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¿POR QUÉ LOS ARTISTAS ESTÁN VENDIENDO SUS CATÁLOGOS MUSICALES?

Diplo es la última superestrella mundial en vender su catálogo de publicaciones musicales. El DJ, productor y compositor ha llegado a un acuerdo con Iconoclast, con sede en Los Ángeles, que ha adquirido los derechos de publicación del catálogo de Mad Decent. Mad Decent, el sello discográfico de Diplo, es el hogar de varios de los mayores éxitos dance de la última década, como Harlem Shake de Baauer y Lean On de Major Lazer, entre muchos otros. Según Music Business Worldwide, Iconoclast realizó varias adquisiciones de catálogos de derechos musicales el año pasado por un total de 300 millones de dólares.

A lo largo del año 2021, 2022 y lo que llevamos de 2023 no hemos parado de ver noticias donde artistas ya consolidados están vendiendo sus catálogos musicales a sellos discográficos, fondos de inversión o todo aquel que esté dispuesto a pagar mucho dinero por su música. ¿Y qué es lo que ocurre exactamente cuando venden su catálogo? En el momento en que venden su música están vendiendo tanto sus futuros ingresos que se generarán con sus canciones, como el derecho a decidir qué uso se le da a esta música.

Antes de nada, para todos aquellos que desconocéis cómo funciona el revenue model en el negocio de la música, os introducimos las bases de los royalties —personalmente, hace menos de un año desconocía por completo de donde salían los ingresos de una canción—. Normalmente existen dos propietarios de los derechos de un tema: el compositor (o autor o intérprete) y el propietario de la grabación, como por ejemplo un sello discográfico, que es el que comercializa y distribuye la canción. El compositor tiene la propiedad intelectual de la música y recibe royalties cada vez que la canción es reproducida en un sitio público, ya sea en un establecimiento (en un bar de copas, por ejemplo) o en una plataforma digital (en un anuncio de Instagram mismamente).

Por otro lado, el propietario que ha grabado, costeado o financiado oficialmente la canción también recibe su parte por cada reproducción. Es decir, cada vez que la canción suena y se reproduce, se gana dinero. De esta manera, cuando un artista vende todo su catálogo, como está ocurriendo actualmente, en realidad está vendiendo un porcentaje de los derechos de esas canciones, además del derecho a decidir dónde, cuándo y cómo se reproducirán esas canciones a partir de ahora. Cuando hablamos de la venta de catálogos también es importante matizar la distinción entre la venta del catálogo discográfico y el editorial, ya que los derechos no son los mismos, pues los editoriales son sobre la cesión de la autoría mientras que los otros son sobre la propiedad.

La compra-venta de catálogos parece ser que se ha convertido en tendencia entre los artistas de mayor renombre, pues muchas súper estrellas se han subido a este tren y buscan compradores potenciales para que se vuelvan los dueños de su música. En 2020 Bob Dylan vendió su catálogo entre 300 y 400 millones de dólares al gigante discográfico Universal Music Group, el grupo Imagine Dragons a Concord Music Publishing por más de 100 millones de dólares y la cantante y compositora de Fleetwood Mac, Stevie Nicks, en noviembre del 2020 vendió el 80% de esos derechos a Primary Wave por 100 millones de dólares.

Uno de los fondos de inversión que más ha apostado por esta forma de negocio es Hipgnosis Songs Fund, que compra los catálogos de las canciones más exitosas —esas que han cantado nuestros padres, las cantamos nosotros ahora y probablemente la canten nuestros hijos también— gastó alrededor de 670 millones de dólares solo en el periodo de marzo del 2020 hasta septiembre de 2020 en la adquisición de los derechos de más de 44.000 canciones de Blondie, Rick James, Barry Manilow y Chrissie Hynde, entre otros. Aunque la mayor compra de catálogo por parte de Hipgnosis han sido el de Neil Young, que vendió la mitad de los derechos de su catálogo de canciones por unos 150 millones de dólares y Shakira, que vendió los derechos de sus 145 canciones.

¿Por qué los artistas quieren vender su música?

Si bien es cierto que la venta de catálogos musicales no es un fenómeno nuevo ni raro, la velocidad a la que se están produciendo estas transacciones está aumentando rápidamente y uno de los motivos es, cómo no, la COVID-19. La ausencia de bolos y eventos en directo fue uno de los motivos principales. Hace unos años los mayores ingresos se generaban a través de las ventas físicas (cassette, CDs, vinilos…), pero actualmente donde hay un mayor porcentaje de ingresos es en el touring, suponiendo más de un 80% del income en total. También es cierto que el touring desgasta mucho físicamente, y artistas que ya tienen una familia u otros que se encuentran en una edad avanzada, prefieren tener una jubilación dorada y fácil que no volver a la carretera otra vez por uno o dos tours más.

Otro de los motivos que incentivan la venta de la música por parte de los autores es que los streamings online no generan suficiente dinero, pues se necesitan cientos de miles de reproducciones mensuales para empezar a generar una cantidad de ingresos decente, y además se tarda mucho tiempo en cobrarlo. Aun así, todos aquellos artistas que sí pueden vivir de los streams en plataformas de transmisión también tardan muchos años en cobrarlo, por lo tanto, ¿tú crees que Bob Dylan con 79 años va a rechazar una oferta equivalente a lo que espera obtener en 15 años?

¿Y por qué quieren comprar música los fondos de inversión?

El aumento de los streamings en directo ha hecho que los catálogos de música aumenten su valor. En 2019 los ingresos por música por streaming superó los 10 billones de dólares (un aumento del 21% con respecto al año anterior). Y la fiebre del streaming ha venido de la mano de esta pandemia para quedarse mucho tiempo más. Para que os hagáis una idea, un catálogo que gana 50.000$ al año se podría vender ahora entre 5 y 40 millones, ya que se está cotizando entre 10 y 18 veces su valor anual.

Para poner un ejemplo de cómo funciona, el caso más reciente y que muchos de nosotros hemos escuchado estos últimos meses: ‘Dreams’ de Fleetwood Mac. Esta canción se lanzó en 1977 y 44 años más tarde se ha viralizado gracias a un TikTok, y en consecuencia el grupo vuelve a entrar en las listas de Billboard y el valor de su catálogo ha crecido exponencialmente.

Cuando un sello, fondo u otras entidades compran el catálogo musical del artista se quedan con el porcentaje de royalties perteneciente al artista en todas las plataformas donde se distribuye su música, el derecho de uso de la canción, ofertas de sync (venderlas para uso comercial) y el merchandising asociado con la marca del artista.

Actualmente hay muchos factores que aportan valor a la música, cada vez la gente consume más contenido audiovisual lo que supone un crecimiento de la sync ( licencias musicales) o la democratización del acceso a la música y a las plataformas digitales gracias a las nuevas tecnologías, consiguiendo que países como Nigeria puedan tener Spotify… Parece que se reconoce el valor de la música otra vez y, al fin y al cabo, la música es un negocio como cualquier otro, y al igual que en todas las industrias hay una búsqueda constante de oportunidades, rentabilidades y mercados emergentes, y algunos actores de la industria parece que han sabido ver el valor de la música como Merck Mercuriadis, CEO de Hipgnosis Songs Fund. “La música vale tanto como el oro o el petróleo. O incluso más. La música no está vinculada a lo que está ocurriendo en el mercado. Siempre se consume. El oro es algo que solo unos pocos pueden permitirse comprar, mientras que una suscripción mensual de 10 euros a una plataforma es algo que está al alcance de casi todos y que se ha vuelto en la práctica algo indispensable, como la factura del gas o de la luz”

Watergate

El club berlinés Watergate ha desempeñado un papel crucial en la historia del clubbing de la ciudad, y ha sido decisivo en la trayectoria de DJs como Anja Schneider, Dixon o Solomun. Ria Hylton se reúne con algunos de los fundadores y residentes del club para conocer los secretos de su éxito.

Escondido en el lado sur de Oberbaumbrücke, a los pies de un puente que solía atravesar una ciudad que estuvo dividida, se encuentra Watergate. Aunque es un local pequeño, que puede pasar desapercibido si no se presta atención, el club cumplió 20 años a finales del año pasado y sigue ocupando un espacio único en el underground berlinés.

Sus propietarios han renunciado a la estética techno DIY por la que son conocidos la mayoría de los locales berlineses, optando en su lugar por un interior exuberante con las características luces LED y superficies lisas y negras como el carbón, y su capacidad para 800 personas lo convierte en la mitad de grande que la mayoría de sus competidores de la misma generación. También ha contribuido a impulsar las carreras de muchos artistas, como Dixon, Anja Schneider o Solomun.

Además, tiene vistas a la orilla del río. A la izquierda, el Oberbaum, una ornamentada estructura de ladrillo rojo que lleva desde el siglo XVIII conectando los barrios de Friedrichshain y Kreuzberg a ambos lados del río Spree, mientras que más al este se encuentra el Hombre Molécula, una escultura de 30 metros construida diez años después de la caída del Muro de Berlín. Estos monumentos pueden contemplarse desde la terraza flotante del local cualquier fin de semana de verano, o a través de su cristalera en otoño o invierno. En cuanto a localizaciones emblemáticas, Watergate ha dado en el clavo.

Sin embargo, sí se habla con los berlineses, las opiniones tienden a ser críticas. "Es para turistas y niños ricos", nos dice un berlinés. "Se deshicieron del metro y es muy hetero", dice otro. "Watergate un sábado, ¿en serio?". Es cierto que no atrae a los incondicionales de Berghain ni tiene el encanto industrial de Tresor, pero Watergate lo compensa con creces por su intimidad y su ambiente relajado.

Su ubicación lo sitúa muy cerca de los restaurantes y bares del "kiez", por lo que es fácil echar un vistazo de camino a otro lugar, y el propio club, repartido en dos plantas, ofrece una calidez difícil de encontrar en la mayoría de los demás locales underground. Como dice Anja Schenider, residente de Watergate y figura del techno berlinés: "Es un lugar donde puedes ir a tomar una copa, pero luego puede que la copa se convierta en la mañana siguiente".

El 26 de octubre de 2002, Steffen Hack, Niklas Eichstädt y Uli Wombacher abrieron Watergate. Kreuzberg, considerado el extrarradio y alejado de la tierra de los clubes -Mitte en aquella época-, seguía marcado por las secuelas de la guerra. En un documental que celebraba los 10 años de Watergate, Heidi describía que la zona estaba en aquel entonces "invadida por los impactos de las balas". ¿Tan mal estaban las cosas? "Absolutamente", confirma Schneider en un cara a cara en el club. "Recuerdo que mi primera oficina en Mitte tenía una pared con impactos de las balas de la [segunda] guerra [mundial]”

Schneider se mudó a la ciudad en 1994, siendo testigo de los primeros días del underground y de la migración hacia el este de la vida nocturna berlinesa. "Por supuesto, estaba el viejo Kreuzberg, con todos los punks y los clubes de rock, pero esto para mí no era interesante: la parte más interesante de la ciudad era lo que se convirtió en lo nuevo, el este".

JAMIIE, una residente más reciente, comparte recuerdos similares de la zona cuando empezó a salir de fiesta en Watergate. "El Muro llevaba 15 años derribado, pero aún tenías la sensación de que todo era posible en Berlín", cuenta a DJ Mag. "Las cosas estaban mal, Kreuzberg no era necesariamente un lugar para vivir, y Neukolln era una zona prohibida".

Hack, Eichstädt y Uli Wombacher organizaban sus noches de drum & bass Hard:Edged en el WMF, el club de Mitte más popular de la capital, y promocionaban el sonido británico a través de su sello homónimo. Un día se dieron cuenta de que necesitaban un local fijo. "Estábamos muy bien comunicados", nos cuenta Uli Wombacher en la pista de baile del club. "Organizábamos noches de Metalheadz, de Hospitality -incluso hacíamos cosas con Bryan Gee y V Recordings-, pero el d&b no es algo que haya nacido aquí, así que había seguidores entregados, auténticos fans del sonido, pero seguía pareciendo una cultura importada, algo que no funciona a largo plazo".

Watergate, como refugio del d&b, con noches ocasionales de hip-hop, reggae y R&B, funcionó bien durante un tiempo, pero el trío no tardó en darse cuenta de que no podían sobrevivir sólo con eso. Fue cuando por fin se centraron en el house y el techno cuando las cosas empezaron a despegar de verdad.

Las primeras fiestas de Watergate incluían sesiones nocturnas con Dixon, en quien confiaban los propietarios para que se encargara del house los sábados. La colaboración duró años, y algunos de sus sets aún se pueden encontrar en Internet. "En aquella época no era un artista tan conocido", recuerda Wombacher, "y si lo comparamos con ahora, ni siquiera se puede encontrar una fecha al año para contratarle".

"Es un lugar donde puedes ir a tomar una copa, pero quizá la copa se convierta en la mañana siguiente". -

Anja Schneider

El club también se convirtió en sede de las fiestas del sello Diynamic de Solomun, que empezaron en la "waterfloor" antes de ocupar todo el local. "Luego se convirtió en algo muy grande y nosotros éramos demasiado pequeños. Y entonces Berghain le llamó y para él era el siguiente paso". Puede que la superestrella de la escena ya no pinche allí tan a menudo, pero debido a su temprana relación, todavía se puede contar con Solomun para celebraciones puntuales, como una de las muchas celebraciones del vigésimo aniversario del club. "Nos ha confirmado que actuará en uno de nuestros eventos del 20º aniversario", comenta Wombacher, y añade: "A pesar de que podría haber tocado en un estadio".

Anja Schneider, que se unió a la familia Watergate en 2003, observó un cambio en el público del club a mediados de la década. Al principio, explica, "no estábamos llenos todos los fines de semana y no había colas porque no teníamos turistas. Y de repente aparecieron los ravers de EasyJet y RyanAir. Volaban un viernes y los veías un lunes por la mañana, volviendo de donde fuera y yendo a coger su vuelo", dice entre risas. "Y esto era, para Berlín y toda la subcultura, realmente importante".

Poco a poco, el club pasó de ser un espacio para artistas underground a un local capaz de atraer a grandes estrellas del house y el techno. Artistas alemanes como Ellen Allien, Ricardo Villalobos y Sven Väth pincharon allí, al igual que estrellas internacionales del techno como Richie Hawtin y Charlotte de Witte. Kerri Chandler, Kyle Hall y The Martinez Brothers, pesos pesados del house, también han hecho acto de presencia a lo largo de los años.

En cuanto a Schneider, era una respetada DJ de radio antes de decidirse a pinchar en directo, pero se curtió detrás de la cabina del Watergate con sus propias fiestas antes de fundar Mobilee Records, uno de los sellos más conocidos de la ciudad. "Fue el momento en que me di cuenta de que quizá podía hacer algo con esto", dice. "Se juntaron muchos factores. Claro que no fue fácil, pero el hecho de que no me rindiera tengo que agradecérselo a Watergate".

"Mi sueño es que esta nueva generación pueda hacer lo que yo he hecho. No tiene por qué ser igual, pero si personas con la misma pasión son capaces de cumplir sus sueños en lugares como éste, sería increíble". - Uli

Wombacher

En 2008, los propietarios fueron más allá y lanzaron el sello Watergate Records. Como casi todo en el ecosistema Watergate, fue una evolución orgánica, una serie de recopilatorios que se transformó en un concepto más claro: una forma de "llevarse a casa" todos los sonidos que se pinchaban en el club. La famosa serie de mixes, con su característico diseño de portada, ilustradas con animales, dio al club otra identidad visual y reunió a residentes y DJ habituales bajo otro techo sonoro. Kerri Chandler, Catz N' Dogz y Solomun participaron en la serie, que tiene una media de dos lanzamientos al año, y la última edición, "Watergate 28", se publicó por cortesía de Biesemans en septiembre del año pasado.

En muchos sentidos, Watergate también ha sido pionero, apostando por artistas y sonidos mucho antes de que se hicieran populares. Schneider explica que ya promocionaba a artistas femeninas mucho antes de que se convirtiera en un tema de conversación en la industria. "Había muchas chicas que organizaban fiestas de sello, entre ellas yo, Ellen Allien, Monika Kruse, y aquello era algo normal", cuenta a DJ Mag. "También me gustó mucho que siempre se tuviera el valor de hacer algo diferente, por ejemplo, cuando empezaron las fiestas RISE: a Berlín nunca se la conoció por este sonido".

En 2015, cuando Hyenah, Floyd Lavine y Dede lanzaron RISE, un colectivo berlinés que promueve la música electrónica africana, eligieron Watergate como sede. El afro house y el afro tech eran difíciles de localizar en la capital alemana, pero casi todos los meses durante los cinco años siguientes RISE celebraba una noche en el club, invitando a artistas como Culoe De Song, Boddhi Satva, Djeff y Da Capo al reino de Watergate.

En 2017, el edificio que alberga Watergate se vendió y el nuevo propietario duplicó el alquiler del local. Era el año del 15 aniversario del club, pero al transformar el barrio, estaba claro que se había convertido en víctima de su propio éxito. ¿Cuánto cuesta ahora el alquiler? "Mucho", responde Wombacher, inexpresivo. "Si esto fuera una gran empresa comercial, capitalista, el alquiler sería justo, pero esto es una institución cultural, que ofrece entretenimiento, apoya a nuevos artistas, invierte en cosas que al final no dan beneficios".

"En Berlín estábamos al margen de esta fiebre mundial por el dinero", prosigue. "Cada metro cuadrado de Londres, París, Nueva York se está monetizando y se puede ver lo que está pasando en la escena nocturna de estas ciudades". Los fundadores evitaron trasladar todo el peso del nuevo coste a los clubbers, pero las cosas han cambiado. "Ahora este alquiler nos limita lo que podemos hacer: ya no podemos jugar. Nos hemos visto obligados a pensar como una empresa".

La crisis volvió a golpear cuando la cultura de los clubes nocturnos se paralizó en respuesta al COVID y los artistas, promotores y locales de la capital mundial del clubbing se vieron obligados a cerrar durante más tiempo que la mayoría de las demás ciudades. Las consecuencias todavía se perciben hoy. "Cuando se produjo el COVID pensé: 'Tenemos tres meses y se acabó'", recuerda Wombacher. El trío siguió a regañadientes el consejo de organizar una recaudación de fondos, ofreciendo entradas para futuros eventos y mercancía para regalar, como forma de cubrir el alquiler. "Para mí fue una pesadilla. Pensé que iba a ser una tormenta de mierda, pero también era una cuestión de orgullo".

No tenían de qué preocuparse: el crowdfunder recaudó más de 100.000 euros y mantuvo a raya al casero durante unos meses. "Ese fue el momento en que me di cuenta de que tenemos un valor cultural real para la gente; nunca en mi vida habría esperado que alguien nos diera 50 o 100 euros". Pero poco después llegaron las ayudas públicas, que mantuvieron encendidas las luces de los clubes de toda la ciudad, y en septiembre de 2021 Watergate volvió a abrir sus puertas.

Después de haber irrumpido en el negocio de los clubes, haber establecido un local de renombre mundial a tiro de piedra de un antiguo puesto de control de la Alemania del Este y haber ayudado a poner en marcha las carreras de muchos incondicionales del underground, Wombacher y compañía apuestan ahora por una nueva vanguardia. Lugares como Watergate se están convirtiendo rápidamente en el coto privado de las grandes empresas, pero por el momento, están dispuestos a aguantar el mayor tiempo posible. "Mi sueño es que esta nueva generación pueda hacer lo que yo he hecho", dice al final de nuestra entrevista. "No tiene por qué ser igual, pero sí gente con la misma pasión es capaz de cumplir sus sueños en lugares como éste, sería increíble".

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