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El mercado de Sorocotá

Monolitos prehispánicos en el Molino de

La Alejandría (Gachantivá). Durante mucho tiempo fueron utilizados como puente de su acequia, en el antiguo camino que conducía de Gachantivá viejo a Villa de Leyva.

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Diego Martínez Celis, 2011 símbolos fálicos para propiciar la fertilidad, un observatorio astronómico para marcar diferentes momentos del año y/o un espacio ritual o para realizar festejos que otorgaban prestigio a los líderes indígenas. Aunque en el sitio y sus alrededores se han hallado más de un centenar de monolitos, hasta la fecha no se había reportado su presencia en Gachantivá, pero en el desarrollo de esta investigación se pudo constatar que en predios del Molino de La Alejandría existen al menos dos columnas de piedra con dimensiones y características de talla similares a las de “El Infiernito”. Si bien, no se ha podido determinar si este par es de la zona o fue traído de otro lugar en épocas mas recientes, consideramos que por el tipo de material es muy probable su elaboración local. Este hallazgo amplía el radio de dispersión de estas obras indígenas y abre la posibilidad de considerar que en Gachantivá pudo existir un sitio similar, toda vez que también se han advertido este tipo de tallas en otras veredas e incluso en su mismo parque principal, como la famosa “Piedra del castigo” que se encontraba originalmente en Gachantivá Viejo.

Recreación del mercado de Sorocotá. Indígenas muiscas y de otras regiones se reunían cada ocho días en un lugar cercano a Gachantivá (quizás al norte del actual casco urbano de Santa Sofía) para intercambiar sus productos. Los muiscas contaban con una amplia red de circulación e intercambio de productos que se extendía más allá de los límites de su territorio. Para ello establecieron algunos mercados como el de Sorocotá, muy cerca de Gachantivá (sobre la margen izquierda del río Moniquirá y al norte del actual casco urbano de Santa Sofía), a donde cada ocho días confluían indígenas de lugares tan distantes como Bogotá, Tunja y Sogamoso, pertenecientes a otros grupos como los guanes y los agataes (de la región de Santader) o incluso del valle del Magdalena. En este se intercambiaba maíz, tubérculos, sal o textiles de las tierras altas, por oro, algodón, plumas, coca o frutas de las tierras bajas. Fray Pedro Simón narra que ya durante la Colonia el mercado se ordenó trasladar, pero los indígenas se opusieron pues se realizaba en torno a una gran piedra que no querían abandonar “por las supersticiones que en ella tenían para sus contratos”, y que por considerar como “obra del diablo” los españoles de Vélez decidieron destruir. Como dato curioso se cuenta que dicho “canto errático de varios quintales, resultó ser rico mineral de plata que dio varias libras de metal” pero que, a pesar de las búsquedas posteriores en la zona, nunca se halló el filón o yacimiento del que provendría el mineral.

Finalmente este importante mercado se fue trasladando hacia la recién fundada Villa de Leyva (1573), hasta convertirse en el que hoy conocemos y que se lleva a cabo en dicha población cada sábado desde 1778. La confluencia en el pasado de grupos indígenas y productos tan diversos en este punto de la geografía confirma la importancia estratégica que históricamente ha tenido el territorio que hoy ocupa Gachantivá, como conector natural entre el Altiplano Cundiboyacense, la Montaña Santandereana o los más lejanos valles cálidos, posibles de comunicar gracias a una compleja y vasta red de caminos.

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