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En el punto de mira

POR: ÁLVARO MANZANO © BETTINI PHOTO

A falta de normalidad, carreras, clásicas de primavera, parece necesario rellenar titulares no exentos de polémica, y cómo no, la UCI es una verdadera experta en estas cuestiones, algunas acertadas como limitar la altura de los calcetines para evitar vergüenza ajena, y otras no tanto que siempre nos darán algo de qué hablar cuando no pasa nada.

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Si bien ya en el pasado han sido limitados el diseño y pesos de las bicicletas, con el retraso, incertidumbre y pérdidas económicas para el sector que esto conlleva, esta vez el revuelo en las redes se ha producido por el párrafo en el que la UCI anuncia: “…and taking up dangerous positions on the bike (especially sitting on the top tube)”.

Medida de aplicación a partir del 1 de abril y que acaba de facto con la popular postura de “bicho bola” que vimos utilizar a Peter Sagan tras su ataque ganador en el Mundial de Richmond en 2015, pero que popularizó definitivamente Chris Froome en el descenso del Peyresourde en la 8ª etapa del Tour de Francia y que le sirvió para alzarse con la victoria en la meta situada en Luchon.

Nuevamente resulta curioso que la UCI se dedique a establecer una regulación sobre una posición de la que, hasta la fecha, no se conoce que haya sido la causa de ninguna caída ni incidente, habiendo tantos otros aspectos que quizás requieran una atención más inmediata.

El problema, según mi opinión, viene por la ambigüedad del comunicado, al prohibir “posturas peligrosas”, se me ocurre encuadrar como “peligroso” la velocidad en descensos y sprints, levantar los brazos al llegar a meta, comer o incluso mear sobre la bici, ponerse o quitarse ropa en marcha, sortear coches de equipo, o incluso circular en el propio pelotón ya es un peligro en sí.

Esta ambigüedad pone en el punto de mira y responsabiliza precisamente a las víctimas de caídas graves por motivos muy distintos, como rotondas en los km finales, pasos de curva imposibles en pleno sprint, el trazado por carreteras peligrosas y decididamente mal diseñadas, con desastrosas consecuencias, como le ocurrió a Remco Everpoel en Giro de Lombardía, al chocar con un saliente a la salida de una curva en un puente en bajada (un tamal para el ingeniero de tal proeza), mal diseñado incluso para la circulación normal, pero más aún en una carrera en la que no faltan recursos para revisar el recorrido; hasta la fecha no he visto ningún comunicado por poner en riesgo la vida, sí, ha leído bien, la vida de los ciclistas.

Tampoco es responsabilidad del ciclista las dichosas vallas que le costaron la rodilla a Valverde en una crono donde no fue el único que se fue al suelo en el mismo punto, curva peligrosa, aceite, y vallas de obra, el resultado de la ecuación es tan previsible como evitable, y estamos hablando del Tour de Francia, que no es una carrera menor precisamente, que este año tan extraño y pandémico, no ha tenido mejor idea que mantener las 2 etapas iniciales en Niza, siendo un punto rojo por contagios de COVID, exponiendo tanto a ciclistas como a habitantes al dichoso virus; pero no contentos con eso, resulta que la carretera se convirtió en una verdadera pista de hielo por el aceite y lluvia, a la que los ciclistas tuvieron que responder dejando de competir. Otra vez, como responsable no aparece nadie asumiendo el error, repito, en la carrera con más recursos de este planeta.

A la cabeza me vienen las terribles imágenes del Tour de Polonia, del ciclista Fabio Jakobsen, que resultó gravemente lesionado tras una caída, con este resultado puntualizado por su director deportivo: “le quitaron 130 puntos de la cara, sólo le queda un diente, tiene las cuerdas vocales paralizadas y su paladar necesita ser reparado. Eso fue todo menos una noticia positiva, es terrible”. Unas consecuencias desastrosas de una conducta reprobable en un sprint, pero no me parece justo cargar todas las responsabilidades al compañero de profesión que le cerró, del que se han dicho barbaridades, e incluso amenazas de muerte más propias de otros deportes demasiado permeadas por el periodismo generalista. Otra vez, se carga la responsabilidad al ciclista, pero nadie responde por la colocación de las vallas (sí, otra vez las vallas) diseñadas para la construcción y no para prevenir lesiones a un tipo lanzado a 80 km/h.

Podríamos seguir enumerando ejemplos, como el excesivo número de vehículos, motos, coches ajenos a la competición, de patrocinadores, medios de comunicación, etc., que esta vez sí han provocado graves caídas, incluso fallecidos, como el caso de Antoine Demoitié en 2016.

En resumen, en mi opinión, puedo entender esta medida para evitar la imitación que se produce entre los cicloturistas, travestidos en estrellas del ciclismo, habitualmente con menos destreza técnica y dominio de la bicicleta, que imitan lo que ven en tráfico abierto (y si pueden lo graban y comparten), pero me parece lamentable apuntar precisamente al que se arriesga y sostiene todo este circo, mientras se evaden responsabilidades mucho más graves, como ya se hizo en el pasado con el dopaje, golpeando al eslabón más débil y necesario de una cadena con muchos beneficios y márgenes no destinados precisamente a la seguridad.

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