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Atención y concentración en clase (2/2)

La misión de educar en su sentido etimológico supone “ejercer de guía para que otra persona por sí misma, salga de un determinado estado inicial, haciéndole para ello partícipe y protagonista de su propio desarrollo y proceso” de lo cual podemos deducir que quien educa ha de proporcionar todos los medios, [intelectuales, emocionales y morales] con el fin de conseguir, partiendo de su inicial estado, su pleno desarrollo tanto personal como intelectual.

Educar, pues, conlleva, como bien refiere Victoria Camps1 , “incidir directamente en el conocimiento, las creencias y las disposiciones” y, puesto que las emociones constituyen formas de conocimiento y valoración de la realidad, es inexcusable obligación, tanto de profesores como de progenitores, enseñar a los alumnos a generar las adecuadas emociones para lograr en ellos determinados modos de ver y de apreciar la realidad de las cosas. La educación emocional es una cuestión moral y en dicho sentido ha de ser coherente con los valores, principios y nociones que configuran la moralidad de cada cual.

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Volviendo a la consideración que en la primera parte de este artículo realizaba respecto a la percepción del tiempo, es importante señalar una cuestión habitualmente omitida cual es la distinta consideración que las horas tienen para los alumnos puesto que las de la mañana tienen distinto sesgo que las de la tarde, y la percepción que tienen de las horas que preceden o siguen al recreo es también distinta. Por lo tanto, cabría decir que los alumnos tienen una distinta percepción respecto de la naturaleza de sus horas lectivas.

Podemos afirmar que, sin embargo, todo lo anterior no parece tener demasiada repercusión en la atención, actitud y concentración que los buenos alumnos muestran en clase puesto que por regla general exhiben la gran facultad de cambiar de registros (de juguetón a estudioso, de deportista consumado a estudiante concentrado, etc.) con extraordinaria velocidad y gran facilidad.

Dicha facultad para cambiar rápidamente de registros que los buenos alumnos muestran constituye la línea divisoria entre los buenos alumnos y los alumnos que tienen problemas en su formación académica puesto que su presencia mental en clase suele estar caracterizada por su silente ausencia consecuencia de su capacidad de abstraerse de la clase y ubicarse mentalmente en “otro lugar”

Si lo que verdaderamente deseamos es que el alumno muestre su plena presencia mental en clase, resulta obvio que él por si sólo no lo podrá conseguir, de manera que ha- brá que ayudarle a instalarse en clase

Para ello es necesario implementar determinadas acciones orientadas a que la presencia mental del alumno en clase sea cada vez mayor. Naturalmente, el trabajo que el alumno ha de realizar para que su presencia mental en clase sea cada vez mayor no es una cuestión de su exclusiva responsabilidad y competencia, sino que es un trabajo que ha de ser realizado desde la recíproca implicación, trabajo y compromiso entre alumno y profesor.

Stefan Zweig2, testigo de los excepcionales cambios que convulsionaron la Europa del siglo XX, recordando los momentos fundamentales de su vida, relata la lección magistral que le proporcionó el maestro a quien él veneraba, el escultor Rodin, cuando por mediación de un amigo suyo tuvo la gran suerte de conocerle y posteriormente, a instancias del escultor, el extraordinario privilegio de acceder al verdadero santuario artístico que el artista poseía en Meudon, totalmente inaccesible a visitas.

Todos los sentidos

Relata3 Stefan Zweig que Rodin “trabajaba y trabajaba, trabajaba con toda la fuerza y la pasión de su enorme y robusto cuerpo […]. Transcurrió un cuarto de hora, media hora, no sé cuánto rato. Los grandes momentos se hallan siempre más allá del tiempo. Rodin estaba tan absorto, tan sumido en el trabajo, que ni siquiera un trueno lo habría despertado. Sus movimientos eran cada vez más vehementes, casi furiosos; una especie de ferocidad o embriaguez se había apoderado de él, trabajaba cada vez más y más deprisa […]. A continuación, sucedió la lección magistral: se quitó la bata, se puso el batín y se dio la vuelta para salir. Se había olvidado de mí por completo en aquellos momentos de máxima concentración […]. Se dirigió hacia la puerta. Cuando iba a cerrarla, me descubrió y se me acercó […]. En aquella hora había visto revelarse el eterno secreto de todo arte grandioso y, en el fondo, de toda obra humana: la concentración, el acopio de todas las fuerzas, de todos los sentidos, el éxtasis, el transporte fuera del mundo de todo artista. Había aprendido algo para toda la vida.”

La presencia mental de Rodin en su actividad artística, según Stefan Zweig, era máxima, con todos sus sentidos en acción, la mente plenamente enfocada y con la atención e intención exclusivamente dirigidas al objeto sobre el que trabajaba, abstrayéndose totalmente de la realidad circundante. Y así ha de ser. Esa presencia mental de máximo nivel es la que confiere plena atención, total concentración y máxima eficiencia a nuestras acciones puesto que constituyen pilares fundamentales para el eficaz desempeño de toda actividad y más aún de la actividad intelectual y/o académica cuando el objetivo es convertirse en estudiante brillante.

La presencia mental de los alumnos, por su parte, depende en un altísimo porcentaje, sin género de duda alguna, de la presencia mental del profesor en clase, de manera que el profesor ha de exhibir, antes que ningún alumno, presencia mental durante todo el tiempo que dure la clase; debe, además mostrar presencia mental con cada alumno; ha de exhibir, asímismo, presencia mental en la materia que esté impartiendo; y obviamente ha de mostrar también presencia mental, física e intelectual durante todo el tiempo que dure la formación en el aula.

La plena atención, la presencia mental, constituye la orientación total de los sentidos en un sentido concreto hacia uno o varios estímulos concretos de manera que el resultado de todo ello es la percepción clara, diáfana y notablemente diferenciada de los mismos.

La atención espontánea puede surgir sin esfuerzo alguno cuando las características del estímulo consiguen por si mismas generar la suficiente motivación para ello.

Estímulos

Por su parte, la atención voluntaria o consciente existe cuando mostrando un previo interés procedemos a seleccionar de forma voluntaria un determinado estímulo al cual dirigir nuestra presencia mental. En dicho proceso la constancia y plena concentración en el estímulo mencionado constituyen requisitos fundamentales para el buen fin.

La presencia mental, la plena atención y la máxima concentración son habilidades que demandan entrenamiento, dedicación y la debida orientación por cuanto que son elementos cruciales en toda formación académica/ profesional.

Sin embargo, en los centros educativos en general, no se atiende ni se dedica esfuerzo ni metodología alguna a desarrollar en los alumnos la presencia mental en clase, si bien resulta fundamental para el desarrollo académico y personal de los alumnos. No cabe, a fuer de ser honestos y de predicar con el ejemplo, exigir a los alumnos presencia mental en clase si previamente el profesor no exhibe por su parte una total presencia mental tanto con la clase, como con cada alumno, materia, así como presencia intelectual permanente por su parte. Enseñar conlleva ser ejemplo e inspiración para los demás, lo cual, lamentablemente, no siempre ocurre.

Gorka Aurre Licenciado en Derecho y Neurotrainer Certificado. Experto en Lectura de Élite y Desarrollo Intelectual gorka.aurre13@gmail.com

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