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Plaza de España, el espacio público como metáfora

Javier Díez_los díez. Fotografías: José Luis Díez

Madrid ha estrenado su nueva Plaza de España. Una reforma más verde, sostenible y accesible que cambia la fisonomía de la centro de la capital, según afirman desde el Ayuntamiento. «El nuevo centro del centro de Madrid». La nueva plaza conecta espacios hasta ahora segregados entre sí como el Templo de Debot, los jardines de Sabatini, la Casa de Campo o Madrid Río. Una transformación que ha trasladado el tráfico al nivel inferior y ha ganado espacio en superficie para el peatón. En el presente artículo. publicado originariamente en la revista El ASOMBRARIO & Co, el autor se plantea varias preguntas e intenta comprender cuál es el carácter que, a día de hoy, le es propio a este lugar emblemático de la ciudad de Madrid

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Este mismo artículo forma parte del libro “OBJETIVO SUBJETIVO [Cuaderno de bitácora de tiempos extraños]” publicado por la editorial Experimenta.

He pasado varias mañanas y alguna tarde en la remodelada Plaza de España intentando descubrir su genius loci, el espíritu del lugar que habita en ella; porque para entender un lugar no es suficiente verlo y visitarlo fugazmente a golpe de urgencia periodística, hay que vivirlo, pasearlo, mirarlo, pensarlo, no con la meticulosidad que lo hubiese hecho Perec en un hipotético Tentativa de agotamiento de un lugar madrileño, pero casi.

Y he de reconocer que me resulta complicado identificar claramente el carácter definitorio de esta plaza después de su reordenamiento.

En primer lugar se me plantea toda una batería de preguntas: ¿era necesaria una actuación de tal envergadura?, ¿no hubiese sido suficiente mantener todo aquello que estaba bien y mejorar solo lo mejorable?, ¿no sería posible que las intervenciones en el espacio público se guiasen por el principio «cuasibartlebyriano» que el estudio de arquitectura Lacaton & Vassal pone en práctica en sus obras?

Planteadas estas preguntas —para las que no tengo respuesta, aunque las intuyo como mera especulación— retomo el asunto de intentar comprender cuál es el carácter que, a día de hoy, le es propio a este lugar emblemático de la ciudad de Madrid; y llego a la conclusión de que se ha convertido en un espacio complicado, e incluso complejo, pero sobre todo contradictorio, un lugar tensionado por dos condiciones que se enfrentan en desigual contienda.

Por un lado hallamos el carácter de permanencia y encuentro que el mismo Ayuntamiento subraya en la promoción de esta remodelación al anunciarla como «el nuevo centro del centro».

Este propósito de arraigo se ve promovido por la abundante presencia del árbol, ese elemento natural que como ningún otro en el espacio público representa el carácter de lo permanente, de lo enraizado en el espacio, y que atraviesa —si se lo permiten los intereses o necesidades urbanísticas— el tiempo; es ese arbolado el que con su presencia, con el cobijo de su sombra y el espectáculo de su mutación estacional propiciará que este lugar, nominalmente designado en el callejero como plaza, llegue a convertirse, de facto, en un parque.

Frente al espíritu estático, calmo, que siempre han representado los dos elementos propios de esta plaza, el arbolado y el monumento dedicado a Cervantes, la condición que prevalece a día de hoy es la del movimiento, y así nos la presenta el Ayuntamiento: «Una nueva red de itinerarios peatonales», «70.000 m 2 que integran todos los modos de movilidad», «Una plaza que se abre en círculo para acoger el flujo de la ciudad»; curiosamente, ni una sola mención al número de bancos o la longitud de la zona de asientos.

Comencemos analizando uno de los elementos más llamativos de la intervención, esa gran plaza circular que muy bien podría representar metafóricamente a la España vaciada y que se nos intenta vender como un espacio de confluencia, cuando la lógica y el pragmatismo nos dicen que seguramente sea simplemente el resultado de un requerimiento municipal que permita instalar en él todo tipo de mercados, mercadillos y mercadeos, a los cuales no me opongo —incluso aplaudo por promocionar, en muchos de los casos, el encuentro directo entre quien vende y quien compra—, pero, por favor, que se nos diga a la cara y no se intente maquillar con eslóganes, precisamente, vacíos. Lo que seguramente sí sucederá es que con el tiempo esta plaza dentro de la plaza se convierta en una especie de pequeño «manifestódromo», en un anfiteatro en cuyo escenario se den cabida las más diversas iniciativas y reivindicaciones, ya sean particulares o partidistas, locales o globales, legítimas e incluso ilegítimas.

En otra línea de análisis, esta de carácter compositivo, este espacio circular manifiesta una relación tensa y conflictiva con el verdadero y tradicional centro de la plaza, esto es, el conjunto monumental dedicado a Cervantes, al que da la espalda, y que queda ahora en una posición tangencial y secundaria con respecto a un espacio que no deja de ser accesorio y meramente utilitario.

Esta preferencia y casi obsesión por el tema de la movilidad en las grandes ciudades —que ya traté en un artículo anterior en este mismo medio (Sobre el (d)espacio público, la quietud y los sedentes [3 de julio de 2020])— es la que hace de esta remodelación un acto fallido, al hacer prevalecer el movimiento sobre la quietud, y la que propicia que los escasos bancos estén ligados —salvo en escasas excepciones— a las zonas de tránsito, quedando reforzada dicha sumisión por una definición formal de los mismos en los que prima su componente longitudinal, como si se hubiese querido que el acto de sentarse estuviese conectado intrínsecamente con el de desplazarse; incluso el efectivo recurso de convertir el perímetro de las zonas ajardinadas en un elemento de asiento continuo se ve frustrado parcialmente por carecer, precisamente por su subordinación conceptual a las líneas de tránsito, de elementos de respaldo —tan agradecidos si se busca el reposo prolongado y no solo el descanso fugaz del turista apremiado por las visitas y selfies pendientes— o de reposabrazos —tan útiles para personas con discapacidades, ancianos, embarazadas, etc., a las que les permita realizar el acto de sentarse, pero sobre todo el de levantarse, con mayor facilidad—; pero ya se sabe, que la prosaica funcionalidad no rompa una bonita definición formal. Eso

Foto: Ayto. Madrid.

Foto: Ayto. Madrid.

sí, ya les adelanto que esa fluidez y esa incitación al movimiento que manifiestan esos bordillos en voladizo convertirán la zona en un auténtico paraíso para los skaters.

Tal vez, en esa búsqueda de la desconexión de la que hablo, hubiese sido interesante crear ciertos reductos de quietud, islas de calma, desligados de los itinerarios peatonales, donde haber instalado de forma informal bancos individuales en disposiciones menos rígidas y más dúctiles que propiciasen, o bien la soledad buscada, o el encuentro entre desconocidos.

En definitiva, esta intervención resulta paradigmática como reflejo de ese modelo de ciudad en que prima la movilidad, y que tiene como mejor ejemplo de lo que proclama, y hay que reconocerlo, la solución para la conexión de esta plaza con la zona de Ópera, Palacio Real y Bailén, y por otra parte, con la calle Ferraz y el tempo de Debot, priorizando, al menos, el tránsito peatonal sobre el tráfico rodado.

Pero analicemos a continuación algunos de los elementos singulares y novedosos que podemos encontrarnos a partir de ahora en este inédito, a la vez que tradicional, espacio.

Interesantes, y muy bien resueltos, son los mástiles que acogen los focos para la iluminación de la plaza; están realizados en madera tropical simplemente secada y tratada, pero con el acierto de no haber sido barnizada, lo que a la larga permitirá que se manifieste, de manera natural, su envejecimiento, perdiendo poco a poco su lustre original pero manifestando, también poco a poco, la pátina que le otorga el paso del tiempo.

Y dejamos para el final dos de los elementos más chocantes de toda la intervención.

Por una parte, ese árbol que, tras veinte años de anonimato en el vivero, ha tenido la mala fortuna de ser el escogido para representar simbólicamente el toque ecológico y sostenible del parking subterráneo; ese árbol, que desde la superficie de la plaza parece intentar escapar de su encierro, que se percibe ahogado, emitiendo un silencioso grito de auxilio, y que, esperemos, no muera en acto de servicio.

Y por último nos encontramos con lo que eufemísticamente podríamos denominar un auténtico grano en el centro; se trata del pabellón que ha de acoger la cafetería y restaurante, una mole que no me extrañaría fuese bautizado popularmente, en su versión más jovial y entrañable, como «la ballena», o como «el búnker» en la más ácida y corrosiva.

Este edificio —seguramente por algún tipo de problema presupuestario ligado a la urgencia de la inauguración del conjunto— dista mucho de presentar, a día de hoy, la imagen que prometían las infografías, revestido de una cubierta vegetal, y por ello, de manera precipitada —por no decir directamente chapucera y absurda—, ha sido pintado con una textura verde, tal vez con la intención de que, en nuestro raudo deambular, no nos diéramos cuenta del engaño y lo llegásemos a percibir como zona verde. Esperemos que esta mole, con su presencia totémica y cerrada, no se convierta en el elemento que atraiga a esta plaza, por su valor simbólico, a la extrema derecha y la derecha extrema, haciéndola suya, en lo que podríamos ver una auténtica apropiación indebida; en este sentido, les recomendamos que no abandonen a tal fin el marco incomparable que les brindan las masas monolíticas, inmutables e imperecederas de los bloques pétreos de Vaquero Turcios en Colón.

En definitiva, esta remodelación se nos manifiesta como metáfora de una sociedad contemporánea sometida al movimiento continuo, a una actividad frenética e incesante, que convierte al ciudadano en un perpetuum mobile y que hacen de la idea de las slow cities, una auténtica quimera, una verdadera utopía. n

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