Casa Natal "Reconstruyendo el primer escenario de varios argentinos"

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Fecha de catalogación: CASA NATAL Reconstruyendo el primer escenario de destacados argentinos Una publicación del CONSEJO PROFESIONAL DE INGENIERÍA CIVIL Idea y Textos Arq. Gustavo Di Costa Coordinación de investigación Lic. Andrea A. Novella Edición, Arte y Diseño Gráfico Graciela Gallo y Lautaro Lupi para Willay Estudio. Ilustraciones RICA / Ricardo Nuñez

Esta publicación ha sido elaborada por el Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC), en el marco de su estrategia de divulgación de temáticas de interés para su matrícula y la sociedad. Las publicaciones producidas por el CPIC pueden ser solicitadas vía correo electrónico a correo@cpic.org.ar, en su Sede Central de Adolfo Alsina 424, 1º piso, ciudad de Buenos Aires, o telefónicamente, al 011 4334-0086. La reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, requerirá autorización expresa del editor. Queda hecho el depósito que establece la Ley Nº 11.723.

Di Costa, Gustavo Casa natal : reconstruyendo la vivienda de argentinos destacados / Gustavo Di Costa. - 1a ed adaptada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Consejo Profesional de Ingeniería Civil, 2019. 200 p. ; 24 x 26 cm. ISBN 978-987-95422-5-5

Impreso en Argentina. Printed in Argentina. Julio de 2019.

1. Arquitectura . 2. Diseño de Interiores. I. Título. CDD 728.80286


AGRADECIMIENTOS

Mi sincero agradecimiento... Quisiera, en nombre propio y del CONSEJO PROFESIONAL DE INGENIERÍA CIVIL (CPIC), dejar constancia de un profundo reconocimiento a todos aquellos quienes colaboraron desinteresadamente para que el presente libro, Casa Natal, pudiera llegar a manos de los lectores. En primer lugar, agradezco a la Comisión de Publicaciones de este Consejo, integrada por los ingenieros civiles Luis E. Perri y Victorio Santiago Díaz, por su trabajo ad honorem y el compromiso de siempre.

profesionales quienes aportaron sus talentos. Valoramos especialmente su dedicación en este emprendimiento. El CPIC, institución de jurisdicción nacional, trabaja en forma permanente en la divulgación de diversos temas relacionados con el ejercicio profesional de la ingeniería civil, entre sus matriculados y la sociedad. Esperamos que Casa Natal sea del interés y agrado de todas las familias argentinas.

En segundo lugar, quiero brindar mi retribución a los profesionales del CPIC encargados de la difusión y comunicación, encabezados por el Lic. Leonardo Figlioli. Finalmente, agradezco el trabajo de los redactores, investigadores, diseñadores, dibujantes, fotógrafos y demás

Ing. Civil Enrique Sgrelli Presidente del Consejo Profesional de Ingeniería Civil Julio de 2019

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´I N D I C E

PRÓLOGO La casa que los vio nacer Ing. Civil Victorio Santiago Díaz Gerente del Consejo Profesional de Ingeniería Civil ..............................

Casa Natal de María Elena Walsh . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 Casa Natal de Domingo Faustino Sarmiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22 Casa Natal de Jorge Mario Bergoglio (Santo Padre Francisco) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .32 Casa Natal de Alberto Olmedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .42 Casa Natal de Diego Armando Maradona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 Casa Natal de María Eva Duarte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62 Casa Natal de René Favaloro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72 Casa Natal de Tita Merello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

PRESENTACIÓN

Casa Natal de Manuel Belgrano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .92

Todos los fuegos… Ing. Civil Luis E. Perri Presidente Honorario del Consejo Profesional de Ingeniería Civil ..............................

Casa Natal de Jorge Luis Borges . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112

Casa Natal de Niní Marshal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .102 Casa Natal de Luis Augusto Huergo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122 Casa Natal de Carlos Gardel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132 Casa Natal de Atahualpa Yupanqui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142 Casa Natal de Astor Piazzolla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .152 Casa Natal de José de San Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

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INTRODUCCIÓN

Casa Natal de Enrique Santos Discépolo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172

Juega, imagina, desea Ing. Civil Enrique Sgrelli Presidente del Consejo Profesional de Ingeniería Civil ..............................

Casa Natal de Elisa Beatriz Bachofen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .192

Casa Natal de Pepe Biondi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .182 Breves Briografías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203 Bibliografía y Fuentes Documentales Consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214 Autoridades del Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC) . . . . . . . . . . . . . . . . . 219


PRÓLOGO “Vuelvo vencido a la casita de mis viejos. Cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria. Mis veinte abriles me llevaron lejos…” “La casita de mis viejos”, tango de 1932 Letra de Enrique Cadícamo y música de Juan Carlos Cobián

La casa que los vio nacer La casa natal constituye el origen de nuestra historia personal. Siempre volvemos a ella, de manera física -o bien- a través de los recuerdos. Su escenografía agrupa diversas imágenes estampadas en nuestras retinas, las cuales se reproducen en cada cumpleaños, en cada brindis navideño. Entre sus paredes se suceden los juegos con nuestros hermanos, los mínimos (y mayúsculos) logros cotidianos. Los primeros pasos; el primer “mamá”, dicho de manera indescifrable pero que todos comprenden con especial claridad. Entonces, regresa el rústico piso del patio, transformado una tarde de verano en un océano embravecido dispuesto a devorarnos, cuando jugábamos a los piratas con un cajón de madera como robusto bergantín. Vuelve para perfumarnos el aroma a tuco del domingo al mediodía. Los deberes resueltos junto a papá una tarde lluviosa de domingo… “Casa Natal” reproduce las características y anécdotas de las viviendas donde transcurrieron los primeros años de famosos

personajes argentinos, de diversas disciplinas. En primera persona, esas casas nos cuentan su historia y la del notable protagonista que tuvo la fortuna de acunar, inspirar y disfrutar. La presente es otra apuesta de nuestro Consejo para difundir las formas del habitar argentino, donde la ingeniería civil permanece, de una u otra manera, particularmente presente. Mi deseo es que al recorrer estas páginas y visitar la vivienda de las figuras elegidas, podamos recuperar nuestras propias historias. Habitar, nuevamente, aquella Casa Natal…

Ing. Civil Victorio Santiago Díaz Gerente del Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC) Julio de 2019 CASA NATAL

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PRESENTACIÓN

Todos los fuegos... Creo pertinente iniciar la presentación de este texto con las palabras del escritor Eduardo Galeano, puesto que en definitiva, Casa Natal habla de eso, de nuestro fuego, de nuestros orígenes.

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes, fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.

Como los “fueguitos” de Galeano, esas estructuras contuvieron historias y quizás en muchos casos, moldearon la personalidad de aquellos personajes quienes se destacaron entre sus pares.

Eduardo Galeano

Nuevamente, la metáfora de los fuegos se hace presente.

La excusa se pone a prueba al elegir la vivienda en la cual transcurrieron los primeros años de vida de una serie de personalidades de variadas disciplinas de nuestro país. Cada una de esas viviendas resultó ser única, sorprendente por su austeridad, por sus riquezas, por su organización, por su materialidad…

“... Pues no son la paredes, ni el techo, ni el piso lo que individualiza una casa sino los seres que la viven con sus conversaciones, sus risas, con sus amores y odios, seres que

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impregnan la casa de algo inmaterial pero profundo, de algo tan poco material como es la sonrisa de un rostro… aunque sea mediante objetos físicos como alfombras, libros o colores. Pues los cuadros que vemos sobre las paredes, los colores con que han sido pintadas puertas y ventanas, el diseño de las alfombras, las flores que encontramos en los cuartos, los discos y los libros, aunque objetos materiales (como también pertenecen a la carne, los labios y las cejas), son, sin embrago, manifestaciones del alma, ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales sino por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma pero también una curiosa sutileza.” Sobre Héroes y Tumbas Ernesto Sábato

¿Serían esas viviendas las tiernas responsables de llenar el alma, de movilizar a quienes más tarde emocionarían, conducirían y ejemplificarían a millones de sus compatriotas a lo largo del tiempo y de la historia?

Tamaña responsabilidad para un ordenado conjunto de ladrillos, vidrios, maderas y baldosas… ¿verdad? Sin embargo, siempre hay lugar para la magia, pero todo acto de ilusión requiere de un escenario. Un espacio el cual debe encontrase especialmente previsto para que el protagonista se sorprenda a sí mismo. Solo de esa manera logrará la admiración de su público. La Casa Natal fue el primer escenario que contemplaron nuestros personajes. Las primeras luces del alba, los fríos de sucesivos inviernos, el eco de las voces familiares… De sus brasas más o menos candentes, donde la Casa Natal actuó como un fogón de pasiones, trata el presente texto.

Ing. Civil Luis E. Perri Presidente Honorario del Consejo Profesional de Ingeniería Civil Julio de 2019 CASA NATAL

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INTRODUCCIÓN

Juega, imagina, desea Un niño duerme. En el silencio de la noche un sueño lo estremece entre sábanas blancas. En ese sueño se mezclan distintas sensaciones y deseos.

Revisando las historias relatadas en este libro, puede apreciarse que esa Casa Natal, en primera persona, influyó en el futuro de una vida. De muchas vidas.

Será el deseo el motor responsable de impulsarlo al futuro.

Todos nuestros personajes deseaban ser…

Cada día la magia se hará presente, y a pesar de los escollos, la rutina mostrará los colores del arco iris.

Deseaban luchar contra las injusticias sociales, materializadas en esa casa con pisos de barro y cubiertas frías.

Distintas situaciones, con sus máscaras alternadas de tragedia y comedia, tomarán por asalto al escenario de la vida para manifestarse.

Deseaban hacer reír a los otros, en patios con butacas de cajones de manzana, testigos de carcajadas sanadoras del alma.

Así, la Casa Natal se transformará en una cómplice ideal.

Deseaban encender miles de gargantas para gritar un gol a coro y lograr un abrazo emocionado entre perfectos desconocidos.

Junto a la familia asumirá el rol de cobijo, de contención primaria. El concepto de “casa” fusiona los principales aspectos de la vivienda y el hogar. Allí es donde confluyen lo material y lo afectivo. El inmueble y los recuerdos.

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Deseaban curar el cuerpo con ciencias brillantes, delegadas al futuro con honestidad y modestia. Deseaban… y deseaban en grande…


Sus fantasías y el porvenir se proyectaban en muros, paredes y techos. Más o menos ornamentados y sólidos, pero sostenidos por el calor y el amor de los afectos familiares.

Eternamente nos recordará nuestro destino, del cual fue responsable, o quizás, una socia involuntaria. Pero estará allí siempre para nosotros.

El sacrificio del padre, la ternura de la madre, la bondad de los abuelos, la complicidad de los tíos. Ese viento fresco de sentimientos atizaba el fuego de una pasión de la cual esa Casa Natal fue testigo. Regresar allí no es posible. No de la misma manera. No con los mismos ojos. Los corazones curtidos por el tiempo y el destino suelen procesar los sentimientos de otra forma. Ya no veremos ese escenario como quienes queríamos ser, sino como quienes somos.

Recordándonos quienes soñamos ser…

Ing. Civil Enrique Sgrelli Presidente del Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC) Julio de 2019

El reloj marcará nuevas horas… No obstante, nuestra Casa Natal siempre estará allí. Tal vez se conserve intacta o no, en una ciudad o en la memoria.

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MarĂ­a Elena Walsh (1947) por Greta Stern (Museo Nacional Bellas Artes)


n pequeño milagro de la literatura nació el 1° de febrero de 1930 en Ramos Mejía, por entonces, un pueblo cercano a la ciudad de Buenos Aires. La hija del "inglés del ferrocarril", pasó su niñez entre “nurseryrhymes” -tradicionales canciones inglesas para niños-, música y libros. “Maria Elena Walsh” era su nombre y apellido. En el futuro, una marca registrada. Las estrofas de su canción “Fideos finos”, dan cuenta de su origen: "Voy a contarles lo que había, entonces en Ramos Mejía, Había olor a tía, veredas de ladrillo con pastito y, tras la celosía, un viejo organillero con monito…" Corría el año 1923, cuando su padre Enrique Walsh -sí, el “inglés del ferrocarril”- me adquirió por una inconfesable CASA NATAL

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María Elena junto a su mamá y su hermana.

“En mi casa sufrimos mucho por dos catástrofes que sucedieron muy lejos: La guerra civil española y la espantosa segunda guerra mundial. Casi todos teníamos parientes en Europa. Aún puedo oír el murmullo incesante de la máquina de coser de mi madre… Uno suele enamorarse de su tierra cuando está lejos. La patria es querida y añorada como la niñez. Quizás por eso, por nostalgia, por ganas de volver a jugar en mi propio patio, empecé a escribir versos para chicos”. María Elena Walsh Reportaje de Horacio Vertvisky, marzo de 2007.

suma de dinero. Inconfesable por lo absurdo de su valor actual… Dispensen Ustedes, paso a presentarme. Soy una casona generosa en recovecos, quizás alguno de ellos laberíntico, podría decir. Me encuentran en 3 de Febrero 547. Presento amplias habitaciones con una altura considerable. Las mismas se orientan hacia un gran patio donde crecieron un jacarandá y un abedul. En ese interior de habitaciones interconectadas jugaba la pequeña María Elena sin separarse de su gran amigo: El diccionario Pequeño Larousse Ilustrado, encargado de saciar su curiosidad respecto del significado de algunas palabras. Con ellas jugaría en sus creaciones más famosas.

A los cuatro años, una vecina te enseñó a leer y escribir. A los cinco, tu mayor desafío radicó en abandonar un vicio: El chupete. Jamás lo confesé, pero se rumorea que no se perdió como te comentaron, sino que fue enterrado en una de las macetas de mi patio. Dicen… vaya uno a saber si es cierto…

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Mientras tanto, papá Enrique de religión protestante, hijo de inmigrantes irlandeses, destinaba su tiempo como jefe de contaduría de la estación de trenes de Ramos Mejía, la primera ubicada fuera de los límites de la actual ciudad de Buenos Aires, inaugurada en 1858 y cuyas vías fueron electrificadas en 1923. Ese tren creaba un tajo de acero en medio de una zona campestre, plenamente dominada por el verde de sus chacras y quintas. Apenaba a María Elena dejar mis muros para concurrir a la Escuela Nº 21, vistiendo un impecable guardapolvo blanco y atesorando una especial sensibilidad hacia las artes.


Soy una casona generosa en recovecos, quizás alguno de ellos laberíntico, podría decir. Presento amplias habitaciones con una altura considerable. Las mismas se orientan hacia un gran patio donde crecieron un jacarandá y un abedul


Su madre, Lucía Elena Monsalvo, hija de criollos y gaditanos, le transmitió su amor por la naturaleza y una romántica susceptibilidad, apreciable en sus poemas compilados en el libro “Otoño Imperdonable”, del año 1947. Lucía, infatigable ama de casa, también fue evocada en “Fideo fino”: “…Y había en la cocina, una mamá jugando con harina”...

Traviesa, componías payadas destinadas a burlarte de tus profesores, compañeros o anécdotas de la escuela… Las leías divertida en mi patio de verano y en mi comedor de invierno.

Gustabas definirte como aspirante a "nieta de Lewis Carroll"…

Mi biblioteca con estantes de madera acumulaba colecciones infantiles. Por ejemplo, una llamada “Araluce” con El barón de Munchhausen y otros clásicos. Leías los cuentos españoles de la editorial “Calleja”. Muy temprano te fascinaron las historias de “Las mil y una noches”. Disfrutabas de Dickens y Julio Verne. Durante 14 años tuve el placer de acompañar tu crecimiento. Colaborar para alimentar tu genio creativo tan particular, fecundo en historias con forma de canciones para los más chicos, que aun hoy, se delegan transgeneracionalmente y fueron traducidas a cientos de idiomas en todo el mundo. Con sus padres y hermana, paseando por Mar del Plata.

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Primera cédula de identidad (1935), a los 5 años, con su firma.

Sepan perdonar mi excesivo orgullo. Pero entiéndase: Muchas de esas historias brotaron a la sombra del abedul de mi patio, durante una tarde de siesta de primavera, cuando las flores estallan en colores. Trovadora, escritora, periodista, ensayista, dramaturga… Esa niña inquieta repartió felicidad entre miles de chicos y desenmarañó telarañas tejidas desde un largo siglo en la mentalidad de cientos de miles de adultos argentinos. Las lajas irregulares de mi patio desordenaban la retícula establecida por los mosaicos de la época. Te divertía esa caprichosa rebeldía. Allí comenzaron a transitar sus pasos muchas de las criaturas nacidas de tu aburrimiento durante algunas clases de una escuela demasiado conservadora para tu incontenible creatividad.

Durante la estancia en París recuperaste tu memoria entre mis muros, creando poemas y canciones para niños. Escribías con el juego verbal en mente, heredado de la sutileza inglesa de papá, más una dosis subversiva respecto del didacticismo tedioso de los poemas y canciones tradicionales. Te separaban cinco años de Susana, tu hermana mayor. Juntas se cobijaban en mi mundo de huerta, gallinero, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera.

Las lajas irregulares de mi patio desordenaban la retícula establecida por los mosaicos de la época. Te divertía esa caprichosa rebeldía. Allí comenzaron a transitar sus pasos muchas de las criaturas nacidas de tu aburrimiento durante algunas clases de una escuela demasiado conservadora para tu incontenible creatividad

Traviesa, componías payadas destinadas a burlarte de tus profesores, compañeros o anécdotas de la escuela… Las leías divertida en mi patio de verano y en mi comedor de invierno. Esa jovencita, quien escribía poemas sobre la mesa de mi cocina, más tarde, frecuentaría reuniones de sociedades literarias y cafés para intelectuales. Por fuera de las fronteras de Ramos Mejía el mundo era ancho, ajeno, bellísimo y amenazador. CASA NATAL

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Con su hermana Susana.

“En ese ambiente emanaba mayor libertad respecto de la tradicional educación de clase media de la época”

El tiempo entre poemas y el abedul de mi patio te veía crecer tímida y rebelde, algo arisca. “Una osa encerrada en mí misma”, decías. En tu primera novela del año 1990, “Novios de antaño”, de raíz autobiográfica, reconstruiste los recuerdos de tu infancia y dedicaste algunos pasajes a este caserón:

M. E. W.

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Vivencias que alimentaron tus rimas:

“En ese ambiente emanaba mayor libertad respecto de la tradicional educación de clase media de la época”, me dedicaste.

“Había un cielo entero, por donde navegaban las hamacas y leche que el lechero traía, no en botella sino en vaca. Había lluvia en tinas, y patios con ranitas adivinas, y una gallina clueca mirándonos con ojos de muñeca…”

Manuelita la tortuga, el Monoliso, la Mona Jacinta, el gato que pesca, la vaca estudiosa, la pájara Pinta, el brujito de Gulubú, la Reina Batata, la familia Polillal y muchos otros personajes, rondan aun hoy mis deslucidas paredes.

Gustabas sentarte cerca del piano, cuando en mi coqueto “comedor de recibir”, papá Enrique tocaba y cantaba canciones de la tradición oral inglesa aprendidas de pequeño.

En 1950 los Walsh se desprendieron de mí y fui adquirida por Don Antonio Bokdalian, quien me modernizó al estilo americano.

De él tomarías prestado el uso del absurdo, como un recurso humorístico esencial en tu obra. Imitarías su multiplicidad de talentos: Era músico autodidacta, además del piano, tocaba el mandolín y el violonchelo.

Luzco triste y muy abandonada, a decir de mis vecinos, pero me mantengo como puedo entre un edificio y una casa moderna de dos plantas con jardín delante y una gran palmera.

Le gustaba leer, viajar, la carpintería y coser…

Volviste años más tarde a visitarme.


Buenas tardes señor. Soy María Elena Walsh. Viví de niña en esta casa ¿podría visitarla?

Don Antonio siempre contaba que un día golpearon mi puerta y al abrirla apareció, tu figura. - Buenas tardes señor. Soy Maria Elena Walsh. Viví de niña en esta casa ¿podría visitarla? Quise contarte tantas cosas y al final no pude… ¿Cuál fue mi legado? El destino fue muy generoso conmigo. Este caserón perdido en Ramos Mejía acunó a una creadora sin igual. La ciudad de Pehuajó (provincia de Buenos Aires) exhibe, orgulloso, su monumento a Manuelita, la tortuga, en la entrada del pueblo. Tus personajes poblaron las estampillas del Correo Argentino, al constituir verdaderos símbolos nacionales… Muchos descubren mi influencia en tus atrapantes historias, variadas obras y canciones recopiladas en cincuenta libros y veinte discos. ¿Les parece poco? Mis habitaciones amplias, el patio, el abedul, el jacarandá, algunas macetas (tesoro de chupete incluido en una de ellas -según dicen-), te esperan nostálgicos. Desean oírte cantar, con un micrófono de palo y latita, tu entrañable cancionero para niños y adultos. CASA NATAL

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aula Albarracín rindió su corazón ante las galanterías de José Clemente Sarmiento. La pareja contrajo matrimonio y fruto de esa unión llegaron al mundo quince hijos. Traspasando mi puerta principal se dispuso el patio central. Sobre su piso se dibujaba el claroscuro de una higuera.

Una familia numerosa destinada a poblar la provincia de San Juan. A todos acuné entre mis muros de tapia y adobe, rematados con techos de caña, soportados sobre rollizos de álamos cubiertos de barro y paja. Mis pisos de tierra apisonada sirvieron de base para el desarrollo de esa modesta familia. Una familia que fue mi orgullo. En 1801 comencé a tomar forma. Una habitación y un patio constituían entonces todo mi patrimonio.

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"Tal ha sido el hogar doméstico en que me he criado, y es imposible que a no tener una naturaleza rebelde, no haya dejado en el alma de sus moradores impresiones indelebles de moral, de trabajo y de virtud, tomadas en aquella sublime escuela en que la industria más laboriosa, la moralidad más pura, la dignidad mantenida en medio de la pobreza, la constancia, la resignación, se dividían todas las horas." Domingo Faustino Sarmiento.

Una casa más, creciendo bajo la atenta mirada de las límpidas nubes del cielo sanjuanino.

Doña Paula se hizo cargo de mi diseño respetando los dictados de la época. Me vistió con estilo colonial, ubicándome sobre el terreno paterno heredado del barrio Carrascal, a pocas cuadras de la plaza principal, uno de los más humildes de la ciudad de San Juan. Traspasando mi puerta principal se dispuso el patio central. Sobre su piso se dibujaba el claroscuro de una higuera. Debajo de su follaje, Paula instaló un rústico telar. Trabajaba

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incansablemente, entrelazando hilos y sueños profundos con manos curtidas. Desde su puesto de mando, verdadero núcleo de mi historia y de la Historia, Doña Paula vigilaba con ojos de justicia el desempeño de los esclavos constructores que su tía le había “prestado”. A ella le consultaban sus inquietudes. A ella le ofrendaban sus aciertos. Cada semana los trabajadores eran recompensados con una paga. La misma obtenida por la venta de “anascotes”, es decir, los hábitos de los frailes. Para no discontinuar el avance de la


Nadie hubiera imaginado que mis paredes brindarían cobijo a un presidente argentino

obra, tejía semanalmente el equivalente a una pieza talar completa, obteniendo seis pesos como paga. Inicialmente, mi única habitación se dividió a la mitad, creándose dos ambientes: Uno sería el dormitorio, y el otro, la sala “para recibir”. Así fui creciendo. Así se construyó mi destino a lo largo de un año completo de obra. Nadie hubiera imaginado que mis paredes brindarían cobijo a un presidente argentino. Resultaba imposible estimar ser reconocida como Primer Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, así fue. El 7 de septiembre de 1910 recibí esa distinción, ratificada mediante la ley Nacional Nº 7.062. Un pago de 50.000 pesos moneda nacional, entregado a las Señoras Victorina Lernoir de Navarro, sobrina carnal de Sarmiento, y a su hija, Sofía Lenoir Klappenbach, me transformó en un bien protegido del gobierno nacional. El 4 de abril de 1911 nací a una nueva vida como “Museo Casa Natal de Sarmiento”. Pero faltaría mucho para esa historia. Precisamente, resultaba necesario escribir la Historia.

Faustino Valentín Quiroga Sarmiento nació en mi habitación más grande, ubicada al sudeste. El ambiente medía, igual que hoy, 9,75 por 4,55 metros. Ocurrió durante la tarde del 15 de febrero de 1811. Más tarde, sería conocido como Domingo Faustino Sarmiento. El gran educador. Padre del aula. Sarmiento inmortal.

Doña Paula regresaba a caballo de hacer una visita, y no pudo evitar que el niño naciera en el suelo, acunado por la tierra sanjuanina

Doña Paula regresaba a caballo de hacer una visita, y no pudo evitar que el niño naciera en el suelo, acunado por la tierra sanjuanina. Fueron asistentes y testigos su esposo, la criada Toribia, el telar y la higuera. Más tarde en ese cuarto, Bienvenida Sarmiento, hermana de Domingo, estableció una escuela y ocultó el piso de tierra con un entramado de madera, atornillando allí los doce bancos de madera, procedentes de los Estados Unidos, que su hermano le envió desde Buenos Aires en su rol de ministro.

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Siendo niño, Domingo recorría mis metros jugando. Atravesaba con energía cada salón, cada puerta de madera robusta. Su destino era siempre el mismo: El patio, la parra, el telar. El regazo de su madre.

ingeniero lo ayudó con las matemáticas. Su tío José de Oro lo introdujo en los complejos territorios del Latín y la Teología. Aprendió en soledad el idioma francés, casi jugando, en sus ratos libres.

Paula lo reprendía, con gesto severo y el corazón repleto de ternura. Vislumbraba cierta rebeldía en ese mocito.

Mis puertas siempre estuvieron abiertas de par en par celebrando su regreso. Como cuando volvió de Chile, donde se ganaba la vida como minero y contrajo fiebre tifoidea.

Cuando Domingo Faustino dormía vigilaba su sueño. Mis muros se volvían más fuertes durante las noches de tormenta, minimizando el ruido de los truenos.

Pude apreciar en 1839 como las primeras páginas de El Zonda fustigaban al gobierno federal. Así Domingo Faustino y yo nos distanciamos nuevamente.

Aumentando el calor de un precario brasero. Era definitiva la omnipresencia del patio, del telar. Un oasis reivindicatorio de la entrega y el sacrificio de una madre. Un espacio verde, vívido, colmado de lucha y aire fresco. "La patriarcal higuera", descripta con nostálgicas palabras en “Recuerdos de provincia”. Su padre y su tío José Manuel Quiroga Sarmiento fueron sus primeros maestros. Sobre pizarras improvisadas en mis paredes comenzaron a enseñarle lectura. La vida de Domingo Faustino había transitado tan solo cuatro almanaques completos. Sus escasos vínculos políticos y patrimonio económico lo transformaron en autodidacta. En mis salas un amigo

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Su crecimiento era vertiginoso: Fundó periódicos, creó y dirigió escuelas, conoció Europa. Hasta se entrevistó en Grand Bourg, Francia, con Don José de San Martín. Una tarde Doña Paula se durmió para siempre. El telar entristeció con su partida. Entonces, repartieron mis espacios entre las cuatro hermanas. Domingo Faustino les cedió su parte de la herencia. Pensé que ya no me añoraba. Pero me demostró mi error. En 1862, nuevamente, su silueta cruzó mi puerta. Pude percibir el dolor de un padre adoptivo. Mis muros de cal acompañaron su profundo pesar por la muerte de Dominguito.


El terremoto de 1944 destruyรณ el 80% de la Ciudad de San Juan


Encontraste a tu vieja casa del barrio Carrascal sumida en una profunda pobreza. Me percibiste distinta, más espaciosa. Los años nos transformaron a ambos, Domingo Faustino. Nos hicieron grandes. A vos de temple, a mí de habitaciones. Mis rajaduras te evidenciaron el enojo de la tierra sanjuanina cuando tiembla. A veces, pocas casas soportaban esa dura prueba. Un ruido sórdido derrumbaba las construcciones de adobe y techos de paja con impune facilidad. Sin embargo, pude mantenerme en pie. Supuse que si el destino no me había elegido para sucumbir era porque aún debía cumplir una misión.

Mis paredes lucieron orgullosas varios óleos originales realizados por Procesa, una de las hermanas del “Señor Gobernador”. Recibí muchas visitas. De pronto, el destino de la vida política sanjuanina se decidía en mis salas. La provincia y yo cambiamos nuestras fisonomías. Estábamos empobrecidas y en tan solo dos años apreciábamos esperanzadores horizontes. Su inquieto espíritu me arrebató a Domingo Faustino, quien se hizo cargo de la presidencia de la Argentina. Allí diseñó múltiples obras, muchas de las cuales aún se conservan. Sólidas y ejemplificadoras. Como mis muros de adobe.

Así fue. Ambos pusimos manos a la obra. Domingo Faustino transformó mis muros respetando los lineamientos tipológicos y tecnológicos propios de la arquitectura andaluza, en evidente Recibí muchas visitas. De pronto, el destino de la vida política sanjuanina homenaje a Doña Paula. Se alzaron se decidía en mis salas. La provincia y nueve salas y dos patios alrededor de los cuales se distribuían los cuartos, yo cambiamos nuestras fisonomías. Estábamos empobrecidas y en tan solo accediendo mediante un zaguán.

dos años apreciábamos esperanzadores horizontes.

Adquirí las bondades de una verdadera gobernación y un gran escritorio de cedro donde se repartían documentos y escritos de vital importancia, revisados ante la débil luz de una vela por ojos fatigados.

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Muros que sufrieron las consecuencias del grave terremoto de 1944. Ese incidente provocó severos daños en mi sector sur, el más antiguo. Manos sanjuaninas me reconstruyeron ese mismo año, esfumando las consecuencias de la destrucción caprichosa de la tierra. Hacia 1956, nuevamente fui restaurada. Cobijé un patio de homenajes con muros de laja y hasta aprecié la construcción de una réplica de mi calle empedrada. El piso de tierra recibió ladrillones, los mismos que hoy transitan curiosos turistas. Prismas cerámicos los cuales pertenecieron a la antigua catedral de San Juan.


Paula trabajaba incansablemente en su telar, entrelazando hilos y sueños profundos con manos curtidas.

Sucesivas etapas constructivas ampliaron, desde 1801 a la actualidad, la casa natal de Domingo Faustino Sarmiento.

De esta manera luzco en el siglo XXI, exponiendo en vitrinas reliquias familiares y ediciones traducidas de los títulos firmados por Domingo Faustino. Albergando una biblioteca pública especializada en Historia Sarmientina y regional, con un rincón infantil destinado a despertar el interés por la lectura y las actividades culturales en los niños. Aún sigo fomentando tu ambicioso legado por la educación del pueblo argentino. Quienes hoy me visitan susurran -casi a modo de reclamo- la falta de visionarios como Domingo Faustino. Hombres con luces y sombras, comprometidos con ideales, dispuestos a brindar sacrificios sin esperar nada a cambio. Mis puertas aún siguen abiertas de par en par esperando tu regreso.

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(Santo Padre Francisco)

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arela 268. Barrio de Flores, ciudad de Buenos Aires. El reloj marca las 21 horas del 17 de diciembre de 1936. Mis paredes reciben ecos de gritos y ansiedades. Mi patio sufre los agitados pasos de familiares y allegados de la familia Bergoglio.

Acta de bautismo de Jorge (año 1936). Acta de nacimiento de Jorge (1936).

Doña Regina Sívori acaba de dar a luz a su primogénito. Un varón. Un hombrecito quien desde una de mis modestas habitaciones trascendería al mundo. Su silueta asomaría, años más tarde, en el célebre balcón del Vaticano convertido en el Santo Padre Francisco. Pero no deseo adelantarme. CASA NATAL

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“ “Nuestros padres nos dieron de mamar la fe desde la cuna, sobre todo enseñándonos con el ejemplo. Una familia de clase media, donde papá trabajaba y mamá se quedaba en casa con sus cincos hijos. Una vivienda sencilla pero generosa en valores humanos. Donde experimenté diversos aspectos ensamblados de la vida. Eso fue creando en mí una conciencia. Conciencia no sólo moral sino también humana -social, lúdica, artística-. Dicho de otra manera, vivencié el despertar de la conciencia en la verdad de las cosas”. Jorge Mario Bergoglio Entrevista en el Diario La Razón, 4 de julio de 2015.

Ahora su papá, Mario José Francisco Bergoglio, con 28 almanaques sobre sus hombros corre para acurrucar a Jorge Mario, cuyos ojos inquietos escudriñan algunas grietas en la pintura del cielorraso blanco. Mario y Regina se conocieron en el oratorio salesiano de San Antonio, durante una misa de domingo.

La abuela Rosa Margarita te enseñó a rezar

malogrado Pricipessa Mafalda. El destino está escrito ¿verdad? Supieron de los quebrantos económicos y esas penurias los transportaron desde una empresa productora de pavimentos en Paraná, Entre Ríos, a un modesto almacén del barrio de Flores en la ciudad de Buenos Aires, adquirido mediante un préstamo de 2.000 pesos.

El destino está escrito ¿verdad? Fuiste el primero de los cinco hijos de la pareja. Te seguirían Oscar Adrián, Marta Regina, Alberto Horacio y María Elena, tu compinche favorita.

Pude verte tan primoroso con ese babero blanco bordado por mamá, con la cofia preparada por las manos de la abuela Rosa Margarita, con los escarpines tejidos por una amiga de la familia que, como te imaginarás, llamabas especialmente la atención. Los Bergoglio eran gente de fortuna. En realidad, de mucha suerte. Llegaron a Argentina escapando del fascismo en el transatlántico Giulio Césare, pero debían haber viajado en el

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Sus padres, Regina María Sivori y José Mario Bergoglio.


Eras un buen estudiante, educado y caballero


Don Mario José Francisco debía a la crisis el cambio de rol, dejando su puesto de contador para realizar el reparto de los pedidos del almacén, abrazando una canasta de mimbre. La vida entre mis cuartos se alimentaba espiritualmente con la palabra de los Salesianos de San Carlos. El pequeño Jorge Mario cruzaba mi puerta metálica la cual limitaba con una vereda de baldosas calcáreas para concurrir a la procesión de María Auxiliadora, y también, a la de San Antonio de la Calle México. Hoy me llaman “La santa casa” y en el mundo soy motivo de admiración. Mi fachada se destaca por dos vanos con puertas de dos hojas cada una, más una ventana, cubiertas con rejas blancas surcadas por caminos geométricos simples, donde los rectángulos se desfiguran en tamaños y proporciones. Aberturas protegidas del paso del tiempo y la erosión mediante cornisas fundidas en el blanco del látex exterior. Un zócalo de piedra me protege de los transeúntes quienes se asombran con mi historia. Solo una de las dos puertas, la izquierda, lindante con un hall cubierto y luego con un pasillo descubierto, derivaba a mi unidad.

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Paso desapercibida para todos. Al menos para quienes no me conocen. No saben que en mi comedor, Francisco, “el Papa del fin del mundo”, respondía divertido: “Cuando sea grande quisiera ser… ¡Carnicero! Acompañabas con tus 4 años a Doña Regina al mercado y te asombrabas con ese mundo cosmopolita de personajes increíbles. Entre el verdulero, el frutero y el almacenero, te llamaba la atención la destreza del carnicero al manejar las herramientas de corte. En ocasiones, era tu abuela Rosa Margarita quien acompañaba tu sorpresa. En tu habitación de techos altos, lindantes con la terraza, refugio de tus juegos durante la siesta, se susurró el siguiente diálogo: - Mamá ¿quién vive en esa casa de piedra tan grande donde fuimos hoy? - Allí vive Dios, Jorgito… allí se aprende a privarnos de muchas cosas para darlas a la gente con menos recursos. - ¿A la gente pobre? - Sí, a la gente pobre que sufre muchas necesidades… - Habría que hacer algo por ellos ¿no? - Sí Jorgito. De eso se ocupa Dios y todas las personas de corazón grande y generoso.


Primera comunicación de Jorge y su hermano Oscar.

Salesiano. Cuando pedías a la santísima Virgen acertar en la propia vocación. La abuela Rosa Margarita te enseñó a rezar. Sus labios eran los responsables de narrar la vida de los santos. La escuchabas embelesado en mis habitaciones.

Aun puedo verte mirando libros y estampas religiosas en el rellano de mi puerta de entrada durante horas, hasta que el llamado de mamá interrumpía esas historias de papel

El fogón por la pasión religiosa sería alimentado también por las monjas del Jardín de Infantes del Instituto Nuestra Señora de la Misericordia, lugar donde recibiste la primera comunión el día de Navidad del año 1936.

La noche de ese diálogo con mamá Regina se desató una fuerte tormenta. Tus cinco años se resguardaron de los truenos debajo de una cobija azul con rayas rojas. No sentías miedo, más bien curiosidad… Esas conversaciones antes del sueño en el dormitorio serían predecesoras de muchas otras vivenciadas en el Colegio

A partir de allí, tus noches se poblaron de rezos antes del descanso. Un momento mágico, apto para dar las gracias por el día vivido. Mis cielorrasos cobijaban tus ansias por aprender el sentido de la vida. El bien y el mal, danzaban en la vereda de la calle Varela. Allí nomás, el frío adoquín apresuraba los pasos en la calzada escarchada y resbaladiza. Donde el cielo era más cielo en las noches de verano. CASA NATAL

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13 de marzo de 2013. El Papa Francisco saluda a peregrinos y admiradores, en el balcón central de la Basílica de San Pedro, después de su elección. Tras la renuncia inesperada del Papa Benedicto XVI, el cardenal Mario Bergoglio fue elegido su sucesor. Francisco es el 266 Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el primer Papa americano y primer jesuita.

¿Celosa yo? No, para nada. Solo miro los hechos con la nostalgia de la historia. La casona de Membrillar fue tu cuna a partir de los cinco años. Antes tuve el privilegio de verte nacer y envolver tu gesto travieso.

Eras un buen estudiante, educado y caballero. Jorgito exhibía sus particulares “tácticas de estudio”. Subía y bajaba mis escalones hacia la terraza cantando para aprender los números. En mi cocina se arremolinaban todos los integrantes del clan Bergoglio. Allí papá y mamá te hacían sentir que podías confiar, que eras querido. Ellos sabían escuchar, darte buenos y oportunos consejos... Te defendían tanto de la rebeldía como de la melancolía, entre vasos de leche y pan con manteca. Historias y recuerdos los cuales hoy añoran mis ladrillos recubiertos con morteros. El historiador Daniel Vargas me descubrió en tu partida de nacimiento. Hasta ese momento, se daba por sentado que tu casa en Flores era la de la calle Membrillar 531, cuya placa en su puerta recuerda: “En esta casa vivió el Papa Francisco, Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, marzo de 2013”.

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Sabía de tus escapadas presurosas con tu primo, después del colegio, a la Plazoleta Herminia Brumana, donde jugabas al fútbol. Eras medio “patadura”, pero arremetedor frente al arco. Algunos vidrios del templo de la Medalla Milagrosa dieron cuenta de un fallido disparo al arco. ¿El equipo de tus amores? San Lorenzo de Almagro, por supuesto. El club creado por Lorenzo Bartolomé Martín Massa, el padre salesiano cuyo objetivo era utilizar el fútbol a fin de no exponer a los chicos ante los peligros de la calle. “Los santos”. Otra pista, otra referencia… La puerta de reja de rectángulos geométricos contemplaba a un niño como cualquier otro. Cariñoso, compañero y fraternal. Una criatura que adoraba a su abuela Doña Rosa Margarita Vasallo de Bergoglio, a quien reconocerías como una amorosa influencia. Un pequeño quien se proyectaría al mundo con sus gustos porteños a cuesta: El mate, el fútbol, el tango, el dulce de leche. Un niño que disfrutaba los domingos, cuando toda la familia concurría a la misa de la parroquia y luego a almorzar.


A Jorgito le gustaban las pastas acompañadas de un rebosante estofado con salsa y carne. Sentía tu paz, tu debilidad por contar chistes y hacer bromas. Aun puedo verte mirando libros y estampas religiosas en el rellano de mi puerta de entrada durante horas, hasta que el llamado de mamá interrumpía esas historias de papel. Más tarde, Borges y el Martín Fierro de José Hernández serían tus preferidos.

Solo una de las dos puertas, la izquierda, lindante con un hall cubierto y luego con un pasillo descubierto, derivaba a mi unidad.

Te mudaste cerca y lejos. Fuiste Técnico Químico con orientación en bromatología. Cambiaste el alimento del cuerpo por el alimento del alma. Te revelaste habilidoso en las ciencias humanas y los idiomas. Sensible ante el llamado de Dios para servir a tu prójimo. Continúas recordándome. Lo sé. Aunque hoy calces las sandalias del pescador; San Lorenzo de Almagro, Flores, el mate, Perón, el asado, la abuela Rosa Margarita, mamá, papá, los hermanos, la Virgencita de Luján y el aroma del estofado con salsa, amenizan las noches del Vaticano. Cuando antes de cerrar los ojos y descansar, continúas rezando… CASA NATAL

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mbos somos leyenda Negrito… Quizás nos reencontraremos en otra dimensión, en un mundo paralelo donde el frío no es tan intenso. Donde las horas transcurren lentamente. Donde tu histrionismo no conoce límites.

“Tu cuna fue un conventillo”, pero esa necesidad te dotó de chispa y picardía.

La página de tu vida comenzó a escribirse el 24 de agosto de 1933 en la ciudad de Rosario, más precisamente, en el corazón del Barrio Sunchales, como se conocía a “Pichincha” en aquellos años. Por entonces, Sunchales era un barrio “pesado”. Su cuadrícula sumaba un área de ocho manzanas destinadas por el Municipio a la prostitución reglamentada. La estación de trenes y el puerto cercano definieron una impronta de cafishios y matones.

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“¿Mi origen? Pobreza, conventillo, cocina al fondo. Un baño para seis piezas. Mucho frío, y a veces ropa prestada... A los siete años ya era un hombre y a los doce andaba en lugares pesados. Tenía mucha hambre, pero el hambre me dio agilidad para sobrevivir en la calle. También la decisión para tomarme el buque, porque en Rosario no pasaba nada…”

Hacia 1930 comienza a mermar la presencia de burdeles en la zona, producto de la acción policial y de un cambio de rumbo en la política local en cuanto a prostitución, aspecto que consolidaría la sanción de la Ley 12.331. Aquí ingreso en tu historia, Negrito. Una casona “de alquiler” para ocupantes sin dinero ubicada en la calle Tucumán 2765.

Alberto Olmedo Reportaje en Revista Gente. Año 1973.

Sobre mi modestia y la de todo el barrio, ese verdadero microcosmos responsable de forjar tu destino, bromearías a menudo, abarrotando teatros y audiencias televisivas. ¡Éramos tan pobres! ¿Verdad Negrito? Tu primer público fue Plácida Isidora Olmedo, Doña Matilde, tu madre, la “viejita” a quien tantas veces invocaste, obligado blanco de tus primeras travesuras. Tu papá, José Mautone, con sus 17 años, se desentendió de tu llegada al mundo.

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Así pasaban tus días sin niñez, con carita triste y gesto esperanzado. Nada presagiaba el futuro huracán de carcajadas

Así te conocí. Flaquito, inquieto, con unas ojeras grises que remarcaban tu rostro. Habitabas mi pequeña superficie; “la pieza” como gustabas llamarme, con mamá Matilde y tus dos hermanos menores. Mis instalaciones resultaban ser muy austeras: Una pequeña cocina, un patio con pérgola y un baño compartido dispuesto en el fondo. Mis raídas paredes albergaron a un montón de personajes, quienes serían prolijamente referenciados y homenajeados por vos en el cine, el teatro y la televisión. Muñecos a los cuales les darías vida con tu comicidad de payaso triste. “Tu cuna fue un conventillo”, pero esa necesidad te dotó de chispa y picardía. Como a los buenos vinos. Después de todo, ellos también se refugian y adquieren sabor en rústicos contenedores de madera.


Así me marché, Negrito, dando paso a una concesionaria de automóviles…

espejo de dudoso reflejo, colgado sobre el lavatorio. Desde el centro del cielorraso trepaba un cable que remataba con una lamparita en su extremo inferior. Mis carencias de confort serían las mismas que años más tarde descubrirías en los viejos estudios de televisión. En tu graciosa sed de “justicia” denunciarías la pobreza de los decorados televisivos, obligando a los camarógrafos a plasmar en imágenes el truco de la utilería basada en cartones pintados y ventanas lindantes con la nada.

Así pasaban tus días sin niñez, con carita triste y gesto esperanzado. Nada presagiaba el futuro huracán de carcajadas. A los seis años repartías frutas y verduras en una bicicleta, reparándote del frío con todos los diarios capaces de contener entre tu cuerpo y la ropa. Las heladas eran bravas, pero “había que parar la olla”.

Seguramente, durante esas parodias me recordabas. Allí estaba presente la melancolía del patio, del fuentón de chapa con agua calentada para el obligado baño impuesto por mamá. La imagen del par de clavos soportando un alambre utilizado para que las ropas de los pensionistas se sequen. Superaste gracias a tu agilidad de contorsionista prematuro el paso debajo de esas prendas “sin tocar ninguna”. ¿Viste viejita? ¡Ni una sola se movió!

Al regresar nos reencontrábamos, sobre las sombras del invierno rosarino. Apurado por el frío, ingresabas saludando incómodo. Mi baño, estratégicamente ubicado al fondo del alargado patio, era tu ansiado objetivo. La porcelana blanca de un rayado inodoro sin tapa te brindaba el alivio necesario.

Fui testigo de tu emoción de niño travieso. La misma demostrada cuando, vistiendo una remera a rayas, un gorrito y una ondera colgando del pecho, invitabas a los chicos “a tomar la leche”.

La precaria escenografía del sanitario contenía un pequeño

Tiene razón Fito: “No hay merienda si no hay Capitán”. CASA NATAL

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Un día llegaste con la novedad de unirte a la actuación, como parte de la claque del rosarino Teatro de la Comedia.

Mi espacio resultaba demasiado estrecho para todos. “La pieza nos queda chica vieja”, te quejabas. Pobre Negrito. Iniciaste tu retirada para comer o dormir en lo de tus amigos. Así brindarías más espacio a tu madre y hermanos. Partías a la casa de Osvaldo Martínez, más tarde a la de Víctor Morjosé y Bernardo "Chiquito" Reyes.

Pude regalarte solo un triangulito de sol en mi superficie. El milagro ocurría durante el verano, un específico día de mediados de enero. Luego, las tinieblas convivían con gastados mosaicos y puertas de dos hojas que abrían paso a mis habitaciones. Sí… mis “piezas” Negrito…

La decadencia de Pichincha metía miedo. Aún para los jóvenes audaces. La hostilidad de las calles resultaba un escollo difícil. “Ni se te ocurra cruzar Salta, ¿me oíste no?, gritaba con voz de mando mamá Matilde. Pocas veces el “Sí mamá” fue contemplado. Había que explorar, correr las fronteras de la pobreza. En mi sombrío patio de unos 40 metros cuadrados todos los aromas convivían. Los emergentes de mi cocina central se unían con aquellos provenientes de muchos almuerzos y cenas preparados en el mismo patio. Las distintas raciones generaban vapores que acariciaban mis paredes, impregnándome con tufillos varios.

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Mi pieza, que fue tuya un tiempo, con techos bien altos para reservar oxígeno y revoques suspendidos los cuales gozaban de una escasa estabilidad. Con huellas de fragmentos desprendidos del cielorraso, dejando al desnudo mis ladrillos interiores. Más tarde pasé a ser tu tercer amor. Uno era la calle, el otro, la casa de la tía donde mamá Matilde te dejaba entre los 7 y 9 años, ubicada en Salta 3061. Yo debía conformarme con verte a la noche, o los fines de semana. Contemplaba tus discretos progresos en el estudio. Discretos pero suficientes como para finalizar, con intervalos claro, el colegio primario. Las tareas escolares eran cumplidas entre


El Capitรกn Piluso


Seguramente, durante esas parodias me recordabas. Allí estaba presente la melancolía.

“Sólo para conocer chicas lindas…”, confesaste. Ese día, naciste al mundo para siempre. Pero también, supe que iba a perderte para siempre. Las piruetas ensayadas con los compañeros del primer conjunto de gimnasia plástica en el club Newell´s Old Boys, donde llegaste junto a tu amigo Osvaldo Martínez, iniciaron un camino sin retorno. Mi “pieza”, el barrio Pichincha y todo Rosario no debían detenerte. El mundo necesita de talentos como el tuyo para que la vida sea menos desgraciada. Tu humor nos dibujó una mueca de sonrisa. Lo hizo a quienes quizás atravesaban tus mismas carencias. Al arribar, hacia fines de 1954, con 50 pesos en el bolsillo y 18 años, supiste como conmover a Buenos Aires con tu gesto improvisado.

trabajos ocasionales, como cadete de farmacia, vendedor callejero de baratijas y aprendiz en una carnicería. Un día llegaste con la novedad de unirte a la actuación, como parte de la claque del rosarino Teatro de la Comedia.

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Eras portador de la picaresca contemplada, de contrabando y prematuramente, en el Teatro Casino, donde vedettes ligeras de ropas practicaban deslucidas rutinas para el deleite de hombres de paso por el lugar. Mujeres tristes con maquillaje alegre. Brillaste con tu humor popular, a golpe de oportunismo y caricatura exagerada, pero siempre efectiva.


Atrás quedaron las reuniones en el bar “El Aviador” de Salta esquina Suipacha. Entre las 20 y las 20:15, mientras sonaba el Glostora Tango Club en la radio, la barra se hacia presente. Lejos quedaría la lechería de Ovidio Lagos y Mendoza, donde los amigos se reunían para devorar pizza con leche de botellón. El Capitán Piluso, el General González, Rucucu, Rogelio Roldán, el Manosanta, el Dictador de Costa Pobre, Chiquito Reyes, el Mucamo Perkins y muchos más conformaron una prole tan variopinta como aquella reunida en ese patio rosarino sin alegría ni sol. Personajes entrañables que pintaste con talento y nostalgia. Te dio pena cuando en tus escapadas “rosarigasinas” te enteraste que las dos ventanas simétricas de mi fachada, las cuales enmarcaban una puerta central de dos hojas, se rendían ante el avance de los picos y las palas. Así me marché, Negrito, dando paso a una concesionaria de automóviles… Vos también te fuiste en una pirueta. Trepaste hasta las estrellas para inmortalizar tu talento. Tiene razón Fito: “No hay merienda si no hay Capitán”.



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Juegos Nacionales Evita. alma Salvadora Franco, la mujer que parió tanto fútbol… Diego Armando Maradona nació el domingo 30 de octubre del año 1960 a las 7:05 de la mañana. Sus hermanas Ana, Rita, María Rosa y Lili se preguntaban cómo sería convivir con un hermano quien no deseara peinar una muñeca. El Policlínico Evita de Lanús, una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires, vio nacer al quinto hijo de una familia tan numerosa como humilde, encabezada por Don Diego y Doña Tota, como más tarde los popularizaría aquel morocho y morrudo varón en decenas de comentarios públicos. Esa mañana hubo un ruidoso grito de gol de enfermeros y médicos, quienes celebraron la llegada de un machito luego de una larga seguidilla de partos femeninos, los cuales según los registros de la memoria popular, lo ubican en 11. CASA NATAL

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“Al amanecer, doña Tota llegó a un hospital de Lanús. Ella traía un niño en la barriga. En el umbral, encontró una estrella en forma de prendedor, tirada en el piso. La estrella brillaba de un lado, y del otro no. Esto ocurre con las estrellas, cada vez que caen en la tierra, y en la tierra se revuelcan: de un lado son de plata, y fulguran conjurando las noches del mundo; y del otro lado son de lata nomás. Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño, acompañó a doña Tota en el parto. El recién nacido fue llamado Diego Maradona”. Eduardo Galeano De su libro “Bocas del tiempo”.

¡Fuiste el jugador número 12 Dieguito! Como la hinchada de tu amado Boca Juniors. Mi historia es la de ellos. El censo me rotuló como “una precaria vivienda con numerosos ocupantes”. Un modesto hábitat enclavado en Villa Fiorito, el cual convivía con necesidades extremas y pretensiones marginales. Desde aquí se encenderían millones de gargantas apasionadas ante un pibe sencillo, cuya poderosa y mágica zurda los llevaba al delirio de un unánime grito de gol.

Me ubican aun hoy sobre la calle Azamor, a 20 metros de Mario Bravo. Dos postes de madera y un portón de tubo metálico soportaban un manojo de alambres que trazaban, con muy malas artes, una cuadrícula. Por las noches, un candado conformaba la única barrera entre la calle y el jardín de acceso.

salía Diego Armando para garabatear piruetas increíbles sobre improvisadas canchas, generosas en tierra y polvo. Un grupo de casas levantadas a fuerza de lucha se disponen a mi alrededor, dibujando una caprichosa, hasta por momentos indescifrable, trama urbana dentro de los arrabales de Lomas de Zamora. Mi entorno era poco lujoso, pero abundante en amigos y familia. Las paredes de mi única planta atesoraban una cocina y dos dormitorios: Uno para los padres, el otro para los cinco hermanos. También fueron testigos de escenas imborrables, como aquella tarde cuando tu primo Beto te regaló una pelota de cuero blanca, número uno. Te contemplé abrazándola durante toda la noche. Las estrellas y yo vimos como claudicaste ante el sueño y la alegría. Un modesto farolito conformaba la única ornamentación de mi cara más visible, la del acceso. Tras la puerta todo era sencillez y recursos tan previsibles como limitados.

Jardín careciente de flores o de un césped verde y vigoroso. Una alfombra de cemento alisado servía de vínculo entre la calle y la puerta metálica de acceso principal. Por ese túnel

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Don Diego, “Chitoro” en realidad, traía el dinero producto de su trabajo en una fábrica donde se encargaba de triturar huesos de animales. Tota generaba verdaderos actos magia en


“DIEGO ARMANDO MARADONA. Un pibe que promete. Juega en la novena de Argentinos Juniors. Es de los que colaboran, haciendo volver la pelota al campo cuando sale. En el entretiempo ArgentinosRiver se mandó un “show” haciendo bailar la pelota por todo su cuerpo... Quien lo dirige dice que será sensación... Y cómo le pega!...”


Diego Maradona, diez años, se ganó

calurosos aplausos en el entretiempo de Argentinos Juniors versus Independiente, haciendo gala de una rara habilidad para el jueguito con el empeine, y también, con chanfle

la cocina para alimentar a una media docena de panzas hambrientas.

"Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón" le dijo “Pelusa” (con tan solo 10 años) a Pipo Mancera, en Sábados Circulares. (1971)

‘'No, hoy no voy a comer, porque ando mal del estómago’', oía repetir a Doña Tota. Jamás pudiste engañarme. Delegabas tu ración para engordar los débiles platos de tus hijos… Intuía que la tierra, el barro y los arcos sin red cambiarían para siempre el sueño de aquel pibe, conocido como “Pelusa”. El Pelusa a quien veía partir con destino a la panadería de Fiorito, haciendo jueguito con una pelota. Jamás el balón besaría el piso durante todo el recorrido. "Será contador", aventuraba Don Diego. Craso error. Fuiste el más grande fabricante de alegrías en las canchas de fútbol de todo el mundo.

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Guardarías en tu memoria los ecos del granizo perforando mis techos de chapas oxidadas, rendidas ante la corrosión. El piso de tierra se poblaba de pozos por la caída del agua estrellándose con fuerza. Entonces explotaba en un grito la orden de Doña Tota: “¡Andá a buscar los tachitos!”. Todos cumplían entonces su misión de ubicar, en correspondencia con las goteras, latas vacías de dulce de batata, disfrutadas por paladares ajenos a la familia Maradona. Cuando el agua de lluvia las colmaba, gustabas de abrir la ventana y vaciarlas, describiendo una curva líquida y traviesa. El barrio carecía de una red sanitaria. Pelusa era el encargado de cargar contenedores de aceite de veinte litros y llenarlos con agua limpia, imprescindible para el uso de mi baño y las tareas propias de una cocina. Eludiste varias veces la ira de Don Diego al llegar con tus únicas zapatillas Flecha rebosantes de tajos y barro. Veía divertida como sus correrías, para impartir un castigo ejemplar, derivaban en una suerte de ballet improvisado, premonitorio de las gambetas a los jugadores ingleses Hoddle, Reid, Sansom, Butcher, Fenwick y Shilton, responsable de grabar en la memoria de un pueblo cierta reivindicación histórica. “Barrilete cósmico...”


Los “Cebollitas”. El Gráfico.

Fui responsable de darte lo mejor de mis paredes de ladrillo y revoques de dudoso aplomado. De ventanas con sonido a viento ingresando por sus hendijas. De vidrios perforados por algún delantero herido en su orgullo ante tanta maestría tuya.

Jorge Horacio Cyterszpiler y Diego Armando Maradona fueron hermanos de la vida durante 15 años.

Ese niño de rulos incorregibles, la debilidad de Doña Tota, el único destinatario de un pedazo de carne esquivo en la mesa familiar, el Pelusa que a los 13 años repartía su tiempo entre la Diez y el exterminio de cucarachas, le regaló a nuestros corazones una razón más para ser argentinos. Atesorabas dentro de un armario de mi cocina la edición del 19 de octubre de 1971 de la vieja revista Goles. En la sección “Desde el túnel”, veías como tu diez años de vida se divertían haciendo jueguito en el entretiempo del partido entre Argentinos Juniors y River, en la cancha de Atlanta. Lo hacías para divertirte y para entretener al público. Ese día ganó River 1 a 0 con gol de J. J. López. Fui testigo involuntaria de la lectura familiar de la nota publicada el martes 28 de septiembre de 1971 por el diario Clarín. “Viejo, me escribieron mal el apellido, acá dice Caradona”, lamentaste. El recuadro titulado: “Con porte y clase de crack”, decía: “Es

zurdo, pero ya sabe usar la derecha. Diego Caradona, diez años, se ganó calurosos aplausos en el entretiempo de Argentinos Juniors versus Independiente, haciendo gala de una rara habilidad para el jueguito con el empeine, y también, con chanfle. Con una camiseta que le queda un CASA NATAL

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Tu compinche Gregorio “Goyo” Carrizo, a quien supe conocer golpeando mi puerta de chapa color verde en clave, para ir a enfrentar a los rivales de turno.

Tu primo Beto te regaló una pelota de cuero blanca, número uno. poco holgada y el flequillo que no lo deja ver, Dieguito, parece escapado de cualquier baldío porteño de los de antes. La duerme, la levanta con doble pisada y tiene todo el porte del jugador nato. No parece un pibe de hoy, pero lo es, y con ese amor tan argentino por la pelota, nuestro fútbol nunca dejará de nutrirse de grandes jugadores”.

Contemplé tus prematuros pasos a los nueve meses de vida. Soporté estoica el golpe de tu zurda y tu derecha contra mis paredes. Va y viene, va y viene… la pelota marcaba surcos en la tierra y desprendía el revoque a punto de desmoronarse, producto de la humedad ascendente de las napas de Fiorito. Tuve el honor de hospedar a un crack controvertido, quien años más tarde sucumbiría ante las contradicciones del destino. Aquel niño rebelde entrevistado por Nicolás “Pipo” Mancera en una emisión de su exitoso “Sábados Circulares” del año 1971.

Una buena premonición ¿no? Más tarde, Los Cebollitas abrieron las puertas de tu gloria. Argentinos Juniors… lejos quedarían lo potreros de Fiorito, "Las Siete Canchitas", los botines que con esmero Don Diego lustraba para que brillaran junto a tus goles.

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Allí te escuché decir con tono de voz temeroso: "Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón". “Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?”


El Pelusa, que a los 13 años repartía su tiempo entre la diez y el exterminio de cucarachas, le regaló a nuestros corazones una razón más para ser argentinos

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Evita naciรณ en la Estancia La Uniรณn, Los Toldos, un 7 de Mayo de 1919.


ran las cinco de la mañana en el Campo La Unión, cercano a Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Comenzaba a despuntar el alba del día 7 de mayo de 1919, cuando los primeros llantos de una niña se hicieron escuchar con fuerza en el lugar. La flamante madre fue asistida en el parto por la comadre mapuche Juana Rawson de Guayquil. La zona permanecía poblada por una comunidad conocida como la “Tribu de Coliqueo”. Entre 1905 y 1936, la gran mayoría de las tierras de Los Toldos pertenecía a esa comunidad mapuche “amiga del blanco”. Juana Ibarguren tenía 31 años. La feliz mamá tomó entre sus brazos a la niña, al tiempo que contemplaba con ojos húmedos a su compañero, Juan Duarte. El flamante papá cargaba en sus espaldas la responsabilidad de cuatro hijos: Elisa, Blanca, Juan y Erminda (Chicha). CASA NATAL

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Acta de bautismo. Fuente http://revistalamanuela molina.blogspot.com

“Como los pájaros, siempre me gustó el aire libre del bosque. Ni siquiera he podido tolerar esa cierta esclavitud que es la vida en la casa paterna, o la vida en el pueblo natal... Muy temprano en mi vida dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces siempre he sido libre. He querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi cuenta”. María Eva Duarte de Perón “La razón de mi vida”.

Ahora se sumaba la pequeña María Eva. Mantenía dos familias, una considerada en ese tiempo como “legítima” en Chivilcoy, con Adela D´Huart y varios hijos; y otra señalada como “ilegítima” en Los Toldos... La pequeña Eva sería inscripta como “Hija natural”. Más tarde, lucharía contra esa discriminación.

Juan había arribado a Los Toldos y alquiló La Unión para explotar la bondad de sus tierras desarrollando la agricultura y ganadería. Allí conoció a la bella Juana, quien se robó su corazón. Don Juan derrochaba carisma. Se hacía notar en cada evento, en cada reunión. Su inesperada muerte en un accidente automovilístico ocurrido en Chivilcoy enlutó la vida de la familia Duarte aquel 8 de enero de 1926. A la pequeña María Eva le faltaban algunos meses para cumplir 7 años y no comprendía bien porque mamá Juana lloraba al llevarla de la mano a una casa de Los Toldos que sería su nueva morada.

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“Calle Francia 1021”, rezaba el rústico cartel de madera. Así te recibí aquella mañana en que ingresaste en mi interior con manos temblorosas. Pude escuchar como mamá te aseguraba que todo iba a estar bien. Que serían felices allí.


Eva, mi Evita consentida, vuela libre


Recibo de sueldo de Evita.

través de la confección de costuras. Extensas jornadas cuyo único fin radicaba en mantenerla unida a sus hijos, para protegerlos y amarlos. Evita comenzó sus estudios en la escuela primaria Nº 1 Domingo Faustino Sarmiento. Cruzaste mi puerta para abrazar a Juana cuando regresaste de aquella aventura: El primer día de clases. Todo era nuevo. “Chola -como la llamaba su hermana Chicha a Evita-, vení, mirá cuanto campo”, dijo señalando el amplio terreno que me rodeaba. Te acercaste a la ventana y el aire fresco se robó el olor de la tierra arcillosa de mis ladrillos pobremente cocidos.

Eva en 5to. grado. Año 1933. Junín.

Tus ojos se llenaron de una inmensidad de color verde. Ese sería tu nuevo mundo. Era más accesible que la cercana plaza Rivadavia y era toda tuya. Aunque le prestarías espacio a Chicha para jugar. Traté de brindarte el mejor abrigo posible, a pesar de mis pisos de tierra. También a Juana, quien se convirtió en el sostén de la “tribu”, como les gustaba llamar a su clan. Era una mujer de agallas y pudo alimentar con su trabajo a toda la familia, a

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Me esmeraba para que mis dos ambientes te resultaran amigables, pero definitivamente Evita, querías ser libre. Volar. Así trascurrían mis tardes, viéndote trepar los árboles del terreno baldío contiguo a mi lote, escudriñando la naturaleza. Envolviéndote en disfraces caseros los cuales te convertían fugazmente en todo aquello que tu imaginación te sugiriera. Gustabas de representar a los otros. Fui testigo de tu vocación artística, la cual era alimentada por los cuentos que por las noches Blanca y Elisa relataban. Reconozco que en un principio creía que tu deseo artístico no pasaría de ser el sueño de una niña. De hecho, tu empecinamiento por lograrlo acarreó no pocos disgustos. Juana se oponía a ese deseo para protegerte.


Siendo una chiquilla, siempre deseaba

declamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón

Desafiante, te enfrentabas al espejo de mi modesto baño para declamar y gesticular. Sonreías pícara al final de cada frase bien entonada. Más tarde escribiste en tu autobiografía, La Razón de mi Vida: “Siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón”. Pude entender que creías en el destino, mi pequeña Evita. Sabía que llegarías a ser alguien importante. Desde mis precarias paredes construidas en Los Toldos abrirías nuevos horizontes. Millones de personas invocarían tu nombre.

Serías la jefa espiritual de tu pueblo. La abanderada de los humildes. Quizás pude enseñarte el valor de mis escasas posibilidades. Ladrillos pegados con tierra, maderas envejecidas en las puertas, noches de frío arropada con mantas heredadas. Esa era tu vida y la de muchos otros. Estaba segura que ibas a hacer algo por ellos, Eva.

Pude verte envolviéndote en disfraces caseros los cuales te convertían, fugazmente, en todo aquello que tu imaginación sugiriera

Rayuelas, escondidas y manchas reemplazaban con creces a aquellos juguetes que se mostraban relucientes e inalcanzables, por su precio, en los escaparates de la juguetería de Los Toldos. Erminda “Chicha” era tu compinche infalible. Juan, según la ocasión lo requiriera, trabajaba como constructor de barriletes, luthier de pianos de cartón, asistente en el montaje de un circo o arquitecto de casitas de madera, las cuales poblaban mi patio trasero. Cuando llegó el año 1930, Doña Juana decidió dejarme. CASA NATAL

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La vi partir con su “tribu” buscando mejores posibilidades en la cercana localidad de Junín, donde el trabajo de Elisa la había trasladado. Doña Juana cerró mi puerta desde la calle con fuerza. Fallaba la cerradura y solo un golpe seco aseguraba el exitoso fin de la tarea. El estruendo de mis maderas retumbó en tu corazón. Sabías que quedaba definitivamente atrás la niña de Los Toldos. ¿Quién podría haber imaginado que esa pequeña nacida en un campo, asistida por una partera mapuche llegaría con los años a convertirse en la Primera Dama del país y ser gracias a la fuerza de su poderosa voluntad, una de las protagonistas más importantes de la vida política Argentina? Nadie podía sospechar que María Eva Duarte, la de la casa de ladrillos de Los Toldos, se transformaría con el tiempo en Eva Perón, esposa del Presidente Juan Domingo Perón y luego en Evita, motor y nervio del Movimiento Nacional Justicialista.

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“La Dama de la Esperanza”. Llevabas para siempre grabado el rumor permanente del pedal de una máquina de coser. Los juguetes deseados que no pudiste tener, el descubrimiento de un mundo habitado por ricos y pobres… tu sentimiento de indignación frente a la discriminación y la injusticia. Te dejé ir Cholita. Pude ver como girabas la cabeza y tus ojos me despedían por última vez. No lloraste. Fuiste fuerte, como cuando caías al suelo de tierra jugando y los moretones no tardaban en poblar tus rodillas. Con 11 años transitaste mis pisos por última vez para escribir


Carnet de Evita de la Asociación Argentina de Actores.

una leyenda de amores y odios. De contradicciones. Después de todo ¿quién no las suma a lo largo de toda una vida? Eva, mi Evita consentida, vuela libre. En lo que a mi respecta, hoy soy la orgullosa sede del Museo Histórico Municipal Casa Natal de María Eva Duarte de Perón.

Haide Guaiquil, nieta de Juana Rawson de Guaiquil, la partera de Evita, estuvo presente en el descubrimiento de una placa recordatoria de la Honorable Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, la cual hoy exhibo entre mis renovadas paredes, junto con la máquina de coser de Juana. La misma que bordó un sueño de justicia e igualdad.

Fui convertida desde el año 2002 en Monumento Histórico Provincial y Nacional.

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as luces de un modesto barrio de La Plata brillaron más ese día. Destellos premonitorios de la llegada al mundo de René Gerónimo Favaloro, un 14 de julio de 1923. Tu nacimiento sumó calor en mis gélidos ambientes. El de ese año fue uno de los inviernos más fríos que se recuerden “El Mondongo”, se presentaba como el típico barrio de inmigrantes de la década del 20 del siglo pasado. Gente variopinta y laboriosa, matarifes de Ensenada y Berisso quienes luchaban por subsistir en un universo asimétrico. En cuanto a mí no puedo agregar demasiado. Una casa alquilada y extremadamente humilde, con espacios acotados y discreto mobiliario. Lo justo y necesario: Zaguán, varias piezas y un amplio patio de ladrillos. En la cercanía, la casa de los abuelos.

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Padres de René recién casados. Me levantaron a fuerza de sacrificio y Sol en un terreno ubicado en 5 entre 69 y 70, dentro de la capital de la provincia de Buenos Aires, donde las diagonales mandan.

“Yo siempre tuve una formación social que me viene de mis orígenes, de ese hogar pobre de un carpintero y una modista, donde me crié. Ahí aprendí que el esfuerzo es una cosa importante en un barrio pobre de la ciudad de La Plata. Tiene un nombre raro, se llama barrio El Mondongo porque allí vivían muchos obreros del frigorífico. En esa casa aprendí que sin esfuerzo no se conseguía nada porque yo lo veía a mi padre trabajar 8, 10, 12, 14 horas diarias. No había sábado. No había domingo. Había sacrificio y lucha”. Dr. René Favaloro Reportaje televisivo, junio de 1983.

Perseverantes manos oriundas de Italia unieron ladrillos y sueños de cal. En el fondo albergo un taller donde el pequeño René pasaba sus tardes en medio de herramientas de carpintería. Su padre, Juan Bautista Favaloro, las administraba con singular destreza, creando formas increíbles gracias a su oficio de ebanista. Piezas de madera injustamente compensadas económicamente. Ese niño, de apariencia débil, lo contemplaba en silencio, embelesado. Desconocía que sus genes habían heredado una generosa dosis de esa habilidad manual.

Mi discreto taller conformaría una verdadera escuela de vida. Don Juan esparcía el aleccionador polvillo del quebracho: ''Sólo los esfuerzos persistentes, con pasión y honestidad, harán nuestros sueños realidad'', repetía. René, sentado sobre un banco de madera, asentía.

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Te contemplé trabajando a la par de papá durante las vacaciones de verano, convertido en un obrero más. “Para ser buen cirujano hay que ser buen carpintero”, dirías más tarde. Al mismo tiempo, mamá Geni Ida Raffaelli de Favaloro, desplegaba su arte con las telas, armada con una máquina de coser. Más trabajo, más esfuerzo. Más vida digna. Mis ventanas aumentaban su tamaño para aprovechar hasta el último rayo de Sol de la jornada. Al enhebrar las agujas se consumen las retinas y ensancha el pecho ante el deber cumplido. René observaba en silencio. Cesárea era su abuela materna. “Con ese nombre debías haber sido partero”, era el previsible y obligado chiste. Ella le endilgó el amor por la naturaleza, un mágico reino de posibilidades.

eternas ojeras. Tras mi ventana, mamá Gina apuraba el pedal de una máquina cuyo sonido se fundía con el de la escofina de Don Juan. A Cesárea le dedicarías tu tesis de doctorado: ''A mi abuela, quien me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca''. Palabras plasmadas ante la escuálida luz de un farol cuyo tubo de vidrio emanaba bocanadas de querosene declaradas culpables de teñir mis muros. “Era analfabeta pero sin embargo, mostraba una cultura impresionante. Hablaba de una manera muy especial. Pura poesía”.

El sueño de “Mi hijo el dotor” tomaba forma bajo mis techos altos, cimentados gracias al empeño de Don Juan y Doña Geni. René haría lo suyo, abrazando para siempre una profesión que fue su vida

El aprendizaje del manejo de las tijeras, entre brotes e injertos de las distintas plantas de mi jardín, más tarde, derrotaría a la muerte restaurando arterias y vasos.

Mi austera puerta de madera era transitada a menudo por otra de tus grandes influencias: Tu tío Arturo, médico general a quien gustabas acompañar en sus diarias rutinas. Adoptarías su impronta de médico campechano y efectivo. Humano y sencillo.

“Mirá René, las semillas comienzan a dar sus frutos”. Cesárea contemplaba divertida esos ojos sostenidos por un par de

Con cinco años de edad te escuché confesarle, en el jardín del ingreso: CASA NATAL

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René junto a su hermano menor Juan José.

“Yo un día voy a ser médico, Tío”. El sueño de “Mi hijo el dotor” tomaba forma bajo mis techos altos, cimentados gracias al empeño de Don Juan y Doña Geni. René haría lo suyo, abrazando para siempre una profesión que fue su Te vi partir en mayo de 1950 a tu vida. nuevo destino de caminos

intransitables los días de lluvia, calor, viento y areniscas insoportables. En ese lugar, donde el frío no perdonaba ni al cuero más resistente, fundaste junto a Juan José un centro asistencial que erradicó la mortalidad infantil en la zona, redujo la cantidad de infecciones en los partos y dispuso de un banco de sangre.

Compartías mis espacios con Juan José, tu hermano nacido en el año 1926. Experto fabricante de barriletes, acompañaría tus pasos en las ciencias médicas. “Conocer el alma del paciente para curar su cuerpo”, acordaban en charlas de sobremesa.

Los grandes baldíos emplazados en mi vereda de enfrente fueron involuntarios testigos de tus correrías: La rayuela, las bolitas, y especialmente, el fútbol. Tus colores siempre fueron los de Gimnasia y Esgrima de La Plata, el club favorito de los trabajadores de la carne. Los “triperos”. Suena lógico tu interés por las achuras ¿verdad? El palco oficial del estadio de ese club hoy lleva tu nombre…

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Libertad, justicia, ética, respeto, búsqueda de la verdad y participación social, fueron motivaciones cultivadas por tu espíritu con pasión y esfuerzo. Sentimientos inconteniblemente aplicados a una cuadra de mis paredes, en el Hospital Policlínico de La Plata. Otro presagio… Una mañana por debajo de mi puerta, el cartero deslizó un sobre. El tío Jacinto escribía desde un pequeño pueblo de 3.500 habitantes emplazado en una zona desértica de la provincia de La Pampa: Jacinto Aráuz. El único médico del pueblo, el doctor Dardo Rachou Vega, estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento, narraba.


Favaloro en su consultorio mĂŠdico


Dr. René Favaloro (1976). Fuente: Wikipedia. Luego, el destino te llevaría “De donde el diablo perdió el poncho”, al reconocimiento de la Cleveland Clinic de los Estados Unidos. Las ciencias del by-pass -o cirugía de revascularización miocárdica- te resultaban similares al arte de injertar frutales practicado con Cesárea. Quizás en el quirófano recordabas cuando en mi tierra abonada, y gracias a las artes de Cesárea, las higueras producían dos o tres variedades diferentes de frutos Después de todo, el milagro de la vida demanda similares procederes.

Le pedía a su sobrino René que lo reemplazara “aunque más no fuera por dos o tres meses”.

Triunfaste muchas veces manteniendo el latir de corazones rendidos ante tu milagro. Rendidos ante tu humildad y humanidad inquebrantables.

La decisión no fue fácil. Te vi partir en mayo de 1950 a tu nuevo destino de caminos intransitables los días de lluvia, calor, viento y areniscas insoportables. En ese lugar, donde el frío no perdonaba ni al cuero más resistente, fundaste junto a Juan José un centro asistencial que erradicó la mortalidad infantil en la zona, redujo la cantidad de infecciones en los partos y dispuso de un banco de sangre.

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Ya famoso acariciaste mi puerta varias veces. Ilusionado, soñabas encontrar, al trasponerla, a Gina pedaleando sonriente entre telas y a Don Juan modelando la madera. Luego te fuiste. Reivindicaste con un gesto fatal una necesaria dignidad. Poco probable en nuestra sociedad. Sin embargo, aun me duele.


Mientras tanto, en el mundo se realizan, por año, más de

800.000 operaciones de bypass. El asteroide 5077 lleva el nombre “Favaloro”, en reconocimiento a tu aporte a la humanidad

¿Qué fue de mí? Bueno, tu sobrino nieto Lautaro Tissera me convirtió en un reducto donde se rinde culto a la música ciudadana. El pibe mamó los tangos de Piazzola desde la cuna y honró la memoria de tu padre bautizándome como “Centro Cultural Don Juan”. Luzco en el ingreso un artístico portón metálico, obsequio de un paciente a Don René como agradecimiento.

historia se plasmó en dos libros: “¿Conoce usted a San Martín?” (1987) y “La Memoria de Guayaquil” (1991). “Necesitamos fabricar un mundo nuevo donde se le dé valor realmente al espíritu, a las cosas del espíritu”, pensabas. Y nos dejaste pensando…

Muchas personas asisten por las noches a brindar e inundar sus almas de dos por cuatro. Esos tangos te recuerdan, ignorando que allí se formó un ser humano único. Solo una placa de mármol, prolijamente ubicada en el ingreso, rinde su justo homenaje. “Aquí creció una de las máximas eminencias de la medicina argentina”. Mientras tanto, en el mundo se realizan, por año, más de 800.000 operaciones de bypass. El asteroide 5077 lleva el nombre “Favaloro”, en reconocimiento a tu aporte a la humanidad. En 1992, The New York Times te denominó “Héroe Humanitario”. Publicaste “Recuerdos de un médico rural” (1980); “De La Pampa a los Estados Unidos” (1993) y “Don Pedro y la Educación” (1994). Más de trescientos trabajos de investigación editados llevan tu firma. Tu pasión por la CASA NATAL

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ue ojos pícaros tiene esta niña!

El vecino de la pieza sonreía ante la expresión de una pequeña de movimientos bruscos. Una verdadera “varonera”. Laura Ana Merello, “Tita”, nació el 11 de octubre de 1904. “Hija de Santiago Merello, de profesión cochero de plaza“, según rezaba en su partida de nacimiento. Curiosamente, no figuraba en el documento el nombre de su madre. Recién en 1908, una muchacha uruguaya llamada Ana Gianelli, quien subsistía como planchadora, se reconoce como su legítima madre. Esa niñita era una más de mis hacinados huéspedes. Después de todo, no podían esperar mucho de un modesto conventillo del barrio de San Telmo.

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Específicamente, me encontraba ubicado en la calle Defensa 715, entre Balcarce y el pasaje San Lorenzo. Hoy, una modesta placa reproduce el nombre de Tita Merello, “Jamás pasé por un conservatorio de recordándole a los arte escénico ni eduqué mi voz en porteños el origen escuelas de canto. Simplemente, me de una leyenda hice en la calle. Sin ayuda de nadie, a arrabalera.

fuerza de voluntad, desarrollé una carrera que me llevó desde el conventillo en que nací y de los bares del bajo porteño a los primeros planos del tango y el cine nacional”.

Tita Merello, reportaje radial del periodista Chiche Gelblung, año 1999.

“He nacido con el dolor a cuestas”, solías decir. Motivos no te faltaban.

Sumabas tan solo siete meses cuando tu padre fallecía víctima de tuberculosis. Con 30 años de edad, papá Santiago le susurró a su compañero de cama en la habitación del Hospital Fernández, antes de fallecer: “Cuidenmé a la negrita”. No tuviste maestros Tita. Sin embargo, la calle fue tu única y mejor escuela. Te enseñó a defenderte y a poner tu mejor

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expresión ante la adversidad. La misma que muchos años más tarde les prestarías a distintos personajes del teatro y el cine. En la mayoría de tus películas, encaraste a madres solteras o mujeres desamparadas de bajos recursos, donde el conventillo era un protagonista más. Escenografías redundantes en techos altos, revoques maltrechos y malvones que asomaban desde improvisadas macetas.

Más tarde, la letra de un tango pondría en tu voz que sos fiera, caminás a lo malevo, sos chueca y te movés con un aire compadrón… Que parecés Leguisamo, tu nariz es puntiaguda, la figura no te ayuda y tu boca es un buzón… Sin embargo, esa niña de carácter enérgico y rostro capaz de balancear, en su justa medida, lo angelical y lo infernal, dejaría su sello inconfundible en el alma de toda una ciudad.

Esa niña gustaba de medir su altura utilizando el manijón de bronce cuya única función era rematar en una placa rotulada como “buzón”, presente en mi pesada puerta principal de madera. La vida en mis habitaciones se debatía entre la miseria y el abandono. Tu infancia fue breve, fugaz. Te sentías triste, pobre y fea. Más de una vez me lo confesaste. Vos, pebeta, creías que yo no te escuchaba. Pero las paredes de un conventillo pueden ser muy discretas ante la confesión de una damita de cuatro años.

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Tita en 1953. Fuente: wikimedia


Una dama de mirada insinuante

y provocadora. De quien todo lo sabe y todo lo ofrece

“Tita de Buenos Aires”. El ruso, el turco, el tano, el gallego y otros personajes se entremezclaban en mi patio cosmopolita. De todos aprenderías sus acentos y latiguillos. Autodidacta, contemplabas las ocurrencias de hombres y mujeres sin destino, intérpretes de una alegría tan impostada como necesaria. Conociste el sonido del bandoneón, un domingo a la mañana, cuando el tano comenzó a deslizar sus dedos por un teclado el cual gemía al son de una melodía mediterránea. Me esmeré para que aquellos sonidos fueran los más bellos posibles al rebotar contra mis “muros de 45”. Sin pensarlo, me brindaste tu más cálido homenaje cuando le pusiste voz y alma a las prosas de Cátulo Castillo, en el tango “Arrabalera”: “Mi casa fue un corralón de arrabal bien proletario, papel de diario el pañal, del cajón en que me crié... ¡Arrabalera, como flor de enredadera que creció en el callejón!” Siendo pequeña te adentraste en el arte del cocido de chorizos y la fabricación de morcillas en una de las piezas del “yotivenco”. Por supuesto, sin acatar las más mínimas medidas de higiene. Entre mis paredes las infecciones proliferaban y los inviernos mostraban su cara más cruel.

Te daban pena mis cuartuchos de cuatro por cuatro. Allí se hacinaban cinco o seis integrantes de una misma familia, se cocinaba con braseros, las necesidades fisiológicas se reservaban para la noche y se convivía con una familia extraña inquilina de una “cama por horas”. En mis habitaciones las puertas eran reemplazadas por cortinas. Un primer telón que improvisabas para aparecer sorprendiendo a mamá. Te divertía el crujir de mis pisos de madera humedecidos, donde la cámara de aire ubicada por debajo era rica en multiplicidad de hormigueros. No faltó la oportunidad en que la pícara Tita había llevado, clandestinamente, a aquel particular mundo, una mascota. La travesura tenía fines solidarios. ¡Mamá, tiene tanto frío y hambre como nosotros!, te escuche decirle. Cansada de tantas privaciones, mamá Ana meditó una decisión. Terminabas de cumplir cinco años cuando te vi partir hacia un Asilo de Niños ubicado en el barrio de Villa Devoto. Supe que allí padeciste más hambre. Que el miedo te visitaba por las noches. El personal de aquella cárcel para niños pobres no sonreía, ni siquiera forzadamente. CASA NATAL

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El aire no era atravesado por el lunfardo ni el cocoliche, sino por órdenes gritadas a voz en cuello. Pasaron los años y una tarde creí verte contemplarme desde la vereda de enfrente. Descubrí a una señorita de unos 15 años. Bajita, morocha, de bellas piernas, Pasaron los años y una tarde creí verte labios gruesos y sensuales.

contemplarme desde la vereda de enfrente. Descubrí a una señorita de unos 15 años. Bajita, morocha, de bellas piernas, labios gruesos y sensuales.

Una dama de mirada insinuante y provocadora. De quien todo lo sabe y todo lo ofrece.

Te vi agachar la cabeza y mirar al suelo en señal de disculpa, quizás por tu prematura partida o de un respetuoso duelo por aquellos años sufridos entre mis fríos y húmedos muros, con cables de electricidad, que como tendones, alimentaban la tenue luz de una lamparilla. Visualizaste con ojos de niña la ropa secándose al Sol mientras bailaba antojadiza al ritmo de la brisa porteña. Rememoraste el piso de mosaicos del patio, de bandas color bordó que confluían en rombos grises. Los recuadros de madera de los marcos con zócalos despintados en tono marrón oscuro.

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¿Qué ironía no? Ese era el mismo paisaje de ese teatrillo de mala muerte del bajo porteño, en la calle 25 de Mayo, de nombre Ba-Ta-Clán, donde regalaste falsas sonrisas e ilusiones a cambio de unas pocas monedas. Después de todo, “Si me gano el morfi diario, qué me importa el diccionario ni el hablar con distinción. Llevo un sello de nobleza, soy porteña de una pieza, tengo voz de bandoneón”. Te despediste con esa mirada de piadosa compasión varias veces repetida como un noble gesto a lo largo de tu vida. Alejaste tu silueta de morocha argentina rumbo al Ba-TaClan, distante algunas cuadras. Taconeabas sobre el empedrado de una ciudad la cual te reconocería en el año 1990 como “Ciudadana ilustre” por ser un “mito viviente de la iconografía porteña”. Pude ver tu figura desaparecer lentamente mientras canturreabas: “Yo nací en un conventillo de la calle Olavarría, y me acunó la armonía de un concierto de cuchillos. Viejos patios de ladrillos donde quedaron grabadas sensacionales payadas y, al final del contrapunto, amasijaban a un punto pa` amenizar la velada...”


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Fuente: Estampas de Buenoas Aires.


ctual Avenida Belgrano al 400, ciudad de Buenos Aires.

Manuel Belgrano. Retrato en miniatura por Joseph Alexander Boichard.

Aunque ya no exista, allí me encontraba ubicada. En la otrora calle Santo Domingo, entre Defensa y Bolivar, sobre la vereda al sur, mi frontispicio se recortaba en el cielo de la Gran Aldea. Mis escombros de adobe dieron cuenta del progreso, cuando en 1872 el primer ensanche de la Avenida puso punto final a mi historia. Mi suelo hoy lo ocupa el Edificio “Calmer”. Me describen como un caserón familiar de planta única, responsable de alojar a quien, años más tarde, sería considerado como el creador y padre de nuestra Bandera Nacional. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació a pocos metros del Convento de Santo Domingo, en Belgrano 430, un 3 de junio de 1770. CASA NATAL

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“El lugar de mi nacimiento es Buenos Aires. Mis padres Don Domingo Belgrano y Peri, conocido por Pérez, natural de Onelia, Italia, y mi madre, Doña María Josefa Gonzales Casero, natural de Buenos Aires. La ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió “Desde la más remota antigüedad riquezas para vivir cómodamente y dar hasta nuestros días, la historia de los a sus hijos la mejor educación de siglos y de los tiempos nos enseña aquella época”, escribió sobre tu figura cuánto aprecio han merecido todos Bartolomé Mitre en el primer tomo de aquéllos que han puesto, como en una vivienda, los cimientos a alguna obra su trascendente obra: “Historia de Belgrano y de la Independencia benéfica de la humanidad”. Argentina”, del año 1857.

Manuel Belgrano.

Don Domingo y Doña María eran los padres del futuro General. Las costumbres impartidas por ambos eran sumamente severas. Una de las primeras enseñanzas de Manuel radicó en obedecer en silencio las órdenes de sus padres, especialmente, las de Don Domingo. Acuné en mi seno a este criollo de origen italiano, a sus siete hermanos varones y cuatro mujeres. Al día siguiente de arribar al mundo, el infante Manuel fue bautizado en la Iglesia Catedral de Buenos Aires. Las actividades comerciales de Domingo Belgrano le

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permitieron a la familia vivir muy lejos de las necesidades que apremiaban a los porteños de entonces. Ello se apreciaba en mis paredes, siempre relucientes de cal y en el mobiliario de estilo dispuesto en mis diversos ambientes. Conformaba una de las primeras expresiones de la arquitectura colonial con influencias europeas de nuestra ciudad. Lo digo con un dejo de orgullo. El lote de mi asentamiento formaba parte de una zona, la cual por entonces, era la preferida de las familias más pudientes para fijar sus residencias. Hacia la calle orientaba mi salón principal. Un gran portón servia de entrada al zaguán y al patio mayor, al cual se abrían mis habitaciones, rematando en el salón comedor. Otro zaguán comunicaba con el segundo patio, las habitaciones de servicio y la cocina. Un tercer patio reunía las caballerizas y la huerta familiar. No contaba con baño. Según los usos y costumbres de la época, se satisfacían las necesidades fisiológicas en una letrina dispuesta en mi tercer patio. Desde la misma fundación de Don Juan de Garay la zona sur de la Plaza Mayor se desarrolló rápidamente: Casas, negocios, iglesias y conventos se establecieron desde la barranca del río




Imagen de las obras de demolición de la casa natal del General Manuel Belgrano (2 de marzo de 1909).

hasta la actual calle Piedras y desde Hipólito Yrigoyen hasta Chile.

culto, brillante. Te presentaste convertido en abogado, con todas las condiciones de un verdadero triunfador.

Reunía en mi interior ciertas comodidades de la época. Una de ellas era el aljibe construido en el año 1835. El mismo se salvó de mi derrumbe y aun hoy puede visitarse en su nuevo emplazamiento: El patio interior del Cabildo de la ciudad de Buenos Aires.

En los círculos patricios hablaban de tu regular estatura, fisonomía bella y serena, cabellos rubios sedosos, ojos azules, tez blanquísima -apenas sonrosada-, como un “hijo de las razas nórdicas”.

Con pocos años de edad, Manuel Belgrano abandonaba mi portal para transitar por la calle Defensa, denominada así en homenaje a la Defensa de la ciudad del año 1807, de la cual, ese jovencito regordete y rubio sería uno de sus gestores. El barrio de “Santo Domingo” aglutinaba, indefectiblemente, a lo mejor de la realeza porteña. Mi patio principal fue el escenario donde batallas de soldaditos de madera y plomo consumían las tardes de Manuel de 8 años y su primo, Juan José Castelli, de 14. En paralelo, las obligaciones dieron paso a los estudios en el Real Colegio de San Carlos. A los 16 años, Salamanca y Valladolid eran los destinos ideales para completar la formación correspondiente al nivel superior. A los 23 años nos reencontramos. Lucías mundano, cortés,

Por comentarios me mantuve informada de tu intensa vida pública, tus campañas militares, tu genio creador de símbolos nacionales, periódicos, escuelas, tus victorias, tus derrotas, tu actividad social…

Las obligaciones dieron paso a los estudios en el Real Colegio de San Carlos. A los 16 años, Salamanca y Valladolid eran los destinos ideales para completar la formación correspondiente al nivel superior

A principios de mayo de 1810 fuiste uno de los principales dirigentes de la insurrección que se transformó en la Revolución de Mayo. Me resultaba casi imposible imaginar que quien llegó al mundo con los mejores auspicios, muriera en la ingratitud, resistiendo frustraciones, estafas, pero decidido a cumplir hasta el final con sus obligaciones éticas. Era difícil no apreciar tus méritos: Entereza, abnegación, amor al prójimo, serenidad de espíritu, talento, humildad, CASA NATAL

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trato encantador, unidos a una fuerza interior capaz de desempeñar infatigablemente diversas tareas. En tus estadías en Buenos Aires curaba tu sueño durante apenas 3 ó 4 horas por día.

Pocos supieron ese frío día de junio, del paso a la inmortalidad de un hombre quien merecía ser calificado como tal. Un solo periódico, "El despertador teofilantrópico", de Fray Francisco Castañeda, comunicó la noticia.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano vino al mundo y falleció en la misma ciudad, en la misma casa y, tal vez, en la misma alcoba.

Presencié como en su lecho fue examinado por un médico escocés, Joseph Redhead. Al no poder pagarle por sus servicios, Manuel quiso darle un reloj como pago. Ante la negativa del galeno a cobrarle, tomó su mano y puso el reloj con cadena de oro y esmalte obsequio de Jorge III de Inglaterra, dentro de su palma, agradeciéndole por sus atenciones. En sus últimos días, recibía por las tardes al Dr. Juan Sullivan, quien se encargaba de interpretar en el clavicordio páginas musicales del gusto de Don Manuel. A las 7 de la mañana del 20 de junio de 1920, contemplé en silencio como su vida se apagaba. Sus últimas palabras resuenan aun en mi memoria. Fueron dedicadas a su patria:

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El mármol de una cómoda

sirvió como lápida para identificar su sepulcro

Pocos supieron ese frío día de junio, del paso a la inmortalidad de un hombre quien merecía ser calificado como tal. Un solo periódico, "El despertador teofilantrópico", de Fray Francisco Castañeda, comunicó la noticia. Amortajado, según su deseo con el albo hábito dominico, Don Manuel abandonó mi alcoba para ser enterrado en el ingreso de la Iglesia de Santo Domingo, acompañando el cortejo un reducido núcleo de parientes y amigos.

"Pensaba en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo. Los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias". Quizás, en paralelo, tus pensamientos quedaron detenidos en una tibia tarde de una incipiente Buenos Aires, mientras leías en mi patio perfumado con azahares.

Murió en la extrema pobreza, a pesar de formar parte de una de las familias más acaudaladas del Río de La Plata, antes de embanderarse con la causa de la independencia. “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria. Me contentaría con ser un buen hijo de ella”. El mármol de una cómoda sirvió como lápida para identificar su sepulcro. CASA NATAL

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u llegada podía compararse con un film del neorrealismo italiano.

La puerta de dos hojas de madera de mi acceso te vio contemplar gente que transitaba por la vereda distraída, absorta en sus pensamientos.

Sobre mi vereda se acumularon paquetes y valijas atadas con hilos anudados entre sí para aumentar su longitud. Mamá vestía de negro y tus tres hermanos se protegían tras su falda del susto provocado por lo nuevo. La señora llevaba en sus brazos a una pequeña que sería muy, muy grande. Marina Esther Traveso, con sus dos meses de vida excesivamente arropados, recorría con sus ojos mi fachada gris. La esperaba entre mis muros una nueva vida, sin papá. Días antes, Pedro Traveso había fallecido, dejando a su familia en una situación comprometida y obligando a su esposa -María Ángela Pérez- a abandonar la vivienda del barrio de Caballito en busca de nuevos horizontes.

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Yo los estaba esperando en la calle Defensa 219 de la ciudad de Buenos Aires. Tan solo una cuadra de distancia me separaba de la icónica Plaza de Mayo, rodeada de edificios muy representativos de la vida política y social argentina. Pero volvamos a mi “protegida”.

“Digo de mí que no soy artista, sino una señora de su casa que logró, simplemente, hacerse la graciosa. Todo se redujo a caminar, mirar, oír, a veces con anteojos negros para que no me reconocieran, y captar el habla y los sentimientos de la gente, que van de lo sublime a lo ridículo”. Niní Marshall Revista Somos. Número del 23 de octubre de 1985.

El 1º de junio del año 1903, nuestro país vio nacer a quien sería una de sus máximas actrices y autoras. Idolatrada por todos y cultora de un género sumamente desafiante, especialmente para una dama: Hacer reír. Niní Marshall, sería el nombre y apellido con el cual el mundo la reconocería. Ya desde pequeña fui víctima involuntaria de tus actuaciones. Para el susto de Doña María, tu silueta se deslizaba sobre la baranda de la escalera de lustrosa madera.

La puerta de dos hojas de mi acceso te vio contemplar gente que transitaba por la vereda distraída, absorta en sus pensamientos. Vos los observabas pasar, con la iglesia de San Francisco como telón de fondo. Precisamente, esa capacidad de ver y exagerar sería tu mayor logro.

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Ya desde pequeña fui víctima involuntaria de tus actuaciones. Niní Marshall, sería el nombre y apellido con el cual el mundo la reconocería.


Desde el barrio de San Telmo pintarĂ­as tu aldea y el mundo, a partir de personajes entraĂąables, productos todos de tu enorme poder como caricaturista


Desde el barrio de San Telmo pintarías tu aldea y el mundo, a partir de personajes entrañables, productos todos de tu enorme poder como caricaturista. Reconozco que tu primer escenario fue la Escuela Juan José Paso, donde demostraste un gran interés por la actuación. Aunque eras sumamente tímida a la hora de enfrentar las lecciones, tu interior se desataba llamando la atención con tus imitaciones y personajes. Mamá María -de quien disfrutaba oír afinar sus cuerdas vocales de soprano con una perfecta afinación-, te llevó a los cinco años para Mamá María -de quien disfrutaba oír afinar sus cuerdas realizar una actuación en el Centro vocales de soprano con una perfecta afinación-, te llevó a Asturiano de Buenos Aires. Allí llegaron los cinco años a realizar una actuación en el Centro los primeros aplausos. Jamás te Asturiano de Buenos Aires. Allí llegaron los primeros abandonarían. aplausos. Jamás te abandonarían. Ya por entonces notaba tu interés por las danzas españolas. Mamá y papá eran asturianos y en definitiva, la sangre llama a la sangre. También estudiaste piano, pintura, dibujo, canto… Aprecié el fuego incontenible que la actuación generaba en la pequeña Marina. Con pocos años formaste junto a un grupo de niños “Los arribeños del norte” suerte de ”compañía teatral” encargada de representar pequeñas obras en el sótano de la casa de tus tíos.

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Mucho más tarde, la actuación inclinaría la balanza entre las artes transitadas. Pero, de alguna manera, los dibujos que dejaste plasmados en mi tanque de agua fueron bocetos de aquellas criaturas que modelarías a la perfección: Niní, Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Croston, Belarmina, el Mingo, la niña Jovita, Gladis Minerva Pedantoni, Fruelain Frida, Doña Caterina y la increíble Catalina Pizzafrolla Langanuzzo, alias “Catita”. “As noches, muchachos”. Esa carencia de “eses” finales y el recorte de las palabras eran cotidianos en el dialecto de mi vecindad. Una casa de rentas, en definitiva, reúne un universo cosmopolita. Tus conocimientos de la lengua española, alemana y francesa harían el resto. Esa muchacha creada en base a talento y sutileza representaba a muchas de las chicas que transitaron mis mosaicos.

Chismosas, criticonas y pendencieras, prototipos de la primera generación de argentinas descendientes de inmigrantes. Entre mis paredes surgió tu primera macchietta: Cándida. En realidad, se trataba de Francisca Perez, la empleada gallega encargada de colaborar con mamá en los quehaceres de la casa paterna. Francisca ante tus ojos era chiquita y no muy agraciada, pero entró en tu corazón para siempre. Llegó de España en busca de una casa, un sueldo, comida y los domingos libres. Los vecinos nutrirían tu cuantiosa galería de hilarantes personajes, retratos de los habitantes del centro de la ciudad de Buenos Aires durante la primera mitad del siglo pasado. CASA NATAL

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Modismos, arquetipos y juegos verbales darían sustento y vida a esos tiernos muñecos recreados con gracia infinita. Solo la ceguera de algunos políticos de turno los amordazarían, acusándolos de “deformar el idioma”… en fin Niní… Me pregunto ¿cuántos de mis inquilinos y habitantes pasajeros se ven representados en tu unipersonal "Y se nos fue redepente", con el cual, prácticamente, inauguraste el género del “Café Concert”. Quizás el grupo “Los arribeños del Norte” fue el borrador de este logro. Varias veces confesaste una infancia feliz entre mis techos altos y puertas de madera eternas. Anidé tu sueño y alimenté tus ojos para que observes una aldea y un mundo al mismo tiempo. Te brindé el humor como otra forma de refugio. Hoy mi casa se ha fundido con otra para dar cabida al Museo de la Ciudad, abarcando ambas propiedades la totalidad de la esquina de Defensa y Alsina. Entre archivos pasados y reliquias de Buenos Aires, uno de mis más preciados tesoros tienen relación con tu historia, con tu propia vida. Una placa ubicada sobre el símil piedra en Defensa 219 te recuerda. Una calle de Puerto Madero lleva tu nombre y te designaron en vida “Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”.

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Hoy mi casa se ha fundido con otra para dar cabida al Museo de la Ciudad, abarcando ambas propiedades la totalidad de la esquina de Defensa y Alsina. Entre archivos pasados y reliquias de Buenos Aires, uno de mis más preciados tesoros tienen relación con tu historia, con tu propia vida.

De mis entrañas partiste en tu adolescencia, rumbo a una vivienda más cómoda en Barrio Norte. Abandonaste la vida a los 92 años y el mundo de mi calle fue más triste y frío. Dejaste como inmortal legado 37 películas, 14 obras de teatro, 12 programas de televisión, discos, libretos, guiones, giras por América Latina, España y Estados Unidos. Fuiste la “Chaplin con polleras”, sumando el beneplácito de altos intelectuales quienes elogiaron tu percepción, gran sentido del humor y plasticidad. Mi amada Niní. “Nuestra Cervanta”, como te definió María Elena Walsh, quedarás por siempre en mi recuerdo como una hermosa damita creadora de títeres como nosotros, como nuestros padres y abuelos, quienes deambulaban por la vida, décadas atrás. Cuando la risa era limpia, como el cielo de la calle Defensa.


Para el susto de DoĂąa MarĂ­a, tu silueta se deslizaba sobre la baranda de la escalera de lustrosa madera



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iudad de Buenos Aires. Una bruma de agosto envuelve toda la escena. Faltan unos meses para que el nuevo siglo se haga presente y escriba su propia historia. El 24 de agosto de 1899, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges estrenaba su rol de primogénito cobijado por una familia cuyo árbol genealógico ostentaba a una serie de parientes criollos, anglosajones y portugueses, quienes desempeñaron preponderantes papeles durante las luchas por la independencia argentina, como Francisco Narciso de Laprida, Manuel Isidoro Suárez y Francisco Borges Lafinur, su abuelo paterno y destacado militar uruguayo. Pero las ramas de ese árbol también crecían alimentadas por la literatura. Edward Young Haslam, su bisabuelo paterno, fue un poeta romántico que editó uno de los primeros periódicos ingleses del Río de Plata, el Southern CASA NATAL

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"Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio. Esa noche, la luna, el claro círculo, no domina el espacio. Patio, cielo encauzado. El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa. Serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe". Un patio Fervor por Buenos Aires (1923) Jorge Luis Borges.

Cross. Juan Crisóstomo Lafinur, su tío paterno, se destacó en la poesía, siendo autor de composiciones románticas y patrióticas, además de dictar cátedras de Filosofía. Esa segunda rama, decididamente, fue la más resistente. Con su madera se construyeron los estantes capaces de soportar el peso de libros consumidos con voracidad dentro de mis espacios. Soy una elegante casa porteña de dos plantas producida con los recursos de fines del siglo XIX, con jardín, patio, molino y aljibe. Elementos repetidos como sonoros ecos en tus futuras poesías.

Me encontraba situada en la calle Serrano 2135, por aquel entonces, “los arrabales del Barrio de Palermo”. Allí te recibí con dos años de edad y tu pequeña hermana Norah, provenientes desde la casa de tus abuelos maternos, ubicada en Tucumán 840, pleno centro porteño.

literatura. Era un ávido lector y tenía aspiraciones literarias plasmadas en una novela, “El caudillo”, y en algunos poemas portadores de su firma. Mamá, Leonor Acevedo Suárez, era uruguaya y mostraba una especial sensibilidad hacia el arte. Dominaba el idioma inglés gracias a su esposo y debido a ello, tradujo varias obras de esa lengua al español. El pequeño “Georgie” aprendió a leer y escribir a los 4 años. Desde esa edad ya era bilingüe. Siempre estabas leyendo. Papá Jorge se dirigía contigo hacia mi biblioteca y tu rostro se enaltecía con rubores de curiosidad. Los grabados en acero de la Chambers's Encyclopaedia y de la Enciclopedia Británica, sumaban sus destellos. Democráticamente, elegías tus lecturas, mientras el tiempo se deshacía entre las lecciones impartidas por Miss Tink, una institutriz británica. Las palabras, su música, su organización simbólica para iluminar el pensamiento, siempre permanecieron presentes. Luces y sombras.

Papá, Jorge Guillermo Borges, un abogado devenido en profesor de psicología, había heredado la pasión por la

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Sombras producto de una ceguera progresiva la cual afectó a


Jorge Luis Borges en la biblioteca de su casa natal


Jorge Luis de niño.

mi Georgie desde pequeño, condenándolo a portar gruesos lentes los cuales remarcaban su aspecto de niñoadulto al vestir traje y corbata. Tus poemas viraron entonces al gris del desconsuelo. Con tan solo seis años de edad, esbozaste en perfecto inglés un breve ensayo sobre mitología griega. A los nueve, tradujiste del idioma de Shakespeare “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Mientras tanto, marginales, inmigrantes y cuchilleros poblaban tu patria imaginaria. Mi aljibe y patio persistían en tu memoria. Te refugiabas en ella de un espacio exterior con gesto poco amistoso.

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Las burlas del colegio no hacían mella en tu corazón. En más de una ocasión regresabas derrotado de un lugar que no representaba lo más excelso del conocimiento, sino un aguantadero de rufianes payasescos quienes se mofaban de las debilidades ajenas. Como los orilleros y marginales de tus cuentos. Sobre papá Jorge comenzaba a cerrarse la penumbra de su ceguera. Georgie presagiaba su propio final entre sombras. Irónicamente, heredaste la luz de los libros y la oscuridad del cuerpo de aquel descendiente de portugueses. Con tu hermana Norah recorrías mi patio planeando las travesuras propias del universo de la dorada infancia. Ella dibujaba asombrosos tigres e imaginaba increíbles juegos. El aljibe servía de fiel respaldo para leer libros junto a tu abuela Fanny Haslam, atemperados por el sol del otoño y el aroma de las glicinas. Mi techo era asiduamente visitado por Norah. Una asumida cobardía te privaba del paisaje de Palermo, cortesía de aquel improvisado mirador. Preferías la seguridad de mis baldosas

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Norah y Jorge Luis Borges en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, en junio de 1908.

cuadriculadas y de jugar a las bolitas y al poliladrón. Mientras, las obras de Julio Verne, Dickens, Kipling, Mark Twain, Stevenson, José Hernández y los hermanos Grimm, aguardaban prolijamente señalizadas proseguir sus aventuras ante tus débiles ojos. Apreciaba tu empeño de niño escritor. “La visera fatal”, inspirada en un pasaje de “Don Quijote de la Mancha”, fabulaba un ámbito futuro para recibir a Schopenhauer, Nietzsche, Mauthner, Carlyle y Chesterton. Todos ellos habitaron, sin saberlo, los muros de aquel fuerte de la calle Serrano, el cual te amparaba de ese poblado infame y seductor. Quizás mi sala vacía inspiró tu poesía: “Los muebles de caoba perpetúan entre la indecisión del brocado su tertulia de siempre. Los daguerrotipos mienten su falsa cercanía de tiempo detenido en un espejo y ante nuestro examen se pierden como fechas inútiles de borrosos aniversarios. Desde hace largo tiempo sus angustiadas voces nos buscan y ahora apenas están en las mañanas iniciales de nuestra infancia. La luz del día de hoy exalta los cristales de la ventana desde la calle de clamor y de vértigo, y arrincona y apaga la voz lacia de los antepasados”. Tal vez en mis entrañas comenzaron a gestarse ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales,

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Irónicamente, heredaste la luz de los libros

y la oscuridad del cuerpo de aquel descendiente de portugueses

bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos fabulados.

misma, te permitieron recorrer espacios idénticos y universales. Colaboraron en mantener viva tu noción de identidad e historia.

Frescos coloridos con matices crepusculares. Paisajes donde la imaginación, la filosofía concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía se fusionaban en un caldero el cual emanaba un humo denso y deseperanzado. Tus pasos por Buenos Aires contemplando ponientes, arrabales, patios y parras entrevistos a través de las rejas de los zaguanes, te hacen decir: "Las calles de Buenos Aires ya son la entraña de mi alma".

La “Elegía de los portones”.

Transitabas por la noche "olorosa como un mate curado" con "la luna atorrando por el frío del alba". Precisamente, en mi esquina de Serrano y Guatemala situaste tu poema “Fundación mítica de Buenos Aries”. Te arrebataron el amor, la pasión, el fervor de Buenos Aires, sintiendo que habías recorrido "las veredas de la tierra y el agua y sólo a vos el corazón te ha sentido, calle dura y rosada", encontrando en esta ciudad tu patria verdadera: "Los años que he vivido en Europa son ilusorios. Yo he estado siempre (y estaré) en Buenos Aires". Los lugares y objetos los cuales reconociste manifestaron su impronta en tu literatura. Las casas del arrabal, como yo

Como a Funes, el memorioso, tus recuerdos te lastiman. Atormenta aquel pasado de desengaño y bromas crueles. Me constituí en tu única forma de auxilio, donde la sonoridad de las palabras surgidas desde páginas amarillentas, humedecidas por Buenos Aires, te adormecían con un alivio reparador. Mi universo de aljibe central -dominante- y habitaciones lindantes con baldosas romboidales conformó todos los universos. Te vi partir lejos, hacia Ginebra, Suiza, con 15 años de edad.

"Los años que he vivido en Europa son ilusorios. Yo he estado siempre (y estaré) en Buenos Aires"

A tu regreso, en el año 1920, me encontraste distinta y distante. Como un puerto que añora naufragios. CASA NATAL

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Esta fotografía muestra el frente de la antigua casa de la familia Azcuénaga. La iglesia que se ve al fondo es la de Santo Domingo. Antes de ella se encontraba la casa de Don Carlos María Huergo.


a ciudad conservaba su aspecto colonial hacia 1830, extendida en esos años en calles angostas, con terrenos de 10 varas de frente. La urbe carecía de un estilo arquitectónico definido. Las casas del centro se organizaban a partir de un par de ventanas hacia la calle, zaguán con cancel o verja de hierro labrado, piezas en hilera sobre los patios, de modo que, como dijera algún vecino, “si alguien disparara un tiro en la calle, mataría a la cocinera en el fondo”. Las casas coloniales se multiplicaban con profusión en el área más edificada y de mayor consideración social: Cerca de la Plaza de Mayo. Allí las manzanas se ocupaban con oficinas públicas, colegios, salas de espectáculos para la clase alta, iglesias. Muy cerca de esa zona, el 1° de noviembre de 1837, nacía Luis Augusto Huergo. Fuente: www.atlasarchivo.com.ar

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“Huergo ha sido el primer ingeniero argentino, no sólo en el orden cronológico sino también por sus virtudes y su labor profesional. Sus colegas lo amábamos como a un padre, recurriendo a su consejo y experiencia en todas las cuestiones difíciles, en las que no escatimaba su opinión franca y sincera expuesta con su voz grave y reposada, con el valor de sus convicciones y sin anteponer jamás al bien general los intereses particulares ni propios ni ajenos”. Naturalista Ángel Gallardo En la ceremonia de inhumación del Ing. Luis Huergo. 4 de noviembre de 1913.

Su alumbramiento ocurrió en mi seno. Soy la casa de sus padres, Carlos María Huergo Cainzo y María Dorotea Regueira. Me encontraban en la calle Belgrano, entre Balcarce y la cortada llamada entonces Tupac Amarú, frente a la iglesia de Santo Domingo. Mi fachada encalada resumía toda la herencia colonial, con influencias romanas, griegas y árabes. Sus líneas rectas se quebraban mediante puertas de recios paneles y varias ventanas enrejadas con forjados.

Esa sala fue la encargada de halagar a los amigos de la familia Huergo, quienes deseaban conocer personalmente al nuevo integrante del clan. CASA NATAL

Ostentosas vajillas y platerías demostraban el buen gusto de los Huergo. Entre mis patios, especialmente el más grande, destinado a la intimidad de la familia, transcurrían felices los días del pequeño Luis. Árboles frutales y un aljibe dominaban ese espacio al cual se abrían los dormitorios. Las trabas de mis ladrillos desnudos se volvían desafiantes para tu raciocinio. ¿Podrían disponerse de diferente manera?

Tras mi puerta cancel se accedía a un primer patio, conocido como “patio de recibo”, enlisado con baldosas e invadido de macetas rebosantes de flores y plantas.

Frente a la sala de recibo, se disponía la biblioteca, el comedor, vale decir, mi “zona pública”, destinada a agasajar a las visitas.

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Todos eran convidados con té y confituras a la hora de la merienda, es decir, “la hora de las visitas”.

El recuerdo de tu padre, quien falleció cuando sumabas 12 años, distraía esos matemáticos pensamientos. Diferentes profesores te impartían clases entre mis muros. No obstante, partiste con flamantes 15 años cumplidos hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Supe que allí cursaste estudios en el Colegio de Santa María de Maryland, con enseñanzas a cargo de sacerdotes jesuitas. Ponías especial atención en los cursos de matemática, agrimensura e ingeniería.


Luis Huergo tuvo 15 hijos, pero solo seis sobrevivieron la infancia. En la foto, de pie: Rafael, Enrique, Luis, Eduardo y Raúl. Sentados: Luis Augusto, Ana Molina y Ana de Carlé.

Exactas. Allí recibirías clases magistrales de parte de destacados especialistas italianos, como Bernardino Speluzzi, Emilio Rosetti y Juan Ramorino. Ellos fueron los responsables de comenzar a resolver las incógnitas de las estructuras. De su mano, iniciaste un camino sin retorno.

Retornaste a tu “patio grande” con 20 años y apodo yanqui, “Bull”, prometiendo no volver a abandonarme. La próxima meta para saciar tu curiosidad de milimétrica obsesión fue el Departamento Topográfico de Buenos Aires, donde obtuviste el diploma de Agrimensor. El almanaque deshojaba los días del año 1862. Tres años después, el 16 de junio de 1865, Juan María Gutiérrez crea en Buenos Aires el Departamento de Ciencias

El 6 de junio de 1870, con 33 años de edad, te convertiste en el primer graduado en ingeniería de nuestra patria, fijando esa fecha para honrar la disciplina. "Universidad de Buenos Aires. Nos, el Rector y Cancelario de la Universidad. Sea motivo a todos cuantos vieren este público instrumento que a consecuencia de

El 6 de junio de 1870, con 33 años de edad, te convertiste en el primer graduado en ingeniería de nuestra patria, fijando esa fecha para honrar la disciplina

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Huergo por Cao.

haber sido Luis Augusto Huergo ganador de los cursos necesarios, tanto en las facultades preparatorias como en la mayor de Ciencias Exactas y por último haber acreditado previamente haber dado las pruebas y los exámenes respectivos con aprobación de los examinadores... en virtud del cual se lo considera como ingeniero de la Escuela de esta Universidad en la Facultad de Ciencias Exactas", destacaba el diploma. Mis habitaciones de pisos de ladrillos, paredes lisas y techos envigados con troncos revestidos con tejuelas, se llenaron de orgullo. Las mismas que veían transitar tu tez blanca, cabello negro y ojos agrisados. No cumpliste tu promesa. Partiste a Inglaterra, comisionado por el gobierno Argentino, para supervisar en Londres la construcción de 118 puentes, cuya materialización en nuestro suelo sería tu responsabilidad. De regreso, mis arañas de caireles resultaban más pequeñas respecto de tus recuerdos. Ostentabas un sentimiento de patriotismo y rectitud encomiables. Te enervabas al considerar en peligro los intereses de tu amada argentina. ¿Cómo no admirarte en aquellos tiempos de cohecho y dinero fácil? CASA NATAL

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Pretendías que mentes jóvenes descifrarán

con ingenio los acertijos del tiempo nuevo

Tu ingenio se apreciaba en múltiples creaciones. Diseños de estructuras sin igual que aliviaban los pesares de muchos compatriotas. Proyectaste el aumento del caudal del Salado, con canales procedentes de los ríos Tercero, Cuarto y Quinto; estudiaste un tramo del ferrocarril Pacífico -Buenos Aires a Villa Desde mi azotea, podías apreciar el Mercedes- y el puerto de San Fernando, río, por un lado, y la pampa, por el con un dique de carena, el primero otro. A ambos intentaste brindarles construido en el país. respuestas a partir de un proyecto de

increíble acierto: Un sistema de dientes oblicuos instalado en la parte meridional del este de la ciudad, con un canal de acceso el cual partía desde la boca del Riachuelo.

Federalizada Buenos Aires, presentaste al gobierno Nacional tu proyecto más ambicioso: El puerto de esa ciudad. Un plan imprescindible para sumar progreso y oportunidades a la abundante producción pampeana.

Cada uno de los presidentes había acercado profesionales de otras latitudes para desarrollar nuestro puerto: Rivadavia a James Bevans, Urquiza a Juan Coghlan, Sarmiento a John Bateman... Desde mi azotea, podías apreciar el río, por un lado, y la pampa, por el otro. A ambos intentaste brindarles respuestas a partir de un proyecto de increíble acierto: Un sistema de dientes oblicuos instalado en la parte meridional del este de la ciudad, con un canal de acceso el cual partía desde la boca del Riachuelo.

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“De esta manera, resulta ser sumamente accesible el ingreso y posterior movimiento portuario por agua y tierra, sumando economía en el movimiento y la explotación, facilidad amplia de extensión de muelles, logrando tierras vacantes hacia el litoral norte de la ciudad”, ensayaste tu defensa del proyecto con mis lámparas nocturnas como mudos testigos. Sentiste la derrota cuando se optó por el “sistema de eslabones” con firma de Eduardo Madero. Suponías las complicaciones que el mismo ocasionaría. El Congreso de Ingeniería de Saint Louis, Estados Unidos, te brindó su enérgico respaldo al destacar tu planteo por sobre el elegido. Pero la procesión iba por dentro… En mi fondo, el patio de servicios reunía los cuartos para la servidumbre, gallinero, depósitos de leña y carbón, retretes, cocinas, despensas y una habitación separada con tina de baño. Más de una vez te refugiaste allí para digerir la injusticia cometida. ¿Habría sido el entonces vicepresidente de la Nación, Francisco Bernabé Madero, el tío de Eduardo, quien inclinó equivocadamente la balanza para que el 26 de junio de 1882 se aprobara en Diputados el “Puerto de Madero”? No se trataba de un ego herido, sino de un país que lamentaría esa decisión, plagada de consecuencias negativas a lo largo del tiempo y de la historia…


La contribución de mi “Ing. Huego” a la Argentina fue inmensa. Fundaste y presidiste con éxito y honor el Instituto Geográfico Argentino, el Centro Nacional de Ingenieros y la Sociedad Científica Argentina; llegando a encabezar el extraordinario Congreso Científico Internacional Americano del año 1910. En 1881 fuiste elegido Decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que luego pasaría a llamarse Facultad de Ingeniería, ocupando el cargo con rectitud y eficiencia, donando tu sueldo a las investigaciones llevadas a cabo en el Gabinete de Construcciones.

Tu sentido de responsabilidad, honestidad, desinterés personal, tenacidad y patriotismo, permanentemente renovaban mi orgullo

Pretendías que mentes jóvenes descifrarán con ingenio los acertijos del tiempo nuevo. Tu sentido de responsabilidad, honestidad, desinterés personal, tenacidad y patriotismo, permanentemente renovaban mi orgullo. Con estas palabras te despedirían los representantes del Centro de Estudiantes de Ingeniería: “Fue un gran ingeniero, fue un gran hombre de gobierno, fue un gran patriota; pero más, mucho más que todo ello: Fue un gran hombre. Todos lo veneraban. Su nombre equivalía a una enseña, a una bandera; entre los profesionales era el maestro; entre los

estudiantes era casi el padre; por ello fue su muerte tan sentida”. El puerto de tus desvelos cuenta con una calle responsable de rememorar tu legado. En el pedestal del monumento a Luis A. Huergo, creado por el escultor Torcuato Tasso, puede leerse la frase "Iustus et tenax" (“Justo y tenaz”). Acertadas palabras… CASA NATAL

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arrio de tango, luna y misterio...

La niñez de Carlos ha sido -y es- un espacio para la polémica. Charles Romuald Gardes, conocido mundialmente como Carlos Gardel, nació en 1890 y murió en 1935. Transitó este universo apenas 45 años. Suficientes para crear un mito, el cual renace con cada elogio: “¡Vos sos Gardel!” Sobre su origen y procedencia las bibliotecas se dividen. Algunas fundamentan su nacimiento en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890. Las bibliografías uruguayas perjuran sobre su alumbramiento en Tacuarembó, a 400 kilómetros de Montevideo, el 11 de diciembre, pero de 1887… En las sombras los porteños susurran sus teorías. Las mismas alimentan el mito…

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Cartera de cuero inglesa, con monograma de oro, perteneciente al Zorzal Criollo.

"Cierta tarde al pasar Carlos con su coche frente a una casa de la calle Uruguay, en compañía de su novia Isabel del Valle, le pidió a su chofer, Antonio Sumaje, que detuviera la marcha e invitó a su acompañante a descender con él. Frente a la puerta de dicha casa, Carlos, señalándola, le dijo a Isabelita: -Mirá gordita. Esta casa para mí tiene muchos recuerdos de infancia. Hablan estas viejas paredes de mis garufas de pibe, de mis primeros entreveros y te pueden decir ellas, de mis primeros berretines de mocito entonado. ¡Cuántos recuerdos queridos tiene para mí esta vieja casa!..." Carlos Gardel y la prensa después de su muerte (1935-1950), Ediciones Corregidor, Buenos Aires.

Lo cierto es que pude verlo acariciar el empedrado de una ciudad gris y triste. El 10 de marzo de 1893, Berthe Gardes arribó al puerto de Buenos Aires junto al pequeño Charles. Una amiga de Toulouse les evitó la denigrante experiencia de los hoteles de inmigrantes. Ambos recalaron en un conventillo de la calle Uruguay 162. Allí irrumpo en escena, transformándolos para siempre en Berta y Carlos. Entre La Piedad –rebautizada Bartolomé Mitre desde el año 1901– y Cangallo –Juan Domingo Perón en la actualidad–, mis precarias paredes conformaban el típico “yotivenco” porteño. Materializaba una casa amplia, de múltiples habitaciones, donde madre e hijo se instalaron en una pieza del primer piso.

Un trabajo al mando de una plancha la esperaba a Berta en un taller sito a pocas cuadras, en la calle Montevideo 463. Su amiga francesa Anaís Beaux fue la responsable de recomendarla.

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Con notable crueldad, los historiadores me definen como “un espacio de alta promiscuidad”. La municipalidad llevaba un censo de cerca de 2.000 conventillos enclavados en la geografía de ese Buenos Aires querido. En mi patio central jugaban niños, las mujeres lavaban y tendían la ropa y se acumulaban los enseres desterrados -por falta de espacio- de las pequeñas habitaciones. Hacia ese pulmón interior de aire se abrían de par en par todas las puertas. Cada habitación disponía de una mínima intimidad mientras permanecieran cerradas. Mi ubicación en el centro de la urbe ofrecía ciertas ventajas, pues contaba con servicios públicos como agua corriente, cloacas y pavimento. En uno de mis cuartos, el pequeño Carlitos y su madre se hacinaban junto a los pocos muebles obsequiados por su amiga Anaís y Fortunato Muñiz. Un ropero con espejo, una cama ancha para ambos, un aparador para utensilios de cocina y una mesa de luz componían la modesta escenografía de un lugar cuya renta se abonaba con veinte pesos al mes. Todas las mañanas, Berta despertaba a Carlitos con un mate, pero antes de dárselo ponía en su frente un beso, un ósculo al que llamaban “el saludo de Toulouse”. Alguna vez, cuando mamá olvidaba besarlo, Carlitos despreciaba con gesto triste el humeante mate ofrecido, hasta que Berta notaba la distracción y el reparador calor de sus labios en la frente del muchacho lograba dibujar una sonrisa.


Carlitos Gardel con sus compañeros de primer grado. Libreta de enrolamiento.

Una verdadera sonrisa gardeliana… El destino andariego de Carlitos conformó su sino. En más de una ocasión desapareció de mi lado, para ser ubicado más tarde en los muelles, junto a otros purretes de su edad, contemplando partir los barcos. En una pizarrita, cuando llegaba tarde, lo veía escribir: "Viejita, llámeme a las 9". Fui testigo de su infancia, la del típico inmigrante de principios del siglo XX: Abundante en recursos escasos, vivienda precaria y arduas tareas Su madre trabajaba de lunes a sábado, entre nueve y diez horas diarias. En ese lapso, el pequeño quedaba al cuidado de Rosa Corrado de Franchini, una inmigrante italiana al mando de un taller de costura. Titánica misión la de Doña Rosa al

vigilar a un muchacho inquieto, quien no podía estar mucho tiempo sin sentir necesidad de cambios. Carlitos no sabía hablar francés de pequeño. Por eso, algunas veces escuchaba los retos de su madre en la lengua de Descartes. Lejos de amedrentarse ante el enojo de mamá, las sílabas en francés lo divertían. Berta se tentaba también y la travesura concluía con un interminable abrazo entre ambos.

Todas las mañanas, Berta despertaba a Carlitos con un mate, pero antes de dárselo ponía en su frente un beso, un ósculo al que llamaban “el saludo de Toulouse”

Con cuatro años, los pasos de Carlitos lo condujeron a seguir los CASA NATAL

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destinos de una banda de música la cual desfilaba por las calles del centro. La policía lo reintegró a mi seno. De allí en adelante, cuando circulaba una banda musical, o ante el menor despliegue de redoble de tambores o toques de clarín, Berta buscaba a su hijo y lo sometía a la más estricta supervisión maternal hasta que los acordes se perdían a la distancia.

Por las noches, cuando se acostaba, lo veía en la cama con un pequeño palo, a manera de guitarra, cantando las canciones de la época, mientras repetía entre susurros: "Yo voy a ser un gran cantor".

El apasionado apego de Gardel a la música lo acompañaría durante toda su vida…

Una noche bien entrada, fui testigo del siguiente diálogo entre Berta y su hijo:

Una tarde escuché susurrarle a su madre: "Esta noche tengo un programa", el cual consistía en ir a cantar a la casa de alguna familia amiga. Contemplé su carita llena de picardía y ademanes de hombre grande, reclamando la llave de mi habitación.

-¿Qué te ocurre?...Habla...

-Y...viejita... Vos comprendés... Ahora ya soy un hombre, puedo tener la llave de la puerta cancel...

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Su ternura desdibujaba toda intención de castigarlo.

Carlitos, tenía ganas de decirle algo, pero no se animaba... -Y...viejita... Vos comprendés...Ahora ya soy un hombre, puedo tener la llave de la puerta cancel...

Carlitos sumaba entonces una docena de almanaques…

¡Hombrecito!... Era así, nomás...

A los siete años lo veía canturrear en el umbral principal de mi puerta. En cuestión de minutos era rodeado por un nutrido número de muchachitos, y por intermedio de ellos, distintas familias lo llevaban a sus hogares durante días enteros. Luego, lo observaba regresar como si nada hubiese sucedido.

Ese muchacho gordito, descuidado y simpático, andariego y simple, poseía habilidades para todos los trabajos. Armó cajas de cartón, fue tipógrafo y aprendiz en una joyería. Pero sería su desempeño como cadete entregando las prendas meticulosamente planchadas por su madre, las que le abrirían las puertas de los camarines de un buen número de actores y actrices de la época, quienes poblaban los escenarios de los teatros porteños vecinos a mis paredes.


Carlos Gardel en su apogeo


El mundo se conmovió con esa noticia a destiempo en medio de una lluvia de lágrimas de admiradores acongojados ante la irreparable pérdida de ese inmigrante francés, quien logró fusionar en la cosmopolita Buenos Aires de comienzos del siglo XX, la música rioplatense…

En 1904 te vi partir a tu nueva residencia de la calle Corrientes 1557. Seguirías aprendiendo el idioma del empedrado porteño, sus particulares códigos… Frecuentarías el Abasto y los innumerables vericuetos de ese universo de sudor y sueños. Tus trinos te inmortalizarían como “El zorzal criollo”. Un sello que recorrería el mundo como un estandarte del porteño de ley. Una rúbrica extinta por una pesadilla de fuego y chapas humeantes en Medellín, un 24 de junio de 1935.

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ida, canción y recuerdos…

Partida de Nacimiento de Atahualpa. Fundación Atahualpa Yupanqui.

Como estrofas escurridizas, atrapadas en una tarde de siesta en el monte, bajo la sombra de un árbol tupido, las notas de una guitarra se ordenan en canción eterna. Juan de la Peña, una localidad del partido de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, un pueblo que agrupaba casas bajas alineadas a lo largo de la ruta 188, fue involuntario testigo de tu llegada al mundo, un 31 de enero de 1908. Pero ese no sería tu lugar de origen… Mis pesados cimientos de ladrillos cocidos se entrecruzan en otra tierra, en Tafí Viejo, al noroeste de la provincia de Tucumán, en el partido homónimo. Hoy se reconoce como “La capital nacional del limón”. Desde siempre, el perfume de esa fruta madura impregnaba el aire de las siestas, curtidas de sol y polvo. CASA NATAL

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“Si, la tierra señala a sus elegidos. El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres indicados para traducirla en la esperanza, en la pena, en la soledad. Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra, si comprendes su sombra, te espera una tremenda responsabilidad. Puede perseguirte la adversidad, aquejarte el mal físico, empobrecerte el medio, desconocerte el mundo, pueden burlarte y negarte los otros, pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha, porque es sólo tuya”.

Atahualpa y su padre, José Demetrio. Aproximadamente en 1913. Fundación Atahualpa Yupanqui.

Destino del cantor Atahualpa Yupanqui.

La modestia de mis colores terracota manchados de salitre acunarían tus primeros 10 años de sueños. La tierra ya formaría parte de tu sentimiento, hecho canción para el deleite de todo un pueblo. Más tarde, del mundo entero.

notas tendrían gusto a curiosidad, pero al mismo tiempo, denotarían un incipiente talento. Un violín prestado comenzaría tu legendaria historia. Páginas escritas con compromiso y sensibilidad.

La niñez transcurría mansa entre casas bajas y calles teñidas de surcos impresos por los carros luego de una deseada lluvia. Tu madre era vasca y tu padre, de sangre quechua, trabajaba como peón de campo, y más tarde, como empleado del ferrocarril.

Las cuerdas eran tu deleite. Tensar ese hilo para obtener -con el trabajo de las manos coordinadas- una nota adecuada, la cual logre estamparse en el corazón como una reivindicación necesaria a nuestros orígenes. Arcones repletos de historias de lucha y pasión que jamás fueron escritas.

La cita obligada era en la Parroquia local, donde un cura de caminar cansino y sotana pulcra te recibía con mirada cómplice.

“Casi me vuelvo loco tratando de hacer sonar el silencio en la guitarra”, confesaste en tu madurez.

“A ver mocito como hace crujir este violín”. Las primeras

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Así mis techos altos y modestas puertas te vieron componer con tu guitarra esas historias, la de los trabajadores


Los padres de Atahualpa. (Diario La Ventana). estación, sobre la arteria principal de un típico pueblo del norte argentino. Aún avejentada, hoy me ubican en la primera cuadra de la actual avenida Alem, donde una placa honra tu talento y vida, “Don Ata”. Sitios perdidos donde “en las arenas bailan los remolinos y el sol juega en el brillo de pedregal”… Junto a mis compañeras formamos una centena de casas aun en pie, construidas rústicamente a principios del siglo XX.

postergados. Imprimiste con la melancolía y verdad de tu poesía la vida de seres anónimos y distantes.

Mis ambientes conformaron un hogar de pobreza, libros y voluntad de aprender.

“Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”…

"Los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación.

Tan solo cuatro años habitaste mis salones de pisos de tierra. Cuatro fundamentales años de tu historia de talento traducido en canciones de tristes matices, fruto de la desolación, la injusticia, la pobreza y el abandono en el cual se sumergía buena parte de tu gente.

Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de balidos y relinchos”, rememorarías ya mayor.

“El estanciero presume de gauchismo y arrogancia. El cree que es extravagancia que su peón viva mejor, más no sabe ese señor que por su peón tiene estancia”… En lo que a mí respecta me encuentro a metros de la

Héctor Roberto Chavero Aramburu era tu nombre mortal. El del mito sería “Atahualpa Yupanqui”, nombres los cuales combinados significan “quien viene de lejanas tierras para decir algo”.

"Los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación. Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de balidos y relinchos”

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El interior de la casa de “Don Ata”


Vaya si tenías palabras que decir. Estrofas reivindicatorias de ignotos destinos plasmadas en canciones entonadas en madrugadas eternas, con la leña crepitando en el fogón y anónimos corazones latiendo a la par. “El hombre es tierra que anda”, decías... “Paisano es el que tiene el país adentro”, decías… Fui testigo de tus escapadas al norte. El altiplano te seducía especialmente, al igual que la cultura indígena. Nuevamente, el origen, la tierra, la reivindicación del trabajo y la justicia. Sentimientos equivalentes a persecución y exilio para el mayor artista folklórico de esta tierra. El más influyente y profundo, el más poético y sabio. Pintarías tu aldea con pinceladas de leyenda, como la del indio Anselmo, CASA NATAL

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inspiradas estrofas de una de tus primeras canciones, del año 1927, “Camino del Indio”… “Caminito del indio, que junta el valle con las estrellas. Caminito que anduvo de sur a norte mi raza vieja, antes que en la montaña la Pachamama se ensombreciera”... Fuiste boxeador, maestro de escuela -o lector de libros ante paisanos analfabetos-, asistente en una escribanía, cañero, cazador, periodista, voraz arqueólogo de viejos tesoros incas…

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Pero el mundo y tus compatriotas siempre cantarán tus bagualas, malambos, chacareras, milongas, coplas, zambas y vidalitas. Te vería regresar, consagrado, en el año 1966, cuando en pleno festejo por los 150 años de la declaración de la Independencia argentina, retornaste para cobijarte nuevamente, por un momento, bajo mis techos de madera y tiempo.


Las penas son de nosotros,

las vaquitas son ajenas

El pastoreo. Morel, Carlos. Litografía. Museo Nac. de B. Artes.

“Por esta calle pasaba hacia el cerro con mi hermano para robar naranjas”, te escuche confesarles con ojos encendidos de picardía y nostalgia, enmarcados en un rostro que parecía tallado en la piedra, curtido por décadas de abrazadores soles y noches de frío. Mis portones cubiertos de óxido y olvido fueron los afortunados testigos de hermosas composiciones que hasta hoy se cantan, a veces, sin mencionarte como el creador de tanta poesía, a pesar que entiendo, ese anonimato te agradaría demasiado.

Ese hombre, quien había compartido escenarios en París con Edith Piaf, me miraba con sus ojos tristes de siempre. Mirada curtida por los años y los sinsabores de quien tiene mucho para decir, pero obligado a hacerlo en ocasiones fuera de su pueblo y en idiomas prestados. Me visitaste junto a poetas y compositores. Imaginarás mi orgullo por tan ilustre evento.

“Don Ata” ese hombre modesto amigo de Cortázar y autor de canciones para el Che Guevara y Pablo Neruda. “Yo no le canto a la luna, porque alumbra y nada más, le canto porque ella sabe de mi largo caminar”… Esa luna, responsable de continuar enfatizando mis muros durante las noches tucumanas, guarda silencio para escucharte…

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Con Vicente Piazzolla (“Nonino”), su padre. Mar del Plata. 1930. Archivo Daniel Piazzolla.

i fantasma sobrevuela la manzana de la calle Rivadavia al 2500 en la ciudad de Mar del Plata. Fui una “casa de altos” rotulada con la numeración 2527, sitio actualmente reconocido por los transeúntes como uno de los paseos comerciales más concurridos de la “ciudad feliz”. Podría no ser recordada si no fuera por un hecho en su momento tan anónimo, como imprescindible en el futuro. Un recién nacido. Un varoncito que llegó a este mundo en uno de mis dormitorios, a las 16 horas del día 11 de marzo de 1921. Su nombre: Astor Pantaleón Piazzolla. De padres inmigrantes italianos, Vicente Piazzolla y Asunta Manetti, el núcleo familiar habitaba mis paredes, concebidas a la vieja usanza y rematando en una fachada de estilo europeo.

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“Mucho se sabe sobre la vida de Astor Piazzolla desde el momento en que empieza a desarrollar su carrera artística como bandoneonista en su Mar del Plata natal. Esa época fue muy importante, la de su niñez, cuando realmente formó su espíritu y carácter, alimentando sus conocimientos y gustos musicales, incidiendo particularmente en el cambio de rumbo que años más tarde diera Astor”. Del libro “Astor Piazzolla. A manera de memorias", de Natalio Gorín, editorial Atlántida, 1990.

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Hoy solo soy un recuerdo plasmado en viejas fotos viradas del sepia a un gris teñido por los años. Una galería comercial hoy pisa mi terreno, con la prepotencia de los nuevos tiempos.

Tu música Astor permanece vigente, pero a mi estructura se la llevó el destino. Poco o nada queda de aquella Mar del Plata de la década del '20, la ciudad que te vio nacer.

Dos placas recuerdan que allí, en ese preciso lugar de la geografía argentina, nació un compositor cuyas creaciones colmaron de notas a más de 40 películas. La primera de ambas placas, materializada en bronce, fue colocada en 1996, cuando Astor hubiera cumplido 75 años.

La mutación arquitectónica arrasó con mi fachada para dar paso a carteles de ofertas y maniquíes de pose impostada. Sin embargo, justo frente a mi lote, siempre por la calle Rivadavia, es posible observar una edificación de dos plantas que te recordaría a tu vieja casa natal: En la planta baja se ubican locales comerciales, en la planta alta, la vivienda “de las familias”.

La otra placa, lustrosa de mármol, fue instalada en un nuevo aniversario de su nacimiento.

Cuando eras muy pequeño y yo estaba en pie, el amor de Asunta con sus jóvenes “veintipico” de años transformaba


mis entornos en hogar. Ambientes de techos altos, con ventanas que permitían el generoso ingreso de la brisa salada. Sal que percudía los estéticos barrotes de una reja encargada de resguardar el “balcón francés” de los pisos altos. El eje de cada una de las altas ventanas remataba mediante un adorno esculpido en función del estilo de la época. Mis pisos de madera con cámaras de aire de 50 centímetros guiaron tus primeros pasos. Mi salón “de recibir” fue testigo de la escena en la cual papá Vicente convencía a su esposa de bautizarte con el nombre de su mejor amigo: Astor Bolognini, corredor de motos y primer cello en la Orquesta Sinfónica de Chicago. La música calaría profundo en tu vida. Más tarde, Nueva York te deslumbraría con sus luces de todos los colores y el ritmo del jazz, melodías que fusionabas mentalmente con la música clásica de Bach. Pero antes, es necesario escribir algunos capítulos. Entre mis ambientes de Mar del Plata ensayaste tus primeros acordes. Luego, con un bandoneón de oferta, que Don Vicente adquirió en una casa de empeños en el año 1929 por sólo 18 dólares, lograrías atenuar la nostalgia de la familia colmando el aire con canciones que rememoraban a la Italia de papá y mamá.

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Rivadavia 2527. Allí me encontraste. Ese es el dato registrado ante un escribano para nuestro recuerdo eterno en el Acta de Nacimiento del niño Astor Piazzolla. Desde ese punto partías al encuentro de papá Vicente, quien repartía sus horas entre mis paredes y su negocio, una bicicletería bautizada “Nueva York”, cita en Alberti 1557, “frente a la estación Nueva”.

Ese era tu sentimiento… Te confieso, luego de tantos años, que te escuchaba tararear durante las noches, cuando el sueño resultaba esquivo y las estrellas se colaban por la banderola de mi ventana. Canturreos llenos de amor. Amor por tu gente, por tus raíces.

Quizás allí, entre rayos y cámaras comenzaste a imaginar esa luna rodando por Callao…

Esa dicha por plasmar en textos musicales sentimientos. Como la muerte de Vicente “Nonino”…

“Quereme así piantao, piantao, piantao…” Miles de anécdotas poblaron cada cuarto, cada metro cuadrado de mis espacios. Me dejaste para buscar otros aires, otros idiomas, otras melodías. Saliste a la vida a devorarte con mordiscos de pasión corcheas y semifusas.

“Adiós Nonino”. Ese que en vida de Vicente fuera el saludo obligado de los amigos que lo reconocían en la puerta de su bicicletería de la calle Alberti, le daría título a una de tus composiciones más profundas y sentidas. Un “adiós para siempre”.

No siempre comprendieron tus propuestas. “Nadie es profeta en su tierra”… Sé que eso te amargaba, pero a mí me entristecía mucho más la falta de humildad ante tu talento. Ante tus deseos de correr las fronteras y ver más allá. Como los abuelos paternos Pantaleón y Rosa, junto a los maternos, Luis y Clelia, cuando lo arriesgaron todo y abandonaron sus terruños para probar suerte en el nuevo continente.

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Mi cocina cobijó tu duelo y esa tristeza capitalizada en arte a partir de la exhalación de tu fuelle. Cada vez que la interpretabas el bandoneón y vos se entristecían juntos, homenajeando un sentimental pacto de caballeros, una complicidad que solo un padre y un hijo pueden mantener en silencio y aun así, expresándolo todo. Existen más de 170 versiones de “Adiós Nonino” ejecutadas por distintos músicos… Tal la magnitud de esa obra.


Astor en Mar del Plata


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Si no fuera por mi padre, en vez

de tocar el bandoneón hubiere terminado tocando el arpa...

Pude ser testigo de tus primeras funciones musicales ante una familia que celebraba cada acorde y cada nota.

Miles de notas se arremolinaban en tu mente y entre mis paredes hoy inexistentes.

A los 15 años, conociste a Carlos Gardel.

La lista es tan extensa como prodigiosa: Sinfonía de Tango (1955), Tango Progresivo (Octeto Buenos Aires, 1957), Tango Moderno (Octeto Buenos Aires, 1957), Tango en HiFi (1957), Tango para una ciudad (1963), María de Buenos Aires (1968), Adiós Nonino (1969), Libertango (1974), Conciento de Nacar (1983), y más muchos más.

¡Qué orgullo Astor, el “Zorzal criollo” te invitó a participar en su película “El día que me quieras”! Vos, ataviado como un canillita hacías tus primeras incursiones en el invento de los hermanos Lumiere. De Mar del Plata al mundo. Luego, el mismísimo Gardel te invitó a unirte a su gira. Nonino se negó, ya que eras muy joven aun… Justamente por eso le debiste la vida por segunda vez a tu padre, ya que fue en esa gira en la que Gardel y todos sus acompañantes perdieron la vida en el accidente aéreo de Medellín. Años más tarde bromearías al respecto: “Si no fuera por mi padre, en vez de tocar el bandoneón hubiere terminado tocando el arpa”... El fuelle te traería reconocimientos y grabaciones notables, de esas que, a diferencia de mis paredes, duran para siempre. Reconocimientos que quizás en vida fueron esquivos. Hoy, el aeropuerto internacional de Mar del Plata, tu ciudad natal, recibe el nombre de “Aeropuerto Internacional Astor Piazzolla”.

Música poblando una geografía que el paso del tiempo transforma en fundamental. Horacio Ferrer, Pichuco, Gardel, todos sus ángeles se entrecruzaban en Astor, al igual que el bandoneón, el piano eléctrico o acústico, el órgano, el bajo eléctrico, la batería, el sintetizador, los violines… Dicen los expertos que los contrastes del mar se reflejan en tu obra, “A través de los fragmentos virulentos, de furiosa vitalidad alternados con otros momentos de suma calma”... El mar colándose por las celosías de mi ventana acunó noches de invierno y plácidos amaneceres de verano. Melodías responsables de fundir sueños y despertares. ¿Cuál es el límite para un artista de tu talla? Volá conmigo ya, vení, volá… CASA NATAL

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ño 1626. El gobernador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, observa un plano y señala la zona del río Uruguay. “Envíen al padre jesuita Roque González de Santa Cruz para que funde aquí la reducción de Nuestra Señora de los Santos Reyes de Yapeyú”, ordena con voz firme y gesto adusto. Al finalizar ese año, el padre González había iniciado un pueblo, al cual no brindó el carácter de Misión debido a una notable ausencia de pobladores. En febrero de 1627, Yapeyú comprendía dieciséis hectáreas. Construcciones de piedra, adobe y tejas conformaban el paisaje arquitectónico de ese lugar. Retrato de José de San Martín de niño.

Los edificios jesuitas fueron distribuidos en dos patios: En el primero, se emplazaba la iglesia, el cementerio, las celdas para los padres y los talleres. El segundo contenía un par de almacenes, la casa de los gobernadores y el cabildo. Prontamente, el destino le dio la razón al gobernador Céspedes. CASA NATAL

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“Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican. Stern ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: "Anda, pobre Animal, el Mundo es demasiado grande para nosotros dos". Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira. Inspirarle gran Confianza y Amistad pero uniendo el respeto. Estimular en Mercedes la Caridad con los Pobres. Respeto sobre la propiedad ajena. Acostumbrarla a guardar un secreto. Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las Religiones. Dulzura con los Criados, Pobres y Viejos. Amor al Aseo y desprecio al Lujo. Inspirarle amor por la Patria y por la Libertad”. Máximas redactadas por el General San Martín para su hija Mercedes. En 1825, José de San Martín escribe una lista de consejos para su hija Merceditas, donde vuelca sus ideales educativos.

Yapeyú se convirtió en una de las reducciones más importantes, alcanzando el rango de capital de la provincia misionera.

Casi 40 años más tarde, un fatal 13 de febrero de 1817, Yapeyú fue incendiada por trescientos soldados al mando del capitán Gamas, quien actuaba bajo órdenes del brigadier portugués Chagás.

Su posición estratégica blindaba el paso obligado hacia la ciudad de Buenos Aires y permitía o no internarse en el río Uruguay, aguas arriba.

Las llamas me consumieron. Quedé reducida a unos escombros humeantes y unas pocas taperas escondidas, avergonzadas, detrás de las malezas.

“Estrategia” será la palabra que marcará el sino de un pueblo, de un hombre y de un continente. El 6 de abril de 1774 se hizo cargo de Yapeyú -como Teniente GobernadorDon Juan de San Martín, casado con Doña Gregoria Matorras.

Allí me presento. Soy la residencia de los gobernadores, una pequeña fortaleza conformada por una casa de familia donde se destaca un gran patio, una serie de cuartos pequeños para la tropa y caballerizas. En mi seno, el 25 de febrero de 1778 nació, según la tradición en una de mis habitaciones, José Francisco de San Martín.

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Antes de mi destrucción, durante cuatro años, fui testigo de tus correrías. Andanzas teñidas de travesuras en medio de la hostil vida en la Misión. Luego te llevarían a España donde cursaste brillantes estudios para después incorporarte a las filas del ejército español, luchando contra los franceses, sobresaliendo allí por tu enorme valentía y aptitud. Las piedras de mis muros resguardaron tu primera infancia. En tu adultez, proyectarías ideales de libertad y justicia. En 1812 decidiste regresar a tu patria para participar de la lucha por la independencia. Las “Logias de Cádiz”, conformada por prohombres libertarios, estimularon nobles acciones. Aportaste para esa causa, en generosas dosis, tu experiencia militar, determinante a la hora de lograr la derrota española. Durante muchos años permanecí ausente. Solo mis fundaciones latían ocultas, cubiertas por la tierra correntina.


Doña Gregoria Matorras, madre de José.

Tras el incendio, el entonces gobernador de Corrientes Don Juan Pujol, dictó el 13 de febrero de 1860 una ley crucial, acordando entregar gratis tierras de Yapeyú a los pobladores. A causa de mensuras erradas, pasé a depender de manos privadas. La llegada del agrimensor Martín Zapata, a cargo de la última demarcación del pueblo, detectó con precisión mi ubicación. “En la manzana N° 45, al costado sur, se hallan las ruinas de la casa natal de Don José de San Martín. Era la primera de la barranca, tenía palmeras en su patio y estaba situada junto a un ombú; de los muros sólo quedaban restos, ya que los colonos establecidos en 1862 demolieron todo el pueblo, y nadie se preocupó nunca por restaurarla”. Hoy se pueden visitar apenas las bases de mis muros y algunos restos de las aberturas que tanta veces atravesaste en

Capitán Juan de San Martín, padre de José.

los años de tu infancia, coincidentes con los últimos días de vida del Virreinato del Río de la Plata. Seguí de cerca tus hazañas. El cruce de los Andes, fue sin dudas, un hito de la historia latinoamericana. De valor, de entrega, de osadía militar. Nunca imaginó ese viejo higuerón, enlazado con tu niñez, el cual aún se mantiene inmóvil en la plaza principal del pueblo de Yapeyú, tu estatura militar y política. Él contemplaba la inocencia de los juegos de un niño. Le brindaba sombra a tu mirada curiosa y atenta ante sus hojas. El follaje se movía libre empujado por el viento.

Las piedras de mis muros resguardaron tu primera infancia. En tu adultez, proyectarías ideales de libertad y justicia

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Un Templete histórico de estilo

neocolonial, dentro del cual se protegen los restos subsistentes de tu vieja casa natal, se inauguró el 17 de agosto del año 1922

Libertad, libertad, libertad… En tu memoria y homenaje se levantó el 12 de octubre de 1899 una columna conmemorativa en la plaza, y esa misma jornada, Cecilio Ruidíaz donó al gobierno el terreno de la manzana 45, donde mis ruinas gastaban sus días. Más tarde, el 17 de agosto del año 1922, se inauguró un edificio singular. Un Templete histórico de estilo neocolonial dentro del cual se protegen los restos subsistentes de tu vieja casa natal. Todo Yapeyú, la provincia de Corrientes, la Argentina y Latinoamérica adhirieron a la idea. Es hoy tan importante mantener tu ejemplo vivo, José. Reconocer tus raíces y celebrar tu historia… La estructura del templete permanece custodiada por miembros del Regimiento de Granaderos a Caballo, que entonces fundaras al regresar junto a tu pueblo. Entre placas de diferentes países se rinde un fundamental homenaje al Libertador. Allí se conservan mis tres dependencias. Restos de los muros de adobe fabricados por manos jesuitas. En su interior, se encuentra la urna con los restos del padre del general, junto a Gregoria Matorras, su madre.

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José de San Martín


Las damas argentinas apoyan la campaĂąa del General San MartĂ­n, donando sus joyas.

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Imaginarás mi asombro y orgullo, cuando las autoridades de la provincia de Corrientes decidieron declararme “Monumento Provincial”. El 3 de abril de 1938, “Las ruinas de la Casa de los Gobernadores de Yapeyú, donde nació el General San Martín, pasa a formar parte del erario de Monumentos Históricos de nuestra provincia”. En 2017, en el marco del 167° Aniversario de tu paso a la inmortalidad, se llevó a cabo la inauguración de la obra de puesta en valor del Templete que resguarda mis restos. Tu vieja casa natal. Durante ese acto, el ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, dijo: "Estamos saldando una vieja deuda con los correntinos y con todos los argentinos.

Se trata de un lugar con un fuerte peso simbólico destinado a recordarnos el origen de un argentino fundamental". Un argentino fundamental. Las cumbres nevadas de los andes dialogan con la historia y cantan tu nombre con ecos de grandeza. Los soldaditos de plomo que batallaban a la sombra de un ombú, se transformaron en hombres cuya muerte se proyectó al futuro. Un universo donde los pueblos libres decidirían su destino. Cuánto ejemplo. Cuánta vida te debemos José… CASA NATAL

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rmando no decía ni una palabra. Cuando algún vecino le preguntaba si estaba contento por la llegada de su hermano, enmudecía. Quizás los celos de mamá y papá influían en aquellos silencios. Un acto de rebeldía ante lo irreparable: Perder la categoría de “hijo único”, catorce años después. Enrique Santos Discépolo nació para estrenar el siglo, un 27 de marzo de 1901. Porteño de pura cepa, mis muros ubicados en la calle Paso 111/113 lo recibieron con algarabía. Sólo 50 años después, Balvanera se entristecería por su repentina partida. Santo, su padre, fue un destacado músico napolitano establecido en Buenos Aires. ¿Pudo haber sido una primera señal hacia el arte combinado de la organización sonora y letrística de Enrique?

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La poesía que me regalaste aún anida

en mis entrañas. Letras inspiradas en la atmósfera urbana de mis inmediaciones. Donde el pueblo, lo “popular” se "El drama no es invento mío. Acepto que se me culpe del perfil sombrío de mis personajes -por aceptar algo nomás-, pero la vida es la única responsable de ese dolor. Yo honradamente-, no he vivido la letra de todas mis canciones, porque eso sería materialmente imposible, inhumano. Pero las he sentido todas. Me he metido en la piel de otros y las he sentido en la sangre y en la carne. Las paredes que me cobijaron dieron cuenta de ese dolor. Brutalmente. Dolorosamente." Enrique Santos Discépolo, 13 de abril de 1951. En ocasión del estreno de su película “El hincha”.

evidenciaba en dosis generosas

Enrique partía diariamente, con evidente malhumor, a la escuela “Mariano Acosta”, donde la campana del recreo asomaba como la llegada a una tierra de juegos y complicidades compartidas. Las mismas que poblarían el universo de ese mítico cafetín de Buenos Aires. “De chiquilín te miraba de afuera, como a esas cosas que nunca se alcanzan…” Más tarde, y con la aprobación de tu hermano Armando, convertido entonces en tu tutor y guía, dejaste los estudios para dedicarte al teatro: "En la escuela empecé por hacerme la rabona y

así seguí unos meses hasta que le dije a mi hermano Armando que no quería ser maestro de escuela sino actor. Desde entonces lo que perdí en el colegio lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en ese tiempo tan lejano y tan hermoso, tal vez allí haya empezado a masticar las letras de mis canciones". La poesía que me regalaste aún anida en mis entrañas. Letras inspiradas en la atmósfera urbana de mis inmediaciones. Donde el pueblo, lo “popular” se evidenciaba en dosis generosas. Un pasaje de nuestra ciudad, antes llamado Rauch, se abre camino en el barrio de San Nicolás y luce una placa la cual reivindica tu nombre: “Enrique Santos Discépolo”, recordándote para siempre entre el inventario de las calles porteñas. "Tuve una infancia triste. No hallé atractivo en jugar a la bolita o a cualquiera de los demás juegos infantiles. Vivía aislado y taciturno. Por desgracia no era sin motivo. A los cinco años quedé huérfano de padre, y antes de cumplir los nueve perdí también a mi madre. Entonces, mi timidez se volvió miedo y mi tristeza desventura", confesaste en tu madurez.

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El barrio, sus personajes… viñetas que fuiste capaz de retratar con talento desmedido. Grotesco, inmigración y fracaso alimentaron tu obra. Fuiste un brillante compositor de tangos, poeta, actor y autor de teatro. Pude contemplar tus hojas arrugadas y tu gesto adusto al “parir” tu primer tango: “Qué vachaché”. La voz de Tita Merello lo registraría para siempre. La creación recorría tu mente como transitabas mi piso de madera, al cual te divertía hacer crujir de pequeño. Había mucho de amargura en tu mirada, solo disimulada por la mueca corrosiva de un lunfardo capaz de teñir, los pensamientos más lacerantes, con humor y picardía. Trascendías mi puerta con avidez de curioso caminante: “Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa, yira, yira…” Tu ilusionada mirada chocaba contra la realidad. Mostrabas esa transformación de sonrisa en mueca, ese paso previo al llanto tomado con cierto humor. “El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina y el dinero Dios”, cantaba Tita tu letra de “Qué vachaché”.

verdadero amor”, con el bar, con lo burdo, lo material. Con la sopa diaria. “¡El que no llora no mama y el que no afana es un gil!”… Humor con su trasfondo dramático. Tan actual que sorprende. Crítica social sin tiempos ni fronteras. “Los giles somos muchos y no nos vamos a quedar callados: Si no podemos hacer nada contra las injusticias, al menos, nuestro grito lo va a escuchar todo el mundo. “Chorra vos, chorra tu vieja, chorro tu papá”...

Mostrabas una triste realidad proyectada desde una imagen grotesca, mezclando lo intangible y altísimo, como “el

“Lo que más bronca me da es haber sido tan gil” CASA NATAL

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Una escena de la película “Cuatro Corazones” de la cual fue autor, director e intérprete. Año 1939


Tu corazón dejó de latir, víctima de la indiferencia ante tus ideas. Nunca buscaste imponerlas, sino expresarlas con una pasión desgarradora, desesperada

¿Cuán responsable fui de ese imaginario anidado en tu mente?

“da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón…”

“Cuando manyés que a tu lado, se prueban la pilcha que vas a dejar…”

La escalera de mármol, el simil piedra, mis techos altos y puertas de bisagras crujientes demandan aún hoy tus cariñosas palabras. Sobrevuela mis ambientes el recuerdo de papá y mamá, quienes te dejaron tempranamente.

Tenías una personalidad alegre, festiva y picaresca. Fuiste "la voz del pueblo", mimetizándote con el dolor, el abandono y la injusticia padecida por los porteños en esos años. “Chorra", "Soy un arlequín", "Yira... yira...", "Victoria", "Qué sapa, señor", "Sueño de juventud", "Esta noche me emborracho", “Desencanto”, “Justo el 31”, “Alma de bandoneón”, “Uno” y “Canción desesperada”, forman parte de una colección de composiciones únicas. Irrepetibles. “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida. Y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón”. El imaginario de esa casa de empeño, la misma que contemplabas al desandar el camino hacia la escuela de la calle General Urquiza 277, se presenta en esa letra. Los duendes, habitantes de nuestra particular geografía cosmopolita, se vuelven víctimas de un azar desesperado, insolente, donde se confunden los valores, un sitio donde

Tu corazón dejó de latir, víctima de la indiferencia ante tus ideas. Nunca buscaste imponerlas, sino expresarlas con una pasión desgarradora, desesperada. Un corazón repartido entre todos los porteños. Con tu poesía, le diste un pedacito a cada uno. “Si yo tuviera el corazón, el mismo que te di…” Brindaste demasiado sin esperar nada a cambio. En eso nos parecemos “Mordisquito”, disfrutaste mucho mi presencia, esa atmósfera que te alimentaba, aunque nunca fuiste de comer demasiado. Cuando tus noctámbulos pasos te señalaban la vereda de la calle Paso al 100, y cómplice me guiñabas un ojo desde la vereda de enfrente, yo leía una señal de tu parte. Un “no pasa nada casa natal… es así, es la vida… Ojalá te vuelva a ver muy pronto. Chau”. CASA NATAL

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Mi fachada de dos pisos continúa corroborando la atemporalidad de tus versos. Algunas plantas tristes asoman desde balcones colonizados hoy por equipos de aire acondicionado, quienes lloran, en veranos de noches sofocantes, a través de delgadas mangueras. Balcones invadidos por el verdín acumulado en fisuras temerarias, cuyo paso al agua oxida lentamente mis tendones de acero. Romería de locales abiertos hacia la vereda, ofreciendo mercancías de ilusión para todos los talles. Carteles multicolores y luces de dudoso brillo, completan mi cara hacia el siglo XXI. Solo una placa oscura, sobre el eje de mi entrada principal rinde un merecido homenaje a tu obra, “En esta casa nació, el 27 de marzo de 1901, Enrique Santos Discépolo. Poeta, compositor, actor y autor teatral. Homenaje de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el centenario de su nacimiento”. La leyenda, grabada en metal, es visible exclusivamente para aquellos desprevenidos curiosos de la historia.

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El resto de los porteños pisa mis veredas a paso riguroso. Preocupados por las tonterías de las cuales se burlan tus canciones. “Uno sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina…” ¿Verdad Discepolín?


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l pasado, con su arrasadora violencia, hizo desaparecer mis precarias paredes. Ya eran endebles en vida, te imaginarás Pepe el poco esfuerzo invertido por el destino para acabar conmigo. Vos fuiste endeble pero serás recordado por siempre. Aunque la metáfora del “payaso triste” toma una verdadera dimensión en tu historia de vida. Llegaste a este mundo un 4 de septiembre de 1909. José Biondi, “Pepe”, era hijo de José Biondi y Ángela Cavalieri, inmigrantes napolitanos de origen humilde. Ambos habían arribado a estas costas intentando escapar de la miseria en la cual los sumergía su terruño del sur de Italia. Fuiste el tercero de ocho hermanos a quienes acuné en la cortada Baigorri, a metros de las avenidas Caseros y Entre Ríos, en el barrio de San Cristóbal de la ciudad de Buenos Aires. CASA NATAL

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Papá José y mamá Ángela hacían malabares para alimentar a Pepito y sus hermanos. La escuela era una quimera de la cual la vida te privó. Las posibilidades resultaban escasas para solventar tamaño gasto. “A los 16 “La casa, los valores de la familia son pirulos, aprendí a leer y escribir sólo, los que mandaron en mi vida. Mi porque me daba vergüenza ser esposa lo fue por mucho tiempo, analfabeto”, confesaste a la prensa. siempre me pareció importante la

imagen del hogar, de la familia reunida en torno a la mesa. Si es posible riendo, mejor”. José “Pepe” Biondi. Reportaje televisivo, año 1968.

Hasta tus siete años de edad pude resguardarte de una vida dura, de privaciones y esfuerzos que el núcleo familiar sobrellevó con férreo estoicismo. Naciste para hacer reír y sin embargo estabas tan triste…

“De lo malo sale lo bueno”, supongo que pensabas. Esas expresiones, las más graciosas, aún persisten en el recuerdo de tu gente, la cual te agradece de esta forma tu gesto noble de comediante generoso. Solo un alma muy transparente es capaz de lograr hacer sonreír a otros ¿No Pepe? Carcajadas enmarcadas en estereotipos chaplinescos.

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Carcajadas basadas en injusticias, muchas veces, provocadas por poderosos en dinero o fuerza bruta. Lograste así desenmascarar la sinrazón del maltrato infantil padecido en el circo vecino a tu nueva casa de Lanús. Te fuiste de mi lado y hallaste el reconocimiento en América Latina y Europa. Sembraste algarabía con tu corazón de niño adulto, de aquel canillita, repartidor de almacén o lustrabotas ocasional, quien escapó de la pobreza y de las palizas de Juan Bonamorte, tu instructor en acrobacias del Circo Anselmi, donde cosechaste los primeros aplausos. Unas pocas monedas, servían de paga al talento. Unos escasos círculos de cobre se intercambiaban por dolorosos moretones y machucones, delatados por la piel bajo la forma de importantes hematomas.


La necesidad se satisfacía a cambio de humillaciones. Créeme Pepito, no pude ayudarte entonces. Sin embargo, recordabas con cariño aquellas épocas. “El hambre compartida, era menos hambre”, repetías… Graciosamente rememorabas aquellas épocas de poco reconocimiento por parte del público: “Me fui a Montevideo con una troupe de artistas de variedades. Recuerdo que la noche del debut, a las 21 se levantó el telón y a las 21:10 se levantó el público”. Mis cuartos donde se apiñaba la familia Biondi contrastaban abiertamente con los lujosos hoteles que vigilaban tu sueño de estrella. Aun así, en las noches ganadas por el insomnio, volvías a transitar mis pisos irregulares y a posar tu mano en esas paredes de terminaciones heridas por la falta de mantenimiento. Recreabas los juegos en la vereda. Yo te contemplaba con asombro y un dejo de terror, al ver tu delgada silueta hacer “la vertical”, “la vuelta carnero”... En 1941, durante una función en Chile, Pepe hizo un mal cálculo, falló en un número de acrobacia y se fisuró la columna. El accidente le costó un año de cama enyesado de pies a cabeza. Los ahorros no alcanzaban para sobrevivir. “Mi esposa se había retirado de la profesión, pero tomó la

iniciativa de volver al tablado de variedades. Otra vez, como hacía siete años, cantaba para que en casa no faltara de comer, con más razón ahora que teníamos una hija”, recordaste. Ese fue tu adiós a los números acrobáticos. Con nostalgia, te despediste de mi vereda, de mis débiles paredes que servían de referencia y sostén para tu “vertical”. Así volviste a la lucha. Una desvencijada Remington facilitada por el poeta Héctor Gagliardi te sirvió para crear una rutina de chistes, al principio, plagiados con total impunidad a la revista Rico Tipo. A pesar del fin de las acrobacias, el éxito continuó con el humor hablado. CASA NATAL

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Durante su actuaciรณn, en Canal 13


“Que suerte pa` la desgracia”… El dinero ahora no escaseaba. Al contrario, los billetes se multiplicaban con cada actuación. Tu adiós al hambre lo expresaste muy gráficamente: “Me empecé a malacostumbrar a comer todos los días”. “Patapúfete”… un latiguillo que conserva su frescura original. Estabas actuando en Venezuela, cuando en las proximidades del set se estaban montando otras escenografías. De pronto, imprevistamente, cayó un telón creando un fuerte estrépito. Interrumpiste tu línea de diálogo y espontáneamente inmortalizaste ese “Patapúfete” para siempre. Los actores, el público y todos quienes compartían esa escena comenzaron a reír sin parar. Sin segundas intenciones. Franco, producto del azar, de la casualidad. Hasta fuiste un trofeo de guerra de la revolución cubana, aquella mañana, antes de que estallara la rebelión, fuiste interceptado por combatientes cubanos y secuestrado por una noche, para que no seas visto en la TV cubana como señal contra la dictadura de Batista. Una vez pasada la hora del programa fuiste liberado. Pero la policía de Batista creyó que estabas complotado con los guerrilleros. Entonces, una vez instalada la revolución el 1º de enero de 1959, los propios

partidarios de Fidel Castro te presentaron por radio y televisión como un “cómico de la revolución”. Diste una nueva pirueta, esta vez ante la vida y regrésate a tu Buenos Aires querido. Cerca de tus afectos, de mi calle, que visitabas de la mano de tu hija Margarita en secretas procesiones. Allí añorabas con ojos incrédulos como el paso del tiempo cambió nuestras realidades.

Tu adiós al hambre lo expresaste muy gráficamente: “Me empecé a malacostumbrar a comer todos los días”

Yo ya no estaba allí para devolverte mi imagen. Pero aun así me asombraba y celebraba tu ascenso. Quien hubiera dicho que esas travesuras de la infancia se transformarían en el arte de un hombre capaz de convocar, en los años 60 del siglo pasado, a 80.000 espectadores para una exclusiva cita: “Viendo a Biondi”. Viernes, 21:30 horas, canal 13. Allí se daban cita Pepe Galleta, único guapo en camiseta, Narciso Bello; Pepe Estropajo, quien tenía alergia al trabajo; Pepe Curdeles, juriscunsulto, ladrón de gallinas y manchapapeles; Pepe Mamboleta, detective privado de la policía secreta…

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primer puesto del rating, no solo en Argentina, sino también en Uruguay, Perú, Colombia y en el canal latino de Los Ángeles, California. Recibiste muchos premios por tu entrega inocente y bufonesca. Pero el más importante, fue aquella escena de tu ciclo de TV compartida con tus nietos: Marcelo Gustavo y Jorge Gabriel.

Todos reproducían en escenografías de madera blanda, situaciones graciosas dentro de tres sketchs, meticulosamente ensayados, los cuales sumaban 30 minutos de risas y pantomimas. Decorados los cuales, en muchos casos, veías más fuertes respecto de mis paredes, las únicas que papá y mamá podían ofrecerte, recién llegados desde Italia, donde cambiaron miseria por pobreza.

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Al final de un reportaje dijiste: “Los años no pasan para mí; se me quedan todos encima”. Sin embargo, déjame decirte que los años vividos no siempre son fecundos. Solo quienes hacen felices a los demás no mueren nunca. Los poetas, los músicos, los deportistas, los políticos de honestidad comprobada, aquellos quienes se entregan, nunca mueren. Prevalecen sus obras. En forma de gol, de una ley justa, de un verso revelador… o de una sonrisa salvadora cuando la depresión llama a nuestra puerta.

Jugabas con un humor simple, sencillo y efectivo. Transparente y angelical. El único daño causado tenía la impronta de una cachetada “de mentira”, un “patapúfete” sin referencia en los diccionarios del mundo hispanoparlante.

Aquella madrugada del 4 de octubre de 1975, te fuiste en paz luego de muchos años de lucha. A Margarita le repetías una frase. A juzgar por las situaciones que te tocó vivir en carne propia, sonaba muy real: “Yo fui muy desgraciado en mi vida, m’hija, pero cuando estaba peor siempre se cruzó un ángel bueno”.

“Viendo a Biondi” fue un suceso ubicado firmemente en el

Vos fuiste nuestro ángel bueno, Pepe.




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Primera Ingeniera Civil diplomada en América del Sur (1917). l empedrado permanecía escarchado. La humedad de la ciudad de Buenos Aires se condensaba en pequeñas y resbaladizas gotas. Mi fachada contemplaba esa repetida escena del Barrio de La Boca. Papá Teófilo Bachofen, había llegado a nuestro suelo oriundo de Suiza, donde había nacido, contratado para traer, desde Londres, las máquinas para la fábrica argentina de Alpargatas. La empresa se ubicaba sobre la calle Olavarría. A pocos metros de allí, en el número 1760, nació una pequeña: Elisa Beatriz Bachofen. El almanaque marcaba el año 1891. Curiosa y movediza, tus primeros años se caracterizaron por practicar distintos juegos y ese escudriñar el mundo circundante. Tratabas de comprender la lógica de funcionamiento de cuanto mecanismo cayera en tus manos. CASA NATAL

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“…Siendo indispensable dar a la mujer una enseñanza técnica que la capacite mejor para la tarea que le incumbe cumplir, como ama de casa, guardiana del hogar, miembro de la sociedad, y como gestora y educadora de la humanidad, he creído indispensable se atienda cuanto antes a tal enseñanza, la que no solo ha de propender a la conducción científica del hogar, sino hará surgir nuevas orientaciones”. Prólogo del folleto “Patria y Hogar”, para la formación técnica de la mujer, encargado por la Asociación Damas Argentinas. Año 1932.

Papá Teófilo alimentaba tu curiosidad. Desde mis ambientes fui muda testigo de aquellas sesiones donde, desde la apertura de una puerta hasta las gotas de lluvia golpeando contra los vidrios de mis ventanas, llamaban especialmente tu atención. Así fuiste creciendo. Los años se acumulaban entre mis columnas y vigas. El eco de mis habitaciones se engrandecía a tu paso. Había algo de conquista en tu tránsito por la vida. De sed de más y mejores posibilidades por concretar.

En el año 1917, algo diferente ocurrió. Papá Teófilo tenía el pecho hinchado de orgullo y me vistieron con las mejores galas. Luces, pisos más relucientes que de costumbre y el “comedor de recibir” a pleno, engalanaban la jornada.

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labores hogareñas, mientras el hombre asistía a clubes para charlar de negocios, política, practicar esgrima y cenar en sus salones. ¡Qué osadía la de esta mujer estudiar ingeniería!, murmuraban a tus espaldas. Tu hermana Esther te acompañaba. Ella fue la cuarta ingeniería civil de la argentina. No la opacaban los cuatro años menos que las distanciaban en edad. Su complicidad contigo era permanente. Esa curiosidad de la niñez templó tu espíritu para sobreponerte en distintas circunstancias. Fuiste pionera en el mundo de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Abriste caminos en áreas, tradicionalmente, reservadas al género masculino.

Contemplé tu alegría por haber llegado a la meta, y vaya de qué forma: “La primera ingeniera civil de Argentina y de América latina”… Todo un logro. Una sociedad profundamente machista volvía más grande tu empresa.

En todas ellas demostraste capacidad e inteligencia. De hecho, tu tesis de grado “Fábrica textil de hilados de algodón del Chaco”, publicada en 1926, es una muestra más de ese talento. ¿Cuánto de las visitas realizadas de pequeña a la fábrica de Alpargatas instalada por tu padre influyó en esa elección? Seguramente, al dictarla ante un auditorio riguroso, habrás vuelto a visitar esas escenas de la mano de Teófilo, quien señalaba los distintos mecanismos.

Por entonces, la mujer estaba dedicada exclusivamente a las

Música para tus oídos…


Elisa Beatriz Bachofen. Enero de 1918


Bachofen y un grupo de amigas de la Uniรณn Feminista Nacional.

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Tu incursión en la vida profesional rompió con el estereotipo de género. No te destacaste, exclusivamente en la profesión, sino que impulsaste el desarrollo de una sociedad más libre y con menos inequidad. Te escuché explicitar: “Cuando la mujer se inició en la profesión de “ingeniera”, no faltaron críticas, oponiendo como principal impedimento o inconveniente, la de los trabajos de campaña; pero, como he dicho, ello ha sido la resultante de una falta de concepto de la verdadera misión del ingeniero y de su campo de acción, sin tener en cuenta la importancia del trabajo de gabinete, puesto que para poder calcular cualquier obra de ingeniería se necesitan poseer los conocimientos técnico-científicos que brindan los estudios universitarios y, en cambio, los ejecutores de las obras proyectadas por el ingeniero, no siempre son técnicos de esa categoría”. La curiosidad continuaba gobernando tus horas. De pequeña, torturabas mi instalación eléctrica encendiendo y apagando la bombilla de una lámpara ¿Cómo se producía ese milagro? Mi cielorraso, de blanco inmaculado, proyectaba tu sombra vestida de asombro. Más tarde, en la Biblioteca Nacional de Mujeres, dictaste cursos técnicos para descubrir el truco ante las demás damas. “Nociones eléctricas aplicadas al hogar”, fue uno de ellos. Elisa, de alguna manera, transitó la vida como una verdadera

Tu incursión en la vida profesional rompió con el estereotipo de género. No te destacaste, exclusivamente en la profesión, sino que impulsaste el desarrollo de una sociedad más libre y con menos inequidad

mujer “renacentista”. Desempeñó profesionalmente tareas en la Dirección de Puentes y Caminos, fue presidenta de la Comisión Técnica del Círculo de Inventores, fundada en 1922. Presentó varias patentes de máquinas agrícolas y hasta publicó una “Guía del inventor”, reimpresa en numerosas oportunidades. Interés exacerbado…

Alicia Moreau de Justo y Julieta Lanteri me enorgullecían con sus visitas. Con ellas te reunías para fijar posiciones en la Unión Feminista Nacional, una asociación vinculada al Partido Socialista, creada en el mes de abril de 1918. Otra vez, la búsqueda de igualdad, de justicia. Trascender las fronteras para brindar más posibilidades. La ingeniería te aportaba armas para luchar. “En Argentina debe promoverse la industrialización. Para ello, resulta necesario contar, por lo menos, con un ingeniero cada 5.000 habitantes”, sostenías. Junto a Berta de Gerchunof, Adela Salaberry y Alfonsina Storni, entre otras importantes mujeres, creaste la CASA NATAL

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publicación feminista “Nuestra Causa”. ¿Su objetivo? Alertar, con estrategias didácticas, sobre la conquista de atribuciones coherentes con idéntica dignidad a las del varón.

Guía del Inventor de Beatríz Bachofen, año 1927.

En paralelo, escribiste múltiples textos abundantes en consejos acerca de las mejores formas de incentivar a las mujeres al estudio de la ingeniería, un campo casi vedado para ellas hasta ese momento. Europa, EEUU, Israel y Brasil ampliaron tu campo de conocimientos. Esa necesidad de responder preguntas, las mismas que realizabas en mi patio, te llevaron a patentar, en 1924, el “Algodonímetro”, un equipo para la clasificación del algodón; en 1928, el Método y equipo para el mejoramiento de caminos de tierra, y en 1930, un sistema para el registro de irregularidades de los caminos mediante diagramas. Como miembro de la Comisión Directiva de la Asociación de Mujeres de Negocios y Profesionales, fuiste consciente de la importancia representada por el acceso de las mujeres a la formación científica y técnica, desempeñando así un rol

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fundamental para el crecimiento de la sociedad. Una sociedad no siempre justa contigo para brindarte el debido reconocimiento que tu entrega merecía, muy a pesar que durante tu carrera recibiste numerosos premios, diplomas de honor y medallas de plata y oro. Logros no menores para una mujer que obtuvo su título 52 años después de haberse creado la carrera de Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, y 47 años más tarde respecto del Ing. Luis Augusto Huergo, el primero de esa profesión en Argentina y Sudamérica. Si bien tu lucha ha dado frutos, el camino por recorrer es arduo. La cantidad de mujeres que pueblan las Facultades de Ingeniería de nuestro país hoy es menor al 20% y aún persiste el llamado “techo de cristal”, una imperceptible barrera encargada de obstaculizar el acceso de las mujeres a los cargos de mayor jerarquía, a pesar de la importancia de sus contribuciones. Pero tu legado se transmitió a tu hija y nietas, quienes enarbolan tu bandera. Una insignia tejida en base a curiosidad, sueños de igualdad y progreso. Para el beneficio de tu género y de toda la patria.




B R E V E S B I O G R A F ´I A S

María Elena Walsh

Domingo Faustino Sarmiento

Nació el 1º de febrero de 1930 en Ramos Mejía, Buenos Aires. Cursó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Desde 1945 publicó sus primeros versos en la revista El Hogar, Sur y el diario La Nación. En 1947 editó su primer libro “Otoño imperdonable”. En 1948, viajó a los Estados Unidos y en 1952 se radica en París, Francia, donde junto a Leda Valladares difunden el folclore argentino. Desde 1959 trabajó como guionista para televisión, escribe obras de teatro y canciones para niños como “Canciones para mirar”, “Doña Disparate y Bambuco”. Sus canciones forman parte del bagaje cultural de los mayores y niños de distintas generaciones. Diversas bibliotecas escolares llevan su nombre. Sus libros: “El reino del Revés”, “Tutú Marambá”, “Zoo Loco”, “Dailan Kifki”, “Chaucha y palito”, “Los Poemas” y “Novios de antaño”, entre muchos otros, fueron traducidos a distintos idiomas. La editorial Alfaguara de Argentina lanzó en septiembre del año 2000, la colección “Alfa Walsh”, encargada de reunir toda la obra infantil de la escritora argentina. Recibió el Premio Municipal de Poesía, el Gran Premio de Honor de SADAIC y el del Fondo Nacional de las Artes, entre distintos reconocimientos. Doctora Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba, María Elena Walsh falleció el 10 de enero de 2011, a los 80 años de edad en la ciudad de Buenos Aires, tras una larga enfermedad.

Nació el 15 de febrero de 1811 en San Juan, Provincias Unidas del Río de la Plata, siendo hijo de José Clemente Sarmiento y Paula Albarracín. De formación autodidacta, durante la Guerra Civil que asoló a las Provincias Unidas del Río de la Plata combatió en el bando liberal, y cuando Juan Manuel de Rosas estableció su dictadura en 1835, partió como exiliado a Chile. En ese país trabajó como periodista y profesor, y fue allí donde publicó “Facundo, civilización y barbarie” (1845) el cual se convirtió en un clásico de la literatura argentina. En el año 1842 comenzó a ejercer como director de la importante Escuela Normal de Preceptores en Santiago y, tres años más tarde, el gobierno chileno le envió a Europa y Estados Unidos para estudiar sus sistemas educativos. Fue Ministro plenipotenciario de la República Argentina en los Estados Unidos, desde 1864 hasta 1868. Al final de su ejercicio, fue elegido presidente de la República. Su administración fue enérgica y progresista: Extendió el comercio, mejoró el transporte, favoreció la inmigración y fomentó la enseñanza. Entre sus escritos se destacan “Conflictos y armonías de las razas en América” (1883), “La vida de Dominguito” (1885), dedicado a su hijo muerto en la Guerra del Paraguay. En 1885 fundó “El Censor” y se opuso a la candidatura de Miguel Juárez Celman. Domingo Faustino Sarmiento falleció el 11 de septiembre de 1888 en la ciudad de Asunción, Paraguay, a los 77 años de edad.

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Jorge Mario Bergoglio (Santo Padre Francisco) Nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Buenos Aires, en el seno de una modesta familia. Asistió durante su infancia al colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles de la localidad de Ramos Mejía, Buenos Aires. Cursó estudios en la escuela secundaria industrial ENET Nº 27 Hipólito Yrigoyen, recibiendo el título de Técnico químico. A los 21 años decidió convertirse en sacerdote. El 11 de marzo de 1958 se unió al noviciado de la Compañía de Jesús ingresando en el seminario del barrio de Villa Devoto. Obtuvo una licenciatura en Filosofía y estudió Humanidades en Chile. Entre 1964 y 1965 fue profesor de Literatura y Psicología en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, para posteriormente, inclinarse por la Teología en el colegio San José, en San Miguel, Buenos Aires. Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969. Desde entonces, realizó una extensa carrera dentro de la orden de la cual llegó a ser “provincial” desde 1973 hasta 1979. Fue consagrado obispo titular de Auca el 20 de mayo de 1992, para ejercer como uno de los cuatro obispos auxiliares de Buenos Aires. Posteriormente, fue obispo coadjutor de la misma, el 3 de junio de 1997. Recibió el cargo de arzobispo de Buenos Aires el 28 de febrero de 1998. En marzo de 2013, Jorge Bergoglio fue uno de los dos cardenales argentinos que participan del cónclave para elegir al sucesor del Papa Benedicto XVI. A los 76 años de edad, el 13 de marzo de 2013, fue elegido como Santo Padre de la Iglesia Católica.

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Alberto Olmedo Alberto Orlando Olmedo nació el 24 de agosto de 1933 en la ciudad de Rosario. A los seis años, además de concurrir a la Escuela Nº 78 Juan F. Seguí, trabajó para colaborar con la economía de su hogar como empleado de un almacén, y más tarde, como ayudante en una carnicería. En el año 1947, por intermedio de Salvador Chita Naón, se integró a la claque del teatro La Comedia. Al año siguiente, con su amigo Osvaldo Martínez, se incorporó al Primer Conjunto de Gimnasia Plástica en el Club Atlético Newell's Old Boys de Rosario. Por esa época, también participó en una agrupación artística vocacional que funcionaba en el Centro Asturiano: La Troupe Juvenil Asturiana. En mayo de 1955 ingresa como operador al Canal 7, en la ciudad de Buenos Aires, a través de referencias de su amigo Pancho Guerrero. En 1957, el productor Julio Moller le ofreció protagonizar un ciclo infantil los sábados al mediodía, creando el personaje de “Joe Bazooka”. En 1960 comenzó en Canal 9 el ciclo “El Capitán Piluso”, su primer gran éxito, junto al actor Humberto Ortiz, quien personificaba a “Coquito”. Protagonista excluyente de éxitos en el cine, el teatro y la televisión, fue el creador de recordadas rutinas: “El mucamo Perkins”, “El manosanta”, “Rogelio Roldán”, “El presidente de Costa Pobre”, “El General González”, entre muchas otras. Alberto Olmedo falleció trágicamente el 5 de marzo de 1988 en la ciudad de Mar del Plata.


Diego Armando Maradona

María Eva Duarte

Nació el 30 de octubre de 1960. Su humilde familia, originaria de Esquina, provincia de Corrientes, estaba afincada en Villa Fiorito, partido de Lomas de Zamora, localidad ubicada en el primer cordón de la zona sur del conurbano bonaerense. Desde los primeros momentos en que jugó a la pelota, se inclinó a la práctica del fútbol ofensivo. Estudió en el colegio comercial Avellaneda, aunque nunca finalizó el primer año del secundario. Fichado por Argentinos Juniors, debutó en la primera división en el año 1976, diez días antes de cumplir 16 años. Siguió jugando en Argentinos Juniors hasta 1980. En 1979 formó parte de la selección juvenil ganadora del campeonato del mundo. En 1981, jugando para el Club Atlético Boca Juniors, logró el título de campeón. Contratado en 1982 por el Fútbol Club Barcelona por 1.200 millones de pesetas (7,2 millones de euros, una cifra astronómica para la época), consiguió con los azulgranas la Copa de la Liga, la Copa del Rey (ambas en 1983) y la Supercopa de España (1984). Llevó al seleccionado argentino a obtener la Copa Mundial de Fútbol en 1986. De nuevo, por una cantidad muy importante, pasó en 1984 al Nápoles, con quien ganó las ligas de 1987 y 1990, la copa UEFA de 1989 y la Supercopa de Italia de 1991. Diego Armando Maradona es considerado por muchos futbolistas y exfutbolistas, periodistas y prensa en general, personalidades, técnicos y admiradores, “El mejor futbolista de todos los tiempos”.

Hija ilegítima de Juan Duarte y de Juana Ibarguren, vivió humildemente en su pueblo natal hasta que a los dieciséis años huyó a Buenos Aires. En la capital argentina trabajó como actriz en pequeños locales y en la radio. A partir de 1935, comenzó a gozar de cierta popularidad, si bien sus papeles carecían de relevancia. En 1941 trabajó en tres películas: "La carga de los valientes", "El más infeliz del pueblo", junto a Luis Sandrini y "Una novia en apuros", del norteamericano John Reinhardt. En 1944 conoció a Juan Domingo Perón, y el 22 de octubre de 1945 contraen matrimonio en la ciudad de Junín. Buscó apoyo para su marido durante la campaña presidencial, logrando con ello una gran popularidad personal. Tras la investidura presidencial de Juan Domingo Perón (1946), comenzó a desempeñar un papel muy activo en el gobierno, convirtiéndose en su enlace con los sindicatos, creando la Fundación de Ayuda Social Eva Perón y organizando la rama femenina del partido peronista. Idolatrada por muchos como “La abanderada de los humildes", organizó la ayuda social a los pobres desde el Estado. Hacia el año 1949 era la segunda figura más influyente de Argentina y la más querida por las clases trabajadoras, a las cuales denominó “Los descamisados”. Aunque nunca llegó a ostentar un cargo oficial, en la práctica, fue responsable de los ministerios de Sanidad y Trabajo. Tras luchar contra una penosa enfermedad, fallece en la ciudad de Buenos Aires el sábado 26 de julio de 1952. CASA NATAL

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René Favaloro

Tita Merello

Nació el 14 de julio de 1923 en La Plata, provincia de Buenos Aires. Hijo de un carpintero y de una modista, vivió una infancia modesta en “El Mondongo”, un barrio de inmigrantes. Tras graduarse en 1949, ejerció como médico rural en Jacinto Aráuz, La Pampa, durante doce años. En enero de 1962, ingresó en la Cleveland Clinic de los Estados Unidos, donde permaneció hasta junio del año 1971. Allí desarrolló la cirugía de revascularización miocárdica, o técnica del bypass, trascendiendo los límites de ese país. Regresó a la Argentina con la idea de desarrollar un centro capaz de combinar la atención médica, la investigación y la educación. Con ese objetivo, creó la Fundación Favaloro en 1975. En 1980 funda el Laboratorio de Investigación Básica dependiente del Departamento de Investigación y Docencia de la Fundación Favaloro. Con posterioridad, se transformó en el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, el cual, a su vez, dio lugar, en agosto de 1998, a la creación de la Universidad Favaloro. En 1992 inauguró el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro en Buenos Aires. Fue miembro activo de 24 sociedades, correspondiente de 4 y honorario de 42. Recibió innumerables distinciones nacionales e internacionales. Se quitó la vida el sábado 29 de julio del año 2000 en su domicilio de la ciudad de Buenos Aires.

Laura Ana Merello, nació en la ciudad de Buenos Aires el 11 de octubre de 1904. Inició su carrera artística en el teatro como una cancionista de bajo nivel. Fue una de las primeras cantantes de tango surgidas en la década de 1920. Su debut en cine fue en el primer filme sonoro argentino, “Tango”, junto a Libertad Lamarque. Luego de realizar una serie de películas a lo largo de la década de 1930, se consagró como actriz dramática en “La fuga”, del año 1937. En México, filmó “Cinco rostros de mujer”, por la cual obtuvo el premio “Ariel” a la Mejor Actriz de Reparto. Al regresar a nuestro país, protagonizó “Don Juan Tenorio” y “Filomena Marturano”. El apogeo de su carrera ocurrió en los años de 1950, cuando encabezó filmes como “Los isleros”, “Guacho” y “Mercado de abasto”. Además, tuvo roles destacados en “Arrabalera”, “Para vestir santos” y “El amor nunca muere”. Adquirió popularidad por sus interpretaciones de “Se dice de mí” y “La milonga y yo”. Luego de la caída del peronismo, debió exiliarse en México ante la falta de trabajo. Fue una asidua partícipe del ciclo televisivo “Sábados circulares” y su actuación en el film “La Madre María”, dirigido por Lucas Demare, fue muy elogiado por los críticos especializados. Se retiró en el año 1985, aunque continuó realizando apariciones públicas y brindando consejos en radio y televisión. En 1990 fue distinguida como “Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”. Falleció en la Fundación Favaloro de la ciudad de Buenos Aires, a los 98 años, durante la Nochebuena del 2002.


Manuel Belgrano

Niní Marshall

Nació el 3 de junio de 1770 en la ciudad de Buenos Aires. Hijo de María Josefa González Casero y de Domenico Belgrano Peri, comerciante de Oneglia, Liguria, Italia. Cursó estudios de Derecho en España. En el año 1794 pasa a ser secretario del Consulado de Buenos Aires, cargo desde donde fomentó firmemente la generalización de la enseñanza y las reformas económicas. En 1810 formó parte de los patriotas que pretendían la emancipación del dominio español en Argentina, y se convirtió en miembro de la Junta de Gobierno revolucionaria. Fue nombrado general, y pronto dirigió a las tropas independentistas frente a los Realistas, logrando importantes victorias en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813) frente a Juan Pío de Tristán y Moscoso. En los últimos meses de 1813, los españoles lo derrotan en el Alto Perú (ahora Bolivia), y en 1814 delegó su mando al general José de San Martín. Desde ese momento, se dedicó a la diplomacia y la mediación en las disputas políticas surgidas tras proclamarse la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata en el Congreso de Tucumán (1816). Cónyuge de María Josefa Ezcurra y de María Dolores Helguero y Liendo, fue padre de Manuela Mónica y Pedro Rosas. Ideó una escarapela con los colores celeste y blanco, verdadero distintivo para los soldados. El 27 de febrero, con esos mismos colores, creó la bandera que más tarde fue adoptada como Bandera Nacional. Manuel Belgrano falleció, sumido en la pobreza, el 20 de junio de 1820 en la ciudad de Buenos Aires.

Nació en el barrio porteño de Caballito, el 3 de junio de 1903, con el nombre de Marina Esther Traveso. Se formó culturalmente en el Liceo Nº 1 de Señoritas. Descubrió el mundo del espectáculo trabajando para la revista femenina “La Novela Semanal”, donde redactó una serie de "Alfilerazos", suerte de críticas mordaces a artistas del medio porteño, acompañados de caricaturas hábilmente dibujadas por ella misma. En 1937 se destacó en un programa femenino de Radio El Mundo llamado “El chalet de Pipita”. Allí comenzó a elaborar sus personajes. Inicialmente, redactó avisos publicitarios leídos al aire con la voz de la mucama gallega Francisca. Más tarde elaboró, a partir de ese personaje, su memorable “Cándida”. Reflejó, como ninguna, un vasto fresco de mujeres y con ellas, representó fielmente a cada estrato de la sociedad argentina. Llegó al cine en 1938 con el film “Mujeres que trabajan”. En 1942 fue prohibida en la radio "por mal uso del idioma". Célebre en América latina, Niní continuó su carrera en México y Cuba, presentando una inolvidable galería de personajes. Fue protagonista de exitosas películas que contaban con su humor único como sello inconfundible. Su verdadero testamento artístico, la obra “Y se nos fue redepente”, se estrenó en el café concert en el año 1973. Niní Marshall falleció en la ciudad de Buenos Aires, el 18 de marzo de 1996. CASA NATAL

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Jorge Luis Borges

Luis Augusto Huergo

Nació el 24 de agosto de 1899, en la ciudad de Buenos Aires, en la casa de Isidoro Acevedo, su abuelo paterno. Bilingüe desde la infancia, aprendió a leer en inglés antes que en castellano por influencia de su abuela materna. A la edad de cuatro años ya sabía leer y escribir; a los siete escribe en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, “La visera fatal”, inspirado en un episodio del Quijote; a los nueve traduce del inglés "El príncipe feliz" de Oscar Wilde. Cursó estudios en Ginebra y pasó algún tiempo en España, donde conoció a escritores ultraístas. En 1921 regresó a su país natal y participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas como “Prisma”, “Proa” y “Martín Fierro”. Escribió poesía lírica recopilada en los volúmenes de “Fervor de Buenos Aires”, “Luna de enfrente” y “Cuaderno San Martín”. De esta época datan sus relaciones con Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y Oliveiro Girondo. Trabajó en la Biblioteca Nacional, entre los años 1938 y 1947, de la cual llegó a ser director entre 1955 y 1973. Con Adolfo Bioy Casares publicó “Antología de la literatura fantástica”. Fue miembro de la Academia Argentina de las Letras, recibió el Premio Nacional de Literatura, siendo reconocido como Doctor Honoris Causa en la Universidad de Cuyo. Trabajó en la Universidad de Buenos Aires impartiendo clases de Literatura inglesa. A causa de una herida en la cabeza, progresivamente, fue perdiendo la vista, hasta quedar totalmente ciego a los 55 años. En 1961 comparte el Premio Fomentor con Samuel Beckett, y en 1980, el Cervantes, con Gerardo Diego. Jorge Luis Borges falleció en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986.

Nació en la ciudad de Buenos Aires el 1º de noviembre de 1837. A los 15 años de edad, viajó a los Estados Unidos para cursar estudios en el Colegio Santa María de Maryland. De regreso, cinco años después, prosiguió su formación en el Departamento Topográfico de Buenos Aires, donde se graduó como agrimensor en 1862. En 1866, se crea la carrera de ingeniería civil en la Universidad de Buenos Aires. Huergo decidió cursarla y, cuatro años más tarde se transformó en el primer egresado. Actuó en política desde muy joven, siendo diputado y senador provincial. Entre sus trabajos como ingeniero, puede contarse el proyecto y la construcción del llamado Camino Blanco a Ensenada, el cual concretó con la quinta parte de su presupuesto. En 1876 fue nombrado, por concurso, director de las Obras del Riachuelo, creando un puerto con capacidad de anclaje para recibir barcos de gran tamaño. En 1870, por encargo del Gobierno, viajó a Inglaterra para contratar la construcción de 120 puentes, cuyo armado en nuestro país él mismo dirigió. En 1874 ideó el primer dique seco construido en la Argentina. En 1881 presentó su obra maestra: Un proyecto integral para un puerto capitalino, el cual nunca pudo concretarse. Ocupó, entre otros cargos, el de ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, profesor y decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y presidente de la Sociedad Científica Argentina. El ingeniero Luis A. Huergo murió en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1913.


Carlos Gardel

Atahualpa Yupanqui

Cantante, compositor y actor argentino de origen francés o tal vez uruguayo; según esta segunda hipótesis, habría nacido en 1887 en Tacuarembó. A finales de la década de 1920, la identificación de Gardel con el tango era ya un fenómeno de ámbito universal. Desde entonces nunca ha dejado de reconocerse su papel esencial en el desarrollo y difusión del 2 x 4 y su condición de mejor intérprete de la historia del género. La biografía del "zorzal criollo" está teñida de leyendas, y su fama póstuma apenas ha menguado con el paso de los años. En Argentina, la expresión "es Gardel" equivale a "es incomparable". Tempranamente desempeñó toda clase de pequeños trabajos al tiempo que dejaba oír su candorosa voz en esquinas, reuniones familiares y garitos. Este jovencito le rindió culto al coraje, santificó la lealtad a los amigos y se esforzó por imitar a los adinerados acicalándose con narcisista esmero. Fue uno de los primeros artistas que triunfó en los Estados Unidos, donde filmó distintas películas y protagonizó éxitos con su temple de “criollo de ley”, cobrando cierta notoriedad y exhibiendo al Tango como género musical en todo el mundo. El 24 de junio de 1935, cuando se encontraba en la cúspide del reconocimiento popular, Carlos Gardel muere en un fatal accidente de aviación cuyas causas nunca se han esclarecido completamente.

Cantante folklórico argentino, nació en Juan de la Peña, Pergamino, provincia de Buenos Aires el 31 de enero de 1908, pero su infancia transcurrió en Agustín Roca, Junín. Siendo muy pequeño, estudió el manejo del violín con el cura de su pueblo. Más tarde, aprendió a tocar la guitarra, su compañera para toda la vida. En el año 1917 se instaló en Tafí Viejo, donde vivió cuatro años. De joven, Atahualpa Yupanqui viajó mucho por el Noroeste argentino y el altiplano, donde pudo estudiar a fondo las características y acervo de la cultura indígena. Pero, debido a su inclinación comunista, fue censurado y detenido por el gobierno de Juan Domingo Perón en varias oportunidades. En 1949 partió hacia Europa, donde Edith Piaf lo invitó a tocar en París y en otros países del viejo continente. Corría 1952 cuando Atahualpa regresó a Buenos Aires y se alejó del partido comunista, lo cual le facilitó conseguir contratos en las radios, justo en el momento de mayor auge de ese medio de comunicación. El reconocimiento a su trabajo etnográfico no tardaría en llegar y, durante los años 60, artistas de la talla de Mercedes Sosa comenzaron a grabar sus composiciones. Ello lo volvió popular entre los más jóvenes. Murió en Francia a los 84 años.

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Astor Piazzolla

José de San Martín

Astor Pantaleón Piazzolla nació en Mar del Plata, el 11 de marzo de 1921. Fue un bandoneonista y compositor argentino, considerado uno de los músicos más importantes del siglo XX. Estudió armonía, música clásica y contemporánea con la compositora y directora de orquesta francesa Nadia Boulanger. En su juventud, tocó y realizó arreglos orquestales para el bandoneonista, compositor y director Aníbal Troilo (Pichuco). Formalizó importantes innovaciones en el tango en lo relativo a ritmo, timbre y armonía. Por esos trabajos resultó duramente criticado por los tangueros de la denominada “Guardia Vieja”, sumamente ortodoxos en cuanto a ritmo, melodía y orquestación. En los años posteriores sería reivindicado por intelectuales y músicos de rock. Entre otros hitos de su carrera, en el año 1987 viaja a los Estados Unidos, donde graba en vivo en el Central Park junto a la Orquesta de St. Luke's, dirigida por Lalo Schifrin. En 1989 formaría su último conjunto, el Sexteto Nuevo Tango, conformado por dos bandoneones, piano, guitarra eléctrica, contrabajo y violonchelo. El 4 de agosto de 1990, en la ciudad de París, sufrió una trombosis cerebral, falleciendo dos años después en Buenos Aires, el 4 de julio de 1992, a los 71 años de edad. Su legado musical conforma, en la actualidad, un ejemplo para las nuevas generaciones, responsables de crear una nueva sonoridad a nuestra música ciudadana. Piazzolla fue el responsable de trascender las fronteras de Tango, con su estilo tan particular.

José Francisco de San Martín nació en Yapeyú, actualmente en la provincia argentina de Corrientes, a la vera del caudaloso río Uruguay, el día 25 de febrero de 1778. Su padre, don Juan de San Martín, era el gobernador del departamento; su madre, doña Gregoria Matorras, era sobrina de un conquistador del Chaco. En 1784 se traslada a España con su familia, donde estudia primero en el Seminario de Nobles de Madrid y luego, en 1789, inicia su carrera militar en el regimiento de Murcia. Sirve en las filas de España durante las guerras contra los franceses. En Cádiz conoce a otros militares de América del Sur y se enrola en las logias que promovían la independencia. En 1811 renuncia a su carrera militar en España y se embarca hacia el Río de la Plata. Sus ideales resultaron fundamentales para lograr la independencia en América del Sur. El cruce de los Andes, sus campañas militares y célebres batallas elevaron su estatura de estratega militar. El 3 de agosto de 1823 muere su esposa en Buenos Aires. El 10 de febrero de 1824, disgustado por las guerras civiles en que estaban envueltas las Provincias Unidas del Río de la Plata, se embarca hacia Francia con su hija Mercedes. En Europa se ocupa de la educación de su hija y escribe para ella las Máximas, un verdadero resumen de su filosofía de vida. Reside en Europa hasta su muerte, el 17 de agosto de 1850, en la ciudad de Boulogne Sur Mer, Francia.


Enrique Santos Discépolo

Pepe Biondi

Nació en la ciudad de Buenos Aires, el 27 de marzo de 1901. Fue un destacado compositor, músico, dramaturgo, actor y cineasta argentino. También era conocido como “Discepolín”. Su hermano, Armando Discépolo, fue director teatral y dramaturgo. Enrique Santos es recordado especialmente por componer varios de los llamados “tangos fundamentales” o “tangos de oro”, entre los cuales se destacan “Yira, yira” (1929), “Cambalache” (1934), “Uno” (1943) y “Cafetín de Buenos Aires” (1948). En sus versos cristalizó la vena lírica del escritor, brindándole un importante prestigio y reconocimiento. En 1918 escribió sus primeras obras de teatro: “El señor cura”, “El hombre solo” y “Día feriado”. En 1923 actuó en la obra “Mateo”, escrita por su hermano. Prosiguió escribiendo para el género teatral y al mismo tiempo, en 1925, compuso la música del tango “Bizcochito”. Norberto Galasso, uno de sus más reconocidos biógrafos, expresó que su vida “fue un permanente desgarrarse en una sociedad injusta, solo comprensible en el marco de la sufrida Argentina del siglo XX”. Mantuvo un romance de 24 años con la cantante española Tania. Falleció de un ataque al corazón, en el mismo barrio porteño de Balvanera donde nació, 50 años después, el 23 de diciembre de 1951. Resulta sorprendente la actualidad de sus letras, las cuales evocan tanto las miserias del hombre como sus sueños e ideales más profundos, valiéndose de una iconografía porteña que encontró en el lunfardo, un lenguaje ideal.

Nació en la ciudad de Buenos Aires, el 4 de septiembre de 1909. Fue un reconocido humorista, acróbata y artista de variedades argentino. Desarrolló su talento en el circo, en teatro, cine y televisión. Para la crítica y el público, Biondi representó uno de los más grandes cómicos argentinos, destacándose por su humor inocente y payasesco. Era hijo de José Biondi y Ángela Cavalieri, dos inmigrantes napolitanos de origen humilde. José fue el tercero de ocho hermanos quienes vivieron en el barrio de Barracas. Pepe Biondi encontró en el circo su segundo hogar, entrenándose en las acrobacias y las rutinas de los payasos, obteniendo allí un discreto éxito. En 1934 se enamoró de la cantante de tangos María Teresa Moraca, con quien, tras un corto noviazgo, se casó y tuvo una sola hija llamada Margarita. Más tarde, sería la televisión la responsable de su suceso. El 7 de abril de 1961 debutó -en directo- con su programa “Viendo a Biondi”, el cual se destacaba por sus breves sketches de sano humor, logrando los picos de audiencia más altos de la historia de la TV Argentina, hasta la época (66,2 puntos en el año 1962). El programa estaría diez años en el aire con gran éxito y sería objeto, durante años, de varias repeticiones, siempre en Canal 13. Después de varias operaciones en su pierna, donde se le había detectado una obstrucción arterial, Biondi falleció en Buenos Aires, el 4 de octubre de 1975.

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Elisa Beatriz Bachofen Nació en la ciudad de Buenos Aires en el año 1891. Fue la primera ingeniera civil de Argentina y de toda América latina, graduada en la Universidad de Buenos Aires en el año 1918, al presentar su tesis “Fábrica de hilados y tejidos de algodón”. Se desempeñó profesionalmente en diversas instituciones oficiales, asesoró técnicamente a empresas industriales, presidió la Comisión Técnica del Círculo de Inventores fundada en 1922, y la Asociación Argentina de Bibliotecas Científicas y Técnicas. Durante su carrera recibió numerosos premios, diplomas de honor y medallas de plata y oro, y participó en congresos científicos e intelectuales. En el marco de sus actividades profesionales, realizó viajes a Europa, EEUU, Israel y Brasil. No sólo desempeñó con éxito su profesión, sino que primó en ella la constante preocupación por la defensa de los derechos de la mujer. Integró la Comisión Directiva de la Asociación de Mujeres de Negocios y Profesionales. Era consciente de la importancia del acceso de las mujeres a la formación científica y técnica por el rol que podrían desempeñar en el desarrollo de la sociedad. Elisa Bachofen falleció en Buenos Aires, el 22 de noviembre de 1976, a los 85 años, pero el legado de su profesión permaneció en su hija, Elisa Mestorino y sus nietas, Esther Elena Arce Mestorino y Liliana Arce Mestorino.

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B I B L I O G R A F ´I A Y F U E N T E S D O C U M E N T A L E S

Nota del Autor: Las páginas WEB citadas fueron consultadas durante los años 2017 y 2018.

Casa Natal de María Elena Walsh https://www.educ.ar/recursos/119416/maria-elena-walsh-yel-tiempo-de-jugar http://mujereshoy.info/el-blason-de-la-infancia-maria-elenawalsh/5460/ http://www2.me.gov.ar/efeme/mewalsh/sintesis.html http://historiadevidamew.blogspot.com.ar/2012/08/retratode-una-artista-libre_6.html http://www.ehagendaurbana.com.ar/2015/02/hoy-naciamaria-elena-walsh.html http://www.bernardoneustadt.org/contenido_120.htm http://www.ensayistas.org/filosofos/argentina/walsh/introd.ht m http://www.lanacion.com.ar/1712831-la-casa-natal-demaria-elena-walsh-triste-y-desprotegida

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Casa Natal de Alberto Olmedo http://rosarionoticias.gob.ar/page/noticias/id/36616/title/ Rosario-celebr%C3%B3-el-82%C2%BAcumplea%C3%B1os-de-Alberto-Olmedo http://www.barriopichincha.com.ar/mis-recuerdos-deconventillo/ http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/tambien/revtam bien040.htm Un poco menos pobre (biografía de Alberto Olmedo), Beas (1992) Autor: Rubén Tizziani. http://www.barriopichincha.com.ar/alberto-olmedo-vidabarrio/


Casa Natal de Diego Armando Maradona

Casa Natal de René Favaloro

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Casa Natal De Luis Augusto Huergo

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Casa Natal De Astor Piazzolla http://www.lacapitalmdp.com/noticias/Espectaculos/2009/0 3/30/104695.htm http://es.wikipedia.org/wiki/Astor_Piazzolla. CASA NATAL

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Casa Natal De José De San Martín

Casa Natal De José “Pepe” Biondi

http://www.lanacion.com.ar/1035729-aqui-se-hizo-historia https://www.youtube.com/watch?v=Fvk72lX1cb8 Bibliografía de San Martín (Clarín) https://www.quien.net/jose-de-san-martin.php https://historiaybiografias.com/casa_san_martin/ https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/91809-2010-05-25.html

www.geocities.com/Eureka/3353/biondi.htm Elbio Tomassini y Matías Babino, “¡Patapúfete! Vida y obra de Pepe Biondi”, Edición de los autores, Buenos Aires, 1996.

Casa Natal De Enrique Santos Discépolo DISCÉPOLO, Armando (1966 [1924]), Muñeca en Muñeca, El organito, Stéfano, Ediciones del Carro de Tespis, Buenos Aires. DISCÉPOLO, Armando (1976 [1923]), Mateo en Mateo, Stéfano, Kapelusz, Buenos Aires. DISCÉPOLO, Armando (1976 [1928]), Stéfano en Mateo, Stéfano, Kapelusz, Buenos Aires. DISCÉPOLO, Armando y DISCÉPOLO, Enrique Santos, El organito en Muñeca, El organito, Stéfano, Ediciones del Carro de Tespis, Buenos Aires. DISCÉPOLO, Enrique Santos, “Qué vachaché” (1926), “Chorra” (1928), “¡Victoria!” (1929), “Justo el 31” (1930), “Yira… Yira…” (1930), “¿Qué sapa, Señor?” (1931), “Tres esperanzas” (1933), “Cambalache” (1934), “Desencanto” (1936), “Tormenta” (1939), “Martirio” (1940), obtenidas todas de www.todotango.com

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CASA NATAL

Casa Natal De Elisa Beatriz Bachofen https://www.lanacion.com.ar/2111430-elisa-bachofeningeniera-y-feminista-en-la-argentina-de-1918 https://www.clarin.com/arq/primera-ingenieralatinoamericana-estudio-uba_0_Hyfc8tBem.html https://www.clarin.com/arq/primera-ingenieralatinoamericana-estudio-uba_0_Hyfc8tBem.html https://www.pagina12.com.ar/129246-por-que-elisa-beatrizbachofen http://fmexactasunt.blogspot.com/2016/03/elisa-bachofenla-primera-ingeniera-de.html http://museonacionaldecienciasnaturales.blogspot.com/2017 /01/los-miembros-fundadores-de-la-sociedad.html https://www.unimoron.edu.ar/static/media/docentes/ingenie ria/d65-2.htm http://cai.org.ar/index.php/2018/04/03/biblioteca-bachofen/


AUTORIDADES DEL CPIC

PRESIDENTE

CONSEJEROS SUPLENTES

Ing. Civil Enrique Sgrelli

Ing. Civil Patricia Lucia Anzil Ing. en Construcciones Alejandra Raquel Fogel

VICEPRESIDENTE

Ing. Civil Raúl Fernando González

Ing. Civil Adrián Augusto Comelli

Ing. Civil Alejandro Juan Sarubbi

SECRETARIO

CONSEJERO TÉCNICO TITULAR

Ing. Civil Carlos Alberto Alfaro

MMO Diego Adrián Kodner

CONSEJERO TÉCNICO SUPLENTE PROSECRETARIO

MMO Guillermo Cafferatta

Ing. Civil Waldo Siro Teruel

GERENTE TESORERO

Ing. Civil Victorio Santiago Díaz

Ing. en Construcciones José María Izaguirre

CONSEJEROS TITULARES Ing. Civil Carlos Inocencio Avogadro Ing. en Construcciones Silvio Antonio Bressan Ing. Civil Pablo Luis Dieguez Ing. Civil Edgardo F. Estray Ing. Civil Armando J. Gagliano

CASA NATAL

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“Los lugares donde han vivido los seres a quienes estamos ligados por el espíritu o por la sangre y los objetos que le pertenecieron conservan, para muchos de nosotros, un raro poder (…) Los lugares, los objetos sobreviven, nimbados de recuerdos, a quienes los frecuentaron o los poseyeron. Y es cosa terrible y dulce sentir que uno mismo es un lugar, un objeto en que perduran presencias; que nada de lo que parece inanimado lo es en realidad y que el mundo de los muertos y los vivos se comunica y se mezcla de un modo misterioso e inexplicable”. Victoria Ocampo.



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