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Santuarios y ermitas rupestres
Lugares para el mito y la leyenda, simbiosis de creencias cristianas y cultos precedentes, los Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón se funden simbólicamente con el entorno que los cobija, como construcciones que han recogido la esencia de la mística popular. En esta guía se ofrece una selección representativa de este legado patrimonial, ordenado por localidades para facilitar su visita. La publicación forma parte del proyecto de puesta en valor y señalización de Rutas Turísticas temáticas impulsado por la Diputación Provincial de Huesca. Los megalitos y los castillos conforman otros itinerarios recogidos también en la colección Losa Mora, ideada para acompañar al viajero que se adentra en el paisaje buscando la emoción y el hallazgo.
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón
del Alto Aragón
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Megalitos Castillos Obras hidráulicas Santuarios y ermitas rupestres
Glosario Abrigo
Balma
Gruta ISBN 978-84-8321-270-7
9 788483 212707 Santuario de San Cosme y San Damián
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Arag贸n
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Santuarios y ermitas rupestres del Alto Arag贸n
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Colección Losa Mora número 4
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón Coordinación: Equipo de redacción de Prames Textos: José Luis Acín (ermitas nº 2, 8, 13, 15, 16, 18) ~ Adolfo Castán (ermitas nº 5, 6, 10, 12, 14, 17; colaboración “Piedras y datación”) ~ José María Fuixench (ermitas nº 1, 3, 11; colaboración “Eremitas”) ~ Graciano Lacasta (ermitas nº 20) ~ Ricardo Mur (ermitas nº 4, 9) ~ Enrique Satué (introducción; ermitas nº 7, 19; colaboración “Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez”) Fotografías: José Luis Acín: 14, 15, 19, 21, 22, 26, 27, 29, 30-31, 31 (derecha), 4647, 48-49, 50-51, 55, 56-57, 57 (izquierda), 64-65, 71, 72 (izquierda y derecha), 77, 78 (abajo), 79, 80-81, 87, 89 (derecha), 90 (arriba izquierda y derecha), 93 ~ Fernando Alvira: 18, 69 ~ Archivo Prames-Modesto Pascau: 23 ~ Archivo Prames-Javier Romeo: portada, 3, 6, 25 (arriba y abajo), 39, 40 (izquierda y derecha), 40-41, 42-43, 44-45, 45 (derecha), 58-59, 60, 60-61, 61 (derecha), 63, 68, 75, 82-83, 84, 85, 88-89, 90-91 ~ Josu Azcona: 17, 33, 34, 35, 36 ~ Adolfo Castán: 37 (izquierda y derecha), 52 (izquierda), 66, 67, 78 (arriba), 92 ~ Fernando Lampre: 12-13, 49 (derecha), 52-53, 73 ~ Javier Romeo: 6 Diseño, maquetación y tratamiento de imágenes: Equipo gráfico de Prames Cartografía: © Prames. Javier Cruchaga Editan: – Diputación Provincial de Huesca • Porches de Galicia, 4 • 22071 Huesca – Prames, S. A. • Camino de los Molinos, 32 • 50015 Zaragoza • www.prames.com
ISBN: 978-84-8321-270-7 D.L.: Z-3780-2008 Imprime: INO Reproducciones
Derecha: detalle de la puerta de San Visorio
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Colección Losa Mora número 4
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón Coordinación: Equipo de redacción de Prames Textos: José Luis Acín (ermitas nº 2, 8, 13, 15, 16, 18) ~ Adolfo Castán (ermitas nº 5, 6, 10, 12, 14, 17; colaboración “Piedras y datación”) ~ José María Fuixench (ermitas nº 1, 3, 11; colaboración “Eremitas”) ~ Graciano Lacasta (ermitas nº 20) ~ Ricardo Mur (ermitas nº 4, 9) ~ Enrique Satué (introducción; ermitas nº 7, 19; colaboración “Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez”) Fotografías: José Luis Acín: 14, 15, 19, 21, 22, 26, 27, 29, 30-31, 31 (derecha), 4647, 48-49, 50-51, 55, 56-57, 57 (izquierda), 64-65, 71, 72 (izquierda y derecha), 77, 78 (abajo), 79, 80-81, 87, 89 (derecha), 90 (arriba izquierda y derecha), 93 ~ Fernando Alvira: 18, 69 ~ Archivo Prames-Modesto Pascau: 23 ~ Archivo Prames-Javier Romeo: portada, 3, 6, 25 (arriba y abajo), 39, 40 (izquierda y derecha), 40-41, 42-43, 44-45, 45 (derecha), 58-59, 60, 60-61, 61 (derecha), 63, 68, 75, 82-83, 84, 85, 88-89, 90-91 ~ Josu Azcona: 17, 33, 34, 35, 36 ~ Adolfo Castán: 37 (izquierda y derecha), 52 (izquierda), 66, 67, 78 (arriba), 92 ~ Fernando Lampre: 12-13, 49 (derecha), 52-53, 73 ~ Javier Romeo: 6 Diseño, maquetación y tratamiento de imágenes: Equipo gráfico de Prames Cartografía: © Prames. Javier Cruchaga Editan: – Diputación Provincial de Huesca • Porches de Galicia, 4 • 22071 Huesca – Prames, S. A. • Camino de los Molinos, 32 • 50015 Zaragoza • www.prames.com
ISBN: 978-84-8321-270-7 D.L.: Z-3780-2008 Imprime: INO Reproducciones
Derecha: detalle de la puerta de San Visorio
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Índice Introducción ....................................................................................7 Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón............................10 Eremitorio de San Cristóbal del Barranco. Aniés (La Sotonera) .................12 Ermita de Nuestra Señora de las Ventosas. Benabarre .............................16 Ermita de la Virgen de las Nieves. Benasque / Benás ...............................20 Ermita de Santa Elena. Biescas ................................................................24 Cueva Iglesieta de los Moros. Bergua (Broto) ...........................................28 Ermita de San Martín de Capella. Capella .................................................32 Piedras y datación ............................................................................36 Ermita de San Úrbez de Cerésola. Cerésola (Sabiñánigo) .........................38 Ermita de la Espelunca de San Victorián. Fosado (La Fueva) ....................42 Ermita de la Virgen de la Cueva. Jaca .......................................................46 Ermita de San Martín de Lecina. Lecina (Bárcabo) ...................................50 Ermita de San Julián de Andría. Lierta (La Sotonera) ................................54 Santuario de San Cosme y San Damián. Panzano (Casbas de Huesca / de Uesca) .................................................58 Ermita de San Lorenzo. Revilla (Tella-Sin) ................................................62 Ermita de San Martín de Rodellar. Rodellar (Bierge) .................................64 Eremitas ..........................................................................................68 Ermita de San Martín de la Bal d’Onsera. San Julián de Banzo (Loporzano) .............................................................70 Ermita de San Visorio. San Vicente de Labuerda (Labuerda) ....................74 Ermita de San Chinés. Santa Eulalia (Loporzano) .....................................76 Ermita de San Antón de Torla. Torla ..........................................................80 Santuario de San Úrbez de Añisclo. Vio (Fanlo) .......................................82 Cuevas de Santa Orosia. Yebra de Basa ....................................................86 Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez ..............................................92
Paisaje desde la ermita de la Espelunca de San Victorián
Bibliografía y páginas web ............................................................94 5
Índice Introducción ....................................................................................7 Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón............................10 Eremitorio de San Cristóbal del Barranco. Aniés (La Sotonera) .................12 Ermita de Nuestra Señora de las Ventosas. Benabarre .............................16 Ermita de la Virgen de las Nieves. Benasque / Benás ...............................20 Ermita de Santa Elena. Biescas ................................................................24 Cueva Iglesieta de los Moros. Bergua (Broto) ...........................................28 Ermita de San Martín de Capella. Capella .................................................32 Piedras y datación ............................................................................36 Ermita de San Úrbez de Cerésola. Cerésola (Sabiñánigo) .........................38 Ermita de la Espelunca de San Victorián. Fosado (La Fueva) ....................42 Ermita de la Virgen de la Cueva. Jaca .......................................................46 Ermita de San Martín de Lecina. Lecina (Bárcabo) ...................................50 Ermita de San Julián de Andría. Lierta (La Sotonera) ................................54 Santuario de San Cosme y San Damián. Panzano (Casbas de Huesca / de Uesca) .................................................58 Ermita de San Lorenzo. Revilla (Tella-Sin) ................................................62 Ermita de San Martín de Rodellar. Rodellar (Bierge) .................................64 Eremitas ..........................................................................................68 Ermita de San Martín de la Bal d’Onsera. San Julián de Banzo (Loporzano) .............................................................70 Ermita de San Visorio. San Vicente de Labuerda (Labuerda) ....................74 Ermita de San Chinés. Santa Eulalia (Loporzano) .....................................76 Ermita de San Antón de Torla. Torla ..........................................................80 Santuario de San Úrbez de Añisclo. Vio (Fanlo) .......................................82 Cuevas de Santa Orosia. Yebra de Basa ....................................................86 Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez ..............................................92
Paisaje desde la ermita de la Espelunca de San Victorián
Bibliografía y páginas web ............................................................94 5
Introducción Cualquiera de los autores que me acompañan en la hermosa labor de dar cuerpo a este libro podrían haber hecho esta introducción. No sólo encarnan el papel de estudiosos de la religiosidad popular, sino que, de un modo u otro, han sido y son hombres comprometidos, que han añadido a lo largo de los años una riqueza humana y cultural a todas aquellas manifestaciones populares a las que se han acercado. El objeto de estudio son los santuarios rupestres del Alto Aragón que, durante siglos, han catalizado el flujo entre las gentes de esta tierra y la divinidad, bien fuese cristiana, anterior a ella, o fundida las esencias de ambas. Si punteamos en un mapa los santuarios rupestres estudiados, enseguida se abrirá ante nuestros ojos un mapa geológico, el de los montes calizos y conglomeráticos erigidos a expensas del pasado marino del territorio. Por ello, desde la más remota antigüedad, cerca del cielo, pero en la vagina de la tierra, cerca de las fuentes y de los árboles centenarios, estos lugares hierofánicos, han custodiado, como crisoles griálicos, mitos, leyendas y creencias, a las que nunca aconsejaría una aproximación ligera. Vamos pues a tratar entre todos de que este librito sea una llave maestra que permita comprender estas ermitas de modo poliédrico, respetuoso e interdisciplinar. En el siglo XVII, el ordenamiento venido del concilio de Trento y el incremento piadoso que supusieron pestes, plagas, guerras y sequías, acabaron de perfilar una red de santuarios que se estratificaron por su grado de influencia. Una red tupida que tuvo mucho que ver con las relaciones de poder terrestre y de vecindad para crear alrededor de los santuarios un rico bagaje cultural, religioso, folklórico, artístico, antropológico y arqueológico. Esos lugares sagrados no sólo sirvieron para dar cauce a la autoafirmación local, sino también para superar a través de las romerías la autarquía humana y económica, pues como bien señalaba don Julio Caro Baroja en La estación del amor, en el ciclo económico y festivo se entrelazaban la religión, la economía e, incluso, los sentimientos.
Izquierda: romería a Santa Elena
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Introducción Cualquiera de los autores que me acompañan en la hermosa labor de dar cuerpo a este libro podrían haber hecho esta introducción. No sólo encarnan el papel de estudiosos de la religiosidad popular, sino que, de un modo u otro, han sido y son hombres comprometidos, que han añadido a lo largo de los años una riqueza humana y cultural a todas aquellas manifestaciones populares a las que se han acercado. El objeto de estudio son los santuarios rupestres del Alto Aragón que, durante siglos, han catalizado el flujo entre las gentes de esta tierra y la divinidad, bien fuese cristiana, anterior a ella, o fundida las esencias de ambas. Si punteamos en un mapa los santuarios rupestres estudiados, enseguida se abrirá ante nuestros ojos un mapa geológico, el de los montes calizos y conglomeráticos erigidos a expensas del pasado marino del territorio. Por ello, desde la más remota antigüedad, cerca del cielo, pero en la vagina de la tierra, cerca de las fuentes y de los árboles centenarios, estos lugares hierofánicos, han custodiado, como crisoles griálicos, mitos, leyendas y creencias, a las que nunca aconsejaría una aproximación ligera. Vamos pues a tratar entre todos de que este librito sea una llave maestra que permita comprender estas ermitas de modo poliédrico, respetuoso e interdisciplinar. En el siglo XVII, el ordenamiento venido del concilio de Trento y el incremento piadoso que supusieron pestes, plagas, guerras y sequías, acabaron de perfilar una red de santuarios que se estratificaron por su grado de influencia. Una red tupida que tuvo mucho que ver con las relaciones de poder terrestre y de vecindad para crear alrededor de los santuarios un rico bagaje cultural, religioso, folklórico, artístico, antropológico y arqueológico. Esos lugares sagrados no sólo sirvieron para dar cauce a la autoafirmación local, sino también para superar a través de las romerías la autarquía humana y económica, pues como bien señalaba don Julio Caro Baroja en La estación del amor, en el ciclo económico y festivo se entrelazaban la religión, la economía e, incluso, los sentimientos.
Izquierda: romería a Santa Elena
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En esta trama, a algunos santuarios rupestres les tocó ejercer liderazgo, como fue el caso de Santa Elena, que intercedía sobre la Tierra de Biescas, el valle de Tena y, ocasionalmente, sobre el Bearn, mientras que otros, como San Antón de Torla, no salían de la mera referencia local. Son las cuevas santuario lugares ideales para releer al historiador de las religiones Mircea Eliade, para comprender lo que en ellas hay de potencial hierofánico, para ver cómo su cueva se abraza con las raíces del árbol, las vetas de la fuente sagrada y, por encadenado, con las plegarias dirigidas al santo o a la Virgen, en un flujo y reflujo permanente entre lo cristiano y precristiano, pero siempre sagrado. Son lugares vaginales donde no resultará extraño comprobar que la religiosidad y la fertilidad de la naturaleza muchas veces se daban la mano. El sentimiento posesivo del montañés llevó a que a algunos titulares de estos templos, como Santa Elena, Santa Orosia y San Úrbez, fueran encumbrados a la calidad de “patronos de la montaña”, quedando implícito que si intercedían sobre otras zonas, lo hacían de modo subsidiario. Alrededor de las cuevas santuario comprobaremos el esfuerzo pedagógico y de adaptación que hizo la Iglesia con unas gentes no cristianizadas hasta el siglo X. Encontraremos, por ejemplo, las huellas de santos que aún hoy nos indican en las rocas, donde éstos se arrodillaron, se escondieron o, simplemente, descansaron. Y también encontraremos en la memoria oral, los gozos, himnos o la hagiografía, un bagaje literario, uniformizado por la Legenda Aurea, donde la Virgen, sobre todo, siempre escogía al humilde pastor para aparecerse. Aún hoy, pero sobre todo antaño, cuando la sociedad montañesa ejercía como tal, tras de algunos de estas cuevas santuario había cofradías que no sólo se ocupaban de lo religioso sino de la ayuda mutua entre los cofadres. Sus estatutos son testimonios del modo de organizar y cohesionar un territorio. Así mismo el reparto anual de las visitas que hacían los distintos pueblos a estos lugares sagrados tenía mucho que ver con las relaciones de poder, los acuerdos vecinales, el ciclo festivo y económico anual y, por supuesto, la gran cantidad de votos y rogativas que nacieron con la crudeza del siglo XVII.
Al mismo tiempo, es preciso señalar que si la centuria XVII acabó de conformar el mapa de acción de los santuarios, fue la bonanza económica de la siguiente centuria la que enriqueció la dimensión profana, cultural y socioeconómica a las romerías. Por cierto, el que las romerías hayan sido fagocitadas por el fin de semana en muchos casos, o que ya no existan en otros, no quiere decir que hayan desaparecido del todo los móviles y las manifestaciones tradicionales. Una atenta observación nos lo reflejará. Otra cosa son los ermitaños, cuyo tiempo se ha comido el cambio social. Eran los garantes del mantenimiento del santuario, de recoger fondos para él y de propagar, de algún modo, sus poderes. Recorrían el territorio acomodándose al ciclo cosechero. Recogían sobre todo especie y, las más de las veces, llevaban una capillita portátil con el santo, además de midas o reproducciones del tamaño de sus reliquias. Célebres santeros de cuevas santuario fueron los de San Cosme y San Damián, Santa Elena, San Úrbez de Nocito y Santa Orosia. Por otro lado, a pesar de que las cuevas santuario obtienen en buena parte su techumbre de la naturaleza, no debemos olvidar que sus estructuras fueron enriquecidas a lo largo del siglo XVII, para apuntalarlas, mejorarlas y decorarlas en la centuria siguiente. Ni que decir tiene que tanto contenido como continente fueron afectados por la guerra Civil y que, todavía, hoy podemos ver en alguna cueva santuario algún letrero que habla del paso de soldados y milicianos. Por último, a lo largo del siglo XVII, una buena parte del culto a los santos fue acompañado de dances y pastoradas. Algunos de ellos, asociados a cuevas santuario, perviven y otros han desaparecido. Se renueva con fuerza todos los años el de Santa Orosia de Yebra y desapareció en el siglo XIX el de Santa Elena de Yebra, un dance de palos que sonaba al son de la gaita. Creo que con estos últimos detalles está dispuesta la llave maestra que va a permitir abrir los ojos a quienes en día de romería u ordinario se acerquen a estos reductos donde tan bien queda reflejada la necesidad de trascender que tiene el ser humano. Ánimo. A caminar, disfrutar y meditar.
No se habrá de olvidar que las romerías solían girar alrededor de un máximo primaveral, donde el lastre precristiano, equinoccial, se fundía con la petición de agua para las cosechas. 8
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En esta trama, a algunos santuarios rupestres les tocó ejercer liderazgo, como fue el caso de Santa Elena, que intercedía sobre la Tierra de Biescas, el valle de Tena y, ocasionalmente, sobre el Bearn, mientras que otros, como San Antón de Torla, no salían de la mera referencia local. Son las cuevas santuario lugares ideales para releer al historiador de las religiones Mircea Eliade, para comprender lo que en ellas hay de potencial hierofánico, para ver cómo su cueva se abraza con las raíces del árbol, las vetas de la fuente sagrada y, por encadenado, con las plegarias dirigidas al santo o a la Virgen, en un flujo y reflujo permanente entre lo cristiano y precristiano, pero siempre sagrado. Son lugares vaginales donde no resultará extraño comprobar que la religiosidad y la fertilidad de la naturaleza muchas veces se daban la mano. El sentimiento posesivo del montañés llevó a que a algunos titulares de estos templos, como Santa Elena, Santa Orosia y San Úrbez, fueran encumbrados a la calidad de “patronos de la montaña”, quedando implícito que si intercedían sobre otras zonas, lo hacían de modo subsidiario. Alrededor de las cuevas santuario comprobaremos el esfuerzo pedagógico y de adaptación que hizo la Iglesia con unas gentes no cristianizadas hasta el siglo X. Encontraremos, por ejemplo, las huellas de santos que aún hoy nos indican en las rocas, donde éstos se arrodillaron, se escondieron o, simplemente, descansaron. Y también encontraremos en la memoria oral, los gozos, himnos o la hagiografía, un bagaje literario, uniformizado por la Legenda Aurea, donde la Virgen, sobre todo, siempre escogía al humilde pastor para aparecerse. Aún hoy, pero sobre todo antaño, cuando la sociedad montañesa ejercía como tal, tras de algunos de estas cuevas santuario había cofradías que no sólo se ocupaban de lo religioso sino de la ayuda mutua entre los cofadres. Sus estatutos son testimonios del modo de organizar y cohesionar un territorio. Así mismo el reparto anual de las visitas que hacían los distintos pueblos a estos lugares sagrados tenía mucho que ver con las relaciones de poder, los acuerdos vecinales, el ciclo festivo y económico anual y, por supuesto, la gran cantidad de votos y rogativas que nacieron con la crudeza del siglo XVII.
Al mismo tiempo, es preciso señalar que si la centuria XVII acabó de conformar el mapa de acción de los santuarios, fue la bonanza económica de la siguiente centuria la que enriqueció la dimensión profana, cultural y socioeconómica a las romerías. Por cierto, el que las romerías hayan sido fagocitadas por el fin de semana en muchos casos, o que ya no existan en otros, no quiere decir que hayan desaparecido del todo los móviles y las manifestaciones tradicionales. Una atenta observación nos lo reflejará. Otra cosa son los ermitaños, cuyo tiempo se ha comido el cambio social. Eran los garantes del mantenimiento del santuario, de recoger fondos para él y de propagar, de algún modo, sus poderes. Recorrían el territorio acomodándose al ciclo cosechero. Recogían sobre todo especie y, las más de las veces, llevaban una capillita portátil con el santo, además de midas o reproducciones del tamaño de sus reliquias. Célebres santeros de cuevas santuario fueron los de San Cosme y San Damián, Santa Elena, San Úrbez de Nocito y Santa Orosia. Por otro lado, a pesar de que las cuevas santuario obtienen en buena parte su techumbre de la naturaleza, no debemos olvidar que sus estructuras fueron enriquecidas a lo largo del siglo XVII, para apuntalarlas, mejorarlas y decorarlas en la centuria siguiente. Ni que decir tiene que tanto contenido como continente fueron afectados por la guerra Civil y que, todavía, hoy podemos ver en alguna cueva santuario algún letrero que habla del paso de soldados y milicianos. Por último, a lo largo del siglo XVII, una buena parte del culto a los santos fue acompañado de dances y pastoradas. Algunos de ellos, asociados a cuevas santuario, perviven y otros han desaparecido. Se renueva con fuerza todos los años el de Santa Orosia de Yebra y desapareció en el siglo XIX el de Santa Elena de Yebra, un dance de palos que sonaba al son de la gaita. Creo que con estos últimos detalles está dispuesta la llave maestra que va a permitir abrir los ojos a quienes en día de romería u ordinario se acerquen a estos reductos donde tan bien queda reflejada la necesidad de trascender que tiene el ser humano. Ánimo. A caminar, disfrutar y meditar.
No se habrá de olvidar que las romerías solían girar alrededor de un máximo primaveral, donde el lastre precristiano, equinoccial, se fundía con la petición de agua para las cosechas. 8
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Derecha: imagen de san Lorenzo con la parrilla grabado en la roca. Ermita de San Lorenzo de Revilla
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Arag贸n
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Derecha: imagen de san Lorenzo con la parrilla grabado en la roca. Ermita de San Lorenzo de Revilla
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Arag贸n
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Aniés (La Sotonera) Eremitorio de San Cristóbal del Barranco
Escala 1:150.000
Localización: se sitúa en un impresionante espolón rocoso, que sirve de lugar de anidamiento de importantes comunidades de rapaces. Tipología: balma. Cronología: restos de los siglos XIII-XIV y citas y elementos de la Edad Moderna (siglos XVI a XVIII), aunque la existencia del eremitorio podría ser altomedieval, anterior al siglo XI. Acceso: dificultad media. Desde Bolea, una pista en dirección N nos permitirá dejar el vehículo en la ermita de Santa Quiteria. Desde aquí continuaremos andando por la senda que discurre junto al cauce del río Sotón, también en dirección N, hasta el estrechamiento del final –a unos 3 km de donde aparcamos–, donde podremos divisar en el acantilado izquierdo los muros del santuario. Es destacable que éstos han tomado la misma pátina de la roca, con lo que el conjunto eremítico queda completamente camuflado en el paisaje. 12
San Cristóbal del Barranco, encajado en la roca
El pequeño templo de San Cristóbal está enclavado a estribor de una mole rocosa, que alza su proa hacia el oriente, y suspendido a más de treinta metros sobre el río que discurre encañonado a sus pies. Históricamente este eremitorio estuvo más vinculado con Bolea que con el propio pueblo de Aniés y se tienen noticias desde el siglo XVI. La rudimentaria edificación se acomoda en una de las alveoladas celdas del barranco de Santa Quiteria en los primeros trechos del Sotón, a donde se llega desde el fondo por una desafiante escalera que se aferra a la pared rocosa. La puerta, abatida por el dolor del abandono y los despojados interiores, nos revela la más desoladora de las estampas. Allí donde los fervores hervían, hoy se compadecen. Yeserías golpeadas con la saña de la indiferencia se amontonan sobre la mesa del altar, desde que alguna mano piadosa colocara sus pedazos de la más digna forma posible. 13
Aniés (La Sotonera) Eremitorio de San Cristóbal del Barranco
Escala 1:150.000
Localización: se sitúa en un impresionante espolón rocoso, que sirve de lugar de anidamiento de importantes comunidades de rapaces. Tipología: balma. Cronología: restos de los siglos XIII-XIV y citas y elementos de la Edad Moderna (siglos XVI a XVIII), aunque la existencia del eremitorio podría ser altomedieval, anterior al siglo XI. Acceso: dificultad media. Desde Bolea, una pista en dirección N nos permitirá dejar el vehículo en la ermita de Santa Quiteria. Desde aquí continuaremos andando por la senda que discurre junto al cauce del río Sotón, también en dirección N, hasta el estrechamiento del final –a unos 3 km de donde aparcamos–, donde podremos divisar en el acantilado izquierdo los muros del santuario. Es destacable que éstos han tomado la misma pátina de la roca, con lo que el conjunto eremítico queda completamente camuflado en el paisaje. 12
San Cristóbal del Barranco, encajado en la roca
El pequeño templo de San Cristóbal está enclavado a estribor de una mole rocosa, que alza su proa hacia el oriente, y suspendido a más de treinta metros sobre el río que discurre encañonado a sus pies. Históricamente este eremitorio estuvo más vinculado con Bolea que con el propio pueblo de Aniés y se tienen noticias desde el siglo XVI. La rudimentaria edificación se acomoda en una de las alveoladas celdas del barranco de Santa Quiteria en los primeros trechos del Sotón, a donde se llega desde el fondo por una desafiante escalera que se aferra a la pared rocosa. La puerta, abatida por el dolor del abandono y los despojados interiores, nos revela la más desoladora de las estampas. Allí donde los fervores hervían, hoy se compadecen. Yeserías golpeadas con la saña de la indiferencia se amontonan sobre la mesa del altar, desde que alguna mano piadosa colocara sus pedazos de la más digna forma posible. 13
Por fortuna, entre el resto de una pintura mural de la Anunciación –de tradición románico tardía y fechable entre los siglos XIII y XIV– se destacó la figura del arcángel San Gabriel, que terminó enmarcado entre el relieve de dos columnas y que, si bien se salvó de las iras de la guerra Civil, no lo estuvo tanto de las rúbricas modernas que parecen querer compartir sin reparos el valor del esquematismo románico. Aunque merece destacarse una de ellas: la estampada por mosén Domingo de Pax, en 1663. A extramuros, agrietados travesaños de madera son condenados a soportar el peso de mampuestos e inclemencias, con tal de ganarle unos palmos al angosto interior. Así, San Cristóbal se yergue como uno de los más acrobáticos santuarios rupestres de nuestra tierra.
Detalle de la pintura mural
Interior
A escasos metros al norte, otra pared alveolada presenta numerosas celdas colgadas. Sus bocas han sido tapiadas con la misma paciencia benedictina que la iglesieta, a fin de poder habitar los exiguos espacios. Son vestigios en piedra del gran movimiento eremítico que cubriera la zona en un meditado pacto de silencio entre la naturaleza y el hombre. En San Cristóbal del Barranco, tres estancias conforman el conjunto. La mayor fue destinada a ser iglesia comunal de las celdas esparcidas por estas peñas, pues, si bien sus moradores no compartían la soledad de su retiro, sí lo hacían con oficio de la misa. El coro alto sobre la entrada sería fruto de la renovación de parte del edificio, allá por los siglos XVII y XVIII. Manifiesta la tradición popular que este santo, tras ayudar a un niño a cruzar un barranco, poniéndole sobre sus hombros y ayudado por su cayado, le dijo al arribar a la otra orilla: “He sentido en mis espaldas tanto peso como si hubiese llevado sobre ellas al mundo entero”. Y el pequeño, que era el Niño Jesús, le replicó: “Verdad es lo que acabas de decir; has llevado sobre tus hombros al Mundo y a su Creador, pues yo soy el Cristo que buscas, tu Rey. Y como prueba de lo que digo, cuando regreses a tu cabaña, clava tu cayado en la tierra y mañana aparecerá verde y cargado de frutos”. Y así ocurrió. Por ese motivo, a san Cristóbal la iconografía lo representa como hombre de fuerte corpulencia con un gran báculo poblado de hojas y un niño sobre los hombros. 14
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Por fortuna, entre el resto de una pintura mural de la Anunciación –de tradición románico tardía y fechable entre los siglos XIII y XIV– se destacó la figura del arcángel San Gabriel, que terminó enmarcado entre el relieve de dos columnas y que, si bien se salvó de las iras de la guerra Civil, no lo estuvo tanto de las rúbricas modernas que parecen querer compartir sin reparos el valor del esquematismo románico. Aunque merece destacarse una de ellas: la estampada por mosén Domingo de Pax, en 1663. A extramuros, agrietados travesaños de madera son condenados a soportar el peso de mampuestos e inclemencias, con tal de ganarle unos palmos al angosto interior. Así, San Cristóbal se yergue como uno de los más acrobáticos santuarios rupestres de nuestra tierra.
Detalle de la pintura mural
Interior
A escasos metros al norte, otra pared alveolada presenta numerosas celdas colgadas. Sus bocas han sido tapiadas con la misma paciencia benedictina que la iglesieta, a fin de poder habitar los exiguos espacios. Son vestigios en piedra del gran movimiento eremítico que cubriera la zona en un meditado pacto de silencio entre la naturaleza y el hombre. En San Cristóbal del Barranco, tres estancias conforman el conjunto. La mayor fue destinada a ser iglesia comunal de las celdas esparcidas por estas peñas, pues, si bien sus moradores no compartían la soledad de su retiro, sí lo hacían con oficio de la misa. El coro alto sobre la entrada sería fruto de la renovación de parte del edificio, allá por los siglos XVII y XVIII. Manifiesta la tradición popular que este santo, tras ayudar a un niño a cruzar un barranco, poniéndole sobre sus hombros y ayudado por su cayado, le dijo al arribar a la otra orilla: “He sentido en mis espaldas tanto peso como si hubiese llevado sobre ellas al mundo entero”. Y el pequeño, que era el Niño Jesús, le replicó: “Verdad es lo que acabas de decir; has llevado sobre tus hombros al Mundo y a su Creador, pues yo soy el Cristo que buscas, tu Rey. Y como prueba de lo que digo, cuando regreses a tu cabaña, clava tu cayado en la tierra y mañana aparecerá verde y cargado de frutos”. Y así ocurrió. Por ese motivo, a san Cristóbal la iconografía lo representa como hombre de fuerte corpulencia con un gran báculo poblado de hojas y un niño sobre los hombros. 14
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Benabarre Ermita de Nuestra Señora de las Ventosas
Antes de acceder a la ermita, conviene detenerse en Mas de Puybert, donde se aprecian las formas de su casa y demás construcciones tradicionales completadas con una ermita particular de orígenes románicos, así como con un museo etnológico. Volviendo a la construcción que nos ocupa, el paraje de su emplazamiento fue elegido porque, dice la tradición, en este recóndito enclave encontró un pastor de Puybert la imagen, debiéndose a esta circunstancia que sean los moradores de este lugar quienes se encarguen de cuidarlo y mantenerlo. Como se ha apuntado, la construcción se acopla y se funde a la perfección con el resalte rocoso en el que se levanta, constituyendo éste el muro –un muro natural– por el norte. Construcción sobria y sin engalanamientos, sólo configurada por los muros que conforman la nave y su cabecera retranqueada con respecto a la anterior. Como austera es su fachada, situada en el muro de los pies, en la que se abre la puerta de arco de medio punto y, sobre el tejado y a modo de coronación, una sencilla espadaña. Tejado del que emerge, asimismo, una pequeña linterna que ilumina el interior en la zona de la cabecera.
Escala 1:150.000
Localización: sita en la cara sur de la sierra del Castillo de Laguarres, se encuentra protegida de los vientos por el promontorio rocoso que le sirve de apoyo y ubicación, debiéndose su denominación posiblemente a ello, a esa protección contra dicho fenómeno natural.
Exterior de la ermita y restos del recinto anexo
Tipología: abrigo. Cronología: su bóveda es posiblemente de finales del siglo XVI y se aprecian distintas interveciones posteriores, especialmente de los siglos XIX y XX. Acceso: desde el sureste de Torres del Obispo parte la carretera vieja a Benabarre y, de ella, la pista hacia la venta de La Tosquilla, inicialmente asfaltada. A partir de aquí se ha señalizado el camino, en el que deben desdeñarse distintas bifurcaciones, hasta alcanzar la ermita. Existe la alternativa de realizar el acceso desde el pequeño núcleo de Mas de Puybert (Benabarre); muy cerca de él, al norte, una pista conecta con el último tramo del trayecto descrito anteriormente. Romería: primer sábado de septiembre. 16
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Benabarre Ermita de Nuestra Señora de las Ventosas
Antes de acceder a la ermita, conviene detenerse en Mas de Puybert, donde se aprecian las formas de su casa y demás construcciones tradicionales completadas con una ermita particular de orígenes románicos, así como con un museo etnológico. Volviendo a la construcción que nos ocupa, el paraje de su emplazamiento fue elegido porque, dice la tradición, en este recóndito enclave encontró un pastor de Puybert la imagen, debiéndose a esta circunstancia que sean los moradores de este lugar quienes se encarguen de cuidarlo y mantenerlo. Como se ha apuntado, la construcción se acopla y se funde a la perfección con el resalte rocoso en el que se levanta, constituyendo éste el muro –un muro natural– por el norte. Construcción sobria y sin engalanamientos, sólo configurada por los muros que conforman la nave y su cabecera retranqueada con respecto a la anterior. Como austera es su fachada, situada en el muro de los pies, en la que se abre la puerta de arco de medio punto y, sobre el tejado y a modo de coronación, una sencilla espadaña. Tejado del que emerge, asimismo, una pequeña linterna que ilumina el interior en la zona de la cabecera.
Escala 1:150.000
Localización: sita en la cara sur de la sierra del Castillo de Laguarres, se encuentra protegida de los vientos por el promontorio rocoso que le sirve de apoyo y ubicación, debiéndose su denominación posiblemente a ello, a esa protección contra dicho fenómeno natural.
Exterior de la ermita y restos del recinto anexo
Tipología: abrigo. Cronología: su bóveda es posiblemente de finales del siglo XVI y se aprecian distintas interveciones posteriores, especialmente de los siglos XIX y XX. Acceso: desde el sureste de Torres del Obispo parte la carretera vieja a Benabarre y, de ella, la pista hacia la venta de La Tosquilla, inicialmente asfaltada. A partir de aquí se ha señalizado el camino, en el que deben desdeñarse distintas bifurcaciones, hasta alcanzar la ermita. Existe la alternativa de realizar el acceso desde el pequeño núcleo de Mas de Puybert (Benabarre); muy cerca de él, al norte, una pista conecta con el último tramo del trayecto descrito anteriormente. Romería: primer sábado de septiembre. 16
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Traspasada la puerta se abre una nave de planta rectangular acomodada al muro natural de roca del lado norte. En la misma, compuesta de dos tramos, se abren sendas capillas por cada lado, culminándose con el presbiterio y la zona de la cabecera, ésta de dimensiones más reducidas y estrecha que el resto de la nave. Testero recto cubierto, por otra parte, por una bóveda de crucería estrellada, mientras que el resto de la construcción lo hace por medio de una bóveda de cañón Todo su interior, al igual que el exterior, es sencillo, sin decoraciones y engalanamientos que atraigan directamente la visión. Tan sencillo que hasta su retablo más que un retablo es una austera hornacina en la que se disponen las imágenes y cuadros, los cuales –además– no poseen ningún valor artístico, sólo –como es habitual en estas ermitas rupestres perdidas por el monte– el devocional de los habitantes cercanos que la visitan en los días señalados en el calendario popular.
Al referido mobiliario, sólo se añaden los diversos y variados, aunque no numerosos, exvotos que se pueden apreciar en el muro del evangelio, el de la izquierda según se mira desde la puerta, sitos a la altura de la cabecera. Una ermita, por otra parte y como suele ser también habitual en este tipo de construcciones en las que se fusiona lo natural con la mano del hombre, de lejano origen, de culto desde siempre por confluir las creencias del hombre con lo aportado por la naturaleza y sus elementos. Edificio que ha sufrido diversas modificaciones a lo largo de los tiempos, palpable en la mencionada bóveda de crucería fechable entre fines del siglo XVI e inicios del XVII, o en las sucesivas reparaciones realizadas en el XIX –Guerra de la Independencia y demás avatares– y en el XX, las cuales han dejado la actual estructura y fisonomía a esta ermita de Nuestra Señora de las Ventosas.
Interior de la ermita de Nuestra Señora de las Ventosas
Talla de la Virgen de las Ventosas. Madera policromada, siglo XVII
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Traspasada la puerta se abre una nave de planta rectangular acomodada al muro natural de roca del lado norte. En la misma, compuesta de dos tramos, se abren sendas capillas por cada lado, culminándose con el presbiterio y la zona de la cabecera, ésta de dimensiones más reducidas y estrecha que el resto de la nave. Testero recto cubierto, por otra parte, por una bóveda de crucería estrellada, mientras que el resto de la construcción lo hace por medio de una bóveda de cañón Todo su interior, al igual que el exterior, es sencillo, sin decoraciones y engalanamientos que atraigan directamente la visión. Tan sencillo que hasta su retablo más que un retablo es una austera hornacina en la que se disponen las imágenes y cuadros, los cuales –además– no poseen ningún valor artístico, sólo –como es habitual en estas ermitas rupestres perdidas por el monte– el devocional de los habitantes cercanos que la visitan en los días señalados en el calendario popular.
Al referido mobiliario, sólo se añaden los diversos y variados, aunque no numerosos, exvotos que se pueden apreciar en el muro del evangelio, el de la izquierda según se mira desde la puerta, sitos a la altura de la cabecera. Una ermita, por otra parte y como suele ser también habitual en este tipo de construcciones en las que se fusiona lo natural con la mano del hombre, de lejano origen, de culto desde siempre por confluir las creencias del hombre con lo aportado por la naturaleza y sus elementos. Edificio que ha sufrido diversas modificaciones a lo largo de los tiempos, palpable en la mencionada bóveda de crucería fechable entre fines del siglo XVI e inicios del XVII, o en las sucesivas reparaciones realizadas en el XIX –Guerra de la Independencia y demás avatares– y en el XX, las cuales han dejado la actual estructura y fisonomía a esta ermita de Nuestra Señora de las Ventosas.
Interior de la ermita de Nuestra Señora de las Ventosas
Talla de la Virgen de las Ventosas. Madera policromada, siglo XVII
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Benasque / Benás Ermita de la Virgen de las Nieves
A través del ancho valle de Benasque fluyeron tiempos, vientos, ríos y culturas, un colosal pasillo en donde cada retazo de historia quedó prendida de sus rocas. Y aquí, a los pies de los montes Malditos, ondean las plegarias que los excursionistas de hoy dejan a la imagen de la Virgen de las Nieves, cobijada en el último santuario rupestre del Alto Aragón. En una pequeña concavidad granítica custodiada por la altanera cúspide del pico Renclusa, descansa la historia de esta recoleta capilla montañesa. Su pétrea biografía nacería del tesón de unos pioneros y su ideal por construir el refugio de la Renclusa, punto de arranque en las ascensiones más altas de las montañas pirenaicas. Frente a la puerta del refugio y a unas pocas decenas de metros, que cruzan la llanura del collado, y ayudados por un pequeño puentecillo que salva las aguas del torrente, se divisa el portón verdecino de la venerada capilla.
Escala 1:150.000
Localización: junto al refugio de la Renclusa, a los pies del macizo de la Maladeta, que está coronado por el pico Aneto, la cúspide de los Pirineos.
Entrada a la ermita de la Virgen de las Nieves
Tipología: gruta. Cronología: 1916. Acceso: fácil. Partiendo desde Benasque, tomaremos la carretera A-139, que al NE sigue el curso del río Ésera. Dejando al momento el desvío hacia Cerler que queda a mano derecha, proseguiremos sin dejar la carretera, que discurrirá junto al pequeño embalse de Paso Nuevo, y 3 km más arriba dejaremos pasar también el desvío que conduce a los baños de Benasque. Más adelante, una nueva bifurcación lleva a su izquierda hasta Plan de Sarra. Seguiremos el ramal derecho sin dejarlo hasta su muerte, en forma de pequeña explanada situada próxima a la cota de 1.900 m de altitud. Dejando en ella el vehículo, continuaremos a pie por una ascendente pero cómoda senda que, en dirección a mediodía, conduce al refugio de la Renclusa, a 2.140 m de altitud, en poco más de 1 h 30 min. 20
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Benasque / Benás Ermita de la Virgen de las Nieves
A través del ancho valle de Benasque fluyeron tiempos, vientos, ríos y culturas, un colosal pasillo en donde cada retazo de historia quedó prendida de sus rocas. Y aquí, a los pies de los montes Malditos, ondean las plegarias que los excursionistas de hoy dejan a la imagen de la Virgen de las Nieves, cobijada en el último santuario rupestre del Alto Aragón. En una pequeña concavidad granítica custodiada por la altanera cúspide del pico Renclusa, descansa la historia de esta recoleta capilla montañesa. Su pétrea biografía nacería del tesón de unos pioneros y su ideal por construir el refugio de la Renclusa, punto de arranque en las ascensiones más altas de las montañas pirenaicas. Frente a la puerta del refugio y a unas pocas decenas de metros, que cruzan la llanura del collado, y ayudados por un pequeño puentecillo que salva las aguas del torrente, se divisa el portón verdecino de la venerada capilla.
Escala 1:150.000
Localización: junto al refugio de la Renclusa, a los pies del macizo de la Maladeta, que está coronado por el pico Aneto, la cúspide de los Pirineos.
Entrada a la ermita de la Virgen de las Nieves
Tipología: gruta. Cronología: 1916. Acceso: fácil. Partiendo desde Benasque, tomaremos la carretera A-139, que al NE sigue el curso del río Ésera. Dejando al momento el desvío hacia Cerler que queda a mano derecha, proseguiremos sin dejar la carretera, que discurrirá junto al pequeño embalse de Paso Nuevo, y 3 km más arriba dejaremos pasar también el desvío que conduce a los baños de Benasque. Más adelante, una nueva bifurcación lleva a su izquierda hasta Plan de Sarra. Seguiremos el ramal derecho sin dejarlo hasta su muerte, en forma de pequeña explanada situada próxima a la cota de 1.900 m de altitud. Dejando en ella el vehículo, continuaremos a pie por una ascendente pero cómoda senda que, en dirección a mediodía, conduce al refugio de la Renclusa, a 2.140 m de altitud, en poco más de 1 h 30 min. 20
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El 5 de agosto de 1913 Don Julio Soler i Santaló, en nombre del Centro Excursionista de Cataluña, coloca la primera piedra del futuro y trascendental refugio centro-pirenaico. A su vez comienza el levantamiento, por su expreso deseo, de una cabaña bajo la roca a la que llamaría Villa Maladeta, transformada con el tiempo, en la preciosa ermita alpinera de la Virgen de las Nieves.
De frente, una soberbia columna de precioso capitel labrado con cruces ensanchadas sostiene la desnuda losa del altar. Y en lo alto, cobijada en una tosca hornacina entallada en la roca, como una pequeña réplica de la capilla misma, la nívea imagen de Nuestra Señora, sacada de un inmaculado bloque de alabastro. En su base, la advocación catalana que le dieron sus mecenas: Verge de les Neus, quienes inaugurarían el templete en el año de 1916, tal como recuerda una inscripción en latín repicada en la propia roca de la cueva. Ahora, la capilla de la Virgen de las Nieves, como atenta centinela, vela desde el más alto y septentrional de los santuarios rocosos oscenses las andanzas de los montañeros del lugar.
Interior de la ermita de la Virgen de las Nieves
En la gruta, una nota escrita en un papel y el poema de un autor desconocido llenan el espacio de una grieta. Mientras…se va consumiendo la delicada llama de una vela. Grupo de montañeros en plena ascensión al Aneto
Su privilegiada ubicación la convirtió en un apreciado lugar para alpinistas y caminantes, quienes a ella confían sus mensajes: modernos exvotos de agradecimiento en los regresos y demandas de protección en las primeras labores del ascenso. Brazos de cera, manos de piedra o trenzas de cabello, aquí se sustituyen por símbolos de asociaciones montañeras, fotografías de familia y deseos manuscritos sobre el papel de un cuaderno cualquiera. La pesada puerta de dos hojas con motivos de forja permite la entrada tras descorrer el enorme cerrojo. Sobre ella, y a los lados de su única ventana, cuatro arquillos resaltados rememoran la lejana tradición del estilo lombardo, engalanando la sobria fachada de recios sillares. En los escasos diez metros cuadrados de su interior se respira como en ninguna otra parte la mística fascinación que prenden las montañas sobre los hombres. 22
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El 5 de agosto de 1913 Don Julio Soler i Santaló, en nombre del Centro Excursionista de Cataluña, coloca la primera piedra del futuro y trascendental refugio centro-pirenaico. A su vez comienza el levantamiento, por su expreso deseo, de una cabaña bajo la roca a la que llamaría Villa Maladeta, transformada con el tiempo, en la preciosa ermita alpinera de la Virgen de las Nieves.
De frente, una soberbia columna de precioso capitel labrado con cruces ensanchadas sostiene la desnuda losa del altar. Y en lo alto, cobijada en una tosca hornacina entallada en la roca, como una pequeña réplica de la capilla misma, la nívea imagen de Nuestra Señora, sacada de un inmaculado bloque de alabastro. En su base, la advocación catalana que le dieron sus mecenas: Verge de les Neus, quienes inaugurarían el templete en el año de 1916, tal como recuerda una inscripción en latín repicada en la propia roca de la cueva. Ahora, la capilla de la Virgen de las Nieves, como atenta centinela, vela desde el más alto y septentrional de los santuarios rocosos oscenses las andanzas de los montañeros del lugar.
Interior de la ermita de la Virgen de las Nieves
En la gruta, una nota escrita en un papel y el poema de un autor desconocido llenan el espacio de una grieta. Mientras…se va consumiendo la delicada llama de una vela. Grupo de montañeros en plena ascensión al Aneto
Su privilegiada ubicación la convirtió en un apreciado lugar para alpinistas y caminantes, quienes a ella confían sus mensajes: modernos exvotos de agradecimiento en los regresos y demandas de protección en las primeras labores del ascenso. Brazos de cera, manos de piedra o trenzas de cabello, aquí se sustituyen por símbolos de asociaciones montañeras, fotografías de familia y deseos manuscritos sobre el papel de un cuaderno cualquiera. La pesada puerta de dos hojas con motivos de forja permite la entrada tras descorrer el enorme cerrojo. Sobre ella, y a los lados de su única ventana, cuatro arquillos resaltados rememoran la lejana tradición del estilo lombardo, engalanando la sobria fachada de recios sillares. En los escasos diez metros cuadrados de su interior se respira como en ninguna otra parte la mística fascinación que prenden las montañas sobre los hombres. 22
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Marcas en la piedra, detalle de un muro de la ermita de Santa Elena
Biescas Ermita de Santa Elena
Escala 1:150.000
Exterior de la ermita de Santa Elena
Construida junto a una fuente intermitente, La Gloriosa, y empotrada su cabecera en una cueva, la ermita es un exponente más de la sacralidad que desde siempre tuvo el lugar para los habitantes de estas tierras. Junto a ella, los primitivos pobladores prehistóricos levantaron megalitos y además, en tiempos de Roma, el lugar continuaría como centro de culto a las ninfas. Las huellas del imperio están en la misma advocación y en la vecina de Santa Engracia. Elena no sólo es la madre de Constantino, sino la causante directa de su conversión. Además, es curioso comprobar cómo alguno de los prodigios que los romanos atribuían a aquellos seres se repite en el repertorio de milagros obrados por intercesión de la santa.
Localización: la ermita de Santa Elena se levanta a 5 km al norte de Biescas, en término de esta villa, pero ya dentro del espacio que orográficamente puede considerarse como valle de Tena. Tipología: gruta. Cronología: las partes más antiguas de la construcción pertenecen al siglo XIII, aunque el origen podría ser anterior. La actual construcción es obra del siglo XVII. Acceso: fácil. Desde Biescas, tomar la A-136 en dirección a Francia y desviarse, a unos 3,5 km, a la derecha, por la pista que cruza el río Gállego y lleva al dolmen y la ermita de Santa Elena. Romería: 7 de febrero, Domingo de Pentecostés, 13 de junio y 18 de agosto. 24
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Marcas en la piedra, detalle de un muro de la ermita de Santa Elena
Biescas Ermita de Santa Elena
Escala 1:150.000
Exterior de la ermita de Santa Elena
Construida junto a una fuente intermitente, La Gloriosa, y empotrada su cabecera en una cueva, la ermita es un exponente más de la sacralidad que desde siempre tuvo el lugar para los habitantes de estas tierras. Junto a ella, los primitivos pobladores prehistóricos levantaron megalitos y además, en tiempos de Roma, el lugar continuaría como centro de culto a las ninfas. Las huellas del imperio están en la misma advocación y en la vecina de Santa Engracia. Elena no sólo es la madre de Constantino, sino la causante directa de su conversión. Además, es curioso comprobar cómo alguno de los prodigios que los romanos atribuían a aquellos seres se repite en el repertorio de milagros obrados por intercesión de la santa.
Localización: la ermita de Santa Elena se levanta a 5 km al norte de Biescas, en término de esta villa, pero ya dentro del espacio que orográficamente puede considerarse como valle de Tena. Tipología: gruta. Cronología: las partes más antiguas de la construcción pertenecen al siglo XIII, aunque el origen podría ser anterior. La actual construcción es obra del siglo XVII. Acceso: fácil. Desde Biescas, tomar la A-136 en dirección a Francia y desviarse, a unos 3,5 km, a la derecha, por la pista que cruza el río Gállego y lleva al dolmen y la ermita de Santa Elena. Romería: 7 de febrero, Domingo de Pentecostés, 13 de junio y 18 de agosto. 24
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El registro legendario es extenso. Dicen que santa Elena pasó por estas tierras huyendo de unos perseguidores. Después de pasar por Biescas y entrando en el valle de Tena vio una cueva y se escondió. Allí, como una araña tejió una tela en la entrada del escondrijo, logró salvarse al despistar a sus perseguidores. “Donde la araña tejió, Elena no entró”, dijeron. Más tarde, también se comenta que el castillo que su hijo Constantino mandó construir en la zona recibió el nombre de Santa Elena. Siglos después se levantó la ermita en recuerdo de la santa. Las referencias más antiguas que conservamos sobre la cristianización de este espacio están en la imagen de la santa, una talla fechable en el último románico, y las obras mandadas hacer por Jaime el Conquistador, todo en el siglo XIII, visibles en la cabecera y en otros puntos del santuario.
Interior de la ermita de Santa Elena
El templo es un edificio capaz, que consta de nave con capillas laterales y cabecera. La primera sobresale al aire libre, la segunda está bajo tierra. En el nivel superior hay un gran coro y dos espaciosas tribunas. Se accede por una portalada situada bajo la torre campanario, en el ángulo suroeste del edificio. En el altar mayor hay un gran retablo barroco con una hornacina para la talla de la titular y varios lienzos con escenas de su vida. En las capillas laterales hay cuatro retablitos del mismo estilo con tallas de santa Quiteria y san Silvestre, en el lado del evangelio, y de santa María Magdalena y la Virgen del Rosario, en el de la epístola.
Gruta de la ermita de Santa Elena
Cuatro grandes romerías se celebran al año en este santuario: • El 7 de febrero sube Biescas en conmemoración de la victoria sobre los hugonotes en 1592. • El Domingo de Pentecostés, o Día de las Cruces, acuden las 33 parroquias de Biescas, su Tierra y el valle de Tena. • El 13 de junio, San Antonio de Padua, acuden Biescas y Hoz de Jaca. • El 18 de agosto, es la fiesta litúrgica de Santa Elena. Antiguamente, que no ahora, Larrés subía el tercer día de Pascua Granada, Barbenuta y Espierre lo hacían el 22 de mayo, Sobremonte el 19 de junio y Biescas, además, el 20 de septiembre.
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El registro legendario es extenso. Dicen que santa Elena pasó por estas tierras huyendo de unos perseguidores. Después de pasar por Biescas y entrando en el valle de Tena vio una cueva y se escondió. Allí, como una araña tejió una tela en la entrada del escondrijo, logró salvarse al despistar a sus perseguidores. “Donde la araña tejió, Elena no entró”, dijeron. Más tarde, también se comenta que el castillo que su hijo Constantino mandó construir en la zona recibió el nombre de Santa Elena. Siglos después se levantó la ermita en recuerdo de la santa. Las referencias más antiguas que conservamos sobre la cristianización de este espacio están en la imagen de la santa, una talla fechable en el último románico, y las obras mandadas hacer por Jaime el Conquistador, todo en el siglo XIII, visibles en la cabecera y en otros puntos del santuario.
Interior de la ermita de Santa Elena
El templo es un edificio capaz, que consta de nave con capillas laterales y cabecera. La primera sobresale al aire libre, la segunda está bajo tierra. En el nivel superior hay un gran coro y dos espaciosas tribunas. Se accede por una portalada situada bajo la torre campanario, en el ángulo suroeste del edificio. En el altar mayor hay un gran retablo barroco con una hornacina para la talla de la titular y varios lienzos con escenas de su vida. En las capillas laterales hay cuatro retablitos del mismo estilo con tallas de santa Quiteria y san Silvestre, en el lado del evangelio, y de santa María Magdalena y la Virgen del Rosario, en el de la epístola.
Gruta de la ermita de Santa Elena
Cuatro grandes romerías se celebran al año en este santuario: • El 7 de febrero sube Biescas en conmemoración de la victoria sobre los hugonotes en 1592. • El Domingo de Pentecostés, o Día de las Cruces, acuden las 33 parroquias de Biescas, su Tierra y el valle de Tena. • El 13 de junio, San Antonio de Padua, acuden Biescas y Hoz de Jaca. • El 18 de agosto, es la fiesta litúrgica de Santa Elena. Antiguamente, que no ahora, Larrés subía el tercer día de Pascua Granada, Barbenuta y Espierre lo hacían el 22 de mayo, Sobremonte el 19 de junio y Biescas, además, el 20 de septiembre.
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Bergua (Broto) Cueva Iglesieta de los Moros
Morfológicamente es una cavidad modelada por piedra tosca, porosa y ligera, dividida por la naturaleza en dos sectores. El primero es una balma, una visera que protege y da forma al hueco interior, alargado y poco ancho. Alguien lo transformó en iglesia rupestre, buscando para la cabecera plana orientación canónica y picando la visera en forma de medio cañón rebajado; también labraron el altar con rebaje central para acomodar una piedra plana que sirviera de ara y, a mediodía, elevaron un muro de cierre. En el ábside se repararon irregularidades mediante hiladas de sillarejo y, después, nave y ábside se pavimentaron con piedras rodadas y pequeñas lajas de arenisca, colocándolas en forma de espina de pez. Un canalillo practicado en el tramo absidial evacuaba las filtraciones del interior del covacho en épocas húmedas.
Escala 1:150.000
Exterior de la Iglesieta de los Moros
Localización: al norte de la pequeña localidad de Bergua, conjunto sobrarbense con un elemento estrella, la ermita de San Bartolomé (BIC), inmueble íntimamente ligado a Santiago de Yosa de Broto, ambos del siglo X. Tipología: gruta. Cronología: origen altomedieval, prerrománico. Hay restos pictóricos del siglo XVIII. Acceso: fácil. Desde Fiscal, por pista paralela a la N-260 en dirección a Broto llegaremos a Bergua. Al oeste de Bergua parte un sendero que vadea el barranco de Forcos, cruce en el que hubo puente y molino (en ruinas). Franqueado el cauce, el vial va remontando la orilla izquierda. Apenas una hora de camino y nos hallaremos a la misma altura (1.033 m) y en línea con Bergua, punto de partida en la vertiente opuesta del barranco. Estamos ya en la Iglesieta que aparecerá sorpresivamente, sin preámbulo que la delate. 28
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Bergua (Broto) Cueva Iglesieta de los Moros
Morfológicamente es una cavidad modelada por piedra tosca, porosa y ligera, dividida por la naturaleza en dos sectores. El primero es una balma, una visera que protege y da forma al hueco interior, alargado y poco ancho. Alguien lo transformó en iglesia rupestre, buscando para la cabecera plana orientación canónica y picando la visera en forma de medio cañón rebajado; también labraron el altar con rebaje central para acomodar una piedra plana que sirviera de ara y, a mediodía, elevaron un muro de cierre. En el ábside se repararon irregularidades mediante hiladas de sillarejo y, después, nave y ábside se pavimentaron con piedras rodadas y pequeñas lajas de arenisca, colocándolas en forma de espina de pez. Un canalillo practicado en el tramo absidial evacuaba las filtraciones del interior del covacho en épocas húmedas.
Escala 1:150.000
Exterior de la Iglesieta de los Moros
Localización: al norte de la pequeña localidad de Bergua, conjunto sobrarbense con un elemento estrella, la ermita de San Bartolomé (BIC), inmueble íntimamente ligado a Santiago de Yosa de Broto, ambos del siglo X. Tipología: gruta. Cronología: origen altomedieval, prerrománico. Hay restos pictóricos del siglo XVIII. Acceso: fácil. Desde Fiscal, por pista paralela a la N-260 en dirección a Broto llegaremos a Bergua. Al oeste de Bergua parte un sendero que vadea el barranco de Forcos, cruce en el que hubo puente y molino (en ruinas). Franqueado el cauce, el vial va remontando la orilla izquierda. Apenas una hora de camino y nos hallaremos a la misma altura (1.033 m) y en línea con Bergua, punto de partida en la vertiente opuesta del barranco. Estamos ya en la Iglesieta que aparecerá sorpresivamente, sin preámbulo que la delate. 28
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En el siglo XVIII se decoraron los muros con pintura, presidiendo el altar un santo (que presenta un gran desconche) enmarcado por columnas. Estos motivos son iguales a los que ornamentan la ermita de San Bartolomé y compuestos por la misma mano. A la izquierda del altar se tejió un vano cuadrado (0,5 m de lado), con sillarejo, que da paso a la verdadera cueva, asequible en principio reptando, pero que inmediatamente eleva su techo, lo que permite caminar erguido. Concreciones rotas para ampliar el volumen y facilitar el tránsito aventuran su ocupación continuada durante un período prolongado.
Pinturas murales situadas sobre la entrada a la cueva
El pasillo lleva a una espléndida sala final, casi circular, con el cielo repleto de estalactitas; una magnífica celda para dos o tres personas si se utilizó como dormitorio. La angosta rampa previa a la sala, pulida y brillante, refleja un repetido rozamiento humano.
Cueva de la Iglesieta de Moros
En el entorno menudean cavidades adecuadas para prácticas religiosas en soledad; entre ellas emerge un potente manantial. A pocos metros de la cabecera del templo, las aguas de esta fuente se hunden en ruidosa cascada. Y un poquito más allá un abrigo ofrece cobijo inmejorable; desde él, ocho metros de cuerda y un cubo bastaban para extraer agua fresca y cristalina de la poza labrada por el salto. La Iglesieta de los Moros originariamente fue foco de vida eremítica, tal vez propiciado por las cercanías del monasterio de San Pedro de Rava, establecido precisamente junto a la desembocadura del barranco de Forcos, sólo 2,5 km al este y documentado desde mediados del siglo X. 30
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En el siglo XVIII se decoraron los muros con pintura, presidiendo el altar un santo (que presenta un gran desconche) enmarcado por columnas. Estos motivos son iguales a los que ornamentan la ermita de San Bartolomé y compuestos por la misma mano. A la izquierda del altar se tejió un vano cuadrado (0,5 m de lado), con sillarejo, que da paso a la verdadera cueva, asequible en principio reptando, pero que inmediatamente eleva su techo, lo que permite caminar erguido. Concreciones rotas para ampliar el volumen y facilitar el tránsito aventuran su ocupación continuada durante un período prolongado.
Pinturas murales situadas sobre la entrada a la cueva
El pasillo lleva a una espléndida sala final, casi circular, con el cielo repleto de estalactitas; una magnífica celda para dos o tres personas si se utilizó como dormitorio. La angosta rampa previa a la sala, pulida y brillante, refleja un repetido rozamiento humano.
Cueva de la Iglesieta de Moros
En el entorno menudean cavidades adecuadas para prácticas religiosas en soledad; entre ellas emerge un potente manantial. A pocos metros de la cabecera del templo, las aguas de esta fuente se hunden en ruidosa cascada. Y un poquito más allá un abrigo ofrece cobijo inmejorable; desde él, ocho metros de cuerda y un cubo bastaban para extraer agua fresca y cristalina de la poza labrada por el salto. La Iglesieta de los Moros originariamente fue foco de vida eremítica, tal vez propiciado por las cercanías del monasterio de San Pedro de Rava, establecido precisamente junto a la desembocadura del barranco de Forcos, sólo 2,5 km al este y documentado desde mediados del siglo X. 30
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Capella Ermita de San Martín de Capella
Capella es localidad ribagorzana posada en el valle del Isábena. En la zona baja hay un puente que pudo alzarse con la bonanza del XVI. Es otro puente el que cruzaremos para seguir la pista ascendente buscando la pared de cantos y cemento calizo que cerca el valle del Isábena por el sur. Casi arriba, en la cuna del barranco de la Heredad, se ven algunas bocas redondas de hornos de cal. Allí se tuerce al oeste hasta pisar un plano que llaman Santa Eulalia –con restos de un templo románico–. Al lado, San Martín. Cada cueva santuario tiene un destello peculiar que la hace distinta. La iglesia de San Martín formalmente es la más calificada del conjunto que estamos tratando. Es románico de calidad gracias a la destreza de los albañiles que la aparejaron. Ataviada externamente con el sayal verde de la hiedra que trepa por todas partes, el interior es desolado y gris.
Vista general Escala 1:150.000
Localización: bajo el tozal del Soldau, se adosa a las paredes rocosas que cierran la margen izquierda del valle del Isábena, en su tamo final. Tipología: abrigo. Cronología: siglo XII. Acceso: fácil. Se encuentra a 2,3 km en dirección sur. A pie, cruzamos el puente de Capella, posiblemente del siglo XVI, y seguimos a la derecha el sendero GR 1 para enlazar en el primer cruce a la izquierda con el PR-HU 124 que lleva a Castarlenas. Lo dejaremos a 1,5 km, en una bifurcación junto a un campo de almendros. Seguimos la pista a la derecha otros 200 m hasta encontrar a mano izquierda el sendero que asciende al paso de La Canal. Hasta este punto puede accederse en vehículo, cruzando el Isábena por el puente nuevo de Capella. Tras media hora de ascenso tomaremos un desvío a la derecha que nos lleva a la val contigua y a la ermita. 32
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Capella Ermita de San Martín de Capella
Capella es localidad ribagorzana posada en el valle del Isábena. En la zona baja hay un puente que pudo alzarse con la bonanza del XVI. Es otro puente el que cruzaremos para seguir la pista ascendente buscando la pared de cantos y cemento calizo que cerca el valle del Isábena por el sur. Casi arriba, en la cuna del barranco de la Heredad, se ven algunas bocas redondas de hornos de cal. Allí se tuerce al oeste hasta pisar un plano que llaman Santa Eulalia –con restos de un templo románico–. Al lado, San Martín. Cada cueva santuario tiene un destello peculiar que la hace distinta. La iglesia de San Martín formalmente es la más calificada del conjunto que estamos tratando. Es románico de calidad gracias a la destreza de los albañiles que la aparejaron. Ataviada externamente con el sayal verde de la hiedra que trepa por todas partes, el interior es desolado y gris.
Vista general Escala 1:150.000
Localización: bajo el tozal del Soldau, se adosa a las paredes rocosas que cierran la margen izquierda del valle del Isábena, en su tamo final. Tipología: abrigo. Cronología: siglo XII. Acceso: fácil. Se encuentra a 2,3 km en dirección sur. A pie, cruzamos el puente de Capella, posiblemente del siglo XVI, y seguimos a la derecha el sendero GR 1 para enlazar en el primer cruce a la izquierda con el PR-HU 124 que lleva a Castarlenas. Lo dejaremos a 1,5 km, en una bifurcación junto a un campo de almendros. Seguimos la pista a la derecha otros 200 m hasta encontrar a mano izquierda el sendero que asciende al paso de La Canal. Hasta este punto puede accederse en vehículo, cruzando el Isábena por el puente nuevo de Capella. Tras media hora de ascenso tomaremos un desvío a la derecha que nos lleva a la val contigua y a la ermita. 32
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Fueron necesarios preparativos en el talud rocoso para varar el templo bajo el despeñadero con garantías de perdurabilidad. El esfuerzo del anclaje fue notable, fiado al grosor de unos muros. Después se concretó la nave con ábside semicircular. Las uniones del aparejo son finas y con las juntas repasadas, característica arrastrada desde el temprano románico lombardo. A poniente del templo corre un largo abrigo, el de San Martín, que reúne al amparo de una visera de conglomerado cuatro estancias. Los muros son de baja calidad, subidos sin otro criterio que amontonar pedruscos de diferentes tamaños, no desdeñando trozos desprendidos de la bóveda pétrea como colofón a la mediocridad. Hay trozos de pared habilitados con tapial según técnica medieval. Otro elemento en liza, que agrega valor a este lugar fuera de la circulación agroturística, son los dibujos grabados formando dos escenas, un par de inscripciones y signos.
Grabados en el abrigo
Vanos del ábside
La primera escena parece la Adoración de los Magos. Los personajes son meros perfiles envueltos en ropajes y con caras vacías. A la izquierda, la Virgen con el Niño y, enfrente, dos Magos arrodillados con la cabeza inclinada y manos oferentes; el tercer rey son rayas informes. Sobre la Virgen pudo escribirse “IHS”. La segunda escena parece profana. Una dama sentada tiende su mano hacia un hombre arrodillado ante ella que inclina la cabeza hasta casi besarle los pies; una tercera figura da la espalda. En otro dibujo se distingue una reina coronada sentada en su trono. Debió empezar pronto la vida eremítica en el abrigo de San Martín, pues en el año 842 el presbítero Barón edificaba en Capella la iglesia de San Julián. En el siglo XII tuvo lugar la erección del fantástico templo de San Martín, tiempo en que el abrigo estaría habitado por religiosos. Los grabados pueden ser de la época. A estos alicientes se suma la panorámica de un Pirineo blanco, geografía unitaria de torres y pináculos comprendida entre el triángulo del Cotiella y la pesada loma del Turbón. Indudablemente la tierra es más hermosa vista desde estos tajos súbitos de San Martín de Capella. 34
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Fueron necesarios preparativos en el talud rocoso para varar el templo bajo el despeñadero con garantías de perdurabilidad. El esfuerzo del anclaje fue notable, fiado al grosor de unos muros. Después se concretó la nave con ábside semicircular. Las uniones del aparejo son finas y con las juntas repasadas, característica arrastrada desde el temprano románico lombardo. A poniente del templo corre un largo abrigo, el de San Martín, que reúne al amparo de una visera de conglomerado cuatro estancias. Los muros son de baja calidad, subidos sin otro criterio que amontonar pedruscos de diferentes tamaños, no desdeñando trozos desprendidos de la bóveda pétrea como colofón a la mediocridad. Hay trozos de pared habilitados con tapial según técnica medieval. Otro elemento en liza, que agrega valor a este lugar fuera de la circulación agroturística, son los dibujos grabados formando dos escenas, un par de inscripciones y signos.
Grabados en el abrigo
Vanos del ábside
La primera escena parece la Adoración de los Magos. Los personajes son meros perfiles envueltos en ropajes y con caras vacías. A la izquierda, la Virgen con el Niño y, enfrente, dos Magos arrodillados con la cabeza inclinada y manos oferentes; el tercer rey son rayas informes. Sobre la Virgen pudo escribirse “IHS”. La segunda escena parece profana. Una dama sentada tiende su mano hacia un hombre arrodillado ante ella que inclina la cabeza hasta casi besarle los pies; una tercera figura da la espalda. En otro dibujo se distingue una reina coronada sentada en su trono. Debió empezar pronto la vida eremítica en el abrigo de San Martín, pues en el año 842 el presbítero Barón edificaba en Capella la iglesia de San Julián. En el siglo XII tuvo lugar la erección del fantástico templo de San Martín, tiempo en que el abrigo estaría habitado por religiosos. Los grabados pueden ser de la época. A estos alicientes se suma la panorámica de un Pirineo blanco, geografía unitaria de torres y pináculos comprendida entre el triángulo del Cotiella y la pesada loma del Turbón. Indudablemente la tierra es más hermosa vista desde estos tajos súbitos de San Martín de Capella. 34
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Piedras y datación Los restos arquitectónicos que nos han legado estos covachos son fiel reflejo de una forma de vida: construcciones anónimas, humildes y parcas en su expresión. Pero las piedras siempre emiten un mensaje, aunque su lenguaje no resulte fácil de interpretar. Entrando en los materiales que armaron estos santuarios es conveniente distinguir dos tipos de aparejos: formales y populares. Vemos paramentos formales románicos en Revilla, Capella y Añisclo. San Lorenzo de Revilla –siglo XI– fue levantado con sillarejo escuadrado trabado con argamasa; una hilada transversal en el ábside recuerda los baquetones serrableses, convirtiéndole en inmueble de extraordinario interés. Sillares colocados en tiradas homogéneas subieron el templo de San Martín de Capella –siglo XII–; las uniones son finas, rebosando argamasa que repasada con la paleta reitera juntas horizontales achaflanadas, característica arrastrada desde el temprano románico lombardo, tanto en la arquitectura religiosa como militar del siglo XI. La puerta de ingreso a la oscura celda norte de San Úrbez de Añisclo sigue pautas del románico sobrarbense, con arco rebajado y grueso guardapolvo ornamental –siglo XII–.
Abrigos construídos en mampostería y tapial junto a San Martín de Capella
Paramento de sillarejo románico en San Lorenzo de Revilla
Arco románico en San Úrbez de Añisclo
Entre los paramentos populares prima la mampostería y, en un sólo caso, el tapial. La gran pared de cierre de San Cristóbal de Aniés es de mampostería trabada con arcilla que incrusta paja, piedrecillas y estiradas manchas de argamasa intentando fortalecer. La ampliación de San Chinés está trabada con arcilla, material que recubre los paños de las cuevas de la Reina, en Vadiello. En Capella, un par de habitáculos se articularon con tabiya o tapial cohesionada con grava menuda. La técnica empleada en la erección del muro –encofrado– es la misma que plasmaron los musulmanes del siglo XI en las torres de Binaced, Fraga y Tamarite. En consecuencia, lo más antiguo es medieval, pero es factible estimar superposición de cultos en San Julián de Lierta, pues allí localizamos trozos de sigillata romana caídos en un fondo de habitación con manto de cenizas. El absidiolo de San Chinés podría ser de tradición hispanovisigoda. 36
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Piedras y datación Los restos arquitectónicos que nos han legado estos covachos son fiel reflejo de una forma de vida: construcciones anónimas, humildes y parcas en su expresión. Pero las piedras siempre emiten un mensaje, aunque su lenguaje no resulte fácil de interpretar. Entrando en los materiales que armaron estos santuarios es conveniente distinguir dos tipos de aparejos: formales y populares. Vemos paramentos formales románicos en Revilla, Capella y Añisclo. San Lorenzo de Revilla –siglo XI– fue levantado con sillarejo escuadrado trabado con argamasa; una hilada transversal en el ábside recuerda los baquetones serrableses, convirtiéndole en inmueble de extraordinario interés. Sillares colocados en tiradas homogéneas subieron el templo de San Martín de Capella –siglo XII–; las uniones son finas, rebosando argamasa que repasada con la paleta reitera juntas horizontales achaflanadas, característica arrastrada desde el temprano románico lombardo, tanto en la arquitectura religiosa como militar del siglo XI. La puerta de ingreso a la oscura celda norte de San Úrbez de Añisclo sigue pautas del románico sobrarbense, con arco rebajado y grueso guardapolvo ornamental –siglo XII–.
Abrigos construídos en mampostería y tapial junto a San Martín de Capella
Paramento de sillarejo románico en San Lorenzo de Revilla
Arco románico en San Úrbez de Añisclo
Entre los paramentos populares prima la mampostería y, en un sólo caso, el tapial. La gran pared de cierre de San Cristóbal de Aniés es de mampostería trabada con arcilla que incrusta paja, piedrecillas y estiradas manchas de argamasa intentando fortalecer. La ampliación de San Chinés está trabada con arcilla, material que recubre los paños de las cuevas de la Reina, en Vadiello. En Capella, un par de habitáculos se articularon con tabiya o tapial cohesionada con grava menuda. La técnica empleada en la erección del muro –encofrado– es la misma que plasmaron los musulmanes del siglo XI en las torres de Binaced, Fraga y Tamarite. En consecuencia, lo más antiguo es medieval, pero es factible estimar superposición de cultos en San Julián de Lierta, pues allí localizamos trozos de sigillata romana caídos en un fondo de habitación con manto de cenizas. El absidiolo de San Chinés podría ser de tradición hispanovisigoda. 36
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Cerésola (Sabiñánigo) Ermita de San Úrbez de Cerésola
Se sitúa en una antigua pardina denominada Saliellas, en lo que debió ser un antiguo despoblado que, finalmente, tras muchos litigios entre Cerésola y Lasaosa, pasó a casa Juan Domingo de la primera localidad, una de aquellas discretas familias infanzonas que poblaban la montaña. A la derecha del hemiciclo se sitúa la diminuta cueva santuario y, de modo simétrico, a su derecha, ocupando más espacio bajo las balmas, un amplio recinto que tuvo una finalidad pastoril. La ermita está encajada bajo la visera de los conglomerados y posee muros artificiales hacia el sur y sol saliente, donde se ubica la entrada. Estamos ante un edificio discreto que no supera los quince metros cuadrados de planta. Un arco de medio punto, excavado en la roca, hace de ábside sobre el altar y una ventana abocinada mira hacia el sur con la siguiente inscripción: “Año 1889. San Justo CDV”. San Úrbez de Cerésola
Escala 1:150.000
Localización: la cueva santuario se ubica en un circo oculto, en las proximidades del arranque de la pista que desde la carretera del Guarga se dirige hacia la aldea de Cerésola. Como ocurre con la mayor parte de estos lugares sagrados, el espacio es, inesperadamente, sobrecogedor. Tipología: balma. Cronología: la tradición asociada a San Úrbez la remontaría al siglo VIII. La ermita actual lleva fecha de 1889, aunque algunas partes de los edificios anexos son del XVII. Acceso: desde la N-330, entre Huesca y Sabiñánigo, se toma hacia el este la carretera de la Guarguera, que lleva a Boltaña. A su izquierda, en el punto kilométrico 19, queda la pista que se desvía hacia Cerésola. La ermita se sitúa al comienzo de la misma, en un recodo. Romería: el domingo más cercano al 15 de septiembre. 38
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Cerésola (Sabiñánigo) Ermita de San Úrbez de Cerésola
Se sitúa en una antigua pardina denominada Saliellas, en lo que debió ser un antiguo despoblado que, finalmente, tras muchos litigios entre Cerésola y Lasaosa, pasó a casa Juan Domingo de la primera localidad, una de aquellas discretas familias infanzonas que poblaban la montaña. A la derecha del hemiciclo se sitúa la diminuta cueva santuario y, de modo simétrico, a su derecha, ocupando más espacio bajo las balmas, un amplio recinto que tuvo una finalidad pastoril. La ermita está encajada bajo la visera de los conglomerados y posee muros artificiales hacia el sur y sol saliente, donde se ubica la entrada. Estamos ante un edificio discreto que no supera los quince metros cuadrados de planta. Un arco de medio punto, excavado en la roca, hace de ábside sobre el altar y una ventana abocinada mira hacia el sur con la siguiente inscripción: “Año 1889. San Justo CDV”. San Úrbez de Cerésola
Escala 1:150.000
Localización: la cueva santuario se ubica en un circo oculto, en las proximidades del arranque de la pista que desde la carretera del Guarga se dirige hacia la aldea de Cerésola. Como ocurre con la mayor parte de estos lugares sagrados, el espacio es, inesperadamente, sobrecogedor. Tipología: balma. Cronología: la tradición asociada a San Úrbez la remontaría al siglo VIII. La ermita actual lleva fecha de 1889, aunque algunas partes de los edificios anexos son del XVII. Acceso: desde la N-330, entre Huesca y Sabiñánigo, se toma hacia el este la carretera de la Guarguera, que lleva a Boltaña. A su izquierda, en el punto kilométrico 19, queda la pista que se desvía hacia Cerésola. La ermita se sitúa al comienzo de la misma, en un recodo. Romería: el domingo más cercano al 15 de septiembre. 38
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Sabemos por el mejor hagiógrafo de San Úrbez, por el clérigo Juan Agustín Carreras y Ortas, que a comienzos del siglo XVIII el arco de medio punto contenía un pequeño retablo con dicho santo y los santos niños mártires Justo y Pastor, cuyas reliquias llevó siempre San Úrbez en un zurrón hasta que murió en Nocito a los cien años y éstas fueron llevadas a la iglesia de San Pedro de Huesca. Lamentablemente, la guerra Civil hizo aquí también estragos y en su lugar, hoy, la familia propietaria coloca un retablo nuevo y un pequeño Cristo que fue construido en el siglo XIX por un carpintero de Yebra. Estamos, curiosamente, ante una pequeña joya popular, que viaja todos los años, gracias a la sensibilidad de la familia Juan Domingo, del Museo de Artes Populares de Serrablo hacia la cueva santuario, para regresar de nuevo el mismo día de la romería.
Altar de la ermita Recinto pastoril
Detalle de la ventana del recinto pastoril
A la derecha del templo, también bajo balmas, un recinto pastoril, cerrado con pared a medio día y palafito interior para que los pastores durmieran antaño sobre el ganado, constituye una de las piezas más notorias de la arquitectura popular de Serrablo, además de recoger en sus paredes infinidad de grabados y letreros que reflejan el alma popular y, en particular, la cosmovisión pastoril. La hagiografía de San Úrbez lleva al santo en el siglo VIII desde Burdeos hasta Serrablo. De aquel deambular del santo, en las proximidades de Lasaosa han quedado fijados sobre la roca, como huella pedagógica, sus pies y su inseparable cayado. Es la denominada piedra de las Galochetas. Dicho esto añadiremos que el cambio social no ha doblegado el sentido patrimonial de una familia que, año tras año, con el valle despoblado, sigue organizando una pequeña romería con su misa, reparto de caridad y comida, para disfrute propio, de los familiares, antiguos habitantes del valle y amigos, que son todos aquellos que con sensibilidad y respeto se acercan a la ermita el domingo más próximo al 15 de diciembre.
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Sabemos por el mejor hagiógrafo de San Úrbez, por el clérigo Juan Agustín Carreras y Ortas, que a comienzos del siglo XVIII el arco de medio punto contenía un pequeño retablo con dicho santo y los santos niños mártires Justo y Pastor, cuyas reliquias llevó siempre San Úrbez en un zurrón hasta que murió en Nocito a los cien años y éstas fueron llevadas a la iglesia de San Pedro de Huesca. Lamentablemente, la guerra Civil hizo aquí también estragos y en su lugar, hoy, la familia propietaria coloca un retablo nuevo y un pequeño Cristo que fue construido en el siglo XIX por un carpintero de Yebra. Estamos, curiosamente, ante una pequeña joya popular, que viaja todos los años, gracias a la sensibilidad de la familia Juan Domingo, del Museo de Artes Populares de Serrablo hacia la cueva santuario, para regresar de nuevo el mismo día de la romería.
Altar de la ermita Recinto pastoril
Detalle de la ventana del recinto pastoril
A la derecha del templo, también bajo balmas, un recinto pastoril, cerrado con pared a medio día y palafito interior para que los pastores durmieran antaño sobre el ganado, constituye una de las piezas más notorias de la arquitectura popular de Serrablo, además de recoger en sus paredes infinidad de grabados y letreros que reflejan el alma popular y, en particular, la cosmovisión pastoril. La hagiografía de San Úrbez lleva al santo en el siglo VIII desde Burdeos hasta Serrablo. De aquel deambular del santo, en las proximidades de Lasaosa han quedado fijados sobre la roca, como huella pedagógica, sus pies y su inseparable cayado. Es la denominada piedra de las Galochetas. Dicho esto añadiremos que el cambio social no ha doblegado el sentido patrimonial de una familia que, año tras año, con el valle despoblado, sigue organizando una pequeña romería con su misa, reparto de caridad y comida, para disfrute propio, de los familiares, antiguos habitantes del valle y amigos, que son todos aquellos que con sensibilidad y respeto se acercan a la ermita el domingo más próximo al 15 de diciembre.
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La ermita de la Espelunca se sitúa en un lugar sorprendente, único, excepcional, de ineludible y casi imperdonable visita. Es un escondido enclave de peña Montañesa, ese escarpe rocoso, que parece casi inaccesible, donde abre su boca la cueva rupestre que acoge a esta ermita cuya denominación describe a la perfección, en aragonés, su formación: una oquedad, una cueva.
Fosado (La Fueva) Ermita de la Espelunca de San Victorián
La Espelunca o Espelunga es el lugar que escogió san Victorián como primera morada por estos contornos, donde levantó el primer eremitorio que, con el paso del tiempo y en lugar más accesible, dio lugar a la creación y construcción del monasterio, enclavado en una llanada justo debajo de este colgado rincón al que se van a encaminar los pasos.
Entrada a la ermita
De camino a la ermita, entre las matas y apoyado a la pared de la roca, se encuentra un agujero de boca casi cuadrangular hecho por la mano del hombre. Conocido como la Piedra de San Victorián o lugar de ubicación de la campaneta, recibe dichos nombres porque, según la tradición, fue donde se sentó el santo y porque produce un sonido similar a una pequeña campana cuando se golpea con una piedra.
Escala 1:150.000
Localización: situada en los farallones calizos de la cara sur de sierra Ferrera, cerca del monasterio de San Victorián de Asán, dominando un extenso paisaje de La Fueva y del sur de Sobrarbe. Tipología: gruta. Cronología: siglo VI (fundación legendaria). Siglo XVII (construcción actual). Acceso: dificultad media. Desde la N-260, en las cercanías de Aínsa, hay que dirigirse hasta el monasterio de San Victorián, donde se aparca y se toma la senda señalizada que lleva, hacia el este, a la ermita en 1 h 30 min o 2 h de caminata ascendente. 42
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La ermita de la Espelunca se sitúa en un lugar sorprendente, único, excepcional, de ineludible y casi imperdonable visita. Es un escondido enclave de peña Montañesa, ese escarpe rocoso, que parece casi inaccesible, donde abre su boca la cueva rupestre que acoge a esta ermita cuya denominación describe a la perfección, en aragonés, su formación: una oquedad, una cueva.
Fosado (La Fueva) Ermita de la Espelunca de San Victorián
La Espelunca o Espelunga es el lugar que escogió san Victorián como primera morada por estos contornos, donde levantó el primer eremitorio que, con el paso del tiempo y en lugar más accesible, dio lugar a la creación y construcción del monasterio, enclavado en una llanada justo debajo de este colgado rincón al que se van a encaminar los pasos.
Entrada a la ermita
De camino a la ermita, entre las matas y apoyado a la pared de la roca, se encuentra un agujero de boca casi cuadrangular hecho por la mano del hombre. Conocido como la Piedra de San Victorián o lugar de ubicación de la campaneta, recibe dichos nombres porque, según la tradición, fue donde se sentó el santo y porque produce un sonido similar a una pequeña campana cuando se golpea con una piedra.
Escala 1:150.000
Localización: situada en los farallones calizos de la cara sur de sierra Ferrera, cerca del monasterio de San Victorián de Asán, dominando un extenso paisaje de La Fueva y del sur de Sobrarbe. Tipología: gruta. Cronología: siglo VI (fundación legendaria). Siglo XVII (construcción actual). Acceso: dificultad media. Desde la N-260, en las cercanías de Aínsa, hay que dirigirse hasta el monasterio de San Victorián, donde se aparca y se toma la senda señalizada que lleva, hacia el este, a la ermita en 1 h 30 min o 2 h de caminata ascendente. 42
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En un incomparable marco, entre las verticales paredes aquí desarrolladas, en este espacio en el que parece imposible que pueda existir una construcción, camuflada a la perfección con el entorno con el que se fusiona, se ubica este singular eremitorio rupestre. Una ermita delatada por sendas fachadas que se agrupan directamente sobre la roca de la sierra: la casa del ermitaño y, a la izquierda, la ermita cuyo interior se conforma y se adentra en las interioridades de una cueva de esta macizo calcáreo de la sierra Ferrera.
Detalle de la bóveda y del techo de la gruta
Por lo que respecta al primer edificio, la casa del ermitaño, se configura por una fachada de piedra en la que se abren sus distintos vanos, la puerta arquitrabada de ingreso y una serie de ventanas delatoras de sus otrora plantas. Por su parte, la ermita presenta un arco rebajado, al que se superpone una moldura dibujando otro arco también rebajado, situándose sobre la misma una ventana, coronada por una cúpula que se fusiona con la roca. Vista de la nave de la ermita
Mayor interés contiene su interior, que permite la instalación de las zonas de culto con holgura. Por su techo se pierden una serie de chimeneas que tendrán su salida en algún punto de la parte superior de la montaña. Un interior que todavía conserva unos arcos adosados a ambos lados a modo de capillas y los restos barrocos de su altar mayor, aunque –eso sí– muy deteriorado. Pero no acaban aquí las maravillas por descubrir desde este recóndito emplazamiento. Y no acaban porque aún hay que solazarse con las indescriptibles e inconmensurables panorámicas que se despliegan hacia el sur, hacia La Fueva y buena parte de Sobrarbe, así como hacia la sucesión de montañas que dan forma a todas las serranías exteriores del Pirineo. 44
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En un incomparable marco, entre las verticales paredes aquí desarrolladas, en este espacio en el que parece imposible que pueda existir una construcción, camuflada a la perfección con el entorno con el que se fusiona, se ubica este singular eremitorio rupestre. Una ermita delatada por sendas fachadas que se agrupan directamente sobre la roca de la sierra: la casa del ermitaño y, a la izquierda, la ermita cuyo interior se conforma y se adentra en las interioridades de una cueva de esta macizo calcáreo de la sierra Ferrera.
Detalle de la bóveda y del techo de la gruta
Por lo que respecta al primer edificio, la casa del ermitaño, se configura por una fachada de piedra en la que se abren sus distintos vanos, la puerta arquitrabada de ingreso y una serie de ventanas delatoras de sus otrora plantas. Por su parte, la ermita presenta un arco rebajado, al que se superpone una moldura dibujando otro arco también rebajado, situándose sobre la misma una ventana, coronada por una cúpula que se fusiona con la roca. Vista de la nave de la ermita
Mayor interés contiene su interior, que permite la instalación de las zonas de culto con holgura. Por su techo se pierden una serie de chimeneas que tendrán su salida en algún punto de la parte superior de la montaña. Un interior que todavía conserva unos arcos adosados a ambos lados a modo de capillas y los restos barrocos de su altar mayor, aunque –eso sí– muy deteriorado. Pero no acaban aquí las maravillas por descubrir desde este recóndito emplazamiento. Y no acaban porque aún hay que solazarse con las indescriptibles e inconmensurables panorámicas que se despliegan hacia el sur, hacia La Fueva y buena parte de Sobrarbe, así como hacia la sucesión de montañas que dan forma a todas las serranías exteriores del Pirineo. 44
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Jaca Ermita de la Virgen de la Cueva
Escala 1:150.000
Localización: la ermita de la Virgen de la Cueva se encuentra a unos 1450 m de altitud en la cara sur de la peña Oroel, en término de Jaca.
Fachada de la ermita empotrada en la roca
Tipología: balma.
Como tantas ermitas rupestres, el templo fue construido en una oquedad rocosa en la que, según la leyenda, un cabrero encontró una imagen de la Virgen.
Cronología: medieval románica, siglo XVI y reformas en el siglo XVIII. Acceso: dificultad media. Se puede acceder fundamentalmente por dos rutas. La primera, un zigzagueante sendero que parte del parador de Oroel, nos deja en la cueva tras 1 h de marcha. La segunda, que parte de la pardina de Ordolés, consiste en una pista forestal de unos 3 km, sólo apta para todoterrenos, y una senda con poco desnivel por la que se alcanza la meta en una media hora de marcha. Romería: domingo de mayo cercano a Pentecostés. 46
El templo, por supuesto orientado litúrgicamente, ocupa una superficie de unos 160 m2, dentro de la gran oquedad. Dos muros de mampostería, uno a occidente y otro a mediodía, aíslan el interior de la intemperie. Consta de una nave amplia y presbiterio. Ambos espacios están separados por una reja. El altar mayor, de obra, exhibe tres hornacinas. Tras él hay un espacio, accesible tras una puerta, llamado la Gruta, lugar donde siempre se han mostrado a los niños las huellas de la cabra que guió al pastor inventor y las arañas de oro del techo, que sólo pueden ver los que guardan silencio y están en gracia. 47
Jaca Ermita de la Virgen de la Cueva
Escala 1:150.000
Localización: la ermita de la Virgen de la Cueva se encuentra a unos 1450 m de altitud en la cara sur de la peña Oroel, en término de Jaca.
Fachada de la ermita empotrada en la roca
Tipología: balma.
Como tantas ermitas rupestres, el templo fue construido en una oquedad rocosa en la que, según la leyenda, un cabrero encontró una imagen de la Virgen.
Cronología: medieval románica, siglo XVI y reformas en el siglo XVIII. Acceso: dificultad media. Se puede acceder fundamentalmente por dos rutas. La primera, un zigzagueante sendero que parte del parador de Oroel, nos deja en la cueva tras 1 h de marcha. La segunda, que parte de la pardina de Ordolés, consiste en una pista forestal de unos 3 km, sólo apta para todoterrenos, y una senda con poco desnivel por la que se alcanza la meta en una media hora de marcha. Romería: domingo de mayo cercano a Pentecostés. 46
El templo, por supuesto orientado litúrgicamente, ocupa una superficie de unos 160 m2, dentro de la gran oquedad. Dos muros de mampostería, uno a occidente y otro a mediodía, aíslan el interior de la intemperie. Consta de una nave amplia y presbiterio. Ambos espacios están separados por una reja. El altar mayor, de obra, exhibe tres hornacinas. Tras él hay un espacio, accesible tras una puerta, llamado la Gruta, lugar donde siempre se han mostrado a los niños las huellas de la cabra que guió al pastor inventor y las arañas de oro del techo, que sólo pueden ver los que guardan silencio y están en gracia. 47
Hicieron voto a la Virgen de la Cueva la ciudad de Jaca y los pueblos de Ara, Barós y Ulle. En Jaca, además del ermitaño, los encargados de la Virgen de la Cueva eran los romeros de Santa Orosia. El Lunes de Pascua de Pentecostés, los devotos de esta ciudad celebraban la romería. Se sumaban las ventas, casas y pardinas de los alrededores de Oroel. Ara subía al día siguiente de la Ascensión, Ulle el lunes siguiente y Barós el 1 de septiembre. Navasa, sin voto, en principio se juntaba con Ara, luego pasó a hacerlo con Jaca. Hoy día Jaca y los cuatro pueblos reseñados, con sus respectivas cruces parroquiales, suben juntos a la cueva el mismo día. Para ello se busca una fecha, a ser posible en mayo, en torno a Pentecostés, en coordinación con las hermandades de San Indalecio y de Santa Orosia. Después de la eucaristía se bendicen los términos en el Canterón de Ubiel y se da a besar la reliquia de Santa Orosia que antaño portaban los ermitaños.
Interior de la oquedad
Imagen de la Virgen y ofrendas
En un rincón de la nave mana la fuente conocida como los pechos de la Virgen, excrecencia calcárea que destila un líquido ideal no sólo para calmar la sed, sino para curar las afecciones oculares y las calenturas. A occidente, fuera ya del templo, todavía queda un amplio espacio rupestre, en otro tiempo empleado para cobijo del ganado, que sirve como refugio y leñero. Junto a la ermita se alza la casa de los Cofrades, en origen un soberbio edificio de dos plantas construido en el siglo XVI que, tras arruinarse, fue demolido por motivos de seguridad en 1990 y vuelto a reconstruir en 2007. La imagen de la Virgen es de origen románico. Durante el año se custodia en el oratorio de la comunidad de los Padres Escolapios de Jaca. 48
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Hicieron voto a la Virgen de la Cueva la ciudad de Jaca y los pueblos de Ara, Barós y Ulle. En Jaca, además del ermitaño, los encargados de la Virgen de la Cueva eran los romeros de Santa Orosia. El Lunes de Pascua de Pentecostés, los devotos de esta ciudad celebraban la romería. Se sumaban las ventas, casas y pardinas de los alrededores de Oroel. Ara subía al día siguiente de la Ascensión, Ulle el lunes siguiente y Barós el 1 de septiembre. Navasa, sin voto, en principio se juntaba con Ara, luego pasó a hacerlo con Jaca. Hoy día Jaca y los cuatro pueblos reseñados, con sus respectivas cruces parroquiales, suben juntos a la cueva el mismo día. Para ello se busca una fecha, a ser posible en mayo, en torno a Pentecostés, en coordinación con las hermandades de San Indalecio y de Santa Orosia. Después de la eucaristía se bendicen los términos en el Canterón de Ubiel y se da a besar la reliquia de Santa Orosia que antaño portaban los ermitaños.
Interior de la oquedad
Imagen de la Virgen y ofrendas
En un rincón de la nave mana la fuente conocida como los pechos de la Virgen, excrecencia calcárea que destila un líquido ideal no sólo para calmar la sed, sino para curar las afecciones oculares y las calenturas. A occidente, fuera ya del templo, todavía queda un amplio espacio rupestre, en otro tiempo empleado para cobijo del ganado, que sirve como refugio y leñero. Junto a la ermita se alza la casa de los Cofrades, en origen un soberbio edificio de dos plantas construido en el siglo XVI que, tras arruinarse, fue demolido por motivos de seguridad en 1990 y vuelto a reconstruir en 2007. La imagen de la Virgen es de origen románico. Durante el año se custodia en el oratorio de la comunidad de los Padres Escolapios de Jaca. 48
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Lecina (Bárcabo) Ermita de San Martín de Lecina
Escala 1:150.000
Fachada de San Martín de Lecina
Localización: en la margen izquierda del Vero, aprovechando un abrigo en los cañones excavado por el río. Tipología: abrigo. Cronología: la primera cita documental del siglo XVII y construcción actual del siglo XVIII, aunque su origen bien podría remontarse a tiempos altomedievales, prerrománicos, ligado al monasterio de San Cucufate de Lecina. Acceso: fácil. Llegaremos a Lecina por la carretera que atraviesa de punta a punta el alto valle del río Vero. Después iremos al encuentro del río por senda hasta que el camino resbale solidario con el borde del acantilado que encaja la garganta del Molino, primer eslabón de una cadena fascinante y salvaje. Seguiremos río abajo hasta la entrada del resquebrajamiento de la Choca donde avistaremos San Martín. Edificio y acantilados se relacionan con absoluta cordialidad en escenario sin bisutería de colores cálidos y ambiente seductor. Romería: tercer domingo de agosto. 50
El templo es una sala abovedada con puerta al sur. Su arquitectura es pobre, obra uniforme de adscripción tardía aunque el origen se pierda en las tinieblas del medievo. Se cita en 1604, cuando el delegado episcopal manda que reedifiquen la ermita o que la acaben de derribar y pongan una cruz de piedra en su memoria. La ermita se hizo nueva y, en 1706, se pavimentó la nave con cantos rodados. A continuación del muro oeste se habilitó una caseta utilizada como refugio y cocina, ya que el humo pintó la pared y en un grabado del siglo XVIII se apunta con chimenea. Sobre sus orígenes, puestos a sondear el arranque, apartando a los pintores prehistóricos que plasmaron sus dibujos en estos solemnes rascacielos con cientos de ventanas al aire, la pregunta sería quién cristianizó las huellas dejadas por aquellos escasos pobladores del planeta. 51
Lecina (Bárcabo) Ermita de San Martín de Lecina
Escala 1:150.000
Fachada de San Martín de Lecina
Localización: en la margen izquierda del Vero, aprovechando un abrigo en los cañones excavado por el río. Tipología: abrigo. Cronología: la primera cita documental del siglo XVII y construcción actual del siglo XVIII, aunque su origen bien podría remontarse a tiempos altomedievales, prerrománicos, ligado al monasterio de San Cucufate de Lecina. Acceso: fácil. Llegaremos a Lecina por la carretera que atraviesa de punta a punta el alto valle del río Vero. Después iremos al encuentro del río por senda hasta que el camino resbale solidario con el borde del acantilado que encaja la garganta del Molino, primer eslabón de una cadena fascinante y salvaje. Seguiremos río abajo hasta la entrada del resquebrajamiento de la Choca donde avistaremos San Martín. Edificio y acantilados se relacionan con absoluta cordialidad en escenario sin bisutería de colores cálidos y ambiente seductor. Romería: tercer domingo de agosto. 50
El templo es una sala abovedada con puerta al sur. Su arquitectura es pobre, obra uniforme de adscripción tardía aunque el origen se pierda en las tinieblas del medievo. Se cita en 1604, cuando el delegado episcopal manda que reedifiquen la ermita o que la acaben de derribar y pongan una cruz de piedra en su memoria. La ermita se hizo nueva y, en 1706, se pavimentó la nave con cantos rodados. A continuación del muro oeste se habilitó una caseta utilizada como refugio y cocina, ya que el humo pintó la pared y en un grabado del siglo XVIII se apunta con chimenea. Sobre sus orígenes, puestos a sondear el arranque, apartando a los pintores prehistóricos que plasmaron sus dibujos en estos solemnes rascacielos con cientos de ventanas al aire, la pregunta sería quién cristianizó las huellas dejadas por aquellos escasos pobladores del planeta. 51
Ermita bajo el abrigo
Resumiendo, el territorio de San Martín es adecuado para practicar vida eremítica y el edificio acantonado al pie de la ermita pudo ser una celda; lo mismo cabe decir del rincón noroeste emplazado sobre el tejado del inmueble religioso, donde se observa lavadura parietal diferenciada. Entre los abrigos de Huerto Raso, una boca vertical colgada tiene paredes de mampostería en su interior, recordando la traza de los ergástulos de Agüero o San Cristóbal de Aniés. Es una cueva-habitación inaccesible que debería ser prospectada. Las cuevas de San Martín guardan secretos entre olores de chinebro y té de roca. Es muy probable que el germen del monasterio de San Cucufate estuviera aquí y que siguiera siempre en este épico paisaje silvestre con toques de humanidad.
Suelo empedrado
Fuentes medievales parecen confirmar un origen visigodo para el monasterio de San Cucufate de Lecina. En 1058 San Cucufate es cedido al monasterio de San Andrés de Fanlo, después a Loarre y finalmente a la abadía de Alquézar. Es posible que el embrión monástico de San Cucufate radicara en este espacio abrupto y solitario. Una linde en forma de meandro azul le separa del norte y, por el sur, el cauce cambiante y móvil del Vero enloquece sorteando el desfiladero de las Clusas. La confluencia Choca-Vero es abierta. Allí se palpa el brutal esfuerzo del hombre para domesticar suelos de ladera. Hay agua, abundante sol y una compleja y hábil red de canalillos para riego que conllevó producción de frutas y hortalizas. La pesca pudo ser un sólido complemento, no olvidemos que en 1206 los clérigos de Alquézar crean una piscifactoría en aguas del Vero. 52
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Ermita bajo el abrigo
Resumiendo, el territorio de San Martín es adecuado para practicar vida eremítica y el edificio acantonado al pie de la ermita pudo ser una celda; lo mismo cabe decir del rincón noroeste emplazado sobre el tejado del inmueble religioso, donde se observa lavadura parietal diferenciada. Entre los abrigos de Huerto Raso, una boca vertical colgada tiene paredes de mampostería en su interior, recordando la traza de los ergástulos de Agüero o San Cristóbal de Aniés. Es una cueva-habitación inaccesible que debería ser prospectada. Las cuevas de San Martín guardan secretos entre olores de chinebro y té de roca. Es muy probable que el germen del monasterio de San Cucufate estuviera aquí y que siguiera siempre en este épico paisaje silvestre con toques de humanidad.
Suelo empedrado
Fuentes medievales parecen confirmar un origen visigodo para el monasterio de San Cucufate de Lecina. En 1058 San Cucufate es cedido al monasterio de San Andrés de Fanlo, después a Loarre y finalmente a la abadía de Alquézar. Es posible que el embrión monástico de San Cucufate radicara en este espacio abrupto y solitario. Una linde en forma de meandro azul le separa del norte y, por el sur, el cauce cambiante y móvil del Vero enloquece sorteando el desfiladero de las Clusas. La confluencia Choca-Vero es abierta. Allí se palpa el brutal esfuerzo del hombre para domesticar suelos de ladera. Hay agua, abundante sol y una compleja y hábil red de canalillos para riego que conllevó producción de frutas y hortalizas. La pesca pudo ser un sólido complemento, no olvidemos que en 1206 los clérigos de Alquézar crean una piscifactoría en aguas del Vero. 52
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Lierta (La Sotonera) Ermita de San Julián de Andría
Escala 1:150.000
Localización: en las faldas del pico de Gratal, próxima al paraje de las Gorgas. Tipología: balma. Cronología: menciones documentales de los siglos XV y XVI, aunque su origen sería, probablemente, anterior al siglo XI. Acceso: fácil. Saliendo de Huesca por la carretera hacia Arguis, A-23, deberemos tomar el desvío a la izquierda que lleva a la población de Arascués. Rodeando el club de Golf por la izquierda y sin dejar ya la pista, ésta nos adentrará entre almendros hasta que tengamos que aparcar el vehículo para proseguir a pie. Un rudimentario cartel de madera indica la divergencia: “Al Belén”, que nos llevará hasta el precioso estrechamiento de las Gorgas de San Julián con su ermita. Romería: Pascua de Pentecostés. 54
Exterior de la ermita
Encubierto entre los pliegues del pico Gratal, colosal faro prepirenaico, y festoneado por incesantes cascadas cristalinas, el santuario de San Julián encierra los secretos de una historia de eremitas, petrificada entre las paredes del cañón. Sólo en época tardía, entre los siglos XV y XVI, los viejos legajos permiten asomar breves noticias que de la iglesieta cavernaria escribieron anónimas manos. Su ubicación en dominios señoriales restringió de documentos a la historia venidera, junto a las zozobras aristocráticas que sufrieron los lugares de la comarca. Pero los antecedentes vivos de las Gorgas no esperaron estos hidalgos avatares. Una pléyade de ermitaños eligieron los escarpes de las sierras Exteriores como monasterios de virtud, donde sus recluidas biografías se extenderían en gloria de santidades. A la ermita de San Julián de Andría se le juzga de notable antigüedad, pues a un topónimo primitivo se le une la existencia de la persistente población mozárabe que habitaba sus inmediaciones hasta finalizado el siglo XI. Por aquellos días los cristianos serían perseguidos, ocultándose con sus doctrinas en los rincones más inaccesibles. 55
Lierta (La Sotonera) Ermita de San Julián de Andría
Escala 1:150.000
Localización: en las faldas del pico de Gratal, próxima al paraje de las Gorgas. Tipología: balma. Cronología: menciones documentales de los siglos XV y XVI, aunque su origen sería, probablemente, anterior al siglo XI. Acceso: fácil. Saliendo de Huesca por la carretera hacia Arguis, A-23, deberemos tomar el desvío a la izquierda que lleva a la población de Arascués. Rodeando el club de Golf por la izquierda y sin dejar ya la pista, ésta nos adentrará entre almendros hasta que tengamos que aparcar el vehículo para proseguir a pie. Un rudimentario cartel de madera indica la divergencia: “Al Belén”, que nos llevará hasta el precioso estrechamiento de las Gorgas de San Julián con su ermita. Romería: Pascua de Pentecostés. 54
Exterior de la ermita
Encubierto entre los pliegues del pico Gratal, colosal faro prepirenaico, y festoneado por incesantes cascadas cristalinas, el santuario de San Julián encierra los secretos de una historia de eremitas, petrificada entre las paredes del cañón. Sólo en época tardía, entre los siglos XV y XVI, los viejos legajos permiten asomar breves noticias que de la iglesieta cavernaria escribieron anónimas manos. Su ubicación en dominios señoriales restringió de documentos a la historia venidera, junto a las zozobras aristocráticas que sufrieron los lugares de la comarca. Pero los antecedentes vivos de las Gorgas no esperaron estos hidalgos avatares. Una pléyade de ermitaños eligieron los escarpes de las sierras Exteriores como monasterios de virtud, donde sus recluidas biografías se extenderían en gloria de santidades. A la ermita de San Julián de Andría se le juzga de notable antigüedad, pues a un topónimo primitivo se le une la existencia de la persistente población mozárabe que habitaba sus inmediaciones hasta finalizado el siglo XI. Por aquellos días los cristianos serían perseguidos, ocultándose con sus doctrinas en los rincones más inaccesibles. 55
La leyenda del santuario cuenta que allí vivió un monje anacoreta. Se alimentaba de las hierbas y raíces del lugar y poseía unas pocas gallinas para reforzar su difícil subsistencia. Un día vio cómo un águila bajó en lance para capturar a una de ellas. Al verla, el solitario profirió un grito hacia el cielo: “¡San Julián, conviértela en piedra!”. Hoy, una formación pétrea similar a esta ave de rapiña puede contemplarse cerca de la gruta. Al tiempo, otra leyenda local narra que el santo titular se apareció un día junto a la cueva que hoy acoge la ermita. Aquí, entre las imponentes masas rocosas cosidas por los cortes horizontales de la daga de los tiempos, el paraje de San Julián de Andría participó sobremanera del engrandecimiento místico de esta tierra. Y de sus eremitas, en el camino hacia la búsqueda de la perfección, compartida sólo con el vuelo de rapaces.
Cuatro siglos más tarde se dotó al templete de una capellanía, dependiendo, junto a la población de Lierta, de la iglesia parroquial del desaparecido villorrio de Gratal, que quedó arrasado tras la expulsión musulmana. Sus escasos vecinos emigraron hacia la cercana y más fértil población de Lierta, a cuya jurisdicción pertenecería después el santuario, que en la actualidad es todavía más conocido como San Julián de Lierta. La fachada del templete presenta dos ventanas adinteladas y, entre ellas, una puerta de madera que permite el acceso. La hechura con mampuesto por hiladas cierra el húmedo espacio de intramuros. Incesantes lágrimas de agua se recogen en recipientes modelados por la cal y en una cilíndrica cisterna de piedra construida al efecto. En el irregular contorno interior acotado por la propia roca, resalta el tosco altar, presidido por la figura central de san Julián ermitaño, a cuyos lados se sitúan las de san Lorenzo y la Virgen del Pilar. 56
Altar
Formación rocosa bajo la que se ubica el santuario
57
La leyenda del santuario cuenta que allí vivió un monje anacoreta. Se alimentaba de las hierbas y raíces del lugar y poseía unas pocas gallinas para reforzar su difícil subsistencia. Un día vio cómo un águila bajó en lance para capturar a una de ellas. Al verla, el solitario profirió un grito hacia el cielo: “¡San Julián, conviértela en piedra!”. Hoy, una formación pétrea similar a esta ave de rapiña puede contemplarse cerca de la gruta. Al tiempo, otra leyenda local narra que el santo titular se apareció un día junto a la cueva que hoy acoge la ermita. Aquí, entre las imponentes masas rocosas cosidas por los cortes horizontales de la daga de los tiempos, el paraje de San Julián de Andría participó sobremanera del engrandecimiento místico de esta tierra. Y de sus eremitas, en el camino hacia la búsqueda de la perfección, compartida sólo con el vuelo de rapaces.
Cuatro siglos más tarde se dotó al templete de una capellanía, dependiendo, junto a la población de Lierta, de la iglesia parroquial del desaparecido villorrio de Gratal, que quedó arrasado tras la expulsión musulmana. Sus escasos vecinos emigraron hacia la cercana y más fértil población de Lierta, a cuya jurisdicción pertenecería después el santuario, que en la actualidad es todavía más conocido como San Julián de Lierta. La fachada del templete presenta dos ventanas adinteladas y, entre ellas, una puerta de madera que permite el acceso. La hechura con mampuesto por hiladas cierra el húmedo espacio de intramuros. Incesantes lágrimas de agua se recogen en recipientes modelados por la cal y en una cilíndrica cisterna de piedra construida al efecto. En el irregular contorno interior acotado por la propia roca, resalta el tosco altar, presidido por la figura central de san Julián ermitaño, a cuyos lados se sitúan las de san Lorenzo y la Virgen del Pilar. 56
Altar
Formación rocosa bajo la que se ubica el santuario
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Panzano (Casbas de Huesca / de Uesca) Santuario de San Cosme y San Damián
Las construcciones de San Cosme se arriman a los conglomerados que entierran las calizas de Guara, presentes en las herméticas formaciones de monjes sentados que ribetean Montidinera. Debajo yace el santuario, en otro paisaje melancólico y recatado donde los cipreses visten de largo al roquedo. Y en un rincón la ermita, repleta de flores secas y olor a cirios ardidos. Llegaremos al famoso santuario por la carretera de Calcón. Al final del serpentino trazado está San Cosme, jalonado por un ramillete de templos levantados en los siglos XVIII-XIX. Primero la Virgen de Fabana, San Gregorio y en otro codo del camino la ermita de los santos; tras ella brota la fuente Santa, a la sombra de una higuera “a la que llegan enfermos que al lavarse quedan sanos, especialmente los niños quebrados que ya lavados cuelgan las vendas en la higuera y vuelvan alegres a sus casas” (1892).
Fachada del santuario Escala 1:150.000
Localización: es un paraje enmarcado por impresionantes formaciones de conglomerados que marcan buena parte del límite meridional de la sierra de Guara. Tipología: balma. Cronología: las construcciones actuales pueden datarse en torno a 1730, aunque la documentación se remonta a 1396 y, probablemente, la fundación sea muy anterior. Acceso: fácil. Lo más sencillo es desviarse desde la N-240 (Huesca-Barbastro) hacia Loporzano o Casbas de Huesca para tomar la carreterita que lleva al embalse de Calcón. Desde las casas del embalse, parte a la izquierda la pista señalizada que lleva hasta el santuario (5 km). Romería: los domingos más próximos al 27 de septiembre y al 9 de mayo. 58
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Panzano (Casbas de Huesca / de Uesca) Santuario de San Cosme y San Damián
Las construcciones de San Cosme se arriman a los conglomerados que entierran las calizas de Guara, presentes en las herméticas formaciones de monjes sentados que ribetean Montidinera. Debajo yace el santuario, en otro paisaje melancólico y recatado donde los cipreses visten de largo al roquedo. Y en un rincón la ermita, repleta de flores secas y olor a cirios ardidos. Llegaremos al famoso santuario por la carretera de Calcón. Al final del serpentino trazado está San Cosme, jalonado por un ramillete de templos levantados en los siglos XVIII-XIX. Primero la Virgen de Fabana, San Gregorio y en otro codo del camino la ermita de los santos; tras ella brota la fuente Santa, a la sombra de una higuera “a la que llegan enfermos que al lavarse quedan sanos, especialmente los niños quebrados que ya lavados cuelgan las vendas en la higuera y vuelvan alegres a sus casas” (1892).
Fachada del santuario Escala 1:150.000
Localización: es un paraje enmarcado por impresionantes formaciones de conglomerados que marcan buena parte del límite meridional de la sierra de Guara. Tipología: balma. Cronología: las construcciones actuales pueden datarse en torno a 1730, aunque la documentación se remonta a 1396 y, probablemente, la fundación sea muy anterior. Acceso: fácil. Lo más sencillo es desviarse desde la N-240 (Huesca-Barbastro) hacia Loporzano o Casbas de Huesca para tomar la carreterita que lleva al embalse de Calcón. Desde las casas del embalse, parte a la izquierda la pista señalizada que lleva hasta el santuario (5 km). Romería: los domingos más próximos al 27 de septiembre y al 9 de mayo. 58
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Con idéntico patrón plantaron las ermitas de San Úrbez y San Miguel, último solar santo antes de arribar a la plaza en cuyo frente oeste se alza la casa ducal. A mediodía las huertas y una hermosa fuente renacentista de tres caños bajo arco de sillería; la fuente de la Huerta cubría las necesidades de riego; allí sesteaban olivos, almendros y nogales, regalo de un terrazgo fecundo a la tenacidad humana. Revoque blanqueado tapa ladrillo y tapial, materiales que dieron forma a los paramentos, cubriendo el conjunto teja curva muy castigada por la caída de piedras rodantes arrancadas por aguas, vientos y trasiego de cabras que siguen sorteando la destripada ladera. En la refulgente fachada un reloj de sol silencioso e inmóvil marca el fugaz paso del tiempo desde el siglo XVIII y sobre el cabecero de una puerta alguien grabó: “Esta sombra es mi sol”. Se accede a la gruta santuario por una puerta fechada en 1730 que puede datar todas las edificaciones, aunque sus raíces sean anteriores.
Interior del santuario de San Cosme y San Damián
Exvotos de cera
Fuente Santa
La nave tiene por muro del evangelio y bóveda un covacho del colosal acantilado. Bastó con repicar el canto interior, ensanchar un poco la nave y ocluir la abertura con una pared para crear una atmósfera encantada donde dar gracias a Dios. Corregidos huecos y protuberancias, se enfoscó la superficie y se enjalbegó, de modo que todo es blanco. El ábside está separado de la nave por una verja. En el lado del evangelio cuelgan exvotos de peregrinos curados de sus dolencias: manos, pies, corazones, estómago. Fuera de la verja, la fuente Santa vierte gota a gota, avalada por fama milagrera. Arriba, en el techo de roca, se pintó un cielo de espesas nubes que arropan las figuras del Padre y el Espíritu Santo. Las referencias al santuario parten de 1396, creándose una cofradía en Huesca bajo los auspicios del rey Martín I el Humano, cuyo códice fundacional en pergamino miniado llegó a ver Ricardo del Arco. San Cosme es goce en estado puro para creyentes y escépticos, un lugar donde uno nunca se siente solo, un lugar que hace despertar la memoria.
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Con idéntico patrón plantaron las ermitas de San Úrbez y San Miguel, último solar santo antes de arribar a la plaza en cuyo frente oeste se alza la casa ducal. A mediodía las huertas y una hermosa fuente renacentista de tres caños bajo arco de sillería; la fuente de la Huerta cubría las necesidades de riego; allí sesteaban olivos, almendros y nogales, regalo de un terrazgo fecundo a la tenacidad humana. Revoque blanqueado tapa ladrillo y tapial, materiales que dieron forma a los paramentos, cubriendo el conjunto teja curva muy castigada por la caída de piedras rodantes arrancadas por aguas, vientos y trasiego de cabras que siguen sorteando la destripada ladera. En la refulgente fachada un reloj de sol silencioso e inmóvil marca el fugaz paso del tiempo desde el siglo XVIII y sobre el cabecero de una puerta alguien grabó: “Esta sombra es mi sol”. Se accede a la gruta santuario por una puerta fechada en 1730 que puede datar todas las edificaciones, aunque sus raíces sean anteriores.
Interior del santuario de San Cosme y San Damián
Exvotos de cera
Fuente Santa
La nave tiene por muro del evangelio y bóveda un covacho del colosal acantilado. Bastó con repicar el canto interior, ensanchar un poco la nave y ocluir la abertura con una pared para crear una atmósfera encantada donde dar gracias a Dios. Corregidos huecos y protuberancias, se enfoscó la superficie y se enjalbegó, de modo que todo es blanco. El ábside está separado de la nave por una verja. En el lado del evangelio cuelgan exvotos de peregrinos curados de sus dolencias: manos, pies, corazones, estómago. Fuera de la verja, la fuente Santa vierte gota a gota, avalada por fama milagrera. Arriba, en el techo de roca, se pintó un cielo de espesas nubes que arropan las figuras del Padre y el Espíritu Santo. Las referencias al santuario parten de 1396, creándose una cofradía en Huesca bajo los auspicios del rey Martín I el Humano, cuyo códice fundacional en pergamino miniado llegó a ver Ricardo del Arco. San Cosme es goce en estado puro para creyentes y escépticos, un lugar donde uno nunca se siente solo, un lugar que hace despertar la memoria.
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Revilla (Tella-Sin) Ermita de San Lorenzo
Poco queda de esta pequeña y medio rupestre ermita. Tan sólo unas cuantas hiladas de sus muros, hasta una altura de poco más de un metro, que delatan el interés de este edificio, reflejando una planta configurada por una alargada y estrecha nave culminada en un ábside semicircular, todo ello dispuesto en hiladas de piedras perfectamente dispuestas. Hemiciclo absidial que apoya directamente en la pared rocosa, constituyendo ésta el muro norte, en cuyo desarrollo semicircular se apreciaba en tiempos un friso de piedras dispuestas verticalmente a modo de baquetones. Interés de los restos que subsisten, al que se añade el que presenta los numerosos grabados existentes en la roca sita junto al muro del hastial. Así, en dicho frente rocoso repleto de todo tipo de signos, se pueden descubrir diversas representaciones geométricas y vegetales, así como de tipo religioso, enhiestas y puntiagudas flechas dispuestas verticalmente, simplificaciones antropomorfas, estilizadas parrillas que hacen alusión al santo titular de esta ermita, sugeridas construcciones o variadas inscripciones, encontrándose entre los mismos concretas fechas de época moderna, del siglo XVII en adelante.
Restos del muro de mampostería Escala 1:150.000
Localización: tras superar el mirador donde se disfruta, desde un vertiginoso desplome, de la potente surgencia del Escuaín que aparece al fondo, así como del vuelo del quebrantahuesos, el sendero sube por una faja estrecha, pero accesible. La ermita aparece cobijada por un pequeño saliente rocoso. Tipología: abrigo. Cronología: de posible origen románico (entre los siglos XI y XII) con abundantes reformas posteriores, las fechas de sus inscripciones se concretan en el siglo XVII y posteriores. Acceso: fácil. Para acceder al deshabitado Revilla hay que tomar la carretera que arranca en el eje del Cinca entre Aínsa y Bielsa, que lleva –entre otras poblaciones– a Tella, Arinzué, Lamiana y a este lugar. Llegando al mismo, junto a una pronunciada curva antes de llegar a la población, arranca un bello y aéreo camino sobre la garganta de Escuaín. Tras atravesar el barranco de Consusa, a mitad de camino de este señalizado y sorprendente sendero se emplazan los restos de la ermita de San Lorenzo. 62
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Revilla (Tella-Sin) Ermita de San Lorenzo
Poco queda de esta pequeña y medio rupestre ermita. Tan sólo unas cuantas hiladas de sus muros, hasta una altura de poco más de un metro, que delatan el interés de este edificio, reflejando una planta configurada por una alargada y estrecha nave culminada en un ábside semicircular, todo ello dispuesto en hiladas de piedras perfectamente dispuestas. Hemiciclo absidial que apoya directamente en la pared rocosa, constituyendo ésta el muro norte, en cuyo desarrollo semicircular se apreciaba en tiempos un friso de piedras dispuestas verticalmente a modo de baquetones. Interés de los restos que subsisten, al que se añade el que presenta los numerosos grabados existentes en la roca sita junto al muro del hastial. Así, en dicho frente rocoso repleto de todo tipo de signos, se pueden descubrir diversas representaciones geométricas y vegetales, así como de tipo religioso, enhiestas y puntiagudas flechas dispuestas verticalmente, simplificaciones antropomorfas, estilizadas parrillas que hacen alusión al santo titular de esta ermita, sugeridas construcciones o variadas inscripciones, encontrándose entre los mismos concretas fechas de época moderna, del siglo XVII en adelante.
Restos del muro de mampostería Escala 1:150.000
Localización: tras superar el mirador donde se disfruta, desde un vertiginoso desplome, de la potente surgencia del Escuaín que aparece al fondo, así como del vuelo del quebrantahuesos, el sendero sube por una faja estrecha, pero accesible. La ermita aparece cobijada por un pequeño saliente rocoso. Tipología: abrigo. Cronología: de posible origen románico (entre los siglos XI y XII) con abundantes reformas posteriores, las fechas de sus inscripciones se concretan en el siglo XVII y posteriores. Acceso: fácil. Para acceder al deshabitado Revilla hay que tomar la carretera que arranca en el eje del Cinca entre Aínsa y Bielsa, que lleva –entre otras poblaciones– a Tella, Arinzué, Lamiana y a este lugar. Llegando al mismo, junto a una pronunciada curva antes de llegar a la población, arranca un bello y aéreo camino sobre la garganta de Escuaín. Tras atravesar el barranco de Consusa, a mitad de camino de este señalizado y sorprendente sendero se emplazan los restos de la ermita de San Lorenzo. 62
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Rodellar (Bierge) Ermita de San Martín de Rodellar
Escala 1:150.000
Localización: en los estrechos que forma el río Alcanadre conocidos como la Peonera, uno de los más emblemáticos del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara. Tipología: abrigo. Cronología: siglo XVII. Acceso: desde la N-240, entre Angüés y Lascellas, nos dirigimos a Bierge y, luego, hacia Rodellar por la HU341. A 14 km aparcamos en una explanada a la izquierda. En esa dirección, tomamos la pista de tierra hasta los corrales de San Juan, donde comienza la senda que desciende hasta el mirador de San Martín, sobre el Alcanadre, y continúa perdiendo altura hasta el cauce del río. Aguas abajo, cruzando el río varias veces según su caudal, aparece la senda que sube a la ermita. 64
Entrada a la ermita
La ermita se arrima a los pies de un cortado pavoroso en un recodo del río Alcanadre. En 1973 vecinos de Rodellar nos situaron su emplazamiento en La Peonera. El camino que elegimos para conocerla partía de una pista de Morrano y subía por la orilla derecha del río. La siguiente visita fue desde el valle de Rodellar, por el erial de Corral Alto. La senda buscaba un puente cuyo arco había sido barrido por una avenida; la construcción del puente debió gestarse a principios del siglo XVII, aprovechando la potenciación del culto vinculada al sacerdote Pedro Aguilar. Modernamente se ha colocado una pasarela de madera. Río abajo queda poco hasta el santuario, por un vial acuático y con la roca como protagonista. San Martín es otro lugar donde la vida es lenta. Abajo, quieto y herido, el cuerpo frágil del santuario, con plumaje integrado que lo camufla y esconde. A su lado la cueva que también se bautizó con el nombre del santo. Y de pantalla sublime la gran pared, desolación vertical de roca desnuda. Mirándola hacia arriba se hace eterna, poniendo en contacto el cielo y la tierra. 65
Rodellar (Bierge) Ermita de San Martín de Rodellar
Escala 1:150.000
Localización: en los estrechos que forma el río Alcanadre conocidos como la Peonera, uno de los más emblemáticos del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara. Tipología: abrigo. Cronología: siglo XVII. Acceso: desde la N-240, entre Angüés y Lascellas, nos dirigimos a Bierge y, luego, hacia Rodellar por la HU341. A 14 km aparcamos en una explanada a la izquierda. En esa dirección, tomamos la pista de tierra hasta los corrales de San Juan, donde comienza la senda que desciende hasta el mirador de San Martín, sobre el Alcanadre, y continúa perdiendo altura hasta el cauce del río. Aguas abajo, cruzando el río varias veces según su caudal, aparece la senda que sube a la ermita. 64
Entrada a la ermita
La ermita se arrima a los pies de un cortado pavoroso en un recodo del río Alcanadre. En 1973 vecinos de Rodellar nos situaron su emplazamiento en La Peonera. El camino que elegimos para conocerla partía de una pista de Morrano y subía por la orilla derecha del río. La siguiente visita fue desde el valle de Rodellar, por el erial de Corral Alto. La senda buscaba un puente cuyo arco había sido barrido por una avenida; la construcción del puente debió gestarse a principios del siglo XVII, aprovechando la potenciación del culto vinculada al sacerdote Pedro Aguilar. Modernamente se ha colocado una pasarela de madera. Río abajo queda poco hasta el santuario, por un vial acuático y con la roca como protagonista. San Martín es otro lugar donde la vida es lenta. Abajo, quieto y herido, el cuerpo frágil del santuario, con plumaje integrado que lo camufla y esconde. A su lado la cueva que también se bautizó con el nombre del santo. Y de pantalla sublime la gran pared, desolación vertical de roca desnuda. Mirándola hacia arriba se hace eterna, poniendo en contacto el cielo y la tierra. 65
Otra anotación en los pies de la nave es clave para fechar a comienzos del siglo XVII la erección del santuario: “ESTA OBRA SE HIZO SIENDO RECTOR DE RODELLAR MOSEN PEDRO AGUILAR”. La capilla de San Martín fue levantada en el siglo XVII impulsada por mosén Pedro Aguilar, sacerdote afortunadamente poco modesto para ser cura de pueblo pequeño y montañés, que nos dejó su firma en las iglesias de Rodellar, Radiquero, Nasarre, ermita de San Martín y Virgen del Castillo de Rodellar. Por si fuera poco, en Nasarre y Radiquero se fijan las fechas de las respectivas intervenciones: 1628 y 1626. Interior de la ermita
Vista general de la ermita en el estrecho
El abrigo de San Martín fue refugio de un eremita que buscó un rincón perdido en los confines de un valle mal comunicado. No hay obras de adecuación, signos del morador o residuos de su paso. En una inspección minuciosa rastreamos las paredes en las que creímos ver rayas incisas sin sentido. Sólo localizamos un nódulo de sílex en el suelo de color parduzco. El techo está ahumado. La ermita es pura sencillez de mampostería, encerrando una salita rectangular con caparazón de piedra abovedado, envoltorio atravesado por el impacto de un pedrusco escultor del boquete que ilumina sus penumbras. Por fuera, ni las cantoneras escapan a la colectiva tosquedad del aparejo. Las únicas aberturas son una ventanita derramada hacía la nave y la puerta, ambas giradas al mediodía. Cerca de los pies un atrio atípico abierto a tres frentes antecede a la puerta. La superficie interior se enlució, pintándose sillares ficticios que dan coherencia cronológica al trabajo. Se simularon casetones, geometrías y, en la cabecera, se representó el escudo de los Castro. Encerrado en banda pictórica corre por los muros un texto, queja de discípulos de san Martín: “Los discípulos dijeron a San Martín, ¿padre, por qué nos dejas?, ¿por qué nos abandonas en la desolación?, lobos rapaces van a invadir tu rebaño”. 66
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Otra anotación en los pies de la nave es clave para fechar a comienzos del siglo XVII la erección del santuario: “ESTA OBRA SE HIZO SIENDO RECTOR DE RODELLAR MOSEN PEDRO AGUILAR”. La capilla de San Martín fue levantada en el siglo XVII impulsada por mosén Pedro Aguilar, sacerdote afortunadamente poco modesto para ser cura de pueblo pequeño y montañés, que nos dejó su firma en las iglesias de Rodellar, Radiquero, Nasarre, ermita de San Martín y Virgen del Castillo de Rodellar. Por si fuera poco, en Nasarre y Radiquero se fijan las fechas de las respectivas intervenciones: 1628 y 1626. Interior de la ermita
Vista general de la ermita en el estrecho
El abrigo de San Martín fue refugio de un eremita que buscó un rincón perdido en los confines de un valle mal comunicado. No hay obras de adecuación, signos del morador o residuos de su paso. En una inspección minuciosa rastreamos las paredes en las que creímos ver rayas incisas sin sentido. Sólo localizamos un nódulo de sílex en el suelo de color parduzco. El techo está ahumado. La ermita es pura sencillez de mampostería, encerrando una salita rectangular con caparazón de piedra abovedado, envoltorio atravesado por el impacto de un pedrusco escultor del boquete que ilumina sus penumbras. Por fuera, ni las cantoneras escapan a la colectiva tosquedad del aparejo. Las únicas aberturas son una ventanita derramada hacía la nave y la puerta, ambas giradas al mediodía. Cerca de los pies un atrio atípico abierto a tres frentes antecede a la puerta. La superficie interior se enlució, pintándose sillares ficticios que dan coherencia cronológica al trabajo. Se simularon casetones, geometrías y, en la cabecera, se representó el escudo de los Castro. Encerrado en banda pictórica corre por los muros un texto, queja de discípulos de san Martín: “Los discípulos dijeron a San Martín, ¿padre, por qué nos dejas?, ¿por qué nos abandonas en la desolación?, lobos rapaces van a invadir tu rebaño”. 66
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Eremitas
San Victorián de Asán. Pedro de Espelargues. Siglo XV. Parroquia de San Miguel Arcángel de Graus
Pudiera pensarse de los anacoretas que pasaron sus existencias sin dejar más huella que unas cruces incisas en sus cuevas. Sin embargo, en numerosas ocasiones era tal la admiración causada por tan ejemplar modalidad de vida que originaba la aparición de numerosos seguidores ansiosos por convertirse en sus discípulos. Con el concurso del tiempo estas figuras entraban en la historia de la ascesis, divulgada por sus propios discípulos. Uno de aquellos maestros era Visorio, un ermitaño que vivía en una caverna en una ladera de San Vicente de Labuerda. Allí fue torturado y decapitado por las cimitarras musulmanas junto a sus asistentes Clemencio y Firminiano, mientras celebraban la santa misa. Siglos más tarde y por un designio divino, sus restos fueron hallados en el mismo templete rupestre que hoy luce en el ábside la pintura mural del santo y sus acólitos. En la ermita de la Espelunca, enrocada en las faldas de la peña Montañesa, se eleva uno de los mejores ejemplos eremíticos de la provincia. En aquella gruta, Victorián, un hijo de la alta nobleza italiana, vivió como anacoreta durante nueve años. Su subsistencia se limitaba a la caridad de los monjes del monasterio situado a una hora de camino. Pero aquella recóndita cueva no pudo retener por más tiempo el secreto de tanta virtud y los mismos monjes le pidieron que tomara el gobierno de su monasterio. Y que todavía hoy, considerado como el más antiguo de España, lleva su nombre: el monasterio de San Victorián.
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San Visorio entre dos acólitos. Pintura mural de la ermita de San Visorio. San Vicente de Labuerda
Inmerso en las entrañas de la sierra de Guara, un antiguo cenobio acoge los aconteceres eremíticos de dos importantes santos ascetas, san Martín monje y san Úrbez, recopilados de esta manera por el Padre Faci: “Para lograr la doctrina de San Martín, monje del monasterio antiguo de San Martín de la Val de Onsera, vino a esta Santa Casa (San Úrbez) y tomó aquí el hábito de monje benedictino (…)”. Otras cavidades altoaragonesas han albergado las vidas de solitarios de los que, sin llegar a los honores de la santidad, nada ha guardado la historia. La cueva Iglesieta de los Moros, en Bergua; el eremitorio de San Chinés, en los aledaños del embalse de Vadiello; o la ermita de San Antón de Torla, han dejado inscritas sólo en la tradición el paso estos personajes. En la actualidad, sólo unos monjes de la Congregación de los Hermanitos de Jesús, pasan temporadas de retiro espiritual en las cuevas de la sierra de Alcubierre. 69
Eremitas
San Victorián de Asán. Pedro de Espelargues. Siglo XV. Parroquia de San Miguel Arcángel de Graus
Pudiera pensarse de los anacoretas que pasaron sus existencias sin dejar más huella que unas cruces incisas en sus cuevas. Sin embargo, en numerosas ocasiones era tal la admiración causada por tan ejemplar modalidad de vida que originaba la aparición de numerosos seguidores ansiosos por convertirse en sus discípulos. Con el concurso del tiempo estas figuras entraban en la historia de la ascesis, divulgada por sus propios discípulos. Uno de aquellos maestros era Visorio, un ermitaño que vivía en una caverna en una ladera de San Vicente de Labuerda. Allí fue torturado y decapitado por las cimitarras musulmanas junto a sus asistentes Clemencio y Firminiano, mientras celebraban la santa misa. Siglos más tarde y por un designio divino, sus restos fueron hallados en el mismo templete rupestre que hoy luce en el ábside la pintura mural del santo y sus acólitos. En la ermita de la Espelunca, enrocada en las faldas de la peña Montañesa, se eleva uno de los mejores ejemplos eremíticos de la provincia. En aquella gruta, Victorián, un hijo de la alta nobleza italiana, vivió como anacoreta durante nueve años. Su subsistencia se limitaba a la caridad de los monjes del monasterio situado a una hora de camino. Pero aquella recóndita cueva no pudo retener por más tiempo el secreto de tanta virtud y los mismos monjes le pidieron que tomara el gobierno de su monasterio. Y que todavía hoy, considerado como el más antiguo de España, lleva su nombre: el monasterio de San Victorián.
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San Visorio entre dos acólitos. Pintura mural de la ermita de San Visorio. San Vicente de Labuerda
Inmerso en las entrañas de la sierra de Guara, un antiguo cenobio acoge los aconteceres eremíticos de dos importantes santos ascetas, san Martín monje y san Úrbez, recopilados de esta manera por el Padre Faci: “Para lograr la doctrina de San Martín, monje del monasterio antiguo de San Martín de la Val de Onsera, vino a esta Santa Casa (San Úrbez) y tomó aquí el hábito de monje benedictino (…)”. Otras cavidades altoaragonesas han albergado las vidas de solitarios de los que, sin llegar a los honores de la santidad, nada ha guardado la historia. La cueva Iglesieta de los Moros, en Bergua; el eremitorio de San Chinés, en los aledaños del embalse de Vadiello; o la ermita de San Antón de Torla, han dejado inscritas sólo en la tradición el paso estos personajes. En la actualidad, sólo unos monjes de la Congregación de los Hermanitos de Jesús, pasan temporadas de retiro espiritual en las cuevas de la sierra de Alcubierre. 69
San Julián de Banzo (Loporzano) Ermita de San Martín de la Bal d Onsera
El eremitorio se ubica allí donde se cierra el barranco formando casi un circo pétreo, allí donde se ensancha mínimamente el espacio. Parte final, cerrada con otras moles de roca altivas e inexpugnables, descomunales y que nos empequeñecen. Es la conclusión de un camino repleto de encanto. De ese encanto producido, de nuevo, por la unión de lo natural y de lo humano. Ese final en el que, además de la vegetación que lo embellece y de los farallones que no han dejado de vigilarnos, se enclavan la ermita y, junto a ésta, la pulverizada cascada que se despeña en aéreo salto desde las alturas.
Escala 1:150.000
Localización: lugar recóndito de la pequeña sierra de la Gabardiella, en el piedemonte meridional de la sierra de Guara. Tipología: balma.
Y, por último, el otro elemento para descubrir y admirar, el componente humano, en principio, el fin de nuestro itinerario, luego –según se va degustando el contorno– un atractivo más de todo ese conjunto conformado por esta obra del hombre que supo ubicarlo en un espectacular y único enclave natural. Es la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera que se adentra en las entrañas de la roca. Un rincón sobrecogedor, mágico, excepcional, que subyugó a sus primeros descubridores y ocupadores, que sigue subyugando a quien se acerca hasta este perdido y maravilloso emplazamiento. Fachada de la ermita
Cronología: es muy probable su origen visigótico. Aunque pueda incorporar algún elemento anterior, la actual construcción responde a una reedificación del siglo XVII, con añadidos o reformas de los siglos XVIII y XIX. Restaurada en 1997. Acceso: dificultad media. Desde los alrededores de San Julián de Banzo, en concreto desde la margen derecha del barranco que lo divide en dos, parte el camino que internandose en la sierra, lleva hasta San Martín de la Bal d’Onsera; una aproximación que también es posible realizar, aunque algo más larga si se realiza caminando, desde Santa Eulalia la Mayor, por el bello paraje de las Gargantas y Campos de Cianio hasta enlazar con el anterior camino. La primera opción es más cómoda; está señalizada desde la carretera y permite dejar el coche en un ensanche de la pista, desde donde se sigue a pie (2 h 30 min de ida). Romería: último domingo de mayo. 70
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San Julián de Banzo (Loporzano) Ermita de San Martín de la Bal d Onsera
El eremitorio se ubica allí donde se cierra el barranco formando casi un circo pétreo, allí donde se ensancha mínimamente el espacio. Parte final, cerrada con otras moles de roca altivas e inexpugnables, descomunales y que nos empequeñecen. Es la conclusión de un camino repleto de encanto. De ese encanto producido, de nuevo, por la unión de lo natural y de lo humano. Ese final en el que, además de la vegetación que lo embellece y de los farallones que no han dejado de vigilarnos, se enclavan la ermita y, junto a ésta, la pulverizada cascada que se despeña en aéreo salto desde las alturas.
Escala 1:150.000
Localización: lugar recóndito de la pequeña sierra de la Gabardiella, en el piedemonte meridional de la sierra de Guara. Tipología: balma.
Y, por último, el otro elemento para descubrir y admirar, el componente humano, en principio, el fin de nuestro itinerario, luego –según se va degustando el contorno– un atractivo más de todo ese conjunto conformado por esta obra del hombre que supo ubicarlo en un espectacular y único enclave natural. Es la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera que se adentra en las entrañas de la roca. Un rincón sobrecogedor, mágico, excepcional, que subyugó a sus primeros descubridores y ocupadores, que sigue subyugando a quien se acerca hasta este perdido y maravilloso emplazamiento. Fachada de la ermita
Cronología: es muy probable su origen visigótico. Aunque pueda incorporar algún elemento anterior, la actual construcción responde a una reedificación del siglo XVII, con añadidos o reformas de los siglos XVIII y XIX. Restaurada en 1997. Acceso: dificultad media. Desde los alrededores de San Julián de Banzo, en concreto desde la margen derecha del barranco que lo divide en dos, parte el camino que internandose en la sierra, lleva hasta San Martín de la Bal d’Onsera; una aproximación que también es posible realizar, aunque algo más larga si se realiza caminando, desde Santa Eulalia la Mayor, por el bello paraje de las Gargantas y Campos de Cianio hasta enlazar con el anterior camino. La primera opción es más cómoda; está señalizada desde la carretera y permite dejar el coche en un ensanche de la pista, desde donde se sigue a pie (2 h 30 min de ida). Romería: último domingo de mayo. 70
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Así, el primero de los muros que asalta la vista es el que acoge en su interior, y en su parte izquierda, la cocina y el tiro de la chimenea, encontrándose reforzado en su parte central por tres recios contrafuertes, en los que se inscriben en la zona superior unos arcos de medio punto. En uno de ellos, el de la derecha, se sitúa la puerta de acceso al recinto, también de arco de medio punto, sobre la que aún subsiste el hueco en el que antaño se incrustaba un relieve de san Martín. Esta puerta sirve de acceso al primer recinto del edificio, hoy a cielo descubierto a excepción de la parte izquierda ocupada por el hogar y la chimenea ya mencionados. Es una zona de transición hacia la ermita en la que se conserva parte del pavimento realizado con cantos rodados –representando diversas formas decorativas de tipo geométrico– o la puerta arquitrabada de ingreso al espacio interior, a ese espacio sagrado para todos por unos motivos u otros. Habitáculo intermedio que da paso al espacioso e irregular recinto natural ocupado propiamente por la ermita.
Vista del barranco de San Martín
Ermita a través de la cascada
Altar
Cierra dicho espacio o cueva un muro en el que están practicados varios vanos, como la puerta de ingreso o tres ventanas por las que se cuela la bella, tamizada y sugerente iluminación natural del interior. Amplio recinto interior sin ninguna compartimentación, en el que sólo se aprecia la fuente de la que mana sin interrupción el agua cristalina al frente de la entrada y, a su izquierda, un sencillo altar, habiendo desaparecido la compartimentación interior, así como los bienes muebles que guardaba (artesonado, retablos o diversas piezas de orfebrería). Un recóndito lugar al que acudían en romería los vecinos de los pueblos aledaños de Sasa, Barluenga, Chibluco, San Julián y Santa Eulalia la Mayor. Un escondido enclave al que se acercan múltiples visitantes, como si se tratara de una romería en algunos días, para disfrutar de tan bello y singular rincón natural. Ése, cubierto por enhiestos mallos en el que el sol tan sólo penetra durante unos instantes cercanos al mediodía, en cuyo fondo forma como un pequeño circo donde se despeña la cascada y en donde se ubica el eremitorio de otro santo montañés por excelencia, otro de esos santos que encarnan a la perfección el modo de ser, de vivir y de manifestarse en la montaña. Uno de esos puntos que han sido lugares de culto desde prácticamente los orígenes de la humanidad, que mejor encarna y deja apreciar esa siempre sana conjunción entre hombre y naturaleza, en donde se fusiona maravillosa y perfectamente la acción del medio natural con la mano del ser humano.
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Así, el primero de los muros que asalta la vista es el que acoge en su interior, y en su parte izquierda, la cocina y el tiro de la chimenea, encontrándose reforzado en su parte central por tres recios contrafuertes, en los que se inscriben en la zona superior unos arcos de medio punto. En uno de ellos, el de la derecha, se sitúa la puerta de acceso al recinto, también de arco de medio punto, sobre la que aún subsiste el hueco en el que antaño se incrustaba un relieve de san Martín. Esta puerta sirve de acceso al primer recinto del edificio, hoy a cielo descubierto a excepción de la parte izquierda ocupada por el hogar y la chimenea ya mencionados. Es una zona de transición hacia la ermita en la que se conserva parte del pavimento realizado con cantos rodados –representando diversas formas decorativas de tipo geométrico– o la puerta arquitrabada de ingreso al espacio interior, a ese espacio sagrado para todos por unos motivos u otros. Habitáculo intermedio que da paso al espacioso e irregular recinto natural ocupado propiamente por la ermita.
Vista del barranco de San Martín
Ermita a través de la cascada
Altar
Cierra dicho espacio o cueva un muro en el que están practicados varios vanos, como la puerta de ingreso o tres ventanas por las que se cuela la bella, tamizada y sugerente iluminación natural del interior. Amplio recinto interior sin ninguna compartimentación, en el que sólo se aprecia la fuente de la que mana sin interrupción el agua cristalina al frente de la entrada y, a su izquierda, un sencillo altar, habiendo desaparecido la compartimentación interior, así como los bienes muebles que guardaba (artesonado, retablos o diversas piezas de orfebrería). Un recóndito lugar al que acudían en romería los vecinos de los pueblos aledaños de Sasa, Barluenga, Chibluco, San Julián y Santa Eulalia la Mayor. Un escondido enclave al que se acercan múltiples visitantes, como si se tratara de una romería en algunos días, para disfrutar de tan bello y singular rincón natural. Ése, cubierto por enhiestos mallos en el que el sol tan sólo penetra durante unos instantes cercanos al mediodía, en cuyo fondo forma como un pequeño circo donde se despeña la cascada y en donde se ubica el eremitorio de otro santo montañés por excelencia, otro de esos santos que encarnan a la perfección el modo de ser, de vivir y de manifestarse en la montaña. Uno de esos puntos que han sido lugares de culto desde prácticamente los orígenes de la humanidad, que mejor encarna y deja apreciar esa siempre sana conjunción entre hombre y naturaleza, en donde se fusiona maravillosa y perfectamente la acción del medio natural con la mano del ser humano.
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San Vicente de Labuerda (Labuerda) Ermita de San Visorio
Escala 1:150.000
San Visorio, reconocible en medio de la vegetación por la mancha blanca de su fachada, es un interesante eremitorio rupestre, de esos en los que se aprovecha una oquedad en la roca para ubicar la nave, siendo necesario levantar únicamente la fachada. Es lo que sucede en la de San Visorio, por cuyos alrededores se produjo la retirada en la pasada contienda civil. Así se apreciará su sencilla y blanqueada fachada, con una elemental puerta arquitrabada superpuesta por una estrecha ventana a modo de saetera.
Una vez que se traspasa el umbral de la construcción se entra al sencillo interior. Sencillo en cuanto a formas y estructura, que no en lo tocante a su decoración. Y ello se debe a que en la cabecera de este santuario rupestre fechable hacia el siglo XVIII se conservan unas deliciosas y populares pinturas murales, en las que –entre otros motivos florales, decoraciones geométricas y arquitecturas– se representa al santo titular entre ángeles, así como sendas imágenes del sol y la luna contrapuestas, el día y la noche, la luminosidad frente a la oscuridad con todo lo que esto significa en el imaginario popular.
Exterior de San Visorio
Localización: en un apacible paraje del monte situado al oeste de San Vicente de Labuerda, desde donde es visible. Tipología: abrigo. Cronología: construcción del siglo XVIII, aunque la tradición remonta su origen al siglo X. Acceso: fácil. Desde Aínsa, por la A-138 en dirección a Francia, se alcanza Labuerda, donde hay que tomar un estrecho vial que arranca entre casas, a la izquierda, para llegar al pequeño núcleo de San Vicente (2 km). Una vez aquí, se sigue por una senda que parte desde la iglesia hacia los montes del oeste, donde se ve la ermita (45 min). Romería: domingo más cercano al 15 de mayo. 74
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San Vicente de Labuerda (Labuerda) Ermita de San Visorio
Escala 1:150.000
San Visorio, reconocible en medio de la vegetación por la mancha blanca de su fachada, es un interesante eremitorio rupestre, de esos en los que se aprovecha una oquedad en la roca para ubicar la nave, siendo necesario levantar únicamente la fachada. Es lo que sucede en la de San Visorio, por cuyos alrededores se produjo la retirada en la pasada contienda civil. Así se apreciará su sencilla y blanqueada fachada, con una elemental puerta arquitrabada superpuesta por una estrecha ventana a modo de saetera.
Una vez que se traspasa el umbral de la construcción se entra al sencillo interior. Sencillo en cuanto a formas y estructura, que no en lo tocante a su decoración. Y ello se debe a que en la cabecera de este santuario rupestre fechable hacia el siglo XVIII se conservan unas deliciosas y populares pinturas murales, en las que –entre otros motivos florales, decoraciones geométricas y arquitecturas– se representa al santo titular entre ángeles, así como sendas imágenes del sol y la luna contrapuestas, el día y la noche, la luminosidad frente a la oscuridad con todo lo que esto significa en el imaginario popular.
Exterior de San Visorio
Localización: en un apacible paraje del monte situado al oeste de San Vicente de Labuerda, desde donde es visible. Tipología: abrigo. Cronología: construcción del siglo XVIII, aunque la tradición remonta su origen al siglo X. Acceso: fácil. Desde Aínsa, por la A-138 en dirección a Francia, se alcanza Labuerda, donde hay que tomar un estrecho vial que arranca entre casas, a la izquierda, para llegar al pequeño núcleo de San Vicente (2 km). Una vez aquí, se sigue por una senda que parte desde la iglesia hacia los montes del oeste, donde se ve la ermita (45 min). Romería: domingo más cercano al 15 de mayo. 74
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Santa Eulalia (Loporzano) Ermita de San Chinés
Muro de mampostería
Escala 1:150.000
San Chinés anida en Santa Eulalia la Mayor, oculta entre colosales tormos de conglomerado que marcan la identidad del covacho, un escenario genial y expresivo en el que se respira montaña, aislamiento y renuncia. Localización: en las estribaciones meridionales de la sierra de Guara, junto al embalse de Vadiello y sus conocidos mallos, empotrada en altas paredes rocosas de conglomerado. Tipología: balma. Cronología: difícil de precisar. La fundación es, probablemente, altomedieval, tal vez de época hispanovisigótica. Acceso: dificultad media. Hay un par de caminos para llegar. Uno parte de Santa Eulalia, el otro de Vadiello; ambos se juntan y de la cota 860 m deriva otra pista que busca la depresión de Isarre, sobrepasando este despoblado medieval. Casi al final de la pista un cartel señala el punto de partida para bajar por una ladera atiborrada de bosque bajo y derrubios entre pinos implantados. Serán 30 min a pie. 76
El sendero encuentra un breve plano de fondo y se encamina frontalmente hacia la gran dorsal donde fenómenos erosivos dieron rienda suelta a sus impulsos creativos: dos originales pitones gemelos –los Pepes- y el enorme ojo de peña Foratata, arco natural encastillado en el feudo de una geografía asombrosa. El camino lleva a una gran pared de panzas y desplomes. En los pies del coloso se embute la ermita, un balcón de juguete succionado por la enormidad del peñasco. 77
Santa Eulalia (Loporzano) Ermita de San Chinés
Muro de mampostería
Escala 1:150.000
San Chinés anida en Santa Eulalia la Mayor, oculta entre colosales tormos de conglomerado que marcan la identidad del covacho, un escenario genial y expresivo en el que se respira montaña, aislamiento y renuncia. Localización: en las estribaciones meridionales de la sierra de Guara, junto al embalse de Vadiello y sus conocidos mallos, empotrada en altas paredes rocosas de conglomerado. Tipología: balma. Cronología: difícil de precisar. La fundación es, probablemente, altomedieval, tal vez de época hispanovisigótica. Acceso: dificultad media. Hay un par de caminos para llegar. Uno parte de Santa Eulalia, el otro de Vadiello; ambos se juntan y de la cota 860 m deriva otra pista que busca la depresión de Isarre, sobrepasando este despoblado medieval. Casi al final de la pista un cartel señala el punto de partida para bajar por una ladera atiborrada de bosque bajo y derrubios entre pinos implantados. Serán 30 min a pie. 76
El sendero encuentra un breve plano de fondo y se encamina frontalmente hacia la gran dorsal donde fenómenos erosivos dieron rienda suelta a sus impulsos creativos: dos originales pitones gemelos –los Pepes- y el enorme ojo de peña Foratata, arco natural encastillado en el feudo de una geografía asombrosa. El camino lleva a una gran pared de panzas y desplomes. En los pies del coloso se embute la ermita, un balcón de juguete succionado por la enormidad del peñasco. 77
Ventana en el absidiolo
Para crear habitáculo bastó con elevar un muro ajustado al labio de la plataforma, a la sombra de una visera en escuadra. Después se partió en dos estancias. La del norte retiene parte del muro originario trabado con argamasa muy dura y compuesto, como el resto, por mampostería. En este sector el paramento se incurva para crear un absidiolo semicircular que abre un vano adintelado orientado al este; se trata del cubículo donde el eremita oraba en soledad o bien de un ábside simbólico, imposibilitado de mayor desarrollo. Su ventana filtraba el primer sol que cada día sacaba los colores al fantástico decorado. La sala del sur es una ampliación tardía, realizada con motivo de la reparación del recinto primitivo. Este muro, así como el arreglo, unen los mampuestos con arcilla. En Santa Eulalia dicen que la cueva se mantuvo como ermita hasta los primeros años del siglo XX. Olvidados santo y culto, durante la guerra se utilizó como refugio y en la década de 1950 para guardar ganado.
Sus orígenes no son revelados al viajero, pues las piedras escuetas apenas dejan seguir los rastros de la historia. San Chinés es un árbol muerto, pero sus raíces bebieron la espiritualidad hispanovisigoda. Ginés es advocación poco frecuente en el Alto Aragón y había reliquias suyas en Santa María de Mérida en el año 627. Su culto pudo introducirse en época visigoda debido a contactos peninsulares con la ciudad de Arles, patria del santo, pues los sermones de san Cesáreo de Arles se utilizaron en aquel tiempo en fiestas hispanas. San Chinés es otro lugar aislado y agreste en el que se tiene la sensación de haber traspasado la tierra habitada. Es un rincón donde se hace patente el espíritu fundacional, un agujero quieto de dura ocupación incluso para un cuerpo acostumbrado al sacrificio; sin el ruido dulcificante del agua, sin apenas caricias del sol. Ir a San Chinés conlleva traspasar la barrera de este mundo.
Cortado estratificado en el acantilado que acoge la ermita
Muro que cierra la ermita
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Ventana en el absidiolo
Para crear habitáculo bastó con elevar un muro ajustado al labio de la plataforma, a la sombra de una visera en escuadra. Después se partió en dos estancias. La del norte retiene parte del muro originario trabado con argamasa muy dura y compuesto, como el resto, por mampostería. En este sector el paramento se incurva para crear un absidiolo semicircular que abre un vano adintelado orientado al este; se trata del cubículo donde el eremita oraba en soledad o bien de un ábside simbólico, imposibilitado de mayor desarrollo. Su ventana filtraba el primer sol que cada día sacaba los colores al fantástico decorado. La sala del sur es una ampliación tardía, realizada con motivo de la reparación del recinto primitivo. Este muro, así como el arreglo, unen los mampuestos con arcilla. En Santa Eulalia dicen que la cueva se mantuvo como ermita hasta los primeros años del siglo XX. Olvidados santo y culto, durante la guerra se utilizó como refugio y en la década de 1950 para guardar ganado.
Sus orígenes no son revelados al viajero, pues las piedras escuetas apenas dejan seguir los rastros de la historia. San Chinés es un árbol muerto, pero sus raíces bebieron la espiritualidad hispanovisigoda. Ginés es advocación poco frecuente en el Alto Aragón y había reliquias suyas en Santa María de Mérida en el año 627. Su culto pudo introducirse en época visigoda debido a contactos peninsulares con la ciudad de Arles, patria del santo, pues los sermones de san Cesáreo de Arles se utilizaron en aquel tiempo en fiestas hispanas. San Chinés es otro lugar aislado y agreste en el que se tiene la sensación de haber traspasado la tierra habitada. Es un rincón donde se hace patente el espíritu fundacional, un agujero quieto de dura ocupación incluso para un cuerpo acostumbrado al sacrificio; sin el ruido dulcificante del agua, sin apenas caricias del sol. Ir a San Chinés conlleva traspasar la barrera de este mundo.
Cortado estratificado en el acantilado que acoge la ermita
Muro que cierra la ermita
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Torla Ermita de San Antón
Escala 1:150.000
Localización: cerca del casco urbano de Torla, en la base de un promontorio de roca en la antesala del valle de Ordesa. Tipología: abrigo. Cronología: aunque su origen es anterior, sólo existen dos testimonio documentales, la inscripción en uno de sus vanos (1935) y una referencia a la ermita en una carta de 1802. Acceso: fácil. Al poco de abandonar la población de Torla en dirección N, por la A-135, escasamente a dos kilómetros se abre un espacio en la carretera, a la izquierda, de donde parte un viejo camino de herradura. Tomando éste se llegará, en unos veinte minutos, a la ermita de San Antón de Torla. Romería: 17 de enero. 80
Paisaje que rodea la ermita
En la base de un promontorio de roca reconocible, aprovechando un pequeño retranque hacia el interior formando una pequeña cueva natural, se sitúa esta ermita de San Antón. Muros sencillos, más largo y encalado el que mira hacia el sur, en el que escasamente se abren algunos vanos: una diminuta ventana en la zona de la cabecera y hacia los pies la puerta de ingreso configurada por una delimita estructura arquitrabada. En la parte superior de la misma se descubren los únicos elementos decorativos de la ermita, como son dos estrellas en los extremos del dintel, un corazón invertido en el centro que cobija el nombre del santo titular y, sobre el anterior, una cruz pintada en azul. Poco más cuenta esta construcción, sólo otra ventana en el muro de los pies (en la que se hace mención a una de las intervenciones realizadas: “Se reformó por el Ayuntamiento. Año 1953”) y la sucesión de simples y lisos canecillos que soportan el tejaroz. Por su parte, el interior es de una austeridad aplastante, descubriendo la nave techada con una irregular bóveda de medio cañón, marcado presbiterio y testero plano, en el que se ubica un pequeño retablo. 81
Torla Ermita de San Antón
Escala 1:150.000
Localización: cerca del casco urbano de Torla, en la base de un promontorio de roca en la antesala del valle de Ordesa. Tipología: abrigo. Cronología: aunque su origen es anterior, sólo existen dos testimonio documentales, la inscripción en uno de sus vanos (1935) y una referencia a la ermita en una carta de 1802. Acceso: fácil. Al poco de abandonar la población de Torla en dirección N, por la A-135, escasamente a dos kilómetros se abre un espacio en la carretera, a la izquierda, de donde parte un viejo camino de herradura. Tomando éste se llegará, en unos veinte minutos, a la ermita de San Antón de Torla. Romería: 17 de enero. 80
Paisaje que rodea la ermita
En la base de un promontorio de roca reconocible, aprovechando un pequeño retranque hacia el interior formando una pequeña cueva natural, se sitúa esta ermita de San Antón. Muros sencillos, más largo y encalado el que mira hacia el sur, en el que escasamente se abren algunos vanos: una diminuta ventana en la zona de la cabecera y hacia los pies la puerta de ingreso configurada por una delimita estructura arquitrabada. En la parte superior de la misma se descubren los únicos elementos decorativos de la ermita, como son dos estrellas en los extremos del dintel, un corazón invertido en el centro que cobija el nombre del santo titular y, sobre el anterior, una cruz pintada en azul. Poco más cuenta esta construcción, sólo otra ventana en el muro de los pies (en la que se hace mención a una de las intervenciones realizadas: “Se reformó por el Ayuntamiento. Año 1953”) y la sucesión de simples y lisos canecillos que soportan el tejaroz. Por su parte, el interior es de una austeridad aplastante, descubriendo la nave techada con una irregular bóveda de medio cañón, marcado presbiterio y testero plano, en el que se ubica un pequeño retablo. 81
Vio (Fanlo) Santuario de San Úrbez de Añisclo
Es un lugar sobrecogedor, labrado a tajo por aquellos glaciares que se desparramaron en forma de estrella desde el macizo de Monte Perdido. Desde la cueva santuario, en la ladera derecha del Bellós y bien expuesta a mediodía, se divisa la aldea de Sercué. Si asombra ver cómo los hielos moldearon el paisaje, no causa menos estupor el comprobar la huella que el montañés dejó en los alrededores con sus bancales, sendas empedradas y edificios sobrios. Es la huella antrópica que tan bien ayudó a construir san Úrbez, cuando llegado de Burdeos sirvió como pastor, primero en Sercué y luego en Vio, antes de marchar hacia las tierras de la Ribera de Fiscal y Serrablo. Balma de San Úrbez
Escala 1:150.000
Localización: la cueva santuario de San Úrbez de Vio se halla en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, a la salida del cañón de Añisclo, junto a la confluencia de los ríos Aso y Bellós. Tipología: balma. Cronología: la tradición remonta su fundación al siglo VIII. Hay elementos que se enmarcan en el románico del siglo XII. Acceso: fácil. La cueva santuario se ubica junto al puente de San Úrbez, a la derecha de la pista que sube hacia el cañón de Añisclo desde Escalona. Romería: 1 de mayo y 14 y 15 de septiembre. 82
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Vio (Fanlo) Santuario de San Úrbez de Añisclo
Es un lugar sobrecogedor, labrado a tajo por aquellos glaciares que se desparramaron en forma de estrella desde el macizo de Monte Perdido. Desde la cueva santuario, en la ladera derecha del Bellós y bien expuesta a mediodía, se divisa la aldea de Sercué. Si asombra ver cómo los hielos moldearon el paisaje, no causa menos estupor el comprobar la huella que el montañés dejó en los alrededores con sus bancales, sendas empedradas y edificios sobrios. Es la huella antrópica que tan bien ayudó a construir san Úrbez, cuando llegado de Burdeos sirvió como pastor, primero en Sercué y luego en Vio, antes de marchar hacia las tierras de la Ribera de Fiscal y Serrablo. Balma de San Úrbez
Escala 1:150.000
Localización: la cueva santuario de San Úrbez de Vio se halla en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, a la salida del cañón de Añisclo, junto a la confluencia de los ríos Aso y Bellós. Tipología: balma. Cronología: la tradición remonta su fundación al siglo VIII. Hay elementos que se enmarcan en el románico del siglo XII. Acceso: fácil. La cueva santuario se ubica junto al puente de San Úrbez, a la derecha de la pista que sube hacia el cañón de Añisclo desde Escalona. Romería: 1 de mayo y 14 y 15 de septiembre. 82
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Su estructura es similar a la de otras cuevas santuarios y refugios pastoriles bajo viseras pétreas, es decir, un abrigo natural cerrado total o parcialmente con muros. Posee dos cámaras unidas, la más septentrional, donde se celebra misa el día de la romería y, otra, con muro inacabado, en la que, según la tradición, moró el santo.
Cañón de Añisclo, junto al santuario
Al lugar confluyen innumerables senderos que algunos hagiógrafos atribuyen a la llegada secular de los romeros que acudían el 1 de mayo, el Martes de Pentecostés y el 15 de diciembre. Los pasos que dio el santo por la zona y las obras que hizo quedan muy bien reflejados en unos gozos, cuyas estrofas concluyen con el verso colectivo “sírvanos Úrbez amado”. En ellos vemos cómo el santo sirve de ejemplo al montañés al encarnar sus esencias a través del ejercicio mágico del pastoreo (su ganado respeta los trigales, él ahuyenta a una osa, una abeja blanca penetra por su nariz mientras duerme, etc.).
Acceso y exterior del santuario
Todo ello reflejan estos gozos, además de añadir la gran devoción que despierta san Úrbez entre los montañeses, en especial cuando llegan las “fatales sequías”. Momento en que los dos romeros de Albella se movilizaban, para recorrer el espacio de iba desde la ribera de Fiscal hasta la cueva santuario de Añisclo, uno detrás de otro, mediando veinte metros, y vestidos de modo sobrio, como el santo, con zurrón, alforja y cayado. Trayecto que hacían atravesando las aldeas de Villamana, Campol, Yeba y Vio para aguardar en oración toda la noche en la cueva santuario. Bien estaría abrir este sendero cultural y religioso que podría unir Burdeos con el valle de Vio, Albella, Laguarta, Nocito, Cerésola, San Martín de la Bal d’Onsera y San Pedro de Huesca, a donde fueron a parar los restos de los niños mártires Justo y Pastor que san Úrbez salvó de la ocupación musulmana en Alcalá de Henares. 84
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Su estructura es similar a la de otras cuevas santuarios y refugios pastoriles bajo viseras pétreas, es decir, un abrigo natural cerrado total o parcialmente con muros. Posee dos cámaras unidas, la más septentrional, donde se celebra misa el día de la romería y, otra, con muro inacabado, en la que, según la tradición, moró el santo.
Cañón de Añisclo, junto al santuario
Al lugar confluyen innumerables senderos que algunos hagiógrafos atribuyen a la llegada secular de los romeros que acudían el 1 de mayo, el Martes de Pentecostés y el 15 de diciembre. Los pasos que dio el santo por la zona y las obras que hizo quedan muy bien reflejados en unos gozos, cuyas estrofas concluyen con el verso colectivo “sírvanos Úrbez amado”. En ellos vemos cómo el santo sirve de ejemplo al montañés al encarnar sus esencias a través del ejercicio mágico del pastoreo (su ganado respeta los trigales, él ahuyenta a una osa, una abeja blanca penetra por su nariz mientras duerme, etc.).
Acceso y exterior del santuario
Todo ello reflejan estos gozos, además de añadir la gran devoción que despierta san Úrbez entre los montañeses, en especial cuando llegan las “fatales sequías”. Momento en que los dos romeros de Albella se movilizaban, para recorrer el espacio de iba desde la ribera de Fiscal hasta la cueva santuario de Añisclo, uno detrás de otro, mediando veinte metros, y vestidos de modo sobrio, como el santo, con zurrón, alforja y cayado. Trayecto que hacían atravesando las aldeas de Villamana, Campol, Yeba y Vio para aguardar en oración toda la noche en la cueva santuario. Bien estaría abrir este sendero cultural y religioso que podría unir Burdeos con el valle de Vio, Albella, Laguarta, Nocito, Cerésola, San Martín de la Bal d’Onsera y San Pedro de Huesca, a donde fueron a parar los restos de los niños mártires Justo y Pastor que san Úrbez salvó de la ocupación musulmana en Alcalá de Henares. 84
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Yebra de Basa Cuevas de Santa Orosia
En la vertiente meridional del macizo de Oturia/Auturía (1.920 m), incrustada en medio de la roca, a 1.285 m, se encuentra la “iglesia de las cuevas”, dedicada a Santa Orosia. Otra fisura inferior acoge la ermita de San Cornelio, suspendida sobre la hendidura del camino. El agua del Chorro sobrevuela el conjunto, completado por las cercanas ermitas rupestres de San Blas y Santa Bárbara. Cuatro eremitorios perfectamente restaurados en 2005. El sustrato precristiano fosilizado en la tradición orosiana abunda en vestigios de origen celta. Ya en nuestra era dos fenómenos se asocian a las cuevas: los nichos a la entrada del templo evocan enterramientos eremíticos; además, la cueva de Yebra figura como primer refugio al que el año 712 huye de la invasión musulmana el obispo de Huesca con el cáliz de la Última Cena. Se trataría de un recinto habitado, uno de los más seguros y sagrados del Viejo Aragón. Nada extraño que entre sus habitadores perviviera algún viejo sanador druida de cuya existencia se tiene constancia en el norte peninsular hasta bien avanzada la época medieval, según opinan especialistas como R. Legler.
Escala 1:150.000 Cueva de Santa Orosia
Localización: en la falda meridional del macizo de Oturia, centro geográfico y espiritual de Serrablo. Tipología: balma. Cronología: la tradición sitúa la estancia y martirio de santa Orosia en este lugar en el siglo IX y el inicio de su culto en el XI. Las fechas de construcción y reforma de las diferentes ermitas y capillas abarcan desde el siglo XVI al XIX. Restauración de cuatro eremitorios en 2005. Acceso: fácil. En las inmediaciones de Sabiñánigo, tomamos la carretera (HU-321) que lleva a Yebra de Basa, de donde parte el camino que recorre todo el conjunto de ermitas. Romería: 25 de junio. 86
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Yebra de Basa Cuevas de Santa Orosia
En la vertiente meridional del macizo de Oturia/Auturía (1.920 m), incrustada en medio de la roca, a 1.285 m, se encuentra la “iglesia de las cuevas”, dedicada a Santa Orosia. Otra fisura inferior acoge la ermita de San Cornelio, suspendida sobre la hendidura del camino. El agua del Chorro sobrevuela el conjunto, completado por las cercanas ermitas rupestres de San Blas y Santa Bárbara. Cuatro eremitorios perfectamente restaurados en 2005. El sustrato precristiano fosilizado en la tradición orosiana abunda en vestigios de origen celta. Ya en nuestra era dos fenómenos se asocian a las cuevas: los nichos a la entrada del templo evocan enterramientos eremíticos; además, la cueva de Yebra figura como primer refugio al que el año 712 huye de la invasión musulmana el obispo de Huesca con el cáliz de la Última Cena. Se trataría de un recinto habitado, uno de los más seguros y sagrados del Viejo Aragón. Nada extraño que entre sus habitadores perviviera algún viejo sanador druida de cuya existencia se tiene constancia en el norte peninsular hasta bien avanzada la época medieval, según opinan especialistas como R. Legler.
Escala 1:150.000 Cueva de Santa Orosia
Localización: en la falda meridional del macizo de Oturia, centro geográfico y espiritual de Serrablo. Tipología: balma. Cronología: la tradición sitúa la estancia y martirio de santa Orosia en este lugar en el siglo IX y el inicio de su culto en el XI. Las fechas de construcción y reforma de las diferentes ermitas y capillas abarcan desde el siglo XVI al XIX. Restauración de cuatro eremitorios en 2005. Acceso: fácil. En las inmediaciones de Sabiñánigo, tomamos la carretera (HU-321) que lleva a Yebra de Basa, de donde parte el camino que recorre todo el conjunto de ermitas. Romería: 25 de junio. 86
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Al distinguir Antonio Durán Gudiol lo que en la vida y pasión de santa Eurosia son hechos históricos o gloriosa leyenda, fija dos datos a tener en cuenta: por una parte, afirma que el martirio de la santa “tuvo lugar en la cueva de Yebra”; por otra, sostiene que allí mismo fueron hallados sus restos: “Un ángel le habló al pastor y le dijo que fuera a la cueva de Yebra, donde habría de recoger las reliquias de santa Eurosia, que allí se hallaban escondidas” (Los santos altoaragoneses). Al entusiasmo medieval por las reliquias se une el afán por visitar los sepulcros que velaron sus restos. Ello explica el potente flujo romero a la cueva de Orosia, documentado desde 1518.
Campanario de la Cueva
Respecto a la evolución y equipamiento del santuario, las primeras noticias de 1518 hablan de una “Capilla”, llamada en 1689 “Sala de la Cueba Santa”, que ocuparía sólo parte de la oquedad. “En Mayo de 1728 se hizo la pared, y Sala de la Sta. Cueva, emplearon los oficiales 28 jornales”. Esta ampliación no cerró toda la cavidad: sobre la pared descansaba una techumbre de madera. En el siglo XIX se eliminó dicha cubierta y se levantó el actual muro de cerramiento. La disposición anárquica de sus ventanas delata que es fruto de varias actuaciones. Ermita de San Blas
Adosado a la “Caseta del ermitaño”, un portalón se interpone a nuestro paso, delimitando un espacio intermedio ante el atrio-campanario. Los documentos citan “la casilla de la Cueva en medio de la peña” (1680) o “el Arco de la Cozina y Casa de la Cueva” (1777): aposentos de atención a los romeros y alojamiento del ermitaño, cuya existencia se atestigua desde 1643. Sobre la puerta de entrada quedan huellas desgastadas de tres cruces y una réplica del relicario de la Santa en Yebra. La total desnudez que hoy ofrece el templo es fruto del incendio sufrido en 1936. La documentación parroquial le atribuye: coro alto (1732), dos confesonarios nuevos (1738), lámpara –persiste la pila de aceite– y un valioso retablo del escultor Gerónimo Jalón, tasado en 1624, cuyo coste ascendió a “ciento sesenta i cinco escudos de a diez reales” (M. Gómez de Valenzuela, Documentos sobre artes y oficios en la diócesis de Jaca, doc. 118). Un camarín o dosel debió cubrir el presbiterio, al estilo de otras ermitas-cueva. Tras él estuvo la sacristía con puerta de salida hacia un balcón en el extremo de la cueva. 88
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Al distinguir Antonio Durán Gudiol lo que en la vida y pasión de santa Eurosia son hechos históricos o gloriosa leyenda, fija dos datos a tener en cuenta: por una parte, afirma que el martirio de la santa “tuvo lugar en la cueva de Yebra”; por otra, sostiene que allí mismo fueron hallados sus restos: “Un ángel le habló al pastor y le dijo que fuera a la cueva de Yebra, donde habría de recoger las reliquias de santa Eurosia, que allí se hallaban escondidas” (Los santos altoaragoneses). Al entusiasmo medieval por las reliquias se une el afán por visitar los sepulcros que velaron sus restos. Ello explica el potente flujo romero a la cueva de Orosia, documentado desde 1518.
Campanario de la Cueva
Respecto a la evolución y equipamiento del santuario, las primeras noticias de 1518 hablan de una “Capilla”, llamada en 1689 “Sala de la Cueba Santa”, que ocuparía sólo parte de la oquedad. “En Mayo de 1728 se hizo la pared, y Sala de la Sta. Cueva, emplearon los oficiales 28 jornales”. Esta ampliación no cerró toda la cavidad: sobre la pared descansaba una techumbre de madera. En el siglo XIX se eliminó dicha cubierta y se levantó el actual muro de cerramiento. La disposición anárquica de sus ventanas delata que es fruto de varias actuaciones. Ermita de San Blas
Adosado a la “Caseta del ermitaño”, un portalón se interpone a nuestro paso, delimitando un espacio intermedio ante el atrio-campanario. Los documentos citan “la casilla de la Cueva en medio de la peña” (1680) o “el Arco de la Cozina y Casa de la Cueva” (1777): aposentos de atención a los romeros y alojamiento del ermitaño, cuya existencia se atestigua desde 1643. Sobre la puerta de entrada quedan huellas desgastadas de tres cruces y una réplica del relicario de la Santa en Yebra. La total desnudez que hoy ofrece el templo es fruto del incendio sufrido en 1936. La documentación parroquial le atribuye: coro alto (1732), dos confesonarios nuevos (1738), lámpara –persiste la pila de aceite– y un valioso retablo del escultor Gerónimo Jalón, tasado en 1624, cuyo coste ascendió a “ciento sesenta i cinco escudos de a diez reales” (M. Gómez de Valenzuela, Documentos sobre artes y oficios en la diócesis de Jaca, doc. 118). Un camarín o dosel debió cubrir el presbiterio, al estilo de otras ermitas-cueva. Tras él estuvo la sacristía con puerta de salida hacia un balcón en el extremo de la cueva. 88
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De su austera estructura rupestre destaca la inscripción que corona ambas puertas: nombre del titular y el ruego “ORA PRO NOBIS”. En la segunda se añade la fecha de construcción “1629” y las tres cruces del Calvario.
San Cornelio
Santa Bárbara
Una escalera-puente vuela sobre el camino hasta un eremitorio empotrado bajo la iglesia: la ermita de San Cornelio o cripta del santuario. En su angosto interior sólo destaca un altar-relicario en piedra de sillería que contuvo hasta 1936 los restos de los compañeros mártires de santa Orosia. A la derecha de la entrada, un curioso vano con tres cruces incisas adorna la tosca fachada. Su ubicación, justo en la vertical del altar del santuario, la convierte en cripta del templo superior. Ya en 1650 el prelado Don Gerónimo de Ypenza escribe: “havemos visitado las reliquias de los Santos Compañeros de la gloriosa Santa Eurosia que estan en la Cueba” (2º Sacramental). Superado el Chorro, en la ruta de ascenso al puerto se intercalan los eremitorios de San Blas y Santa Bárbara, con advocaciones no orosianas, pero de profundo arraigo en la piedad popular.
90
El templo de la cueva es epicentro de un entramado de ermitas enlazadas por la vieja senda romera que une la iglesia de Yebra con el templo del puerto (1.600 m). Salvando un desnivel de 700 m, la ruta sale de la ermita L’Angusto, junto al pueblo. Tras el primer repecho, sobre un ligero altozano se alza la de As Escoronillas. A media ladera, en el minúsculo oratorio de As Arrodillas abrazado a una gran piedra se veneran las huellas de las rodillas de la santa. Pasado el arroyo, donde el camino gira a la izquierda, en una reducida atalaya, la piedra-base de A Cruz d’a Gualda anuncia la cercanía de la Cueva. Visitados los cuatro eremitorios rupestres, la senda alcanza la planicie, donde nos acoge la ermita O Zoque. Allí se dan cita desde hace siglos los devotos de numerosos pueblos que con cruces, banderas, ropones y danzantes concurren a la fiesta del 25 de junio. Su recinto totalmente abierto apunta hacia el santuario erigido junto a la fuente, lugar donde la tradición más extendida sitúa el martirio de Santa Orosia. Dos adoratorios y una ermita de San Bartolomé, hoy desaparecidos, completaron en el pasado esta singular ruta romera. Romería de Santa Orosia
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De su austera estructura rupestre destaca la inscripción que corona ambas puertas: nombre del titular y el ruego “ORA PRO NOBIS”. En la segunda se añade la fecha de construcción “1629” y las tres cruces del Calvario.
San Cornelio
Santa Bárbara
Una escalera-puente vuela sobre el camino hasta un eremitorio empotrado bajo la iglesia: la ermita de San Cornelio o cripta del santuario. En su angosto interior sólo destaca un altar-relicario en piedra de sillería que contuvo hasta 1936 los restos de los compañeros mártires de santa Orosia. A la derecha de la entrada, un curioso vano con tres cruces incisas adorna la tosca fachada. Su ubicación, justo en la vertical del altar del santuario, la convierte en cripta del templo superior. Ya en 1650 el prelado Don Gerónimo de Ypenza escribe: “havemos visitado las reliquias de los Santos Compañeros de la gloriosa Santa Eurosia que estan en la Cueba” (2º Sacramental). Superado el Chorro, en la ruta de ascenso al puerto se intercalan los eremitorios de San Blas y Santa Bárbara, con advocaciones no orosianas, pero de profundo arraigo en la piedad popular.
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El templo de la cueva es epicentro de un entramado de ermitas enlazadas por la vieja senda romera que une la iglesia de Yebra con el templo del puerto (1.600 m). Salvando un desnivel de 700 m, la ruta sale de la ermita L’Angusto, junto al pueblo. Tras el primer repecho, sobre un ligero altozano se alza la de As Escoronillas. A media ladera, en el minúsculo oratorio de As Arrodillas abrazado a una gran piedra se veneran las huellas de las rodillas de la santa. Pasado el arroyo, donde el camino gira a la izquierda, en una reducida atalaya, la piedra-base de A Cruz d’a Gualda anuncia la cercanía de la Cueva. Visitados los cuatro eremitorios rupestres, la senda alcanza la planicie, donde nos acoge la ermita O Zoque. Allí se dan cita desde hace siglos los devotos de numerosos pueblos que con cruces, banderas, ropones y danzantes concurren a la fiesta del 25 de junio. Su recinto totalmente abierto apunta hacia el santuario erigido junto a la fuente, lugar donde la tradición más extendida sitúa el martirio de Santa Orosia. Dos adoratorios y una ermita de San Bartolomé, hoy desaparecidos, completaron en el pasado esta singular ruta romera. Romería de Santa Orosia
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Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez A pesar de que el mundo legendario asocia a san Úrbez y santa Orosia con la aristocracia europea, ambos aparecen unidos, de uno u otro modo, a las humildes figuras de los pastores, pues hasta su misma vida es nómada y trashumante como la de ellos. Por otra parte, el montañés quiso proyectar de tal modo su cosmovisión que no pudo menos que reflejar en sus dos santos por antonomasia la esencia montañesa, que no es otra que la pastoril. Además el mismo epicentro del culto a santa Orosia y san Úrbez son lugares emblemáticos para el pastoreo, estamos hablando del macizo de Oturia y del gran tajo de Añisclo que parte de Monte Perdido. Si en el caso de santa Orosia lo pastoril es envolvente, en el del santo de Burdeos es medular, pues él mismo es quien ejerce de pastor a la vez que santo.
Izquierda: músico de la romería de Santa Orosia con chiflo y chicotén Derecha: grabado en el recinto pastoril de San Úrbez de Cerésola
El mundo pastoril se funde con la primera cuando un pastor le da pistas sobre la tropa musulmana que la persigue. Luego se renueva el vínculo cuando a Guillén, el pastor local que cuida las ovejas en el puerto, un ángel le revela donde está el cuerpo martirizado de la santa y él reparte sus reliquias entre Yebra y Jaca. Y, finalmente, lo pastoril impregna a la santa cuando a lo largo y ancho del fenómeno religioso, durante siglos, los romeros y danzantes que han actuado en su honor se han rebozado de pastores. En cambio, la proyección montañesa sobre san Úrbez es tan intensa que el personaje aparece muchas veces como pastor antes que santo. De modo que cuando se muestra de forma divina, lo hace encarnando el papel de pastor todopoderoso que controla a la naturaleza (las ovejas invaden los trigales, pero sólo se comen las malas hierbas, él sabe ahuyentar de modo pacífico a una osa, las nubes se confabulan para darle sombra, una abeja blanca entra y sale por su nariz mientras duerme, su cayado basta para que cruce un arroyo todo el rebaño ante una enorme tormenta…). Dicho todo esto, hoy que el mundo pastoril desaparece de nuestras montañas, habremos de celebrar que, al menos, una buena parte del territorio de san Úrbez, como el de santa Orosia, sean espacios naturales protegidos (el primero ya lo era desde la ampliación del Parque Nacional de Ordesa). Bien está, porque con esta condición se pondrá en valor la cultura pastoril, que no es otra que la asociada a los dos santos.
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Lo pastoril en santa Orosia y san Úrbez A pesar de que el mundo legendario asocia a san Úrbez y santa Orosia con la aristocracia europea, ambos aparecen unidos, de uno u otro modo, a las humildes figuras de los pastores, pues hasta su misma vida es nómada y trashumante como la de ellos. Por otra parte, el montañés quiso proyectar de tal modo su cosmovisión que no pudo menos que reflejar en sus dos santos por antonomasia la esencia montañesa, que no es otra que la pastoril. Además el mismo epicentro del culto a santa Orosia y san Úrbez son lugares emblemáticos para el pastoreo, estamos hablando del macizo de Oturia y del gran tajo de Añisclo que parte de Monte Perdido. Si en el caso de santa Orosia lo pastoril es envolvente, en el del santo de Burdeos es medular, pues él mismo es quien ejerce de pastor a la vez que santo.
Izquierda: músico de la romería de Santa Orosia con chiflo y chicotén Derecha: grabado en el recinto pastoril de San Úrbez de Cerésola
El mundo pastoril se funde con la primera cuando un pastor le da pistas sobre la tropa musulmana que la persigue. Luego se renueva el vínculo cuando a Guillén, el pastor local que cuida las ovejas en el puerto, un ángel le revela donde está el cuerpo martirizado de la santa y él reparte sus reliquias entre Yebra y Jaca. Y, finalmente, lo pastoril impregna a la santa cuando a lo largo y ancho del fenómeno religioso, durante siglos, los romeros y danzantes que han actuado en su honor se han rebozado de pastores. En cambio, la proyección montañesa sobre san Úrbez es tan intensa que el personaje aparece muchas veces como pastor antes que santo. De modo que cuando se muestra de forma divina, lo hace encarnando el papel de pastor todopoderoso que controla a la naturaleza (las ovejas invaden los trigales, pero sólo se comen las malas hierbas, él sabe ahuyentar de modo pacífico a una osa, las nubes se confabulan para darle sombra, una abeja blanca entra y sale por su nariz mientras duerme, su cayado basta para que cruce un arroyo todo el rebaño ante una enorme tormenta…). Dicho todo esto, hoy que el mundo pastoril desaparece de nuestras montañas, habremos de celebrar que, al menos, una buena parte del territorio de san Úrbez, como el de santa Orosia, sean espacios naturales protegidos (el primero ya lo era desde la ampliación del Parque Nacional de Ordesa). Bien está, porque con esta condición se pondrá en valor la cultura pastoril, que no es otra que la asociada a los dos santos.
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Bibliografía y páginas web
ACÍN, J. L. y LORENZO, A., Ermita de San Martín de la Bal d’Onsera, Zaragoza, Prames, 1988, colección Patrimonio recuperado. ACÍN, J. L., ACÍN, R. y LACHÉN, C., Valle del río Ara, Zaragoza, Prames, 1997. CASTÁN, A., Arquitectura militar y religiosa del Sobrarbe y Serrablo meridional. Siglos XI-XIII, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1988. CASTÁN, A., Románico e iglesias de cabecera triple en la ribera del Ara y valle de Vio, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1990.
MUR, R. y SATUÉ, E., Pirineo adentro, Huesca, Editorial Barrabés, 2003. SATUÉ, E., Las romerías de Santa Orosia, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1988. SATUÉ, E., Religiosidad popular y romerías en el Pirineo, Huesca, Diputación Provincial de Huesca e Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1991. VV. AA., Colección RutasCAI por Aragón, Zaragoza, Prames, 2003-2007. VV. AA., El camino de las ermitas, Yebra de Basa, O Zoque Asociación Cultural Ballibasa y Sobrepuerto, 2008.
ESTAÚN, P., Ermita de Santa Elena de Biescas, Zaragoza, Barrabés Editorial, 2005. FUIXENCH, J. M., Santuarios rupestres del Alto Aragón, Zaragoza, Prames, 2002, segunda edición, colección Temas aragoneses. FUIXENCH, J. M., Santuarios rupestres de España. Rincones de leyenda, Zaragoza, Prames, 2007. MUR, R., En torno a la Virgen de la Cueva, Jaca, Gobierno de Aragón, 1992. MUR, R., Pirineos: Montañas Profundas, Huesca, Editorial Pirineo, 2002.
www.dphuesca.es www.iea.es www.romanicoaragones.com
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www.serrablo.org 95
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Santuarios y ermitas rupestres
Lugares para el mito y la leyenda, simbiosis de creencias cristianas y cultos precedentes, los Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón se funden simbólicamente con el entorno que los cobija, como construcciones que han recogido la esencia de la mística popular. En esta guía se ofrece una selección representativa de este legado patrimonial, ordenado por localidades para facilitar su visita. La publicación forma parte del proyecto de puesta en valor y señalización de Rutas Turísticas temáticas impulsado por la Diputación Provincial de Huesca. Los megalitos y los castillos conforman otros itinerarios recogidos también en la colección Losa Mora, ideada para acompañar al viajero que se adentra en el paisaje buscando la emoción y el hallazgo.
Santuarios y ermitas rupestres del Alto Aragón
del Alto Aragón
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Megalitos Castillos Obras hidráulicas Santuarios y ermitas rupestres
Glosario Abrigo
Balma
Gruta ISBN 978-84-8321-270-7
9 788483 212707 Santuario de San Cosme y San Damián