sofrir en patz penas e dans e dolors que d’autra jauzens amatz grans bes faitz e grans socors: sos homs plevitz e juratz serai ades, s’a leis platz, davan totz autres seignors.
V Quan mi membra dels comjatz que pris de leis totz forsatz, alegres sui et iratz,
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qu’ab sospirs mesclatz de plors me dis: «Bels amics, tornatz per merce vas me de cors». Per qu’eu tornarai viatz vas leis, quar autr’embaissatz no·m es deleits ni sabors.
I
De muchas maneras se me concede gozo, diversión y solaz, pues por vergeles y por prados, y por hojas y por flores, y por el tiempo que ha refrescado oigo cantadores que se alegran; pero a mi canto no lo dañan ni la nieve ni el hielo, ni lo ayuda el verano, sino tan solo Dios y el amor.
II
No obstante, no me desagradan ni el buen tiempo ni la claridad, ni el dulce canto de los pájaros que oigo por los setos, ni el verdor, pues jubilosamente estoy ligado a una de las mejores [damas]. Hay en ella juicio y hermosura, por lo que le ofrendo cuanto hago, y júbilo, mérito y honor.
III
Me he mezclado con la alegría en deseos demasiado elevados; pero no se si es necedad o atrevimiento o temor o cabal juicio muy mesurado o si es la estrella del amor, pues desde el instante en que nací nunca me ha oprimido tanto el amor ni he sentido [tan graves] penas y dolores.
IV
De tal modo me torturan su bondad, su gallardía y su hermosura que prefiero sufrir penas, daños y dolores en paz que gozar del amor de otra con grandes bienes y grandes alivios: seré siempre su vasallo comprometido y ligado por un juramento, delante de todos los demás señores, si a ella le place.
V
Cuando me acuerdo de la despedida, cuando forzadamente me separé de ella, me pongo alegre y triste, porque con
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suspiros mezclados con lágrimas me dijo: «Hermoso amigo, volved en seguida, por piedad hacia mí». Por eso volveré pronto a ella, pues no hay otra embajada que me sea deleitosa ni sabrosa.159
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CRONOLOGÍA LA REINA TENAZ 1154/1155 Nacimiento de Sancha, hija de Alfonso VII, rey de Castilla y León, y su segunda mujer, Riquilda de Polonia. No se conoce ni el lugar ni la fecha exacta. 1157
Nacimiento en Huesca, en la primera quincena de marzo, del futuro rey Alfonso II, hijo de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, y Petronila, reina de Aragón. En mayo se firma entre Alfonso VII, rey de Castilla y León, y Ramón Berenguer IV el Pacto de Lérida, por el que, entre otras cosas, se acuerda el matrimonio de una hija del monarca castellano con un hijo del conde catalán. En agosto muere el padre de Sancha y esta se traslada con su madre a Barcelona, a la corte de la reina Petronila.
1161
Matrimonio de Riquilda de Polonia con Ramón Berenguer III de Provenza, primo del futuro Alfonso II.
1162
Muerte de Ramón Berenguer IV. Le sucede su primogénito, Alfonso, bajo la tutela de su madre, la reina Petronila, y de un consejo de nobles.
1164
La reina Petronila dona el Reino de Aragón a su hijo Alfonso II.
1166
Muerte de Ramón Berenguer III de Provenza. Le sucede en ese territorio el rey de Aragón y conde de Barcelona, que desde entonces será además marqués de Provenza.
1172
El rey Alfonso II compone un partiment con Giraut de Bornelh.
1173
Muerte en Barcelona de la reina Petronila. Alfonso II delega en su hermano Pedro el gobierno de la Provenza bajo su autoridad. A partir de ese momento Pedro cambiará su nombre por el de Ramón Berenguer.
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1174
El 18 de enero contraen matrimonio en Zaragoza Alfonso, II rey de Aragón, conde de Barcelona y marqués de Provenza, y la infanta Sancha de Castilla.
1175
Nacimiento de la infanta Constanza.
1176
En mayo la reina Sancha realiza una expedición a Ribagorza para recuperar los castillos que eran de la Corona real.
1177
Nacimiento del infante Pedro, el futuro Pedro II, en Huesca, posiblemente en junio. En otoño Alfonso II participa en la conquista de Cuenca.
1179
Nacimiento del infante Alfonso. Los reyes apoyan la fundación del monasterio cisterciense de Casbas por la condesa Oria de Pallars.
1180
Nacimiento de la infanta Dulce.
1184
La reina Sancha inicia las gestiones para la fundación del monasterio de Sijena. Recibe de la Orden del Temple las iglesias de Sena y Sijena a cambio del castillo y la villa de Santalecina y otros bienes.
1187
Confirmación y ampliación del esponsalicio otorgado por Alfonso II a su esposa, Sancha. Armengol de Aspe, prior de la Orden del Hospital en SaintGilles y maestre en Provenza y en todo Aragón, dona a la reina Sijena y otros lugares. Quizá comienza la construcción del monasterio. Nace el infante Fernando, futuro abad de Montearagón.
1188
1189
En marzo la reina Sancha dona al maestre de Amposta de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, García de Lisa, todo el manso denominado Codogn que tiene en términos de Tarragona, y ella recibe de los hospitalarios en propiedad Sijena, Sena, Urgellet y Santalecina. La infanta Dulce ingresa en Sijena junto con otras nobles damas. El rey dona a Sijena y a su esposa el término de Candasnos para que lo pueble a su provecho. Se aprueba la regla de Sijena. El 11 de febrero, según el obituario de Sijena, fallece la infanta Dulce.
1188/1190 Nacimiento de la infanta Leonor.
152
1191
Se avanza en la construcción del monasterio de Sijena. La reina envía un sarraceno experto en construcción de molinos para que se haga uno según lo previsto y desea que se termine pronto la torre que se está levantando.
1193
Al comienzo del año el infante Pedro debe de estar gravemente enfermo. Nacimiento de la infanta Sancha. En julio se celebra en Aix-en-Provence la boda del infante Alfonso y Garsenda de Sabran.
1194
Constitución del rey de Aragón contra los valdenses. El rey otorga testamento a finales de año en Perpiñán.
1195
El rey peregrina a Santiago de Compostela, posiblemente en compañía de su esposa, Sancha. Aprovecha el viaje para entrevistarse con los reyes de Navarra, Castilla, León y Portugal.
1196
En abril el rey añade un codicilo a su testamento. El 24 del mismo mes fallece en Perpiñán. En mayo se celebran en Zaragoza los funerales. En agosto el papa Celestino III toma bajo su protección al nuevo rey, Pedro II, y a su madre, la reina Sancha, así como su reino. En septiembre se celebran Cortes en Daroca.
1197
La reina Sancha ingresa como sóror en el monasterio de Sijena.
1198
Comienzan las desavenencias entre la reina Sancha y su hijo el rey. En Hungría tiene lugar la boda de la infanta Constanza con el rey Aimerico, aunque los esponsales debían de haberse celebrado años antes.
1199
Nacimiento de Ladislao, heredero frustrado del Reino de Hungría y primer nieto de la reina Sancha.
1201
El infante Fernando ingresa, entregado por su madre, la reina, en el monasterio cisterciense de Poblet. En noviembre el rey Pedro II y su madre, Sancha, firman en Daroca un acuerdo definitivo que termina con las rencillas entre ambos.
1202
Sancha interviene en las negociaciones con el papado para el matrimonio de una infanta aragonesa con Federico, rey de Sicilia.
153
1203
La reina Sancha ejerce de mediadora para la realización de una conferencia de paz entre los reyes cristianos de Castilla, León, Aragón y Navarra.
1204
En enero se celebra el matrimonio de la infanta Leonor con Raimundo VI, conde de Tolosa. En junio Pedro II se casa con María de Montpellier. En noviembre tiene lugar en Roma la coronación del rey de Aragón por el papa Inocencio III.
1205
Nacimiento de Sancha, hija de Pedro II y María de Montpellier y segunda nieta de la reina madre.
1206
La reina madre confirma varios documentos relacionados con Montearagón, cuyo abad es ya el infante Fernando.
1208
En enero nace el tercer nieto de la reina Sancha, el que luego sería Jaime I. Se celebra la dedicación del templo de Sijena con la asistencia de tres reinas: Sancha, María de Montpellier y Constanza de Sicilia. La tradición sijenense la sitúa en abril. En agosto tiene lugar el matrimonio por poderes de Federico y Constanza. En noviembre, el día 9 según se conmemora en el monasterio de Sijena, fallece la reina Sancha.
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NOTAS 1. Antonio Ubieto (1956). 2. Barrios (2004: doc. 157) y Martin (2007: 89-116). 3. Véase Sánchez Casabón (1995: doc. 4). 4. Hirel-Wouts (2015: 5). 5. Zurita (1976, libro ii, cap. xxii: 243 y ss.). 6. Sánchez Casabón (1995: docs. 274 y 275). Antonio Ubieto (1958) sitúa estos hechos en años muy posteriores (1178-1179), al contrario que Zurita; sin embargo, nuevos investigadores han vuelto a considerar ciertas las fechas que propone Zurita. Véase Hirel-Wouts (2015: 6 y ss.). 7. Lo publica Antonio Ubieto (1987a: 116). 8. Zurita (1976, libro ii, cap. xxv: 250). 9. Taresa, bisabuela de María, era hija del conde Sancho Ramírez, hijo ilegítimo de Ramiro I y hermano del rey Sancho Ramírez. Su marido, Gastón de Bearne, participó en 1118 en la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador. 10. Antonio Ubieto (1981: 245 y ss.). 11. Sánchez Casabón (1995: doc. 99). 12. Sánchez Casabón interpreta Fornels por Fórnoles, que está en la provincia de Teruel. En mi opinión, se trata más bien de Fornillos, cerca de Berbegal, en la provincia de Huesca. 13. Véase Ruiz Domènec (1996) y Aurell (1981). 14. Véase el apéndice. Para estos temas sigo a Martín de Riquer (1962 y 1983), además de otros artículos suyos o de otros autores que se citan en la bibliografía.
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15. Para estos temas veáse Ruiz Domènec (1996), Martín de Riquer (1950, 1959 y 1983) y Cluzel (1957-1958), entre otros. 16. Sánchez Casabón (1995: 288). 17. Visentini (2006). Véase también Blanco (1993), Sánchez Trigo (1990), Ciprés (2007) y Alvares (2010). 18. Lo acusa de violar a tres monjas en el monasterio de Vallbona, en el que Alfonso II estuvo en varias ocasiones, pero la mayoría de ellas acompañado de su esposa, la reina Sancha, por lo que no parece factible. 19. Véase Martín de Riquer (1959) e Isabel de Riquer (1996). Sobre las relaciones amorosas de Alfonso II, Martín de Riquer (1950: 223 y ss.). 20. El 4 de abril de ese año Petronila, «yacente y esforzándose en el parto», otorga su testamento por si muriera a consecuencia de él. Lo publica Antonio Ubieto (1987a). 21. Respecto a su lugar de enterramiento, Juan Bassegoda (2003), arquitecto de la catedral de Barcelona, sostiene que su sepulcro es el que actualmente se sitúa al lado de la sacristía de dicha catedral, que se ha adjudicado a Almodís, esposa de Ramón Berenguer I. 22. Zurita (1976, libro ii, cap. xxxiii: 272). Antonio Ubieto (1962) dio noticia de otro proyecto matrimonial fraguado en 1160 entre Alfonso II y Mafalda, hija de Alfonso Enríquez, rey de Portugal. 23. En el acta que se levantó cuando se abrió su tumba el 26 de octubre de 1883 con motivo de la celebración del octavo centenario de la fundación del monasterio de Sijena, publicada por Mariano de Pano (1887). 24. Vajay (1962). 25. Sánchez Casabón (1995: doc. 161). 26. Zurita (1976, libro ii, cap. xxviii: 258). 27. Cluzel (1957-1958: 327) y Martín de Riquer (1983, vol. ii: 679). 28. Citado por Pano (1943: 112). 29. Zurita (1976, libro ii, cap. xxxii: 270). 30. Sánchez Casabón (1995: doc. 179). En adelante no citaré cada uno de los documentos a los que se refiere el texto porque sería muy prolijo, sino que solamente lo haré en algún caso, porque se entiende que son todos de esta publicación y están fácilmente localizables. 31. La mayoría de los autores consideran que Constanza nació después de Pedro, pero no hay nada que lo asegure. Por otra parte, parece extraño
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que Sancha no se quedase embarazada durante tanto tiempo, dado que fue muy prolífica y que no era una niña cuando se casó. Si Constanza fue la primogénita, la secuencia de embarazos de la reina es mucho más lógica. 32. Véase Altisent (1967). 33. Antonio Ubieto (1981: 247 y ss.). 34. Inicialmente se llamaba Pedro, pero al hacerse cargo de la Provenza en 1173-1174, por delegación de su hermano el rey y bajo su dominio, cambió su nombre por el de Ramón Berenguer. 35. Sánchez Casabón (1995: doc. 215). Véase también Ruiz Domènec (1996: 93). 36. Zurita (1976, libro ii, cap. xxxiv: 274). 37. Durán (1965-1969, vol. ii: doc. 669). 38. Ruiz Domènec (1996: 55). 39. Véase para estos temas Martín Duque (1962). 40. Caruana (1962: 197). 41. Ruiz Domènec (1996: 56). 42. Alvira (2003: 708-709). 43. Caruana (1962: 204). 44. Martín Duque (1962: 43). 45. Martín de Riquer (1983, vol. ii: 679 y ss.). 46. Sánchez Casabón (1995: doc. 373). 47. Agustín Ubieto (1972: doc. 4). 48. Martín de Riquer (1983: canción 172, «Be·m pac d’ivers e d’estiu», de Peire Vidal). 49. Sánchez Casabón (1995: doc. 99): «Insuper volumus et mandamus quod non mittatn ibi ullum castellum nec militatem nec ullum alium hominem nisi suum proprium baiulum». Véase también Iglesias (2001: 222). 50. Ruiz Domènec (1996: 35). 51. Sánchez Casabón (1995: doc. 442). 52. Ibidem, docs. 447 y 471, y Pano (1943: 70-72). Pano da la referencia del pergamino en el que figura la concordia de los contendientes.
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53. Agustín Ubieto (1972: doc. 6). En el documento se especifica que los hospitalarios donan a la reina «la villa y el monasterio» de Sijena, precisamente para construir el monasterio. Posiblemente se refieran al convento de frailes ya existente, o bien a la donación del futuro monasterio cuando esté construido. 54. Hay autores que anotan que vivió hasta 1227. Véase Alvira (2008: 200). 55. Agustín Ubieto (1972: doc. 9). 56. Delpech (1996: 20 y ss.). 57. Agustín Ubieto (1972: doc. 11). 58. Ibidem, doc. 18. 59. Barrios (e. p.). 60. Sánchez Casabón (1995: doc. 621). Véase también Alvira y Smith (2006-2007: 81-82). 61. Sarasa (1981: 229-230). 62. Sánchez Casabón (1995: doc. 628). 63. Antonio Ubieto (1952). 64. Durán (1965-1969, vol. ii: docs. 506 y 507). 65. Aurell (1981). 66. Sobre estos aspectos es interesante ver Echevarría y Jaspert (2016). 67. Ruiz Domènec (1996: 145-146). 68. Alvira (2010: 180). 69. Agustín Ubieto (1972: doc. 25). 70. Alvira (2010: docs. 327, 328, 366 y 481).Véase también Alvira y Smith (2006-2007: 81). 71. Alvira (2010: docs. 721, 914 y 915). 72. Ibidem, doc. 1661. 73. Agustín Ubieto (1972: docs. 60 y 80). 74. Alvira (2010: docs. 622 y 1281). 75. Lo cita Alvira (2008: 27). 76. Véase Ramón de Huesca (1796: 208).
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77. Alvira (2010: doc. 61). 78. Zurita (1976, libro ii, cap. xlix). Véase también Alvira (2010: doc. 261). 79. Pano (1943: 68-69). 80. Alvira y Smith (2006-2007). 81. Alvira (2010: doc. 299). «Yo, el dicho rey Pedro, convengo con vos doña Sancha Reina, madre mía, que de ahora en adelante custodiaré y mantendré vuestro cuerpo salvo y seguro todo el tiempo mientras viva, sin ninguna inquietud ni molestia, y [os] trataré benigna y fielmente sin ninguna deshonra ni vejación». 82. Alvira (2010: doc. 328). 83. Lo menciona Zurita (1976, libro ii, cap. liii). 84. Durán (1989). Véase también Conde (1998). 85. Para estas dos batallas es muy interesante la obra de Alvira (2003). 86. Alvira (2010: docs. 353, 448, 454, 491, 651 y 661). 87. Ibidem, docs. 447 y 466. 88. Ibidem, doc. 480. 89. Ibidem, docs. 843, 915 y 948. 90. Pano (1943). Alvira (2010: docs. 4 y 7) da las referencias de los distintos cronistas de Sijena, consultados también por Pano. 91. Alvira (2010: doc. 1205). Se trata de un documento otorgado en Zaragoza el 9 de octubre de 1211 por el que Pedro II donaba al monasterio de Sijena 5000 sueldos anuales sobre las salinas de El Castellar, Pola y Tauste que habían sido concedidos por sus padres, Alfonso y Sancha, «atendiendo que doña Sancha, de buena memoria, ilustre reina y madre nuestra, edificó y dedicó la casa del Hospital de Sijena y además enterraron allí el cuerpo de Ramón Berenguer, hermano nuestro difunto». 92. Alvira (2010: doc. 7). 93. Sánchez Casabón (1995: doc. 628). En 1201 ingresaba en Poblet. Se puede suponer que para entonces tendría unos catorce años. Parece que los reyes estuvieron unos años sin tener hijos. En 1187 Alfonso II renueva el esponsalicio de su mujer y lo aumenta con varios castillos. ¿Significa una reconciliación? Si hubiera nacido hacia 1182, en 1201 sería ya adulto y no tendría que haber sido entregado por su madre al monasterio cisterciense. 94. Ramón de Huesca (1797: 385).
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95. Durán (1978), Ramón de Huesca (1797: 377 y 385). 96. Agustín Ubieto (1972: doc. 60). 97. No creemos que tengan fundamento las afirmaciones de Ruiz Domènec (1996: 65) sobre la inclinación de Leonor hacia el catarismo y su oposición a su padre, puesto que cuando murió Alfonso II la infanta debía de tener unos ocho años. 98. Alvira (2010: doc. 434). 99. Idem (2003 y 2009), Delpech (1996), Débax (1988a y 1988b). 100. Pano (1943: 84). 101. Alvira (2010: doc. 1205). 102. Ibidem, doc. 575. Sobre las infantas Leonor y Sancha véase Débax (1988b: 230 y ss.). 103. Principalmente, Agustín Ubieto (1966 y 1990), Arco (1913a, 1913b y 1921), Pano (1943), Arribas (1975). 104. Véase Pano (1943: 17), que dice que estos sucesos milagrosos habían sucedido en 1182 y que posiblemente la reina se había enterado de ellos. 105. Agustín Ubieto (1972: doc. 4). 106. Sánchez Casabón (1995: doc. 305). 107. Agustín Ubieto (1972: doc. 5) 108. Agustín Ubieto (1990). 109. Marco Antonio Varón, Historia del real monasterio de Sijena, 2 vols., Pamplona, Impr. de Pascual Ibáñez, 1773 (vol. i), y Oficina de Josef Longás, 1776 (vol. ii), cit. en Arco (1913a, 1913b y 1921) y Pano (1943 y 2004). 110. Durán (1965-1969, vol. i: doc. 358). 111. Agustín Ubieto (1972: doc. 10). La mayoría de los documentos relacionados con Sijena pertenecen a esta colección, por lo que no haré mención de todos ellos. 112. Barrios (2015). 113. Agustín Ubieto (1972: doc. 37). 114. Durán (1960a). 115. Describen la regla pormenorizadamente Pano (1943), Durán (1960a) —que la transcribe—, Arribas (1975) y Agustín Ubieto (1966).
160
116. Agustín Ubieto (1966: 32), basándose en el artículo de Durán (1960a), incluye dentro del grupo de las dominae a sorores, claustrenses y maiores, pero sin especificar las diferencias entre unas y otras. Respecto a las medias cruces que más adelante se conocen en Sijena, las relaciona con otro grupo que se divide en obedienciales, converse y servitrices. 117. Ramón de Huesca (1797: 209). 118. Agustín Ubieto (1972: doc. 17). 119. Arco (1921: 46-47). 120. Alvira (2010: doc. 50). 121. Gonzalvo (2000) y Arco (1945). 122. Zurita (1976, libro ii, cap. Alvira (2010: doc. 61).
xlviii),
Ramón de Huesca (1796: 208) y
123. Alvira (2010: doc. 88) copia un texto que se encuentra en un «Fragmento de una historia del monasterio de Sijena» del Fondo de Sijena del Archivo Histórico Provincial de Huesca, cap. 27, f. 60v, pero es el mismo texto que figura en el documento de octubre de 1187 por el que Armengol de Aspe, prior de la Orden del Hospital en Saint-Gilles, da a la reina las villas de Sijena, Sena y Urgellet (Agustín Ubieto, 1972: doc. 5). 124. Agustín Ubieto (1972: doc. 45). 125. Sánchez Casabón (1995: doc. 247). 126. Serrano (2006). 127. Sobre las pinturas murales de Sijena se pueden consultar, entre otros muchos, los artículos de María del Carmen Lacarra (2004) y Dulce María Ocón (1997 y 2007). 128. Alvira (2010: doc. 105) y Barrios (2010: doc. 59). La firma de la reina en este documento se puede ver en una fotografía en el álbum de imágenes. 129. Agustín Ubieto (1972: docs. 28 y 29). 130. Sánchez Casabón (1995: doc. 628). 131. Alvira y Smith (2006-2007). 132. Alvira (2010: doc. 340). 133. Ibidem, doc. 328. También Pano (2004: 62). 134. Ibidem, docs. 374-377.
161
135. Agustín Ubieto (1972: doc. 37). Sobre la iglesia de Santa María de Salas se pueden consultar, entre otros, Ramón de Huesca (1797: 136149), Aguado (1987), Arco (1915 y 1946) y Balaguer (1957 y 1996). 136. Aínsa (1987: 593). 137. Hernández Alonso (coord.) (1991). 138. Alvira (2003). 139. Alvira (2010: doc. 466). María entrega a Pedro como dote todo su señorío de Montpellier. 140. Conde (1998) y Durán (1989). 141. Alvira (2010: docs. 538, 539 y 543). 142. Ibidem, doc. 576. 143. Agustín Ubieto (1972: doc. 43). 144. Zurita (1976, libro ii, cap. lvi) y Alvira (2010: doc. 798). 145. Alvira (2010: doc. 820) y Agustín Ubieto (1972: doc. 50). 146. En agosto de 1202 Sancha había pedido un préstamo de una importante cantidad. Véase Alvira (2010: doc. 340). 147. Tanto Agustín Ubieto como Martín Alvira transcriben como reta el material del paño. Sin embargo, es posible que los copistas lo escribieran mal: sería más lógico que el paño fuera de seda. No sé qué tipo de material puede ser reta. 148. Ascaso (1986: 29). 149. Pano alude a esta reliquia diciendo que es un dedo de Cristo. 150. Agustín Ubieto (1972: doc. 52). 151. «Canción, vete a la valerosa reina en Aragón, pues nunca una reina más verdadera se conoce en el mundo, aunque buscases muchas, y no encuentro [en ella] ni injusticia ni querella. Al contrario, ella es franca, leal y celebrada por toda la gente, y agradable a Dios» (Martín de Riquer, 1962: 134 y 137). 152. Echevarría y Jaspert (2016). 153. Sánchez Casabón (1995: doc. 356). 154. Véase Barrios (2015). 155. Aguado (1987).
162
156. Durán (1965-1969, vol. ii: doc. 665; el citado posteriormente es el 753). 157. Martínez de Aguirre (2015). 158. Nota de Martín de Riquer: «Como sea que Quer se encuentra en el condado de Foix, Kolsen […] supuso que Solatz de Quer es un senhal que esconde al conde Roger de Foix. Nada se sabe de este En Topiner». 159. La traducción de ambos poemas se toma de Martín de Riquer (1983, vol. i: 566 y ss.). No obstante, algunas frases poco claras se han completado con la traducción que aporta Cluzel (1957-1958: 329 y ss.).
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ÁLBUM DE IMÁGENES
índice
Imagen de la reina Petronila en la GenealogĂa de los reyes de AragĂłn.
Sala de DoĂąa Petronila del palacio real de Huesca. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Miniatura del Liber feudorum maior que representa a los reyes Alfonso y Sancha presidiendo el Consejo Real. (Archivo de la Corona de Aragón, Real Cancillería, Registros, n.º 1, f. 93r)
Murallas y catedral de Roda de Isรกbena. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Arqueta con los restos de san Valero. Catedral de San Vicente de Roda de Isรกbena. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Sepulcro de san Ramรณn. Catedral de San Vicente de Roda de Isรกbena. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Panteรณn real del monasterio de Sijena (capilla de san Pedro). De frente, a la izquierda, la tumba de Pedro II; a la derecha, la de la reina Sancha. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Pergamino conservado en el Archivo de la Catedral de Huesca (fondo de Alquézar) en el que se puede apreciar la firma de la reina Sancha. (Foto: José M.ª Nasarre)
Catedral de Santa María de Monreale (Palermo), una de las fuentes de inspiración de los pintores de la sala capitular de Sijena. (Foto: María Dolores Barrios Martínez)
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1 Enfermería y otras dependencias 2 Dormitorios antiguos de medias cruces 3 Dormitorios primitivos 4 Claustro 5 Jardín 6 Capilla 7 Almacenes y otras dependencias 8 Ingreso
9 Cocina 10 Refectorio 11 Coro 12 Templo 13 Capilla 14 Panteón real (capilla de san Pedro) 15 Sala capitular
Plano del monasterio de Santa María de Sijena.
La reina Sancha bajo el patrocinio de san Juan Bautista. Pintura atribuida por Mariano de Pano al maestro Rodrigo de Sevilla (Pano, 1943).
Sala capitular de Sijena, de Valentín Carderera. Acuarela 24 de los Álbumes de Pedrola. (Colección Villahermosa)
Santa Catalina y santa InĂŠs. Detalle de la silla prioral de Sijena. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Exterior del panteĂłn real (capilla de san Pedro) y torre de seĂąales del monasterio de Sijena. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Virgen de la Huerta y retablo de la ermita de Salas (siglo xiv). (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Ceremonia de la coronaciรณn del rey. Pontifical del siglo xiii conservado en el Archivo de la Catedral de Huesca. (Foto: Fernando Alvira Lizano)
Colección dedicada a difundir, de forma accesible y amena pero sin pérdida de exactitud científica, las biografías de figuras destacadas de la historia del Alto Aragón, enmarcadas en su época y acompañadas de un cuidado álbum de imágenes.
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IBIC: BGH
ISBN: 978-84-8127-283-3
A través de esta biografía de la reina Sancha, la cual está muy unida a la de su marido, Alfonso II —el primer rey de Aragón y conde de Barcelona que gobernó conjunta y legítimamente ambos territorios—, pero también a la de su hijo y sucesor Pedro II, se pueden observar los esfuerzos del matrimonio real por afianzar las estructuras adecuadas para el mantenimiento y el realce de la Corona, dar estabilidad a los territorios del sur de Francia y neutralizar a la nobleza rebelde catalana, así como por restablecer las relaciones con Castilla, que se habían quebrado debido a las complicadas circunstancias del reinado de Ramiro II. Sancha, además de colaborar en la política real, nos dejó su propio legado con la fundación de Santa María de Sijena, desde donde apoyó la educación de las jóvenes de la nobleza y la casa real y favoreció la cultura tanto con su aportación a la ornamentación artístico-religiosa del monasterio como con la protección que ella y su marido prestaron a los mejores autores literarios de la época, los trovadores.