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colección
Ahuehuete
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Justicia social: debate político del siglo XX RUTH ARBOLEYDA, MARIO CAMARENA, BEATRIZ CANO, MARGARITA CARBÓ, MARÍA EUGENIA FUENTES, ALICIA OLIVERA, ANNA RIBERA, MARÍA EUGENIA SÁNCHEZ Y JULIA TUÑÓN
Yeuetlatolli, A. C.
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Justicia social: debate político del siglo XX RUTH ARBOLEYDA, MARIO CAMARENA, BEATRIZ CANO, MARGARITA CARBÓ, MARÍA EUGENIA FUENTES, ALICIA OLIVERA, ANNA RIBERA, MARÍA EUGENIA SÁNCHEZ Y JULIA TUÑÓN
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Primera edición: 2006
No puede reproducirse, almacenarse o transmitirse por medios electrónicos o por cualquier otro medio sin el previo permiso del editor. D.R. 2006, Ruth Arboleyda, Mario Camarena, Beatriz Lucía Cano, Margarita Carbó, María Eugenia Fuentes, Alicia Olivera, Anna Ribera, María Eugenia Sánchez y Julia Muñón. D.R. 2006, Yeuetlatolli, A.C. ISBN 970-9049-10-0 Impreso en México.
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INTRODUCCIÓN Justicia social, ideal aún lejano, discusión inacabada Ruth Arboleyda x En el mes de noviembre del año 2000 se celebró, en la Dirección de Estudios Históricos, un taller con el nombre de esta publicación: Justicia Social: Debate político del siglo XX. Se concretaba así una preocupación surgida del Seminario de Historia del México Revolucionario, de la Dirección de Estudios Históricos, a la que se incorporaron otros investigadores, de la misma institución y fuera de ella, que trabajan sobre temas relacionados con el problema puesto a debate. La preocupación, básicamente, consistía en discutir la vigencia y la pertinencia del concepto de justicia social en el marco de los acelerados cambios políticos de fines del siglo XX mexicano; convocamos a examinar la vigencia de la justicia social como una política de Estado, concretamente de los gobiernos posrevolucionarios, más particularmente, como una concreción práctica del programa social establecido en la Constitución de 1917. Los acontecimientos y transformaciones políticas de la última década del siglo cuestionaron, desde la política y la sociedad, aún desde posturas opuestas la vigencia de un proyecto de nación que, mal que bien, había emanado del complejo rejuego de fuerzas y proyectos resultantes de la Revolución Mexicana y pese a todo mantuvo alguna legitimidad como política de Estado hasta algún momento de los años ochenta (¿hasta cuándo, precisamente? x
Dirección de Estudios Históricos, INAH. 5
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Este es un problema a resolver para el análisis histórico de la historia mexicana reciente.) El resultado del taller fue muy enriquecedor. Como detallaremos más adelante, los resultados mostraron que la justicia social no ha sido solamente una política de Estado sino una preocupación vigente en las más diversas corrientes de pensamiento y acción política. De esta discusión surgieron estos textos que ahora presentamos. El libro se compone de nueve ensayos estructurados alrededor del tema central: la justicia social. En este sentido, además de incorporar en varios de ellos resultados de investigación recientes, en todos los trabajos tanto la información anterior como la nueva presentan una reflexión novedosa en torno al tema eje, que entonces es examinado desde distintas problemáticas y perspectivas, en un abanico que va desde fines del siglo XIX hasta la década de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Se propone una definición general de justicia social (en el ensayo de María Eugenia Sánchez Calleja), pero los proyectos y conceptos de justicia social resultaron ser muy diversos. Por ello, uno de los méritos de los ensayos vistos en conjunto, es que permiten visualizar las contradicciones inherentes a una política que, si bien se había concebido básicamente como una característica del discurso del estado post-revolucionario, al mismo tiempo existían distintas maneras de concebir la justicia social en esferas distintas de la gubernamental, o bien cómo, dentro de la esfera gubernamental se llevaban a cuestas nociones y prácticas que limitaron o vulneraron la intención de justicia que deberían convertir en acción. Así, en un primer bloque, relacionado con la problemática obrera, vamos de las demandas basadas en la costumbre, previas al reconocimiento constitucional de la reivindicaciones obreras, en la Convención Textil de 1912 (Mario Camarena Ocampo), al desarrollo de la reivindicación obrera apoyada en las corrientes más radicales (Anna Ribera Carbó).
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En un segundo bloque, relacionado con el problema agrario, vamos del examen de un caso en que esta política fue exitosa al consolidar la creación de sociedades nuevas (Ruth Arboleyda), al discurso del desencanto en el cine de Emilio Fernández, examinado (Julia Tuñón) Un tercer bloque aborda dos casos en los que se detallan fuertes contradicciones entre el ideal y la realidad cotidiana: en uno, relacionado con las políticas de salud, la permisibilidad de la corrupción y la ineficacia contra los muy recientes postulados constitucionales y la consecuente política de derechos sociales amplios y generales (Beatriz Cano); en el otro, al examinar las políticas hacia la infancia abandonada y delincuente, vemos por un lado la preocupación de extender derechos sociales hacia este sector, por otro, la permanencia de doctrinas psiquiátricas y antropofísicas que contradicen esos postulados (Ma. Eugenia Sánchez Calleja). Un quinto apartado contiene dos casos: uno que ilustra concepciones de justicia social no sólo externas al gobierno sino totalmente antagónicas a él (Alicia Olivera), mientras el otro detalla ideas y acciones en algunos momentos enfrentadas y en otros paralelas (María Eugenia Fuentes Bazán). En ambos casos, se trata de propuestas generadas en instituciones religiosas Finalmente, se presenta la extensión de los postulados políticos de justicia social hacia la política exterior (Margarita Carbó). Evidentemente, faltarían muchos casos y temas para disponer de una visión más completa de las diversas concreciones de las políticas de justicia social, para poder así sustentar mejor una propuesta de análisis de tan importante factor en la construcción del siglo XX mexicano, desde sus sociedades hasta el Estado. Sirva este libro para suscitar el interés por continuar y enriquecer esta discusión, una más de las que alientan y se desarrollan en esta, nuestra Dirección de Estudios Históricos.
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De la costumbre al derecho laboral: La Convención Textil de 1912 Mario Camarena Ocampox El l4 de agosto de 1912 el director del Departamento del Trabajo, Antonio Ramos Pedrueza, manda una carta a los obreros de las fábricas de hilados y tejidos de la República Mexicana en la que les informa entre otras cosas que La convención comenzó sus sesiones el 2 de julio próximo pasado; este acontecimiento constituye una fecha memorable en los anales del movimiento industrial mexicano. Por vez primera los representantes del Capital y el Trabajo han discutido todos estos puntos bajo el amparo de un Secretario de Estado y con la colaboración del Departamento que es a mi cargo, los problemas mencionados; la Convención terminó sus labores el día 1º del corriente mes, habiendo tenido sesiones numerosas y prolongadas, durante las cuales se discutieron detenidamente con los representantes de los obreros los proyectos de Reglamentos y de tarifas [...] y se establece como medio de orden muy conveniente que toda queja debe presentarse por escrito. [...Los conflictos] serán juzgados por un tribunal mixto compuesto de dos personas nombradas por el administrador de la fábrica y de tres obreros nombrados por el interesado. Si esta última fuera la única conquista a favor de los obreros, alcanzada en el Reglamento, ya sería bastante para que aplaudieran con entusiasmo los resultados de la Convención. Haber alcanzado que los señores industriales deleguen a un tribunal en que intervengan tres obreros [en] x
Dirección de Estudios Históricos, INAH. 9
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la resolución de un punto de tanta importancia y que antes resolvían por sí solos, es constituir a los obreros un derecho y rodearles de una respetabilidad que nunca habían tenido y que debe enorgullecerles.1
Este documento hace referencia a los acuerdos tomados en la Convención Textil de 1912. Este evento fue el inicio de las nuevas normas que en adelante regularían la vida laboral de los trabajadores textiles. La Convención constituye el momento histórico en que se discuten relaciones laborales bajo premisas diferentes: una es la costumbre, donde las normas se rigen por cierta forma de derecho consuetudinario; es decir, los valores morales tienen un lugar fundamental, pues rigen las prácticas sociales; tales normas fueron transmitidas de generación en generación en forma oral. Es importante señalar que la costumbre se basa en el pasado, en la tradición; de ahí su contraste con la otra premisa que es el derecho laboral visto por el Estado como una nueva forma de resolver los conflictos entre obreros y patrones; misma que a diferencia de la anterior ve hacia el futuro. La Convención Textil de 1912 constituye un momento crucial para la concepción sobre los asuntos laborales por parte de los actores sociales, pues de un lado los obreros y los patrones conciben estas relaciones desde un punto de vista moral, y del otro el Estado que los concibe bajo la óptica del derecho. Uno de los hechos más importantes de esta Convención es que, como lo señala la carta de Ramos Pedrueza, por primera vez los trabajadores se sientan en la mesa de negociaciones en igualdad de condiciones con los industriales mediados por el Supremo Gobierno, en donde su voz y voto influirá en las resoluciones; es decir, los obreros con la mediación del Estado, fueron considerados como ciudadanos y en adelante debían ser vistos por los patrones como iguales, con lo que se abre la posibilidad de que los conflictos se di1
Archivo General de la Nación, Ramo Trabajo, (en adelante AGN, RT). Caja 24, expediente 1.
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riman en tribunales donde los trabajadores estén representados. De otra parte, los patrones, antaño dueños y señores de sus propiedades (en lo cual creían incluidos a los obreros) son obligados por del Estado a sentarse a la mesa a negociar con sus obreros. Hay otro cambio importante en la costumbre: la manera de signar los acuerdos, pues si bien antiguamente todo se acordaba o negociaba oralmente, a partir de la Convención se exige que todo asunto o conflicto laboral sea tratado por escrito y negociado con la presencia del Estado. El cambio de las costumbres por el derecho laboral requirió de un lento y difícil proceso de adaptación a las nuevas formas de relación entre los obreros y los patrones. Fue necesario que pasaran 13 años, para que comenzaran a asimilarse la nueva forma de negociación basada en el sindicalismo y en las cámaras de la industria textil con la mediación del Estado. Es en la Convención de la Industria Textil de 1925 donde se establecen los primeros contratos colectivos de la industria textil, también llamados contratos ley. Estos cambios se dieron dentro de un contexto de grandes transformaciones económicas, políticas y sociales. Los cambios tecnológicos introducidos por los industriales afectaron las relaciones laborales. La mecanización del proceso y la nueva división del trabajo erosionaron las viejas relaciones en donde los maestros eran los que tenían el poder; a partir de 1905 se empezó a sentir una crisis que azotaba a la industria textil provocando despidos y reducción de la jornada de trabajo y una gran inseguridad en el empleo entre los obreros, fenómeno que persistiría en una mayor o menor medida hasta la década de los veintes. El gobierno comenzó a modificar su política laboral cuando empezó a intervenir en los conflictos laborales como mediador, fomentando los contratos ley de la industria textil. A estas transformaciones se suma el debilitamiento de las estructuras de poder gubernamental debido al conflicto revolucionario, que fue el escenario de dos concepciones diferentes de ver el mundo de los diferentes actores sociales:
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obreros y empresarios, por un lado y el Estado, por el otro, en la Convención de la Industria Textil de 1912. Así, me propongo analizar a través de la documentación generada por la Convención Textil de 1912, los discursos de los diferentes actores sociales: obreros, industriales y el Estado, los cuales se encuentran inmersos en un momento histórico determinado: la Revolución Mexicana. La documentación analizada contiene los discursos vertidos por estos sujetos, quienes son partícipes de ciertos valores sociales, económicos políticos y culturales que me permiten reconstruir los significados sobre los conceptos de jornada de trabajo, fiestas, salario y la forma en la que los obreros textiles justifican sus demandas laborales. Jornada de trabajo Los obreros elaboraron sus propuestas para la convención textil de 1912, en lo que se refiere a la jornada de trabajo, de acuerdo con los usos y costumbres que habían regido su comportamiento en las fábricas; en uno de sus documentos aparece la proposición siguiente: Que las horas de entrada y salida serán de acuerdo con las costumbres establecidas en cada fábrica. Era necesario que se respetase lo anterior para que los obreros pudieran tomar sus alimentos a tiempo y no tener que tomarlos fríos y echárselos (sic) con panes en el bolsillo, para estar puntuales a la hora de entrada.2 (El subrayado es mío).
En este argumento, aparecen conceptos morales, códigos que ordenan la acción de los trabajadores y que conforman un sistema de prácticas que lleva a rechazar ciertas normas, impuestas por los patrones, a través de argumentos morales. Los obreros textiles argumentaban que la jornada de trabajo debía establecerse de acuerdo a las costumbres que ellos tenían 2
AGN, RT, Caja 7, exp. 24.
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(provenientes del siglo XIX) en el campo y en los talleres artesanales; es necesario aclarar que ubicándose las fábricas en regiones diferentes, tenían hábitos diferentes, por lo que la petición de los obreros en cuanto a respetarlos llevaba a establecer diferentes horarios de una fábrica a otra. Una de las peticiones mas sentidas de los obreros fue la del horario de alimentos, ya que las canasteras que traían la comida desde muy lejos (una legua o legua y media de distancia) no se las podían dar y tenían que guardarlas y seguir trabajando varias horas sin comer, sólo se metían el pan en los bolsillos y tomaban todo frío; de ahí la necesidad de un horario fijo en el que los trabajadores supieran en qué momento empieza y termina la jornada, para poder organizar sus horarios de comida según sus costumbres y no al gusto de los patrones. La jornada de trabajo estaba establecida en función de los intereses empresariales, de tal manera que los obreros sabían a que hora entraban a trabajar pero no sabían a que horas salían de la fábrica. Los empresarios fijaban los horarios de trabajo basándose en las características de la producción, en donde el funcionamiento de las máquinas requería de una gran cantidad de agua para moverse, por lo que en las mañanas no eran pocas las ocasiones en las que había que esperar a que se llenaran los canales para poder echar a andar las máquinas; lo mismo sucedía en tiempos de sequía. En una de las actas de la Convención, el trabajador Sánchez Gavito dice: Que esas horas ya estaban establecidas; y que por si el agua se había dilatado en llenar un canal, no creía justo que por eso se quedaran los trabajadores sin comer, o que bien a la media noche no se les hiciera salir de sus casas para ponerlos a trabajar. Pedían que lo acostumbrado se respetase.3
Durante la segunda mitad del siglo XIX hay una gran cantidad de conflictos por la jornada de trabajo en donde los obreros argumentan en función del respeto a sus costumbres por 3
AGN, RT, Caja 15, exp. 18.
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considerarlas justas.4 Aunque tanto obreros como patrones argumentan con base en la costumbre, los intereses de unos y otros son radicalmente diferentes, ya que los primeros reclaman en relación con necesidades básicas (sueño y alimentos), y los segundos con relación a las necesidades empresariales. La Convención abre para los obreros la posibilidad de negociar sobre sus horarios, a despecho de los intereses de los patrones, quienes antiguamente, y por costumbre, decidían sólo ellos la jornada de trabajo sin que importasen las necesidades de los trabajadores. 5 Esta situación empezó a transformarse con la introducción de la energía eléctrica en las fábricas (c. 1900), lo que permitía que las máquinas pudieran trabajar continuamente, con lo que se podía establecer un horario fijo, sin que afectara el funcionamiento de la empresa; aunque los empresarios sentían como una merma de su poder la intervención de los obreros en la fijación de la jornada de trabajo. Así, el reglamento emitido por la Convención establece: Art. 1º Las horas de trabajo efectivo será diez horas diarias, excepto los días de liquidación que serán ocho para los de destajo y nueve para los de jornal. Art. 2º Conforme a las costumbres de los obreros los representantes de estos indicarán a la administración de cada fábrica la interrupción que los obreros necesitan para tomar sus alimentos. 6
Obreros y patrones, con la intervención del Estado, llegan finalmente, y por primera vez, a una solución negociada, que 4
Cuauhtémoc Camarena Ocampo, “La lucha de los trabajadores textiles: 1850-1907” en Leticia Reina (Coord), Las luchas populares en México en el siglo XIX (1821-1910), México, Centro de Estudios Superiores en Antropología Social (Cuaderno de trabajo de la Casa Chata: 90), 1983, pp 173-310. 5 Véase Edward P. Thompson, “La economía de la multitud en la Inglaterra del siglo XVII” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudio sobre las sociedades preindustriales, Barcelona, Crítica, 1974. 6 AGN, RT, Caja 15, exp. 11.
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considera tanto la producción como el respeto a las costumbres de los trabajadores. Las fiestas Otro punto a discusión fue en torno a las fiestas de los trabajadores. Los patrones por su lado, desarrollaron un sentido del trabajo más utilitario, el cual requiere de los obreros, un sentido de responsabilidad y de disciplina fabril, reduciendo al máximo los elementos de espontaneidad y tratando de educar a los obreros de acuerdo con los ritmos de las máquinas. De esta manera, era necesario despojarlo de las ataduras morales del trabajo y cualquier otra actividad económica, conduciéndolos a una racionalidad donde la técnica y la productividad prevalecen en el mundo laboral. De tal manera y oponiéndose a todo aquello que interfiriera con el ritmo y la productividad de las maquinas, los patrones intentaron suprimir los días festivos religiosos argumentando que estas fiestas eran demasiadas (cerca de noventa días al año, más las regionales y familiares), y rompían con la dinámica laboral. Alterando las “buenas” relaciones con los trabajadores, quienes se opusieron a perder sus celebraciones religiosas. Los trabajadores argumentaban que se les querían quitar sus días festivos por que los “poderosos extranjeros y agentes influyentes del país, ayudados y favorecidos por los malos gobernantes, que olvidándose de los más elementales derechos humanos, cometen atropellos contra los desvalidos”. Así, los trabajadores dijeron ser víctimas de la codicia de los empresarios; explicando esa ambición con la carencia de atributos morales, falta de caridad, solidaridad y de olvido de sus obligaciones cristianas por lo que clamaban justicia. En este sentido los trabajadores lograron incluir 15 festividades dentro de los reglamentos de trabajo, las cuales toman un carácter nacional, dejando a un lado las de carácter
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regional y local. En los reglamentos se estipuló los días para las celebraciones religiosas como las procesiones, la veneración al santo patrón y el domingo; días sin trabajo para dedicarlo a sus prácticas religiosas; debemos aclarar que si bien estos eran los días señalados como no laborables, no excluye que, a título individual, se tomaran más días para celebrar otros santos. Así, la defensa de los días de los santos patronos se convirtió en la defensa de una costumbre que les daba a los trabajadores un sentido de identidad sin que por ello se mermara la cantidad de días festivos que tenían con anterioridad, que eran más de 100 días aproximadamente. Si bien se limita el número de días no laborables por festividades religiosas, de nuevo logra negociarse el asunto, respetando las costumbres de los obreros y homogenizándolas para todo el país
Salarios Las discusiones en torno al salario es otro ejemplo de cómo se entremezclaban dos punto de vista diferentes: uno que tenia que ver con una concepción en donde el salario se fijaba de acuerdo a la costumbre, en donde tenía importancia la habilidad, el esfuerzo y la estructura jerárquica de los trabajadores; y el otro, en contraparte, daba mayor importancia a los avances técnicos. El salario se fijaba de acuerdo al esfuerzo de trabajo del obrero, o por el nivel de producción por unidad de tiempo; también estaba determinado por un cálculo basado en la costumbre y no en la situación de la producción, por lo menos hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando los empresarios comenzaron a aprender las reglas del juego de la nueva estructura fabril. El ideal de un buen día de trabajo para los obreros era percibir a cambio un buen jornal, lo cual tenía (y tiene) poco en común con el ideal de los costos de producción. Los crite-
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rios para determinar las características de un buen día de trabajo eran demasiado complejos como para agotarlos en un análisis somero. Dependían en parte de consideraciones físicas (la velocidad de trabajo y el esfuerzo que un buen obrero podía sostener por un largo tiempo, teniendo en cuenta la naturaleza de las tareas que cabría esperar que realizara en un día o en un turno); de consideraciones sociales (la necesidad de que un equipo trabajase con un ritmo tal que los miembros más lentos quedaran rezagados y ganaran a su vez un buen jornal); de consideraciones morales (el orgullo natural que siente un obrero por hacer un trabajo lo mejor que puede); de consideraciones jerárquicas (la estructura de mando de los trabajadores dentro de los departamentos).7 Así, los obreros esperaban un salario acorde a su posición jerárquica dentro de los departamentos de la fábrica: hilados, tejidos, estampados y mecánicos en donde los del departamento de tejidos eran los de más prestigio dentro de las factorías, pero a la vez dentro de cada estrato había una diferenciación bien definida jerárquicamente en donde los primeros en la lista son los maestros, y después obreros y ayudantes. La existencia de estas jerarquías se encuentra documentada en las listas que mandaron los industriales sobre lo que pagaban a sus trabajadores y, sin duda, la posición jerárquica era un reflejo de las diferencias salariales dentro de los trabajadores.8 Así, ante los ojos de los representantes del Departamento del Trabajo esta situación se daba de una manera caprichosa, sin que tuviera su fundamento en la producción. Sin tener en cuenta todos los factores que influyeron en la producción, y se veía muy a menudo que, por malos cálculos 7
Idem. Documento 19 “Memorandum presentado por la Compañía Limitada Manufacturera de Yute ‘Santa Gertrudis’ de Orizaba, a la oficina del Departamento de Trabajo sobre las tarifas antiguas y las nuevas en vigor según arreglo de la junta del 20 de enero de 1912” en Boletín del Archivo General de la Nación, Tercera serie, tomo VIII, Vols. 3-4, junio-diciembre de 1984, pp. 19-27. 8
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de los directores o por equivocación se pagaban mal muchos trabajos, y muy bien algunos.9 A despecho de la visión de los representantes del Supremo Gobierno los obreros, al tratar la importante cuestión de los salarios, sus argumentos respondían a la añeja lógica artesanal. La posición empresarial proponía que los salarios ya no deberían pagarse a destajo, sino por jornal de acuerdo a las nuevas necesidades de las fábricas en donde las máquinas eran las que establecían el ritmo de la producción; entonces el salario se fijó con base en “la producción normal de una máquina manejada por un obrero de mediana capacidad”.10 En la convención se articulan dos posiciones: la de los obreros que se fijaba de acuerdo con las habilidades de los trabajadores, y la de los empresarios que buscaban la estandarización de los salarios. No conviene exagerar el papel desempeñado por las costumbres en la fijación de los salarios en las fábricas textiles, pero creo que es indudable la influencia que tuvieron como lo demuestra la resolución de la convención donde se dice: Con la tarifa mínima aprobada, los obreros recibirán siempre un pago proporcional a su esfuerzo y habilidad, pues en dicha tarifa están las reglas para la valorización de cada trabajo con toda exactitud... y recibirán un pago justo. En la tarifa aprobada se han tomado en consideración todos los factores que pueden influir en la producción: así, por ejemplo, en preparación e hilados, los precios varían según el tamaño de la máquina, él número del pabilo o hilaza, la velocidad de los malacates, etc. En cañonero y urdimbre también se toman en cuenta: el número de las hilazas, la cantidad de hilos, etc. Por ultimo en los telares se adoptaron las bases de la tarifa inglesa. Solamente los antecedentes de haber sido esa tarifa aprobada y puesta en vigor por los obreros ingleses pueden tener confianza en su exactitud. En ella se tiene en cuenta todos los factores que pueden modifi9
AGN, RT, Caja 24, exp. 1. AGN, RT, Caja 24, exp. 18.
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car la producción. Sobre los precios que se pagan en Inglaterra se hizo un aumento del 20%; así es que no hay motivo alguno para temer que pueda salir una tela mal pagada.11
Estas tarifas aprobadas por la convención se establecieron conjugando la costumbre y la producción; la tradición y la modernidad en donde los nuevos factores de la producción, como fueron las máquinas –que tenían un ritmo continuo– llevaban a tratar de acabar con la costumbre del salario bajo normas artesanales, y crear una nueva forma de pago para todos los trabajadores que tendía a homogeneizar los salarios de todos los obreros de la industria textil. Sin embargo, lo importante es el hecho de que el cálculo salarial tradicional que hacía el obrero siguió existiendo durante mucho tiempo, y en cierto modo todavía existe. Estas modificaciones en la fijación de los salarios tenia de trasfondo la creación de un mercado nacional y rompiendo con los mercados regionales. Al establecer un salario para las diferentes regiones, lo que permitía equilibrar los costos de producción de las diferentes fábricas textiles y permitir la competencia entre las diferentes fábricas del país, se crean las bases de un mercado nacional y de una clase obrera nacional marcadas por la participación del Estado en la vida laboral, en el mercado y en la producción de las fábricas. Si bien esta resolución favorecía a un 90% de los trabajadores había un pequeño grupo que no iba a tener una aumento de sus percepciones y eran los que habían tenido una mayor calificación: los maestros, que dentro de la convención se opusieron a la homogenización de los salarios, ya que no les beneficiaba, y su estructura de mando sería desplazada por un aumento de los salarios de la mayoría de los trabajadores; lo cual a corto plazo generó una serie de conflictos laborales por la defensa de su status como maestros. 11
“Manifiesto a los obreros de las fábricas de hilados y tejidos de la República” en Boletín del Archivo General de la Nación, Tercera serie, tomo VIII, Vols. 3-4, junio-diciembre de 1984. pp. 53-55.
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Demandas en términos de la justicia En las discusiones que tuvieron lugar en la Convención de 1912, los obreros piden justicia, expresión que aparece de manera reiterada en las demandas de los trabajadores de la industria textil. Los documentos que existen en la Convención sobre las quejas de los obreros de esos años, contiene una tras otra descripciones sobre la miseria y el mal trato que padecía la clase trabajadora. En ella se lee: “El Sr. Administrador trata a la gente con altanería y palabras soeces dignas de un carretonero y no de un administrador. Que no se nos dé el trato que hasta hoy se nos ha dado, propio de negreros y no de gente civilizada”.12 Los trabajadores, de acuerdo con sus ideas morales del trabajo expresaban: … a los ricos les toca respetar la dignidad de las personas de sus trabajadores, y no tenerlos como esclavo sino como gente. Lo probamos en caso reciente de Avelino Gil, que disparó un tiro sobre Crispín Márquez, sin que hubiera corregido al empleado, como tampoco se hizo justicia.13
Los obreros decían que no era justo que existieran jornadas excesivas y trabajos que no correspondiesen al sexo o edad, tenían que pagar un salario justo y no cometer actos en perjuicio de los trabajadores. Según los obreros, se debía vivir en armonía, para ello era necesario que hubiera justicia y caridad de parte del patrón. La caridad es una obligación moral de los patrones para socorrer a los obreros, y de su cumplimiento habrían de dar cuenta estricta el día del Juicio Final. Los trabajadores, por su parte, vivían la pobreza como una virtud. Las prácticas sociales y económicas en las que los obreros estaban inmersos, eran percibidas de acuerdo con sus conceptos morales donde se aprecia el rango, la dignidad y la nobleza, más que la riqueza; la 12
“Documento que mandan los obreros de Tepeji del Río al Director del Departamento del Trabajo”. AGN, RT, caja 6, exp. 21. 13 AGN, RT, caja 5, exp. 13.
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dominación y explotación de los obreros queda disimulada tras esta envoltura moral. En suma los trabajadores se amparaban en el concepto de justicia, una virtud por excelencia (cuya base era el bien común), que no significaba otra cosa que la restauración de los derechos que sentían incuestionablemente suyos. La justicia es una voluntad habitual y permanente de mantener a los hombres en la posesión de sus derechos y de hacerse por ella todo lo que quisiéramos que hicieran para nosotros. Por lo tanto se buscaba la retribución equitativa y justa como valor morales del trabajo. No fueron los trabajadores los únicos que emitieron un discurso moral sobre el trabajo, los patrones también lo hicieron. Consideraban al trabajo como fuente de riqueza que eleva al hombre y lo hace útil dentro de la sociedad. El progreso de la sociedad está en razón directa al trabajo, por humilde que éste sea ennoblece al hombre. Así, el trabajo fue considerado por los patrones como una actividad moralizaste hacia los trabajadores. La justicia es un tema que siempre se subraya; no se busca una igualdad entre las clases sociales, sino justicia de caridad. Los patrones argumentan: “los señores industriales han cedido de una manera generosa y voluntariamente, una gran parte de su soberanía y de las facultades que les son exclusivas... [las demandas obreras] han sido aceptadas por un ataque de filantropía por parte de los señores industriales” al otorgarlas tienen la intención de ayudar a esos pobres trabajadores sin alterar el orden establecido. Para los empresarios era evidente que los trabajadores no podían ser iguales a ellos: eran léperos, siervos o revoltosos al margen de la sociedad. [...] porque estos trabajadores no saben apreciar sus desvelos y trabajos para ayudarlos, porque más bien que hombres son
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monstruos, y de su monstruosidad e ignorancia sólo puede darse cuenta exacta el que a diario trata con ellos.14
Todas las demandas de los obreros eran vistas como caprichos por los empresarios, como lo expresa un telegrama: “anoche tuvieron capricho obreros esta fábrica ‘El pilar’ entrar con zarapes”. Los patrones juzgaban la actitud de los obreros como impulsiva e irreflexiva, por lo que sus demandas eran explicadas como actos caprichosos, ya que actuaban de manera inesperada sin que se supiese la causa de sus demandas. Y cuando se otorgaban concesiones o prestaciones a los trabajadores, eran vistas como un acto de condescendencia, pues según dicen “nada los obliga a ello”, aunque siempre apegados a lo que entendían como justicia. Son años en los que el concepto de conflicto laboral no existía para las autoridades; y para los patrones y obreros tales conflictos eran vistos como problemas individuales. Los problemas laborales de las fábricas eran asunto de los empresarios, que simplemente mandaban sin tomar en cuenta a los trabajadores. Los obreros estaban excluidos de todas las decisiones de las fábricas, y el Estado tampoco podía participar en ellos; pues cómo iba a intervenir ya que la fábrica se consideraba parte de la casa del dueño, por lo que no podía ni siquiera entrar sin la autorización de su dueño. En la Convención de 1912, el Estado, a través del Departamento del Trabajo busca mediar en las negociaciones para la celebración de contratos de trabajo y procura que en todo conflicto obrero-patronal se llegue a una solución de carácter estrictamente voluntario, sin alterar las normas establecidas; es decir, considerar la fábrica como la casa del patrón. El asunto más importante para los representantes del Estado era lograr que los obreros pudieran sentarse a la mesa de negociaciones con los patrones y para eso era necesario que fueran aceptados como ciudadanos con igualdad de derechos, 14
AGN, RT, Caja 7, exp. 28.
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para lo cual Estado y los obreros encontraron la justificación adecuada acogiéndose al artículo 9º de la Constitución de 1857 en el que se consagran los derechos ciudadanos.15 Con este argumento los trabajadores exigían ser tratados como ciudadanos en igualdad de condiciones que los empresarios. Es importante señalar, sin embargo, que en el seno de la Convención se introduce un matiz: por una parte, el patrón representa a su empresa y, por la otra, el obrero es el representante de un colectivo de obreros. En este sentido, la igualdad se da cuando, para equilibrar las fuerzas con un sujeto poderoso (el patrón), el representante obrero tiene tras de sí una organización obrera. Esta confianza en el Estado y sus representantes lleva a los obreros a pensar en la Constitución como el medio más eficaz para solucionar sus problemas sin necesidad de recurrir a la violencia, y a concebir al Estado como el aparato capaz de apoyarlos en la resolución de sus demandas; por ello se dirigen al director del Departamento del Trabajo, en los términos siguientes: “un patriótico apoyo para alcanzar por medio de la unión y el más completo orden para nuestro progreso material”.16 Bajo estos mismos argumentos los obreros justifican la libertad de asociación, lo cual apoya el gobierno diciendo que: … la asociación tiene ventajas de todo orden, y lo único que deben procurarse es que la representación de la asociación de los obreros recaiga en aquellos trabajadores que por sus antecedentes y condiciones morales, constituya un elemento de orden, prudencia y de mesura a favor de los obreros sus representantes.17
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AGN, RT, caja 14, exp. 3. AGN, RT, caja 14, exp. 3. 17 AGN, RT, caja 24, exp 1. Situación parecida se da para el caso de Inglaterra como lo narra Hobswan E. J., “Costumbre, salarios e intensidad de trabajo en la industria del siglo XIX” en Trabajado16
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La Convención de 1912 legitima la aparición de las organizaciones sindicales. Los acuerdos emanados de la misma constituyen el primer documento que sienta las bases de lo que después devendrá en el derecho laboral Estos documentos tienen gran importancia porque a partir de ellos se legitiman demandas laborales, huelgas, paros y el derecho, así entendido, de los trabajadores para exigir que se les resuelvan los problemas que se presentan dentro de las fábricas. Conclusión Los empresarios ven que la posición de los obreros se encuentra respaldada por el gobierno, lo cual les permite tener una posición beligerante, como se expresa en la gran cantidad de huelgas posteriores a la Convención, las cuales son justificadas por los obreros por el incumplimiento de los acuerdos de la misma. Pero, a despecho de la modernidad que la Convención da a la discusión y resolución de los conflictos laborales, los obreros recurren a los viejos procedimientos, cuando no tenían la experiencia de ser tomados en cuenta y sentarse a una mesa de negociación; es decir, antes de formar pliegos petitorios, se recurría al paro de la fábrica. Era una clase obrera que estaba aprendiendo a comportarse como tal, sin que por ello abandonara sus costumbres, que estaba encontrando su legitimidad a partir de concebirse como ciudadana. El Estado estaba incorporando a los trabajadores como ciudadanos, y sienta las bases para la creación de un mercado nacional de la industria textil.
res. Estudios de historia de la clase trabajadora, Barcelona, Critica, 1979, p 356.
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El siglo de los trabajadores
Anna Ribera Carbóx Entre 1911 y 1918 México vivió una profunda convulsión. Los revolucionarios maderistas cuya reivindicación fue política y no social, vieron en el respeto al sufragio un elemento clave para evitar el establecimiento de una nueva dictadura. Al triunfar la revolución constitucionalista, Carranza estableció la elección directa del presidente de la República y dio carácter permanente al padrón electoral. Pero a partir de ese momento el tema electoral y la discusión sobre la democracia fueron pospuestos indefinidamente.1 El régimen que se consolidaba tenía otras prioridades, por lo que aunque los tiempos políticos y electorales se cumplieron siempre de manera rigurosa, las tareas que ocuparon a la clase política mexicana fueron otras y la justificación estuvo siempre en su preocupación por la justicia social. Los temas sociales habían sido eliminados de las agendas políticas en todo el mundo en el último tercio del siglo XIX. La expansión europea que en 25 años puso bajo dominio colonial el 90% del continente africano, así como a la India entera y al sureste asiático y convirtió a las antiguas colonias españolas en América en colonias comerciales, aunque no políticas, se dio en medio del optimismo y la confianza de las x
Dirección de Estudios Históricos, INAH. Luís Medina Peña, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1994, México, Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Historia), 1995, pp.161-162. 1
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potencias. La Comuna de París, el gran experimento obrero de 1871, había sido totalmente destruida y no aparecían en el horizonte señales que presagiaran obstáculo alguno al desarrollo de sus afanes. El último cuarto del siglo XIX y la primera década del XX se vivieron con la sensación de que esa llamada “Bella Época” de la burguesía duraría para siempre. México no estuvo al margen de ese proceso mundial y sus tiempos coincidieron con los que en el mundo entero se imponían. La era de Porfirio Díaz iniciada en 1876, se consolidó al parejo de su creciente vinculación a los mercados mundiales, amarrándose como vagón de cola al tren del progreso, como se dijo entonces, y convirtiéndose cada vez más en un abastecedor de materias primas para las naciones industrializadas, lo que le atrajo los beneficios económicos que durante tres décadas permitieron la estabilidad del régimen. Como el resto del mundo “occidental”, México vivió su propia bella época de los beneficiarios del porfiriato, cuyo auténtico festejo de fin de siglo fue la celebración del centenario de la Independencia, que con bombo y platillo tuvo lugar en septiembre de 1910.2 México, como todos los países dependientes en materia económica, había ingresado de manera tardía y rezagada al ámbito de las naciones industrializadas y, como en todo el mundo, la clase trabajadora, más cercana al artesanado que al proletariado industrial, nacía aquí con unas condiciones de vida deplorables. Esta clase trabajadora estaba formada en gran parte por antiguos trabajadores agrícolas que huyendo de las miserias del campo se encontraron con las de la sociedad industrial: hacinamientos, viviendas antihigiénicas, falta de agua, alumbrado, pavimento, drenaje, así como de servicios médicos, además de sueldos miserables.3 2
Anna Ribera Carbó, “México: Debate político a finales del siglo XIX” en El Mercado de Valores, Año LIX, México, noviembre de 1999, pp. 3-10. 3 John M. Hart, El anarquismo y la clase obrera mexicana 18601931, México, Siglo XXI editores, 1984, p. 26.
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Estas condiciones favorecieron la divulgación de ideas revolucionarias que permitían creer en un mundo mejor. Las malas condiciones de vida y de trabajo que había en México abonaron el terreno para la difusión de las ideas anarquistas europeas y, en menor grado, del marxismo. Las doctrinas mutualistas proudhonianas hicieron que numerosos artesanos en la ciudad de México se sumaran a las filas de la militancia anarquista, viendo en ella la posibilidad de sobrevivir a los embates del capitalismo industrial. Quien sentó las bases del anarquismo mexicano fue el inmigrante griego Plotino Rhodakanaty quien pretendía crear falansterios y sociedades mutualistas, rechazaba al Estado y aspiraba a una estructura política federal. Rhodakanaty fundó la organización anarquista La Social en 1865, cuya finalidad era instaurar el socialismo en México a través de sistemas cooperativos de talleres artesanales.4 En 1876 La Social, “principal centro aglutinador de los trabajadores en esos años”, se declaró Sección Mexicana de la Asociación Internacional del Jura, que representaba la postura apolítica del bakuninismo. Por su parte, el discípulo de Rhodakanaty, Santiago Villanueva, tras recibir una circular de la Primera Internacional, fundó en 1870 el Gran Círculo de Obreros de México y su periódico El Socialista. Seis años más tarde, en 1876, se reunió el Primer Congreso Obrero de la República Mexicana en apoyo del Círculo.5 El Gran Círculo, de carácter mutualista, se escindió en 1879 después de haber agrupado a las diversas asociaciones obreras del país. La escisión del Gran Círculo coincidió con el ascenso de la burguesía en torno a Porfirio Díaz y con la organización de su poder político. Y si bien el ascenso de Díaz a la presidencia favoreció la ampliación del proletariado, también lo limitó al
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Ibidem, p.41. Ibidem, p.63.
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Cerrarle el paso a la discusión libre de sus problemas, al hacer imposible la publicación de sus periódicos, al combatir por todos los medios del poder público cualquier intento ya no crítico sino apegado a la Constitución de agruparse para defenderse de las condiciones de vida impuestas por los patronos. Esas circunstancias se agravaron por la intervención económica de los Estados Unidos: el aumento de sus inversiones para explotar los recursos naturales.6
Ante este escenario mundial de consolidación de la burguesía tanto en las grandes potencias como en las economías periféricas, la Segunda Internacional, reunida en París en 1889, pospuso la lucha que habría de llevar a la revolución mundial, concentrándose en las más inmediatas reivindicaciones de carácter laboral. En México los trabajadores dejarían también para más tarde sus trabajos de organización revolucionaria. Aunque durante los últimos veinte años del siglo XIX los activistas obreros formaron numerosos pequeños sindicatos y consejos secretos e inclusive lograron declarar algunas huelgas, ninguna central obrera independiente pudo funcionar por largo tiempo.7 Los trabajadores se mantuvieron entonces organizados en mutualidades que no pretendían enfrentar al capital sino buscar una vida mejor entre los miembros de la comunidad.8 Estas sociedades de socorros mutuos carecían de las estructuras jerárquicas de los gremios y sus miembros eran iguales jurídicamente. Esto les hizo perder el estatuto corporativo que daba a los gremios un lugar privilegiado en las esferas de lo político y de lo civil y las restringió al ámbito de lo priva6
Gastón García Cantú, El Socialismo en México; Siglo XIX, México, Ediciones Era (El hombre y su tiempo), 1969, pp. 92-93. 7 John M. Hart, El México Revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana, México, Alianza Editorial Mexicana (Raíces y razones), 1998, p. 97. 8 Mario Camarena “Los trabajadores en búsqueda de la ciudadanía” en Cuicuilco, Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Nueva Época, vol. 2, Núm. 4, México, Mayo-Agosto 1995, p.75.
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do, de lo particular. Como dice Carlos Illades, este marco jurídico dio a las sociedades de auxilios mutuos un signo liberal, y a la vez democrático pero también limitó considerablemente su esfera de acción restringiéndola a los ámbitos social y económico. Como se indicó en el Congreso Obrero de 1876: “(...) las diferentes asociaciones que existen en la capital no pueden, sin una violación expresa por sus estatutos, ocuparse de una cuestión que no sea el socorro mutuo”.9 El proceso de secularización de la vida social creó vacíos en los ámbitos de la caridad y la asistencia públicas que fueron llenadas paulatinamente por el Estado, por lo que estas asociaciones tuvieron como finalidad principal la asistencia económica y la protección de sus miembros ante la enfermedad, la vejez, la muerte, la leva.10 Estas circunstancias, sin embargo, atraparon a las organizaciones de trabajadores en un círculo: fueron modernas por su estructura interna, pero apolíticas, lo que las confinó al ámbito de la sociedad civil.11 Entre 1900 y 1910 los obreros fueron recuperando el impulso organizativo que habían tenido que abandonar a partir de los años ochenta del siglo XIX, en gran medida animados por la influencia de la pequeña burguesía liberal radical del Partido Liberal Mexicano encabezado por Ricardo Flores Magón y la propaganda del periódico Regeneración.12 El “Programa del Partido Liberal” incluyó una serie de medidas de carácter laboral como la jornada de trabajo de ocho horas, un salario mínimo de un peso, la prohibición del trabajo infantil, higiene en fábricas y talleres, descanso dominical, pago en dinero de curso normal, indemnizaciones por acci9
Carlos Illades, Hacia la República del Trabajo. La organización artesanal en la ciudad de México, 1853-1876, México, El Colegio de México, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 1996, pp. 80-81. 10 Ibidem, pp. 96-97. 11 Ibidem, pp. 204-205. 12 Hart, El México Revolucionario..., pp. 110-111.
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dentes de trabajo, pensiones por vejez y muerte, abolición de la deuda de los jornaleros y desaparición de las tiendas de raya.13 El “Programa” introdujo nuevos temas en la discusión política, como las relaciones entre los hombres y entre éstos y el Estado, así como la responsabilidad que se le atribuyó al gobierno con respecto a los sectores más pobres de la sociedad. Se reclamaba un igualitarismo en los hechos: si los ciudadanos son iguales ante la ley, deben tener igualdad en el terreno económico. Aunque en el nuevo siglo el poder de Porfirio Díaz empezó a dar señales de desgaste, el presidente no estuvo dispuesto a dar muestras de debilidad tolerando críticas y agitaciones sociales. Reflejo evidente de ellos son los finales que tuvieron las grandes huelgas de 1906 y 1907. La organización sindical y la huelga, prohibidas por la ley, fueron las armas empleadas por los trabajadores, quienes en 1906, con dos mil miembros, fundaron el Gran Círculo de Obreros Libres cuyas filiales fueron proliferando por todo el país. No es extraño que entre las más importantes estuvieran las de Cananea, Sonora y Río Blanco, Veracruz, en donde se vivieron dos de las mayores huelgas del porfiriato y en donde la influencia y presencia de los magonistas era evidente. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores no se sumó a las filas del Partido Liberal Mexicano. Según Rodney D. Anderson ello pudo deberse a que no aceptaban la posición anarquista que el Partido fue adoptando de manera creciente, o bien a que no estaban dispuestos a arriesgarse frente a un régimen que les parecía demasiado poderoso para derrocarlo por la fuerza.14 El hecho es que en las vísperas de la Revolu13
“Programa del Partido Liberal Mexicano y Manifiesto a la Nación” en Mario Contreras y Jesús Tamayo, Antología México en el Siglo XX, 1900-1913, Textos y Documentos, México, UNAM (Lecturas Universitarias: 22), 1983, vol. 1, pp. 229-258. 14 Rodney D. Anderson, “Mexican Workers and the Politics of Revolution, 1906-1911” en Hispanic American Historical Review, Vol. 54, Núm. 1, February 1974, p. 104.
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ción, los trabajadores mexicanos seguían pensando en las organizaciones mutualistas antes que en la revolución social, y lo siguieron haciendo durante los meses de la campaña y la revolución maderista. El 22 de mayo de 1910, durante un mitin en la ciudad industrial de Orizaba, Madero afirmó: Ni el aumento de los salarios ni la disminución de horas de trabajo dependen del gobierno y nosotros no les vamos a ofrecer esto porque esto no es lo que ustedes quieren. Lo que ustedes quieren es libertad. Quieren que sus derechos sean respetados para poder así formar organizaciones poderosas y una vez unidos poder defender sus derechos. Quieren libertad de pensamiento (...) para que aquellos que se conmueven con sus sufrimientos sean capaces de enseñarles el camino a la felicidad. Esto es lo que quieren, señores...no quieren pan, quieren solamente libertad porque la libertad les permitirá ganarse el pan.15
Esto no desentonaba con lo que los propios trabajadores pensaban. En un corrido sobre la huelga de Río Blanco se decía “... y no somos anarquistas, ni queremos rebelión, menos horas de trabajo y buena distribución”.16 Madero y muchos trabajadores pensaban que la democracia y el respeto a las leyes existentes crearían por si solas las condiciones favorables para mejorar la vida de los trabajadores aunque no por ello dejaron de apelar constantemente a la justicia, entendida siempre como respeto al espíritu de las leyes de Reforma y de la Constitución de 1857.17 En 1913 el Departamento del Trabajo, creado en diciembre de 1911 bajo el control de la Secretaría de Fomento y destinado originalmente a ser un centro estadístico y una oficina gubernamental de empleo y para actuar en los conflictos laborales a petición de las personas o establecimientos implicados, envió a las asociaciones obreras y patronales del país un cuestionario en el que se solicitaba información sobre 15
Citado en Ibidem, p. 94. Ibidem, p. 95. 17 Ibidem, pp. 97-99. 16
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el nombre de la agrupación, su objeto, su domicilio social, la fecha de fundación, el número de sus socios, los integrantes de la mesa directiva, las instituciones fundadas por la sociedad en beneficio de sus miembros, las cuotas, el estado de sus fondos, las necesidades que para su desarrollo tenía la agrupación y las necesidades de urgente atención en caso de estar formada por un gremio definido. En las respuestas a este cuestionario, en que prácticamente todas las organizaciones se definen como sociedades mutualistas me interesan ahora, fundamentalmente, las dadas al objeto de la agrupación. Incluyo algunas muestras: “Fomentar el amor al trabajo y el espíritu de unión y compañerismo. Ministrar auxilios a los socios enfermos y faltos de colocación y ayudar pecuniariamente a las familias de los socios que fallezcan”, “ayudarse mutuamente en casos de enfermedad, muerte u algún otro accidente”, “auxilio recíproco, físico, moral e intelectual entre los socios”.18 Pero la realidad es que ya a comienzos de la década de 1910 la discusión empezaba a darse en otro sentido. La movilización popular desatada por Francisco I. Madero sirvió de catalizador para que algunos trabajadores de la ciudad de México formalizaran formas de organización más combativas que las que buscaban “ministrar auxilios” a sus socios. Tal es el caso de la Casa del Obrero Mundial, fundada a partir del Grupo Anarquista Luz el 22 de septiembre de 1912 por representantes de la Unión de Canteros, Textiles de la Fábrica “Linera”, Sastres y Conductores de Carruajes. Sus miembros se declararon “partidarios del sindicalismo revolucionario” y funcionó como “centro de divulgación doctrinaria de Ideas Avanzadas”.19 18
Archivo General de la Nación, Departamento del Trabajo, Caja 44, Expediente 12. 19 Luis Araiza, Historia del Movimiento Obrero Mexicano, México, Ediciones de la Casa del Obrero Mundial, 1975, Tomo III, p. 17 y Jacinto Huitrón, Orígenes e historia del movimiento obrero en México, México, Editores Mexicanos Unidos, 1984, p. 214.
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Al crearse la Casa cristalizó el proyecto de establecer una federación que agrupara a todos los sindicatos y grupos obreros de la capital y de otras ciudades, que funcionó además como centro de divulgación de informes y de consultas sobre problemas de organización obrera. Muchos sindicatos se afiliaron a ella y ella misma contribuyó a formar muchos otros participando en más de setenta huelgas en el primer año de su existencia.20 La Casa del Obrero Mundial se adscribió al pensamiento anarquista y, al menos desde el plano teórico, se planteó la lucha por la revolución libertaria. Por ello, Rosendo Salazar, uno de los miembros más destacados de la organización y uno de sus más importantes “cronistas”, afirmaba: El mutualismo es una forma de asociación que no da seguridades de defensa a los trabajadores, (...) necesario es que asome entre ellos la mano de gigante del socialismo revolucionario. Pronto va a desaparecer la “Sociedad Mutualista de Ahorro”; pronto van a presentarse ante los sorprendidos ojos de los trabajadores las líneas elementales de una liga general de resistencia (...).21
En el mismo Congreso de la Unión, y a propósito de los militantes de la Casa detenidos tras el mitin del 25 de mayo de 1913 o expulsados como extranjeros indeseables con el artículo 33, el diputado Serapio Rendón sostenía que “a los obreros no se les debe caridad sino justicia (...)”.22 A pesar de que la Casa adoptaba una actitud más combativa que las viejas sociedades mutualistas, mantenía su postu20
Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México 19101929, México, Ediciones Era (Colección Problemas de México), 1981, pp.46-47. 21 Rosendo Salazar y José G. Escobedo, Las pugnas de la gleba. (Los albores del movimiento obrero en México), México, Partido Revolucionario Institucional, Comisión Nacional Editorial, 1972, pp. 16-17. 22 Ibidem, pp. 54-55.
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ra apolítica. Entre las resoluciones adoptadas en su asamblea general el 2 de junio de 1913 estaban el que “la Casa del Obrero Mundial, fiel a sus principios y tradiciones sindicalistas, declara que no hace ni hará política” y que “en consecuencia, si algún orador invadiese en su discurso el terreno de la política, será llamado al orden por el compañero que en esos momentos presida la sesión”. Al final se reiteraba “su profesión de fe sindicalista” y se declaraba que “su labor se concretará a promover la agrupación de los trabajadores en sindicatos gremiales”.23 Pero el propio desarrollo de la revolución le impidió a la Casa mantener por mucho tiempo sus posiciones apolíticas. Tras la derrota de Victoriano Huerta, el enfrentamiento entre las facciones revolucionarias la orilló a tomar partido, a aliarse con quien le parecía podía dar mayores garantías a las demandas de los obreros. Aunque en algún momento coqueteó con las fuerzas de la Convención y algunos de sus miembros se habían integrado a las filas zapatistas, la Casa se decidió por el constitucionalismo. Las gestiones encabezadas por el general Álvaro Obregón y por el polémico Gerardo Murillo, el “Dr. Atl”, culminaron con la firma del Pacto del Constitucionalismo con la Casa del Obrero Mundial en febrero de 1915. En el pacto los trabajadores se comprometían a dar ayuda militar a través de los que se llamaron Batallones Rojos, a cambio de lo cual el constitucionalismo atendería las reclamaciones de los obreros en los conflictos que se suscitaran entre ellos y los patrones. Además los obreros harían Propaganda activa para ganar la simpatía de todos los obreros de la República (...) hacia la Revolución Constitucionalista, demostrando a todos los trabajadores mexicanos, las ventajas de unirse a la revolución ya que esta hará efectivo para las clases trabajadoras, el mejoramiento que estas persiguen por medio de sus agrupaciones.
En compensación, podrían establecer centros o comités revolucionarios en todos los lugares en que juzguen conve23
Ibidem, p. 57.
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niente hacerlo. Los comités, además de la labor de propaganda velarán por la organización de las agrupaciones obreras y por su colaboración a favor de la causa constitucionalista.24 Cuando Carranza dejó de necesitar de la propaganda y del apoyo de los batallones rojos los abolió y se mostró claramente como antilaborista. La inflación y la crisis económica derivada de la guerra repercutieron en los salarios de los obreros lo que los llevó a organizar las grandes huelgas generales de la capital en el verano de 1916 a las que el Primer Jefe respondió con la represión militar y la clausura de la Casa.25 Pero hubo sectores que sí percibían el capital político que se derivaba de la alianza con las organizaciones obreras. La política del obregonismo “mostraba simpatía populista a favor de las aspiraciones campesinas y obreras controladas por una élite nacionalista, pero con una más abierta participación de las masas.26 El propio movimiento zapatista empezó a incluir propuestas laborales en sus programas a partir de 1915 creando un “Ministerio del Trabajo y de Justicia”, promulgando una “Ley sobre accidentes del trabajo” y un “Proyecto de la Ley General del Trabajo” en donde consideraba como único objeto del Estado la felicidad y el perfeccionamiento del pueblo y establecía una serie de derechos laborales. De hecho en este proyecto se percibía una inspiración claramente anarquista dado que planteaba como proyecto la socialización a favor de compañías cooperativas, pero sosteniendo que “mientras no se llegue a constituir el estado social que anhelamos por estar basado en la Justicia, se hace necesario la adopción de algunas medidas como paliativos, suavi24
Pacto celebrado entre la Revolución Constitucionalista y la Casa del Obrero Mundial. Serie de Cuadernos Conmemorativos #9, México, Comisión Nacional para las celebraciones del 75 aniversario de la Revolución Mexicana, 1985. 25 Abelardo Villegas, El pensamiento mexicano en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Política y Derecho), 1993, pp. 31-32. 26 Hart, El México Revolucionario..., p. 379.
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cen siquiera el malestar que sufren las clases productoras dentro del inhumano y antieconómico régimen capitalista”.27 A la hora en que el constitucionalismo triunfante convocó a un Congreso Constituyente para fines de 1916, los sectores radicalizados de sus mandos medios, así como el propio obregonismo del cual algunos de aquellos formaban parte, tenían claro que debía legislarse en materia de trabajo. La necesidad de crear una legislación laboral que rebasara los reducidos espacios del Artículo 5º acerca de las garantías individuales dio pie a la creación del Artículo 123 que estableciendo límites a las horas de trabajo, un día de descanso obligatorio a la semana, la prohibición de trabajo nocturno para mujeres y niños, la igualdad de salario en igualdad de trabajo, indemnizaciones por accidentes de trabajo, etcétera, fue aprobado por 163 votos.28 Pastor Rouaix reconocía que “el proyecto de Constitución presentado por el Primer Jefe del Ejército para su discusión por el Congreso de Querétaro, no contuvo disposiciones especiales de gran alcance que tendieran a establecer preceptos jurídicos para conseguir la renovación del orden social en que había vivido la nación mexicana”. Pero, decía, los diputados comprendieron su misión y entraron de lleno a realizarla con inteligencia y decisión, dejando ampliamente satisfechas las esperanzas que el pueblo había cifrado en ellos, desde que fue presentado a debate el primer ordenamiento de la Carta Magna, ofreciéndole una oportunidad para dar cumplimiento a los ideales revolucionarios de renovar la organización social de la nacionalidad mexicana: se trataba del artículo 5º de la Constitución referente a los derechos de los ciudadanos en los asuntos del trabajo (...) El joven diputado poblano Froylán C. Manjarrez, (...) pidió y volvió a 27
Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda, Emiliano Zapata. Antología, México, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana, 1988, pp. 280, 284 y 295. 28 Anna Ribera Carbó, La patria ha podido ser flor. Francisco J. Múgica, una biografía política, México, INAH (Colección Biblioteca del INAH), 1999, p. 57.
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pedir no un artículo, no una adición, sino todo un capítulo, todo un título de la Carta Magna.29
Los diputados de la llamada “ala jacobina” del Congreso, estaban convencidos de que el país necesitaba una enérgica acción del Estado para corregir las injusticias, las miserias, las arbitrariedades y el atraso material y moral de amplísimos sectores de mexicanos. Por ello se empeñaron en crear una Constitución que ofreciera la posibilidad y el derecho de hacerlo. Este Código dio otra imagen a la legislación mexicana, impregnada de las demandas populares del movimiento armado.30 Para Alan Knight estas leyes “eran producto de una ideología liberal tradicional, refractada por el prisma de la revolución”.31 Para Enrique Krauze, en cambio, “el Estado revolucionario volvió, de manera implícita, a la vocación tutelar del poder característica del siglo XVI. El proyecto igualitario de la Constitución de 1917 y la noción misma de una “justicia social” en la que el Estado tutela, provee y protege a las clases desvalidas, recordaba a la Leyes de Indias”. “El Estado revolucionario”, dice, “asumía para sí una responsabilidad opuesta a la del árbitro imparcial del esquema liberal. Acusando mucho más los rasgos paternalistas del régimen porfiriano, se echaba a cuestas una tarea de manumisión social.”32 Por su parte Abelardo Villegas sostiene que Cuando uno lee las actas del Congreso Constituyente de 1917, se encuentra con que priva el liberalismo, pero algo que podríamos llamar liberalismo crítico. Los principales ideólogos del constituyente se daban cuenta de que la apli29
Salvador Cruz, Vida y obra de Pastor Rouaix, México, INAH, 1980, pp. 40-41. 30 Ribera Carbó, La patria ha podido ser flor..., p.67. 31 Alan Knight, La Revolución Mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, Grijalbo, 1996, p. 1047. 32 Enrique Krauze, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), México, Tusquets Editores (Colección Andanzas), 1997, p.25.
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cación absoluta de las ideas liberales había resultado contraproducente desde el punto de vista de lo que podríamos llamar justicia social. (...) La libertad debía tener límites para que funcionara históricamente.33
El hecho es que con estas leyes de carácter constitucional, los asuntos de los trabajadores dejaban de ser de carácter privado, como lo habían sido en las mutualidades, para convertirse en una cuestión de índole pública, y con el abandono del apoliticismo que se derivaba de las posiciones anarquistas, las clases trabajadoras se consolidaban como un elemento de peso en el complicado entramado del mundo de los equilibrios políticos. En este sentido México no era del todo excepcional ya que durante las primeras dos décadas del siglo legislaciones de carácter laboral se habían ido implementando en América Latina.34 Pero fue sin lugar a dudas con la Revolución Rusa que la clase obrera alcanzó su consolidación máxima ya que no se proponía el otorgamiento de derechos laborales a los trabajadores, sino de su ascensión al poder político, se trataba no de un Estado que administraba la justicia social, sino de un Estado de los propios grupos proletarios. El poder político en México se legitimó a partir de su quehacer justiciero. La justicia social fue lema del partido oficial, de las centrales obreras, de los gobiernos. No es este 33
Villegas, op. cit., pp. 20-21. En 1907 se fijó en Argentina como edad mínima para laborar los doce años. En el Perú se estableció el límite de catorce. En 1906 se decretó en Chile la inembargabilidad del hogar obrero y en 1915 se dictaminó en Argentina acerca de la vigilancia sobre las normas ambientales y materiales de construcción de viviendas obreras. El descanso dominical fue reconocido en Argentina y en Colombia en 1905, en Cuba y en Uruguay en 1910, en Paraguay en 1917 y en el Perú a fines de 1918, y en lo que respecta a la jornada de ocho horas ésta fue promulgada por primera vez en el continente en 1915 en Uruguay, un año más tarde en Ecuador y en 1919 en Argentina y Perú. Ver Ricardo Melgar Bao, El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna, Madrid, Alianza Editorial (Alianza América. Monografías), 1988, pp. 108-109. 34
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el espacio para hablar de las grandes organizaciones obreras de este siglo mexicano, de las independientes y de las oficiales, de las dirigencias de “charros” o de los líderes desde la oposición, de la consolidación de una clase trabajadora que desplazó a los campesinos como principal base de sustento político y social, ni de los avatares de los obreros convertidos en capital político. Lo que pretendo destacar es que con la acción catalizadora de la Revolución Mexicana los trabajadores se convirtieron en protagonistas del siglo, y que los sucesivos gobiernos “de la revolución” debieron legitimarse en su capacidad para garantizarles “justicia social”. En 1910 la frágil clase obrera mexicana organizaba huelgas que eran vistas como actos ilegales de desacato que ameritaban la intervención represiva de la fuerza pública. Treinta años después, por la vía de la legislación obrera que partió del artículo 123 y de la política obrerista de los gobiernos sonorenses y del general Lázaro Cárdenas, los trabajadores “no solo ocupaban un sitio legal y legítimo, sino visible y preponderante”.35 Y lo ocupaban porque a pesar de los contubernios de sus dirigentes con el poder, su contenido y capacidad revolucionarios eran y siguen siendo muchos.
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Krauze, op. cit., pp. 21-22.
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El ejido cardenista en la Laguna: justicia social integral Ruth E. Arboleyda Castrox Inicialmente había pensado titular este trabajo como: “El ejido: justicia social integral”. Este enunciado revelaría, sobre todo, una intención, el resumen de un programa político que adquiere madurez durante los años cardenistas, esbozado ya en el Plan Sexenal, y el Código Agrario promulgado en 1934, como lo demuestran las conferencias organizadas a propósito de este Código, efectuadas ese mismo año y que tuvieron la intención de ser difundidas nacionalmente por un poderoso aparato de comunicación que caracteriza estos años, la radio.1 Pero el título finalmente elegido quiere dar cuenta de uno de los contados casos en que ese programa político, esa intención justiciera, en su concreción y terrenalidad pudo acercarse lo más posible a la utopía, aunque fuera por pocos años.2 Las evidencias de esa concreción, así como una propuesta de explicación al x
Dirección de Estudios Históricos, INAH La cuestión agraria mexicana. Ciclo de conferencias organizado por la Secretaría de Acción Agraria del PNR, México, Talleres Gráficos de la Cámara de Diputados, Publicación Oficial del PNR, 1934 2 En una primera versión, se había anotado “uno de los contados casos (si no es que el único), en que ese programa...”. He quitado los paréntesis dado que he podido conocer después, aunque sin el detalle y la profundidad con que me he acercado a la Comarca Lagunera, la región del Bajo Río Bravo. Muchos puntos tienen en común ambas regiones, aunque se requiere un examen más detallado para poder incluir al norte de Tamaulipas como “el otro ejemplo”. 1
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por qué pudo ocurrir, y por qué sólo pudo ocurrir en contados lugares, es lo que pondremos a discusión a continuación. Años ha, José Roberto Gallegos, investigador que ha dedicado sus primeros años de investigación profesional a la figura de Manuel Gamio,3 exponía el trabajo del ilustre académico y político y presentaba un esquema en el que demostraba cómo, para Gamio, el fomento a las artesanías resumía y concretaba las partes más importantes de todo el plan de acción para el Valle de Teotihuacán, resultado de aquella seminal investigación que se inició en 1917-1918. Acciones, políticas y programas de trabajo que incidían en los aspectos sustanciales de la vida social, económica y cultural de la población del Valle, entroncaban con el fomento a las artesanías y hacían de este fomento el punto de llegada y de partida de toda la acción de “buen gobierno”, tal como la pensaba don Manuel. Lo que quiero proponer es que el ejido postulado por la corriente cardenista podría ser representado de manera equivalente a las artesanías de Gamio: como el foco de llegada y de partida de un conjunto de acciones, políticas y programas de trabajo, encaminados a convertir a la población rural en partícipe y beneficiaria cabal y activa de la idea motora, o, aunque suene a exageración, el principio esperanza que reúne los trabajos de este volumen: la justicia social y su práctica concreta. Es a partir de ese conjunto de políticas aplicadas de manera histórica particular que podemos visualizar el contenido que un concepto tan poderoso pero tan manido, tenía tanto para las élites políticas activas como para amplios sectores de la sociedad. Cabe decir que el ejido cardenista, como suma y expresión de los ideales de justicia, tiene una fuerte competencia en otra institución que condensó por muchos años toda esta idea de justicia: la escuela, y en particular la escuela rural. Dejo fuera del análisis las acciones que se emprendieron para la población urbana, me concentraré en las políticas hacia el campo. 3
José Roberto Gallegos Téllez Rojo, “Manuel Gamio y la formación de la nacionalidad: el problema de los indios y de los derechos de los pueblos”, México, Tesis, UNAM, 1996.
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Como decía, la escuela rural también puede ser vista como la institución en la que se resumían todas las acciones y políticas encaminadas a llevar a la población rural estos ideales de justicia. En la segunda mitad de los años veinte y los inicios de los treinta, además, era la única institución con alcance nacional que podía hacerlo, dado que, a diferencia de la política agraria, la política educativa registró un crescendo constante a partir de 1921. La política agraria, por su parte, quedó estancada y amenazada de parálisis y desaparición durante el gobierno de Calles y algunos años del maximato, mientras la escuela rural se fortalece sobre todo a partir de 1926 con Moisés Sáenz como subsecretario de Educación. Pero ¿cómo es que la idea del ejido puede llegar a convertirse en la contenedora de todos los componentes de la justicia social? En un trabajo anterior he demostrado cómo la idea de lo que era y debía ser el ejido fue cambiando en sus alcances y contenido durante los años mismos de la Revolución, el Constituyente y los diferentes gobiernos posrevolucionarios hasta inicios de los años treinta.4 Baste ahora señalar que fue sólo hasta 1934 cuando el ejido tuvo las posibilidades legales, y a partir de 1936 las condiciones políticas y sociales –acompañadas de un importante respaldo económico, con la creación del Banco Ejidal–, para empezar a ser el instrumento de la transformación de las condiciones de vida de la población rural en el sentido que proyectaron los ideólogos de la justicia agraria de la corriente cardenista, entre quienes destacan los autores de las conferencias citadas al inicio. En lo que respecta a las posibilidades legales, el código agrario de 1934 ampliaba considerablemente los alcances de la acción agraria al volver a incluir como beneficiarios a todos los núcleos de población, en donde destacan los conglomerados formados por los peones de las haciendas, que siempre habían sido marginados de este beneficio, excepción 4
Ruth Arboleyda, El nacimiento del ejido moderno. La ley de ejidos de 1920, México, Yeuetlatolli (Colección Ahuehuete), 1998.
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hecha de la ley de ejidos de 1920. Sin embargo la extensión del ejido como modelo de organización agraria siempre tuvo un límite muy poderoso, la Constitución misma. En el ciclo de conferencias sobre La cuestión agraria mexicana a que nos referíamos al principio, al examinar el problema agrario del país así como los alcances del nuevo Código Agrario, varios de los ponentes, en particular el Secretario de Acción Agraria del Partido Nacional Revolucionario (PNR), Gilberto Fabila, tuvieron que reconocer que el fortalecimiento del sector ejidal, tal como lo estaban proyectando a partir del Plan Sexenal y las reformas legales, necesariamente entraría en contradicción con la existencia de la propiedad privada.5 Esto se debía a que se pensaba convertir al ejido en el pilar fundamental de la organización de la vida rural, la base para nuevas formas de convivencia colectivas, como escuela para la, valga la redundancia, socialización de la sociedad rural, amén de ser el sustento de una economía agrícola regida por los intereses de la soberanía nacional; planteado así, era la antítesis de la propiedad privada. Sin embargo, al estar esta propiedad prevista en la Constitución, no podía eliminarse pues hubiera sido necesario hacer reformas constitucionales que en ese momento no se valoraban oportunas.6 Los contenidos que se proyectaban para el ejido resultaban una síntesis tanto de las propuestas de nueva cultura y moral7 que caracterizaron al constitucionalismo (y, quizá también, al magonismo con los consecuentes antecedentes en el movimiento liberal del siglo XIX), así como de los nuevos componentes, más ligados al desarrollo de esta corriente 5
Gilberto Fabila, “Comentarios y conclusiones del ciclo de conferencias”, en La cuestión agraria mexicana..., p. 293 6 Ya en el texto citado anteriormente, El nacimiento del ejido..., demostré que el ejido, como forma permanente de posesión de la tierra, prácticamente “se coló” debido a las fuerzas sociales en pugna al inicio de la década de los años veinte. 7 Alan Knight, “Popular Culture and the Revolutionary State in Mexico, 1910-1940” en Hispanic American Historical Review, vol. 74, no. 3, USA, Duke University Press, august 1994, pp. 393-444.
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cardenista y del fortalecimiento de la organización y propaganda de los comunistas –que registran en la década de los treinta sus años dorados– que iban a las bases económicas mismas de la sociedad. Entre los primeros componentes podemos enunciar (sin priorizar) algunos: combate al fanatismo religioso, mejoramiento de la situación de la mujer, combate al alcoholismo, extensión de la higiene como forma de vida, extrema incomprensión –e incluso repugnancia– hacia formas de vida tradicionales, consideradas siempre atrasadas y negativas. Entre los segundos: el impulso al trabajo y a la propiedad colectivos o cooperativos y a la democratización de la riqueza social. Muchos de los planteamientos del constitucionalismo son retomados y adaptados en su versión “socialista”, sobre todo a partir de las reformas al artículo 3º. Constitucional para establecer la educación socialista. A partir de la adopción y puesta en práctica de la educación socialista, los valores y conceptos heredados del constitucionalismo empezaran a ser amalgamados y enriquecidos con los nuevos y a ser difundidos donde quiera que este nuevo tipo de escuela llegaba. En poco tiempo, donde empezó a haber repartos ejidales durante el cardenismo, ambas instituciones deberían fundirse en una: la escuela ya no sólo predicaría el deber ser de la sociedad, ofreciendo muestras y adelantos, sino tendría la oportunidad plena, las condiciones materiales necesarias, para llevar a la práctica todos estos postulados. El problema era que no en todas partes la totalidad de los contenidos postulados tanto para la escuela como para el ejido eran bien recibidos. En un estudio por todos conceptos valioso, María Candelaria Valdes Silva examina la educación socialista en la Comarca Lagunera.8 Este estudio formó parte de un proyecto mayor en el que se cubrieron diversas regiones del país y la recepción y aplicación en ellas de la educación socialista. La coordinadora del proyecto, quien prologa 8
María Candelaria Valdés Silva, Una sociedad en busca de alternativas. La educación socialista en La Laguna, Saltillo, Coahuila, SEPC, 1999.
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el libro, Susana Quintanilla, señala que los resultados de varias regiones apuntaban a respaldar las tesis de quienes veían en la educación socialista una medida demagógica, retórica y, por si fuera poco, impuesta a la sociedad mexicana por un sector de radicales enquistados en el gobierno. Una imposición de Estado, pues.9 Pero en esas discusiones –dice Quintanilla– el trabajo de María Candelaria siempre daba el contrapunto y apoyaba la necesidad de matizar estas tesis demostrando que, por lo menos en la Comarca Lagunera, el proyecto había sido muy bien recibido en el sector rural, fue apropiado, puesto en marcha y pudo florecer y enriquecerse a partir de la formación del sector ejidal, después de octubre de 1936. Pero ¿por qué La Laguna? Si revisamos tanto el trabajo de María Candelaria Valdés como mi tesis de licenciatura, en coautoría con Luis Vázquez,10 y la investigación que realizo actualmente, la explicación se sitúa en el intenso proceso modernizador que esta región vivió desde la segunda mitad del siglo XIX. A esto se ligaba el desarrollo de una gruesa capa de obreros agrícolas que desde los años veinte del siglo pasado fueron muy receptivos a las demandas tanto laborales como agrarias que se generalizaron cada vez más en esa década. En la coyuntura creada por la crisis mundial del 29, cuyos coletazos finales coinciden con el fortalecimiento de la corriente cardenista, el proceso de organización de los trabajadores rurales se profundizaría. Las organizaciones resultantes se enfrentarían al poder hacendado y el desenlace de la intensa lucha que culminó en una huelga general en agosto de 1936 fue la expropiación de todas las haciendas algodoneras de la Comarca y la creación, –por decreto, con el poder de una firma–, de más de 300 núcleos de población ejidal. 9
Susana Quintanilla, “Prólogo” de Valdés Silva, op. cit., pp. 9-12. Ruth Arboleyda y Luis Vázquez León “El colectivismo ejidal y la cuestión agraria en México. El caso de La Laguna. Un estudio de Antropología Política”, México, Tesis para optar por el grado de Licenciado en Antropología Social, ENAH, 1978. 10
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Candelaria Valdés añade una buena exposición de las características de esa sociedad secularizada y la importancia de la arraigada adopción de los principios liberales en la labor educativa a fines del siglo XIX y principios del XX. Estas explicaciones: arraigo de la secularización y el liberalismo, son ciertas, pero no explican todo el proceso. Un examen más profundo y en un enfoque de mediana duración permite plantear la hipótesis de que la modernización de la segunda mitad del siglo XIX condujo a la formación de esta sociedad peculiar porque se trata de una región cuyos procesos de poblamiento no permitieron el asentamiento de poblados tradicionales. No quiero profundizar mucho en las características de la región anterior a la conquista. Un lugar común sería caracterizarla como parte de la, por mucho tiempo llamada, Aridamérica. Pero este concepto ha registrado en tiempos recientes una fuerte deconstrucción11 aunque, para fortuna de quien escribe, las características “típicas” de esta superárea cultural sólo se reconocen como todavía válidas para una franja geo11
La discusión es extensa y desarrollarla en este trabajo requeriría mucho detalle. Para un resumen más o menos actualizado de ella se puede ver: Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, El pasado indígena, México, Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México (Sección Obras de Historia, Fideicomiso Historia de las Américas, Hacia una nueva historia de México), 1997; más detalle se puede encontrar en: Beatriz Braniff Cornejo, “La frontera septentrional de Mesoamérica”, en Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (Coords.), Historia Antigua de México, vol. 1., El México antiguo, sus áreas culturales y el horizonte Preclásico, México, INAH, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, Miguel Ángel Porrúa, 1994, pp. 113-143; en Leticia González Arratia, Museo Regional de La Laguna y la cueva de la Candelaria, México, INAH, 1999; en Eduardo Matos Moctezuma, “Mesoamérica” en Manzanilla y López Luján (Coords.), op. cit., pp. 49-73 y en Nómadas y sedentarios en el Norte de México. Homenaje a Beatriz Braniff, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Instituto de Investigaciones Estéticas, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2000.
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gráfica llamada “la tradición del desierto”. La Comarca Lagunera queda exactamente en esta franja.12 De hecho físicamente forma parte del Bolsón de Mapimí y así ha sido considerada, aunque su especialización agrícola y el proceso de poblamiento correspondiente, hayan determinado que posteriormente se le considerara una región en sí misma El predominio de condiciones ecológicas hostiles, así como peculiares coyunturas históricas, hicieron de esta zona una región marginada de los intentos de poblamiento “civilizador”, que llevó al norte del país a colonos tlaxcaltecas a difundir el ejemplo de la agricultura sedentaria y la vida en “policía”, como gustaban de llamarle los españoles; casi toda la zona quedó dentro del inmenso latifundio Urdiñola, ampliado y consolidado después en el Marquesado de Aguayo, caracterizado por estar fundamentalmente dedicado al pastoreo extensivo, el “rincón de los pastores”, como lo recuerda Candelaria Valdés.13 Así, villas españolas y pueblos de indios transterrados se asentarían en sus bordes y marcarían algunos de sus puntos límite: al noreste en Santa María de las Parras, hoy Parras de la Fuente, Coahuila; al suroeste San Juan de Casta, hoy León Guzmán, Durango.14 La tardía entrada de un asentamiento hijo del pueblo tlaxcalteca de Santa María de las Parras (a su vez hijo del de San Esteban Tlaxcala, en Saltillo), situado en El Álamo, hoy Viesca, en las postrimerías del siglo XVIII, poco pudo hacer para fincar en la zona este tipo de asentamientos. Es así que, lenta y paulatinamente en los inicios del siglo XIX, y de manera más dinámica en su segunda mitad, la Comarca se irá poblando fundamentalmente sobre la base de 12
Jesús Nárez “Aridamérica y Oasisamérica” en Manzanilla y López Luján (Coords.), op. cit., pp. 80-81. 13 Valdés, op. cit., cap. I. 14 Y es precisamente en Parras de la Fuente y en Ciudad Lerdo, desarrollada a partir de un rancho formado a principios del siglo XIX, contiguo a lo que fue San Juan de Casta, donde Candelaria Valdés reporta las únicas noticias de movilización social contra la educación socialista.
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la migración. El intensivo proceso de fraccionamiento de la propiedad, que pasó de la inmensidad del latifundio de Aguayo a la creación de propiedades todavía muy grandes, pero económicamente viables, proceso aparejado a la construcción de las primeras grandes obras de riego, sin las cuales la agricultura intensiva es imposible, empezaron a atraer pobladores a la región.15 Entrevistas grabadas y notas de campo, además de la percepción de los pobladores, dan cuenta de un gran corredor que va llevando nuevos contingentes a la puebla de la Comarca, por el sur, desde Zacatecas.16 La Laguna ganaba importancia. Su especialización como zona algodonera se aparejó con un crecimiento industrial importante. Se dio a sí misma un centro rector urbano que es quizá uno de los ejemplos de urbanización acelerada más impresionante de los albores del siglo XX: la ciudad de Torreón, que pasó de estación de ferrocarril en 1884, a ciudad en 1907. La región seguía atrayendo pobladores y esta migración en constante crecimiento, en su mayoría se fue asentando en núcleos de población sin reconocimiento jurídico, 15
Un examen estadístico del crecimiento de la población puede encontrarse en Manuel Plana, El reino del algodón en México. La estructura agraria de La Laguna (1855-1910), Saltillo, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Nuevo León, Archivo Papeles de Familia, Universidad Iberoamericana, Laguna, Centro de Estudios Sociales y Humanísticos de Saltillo (Historia Económica del Norte de México, siglos XIX y XX. Colección coordinada por Mario Cerutti), 1996, capítulo V, pp. 205-263. 16 Hasta la fecha, no he encontrado trabajos que documenten de manera más sistemática esta migración. Sin embargo, esta percepción es compartida por varios laguneros. Uno de ellos, el profesor. Roberto Martínez García, destacado historiador y folclorista de la región, tiene ya en prensa un “cuento histórico” que se llama, precisamente, “Zacatecanos”, donde resume en una familia los orígenes de una parte importante de los campesinos laguneros; en Roberto Martínez García, Indios, mineros, peones y maestros, Torreón, Universidad Iberoamericana, Laguna, 2001.
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dentro de los márgenes de las haciendas; no eran pueblos ni villas ni cabeceras municipales o algo que se le pareciera. Poco a poco la población le fue dando a sus asentamientos el nombre con el que se conocían a las divisiones que de las haciendas se hacían con fines productivos (fueran arrendadas o explotadas por el mismo dueño): ranchos. ¿Cómo transitó esta población creciente del siglo XIX al XX; como atravesó por la revolución y llegó hasta los albores de la década de los treinta del siglo XX? La respuesta forma parte de una historia que en sus rasgos generales ya ha sido contada y no viene al caso referirla aquí en detalle. Baste destacar que, tanto la población urbana como la rural, arribaron a los años cardenistas con una fuerte politización y con una gran fe en el poder redentor de la educación. La importancia económica de la región, el poder económico y político del empresariado agrícola, las características culturales de esa población modernizada, secularizada, politizada, demandante de más y mejor educación y particularmente atraída hacia los principios de la educación socialista hicieron de la Comarca Lagunera un ámbito privilegiado para el ensayo de un programa integral de reformas. A primera vista, la situación de organización y lucha de los trabajadores de las haciendas, apoyada por sectores de trabajadores urbanos hasta llegar a la huelga general de las haciendas algodoneras, de los años 1935-1936, parece haber creado una situación de coyuntura que forzó la expropiación de todas las haciendas algodoneras frente a la tozudez de los hacendados que se negaron a ceder los mínimos derechos laborales. La situación que se vivió en esos momentos en La Laguna anticipaba en poco menos de dos años la situación que se viviría en 1938 frente a las empresas petroleras y sus sindicatos. Por lo menos esa fue la apreciación que de esa gesta tuvimos algunos al revisar la historia de esta lucha hace ya alrededor de veinticinco años.17 17
Arboleyda y Vázquez, op. cit.; me refiero a todo el desarrollo de la investigación, no al momento de la presentación de la tesis. La
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Sin embargo, algunas fuentes casi tan antiguas como los hechos mismos, demuestran que la Comarca ya había sido foco de atención para intentar un nuevo esquema de ordenamiento social y económico, por parte de la corriente cardenista. Vito Alessio Robles narra el encuentro, en 1925, con un agricultor lagunero que estaba convencido de que las tierras de La Laguna serían repartidas en algunos años.18 El anónimo personaje –Vito Alessio no da el nombre– le confía al historiador la manera cómo Obregón y Calles habían aceptado generosas sumas de parte de los hacendados y cómo esto había retrasado el reparto en esas tierras. Luego de éste narrar este pasaje, Alessio añade: Lo que sigue ocurrió en el año de gracia de 1934. Se anunciaba el arribo a Torreón del candidato presidencial general Lázaro Cárdenas. Un jefe militar se acercó a los agricultores y les indicó reiteradamente la conveniencia de que ayudasen pecuniariamente a dicho candidato para los gastos de la campaña electoral. Los agricultores, acostumbrados a presiones idénticas, pues en tal forma el general Obregón obtuvo de ellos grandes cantidades para los gastos de su campaña reeleccionista, reunieron cuarenta mil pesos, que pusieron solícitos en manos del mílite. Inmediatamente después del arribo del general Cárdenas, se presentó a los agricultores el militar de la indicación, diciendo que el mismo general Cárdenas no quería ni podía ni debía aceptar aquel regalo de los terratenientes. Desde aquel día la suerte de la comarca lagunera se consideró echada.19
La misma percepción tenían Nathan y Silvia Weyl, según afirma Candelaria Valdés en nota al pie.20 investigación se inició en 1973 y se consolidó durante 1975 y 1976. 18 Vito Alessio Robles “Datos para la historia de la región lagunera de Coahuila y Durango”, en Acapulco, Saltillo y Monterrey en la historia y en la leyenda, Pres. de Vito Alessio Robles Cuevas, México, Editorial Porrúa, 1978, pp. 463-465. 19 Idem. 20 “Algunos autores afirman, que ya desde su campaña presidencial,
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Por su parte, el profesor Roberto Martínez también da a conocer –en su trabajo sobre el general Pedro Rodríguez Triana, importante personaje en todo este proceso–, cómo el ascenso del cardenismo llevó aparejada la colocación de elementos agraristas clave en la región: En la medida que la figura política del general Cárdenas tomaba importancia, en esa medida los problemas de Bilbao encontraron solución. (...) El lagunero ya para 1933, año en que se da a conocer la candidatura del michoacano, es tomado en cuenta para la solución del problema agrario en La Laguna (...).21
Finalmente, tenemos el trabajo clásico de Miguél Othón de Mendizábal sobre el problema agrario de La Laguna.22 Este, que fue presentado como artículo para la revista Les Annales de l’Economie Colective, de enero-abril de 1939, contiene pasajes que sugieren que fue redactado desde antes del reparto agrario, buscando soluciones al problema, y al que después le fueron añadidos pasajes en relación a la situación posterior a la transformación agraria en la Comarca Lagunera. Mendizábal es particularmente incisivo en el señalamiento del problema que presentan los núcleos de población rural existentes en la Comarca, carentes de “personalidad jurídica” suficiente para obtener tierras en términos de la legislación previa al Código Agrario de 1934. Pero no sólo aprecia esta situación como un problema agrario, sino como un problema de justicia social:
Cárdenas conoció la problemática social que prevalecía en La Laguna y vislumbró la posibilidad del reparto agrario”. Nathan y Sylvia Weyl, La reconquista de México (los días de Lázaro Cárdenas), 1955, pp. 118-119, citado por Valdés, op. cit., p. 62. 21 Roberto Martínez García, La visión agrarista del general Pedro Y. Rodríguez Triana, Torreón, Universidad Iberoamericana, Plantel Laguna, Gobierno del Estado de Durango (Colección Papeles de Familia), 1997, p. 87. 22 Miguel Othón de Mendizábal, “El problema agrario de La Laguna”, en Obras Completas, México, Talleres Gráficos de la Nación [Ediciones a cargo de la viuda], 1946, t. IV, pp. 225-270.
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Fuera de las ciudades de Parras, Viezca (sic), San Pedro, Lerdo, Torreón y Gómez Palacio, densamente pobladas (...) en toda la zona lagunera, incluyendo el Municipio de Parras, solamente existen 23 pequeñas localidades, en tierra propia, en tanto que en 723 lugares, una población campesina de 150,000 individuos asienta sus míseras chozas de barro en tierras de propiedad particular. Esta singular anomalía demográfica, producto del desarrollo peculiar de La Laguna, ha tomado los últimos años el carácter de un conflicto de extrema gravedad. La era agrícola e industrial,... atrajo hacia la Laguna una numerosa población obrera y campesina que se arraigó profundamente en la región y se multiplicó prolíficamente. Por muchos años, además, las necesidades de las escardas y la pizca han obligado a los, agricultores laguneros a solicitar gente forastera, mucha de la cual se ha fijado definitivamente en ranchos y haciendas,... Las oportunidades de trabajo para esta nutrida población nunca han sido seguras,...23
He aquí el diagnóstico, realizado quizá entre 1935 y 1936. Después, el resultado de la combinación de la movilización de los trabajadores rurales con la disposición del Estado: Frente a esta grave crisis planteada por el trabajo organizado, el Gobierno federal solamente tenía dos caminos, (...) resolver la situación por el Código del Trabajo, (...) o resolverla por la vía de las dotaciones ejidales. El primer camino, además de dejar en pie el gravísimo problema demográfico, por la irregularidad de la demanda de brazos, (...) hubiera sido origen, a corto plazo, de la ruina total de los hacendados laguneros, sin beneficiar permanentemente a los trabajadores: el Gobierno federal eligió, en consecuencia, el segundo de los caminos posibles, las dotaciones ejidales, (...) decidido a afrontarla, cualesquiera que fueran los sacrificios que para las finanzas públicas implicaran los fuertes créditos indispensables para la organización de la producción ejidal, (...) realizaba un acto de justicia social inaplazable: la acomodación de 35,000 familias campesinas, sin base geográfica propia.24 23
Ibidem, p. 247.
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base geográfica propia.24
Los datos existentes apuntan a que la expropiación de las haciendas algodoneras, las que sin embargo conservaron cada una, una propiedad inafectable de 150 has., y la creación de más de 300 ejidos nuevos no debe considerarse solamente como un hecho de índole agraria, fue la base para intentar una nueva organización social basada en la economía colectiva y en la solidaridad; con la ayuda de la educación socialista buscaba crear un nuevo tipo de trabajador y de ser humano. En realidad, muchas de las medidas sociales del cardenismo apuntaban en este sentido, pero no en todas partes, como señalé al inicio, hubo las condiciones para hacerlo. Aquí, volvemos al principio: las peculiares condiciones históricas habían formado una sociedad altamente receptiva a este deber ser social, que no sólo recibió este vasto experimento social sino que también hizo mucho para imprimirle su peculiar sello cultural. Volviendo al trabajo de Candelaria Valdés, éste demuestra que desde antes del reparto, incluso desde antes de la agudización de los conflictos políticos y sociales, la sociedad rural de la Comarca ya había aprovechado cualquier resquicio para apropiarse e impulsar los logros que consideraban imprescindibles para su vida. Es bastante impresionante que en la memoria actual de la gente del campo se haya perdido el recuerdo de mucho de lo que de su parte hicieron para alcanzar estas metas. Sabemos que las demandas de los sindicatos incluyeron la instalación de escuelas en las haciendas, pero poco se sabe que ya desde 1932 se habían logrado instalar en la Comarca 184 escuelas Artículo 123 con más de 11 000 alumnos.25 Por sólo poner un caso concreto, cuando alguno de los más viejos ejidatarios de San Miguel, municipio. de Matamoros, Coahuila, narra con amargura y rencor cómo los hacendados les impedían estu24
Ibidem, p. 249. El primer enunciado subrayado: “de la ruina...”, es del autor; el segundo: “realizaba un acto...”, es mío. 25 Valdés Silva, op. cit., p. 52
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diar más allá del 3º. de primaria,26 no recuerda –o no le da importancia a– la existencia de un orgulloso comité de padres de familia de la escuela de la hacienda de San Miguel, cuya fotografía aparece en el libro de Candelaria Valdés fechada en 1933. Al parecer, debido a cómo sucedieron las cosas después, esta población no ubica lo importante que era, en el nivel nacional, que existieran estas escuelas, sino ubican sus carencias y limitaciones como prueba de lo mal que se vivía antes del reparto. Como lo quiso el proyecto cardenista –su parte liberal incluida–, estos poblados nuevos tendrían su centro en la escuela. La acompañarían el molino y la cooperativa, así como las oficinas del Comisariado Ejidal. Aunque no en todos los casos fue posible, la escuela se instaló en el centro; donde estuviera ostentaría un orgulloso lugar visible, propaganda viviente de sus logros. Aquí no se tenía que conciliar con el patrón de asentamiento de los pueblos tradicionales. La iglesia no aparecía. Incluso algunos viejos ejidatarios recuerdan que estaba prohibida por el Código Agrario.27 En los casos estudiados en la Comarca, se sabe que la construcción del templo católico inició en la década de los cuarenta y, ciertamente, no ocupó el centro de los poblados.28 María Candelaria Valdés hace una apasionada crónica de los esfuerzos de los maestros por darle contenido y sustancia a esta nueva sociedad. Otros textos de la época29 narran tam26
Entrevista con el Señor Vicente Robles, realizada en el ejido San Miguel, municipio. de Matamoros, Coahuila, por Ruth Elizabeth Arboleyda Castro el día 15 de marzo de 1999. 27 Entrevista con el señor Hilario Suárez González, realizada por Ruth Elizabeth Arboleyda y por el profesor Roberto Martínez García, en el ejido Picardías, municipio de Lerdo, Durango, el día 7 de marzo de 1999. 28 Son, precisamente, los casos de San Miguel y de Picardías. Queda para otra ocasión el examen de cómo se erigieron estas iglesias, el papel que jugaron dentro del ejido, y la peculiar y extraña –dentro de la óptica mesoamericanística– asignación de santos patrones. 29 Despertar Lagunero. Un libro que relata la lucha y el triunfo de
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bién este proceso que, a riesgo de parecer grandilocuentes, pero queriendo ser justos, calificamos como epopeya. Por unos pocos años –ya que a partir de 1940 los cambios políticos en el contexto nacional tuvieron como consecuencia una constante labor de zapa de esta sociedad naciente, incluso desde el gobierno mismo–, los habitantes del campo en la región vivieron una utopía, facilitada desde el Estado pero apropiada, asumida y construida por ellos mismos. Se organizó la explotación colectiva de la tierra, se consolidaron las escuelas, se formaron ligas femeniles que promovieron el antialcoholismo,30 se generalizó la idea del cooperativismo de consumo. Se difundieron y tuvieron efecto una serie de medidas para el mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres estableciendo toda una cultura de la higiene y la salud. Una sociedad altamente politizada se fue consolidando. El ideal de los campesinos reunidos alrededor de la radio escuchando y discutiendo las noticias nacionales e internacionales aquí fue una realidad, como lo demuestra la visita de “las milicianas [republicanas españolas] Caridad Mercader y Lena Imbert quienes recorrían el país en busca de apoyo para su causa. Al llegar a La Laguna (...) fueron recibidas con entusiasmo por la población”.31 Por razón de espacio, no podemos abundar en más pormenores de los años constructivos, pero el florecimiento de esa semilla es algo que le puede quedar perfectamente claro a quien conozca la sociedad campesina lagunera actual. El socavamiento sistemático de las bases de esta sociedad no pudo quitarle a estos campesinos muchas de sus orgullosas características. Desde fines de los años setenta del siglo XX, y más agudamente en la década de los noventa, con las reformas al la revolución en la Comarca Lagunera, México, Sindicato y Consejo Técnico de los trabajadores de los Talleres Gráficos de la Nación, 1937. 30 Hasta la fecha, en muchos poblados ejidales aún no se permite la venta de bebidas alcohólicas dentro de sus límites 31 Valdés, op. cit., p. 88
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artículo 27 constitucional y la concomitante política de “adelgazar” al estado restando apoyos y subsidios a la economía campesina, a la ejidal en particular, los ejidos de la Comarca Lagunera viven una profunda crisis,32 agravada por el concurso de factores climáticos: la sequía. A pesar de ello, los habitantes de los núcleos de población formados alrededor de la organización ejidal, muchos de los cuales ya no tienen acceso a la tierra desde décadas atrás todavía conservan una mentalidad y una cultura heredera directa de los años formativos de esta sociedad. La formación de esta nueva sociedad ya le había quedado clara a algunos analistas de la sociedad lagunera desde 1956, como Clarence Senior.33 Como ejemplo actual de esta permanencia, podemos citar el caso de la Nueva Victoria, núcleo ejidal de formación reciente, a partir de los excedentes de población del ejido La Victoria, municipio de San Pedro, Coahuila, quienes, luego de una prolongada lucha por obtener la tierra, la que finalmente les fue asignada fuera de los límites de la Comarca Lagunera, hacia el norte, camino a Monclova, tomaron posesión del lugar para habitarlo en 1976. Todavía presumen de que lo primero que estuvo disponible y bien construido fue la escuela. Viviendo ellos en efímeros jacales de quiote, se impusieron una cuota de cincuenta adobes por familia para construir la escuela. Una vez erigida y abastecida de personal docente, ninguna de las familias beneficiarias del nuevo ejido tenía pretexto para no trasladarse a este lugar. Sólo así afianzaron el núcleo de población. Un dato adicional interesante es que, además, destinaron por igual terreno para dos iglesias, ya que venían diferenciados en dos comunidades religiosas: la católica y 32
vid Ruth Arboleyda “La crisis del ejido en la Comarca Lagunera. Tres casos” en Boletín del Archivo General Agrario, Núm. 9, México, Centro de Estudios Superiores en Antropología Social, Registro Agrario Nacional, enero-abril 2000, pp. 5-12. 33 Clarence Senior “Reforma agraria y democracia en la Comarca Lagunera” en Problemas agrícolas e industriales de México, México, vol. VIII, no. 2, abril-mayo-junio 1956, pp. 1-174
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la bautista. En este caso particular, ni la escuela ni ninguna de las iglesias quedaron en el centro de la muy cuidada plaza central. Como en casi todos los poblados ejidales de la Comarca, la celebración más importante sigue siendo una fiesta cívica: el aniversario del ejido, organizada siempre a partir de la escuela. Un ejemplo demostrativo de esta peculiar cultura es “la maravilla” que me fue mostrada en la visita a la Nueva Victoria. En la boca formada por dos montañas que marca el paso del llamado Valle de las Delicias34 –donde está asentado el ejido– al de Acatita, unos accidentes topográficos en una de ellas forman “la figura de un campesino con su azadón”. Yo confieso que no pude verla, quizá por las condiciones de luz y sombra de ese momento. Pero todos ellos la ven. El milagro, para esta gente, es la representación de ellos mismos, dignificados en las montañas. Para finalizar, luego de este resumido repaso a la historia de la Comarca Lagunera y de su población rural, y los someros acercamientos a la situación cultural actual de la región, quiero terminar postulando la indisoluble unión entre la idea cardenista de justicia social, y la inserción y apropiación de la misma en cierto tipo de sociedades, sociedades nuevas, las he llamado yo.35 No todas las condiciones culturales de la sociedad rural mexicana posibilitaban, como las de la Comarca Lagunera, la implantación de un programa de justicia 34
En términos estrictos, se trata de bolsones, no de valles, es decir “cuencas endorreicas”, Leticia González Arratia, comunicación personal. 35 Por su parte, el antropólogo norteamericano Casey Walsh, en su estudio sobre la población rural del Bajo Río Bravo ha postulado la tesis de la existencia de una “cultura del desarrollo”. Me parece que son dos propuestas que tratan de explicar este tipo de sociedades que obedecen a procesos históricos y culturales particulares. Casey Walsh, “Development in the Borderlands. Cotton Capitalism, State Formation and Regional Political Culture in Northern Mexico”, Tesis de doctorado, New School University, 2001
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sociedad rural mexicana posibilitaban, como las de la Comarca Lagunera, la implantaciĂłn de un programa de justicia social integral alrededor de la justicia agraria. AquĂ sĂ se pudo encarnar y hacer realidad.
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La Revolución Mexicana, comadrona de un fracaso: El agrarismo en el cine de Emilio Fernández Julia Tuñónx El campesino es una planta que camina Francisco Juliao
A lo largo del siglo XX, la política estatal mexicana respecto al agro sufrió un proceso complejo y contradictorio que heredó una muy larga historia de discusiones y alegatos. El tema estuvo muy presente y fue representado en las artes y en los medios. También lo fue en las películas, que expresan la cultura de su entorno, entendiendo el término cultura de una manera amplia, como la forma de vivir la vida, sustentada por ideas de diversa índole y sus representaciones. El director de cine más inquieto respecto a ese tema fue, sin duda, Emilio Fernández, apodado El Indio, que nació en 1904 en un mineral llamado El Hondo, Coahuila, en donde la agricultura era muy pobre, aunque se oía correr un río bajo el piso,1 como en su película Río Escondido, y el agua parecía al alcance de la mano pero era imposible de aprovechar porque las nubes siempre pasaban de largo. Desde entonces, nuestro autor tuvo interés por los problemas del campo y, en su vida adulta, hizo ostentación de su postura agrarista.
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Dirección de Estudios Históricos, INAH. Julia Tuñón, En su propio espejo. Entrevista con Emilio “El Indio” Fernández, México, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa (Correspondencia), 1988, p.19. 1
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Emilio Fernández realizó sus cuarenta y una películas entre el año de 1941 y 1978. Es uno de los máximos exponentes de la llamada edad de oro del cine mexicano.2 Sus cintas más afamadas dieron un lugar a México en el mundo fílmico y su éxito coincidió con los sexenios de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y Miguel Alemán (1946-1952), período en el que, grosso modo, se substituyó un proyecto nacional cifrado en el agro por uno industrial, caracterizado por la modernidad y el crecimiento de las ciudades. Fueron tiempos de emergencia de nuevos valores que convertían a los rurales en un código residual. Los seres humanos, inscritos de manera diversa en este proceso, quedaban divididos entre ideas y modelos de conducta a menudo contradictorios. El valor de la tierra, del dinero, del honor, el transcurso del tiempo, adquiría otras dimensiones. En el mundo de la cultura es habitual la tensión entre ideas y prácticas sociales, además de la que existe entre las ideas dominantes, las emergentes y la resistencia de las residuales, que pugnan por mantenerse vigentes. Ciertamente los cambios conviven con las continuidades, pero es difícil precisar unos y otras. Las películas de Emilio Fernández muestran este conflicto, expresan la contradicción entre las ideas dominantes en su tiempo y sus creencias más profundas, que seguramente compartía con muchos mexicanos. Se trata de una tensión habitual entre ideologías y mentalidades.3 2
La edad de oro del cine mexicano es un período de abundante producción y de consolidación de un estilo de filmar que establece modelos institucionales de representación. En sentido estricto abarca de 1940 a 1945, pero se puede extender de principios de los años treinta a mediados de los cincuenta. 3 Ideología entendida como el conjunto de ideas, valores y conceptos que permiten entender el mundo desde las necesidades y perspectiva de los grupos dominantes, pero que debe mediar constantemente con aquellas ideas, creencias, emociones, valores y conceptos que no están sistematizados, ni son conscientes y que constituyen la mentalidad de una sociedad. Se trata de un espacio en que campean líneas de diferente orden y negocian entre sí para su aceptación y ejercicio.
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El agrarismo fue una de las tesis que esgrimió con singular entusiasmo nuestro director, por ser el medio para mantener vivos y palpitantes los principios revolucionarios por los que luchó siendo niño y los ideales de Lázaro Cárdenas que asumió con pasión, además de ser un tema que le permitía el lucimiento de valores éticos en sus héroes y estéticos en sus paisajes. Sin embargo, en los años cuarenta, este era un tema conflictivo, pues la retórica oficial dominante, fincada en la demanda de justicia social, se enfrentaba a la perspectiva utilitaria que miraba al campo con un propósito comercial. Las películas de Emilio Fernández expresan las ideas tradicionales (¿residuales?), de una persona de origen indígena y campesino, pero también las revolucionarias con su demanda agrarista, discursos que dialogan conflictivamente con las ideas emergentes, que pretenden imponer la productividad capitalista en el agro y frenan el reparto agrario. Para Emilio Fernández el campo era el escenario privilegiado para sus historias de amor trágico, era el paisaje de belleza exasperada retratado por Gabriel Figueroa, el fotógrafo de sus mejores filmes, pero era también el propósito de su proyecto político, el espacio de su obsesión agrarista y, sobre todo, el símbolo mediante el cual expresó un mito: el de la esencia de lo mexicano, el de la naturaleza nacional de sus personajes. El contexto Emilio Fernández participó siendo niño en la Revolución y fue parte de una familia dividida entre villistas y carrancistas.4 Desde entonces conoció la cuestión de la tierra, pues el conflicto de 1910 fue detonado por el ímpetu campesino en un país mayoritariamente agrario y, si bien las promesas de solución a las demandas populares proliferaron, una vez terminó la etapa armada la urgencia por cumplirlas disminuyó. 4
Tuñón, op. cit., p.19.
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Uno de los puntos medulares del Plan de San Luis Potosí planteaba devolver a sus legítimos dueños las tierras enajenadas y el Plan de Ayala prometió restituir los pueblos y dotarlos de terrenos. Los planes de la Empacadora y el de Torreón en 1915 también consideraron el tema y ese mismo año se expidió por los carrancistas una ley agraria que sería la base del artículo 27 de la Constitución de 1917, que disponía la restitución de tierras a los pueblos ilegalmente desposeídos o la dotación a los que carecieran de ellas. También se definió y se protegió la pequeña propiedad y se reglamentaron las formas de la expropiación y fraccionamiento de los latifundios. A partir de 1920 el grupo de Agua Prieta tomó como propia la bandera agrarista5 y el Indio tenía entre sus orgullos el haber participado de esa lucha.6 A lo largo del siglo el agrarismo tuvo variables notables. Entre 1930 y 1960 la población del país creció de 16 553 000 habitantes a 34 923 000, y pasó a ser predominantemente urbana,7 de manera que era necesario fomentar la producción agraria para alimentarla. La forma de hacerlo no siempre fue acorde con los ideales revolucionarios. El período comprendido entre 1915 y 1935 se caracterizó por luchas intensas entre latifundistas y agraristas, pero estos últimos estaban mal organizados y habían sido sistemáticamente cooptados.8 En 1929 Plutarco Elías Calles consideró que la reforma agraria había fracasado. Para 1934 se habían repartido 7.6 millones de hectáreas que no amenazaban al latifundismo como unidad central del sistema agrario nacio5
Lorenzo Meyer, “El primer tramo del camino”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 1976, vol. IV, p. 134. 6 Tuñón, op. cit., p.22. 7 En 1940 el 57% de la población era rural y el 42.6% urbana, en 1960 el 49.3% era rural y el 56.2% urbana, para 1966 el 43.8% era rural y el 56.2% urbana. Michel Gutelman, Capitalismo y Reforma Agraria en México, México, Ediciones Era (Colección Problemas de México), 1971, pp.269-270. 8 Meyer, op. cit., p.134.
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nal. Al finalizar el período presidencial de Abelardo Rodríguez sólo se había puesto en manos de los campesinos el 15% de la superficie cultivada. Sin embargo, la retórica oficial estaba cargada de alusiones al tema de la tierra y al origen campesino de la lucha revolucionaria. Dice Lorenzo Meyer que “La nueva elite usó los postulados agraristas junto con el obrerismo y el nacionalismo como uno de los elementos decisivos para legitimar su sistema de dominación”.9 Durante el gobierno de Cárdenas hubo un aumento substancial del reparto agrario pues, lo consideraba un asunto de justicia social y quería desmantelar las llamadas fuerzas feudales para propiciar el desarrollo capitalista. Las incautaciones a los latifundios y el reparto agrario alcanzaron una amplitud sin precedentes. A través del Departamento Agrario se repartieron 17 891 577 hectáreas a 814 537 campesinos de los ejidos. Los años de mayor fuerza de la reforma agraria fueron 1936 y 1937.10 Además, durante su sexenio se ensayaron formas de ejido colectivo, como en La Laguna. Estas medidas coexistían con el respeto a la pequeña propiedad que tenía estatuto de inafectabilidad y que creció durante su sexenio.11 El código agrario de 1934 duplicó el número de personas que eran sujeto de derecho, incluyendo a los campesinos acasillados de las haciendas que se habían reducido en número de tres millones en 1910 a 900 mil en 1935.12 Los hacendados, por otra parte, tuvieron el derecho de conservar entre 100 y 150 hectáreas de su propiedad y generalmente eligieron las más productivas. A menudo ellos dividían el territorio en pequeñas propiedades inalienables, disfrazando así los latifundios. Durante el gobierno de Cárdenas también se atendió el problema de la compra y de la comercialización de las cosechas, con el Banco Nacional de Crédito Ejidal que fortaleció 9
Idem. Gutelman, op. cit, p.103-105. 11 Pasó de 610 000 unidades en 1930 a 1 211 000 en 1940. Ibidem, p. 109. 12 Ibidem, pp.103-105. 10
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algunas instancias previas para financiar a los agricultores y ofrecer un sistema de ayuda técnica. Para institucionalizar la participación de los campesinos en apoyo al régimen cardenista se creó en 1938 la gran central que aglutinaba a este sector: la Confederación Nacional Campesina (CNC).13 Lorenzo Meyer plantea que la reforma agraria de Cárdenas fue el principio del fin de la hacienda y de toda una forma de vida rural, cuyas raíces se remontaban a la época colonial, pero no se modernizó substancialmente el campo, pues grandes grupos permanecieron fuera de la economía de mercado o de las organizaciones políticas. En 1940 coexistía el ejido con la pequeña y la gran propiedad y de esta manera se habría de mantener en los años siguientes.14 Con todo, al final de su período casi la mitad de quienes se dedicaban a actividades agropecuarias poseían sus tierras, fueran ejidales o privadas.15 La admiración de nuestro director a las medidas cardenistas fue explícita. Entre 1940 y 1958, mientras el Indio Fernández filma sus películas más célebres, se dirigieron muchos recursos económicos y técnicos a la agricultura, pues el modelo de país industrial debía apoyarse en una base rural, pero la reforma agraria fue frenada y aumentó el carácter capitalista en el campo.16 Ávila Camacho dio una vuelta de tuerca a las políticas cardenistas para promover la propiedad privada y la colonización en aras de la producción agrícola comercial, en detrimento del sector ejidal y del ejido colectivo que casi se abandonó.17 Ciertamente se duplicó el número de tierras irrigadas con recursos del Estado, pero se favoreció a la propiedad privada al tiempo de limitar las expropiaciones de los latifundios y de permitir la reconstrucción de algunos so pretexto de la práctica ganadera.18 Por otro lado a partir de 1940 13
Meyer, op. cit., p.140. Ibidem, p.178. 15 Ibidem, p.179. 16 Lorenzo Meyer, “La encrucijada” en Historia general de México, México, El Colegio de México, 1976, vol. IV, p.208. 17 Meyer, “El primer tramo del camino”, p. 177. 18 Gutelman, op. cit., p.113. 14
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el minifundio se perfiló como problema serio, tanto en la pequeña propiedad como en el ejido, pues la pequeña parcela menor a cinco hectáreas no resultaba suficiente para la sobrevivencia. La política agraria de Alemán reforzó estas tendencias, y sus medidas en detrimento del sector ejidal se han considerado una verdadera contrarreforma agraria,19 el sector ejidal disminuyó de 47 % de la superficie agraria en 1944 a 44 % en 1950.20 Se modificó el artículo 27 constitucional para proteger a la pequeña propiedad privada y se consideró como tal a la de 100 hectáreas irrigadas o de 300 hectáreas cuando se dedicaban a cultivos comerciales. La pequeña propiedad familiar quedó rezagada mientras se incrementaba el número de propiedades inafectables con apoyo estatal de irrigación y construcción de presas. Los latifundios se fueron reconstituyendo, de manera que las superficies repartibles disminuyeron y se incrementó el número de campesinos sin tierra.21 Para 1960 los predios de más de 200 hectáreas representaban el 24 % de la tierra cultivable.22 Adolfo Ruiz Cortines (19521958) continuó con esta política, aunque en menor escala, con el argumento de que ya no quedaba más tierra por repartir. Es en este periodo que Emilio Fernández construye un modelo fílmico que habrá de repetir a lo largo de su carrera, en el que expresa una posición respecto al agro que contrasta con las medidas gubernamentales. Entre 1957 y 1968, durante los períodos presidenciales de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, aumentó a más de tres millones el número de campesinos sin tierra y con ellos la emigración a los Estados Unidos de América y las invasiones a propiedades privadas. Ante la tensión resurgieron las políticas agrarias de distribución de la tierra y de dotación de recursos técnicos y materiales para el agro. Entre
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Ibidem, p. 112. Meyer, “La encrucijada”, p.277. 21 Ibidem, p.208. 22 Ibidem, p.277. 20
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1958 y 1969 se repartieron 32 millones de hectáreas y sólo se concedieron 838 certificados de inafectabilidad.23 El demandante mercado urbano era abastecido en su mayor parte por los pequeños propietarios, pues los campesinos menos afortunados vivían del autoconsumo y les quedaba poco margen para la venta. Su oferta era dispersa, heterogénea e irregular y ellos desconocían los mecanismos comerciales y a menudo sufrían abusos por parte de los intermediarios, comerciantes rurales más o menos usureros, acaparadores de todo tipo.24 En 1943 se habían creado la Compañía exportadora e Importadora Mexicana S.A. que se convirtió entre 1959 y 1961 en Almacenes Nacionales de Depósito, S.A. y en Compañía Nacional de Subsistencia Populares instancias oficiales de compra y distribución.25 La ineficacia de éstas es representada por el Indio en sus películas. El conflicto agrario tenía una larga trayectoria en México, pero para Emilio Fernández implicaba el fracaso de los ideales revolucionarios y fue presentado a menudo en sus filmes con una carga dramática evidente. Sus recuerdos de la lucha agraria y su admiración por Lázaro Cárdenas no le permitieron aceptar el reflujo antiagrarista. Para un obsesivo como era el Indio, estas políticas agrarias equivalían a una traición y en sus historias fílmicas presentó a sus héroes viviendo muchas de las situaciones que mencionamos atrás. A no dudar, la imagen de los ídolos del cine sufriendo los problemas rurales puso los reflectores sobre una situación que muchos padecían, pero muchos otros ignoraban. Representaciones del mundo rural en la cultura urbana El campo tenía una presencia importante en las representaciones culturales, por cuanto la tenía también en la vida social, al in23
Gutelman, op. cit., pp.121-122. Ibidem, p. 250. 25 Ibidem, pp.252-53. 24
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volucrar el tema de la identidad y del sentido de pertenencia de los mexicanos. Sabemos que la mentalidad no se modifica fácilmente, y en este proceso se manifestaba un conflicto entre las ideas y los valores de índole rural, dominantes para la mayoría de los mexicanos hasta ese momento y aquellos requeridos en la vida urbana, una tensión entre las ideas y las prácticas sociales que se expresaba en las representaciones de tema agrario. Se trata de una cultura urbana que corría paralela con la de los campesinos, que rara vez trascendía a la letra escrita y no se divulgaba fuera de sus propios ámbitos. En las representaciones urbanas del campo a menudo existía una confusión entre éste y el mundo indígena. El interés se manifestó en la literatura,26 en el teatro27 y en la poesía el tema tuvo un lugar con autores pertenecientes a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), como Nicolás Guillén y Ramón de la Cabada.28 La pintura mural, tanto la de los llamados “tres grandes” (José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros) como en la de los menos famosos, tuvo en las paredes de los edificios públicos un medio de privilegio para mostrar el tema. El paisaje mexicano era ya un tema destacado de la pintura desde el siglo XIX, con artistas como José María Velasco o Eugenio Landesio, pero los muralistas incluyeron también el 26
Gregorio López y Fuentes, El indio; novela mexicana y Arrieros: novela mexicana; Jorge Ferretis, Tierra caliente; los que sólo saben pensar y El sur quema; Mauricio Magdaleno, El resplandor; Rosa de Castaño, Rancho estradeño; Mariano Azuela, San Gabriel de Valdivias, comunidad indígena. Ver: Luis González, “Jornadas agraristas” en Lorenzo Meyer, Revolución y sistema. México entre 1910 y 1940, México, SEP (Cien de México), 1987, p. 317 27 Luis Alvarez Barret, La casa principal; o Santiago Pacheco, Justicia proletaria; Vicente Lombardo Toledano, Ha caído una estrella; Armando List Arzubide, El asesinato del general Emiliano Zapata; Luis González, “Jornadas agraristas”, p. 318. 28 Ver Luis González, Fuentes de la historia contemporánea de México. Libros y folletos, México, El Colegio de México, 1962, vol. III, pp.459-460.
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aspecto social y el problema político del campo, como también se hizo en los grabados que surgían del Taller de la Gráfica Popular, que Emilio Fernández apreciaba sobre todo en la persona de Leopoldo Méndez. La fotografía no se quedó atrás en la exaltación del tema y artistas de la cámara como Lola y Manuel Álvarez Bravo crearon escuela, junto con algunos extranjeros destacados como Edward Weston y Tina Modotti. Este carácter trágico del campo representado en la plástica, fue asumido como propio por Fernández, y es evidente la similitud ética y estética con el muralismo, de la que estaba plenamente consciente, pues el Indio otorgaba al cine la función de ilustrar y crear conciencia entre las masas, y consideraba necesario aprovechar su gran influencia para divulgar las tesis medulares de sus obsesiones. También las películas del cine institucional mexicano presentaban el ámbito rural como uno de sus escenarios privilegiados, pero en ellas el tema social quedaba explícitamente soslayado.29 En 1936 se filmó Allá en el Rancho Grande, dirigida por Fernando de Fuentes, que ganó los mercados latinoamericanos e institucionalizó un estilo de filmar el campo. La película mostraba la hacienda como un espacio idílico en donde los campesinos y sus patrones parecen dedicados a las peleas de gallos, las serenatas, las fiestas, los paseos, y sus preocupaciones reducirse a las de índole amorosa. El acervo icónico ya planteado antes en el cine se precisó en este film: los grandes sombreros y trajes de charro para los hombres, los rebozos y trenzas en las muchachas, los joron29
Ver Jorge Ayala Blanco. “La comedia ranchera” en La aventura del cine mexicano, México, Ediciones ERA, 1968; Aurelio de los Reyes, Medio siglo de cine mexicano (1896-1947), México, Editorial Trillas (Linterna Mágica), 1987; Marina Díaz López. “Jalisco nunca pierde: raíces y composición de la Comedia ranchera como género popular mexicano” en Archivos de la Filmoteca, Núm. 31, México, Febrero, 1999; Tierra Brava. El campo visto por el cine mexicano, Textos de Rafael Aviña y selección iconográfica de Susana Casarín, México, Instituto Mexicano de Cinematografía, 1999.
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gos y sarapes, la música y los mariachis, las riñas de cantina, las cocinas con jarritos de barro y las fiestas adornadas con papel picado. Entre las costumbres destaca el derecho de pernada para el amo, que se convierte en una anécdota que da cuenta de la tesitura moral de los protagonistas, pero que no se analiza desde una perspectiva social. Esta película representó con nitidez el género de la comedia ranchera.30 Sus antecedentes se remontan a En la hacienda (Vollrath, 1921) y La parcela (Vollrath, 1922) y, más cercanamente, a Cielito lindo (O'Quigley, 1936) y Ora Ponciano (Soria, 1936).31 La película tuvo un gran éxito en América Latina y en España, en donde los antecedentes fílmicos Nobleza baturra (Florián Rey, 1935) y Nobleza gaucha (Cairo, 1915) 32 permitieron su reconocimiento: La cinta planteaba en lenguaje cinematográfico las convenciones del teatro popular y mantenía una estructura narrativa tomada del teatro de tipos, la zarzuela y el sainete.33 Aurelio de los Reyes hace notar también la influencia de novelas como La Parcela de José López Portillo y Astucia de Luis G. Inclán.34 La cinta de De Fuentes adquiere pronto un carácter emblemático del género y lo institucionaliza. Carlos Monsiváis ha hecho notar que uno de los lugares comunes del cine mexicano es la idealización de la vida rural.35 En esta película, la hacienda asume, al decir de Emilio García Riera el carácter de “[...] un 30
Díaz López, op. cit., p.186. De los Reyes, op. cit., p.156. 32 Emilio García Riera, Historia documental del cine mexicano, México, Ediciones Cal y Arena, Universidad de Guadalajara, 1992, vol. I, p. 217. 33 De los Reyes, op. cit., pp. 140 y s.s. 34 De los Reyes, Cine y sociedad en México (1896-1930). Bajo el cielo de México, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 1993, Vol. II (1920-1924), p.225; De los Reyes, Medio siglo de cine..., p.133 y s.s. 35 Carlos Monsiváis, “Mythologies”, en Paulo Antonio Paranagua, Le cinema mexicain, Paris, Centre Georges Pompidou, 1992, p.143. 31
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útero protector y ajeno a los peligros del paso del tiempo”,36 entre otros, nos dice, los de la reforma agraria en pleno auge por la política de Lázaro Cárdenas. La película adquiere así, un carácter de propaganda anticardenista: en 1937 más de la mitad de las cintas que se hicieron fueron exaltaciones de la idílica vida rural37 y el film tuvo incluso sus secuelas: Allá en el Rancho Chico (Cardona, 1937) y Los hijos de Rancho Grande (Bustillo oro, 1956). Cabe hacer notar que en estos años la industria cinematográfica era, después del petróleo, la segunda actividad económica en aportar divisas a la nación. Fernández recuerda que esta película fue “[...] un trancazo enorme, fue la que abrió las puertas al cine mexicano en toda Latinoamérica [...] era muy ingenua y el asunto era muy noble”,38 pero el quería hacer un cine que mostrara los problemas sociales de México y tuviera un compromiso social. Frente a este aspecto ideal de la hacienda, que proponía el inmovilismo social y se institucionalizaba en la pantalla, el Indio presentó otro México, ciertamente bello, pero trágico. Aunque fuesen parte del cine institucional, las películas de Emilio Fernández encierran una crítica social que no siempre ha sido reconocida. Paradójicamente, este cine, que su autor quería que fuera el mexicano por antonomasia y modificara las actitudes de sus coterráneos, recibió su mayor aval en el extranjero y procuró un estereotipo de México en el exterior, en gran medida definido por la belleza de su campo, pero también por la injusticia de sus relaciones sociales. Así las cosas, las cintas del Indio dialogan con varios interlocutores: 1) con el cine institucional mexicano, con su mirada complaciente y evasiva, 2) con la política oficial que utilizaba el discurso agrarista retóricamente, pero que olvida36
García Riera, op. cit., vol. I, p. 219. Como ejemplos: Adiós Nicanor (Portas), ¡Así es mi tierra! (Boytler), Allá en el Rancho Chico (Cardona), Las cuatro milpas (Pereda), Bajo el cielo de México (De Fuentes), Amapola del camino (Bustillo Oro). 38 Tuñón, op. cit., p.30-31. 37
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ba las demandas campesinas surgidas de la Revolución en aras del desarrollo capitalista, 3) con los espectadores nacionales y extranjeros que vivían situaciones diversas y, 4) con un grupo importante de artistas y literatos que tenía en la vida rural uno de sus motivos predominantes. Emilio Fernández y su cine Como apuntamos atrás, el contexto en el que trabajó Emilio Fernández era el de la modernidad argumentada en los ideales de la Revolución Mexicana y, en parte por la vigencia del conflicto agrario y sus propias obsesiones, sus temas fueron a menudo ubicados en la Revolución o la tuvieron como eje.39 La Revolución no sólo era un escenario atractivo para las películas, sino que le daba la oportunidad para mostrar en imágenes fílmicas su obsesión por la justicia social y la lucha agraria. Ella sería la partera del cambio, permitiría la coyuntura para introducir la historia en un mundo atascado por inercias, sería el medio para procurar el progreso. Así era también en los discursos oficiales, por lo que sus imágenes se han interpretado como comparsas de esa retórica. Parece necesario revisar esta afirmación. Un antecedente de las imágenes fílmicas del Indio Fernández fueron los rushes40 que el cineasta soviético Serguei M. Eisenstein filmó entre 1930 y 1932, con el propósito de armar un film que habría de llamarse ¡Qué Viva México!. El filme quedó inconcluso y con los materiales se realizaron diversas versiones de la película. Una de ellas se editó en Hollywood por Sol Lesser y recibió el nombre de Tormenta sobre México. Res39
Julia Tuñón, “La revolución mexicana en el cine de Emilio Fernández: ¿vuelta de tuerca o simple tropezón?” en Jaime Bailón Corres, Carlos Martínez Assad y Pablo Serrano (Coords.), El siglo de la Revolución Mexicana, México, Instituto Nacional de Estadios de la Revolución Mexicana, 2000, vol. II, pp. 215-223. 40 Materiales fílmicos sin editar
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cataba tan sólo imágenes de uno de los episodios, “Maguey”, que era el más trágico de los que conformaba el proyecto original. Emilio Fernández vivía por esos años en Hollywood y trabajaba en oficios diversos, incluyendo las labores fílmicas, cuando tuvo la oportunidad de ver los rushes de Eisenstein y de definir con entusiasmo su destino: “es lo que yo aprendí: el dolor del pueblo, la tierra, la huelga, la lucha por una libertad y una justicia social... ¡maravilloso!”41 La visión le hizo desear dirigir películas para poner en práctica el consejo que le había dado Adolfo de la Huerta, cuando ambos vivían en Hollywood y el Indio pretendía iniciar otra lucha armada en su país. El general le dijo: No Emilio, ya la Revolución en México ya se acabó, ya triunfó, ya lo que México necesita es tener paz. Tu estás aquí ahora en [...] la meca del cine. El cine es más fuerte que un máuser, más fuerte que un 30-30, que un cañón, que un avión, que una bomba. Aprende cine, ya que estás aquí y regresa a México y enséñales.42
Para darle a este instrumento todo su potencial decidió hacer un cine propio, que no fuera copia del norteamericano o del teatro de tipos español. Veía al cine como el medio de expresión más poderoso que debía de estar, como el muralismo, al servicio de la justicia social: “para mi el cine no es sólo para divertir, sino para educar, orientar, elevar, guiar, no para degenerar y corromper a la juventud”.43 De esta manera lo fundamental era la tesis, porque si la película “[...] no tiene un contenido social, un contenido moral, un mensaje o una expresión que demuestre un dolor o una situación del pueblo, para mi no tiene significación”.44 Destacó entonces los problemas del pueblo: “la cosa de la revolución, la cosa del campo, la cosa de los de abajo”,45 41
Tuñón, En su propio espejo..., p.25. Ibidem, p.24. 43 Ibidem, p.81. 44 Ibidem, p.67. 45 Ibidem, p.84. 42
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aunque envueltos en trágicas historias de amor, de acuerdo a las convenciones de Hollywood. Emilio Fernández era un hombre de obsesiones y la duda, la reflexión, la crítica no eran sus territorios. Esto se expresa en la contundencia de sus imágenes visuales. Para Emilio Fernández los filmes debían de ser agentes para el progreso de México, y entendía por tal la justicia social y el agrarismo, el fomento de la educación y la salud pública, el indigenismo, la predominancia de un espíritu laico frente a la religión. En suma, los conceptos que formaron al nacionalismo tan caro en los años del cardenismo. Su labor sería, en mucho, la de sistematizar una serie de ideas y representarlas en lenguaje fílmico. Nuestro director contaba con un estilo propio de filmar con el que expresó sus tesis y sus obsesiones. Quizá sea el único director cinematográfico de la edad de oro que puede ser considerado un autor,46 aunque también participaba en las convenciones del cine institucional mexicano, dirigido a los sectores más populares de la sociedad, hecho con premura y escasos recursos técnicos y económicos, que hace uso de estereotipos y códigos narrativos y toma en el paisaje uno de sus ingredientes fundamentales. El tema de la Revolución le permitió expresar sus inquietudes. El cine mexicano tiene, al respecto, un proceso que va de la crítica a la complacencia,47 sin embargo, para los años en que Emilio Fernández filmó, ya la imagen institucionalizada la muestra como un episodio lleno de canciones y alegría, tiempo de prueba para los héroes, del que salen airosos, de aventuras sin límite y de conquistas amorosas. El discurso fílmico del Indio no responde totalmente a estos 46
Un autor cinematográfico es aquel que tiene un estilo de filmar sus temas y obsesiones y que cuenta con los medios para expresarlos. En el cine clásico mexicano esto es poco común, por tratarse de una industria barata que deja escaso margen a la expresión personal. 47 Jorge Ayala Blanco, “La Revolución”, en La aventura del..; Julia Tuñón, “La trilogía de Fernando de Fuentes” en Revista cultural El Acordeón, Núm. 17, México, May-Ago 1996, pp. 51-48.
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esquemas, aunque tampoco los niega. El es un autor: mostrará su propia lectura y lo hará a su propia manera. Reconocemos en las películas de Emilio Fernández dos posibilidades: la Revolución como acción y como reacción. Es una acción cuando la historia se escenifica en los años revolucionarios, y una reacción cuando lo que vemos en pantalla son las consecuencias de esa guerra, cuando se refiere a los problemas que los regímenes postrevolucionarios no lograron resolver.48 Entre estos destaca el agrarismo. El agrarismo en Emilio Fernández El tema evidente en sus películas son las historias de amor, sin embargo, éstas se sostienen en el entramado, a menudo retórico de sus tesis. A veces el agrarismo es sólo una mención, pero en ocasiones es un aspecto medular. Aún entonces las tramas no tratan exclusivamente del conflicto agrario, sino que este aparece como el contexto de sus historias románticas. Las películas que tocan de manera más clara el problema agrario durante la Revolución son Flor silvestre (1943), Enamorada (1946), Un día de vida (1950), Una cita de amor (1956), Un dorado de Pancho Villa (1966) y, aunque no de su completa dirección, pues fue reemplazado por Alfredo Crevenna, La rebelión de los colgados (1954). Filmes ubicados posteriormente a la Revolución, pero que lo tratan son Río Escondido (1947), Pueblerina (1948), El impostor (1956), Siempre tuya (1950), Pueblito (1961). La trama en estos últimos filmes es contemporánea a su factura, es decir muestran un contexto de modernidad y progreso, producto de los nuevos gobiernos revolucionarios, pero la historia se encarga de demostrarnos que las injusticias se mantienen. La Revolución era, entonces, un eje medular por ser el marco de la historia, la coyuntura del cambio posible que construía la narración fílmica y esta no existiría si los postu48
Ver Tuñón, “La revolución mexicana en el cine de Emilio…”
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lados revolucionarios se hubieran cumplido. La situación de injusticia que vivían sus héroes provocaba la tragedia fílmica. En las películas que tienen como escenario la guerra, ésta se menciona explícitamente como la búsqueda de justicia social, pero en las entretelas de su discurso lo que muestran las historias es la confusión, el desorden y el dolor. El precio a pagar por el cambio es muy alto y se hace por adelantado. Flor silvestre estableció el modelo. En esta película se narra el amor fracasado entre el hijo de un hacendado, que quiere cambiar el orden social, José Luis Castro (Pedro Armendáriz) y Esperanza (Dolores del Río), la nieta de un mediero. Los muchachos se casan a escondidas con la esperanza de él de que sus padres acepten a su ya esposa, pero fracasa. José Luis tiene ideas revolucionarias y se involucra con los alzados, pero el desorden irrumpe a través de dos bandidos: los hermanos Úrsulo y Rogelio Torres, que invaden y destruyen la hacienda de los Castro, matando al padre. En tiempos de caos, José Luis, apremiado por la urgencia, no encuentra apoyo de los revolucionarios y se otorga justicia por mano propia, a la vieja usanza, colgando al ya difunto Úrsulo, con lo que sobreviene la vendetta: Rogelio secuestra a Esperanza y a su hijo recién nacido y José Luis se entrega, para ser fusilado por los falsos revolucionarios. Las ideas progresistas ceden ante la fuerza del destino. Flor silvestre empieza con una mención al agrarismo, mención por demás ambigua: Esperanza observa con su hijo los campos que eran de los Castro. Ella es vieja y el muchacho es un cadete militar. Siguiendo una estructura cara a Fernández, la introducción remite al pasado, y con un flash back se da cuenta de la historia. Este recurso fílmico introduce la distancia con el espectador y propicia la reflexión sobre el tema a narrarse. Esperanza habla al hijo y le cuenta su historia, que será la película, mientras observan los grandes y apacibles campos del Bajío en panorámica. Sus figuras se observan pequeñitas al fondo, para destacar el paisaje, y acto seguido en primer plano para mostrar sus rasgos. Ella dice:
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Eran muchas tierras para una sola familia. Los amos podían recorrerla de día y de noche, sin llegar a sus límites. Otros, en cambio, no tenían nada. Sin embargo nadie puede vivir sin un pedacito de tierra. El amor a la tierra es el más grande y el más terrible de todos los amores. Eso no lo sabía yo entonces. Fue preciso que vinieran los días dolorosos para que aprendiera que todo por lo que luchan los hombres se reduce a la posesión de la tierra
El final, otra vez en el escenario del inicio, la madre declara que “sobre el sacrificio de hombres como tu padre se levanta el México de hoy”. La lucha por la tierra es, entonces, el eje bajo el que se ordena todo el film, que le da un sentido a las anécdotas que en el se narran. Enamorada y su versión norteamericana The torch of beloved (1948), es una comedia que muestra los ideales del general zapatista José Juan Reyes (Pedro Armendáriz), que ha tomado Cholula y ha sido vencido en amores por la rica heredera Beatriz Peñafiel (María Félix). Los discursos explícitos del general a favor de la justicia social, el fomento de la educación, el agrarismo, son contundentes, pero para simplemente plantearse requieren de los fusilamientos y del saqueo. La narración pone el énfasis en los problemas amorosos de los protagonistas: la lucha entre las clases sociales y la simpatía de Fernández por el zapatismo se disfraza de problemas de índole amorosa. Una cita de amor sucede en 1910 y muestra las tensiones entre el gran hacendado de Bellavista, Don Mariano (Carlos López Moctezuma) y el ranchero Román (Fernando Fernández), dueño de Bramadero, dando cuenta de un problema añejo que también tenía peso en el momento de su factura: la tensión entre la pequeña y la gran propiedad. La cinta incluye escenas del reparto agrario que realiza Román, convirtiéndose así en una especie de Zapata, y del empleo eventual de los campesinos sin tierra por parte del hacendado. En el plano manifiesto, los problemas entre los dos propietarios son por el amor que existe entre Román y Soledad (Silvia Pinal), la hija del terrateniente, que provoca el asesinato del muchacho. Lo anterior es una me-
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táfora romántica, porque en el cine del Indio, la mujer se identifica con la naturaleza y con la tierra, por su carácter reproductor y nutricio, y su posesión y dominio corre a cargo del sector masculino.49 Así, en este film las escenas del problema agrario tienen un contrapunto con las amorosas. Un día de vida es la película que mejor expresa los ideales agrarios de Emilio Fernández en la figura del coronel Lucio Reyes (Roberto Cañedo), fusilado por protestar ante Carranza por la muerte de Zapata. Su criado Pomposo (“Nanche” Arozamena) dice que el “[...] sólo soñaba con México y la libertad pa'l pueblo, la justicia y la tierra pa'l probe”, es decir, parecía un enviado del progreso. El encargado de darle muerte era su amigo de infancia, Felipe (Fernando Fernández), que le concedió la gracia de celebrar el santo de su madre, mamá Juanita (Rosaura Revueltas), que había perdido ya a cuatro hijos y a su marido a causa de la Revolución. Este día de gracia Lucio, el quinto y último que le quedaba, baila con ella, se emborracha, canta y también se enamora, pues conoce a Belén Martí (Columba Domínguez), periodista cubana con quien no tendrá tiempo de entablar una relación amorosa. Aparentemente el móvil de Lucio era el progreso y la justicia social, pero hay en esta cinta un tono peculiar. Se repite constantemente una frase precisa: “Todo sueño que se levante tiene que alimentarse con sangre”. Emilio García Riera destaca el peso del sacrificio ritual en el cine de Fernández.50 En esta película los discursos sobre el agro adquieren una dimensión ritual ante la inminente muerte del héroe. La solemnidad es manifiesta y el pago en sangre constantemente mencionado. Cuando Belén observa un estandarte zapatista, una voz en off da cuenta de sus pensamientos: 49
Ver Julia Tuñón, Los rostros de un mito. Personajes femeninos en las películas de Emilio indio Fernández, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Mexicano de Cinematografía, 2000. 50 Emilio García Riera, Historia documental del cine mexicano, México, Universidad de Guadalajara, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Mexicano de Cinematografía, 1993, vol. V., p.174.
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Tierra y Libertad. Ahora sé porque los grandes sueños de los hombres son imperecederos, porque en cada tumba de mártir se levanta cada vez más fuerte la vida [...] [ve el retrato de Zapata] seco y duro tiene que ser el heroísmo, como las vetas, para seguir manando eternamente fulgor. Y es ley que todo sueño que se levanta tiene que alimentarse con sangre.
Una vez Belén conoce a Lucio y se enamora de él, intenta infructuosamente soluciones para que no lo fusilen: le propone, ruega, llora. A Lucio se le ha prometido el indulto si se retracta públicamente de su posición. Belén pregunta: “¿de qué sirven las ideas si no hay hombres que las defiendan?”, haciendo gala de gran sentido práctico, pero el coronel no se deja convencer: parece inundado de espíritu de sacrificio. Contesta que “Los grandes derechos no se logran con lágrimas, sino con sangre”. También el criado Pomposo hace lo que puede, pero Aurelio es inflexible: no actúa en el terreno del razonamiento sino en el de lo insondable, y los rituales de sangre son el símbolo de una realidad que permanece oculta. En la búsqueda del cambio, del progreso, se esconde una lucha que rebasa lo político, que nos hace preguntarnos cuál es el verdadero enemigo a vencer. Como último acto de su vida, Lucio Reyes realiza lo que le parece un acto de justicia: la conversión de su propiedad en ejido y la entrega de los títulos a sus peones. Volveremos sobre esta escena después. Emilio Fernández toma partido por los ideales de Zapata, pero en todos sus filmes de tema revolucionario vemos que la confusión de los bandos es explícita y el sacrificio de los ideales se impone: Lucio Reyes es fusilado por su mejor amigo. Un dorado de Pancho Villa (Traición sangrienta) significa un balance de sus ideas: Aurelio Pérez (Emilio Fernández) vuelve a El Nacimiento, su pueblo, que estuvo dividido entre villistas y carrancistas durante la Revolución. Regresa después de la rendición de Villa y encuentra que el viejo cacique Gonzalo (Carlos López Moctezuma) arrebató las tierras a todas las viudas del pueblo y se convirtió en dueño de casi todos los negocios, pero además se casó con su antigua novia:
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Amalia (Maricruz Olivier). Aurelio no intenta cambiar las cosas y sólo busca la paz: llega cansado y desilusionado, como lo están todos: Una comparsa dice: “¡Doce años de lucha! ¿Pa'qué!. ¡Qué caros costaron los sueños de Don Venustiano Carranza!” Para colmo, Aurelio es acusado del asesinato del cacique y de su exnovia, que se habían matado mutuamente y huye a las montañas con la también villista Dolores (Sonia Amelio) para organizar un grupo guerrillero que esgrime las ideas de justicia social no alcanzadas en el conflicto de 1910. Hasta “El Centauro del Norte” expresa su arrepentimiento por haberse retirado de la lucha. Aurelio será asesinado cuando vaya al pueblo para casarse con Dolores y así, la inercia seguirá su curso: la guerrilla tampoco era el camino... La Revolución aparece como el escenario del caos y del dolor: la demanda de la tierra es una invocación siempre mencionada, retóricamente expresada, asociada a la crueldad de los caciques, a la pobreza y a la injusticia que sufren sus héroes. El idealismo de ellos es palpable y valorado por Emilio Fernández pero, ¿tendrá resultados?, ¿valdrá la pena el sacrificio? Cuando las películas cuentan historias que suceden tiempo después, cuando pueden verse las consecuencias de la guerra y quizás el triunfo de los ideales que provocaron tantos dolores, observamos una ambigüedad: los discursos explícitos dan cuenta de los logros revolucionarios, pero en la trama vemos una serie incontrolable de desgracias que acontecen a sus personajes y la vigencia de una serie de inercias que no se explican, pero que se mantienen desde siempre. Se nos muestra que, años después de consumada la Revolución, el tema no se ha resuelto: la tierra no se ha repartido y la injusticia se mantiene. Algo similar establece Emilio Fernández con otros temas de su cine: el indigenismo, la educación,51 el problema de la salud. A pesar de que la 51
Para el caso de la educación ver Julia Tuñón, “Una escuela en celuloide. El cine de Emilio 'Indio' Fernández o la obsesión por la educación” en Historia mexicana, vol. XLVIII (2), Núm. 190, México, Oct-Dic, 1998, pp. 437-470.
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historia fílmica se regodea en los discursos, que tanto gustaban a nuestro director, el relato los hace huecos.52 Decía Emilio Fernández: “nosotros no hemos cambiado, desde el tiempo del porfiriato, es la misma jeringa con distinto bitoque, como dicen”.53 Así, de una manera oblicua, critica lo que tanto exalta. No lo presenta abiertamente en sus filmes porque está conciente de que hacerlo es riesgoso, ya que “[...] en el cine no le aguantan a uno todo...la crítica... el gobierno no se lo aguanta a uno. Entonces hay que salpicarle con cosas pequeñas y dramáticas y velar un poco para que ellos sientan que no es una cosa deliberada que estamos criticando”,54 para no correr riesgos de que las cintas sean enlatadas. Así, en una primera lectura de este cuerpo de películas, observamos algo que parece complacencia y retórica ante la modernidad y los logros de la Revolución, pero al atender los relatos, este discurso adquiere tonos subversivos. Este sutil espíritu crítico de Emilio Fernández fue entendido como tal en su tiempo, y por eso, filmes como Las abandonadas o Río Escondido fueron muy criticados y en algunos casos tuvieron que pasar por trámites extraordinarios para su exhibición.55 Sin embargo, es claro que se trata de una representación superficial del agrarismo, sin densidad teórica o programática. Pueblerina narra la historia de un ranchero enfrentado al cacique del lugar. Aurelio (Roberto Cañedo) intentó matarlo por violar a su novia y pasó seis años en prisión. Al volver observa su pueblo y una voz en off nos dice lo que escucha: 52
La historia es lo que se cuenta, las anécdotas que se narran y el relato, los significados que se expresan en lenguaje cinematográfico y las omisiones e incoherencias de las tramas. Ver Pierre Sorlin, Sociología del cine. La apertura para la historia del mañana, México, Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Sociología), 1985, pp. 137-138. 53 Tuñón, En su propio espejo..., p. 85. 54 Idem. 55 Ver las notas referentes a estas películas en Emilio García Riera, Emilio Fernández (1904-1986), Guadalajara, Universidad de Guadalajara, CIEC (Cineastas de México: 3), 1987.
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“No importa que vengas marcado. La tierra es la primera madre y ¿acaso a una madre le importa que su hijo venga de purgar una condena?” El vuelve dócil al pueblo, quiere casarse con Paloma (Columba Domínguez), y alega al presidente municipal: “vengo a trabajar en paz mi pedacito de tierra. Aquí nací y esta es mi tierra, como es tuya o de quien la trabaja, y yo he venido a trabajarla”. Se encontrará con la animadversión de los caciques que habrán de marginarlo. Esta película plantea los problemas de la distribución y la compra de las cosechas. Los caciques eran los únicos que lo hacían y ofrecen a Aurelio doce pesos por carga de maíz, pero Aurelio decide vender sus productos fuera del pueblo, y la reguladora le da veinticinco pesos por carga de maíz y treinta por la de frijol. El cacique comenta que su ejemplo cunde en el pueblo. Seguramente era lo que quería el Indio, que su ejemplo cundiera entre los espectadores que hipotéticamente sufrían situaciones similares. Volveremos sobre esta cinta después. El impostor muestra el problema de la tierra de una manera precisa. Basada en El gesticulador de Rodolfo Usigli, la película muestra como César Rubio (Pedro Armendáriz), un profesor de historia expulsado de la Universidad por apoyar a un movimiento estudiantil, regresa a su pueblo, con su esposa Elena (Amanda Ledezma) y sus hijos, con la intención de trabajar la tierra y vivir de ella. Pronto se percata de los largos vicios del medio rural: el caciquismo y la falta de agua que le permite mostrar una de sus escenas recurrentes: al viejo vencido que abandona desesperanzado la tierra, porque no encuentra en ella sustento. Rubio es confundido con su primo homónimo, héroe del lugar que murió asesinado y decide suplantarlo con dos propósitos: sacar provecho para él mismo y procurar la justicia social por la que su primo había muerto. Lo significativo es que intentar esa lucha a mediados de siglo muestra, de manera oblicua, el incumplimiento de las promesas que desvelaron a los revolucionarios. Si bien el film no incurre en la crítica directa, al marcar la desatención a la justicia social por parte del Estado marca su fracaso.
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Siempre tuya inicia con las tribulaciones de Ramón (Jorge Negrete), un campesino mediero, ante la tierra seca de su solar nativo en Zacatecas, cuando el dueño le informa que prefiere vender su tierra y sus animales. El hombre planea irse como bracero a los Estados Unidos: Cuando la tierra no da para malvivir y es inútil seguir luchando, hay que abandonarla [...] por eso se han ido a trabajar de braceros los más hombres y se siguen yendo todos los días [...] ¡para que se es hombre entonces!, ¿para quedarse llorando de lo que no tiene remedio?
Su esposa Soledad (Gloria Marín) no está de acuerdo. Volveré sobre esta escena después. Emilio Fernández culpa al problema rural, no resuelto por los gobiernos postrevolucionarios, del problema de los braceros y del desmesurado crecimiento de las ciudades, a donde los campesinos sin tierra sufren tanto como sus protagonistas en esta película. Es claro el diálogo con su contexto. El campo no es en Fernández el paraíso idílico de las serenatas, las fiestas con grandes ollas de mole y papel picado, las cocinas con jarritos de barro. En sus películas es el terreno preciso de la tragedia. Da cuenta de la lucha por la tierra y también de su fracaso, de la vigencia de la injusticia: es el territorio de la adversidad. Cabe marcar que el paisaje tiene en sus películas una dimensión extraordinaria, especialmente en aquellas fotografiadas por Gabriel Figueroa, con su habitual maestría técnica. Vemos campos secos y frondosos, pero todos comparten el cielo cargado de nubes, un encuadre propio y un clarobscuro que en mucho debe al cine de Eisenstein. El Indio Fernández se entretiene en mostrar los trabajos del agro: la siembra, la cosecha; el gesto de pesar ante la sequía o de gusto ante el buen año que se avecina: ¡hasta los villanos de Pueblerina son capaces de expresar este gozo! En sus cintas las labores adquieren un sentido ritual y la cámara las muestra demoradamente, casi con carácter documental.
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La tierra de los ancestros ¿Por qué fracasaba en las películas de Emilio Fernández el agrarismo? A pesar de la esperanza de los protagonistas, de su honestidad y sinceridad, de su belleza física que da cuenta de la de su alma, la fatalidad se ensañaba en esos seres ávidos por progresar y ser felices. Es claro el desencanto de Emilio Fernández respecto a la Revolución y a los gobiernos posteriores, pero en el caso de su cine creo que hay algo más allá de la crítica a las políticas oficiales, por otro lado tan discretas que hay que verlas por el envés de sus historias explícitas. En una primera mirada el discurso de Fernández parece ser muy rígido, pero al analizarlo destacan textos plurales y contradictorios y es necesario leerlos en varios niveles. Una de las señas de identidad de sus filmes es una tensión entre la tradición y la modernidad que rebasa, en mucho, esta temática típica del cine institucional. Responde a dos formas de vida que se dan simultáneamente, pero que derivan de dos conceptos no integrados entre sí y en perpetuo conflicto. En sus películas, el Indio, muestra dos conceptos de México, empalmados y sin posibilidad de solución. Por un lado aparece un país moderno que aspira al progreso y a la modernidad, pero siempre los intentos que con este propósito realizan sus héroes parecen resbalar frente a un México ahistórico, esencial, eterno, sagrado por intocable, que sólo se puede atisbar indirectamente a través de símbolos y de síntomas. El tiempo en él no corre en forma lineal ni tiende al futuro, sino que es cíclico, como el de la naturaleza y lo caracteriza la repetición, como en las labores agrarias en que a la siembra sigue la cosecha para volver a empezar.56 Los protagonistas aparecen 56
Julia Tuñón, “Emilio 'Indio' Fernández. Un regard derriere les grilles”, en Paulo Antonio Paranagua, Le cinema mexicain, pp. 213217; Tuñón, Los rostros de un mito...; Sus ideas recuerdan mucho, sin poderse homologar, a las que plantea Guillermo Bonfil en su libro México profundo. Una civilización negad, México, Centro Nacional de la Cultura y las Artes, Grijalvo (Los Noventa), 1990.
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identificados con esta naturaleza, son parte de ese paisaje soberbio, están inscritos en sus designios, pero al mismo tiempo intentan escapar de esta vocación de naturaleza que los agobia. Se trata del dilema entre la libertad y el destino, pero las tramas del Indio se encargan puntualmente de demostrarnos que no hay salida posible. Me parece que, en esa tensión, se expresa también la que existe entre las ideas de índole agraria a las modernas necesidades en la vida urbana. El tema del agro es uno de los elementos medulares de este tránsito. Emilio Fernández muestra el concepto tradicional: la tierra le decía a Aurelio, en Pueblerina que era su primera madre. Efectivamente aparece en estos filmes como el ámbito de los ancestros, que tiene en ella el reposo de los muertos y por ende las raíces de los seres humanos: la tierra madre a la que pertenecen sus héroes, que como las plantas son parte de la naturaleza. Ante esta perspectiva, la mirada del agrarismo, que implica un proyecto político y una voluntad de cambio resulta superficial: la tierra, nos dice en forma sesgada nuestro director, es mucho más que eso, como es también mucho más que una mercancía, como quería el capitalismo agrario de los años en que filma. El fracaso del agrarismo en sus películas no tiene que ver con su deseo de justicia social. Más allá de la desconfianza de Emilio Fernández en los logros de la Revolución, el fracaso se debe a que su mirada está moldeada por una mentalidad rural, en la que los seres humanos participan de la naturaleza como de su propia materia y, más allá de su ansiedad por la justicia están inmersos en una realidad avasallante que se los impide: es el mundo del destino el que se impone al de la voluntad. La injusticia en la propia tierra puede ser dura, sin embargo el destierro es el más agudo dolor para quien está inscrito en la naturaleza. En María Candelaria (1943) el protagonista, Lorenzo Rafael (Pedro Armendáriz) piensa abandonar su pueblo ante la sucesión de desgracias que agobian a su novia, pero precisamente ella lo disuade: “Esta es nuestra tierra: mira que negra y que suave... ¡Cómo queres que nos váyamos! [...] no nos queren, pero los fuereños son peor”. En Pueblerina, Aurelio había de-
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clarado ser como “esos volcanes que Dios puso ahí y que nadie ni nada puede mover”. Cuando le sugieren que se vayan para preservar la armonía, le dice a Paloma: ¿Irnos de nuestra tierra que es todo lo que tenemos?, no, Paloma. Aqui nos quedamos como las raíces de nuestro maíz [...] La tierra somos nosotros, todo lo que somos está ahí, en esos surcos. Lo que sembramos ahí no es sólo maíz y frijol. Sembramos nuestro corazón.
Los volcanes son como las raíces de las plantas, como las pirámides de Un día de vida, que veremos. También en Flor silvestre observamos esta asociación de los seres humanos con la tierra: los peones pasan a pedirle permiso al amo, Don Francisco Castro para seguir a José Luis, que ha peleado con su padre por tratar de cambiar el orden social. Ellos declaran su amor y lealtad a la hacienda, pero agregan: Semos talmente como el trigo y el máiz que dan estos surcos [...] todavía pior, semos como esos árboles que están ahí afuera, que nada ni naiden puede arrancar. Pa'quitarlos de ahí, pos sólo a hachazos [...] Mire mi amo, las ráices que crecen juntas no se separan nunca, nunca, nunca, y nosotros con el niño José Luis semos como ráices de las cuales la más fuerte jala a las otras, y por eso es que vamos a servirlo como lo hemos servido toda la vida, digo, contando siempre con la licencia de su buena merced.
Nada más lejano a los cambios que podía procurar la historia y al discurso de libertad e independencia esgrimidos por el amo José Luis, el joven revolucionario lleno de ideales. En el discurso de sus criados, ellos otorgan a las relaciones sociales una eternidad biológica, de carácter natural incuestionable. Es de destacar que el señor. Castro reacciona de la misma manera llegado el caso. Cuando los bandidos llegan a su tierra y él puede todavía abandonar la hacienda y salvarse se niega y contesta a quien se lo propone: Aquí está mi vida y aquí están mis muertos. No en balde pertenecemos al campo. Somos como esos árboles que nada ni nadie pueden arrancar, porque tienen las raíces muy hon-
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das, se los acaba sólo a hachazos. Aquí esperaré lo que venga, lo que Dios nuestro señor tenga dispuesto.
Más allá de las clases sociales, más allá de la lucha entre ellas se encuentra esa identificación con la naturaleza. También en Un día de vida, en el reparto del ejido hay una asociación entre la tierra y las personas. Lucio Reyes declara solemne en la secuencia de la entrega del ejido que ya mencionamos: Todos ustedes son Cieneguilla y aquí han nacido. Pertenecen a esta tierra como los árboles y las piedras de esas pirámides [estaba cerca de Teotihuacán] La han trabajado como medieros durante muchos años. Aquí han nacido sus hijos y sus nietos y están enterrados sus muertos. Todos ustedes son Cieneguilla, y mientras haya niños de su propia sangre que retocen y jueguen en estos milpales Cineguilla no morirá, porque la tierra es para trabajarla y para que lo entierren a uno.
El encuadre de esta escena es interesante. Escucha la noticia un grupo amorfo de peones cabizbajos, que parecen tan sólo un conjunto de sombreros; la escuchan en silencio y no acompaña a la escena ningún tipo de música. Son enfocados de espaldas, sin posibilidad de distinguir sus facciones, de que el espectador los convierta en individuos, por lo que parecen más cercanos a cosas o figuras inanimadas. Están presentados como un bloque humano, que no regatea el protagonismo de su benefactor. En primer plano, vemos a la muchedumbre de espaldas y al fondo de cara a la cámara, enmarcados por una puerta que parece un nicho, aparecen con actitud solemne y rígida la madre y el hijo, flanqueados por Felipe y Belén, que aparecen de perfil como figuras protectoras, sin moverse apenas, en actitud de firmes, en una toma de ligera contrapicada que exalta a los cuatro y los presenta en postura militar, tiesos al grado de parecer un conjunto escultórico. Ciertamente la vocación de monumento aparecía en el patriótico heroísmo de los protagonistas de este film. Los héroes quedaban santificados en el altar de la
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patria mientras los beneficiados aparecían subsumidos como una materia inerme y homogénea. En Siempre tuya, Soledad, la esposa de Ramón, se hace vocera del concepto de contigüidad entre los seres humanos y la tierra. Ella no ha tenido hijos en cinco años de casada, los mismos cinco años de sequía en que la tierra no ha dado cosechas. En la noche ella echa las tortillas, hincada en el piso, y ruega a Ramón que no se vaya de bracero. Esta escena está tomada en picada, de manera que ella se confunde con la oscuridad del piso de tierra. Le dice: No, al otro lado no, no quisiera que te mataran a balazos. Tampoco quisiera que abandones la tierra. Aquí están nuestros muertos, y los muertos son como las raíces que sostienen el árbol a pesar de todo. El cristiano no es viento para ir de aqui pa'llá.
Ya tendrá tiempo Ramón de arrepentirse por no seguir sus consejos e ir a la ciudad de México, en donde sólo encuentra marginación y el desamparo común en esos años de emigración. En el final feliz, cuando la pareja retorna a su tierra, Soledad está embarazada y además ha comenzado a llover. Para concluir Así, el Indio Fernández tiene un discurso contradictorio. Por un lado sus ideales son propios de la modernidad, al buscar que el cine cumpla los designios del progreso, los propósitos de la Revolución Mexicana, de la justicia social y el anhelo del agrarismo, pero, por el otro, su mentalidad agraria lo rezaga: Usted no puede detener el progreso, el desgraciado progreso nos ha arruinado, nos ha quitado toda forma de ser, hasta nuestro espíritu nacional [...] Por eso yo sigo a la antigua. Digo, puedo porque yo me baso en el drama rural y la cosa rural ha sido... igual, siempre, siempre.57 57
Tuñón, En su propio espejo..., p.77.
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Por un lado, el hecho de mostrar encarnados en las estrellas fílmicas los problemas que vivían los más pobres, implicaba divulgar a grandes audiencias su credo de justicia social, pero, por el otro, en el desarrollo de sus tramas la tradición gravita, avasalla y se mantiene porque en el campo, según El Indio todo es “igual, siempre, siempre”. En un momento de Un día de vida, un personaje dice: “Qué significa Zapata, Villa, Carranza frente al destino de México”. Sí, es claro que México rebasa la lucha por el cambio, refiere a un principio mayor y de ahí el carácter ritual de esta película. En sus filmes se hace explícita una tensión entre valores residuales, dominantes y emergentes. A las políticas oficiales de desarrollo capitalista en el campo opone tanto los principios de justicia agraria, no cumplidos, cuanto los valores residuales, vigentes aunque desfasados de la nueva realidad social, los que tenían en la tierra el valor simbólico de ser la materia que vincula a los vivos con sus muertos. La tierra no era entonces ni una mercancía ni motivo de disputas políticas. Las películas de Emilio Fernández proponen la lucha revolucionaria, pero entre imágenes y entre líneas a lo que accedemos es a la lucha de sus protagonistas ante una esencia nacional omnipotente y avasallante que les niega cualquier propósito de cambio. Así las cosas, los cambios eran superficiales y parecían resbalar sobre las eternas estructuras nacionales, tan sólidas como los volcanes o las pirámides, tan necesarias como el maíz. La lucha agrarista, encauzada por la Revolución, apenas incide en la realidad: pesa más la inercia, que es de índole natural. Contradicciones como esta probablemente existían en muchos mexicanos de esos años, que observaban sin compartir las medidas gubernamentales. En las películas de Emilio Fernández la Revolución fue la comadrona que habría de dar a luz al progreso, pero sólo pudo alumbrar un fracaso, y con él reafirmar la eternidad y la esencia feroz de México.
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El fracaso de la justicia social y el derecho a la salud en México (1917-1920) Beatriz Lucía Cano Sánchezx Introducción En la Constitución de 1917, emitida por el gobierno de Venustiano Carranza, se impulsó la transformación de diversas instituciones públicas, a fin de proporcionarles una mayor eficacia en sus funciones, principalmente, sanitarias.1 Un ejemplo de ello fue el Consejo de Salubridad General antes, Consejo Superior de Salubridad, institución que sufrió modificaciones en su estructura, y que fue una dependencia perteneciente del Departamento de Salubridad Pública. De ser una institución que administraba las políticas sanitarias de la ciudad de México y de los principales puertos de la república mexicana, se convirtió en el organismo encargado de dictaminar las políticas de salubridad nacionales. Dicha institución comenzó su vida con serios tropiezos. En 1919, la opinión pública la consideraba una institución “corrupta” y que no cumplía con los objetivos para los que había sido diseñada. Uno de los principales portavoces de tan acérrima campaña fue el periódico El Heraldo de México, que anunciaba que iba a realizar una campaña a favor de la “moralización” x
Dirección de Estudios Históricos, INAH. Durante el porfiriato los problemas sanitarios estaban centrados en la Ciudad de México. La situación cambió hasta la Constitución de 1917, cuando se llevaron a cabo los controles sanitarios por toda la República Mexicana.
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de las instituciones públicas. Desde la perspectiva de este medio impreso, el gobierno de Carranza no había cumplido con la labor de vigilar la actuación de cada una de las instancias gubernamentales. Es por esta razón que no se habían denunciado las anomalías que realizaban las autoridades del Consejo. Entre las cuales se encontraba el desvío de fondos y, sobre todo, el incumplimiento de las tareas para las que había sido fundada. Una prueba de ello era la ineficacia que se había mostrado para controlar las enfermedades contagiosas, las cuales habían rebasado a la institución y ponía en grave riesgo la salubridad pública del país. La polémica que se generó entre el Consejo General de Salubridad y el Heraldo de México, da pauta para plantearse cuáles pudieron ser las razones que ocasionaron el enfrentamiento. Es pertinente preguntarse si el gobierno carrancista contaba con una política que garantizara el acceso a la salud de toda la población. Al parecer Carranza buscaba fortalecer el centralismo presidencial, por lo que la salud y la enfermedad funcionaron como armas políticas, es decir, como elementos de una política de control del estado que hacía caso omiso de los compromisos sociales y de los derechos más elementales del individuo. Desde esta perspectiva, sería interesante preguntarse si el proyecto sanitario de 1918 cumplía con el objetivo de conseguir el centralismo político. Ante este panorama es importante preguntarse ¿En dónde predomina el derecho a la salud y quienes tienen la posibilidad de acceder a él? ¿Estaba el país preparado para implementar una política eficaz de sanidad y de abastecimiento de medicinas? Por otro lado, las notas periodísticas del Heraldo se pueden considerar como artículos amarillistas o en realidad reflejaban una situación deteriorada. ¿Eran elucubraciones de una propaganda sin fundamento? ¿Las evidencias eran suficientes para acusar de inoperante el Consejo? ¿Qué nombre se le daría a este periodo histórico dónde los juegos políticos contribuyeron a minimizar el derecho social a la salud? En este trabajo, buscaremos dar respuesta a algunas de estas interrogantes o bien, éstas generaran líneas de investigación.
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Antecedentes históricos La primera institución encargada de regular la salubridad pública fue el Protomedicato, institución fundada por Francisco Hernández, médico personal de Carlos V que arribó a la Nueva España en misión científica. Esta institución funcionó hasta 1841, año en el que la Junta Departamental de México creó el Consejo Superior de Salubridad con la intención de abatir enfermedades infecciosas. La epidemia de cólera de 1833 había evidenciado la poca efectividad del Protomedicato. La Junta Departamental había establecido que el Consejo debía ocuparse de la contención de las epidemias, así como de la “autorización y vigilancia del ejercicio de profesiones médicas y paramédicas”. Las atribuciones del Consejo fueron delineadas con la promulgación del Código Sanitario de 1891, en el cual se estipulaba que este organismo podía imponer cuarentenas en mar y tierra, proponer medidas para impedir la propagación de epidemias, cuidar de la calidad de los alimentos y resolver las consultas sobre higiene que le hicieran las instituciones federales y estatales. El Código también establecía que la injerencia del Consejo en la organización del servicio sanitario nacional sería de dos tipos: local y federal. En este punto es importante señalar que el Consejo podía dictaminar políticas sanitarias para el Distrito Federal y los territorios federales, pero no podía implementar un plan de salubridad general para el país. En la constitución de 1917 se buscó modificar esa situación y se dictaminó que el Consejo podía diseñar políticas sanitarias de alcance general. Sin embargo, el cambio de nombre de una institución no significa modernidad, punto que puso en evidencia El Heraldo de México. La polémica entre el periódico y el Consejo nos permite ver las disputas de espacios y los intereses económicos que giraban en torno a una institución que buscaba consolidarse como una opción sanitaria nacional.
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La polémica entre el Consejo y la campaña “moralizadora” En 1919, El Heraldo de México inició su campaña de “moralización pública” y su primer “víctima” fue el Consejo de Salubridad General. En varios artículos se puso al descubierto algunas irregularidades que acaecían en ese lugar. La investigación del periódico mostraba que las autoridades del Consejo se estaban enriqueciendo, debido a la desviación que realizaban de los fondos que deberían ingresar a las arcas de esa institución. La institución obtenía fuertes ingresos por concepto de las multas que levantaban los agentes sanitarios del Consejo a los comerciantes que “vendían productos en mal estado” (sic). A mediados de 1919, las sanciones decrecieron hasta en un cincuenta por ciento. Aunque no se especificaban las cantidades, el periódico señalaba que las entradas por concepto de infracciones eran muy elevadas, pues había pocos establecimientos comerciales que mostraba una calidad aceptable en la elaboración de sus alimentos. Se decía los mexicanos consumían alimentos mal regulados en su calidad y nadie había puesto algún empeño en atacar esas prácticas nocivas para la salud, lo que indicaba que no había claridad en las políticas que fortalecieran “el derecho a la salud” como prevención. El periódico mencionaba que la desviación de recursos era obra del secretario del Consejo Eduardo Aragón y de su cuñado el señor Fernando Toro, quien fungía como inspector del mismo organismo y jefe de la sección quinta. La maniobra que seguían estos dos personajes era la siguiente. Se levantaba una multa por cualquier motivo. El comerciante acudía al Consejo para tratar de que se le disminuyera el cobro. Al pasar a revisión la multa, se le informaba al interesado que no había posibilidades de que se le revocara la sanción. Así, estaba condenado a pagarla. Al salir de las oficinas, unos hombres le decían al infractor que ellos conocían a una persona que le podía ayudar a que su multa quedara sin efecto. Ante ello, el infractor concurría al despacho de Toro que se encontraba a unos cuantos pasos de las oficinas del Consejo. El señor Toro se comprometía a anular la multa a cambio de que se le diera la tercera parte del importe total de ella. Cuando el co-
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merciante accedía, Toro se dirigía a su cuñado y después al jefe de la oficina de multas Fortunato Aguirre. Este procedimiento llevaba sólo media hora para ser resuelto. Al otro día se presentaba un documento del Consejo en el que se declaraba que la multa quedaba sin efecto. Ese dinero ya no entraba a las arcas de la institución, pero sí a la bolsa de los hombres implicados. Según el periódico, se podía calcular que los citados señores recibían mil pesos diarios como producto de las multas derogadas.2 Cabe señalar que antes estas acusaciones, el doctor Aragón dirigió una carta al periódico para mostrar pruebas que desmentían los cargos que se le imputaban. El doctor señalaba que no existían “esas supuestas irregularidades” que había señalado el periódico. La institución había decido actuar con mayor tacto para no dañar a los comerciantes, quienes nunca estaban de acuerdo con lo que se les cobraba en las infracciones. En lo que respecta a Fernando Toro, el doctor Aragón señalaba que este personaje no hacía ningún daño a nadie y sí mucho bien, pues le ahorraba tiempo y molestias a los multados. Pese a la carta, el periódico no disminuyó la fuerza de sus ataques. Unos días después, se denunciaba que el Consejo Superior había olvidado que su misión era salvaguardar la salud de los habitantes. Ello se manifestaba en el hecho de que las autoridades permitieran, por ejemplo, la venta de leche adulterada, sin que los lecheros tuvieran el temor de ser sancionados. En cambio, los que producían una leche de alta calidad recibían multas que hacían que su negocio fuera en picada. Este lamentable asunto corroboraba, según el periódico, que había un desquiciamiento moral acompañado de una ola de corrupción que amenazaba a toda la sociedad.3 Lo peor era que nadie reclamaba ante la posibilidad de 2
“Graves irregularidades en el Consejo Superior de Salubridad. Hay quienes se enriquecen con las multas que se cobran por infracciones”, en El Heraldo de México, México, 12 agosto de 1919. 3 “El affaire del señor Toro y de las vacas. En México no se toma leche pura y la culpa esta en las oscuras combinaciones de los lecheros”, en Ibidem, 13 de agosto de 1919; “Nuevos casos en lo del Consejo Superior de Salubridad: las irregularidades se hacen cada vez más patentes.
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tener un pueblo enfermizo, gracias a la mala calidad de los alimentos que tomaba. El Heraldo observó que su campaña moralizante fructificaba, pues el presidente de la República había mencionado que existía la posibilidad de cambiar a los jefes de departamento implicados en el espinoso asunto de corrupción. La intervención del presidente fue aplaudida por la prensa y por los comerciantes. Estos últimos se mostraban complacidos por el apoyo del ejecutivo que les permitía no subir los precios de sus productos lácteos, al buscar una salida a las pérdidas que les causaba las cuantiosas y constantes infracciones impuestas por el Consejo. Por otro lado, también se informó, por medio de la prensa, que los doctores José María Rodríguez y Eduardo Aragón habían determinado cesar a todos los agentes ad honorem que pertenecían al Consejo y que eran los causantes materiales de tan mencionada corrupción. Pero, como es práctica común en México desde tiempos inmemoriales, esta medida no castigaba a los autores intelectuales, es decir, a las autoridades superiores que planearon las acciones. De ello da prueba el mismo periódico, pues señalaba que esa medida no resolvía el problema de la corrupción. Por el contrario, sólo servía para castigar a los individuos que tan explícita y llanamente habían proporcionado información sobre las irregularidades imperantes en el Consejo. Sin embargo, la ciudadanía recibió con beneplácito esta medida, pues con ello se eliminaban a unos agentes que cometían innumerables atropellos, entre los cuales se encontraba levantar infracciones injustas, llevarse los alimentos en buen estado y recibir sobornos.
Un dueño de establos dice que esta dejado de la mano de Dios porque no puede pasar 100 pesos semanarios”, y “El comentario de hoy: otro Panamá”, en Ibidem, 14 de agosto de 1919. El periódico ejemplificaba esta situación al comparar a José Borel, dueño de una lechería que había recibido muchas multas, con Salvador Vega que no tenía ninguna pese a que la calidad de su leche era peor.
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El caso del opio Otra situación nada deleznable, sino por el contrario incriminadora y por demás condenatoria, fue el hecho de descubrirse un jugoso cargamento de opio en casa de Donaciano Morales, químico del Consejo de Salubridad. En la década de 1910, los fumaderos de opio se habían extendido por toda la ciudad. Tal actividad ilícita la había descubierto El Heraldo, quien decidió convertirse en un guardián social cuya misión era informar acerca de estos lugares. La incesante búsqueda del periódico le llevó a descubrir que en una bodega de la casa de Donaciano Morales, había un gran depósito de opio cuyo valor ascendía a 22 800 pesos. El hecho impactó a la sociedad pues el señor Morales ocupaba el cargo de químico en el Consejo Superior de Salubridad. El periódico decía que nadie podía negar que éste señor era honorable, pero la presencia del opio no lo deslindaba de responsabilidades. Aunque Donaciano Morales había señalado que la droga pertenecía a Luis López y Walterio Hermann, las indagaciones que hizo la policía mostraron que Hermann había obtenido un permiso del Consejo Superior que le autorizaba a vender la droga, con la única condición de que este señor encontrara una droguería que amparara la transacción. Esa droguería fue la de los laboratorios Grisi, misma que extendió una responsiva en la que se mencionaba que el estimulante se iba a utilizar con fines médicos. Hasta ese momento nada inculpaba a Morales, a no ser el hecho de que se hubiera encontrado el opio en su domicilio. Sin embargo, en la investigación se descubrió que el permiso que se le extendió a Hermann había sido obtenido por Manuel Morales, quien era hijo de Donaciano Morales.4
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“La policía encontró el lugar en el que se ocultaban el infernal jugo del sueño y de la muerte”, en Ibidem, 6 de agosto de 1919; “El proceso del opio”, en Ibidem, 9 de agosto de 1919; “Ayer declaró el señor Grisi en el asunto del opio y se aclaró que el hijo del doctor Morales había tenido participación en el negocio”, en Ibidem, 10 de agosto de 1919.
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Con ello se señalaba que había una “extraña coincidencia” en este hecho. El hijo pedía el permiso y el padre abogaba porque se diera. Ante esta imputación, el doctor Morales señaló que si bien era cierto que su hijo había tramitado los permisos para poder proceder a la venta del alucinógeno, ello no significaba que él tuviera alguna injerencia en el asunto. Era cierto que había participado en la discusión relativa a conceder el permiso pero su opinión no había determinado que se le diera la concesión. Si su hijo había obtenido el permiso fue gracias a su condición de particular y no por las influencias de su padre. Por su parte, el Consejo Superior se limitó a citar a Morales para conocer su opinión de todas las acusaciones que se le hacían. El doctor declaró que la mayoría de las imputaciones eran falsas, pues había rentado su casa sin saber cuál era la actividad que en ella se llevaba a cabo. Morales decía que, como su imagen había sido puesta en entredicho, ahora él iba a levantar una denuncia en contra de todos aquellos que lo acusaban falsamente como “encubridor del comercio de opio”.5 El periódico lamentaba que el Consejo Superior no hubiera tomado una acción enérgica en este caso. Ante este cuestionamiento, el Consejo señaló que en su legislación establecía que los delitos de orden penal sólo podían ser perseguidos por el poder judicial. Así, los únicos que podían juzgar el delito de Hermann eran el Procurador General de Justicia y el Juez Segundo de Distrito. En lo que respecta al castigo que se le debería imponer a la Droguería Grisi por su negligencia, el Consejo indicó que tampoco tenían competencia en el asunto. Por ello se abstuvo de practicar alguna diligencia o cateo, pues esta les correspondía a las autoridades judiciales. Al carecer de competencia judicial, el Consejo decidió hacerse a un lado para no entorpecer las investigaciones, ni invadir otras esferas de acción. El Consejo decía que ellos actuaban de manera correcta, pues no se les debería exigir que persiguieran delitos de orden común. Y 5
“El escandaloso proceso del opio”, en Ibidem, 12 de agosto de 1919; “El doctor Morales rindió informe al Consejo Superior de Salubridad”, en Ibidem, 26 de agosto de 1919.
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si la policía no cumplía con sus atribuciones, era un problema que los tenía sin cuidado, debido a que no eran culpables de que ese asunto se hubiera convertido en algo burocrático. 6 Los errores del Consejo en el combate de las epidemias Entre las muchas situaciones que sucedieron a raíz de la pandemia de influenza española que asoló al país durante 1918, se encuentra la reacción de la sociedad mexicana que mostró una profunda desconfianza hacia el Consejo Superior de Salubridad como institución solvente para aliviar dicha enfermedad. Recordemos que el Consejo había sido designado para mantener estrecha vigilancia sobre las enfermedades contagiosas. Si esta función había sido sobrepasada era lógico que se pensara en crear una institución que efectivamente resolviera esta problemática con mayor acierto. Aunque se debe reconocer que la influenza de 1918 fue un fenómeno epidemiológico sin precedentes en el país y casi ninguna estrategia resultó útil para neutralizarla. Después de esta experiencia, la sociedad en general se volvió presa de pánico; se pensaba que se iban a producir pandemias irresolubles. La crítica se acrecentó debido a los múltiples errores del Consejo. Con esa incertidumbre, la sociedad cuestionaba su funcionamiento y se planteaba la posibilidad de crear un verdadero órgano de salubridad que solucionara los problemas de salud. La presencia de la fiebre amarilla en Yucatán sirvió para iniciar otra serie de críticas contra el Consejo. Se deploraba la reducción del servicio sanitario en aquella entidad a un solo médico y dos ayudantes, mientras la epidemia avanzaba inexorablemente ante la insuficiencia de recursos humanos y 6
“El Consejo Superior de Salubridad”, en Ibidem, 7 de agosto de 1919; “La justicia sufre los efectos adormecedores del opio”, en Ibidem, 19 de agosto de 1919; “Había más opio en la casa del doctor Morales”, en Ibidem, 24 de agosto de 1919; “En el asunto del opio todo se vuelve papeles”, en Ibidem, 28 de agosto de 1919.
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materiales para detenerla. Los yucatecos criticaban a las autoridades federales por disponer políticas sanitarias desde el centro del país, sin que tomaran en consideración las condiciones de cada región. Además, tampoco habían proporcionado los recursos económicos suficientes para acabar por completo con la enfermedad. Así, cualquier brote epidémico debería achacarse a la negligencia de las autoridades. Esta nota salió un día después de que se supo que el Consejo Superior tenía problemas económicos que podían poner en serio peligro el servicio sanitario en el país.7 Con ello se manifestaba, de algún modo, el deseo de los estados de retomar el control de sus problemas de salubridad. Es decir, se presentaba un choque entre los intereses estatales y federales. La aparición de brotes de paludismo hemorrágico en Tampico fue otro motivo para volver a acentuar el conflicto entre el centro y las autoridades locales. El Heraldo informaba que el ataque contra el paludismo era tan deficiente que las personas morían al cabo de unas cuantas horas. Ello se debía a la falta de atención médica y a la carencia de recursos sanitarios. La triste situación que atravesaba el puerto había obligado a suspender labores. El diario señalaba que lo peor de este asunto era que el Consejo no había podido tomar cartas en el asunto, porque carecía de datos y eso había ocasionado que los delegados médicos no procedieran a tomar medidas para combatir el padecimiento. Aunque el Consejo había mandado algunas recomendaciones a la zona afectada, lo cierto es que éstas llegaron muy tarde para poder remediar el problema.8 Es importante señalar que el periódico exageró la información, con la intención de que la gente se formara una mala imagen del Consejo. Prueba de ello fue el 7
“La fiebre amarilla en Yucatán”, en Ibidem, 15 de julio de 1919; “¿Por qué no se han pagado los libramientos de salubridad?”, en Ibidem, 14 de julio de 1919, 8 “Espantosa mortalidad en Tampico. Por el paludismo hemorrágico. Los enfermos fallecen en el espacio de unas cuantas horas, pues faltan médicos y medicinas para ser atendidos”, en Ibidem, 7 de noviembre de 1919,
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dato de que en Tampico morían mil personas diariamente o el que se señalara que el paludismo se había convertido en un mal que afectaba a todas las regiones tropicales del país.9 A estos datos se le sumaba la crítica de que faltaban médicos que pudieran atender los casos. La unión de estos dos factores ayudaba a que la epidemia se volviera más mortífera. ¿Por qué se le otorgó tanto énfasis a los destrozos que causaba este brote epidémico? Dos son las posibles respuestas. La primera es que se buscaba evidenciar que el Consejo era una institución que tenía serios problemas para enfrentar con éxito el combate de las epidemias. Para demostrarlo pusieron el ejemplo de Yucatán, que afectado por la fiebre amarilla, a juicio del Consejo, no presentaba graves consecuencias que lamentar. Los informes de las autoridades médicas señalaban que sólo habían sido atacadas 39 personas, de las cuales fallecieron 19.10 De acuerdo con estos datos, el periódico decía que resultaba incomprensible que se hubiera organizado una gran campaña contra una epidemia menor y no se hubiera hecho nada para combatir el paludismo que había matado a “millares y millares de personas”. El periódico también mencionó la reprobable acción del Consejo de mandar a Guerrero una costosa expedición con la misión de combatir un supuesto brote de peste bubónica, cuando en realidad se trataba del paludismo hemorrágico. El error había sido enmendado, para fortuna de los guerrerenses, por los médicos locales que habían logrado identificar con acierto la enfermedad.11 En lo que respecta al segundo punto, el periódico abogaba porque los asuntos sanitarios fueran tratados por autoridades locales, sin que tuvieran que esperar 9
“El paludismo hemorrágico en la república”, en Ibidem, 10 de noviembre de 1919. Según el periódico los estados afectados eran: Morelos, Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Michoacán, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Tabasco, Chiapas y Yucatán. 10 “La fiebre amarilla”, en Ibidem, 10 de noviembre de 1919. 11 “Infructuosa labor de una brigada sanitaria”, en Ibidem, 10 de noviembre de 1919; “El paludismo en Guerrero”, en Ibidem, 11 de noviembre de 1919.
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instrucciones del centro. Ello se podía comprobar por medio del ejemplo de Coahuila y de Tampico, en donde no iniciaron las labores médicas hasta recibir el visto bueno del Consejo, que se limitó a dar las más elementales instrucciones, sin que se enterara efectivamente de la situación en la zona perjudicada.12 En este mismo sentido, se inscribió la crítica que se hizo en contra del Consejo cuando permitió que se abriera de nuevo al comercio el Puerto de Progreso, pues ello permitió que la fiebre amarilla se extendiera de Yucatán a Campeche. Lo peor fue la decisión presidencial de enviar una pequeña comisión de médicos y practicantes para combatir la fiebre. Todo mostraba la gran centralización administrativa que privaba en el país, que impedía la libertad de decisiones en las entidades locales y la resolución de sus propios asuntos. Para el diario era evidente que la delegación sanitaria en el sureste iba a fracasar porque se iban a enfrentar con un medio desconocido y en malas condiciones, lo que impediría que lograran la consecución de sus objetivos. Además los hombres que integraban esa delegación no eran los idóneos pues muchos de ellos iban obligados por las circunstancias. Una delegación de este tipo significaba la pérdida de un tiempo valioso y un gasto innecesario para el país, cuando los estados contaban con delegados sanitarios que podían encargarse sin ningún problema de la enfermedad. Es más, si la epidemia sobrepasaba los recursos de las autoridades sanitarias locales podían implementarse otro tipo de medidas. Una de ellas era recurrir a la acción de los particulares, quienes estarían dispuestos a contribuir con dinero para detener el avance de la epidemia. También se podía establecer juntas privadas de salubridad que ayudarían a recaudar sumas para 12
“El paludismo en la región petrolera”, en Ibidem, 11 de noviembre de 1919; “El paludismo en San Pedro, Coahuila”, en Ibidem, 12 de noviembre de 1919; “El aterrador número de enfermos de paludismo. El delegado sanitario de Tuxpan lo informó así al Consejo Superior de Salubridad”, en Ibidem, 16 de noviembre de 1919; Idem, 2 diciembre de 1919.
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comprar medicinas y que podían, además, ilustrar a sus vecinos de las regiones invadidas acerca de las medidas profilácticas que podían adoptar para contrarrestar el mal. El periódico aducía que la intromisión del centro en los asuntos que correspondían a las entidades federativas respondía a la desorganización administrativa que privaba en el país y a la ineficiencia de los servicios públicos. No era posible que se mandaran delegaciones extraordinarias cuando las estatales cumplían con el objetivo y estaba de más mandar nuevo personal que trabajaba a un costo mayor del habitual. Por último, el rotativo señalaba que el centro debería fomentar las actividades de cada uno de los estados y no buscar imponer sus decisiones en materias de las que tenía un gran desconocimiento. Si se observaban estas ideas se podía tener la certeza de que se crearía un verdadero sentido de solidaridad nacional, pero si se insistía en imponer una política sanitaria centralizada sólo se llegaría a una ruptura en el país. 13 Consideraciones finales La campaña moralizadora del periódico El Heraldo de México contra el Consejo de Salubridad General, deja al descubierto un problema de la más puntual importancia: el derecho a la salud de los mexicanos y la perentoria impartición de justicia social en esta materia. Entendiendo a la justicia social como la conjunción de voluntades para adquirir un bien. En primer lugar habremos de destacar que el periódico quería mostrar que en el interior del Consejo existían graves problemas desestabilizadores de la institución. Las denuncias de corrupción y de encubrimiento de actividades delictuosas de algunas autoridades las principales, por 13
“El paludismo hemorrágico en la república”, en Ibidem, 10 de noviembre de 1919; “La fiebre amarilla en Yucatán”, en Ibidem, 11 de noviembre de 1919; “Saldrá una brigada sanitaria para Campeche”, en Ibidem, 22 de diciembre de 1919; “La delegación sanitaria en Campeche”, en Ibidem, 23 de diciembre de 1919.
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su jerarquía podían servir de parámetro para la sociedad. A través de las denuncias de sus reportajes, la prensa procuraba una activación de la sociedad, para que se erradicara el mal. Sin embargo, aquí aparece el primer problema: El Heraldo de México, además de la denuncia oportuna de este tipo de corrupción, centró sus baterías en el problema del ataque de epidemias, como ejemplo de ineptitud del Consejo, lo cual sesgaba, de muchas maneras, el principal problema denunciado, que fue la corrupción. De este modo, el doble discurso evitaba la crítica frontal al gobierno federal de Carranza, e inclusive a su propia persona, lo cual me parece lamentable. Pero eso son los subterfugios de la política mexicana, en cuanto a complicidad de los medios, el poder y la misma sociedad, imperantes desde entonces hasta la fecha. Más arriba mencioné que al término de la Revolución, Carranza utilizó las epidemias como arma política. Al buscar éste la conjunción de fuerzas políticas en el país y desterrar el caudillismo, permitió que las enfermedades epidémicas hicieran estragos en la población, y manipularlas como vehículo para conseguir el centralismo del país. De modo flagrante les escamoteó a los ciudadanos de su tiempo el derecho a la salud, a su salud, y no legisló convenientemente esa justicia social que debía haber impuesto por derecho y por historia. La prensa, en más de una vez, se mostró amarillista. Pese a que sus diatribas iban bien encaminadas, aún en el doble discurso, perdió la objetividad en su propósito denunciante, y eso lo hace cómplice de ese régimen. Finalmente no atacó el problema de fondo, en muchos sentidos, como lo señalamos en el texto central de esta exposición. Y por último, la sociedad, a quien iban destinadas las páginas del rotativo, se mostró abúlica, átona, sin fuerza de actuación, según entiendo, pues nada hizo para transformar la situación. ¿Cómo podemos, entonces, hablar de un derecho a la salud y de la impartición de justicia social en el orden de la salubridad del país, si desde sus bases todo era ambigüedad, corrupción, omisión y abulia?
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Política de la justicia social: niños y adolescentes abandonados y delincuentes, 1920-1940 Ma. Eugenia Sánchez Callejax Introducción Para los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana la justicia social fue una política de estado que pretendió equilibrar las desigualdades sociales. Julián Marías, filósofo español, entiende por justicia social la rectificación de una situación social injusta.1 En términos generales hablar de injusticia nos remite a su aspecto moral, lo que el fondo se reduce a una decisión individual o colectiva, pero la desigualdad tiene que ver más con un asunto de distribución de la riqueza. En el mismo tenor Ignacio Burgoa, jurista mexicano, sostiene que la justicia social es la armonía entre los intereses particulares y los intereses sociales, lo que debe reflejarse el orden jurídico y la política gubernativa.2 El arreglo entre aspectos legales y políticos, tampoco resuelve la desigualdad, porque no inciden en los factores que la originan. De acuerdo a Arturo Warman la desigualdad tiene que ver con la distribución de los recursos naturales y sociales.3 En suma, si la justicia social está vinculada a la desigualdad, una política
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Dirección de Estudios Históricos. INAH. Julián Marías, La justicia social y otras justicias, España, Espasa Calpe, 1979, p. 16. 2 Ignacio Burgoa, Las garantías individuales, México, Porrúa Editores, 2001, p. 45. 3 Arturo Warman, El campo mexicano en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 24. 1
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pública tenderá a favorecer el goce de los derechos sociales para la población que ha estado excluida de ellos. En la Constitución de 1917 quedaron consagradas las garantías individuales y sociales, principios fundamentales en que se basó el nuevo Estado. En función de lo anterior y como efecto de las demandas sociales los gobiernos revolucionarios desplegaron una política de justicia social, creando instituciones con este tinte, para resolver serios problemas en los renglones agrícola, laboral, educativo, sanitario y asistencial.4 Esta se vinculó al proyecto industrializador del Estado que obligaba a contar con mayor mano de obra para las fábricas, y por tanto, había que moralizar a la población que se encontraba al margen del desarrollo, ilustrándolos en el baño, el alfabeto y el esfuerzo del trabajo. El propósito de este estudio es conocer las implicaciones de la política de justicia social encaminada a la atención de niños y adolescentes abandonados y delincuentes que cristalizó en la formación de una de sus instituciones más destacadas de la ciudad de México: El Tribunal para Menores, en el período comprendido de 1920 a 1940. En donde también se pretende destacar el papel de algunas instituciones en el reordenamiento de la sociedad, a partir de un estudio de caso.5 4
Sobre las características de la población mexicana, sus carencias y actividad económica durante el periodo véase: Gilberto Loyo, Esquema demográfico de México, 1946, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1948, pp. 6 y 7. 5 Francine Muel dice que con el movimiento de protección a la infancia abandonada (fines del siglo XIX) surgió un “mercado de la infancia”, que dio paso a especialistas e instituciones, en donde se hicieron clasificaciones y se caracterizó la “anormalidad” en diferentes grados, que, más que una enfermedad real fue una forma de encasillamiento de niños y adolescentes de los sectores bajos, con las que se justificaba el control social. De acuerdo a esto, el autor denomina a instituciones como la escuela de encuadramiento social. “La escuela obligatoria y la invención de la infancia anormal”, en Michel Foucault, Jacques Donzelot, et.al., Espacios de poder, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1991, pp. 123-142. Michel Faou-
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Desde el siglo anterior se empezó a legislar sobre niños, adolescentes y jóvenes, los que quedaron agrupados en la noción de minoría de edad. Los veintiún años fueron considerados como la mayoría de edad del ciudadano en los que adquiría derechos y obligaciones. En lo que respecta a la legislación penal se estableció la “edad penal” que difería de la civil porque se centraba en las obligaciones, es decir la edad para responsabilizar a niños y adolescentes de un delito o trasgresión. En la minoría de edad (Código Penal 1871) se introdujo una división en cuatro grupos de edad para hacer efectiva una sanción diferenciada. La condena a menores de catorce años se purgaba en la correccional y a los de mayor edad en la cárcel. En el Código Penal de 1929 se suprimió esta división y se fijó como límite de edad penal los dieciséis años. En el Código Penal de 1931 el límite se extendió a los dieciocho años. Los denominados jóvenes, de dieciocho a veintiún años quedaban como en el limbo; civilmente, menores de edad y penalmente, adultos. En los expedientes consultados del Tribunal para Menores, observamos que la noción de niño era utilizado para referirse inclusive a los que hoy día consideraríamos adolescentes, puesto que no estaba definida la frontera entre el niño y el joven, y muchas veces se utilizaban indistintamente. Aunque el término adolescente no fue de uso común, y comprendía el período del desarrollo físico y mental, no así el social que dependía del sector social al que pertenecía. Por ejemplo, si la adolescencia actualmente se asocial con una etapa de dependencia económica, escolarización prolongada, sin los derechos del adulto, en el caso de los menores que nos ocupan su situación fue diferente, puesto que en dicha etapa los menores iniciaban su vida sexual y laboral, es decir existía cault dice que la prisión es un aparato de reordenamiento social de los delincuentes, su principal labor es hacerlos útiles a la sociedad. La función del reformatorio y la prisión no sólo es de exclusión de los individuos sino también de inclusión porque se les fija para su normalización. Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, México, Gedisa, 1983, p. 128.
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cierta independencia económica de la familia y muchos habían abandonado su hogar. En dichos expedientes aparecen registrados niños desde los nueve o diez años hasta los dieciocho, momento en que se les externaba de las casas de orientación. A estos últimos se les denominó jóvenes e inclusive a los de quince años, lo que no impedía que también se refirieran a ellos como niños. Ello nos lleva a cuestionar ¿acaso se estaba iniciando una imposición de dependencia familiar, en quienes por necesidades económicas y costumbres ya no lo eran? De acuerdo a la edad penal, establecida para los menores de dieciocho años, en este estudio nos referiremos a ellos, indistintamente como niños, adolescentes o menores de edad. A principios de los años veinte del siglo XX, el país se encontraba en un proceso de reconstrucción después del movimiento revolucionario y constitucionalista. Su población estaba devastada por la difícil situación económica, las enfermedades no sólo epidémicas y el fantasma de la mortalidad rondaba por doquier. El analfabetismo alcanzaba al setenta por ciento de los mexicanos. Las jornadas de laborales no estaban reguladas y no se había estipulado un salario mínimo. La población rural veía como alternativa la emigración a sus problemas económicos, los trabajadores se trasladaban a zonas agrícolas, al país del norte o a la ciudad de México. Para el nuevo gobierno el desafío era incorporar a esa población a su proyecto de país. La ciudad de México fue el principal centro industrial y comercial del país y por consiguiente el polo de mayor inmigración. A lo largo de las décadas veinte y treinta los gobiernos revolucionarios hicieron de la capital una ciudad moderna cambiando su fisonomía con novedosos proyectos, para albergar a la nueva planta productiva en donde se desarrollaron modernas vías de comunicación. Su constante flujo de inmigrantes propició un incremento de asentamientos habitacionales tanto en los márgenes de la ciudad como próximos a fábricas, talleres y vías de transporte. Si tenemos en cuenta, que entre 1920 a 1940 la ciudad absorbió el cincuenta por ciento del total del incremento
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de la población urbana y atrajo a 299 796 inmigrantes de ambos sexos tan sólo en los años veinte, esto explicaría porqué se improvisaron zonas habitacionales a bajo costo y carentes de los servicios públicos indispensables.6 A pesar de la llegada de las empresas norteamericanas y las obras de infraestructura, la creciente mano de obra desocupada entre los que había niños y adolescentes de ambos sexos, encabezaban las filas de vagos, mendigos y delincuentes. La prensa denunciaba el incremento de la delincuencia e inclusive se mencionaba que había menores de edad implicados con adultos. Situación que la población urbana vio con preocupación, presionando a las autoridades a poner un freno al incremento. Como la delincuencia se había sido vinculada a la vagancia e indigencia, como lo muestra la reglamentación, no resultó sorprendente que indigentes y vagos fueran objeto de mayor represión: los menores eran enviados a la correccional o a las casa-hogar y los adultos eran aprehendidos y recluidos en la penitenciaría y con su consecuente ampliación de la condena en caso de reincidencia. Salud, educación y asistencia Al inicio de los años veinte, se contaba con un primer diagnóstico sobre la problemática sanitaria, alimenticia, salarial y habitacional y de servicios urbanos en la capital. Por ello, las 6
Según los datos del Censo General de 1921, la ciudad de México tenía 615 367 habitantes y para 1940 aumentó a 1 802 679. Estadísticas Históricas de México, t. I y II, México INEGI, INAH, 1990, pp. 24, 41 y 897. Moisés González Navarro plantea que la concentración urbana de la ciudad de México se dio en dos etapas: la primera, con una inmigración que buscaba refugio en el período bélico de la revolución y la segunda, de 1940 a 1970, surgió una atracción de inmigrantes por el desarrollo económico. Población y Sociedad en México (1900-1970), México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM (Serie Estudios: 42), 1974, pp. 54, 72 y 73.
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autoridades iniciaron algunas obras de ingeniería sanitaria, para resolver la insalubridad citadina. Las enfermedades más comunes eran las bronquiales y gastrointestinales, siendo mayor la incidencia de la mortalidad en niños y adultos, según los informes estadísticos. Estas enfermedades, llamadas de la pobreza según los médicos, se originaban por la deficiente alimentación y los malos hábitos de higiene, así como el hacinamiento de las viviendas y la falta de servicios públicos. La población infantil era más susceptible al contagio de enfermedades y por ello se ubicaba como el grupo de mayor mortalidad.7 Durante el período, la higiene formó parte de los discursos de las élites, no sólo de higienistas, sino también de pedagogos y filántropos. Tal es el caso que, en 1925, se decretó el Año de la Salubridad en México.8 Se combatieron las costumbres antihigiénicas difundiendo ampliamente nuevos hábitos de aseo. Los higienistas a través de folletos, conferencias e inclusive con programas radiofónicos divulgaron la importancia de la higiene.9 También se apoyó la participación de médicos en congresos nacionales e internacionales sobre higiene y salud pública.
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Loyo decía: “México es un país nuevo, y, como nuevo, fuerte demográficamente, es un país de tipo demográfico antieconómico, pues su crecimiento natural se realiza con una alta natalidad, una elevada mortalidad general y una muy fuerte mortalidad infantil, que constituyen una importante pérdida económica.” Loyo, op cit., pp. 6 y 7. Alberto J. Pani, Mi contribución al nuevo régimen, 19101933, 1ª ed., México, Cultura, 1936, pp. 15-44. 8 La Constitución de 1857 se reformó en 1908, para facultar al Congreso de la Unión a legislar sobre salubridad pública, específicamente para las costas y fronteras con el propósito de evitar la entrada de inmigrantes extranjeros con enfermedades transmisibles. Felipe Tena Ramírez, Leyes Fundamentales de México, 1808-1998, 21ª. Edic., México, Porrúa, 1998, pp. 375, 376 y 717. 9 Las radiodifusoras ofrecían a su público servicio dental gratuito.
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A los escolares, que presentaban una triada de enfermedades, caries, sarna y tiña,10 se les enseñó la importancia de la higiene, y se inspeccionaba su limpieza de manos, uñas y ropa; también se les despiojaba en caso de infección. Los médicos también denunciaban la herencia sifilítica y alcohólica en las nuevas generaciones y subrayaban la posible degeneración de la raza.11 Así, las autoridades del Departamento de Salubridad advertían que más del cincuenta por ciento de la población tenía herencia sifilítica. Una encuesta aplicada a ciento setenta y un mil escolares arrojó resultados negativos, mostrando que los niños además de los padecimientos mencionados también estaban desnutridos.12 Las propias autoridades afirmaban que México era una nación insalubre y su población se contaba entre las más desnutridas del mundo; al año morían 25 de cada mil habitantes y uno de cada cuatro recién nacidos no lograba vivir doce meses. Con un crecimiento de la población del dos por ciento anual, el 39% era menor de 14 años y el 15% mayor de sesenta. Se advertía que el alto índice de natalidad se diluía por lo elevado de la mortalidad infantil. Gilberto Loyo así lo manifestaba: México es un país nuevo, y, como nuevo, fuerte demográficamente, es un país de tipo demográfico antieconómico, pues su crecimiento natural se realiza con una alta natalidad, una elevada mortalidad general y una muy fuerte mortalidad infantil, que constituyen una importante pérdida económica.13 10
González Navarro, op. cit., pp. 363-384. La teoría eugenésica se basaba en leyes generales para explicar la evolución biológica, tomó los principios de la genética para sostener que se heredaban los caracteres de los padres, su objetivo era el mejoramiento de la raza por vía de los certificados médicos, el control natal, entre otros. Michel Veuille, op. cit., p. 99. 12 Excélsior, 1932, septiembre 2, pp. 1 y 9. 13 Loyo, Esquema… pp. 6 y 7. En 1931, Gilberto Loyo recomienda una política demográfica de fomento a la natalidad que permitiera poblar regiones inhabitadas y también detuviera la emigración de trabajadores a los Estados Unidos. Las deficiencias cuantitativas de 11
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A la luz del nuevo Código Sanitario las autoridades de salubridad impulsaron las campañas de higienización, antivenérea, antialcohólica, entre otras. Por su parte las autoridades educativas promovieron la alfabetización en todos los rincones del país. Misiones de profesores partieron de la capital en una cruzada por la educación. En la ciudad de México se invitó a la población alfabetizada a participar en la campaña educativa. Se hizo extensiva la educación primaria. En cuanto a sus contenidos se encontraba la enseñanza del idioma nacional y de oficios técnicos y prácticos de tipo artesanal y agrícola, así como programas de higienización y cajas de ahorro. Autoridades magisteriales de la talla de José Vasconcelos el principal y más destacado promotor la alfabetización , exhortó al profesorado universitario a contribuir económicamente para proporcionar alimentos a los escolares, (antecedente de los desayunos escolares gratuitos). Su lema era que “un vientre hambriento no tiene orejas: pan, jabón, alfabeto”,14 es decir un aprendizaje no podía fructificar cuando los niños acudían a la escuela casi sin alimento. En suma, a lo largo del periodo se impulsó la escuela elemental, las escuelas técnicas y de artesanía, de enseñanza secundaria y las normales. Cabe señalar que para hacer efectiva la obligatoriedad de la educación primaria hubo que alentar a las familias a enviar a sus hijos a la escuela. La asistencia a la escuela se consideraba como la principal medida de prevención contra la vagancia y la delincuencia. En efecto, las autoridades consideraron una forma de abandono, el que los padres no enviaran a la escuela a sus hijos. Más aún uno de los requisitos para que la población de México y una política demográfica nacional, México, Comité Mexicano para el Estudio de los Problemas de la Población, México, 1933, p. 33. Enrique Moreno Cueto, Julio Moguel, et al, Sociología histórica de las instituciones de salud en México, México, SSA, 1982, pp. 39-40. 14 José Vasconcelos citado por Jean Meyer, La revolución mexicana, México, Tusquets Editores, 2004, p. 140.
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los progenitores recuperaran a su hijo internado en la casa de orientación (correccional) era su compromiso de llevarlo a la escuela, lo que quedaba bajo la vigilancia periódica de inspectores del tribunal. Por otro lado, las nuevas autoridades de la Beneficencia Pública señalaron que en sus planteles aún prevalecía la concepción de caridad o limosna, que sólo resolvían los problemas de la mendicidad de forma superficial. Se pronunciaron por una concepción moderna de asistencia, en donde se tuvo en cuenta la prevención, como elemento central para impedir la indigencia y la vagancia. Ahora el asistido podía apelar a su derecho a la asistencia pública y “la obligación del Estado es hacer llegar la justicia social que no permite que el hombre, la mujer y el niño, en la ruda lucha por la existencia, queden abandonados a la fatalidad”.15 Como parte de su política social se dieron a la tarea de elaborar un proyecto asistencial en el nivel nacional, con el propósito de atender los problemas sanitarios y alimenticios de los sectores pobres y marginales. En el mismo tenor Plutarco Elías Calles, como presidente, decía: El ideal de mi gobierno, que es el ideal de mi pueblo, sacar de la miseria y de la ignorancia a la gran masa subyugada del país; elevar su condición social; enseñarla a alimentarse mejor; dotarla de escuelas y de elementos de cultura; elevarla a un mayor grado de civilización; hacer más homogénea a la nación, suprimiendo ese profundo abismo que existe de un corto número de mexicanos dotados de comodidad, conocedores del bienestar y el refinamiento, y una gran población de mexicanos también expoliados por todas las tiranías, olvidados por todos los gobiernos, hundidos en la miseria, en el dolor y la sombra. 16
La falta de establecimientos con horarios compatibles con el trabajo de las madres obreras, discutido desde el Congreso del Niño mexicano al iniciar los años veinte, aún se lamenta15
Ezequiel Padilla, La educación de un pueblo Discursos, México, Herrero Hermanos Sucesores, 1930, p. 146. 16 Excélsior, diciembre 6 de 1926, pp. 1 y 2.
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ba en opinión de las autoridades de la beneficencia. Cabe mencionar que la primera casa amiga de la obrera se fundó en el porfiriato, pero no se habían extendido lo suficiente.17 También se necesitaba ampliar la red de internados, por la saturación de los existentes; por ejemplo, en el caso de las empleadas domésticas era común que sus patronas no las aceptaran con hijos, y se veían en la necesidad de dejarlos al cuidado de familiares, vecinos o casas de beneficencia. La Beneficencia Pública intensificó el programa de alfabetización en sus planteles. Se impulsó una campaña contra la mendicidad. Brigadas nocturnas se desplegaban en temporadas invernales para ofrecer alimentos calientes a indigentes. También brigadas de jóvenes recorrían las calles levantando niños y adolescentes que se encontraban en la vagancia o la mendicidad, para albergarlos en los dormitorios de la Beneficencia. Y se apoyó a las familias pobres ampliando el servicio de comedores, dormitorios y baños a bajo costo.18 A finales de los años veinte autoridades de la Beneficencia Pública lamentaron el incremento de la mendicidad en la capital. Estudiaron el asunto y señalaron que si bien había ingredientes que motivaban tal situación como la inmigración, bajos salarios, desocupación, enfermedades y accidentes de trabajo , existía una “patología social del individuo, que inclusive se comparó con el comportamiento de los delincuentes y las prostitutas. Así se expresaban, … la mendicidad representa un desajuste en el funcionamiento normal del individuo y del grupo (…) el pordiosero es esencialmente un individuo desmoralizado e inadaptado y
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La primera Casa Amiga de la Obrera fue creada en 1887 por la señora Carmen Romero Rubio, esposa del presidente Díaz. Félix F. Palavicini, México. Historia de su evolución constructiva, t. IV, México, Distribuidora Editorial, “Libro, S. De R. L.”, 1945, p. 85. 18 Ramón Beteta, La mendicidad en México, México, Beneficencia Pública del D. F., A. Mijares y Hnos., 1931, p. 33.
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la “institución” de la mendicidad es un síntoma de desorganización social.19
Esta idea de desorganización social del individuo en especial los pordioseros , muestra más de intento de control de la población que consideraba vaga y ociosa, bajo un argumento cientificista que les sirvió para impulsar una campaña contra la mendicidad y detener y encarcelar a individuos, involucrados o no con tal comportamiento. Si bien el vínculo entre la mendicidad y la delincuencia no era nuevo, en la realidad las prisiones eran insuficientes para recibir a un número tan alto de pordioseros como pretendían las autoridades, y no faltaron las quejas por el bajo número de detenidos. Para apoyar la labor asistencial de la Beneficencia se creó el Departamento Médico y el Departamento de Acción Educativa y Social; se construyó una casa cuna en Coyoacán y se iniciaron las obras del Departamento Autónomo de Asistencia Social Infantil. Con el gobierno cardenista la noción de asistencia introdujo una variante, la solidaridad social, en los servicios públicos y privados y un nuevo papel del Estado como conductor de los servicios asistenciales. Se inauguró el Departamento de Asistencia Social Infantil, con servicio de maternidad y atención de infantes menores de seis años. Dicho Departamento brindó inicialmente desayunos gratuitos en un Jardín de Niños ubicado en una zona muy pobre. Sin embargo, su servicio, por falta de recursos económicos, sufrió varias interrupciones, aunque se incrementaron en otras Delegaciones del Distrito Federal en 1938. Posteriormente este servicio se fue ampliando a algunas escuelas primarias. Cabe señalar que el mencionado desayuno poco a poco fue mejorado con otros nutrientes. En 1945 se expidió el Reglamento del Servicio de Desayunos para niños y fue hasta 1947 en que se inauguró el Servicio de Desayunos Escolares. La señora Beatriz Velasco de Alemán, esposa del presidente
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La Inspección General de Policía calculó que en la capital había cinco mil mendigos adultos y menores de edad. Ibídem, pp. 11-15.
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Alemán, fundó la Asociación Pro Nutrición Infantil a finales de la década de los cuarenta.20 La obra asistencial de los gobiernos revolucionarios culminó con la creación de la Secretaría de Asistencia Pública en el gobierno cardenista. A principios de la siguiente década dicha Secretaría se fusionó con el Departamento de Salubridad, bajo el nombre de Secretaría de Salubridad y Asistencia Pública. La moderna concepción asistencial fue un paso trascendental en la conformación de las instituciones de asistencia en México, que dejaron de depender de programas definidos por cada gobierno en turno. El discurso del presidente Lázaro Cárdenas en la inauguración de la nueva Secretaría es muy elocuente al respecto: El Estado mexicano reconoce que debe sustituirse el concepto de beneficencia por asistencia pública, en virtud de que los servicios que demandan los individuos socialmente débiles deben tender a su desarrollo integral, sin limitarse a satisfacer exclusivamente sus necesidades de subsistencia o de tratamiento médico, sino esforzándose por hacer de ellos factores útiles a la colectividad en bien de los intereses generales del país.21
Durante el cardenismo se acuño el término de solidaridad social entendido como un esfuerzo de la sociedad por integrar a la colectividad rezagada de los beneficios comunes. En este sentido la nueva Secretaría se enfocó a la tarea de ayudar a las madres para evitar el abandono de los hijos, en donde destacó el aumento del número de planteles dedicados al cuidado de los hijos de obreras. Fundaciones como la Casa de Cuna albergaron a niños abandonados o de familias pobres, aunque en solamente albergaban a niños menores de tres años. Otro importante paso en la asistencia infantil aban20
José Álvarez Amézquita, Historia de la Salubridad y de la Asistencia en México, vols. 2 y 3, México, Secretaría de Salubridad y Asistencia, 1960, pp. 515 y 681 respectivamente. 21 Discurso del presidente Cárdenas citado por Álvarez Amézquita, op. cit., pp. 555 y 556.
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donada y huérfana fue la creación inédita de hogares sustitutos, que atendían a niños menores de seis años,22 en tanto que los hogares colectivos se dirigían a los mayores de seis años. Este nuevo tipo de hogares eran atendidos por matrimonios, que tenían el propósito de que los niños convivieran en un ambiente familiar. También se ampliaron los Hogares Infantiles para hijos de madres obreras, en donde se les brindó educación preescolar y alimentación; las Casas Amigas de la Obrera Uno y Dos destinadas a educación primaria, también proveían a los niños de alimentos y servicios médicos. La política de justicia social dio origen a instituciones públicas como: el Departamento de Salubridad (1918), la Secretaría de Educación Pública (1921), el Tribunal para Menores (1926), la Beneficencia Pública y su tránsito a la Secretaría de Asistencia Pública (1938), entre otras. Dichas organismos se ocuparon de los menores abandonados y delincuentes. En este sentido podemos subrayar que el Estado benefactor institucionalizó la justicia social, base de sus discursos bajo el lema: “pan, baño y educación”. Movimiento de protección a la infancia abandonada A principios de los años veinte surgió un movimiento de protección a la infancia. Sectores medios y altos se unieron en una cruzada por proteger a la infancia en “abandono moral”. Se convocaron a especialistas y a todos los interesados a participar en el Primer Congreso del Niño Mexicano, con el patrocinio del periódico El Universal. La participación fue nutrida y se trataron diversos aspectos sobre la crianza y las enfermedades infantiles. Desde la eugenesia, se trató el asunto de la herencia, como un problema de la degeneración 22
Tal y como se observa en los expedientes del Tribunal para Menores, en las familias de sectores bajos, los niños huérfanos eran recogidos por algunos familiares e incluso vecinos. Sin embargo por el relato de los menores sabemos que no siempre recibían un trato de hijos lo que en diversas ocasiones provocó su fuga.
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de la raza; se exaltó la importancia de la higiene, como una medida de prevención; así como la educación, para la formación del nuevo ciudadano y la legislación penal, para los menores de edad. En dicho evento se formó un comité para dar seguimiento a las propuestas planteadas y entablar las diligencias necesarias para su consecución con las autoridades. Entres los temas que centraron los debates se habló del porvenir de la raza, la creación de un tribunal para menores y la edad a partid de la que debía iniciar la responsabilidad penal. Se convino en la propuesta de crear un tribunal para menores, pero se discrepó en cuanto a su estructura y tipo de personal. Se propuso la creación de dos tipos de tribunales: uno civil y otro penal. El primero, atendería lo relacionado al régimen de las familias y los derechos legales de orden civil; y, el segundo, las responsabilidades de los menores en el orden penal. Cada uno estaría encabezado por una junta directiva integrada por tres jueces nombrados por el Tribunal Superior del Distrito Federal. Su jurisdicción se ejercería, por ahora, en la capital y paulatinamente se ampliaría a las ciudades más importantes de otras entidades. En cuanto a los jueces, algunos congresistas proponían que fueran especializados en delincuencia juvenil y otros que debían ser pedagogos y psiquiatras. Finalmente el punto quedó pendiente. Otro tema en discusión fue la capacidad de discernimiento, entendida como la conciencia individual de los actos y sus consecuencias. Principio legal en el que se fundaba el Código Penal vigente para imputar responsabilidad penal a un menor.23 En México se consideraba que un adolescente de
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Para especificar la “edad penal” se introdujo una división: los niños menores de nueve años quedaban fuera de las penas; los de nueve a catorce, que cometían una falta con discernimiento, se les sancionaba con encierro en la correccional, los de catorce a dieciocho, en caso de un delito, se les enviaba a la cárcel; y, los de dieciocho a veintiún años, recibían el mismo tratamiento penal que los adultos. Código Penal
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catorce años tenía ya capacidad de discernimiento, en contraste con los países europeos que la ubicaban entre los dieciséis y dieciocho años. Pero, ¿cómo se establecía el discernimiento? El médico legista se encargaba de practicar un estudio antropológico para evaluar el grado de desarrollo individual, desde el punto de vista físico y somático. Cuando el peritaje, que se hacía con gran rapidez, revelaba que en un niño menor de 14 años había conciencia de sus actos, su condena la purgaba en una correccional; al de mayor edad se le enviaba a la cárcel. Es por ello que a partir de ese momento, se argumentaba que con ese criterio de medición, la madurez era dudosa desde el punto de vista punible, por lo que convenía fijarla a los dieciséis o dieciocho años como lo hacían otros países, tomando como base la responsabilidad penal y no el discernimiento. Por otro lado, en el debate sobre el desarrollo de las capacidades mentales (discernimiento) se argumentaba que la herencia y el medio ambiente influían en la conducta del menor, haciéndolo un “débil social” y por ello no era un criterio para responsabilizarlo. Es importante mencionar que en algunos congresistas predominaban los principios del darwinismo social y la eugenesia; se decía que los fenómenos psíquicos y sociales resultado de la herencia y el ambiente arrojaban seres débiles, individuos con conductas antisociales que sólo buscaban su propia satisfacción, sin ninguna otra consideración.24 En otras palabras la debilidad mental y física de tipo hereditario hacía al individuo proclive a la delincuencia. De acuerdo con esta lógica existía un determinismo biológico antes que social, por lo tanto, la relación del individuo con la sociedad era negativa. En suma el comité formado en dicho congreso se comprometió a vigilar que el gobierno mejorara los servicios asistenciales para niños y adolescentes abandonados y creara 1871 en Leyes Penales Mexicanas, t. 1, México, Instituto Nacional de Ciencias Penales, 1979, art. 34, fracciones 5ª y 6ª. 24 Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad, Memorias del Departamento de Salubridad, caja 12, exp. 1 y 7. p. 360.
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un Tribunal para Menores para los que se encontraran en vagancia, mendicidad y delincuencia. También se insistió en la organización de foros de discusión sobre la problemática infantil y la participación mexicana en congresos internacionales. Pero, la labor central del comité del congreso abocaría su tarea ante el poder legislativo para lograr que se formalizara el Tribunal de Menores, se reformaran las correccionales y se fijara la edad penal en forma más adecuada. La infancia anormal Antes de continuar es importante mencionar algunos antecedentes de la noción de “infancia anormal” surgida a finales del siglo XIX, que bajo la noción de “debilidad” o “retraso” mental proseguía en el periodo que nos ocupa. Cabe mencionar que la anormalidad se refería sólo a los adultos, puesto que los niños eran ignorados. La infancia entró en el campo de estudio de especialistas de muy diversas disciplinas científicas, pero basadas en la biología (eugenesia, antropología y sociología criminal sólo por mencionar algunas). La noción de infancia anormal se hizo de uso corriente entre médicos, pedagogos, filántropos, sociólogos y criminólogos a principios del siglo XX. Para Monique Vial, la llamada infancia anormal se entendía de manera elástica y con diferentes acepciones. Por tal motivo, dicha noción de manera general podía designar a toda persona que de alguna manera presentaba una discapacidad, deficiencia, dolencia o trastorno de cualquier naturaleza, a los ojos de un especialista.25 En efecto esta elasticidad, permitía etiquetar como débil mental a cualquier menor interrogado y estudiado en el Tribunal para Me-
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Monique Vial, “Enfants handicapés du XIXe au XXe siècle”, en Egle Becchi et Dominique Julia, (Dirs.), Histoire de l’enfance en occident, 2. Du XVIIIe siècle á nos jours, Paris, Editions du Seuil, 1998, pp. 331-332.
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nores, como lo muestran los expedientes en los que nos basamos para este estudio. Bajo la categoría de anormalidad, se agruparon: niños y adolescentes vagos, inestables, abandonados, ilegítimos o huérfanos; indigentes, indisciplinados, inadaptados, débiles mentales, discapacitados y delincuentes; así como a aquellos que mostraran toda la gama de enfermedades psiquiátricas y fisiológicas o sus padres hubieran tenido una “pena infamante”. A pesar de lo heterogéneo del grupo, su característica común era que fueran “problemáticos temibles”.26 De acuerdo a estas teorías, en el caso de los menores que mostraran una conducta fuera de lo normal, como la vagancia y la delincuencia, era evidente su inadaptación al medio social, pero también su anormalidad patológica, que les impedía insertarse de manera sana a un ambiente familiar y social. Dicha anormalidad, tenía su origen en la herencia como se ha venido subrayando. Se pensaban que la sífilis y el alcoholismo de los progenitores eran factores hereditarios que dejaban a su prole secuelas degenerativas. Este legado afectaba el funcionamiento de la psique provocando una debilidad mental o retraso en diferentes grados. Los médicos psiquiatras aconsejaban estudiar al individuo desde sus primeros años para detectar las deficiencias en su desarrollo y prevenir la delincuencia. De tal suerte la infancia pasó a ser objeto de estudio, físico y mental.27 La noción de infancia anormal, de uso común entre médicos y filántropos a principios del siglo XX, también entró al terreno de la prensa, las asociaciones y sus órganos de difusión, más allá de que fue temática de congresos, reflexiones gubernamentales y decisiones políticas para estudiar y salvaguardar a estos infantes. 26
Ibidem, p. 341. Monique Vial dice que a finales del siglo XIX y principios del XX surgió la noción de infancia “anormal”, en la que estaban incluidos los enfermos físicos y mentales, así como niños abandonados, ilegítimos, huérfanos, vagos y delincuentes entre otros. En las prácticas sociales se constituyó un campo específico de anormalidad, al lado de la locura y de la enfermedad. Ibidem, p. 331. 27
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La “anormalidad” también entró en el ámbito de la justicia. La antropología criminal lombrosiana desarrolló una tesis principal sobre el criminal basada en cierta anormalidad congénita, de la cual se derivó la llamada “temibilidad” o “peligrosidad” del delincuente.28 También se desarrolló la teoría de la defensa social, entendida como la protección de los intereses vitales de la sociedad, y la responsabilidad del individuo por sus actos, independientemente de su edad o discapacidad. De tal manera, la antropología criminal se impuso a la criminología y el delincuente pasó a ser no sólo el objeto de sanción sino también de estudio, “...la sanción penal no debe aplicarse a un hombre en razón sólo del hecho, cometido sino en función del estado peligroso que atribuyan a su autor, los peritos, la ciencia y el juez”.29 A la luz de dichas teorías el individuo con características biológicas deficientes y una actividad delictuosa pasó a ser concebido como un “peligro social”. Como bien dice Michel Foucault el de28
La Escuela Clásica del Derecho consideró al delincuente con responsabilidad moral y el delito se concibió como un acto de la libre voluntad del individuo. De acuerdo a este criterio se castigaba el delito no el delincuente. La criminalidad con base naturalística aplicada a lo social tuvo sus principales exponentes a César Lombroso, padre de la antropología criminal, quién propuso la teoría del criminal nato y Enrico Ferri, su contemporáneo, que sostenía la existencia de leyes que regulaban la razón de ser de la delincuencia. Jacques Postel y Calude Quètel, Historia de la psiquiatría, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 186. Por otro lado, Rafael Garófalo desarrolló el concepto de temibilidad del delincuente, argumentando la natural inclinación de algunos individuos a la delincuencia. Su doctrina también fue difundida por Lombroso, Ferri y Garófalo. Mimbela, op. cit., pp. 139-142. También en el siglo XIX, Bénédict Morel, médico alienista, explicó que la locura hereditaria producía en el sistema nervioso una “desviación malsana de la especie”, en lo que se basó la teoría de la degeneración. Postel y Quètel, op. cit., pp. 355-357. Cabe mencionar que con base en dichas teorías floreció un racismo que se evidenció más claramente en la Segunda Guerra Mundial. 29 Ibidem, p. 142.
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lincuente dejó de ser un violador de leyes para convertirse en un hombre peligroso y anormal, y por consiguiente la institucionalización penal pasó a ser un aparato de control medicalizado.30 La escuela del derecho penal positivo mexicano se nutrió de estas ideas. Ejemplo de ello, fue el Código Penal para el Distrito y Territorios de 1929. En su exposición de motivos el licenciado José Almaraz31 señalaba que “todo individuo que cometa un acto prohibido por la ley penal responderá del mismo ante la justicia, cualquiera que sea su estado físico-psicológico”.32 La noción de peligrosidad se dividió en varias causas: … por enfermedad mental, intoxicación por drogas y alcohol; por el medio ambiente en que viven; por su índice personal de temperamento, sensibilidad y afectividad; y por lo habitual al delito en un hombre (...) una vez que es habitual vive en el delito y del delito.33
También sostenía que “la peligrosidad en todos sus grados, inclusive hasta el nivel más bajo, siempre hará posible la reincidencia del trasgresor”.34 En otras palabras, el determinismo biológico fue el elemento central en el que se basó dicho Código Penal. La pregunta obligada es, si se partía de una idea preconcebida de debilidad mental ¿acaso en los 30
Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión., México, Siglo Veintiuno Editores, 1991, pp. 235-236 y 256-258. 31 José Almaraz, “Exposición de Motivos” anexa al Código Penal para el Distrito y Territorios Federales de 1929, Compendio de Leyes Penales Mexicanas, Núm. 3, México, Instituto Nacional de Ciencias Penales. 1979, p. 15. 32 En el caso de los menores infractores el Estado buscará “su corrección en un establecimiento educativo de la ciudad o en una escuela agrícola...”. Idem. 33 El estado peligroso o la temibilidad no significa que un individuo haya cometido un delito, sino que por su anormalidad está posibilidad de hacerlo. Juan P. Ramos, “La defensa social contra el Delito” en Revista Jurídico Veracruzana, t. I, Núm. 2, Jalapa, Veracruz, 30 de abril, 1941, pp. 141-142. 34 Almaraz, “Exposición…” en Compendio de Leyes… pp. 34-35.
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individuos que tenían debilidad mental se podía esperar su rehabilitación? El doctor Luis Lara y Pardo es contundente a este respecto, quién desde principios del siglo sostenía que la “inferioridad psicológica, moral y social era hereditaria”, y dicha degeneración se revelaba en formas de vagancia, mendicidad y criminalidad. Agregaba que gracias a éste legado, las ciudades tenían una dotación de parásitos sociales: rateros, vagabundos, mendigos, prostitutas y tahúres.35 En efecto los estudiosos de la anormalidad o más bien de la exclusión social, no esperaban la recuperación de los individuos supuestamente anormales, sólo había que enseñarlos a bastarse a si mismos para reducir su costo social. En lo relativo a los infractores menores de edad, Almaraz decía: … el Estado tiene la obligación de aplicarles medidas educativas y tratamientos que los transformen orgánicamente y los hagan aptos para la vida social (...) De modo que para quedar dentro de la ley fundamental [se] consideran delincuentes, desde el punto de vista social y no moral, a los menores que con sus actos revelan un estado peligroso.36
Como podemos apreciar este cambio en la concepción del delincuente alcanzó a los niños y adolescentes, en quienes se consideró que la naturaleza no los dotó de las herramientas biológicas necesarias, originado por una herencia malsana. Sin embargo, ahora las autoridades dispondrían de ellos para formar al nuevo ciudadano que el país demandaba.
35
Luis Lara y Pardo, La prostitución en México, 1ª ed., México, Librería de la viuda de Ch. Bouret, 1908, pp. 58, 108, 110 y 147. 36 Almaraz, “Exposición…” en Compendio de Leyes… p. 45. Los herederos de la teoría de la degeneración separaron el concepto religioso (moral) e introdujeron los principios del concepto evolucionista darviniano, el que sostiene que no había un desarrollo normal en el degenerado. Este desplazamiento de la enfermedad mental atribuida a la herencia favoreció el florecimiento de la eugenesia, profilaxia e higiene y de la Antropología Criminal. Postel y Quètel (Comps.), op, cit., pp. 355-357.
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En el marco de dichas teorías el delincuente pasó a ser un individuo anormal (retrasado, débil mental) y peligroso, quien tenía que ser observado clínicamente.37 Las mediciones de la inteligencia (antropometría) pasaron a ser las herramientas para establecer el grado de desarrollo de la capacidad mental en los individuos. Una graduación inferior a la considerada normal se le denominó debilidad mental en diferentes escalas. Médicos y psiquiatras, pedagogos y sociólogos, buscaron sus parcelas para definirla, atribuyéndola a factores hereditarios, del medio ambiente o por deficiencias alimenticias. La debilidad mental fue el factor de predisposición a la delincuencia y el indicador de peligrosidad.38 Con estos criterios se concibió el primer Tribunal para Menores fundado en diciembre de 1926, con sede en la ciudad de México, mismos que se incorporaron en su reglamento de 1927 y confirmados en el Código Penal de 1929. Pero, en 1931 surgió un nuevo Código Penal que dejó a los menores fuera de la legislación, lo que impidió que el mencionado Tribunal continuara aplicando prácticas basadas en la eugenesia, como lo señalaba el Código de 1929, estudiando los caracteres físico-psicológicos y socioeconómicos de los menores.39 ¿Por qué no continuó con estas prácticas el 37
Para la corriente clásica del Derecho Penal el delincuente era un individuo amoral y para la corriente positiva del Derecho Penal el individuo era anormal. 38 Para conocer los estados inferiores de la inteligencia se utilizaba la escala métrica (tests) de Binet-Simon, con la cual se determinaba el grado de debilidad mental en años y meses, un nivel normal tenía que coincidir con la edad cronológica. Pierre Pichot, Los tests mentales, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1979, p. 70. Postel y Quétel, (Comps), op. cit., pp.507 y 518. La debilidad mental, es una carencia en el desarrollo mental normal de un sujeto, su medición permite conocer el grado de deficiencia para ubicarlo en escuelas de lento aprendizaje. 39 En 1928 se expidió la Ley sobre la Previsión Social de la Delincuencia Infantil en el Distrito Federal y Territorios, con lo cual los menores de 15 años quedaban fuera del Código Penal. Citada por Elena Azaola, La institución correccional en México. Una mirada
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Tribunal para Menores? Una respuesta sería que dicha institución dejó de tener su razón de existencia, puesto que estaba conformada con arreglo a las especialidades para el estudio físico-psíquico, pedagógico y socioeconómico del menor y los sus tres jueces dictaminaban conforme a los resultados de dichos estudios. Por lo tanto, si se dejaba de buscar el origen de la delincuencia infantil o juvenil en aspectos biológicos, lo conveniente sería hacerlo en aspectos sociales, pero más bien se lo que se hizo, tal y como se siguió haciendo hasta la fecha, fue aplicar esquemas penales. En suma, el nuevo régimen revolucionario aunque negó algunas concepciones positivistas del viejo régimen, muchas de sus posturas se sustentaron en principios del darwinismo social y la eugenesia, como se ha venido mostrando. En un sentido general, la crítica a dichas tesis fue que funcionaron como meras ideologías, es decir como aparatos de control al servicio del poder, con las que se justificaba la exclusión de individuos, por criterios sociales o raciales. Por otra parte, de acuerdo al Código Penal de 1929 los menores infractores (delincuentes) que por sus conductas antisociales se perjudicaran a sí mismos, a sus familiares o a la sociedad quedaban en custodia de las autoridades para su regeneración.40 Desde luego los adolescentes mayores a dieciséis o dieciocho años, según el criterio de los Códigos penales vigentes (1929 y 1931), que cometieran un delito recibirían el mismo tratamiento que un adulto. El Tribunal para Menores desde su fundación en 1926 retenía en sus Casas de Orientación a los menores de 16 años. Pero ésta edad quedó prescrita en el nuevo Código Penal de 1931.41 Esta definición de la frontera de la edad penal permitió que los menores que cometían un delito permanecieran en la Casa de orientación extraviada, 1ª ed., México, Siglo Veintiuno Editores, 1990, pp. 55 y 56. Dicha ley quedó anulada con el Código Penal de 1929, quedando nuevamente los menores bajo la legislación de adultos. 40 Código Penal de 1929 en Compendio de Leyes… p.45. 41 Código Penal de 1931, Ibídem, p. 290.
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hasta los dieciocho años, después pasaban a las cárceles de adultos. Desde otro punto de vista, las atribuciones del mencionado Tribunal como la principal institución para disponer de los menores impidió la intervención de otras autoridades en los casos de menores transgresores. Niños y adolescentes delincuentes ¿Qué tan elevada era la delincuencia en menores en los años veinte y treinta? Aunque las estadísticas nos ofrecen algunos datos, conviene tomarlos con reserva porque presentan ciertas imprecisiones, no obstante su importancia reside en que nos indican ciertas tendencias. Entre los años de 1907 a 1922 las estadísticas generales registraron 41 132 delitos en todo el país, de los cuales 19 214 fueron en el Distrito Federal y de estos, 1 727 perpetrados por menores de edad.42 Pero, en cambio, sólo en el transcurso del año de 1920 el Departamento de Medicina Legal del Distrito Federal recibió a 518 menores entre niños y jóvenes que cometieron una falta o delito para determinar su discernimiento.43 Con respecto a esta disparidad de las cifras es importante tener en cuenta dos factores que nos permiten explicar dichas incongruencias. En primer lugar, en la segunda década del siglo XX en pleno período revolucionario la obtención de datos estadísticos fue complicada, así lo señalan estudiosos de los censos,44 además las faltas o delitos se diluían en el 42
Memorias de la Secretaría de Justicia, 1910-1922, México, Imprenta Antonio Enríquez, 1922. 43 AHSS, Memoria del Departamento de Salubridad, 1921, caja 12, exp., 1 y 7, p. 360. Cuando se refieren a los jóvenes se está hablando de menores de edad, individuos que aún no llegaban a la edad adulta, es decir los veintiún años como lo estipulaba el Código Civil de 1928 vigente. 44 Delia Salazar, La población extranjera en México, 1895-1980: Recopilación estadística en los censos generales de población de México, (tesis de licenciatura) México, UNAM, 1992, pp. 45-53.
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transcurso de la lucha armada, esto esclarecería el bajo porcentaje de delincuencia en menores registrada, en comparación con 1920 en que se incrementó casi en una tercera parte. Más aún en el Congreso del Niño se denunciaba que por la sola presunción de ser culpables los menores eran encerrados en la correccional. En efecto, ya en el período de la pacificación el incremento de la mendicidad y vagancia e inclusive delincuencia en menores se tornó en un problema, tanto que se organizó un congreso para discutir este asunto. Las autoridades pensaban que las conductas antisociales podían tener origen en una degeneración de la raza, por factores hereditarios y alimenticios y en segundo término por la desorganización familiar. Pero consideraban que hacían falta estudios concretos que lo corroboraran, por tanto, había que buscar una explicación científica a esta situación. Manuel Gamio proponía en su obra Forjando Patria: “Nuestros gobernantes no necesitaban empíricas leyes sociales para gobernar, pero sí les es indispensable conocer las características de los individuos y agrupaciones, a fin de atender conscientemente a sus necesidades y procurar su mejoramiento”.45 Es decir en el panorama reinaba la idea de estudiar lo social, para evitar salidas rápidas o soluciones superficiales a problemas concretos. Se necesitaba conocer la situación actual y con base en ello prevenir el futuro. En el Tribunal para Menores entre los años de 1927 y 1940 se abrieron veinticinco mil expedientes de menores en la ciudad de México.46 Si nos atenemos a dicha cifra, sería enorme el incremento de la delincuencia infantil o juvenil, sin embargo, debemos tomar en cuenta que dicha institución inició un amplio registro de niños y adolescentes detenidos por abandono, mendicidad, vagancia, ociosidad, infractores 45
Manuel Gamio, Forjando patria, México, Editorial Porrúa, 1992, p. 27. Esta información se obtuvo de los expedientes del Tribunal para Menores. AGN, fondo Tribunal para Menores, de los años de 1926 a 1940.46 No existían Tribunales para Menores en las Entidades Federativas. 46
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(delincuentes) e indisciplinados, a los que había que agregar los menores reincidentes, ya que se llegaron a contar con dos o más expedientes. Esto explicaría la elevada cifra que registró dicha institución a lo largo de poco más de una década. En este sentido podemos afirmar que dicha cantidad no reflejó sólo un crecimiento de la delincuencia, sino que más bien mostró un mayor control estatal del menor abandonado, ocioso, desvalido o indisciplinado, puesto que muchos llegaron al tribunal de la mano de sus propios padres. Desde luego, en esta población estudiada en el tribunal había una parte de delincuencia juvenil o de menores, pero se observa el interés estatal por penalizar cualquier otra conducta antisocial. Por alguna razón es claro que en algunos sectores sociales parecería que necesariamente la conducta de sus miembros debía ser delictuosa, como si de repente los comportamientos se tornaran en motivo de sospecha. Ello en cierta medida explicaría la ferviente necesidad de algunos sectores de la elite ilustrada y de las autoridades por crear un tribunal para menores. Cabe mencionar que los detenidos eran mayoritariamente inmigrantes o hijos de familias llegadas del interior de la República de condición humilde, que si bien no parecían bien higienizados, puesto que su aspecto físico denotaba falta de baño, no por ello eran necesariamente delincuentes o sujetos de penalización. De acuerdo a los expedientes el delito más común en los varones fue el robo en todas sus modalidades y en menor proporción calumnia, fraude, falsificación, escándalo en vía pública, seguidos por ebriedad, corrupción de menores, estupro, incesto, rapto, violación, atentados a la moral, fuga del hogar, vagancia y homicidio.47 El patrón de los delitos en la mujer era diferente, en primer lugar estaban los sexuales como la prostitución clandestina, faltas a la moral, corrupción de menores, (por estupro e incesto se les internaba en la Casa de Orientación para Mujeres 47
Estos datos fueron tomados de la prensa de la época y de los expedientes del Tribunal para Menores en los que aparecen los delitos cometidos por los jóvenes de ambos sexos. Archivo General de la Nación, Ramo Tribunal para Menores.
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como medida de protección) y en menor número estaba el robo, lesiones, calumnias, fraude, escándalo en vía pública y ebriedad, abandono del hogar, vagancia, infanticidio y como caso excepcional el homicidio. Otra de las causas de ingresó de un menor al Tribunal fue la solicitud de los padres por corregir la indisciplina en el hogar. En los expedientes se observa que algunos progenitores acostumbraban enviar a sus hijos rebeldes a la correccional, previa solicitud de ingreso. El Tribunal atendía las peticiones paternas internando a niños y adolescentes de uno y otro sexo a los que denominaban “incorregibles”. Es probable que en algunos casos, en presencia de la conducta insumisa de los hijos, hubiera una dificultad de los padres para controlarlos, por lo que fuera usual que el Tribunal se encargara de ellos; pero en otros casos, podría pensarse en un abandono disimulado de los hijos y como recurso para resolver los problemas de su alimentación. Ciertamente muchas de estas familias se encontraban en una difícil situación económica, como lo relatan las visitadoras de dicha institución. El anclaje de la delincuencia infantil y juvenil Como sabemos un análisis de la situación de niños y adolescentes no puede aislarse de la familia, pero tampoco de la sociedad en conjunto. En este sentido, algunas autoridades advertían que el problema infantil radicaba en la necesidad de crear una política económica que estableciera un salario que posibilitara “un mínimo de salud y bienestar”,48 para la familia. Pero otras subrayaban que el factor esencial del deterioro de las familias se debía al elevado alcoholismo de la 48
Ramón Beteta dice que los obreros mexicanos no tenían posibilidades de ahorrar, ni tampoco el beneficio de un seguro médico, por consiguiente en casos de calamidades sólo les quedaba morirse de hambre o el recurso de la mendicidad. La mendicidad en México, México, Beneficencia Pública, 1931, p. 33.
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población, puesto que se desviaban ingresos a la bebida. Luego, las constantes riñas en el hogar resultaban muchas veces en la desintegración familiar y el descuido o abandono de los hijos. Peor aún, se pensaba que la herencia alcohólica al igual que de la sífilis eran problemas de salud pública, porque dejaba secuelas degenerativas en los vástagos, lo que obraba en retroceso del mejoramiento de la raza. El doctor Bernardo J. Gastélum, jefe del Departamento de Salubridad del gobierno callista, aseguraba que más de la mitad de la población tenía herencia sifilítica.49 Es muy probable que esta suma estuviera inflada, pero ¿cuál era el propósito de dar datos tan alarmantes? Tal vez porque los médicos higienistas como Gástelum, influidos en la eugenesia estaban preocupados por las “catervas de débiles mentales o retrasados” de los que nacían “seres arrojados a las calles y sin control”, que las autoridades tenían que atender. Más aún, en los expedientes del Tribunal para Menores, los niños y adolescentes que ingresaron, según mediciones sobre su capacidad mental, era sorprendente el número de los que supuestamente tenían algún tipo de “retraso mental”. Sin embargo, en los mismos interrogatorios incluidos en sus expedientes, se observa la viveza con que sorteaban las dificultades de su vida cotidiana y el modo en que se conducían a los funcionarios encargados de consignar sus datos, lo que difería se su diagnóstico psicológico, pedagógico, médico o familiar. Los especialistas de dichas disciplinas por lo regular 49
En 1926 se reformó el Código Sanitario en el que se hizo obligatorio realizar campañas contra las enfermedades venéreas y el alcoholismo. En 1929 se creó el Comité Nacional de Lucha contra el Alcoholismo se encargó de difundir por todos los medios los problemas que causaba en su salud y con su familia en los alcohólicos, además de los males hereditarios en sus hijos. Se crearon en todo el país 2 800 comités antialcohólicos. Se prohibió la venta de bebidas embriagantes en expendios los fines de semana y días festivos. Alejandra Lajous (Coord.), Manual de la historia de México contemporáneo, 1917-1940, México, UNAM, 1988, pp. 249-280. Ezequiel Padilla, La educación de un pueblo Discursos, México, Herrero Hermanos Sucesores, 1930, p. 56.
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buscaban algún elemento que confirmara su noción de retraso mental o escolar, inadaptación familiar o social, tendencia al delito, degeneración, perversidad, entre otros. Las mediciones que se hacían con la escala de Binet y Kretchmer, surgidas de modelos experimentales con niños europeos, así lo demostraban. Cabe mencionar que tales estudios aplicados a niños y adolescentes de uno y otro sexo, mostraban a una población de entre nueve o diez a dieciocho años, con dificultades para pronunciar el español, pues procedían de familias pobres o marginadas del campo, analfabetas o semianalfabetas, cuyo historial laboral en muchos casos la ubicaba en trabajos ínfimos y contaba con antecedentes de maltrato intrafamiliar. Más aún, inquiridos por varios interrogadores y posiblemente hasta intimidados por ellos por la consiguiente falta o delito que motivaba su ingreso, como era de esperar las mediciones arrojaban resultados negativos. En suma, no se puede negar que algunos menores tuvieran deficiencias mentales, sin mencionar las físicas, pero difícilmente se podían ubicar mayoritariamente como “débiles mentales”. Para las autoridades, las familias de los internos eran motivo de desconfianza y sospecha, porque a su parecer no se despreocupaban de sus hijos que presentaban conductas antisociales y patologías hereditarias que degeneraban la raza. Por lo tanto, como los menores abandonados y delincuentes eran elementos de perturbación de las costumbres y de quiebre de las normas sociales había que retirarlos de las calles. Por tanto en la época se consideró que el Tribunal para Menores debía estar constituido dentro de un marco científico que permitiera observar, examinar y distribuir los recursos humanos. Había que someter a los niños y adolescentes abandonados y delincuentes a estudios físicopsicológicos para conocer su grado de retraso mental, y sus posibilidades de recuperación, situación familiar y medio ambiente. Como una manera preventiva y para proteger a la sociedad del crimen, controlando a vagos, indigentes, “mal ocupados”, indisciplinados y delincuentes, los menores serían canalizados a instituciones adecuadas para reeducarlos
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para hacerlos seres “útiles a la sociedad”. En efecto la política de justicia social alcanzó al terreno de lo jurídico-penal para separar a los menores delincuentes de las cárceles, fundando una institución especializada en la infancia anormal, orientada a la prevención y rehabilitación de los menores, para impedir su incremento y reincidencia. En el discurso oficial las conductas descarriadas eran un problema familiar e individual, causado por relajamiento de los lazos familiares, embriaguez, ociosidad y falta de previsión e ignorancia, y sobre todo como una patología originada por factores hereditarios y una deficiente alimentación. En contraste, en opinión de la jerarquía eclesiástica, la educación laica en las escuelas públicas había traído una relajación de los valores morales, que conllevaba a conductas descarriadas en niños y jóvenes (adolescentes). Los clérigos también señalaban que el liberalismo había contribuido al empobrecimiento de la población, puesto que las madres tenían que trabajar en condiciones desfavorables, desatendiendo a sus hijos, en tanto que los padres se alcoholizaban por la desmoralización causada por falta de estímulos salariales. El gobierno tenía que encausar una política salarial justa para superar la pobreza y “restaurar el orden cristiano por medio de una formación religiosa, social y cívica.” Por ello combatirían al liberalismo, aunque ello provocara un enfrentamiento con los gobernantes revolucionarios y se propusieron “catequizar en el templo, en la escuela, en el hogar y en la prensa”.50 Su principal instrumento fue la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos, de clase media, que venían desarrollando una intensa labor con los niños pobres de la ciudad de México y algunos estados. 50
En 1922 fue el Primer Congreso de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana a la luz del cual se hicieron diversos señalamientos contra el liberalismo y la política de los gobiernos revolucionarios. Antonio Rius Facius, De don Porfirio a Plutarco. Historia de la ACJM, 1ª ed., México, Editorial Jus, 1958, pp. 3 y 64. Álbum Oficial del Congreso Eucarístico Nacional de México, 1924, 1ª ed., México, Edición especial de la Iglesia Católica, 1925, p. s/n.
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En busca de un tribunal para menores En 1895, en el Congreso internacional de protección a la infancia, realizado en Ginebra, Suiza, se acordó que los niños hasta los 16 años no debían ser condenados judicialmente, sino juzgados por magistrados conocedores de ciencias psicológicas y sociales. Se habló de la necesidad de protegerlos, separándoles de las cárceles de adultos y eximirlos de las leyes penales, salvo casos excepcionales y conforme a la legislación de cada país.51 En Estados Unidos y en Europa se crearon tribunales para menores, a los que les siguieron los países latinoamericanos. En 1921 del Primer Congreso Mexicano del Niño surgió la propuesta para fundar un tribunal para menores, lo que por cierto no era novedoso ya que gobiernos anteriores intentaron concretar el proyecto. En 1922 se pensó en crearlo en San Luís Potosí, pero no llegó a buen fin. Por otro lado, en 1923 en el Congreso de Criminología se aprobó finalmente la fundación de tribunales especiales para menores y las modificaciones a la legislación para hacerlo. Y fue hasta diciembre de 1926 cuando finalmente se fundó el Primer Tribunal para Menores en la ciudad de México, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. Si bien la fundación de dicho tribunal estuvo impulsada por la representación del Congreso del Niño, ¿qué intereses movieron al gobierno callista para crearlo en ese momento? Desde luego el Estado manifestó su disposición de prevenir la vagancia y la delincuencia en niños y adolescentes, apartándolos de las calles, pero no pudo soslayar el trasfondo del asunto, las necesi51
La separación paulatina del mundo de los niños y de los adultos inició en el trabajo y los juegos a finales del siglo XVIII en Europa. Philippe Ariès, El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, España, Taurus, 1987, p. 63. Esta separación también se reflejó en las prisiones en el siglo XIX. En México este proceso fue más lento y culminó a fin de siglo.
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dades de su proyecto industrializador, cuyo imperativo capitalista obligaba a la formación de una mano de obra más extensa. Más aún, otro factor político que para entonces debía considerarse, era contrarrestar la labor que los jóvenes católicos venían haciendo en la cristianización de niños y adolescentes pobres.52 De tal suerte que, no sólo había que reprimir la ociosidad y las conductas antisociales de los menores, sino también había que frenar a la iglesia en su actividad política. En este sentido la creación de dicha institución más allá de su labor paternal, constituyó un instrumento de control para los niños y adolescentes de sectores pobres y marginados. Antes de continuar cabe mencionar que en los años veinte del siglo pasado, en el marco del movimiento internacional de protección a la Infancia, del que México no era ajeno, surgió un Código del Menor que proclamaba los derechos del niño y ofrecía una categorización de la “infancia en peligro”.53 Así, el niño “delincuente” comprendía no sólo al infractor de leyes y reglamentos y al que representara un peligro social para la salud y la moral, sino también se consideraron otras conductas, como la fuga del hogar, el ausentismo a la escuela y la indisciplina. El niño “abandonado”, se consideró como aquel desechado por sus padres o desatendido por ignorancia, aunque también incluía al enfermo mental, vicioso o inmoral, así como a los que se encontraban en sitios de dudosa reputación, se relacionaban con delincuentes o se empleaban en ocupaciones peligrosas para la salud o la moral. Por último, el niño “desvalido” era aquel, cu-
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Los jóvenes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) desplegaron una intensa labor de alfabetización y enseñanza de la doctrina cristiana con niños pobres, impartiendo clases en varias escuelas por mencionar sólo a la ciudad de México. Antonio Rius Facius, op.cit., pp. 3 y 64. 53 En 1904 nace el movimiento de la infancia anormal. Francine Muel, “La escuela obligatoria y la invención de la infancia anormal” en Foucault, Donzelot, et.al., op. cit., p. 123.
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yos padres por sus padecimientos mentales, no lo podían alimentar, proteger y cuidar.54 Como podemos observar, en dichas definiciones no sólo se contemplaban la trasgresión a la ley, sino que también englobaba la desobediencia en el hogar y la escuela, el descuido de los padres y los trabajos insalubres o deshonestos. Con estas clasificaciones, se abría la puerta a la injerencia de las autoridades, pero su interpretación se presentaba a diverso tipo de ambigüedades. En suma los funcionarios estatales se arrogaron un amplio dominio sobre los menores de los sectores pobres, como por ejemplo retirar a los niños de las calles fueron verdaderas capturas de los policías y privando a los padres de la custodia de los hijos. Estas categorías de la niñez se estandarizaron bajo el término “infancia en peligro”, que derivó en “infancia anormal”. Este esquema de percepción fue dirigida contra los niños y adolescentes pobres, que supuestamente mostraban conductas descarriadas en donde se encontraban perversiones y anormalidades.55 Con base en dichos esquemas preconce54
Mariano Ruiz-Funes, Criminalidad de los menores, México, Imprenta Universitaria, 1953, pp. 282 y 283. 55 Michel Foucault dice que la sexualidad regular se disoció de las sexualidades periféricas, lo que derivó en la incorporación de las “perversiones y una nueva especificación de los individuos”, el que antes era libertino atentaba contra las leyes naturales del matrimonio, ahora era denominado perverso con sus diferentes clasificaciones científicas. Las reglas inmanentes de la sexualidad comienzan a inscribirse en dos registros diferentes. Se dibuja un mundo de la perversión que no es simplemente una variedad al de la infracción legal o moral, sino como una especie aparte, el perverso tiene una historial infantil, morfológica, forma de vida y de carácter y al que se le daba una categoría psicológica, psiquiátrica y médica. Así surgió la familia de los perversos, “vecinos de los delincuentes y parientes de los locos”. A lo largo del siglo [XIX] llevaron sucesivamente la marca de la “locura moral”, de la “neurosis genital”, de la “degeneración” y del “desequilibrio psíquico”. Historia de la sexualidad. 1- la voluntad de saber, 15ª ed., México, Siglo Veintiuno Editores, 1987, pp. 51-56.
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bidos y algunas otras herramientas científicas se configuró el Tribunal para Menores. A partir de 1927 la institución recibió a los primeros niños detenidos. Desempeñó un papel tutelar con los menores transgresores y abandonados (carentes de un núcleo familiar) y sirvió como un instrumento de presión para evitar que los padres descuidaran sus deberes. Se ocupó de la custodia de menores violadas y de hijos indisciplinados. Es decir se protegió a los menores de padres indiferentes, deshonestos o inmorales, tomando temporalmente los derechos sobre sus hijos. La custodia del Tribunal para Menores se circunscribía a aquellos menores de 18 años, o antes según el criterio de los jueces. Con respecto a los especialistas reunidos en el Tribunal la prensa señalaba que: “Entre el personal que ha de integrar el tribunal infantil, figurará un psiquiatra, que tendrá por misión estudiar los instintos de los pequeños acusados para definir si sus faltas o delitos son originados por un morbo espiritual, ajeno a su voluntad o perfectamente consciente”.56 En este sentido, la institución pretendía difundir una imagen paternal y medicalizada en donde sus instalaciones encarnaran un verdadero hogar familiar. Así lo expresaba la prensa: Se ha procurado acondicionar el local de forma que no parezca un Tribunal, sino que por el contrario presente un aspecto tranquilizador de un hogar familiar, para que los pequeños que sean llevados ahí y que no tengan ningún amparo en la vida, reciban la primera lección de moralidad, a fin de que pueda reformar sus instintos en caso de que los tengan malos.57
Cabe mencionar que en el caso de los niños y adolescentes abandonados la Dirección de Beneficencia Pública se encargó de su recepción e internamiento, pero primero los recibía el Tribunal, en donde se estudiaba su personalidad y circunstancias y después podía decidir su internamiento o solicitar su recepción en casas-hogar o en el manicomio. De 56 57
Excélsior, 6 de diciembre de 1926, p. 1. Ibidem, p. 1.
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hecho el Tribunal ejerció considerables atribuciones no explícitas y estuvo por encima de otras instituciones que se habían ocupado de los menores. Por ello, podríamos afirmar que el Tribunal fungió como un aparato centralizador de control en cuanto a la disposición, custodia y distribución de los menores abandonados y delincuentes. Su tarea, no se limitó al estudio del delito en sí mismo y sus circunstancias, sino sobre todo a la investigación de la personalidad del menor y su interacción con el medio, en razón de esto se hacía indispensable su examen físico y mental.58 A esto se debió que el Tribunal se organizara en varias secciones: pedagógica, antropológica, médica, psiquiátrico-psicológica y socioeconómica, encabezadas por especialistas en diversas ramas científicas. A su cabeza, estaba un comité compuesto por tres jueces tutelares. Se interrogaba y estudiaba a los menores, y cada sección presentaba su diagnóstico a partir del que se basaban los jueces para emitir sus dictámenes. Esta resolución comprendía un factor determinante para la internación o el retorno a la familia: su grado de peligrosidad y posibilidad de reforma. Y cuando se decidía el regreso al hogar de algún menor, se hacía de manera provisional o definitiva y bajo la vigilancia del Tribunal. La institución tenía una Casa de Observación, en la que albergaba a los menores de manera provisional, mientras se les interrogaba y estudiaba. Dicha casa tenía una doble función, servía como sitio de espera provisional a los interrogatorios de los especialistas y como un observatorio de su conducta, pues en ella se vigilaba y anotaba hasta la más insignificante conducta del recién llegado. Ahí también se abría un expediente para cada niño, integrado con los interrogatorios y los diagnósticos de los especialistas 58
“El delincuente se distingue también del infractor en que no es únicamente el autor de su acto (autor responsable en función de ciertos criterios de la voluntad libre y consciente), sino que está ligado a su delito por todo un haz de hilos complejos (instintos, impulsos, tendencias, carácter)”. Foucault, Vigilar y… p. 256.
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Los estudios aplicados a los menores arrojaron diagnósticos de “debilidad mental” en diferentes grados. Pero, aunque en efecto había niños con problemas psiquiátricos específicos, como lo muestran los expedientes del tribunal ya referidos, sin embargo hacer una generalización en este grupo social fue un despropósito. Muchos de los menores procedían del sector rural, no hablaban bien el español, eran analfabetas o semi-analfabetas, la medición de la capacidad mental no respondía a sus características culturales. Además su alimentación no podía ser rica en nutrientes por la falta de recursos económicos y costumbres alimenticias adecuadas. En cuanto a la higiene personal y de su vivienda difícilmente se podía practicar, pues no contaban con regaderas ni ropa suficiente. La asistencia pública proporcionó baños a bajo costo, pero los bajos salarios apenas alcanzaban para lo indispensable por lo que el baño se tornaba en un lujo. Las autoridades vieron a las familias de dichos menores como semilleros de delincuencia, se les culpó de no controlar a sus hijos, de no enviarlos a la escuela, ni tampoco de exigirles un mínimo de higiene personal. Los menores abandonados y delincuentes fueron vistos como enfermos con taras hereditarias, retrasados mentales que no controlaban sus instintos y como delincuentes en potencia. Por lo mismo representaban un peligro para la sociedad. Se les protegió retirándolos de las calles, estudiando sus anomalías físicas y mentales y se les encerró en las Casas de Orientación por el tiempo necesario para su reeducación. Más allá del encierro y la disciplina, en el Tribunal también se manifestó cierto interés por brindar instrucción primaria y de oficios a los menores, también se les alimentó y atendió cuando enfermaban. En suma se les dieron herramientas para trabajar, desde luego en trabajos manuales para que a su salida de las casas-hogar o de las casas de Orientación tuvieran alguna alternativa de trabajo. De acuerdo a las prácticas del Tribunal la llamada peligrosidad del menor se dividió en tres niveles: bajo, media y alta. En el caso del nivel medio o alto, el interno tenía que
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permanecer por más tiempo en la Casa de Orientación, pero no podía exceder los dieciocho años cumplidos. Pero, cuando observaba un nivel bajo de peligrosidad su tiempo de estancia en la casa generalmente se reducía. A pesar de que estos planteles no se concibieron como correctivos, en realidad cubrieron una doble función como aparato socializador de castigo temporal de disciplina y encierro y como fábrica de delincuentes, como bien diría Foucault.59 La rehabilitación del menor se llevaba a cabo en los internados, denominados Casas de Orientación para uno y otro sexo, conocidas vulgarmente como “correccionales”. Estas casas eran establecimientos auxiliares del Tribunal, en donde se internaba al menor para someterlo y reeducarlo bajo un sistema disciplinario,60 mediante la enseñanza del respeto y la obediencia a sus superiores, junto con hábitos de limpieza, trabajo y ahorro, instrucción básica y de oficios, así como deportes y algunas actividades artísticas. En fin su encierro y permanencia en dichas casas dependió del diagnóstico psicológico, en el que destacaba su grado de peligrosidad y posibilidad de reforma. No obstante, más allá de sus avances o retrocesos, a los dieciocho años se les externaba devolviéndolos a su familia o colocándolos en algún trabajo; a partir de entonces el Tribunal se desentendía de ellos. Pero en el caso de externar a un menor antes de dicha edad y a solicitud de la familia, debía enviarlo a la escuela como principal requisito, quedando bajo vigilancia por algún tiempo.
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La prisión es una fábrica de delincuentes por la forma en que está organizada, como los castigos y recompensas, el abuso del poder y la corrupción entre otros aspectos. Ibídem, pp. 271 y 271. 60 “...el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se pueden llamar las ‘disciplinas’”. Ibidem, p. 141.
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Para concluir La labor manifiesta del Tribunal para Menores fue de protección, prevención y reeducación y la estrategia velada de contención contra la infancia rebelde y transgresora. Al Tribunal se le atribuyeron facultades de vigilancia y control de los menores descarriados, también se arrogó la vigilancia de las familias en sus relaciones con los hijos. Fue un centro de investigación psiquiátrica, psicológica, pedagógica y sociológica en el que se estudió el origen de los comportamientos desviados, es decir de las conductas anormales. Y fue un organismo centralizador porque desplazó la intervención de otras instituciones y actuó como entidad de enlace con los planteles de la Beneficencia Pública. Las resoluciones de los jueces del Tribunal decidieron el futuro inmediato de los menores que ahí ingresaron, los cuales fueron inapelables. Las autoridades del tribunal justificaron el confinamiento de los menores como una medida de protección del maltrato y abuso familiar, y a los abandonados como medida preventiva contra la vagancia, amistades inconvenientes, padres irresponsables y a los trasgresores (delincuentes) como una medida para reeducarlos y evitar su reincidencia. En suma el Tribunal para Menores fungió como un aparato de control estatal y representó un espacio correctivo, como institución totalizadora dispuso del menor sin permitirle alguna individualización. Sin embargo como toda institución penitenciaria no impidió que los menores que entraron a las correccionales quedaran estigmatizados por haber permanecido en dichas casas, ni tampoco que fueran aleccionados por otros en la delincuencia. Cabe destacar que el más importante logro de la política de justicia social con los niños y adolescentes delincuentes, fue su separación de las cárceles de adultos y se les dejó fuera de las leyes penales, quedando pendiente una legislación para ellos. A pesar de los estudios científicos el Tribunal para Menores tuvo sus debilidades, ya que no se pudo evitar la
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reincidencia de muchos de los menores transgresores como lo muestran los expedientes del Tribunal, lo que por una parte demostró una limitada eficacia, para desaliento de las autoridades sobre los beneficios de su labor, pero por la otra no se puede soslayar que la pobreza en que se encontraban las familias de los menores, el deterioro familiar y la falta de oportunidades debida a la situación económica del país fueron un impedimento para que algunos se rehabilitaran. En fin, el ambiente familiar y social adverso del que salían los menores los alentaba a volver a la criminalidad o la vagancia cuando se reintegraban, aunque algunos probablemente encontraron mejores alternativas de vida. A pesar de las debilidades o deficiencias del Tribunal, cabe señalar que la institución fue creada en el marco de una política de justicia social sostenida por un Estado benefactor, que desplegó una estrategia no sólo asistencial y educativa, sino también de control social. El sistema jurídico-penal que se reforzó por instituciones de carácter social, como el Tribunal de Menores, pretendieron intervenir en la vida privada de las familias, para vigilar costumbres y comportamientos y encauzar nuevas formas de socialización de las familias pobres y marginales. De tal forma, en la sociedad lentamente se fue formando una conciencia de la importancia de la educación, higiene y el cuidado de la salud y al mismo tiempo de una valoración de la infancia como un elemento integrador de la familia y el futuro de la sociedad.
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La Iglesia de los trabajadores: la otra justicia, 1891-1926
Alicia Olivera de Bonfil
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Introducción El concepto de justicia social ha sido siempre muy flexible y adaptable a cada época, a cada circunstancia y al grupo social que lo utilice y esto puede confirmarse a través de los numerosos estudios que se han hecho sobre el tema, por lo tanto no intentaré dar una definición general, sino la muy particular del asunto al que voy a referirme: hacer una breve revisión de las propuestas de justicia social hechas por el cristianismo en distintas épocas, desde los antiguos conceptos de “caridad cristiana” entendida como “dar graciosamente al pobre lo que al rico le sobra o ya no necesita” así como los cambios que le fueron imprimiendo a través del tiempo los distintos grupos católicos influidos por diversas corrientes sociales y los conceptos sobre justicia social que aportaron intelectuales pertenecientes tanto al mundo eclesiástico como al secular, hasta llegar a la decisiva influencia que tuvo el Papa León XIII,1 sobre todo por las propuestas de su encíclica Rerum Novarum, que marcaron un cambio definitivo en el pensamiento y en la acción de los católicos a partir del último tercio del siglo XIX. x
Dirección de Estudios Históricos, INAH. Gioacchino Pecci, arzobispo de Perusa, sucedió a Pío IX (1878) con el nombre de León XIII.
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El Cristianismo, desde su aparición representó un papel primordial en la cultura de Occidente, lo mismo dentro del campo espiritual que del político y social. Proclamó su propia doctrina sobre conceptos tales como santidad, pecado, sacrificio, igualdad, caridad o justicia, partiendo de puntos de vista que pudieron ser muy convincentes para los practicantes de esa doctrina, que en algunas ocasiones pudo coincidir con los conceptos de otras contemporáneas, pero el mayor número de veces fueron esencialmente diferentes. Cuando el Socialismo Científico se cimentó y se empezó a ensayar de hecho como una nueva doctrina política en 1867, al publicarse El Capital, de Karl Marx y con objeto de contrarrestar la tendencia materialista en la que se basa dicha doctrina, la Iglesia organizó fuertes campañas encaminadas a crear una conciencia política, sobre todo en las masas trabajadoras, inculcándoles las enseñanzas cristianas. El cooperativismo constituyó entonces la base del plan reformista desde el punto de vista económico, que aceptó el concepto de que las grandes fuentes de riqueza deberían pasar a ser de función colectiva. Correspondió a Phillip Joseph Buchez, a Guillermo Emmanuel Ketteler, arzobispo de Maguncia2 y a Franz Hitze, en Francia y Alemania respectivamente, efectuar las primeras tentativas encaminadas a realizar reformas al capitalismo cuyos abusos se proponían contrarrestar mediante el sistema de cooperativas; pero la campaña de estos “pastores socialistas” fue detenida por grandes intereses creados y refrenada por la propia Iglesia Católica, lo que acabó por debilitar la fuerza de su iniciativa que en realidad nunca pasó del campo teórico al de la práctica.3 2
Monseñor Emanuel von Ketteler, arzobispo de Maguncia (1869) fundó una escuela basada en la vieja racionalidad tomista y en la novedosa “cuestión social” fue símbolo del catolicismo sociopolítico, precursor del Papa León XIII y su obra “Informe en la búsqueda de soluciones sociales” tuvo gran influencia sobre los católicos. 3 Alicia Olivera Sedano, El Conflicto Religioso de 1926 a 1929, sus antecedentes y consecuencias, INAH, México, 1966, pp. 30-31.
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Dentro del mundo católico, vino más tarde la reforma del Papa León XIII, dada a conocer en 1891 en su encíclica Rerum Novarum, en la cual formuló severas críticas contra los excesos del capitalismo y proclamó el derecho de los trabajadores a una justa retribución y a otras compensaciones materiales y espirituales.4 A raíz de la aparición de la Rerum Novarum, en Francia, en Bélgica, en los Estados Unidos y en algunos países latinoamericanos, particularmente en México y Chile, algunos sacerdotes católicos iniciaron campañas destinadas a ganar terreno entre las masas trabajadoras “para apartarlas de la influencia comunista”; en ocasiones estas campañas tropezaron con el “conservatismo” oficial de la Iglesia, pero en otras se fomentaron esas actividades llegándose hasta la creación de partidos políticos de tendencia democrático-cristiana, a los cuales algunos tratadistas clasificaron en la categoría de “socialismo cristiano”.5 A partir del siglo XIX, dentro de la Iglesia, se habían dado en todo el mundo diversas corrientes sociales para enfrentar los intentos modernizadores del Estado liberal que resumiremos en tres corrientes principales: los tradicionalistas, los sociales y los demócratas. Los tradicionalistas, eran los católicos intransigentes cuyo lema los definía, “no hay libertad para el error”, pretendían restaurar en diversas formas el papel de la Iglesia en la sociedad y recuperar el espacio perdido por ésta frente a las reformas liberales; su propuesta básica “estuvo imbuida de la idea de la “incompatibilidad entre el mundo moderno y el
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“Rerum Novarum, Encíclica de S.S. León XIII. Documentos Pontificios sobre la Cuestión Obrera y Radiomensaje de SS. Pío XII”, en El Cincuentenario de Rerum Novarum, León, Splendor S.A.Ediciones Paulinas, 1960, pp. 9-11. 5 Manuel Ceballos Ramírez, El Catolicismo Social: un tercero en discordia, México, Colegio de México, 1991, pp. 21-31.
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cristianismo y condenaron indistintamente […] todas las corrientes que de algún modo evadían, atacaban o ignoraban a la Iglesia: liberalismo, racionalismo, positivismo, etc.”.6 Los católicos sociales, que estaban vinculados a los tradicionalistas, pero de tendencias monárquicas, que estuvieron dispuestos a aceptar el republicanismo, pero con la esperanza de restaurar el antiguo régimen dentro de las nuevas reformas. Fueron también activistas implantadores del mutualismo cristiano, de los círculos de obreros (semejantes a los antiguos gremios medievales) y de la moralización social, como principio básico de restauración y regeneración.7 Para la difusión de sus doctrinas manejaban diversas empresas moralizadoras que eran principalmente las editoriales, periodísticas, asociaciones laborales, cívicas, educativas, deportivas, etc., basadas en el concepto de “la armonía de clases” fundamentada en la desigualdad entre las “clases superiores” y la “masa popular”: las primeras o “clases directoras” tenían una misión especial en el mundo: “difundir y guiar desde la cumbre de la sociedad cristiana los destinos de los demás”.8 Este paternalismo de los católicos-sociales se enfrentó a los demócratas cristianos, otro grupo formado al amparo del catolicismo social. Por su parte los demócratas cristianos, propugnaban por la igualdad armónica de las clases, justicia para todos, participación política beligerante y organización popular, puestas en práctica por medio del sindicalismo cristiano. Aceptaban la soberanía popular que parecía a los ojos de los católicos 6
Jean René Derré, et. al., citado por Ceballoso Ramírez, El Catolicismo..., p. 23. 7 Ceballos Ramírez, op cit., p. 25. 8 “La obra social de la Iglesia en México antes de las Leyes de Reforma”, documento reproducido en Alicia Olivera de Bonfil, “¿Hubo un programa cristero?”, en Boletín del Centro de Estudios de la Revolución Mexicana “Lázaro Cárdenas”, A. C., Jiquilpan, octubre de 1982, pp. 109-124.
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sociales y a los de los tradicionalistas, que se había llegado al límite del atrevimiento. La reforma social cristiana, fue otra corriente aparecida a partir del siglo XIX que propuso un cambio muy importante: convertir la tradicional práctica de la caridad cristiana en una lucha por solucionar lo que llamaban la “cuestión social”9 y de esa tendencia nació el catolicismo social, que fue un movimiento que surgió frente a la modernidad como una alternativa católica y una opción distinta tanto frente al liberalismo como frente al socialismo. Las reformas de León XIII Como ya mencioné, a mediados de 1891, el Papa León XIII publicó su Encíclica Rerum Novarum, que es una invitación a la participación y movilización de los católicos en torno a la llamada “cuestión social”. La Iglesia, frente a los cambios propuestos y a las nuevas realidades, presentó una crisis de identidad: hubo contradicciones, rupturas y continuidades que se generaron al interior de la misma enfrentándola no sólo al Estado sino a los diferentes grupos de católicos entre sí. La Iglesia Católica no tiene una estructura monolítica aunque a sí misma se declare como “una”; deben diferenciarse sobre todo las circunstancias, las opciones y las variantes que fueron tomando las alternativas católicas frente al proceso de la sociedad secular.
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En esta época denominaban “cuestión social” al problema de falta de trabajo y la pobreza que planteaban las clases desprotegidas y que creyeron solucionar con la práctica de la “caridad cristiana” que consistía en otorgar ayuda a los menesterosos por medio de dádivas voluntarias, sin tomar en cuenta el derecho que les asistía por el pago justo de su trabajo.
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Las nuevas corrientes católico-sociales llegaron a México, durante el porfiriato en el momento en que se practicaba una política de conciliación. La Iglesia había podido actuar con bastante libertad ampliando su campo de acción, sobre todo en las áreas que se refieren al establecimiento de nuevas diócesis, al aumento del número de sacerdotes mediante la fundación de seminarios, con el aumento del número de colegios católicos que difundían sus enseñanzas e incrementando la publicación de un buen número de periódicos que propagaban su doctrina.10 Por otra parte había también resistencia de la Iglesia al proceso de secularización y de intransigencia frente a un mundo que se había declarado oficialmente no cristiano; a un reformismo inspirado en la “cuestión social”, al anhelo de participación política y al proyecto de una sociedad fundamentada en la “democracia cristiana”, basada en las ideas corporativas sustentadas por León XIII que en ese momento no compaginaban con la realidad que se vivía en el país.11 Para 1914, cuando en Europa daba inicio la primera guerra mundial y en México el triunfo de los constitucionalistas, surgían y contendían con mayor o menor capacidad e identificación, dependiendo de las circunstancias de tiempo y lugar , los católicos liberales, los tradicionalistas, los sociales y los demócratas. Todas estas corrientes católicas se hacen presentes y se manifiestan a través de múltiples formas: centros de estudio, 10
Emeterio Valverde Téllez, Bio-bibliografía eclesiástica mexicana, México, Jus, 1949, vol. II, pp. 128-134. 11 En 1889 aparece en México El País, un nuevo periódico católico con tendencia “popular, independiente y barato” dirigido por Trinidad Sánchez Santos quien fue considerado, dentro de la tendencia católica, como el portador de los cambios sociales mexicanos. Su libro, Las grandes cuestiones sociales de nuestra época, fue la primera gran síntesis del pensamiento social católico mexicano. Trinidad Sánchez Santos, Obras Selectas, México, Jus, 1962, vol. 1: “Discursos”, y vol. 2: “Artículos Periodísticos”.
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bibliotecas, libros, revistas, periódicos, y eventos como fueron las semanas sociales, los congresos católicos, las reuniones agrícolas y actividades de apoyo como las cajas de ahorro, cooperativas, asociaciones mutualistas, centros de obreros, sindicatos, ligas de intelectuales, escuelas, lugares de diversión y esparcimiento, obras teatrales, etc. En México, la difusión entre la población de la Rerum Novarum desde 1891, se hizo principalmente en periódicos católicos aunque también en algunos laicos, sin embargo entre el Episcopado no tuvo la misma recepción, podría decirse que, de parte de los prelados, hasta hubo cierta resistencia no sólo a difundirla, sino a poner en práctica sus postulados. La resonancia que la Encíclica tuvo en nuestro país y las diferentes formas en que fue interpretada, podemos apreciarlas a través de los comentarios que en algunos periódicos se hicieron de ella: En La Voz de México: La influencia que tuvo la Encíclica para los católicos en el México porfiriano, fue “apologética, triunfalista, preventiva, eminentemente teórica y por lo mismo de pocas consecuencias prácticas. Los católicos al principio la aceptaron por disciplina aunque no la entendieron ni supieron cómo ponerla en práctica”.12 Estas mismas ideas fueron expresadas a fines de 1891, también en el periódico de tendencia liberal La Convención Radical Obrera, en éstos se afirmaba que el obrero mexicano comparado con el europeo no tenía nada qué sufrir, porque gozaba de excelente situación y que sólo “dos o tres escritores socialistas” hablaban en México de los problemas obreros.13 Los temas tratados en la Encíclica política, religión, trabajo, obreros y cuestión social eran, sin duda, inoportunos y molestos en nuestro país porque podían alterar la política de conciliación establecida con Porfirio Díaz y resultar en per-
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La Voz de México (1870–1909), 31 de mayo de 1891. Convención Radical Obrera, 15 de noviembre y 20 de diciembre de 1891.
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juicio de la misma Iglesia; parece que se atuvieron al menos en la práctica al agrio comentario del Siglo XIX cuando afirmó que “nunca como ahora el Papa debió haber guardado silencio en un asunto horriblemente comprometedor”.14 La Rerum Novarum tuvo gran éxito en Bélgica, donde el Partido Católico tenía seis años de haber tomado el poder, pero en México el liberalismo triunfante no daba margen a un documento tan “peligroso” como resultaba ser éste. Sin embargo la política de conciliación lograda con el gobierno porfiriano se sostuvo prácticamente hasta fines del siglo XIX a partir de 1890-92, cuando el régimen empezó a dar señales de agotamiento y los católicos sociales desplazaron a los católicos liberales. En la oposición de los católicos contra el régimen de Porfirio Díaz se destacó la participación de la prensa, en especial La Voz de México, que era el periódico más beligerante y de algunos intelectuales católicos, pero la burguesía católica estaba de acuerdo con las empresas y negociaciones del gobierno; fue hasta después de 1891 cuando los católicos voltearon la cara hacia la Encíclica, en busca de una alternativa que oponer a la situación nacional. En lo que se refiere a la difusión del catolicismo social en el país algunos autores consideran un “Eje geográfico de la restauración católica: Puebla, México, Morelia, Zamora, Zapotlán, Guadalajara y Aguascalientes” y lugares comprendidos dentro de ese eje.15 La intensa campaña de difusión del catolicismo social, tanto a nivel internacional como nacional dio frutos, lográndose la mejor organización de los católicos por medio de diversas agrupaciones que lograron sacarlos del silencio de la oración en los templos para ejercer la acción política y social. León XIII en su Encíclica convocaba a la conservación de la fe, diciendo:
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El Siglo XIX, 19 de junio de 1891. Ceballos Ramírez, op. cit.
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…los católicos deben asociarse preferentemente con los católicos a menos que les sea preciso obrar de otra manera. A la cabeza de su asociación así formada, pónganse sacerdotes o seglares de autoridad y buenas costumbres, y bajo la autoridad y consejo de ellos, esfuércense en realizar pacíficamente lo que parece útil a sus intereses, al tenor principalmente de las reglas que consignamos en nuestra Encíclica Rerum Novarum.16
Moisés González Navarro17 dice “…algunos católicos empezaron a aplicar el pensamiento de León XIII a la realidad mexicana” entre otros señala a José de Jesús Cuevas, quien pedía que los latifundistas no consideraran a sus peones como cosas accesorias a sus ganados, y que los industriales no pagaran a los obreros su salario con hambre y tuberculosis; como Ramón Ibarra González, Obispo de Chilapa, Guerrero, que pidió en 1895 que los ricos, reviviendo el apostolado seglar, ayudaran a las misiones indígenas”, como Atenógenes Silva, Obispo de Colima, que en el sermón que pronunció en febrero de 1897, en la Catedral de Guadalajara, pedía se crearan talleres cristianos y asociaciones obreras para conseguir “no la absurda igualdad aritmética de todos los hombres, sino la geométrica o proporcional factible y verdadera”. Los Congresos Católicos La idea de instituir un congreso católico en México existió desde el año de 1885, pero éste tenía más bien el fin de renovar el juramento del Patronato Guadalupano en México y no el de fomentar la obra católico-social, fue hasta el año de
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“Rerum Novarum. Encíclica de S.S…”, op. cit., pp. 11-21. Moisés González Navarro, El Porfiriato. La vida social, México, Editorial Hermes, 1957, pp. 363-364. 17
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1903 en que inspirados en la célebre Encíclica, tuvieron lugar varios congresos. El primero se realizó en Puebla, del 20 de febrero al 1o. de marzo de 1903. Los temas tratados fueron sobre la creación de círculos de obreros que tendrían como fines principales, además de los de índole religiosa, la difusión de los conocimientos técnicos necesarios para procurar el mejoramiento económico de los obreros; el problema indígena y el establecimiento de escuelas de artes y oficios. Al mismo tiempo se publicaba el Manifiesto a la Nación del “Club Liberal Ponciano Arriaga”. El segundo Congreso fue celebrado en Morelia del 4 al l2 de octubre de 1904, sus fines fueron principalmente religiosos, pero también se trató la cuestión obrera: sobre el establecimiento de escuelas agrícolas, de artes y oficios y de talleres; la fundación de círculos obreros, patronatos y gremios así como emprender una campaña en contra de los contratos de enganche que hacían grandes estragos entre los campesinos. El tercer Congreso y primero Eucarístico, se efectuó en Guadalajara en octubre de 1908. En el se adoptaron medidas también en relación con el problema obrero y se confirmaron las resoluciones de los congresos anteriores. En lo relativo al problema obrero en este congreso se llegó a conclusiones que denotan, por una parte la preocupación de los empresarios católicos de ponerse al día en cuanto a la situación de contrato con los obreros; pero por otra, señala las lamentables condiciones en que hasta entonces eran contratados: obligación del patrono de tratar al obrero como hombre igual que él; obligación del patrono de respetar en el obrero su dignidad personal, atendiendo a su sexo y edad; obligación de concederle el descanso dominical; obligación de crear escuelas para la instrucción de los obreros y sus hijos; obliga-
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ción de los patronos de pagar a los obreros su salario íntegro y en dinero en efectivo, entre las más importantes.18 En 1909 se celebró el cuarto Congreso Católico en Oaxaca, fue organizado por el Arzobispo Eulogio Gillow y como tema principal trató el problema indígena. Las memorias de este congreso no pudieron ser publicadas en forma independiente como las de los otros congresos, sin embargo sabemos que se trataron también temas relativos a la educación de los indígenas, la propagación del idioma castellano como medio indispensable para su educación integral así como la multiplicación de escuelas rurales. Destaca en este capítulo lo relativo a la forma de evitar las huelgas doctrinales y el que las ideas socialistas y comunistas no se propagaran entre los obreros y los medios prácticos para hacer cesar las dificultades entre el capital y el trabajo; también se discutió sobre la fundación de los círculos de obreros y el mutualismo.19 Paralelamente a los Congresos Católicos se celebraron los Congresos Agrícolas: de estos se efectuaron dos en Tulancingo, Hidalgo: el primero en 1904, promovido por el Obispo de la Diócesis y más tarde Arzobispo de México Dr. José Mora y del Río, que tuvo como fin exclusivo, “deliberar sobre los medios prácticos de procurar el mejoramiento moral y material de los trabajadores del campo”.20 El segundo Congreso Agrícola se llevó a cabo también en Tulancingo, en septiembre de 1905. Y en él se continuó la discusión de los temas presentados en el congreso anterior. En Zamora se celebró el tercero en 1906, que igual que en los anteriores, se trataron cuestiones relacionadas con la
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Actas del Congreso Católico de Guadalajara, 1908, en al Archivo de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR), Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), UNAM. 19 Eulogio Gillow Zavalza, Conclusiones del IV Congreso Católico Nacional. LNDLR, CESU-UNAM. 20 La Epoca, núm. 203, del 2 de octubre de 1921.
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suerte de los trabajadores del campo, incluyendo medidas reivindicadoras y moralizadoras: la elevación del jornal y los medios para remediar la miseria de los peones, la campaña contra la embriaguez y la protección a la infancia. También se realizaron las Semanas Sociales, que fueron cuatro: la primera en Puebla en 1908; la segunda en León en 1909; la tercera en la ciudad de México en 1910 y la cuarta en Zacatecas en 1912. En todas ellas se trataron temas como el mejoramiento de la clase indígena, la desvinculación de los bienes agrícolas de la usura entre los agricultores, del reparto de tierras y del “Bien de Familia”.21 Resultado de todos estos eventos y del movimiento provocado por ellos fue el establecimiento definitivo de los Círculos de Obreros Católicos en muchas poblaciones de la República, en cuyo seno se iniciaron algunas obras sociales. Poco después se constituyó también la Confederación de Obreros Católicos de la República Mexicana en 1911.22 Lo importante al reseñar estos eventos es destacar la gran preocupación que hubo de parte de algunos católicos, que no de todos, de no ir a la zaga de las propuestas de otros grupos políticos para resolver la grave situación en que vivían sobre todo los campesinos y los obreros. Esto no significa ni que esas propuestas se hayan puesto en práctica, ni que todos las hubieran aceptado puesto que la mayor parte de ellas afectaban gravemente los grandes intereses económicos de los hacendados y de los empresarios. Vale la pena mencionar que en enero de 1913 se celebró en Zamora lo que se llamó la “Gran Dieta de la Confedera21
Valverde Téllez, op. cit., pp. 128-134. Para mayor información sobre los Congresos Católicos, los Congresos Agrícolas y las Semanas Sociales, consultar Ceballos Ramírez, op. cit., capítulo V, pp. 175-247; Moisés González Navarro, Cristeros y Agraristas en Jalisco, México, Colegio de México, 2000, vol. I., pp. 82-85 y Olivera Sedano, El Conflicto religioso…, pp. 34-40. 22
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ción de Círculos de Obreros Católicos” en la que se trataron temas de gran importancia y donde podemos ya percibir la determinación de que sus proyectos no quedaran en eso nada más, sino en tratar de plasmarlos en leyes a través de una activa participación en la política. Se había trabajado también en la formación de una agrupación de estudios sociales, cuyos socios se distribuyeron en toda la República y se llamó Sociedad de Operarios Guadalupanos, celebrándose varias reuniones con el fin de elaborar ideas y trabajar en el terreno religioso, social y cívico, preparando así la organización en 1911, del Partido Católico Nacional, cuya finalidad era hacer plasmar en leyes las propuestas de justicia social que se habían planteado en los congresos católicos, pensando que si su grupo no tenía representación en el gobierno, resultaban absolutamente inútiles todos sus esfuerzos, ya que consideraban que trabajaban en un medio político que no les era propicio, como era el del liberalismo dominante.23 Aunque los organizadores del Partido Católico negaron ser herederos de los conservadores o tener nexos con el clero, lo cierto es que en un folleto publicado en Guadalajara en agosto de 1911, con el nombre de Apostolado de la Prensa, se dio a conocer un artículo titulado ¡A la Política! Donde declaraban “¡Unámonos al Partido Católico Nacional! … ¡Todos a trabajar por el reinado social de Jesucristo!”. Por otra parte, durante las elecciones de 1911 también, los obispos encabezados por el arzobispo Mora y del Río dieron un fuerte apoyo al partido recién fundado, multiplicando las cartas pastorales que entre otras cosas recordaban a los católicos “su sagrado deber electoral”. El resultado de toda esta actividad tuvo como consecuencia el triunfo absoluto de los católicos en los estados de Jalisco y
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Olivera Sedano, El conflicto religioso..., pp. 34-41.
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Zacatecas, sin embargo la acción de los revolucionarios logró que se anularan esos resultados sobre todo en Zacatecas.24 Las actividades políticas y sociales de los católicos continuaron realizándose, algunas veces en forma abierta y otras con cautela durante toda la etapa revolucionaria y posteriormente, aunque públicamente se manifestaron hasta que la aparición de la Constitución de 1917 vino a conmocionarlos. A raíz de su publicación, el Episcopado Mexicano dio a conocer una “enérgica protesta”25 que se difundió ampliamente en el país y en el mundo católico; fue este el principio de un enfrentamiento inevitable entre ambos poderes: el eclesiástico y el civil, que traería como consecuencia una serie de manifestaciones públicas de parte de los católicos, todas ellas reflejo de su doctrina, de su ideología y de sus deseos de implantar una ley acorde con la doctrina social católica. El clero, principal afectado en sus intereses en especial por los artículos 3º, 27 y 130, buscó apoyo en la sociedad mexicana e hizo públicos algunos documentos para exigir la derogación de las leyes recientemente publicadas (ver nota 24). Por su parte el presidente de la República, general Plutarco Elías Calles, considerando que las peticiones implicaban nada menos que la revisión del orden constitucional, contestó la petición de manera negativa; resultado de esta controversia fue la expedición, el 4 de enero de 1926, de la Ley Reglamentaria del artículo 130, y días después la reforma al Código Penal, estableciendo sanciones para quienes las violaran.
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Miguel Palomar y Vizcarra y su interpretación del Conflicto Religioso de 1926. Entrevista con Alicia Olivera, INAH (Serie Archivo Sonoro: 2), 1970, pp. 14-18 25 Protesta que hacen los Prelados Mexicanos que suscriben, con ocasión de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos publicada en Querétaro el cinco de febrero de mil novecientos diecisiete. Acordada el 24 de febrero de 1917. Documento del Archivo de la LNDLR, CESU-UNAM.
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Este enfrentamiento desembocó en un levantamiento armado que se conoce como rebelión cristera o cristiada que, como sabemos, duró tres años, de 1926 a 1929, llena de incidentes de todo tipo que trastornaron la vida sobre todo de muchas poblaciones rurales, principalmente del Bajío y de los estados de Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Zacatecas y Colima. No es oportuno reseñar aquí todos los eventos y detalles tanto del conflicto religioso como de la citada rebelión cristera, pero referirnos a ellos nos da pie para decir que durante dicho movimiento hubo, por lo menos, dos intentos formales de los católicos implicados para establecer un gobierno que contemplara, desde el punto de vista de la ideología católica, los lineamientos de una justicia social acorde con su pensamiento dado a conocer en diferentes documentos en los congresos y demás eventos citados anteriormente. Uno de los proyectos para establecer un gobierno católico y una nueva legislación que observara sus intereses, fue en el área geográfica dominada por el llamado “Regimiento Valparaíso”, formada por el sur de Zacatecas y el norte de Jalisco, región donde los generales Vicente Viramontes y Aurelio R. Acevedo organizaron un “Congreso Constituyente” que se celebró el 22 de mayo de 1928, que puso en vigencia dentro de su territorio, una nueva ley que más tarde publicaron en un pequeño librito, con el título de La epopeya Cristera y la iniciación de un derecho nuevo. Junta Regional de Autoridades Administrativas y Judiciales, celebrado por el Ejército Libertador Cristero en Mezquitic, Jalisco, en mayo de 1928 (s.p.i. 1938). Este proyecto de gobierno era en realidad muy limitado, sin una estructura definida en el cual apenas esbozaban algunas propuestas concretas, aunque en sus escritos, que sólo circulaban en la zona donde se desarrollaba la lucha, dieron a conocer algunos puntos. La propuesta de “un derecho nuevo” concretaba más bien su ideología y el propósito de su lucha, que como hemos anotado anteriormente, no era solamente la defensa de la religión y de la fe, sino de lograr la imposición
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de una nueva ley acorde con “el orden social cristiano”. En el número 18 del periódico de lucha Peoresnada expresaban: “el pueblo mejicano se ha separado de Dios por las leyes impías que observa y por eso somos un pueblo de indigentes y desgraciados, por lo tanto se deben evitar esas leyes impías y antinaturales para sentar otras basadas en la Libertad Eterna”.26 El general Aurelio R. Acevedo me refería en una entrevista, que ellos buscaban una sociedad mejor en todos sentidos: en el aspecto agrario “una mejor distribución de la tierra, sin provocar grandes conflictos con los hacendados, pero sí con las tierras improductivas y con el acaparamiento del agua. El espíritu del movimiento libertador es enteramente moral y es lo que lo distingue de cualquier otro movimiento anterior”.27 En síntesis, esta nueva ley, pretendía no sólo derogar la Constitución de 1917 sino moralizar a la sociedad por medio de un nuevo proyecto de educación que abarcaba todos los aspectos, desde la conducta de hombres y mujeres hasta su forma de vestir y de celebrar las fiestas, para rescatarla del desenfreno en que había caído. Otro intento en el que ya se propuso derrocar al gobierno revolucionario e implantar una nueva constitución, fue en el Plan de los Altos, firmado por el general Enrique Gorostieta28 en Jalisco, el 28 de octubre de 1928, en el cual “el Movimiento Libertador desconoce a todos los poderes, tanto de la Federación como de los Estados y propone una nueva cons-
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Peoresnada, periódico de lucha cristero semanario que publicó 93 números, de 1927 a 1929. 27 Entrevista al señor Aurelio R. Acevedo, realizada por Alicia Olivera el 13 de junio de 1963 en la ciudad de México. 28 Enrique Gorostieta y Velarde fue un militar de carrera, que no había actuado dentro de ningún grupo católico pero fue nombrado General en Jefe del Ejercito Libertador Cristero a principios de 1928, dándole a la lucha armada unidad y mejor organización.
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titución.29 El programa propuesto por este movimiento se resumía en una palabra Libertad: “Libertad de conciencia y religiosa, libertad de enseñanza, libertad de asociación, de trabajo, libertad de imprenta: ¡Todas las libertades!”. Proponían adoptar provisionalmente la Constitución de 1857, sin las Leyes de Reforma, para no partir de cero, pero desconocían en absoluto “los inauditos despropósitos de la Constitución de 1917”. En la nueva ley incorporarían las reformas pedidas el 6 de septiembre de 1926 por los prelados mexicanos y las ampliaciones contenidas en el “Memorial de los católicos”, presentadas a las Cámaras el 3 de septiembre de 1928. Se referían a temas como las disposiciones a favor de las clases populares, sin más límites que los que impongan, el derecho natural y la justicia así como al problema agrario. A la mujer mexicana le otorgaban el voto, cuando se tratara de decidir los votos fundamentales en la vida de la nación, en los Referendum (sic) y en los plebiscitos.30 Importantes sucesos dieron fin a estos intentos por aplicar la nueva ley, entre ellos, la muerte del general Gorostieta y finalmente los Arreglos entre la Iglesia y el Estado, llevados a cabo el 21 de junio de 1929, que si bien no derogaron la Ley de 1917 si establecieron un “modus vivendi” que les permitió actuar libremente y poco a poco conseguir, si no de manera oficial si de facto, abstenerse de cumplir con aquellos artículos de la Constitución con los que no estaban de acuerdo. Todo lo relativo a la organización lograda por los católicos, a partir del último tercio del siglo XIX, tiene pertinencia aquí para poder evaluar cuál fue la verdadera fuerza de este grupo. En realidad pudieron lograr una eficaz y amplia organización y mediante los Congresos católico-sociales pudieron renovar su doc-
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Manifiesto a la Nación, dado en la “gloriosa región de Los Altos, el 28 de octubre de 1928,” documento reproducido en Olivera de Bonfil, “¿Hubo un Programa…” 30 Idem.
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trina social. Por otra parte, efectivamente, al conseguir el reconocimiento de un partido político, pudieron estar más cerca de poder acceder a las Cámaras y por lo tanto a la propuesta de nuevas leyes que, desde su punto de vista eran las más adecuadas para lograr el bienestar del país. Sin embargo, el único triunfo que realmente pudieron obtener en esta lucha política fue el del estado de Jalisco en la XXIII Legislatura, que en su segunda época autorizó al clero para que impartiera educación elemental y convino en revalidar los estudios realizados en instituciones educativas eclesiásticas de nivel medio y superior, así como en la XXIV Legislatura del mismo estado, elegida el 10 de noviembre de 1912, que obtuvo el control camaral absoluto que estaba también a favor de los católicos. De tal modo este grupo pudo llevar a la práctica algunas leyes que favorecían sobre todo a los obreros y campesinos. El periódico oficial El Estado de Jalisco reprodujo el 3 de febrero de 1913 el programa legislativo que “un Congreso eminentemente cristiano y educado en los principios de la Encíclica Rerum Novarum, se proponía llevar a cabo”. Como proceso el “modus vivendi” produjo formas específicas de relación entre el gobierno y la jerarquía católica que no se redujeron al hecho jurídico, sino que se extendieron al terreno político, educativo e incluso a la vida cotidiana y privada; después de un lapso de tranquilidad que abarcó más o menos desde junio de 1929 hasta finales de 1931, ambas partes cumplieron el compromiso inicial de “ilegalidad tolerada”. Después de la reforma a la ley del 28 de enero de 1992, publicada en el Diario Oficial de la Federación, la situación de la Iglesia y de la jerarquía eclesiástica se ha ido transformando de acuerdo con necesidades más actuales, pero sobre todo con los cambios de gobierno que se han dado y con la toma del poder de parte del Partido Acción Nacional (PAN) a partir del año 2000, y con ello de una ideología que tiene propuestas diferentes para dar solución a los problemas nacionales, de acuerdo también con otras formas de interpretar el concepto de justicia social.
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“La oportunidad en vez de la limosna”. La Casa de Industrias de Buena Voluntad, 1928-1933 Ma. Eugenia Fuentes Bazán x Este trabajo se propone reconstruir las actividades desarrolladas por la Casa de Industrias de Buena Voluntad, institución de beneficencia que desarrolló un trabajo de tipo social en la ciudad de México, durante los años de 1928 a 1933. Fundada, por la Iglesia Metodista Episcopal de México que se estableció en el país desde las últimas décadas del siglo XIX y se distinguió por su trabajo educativo y médico , ésta institución se concretó al final del gobierno de Plutarco Elías Calles y durante las administraciones de Emilio Portes Gil, Pascual Ortíz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, en medio de momentos difíciles para el país a consecuencia de la crisis mundial de 1929. Son los años en que los gobiernos posrevolucionarios pretendieron dejar atrás la lucha armada e iniciar la reconstrucción nacional a través de un proyecto de reformas económicas y sociales que beneficiarían a las clases medias de la sociedad. En el ámbito político, el país pretendió entrar de lleno en la modernidad con la creación de instituciones que garantizaran la transición pacífica del poder. Es este contexto, me interesa rescatar la labor de una institución, fuera del ámbito gubernamental, que desde la óptica protestante implementa un programa social para responder a las apremiantes necesidades de una sociedad que vive una coyuntura económica y política particular. Es por ello que, en este trabajo destacaremos los “postulados sociales” del prox
Dirección de Estudios Históricos, INAH. 161
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testantismo sobre los cuales se fundamenta la obra social metodista, así como los inicios y las actividades de la Casa de Industrias en la ciudad de México. El contexto político-social y la Iglesia Metodista de México Cuando Plutarco Elías Calles concluyó su periodo presidencial, los años más violentos de la guerra cristera el episodio culminante del enfrentamiento entre la Iglesia Católica y el Estado , habían quedado atrás. Como señaló Monsiváis; Entre 1925 y 1926 se expulsan obispos de México, se suspenden cultos, turbas fanáticas linchan maestros rurales y queman escuelas, se fusilan imágenes de santos y un “iluminado” asesina al presidente electo, los ejércitos cristeros dominan amplias zonas del país y sostienen con el ejército federal un intercambio de crueldades. Al final de la década la jerarquía eclesiástica abandona a los cristeros a su suerte y pacta con las autoridades.1
Las rebeliones de los generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez en 1927 y la del general José Gonzalo Escobar en 1929, ayudan a entender la formación del Partido Nacional Revolucionario en este último año. Es el momento en que, como han señalado distintos autores, se pasa “de un país de caudillos a un país de instituciones”, que a largo plazo vendrían a controlan la sucesión presidencial. Junto a los bancos, carreteras y presas que debían impulsar la actividad del campo hacía la modernidad, Calles promovió la escuela. “Se apoyó sobre todo a la escuela rural en 1
Carlos Monsiváis, “Prólogo” en Imágenes y recuerdos 19191930. La rebelión de las masas, Textos y selección de citas Manuel Vázquez Montalvan, Francisco Arce Gurza, Coordinación y documentación gráfica Lola Ferreira, Joaquín Diéz Canedo Flores, Barcelona, Difusora Internacional, 1985, pp. 13-14.
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un concepto más práctico y más útil: higiene, deportes, oficios. En la ciudad de México se abrieron las primeras escuelas secundarias, se consolidó un departamento de enseñanza técnica e industrial y por primera vez se difundieron por radio clases prácticas de toda índole”.2 Se creó la Casa del Estudiante Indígena y las escuelas centrales agrícolas. Además el Estado amplió su papel económico con un sentido social, es decir tendió la mano a los pobres.3 Respecto a la Iglesia Metodista Episcopal de México, cabe señalar que desde sus inicios se vinculó con la causa liberal. La identificación histórica del metodismo con los valores liberales y la composición social de sus feligreses, hizo posible que muchos de ellos se identificaran ideológicamente con el movimiento revolucionario de 1910. “Guiados, en su mayoría, por su afinidad espiritual con los anhelos revolucionarios y el deseo de colaborar en la redención social del país”, los metodistas participaron con el maderismo y el constitucionalismo en servicios civiles y militares. Más tarde y como consecuencia de la Constitución de 1917 que restringía la actividad de los organismos religiosos, esta Iglesia acató la ley en perjuicio de su labor educativa y social, ya que el Estado enarboló éstas actividades como propias de su quehacer.4 En la década de los años veinte la misión metodista perdió influencia en el país. Situación que Rubén Ruiz explica por “las limitaciones al trabajo protestante debido a la aplicación del Plan de Cincinnati, la obediencia a las nuevas leyes 2
Enrique Krauze, Reformar desde el origen, Plutarco E. Calles, México, Fondo de Cultura Económica (Biografía del poder: 7), 1987, p. 57. 3 Ibídem, p. 60. 4 Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, El cristianismo evangélico en México. Su tradición histórica, su actuación práctica, sus postulados sociales, México, El Faro, 1994, pp.32-33; Rubén Ruiz Guerra, Hombres Nuevos. Metodismo y Modernización en México (1873-1930), México, CUPSA, 1992; Jean Pierre Bastian, Los Disidentes. Sociedades Protestantes y Revolución en México, 18721911, FCE, El Colegio de México, 1989.
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del país, la aplicación de proyectos sociales de clase media por parte de los gobiernos revolucionarios y la reducción de los presupuestos misioneros a partir de 1924”. Todo esto dice, explicaría la tasa de crecimiento más baja en la historia de la misión.5 La Ley Calles, promulgada en junio de 1926, afectó también a las misiones protestantes, aunque no en la misma magnitud que a la Iglesia católica. Se hablaba de “los nexos de los metodistas con el presidente Calles y la afinidad de la ideología protestante con la oficial”. Pero también estuvo presente el “poco arraigo de las iglesias protestantes en la población, lo que haría innecesario cualquier ataque a las misiones”.6 Los metodistas siempre hablaron de obedecer las leyes del país, aunque afectaran sus derechos, y por lo tanto avalaron las acciones del gobierno como legales y justas. Sostenían, que el conflicto no era religioso, sino clerical. Por tanto, no había persecución religiosa en México. Y llegaron a decir que tras el conflicto religioso estaban los esfuerzos de la reacción que así jugaba su última carta para “destruir la obra de la revolución” y “estorbar al gobierno” en sus planes de mejoramiento nacional.7 La puntual aplicación de la Ley Calles que limitó el ejercicio de los misioneros extranjeros ... exacerbó el nacionalismo dentro de la iglesia y permitió que los ministros mexicanos ocuparan puestos de decisión dentro de las filas de la misión. Las superintendencias de Distrito y la presidencia de la Conferencia Anual fueron ocupadas por mexicanos solamente. La administración de la 5
Ruiz Guerra, op. cit., p. 128. Habla de un crecimiento promedio de 2.35 % en la década de 1920 contra 7.9 % en la década de 1890. 6 Idem. 7 Ruiz Guerra, op. cit., p.129; “Ante el actual conflicto religioso”, editorial en El Mundo Cristiano, t. X, núm. 30, México, 29 de julio de 1926, p. 467 y Pedro Flores Valderrama, “Como se portan los cristeros”, en El Mundo Cristiano, t. XIII, núm. 12, México, 15 de junio de 1929, p. 184.
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iglesia por parte de los mexicanos facilitó desarrollar los planes de unificación con la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, que trabajaba en el norte de México. De ahí a la autonomía sólo fue necesario un paso,
que se dio el 8 de julio de 1930 cuando se constituyó la Iglesia Metodista de México.8 Sin embargo este nacionalismo que al interior de la misión condujo a la autonomía, tuvo otro carácter hacia el exterior. Al respecto, Rubén Ruiz refiere que Hacia fuera de la misión, el nacionalismo no representó otra cosa que incorporarse de lleno a lo que hacía el gobierno, perdiendo por lo tanto los metodistas, identidad. Una vez perdidos sus contactos, las iglesias protestantes quedaron a la deriva en lo que a presencia social se refiere. Pero siguieron trabajando y creciendo en pequeñas proporciones. Esto sólo se explica porque la iglesia protestante es un instrumento entre muchos, para difundir lo que se considera una verdad evangélica.9
Por ello es importante conocer el trabajo social que desarrolló la Casa de Industrias durante los años de 1928 a 1933. Con este proyecto la iglesia metodista buscó nuevamente incidir en la sociedad mexicana, aunque su labor se haya visto en cierta medida disminuida por los proyectos estatales, y más allá de que éste proyecto a largo plazo fracasara o no tuviera una larga vigencia.
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Ruiz Guerra, op. cit., pp.129-130; Libro Conmemorativo de las Bodas de Diamante de la Iglesia Metodista de México, 1873-1948, México, Imprenta Nueva Educación, 1948, p. 65. La Iglesia Metodista de México se dividió en dos conferencias: la Fronteriza que abarcaba los estados del norte del país y la del Centro. Esta última incluía 42 congregaciones en tres distritos con una membresía de 12 534 individuos en los estados de México, Puebla, Tlaxcala, Querétaro, Guanajuato, Morelos, Hidalgo y el Distrito Federal. 9 Ruiz Guerra, op. cit., p.142.
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Los postulados sociales del protestantismo Los metodistas solían decir: “Cada uno de nosotros somos la sociedad y esa sociedad no es más que el reflejo de las condiciones individuales. La regeneración social depende de mi, de ti, de cada uno de nosotros individualmente”.10 Por tanto, la empresa de mejoramiento de la sociedad implicaba el cambio de cada uno de los hombres. En esto radicaba la tarea social de la iglesia. Había que dar a cada persona la oportunidad y la posibilidad de cambiar hacia algo mejor tanto desde el ámbito moral, como en su vida material.11 Fue en base a este planteamiento que la comisión de Servicio Social de la Iglesia Metodista de México reconoció en 1928, que la sociedad se hallaba agobiada por una multitud de problemas que demandaban una urgente solución, la cual sólo podía encontrarse en “la aplicación práctica” de las enseñanzas contenidas en el Evangelio. De no resolver éstos problemas, tanto en la ciudad como en el campo, la evangelización de las masas se retrasaría. Se recomendaba que la Conferencia Anual Metodista apoyara el Servicio Social Cristiano como “la expresión del Evangelio hecha acción en todos los departamentos de la vida diaria”. Todo esto se llevaría a cabo elaborando programas para el trabajo de las comunidades, escribiendo en la prensa sobre temas de actualidad relacionados con el servicio social; organizando ligas antialcohólicas; impartiendo conferencias y distribuyendo folletos contra los vicios que afectaban a las comunidades. Incluso proponiendo a las legislaturas, leyes más adecuadas para el mejoramiento de la sociedad.12 Esti10
El Abogado Cristiano Ilustrado, t. 15, núm. 7, p. 54, 1o. de abril de 1890, tomado de Ruiz Guerra, op. cit. p. 113. 11 Ruiz Guerra, op. cit., pp.113-114. 12 Dirección de Archivo e Historia de la Iglesia Metodista de México. Actas de la Conferencia Anual de la Iglesia Metodista Episcopal de México (ACAIMEM en adelante), México, Imprenta Metodista Episcopal, 1929, pp.101-102.
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mulando a los directores de las escuelas, sobre todo de las rurales, para que establecieran clases nocturnas para jóvenes y adultos y practicaran el deporte entre la juventud, como un medio práctico de rescate. La protección de la infancia se privilegió de manera particular, mediante la creación de sociedades de padres de familia, ciclos de conferencias sobre higiene sexual, prenatal e infantil, economía doméstica y métodos de construcción de casas higiénicas y adecuadas. Para combatir la escasez originada por la crisis económica, propusieron orientar a las congregaciones, a fin de lograr un mayor rendimiento económico del trabajo personal y establecer pequeñas industrias para dar ocupación a los menesterosos. Incluso, la Comisión de 1931 fue más allá, al exigir a cada uno de los miembros de la Iglesia, una “injerencia prudente, pero eficaz en los dos problemas más sensibles que en ese momento tenía el país: el agrario y el obrero”. Se esperaba solucionar, a través de este amplio programa de actividades de servicio social, las necesidades más inmediatas de las comunidades.13 En 1934, la conciencia sobre el papel social de los protestantes se hace más relevante con la publicación de la Declaración del Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas. El documento, redactado por una comisión evangélica en la que participó Gonzalo Báez Camargo –escritor metodista–, recupera “la actuación práctica de los evangélicos en su lucha contra el analfabetismo, el alcoholismo, la superstición y el fanatismo”; pero sobre todo expone los postulados sociales que rigen la conducta de los evangélicos frente al Estado, las ideologías y los sistemas económico sociales del momento.14 13
ACAIMEM, 1930, p.133; A partir de 1931 cuando la Iglesia Metodista se hace nacional, las actas que utilizamos son las de la Conferencia Anual del Centro de la Iglesia Metodista de México (ACAIMM en adelante), México, Imprenta a su orden, 1931, p.116, Vid. Nota 9. 14 Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, El cristianismo evangélico en México. Su tradición histórica, su actuación práctica, sus
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Carlos Mondragón González considera que éste punto del documento se plantea desde una “perspectiva biologicista de la sociedad que sirve para enfatizar la interdependencia de los miembros de la sociedad en la búsqueda del bien común fundamento de la justicia social”.15 De esta manera el protestantismo consideró que como institución eclesiástica que funcionaba dentro de la sociedad, debía someterse a la autoridad del Estado y no reclamar ningún fuero. En cuanto al ámbito económico demandaba –como resultado de sus propios postulados morales–, que la evolución y el cambio de los sistemas económicos fuera en el camino que llevara de lo malo a lo bueno y de lo bueno a lo mejor. Es decir la aprobación o desaprobación en un determinado sistema económico debía basarse solamente en razones de orden moral.16 El Concilio, “basado en esas razones morales” consideraba que la organización social de ese momento, adolecía de serios males económicos, morales, sociales y espirituales. Por lo tanto, la labor del cristianismo evangélico se centraba en infundir su espíritu y sus normas morales en el mejor sistema que la ciencia económica pudiera descubrir y organizar. Por ello los postulados sociales del cristianismo evangélico, podrían resumirse de la siguiente forma:
postulados sociales, México, El Faro, 1994. Este documento se redacta y publica en 1934 y tiene como antecedente el debate que se originó en 1933 sobre la orientación ideológica que deberían tener las universidades mexicanas a partir del primer congreso de universitarios mexicanos, donde un grupo de profesores propuso adoptar la filosofía del materialismo histórico en la enseñanza y en la modificación de 1934 al artículo 3º. de la Constitución, determinando que la educación que imparta el Estado será socialista. El Comité Ejecutivo del Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas publicó el documento para responder a las críticas y plantear su postura ante dicho conflicto. 15 Ibidem, p.8. 16 Idem.
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a) “El valor supremo de la personalidad humana”. Criticaba al sistema industrial porque reducía al hombre a un simple instrumento de producción y lucro. Condenaba todas las formas de opresión y explotación del hombre por el hombre, tanto en lo económico como en lo moral. “Creemos que la justicia social incluye la justicia económica, pero abarca mucho más”. La economía social debía distribuir los productos de acuerdo con el trabajo, la contribución y las necesidades individuales. Proponía un nuevo orden social en donde todas las formas e instituciones de la vida colectiva contribuyeran a desarrollar y ennoblecer la personalidad humana. b) “Relaciones humanas basadas en el sentido de la fraternidad”. La solidaridad basada en el sentido de que todos los hombres eran miembros de una sola y gran familia. El orden social no debía perpetuar las desigualdades de nacimiento, sino ofrecer a todos y cada uno de sus integrantes las mismas oportunidades para obtener un mayor desarrollo posible de la vida y la personalidad c) “Concepto orgánico de la sociedad”. La sociedad era un organismo vivo y cada individuo miembro de ella, tenía responsabilidades vitales en el desempeño de su función social. Nadie tenía derecho de actuar en perjuicio de la sociedad en lo económico y sobre todo en lo moral. La libertad personal estaba condicionada y limitada por el bien social. d) “Cooperación en lugar de competencia”. Proponía un nuevo orden social en donde la competencia fuera sustituida por la cooperación. Donde la producción y distribución de la riqueza se reorganizara bajo el control social. e) “El móvil del servicio de amor en vez del móvil de lucro”. El principio del lucro en la actividad económica y social del individuo debía ser sustituido por el sentimiento dominante del amor, que se expresaba en el servicio a los demás y el sacrificio por el bien común. f) “Supremacía de los valores espirituales”. El orden industrial presente lesionaba la personalidad humana, puesto que demandaba del trabajador un dispendio de energía tal
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que dejaba poco lugar en la vida para el aspecto espiritual. Proponían un orden social donde la vida humana no quedara reducida sólo al plano económico sino que ofreciera abundante estímulo, lugar y elementos para la nutrición y el desarrollo del espíritu. g) “Respeto a la propiedad y la riqueza como una mayordomía sagrada”. Insistía, a nombre de las categorías morales y espirituales que la propiedad, ya sea privada o colectiva era una función eminentemente social y debía administrarse y usarse en servicio y beneficio del mayor número posible de miembros de la sociedad. h) “La raíz última y verdadera del mal está en el corazón”. La esencia del mal era el egoísmo, profundamente arraigado en el corazón humano, por lo que el cristianismo demandaba un cambio radical en la naturaleza humana. Ningún sistema por perfecto que fuera podía por sí solo redimir al hombre del egoísmo y crear en él un espíritu verdadero de fraternidad y servicio. Era aquí donde consideraba que su función y su misión social consistían fundamentalmente en ir derecho a la raíz última del mal, oculta en la naturaleza humana, a fin de aniquilarla. De esta manera el protestantismo consideraba que aportaba una contribución fundamental y única al proceso de transformación social, al poner al servicio de la sociedad individuos moralmente regenerados y poseídos de la noble pasión del amor a sus semejantes. i) “La violencia no logra extirpar de raíz ningún mal social”. Desconfía de la violencia como medio de transformación social. Considera que la violencia engendra violencia y por lo tanto la condena como técnica de lucha contra la injusticia social. La coerción social que se empleaba como disciplina y protección para la colectividad era un recurso provisional pero el correctivo nunca erradicaba el mal. La única manera de lograr la transformación era la suma de fuerzas morales y espirituales en la vida del hombre.17 17
Ibidem, pp.21-30.
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La Casa de Industrias de Buena Voluntad El trabajo metodista relacionado con el “servicio social cristiano” tiene en la Casa Industrias de Buena Voluntad uno de sus mejores ejemplos. Este tipo de instituciones fueron creadas por la Iglesia Metodista Episcopal en los Estados Unidos. El lema adoptado por ellas: “la oportunidad en vez de la limosna” da cuenta del objetivo de esta institución, que proponía sustituir el antiguo método de la limosna por la oportunidad. En la ciudad de México la Casa de Industrias de Buena Voluntad se estableció en 1928 gracias al apoyo e impulso que recibió del Obispo de la Iglesia Metodista Episcopal en México Jorge A. Miller y gracias al apoyo económico de las iglesias de la Misión Latinoamericana del Sur de California, en los Estados Unidos.18 El pastor José Trinidad Ramírez,19 quién fue director de esta Institución, recién había regresado de Los Angeles, California, donde se había preparado en estudios de Servicio Social para dirigirla. Desde su punto de vista, justificaba su creación al considerar que las ... sociedades modernas estaban desechando por inadecuado y pernicioso el antiguo método de la limosna para sustituirlo por el de la oportunidad y las Goodwill Industries eran la 18
ACAIMEM, 1928, p.109. Originario de Guanajuato José Trinidad Ramírez se educó en las escuelas metodistas. Trabajó en el Instituto Metodista de Querétaro y posteriormente fue profesor en el Instituto Metodista de Puebla. En la ciudad de México cursó teología y asumió el pastorado de la iglesia de La Santísima Trinidad. A instancias del Obispo Jorge A. Miller viajó a la ciudad de Los Angeles, California, donde realizó estudios de Servicio Social durante año y medio y a su regresó asumió la dirección de la Casa de Industrias de Buena Voluntad. Cincuentenario de la fundación de la Iglesia Metodista Episcopal en México, México, Casa Unida de Publicaciones, 1924, p. 131; Editorial de El Evangelista Mexicano, t. XVI, núm. 23, México, 1º de diciembre de 1946. 19
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institución cristiana que mejor respondía a esta demanda, tanto por los servicios prácticos que proporcionaba, como por sus ideas de evangelización y cultura moralizadora en pro de las clases necesitadas.20
Esta Institución quedó bajo la supervisión del Cuerpo Directivo de la Sociedad Misionera Mexicana, que encaminó sus esfuerzos para ubicarla en una zona aledaña a la iglesia El Divino Redentor, ubicada en la calle de Aztecas en la colonia Morelos. Pero al no encontrar un sitio adecuado tuvieron “que entrar en un barrio nuevo, con idénticas necesidades al de Aztecas”. Éste, fue la colonia Doctores donde la Iglesia metodista no llevaba a cabo trabajo proselitista, por lo que su establecimiento abría la posibilidad de iniciar un nuevo lugar de predicación en el número 191 de la calle del doctor Martínez del Río.21 José Trinidad Ramírez estaba consciente de las dificultades que tenía que enfrentar: “hay que hacer ambiente en nuestro medio social, desbaratar prejuicios y remover obstáculos, pero contamos con que Dios nuestro Padre y Jesucristo el Salvador de los Pecadores, estarán de nuestra parte para obtener el más completo éxito en las labores que vamos a principiar”.22 Para ello delineó un ambicioso plan de trabajo que contemplaba el establecimiento de varios departamentos –como el legal, de moralización y de empleos–, así como la instalación de diversos talleres para dar ocupación a los miembros pobres de las iglesias evangélicas y al público en general. 20
ACAIMEM, 1928, p. 109. ACAIMEM, 1928, pp. 109-111. “En 1889 Francisco Lascuráin solicitó al Ayuntamiento que se le permitiera formar una colonia en el terreno de su propiedad denominado La Indianilla, ubicado al sur de la Garita de Belén. Oficialmente se le llamó Colonia Hidalgo, pero hoy se le conoce como Doctores en virtud de que sus avenidas y calles están dedicadas a médicos”. La colonia de los Doctores se consolidó a partir de la construcción del Hospital General de México, inaugurado el 5 de febrero de 1905. Información de la página web de la delegación Cuauhtémoc. 22 ACAIMEM, 1928, pp. 110-111. 21
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Durante la noche los talleres se trasformarían en salones de clases dedicados a enseñar a leer y escribir a los adultos.23 El departamento Industrial El primero de marzo de 1928 empezó a trabajar “el departamento industrial” conformado por diversos talleres a través de los cuales, los educadores metodistas pretendían que sus integrantes adquiriera conocimientos prácticos que les permitieran ganarse la vida. “El hábito del trabajo mecánico – decían– es indudablemente uno de los constituyentes más importantes en el mejoramiento físico y moral de nuestra raza y nuestra Patria”.24 Se esperaba por lo tanto, que éstos departamentos industriales crearan hábitos de trabajo. Se inició con un taller de costura y el trabajo de dos mujeres: María García, de la feligresía de La Santísima Trinidad en la calle de Gante y Anastacia Ramírez, sin filiación cristiana. Ellas mismas vendían los productos que confeccionaban y al mismo tiempo actuaban como “agentes de propaganda”, ya que promovían la asistencia a las escuelas nocturna y dominical.25 Posteriormente se establecieron los talleres de zapatería, carpintería, elaboración de sombreros, sastrería, imprenta, lavandería, lencería, economía doméstica y el de trabajos de mimbre y bejuco.26 Los encargados de los talleres estaban 23
Idem; Incluso la Comisión de Finanzas de la Iglesia exhortó a los ministros evangélicos a hacer conciencia en sus congregaciones, de la necesidad de ayudar a esta obra de beneficencia. ACAIMEM, 1928, p. 91. 24 Abraham M. Avila, “Sermón sobre la educación”, en Abogado Cristiano, t. XLIII, núm.11, México, 13 de marzo de 1919, p. 168. 25 ACAIMEM, 1929, p.108. 26 Se adquirió una pequeña imprenta en 1929 con la cual se empezó a editar el periódico oficial de la Casa de Industrias, El Buen Samaritano, así como literatura evangélica y trabajos comerciales. No se localizaron ejemplares de este periódico en el Archivo Metodista. ACAIMEM, 1930, p.110.
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bajo la supervisión del director del establecimiento, lo mismo que dos oficinistas: el señor Arturo Reynoso y la señora Soledad Tejeda viuda de Sagahon, que también realizaban labores de propaganda.27 A un año de establecida la Casa de Industrias de Buena Voluntad, bajo la dirección de José Trinidad Ramírez, el superintendente del Distrito del Centro, Victoriano Daniel Báez, consideraba que el éxito era rotundo “tanto por el sostenimiento propio de la obra cuanto por el prestigio que está alcanzando entre propios y extraños”. La venta de los productos elaborados en los distintos talleres alcanzó la suma de mil 601 pesos cantidad con la que se cubrieron los gastos del establecimiento, incluyendo los sueldos de los trabajadores, que en total sumaban 43 personas.28 Además se celebró el primer aniversario con una conferencia a cargo del director Ramírez; un programa musical, organizado por los alumnos de la escuela nocturna que interpretaron canciones mexicanas en guitarra; y una exposición de los productos elaborados en el taller de mimbre y de “calados” del taller de costura.29 Debemos recordar que entre 1929 y 1932, se dio una intensa expulsión de fuerza de trabajo en las industrias de todo el país como resultado de la depresión económica de 1929. “Los despidos por cierres de las empresas en quiebra, por reajustes de personal y de depresión de los salarios; pero también por lo que se refería a la carestía del consumo popular, resultado de la devaluación del dinero y de la escasez angustiosa de alimento de primera necesidad, afectaron sobre
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“La Casa de Industrias de Buena Voluntad”, en El Mundo Cristiano, t. XIII, núm. 22, México, 15 de noviembre de 1929, p. 352. 28 Informe del Superintendente del Distrito del Centro Victoriano Daniel Báez, en ACAIMEM, 1929, p. 56. 29 El Mundo Cristiano, t. XIII, núm. 11, México, 1º de junio de 1929, p. 176.
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todo a la clase obrera”.30 A esto se sumó la repatriación de miles de trabajadores mexicanos expulsados por los Estados Unidos a causa del mismo fenómeno. El Distrito Federal no escapó a esta dinámica: en actividades como la industria textil, el comercio y los servicios, pero también en el sector gubernamental, el desempleo se hizo presente, contribuyendo al deterioro de las condiciones de vida de miles de capitalinos. A fines de marzo de 1930, la Confederación Obrera Pro Trabajo afirmó que en el Distrito Federal había de 25 mil a 30 mil desempleados, mientras que en toda la República ascendían a 1 500 000. La versión oficial era muy distinta, pues afirmaba que para principios de septiembre del mismo año había nada más 90 000 desocupados en todo el país, y que en el Distrito Federal eran solo 13 995.31
Como resultado de esta situación los talleres de tapicería, bejuco y mimbre de la Casa de Industrias dejaron de trabajar de manera regular, “debido a las condiciones tan oprimentes que se dejaron sentir en la plaza de la ciudad de México, durante los últimos seis meses del año de 1929”.32 En ese año se proyectaba abrir una tienda al público, para comercializar los productos elaborados en los diversos talleres. Pero, ante la situación económica que vivía la ciudad, optaron por continuar como vendedores ambulantes que iban de casa en casa ofreciendo sus productos. Lo que sí se estableció, aunque sólo por un lapso de seis meses, fue un puesto de “cosas de segunda mano” en el mercado Hidalgo en la colonia de los Doctores, al parecer con buenos resultados.33 Gracias a estas 30
Arnaldo Córdova, En una época de crisis (1928-1934), México, Siglo Veintiuno Editores, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM (La clase obrera en la historia de México: 9), 1980, p. 83. 31 Esther Martina Vázquez Ramírez, Organización y resistencia popular en la ciudad de México durante la crisis de 1929-1932, México, INEHRM, 1998, p.128. 32 ACAIMEM, 1930, p. 102. 33 ACAIMEM, 1930, pp.102-103. Acostumbraban pedir objetos inservibles en “los hogares acomodados de las colonias Roma y
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acciones, las entradas totales por concepto de ventas y donativos durante todo el año de 1929 fueron de mil 649 pesos, apenas un poco más que el año anterior. Pagando sueldos de un peso y uno cincuenta diarios a un menor número de personas (12 trabajadores), así como los gastos de la casa, quedaba una existencia de 96 pesos y 28 centavos para iniciar los trabajos del siguiente año.34 Los talleres del departamento industrial no lograron crecer durante 1930, debido a que continuó la adversa situación financiera. Durante todo el año se mantuvieron los de sastrería, zapatería, carpintería y lavandería; y trabajaron de manera eventual los de lencería y mimbre. El trabajo de “renovado” en los talleres de sastrería, zapatería y carpintería “logró buenas utilidades” y gracias a ello se sacaron a flote los gastos del departamento industrial. Las entradas totales en ese año fueron de mil 996 pesos y 31 centavos incluidos algunos donativos, y los gastos y pagos de operarios de mil 968 pesos. También en ese año se inició la propaganda para la donación de objetos en las ciudades de Toluca, Puebla, Pachuca y Cuernavaca.35 Los donativos en efectivo y de objetos de segunda mano a la Casa de Industrias disminuyeron considerablemente en 1931 con motivo de la crisis financiera. Sólo se mantuvieron los talleres de sastrería, zapatería y carpintería y el de imprenta que realizó numerosos trabajos comerciales, gracias a lo cual pudo sostenerse. El pago a los operarios fue por des-
Juárez donde residían extranjeros”, con el fin de renovarlos y venderlos. Para eso contaban con dos o tres propagandistas que iban de casa en casa solicitando ayuda para la Casa de Industrias, mediante la donación. Se visitaban tanto hogares e instituciones cristianas, como hogares católicos, donde en ocasiones recibían “dádivas de consideración” y en otras “rotundas negativas” al darse cuenta de que la institución era protestante. 34 ACAIMEM, 1930, pp.103-104. 35 ACAIMM, 1931, p. 123.
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tajo y se dio una notable reducción en las entradas de éste y el siguiente año.36 En septiembre de 1929 se inauguró el “granero para pobres” que sirvió para socorrer a familias menesterosas que habitaban en la Colonia Doctores, una de las “más pobres y pobladas de la ciudad de México”.37 La despensa se surtía con los donativos que daban las “personas acomodadas” y de acuerdo con las necesidades de cada solicitante, se distribuían granos y cereales principalmente. Al año siguiente se estableció un comedor público, debido a los “cuadros de miseria que a diario se observaban por ese rumbo de la ciudad, pues hay personas que sólo hacían una comida al día”.38 Contando con el equipo necesario para atender a las personas que acudían al comedor público y con el dinero aportado por amigos de la Casa, para hacer frente a los gastos, el comedor ofrecía por cinco centavos “un plato de sopa, de carne o de frijoles, siquiera sea para pasar el día y no desfallecer”.39 36
Las ganancias de los talleres en 1931 fue de $1,007.80; es decir hubo una diferencia de $961.10 respecto al año anterior. En 1932 las entradas sólo fueron de $461.10, lo que no impidió sostener a 10 personas. ACAIMM, 1932, p. 86; 1933, p.61. 37 “No es extraño que en 1929 hubiera en la Ciudad de México 10 000 personas albergadas en instituciones de beneficencia pública y privada, y que fueran los habitantes de las zonas más pobres y pobladas –La Merced, Peralvillo, Anahuac, Santa Julia y Doctores– quienes acudieran a solicitar ayuda. En 1928 el gobierno entregó a la beneficencia pública $350 000.00. Mientras que en 1930 invirtió $13, 000 000.00. En 1924 los asilados por dicha institución fueron 5 576; en 1930, tan sólo en el mes de octubre ayudó a 62 305 personas, canalizándolas a hospitales, escuelas, casas cuna y dormitorios públicos. En 1931 se sirvieron 11 000 comidas en los nueve comedores públicos de la capital. Eran frecuentados por pordioseros, obreros sin trabajo y gente de clase media. En 1932 todavía se asistía a 769 personas entre hombres, mujeres y niños.” Vázquez Ramírez, op. cit., pp.40-44. 38 ACAIMEM, 1930, p. 111; ACAIMM, 1931, p. 127. 39 ACAIMEM, 1929, p. 111; ACAIMM, 1931, pp. 51, 127-128.
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También se improvisó un dormitorio público en las oficinas de la Casa de Industrias a fin de apoyar a las personas que llegaban a la ciudad de México en busca de trabajo. Durante el año se dio alojamiento a 25 personas llegadas tanto de los estados de la República como repatriados de los Estados Unidos.40 Los otros departamentos El departamento de empleos se creó parar ayudar a los miembros de las diversas iglesias evangélicas para conseguir trabajo, ya fuera en “oficinas gubernamentales, despachos particulares, negocios de extranjeros o en las casas de personas acomodadas”.41 Durante 1928 se recibieron 277 solicitudes y, en el informe anual, se agradeció la ayuda del profesor Moisés Sáenz, del señor Crowle del Departamento de Luz y Fuerza, del Consejo Superior de Salubridad, de la Secretaría de Hacienda y de los gobernadores de Guanajuato y México por haber empleado a algunos prospectos que solicitaron ayuda a través de dicho departamento.42 Sin embargo para 1929 sólo se registraron 175 solicitudes de personas que buscaban a la Casa de Industrias como medio a través del cual emplearse. En ese año no fue posible colocar a todos los solicitantes, por lo que el director comentaba “en la medida de nuestras posibilidades, conseguimos para algunos”.43 En octubre del mismo año el director de la Casa se integró al Consejo Consultivo de la Beneficencia Pública de México, lo que le permitió ofrecer empleo a algunos evangélicos. Para 1930 se informó que el departamento de empleos a cargo de la señorita Concepción Pérez era el de más difícil 40
ACAIMM, 1932, p. 89 ACAIMEM, 1929, p.111; 1930, p. 105 42 ACAIMEM, 1929, p.111. 43 ACAIMEM, 1930, p. 106. 41
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manejo, ya que tenía que hacer frente a numerosas circunstancias adversas. Los solicitantes se volvían exigentes ante el empleo, sueldo y condiciones de trabajo, aún cuando carecían de la preparación suficiente para desempeñarlo. A pesar de ello se consiguió empleo a 267 personas que “carecían de pan por falta de trabajo”.44 En los siguientes dos años, se expidieron 402 cartas de recomendación y se ofreció empleo a 52 personas. Al respecto, los informes señalaban que “es mucha la gente que llama a nuestras puertas y aunque hacemos lo que podemos para atender a los que solicitan ayuda, solamente unos pocos resultan favorecidos”.45 En 1931 entre las medidas que el gobierno del presidente Pascual Ortiz Rubio implementó para solucionar el problema del desempleo estuvo la creación de agencias de colocación oficial y particular. De julio de 1931 a junio de 1932 dos agencias de colocación del gobierno lograron encontrar empleo fijo para dos mil veinte personas y temporal a tres mil 482. Por su parte las cuatro agencias privadas reconocidas por el gobierno habían colocado en el mismo periodo a mil 196 personas.46 El departamento legal se estableció para ayudar a los “amigos y hermanos” en casos que tuvieran que ver con “asuntos de justicia”, y estuvo a cargo del licenciado Marcelino Gavaldón y del pasante en derecho Rodolfo G. Nieva, quienes asesoraban y ayudaban a los evangélicos que no contaban con recursos suficientes para costear los recursos de un abogado. El departamento jurídico atendió inicialmente 16 casos y para 1930 informó de la “ayuda eficaz” a 30 indi-
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ACAIMEM, 1930, p.106; 1931, p.50, 126-127; “En 1930 había en la ciudad de México 6548 oficinas particulares y 243 dependencias gubernamentales.” Excélsior, 10 de junio de 1930, tomado de Vázquez Ramírez, op. cit., p. 40. 45 ACAIMM, 1933, p.62. 46 Vázquez Ramírez, op. cit., p. 143.
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viduos, tanto de la ciudad de México como de las iglesias foráneas.47 El departamento médico inició sus servicios enviando a sus pacientes a consultorios particulares de doctores que apoyaban a la Casa de Industrias como Ignacio Torres Delgado, Honorio Arguello, H. T. Velázquez y Vicente G. Santín. En 1929 se logró equipar una clínica médica en el mismo local de la Casa de Industrias, por lo que el director informó: Era nuestro deseo haberla inaugurado antes de la Conferencia Anual, pero debido a los requisitos que se tienen que llenar ante el Consejo Superior de Salubridad, vamos a posponer la inauguración oficial, aunque ya desde el presente mes estamos impartiendo servicios curativos a un buen número de personas. Esperamos que este departamento sea un agente muy eficaz en la propaganda evangélica, pues los esfuerzos del director y de las personas que trabajan en la Casa de Industrias no es otro que impartir el Evangelio a toda persona que se ponga en contacto con nuestro centro social.48
En 1930 se acondicionó la Clínica Médica, con una mesa de operaciones e instrumental médico y se estableció un consultorio de medicina homeopática en donde se atendieron a 873 personas.49 El 3 de julio de 1931 el Obispo de la Iglesia Metodista Juan Nicanor Pascoe y el doctor Victoriano Daniel Báez, presbítero del Distrito del Centro, inauguraron el con47
ACAIMEM, 1929, p.110; 1930, p.105; ACAIMM, 1931, p.51 y 127. En 1931 se atendieron 5 casos de Guanajuato, 10 de la ciudad de México, 1 de Guerrero y 4 de Hidalgo. ACAIMM, 1932, p.88. 48 ACAIMEM, 1930, p. 106. 49 Las entradas en efectivo por atender a los enfermos fue de $193.25 y los gastos de medicina y material médico fue de $179.25. En ese año también se incorporó a la clínica la enfermera Manuela Martínez, graduada en el Hospital Latinoamericano de Puebla, quien ofrecía sus servicios de manera gratuita y el consultorio homeopático estuvo a cargo de los doctores Moisés Méndez Xochihua y Anastacio Maldonado. ACAIMM, 1931, pp.124-125.
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sultorio médico, que ya cumplía con los requisitos del Consejo Superior de Salubridad.50 El departamento médico también organizaba la “semana de higiene”. Apoyado por el Consejo Superior de Salubridad, se informaba al público asistente de las enfermedades contagiosas y los cuidados que se debían procurar con las mismas, a través de la exposición de láminas. Esta información se completaba con conferencias sobre temas relacionados con la salud, la aplicación de la vacuna contra la viruela, y el reparto de literatura médica preventiva.51 En 1932 el departamento médico trabajó bajo la dirección de la doctora Elvira Báez Méndez hasta el mes de septiembre, cuando disminuyó el subsidio misionero, lo que ocasionó la reducción del espacio ocupado. A fin de año el consultorio se cerró por falta de local. Sin embargo en el reporte de 1933 se informa que el consultorio seguía funcionando de manera regular. Los médicos del Departamento de Salubridad impartieron conferencias sobre salud ayudados de “proyecciones eléctricas” y se dedicó un día completo a la campaña antialcohólica, mediante conferencias y reparto de folletos que trataban los “perjuicios de la embriaguez”.52 En relación al departamento escolar, cabe mencionar que, desde sus inicios, el metodismo “se propuso rescatar al indio y a las masas populares de la ignorancia”. Como el estudio constante de la Biblia por parte de los fieles, obligaba a la 50
En ese año se atendieron a 469 pacientes, en su mayoría pobres. Las entradas por consultas fue de $70.50. ACAIMM, 1932, p.87. El Consejo Superior de Salubridad era el encargado de normar, apoyar y vigilar en las instituciones de beneficencia privada el seguimiento de los servicios médicos. 51 Las conferencias estuvieron a cargo de los doctores E. H. Flores del Valle, José A. Monjaráz e Ignacio Torres Delgado, de las enfermeras Concepción Flores y Manuela Martínez y de las señoras Hauser y Josefina G. de Velasco. La vacuna “antivaroliosa” se aplicó a 195 personas. ACAIMM, 1932, p.86. 52 ACAIMM, 1934, p.71. Ese año se vacunó contra la viruela a 500 personas, entre niños y adultos
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lectura de la misma, el protestantismo constituyó una “avanzada contra el analfabetismo”. De esta manera y mientras las leyes lo permitieron, al lado de cada templo metodista se construyó una escuela primaria y el ministro era al mismo tiempo el maestro del plantel. “La escuela protestante fue importante en zonas rurales que carecían de este servicio y sirvió como elemento de movilidad social, al permitir a jóvenes sin posibilidades económicas tener acceso a la educación, a través del sistema educativo metodista”.53 Tomando en cuenta estos antecedentes, José Trinidad Ramírez, estableció la escuela nocturna Fray Pedro de Gante. Inició ésta con cinco alumnos y llegó a cincuenta durante el primer año de actividades. En su segundo año de vida se matricularon 121 alumnos, los que divididos en cinco grupos tomaban clases de siete a nueve de la noche y de lunes a viernes. Para noviembre, según el informe respectivo, sólo se presentaron a examen cuarenta escolares y de febrero a noviembre se reunieron 244 pesos y 35 centavos por concepto de cuotas escolares. La escuela seguía el programa oficial de educación elemental, y adicionalmente impartía clases de inglés y de dibujo.54 La fiesta de clausura se celebró el 30 de noviembre de 1928, con la presencia del profesor Maurilio P. Núñez, director de Educación Federal de la República Mexicana. En su tercer año de actividades la escuela nocturna logró una matrícula de 62 alumnos en instrucción elemental y 25 en las clases de inglés. Con las cuotas obtenidas se dio una gratificación a los jóvenes que impartían las clases y se solventaron otros gastos de la escuela. Sin embargo, debido a la falta de recursos económicos de los habitantes de la ciudad de México, en 1931 el número de alumnos siguió disminuyendo y sólo se obtuvieron 25 pesos y 92 centavos de cuotas escolares. Los 56 alumnos que se inscribieron al año si53
Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, op. cit. p.15; Ruiz Guerra, op. cit., pp. 88-89. 54 ACAIMEM, 1929, pp.13, 57, 115 y 116; 1930, p.104. La cuota semanal por asistir a la escuela nocturna era de 20 centavos.
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guiente sólo pudieron asistir al primer semestre del año y finalmente la escuela se suspendió por falta de local. La escuela nocturna, –igual que los otros departamentos– funcionó como medio evangelizador entre los jóvenes católicos que asistían a ella y permitió la incorporación de algunos nuevos miembros a las filas metodistas.55 Los alumnos de la escuela nocturna formaron también la sociedad literaria Salvador Díaz Mirón, misma que “iniciaba a los jóvenes y señoritas en la carrera literaria a través de debates, ensayos y lecturas”.56 Dicha agrupación se encargaba de organizar las principales celebraciones del año escolar, como el Día de las Madres o las fiestas patrióticas de septiembre y el Día de la Raza, con programas especiales que incluían poesía, representaciones teatrales y conferencias alusivas a cargo de reconocidos metodistas como el escritor Gonzalo Báez Camargo, el superintendente Vicente Mendoza, el pastor Epigmenio Velasco y el seminarista Gustavo Velasco.57 En 1931 los jóvenes Luis Pineda, Pablo Vázquez y Elia Rivero lograron realizar durante el año 43 reuniones “recreativas, literarias y de instrucción”, a las cuales asistían aproximadamente 50 jóvenes, la mayoría de los cuales eran católicos.58 El trabajo religioso Difundir el evangelio era el objetivo principal de la Casa de Industrias, sin el cual, todas las demás actividades no tenían 55
ACAIMM, 1931, pp. 125-126; 1932, pp.87-88. Ayudaron con las clases los jóvenes Alicia Ramírez y Luis Pineda y el profesor Agustín Herrera y Leyva; En 1929 Daniel y Manuel Pichardo, Gildardo Salas, Aureliano Hernández, Carmen Parra, Angela Estrada y Ma.Luisa Hernández, alumnos de la escuela nocturna, se convirtieron al metodismo. ACAIMEM, 1930, p. 104. 56 ACAIMEM, 1929, pp. 115-116. 57 ACAIMEM, 1930, pp. 104-105. 58 ACAIMM, 1932, p.88.
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sentido. De esta manera tanto los talleres como los diversos departamentos y servicios que se ofrecían, eran vehículos para la propaganda evangélica que se llevaba a cabo entre las personas que por motivos laborales, médicos, legales o educativos se acercaban a la institución. Los esfuerzos del director y del personal a su cargo iban encaminados a conseguir “la salvación de los pecadores por medio del Servicio Social Cristiano”.59 Conforme a las reglas de la Goodwill Industries cada día de trabajo era precedido de “un servicio devocional que incluía la lectura y predicación de la palabra de Dios”, al que llamaban Asamblea Matutina, para no violentar la legislación que en ese momento regía sobre cultos religiosos.60 El director también informaba que, siguiendo las recomendaciones de las autoridades metodistas, era necesario establecer una congregación en la colonia Doctores, misma que desde el primer domingo de marzo de 1928 entró en funciones. Ésta inició con “dos trabajadores de la Casa, el hermano Francisco Zamarripa, su niño y la familia del director”.61 En 1930 la Iglesia estuvo debidamente organizada con un grupo de administradores, una Escuela Dominical,62 Ligas de
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ACAIMEM, 1929, p.110, 1930, pp. 106-107. ACAIMEM, 1929, p.108. Los cultos religiosos sólo podía realizarse en los templos destinados al culto. 61 Informe del director de la Casa de Industrias, ACAIMEM, 1929, pp.111-112. 62 La escuela dominical, se desarrollaba semanalmente y se impartían lecciones apoyadas en las Sagradas Escrituras. Después de un año existía un Curso Graduado en los departamentos de principiantes y primario y un Curso Internacional en los departamentos de señoritas, jóvenes y adultos. Los estudiantes de la Escuela Bíblica y el Seminario Evangélico apoyaban a los diversos departamentos de la escuela dominical, a la cual se habían inscrito 126 personas. Libro conmemorativo de las Bodas de Diamante de la Iglesia Metodista de México, 1873-1948, México, Imprenta Nueva Educación, 1948, p. 120; ACAIMM, 1931, pp. 129-130. 60
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Jóvenes63 y Menores,64 una Sociedad Femenil,65 un predicador local, un exhortador y una visitadora.66 El programa religioso de los domingos era el mismo que se seguía en todas las iglesias de la ciudad.67 Además los jueves por la noche se realizaban cultos de oración y era este espacio donde las personas daban sus nombres a la Iglesia como “probandos”. Pero debido a que era necesario consolidar la presencia del metodismo en la colonia Doctores, se organizó una comisión “Pro-templo”, que se encargaría de conseguir el terreno y llevar a cabo los trámites necesarios para la construcción del mismo. En junio de 1930 se inició una campaña a fin de reunir los recursos económicos para la construcción del templo, ya que al predicar en un lugar no destinado específicamente al culto, violaban la legislación vigente. La meta impuesta era obtener un “millón de dieses” para lo cual se ela63
La liga metodista “Acción y Fe” organizaba a los jóvenes que asistían a la Iglesia. Integrada en varios departamentos, llevaba a cabo actividades de tipo social. Por ejemplo, el tercer departamento, realizaba actividades entre los enfermos del Hospital General y los “menesterosos del rumbo”. El Evangelista Mexicano, t. III, núm. 6, México, 28 de marzo de 1933; ACAIMEM, 1929, pp.112-113. 64 La liga infantil “Príncipe de Paz” reunía a 35 niños aproximadamente, los domingos después de la escuela dominical. ACAIMM, 1931, p. 89. 65 La sociedad femenil “Mensajeras del Rey” organizada por María Reyes, estudiante de la escuela de Ciencias Sociales para diaconisas, reunía a 24 socias que realizaban diversas actividades: fomentaban la realización diaria del culto familiar, celebraban el Día de la Unión Nacional de Sociedades Femeniles y preparaban alimentos para los pobres, gracias a las ventas de bazares navideños. ACAIMEM, 1929, p.112; El Evangelista Mexicano, t. III, núm. 5, México, 14 de marzo de 1933. 66 La señora María Soto visitaba casas particulares con literatura religiosa y “Buenas nuevas de salvación”. ACAIMM, 1931, pp. 128 y 130. 67 El programa religioso de los domingos iniciaba con la escuela dominical a las diez de la mañana, el culto de predicación a las 11:30, la Liga de Jóvenes a las cuatro de la tarde y el último servicio religioso a las 5:30. ACAIMM, 1931, p. 129.
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boraron cien cajas de madera con cupo para cien monedas de diez centavos, mismas que se repartieron entre amigos y simpatizantes.68 Además el director de la Casa de Industrias solicitó a las autoridades de la Iglesia Metodista se le permitieran organizar un circuito conferencial, que tuviera como puntos de trabajo las colonias Roma, Doctores y Obrera, con lo que habría más posibilidad de construir el templo.69 El informe de 1931 consideraba que a pesar de las difíciles condiciones en que la ley los había colocado, la iglesia se mantuvo firme alcanzando “éxitos admirables con la ayuda de Dios y la unión de los hermanos”70. Los cultos religiosos se realizaron de manera ininterrumpida hasta 1933, e informaban: “las reuniones eran concurridas y los cantos se dejaban oír a regular distancia, todos en la Colonia de los Doctores saben que la Casa de Industrias es un templo protestante”.71 Al final reconocen que la Iglesia hizo grandes esfuerzos para sobrevivir, pues soportó una renta mayor de lo que podía pagar y para agosto de 1933, cuando la Casa de Industrias suspende sus actividades, los servicios religiosos de la iglesia
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ACAIMM, 1931, p.130. ACAIMEM, 1929, p.112; 1930, p.109. Un circuito conferencial estaba a cargo de un ministro o pastor e incluía varios puntos de predicación. Varios circuitos formaban un distrito, y a su vez el conjunto de los distritos en que estaba dividido el país, conformaban la Conferencia Anual de la Iglesia Metodista de México. 70 La Iglesia recibió en 1931, 45 personas como probandos, siete en plena comunión, tres por traslación y realizó tres bautizos de adultos; y en 1932 se recibieron 22 a prueba y once en plena comunión. ACAIMM, 1932, p. 90; 1933, pp. 62-63. Financieramente la iglesia cubrió todas sus cuotas a la Conferencia, así como lo prometido a la Sociedad Misionera Mexicana y a la agencia bíblica. En 1931 aportó a la Conferencia Anual $333.00 y $408.00 en 1932. ACAIMM, 1931, p. 129; 1932, p. 90 y 1933, pp. 62-63. 71 ACAIMM, 1932, p.90. 69
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de los Doctores tuvieron que celebrarse en la capilla anexa al templo de El Mesías, en la calle de Balderas.72 Finalmente tenemos la Escuela Bíblica de Vacaciones y las Reuniones Culturales de Invierno, que se llevaban a cabo en el mes de diciembre, precisamente durante las vacaciones del ciclo escolar que se desarrollaba de febrero a noviembre. La Escuela Bíblica de Vacaciones se desarrolló de manera importante a principios del siglo XX en los Estados Unidos, donde la Junta de Misiones Presbiterianas la incorporó como un apoyo importante en el programa de educación religiosa. Posteriormente la adoptaron otras denominaciones al considerar que era … una oportunidad no sólo para los miembros de las Iglesias, sino para todos los niños del barrio a los cuales se quita de la calle y en un local adecuado reciben conocimientos que completan las enseñanzas del hogar, de la escuela y de la iglesia. Durante un periodo aproximado de tres semanas las escuelas de vacaciones desarrollaban un programa que incluía: lectura, trabajos manuales, educación religiosa y educación social.73
En México las Escuelas de Vacaciones recién se habían iniciado y la mayoría de los pastores metodistas estaban convencidos de que debían establecerse en cada iglesia, ante “los buenos resultados obtenidos”. Así para 1930 la Escuela de Vacaciones de la Casa de Industrias registró una asistencia de setenta alumnos distribuidos en tres departamentos: el de 72
ACAIMM, 1934, pp. 34-35 y 72. “La Escuela Bíblica de Vacaciones”, en El Evangelista Mexicano, t.XI, núm. 48, México, 1º de diciembre de 1927, p.755. En la clase de lectura se familiarizaba a los alumnos con pasajes de la Biblia; en la de trabajos manuales se enseñaba a las niñas costura, bordado y cocina y a los niños elaboración de juguetes y carpintería; en la clase de educación religiosa se trataba la historia de la Iglesia y sus principios doctrinales a través de historias bíblicas en forma de cuentos y en educación social se daba higiene, urbanidad y “buenas maneras con los demás y consigo mismo”. 73
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principiantes, el primario y el primario superior y el 30 de diciembre celebró su fiesta de clausura con un programa especial, y la presencia del doctor Gonzalo Báez Camargo, secretario de educación religiosa de la Iglesia Metodista. En ese año se habla de 14 escuelas de vacaciones en distintos puntos de la ciudad y del estado de México con un total de 632 alumnos.74 Las Reuniones Culturales de Invierno eran organizadas por la Sociedad Literaria Salvador Díaz Mirón “con el fin de que los jóvenes tuvieran una alternativa cultural ante las posadas católicas”. Durante diez días consecutivos y con una asistencia aproximada de 250 personas cada noche, los predicadores encargados de las congregaciones del Distrito Federal, presentaban conferencias sobre diversos temas religiosos y culturales,75 las Ligas juveniles escenificaban dramas o cantatas y el 24 de diciembre se servía una cena para los niños pobres, gracias a “la generosidad de amigos evangélicos y a la Logia Masónica de la Colonia Americana”.76 El último día del año de 1931 se celebró el servicio de Acción de Gracias “bajo una impresión de temor por las nuevas disposiciones que se hallan vigentes en el Distrito Federal en materia religiosa”, no obstante se bautizaron dos adultos y se recibieron miembros en plena comunión.77 Hemos visto como a través de todas estas actividades tanto de tipo laboral, como asistencial, médico y educativo que se llevaban a cabo en la Casa de Industrias, el metodismo no sólo trataba de ayudar a los más necesitados de la comu74
ACAIMM, 1931, p.57. Existían escuelas de vacaciones en Amecameca, Miraflores, Aztecas, Balderas, Coatlinchán, colonia de los Doctores, colonia Morelos, colonia Peralvillo, Chicoloapan, Ixtacalco, Tacubaya, Los Reyes, Nextlalpan, Ozumba, San Agustín y Tulyehualco. 75 Se trataban diversos aspectos de la reforma religiosa en el siglo XVI. También se hablaba del conflicto religioso o se cuestionaba la aparición de la virgen de Guadalupe. 76 ACAIMEM, 1929, pp.114-115; 1930, pp.111-112. 77 ACAIMM, 1932, p. 91.
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nidad evangélica, sino a los más desprotegidos78 de la sociedad mexicana. Además al desarrollar todas estas actividades podía ejercer su proselitismo religioso. Finalmente el pastor José Trinidad Ramírez lamentaba que no siempre se cantara victoria y consideraba que la derrota no siempre era resultado de la ineptitud, la falta de actividad o de talento en el desempeño de las tareas encomendadas. La Casa de Industrias inició el año de 1933 sin apoyo para la renta del local, por el cual pagó hasta julio ochenta pesos mensuales. Sin embargo en agosto tuvo que cambiarse a un local de menor renta (cuarenta pesos), el que finalmente tuvo que dejarse a fines de noviembre, ante la imposibilidad de pagar el local: Empacamos muebles, recogimos herramientas, guardamos los útiles del consultorio médico, esperando renovar nuestro trabajo en el presente año, sobre distintas bases. La Casa cubrió todos sus gastos sin tener deuda de ninguna clase y después de revisar nuestras cuentas encontramos que nuestro Centro Social tuvo la siguiente entrada y al mismo tiempo salida: $1,040.48. Las actividades sociales de la casa fueron las mismas de años anteriores, aunque no con el mismo rendimiento, debido a varias circunstancias, pero sobre todo a que la madre del director, estuvo en cama por 8 meses completos, lo que nos restó tiempo, entusiasmo y dinero, para desarrollar los planes propuestos.79
Es así como esta obra social de beneficencia que desde el punto de vista metodista “tenía tanto éxito en los Estados Unidos,” tuvo que suspenderse en México al concluir el año 78
Desde que se estableció en el país la Iglesia Metodista, fueron principalmente “las clases medias y bajas, elementos en transición, clases campesinas y obreras en zonas rurales y urbanas”, las que se adhirieron a ella. Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, op. cit., p. 17; Jean Pierre Bastian, Los Disidentes. Sociedades Protestantes y Revolución en México, 1872-1911, FCE, El Colegio de México, 1989 79 ACAIMM, 1934, pp. 70-71.
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de 1933. Los propios metodistas consideraban que, “logró cosas muy buenas, pero faltaron recursos y faltó ambiente para esta clase de trabajo social”.80 Aún después de su cierre, debido a que se acentuó la crisis financiera en 1935 la Junta de Misiones de los Estados Unidos redujo en un 30 por ciento la ayuda económica para otras actividades metodistas en México, en tanto que el sostenimiento de los ministros de las iglesias pequeñas se redujo notablemente. La escasez de dinero se observó en todas las congregaciones, aún en aquellas que habían logrado ser autosuficientes.81 A manera de conclusión La Iglesia Metodista de México reconoció a fines de la década de los años veinte del siglo pasado que la sociedad de ese momento estaba agobiada por múltiples problemas que demandaban una urgente solución. El país vivía momentos difíciles. Se había librado una larga lucha entre el catolicismo y el Estado y además serios problemas internos derivados de un largo periodo de inestabilidad política y económica que se acrecentó por la llegada de una crisis económica mundial, como la de 1929. El metodismo consideró que la aplicación práctica de los principios contenidos en el Evangelio daría a la sociedad mexicana posrevolucionaria nuevas orientaciones para solucionar sus problemas inmediatos y ganar adeptos para su credo. En este sentido, desde mi punto de vista, se inscribió la creación de la Casa de Industrias de Buena Vo-
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Libro Conmemorativo de las Bodas de Diamante..., p.139. Por lo tanto la Comisión de Finanzas de la Iglesia Metodista de México recomendó a todas las congregaciones asumir sus responsabilidades cubriendo el sostenimiento económico de las iglesias y sus pastores, permitiendo incluso a éstos últimos ayudarse en su sostenimiento con “algún trabajo laico que no afectara su fidelidad pastoral”. Idem; ACAIMM, 1935, p. 68. 81
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luntad, como un ejemplo del Evangelio hecho acción en todos los departamentos y acciones de la vida diaria. Cabe señalar que el trabajo de tipo social que desarrolló la Casa de Buena Voluntad, si bien se sustentaba en los preceptos o postulados sociales del metodismo, coincidió con un momento particular en que el Estado mexicano creó un conjunto de instituciones que pretendían poner en práctica los grandes proyectos de justicia social que se habían enarbolado durante el movimiento revolucionario. Aunque el lapso de vida de la Casa de Industrias no fue muy largo (1928-1933), y tal vez no logró la influencia esperada por los pastores metodistas, constituye un ejemplo concreto de una institución religiosa cuyas bases corresponden con algunos principios laicos enarbolados por los gobiernos posrevolucionarios, que pretendían educar, moralizar y capacitar a la población de escasos recursos del país. En esta institución se estimuló la educación práctica, a través de talleres en donde se enseñaban diversos oficios, como carpintería, zapatería, sombrerería y diversas confecciones; se intentó mejorar las condiciones de salud, higiene y vivienda, a través de la enseñanza de buenos hábitos, como la limpieza, la prevención de enfermedades y las actividades físicas; y, por último, se inculcaron valores republicanos como el patriotismo, el civismo, la solidaridad y en cierta medida los gérmenes del cooperativismo. Aunque lo mismo acogió a niños y jóvenes en edad escolar que a padres trabajadores sin distinguir entre metodistas y católicos, indudablemente buscó ganar fieles a su credo en una colonia popular de la ciudad de México. Si su influencia no fue muy amplia como en cierta medida lo fueron otros proyectos protestantes en una sociedad mayoritariamente católica como el México de los años veinte y treinta , y su vida fue corta puesto que la escasez de recursos se convirtió en un factor adverso , ejemplos como La Casa de Industrias de Buena Voluntad, que constituye una respuesta ajena pero coincidente con los proyectos estatales en un momento dado,
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bien deberían de rescatarse de la historia nacional, puesto que conocemos muy poco de la actividad de las instituciones religiosas y privadas que se inscribieron en un mismo proyecto de reivindicación económica y social. Hoy en día vuelven a surgir instituciones del mismo tipo, religiosas o laicas, que coadyuvan con el Estado en labores de beneficio social y educación, algunas de las cuales incluso tienen el nombre de “Industrias de Buena Voluntad” (Goodwill).
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El afán de justicia y un compromiso internacional Margarita Carbóx El México de 1936 era un México esperanzado. La reforma agraria, el respeto al derecho de huelga y a las demás disposiciones de la Constitución de 1917 en materia de relaciones obrero-patronales, la llegada de la escuela a las zonas rurales más aparadas y a los sectores sociales más marginados, la presencia del presidente de la República en los puntos y en los momentos de mayor conflicto de intereses, la determinación, al fin, de dar satisfacción a los anhelos, concretos o difusos, de las gentes que participaron en la lucha armada buscando alcanzar dignidad, mejoras materiales y la aspiración de todos al reconocimiento a sus derechos de seres humanos en este país de las abismales diferencias, generaba un clima de fe en el futuro; la fe en que el futuro sería más justo, mejor que el presente. Esa fe y esa esperanza se sustentaban en la confianza que México iba cobrando en sí mismo, en su capacidad para salir adelante, para superar sus problemas de origen reciente y también aquellos de origen remoto. La gestión cardenista se puede caracterizar como esencialmente justiciera; la justicia social fue su prioridad y su meta, y a su procuración se sacrificó la construcción de la democracia representativa, pero además, el México de Lázaro Cárdenas se caracteriza por la implementación de x
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. 193
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unas normas de política exterior que al tiempo que defendieron los intereses nacionales con gran dignidad, se solidarizaron con las personas, los pueblos y los gobiernos extranjeros avasallados por potencias de cualquier signo político. ... no basta la fuerza material de un país poderoso para vencer a un pueblo, por pequeño que sea, cuando a éste le asiste la razón, la justicia y la voluntad de lucha para recuperar y garantizar la inviolabilidad de su territorio, su independencia y su soberanía. Carta a Ho Chi-Min, presidente de la República Democrática de Vietnam, Hanoi, R.D.V.1
Para la fecha en que fue escrita esta carta dirigida al legendario defensor de la independencia vietnamita frente a Francia y después frente a los Estados Unidos, el general Cárdenas había librado ya innumerables batallas exigiendo respeto internacional para los países amenazados y agredidos por las grandes potencias. Desde la Presidencia de la República o fuera de ella, ejerció su autoridad, su influencia y su peso moral para intentar evitar atropellos o en su caso subsanarlos, o por lo menos para dejar constancia de su inconformidad. Después de haber defendido el derecho de México a disponer y decidir libremente sus políticas internas y sus relaciones internacionales desde posiciones de poder, su vocación lo llevó a involucrarse en los dramáticos acontecimientos que conmovieron al mundo en las décadas subsecuentes. En el período de su mandato presidencial, la Sociedad de las Naciones fue escenario privilegiado de la actividad de la diplomacia mexicana con tal propósito. En España, un régimen republicano resultado de años de movilización y organización popular y de un limpio proceso electoral, fue agredido por una sublevación militar de corte 1
Archivo Histórico del Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas A. C., Fondo Lázaro Cárdenas (en adelante AHCERMLC, FLC), Caja 28, carp.4, doc.62.
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fascista y en la ciudad de Ginebra, las democracias más poderosas del orbe votaron por la no intervención en el conflicto a iniciativa de la Gran Bretaña, temerosas del poderío de la Alemania nazi que amenazaba con romper el precario equilibrio europeo, a sabiendas de que ésta e Italia se disponían a a dar su apoyo a los sublevados. Así se comenzó a prologar la Segunda Guerra Mundial, y entretanto, el gobierno de Lázaro Cárdenas, en pleno uso de su soberanía y a petición del embajador de la República Española acreditado en México, se dispuso a vender armas a un gobierno amigo legalmente constituido, con el que sostenía relaciones diplomáticas normales y al que todos abandonaban. Don Félix Gordón Ordás había enviado al presidente de México una nota con fecha 18 de agosto de 1936 que decía: Tengo la honra de dirigirme a V.E. para solicitar la adquisición de veinte mis fusiles Mauser y veinte millones de cartuchos de guerra para parque de dichos fusiles, que cablegráficamente me pide mi Gobierno por conducto del Ministerio de Estado, rogando a V.E. que en caso de ser posible satisfacer esta demanda, se haga con la máxima urgencia...2.
De manera inmediata se produjo la respuesta: Excelentísimo señor Félix Gordón Ordás. Embajada de España. Presente. He recibido la atenta nota de usted en la que se sirve solicitar a nombre del Gobierno de España, la venta de veinte mil fusiles Mauser y veinte millones de cartuchos de siete milímetros. Manifiesto a usted que ya se han dado instrucciones al señor Secretario de Guerra, para que desde luego proceda a poner a disposición de usted en el Puerto de Veracruz, Ver. , los fusiles y cartuchos solicitados. Hago a usted presentes, una vez más, las consideraciones de mi particular aprecio. SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCION. 2
AHCERMLC, FLC, Caja 28, carp.5, doc.1.
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Palacio Nacional, México, D.F., a 18 de agosto de 1936. EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA. Lázaro Cárdenas.3
En octubre del mismo año México vendió a la República española “todos los aviones usados” con que contaba el gobierno, al mismo precio al que los había adquirido y en telegrama dirigido desde San Pedro, Coahuila, a su secretario particular el licenciado Luís I. Rodríguez, Lázaro Cárdenas decía: Siguiendo línea conducta que ya se hizo conocer en recomendaciones anteriores, Gobierno México no tiene inconveniente en hacer adquisiciones pertrechos guerra en cualquier país para ponerlos a disposición Gobierno España, pero advirtiendo a los países donde se adquieran pertrechos, que éstos van con destino a España...4
Por esas mismas fechas, desde Madrid, el grupo de combatientes “Milicias Nº 13, Águilas de la Libertad”, enviaba al general mexicano “los bocados y bridas que pertenecen a la yegua y al caballo con que obsequiamos a Ud....”.5 La España apegada a la norma constitucional, la España de vocación democrática había sido agredida. La Alemania nazi y la Italia fascista habían hecho causa común con los agresores y eso era intervención abierta. Ayudar a los agredidos era simplemente actuar conforme a los principios establecidos por la Sociedad de las Naciones, pero era mucho más, era solidarizarse con un gobierno, con un régimen político que compartía con el de México un programa y un proyecto nacional esencialmente justicieros. La justicia social era bandera de ambos regímenes, de ambos gobiernos: reforma agraria, relaciones laborales menos inhumanas, voz para los vendedores de fuerza de trabajo, respeto a los derechos de sindicalización y de huelga, escuela para todos. Lo que quería para México, Lázaro Cárdenas lo 3
Ibidem, doc.2. AHCERMLC, FLC. Microfilm, rollo 12, 1ª parte. 5 Idem. 4
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quería para el mundo, y el conflicto español, más allá de las pobres ayudas materiales, le permitió expresarlo así en el más alto foro internacional. ¿Qué país de segunda o de tercera era ese, cuyo embajador hablaba de aquello de lo que nadie se atrevía a hablar?, ¿Cómo levantaba la voz para impugnar las posiciones de los más poderosos, de los directamente involucrados?, ¿No se trataba acaso de un pobre país que acataba, como los demás de la América hispánica, los dictados de los Estados Unidos?, ¿Quién le había dado vela en el entierro? Y por cierto, ¿Dónde quedaba México? En aquellos momentos cruciales del siglo XX, México no necesitó que nadie le diera vela en el entierro, ni se arredró ante la política exterior aislacionista de los Estados Unidos ni ante las posiciones autistas de la Gran Bretaña y de Francia. Su condición de Estado miembro de la Sociedad de las Naciones le dio la plataforma y desde ella actuó en concordancia con sus convicciones más sentidas y profundas. Así, su idea de justicia se convirtió en alegato que traspasó fronteras; España, como México, era un país que sufría problemas de origen reciente y de origen remoto, de los cuales estaba, como México, intentando penosamente salir, y ese intento se veía de repente amenazado e interrumpido por la bárbara acción de las fuerzas más retardatarias del mundo occidental. La solidaridad que ante aquel hecho nadie le dio se la daría México, y éste se la supo dar hasta mucho después del desenlace que hundió a España en treinta y cinco años de dictadura; se la dio hasta la muerte del dictador en 1975, a través del reconocimiento oficial a un gobierno republicano en el exilio existente sólo en el membrete de sus documentos y de su correspondencia, y en el respeto y en la libertad otorgados a los vencidos que a su irrestricta hospitalidad se acogieron. El 17 de febrero de 1937, ante el recrudecimiento de la contienda española, el general Cárdenas se dirigía al licenciado Isidro Fabela, delegado de México ante la Sociedad de las Naciones, para terminar de definir el “espíritu” que habría de animar su actuación en aquel foro. Fabela debería dejar
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claro, como efectivamente lo hizo, que el gobierno de México procedía ante el conflicto español con absoluto desinterés y que su único y exclusivo propósito era actuar de acuerdo a su “irreprochable lealtad internacional”. “Conviene ante todo hacer ver”, escribe el Presidente, hasta que punto la actitud de México en relación con España no se encuentra en contradicción con el principio de ‘no intervención’... Bajo los términos ‘no intervención’ se escudan ahora determinadas naciones de Europa, para no ayudar al Gobierno español legítimamente constituido. México no puede hacer suyo semejante criterio ya que la falta de colaboración con las autoridades constitucionales de un país amigo es, en la práctica, una ayuda indirecta pero no por eso menos efectiva para los rebeldes que están poniendo en peligro el régimen que tales autoridades representan. Ello, por tanto, es en sí mismo uno de los modos más cautelosos de intervenir.6 Alude un poco más adelante, a los conceptos del Pacto Constitutivo de la Sociedad de las Naciones al que México se había adherido desde 1931, mismo que establecía una clara diferencia entre Estados agredidos, a los que había que proporcionar apoyos necesarios cuando lo requirieran, y estados agresores, para los cuales, por el contrario, el Pacto prescribía una serie de sanciones económicas y financieras. En vista de todo ello, continuaba la carta: La ayuda concedida por nuestro Gobierno al legítimo de la República Española es el resultado lógico de una correcta interpretación de la doctrina de ‘no intervención’ y de una observancia escrupulosa de los principios de moral internacional que son la base más sólida de la Liga. A este respecto procede recordar que la ayuda material a que aludo, ha consistido en poner a disposición del señor Azaña, armas y parque de fabricación nacional y sólo ha aceptado servir de conducto para la adquisición, con destino a España, de material de guerra de procedencia extranjera en aquellos casos en que las autoridades del país de origen conociendo la finalidad de la compra mani6
AHCERMLC, FLC, caja 28, carp.1, doc. 3.
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fiesten en forma clara su aquiescencia y den, de acuerdo con los procedimientos normales, los permisos reglamentarios.7
Una fraterna y vitalicia relación entre Lázaro Cárdenas y la España republicana se empezó a forjar a raíz de la presencia y la postura primero de Narciso Bassols y después de Isidro Fabela en los debates de Ginebra. En su ejemplar del 5 de marzo de 1937, el diario La Vanguardia de Barcelona, publicó en primera plana una fotografía del presidente mexicano que ocupaba todo el espacio, con sólo un pié que decía: “UN AUTÉNTICO DEMÓCRATA: CÁRDENAS”. Otros periódicos de la península se ocuparon de comentar la política internacional de México y mediante un telegrama del 26 de marzo del mismo año, recibido en Tlaxiaco, en la Mixteca oaxaqueña, don Lázaro tuvo conocimiento de que: “Millares asistentes mitin solidaridad internacional organizado por socorro rojo conmemoración Commune, salúdanlo fraternalmente”.8 Unos días antes, el 22 de marzo, el secretario de Relaciones Exteriores había recibido instrucciones en el sentido de trasmitir a todos los jefes de las misiones diplomáticas de México en el extranjero, la orden de actuar decididamente con los medios que tuvieran a su alcance, para intentar poner término a la contienda que desde hacía ocho meses afligía a la República española. Era necesario, decía el documento, hacer valer el principio según el cual, es obligado dar apoyo a un gobierno surgido de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, cuando éste es agredido “por una facción apoyada por elementos extraños a la vida y a las tradiciones políticas del país”.9 Así se hizo y tres días más tarde, por mediación de su embajador en Londres, quien hizo declaraciones que publicó “toda la prensa” de aquel país, Italia invitaba a México a no entrometerse en asuntos ajenos y a no turbar la paz europea. Lo acusaba de “favorecer de la manera más abierta la anarquía roja” y de 7
Idem. AHCERMLC, FLC, microfilm, rollo 12, 1ª parte. 9 Ibidem, rollo 13, 1ª parte. 8
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hacer contrabando de armas rusas y francesas para los comunistas españoles, pidiendo de paso vigilancia sobre países sudamericanos (sic) entre los cuales “México es el más significado”.10 Desde la embajada mexicana en Roma, se pidieron instrucciones sobre qué hacer. La respuesta fue una aclaración de México, cuyas autoridades aprovecharon la ocasión para establecer nuevamente la diferencia que hay entre ayudar a grupos agredidos y hacerlo a grupos agresores y para recordar y dejar bien sentado que como país miembro de la Sociedad de las Naciones, México tenía el derecho de hablar sobre cualquier asunto de interés general, como era el caso. A fines del mismo mes, Isidro Fabela comunicaba a Cárdenas que la nota en pro de la solución del caso español había aparecido en la prensa local sin comentarios, y que el Journal des Nations la había insertado en lugar destacado bajo el siguiente encabezado: “Por el respeto y aplicación del Pacto, México hace llamado a los miembros de la Sociedad de las Naciones”,11 esto a pesar de ser la prensa ginebrina en su conjunto, abiertamente pro-franquista. Quizá se debía la deferencia al hecho de la “base legal jurídica” irreprochable de la nota y al “elevado tono de la misma”, concluía el fiel e inteligente intérprete de la política internacional de la administración cardenista.12 Desde Valencia el embajador Denegri comentaba a Relaciones Exteriores, que la prensa republicana había publicado editoriales en torno al “bello rasgo del gobierno de México”, país hacia el que día con día crecía la gratitud de quienes en España se habían erigido en defensores de la legalidad luchando en una guerra desigual.13 También informaba que Italia había desembarcado en Málaga diez mil hombres y abundantes pertrechos de guerra, que 10
Idem. Idem. 12 Idem 13 Idem. 11
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tropas alemanas habían llegado a Cádiz y que cerca de Valencia se bombardeaba desde el mar y desde el aire mientras barcos alemanes e italianos patrullaban tanto las costas levantinas como frente a los puertos norteños de Santander y Bilbao.14 Totalmente infructuoso fue el llamado de México a buscar solución a la contienda española apoyando y buscando apoyo para su gobierno constitucional. Ni siquiera en América hubo quien lo atendiera. Ante la eventualidad de una guerra entre los países más poderosos de Europa y Asia y la posibilidad de su propagación a nuestro continente, los Estados Unidos empezaron a planear una estrategia que les permitiera, llegado el caso, aprovechar la coyuntura para extender su influencia y su control sobre los territorios situados al sur del río Bravo, y en su mayor parte, los gobiernos establecidos en el subcontinente, a desear una mayor vinculación con aquellos como única forma posible de protección ante la amenaza, mientras que a México se la atribuía una gran peligrosidad, particularmente por parte de sus vecinos guatemaltecos,15 temerosos de la influencia renovadora de la política mexicana, a la que sin razón, acusan ya de una filiación que no tiene y de la que se cuidan en forma que poco a poco, está elevando a nuestro alrededor un cerco de suspicacias estériles y de interpretaciones erróneas y peligrosas.16
El día 11 de mayo el presidente se excusaba con Félix Gordón Ordás por no poder enviar los dieciocho aviones norteamericanos comprados por éste desde México para ser remitidos a España, dado que una reciente ley norteamericana sobre comercio de armas y material de guerra, establecía la obligación de explicitar el nombre del país destinatario final de las mercancías adquiridas, cosa que el embajador no había hecho. No obstante el interés de México en ayudar al gobierno legítimo de España “en servicio de la libertad y de la jus14
Idem. Idem. 16 AHCERMLC, FLC, caja 28, carp. 5, doc. 4. 15
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ticia...” el embarque de los referidos aviones hubiera puesto en entredicho la honestidad del país y de sus autoridades.17 En una nueva comunicación del 17 de mayo, Fabela se quejaba desde Ginebra, de la absurda posición del Comité de No Intervención, que desde Londres colocaba en pié de igualdad a ambos bandos contendientes, y de lo que era aún peor: las propias autoridades republicanas de Valencia habían llegado al absurdo de legitimarla. Dice: En la 17º Sesión Ordinaria de la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, el señor Álvarez del Vayo... hizo esta malaventurada declaración contradictoria: Nosotros aceptaríamos una política rigurosa de no intervención.18
Era cierto, el propio presidente Azaña había aceptado plegarse a la inspección o control de la importación de las armas que adquiriera su gobierno y con ello, comentaba don Isidro, “la actitud de México, marcada por Ud. resulta más noble y gallarda. México contra el mundo entero, y aún contra la misma España...”. Y añadía: “Respecto a la ayuda moral y material que el gobierno de usted ha concedido al legítimo del Sr. Azaña, le informaré que nadie se ha atrevido a censurar públicamente la actitud de México, a mi juicio porque desde el punto de vista jurídico es inatacable”.19 El día 7 de junio don Manuel Azaña recibió desde México un telegrama. Lázaro Cárdenas le notificaba el feliz arribo a Veracruz de “los niños españoles que el pueblo recibió con hondas simpatías”. Eran pocos, eran unos cuantos, muchos más quedaban en su tierra sufriendo las amenazas del hambre, el miedo y la muerte, pero era alto el significado de la acción: “La actitud que el pueblo español ha tenido para con el de México al confiarle estos niños... la interpretamos, señor Presidente Azaña, como fiel manifestación de la fraternidad que une a 17
Ibidem, doc. 5. AHCERMLC, FLC, Microfilm, rollo 12, 1ª parte. 19 Idem. 18
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los dos pueblos...”. Un texto de profunda delicadeza, en el que México agradecía antes de que le agradecieran.20 En el mes de mayo, en el número seis, sin fecha de aquel año de 1937, el periódico anarquista editado en Barcelona Tierra y Libertad había encabezado así su primera plana: “Todos los países civilizados, todas las ‘democracias’ del mundo, deben aprender del gesto digno y generoso del lejano Méjico”.21 En junio Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, gobierno autonómico catalán restablecido en el año de 1932, ofreció a Cárdenas una escultura como obsequio, “para que sea testimonio perenne de la gratitud de Catalunya hacia quien supo, en los momentos de la lucha decisiva que España sostiene para triunfar del fascismo mundial que amenaza todas las democracias, traducir en realidad alentadora la simpatía del pueblo mexicano”.22 Y en aquel mismo mes de junio, las Sociedades Hispanas Confederadas con sede en Nueva York, solicitaron telegráficamente al presidente de México un “saludo oral por radioteléfono” para “mitin monstruo” que había de celebrarse en el Madison Square Garden, por ser Lázaro Cárdenas, primer magistrado de la “única nación mostrado valentía y pundonor ayudando causa gobierno y pueblo español… Simpatizantes nobles pueblos mexicano y español agradecerán gran ayuda causa”.23 El 18 de julio de 1937, a un año de haber comenzado el conflicto español, el infatigable licenciado Fabela envió a su presidente un largo documento titulado Historia del Comité de No Intervención. Idea inglesa aceptada por Francia, en el cual destacaba la conducta del primer ministro francés León Blum, quien simpatizando inicialmente con la causa republicana, pero presionado por Londres tanto como por Roma y Berlín en el sentido de que no debía tomar partido, decidió, de acuerdo con 20
AHCERMLC, FLC, caja 28, carp. 5, doc. 7. AHCERMLC, FLC, microfilm, rollo 12, 1ª parte. 22 Ibidem, rollo 13, 1ª parte. 23 Idem. 21
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Álvaro de Albornoz, embajador de España ante el gobierno de Francia, cumplir con una entrega de armas y pertrechos solicitada por el gobierno de la República española en el marco de un tratado de amistad y comercio pactado con anterioridad, pero hacerlo a través de México. España pagó por adelantado y México aceptó el arreglo, pero finalmente Francia no cumplió con su compromiso alegando que no podía obrar por sí sola en cuestiones de política internacional, materia en la que necesitaba forzosamente ir de acuerdo con la Gran Bretaña, de tal manera que el 12 de diciembre de 1936 el proyecto de no-intervención fue aceptado no sólo por Francia sino por las propias autoridades españolas, primero en Ginebra por Álvarez del Vayo y dos meses después, en febrero de 1937 en Valencia por el propio Azaña. El documento finaliza con el siguiente párrafo: “Estando seguro de que estos antecedentes históricos le interesarán a usted, me permití dárselos a conocer, porque ellos pueden servir para explicar muchas cosas que ni las Cancillerías, la prensa ni el público pueden comprender”,24 y firma, Isidro Fabela. En ese mismo mes de julio el general Leobardo Ruiz, cónsul encargado interinamente de la Embajada de México en Valencia, recibió carta personal de Cárdenas diciéndole que no deseaba insistir sobre “el alcance oficial y moral de la responsabilidad que se le confía” y que le recomienda que … en el desempeño de sus actividades cuide de que nuestra representación diplomática... sea un exponente auténtico del sentir del Gobierno de México, el cual... se ha sentido profundamente conmovido por la desventura del pueblo español y ha procurado otorgarle todo el apoyo que está en posición de impartirle.25
Mientras Ruiz recibía tan elocuente carta, Fabela volvía a escribir al general Cárdenas: “La situación en Europa en relación directa con el conflicto español se agrava de día en día”, empieza diciéndole, porque parecía ser que ya para entonces la Gran 24 25
AHCERMLC, FLC, caja 28, carp. 5, doc. 9. Ibidem, doc.10.
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Bretaña, para asegurarse el hierro proveniente del País Vasco, se disponía a ayudar al general Franco en vista de la ocupación de Bilbao “por los facciosos”.26 Se refería después a las perspectivas del panorama mundial: si Franco ganaba la guerra, este hecho fortalecería a Italia y Alemania con lo cual, la paz de Europa se vería seriamente amenazada. Pedía instrucciones respecto de la actitud que la delegación mexicana debería asumir cuando se abriera la XVIII sesión de la Asamblea Ordinaria, porque, reflexionaba, podríamos ratificar nuestro respaldo al gobierno constitucional español, negándonos a avalar con nuestra participación al Comité de No Intervención, o bien pedir a la Asamblea que se discutiera el caso español abiertamente, denunciando la agresión de dos estados miembros, Italia y Portugal, y uno externo, Alemania, contra otro estado miembro, cosa que no ha hecho ni el mismo país agredido, con lo cual nosotros resultaríamos más “papistas que el Papa”.27 La respuesta a su solicitud de instrucciones se fechó en el Distrito Federal el 11 de septiembre. En ella Lázaro Cárdenas le decía a Fabela que se tenían noticias de que España sí estaba dispuesta a que se tratara su caso ante la Liga y que por tanto era conveniente que se encontrara preparado a prestar toda la ayuda posible a la delegación oficial española y: En vista de que no se trata solamente, en el presente caso, del problema concreto español, sino de la necesidad que México tiene de dejar sentado en forma pública un precedente contrario a toda intromisión indebida de los países fuertes en la existencia de las naciones débiles, he creído prudente dejar a su consideración la conveniencia de que la Delegación que preside tome la iniciativa en la Asamblea si España se abstiene de hacerlo.28
Así fue como el 20 de septiembre, el delegado de México pronunció ante la Asamblea un largo y encendido discurso 26
Ibidem, doc. 11. Idem. 28 Ibidem, doc. 12. 27
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que figuraría en los anales de la diplomacia de su patria y que comenzó diciendo: “Estrictamente apegados a las normas democráticas que rigen nuestra vida nacional y a su aplicación al dominio de las relaciones internacionales...” y que terminaba con una premonición que desafortunadamente pronto tendría verificativo: “Con la política llamada de ‘no intervención’, sólo se ha conseguido prolongar la guerra en España y aplazarla en Europa”.29 Días después, Fabela ocupó de nuevo la tribuna: Después de las palabras con que el señor Delegado de España nos hizo la exposición clara y neta de la agresión exterior de que es víctima su país, y después de conocer los documentos recogidos por su Gobierno a soldados extranjeros que han tomado parte en la guerra internacional que se desarrolla en España, tenemos que deducir lógicamente - a menos de querer ocultarnos la verdad- que España es víctima de una agresión exterior que cae bajo el dominio del Artículo 10 el Pacto de la Sociedad de las Naciones... Esta agresión, no evitada oportunamente por la Sociedad de las Naciones, se ha transformado en guerra ilegal...30
Fechada en Palacio Nacional el 29 de septiembre la felicitación no se hizo esperar: Sr. Licenciado Isidro Fabela, Delegado de México ante la Liga de las Naciones, Ginebra Suiza. Distinguido y fino amigo: Me he enterado con satisfacción de su vigoroso discurso pronunciado en la XVIII Sesión General de la Liga de las Naciones, en el cual se expone claramente la actitud del Gobierno Mexicano ante los problemas internacionales de mayor gravedad actual.... Trasmito a usted estas impresiones con el propósito de expresarle mi simpatía por su actitud en la Asamblea de Gine29 30
AHCERMLC, FLC, microfilm, rollo 12, 1ª parte. Idem.
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bra, que refleja fielmente el pensamiento del gobierno y del pueblo mexicano, manifestado constantemente lo mismo en los Congresos Interamericanos que en el pacto de la Liga. Lázaro Cárdenas.31
El texto completo de esta carta fue publicado en el Journal des Nations de Ginebra en primera plana con un gran titular: MÉXICO, ESTADO FIEL AL PACTO, y con las siguientes frases introductorias: Ya habíamos anunciado el 12 de octubre, de acuerdo con un mensaje de la Agencia Havas de México, que el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos había enviado una carta al Sr. Isidro Fabela, Delegado Permanente de México ante la Sociedad de las Naciones... El Jefe de Estado ha querido confirmar con toda su autoridad, la política tan hábilmente defendida en la Sociedad de las Naciones por el Delegado Permanente de México, Sr. Fabela.
Este documento merece por lo demás una gran publicidad fuera de las fronteras de México. En efecto, en esta carta, el Presidente Cárdenas precisa de una manera excelente los deberes de los Estados miembros, el papel que la Sociedad de las Naciones está llamada siempre a representar, a pesar de sus fracasos sucesivos que se llamaron Manchuria, Etiopía, España. México, ese Estado eminentemente fiel al Pacto, el único que frente a la guerra de agresión de que es víctima la República Española ha respetado constantemente el Derecho Internacional, viene a dar una vez mas, por la carta del Jefe del Estado, un bello ejemplo de civismo internacional...32
Todo aquel esfuerzo diplomático fue en vano, pero a pesar de ello México no dejó de lado a la España republicana; todavía en noviembre de 1937, se buscaban apoyos para ésta, ahora mediante las gestiones que realizaba Isidro Fabela intentando com31 32
AHCERMLC, FLC, caja 28, carp. 5, doc. 13. AHCERMLC, FLC, microfilm, rollo 12, 1ª parte.
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prar armamento checoeslovaco a petición del gobierno de Valencia. No fue posible, como informaba en una carta en que analizaba, para el presidente, la difícil situación de la Europa Central, presa de lo que él llamaba la “política del miedo”.33 A principios de 1939 la Guerra de España tocaba a su fin con el avance imparable de los ejércitos acaudillados por el general Francisco Franco. Las fuerzas republicanas y un gran número de civiles se habían ido replegando sobre Catalunya y la frontera de los Pirineos y de nuevo la diplomacia mexicana se movilizó, ahora para intentar prestar auxilio al mayor número posible de los derrotados, que habrían de dejar su tierra para aventurarse por los inciertos caminos del exilio. El coronel Adalberto Tejeda, nuestro embajador en España recibió una carta particular del presidente de la República con fecha 4 de febrero, en la que éste consideraba la intensa actividad y constante preocupación de aquel, por servir a quienes habían defendido con tanto ahínco sus ideales de justicia social y democracia política. Quisiéramos estar en condiciones de prestarles una mayor ayuda en todos los órdenes, escribía Cárdenas a Tejeda, se está trabajando en reunir alimentos y abrigos, pero estimando que se dificulta su envío desde México, se ha acordado que el Comité de Auxilios Pro-España esté remitiendo a usted en efectivo las cantidades que vaya reuniendo...34
Después, a partir del momento de la derrota final, tema que ha sido ampliamente estudiado en años recientes, la administración Cárdenas desplegó una intensa actividad a través de sus consulados y embajadas, especialmente en Francia, tendiente a proteger y a ofrecer asilo a los vencidos de aquella contienda, pero ese, es otro capítulo de nuestra historia.
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AHCERMLC, FLC, caja 28, carp. 5, doc. 16. Ibidem, doc. 17.
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Índice
Introducción Justicia Social, ideal aún lejano, discusión inacabada Ruth E. Arboleyda Castro
5
I. De la costumbre al derecho laboral: La Convención Textil de 1912 Mario Camarena Ocampo
9
II. El siglo de los trabajadores Anna Ribera Carbó
25
III. El ejido cardenista en la Laguna: justicia social integral Ruth E. Arboleyda Castro
41
IV. La Revolución Mexicana, comadrona de un fracaso: El agrarismo en el cine de Emilio Fernández Julia Tuñón
61
V. El fracaso de la justicia social y el derecho a la salud en México (1917-1920) Beatriz Lucía Cano Sánchez
91
VI. Política de la justicia social: niños y adolescentes abandonados y delincuentes, 1920-1940 Ma. Eugenia Sánchez Calleja
105
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VII. La Iglesia de los trabajadores: la otra justicia 1891-1926 Alicia Olivera de Bonfil
143
VIII. “La oportunidad en vez de la limosna”. La Casa de Industrias de Buena Voluntad, 1928-1933 Ma. Eugenia Fuentes Bazán
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IX. El afán de justicia y un compromiso internacional Margarita Carbó
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211
JUSTICIA SOCIAL: DEBATE POLÍTICO DEL SIGLO XX se terminó de imprimir en abril de 2006 en la ciudad de México a cargo de Clínica Editorial, A. P., Mazatlán 77-50, colonia Condesa, 06140 México, D. F. La edición consta de 100 ejemplares más sobrantes para reposición.
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