Tiza y arena. Enrique Satué

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Enrique Satué Oliván

tiza y arena Un viaje por las escuelas del Sáhara español



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Introducción

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Rumbo al Sáhara

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El entorno

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El puesto

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La escuela

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Las escuelas nómadas

119

La Organización Juvenil Española

131

El instituto General Alonso

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El colegio menor

155

La Sección Femenina

169

Otras enseñanzas

177

Los que siguieron

181

Una estancia en los campamentos

191

Un viaje al Sáhara

203

Dónde estará Mohamed Embarek

207

A modo de breve conclusión

211

Cronología

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Bibliografía y fuentes



Aunque los estudios sobre el Sáhara español son numerosos, poco se había escrito sobre el tema pedagógico de lo que antaño fue colonia española. El autor, versado en temas de antropología y pedagogía, conoció la realidad saharaui a finales de la última década del siglo pasado a través del programa Vacaciones en Paz, que propicia la acogida de niños saharauis por familias españolas. Fue de la mano de una niña, Tfarrah, de su familia y de la tupida red de amigos del pueblo saharaui como pudo acercarse al Sáhara y a su problemática. Aquella experiencia se materializó en el libro Tfarrah: el Sáhara desde aquí, obra en la que ya participó esta Diputación y que ha tenido una amplia difusión. Allí nacieron amistades, y entre ellas la de un nutrido grupo de maestros, profesores y funcionarios que habían ejercido su profesión en la antigua provincia española y cuyos testimonios, así como los materiales aportados por algunos de ellos, han sido decisivos para la elaboración de este libro. Entre esos materiales se encuentran unas cuatrocientas fotografías que han sido depositadas en la Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca y en el Museo Pedagógico de Aragón. Se trata de documentos gráficos únicos cuyo valor histórico es indiscutible, ya que, si bien los medios técnicos no permitieron obtener imágenes de calidad, su escasez y su rareza las convierten en elementos indispensables para la reconstrucción de la historia de la educación en el Sáhara español. En ellas aparecen fotografiados los institutos de El Aaiún y Villa Cisneros, sus colegios menores asociados, la labor de las escuelas mixtas de los puestos del interior, la Organización Juvenil Española, la Sección Femenina, las escuelas nómadas, aspectos cotidianos de la vida en el Sáhara, momentos tan importantes como la visita de la delegación de la ONU en mayo de 1975 y, sobre todo, los protagonistas de esta historia, tan fugaz como emotiva.

Diputación Provincial de Huesca



Hamza, uno de los niños que participaron en el programa Vacaciones en Paz de 1997, señala en un viejo atlas el Sáhara de sus mayores. (Enrique Satué)



INTRODUCCIÓN

A finales de la última década del siglo pasado me vi sumido en una aventura inesperada que me pondría en contacto con el antiguo Sáhara español. La conexión se produjo a través del programa Vacaciones en Paz, que por entonces —y todavía hoy— desarrollaban numerosas organizaciones no gubernamentales a lo largo de toda la geografía estatal. El contacto con aquel mundo a través de una niña, de su familia y de la tupida red de amigos del pueblo saharaui me llevó a interesarme por todas las fuentes que me permitiesen acercarme al Sáhara y su problema. Seguramente favoreció el proceso mi formación etnológica, ya que por aquel entonces dirigía el museo de tradiciones populares, de ámbito pirenaico, que existe en la localidad de Sabiñánigo (Huesca). La ocasión era magnífica para desarrollar una idea propia asumida hacía muchos años: la de que la etnología debe estar al servicio de las cuestiones que unen a la humanidad y la enaltecen, y no al de la diferenciación étnica. De aquella idea nació el libro Tfarrah: el Sáhara desde aquí, obra de la que se han realizado dos ediciones y que ha revertido con su venta, a través del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL), en un programa de salud infantil para los campamentos de los refugiados saharauis. El libro aportaba una visión novedosa, etnológica y, a la par, pedagógica. Se urdió a través de un minucioso rastreo por la bibliografía existente en aquel momento y, sobre todo, mediante entrevistas hechas a un amplio espectro de personas que habían vivido en el Sáhara: militares, maestros, técnicos, pescadores…, tanto españoles como saharauis. Todo ello primorosamente ilustrado por mi amigo Roberto L’Hôtellerie.


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Un alumno europeo y dos saharauis copiando al dictado en la pizarra en la escuela de Daora. 1969. (Joaquín Ferraz)

De aquel tiempo y aquella profunda experiencia quedó en mí el afán por conocer en profundidad el Sáhara y su complejo problema. A lo largo de estos años he hecho amistades y, humildemente, a través de la palabra, la lectura o los viajes, me he convertido en un discreto experto del tema. En realidad nunca he olvidado el Sáhara, y, dado mi interés por la historia de la educación, a lo largo de estos años he entrevistado a un grupo significativo de maestros y profesores que habían ejercido su profesión en la antigua provincia española. La palabra y los materiales facilitados por algunos, como Félix Erviti Barcelona o Carmelo Moya Maestu, son fundamentales para comprender la corta pero intensa historia educativa del Sáhara español. Han sido una veintena de informantes principales que residieron en el territorio como funcionarios en distintos momentos del periodo que va desde 1960 hasta 1975, cuando se produjo la marcha de la Administración española, aunque algunos permanecieron allí tras la ocupación marroquí. Todos se conocen entre sí porque el Sáhara, a pesar de su


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Alumnos en el comedor escolar de Argub. 1968. (Emilio Ruiz)

extensión, tanto entre los españoles como entre los saharauis, ha funcionado como un simple ovillo. Si bien las fuentes orales fluyen con avidez y concuerdan con otras fuentes, en cambio no ha sido posible contar con estadísticas continuas y detalladas de la historia educativa. Dicho esto, mi aportación consiste en un superficial vuelo etnográfico sobre un tema apenas estudiado en el que este texto es el mero complemento de unos materiales gráficos entregados por los informantes que deseo preservar porque considero que suponen una contribución importante a la historiografía del antiguo Sáhara. Con este trabajo no pretendo hacer afirmaciones gratuitas. Tan solo se emitirán aquellas valoraciones en las que las fuentes coinciden de modo mayoritario. Al mismo tiempo, será tenida muy en cuenta la experiencia vital de las personas entrevistadas, pues, a la par que aportan lo mejor de sí, todas reconocen haber sido marcadas por el paisaje y las gentes del Sáhara. Salta a la vista el hecho de que la educación en la antigua provincia ha sido muy poco estudiada, por lo que este trabajo trata de animar a


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las personas capacitadas para que afronten investigaciones sobre el perfil del profesorado y el alumnado, la arquitectura escolar y los medios pedagógicos, la estadística concerniente a la educación, el papel de los dos institutos —los de El Aaiún y Villa Cisneros— y sus colegios menores asociados, la labor de las escuelas mixtas de los puestos del interior, la Organización Juvenil Española (OJE), la Sección Femenina —más estudiada—, las escuelas nómadas y, sobre todo, el atropellado proceso educativo, formador de cuadros que dirigiesen la independencia, que se dio al final. El Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, y las fuentes orales todavía permiten estudiar los puntos señalados y ahondar en ellos. Seguramente la razón del déficit investigador se basa en que estamos ante un tema complejo que generó mucha frustración entre los enseñantes que lo vivieron de primera mano. El franquismo, el desencuentro con el Polisario y el trágico éxodo de este han constituido unos tamices que, por un lado, han inhibido los relatos y, por otro, los han simplificado y herido. En este sentido, solo aquellas personas iniciadas en el tema comprenderán cómo la cosmovisión que poseen los saharauis de algunas instituciones de la época —la OJE, la Sección Femenina, etcétera— no coincide con la que, de modo sociocultural, se tiene de ellas en la actual sociedad española. Por ello, las futuras investigaciones que se realicen deberán tener más en cuenta la entrevista como método de trabajo, antes de que la generación que vivió aquel breve proceso socioeducativo, como siempre ha sucedido, desaparezca. Cuando se habla con muchas de las personas —saharauis o españolas— que vivieron en la antigua provincia, no aflora la misma negatividad que muestran algunos estudiosos del tema. Al mismo tiempo, llama la atención que algunos principios pedagógicos que se ejercían en los centros de enseñanza del antiguo territorio, como el fomento de la salud, la interculturalidad, la inclusividad o la promoción social, hoy todavía constituyan referentes por consolidar en nuestro sistema educativo. Los materiales gráficos facilitados en las entrevistas para uso investigador y educativo se entregarán, a la par, a las dos instituciones pertinentes y más próximas, el Museo Pedagógico de Aragón y la Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Se trata de un conjunto de unas


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cuatrocientas imágenes que cubren aspectos cotidianos de lo físico, lo humano y lo económico de la antigua provincia, con especial peso de los elementos educativos, sin que falten por reflejar momentos tan importantes como la visita de la delegación de la ONU en mayo de 1975. Esta pequeña acción solo es un gesto frente a la ingente labor de búsqueda que todavía se podría hacer a través de cientos de hogares españoles que un día recibieron cartas, tarjetas postales o fotografías desde aquel, entonces, lejano y misterioso territorio. Por otra parte, el trabajo escrito y gráfico se redondea con sendos viajes realizados en 2005 y 2008 a los campamentos de refugiados de Tinduf y a la antigua provincia para captar el eco y la evolución del proceso socioeducativo vivido en el Sáhara. Finalmente formulo un agradecimiento a todas las personas que han confiado en mí para relatarme su experiencia y también a aquellas que, con la lectura de este libro, puedan realizar un viaje a través de unas escuelas que, aunque ejercieron un importante papel en la historia del antiguo Sáhara español, pasaron desapercibidas.



LA ESCUELA

Monseñor Erviti, en nuestra entrevista, afirmaba que la labor educativa hecha por España había sido considerable y que el resultado, desde su punto de vista y dadas las circunstancias envolventes, había sido digno. Dicho esto, como sucede con los asuntos del Sáhara, toda la información se arremolina en un ovillo y, a la postre, todos los protagonistas se conocen o han oído hablar unos de otros. Para tratar la cuestión escolar, lo primero que hay que tener en cuenta es que en el Sáhara había dos realidades opuestas: una era la de las dos poblaciones importantes —El Aaiún y Villa Cisneros—, muy parecida a la de la Península, y otra la del interior, la del mundo de los puestos, singular y totalmente desconocida para los nuevos maestros. Si abordamos el número de unidades escolares, de alumnos y maestros, al igual que sucede con todas las estadísticas del Sáhara, la suya no ha sido analizada con rigor, y se repiten datos de fuentes con abundantes errores. Las más utilizadas son Las memorias escolares de los servicios de enseñanza primaria de la provincia del Sáhara, de 1962, y las que maneja Claudia Barona, procedentes del Fondo Documental del Sáhara, del secretario general Luis Rodríguez de Viguri. Extrapolando los datos, vemos que hasta 1955 la presencia de maestros en el Sáhara era anecdótica, y que fue en 1967 cuando hubo un incremento considerable. La cifra seguiría creciendo hasta 1972, fecha a partir de la cual disminuyó hasta el abandono de la provincia a finales de 1975. El aumento de la plantilla se produjo de modo paralelo a la provincialización del territorio, la explotación de las riquezas y la sedentarización de los nativos. Esta dinámica debe aplicarse tanto al profesorado europeo como al nativo, dedicado a la enseñanza del árabe y el Corán, que siempre supuso alrededor de un tercio del número de


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Escuela y dispensario de Cabo Bojador. 1971. (Antonio Ortiz)

maestros españoles. Por otra parte, la regresión de la plantilla a partir de 1972 se debe a la desconfianza y el absentismo que suscitó la coyuntura descolonizadora. El hecho objetivo es que por medio del BOE del 30 de enero de 1976 conocemos el número final de profesores de EGB destinados en el territorio que cesa: tres directores escolares y ciento cuatro profesores, de los que el 40 % eran mujeres. Dentro del esquema estadístico se entienden hechos concretos como que en Auserd, en el año 1966, se construyese la nueva escuela cerca del fuerte, abandonando el espacio que antes ocupaba dentro de este, al tiempo que se creaba una nueva unidad, con lo que la labor educativa sería desempeñada por dos maestros, o que en La Güera se disparara la matrícula en 1969 debido a la influencia que tuvieron en la bahía del Galgo las obras del ferrocarril minero de Zouérat. La labor de los maestros en los puestos era más compleja que la que se llevaba a cabo en los grupos escolares, pues, junto a las tareas educativas, sanitarias y alimenticias con el alumnado de primaria, a veces se ocupaban de las del juez de paz, del apoyo al servicio médico y de la enseñanza de adultos. Para esto podían colaborar con la Emisora Cultural del Sáhara o promover dicha enseñanza, como hizo Carmelo


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Un grupo de alumnos delante de la escuela de Argub. 1969. (Emilio Ruiz)

Moya Maestu, en el curso 1961-1962 y en La Güera, con un grupo de prisioneros marroquíes. En el ámbito de primaria, en el territorio existían varias modalidades de centros. En la capital, El Aaiún, y en Villa Cisneros había grupos escolares graduados y escuelas hogar de la Sección Femenina. En la capital había además una escuela del patronato propiciado por la empresa Fos Bucraa, al tiempo que la Administración había creado una escuela para discapacitados en un local cedido por los padres oblatos. En Esmara y La Güera, dada su población, existían sendos grupos escolares mixtos, mientras que en los puestos había una decena de escuelas rurales mixtas: Mahbes, Hausa, Hagunía, Daora, Playa del Aaiún, Tifariti y Amgala en el norte, y Bojador, Bir Nazarán, Auserd, Argub, Tichla, Guelta Zemmur y Bir Ganduz en el sur. El caso de El Aaiún era singular, puesto que en ningún sitio como en este se dio el proceso de sedentarización y de inclusión de la población escolar nativa en colegios graduados. En 1974 la capital contaba con setenta y ocho unidades, repartidas entre el colegio Sáhara, próximo al zoco nuevo y a la iglesia, con una elevada presencia de alumnado saharaui y canario; el colegio La Paz, situado en el barrio de Colominas, no lejos del parador y del Programa de Promoción Profesional Obrera,


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La escuela y el fuerte de Auserd. 1968. (Emilio Ruiz)

Camellos de Tropas Nómadas. Al fondo, la escuela de Auserd. 1968. (Emilio Ruiz)

con predominio de alumnado europeo; el colegio del Patronato de Promoción Obrera de Fos Bucraa, creado en 1973, y un aulario de párvulos destinado a la población nativa cerca de Saguia el Hamra. En la capital el proceso sedentario creó una dinámica de ampliación de las instalaciones con un esquema que siempre llevaba a los niños del fric de las jaimas a una clase prefabricada y, finalmente, de esta al colegio graduado cercano al poblado nativo. Las vacaciones escolares de verano se extendían a lo largo de los meses de julio, agosto y septiembre, mientras que las de Navidad y Semana Santa ocupaban el mismo tiempo que en la Península. Los horarios eran de mañana y tarde y, con pequeñas variantes, se repartían del siguiente modo: de 9:00 a 10:00 el maestro nativo impartía la lengua árabe y el dialecto hassanía; hasta las 13:00 daba clase el maestro español; después se comía y por la tarde se reiniciaban las clases en castellano; finalmente, de 17:00 a 18:00, el maestro árabe enseñaba el Corán, y la jornada se cerraba con la merienda.


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Esta estructura podía ser modificada en función del contexto. Así, en La Güera, en el curso 1961-1962, dado el incremento de matrícula, la mitad del alumnado era atendido en jornada de mañana y la otra mitad en horario de tarde, mientras que ambos grupos convergían en el comedor al mediodía. Respecto a las dificultades genéricas que entrañaba el desarrollo de la enseñanza en el Sáhara, las fuentes orales coinciden con el informe del inspector Juan Casas Motilla, recogido en el archivo de Luis Rodríguez de Viguri —estudiado por Claudia Barona—; es decir, los principales problemas eran el desinterés de las familias del interior, las ausencias provocadas por la vida nómada, la idiosincrasia, la lengua y la religión, así como los problemas sanitarios. El edificio Como sucede con la mayor parte de los temas educativos, la arquitectura escolar del Sáhara está pendiente de estudio. El Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, puede ser el punto de partida para desarrollar esta labor. Dentro de este tipo de arquitectura no solo habría que contemplar las escuelas, los institutos y los centros de formación profesional a distancia y de adultos, sino también los colegios menores, las escuelas hogar y los hogares de juventud. Dadas las limitaciones del estudio, y teniendo en cuenta que sobre el instituto General Alonso, proyectado por Ramón Estalella, se ofrece un esbozo en el apartado que se ocupa de dicho centro, aquí nos limitaremos a hacer un apunte sobre la arquitectura concerniente a la educación primaria, y de modo especial a la de las escuelas del interior. La arquitectura escolar presenta la misma tipología e igual cronología que la general. En los años cincuenta dominan las construcciones de posguerra, pobres en cuanto a materiales, con estructuras dependientes de los muros de carga, proyectadas por ingenieros militares e inspiradas en el regionalismo y en el modelo del Instituto Nacional de Colonización. Es la arquitectura de las cúpulas de media esfera, las plantas bajas y las paredes encaladas, con abundante presencia de estructuras catenarias, de origen militar y de coste reducido, que igual servirán para pabellones militares que para viviendas o escuelas.


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Un maestro de Auserd con un grupo de alumnos. 1966. (Emilio Ruiz)

Un maestro y un grupo de alumnos de Auserd posan con una pelota. 1966. (Emilio Ruiz)


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En cambio, a partir de 1965, momento en el que la provincialización y la sedentarización comienzan a tomar cuerpo, la construcción escolar se multiplica y se moderniza, lo que produce el abandono de los austeros catenarios y los inadecuados espacios de los fuertes. Responsables de esta modernización serán los arquitectos delegados jefes del Servicio de Arquitectura de la provincia, cargos que desde 1961 hasta 1966 serán ocupados sucesivamente por el citado Ramón Estalella, el ingeniero militar Agustín Loscertales Mercadal y el arquitecto Ramón Melgarejo Rueda. Las escuelas rurales mixtas que se van a construir en los puestos, dentro de la diversidad, mantienen un denominador común consistente en que son edificios de planta baja, quebrados para crear zonas de sombra, divididos entre las funciones de escuela, vivienda del maestro y dispensario sanitario, que están construidos con vigas de hormigón sobre una plancha de este material y que cuentan con sencillos elementos que rompen la monotonía y embellecen el conjunto como las viseras o los muros decorativos; es decir, son edificios discretos pero bellos, con una buena integración en el medio y que, por lo tanto, están inspirados en el organicismo, el racionalismo y el funcionalismo. De este modelo participarán las escuelas de Cabo Bojador y, sobre todo, las de Argub, Auserd, Bir Nazarán y Hagunía, que parecen tener su origen en un mismo proyecto. Los alumnos Las escuelas han tejido en todos los lugares del mundo relaciones inolvidables. Lo demuestra cómo los maestros entrevistados aún recuerdan los nombres de muchos de sus alumnos, y cómo también sucede al revés. Si en las entrevistan brotan nombres o apodos cariñosos como los de Mohamed Embarek, Hamudi, Suidat, Tagualo, Jaimito, Lefa, Ahmed…, no son pocos los maestros que se han encontrado treinta años después con llamadas o visitas de antiguos alumnos o que los recuerden con frecuencia en las entrevistas. Dicho esto, no parece científico dibujar el perfil intelectual del alumnado de un territorio; sin embargo, aunque las inteligencias son individuales, sí que hay sustratos lingüísticos, culturales o laborales


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que estimulan, de modo colectivo y homogéneo, al alumnado. Así, y habría que profundizar en ello, los enseñantes con quienes he hablado coinciden en describir al alumnado saharaui con estos rasgos: «Eran espabilados, listos, especialmente dotados para las matemáticas, con el sentido del ritmo metido en el cuerpo y eficaces en el aprendizaje del español». A estas cualidades se suele añadir su carácter —que a veces, cuando se irritaban, mostraban pronunciando ininteligibles palabras en hassanía—, además de su politización prematura, que en El Aaiún y Villa Cisneros también se dio en la segunda etapa de la EGB. La escolarización, como en la Península, se extendía de los seis a los catorce años, y respecto al número de alumnos observamos que desde 1954 es ascendente y paritario entre nativos y europeos, si bien el censo de personas europeas no superó la cuarta parte del de las nativas, lo que indica que, mientras que la escolarización de los hijos de los europeos era total, en el caso de los saharauis, a pesar del aumento, siempre fue parcial. En general, por razones sociológicas, la escolarización de las chicas era menor que la de los alumnos varones nativos, hecho que se acentuaba en los puestos del interior, donde la aculturación era menos intensa. En estos puestos, en el curso en que iba a culminar la presencia española, salvo en Auserd y Argub, escasamente se alcanzaba una media de sesenta alumnos por escuela, con unas cifras que hablan por sí solas: 1186 alumnos nativos (guayetes), 91 alumnas de la misma procedencia (tafailas) y 18 niños y 6 niñas europeos. Las matrículas no solo eran el resultado de cuestiones sociológicas, sino, como ocurre en todas partes, también del celo con que el maestro afrontaba su tarea. Así, por ejemplo, si cuando en el año 1961 llegó Carmelo Moya a la escuela de La Güera había quince alumnos, en el mismo curso su profesionalidad hizo que se alcanzase el centenar, lo que ocasionó que tuviesen que organizarse dos turnos, uno de mañana y otro de tarde, y que al año siguiente se creara otro puesto de maestro. En cuanto al absentismo, se anotaba todos los meses en libros de registro y los datos estadísticos se enviaban puntualmente al Servicio de Enseñanza. Por otra parte, los maestros del interior manifiestan que el interés de las familias era muy bajo, que no encontraban sentido a la institución escolar y que si la tenían en cuenta era por el auxilio social


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El colegio anexo a la iglesia de San Francisco de El Aaiún. Segunda mitad de la década de 1960. (María Teresa Tejero)

Un grupo de niños con el personal de la escuela de Cabo Bojador: Malainin, pinche de cocina y ordenanza; Joaquín Ferraz, maestro español; Abdalaje, maestro de Lengua Árabe y Religión Islámica; Mohamed Moulud, cocinero y tutor de Mohamed Embarek, que está a su izquierda. 1969. (Joaquín Ferraz)


Sobre el Sáhara español se ha escrito bastante. La bibliografía histórica, antropológica, de viajes y literaria es notoria, pero no se ha ocupado de la enseñanza que se impartió en aquel territorio. Este hecho resulta extraño, porque la escuela, el instituto y el resto de las opciones educativas configuran una ventana abierta ideal para entender el problemático devenir de la antigua provincia. A través de la historia de la educación en el Sáhara estudiamos los fenómenos de aculturación, integración y promoción de la población, nos acercamos a la cosmovisión de una sociedad tribal y nómada que se transfiguraba con rapidez y analizamos las cuestiones de género y de dependencia humana, así como los elementos propios del sistema educativo español que fueron utilizados por el Polisario para su proyección. El autor, como antropólogo y educador, entró en contacto con el tema hace treinta años y ha tenido el privilegio de contar con fuentes esenciales —orales, bibliográficas, documentales y fotográficas— recogidas en toda España, en la antigua provincia del Sáhara y en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia). Tiza y arena aporta una visión global que camina entre la etnología y la pedagogía y pretende animar a los estudiosos a que agudicen su mirada hacia un territorio que sigue formando parte de nuestro imaginario colectivo.


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