Los Ojos del Gato & El Retoque Inacabado

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Los Ojos del Gato & El Retoque Inacabado Memorial de Edison Simons

Ediciones e[ad] Colección HeteroGenios 4

ESCUELA DE ARQUITECTURA Y DISEÑO Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Proyecto CONFIA Dirección de Asuntos Estudiantiles DAE Vicerrectoría Académica


Os Olhos do Gato & O Retoque Inacabado

Los Ojos del Gato & El Retoque Inacabado Memorial de Edison Simons Gerardo Mello Mourão Os Olhos do Gato & O Retoque Inacabado, Río de Janeiro, 2002. © Gonçalo de Barros Carvalho e Mello Mourão © José Tomás Caballero Bontá, de la traducción. © e[ad] Ediciones Colección HeteroGenios, 4 112 p | 14,8 x 21 cm. | CDD 869.4 ® Inscripción DDI 231.897 ISBN 978-956-17-0521-4 Proyecto 045 CONFIA 2012 DAE Dirección de Asuntos Estudiantiles Pontificia Universidad Católica de Valparaíso e[ad] Ediciones .:Tig:. Taller de Investigaciones Gráficas Escuela de Arquitectura y Diseño PUCV Colección HeteroGenios 4 Valparaíso 2013.


Los Ojos del Gato & El Retoque Inacabado

Gerardo Mello MourĂŁo



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PRÓLOGO «Aún tiembla el agua en cuyo azar se renueva el peregrino y su paso desciende y descubre las tumbas para ayudar a morir a tanta gente olvidada de sí misma. Mas ellos saben cuando las cosas vuelven al corazón del hombre, como el agua que recibe las formas perecederas y las devuelve limpias en una sola imagen. ¡Y ese es el secreto! La vida asciende para ser imagen y allí, nada más que en lo visible, eterna».

Godofredo Iommi M.

Era un día de esos en la Ciudad Abierta en que el sol lo gobierna todo y la luz estalla en los reflejos extremos en nuestros ojos; escuchábamos atónitos las narrativas extravagantes que Gerardo Mello Mourão contaba de su amigo Godofredo Iommi; hacíamos un homenaje a éste como un último acto que celebrara su presencia entre nosotros. Casi ya al término de su alocución, Gerardo desliza sin eufemismo la noticia de la muerte de Edison Simons hacía sólo un par de días. Estábamos recién despidiendo a Godo y la nueva de otro poeta desaparecido tiñó todo el cortejo que luego, en procesión y de a pie, se dirigió a la parte alta de la Hospedería de la Puntilla en la Ciudad Abierta, para formar una América gigantesca bordeada por más de mil personas que cantaban a voz en cuello el lugar que les correspondía del continente. Producto de estos hechos, el Taller de Amereida de la Escuela de Arquitectura y Diseño, en ese año 2001, abordó la figura de Edison Simons y en una de sus sesiones inauguramos la exposición de 24 láminas dibujadas por los arquitectos Andrés Garcés y Rodrigo Saavedra con una sangría al rojo puro, imágenes especulares de Edi que encontrábamos en la papelería acumulada de recortes de sus obras, escritos y actos –no le habíamos conocido en


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vida ninguno de nosotros–; fue un trasnoche exuberante de imaginería y lectura sobre la larga mesa de hormigón en las Celdas de la Ciudad Abierta; en toda las láminas se podía leer manuscrito algunas notas y textos del poeta panameño; agregamos también una colección de aguafuertes realizadas por el propio Edi con la grabadora Teresa Montero en su atelier parisien en la primavera de 1993; a través de Alejandro Garretón, Teresa nos facilitó los grabados y expusimos el conjunto durante algunas semanas en el «Globo», hoy Aula Girola, en la Escuela de Recreo. Era nuestra manera de volver a traer a Edi a través de la experiencia de Amereida, su poética y sus obras póstumas. En noviembre de ese mismo año fuimos de travesía con el Taller de Primer Año, con Patricio Cáraves y David Jolly –ambos habitantes de la Ciudad Abierta desde su principio; y el último, padre de una de las musas de la de poesía: Victoria. Nos dirigíamos a Punta do Seixas, en la ciudad de João Pessoa, estado de Paraíba, en el extremo más oriental de América del Sur. En nuestra parada en Río de Janeiro visitamos a Mello –como le decíamos– en el número 73 de la Rua Tonelero, en el barrio de Copacabana. Subimos 110 alumnos y profesores a su departamento, de manera que lo inundábamos todo con nuestra presencia. La hospitalidad parecía ser también una premisa de los poetas de la Santa Hermandad de la Orquídea; nos recibió con su esposa Léa como si estuviésemos en un teatro de cámara, íntimo, de luces tenues y calurosa convivencia. Durante por lo menos un par de horas Gerardo no dejó de recorrer todos los pasajes de su vida poética, de su relación con Godo, de los hermanos orquídeos y todos los avatares de una vida venturosa. En algún silencio de Mello, un descuido, como en un diálogo largo, cuatro bellas nereidas arquitectónicas, se yerguen sucesivamente de sus mullidas posiciones expectantes, Victoria Jolly, Olivia Coutand, Marylaura Gálvez y Viveka Darlic, comienzan a recorrer el espacio entre los cuerpos y hablándole a él, pronuncian sucesivamente fragmentos de memoria del poema Aguas a Cabo, que habíamos escrito y llevábamos con nosotros. No sé bien si exagero, pero todo el encuentro provocó una fuerte emoción en él y también en nosotros, la que al terminar de abandonar el piso cuando nos íbamos, ya cruzando el umbral de salida, provoca en Gerardo un acto desprendido y de entrega, y nos regala el borrador del último libro que preparaba para la im-


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prenta, se trataba del libro de Los Ojos del Gato, un Memorial de Edison Simons que acababa de escribir; lo recibimos como un gesto familiar y seguimos nuestro viaje sin saber aún lo que teníamos en nuestras manos. Ahora puedo apreciar ese momento original del presente que abrió la posibilidad precisamente de este escrito mismo que ahora aquí se lee. La lectura en el tiempo, en el silencio de la demora, otorga una familiaridad exquisita entre la palabra poética y los actos que la provocan. Fuimos conociendo el texto y lo leíamos como un secreto abierto por la poesía; durante años recorríamos las historias desconversadas entre Edi y la pléiade entera de Amereida, la Escuela y la Ciudad Abierta; en Chile, Argentina, Brasil, en toda América, Europa, la China y donde fuere; un universo poético desescrito por el ámbito de las letras y el americanismo criollo. El portugués nos otorgaba una distancia con los hechos como no lo hace la lengua propia; y si lo traducíamos podríamos aproximarnos más a la genealogía poética en la que nos conducíamos. El reciente arquitecto José Tomás Caballero tomó el escrito como un desafío personal y familiar que lo condujo a la transcripción del texto portugués y a traducirlo al español íntegramente –que es como se lee ahora ya resuelto–; tal vez su parentesco paulista con Ricardo Marques de Azevedo, autor de los Ensaios sobre as Artes dos Romantismos y las Nefelomancias entre lo moderno y lo antiguo, lo afiebraron de un luso enamoramiento cardinal; mas, de sus desdichas literales en toda esta temporada editorial, veló religiosamente María José Miranda, una dulce estudiante de letras que recién veníamos conociendo –y podría decirse que sin ella, fácilmente, estos textos no habríanse leído aún hoy en día. Agradecemos profundamente ese acto generoso del poeta Gerardo Mello Mourão, aquel 16 de noviembre del primer año del siglo nuevo; parecía incluso que la tarde en que estuvimos juntos, se hacía pequeña para contarnos todo lo que tenía que decirnos. Esta bella e intrigante historia de Los Ojos del Gato, le da continuidad a ese momento en que nos despedimos, ya de noche; quizá la última para muchos de nosotros.

Manuel F. Sanfuentes Vio. Ciudad Abierta, marzo 2013.


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Aguafuerte Edison Simons. ParĂ­s, 1993.


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«Uma noite, na Índia, Luís de Camões, à falta de velas, escreveu parte de um Canto dos Lusíadas, à luz dos olhos de seus gatos. Tasso conta a mesma coisa: escreveu um soneto na escuridão do manicômio em que o haviam metido, alumiado pelos olhos de um gato. Suspeito que Baudelaire também tenha escrito uns alexandrinos sob a luz esverdeada de uns olhos de gato. Força da dislexia, lua do poema».


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«Una noche en la India, Luis de Camões, a falta de velas, escribió parte de un Canto de Os Lusíadas a la luz de los ojos de sus gatos. Tasso cuenta lo mismo: escribió un soneto en la oscuridad del manicomio donde lo habían metido, alumbrado por los ojos de un gato. Sospecho que Baudelaire también habría escrito unos alejandrinos bajo la luz verdosa de unos ojos de gato. Fuerza de la dislexia, luna del poema».


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A informação, vagamente erudita, parece ser de Edi Simons. O breve e astuto comentário sobre a força lunar da dislexia, também. Digo Edi Simons porque assim está num pequeno livro apócrifo, trilingüe, sem título na capa, sem indicação de autor nem de editor e até sem numeração de páginas, que me chegou de Paris na primavera, mas certamente escrito pelo poeta panamenho. Pois Edi Simons era poeta e nascido no Panamá. O volume artesanal traz apenas na primeira página interna três palavras em negrito: The Unfinished Touch. Poucas semanas depois da remessa do livro apócrifo, o encontraram desacordado e caído em seu estúdio da Rue de Cotentin, torre abolida desse último príncipe solitário na Aquitânia de seu degredo, depois da estreita cela de cenobita que ocupara na Rue de Lakanal. Dali o levaram para o Hospital Pompidou. Três dias mais, estava morto e, a pedido seu, uns amigos compassivos cremaram no Père Lachaise seu corpo dourado de índio, das Índias do Oriente e do Ocidente, e espalharam suas cinzas sobre o Sena. O livro apócrifo poderia chamar-se de Inventário, pois é uma espécie de documento notarial do ser e do saber do poeta absoluto que, jovem ainda, partiu de seu dramático non-lieu no dilacerado Istmo do Panamá para tantos exílios, longos ou efêmeros. Viveu e morreu na Espanha e na Suíça, às vezes em Genebra, às vezes numa aldeia de queijeiros e relojoeiros, chamada la Ferney, do outro lado da fronteira da França onde viveu Voltaire, que ali vendía relógios baratos e [...]. Viveu também em Londres e em Berlim, na Grécia, no Japão e no Chile, onde sobrevoou a Cordilheira dos Andes, no temerário planador de Miguel Eyquem, um arquiteto voador daquela banda no Pacífico, ainda mais temerário ele mesmo que os audaciosos artefatos aeronáuticos com que costuma assustar os céus azuis de Valparaíso. Nos anos sessenta, o poeta Simons perdeu-se num famoso safari épico-lírico chamado Amereida, nas fronteiras da Terra do Fogo, entre a Patagônia chilena e a Patagônia argentina, com


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La información, vagamente erudita, parece ser de Edi Simons. El breve y astuto comentario sobre la fuerza lunar de la dislexia, también. Digo Edi Simons porque así está en un pequeño libro apócrifo, trilingüe, sin titulo en la tapa, sin indicación de autor ni de editor, incluso sin numeración de páginas, que me llegó de París en la primavera, pero ciertamente escrito por el poeta panameño. Pues Edi Simons era poeta y nacido en Panamá. El volumen artesanal trae en la primera página interna, apenas tres palabras en negrita: The Unfinished Touch. Pocas semanas después del envío del libro apócrifo, lo encontraron inconsciente y caído en su estudio de la Rue de Cotentin; torre abolida de ese último príncipe solitario en la Aquitania de su destierro, luego de la estrecha celda cenobita que ocupó en la Rue Lakanal. De ahí lo llevaron al Hospital Pompidou. Tres días después, estaba muerto y –a pedido suyo– unos amigos compasivos cremaron, en Père Lachaise, su cuerpo dorado de indio, de las indias de Oriente y de Occidente, y sobre el Sena esparcieron sus cenizas.

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El libro apócrifo podría llamarse De Inventario, pues es una especie de documento notarial del ser y del saber del poeta absoluto que, joven aún, partió de su dramático non-lieu en el despedazado istmo de Panamá hacia tantos exilios, largos o efímeros. Vivió y murió en España y en Suiza, a veces en Ginebra, a veces en una aldea de queseros y relojeros, llamada la Ferney, al otro lado de la frontera con Francia donde vivió Voltaire, que allí vendía relojes baratos y... Vivió también en Londres y en Berlín, en Grecia, en Japón y en Chile, donde sobrevoló la Cordillera de los Andes en el temerario planeador de Miguel Eyquem, un arquitecto volador de aquella banda del Pacífico, aún más temerario que los audaces artefactos aeronáuticos con que acostumbra asustar los cielos azules de Valparaíso. En los años sesenta, el poeta Simons se perdió en un famoso safari épico-lírico llamado Amereida, en las fronteras de Tierra del Fuego, entre la Patagonia chilena y la Patagonia

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acampamentos nos confins de Rio Gallegos e subidas setentrionais ás cidades velhas e velhíssimas do Peru dos Vice-reis e do Peru dos Incas, e às avenidas de neve do altiplano boliviano. Acompanhava, então, um bando de poetas, pintores, filósofos e arquitetos franceses, argentinos, ingleses, bascos e chilenos. A malta poética inventada pelo gênio de Godofredo Iommi e Alberto Cruz era tão inverossímil, que, para escapar de suspeitas da polícia, levava como habeas-corpus um atestado do próprio Ministro da Defesa do Chile, obtido pelos bons ofícios do cineasta Patrício Kaulen. Já em expedição semelhante por cidades e aldeias do interior da França, a mesma comandita lírica se prevenia, para defender-se das suspeições da Segurança Pública, com um salvo-conduto ou visto bueno, uma carta abonadora de André Malraux, Ministro de De Gaulle, providenciada por arranjos do escritor espanhol José Bergamín, então exilado em Paris, segundo informa nossa querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada e contumaz, ainda hoje, com a beleza de seus olhos e de sua sagrada voz poética, órfica e fiel, dessas maratonas líricas de alguns seres humanos dependentes do sagrado vício da ode e da elegia. Edi Simons participou de expedições poéticas semelhantes, inventadas por Godo Iommi, produzindo poesia viva, em altos brados nas ruas e praças da Europa, da América e da Ásia, às vezes ao ar livre, às vezes em recintos fechados, como no pátio de uma velha cervejaria de Londres, onde Shakespeare encenara seus teatros, ou no Royal Albert Hall, arrendado pelo poeta Jonathan Boulting, e onde eu mesmo li, ao lado de Vanessa Redgrave, desvaída e envolta na bandeira de Cuba, um poema despedaçado e bilíngue, que ele transpusera para uma rara língua joyceana, a seis mil ingleses atônitos. Descemos o Tâmisa de madrugada com cinco mil rapazes e moças uivando versos dolorosos ou triunfantes numa fogata de trezentos barcos, para celebrar o sexto centenário do incêndio de Londres. Fizemos espetáculos semelhantes no veludo verde dos gramados londrinos do Hyde Park, em


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argentina, con campamentos en los confines de Río Gallegos y subidas septentrionales a las viejas y viejísimas ciudades del Perú de los Virreyes y del Perú de los Incas, y a las avenidas de nieve del altiplano boliviano. Acompañaba, entonces, a una bandada de poetas, pintores, filósofos y arquitectos franceses, argentinos, ingleses, vascos y chilenos. La malta poética inventada por el genio de Godofredo Iommi y Alberto Cruz era tan inverosímil, que para escapar de sospechas de la policía, llevaba como habeas-corpus un certificado del propio Ministro de Defensa de Chile, obtenido por los buenos oficios del cineasta Patricio Kaulen. Ya en semejante expedición por ciudades y aldeas del interior de Francia, la misma comanda lírica se preparaba para defenderse de las sospechas de la Seguridad Pública, con un salvo-conducto o visto bueno, una carta de garantía de André Malraux, ministro de De Gaulle, obtenida del escritor español José Bergamín, entonces exiliado en París, según informa nuestra querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada y obstinada hasta hoy con la belleza de sus ojos y de su sagrada voz poética, órfica y fiel de esas maratones líricas de algunos seres humanos dependientes del sagrado vicio de la oda y la elegía. Edi Simons participó de expediciones poéticas semejantes, inventadas por Godo Iommi, produciendo poesía viva en altos bramidos en las calles y plazas de Europa, América y Asia, a veces al aire libre, a veces en recintos cerrados, como en el patio de una vieja cervecería de Londres, donde Shakespeare escenificara sus obras, o en el Royal Albert Hall, arrendado por el poeta Jonathan Boulting, y donde yo mismo leí, al lado de Vanessa Redgrave, desvaída y envuelta en la bandera de Cuba, un poema despedazado y bilingüe, que él transpusiera en una rara lengua joyceana, a seis mil ingleses atónitos. Descendimos el Támesis de madrugada con cinco mil adolescentes y lolitas aullando versos dolorosos o triunfantes en una fogata de trescientos barcos, para celebrar el sexto centenario del incendio de Londres. Hicimos espectáculos semejantes en el terciopelo verde de los pastos de Hyde Park,


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severos boulevards de Estocolmo, nos ingênuos parques da Dinamarca, nas praças de palácios romanos da Berlim imperial. Ali, Edi celebrou a rosa do mundo, ao lado da escultora brasileira Carla Gaglíarde, filha de um famoso cantor romântico do Rio de Janeiro, e que o hospedava, com seu marido alemão o fotógrafo Thomas Florschuetz, também artista, bom de ângulos óticos e de charutos de Havana, na grande aldeia dessa Roma prussiana, inventada pelos romantismo alemão dos kaisers civilizados. Celebrou, ao meu lado e ao lado de Godo e dos outros, com uns chifres de cobre na testa, esculpidos por Claudio Girola, e com um coro de dois mil estudantes, os fogos vulcânicos do Chile, numa caleta entre Valparaiso e Viña del Mar, entre hinos inventados ao clarão de espetáculos pirotécnicos. Outra vez, durante um dia inteiro, cantamos juntos, sob a batuta de Godofredo Iommi, na praia perdida de Horcón, a descoberta do Pacífico, diante da Ilha dos Lobos, com seus assombrosos leões marinhos de quatro metros de comprimento. Assobiamos canções, ao ritmo de mestres-de-capela bachiana, à moda dos jangadeiros que pescam o pargo encarnado e o ariacó de listas verde-azuis nas praias atlânticas do Brasil, num coro de assobios, para chamar o vento. O sopro fantástico dos assobios atravessou a América, com os pescadores de côngrio do Pacífico entoando a mesma melodia marinha dos pescadores de garoupa cor de rosa no Atlântico meridional, no outro lado do continente. Entramos na água até as virilhas, repetindo com vozes roucas as imprecações de Balboa, bebendo como ele, na concha da mão, a água salgada, para a certeza de que estávamos num mar, e não numa pobre lagoa de água doce. Chamamos um a um, por seus nomes verdadeiros, em grandes brados, os pescadores mortos da caleta chilena e os nomes, constantes nas crônicas, dos marinheiros de Balboa no mar do Panamá. Depois, reiteramos às solidões oceânicas a fórmula sacral com que ele tomou posse, em nome do Rei de Espanha e da Virgem Maria, de todas aquelas ondas e das terras por elas


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en severos bulevares de Estocolmo, en los ingenuos parques de Dinamarca, en las plazas de palacios romanos del Berlín Imperial. Ahí Edi celebró la rosa del mundo al lado de la escultora brasileña Carla Gaglíarde, hija de un famoso cantor romántico de Río de Janeiro, que lo hospedaba con su marido alemán el fotógrafo Thomas Florschuetz, también artista, bueno para los ángulos ópticos y puros de la Habana, en la gran aldea de esa Roma prusiana, inventada por el romanticismo alemán de los káiseres civilizados. Celebró, a mi lado y al de Godo y de los otros, con unos cuernos de cobre en la cabeza, esculpidos por Claudio Girola y con un coro de dos mil estudiantes, los fuegos volcánicos de Chile, en una caleta entre Valparaíso y Viña del Mar, entre himnos inventados al resplandor de los espectáculos pirotécnicos. Otra vez, durante un día entero, cantamos juntos bajo la batuta de Godofredo Iommi, en la playa perdida de Horcón, el descubrimiento del Pacífico, ante la Isla de los Lobos, con sus asombrosos leones marinos de cuatro metros de largo. Silbábamos canciones al ritmo de los maestros de capilla bachiana, a la moda de los balseros que pescan el pargo encarnado y el ariacó de rayas verde-azules en las playas atlánticas de Brasil, en un coro de silbidos para llamar al viento. El soplo fantástico de los silbidos atravesó América, con los pescadores de congrio del Pacífico entonando la misma melodía marina de los pescadores de mero rosado en el Atlántico meridional del otro lado del continente. Entramos al agua hasta las verijas, repitiendo con voces roncas las imprecaciones de Balboa, bebiendo como él, en la concha de la mano, el agua salada para la certeza de estar en un mar, y no en una pobre laguna de agua dulce. Llamamos uno a uno, por sus nombres verdaderos, a fuertes gritos, a los pescadores muertos de la caleta chilena, y los nombres, constantes en las crónicas, de los marineros de Balboa en el mar de Panamá. Después, reiteramos a las solitudes oceánicas la fórmula sacra con que tomó posesión, en nombre del Rey de España y de la Virgen María, de todas aquellas olas y de las tierras por ellas baña-


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banhadas. Éramos os donos do Oceano Pacifico. Em sinal de posse, deixamos plantada na areia sobre base de pedra, uma escultura metálica de Claudio Girola. Encerramos tudo com um banquete elementar de peixe assado e pipas de vinho maduro de Tarapacá, e ficamos arrotando na praia os vinhos bons e os esquisitos frutos do mar chileno. A estes atos, que costumava produzir em todo o mundo, com certos rituais da cabala cosmogônica ou eleusiana de Orfeu, o poeta Godo denominara de «Phalène». Edi Simons, até na China aliciou, em madrugadas clandestinas, sob grandes riscos policiais, jovens chineses e chinesas para algumas dessas cerimônias poéticas. Delas participei aterrado, coberto pela cumplicidade de um jovem diplomata francês, depois incriminado por essa lírica insensatez e por seus amores proibidos com uma súbita menina de Pequim, fascinada por essas castas orgias líricas. O francês foi amaldiçoado pelo Comité Central de Chang-no-han e expulso do país, com os fulminantes ritos de castidade do marxismo kátaro implantado na República Popular da China. Mas isto também é outra história. O passaporte panamenho de Edi Simons pode ainda atestar que ele morou comigo no Brasil, na Tailândia, em Kuala Lumpur, e que andamos pelas Filipinas, na rota centenária do Galeão de Manila, pelo reino de Nepal, nos arredores de Katmandu, onde comprei umas estatuas obscenas da devassidão erótica do Buda, e onde escalamos o Everest, quer dizer, voamos sobre sua crista de neve imaculada, por cinquenta dólares, no arriscado avião Antonov de um príncipe nepalês. Por ali nasceu seu avô, nas fronteiras himalaias entre o Tibete e a China, e ao fixar-se no Panamá trocou seu complicado sobrenome indostânico pelo vago apelido de Simons. Das alturas do teto do mundo para adorar a Deusa Viva, desembarcamos na varanda nepalesa de madeira castanho-escuro do mosteiro do Primeiro Céu, perto do Palácio Real, antes do massacre que ali afogou num lago de sangue o Rei


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das. Éramos los dueños del Océano Pacífico. En señal de posesión dejamos, plantada en la arena sobre una base de piedra, una escultura metálica de Claudio Girola. Concluimos todo con un banquete elemental de pescado asado y pipas de vino maduro de Tarapacá, y permanecimos eructando en la playa los buenos vinos y los extraños frutos del mar chileno. A estos actos, que acostumbraba producir en todo el mundo, con ciertos rituales de la cábala cosmogónica o eleusiana de Orfeo, el poeta Godo denominó «Phalène». Hasta en China, Edi Simons sedujo, en madrugadas clandestinas ante grandes riesgos policiales, a jóvenes chinos y chinas para algunas de esas ceremonias poéticas. De ellas participé aterrado, cubierto por la complicidad de un joven diplomático francés, después incriminado por esa lírica insensatez y por sus amores prohibidos con una súbita menina de Pekín fascinada por esas castas orgías líricas. El francés fue maldecido por el Comité Central de Chang-no-han y expulsado del país, con los fulminantes ritos de castidad del marxismo cátaro implantado en la República Popular China. Pero esto también es otra historia. El pasaporte panameño de Edi Simons puede aún certificar que vivió conmigo en Brasil, en Tailandia, en Kuala Lumpur, y que anduvimos por las Filipinas, en la ruta centenaria del Galeón de Manila, por el reino de Nepal, en los alrededores de Katmandú, donde compré unas estatuas obscenas de depravación erótica del Buda y donde escalamos el Everest, quiero decir, volamos sobre su cresta de nieve inmaculada, por cincuenta dólares, en el arriesgado avión Antonov de un príncipe nepalés. Por allí nació su abuelo en las fronteras himalayas entre el Tíbet y China, y al quedarse en Panamá cambió su complicado apellido indostánico por el vago apellido Simons. De las alturas del techo del mundo para adorar a la Diosa Viva, desembarcamos en el balcón nepalés de madera castaño oscuro del monasterio del Primer Cielo, cerca del Palacio Real, antes de la masacre que allí ahogó en un lago

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Birendra, sua rainha e sua corte. Foi um domicídio inédito na história, e dele se ocuparam rumorosamente os jornais do mundo inteiro. Mais do que isto: foi um horror, uma profanação e um sacrilégio, no país mais religioso do mundo, onde as pessoas moram nos templos e onde os deuses «sont chez eux» – «en su casa» – como me dizia um jornalista francês. Mais isto também é outra história. Descobrimos juntos o reino de Sikhin, nos confins da Ásia. Vadiamos no Ceilão – Taprobana dos portugueses antigos, Sri Lanka hoje – dos fanáticos do fundamentalismo tamil e dos pequenos putos e putas de dez anos nas esquinas sórdidas e na calçada dos hotéis. Anoitecemos algumas vezes no bairro alegre de Kwalung, em Hong Kong, onde perdi 84 dólares na roleta de um duvidoso cassino da máfia chinesa. Dormimos num convento do século 16, dos jesuítas portugueses em Macau com um padre poliglota, tradutor do Pentateuco de Confúcio, que nos deu inauditas aulas de linguística. Alojaram-me na cela em que costumava hospedar-se meu amigo, o historiador inglês Charles Boxer, a mesma em que viveu nos tempos quinhentistas meu parente, o padre João Mourão, preso e trucidado sob a acusação de haver convertido o príncipe herdeiro do Celeste Império, numa tenebrosa conspiração para ali instalar o «regime dos demônios estrangeiros, chamado cristianismo». Edi Simons bebeu, durante a noite, um litro de vinho de arroz de Sichuan, invocou o espírito do Padre João Mourão, e queria porque queria que ele nos aparecesse no quarto. Não apareceu. Os mortos aparecem quando querem, e não quando os chamamos. Depois disso, fomos hóspedes de luxo no Hotel Reffles, em Singapura, ocupando as mesmas suítes em que estiveram Rudyard Kipling e Greta Garbo, segundo inscrições na parede esverdeada. Almoçamos ali um inesquecível hot-pot mongol de carne de bisonte de Huehot e tomamos, numa noite, dois litros e meio de uísque escocês, sentados nas cadeiras rotuladas do «Bar dos Milionários». Eu – lembro-me bem – na cadei-


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de sangre al Rey Birendra, su reina y su corte. Fue un domicídio inédito en la historia, y de él se ocuparon con rumores los diarios del mundo entero. Más que eso: fue un horror, una profanación y un sacrilegio, en el país más religioso del mundo, donde las personas viven en los templos y donde los dioses sont chez eux –«en su casa»– como me decía un periodista francés. Pero esto también es otra historia. Descubrimos juntos el reino de Sikhin, en los confines del Asia. Vagamos en el Ceilán –Taprobana de los portugueses antiguos, hoy Sri Lanka– de los fanáticos del fundamentalismo tamil y de los pequeños putos y putas de diez años en las sórdidas esquinas y en las calzadas de los hoteles. Anochecimos algunas veces en el alegre barrio de Kwalung, en Hong Kong, donde perdí 84 dólares en la ruleta de un dudoso casino de la mafia china. Dormimos en un convento del siglo XVI de los jesuitas portugueses en Macao, con un cura políglota, traductor del Pentateuco de Confucio y que nos dio inauditas clases de lingüística. Me alojaron en la celda en que acostumbraba hospedarse mi amigo el historiador inglés Charles Boxer, la misma en que vivió en los tiempos quinientistas mi pariente, el padre João Mourão, preso y masacrado, bajo la acusación de haber convertido al príncipe heredero del Celeste Imperio, en una tenebrosa conspiración para instalar ahí el «régimen de los demonios extranjeros, llamado cristianismo». Edi Simons bebió, durante una noche, un litro de vino de arroz de Sichuan, invocó al espíritu del Padre João Mourão, porque quería que se nos apareciera en el cuarto. No apareció. Los muertos aparecen cuando quieren y no cuando los llamamos. Después de eso, fuimos huéspedes de lujo del Hotel Reffles en Singapur, ocupando las mismas suites en que estuvieran Rudyard Kipling y Greta Garbo, según inscripciones en las paredes verdosas. Almorzamos ahí un exquisito hot-pot mongol de carne de bisonte de Huejot y tomamos, en una noche, dos litros y medio de whisky escocés sentados en


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ra pouco honrosa de Sommerset Maugham, ele na de Ava Gardner, Joan Crawford, Aga Khan ou Clark Gable, segundo a inspiração etílica de cada dia. Vimos a Indochina e a Cochinchina, os vietcongs mutilados, a biblioteca de pedra de Hanói, as ruínas sagradas de Angkor e vagamos na antiga Saigon pelas ruas populosas de putas budistas, certamente as mais belas do mundo, flexíveis felinas douradas que acasalam como pombas celestes em seus beirais de seda. Andamos semanas por Lisboa e Atenas, de onde ele foi um dia com Christos Clairis –que além de grego, é linguista e caldeu– para uma noite de salmos e vigílias no mosteiro dos santos do Monte Athos. Internou-se em bebedeiras memoráveis nas estâncias paradisíacas das Baleares, em companhia do poeta inglês Jonathan Boulting sob os olhos ofídicos e as pestanas alaranjadas do velho poeta Robert Graves. Perdeu-se nos purgatórios de Moscou, de onde alcançou Pequim em viagem de uma semana pelo trem da Transiberiana, infestado de jovens contrabandistas soviéticos e polacos, entre prostitutas polacas e judias da Bielo-Rússia. Vagou pelo Paquistão, onde um cavalheiresco e compassivo diplomata brasileiro –emergido dos textos de Platão e de Kant, mergulhado, afinal, nos poços da filosofia budista, e contaminado pelo vício incurável da poesia– o salvou do vexame de dormir ao relento e de morrer de fome, pagando-lhe viagem e hospedagem no hotel de uma viúva islâmica em Bangladesh, cuja filha, apaixonada por seus versos o ensinou a tocar a cítara de três cordas, e o levou para uma vilegiatura na chácara que herdara do finado seu marido birmanês, a vinte quilômetros da cidade de Bakoku, na Birmânia meridional. No Japão, começou a estudar japonês, com escasso êxito. Guardo seus cadernos deste aprendizado, a que também me arrisquei, mas nunca fui além de umas tankas e uns haikais antigos, que ainda sei de memória, ensinados por meu companheiro de prisão Yugo Kusakabe, e outros ensinados por minha bela amiga Yuko Kanji, com a graça de seus kimonos tradicionais


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las sillas rotuladas del «Bar de los Millonarios». Yo –recuerdo bien– en la silla poco honrosa de Somerset Maugham, él en la de Ava Gardner, Joan Crawford, Aga Khan o Clark Gable, según la inspiración etílica de cada día. Vimos Indochina y Cochinchina, a los vietcongs mutilados, la biblioteca de piedra de Hanói, las ruinas sagradas de Angkor y vagamos en la antigua Saigón por calles pobladas de putas budistas, ciertamente las más bellas del mundo, flexibles felinas doradas que se aparean como palomas celestes en sus alas de seda. Anduvimos semanas por Lisboa y Atenas, donde un día fue con Christos Clairis –que además de griego, es lingüista y caldeo– a una noche de salmos y vigilias en el monasterio de los santos del monte Athos. Se internó en borracheras memorables en las estancias paradisíacas de las Baleares, en compañía del poeta inglés Jonathan Boulting, ante los ojos ofidios y las pestañas anaranjadas del viejo poeta Robert Graves. Se perdió en los purgatorios de Moscú desde donde alcanzó Pekín en un viaje de una semana en el Transiberiano, infestado de jóvenes contrabandistas soviéticos y polacos, entre prostitutas polacas y judías de Bielorrusia. Vagó por Paquistán, donde un caballeroso y compasivo diplomático brasileño –emergido de los textos de Platón y de Kant, sumergido, al final, en los pozos de la filosofía budista y contaminado por el vicio incurable de la poesía– lo salvó del vejamen de dormir a la intemperie y de morir de hambre, pagándole viaje y hospedaje en el hotel de una viuda islámica en Bangladesh, cuya hija apasionada por sus versos le enseñó a tocar la citara de tres cuerdas, y lo llevó por una temporada al rancho que heredara del finado, su marido birmano, a veinte kilómetros de la ciudad de Bakoku, en Birmania meridional. En Japón, comenzó a estudiar japonés con escaso éxito. Guardo sus cuadernos de este aprendizaje, al que también me arriesgué, pero nunca fui más allá de unas tankas y unos haikais antiguos, que todavía sé de memoria, enseñados por mi compañero de prisión Yugo Kusakabe, y otros por mi bella


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e seus miúdos passos da dança antiga, o Nō ou o Kabuki, os olhos oblíquos brilhando sobre o leque de sândalo e seda. Mas isto também é outra história, apenas para contar que Edi Simons viveu em Tóquio, onde uma estudante japonesa lhe fez uma proposta não aceita de casamento, e onde sobreviveu com vagas prestações de serviço a uma agência de publicidade montada no Japão por um conterrâneo seu, um Fábrega do Panamá. Ali socorreu-se também com ajudas generosas de meus amigos, Osvaldo Peralva correspondente no Japão do mesmo jornal que eu representava em Pequim, de sua Yuko Kanji e do diplomata Paulo Franco, cuja generosidade já o alcançara no Paquistão e o acompanhara de longe nos últimos tempos de Paris. Creio que de Paulo Franco foi a derradeira mensagem dirigida ao poeta – uma espécie de mensagem nuncupativa – enviada no mesmo dia em que chegara a Paris, e que era também o dia em que o corpo de destinatário já ardia no forno crematório, sem condições de atender ao convite para o almoço do amigo fiel. Os mortos não almoçam nem recebem convites. Mas Edi Simons, vivo ou morto, era capaz de tudo. Tentou morar na Índia, terra do Dr. Simons, o médico hindu que era seu pai, e na China, como já disse, fomos parceiros de inauditos perigos noturnos. Sem falar nas peripécias periféricas pela América Central, de Honduras a Costa Rica, e de perigosas estripulias, em que houve mesmo um duelo a faca, nos obscuros bas fonds de Caracas ou Bogotá, talvez de Guayaquil. Sei ainda, por ouvir dizer, de suas aventuras em Nova York e de seus idílios no Canadá, nos confins de Vancouver, onde creio que andou com Alberto Cruz, e especialmente em Montreal e na velha cidade de Québec, onde conviveu com meu afetuoso amigo, o grande poeta Fernand Ouellette e seu inquieto grupo de escritores. Orgulhava-se, aliás, como eu mesmo, e como nosso amigo Robert Marteau, de ser um québecois honorário – título que nos foi dado por um querido e saudoso companheiro, o grande poeta Gaston Miron. Como ele, nunca tivemos outra pátria senão a língua que falamos antes der ser ensinados.


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amiga Yuko Kanji, con la gracia de sus kimonos tradicionales y sus menudos pasos de danza antigua, el Nō o el Kabuki, con los ojos oblicuos brillando sobre el abanico de sándalo y seda. Pero esto también es otra historia, apenas para contar que Edi Simons vivió en Tokio, donde una estudiante japonesa le hizo una propuesta no aceptada de casamiento, y donde sobrevivió con vagas prestaciones de servicio a una agencia de publicidad montada en Japón por un coterráneo suyo, un Fábrega de Panamá. Allí se socorrió también con ayudas generosas de mis amigos, Osvaldo Peralva, corresponsal en Japón del mismo diario que yo representaba en Pekín, de su Yuko Kanji y del diplomático Paulo Franco, cuya generosidad ya lo alcanzara en Paquistán y lo acompañara de lejos en los últimos tiempos de París. Creo que de Paulo Franco fue el último mensaje dirigido al poeta –una especie de mensaje nuncupativo– enviado el mismo día que llegara a París, y que era también el día que el cuerpo del destinatario ardía en el horno crematorio, sin posibilidad de atender a la invitación para el almuerzo del amigo fiel. Los muertos no almuerzan ni reciben invitaciones. Pero Edi Simons, vivo o muerto, era capaz de todo. Intentó vivir en India, tierra del Dr. Simons, el médico hindú que era su padre; y en China, como ya dije, fuimos socios de inauditos peligros nocturnos. Sin hablar de las peripecias periféricas por América Central, de Honduras a Costa Rica, y de peligrosas travesuras, en que incluso hubo un duelo a cuchilla en los oscuros bas fonds de Caracas o Bogotá, tal vez de Guayaquil. Sé además, rumores de sus aventuras en Nueva York y de sus idilios en Canadá, en los confines de Vancouver, donde creo que anduvo con Alberto Cruz, y especialmente en Montreal y en la vieja ciudad de Quebec, donde convivió con mi afectuoso amigo, el gran poeta Fernand Ouellette y su inquieto grupo de escritores. Se enorgullecía, además, como yo y como nuestro amigo Robert Marteau, de ser un québecois honorario –título que nos fue dado por un querido y nostálgico compañero, el gran poeta Gaston Miron. Como él, nunca tuvimos otra patria salvo la lengua que hablamos antes de ser enseñados.


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E não se pode esquecer suas cidades, Panamá e a velha Colón, onde nascera, onde vivera a infância e a adolescência, que ele amava e detestava furiosamente, mas onde habitava sempre, na memória fixa de sua mãe, meio espanhola, meio índia. Chegou a ser célebre por sua beleza crioula, que a fizera rainha dos estrondosos carnavais panamenhos – o que era, em seu país e em seu tempo, não uma ovação pitoresca e popular, mas a honraria mais alta do almanaque Gotha da gentry dionisíaca do Istmo. Ali voltaria de vez em quando. Uma vez, para dormir na grande cama rococó, de dossel alto, de uma senhora judia da incerta aristocracia panamenha. Outra vez, para escrever uma ode a um boxeur famoso, meu inesquecível companheiro numa acidentada viagem aérea de Nova York, ou Los Angeles à América Central, cantado e lembrado também por Jean Cocteau, em suas memórias e até em seu discurso de recepção na Academia Francesa, que dele disse que era o Bach dos tablados de box. Esta Ode a Al Brown foi editada no Panamá por um boliviano aficionado às boas letras, o jornalista René Capriles, hoje ancorado no Brasil como correspondente internacional. Mas parece que suas residências mais permanentes, além das vilegiaturas no Brasil e no Chile, às vezes em minhas casas do Rio e de Viña del Mar, ou na casa de Tunga e Cordélia no Rio, ou ainda na breve hospedagem do fidalgo mecenato de Càndido Mendes, num hotel da Avenida Atlântica, foram, na verdade, a enternecida memória do lar materno em sua Colón. E as casas de María Zambrano, na Suíça e na Espanha, espécies de gruta daquela ninfa egéria, onde era filho e pai, irmão e príncipe herdeiro da grande feiticeira. Tinha ainda moradas esporádicas na irreparável saudade da bela Sara Mena, mulher do arquiteto Pino Sánchez, da Cidade Aberta, junto a Viña del Mar, como também na doce lembrança de estadias bissextas no convívio lírico e litúrgico com os encantos de musa de Nicole d’Amonville, em vilegiaturas de Ibiza ou de Barcelona, onde a bela condessa francesa, nascida em El Salvador, costuma viver, transformada em cata-


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Y no se puede olvidar sus ciudades, Panamá y la vieja Colón, donde naciera, donde viviera la infancia y la adolescencia, que él amaba y detestaba furiosamente, pero donde habitaba siempre, en la memoria fija de su madre, medio española, medio india. Llegó a ser célebre por su belleza criolla, que la hiciera reina de los estruendosos carnavales panameños –lo que era, en su país y en su tiempo, no una ovación pintoresca y popular, sino el honor más alto del Almanaque de Gotha del gentry dionisíaco del istmo. Allí volvería de vez en cuando. Una vez, para dormir en la gran cama rococó, de dosel alto, de una señora judía de incierta aristocracia panameña. Otra vez, para escribir una oda a un boxeur famoso, mi inolvidable compañero en un accidentado viaje aéreo de Nueva York, o Los Ángeles a América Central, cantado y recordado también por Jean Cocteau, en sus memorias y hasta en su discurso de recepción en la Academia Francesa, de quien dijo era el Bach de las tablas de box. Esta Oda a Al Brown fue editada en Panamá por un boliviano aficionado a las buenas letras, el periodista René Capriles, hoy radicado en Brasil como corresponsal internacional. Pero parece que sus residencias más permanentes, más allá de las estadías en Brasil y en Chile, a veces en mis casas de Río y de Viña del Mar, o en la casa de Tunga y Cordélia en Río, o aun en el breve hospedaje del hidalgo mecenazgo de Cândido Mendes, en un hotel de la Avenida Atlántica, fueron, en verdad, la enternecida memoria del hogar materno en su Colón. Y las casas de María Zambrano, en Suiza y en España, especies de gruta de aquella ninfa Egeria, donde era hijo y padre, hermano y príncipe heredero de la gran hechicera. Tenía incluso moradas esporádicas en la irreparable nostalgia de la bella Sara Mena, mujer del arquitecto Pino Sánchez, de la Ciudad Abierta, junto a Viña del Mar, como también en el dulce recuerdo de estadías bisiestas en la convivencia lírica y litúrgica con los encantos de musa de Nicole d’Amonville, en estadías en Ibiza o Barcelona, donde la bella condesa francesa, nacida en El Salvador, acostumbra vivir

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lã. Foi ela, de deusas negras, que ali o teria introduzido na erudição e no mistério dos Cantos Sibilinos, que eu mesmo passei a cultivar em viola pobre, e em fervorosos bilhetes e telefonemas nas tardes bizantinas de Dora Ferreira da Silva, em seu jardim salvado da turbulenta Constantinopla paulistana. Irresidente de muitas residências, na verdade esteve ancorado mesmo, demoradamente, até à morte, foi no fascínio dessa cidade rilkeana de Paris, aonde a gente vai menos para viver do que para morrer, segundo o poeta. Como tantos irresidentes do mundo, foi o íncola exemplar da geografia, das ruas, dos boulevards e do exílio no coração, no espírito e na cultura de Paris. Ali, fechou os olhos e desapareceu na nuvem de cinza de seus restos. Ali o contemplaram, agonizante, a bordo de sua beatitude final, alguns amigos comovidos e fiéis de seus últimos dias, como meu filho Gonçalo, a quem ele pediu, a voz já arquejante, no leito da agonia, que celebrasse sua «debilidade» (sic). Creio que entre as testemunhas de sua subida ao céu, estariam, de certo, alguns dos mortos que lhe vieram dar as boas-vindas em sua morada nova e definitiva. Eram os belos fantasmas de seu convívio de sempre: Augustín e Efraín Tomás Bó, Jorge Pérez Román com seus pincéis, talvez Enrico Zañartu com sua cortesia, Paulinho Ramos e o próprio Godo, ao lado de María Zambrano, e o séquito que iria de Homero a Virgílio, do Dante ao Leopardi, de Platão a Beaufret e Heidegger, de Cervantes a Rimbaud, de Baudelaire a Hölderlin e outros e outros. Um séquito bem maior que o dos vivos. Entre estes, até por falta de informação, apenas uns poucos: certamente, alguns cireneus de sua continuada viagem ao monte da morte, o arquiteto François Milou e sua Marie, anjos-da-guarda de seus tempos fatigados, como também a poeta Josée, certamente o querido pintor mexicano Guillermo Arizta, o filósofo François Fédier, os sumos poetas Michel Deguy e Robert Marteau, o arquiteto Rastko e, quem sabe, por complacência lírica amigos intermitentemente desafetos, como Juan Pablo


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transformada en catalana. Fue ella, de frecuente convivencia con nuestro poeta inglés Jonathan Boulting y sus dos diosas negras, que allí lo habrían introducido en la erudición y en el misterio de los Cantos Sibilinos, que yo mismo empecé a cultivar en una viola pobre, y en fervorosas notas y telefonazos en las tardes bizantinas de Dora Ferreira da Silva, en su jardín salvado de la turbulenta Constantinopla paulistana. Irresidente de muchas residencias, en realidad donde estuvo anclado, demoradamente, hasta la muerte, fue en la fascinación de esa ciudad rilkeana de París, donde la gente va menos para vivir que para morir, según el poeta. Como tantos irresidentes del mundo, fue el íncola ejemplar de la geografía, de las calles, de los bulevares y del exilio en el corazón, en el espíritu y en la cultura de París. Allí cerró los ojos y desapareció en la nube de cenizas de sus restos. Allí lo contemplaron, agonizante, a bordo de su beatitud final, algunos amigos conmovidos y fieles de sus últimos días, como mi hijo Gonçalo, a quien pidió, con voz ya jadeante, en el lecho de la agonía, que celebrase su «debilidad» (sic). Creo que entre los testigos de su subida al cielo, estarían, de seguro, algunos de los muertos que le dieron la bienvenida a su nueva y definitiva morada. Eran los bellos fantasmas de la convivencia de siempre: Agustín y Efraín Bo, Jorge Pérez Román con sus pinceles, tal vez Enrique Zañartu con su cortesía, Paulinho Ramos y el propio Godo al lado de María Zambrano, y el séquito que iría de Homero a Virgilio, de Dante a Leopardi, de Platón a Beaufret y Heidegger, de Cervantes a Rimbaud, de Baudelaire a Hörlderlin y otros, y otros. Un séquito mucho mayor que el de los vivos. Entre éstos, hasta por falta de información, apenas unos pocos: ciertamente, algunos cireneos de su continuo viaje al monte de la muerte, el arquitecto François Milou y su Marie, ángeles de la guarda de sus tiempos fatigados, como también la poeta Josée, ciertamente el querido pintor mexicano Guillermo Arizta, el filósofo François Fédier, los sumos poetas Michel Deguy y Robert Marteau, el arquitecto Rastko y, quien sabe, por complacencia lírica, amigos intermitentemente


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Iommi Amunátegui e o compassivo lingüista grego Christos Clairis. Creio que ali esteve também o poeta inglés Simon Lane, que o hospedava em seu fechado clube londrino e foi seu parceiro em rumoroso ato poético provocado na Bahia, em performance de Tunga e Artur Barrio. Alberto Cruz e Godofredo Iommi teriam feito isto se não estivessem em países distantes: Godo em sua recente sepultura, e Alberto em sua Escola de Valparaíso. Mas, decerto estava lá meu filho Gonçalo, curador da edição de seu livro apócrifo e, como vimos, um de seus últimos visitantes no hospital de onde sailed out to eternity – como se diz de Dylan Thomas na placa sobre a porta do Chelsea, o hotel onde deixou de viver em Nova York. Mas isto também é outra história. Ou, como diz Abdias, é outro cantar. Até porque esta breve memória não é um catálogo dos amigos vivos e mortos de Edison Simons. É e não é. Pois se esta não é a história de Edi Simons, é, de certo, uma versão da história dos Olhos do Gato. Foi por ele que tomei conhecimento, pela primeira vez, da luz das pupilas dos gatos. Até então, com Abdias e Augustin, só nos surpreendiam os olhos dos gatos, mais exatamente das gatas, quando olhávamos para a beleza irrefragável, quase demoníaca, dos olhos de Salústia, na casa de Marieta, naquele tempo. Em suas pupilas de azinhavre, salpicadas de sardas douradas, podíamos ler os mais recônditos desejos eróticos provocados pela inesquecível rapariga de Lisboa, que dançava nos teatros do Rio. À luz ciumenta de seus olhos de gata moribunda, em pânico de amor, líamos as pernas, as coxas as virilhas e tudo mais, do corpo e da violada castidade da indizível Salústia. E ainda hoje, quando me lembro do furor dessa leituras remotas naquele corpo de querubina perdida, parece-me ver a luz dos olhos agatados – de ágata e de gata – de Salústia, abrindo as pálpebras e as narinas sobre a cor de sua pele lunar, à luz dos olhos felinos, para a dislexia de sua pele e de seu rosto. Mas esta também não é a história de Salústia Limaverde, dita Salústia de Cintra.


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desafectos, como Juan Pablo Iommi Amunátegui y el compasivo lingüista griego Christos Clairis. Creo que ahí estuvo también el poeta inglés Simon Lane, que lo hospedaba en su cerrado club londinense y fue su socio en el comentado acto poético suscitado en Bahía, con performance de Tunga y Artur Barrio. Alberto Cruz y Godofredo Iommi habrían hecho esto si no estuviesen en países distantes: Godo en su reciente sepultura, y Alberto en su Escuela de Valparaíso. Pero de seguro, estaba ahí mi hijo Gonçalo, curador de la edición de su libro apócrifo y, como vimos, uno de sus últimos visitantes en el hospital de donde sailed out to eternity –como se dice de Dylan Thomas en la placa sobre la puerta del Chelsea, el hotel donde dejó de vivir en Nueva York. Pero esto también es otra historia. O, como dice Abdías, es otro cantar. Pero esta breve memoria no es un catálogo de los amigos vivos y muertos de Edison Simons. Es y no es. Pues si esta no es la historia de Edi Simons, es, de seguro, una versión de la historia de Los Ojos del Gato. Fue por él que tomé conocimiento, por primera vez, de la luz de las pupilas de los gatos. Hasta entonces, con Abdías y Agustín sólo nos sorprendían los ojos de los gatos, más exactamente de las gatas, cuando buscábamos la belleza irreprimible, casi demoníaca, de los ojos de Salústia, en la casa de Marieta, en aquel tiempo. En sus pupilas verdecillas, salpicadas de pecas doradas, podíamos leer los más recónditos deseos eróticos provocados por la inolvidable muchacha de Lisboa, que danzaba en los teatros de Río. A la luz celosa de sus ojos de gata moribunda, en pánico de amor, observamos las piernas, los muslos, las ingles y todo lo demás, del cuerpo y de la violada castidad de la inefable Salústia. Y hasta hoy, cuando recuerdo el furor de esas lecturas remotas en aquel cuerpo de querubina perdida, me parece ver la luz de los ojos agatados –de ágata y de gata– de Salústia, abriendo los párpados y las narices sobre el color de su piel lunar, a la luz de los ojos felinos, para la dislexia de su piel y de su rostro. Pero ésta tampoco es la historia de Salústia Limaverde, llamada Salústia de Cintra.

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Foi mais ou menos isto que disse a Edi Simons quando o surpreendi uma noite, lendo e escrevendo cartas no escuro, na pequena sala do apartamento que ocupávamos ao pé de Água Santa, no doce exílio de Viña del Mar. Preguntei-lhe por que não acendia o abat-jour. «Porque sei ler com os olhos dos gatos como Camões» –foi a resposta lacônica. Mais tarde me informaria das referências históricas de Camões e do Tasso, agora repetidas no pequeno livro apócrifo com que se preparou para morrer. Creio que me contou a história – ou a lenda (dá no mesmo) – de uns papiros antigos, ou uns pergaminhos em rolos, que continham a escritura de um livro denominado «Os Olhos do Gato». Sua autoria é duvidosa e sua origem obscura. Um dos setenta – ou setenta e dois – rabinos de Alexandria, Amós Abravanel, remoto avó do sábio judeu português Judas Abravanel, nascido em 1455, que se tornou conhecido sob o nome de León Hebreo, com seus famosos Diálogos de Amor, andou farejando os texto platônicos de Gemistos Plethon, que levaram Cosme de Médicis a fundar a Academia Florentina e que suscitaram a primeira contestação e o primeiro confronto conseqüente de Platão contra Aristóteles. Quando se ocupava com a famosa tradução da Bíblia, cerca de 200 anos antes de Cristo, chamada dos Septuaginta, o rabino Amós descobriu, no fundo de uma sinagoga alexandrina, um códice podre de velho, com texto caoticamente trilíngüe, composto de fragmentos gregos, hebraicos e babilônicos, que trazia em todas as páginas uma indicação, também trilíngüe: — «Os Olhos do Gato». O alfarrábio, que teria chegado à Itália tempo depois, entre os Trezentos e os Quatrocentos, pelas mãos do filósofo bizantino Gemistos Plethon, foi manuseado em segredo por três ou quatro membros da Academia Florentina, e dele dão velada e enigmática notícia Marsílio Ficino, o cardeal Bessarion e quase explicitamente Pico della Mirandola. Seus clandestinos leitores descobriram que o livro era uma espécie de chave miraculosa para o conhecimento de todas as verda-


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Fue más o menos esto lo que dije a Edi Simons cuando lo sorprendí una noche, leyendo y escribiendo cartas a oscuras, en la pequeña sala del apartamento que ocupábamos al pie de Agua Santa, en el dulce exilio de Viña del Mar. Le pregunté por qué no encendía el abat-jour, «Porque sé leer con los ojos de los gatos como Camões» –la respuesta fue lacónica. Más tarde me informaría de las referencias históricas de Camões y de Tasso, ahora repetidas en el pequeño libro apócrifo con que se preparó para morir. Creo que me contó la historia –o la leyenda (da lo mismo)– de unos papiros antiguos, o unos pergaminos en rollos, que contenían la escritura de un libro denominado «Los Ojos del Gato». Su autoría es dudosa y su origen oscuro. Uno de los setenta –o setenta y dos– rabinos de Alejandría, Amós Abravanel, remoto abuelo del sabio judío portugués Judas Abravanel, nacido en 1455, que se volvió conocido bajo el nombre de León Hebreo, con sus famosos Diálogos de Amor, anduvo husmeando los textos platónicos de Gemistos Plethon, que llevaron a Cosme de Médicis a fundar la Academia Florentina y que suscitaron la primera contestación y la primera confrontación consecuente de Platón contra Aristóteles. Cuando se ocupaba de la famosa traducción de la Biblia, cerca de 200 años antes de Cristo, llamada de los Septuaginta, el rabino Amós descubrió, en el fondo de una sinagoga alejandrina, un códice podrido de viejo, con textos caóticamente trilingües, compuesto de fragmentos griegos, hebraicos y babilónicos, y que traía en todas las páginas una indicación, también trilingüe: — «Los Ojos del Gato». El cartapacio, que habría llegado a Italia tiempo después, entre los trecientos y cuatrocientos, por manos del filósofo bizantino Gemistos Plethon, fue manipulado en secreto por tres o cuatro miembros de la Academia Florentina, y de él dan velada y enigmática noticia Marsílio Ficino, el cardenal Bessarión y casi explícitamente Pico della Mirandola. Sus clandestinos lectores descubrían que el libro era una especie de llave milagrosa para el conocimiento de todas la verdades


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des escritas ou pensadas em qualquer tempo. Suas letras, suas sílabas, suas palavras, ao simples sopro do desejo humano de saber, se ordenavam subitamente e se juntavam, numa sintaxe elementar, iluminadas por uma luz esverdeada. Podiam , como os caracteres chineses, os hieróglifos e as letras cuneiformes dos assírios, ser lida em qualquer língua, pois a luz mágica soletrava todas as dislexias. As palavras se moviam como os digogramas – representação gráfica da linguagem náutica, em que a intensidade da força magnética manifesta a qualquer um o rumo indicado pelas agulhas de bordo. O livro causou aos poucos iniciados que o leram um verdadeiro orgasmo de alegria – aquele gaudium cum veritate, o gozo infinito com a verdade, referido por Santo Agostinho, que talvez o tenha visto na biblioteca de Ambrósio. O platonismo agostiniano deve ter se originado à luz do livro mágico. Sua influência é óbvia sobre a obra de Pico della Mirandola, quando enuncia uma combinação de pensamento platônico com as idéias cabalísticas, chegando à formulação de uma doutrina capaz de descobrir o único Deus verdadeiro em todas as religiões e em todas as filosofias. O texto espantoso foi escondido, talvez destruído, pelos acadêmicos aterrorizados. As academias sempre têm medo da verdade e da sabedoria, até porque vivem habitualmente da impostura e da ignorância fulgurante de seus membros, a qual não tem nada a ver com a douta ignorância de Nicoláu de Cusa. Além disso, o livro dos Olhos do Gato, encontrado pelo rabino de Alexandria, foi logo incluído no rol dos malditos. Os judeus helenizados batizaram o conjunto de seus livros sagrados com o nome de «Bíblia», isto é, os livros, chamando também as Escrituras do Velho Testamento de Biblioteca, isto é, os livros que devem ser guardados. O rabino Amós Abravanel teve algumas dificuldades com a Sinagoga. No princípio ele considerava que Os Olhos do Gato eram um tex-


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escritas o pensadas en cualquier tiempo. Sus letras, sus sílabas, sus palabras, al simple soplo del deseo humano de saber, se ordenaban súbitamente y se juntaban, en una sintaxis elemental, iluminadas por una luz verdosa. Podían, como los caracteres chinos, los jeroglifos y las letras cuneiformes de los asirios, ser leída en cualquier lengua, pues la mágica luz deletreaba todas las dislexias. Las palabras se movían como los digogramas –representación gráfica del lenguaje náutico, en el que la intensidad de la fuerza magnética manifiesta a cualquiera el rumbo indicado por las agujas a bordo. El libro causó a los pocos iniciados que lo leyeron un verdadero orgasmo de alegría –aquel gaudium cum veritate, el gozo infinito con la verdad, referido por San Agustín, que tal vez lo había visto en la biblioteca de Ambrosio. El platonismo agustiniano debe haberse originado a la luz del libro mágico. Su influencia es obvia respecto a la obra de Pico della Mirandola, cuando enuncia una combinación de pensamiento platónico con las ideas cabalísticas, llegando a la formulación de una doctrina capaz de descubrir el único Dios verdadero en todas las religiones y en todas las filosofías. El texto espantoso fue escondido, tal vez destruido, por los académicos aterrorizados. Las academias siempre tienen miedo de la verdad y de la sabiduría, aun porque viven habitualmente de la impostura y de la ignorancia fulgurante de sus miembros, la cual no tiene nada que ver con la docta ignorancia de Nicolás de Cusa. Además de eso, el libro de Los Ojos del Gato, encontrado por el rabino de Alejandría, fue luego incluido en la lista de los malditos. Los judíos helenizados bautizaron el conjunto de sus libros sagrados con el nombre de «Biblia», esto es, los libros, llamando también a las Escrituras del Viejo Testamento, Biblioteca, esto es, los libros que deben ser guardados. El rabino Amós Abravanel tuvo algunas dificultades con la Sinagoga. Al principio consideraba que Los Ojos del Gato


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to do Livro dos Reis, dos Paralipômenos, talvez dos Macabeus, e quis incluí-lo na Bíblia Sagrada. O Supremo Conselho da Sinagoga declarou o livro herético e intruso e proibiu sua tradução. A Igreja cristã faria o mesmo no século da Academia Florentina, e o frade Savonarola que o andou lendo e divulgando sua existência na biblioteca de um monge toscano, foragido em Veneza, foi condenado e queimado em 1498 por suas idéias platônicas. Visitei a cela no alto do Palazzo Vecchio, em Florença, onde Savonarola esteve encarcerado, e de onde saiu para o fogo matador. Com uma nota de vinte dólares, consegui que o guarda me abrisse a porta da prisão e ali me deixasse meditando uns bons quarenta minutos. Não professo a fé nem a prática da invocação dos mortos. Eles não aparecem. Mas nos quarenta minutos em que fiquei na cela de pedra, cochilei e adormeci. Não sei – nunca se sabe – quantos minutos ou quantos segundos duram, por mais longos ou mais curtos que pareçam, o sono e o sonho. O certo é que vi o frade levantar-se de um canto da parede e me dizer claramente: «o livro que estava em Florença foi queimado na mesma fogueira em que me queimaram. Mas havia outras cópias no mundo». Tive a impressão de ouvir o barulho de correntes arrastadas e Savonarola se retirando com as galés malditas nos tornozelos. Mas era o guarda que batia nas grades de ferro com a chave de palmo e meio, avisando que eu devia sair. Entre as muitas coisas que aprendi com Edi Simons estava uma lição que lhe ensinara Maria Zambrano: é em sonhos que os mortos se comunicam com os vivos. Não havia dúvida: o frade assado na fogueira florentina me advertira da possível existência de alguma cópia do livro sobre Os Olhos do Gato, ou talvez de alguma de suas versões. Interroguei em vão o panamenho. Não totalmente em vão. Pois fiquei sabendo por ele que nenhum dos iniciados na leitura de Os Olhos do Gato tem poderes para dar acesso a seus textos a uma outra pessoa. Encontrar o misterioso pergaminho é


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era un texto del Libro de los Reyes, de los Paralipómenos, tal vez de los Macabeos, y quizás lo incluyó en la Biblia Sagrada. El supremo Consejo de la Sinagoga declaró el libro herético e intruso y prohibió su traducción. La Iglesia cristiana haría lo mismo en el siglo de la Academia Florentina, y el fraile Savonarola que lo andaba leyendo y divulgando su existencia en la biblioteca de un monje toscano, forajido en Venecia, fue condenado y quemado en 1498 por sus ideas platónicas. Visité la celda en lo alto del Palazzo Vecchio, en Florencia, donde Savonarola estuvo encarcelado, y de donde salió al fuego matador. Con un billete de veinte dólares, conseguí que el guardia me abriese la puerta de la prisión y ahí me dejase meditando unos buenos cuarenta minutos. No profeso la fe ni la práctica de la invocación de los muertos. Ellos no aparecen. Pero en los cuarenta minutos que permanecí en la celda de piedra, dormité y me dormí. No sé –nunca se sabe– cuántos minutos o cuántos segundos duran, por más largos o más cortos que parezcan, el sueño y el ensueño. Lo cierto, es que vi al fraile levantarse de un esquina de la pared y decirme claramente: «el libro que estaba en Florencia fue quemado en la misma hoguera en que me quemaron. Pero habían otras copias en el mundo». Tuve la impresión de oír el ruido de cadenas arrastradas y a Savonarola retirándose con las galeras malditas en los tobillos. Pero era el guardia que batía en las rejas de fierro con la llave de palmo y medio, avisándome que debía salir. Entre las muchas cosas que aprendí con Edi Simons estaba una lección que le enseñara María Zambrano: es en sueños que los muertos se comunican con los vivos. No había duda: el fraile asado en la hoguera florentina me advirtió de la posible existencia de alguna copia del libro sobre Los Ojos del Gato, o tal vez de alguna de sus versiones. Interrogué en vano al panameño. No totalmente en vano. Pues supe por él que ninguno de los iniciados en la lectura de Los Ojos del Gato tiene poderes para dar acceso a sus textos a otra persona. Encontrar el misterioso pergamino es


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uma graça ex opere operato ou ex opere operantis – com entendam os teólogos – concedida pelos deuses ou pelo destino para o privilégio do encontro com essas escrituras perigosas. O privilégio – ou o risco – pois, ao que se sabe, algumas pessoas não sobreviveram ao orgasmo de sua leitura. Não vamos entrar na história nem na mitologia dos sonhos. Mas os que conhecem o texto de Giovanni Boccaccio sobre a vida do Dante hão de lembrar-se que os Cantos finais do Paradiso não foram encontrados depois da morte do poeta. O Conde Guido Novello, sobrinho de Francesca di Rimini e o Príncipe Can Grande della Scala, a quem ele dedicara o terceiro Canto inacabado da Divina Commedia, e que foram seus protetores quando a miséria o rondou em dias de indigência cruel, tentaram descobrir o paradeiro dos fragmentos perdidos. Seus esforços foram inúteis. Uma noite, o próprio Dante apareceu em sonho aos filhos Jacopo e Giuseppe, que viviam na mesma casa em que o poeta morrera em Ravena, no século XIV, em 1321. Estava cercado de luzes fulgurantes e coroado de estrelas, e lhes deu uma ordem: derrubassem certa parede da casa, onde ele havia metido, num oco aberto com a ajuda de um pedreiro, os Cantos finais do Paraíso, e entregassem ao Conde di Novello ou ao Príncipe Can Grande. Foi assim que apareceram e se salvaram, conta Boccaccio, os mais luminosos tercetos do poema, o que confirma, mais uma vez, a sabedoria de Maria Zambrano: é através de sonhos que os mortos se comunicam com os vivos. Em 1329, um imbecil fanático, o Cardeal Bertrand du Poyet, deu ordem para que fossem queimados os ossos do poeta e seus escritos. O Cardeal era Legado do Papa João XXII ou do Anti-papa Nicolau V, mais provavelmente do primeiro, que era Papa de Avignon e francês como ele. Chegara aos seus ouvidos que se havia encontrado, enterrado numa parede, entre os papéis do poeta, um livro diabólico, chamado Os Olhos do Gato. E que Dante Alighieri tinha sido um herege e praticante de bruxarias. Como não o queimaram vivo, era ne-


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una gracia ex opere operato o ex opere operantis –como entiendan los teólogos– concedida por los dioses o por el destino para el privilegio del encuentro con esas escrituras peligrosas. El privilegio –o el riesgo– pues, hasta donde se sabe, es que algunas personas no sobrevivieron al orgasmo de su lectura. No vamos a entrar en la historia ni en la mitología de los sueños. Pero los que conocen el texto de Giovanni Boccaccio sobre la vida del Dante han de recordar que los Cantos finales del Paradiso no fueron encontrados después de la muerte del poeta. El Conde Guido Novello, sobrino de Francesca di Rimini y el Príncipe Can Grande della Scala, a quién dedicó el tercer Canto inacabado de La Divina Comedia, y que fueron sus protectores cuando la miseria lo rondó en días de indigencia cruel, intentaron descubrir el paradero de los fragmentos perdidos. Sus esfuerzos fueron inútiles. Una noche, el mismo Dante apareció en sueño a los hijos Jacopo y Giuseppe, que vivían en la misma casa en que el poeta muriera en Ravena, en el siglo XIV, en 1321. Estaba envuelto de luces fulgurantes y pintado de estrellas, y les dio una orden: derrumben cierta pared de la casa, donde había metido, en un hueco abierto con la ayuda de un albañil, los Cantos finales del Paraíso, y los entregasen al Conde di Novello o al Príncipe Can Grande. Fue así como aparecieron y se salvaron, cuenta Boccaccio, los más luminosos tercetos del poema, lo que confirma, una vez más la sabiduría de María Zambrano: es a través de los sueños que los muertos se comunican con los vivos. En 1329, un imbécil fanático, el Cardenal Bertrand du Poyet, dio orden para que fuesen quemados los huesos del poeta y sus escritos. El Cardenal era Legado del Papa Juan XXII o del anti-papa Nicolau V, más probablemente del primero, que era Papa de Avignon y francés como él. Llegó a sus oídos que se había encontrado, enterrado en una pared, entre los papeles del poeta, un libro diabólico, llamado Los Ojos del Gato, y que Dante Alighieri había sido un hereje y practicante de brujerías. Como no lo quemaron vivo, era necesario que lo


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cessário que o queimassem depois de morto. Os ossos do poeta correram grave risco, e só o poder de seus amigos de Ravena conseguiu burlar a ordem do Cardeal-Legado. Mas muita gente continuou acreditando que aquelas notícias do Inferno, do Purgatório e do Paraíso chegaram ao endemoniado florentino por artes de Satanás. Já em vida do Dante, que era moreno bem escuro, as damas de Ravena tinham medo de aproximar-se dele, e diziam que a cor de sua pele se devia às chamas do inferno que o chamuscaram, quando ele por lá transitara, segundo seus próprios versos. Era por isso, talvez, que em seu longo exílio não conseguia o convívio das mulheres da sociedade, e era levado, como lembra Papini, um de seus mais fiéis biógrafos, a procurar as casas de prostituta, as chamadas «casas dos lugares altos» de Ravena. No Antigo Testamento também se chamam de «lugares altos» as casas dos venerandos prostíbulos judaicos, onde às vezes os próprios profetas de Deus, como Baruch, e creio que também Oséas, encontravam refúgio e deleite. Mas isto é outra história, até porque ninguém sabe o destino que teve o possível exemplar onde se teriam iluminado as visões do poeta sagrado. Mesmo assim, vale a pena lembrar que o Dante fez questão de contar que seu guia no turismo patético pelos três mundos da eternidade foi nada menos do que o poeta Virgílio, suspeito até hoje, desde os tempos de Augusto, de comunicações mágicas com o sobrenatural para a escritura de seus hexâmetros. Os próprios cristãos sempre tiveram uma de suas éclogas como uma profecia revelada por Deus sobre o nascimento de Jesus. E padres, bispos e doutores, especialmente na Idade Media, lhe erigiram altares em catedrais católicas, onde o poeta pagão era venerado como santo, com sagradas imagens de mármore cercadas de velas acesas e cânticos piedosos. Edi Simons o tinha como santo canonizado e lhe dedicava fervorosa devoção, o que já é um forte indício de que Publius Virgílius Maro tenha pertencido à máfia sagrada dos leitores do livro dos Olhos do Gato. Seu amigo o poeta


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quemasen después de muerto. Los huesos del poeta corrieron grave riesgo, y sólo el poder de sus amigos de Ravena consiguió burlar la orden del Cardenal-Legado. Pero mucha gente continuó acreditando que aquellas noticias del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso llegaron al endemoniado florentino por las artes de Satanás. Ya en tiempos del Dante, que era moreno y bien oscuro, las damas de Ravena tenían miedo de acercársele, y decían que el color de su piel se debía a las llamas del infierno que lo chamuscaron, cuando por allá transitó, según sus propios versos. Era por eso, tal vez, que en su largo exilio no conseguía la convivencia de las mujeres de la sociedad, y era llevado, como recuerda Papini –uno de sus más fieles biógrafos– en busca de las casas de prostitutas, las llamadas «casas de los lugares altos» de Ravena. En el Antiguo Testamento también se llaman «lugares altos» las casas de los venerados prostíbulos judaicos, donde a veces los propios profetas de Dios, como Baruch, y creo que también Oseas, encontraban refugio y deleite. Pero esto es otra historia, ya que por ninguno se sabe el destino que tuvo el posible ejemplar donde se habrían iluminado las visiones del poeta sagrado. Así mismo, vale la pena recordar que Dante contó que su guía en el turismo patético por los tres mundos de la eternidad fue nada menos que el poeta Virgilio, sospechoso hasta hoy, desde los tiempos de Augusto, de comunicaciones mágicas con lo sobrenatural para la escritura de sus hexámetros. Los propios cristianos siempre tuvieron una de sus églogas como una profecía revelada por Dios sobre el nacimiento de Jesús. Sacerdotes, obispos y doctores, especialmente en la Edad Media, le erigieron altares en catedrales católicas, donde el poeta pagano era venerado como santo, con sagradas imágenes de mármol cercadas de velas encendidas y cánticos piadosos. Edi Simons lo tenía como santo canonizado y le dedicaba fervorosa devoción, lo que ya es un fuerte indicio de que Publius Virgilius Maro había pertenecido a la mafia sagrada de los lectores del libro de Los Ojos del Gato. Su amigo el poeta Horacio, también es sospechoso. No es difícil que haya sido también un


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Horácio, também é suspeito. Não é difícil que tenha sido também um iniciado. Os dois sofriam, respectivamente, de asma e de uma oftalmite que deixava os olhos sempre, nos banquetes de César Augusto, com um deles à direita e o outro à esquerda, explicava seu bom gosto: «sento-me entre as lágrimas e os suspiros». O fluxo lacrimal contínuo e a respiração ansiosa são sintomas típicos de pessoas que lêem longamente à noite, às escondidas e contra a luz natural. O livro iniciático dos Olhos do Gato não é um privilégio dos poetas. Os oficiais do oficio da beleza, qualquer que ele seja – a música, a pintura, a escultura, a dança, as matemáticas abstratas e assim por diante – visitaram aqui e ali o texto anakalyptikos, com sua escritura semiótica dos fantasmas daquilo que os gregos, desde Parmênides, chamavam aletheia e que o filósofo Jean Beaufret, talvez o mais eficaz dos professores de Edi Simons, denominava «le grand ouvert» – a verdade prismática, ou a verdade panorâmica, talvez a verdade infinita, aquela que até podemos tatear, mas que nunca será apalpada em todas suas partes por nossa pobre raça planetária, e que nunca acabaremos de tocar: The Unfinished Touch da última meditação do poeta Edi Simons. Há indícios da existência de um exemplar do livro dos Olhos do Gato na Abadía de Port Royal, que teria sido confiscado por um Conde da Bretanha, numa escaramuça das Cruzadas, no tempo de São Luís rei, e que o arrebatara como butim, junto com uma espada maometana de bainha de ouro e copos lavrados, de ouro e prata, cravejados de rubis de Ophir, encontrada sobre uns panos de Damasco na tenda de um príncipe do Islam. O Conde se interessava pela espada. O livro o impressionara apenas pelo precioso marroquim vermelho da capa, com arabescos coloridos, a lombada em couro rosa e as iluminuras abstratas vivas como um arco-iris sobre as folhas de borrego do texto, finas como pétalas de rosa-chá. Temendo que fosse um exemplar do Corão, leitura proibida aos cristão, entregou a perigosa escritura a um parente, sobrinho


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iniciado. Los dos sufrían, respectivamente, de asma y de una oftalmitis que hacía que los ojos siempre lagrimaran. El rico patricio mecenas que siempre se sentaba en los banquetes de César Augusto, con uno de ellos a la derecha y otro a la izquierda, explicaba su buen gusto: «me siento entre las lágrimas y los suspiros». El flujo lacrimal continuo y la respiración ansiosa son síntomas típicos de personas que leen extensamente en la noche, a escondidas y a contra luz natural. El libro iniciático de Los Ojos del Gato no es un privilegio de los poetas. Los oficiales del oficio de la belleza, cualquiera que sea ella –la música, la pintura, la escultura, la danza, las matemáticas abstractas y así en adelante– visitaron aquí y allá el texto anakalyptikos, con su escritura semiótica de los fantasmas de aquello que los griegos, desde Parménides, llamaban Aletheia y que el filósofo Jean Beaufret, tal vez el más eficaz de los profesores de Edi Simons, denominaba «le grand ouvert» –la verdad prismática, o la verdad panorámica, tal vez la verdad infinita, aquella que incluso podemos tantear, pero que nunca será palpada en todas sus partes por nuestra pobre raza planetaria, y que nunca acabaremos de tocar: The Unfinished Touch, la última meditación del poeta Edi Simons. Hay indicios de la existencia de un ejemplar del libro de Los Ojos del Gato en la Abadía de Port Royal, que habría sido confiscado por un conde de Bretaña, en una escaramuza de las Cruzadas, en el tiempo de San Luis Rey, y que lo arrebatara como botín, junto con una espada mahometana de vaina de oro y copas labradas de oro y plata, engastadas de rubíes de Ophir, encontrada sobre unos paños de Damasco en la tienda de un príncipe del Islam. El Conde se interesaba por la espada. El libro lo impresionó ya desde la preciosa piel curtida de cabra roja de la portada, con arabescos coloridos, el lomo en cuero rosado y las iluminaciones abstractas vivas como un arcoíris sobre las hojas de cordero del texto, finas como pétalos de rosa-chá. Temiendo que fuese un ejemplar del Corán, lectura prohibida para los cristianos, entregó la peligrosa escritura


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do Barão de Joinville, sobre cuja dramática figura humana escreveu Péguy memórias comovedoras. O sobrinho do Barão, depois das Cruzada deixou as armas, foi viver num mosteiro, o libro passou de monge em monge, e acabou na Abadia de Port Royal. Blaise Pascal foi ali um dia surpreendido lendo um livro no escuro. O venerando Prior o interpelou e o socorreu com um castiçal e três velas acesas. Pascal apagou as velas e disse: trop de clarté obscurcit. O excesso de claridade escurece. Edi Simons guardou em seu último livro a frase do sábio. E observava: ele estava lendo Os Olhos do Gato. Foi depois desta leitura que formulou o chamado teorema de Pascal, escreveu o Ensaio sobre as cônicas, e o Tratado sobre o vazio. Depois das Lettres de Louis de Montalte, as chamadas Cartas Provinciais, com as quais os doutores de Port Royal caíram em desgraça junto aos tribunais da Igreja, o mosteiro e suas doutrinas foram vasculhados por um procurador da Fé, o livro dos Olhos do Gato desapareceu, e nunca mais Blaise Pascal ousou escrever sobre enigmas matemáticos, mergulhando na redação de ambigüidades dos Pensamentos – Pensées – e erigindo a dúvida como sabedoria suprema, a ponto de dizer que não podiam compreender senão aqueles que tomavam o partido de buscar incessantemente a verdade. Os que pensam tê-la encontrado, são vítimas de um equívoco ou agentes de uma impostura. Sem o livro dos Olhos de Gato, não lhe restava mais do que «chercher en gémissant», segundo sua própria expressão, que serviria de epígrafe a todos os livros do mais atormentado de nossos romancistas – meu santo e endemoniado amigo Octavio de Faria. Depois de Pascal, o único filósofo propriamente dito na história do pensamento francês – outros são apenas comentaristas da filosofia grega ou da filosofia alemã – foi Descartes, no século XVII. Toda a filosofia de René Descartes se funda na famosa chave do Discurso do Método o «cogito, ergo sum», que expressa a irremediável perdição do homem no reino da dúvida. A partir daí, ele anuncia a presença daquilo a que chama de malin génie – um gênio maligno, que administra a hipótese


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a un pariente, sobrino del Barón de Joinville, sobre cuya dramática figura humana escribió Péguy memorias conmovedoras. El sobrino del Barón, después de las Cruzadas, dejó las armas, fue a vivir a un monasterio, el libro pasó de monje en monje y acabó en la Abadía de Port Royal. Blaise Pascal fue un día allí sorprendido leyendo un libro a oscuras. El venerado Prior lo interpeló y lo socorrió con un candelabro y tres velas encendidas. Pascal apagó las velas y dijo: trop de clarté obscurcit. El exceso de claridad oscurece. Edi Simons guardó en su último libro la frase del sabio. Y observaba: estaba leyendo Los Ojos del Gato. Fue después de esa lectura que formuló el llamado Teorema de Pascal, escribió el Ensayo sobre las Cónicas y el Tratado Sobre el Vacío. Después de las Lettres de Louis de Montalte, las llamadas Cartas Provinciales, con las que los doctores de Port Royal cayeron en desgracia por los tribunales de la Iglesia, el monasterio y sus doctrinas fueron investigadas por un procurador de la Fe, el libro de Los Ojos del Gato desapareció y nunca más Blaise Pascal osó escribir sobre enigmas matemáticos, sumergiéndose en la redacción de las ambigüedades de los Pensamientos –Pensées– y erigiendo la duda como sabiduría suprema, a punto de decir que no podían comprender sino a aquellos que tomaban partido por buscar incesantemente la verdad. Los que piensan haberla encontrado son victimas de un equívoco o agentes de una impostura. Sin el libro de Los Ojos del Gato, no le quedaba más que «chercher en gémissant», según su propia expresión, que serviría de epígrafe a todos los libros del más atormentado de nuestros romancistas –mi santo y endemoniado amigo Otávio de Faria. Después de Pascal, el único filósofo propiamente dicho en la historia del pensamiento francés –otros son apenas comentaristas de la filosofía griega o alemana– fue Descartes, en el siglo XVII. Toda la filosofía de René Descartes se funda en la famosa llave del Discurso del Método, el «cogito, ergo sum», que expresa la irremediable perdición del hombre en el reino de la duda. A partir de ahí, anuncia la presencia de aquello que llama malin génie –un genio maligno que adminis-


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da dúvida inesgotável que separa o homem da verdade. E isto, a tal ponto que só se pode chegar ao pensamento através da dúvida: – duvido, logo penso – chave da chave cartesiana penso, logo existo. Assim, quem não duvida não pensa, logo não existe. A exacerbação cartesiana da dúvida, marco fundamental do pensamento e da existência, levou Descartes a questionar até mesmo a possibilidade das verdades matemáticas, pois sempre poderia surgir o latens anguis – a serpente oculta – da dúvida nas dobras da prova-das-nove das mais elementares demostrações matemáticas. A matemática, de resto, passou a ser a ciência ou arte da dúvida, a partir das contas refratárias dos algarismos, descobertas por Boole. Boole, um irlandês louco, diz que sua ciência veio reformular tudo, desde a matemática de Euclides. A matemática de Boole pela qual nem sempre dois e dois são quatro, está fundada, segundo ele mesmo explica, sobre alguns versos de Homero. Por ela se chegou à teoria dos quanta de Max Planck, depois a Einstein, como a teoria da relatividade, e hoje à teoria da indeterminabilidade de Heisenberg. E quem sabe a que novas dúvidas chegaremos. Mas isto também é outra história, uma história complicada, apenas para dizer que Descartes criou o método da dúvida permanente, formalizando um discurso que já estava inserido na sabedoria de todos os filósofos. Godofredo Iommi ou Alberto Cruz – um dos dois – abriu um dia um curso de matemática de Boole, regido por um padre húngaro, no Instituto que feqüentavamos na Escola de Arquitetura da Universidade Católica de Valparaíso. Não cheguei a aproveitar das aulas do padre húngaro que, aliás, depois de algum tempo, passou a duvidar de sua própria condição de clérigo, e pendurou a batina num cabide feminino da cidade. Mas Edi Simons andou ouvindo algumas lições, entusiasmado pela possibilidade de uma ciência matemática geneticamente poética, brotada dos dactilos de Homero. Foi então que teve um inesperado encontro com Descartes. Desco-


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tra la hipótesis de la duda inagotable que separa al hombre de la verdad. Y esto, a tal punto que sólo se puede llegar al pensamiento a través de la duda: –dudo, luego pienso– llave de la llave cartesiana pienso, luego existo. Así, quien no duda no piensa, luego no existe. La exacerbación cartesiana de la duda, marco fundamental del pensamiento y de la existencia, llevó a Descartes a cuestionar incluso la posibilidad de las verdades matemáticas, pues siempre podría surgir el latens anguis –la serpiente oculta– de la duda en los pliegues de la prueba del nueve de las más elementales demostraciones matemáticas. La matemática, además, pasó a ser la ciencia o arte de la duda, a partir de las cuentas refractarias de los algoritmos descubiertas por Boole. Boole, un irlandés loco, dice que su ciencia vino a reformular todo, desde la matemática de Euclides. La matemática de Boole por la cual no siempre dos y dos son cuatro, está fundada, según él mismo explica, en algunos versos de Homero. Por ella se llegó a la teoría de los quanta de Max Planck, después a Einstein, como a la Teoría de la Relatividad, y hoy a la Teoría de la Incertidumbre de Heisenberg. Y quien sabe a qué nuevas dudas llegaremos. Pero esto también es otra historia, una historia complicada, apenas para decir que Descartes creó el método de la duda permanente, formalizando un discurso que ya estaba inserto en la sabiduría de todos los filósofos. Godofredo Iommi o Alberto Cruz –uno de los dos– abrió un día un curso de matemática de Boole, regido por un sacerdote húngaro, en el instituto que frecuentábamos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso. No llegué a disfrutar de las clases del padre que, por cierto, después de algún tiempo, pasó a dudar de su propia condición de clérigo y dejó la sotana en un colgador femenino de la ciudad. Pero Edi Simons estuvo de oyente en algunas lecciones, entusiasmado por la posibilidad de una ciencia matemática genéticamente poética, brotada de los dáctilos de Homero. Fue entonces que tuvo un inesperado encuentro

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briu um passagem de memória do filósofo, em que ele conta que encontrou certa vez, em sua barraca de campanha, um velho livro sem data ali deixado por um oficial alemão, no tempo em que servia como soldado no exército de Mauricio de Nassau, em 1617. À primeira vista, apenas tocou no livro, e logo o abandonou, ao verificar que estava escrito numa língua que não conhecia. Deixou o volume aberto sobre a pequena mesa, apagou a lanterna, e adormeceu sobre ele, pensando em certos cálculos matemáticos que o ocupavam. Pela manhã, despertou e, como se tomasse nota de um sonho, escreveu as três leis fundamentais da reflexão e da refração ótica que levam seu nome, riscou instintivamente uns rabiscos, nos quais apareciam simplificadas notações algébricas da equação = Ø, com os quais criou a geometria analítica e a base da matemática aplicada aos fenômenos físicos. Desconfiou que talvez tivesse lido esses números e sinais na página sobre as quais adormecera e que o sonho fosse um prolongamento dessa leitura. Mas lembrou-se de que não podia ter lido, pois apagara a luz na ocasião. Interpelou o tenente alemão que já ia saindo da barraca, com o misterioso livro na mochila. O tenente riu, e perguntou-lhe se não tinha visto um gato. Edi Simons me contou a história e concluiu: eram Os Olhos do Gato. Falei com Godo Iommi a respeito do caso e lembrei-lhe que o poeta andava naquele tempo escrevendo, com empenhada sinceridade, uma defesa da mentira. Godo, que era grande entendido de Descartes, desconversou sobre Os Olhos do Gato, mas informou: o filósofo realmente conta que chegou a suas equações fundamentais durante um sonho. Sobre Os Olhos dos Gatos, tergiversou, balbuciando em voz baixa um velho lugar comum da cena shakespeareana do diálogo de Hamlet com Horácio: there are many things... Não fiquei sabendo nada de concreto a não ser isto: que ele e Edi Simons sabiam de muitas coisas entre o céu e a terra, ignoradas por nossa vã sabedoria. E o livro dos Olhos do Gato era uma delas.


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con Descartes. Descubrió un pasaje de memoria del filósofo en el que cuenta que encontró cierta vez, en su tienda de campaña, un viejo libro sin fecha, dejado ahí por un oficial alemán, en el tiempo en que servía como soldado en el ejercito de Mauricio de Nassau, en 1617. A primera vista, apenas tocó el libro, y luego lo abandonó, al verificar que estaba escrito en una lengua que no conocía. Dejó el volumen abierto sobre la pequeña mesa, apagó la linterna y se durmió sobre él, pensando en ciertos cálculos matemáticos que lo ocupaban. Por la mañana, despertó y, como si tomase nota de un sueño, escribió las tres leyes fundamentales de la reflexión y de la refracción óptica que llevan su nombre, bosquejó intensamente unos arabescos, en los cuales aparecían simplificadas notaciones algebraicas de la ecuación = Ø, con los cuales creó la geometría analítica y la base de la matemática aplicada a los fenómenos físicos. Desconfió que tal vez hubiese leído esos números y señales en las páginas sobre las cuales durmiera y que el sueño fuese una prolongación de esa lectura. Pero recordó que no podía haber leído, pues había apagado la luz en esa ocasión. Interpeló al teniente alemán que iba ya saliendo de la tienda, con el misterioso libro en la mochila. El teniente rió, y le preguntó si había visto un gato. Edi Simons me contó la historia y concluyó: eran Los Ojos del Gato. Hablé con Godo Iommi respecto al caso y le recordé que el poeta andaba en aquel tiempo escribiendo, con empeñada sinceridad, una defensa de la mentira. Godo, que era gran entendido en Descartes, desconversó sobre Los Ojos del Gato, pero informó: el filósofo cuenta realmente que llegó a sus ecuaciones fundamentales durante un sueño. Sobre Los Ojos de los Gatos, tergiversó, balbuceando en voz baja un viejo lugar común de la escena shakespeareana del diálogo de Hamlet con Horacio; there are many things... Seguí no sabiendo nada concreto a no ser por esto: que él y Edi Simons sabían de muchas cosas entre el cielo y la tierra, ignoradas por nuestra vana sabiduría. Y el libro de Los Ojos del Gato era una de ellas.


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Quando menos se esperava, o poeta começou a pintar. Afinal, talvez todo poeta seja, no fundo, um pintor virtual. E ele repetia sempre que ut pictura poiesis. Se a poesia é como a pintura, também a pintura deve ser como a poesia. Diante de cores inesperadas, de matizes nunca vistos na natureza à luz dos olhos humanos, trazidos por certos pintores, parece que eles têm outro tipo de retinas e pupilas: – uns olhos de gato ou de anjo. Na mitologia, sabemos que Palas Athēnaiē – Minerva para os romanos – enxergava as naus inimigas, do alto do Panteon, com os olhos de uma coruja. A pintura, como a poesia, a cocaína, o amor e o vinho é um vício, contagioso como todos os vícios. Parece que os contágios mais perigosos, que levaram Edi Simons ao vício de pintar, vêm de suas ligações com Jorge Pérez-Román e com Guillermo Arizta, talvez com as cores desvairadas de Pancho Méndez, contando também a infecção da castidade plástica de Enrico Zañartu e as artesanias de Sheila Hicks, que o conduziram a certos caprichos miniaturais, o que não é pouca coisa. É bom lembrar que o título Illuminations, dado por Jean-Arthur, digo Rimbaud, à sua poesia, não corresponde à palavra francesa traduzida por Iluminações ou Iluminaciones, em português e espanhol. É uma palavra inglesa, que se deve traduzir por Iluminuras, (Illumêichons) essas maravilhosas e minúsculas pinturas coloridas em que foram mestres os persas, os bizantinos, os turcos e os monges da Idade Média que ilustravam a maravilha dos Missais e dos Livros de Horas. O pintor Edi Simons foi também contaminado, na aventura das artes plásticas, por uma dialéctica em que o seduziram, de certa forma, as invenções plásticas gigantescas e esculturais, herança de Michelangelo, presentes na obra e na concepção de volumes de Claudio Girola, de Tunga, dos arquitetos chilenos Alberto Cruz, Fabio Cruz, Pepe Vial, Tuto Baeza e sobretudo Miguel Eyquem. E também de Marino di Teana, a quem visitamos com Michel Deguy, Godofredo Iommi, François Fédier e creio que Bellefroid e Jean Beaufret, em 1964, no belo moulin de Chantilly, onde estava seu atelier.


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Cuando menos se esperaba, el poeta comenzó a pintar. Al fin, tal vez todo poeta sea, en el fondo, un pintor virtual. Y repetía siempre que ut pictura poiesis. Si la poesía es como la pintura, también la pintura debe ser como la poesía. Ante colores inesperados, de matices nunca vistos en la naturaleza a la luz de los ojos humanos, trazados por ciertos pintores, parece que ellos tienen otro tipo de retinas y pupilas: –unos ojos de gato o de ángel. En la mitología, sabemos que Palas Athēnaiē –Minerva para los romanos– divisaba las naves enemigas, desde lo alto del Panteón, con los ojos de una lechuza. La pintura, como la poesía, la cocaína, el amor y el vino, es un vicio, contagioso como todos los vicios. Parece que los contagios más peligrosos, que llevaron a Edi Simons al vicio de pintar, vienen de sus conexiones con Jorge Pérez Román y Guillermo Arizta, tal vez con los colores desvariados de Pancho Méndez, contando también la infección de la castidad plástica de Enrique Zañartu y las artesanías de Sheila Hicks, que lo condujeron a ciertos caprichos miniaturistas, lo que no es poca cosa. Es bueno recordar que el título Illuminations, dado por Jean-Arthur, digo Rimbaud, a su poesía, no corresponde a la palabra francesa traducida como iluminação o iluminaciones en portugués o español. Es una palabra inglesa, que se debe traducir como Iluminuras, (Illumêichons) –esas maravillosas y minúsculas pinturas coloridas en que fueron maestros los persas, los bizantinos, los turcos y los monjes de la Edad Media que ilustraban la maravilla de los Misales y de los Libros de Horas. El pintor Edi Simons fue también contaminado, en la aventura de las artes plásticas, por una dialéctica en que lo sedujeron, de cierta forma, las invenciones plásticas gigantescas y esculturales, herencia de Miguel Ángel, presentes en la obra y en la concepción de volúmenes de Claudio Girola, de Tunga, de los arquitectos chilenos Alberto Cruz, Fabio Cruz, Pepe Vial, Tuto Baeza y sobre todo Miguel Eyquem. Y también de Marino di Teana, a quien visitamos con Michel Deguy, Godofredo Iommi, François Fédier y creo que Bellefroid y Jean Beaufret, en 1964, en el bello moulin de Chantilly, donde estaba su taller.


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Por todas essas referências passam Os Olhos do Gato. Em carta que me escrevia em junho de 2000, o inesperado pintor gerado dentro do poeta, me dizia: «arte no, lo que pinto, sino una red de presagios, de signos y de cifras». Outro inesperado invasor do mundo das formas e das cores, o múltiplo habitante do sonho Abdías Nascimento, profeta e herói de todas as profecias e todos os heroísmos, depois de uma exposição em Paris de seus gigantescos painéis de deuses africanos, também me dizia: «não é pintura; são signos que vejo no fundo de minhas origens». É, por isto mesmo, o mais original dos pintores. Pois Goethe, ao advertir que o artistas tem de ser original, explicava: «original é o que brota das origens». Edi Simons sabia que para ver as origens é preciso olhar com os olhos do gato. Não sei se pintava no escuro. Sei que Abdías Nascimento, ocupado com sua dramaturgia e demiurgia africana, encontrou um dia em Lagos ou Ilé-Ifé, na Nigéria, por onde andava, um velho livro em couro de cabra, num vendedor de bugigangas no meio da rua, escrito numa caligrafia que podia ser a dos coptas do Nilo meridional, no Egito, ou dos coptas da Etiópia, com um alfabeto semelhante ao das preciosas cartas do Preste João, rei e pontífice de seu tempo, aos reis de Portugal. Abriu o livro, sem entender nada, percorreu suas páginas enigmáticas, e de repente tomou uns pincéis e umas telas, e começou a pintar. Era guiado, sem saber, pelos olhos do gato. Pouco depois, em Los Angeles, deu o livro de presente ao nosso mestre Alberto Guerreiro Ramos, professor e doutor maior da Universidade do Sul da Califórnia. Guerreiro abriu o livro e deu-se conta, imediatamente, de que tinha nas mãos uma versão africana do Livro dos Olhos do Gato. Perturbou-se até o fundo da alma, entrou em agonia e morreu. Antes de morrer, assinou um documento fazendo a doação de sua preciosa biblioteca particular à Southern Califórnia University, onde era full professor no Departamento de Doutorado. Não levou totalmente o segredo para o túmulo, pois deixou um bilhete


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Por todas esas referencias pasan Los Ojos del Gato. En una carta que me escribía en junio de 2000, el inesperado pintor engendrado dentro del poeta, me decía: «arte no, lo que pinto, sino una red de presagios, de signos y de cifras». Otro inesperado invasor del mundo de las formas y de los colores, el múltiple habitante del sueño Abdías Nascimento, profeta y héroe de todas las profecías y todos los heroísmos, luego de una exposición en París de sus gigantescos paneles de dioses africanos, también me decía: «no es pintura; son signos que veo en el fondo de mis orígenes». Es, por esto mismo, el más original de los pintores. Pues Goethe, al advertir que los artistas han de ser originales, explicaba: «original es lo que brota de los orígenes». Edi Simons sabía que para ver los orígenes es necesario mirar con los ojos del gato. No sé si pintaba en la oscuridad. Sé que Abdías Nascimento, ocupado con su dramaturgia y demiurgia africana, encontró un día en Lagos o Ilé-Ifé, en Nigeria, por donde andaba, un viejo libro en cuero de cabra, en una venta de baratijas en medio de la calle, escrito en una caligrafía que podía ser la de los coptos del Nilo meridional, en Egipto, o de los coptos de Etiopía, con un alfabeto semejante al de las preciosas cartas del Preste João, rey y pontífice de su tiempo, a los reyes de Portugal. Abrió el libro sin entender nada, recorrió sus páginas enigmáticas, y de repente tomó unos pinceles y unas telas, y comenzó a pintar. Era guiado, sin saber, por los ojos del gato. Poco después, en Los Ángeles, dio el libro de regalo a nuestro maestro Alberto Guerreiro Ramos, profesor y doctor mayor de la Universidad del Sur de California. Guerreiro abrió el libro y se dio cuenta, inmediatamente, de que tenía en las manos una versión africana del Libro de los Ojos del Gato. Se perturbó hasta el fondo del alma, entró en agonía y murió. Antes de morir, firmó un documento haciendo la donación de su preciosa biblioteca particular a la Southern California University, donde era full professor en el Departamento de Doctorado. No se llevó del todo el secreto a la tumba, pues dejó


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lacônico e enigmático: se a biblioteca resolvesse desfazer-se em qualquer tempo de seus livros doados, podia fazê-lo livremente. Mas o pequeno livro em couro de cabra, oferecido por Abdias, só podia ser emprestado, doado ou vendido a algum centro de estudos da África. Anos depois, um estudante argelino da Southern University tomou conhecimento desta disposição, vasculhou os fichários e prateleiras da Guerreiro Ramos Library, localizou o volume e fêz uma comunicação à Universidade de Constantina, na Algéria. O governo muçulmano de Argel, promoveu, na entrada do milênio, neste ano de 2001, grandes comemorações para celebrar as festas centenárias de Santo Agostinho, africano de raça bereber. Proclamou herói nacional dos povos da África o fundador a sabedoria religiosa da Igreja Católica de Roma, como outros africanos, o primeiro monge do cristianismo, Santo Antão, Paulo de Tebas e o próprio Atanásio, redator do Credo, e requereu ao Presidente dos Estados Unidos, a devolução do pequeno livro perdido nas estantes da Universidade em Los Angeles. Pela primeira vez na história, um governo islâmico, passando por cima das Cruzadas e da ortodoxia do Corão, homenageia e celebra um hierarca do Cristianismo, honrando a cidadania africana do moreno doutor berbere Santo Agostinho. Parece que Os Olhos do Gato reconhecem a sabedoria do mestre comum dos filhos de Deus sobre a terra, erigindo em verdade universal o platonismo cabalista de Pico della Mirandola. Mas isto também é outra história. É e não é. Pois parece que a adesão do poeta Edi Simons à tribo dos pintores foi uma espécie de confissão de fé na ordem monástica dos iniciados na leitura dos Olhos do Gato. Ele mesmo me lembrava em uma de suas cartas que André Malraux, em seu livro La Tête d’Obsidienne, definiu como natureza original de seu amigo Pablo Picasso – a feitiçaria. «Ele era um chamã» – dizia Malraux, que conhecia a intimidade do pintor e de sua pintura. Edi concluía, dizendo que entre a arte e a magia, ficava com a magia.


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una nota lacónica y enigmática: si la biblioteca resolviera deshacerse en cualquier momento de sus libros donados, podía hacerlo libremente. Pero el pequeño libro en cuero de cabra, ofrecido por Abdías, sólo podía ser prestado, donado o vendido a algún centro de estudios de África. Años después, un estudiante argelino de la Southern University tomó conocimiento de esta disposición, investigó los ficheros y estantes de la Guerreiro Ramos Library, localizó el volumen e hizo un comunicado a la Universidad de Constantina, en Argelia. El gobierno musulmán de Argelia, promovió, comenzando el milenio, este año 2001, grandes conmemoraciones para celebrar las fiestas centenarias de San Agustín, africano de raza bereber. Proclamó héroe nacional de los pueblos de África al fundador de la sabiduría religiosa de la Iglesia Católica de Roma, como otros africanos, el primer monje del cristianismo, San Antonio, Pablo de Tebas y el propio Atanasio, redactor del Credo, y recurrió al presidente de los Estados Unidos para la devolución del pequeño libro perdido en los estantes de la Universidad en Los Angeles. Por primera vez en la historia, un gobierno islámico, pasando por encima de Las Cruzadas y de la ortodoxia del Corán, homenajea y celebra a un jerarca del cristianismo, honrando la ciudadanía africana del moreno doctor bereber San Agustín. Parece que Los Ojos del Gato reconocen la sabiduría del maestro común de los hijos de Dios sobre la tierra, erigiendo en verdad universal el platonismo cabalista de Pico della Mirandola. Pero esto también es otra historia. Es y no es. Pues parece que la adhesión del poeta Edi Simons a la tribu de los pintores fue una especie de confesión de fe en la orden monástica de los iniciados en la lectura de Los Ojos del Gato. Él mismo me recordaba en una de sus cartas que André Malraux, en su libro La Tête d’Obsidienne, definió como naturaleza original de su amigo Pablo Picasso, la hechicería. «Era un chamán» –decía Malraux, que conocía la intimidad del pintor y de su pintura. Edi concluía, diciendo que entre el arte y la magia, se quedaba con la magia.


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Eu mesmo conheci um pintor, sabedor excelso de todas as coisas de seu oficio, chamado Nélson Nóbrega, que viveu 99 anos, pintando dia e noite, como sua refinada mulher Lúcia, também pintora, num velho apartamento do centro da Babilônia paulistana, que parecia uma caverna de Ali Babá de quadros, tintas e pincéis. A idade já lhe enevoara os olhos para a contemplação das coisas. Mas continuava pintando e vendo o invisível. Não sei, na história da pintura de todos os tempos, de alguém que melhor tenha conhecido o mundo infinito das cores e das formas. Dele aprendi que havia as formas concretas e as formas abstratas, as cores concretas e as cores abstratas. Havia um número infinito de formas, no começo e no fim, como ensinava Parmênides. O conhecimento real e surreal do mundo começou com os pré-socráticos. Eles inventaram o mundo sphairico e enriqueceram as dimensões lineares do mundo dískico do Egito, da Ásia Menor, dos judeus, dos persas e do Oriente extremo. Vem de Parmênides a existência de um número infinito de cores e uma só cor verdadeira – o cinza –, pois o cinza está em toda as cores, e todas as cores são o cinza, no começo e no fim. De repente, aos meus próprios olhos fatigados, dirimiu-se e iluminou-se a certeza científica das três leis de Descartes, sobre a reflexão e a refração da luz. O pintor paulista, ancião de olhos de gato, ao revelar, ainda jovem, a seqüência e con-seqüência cromática da forma esférica dos corpos enunciada por Parmênides, fez, na verdade, a descoberta do cinza, gerado e não fabricado, que procede de cada uma das cores elementares e está presente em todas elas. É uma descoberta tão importante como a do teorema de Pascal e das leis de Descartes, que são, aliás, o ponto de partida para a lei das cores, sobre a qual divagou Goethe, que começa e acaba na silenciosa reinação do cinza. O texto do livro dos Olhos do Gato está escrito em caracteres soltos, e sua unidade só consegue ser lida quando o sopro da vontade criadora do leitor move e ordena cada um deles para a


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Yo mismo conocí un pintor, sabedor excelso de todas las cosas de su oficio, llamado Nelson Nóbrega, que vivió 99 años, pintando día y noche, y a su refinada mujer Lucía, también pintora, en un viejo apartamento del centro de la Babilonia paulistana, que parecía una caverna de Ali Babá de cuadros, tintas y pinceles. La edad ya le nublaba los ojos para la contemplación de las cosas. Pero continuaba pintando y viendo lo invisible. No sé, en la historia de la pintura de todos los tiempos, de alguien que mejor haya conocido el mundo infinito de los colores y de las formas. De él aprendí que habían formas concretas y formas abstractas, los colores concretos y los colores abstractos. Había un número infinito de formas, al comienzo y al final, como enseñaba Parménides. El conocimiento real y surreal del mundo comenzó con los presocráticos. Ellos inventaron el mundo sphairico y enriquecieron las dimensiones lineales del mundo dískico de Egipto, de Asia Menor, de los judíos, de los persas y del Extremo Oriente. Viene de Parménides la existencia de un número infinito de colores y un solo color verdadero –el gris–, pues el gris está siempre en todos los colores, y todos los colores son el gris, al comienzo y al final. De repente, ante mis propios ojos fatigados, se dirimió y se iluminó la certeza científica de las tres leyes de Descartes, sobre la reflexión y la refracción de la luz. El pintor paulista, anciano de ojos de gato, al revelar, aún joven, la secuencia y con-secuencia cromática de la forma esférica de los cuerpos enunciada por Parménides, hizo, en verdad, el descubrimiento del gris, generado y no fabricado, que procede de cada uno de los colores elementales y está presente en todos ellos. Es un descubrimiento tan importante como el del Teorema de Pascal y de las leyes de Descartes, que son, por cierto, el punto de partida de las leyes de los colores, sobre la cual divagó Goethe, que comienza y acaba en el silencioso reinado del gris. El texto del libro de Los Ojos del Gato está escrito en caracteres sueltos, y sus unidades sólo consiguen ser leídas cuando el soplo de la voluntad creadora del lector mueve y ordena cada


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composição sintática da escritura. Mais ou menos como na partitura da sonata: todas as notas da escala musical estão residentes nas cordas da viola sábia e do piano virtuoso ou nos furos da flauta eólia e no fole do órgão tempestuoso. Mas só os dedos ou o pulmão do artista sabem ensinar aos instrumentos virtuais a arrumação compósita dos sons para o rimo e a melodia. Não é diferente o labor elementar da pintura, feita de fragmentos ordenados e ajuntados de formas e cores, como a poesia feita de fragmentos de sílabas e palavras, e a música de fragmentos e sons. A obra inteira de um poeta, de um músico, de um pintor é um «échantillon», um «patchwork» de fragmentos. Por isto, os poetas, os músicos e os pintores se repetem, não «ad nauseam», mas «ad orgasmum» – até o orgasmo – atravessando a espessura dos tempos, vestíbulo da eternidade, para que se veja o «Carmen Pulcherrimum» da visão platônica dos olhos do gato de Santo Agostinho – a beleza da ordem dos séculos. Este era o entendimento de Edi Simons, poeta absoluto, que produzia, numa das últimas cartas que dele recebi, o exemplo de Picasso, segundo ele «un Proteo que saltamonteaba de una forma a otra, en una aparente dispersión, en un caos.» Pois o próprio Pablo Picasso dizia, como sabedor medular da coisa do pintor, que era preciso que se passassem vários séculos antes de se lograr conhecer a unidade de sua obra. Ao pintor e ao poeta – insistia o próprio Edi – não interessa a abstração nem a figura, mas a irradiação mágica de uma intensidade que unirá, em algum momento, os fragmentos vivos. «Isto – diz ele – aprendi contemplando as invenções de Guillermo Arizta». Na mesma pauta, lembra a sabedoria mágica de Jorge Pérez-Román: o artista não precisa do fio de Ariadne. Jorge desdenhou todos os caminhos trilhados. Produziu a regência de seus próprios passos. Não era abstracto nem figurativo, nem se deixou


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una de ellas para la composición sintáctica de la escritura. Más o menos como en una partitura de sonata: todas las notas de la escala musical residen en las cuerdas de la viola sabia y del piano virtuoso o en los agujeros de la flauta eólica y en el fuelle del órgano tempestuoso. Pero sólo los dedos o el pulmón del artista saben enseñar a los instrumentos virtuales la disposición compuesta de sonidos para el ritmo y la melodía. No es diferente la labor elemental de la pintura, hecha de fragmentos ordenados y unidos en formas y colores, como la poesía hecha de fragmentos de sílabas y palabras, y la música de fragmentos y sonidos. La obra entera de un poeta, de un músico, de un pintor es un échantillon, un patchwork de fragmentos. Por esto, los poetas, los músicos y los pintores se repiten, no ad nauseam, sino ad orgasmum –hasta el orgasmo– atravesando el espesor de los tiempos, vestíbulo de la eternidad, para que se vea el «Carmen Pulcherrimum» de la visión platónica de los ojos del gato de San Agustín –la belleza del orden de los siglos. Este era el entendimiento de Edi Simons, poeta absoluto, que daba, en una de las últimas cartas que de él recibí, el ejemplo de Picasso, según él «un Proteo que saltamonteaba de una forma a otra, en una aparente dispersión, en un caos.» Pues el mismo Pablo Picasso decía, como sabedor medular de la cosa del pintor, que era preciso que trascurriesen varios siglos antes de lograr conocerse la unidad de su obra. Al pintor y al poeta –insistía el propio Edi– no le interesa la abstracción ni la figura, sino la irradiación mágica de una intensidad que unirá, en algún momento, los fragmentos vivos. «Esto –dice– lo aprendí contemplando las invenciones de Guillermo Arizta». En la misma pauta, recuerda la sabiduría mágica de Jorge Pérez Román: el artista no necesita del hilo de Ariadna. Jorge desdeñó todos los caminos trillados. Produjo la regencia de sus propios pasos. No era abstracto ni figurativo, ni se dejó seducir por los fantasmas de la modernidad. Él era


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seduzir pelos fantasmas da modernidade. Ele era ele. Como o Deus do Sinai disse de si mesmo: Eu sou quem sou. Voltando ao que aqui foi dito acima sobre Abdias – vale a pena repetir a lição de Unamuno, segundo a qual «ser original é pertencer a uma origem». Jorge Pérez-Roman, em cuja casa da banlieue de Paris passei alguma das horas mais intensas e inesquecíveis de contemplação da beleza, ao lado de um padre francês, um voyant e teólogo da Ordem Salvatoriana, sabia disto. Era um ser emergido da cor e submergido na cor. A cor era, pois, sua origem de animal que pintava. Maria Zambrano lembrava que «a cor é o deus carnal». Por isso Goya dizia que não buscava as cores na realidade exterior: tirava-as de dentro de si mesmo. Alguns dias de saudosas manhãs de Paris – Edi o faria durante um par de anos – acompanhei Jorge ao Louvre, para aprender como ele, como diante de uma infanta rosa de Velásquez, que o essencial numa pintura não é o que se mostra, mas o que se oculta. Para isto, é preciso de-compor as cores, como Rimbaud de-compôs as vogais e Wagner decompôs a origem da música nos primeiros acordes do «Ring». Assim Velázquez de-compôs o tempo e o espaço, por exemplo, no claro enigma do retrato das Meninas, vistas não num certo lugar ou num certo dia, mas no trasfondo de uma atmosfera. Se estas observações ou memórias parecerem originais, não será porque resultem daquela brilhante retórica especulativa com que alguns escritores melhores sabem lapidar a frase, com a chamada «palavra in-esperada». Estamos aqui passeando pelas origens de Edi Simons, poeta absoluto. Parece que a leitura bruxa à luz dos olhos do gato foi o início de sua aventura poética, antes mesmo de ter acesso às cabalas do livro dos Olhos do Gato, onde Gerard Manley Hopkins descobriu a visão do in-scape e do land-scape. Os que se habituaram ao conhecimento da sabedoria grega atribuem ao Livro dos Olhos de Gato uma autoria vária e polivalente. Foi


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él. Como el Dios del Sinaí dice de sí mismo: Yo soy el que soy. Volviendo a lo que aquí arriba fue dicho sobre Abdías –vale la pena repetir la lección de Unamuno, según la cual «ser original es pertenecer a un origen». Jorge Pérez Román, en cuya casa de la banlieue de París pasé algunas de las horas más intensas e inolvidables en contemplación de la belleza, al lado de un sacerdote francés, un voyant y teólogo de la Orden Salvatoriana, que sabía de esto. Era un ser emergido del color y sumergido en el color. El color era, pues, su origen de animal que pintaba. María Zambrano recordaba que «el color es el dios carnal». Por eso Goya decía que no buscaba los colores en la realidad exterior: los sacaba desde dentro de sí mismo. Algunos días de nostálgicas mañanas de París –Edi lo haría durante un par de años– acompañé a Jorge al Louvre, para aprender como él, como ante una Infanta rosa de Velázquez, que lo esencial en una pintura no es lo que se muestra, sino lo que se oculta. Para esto, es necesario descomponer los colores, como Rimbaud descompone las vocales y Wagner descompone el origen de la música en los primeros acordes del «Ring». Así, Velázquez descompone el tiempo y el espacio, por ejemplo, en el claro enigma del retrato de Las Meninas, vistas no en un cierto lugar o un cierto día, sino en el trasfondo de una atmosfera. Si estas observaciones o memorias parecen originales, no será porque resulten de aquella brillante retórica especulativa con que algunos escritores mejores saben lapidar la frase, con la llamada «palabra in-esperada». Estamos aquí paseando por los orígenes de Edi Simons, poeta absoluto. Parece que la lectura bruja a la luz de los ojos del gato fue el inicio de su aventura poética, incluso antes de tener acceso a las cábalas del libro de Los Ojos del Gato, donde Gerard Manley Hopkins descubrió la visión del in-scape y del land-scape. Los que se habituaron al conocimiento de la sabiduría griega, atribuyen al Libro de los Ojos del Gato una autoría varia

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por ele que o piloto Thamos se informou da última agonia dos deuses antigos e soube do nascimento de um Menino em Belém, ao ouvir, na tempestade do mar da Grécia, a voz dos ventos que anunciavam a morte do Grande Pã. Ao chegar a terra, um desolado sacerdote de Apolo pôs em suas mãos um exemplar do livro mágico, o primeiro a ser escrito no mundo depois da invenção do alfabeto por Linos – para uns, filho de Melpômene com Apolo, para outros com Orfeu, o que é menos provável, segundo minhas próprias investigações nas frondosas árvores genealógicas das famílias e das sagradas bastardias olímpicas. Há também quem o diga filho de Diônisos, hipótese pouco provável, por motivos óbvios que pude verificar, com a ajuda de Homero e sobretudo de Hesíodo, sabedor dos segredos de alcova das meninas volúveis nas noites eróticas do Parnaso e do Olimpo. Mas isto também é outra história, apenas para dizer que os calígrafos da corte de Pisístrato, quando começaram a copiar os cantos da literatura ágrafa da mnemônica de Homero, encontraram um livro imemorial, chamado Os Olhos do Gato, vindo da Ásia Menor ou do norte da África, atribuído pelos sacerdotes de Tebas a Apolo, ou Orfeu, ou ainda a Linos, primeiro poeta a riscar letras sobre couros. Mais tarde, uns rabinos digressivos que escaparam do cativeiro da Babilônia, comparando os caracteres ao letreiro escrito a fogo nas paredes do festim de Baltazar na grande orgia babilônica, indicavam seus profetas como autores do livro, atribuído sobretudo a Daniel. Alguns queriam que fosse de Aarão, por ser um livro sacerdotal, outros do próprio Moisés, que teria aprendido letras antes de Linos, ao receber de Jeová as tábuas da lei escrita. Mas esta é uma discussão vã, pois são inseguras as averiguações que poderiam fixar as idades do filho de Melpômene e do legislador dos judeus. Jules Janin, e creio que também La Bruyère, embora nada conste sobre o assunto no livro fabuloso de Marco Polo, guiados por referências do Padre Ricci e de uns padres portugueses que dão notícias do Tibet e da Mongólia nos Quatrocentos, falam de


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y polivalente. Fue en él que el piloto Thamos se informó de la última agonía de los dioses antiguos y supo del nacimiento de un Niño en Belén, al oír, en la tempestad del mar de Grecia, la voz de los vientos que anunciaban la muerte del Gran Pan. Al llegar a tierra, un desolado sacerdote de Apolo puso en sus manos un ejemplar del libro mágico, el primero en ser escrito en el mundo después de la invención del alfabeto por Linos –para unos, hijo de Melpómene con Apolo, para otros con Orfeo, lo que es menos probable, según mis propias investigaciones en los frondosos árboles genealógicos de las familias y de las sagradas bastardías olímpicas. Hay también quien lo diga hijo de Dionisio, hipótesis poco probable, por motivos obvios que pude verificar, con la ayuda de Homero y sobre todo de Hesíodo, sabedor de los secretos de alcoba de las niñas volubles en las noches eróticas del Parnaso y del Olimpo. Pero esto también es otra historia, apenas para decir que los calígrafos de la corte de Pisístrato, cuando comenzaron a copiar los cantos de la literatura ágrafa de la mnemónica de Homero, encontraron un libro inmemorial, llamado Los Ojos del Gato, venido del Asia Menor o del norte de África, atribuido por los sacerdotes de Tebas a Apolo, u Orfeo, o incluso a Linos, primer poeta en dibujar letras sobre cueros. Más tarde, unos rabinos evadidos que escaparon del cautiverio de Babilonia, comparando los caracteres del letrero escrito a fuego en las paredes del festín de Baltazar en la gran orgía babilónica, señalaban a sus profetas como autores del libro, atribuido sobre todo a Daniel. Algunos querían que fuese de Aarón, por ser un libro sacerdotal, otros del propio Moisés, que habría aprendido letras antes de Linos, al recibir de Jehová las tablas de la ley escrita. Pero esta es una discusión vana, pues son inseguras las averiguaciones que podrían fijar las edades del hijo de Melpómene y del legislador de los judíos. Jules Janin, y creo que también La Bruyère, aunque nada conste sobre el asunto en el fabuloso libro de Marco Polo, guiados por referencias del Padre Ricci y de unos sacerdotes portugueses que dan noticias del Tibet y de la Mongolia en


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bibliófilos chineses que possuíam manuscritos em scroll de papel de arroz, melhor que os papiros egípcios, alguns pendurados perpendicularmente na parede, outros montados numa engenhoca rotativa, que formavam um livro, lido por Confúcio na juventude, e que se chamava Os Olhos do Gato. Interroguei o minucioso sinólogo Padre Joaquim Angélico. A única coisa que ele sabia era que o medíocre sinólogo Fennolosa, que conhecia chinês de oitiva, tinha uns fragmentos de scroll, que sua viúva passou ao poeta Ezra Pound em Londres, por algumas patacas ou guinéus ingleses, e que tratava dos Olhos do Gato. Desses fragmentos, com seus belos caracteres em nankin, o poeta transfigurou a língua chinesa, transfigurou seus imortais Cantares e até alumiou a obscura memória do piedoso missionário anglicano Fennolosa. Tudo isto é possível. São hipóteses – o que não é pouca coisa – pois a própria criação do Universo repousa sobre hipóteses, como a de Laplace, e a ciência mais avançada se funda sobre teorias, isto é, hipóteses, como a de Max Planck, a de Einstein, a de Pascal, a de Heisenberg e assim por diante. O que parece certo é que não sabemos quase nada dos antigos depósitos de livros, egípcios ou assirios. Mas é fora de dúvida que havia um livro mágico na grande Biblioteca de Alexandria projetada por Ptolomeu II. Foi ele que tomou a providência de proibir a exportação do papiro egípcio, para proteger a indústria livreira do país e sua biblioteca, e impedir que o rei de Pérgamo levasse a cabo o projeto de fazer em sua cidade um museu de livros maior que o de Alexandria. Graças a esta competição, os de Pérgamo chegaram à invenção do pergaminho, folhas para escrita de peles de ovelhas de Pérgamo. Mas isto é outra história. Para não perder tempo com a história das bibliotecas de todos os séculos, assunto sobre o qual divaguei eu mesmo, em breve ensaio sobre o texto da conferência De Bibliotheca, que recebi da Itália, de Umberto Eco, um escritor dado a divertimentos eruditos, parece fundamental, para esta memória de Edi


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los Cuatrocientos, hablan de bibliófilos chinos que poseían manuscritos en scroll de papel de arroz, mejor que los papiros egipcios, algunos colgados perpendicularmente en la pared, otros montados en un artefacto rotativo, que formaban un libro, leído por Confucio en la juventud, y que se llamaba Los Ojos del Gato. Interrogué al minucioso sinólogo Padre Joaquín Angélico. La única cosa que sabía era que el mediocre sinólogo Fenollosa, que sabía chino de oído, tenía unos fragmentos de scroll, que su viuda entregó al poeta Ezra Pound en Londres, por algunas monedas o guineas inglesas, y que trataba de Los Ojos del Gato. De esos fragmentos, con sus bellos caracteres en nankín, el poeta transfiguró la lengua china, transfiguró sus inmortales Cantares y hasta alumbró la oscura memoria del piadoso misionero anglicano Fenollosa. Todo esto es posible. Son hipótesis –lo que no es poca cosa– pues la propia creación del Universo descansa sobre hipótesis, como la de Laplace, y la ciencia más avanzada se funda sobre teorías, esto es, hipótesis, como la de Max Planck, la de Einstein, la de Pascal, la de Heisenberg y así en adelante. Lo que parece cierto es que no sabemos casi nada de los antiguos depósitos de libros, egipcios o asirios. Pero está fuera de duda que había un libro mágico en la gran Biblioteca de Alejandría proyectada por Ptolomeo II. Fue él quien tomó la providencia de prohibir la exportación del papiro egipcio, para proteger la industria librera del país y su biblioteca, e impedir que el rey de Pérgamo llevase a cabo el proyecto de hacer en su ciudad un museo de libros mayor que el de Alejandría. Gracias a esta competencia, los de Pérgamo llegaron a la invención del pergamino, hojas para la escritura de pieles de ovejas de Pérgamo. Pero esto es otra historia. Para no perder tiempo con la historia de las bibliotecas de todos los siglos, asunto sobre el cual divagué yo mismo, en breve ensayo sobre el texto de la conferencia De Bibliotheca, que recibí de Italia, de Umberto Eco, un escritor dado a divertimentos eruditos, parece fundamental, para esta memoria


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Simons, referir aqui um dado conhecido sobre a Biblioteca de Alexandria. Conta-se que Júlio César ficou sabendo, uma noite, pela rainha Cleópatra, de um livro mágico existente no instituto famoso. Dois dias depois, a rainha lhe oferecia, num estojo de ouro e marfim, o livro precioso. César imaginou logo que a Biblioteca de Alexandria era uma prodigiosa mina de tesouros da sabedoria humana, e armou o projeto de transferi-la para Roma, como já fizera Paulo Emílio, ao levar como butim a da Macedônia, a Cipião, o Africano, que carregou para o Capitólio a biblioteca de Cartago. O punhal de Brutus matou o grande Caio Júlio antes do tempo, mas seu amigo Caius Asinius Pólion, fiel ao projeto cultural do fundador do império, promoveu a criação de uma grande biblioteca romana, inaugurada no Atrium Libertatis, sobretudo com o butim de guerra arrebatado aos partos, no ano de 39 a.C. Vieram outras depois, especialmente a Biblioteca de Augusto. Mas no Atrium Libertatis, ornado com móveis, estátuas, medalhões e inscrições de poetas, ficaram os livros mais preciosos. Entre eles, os papiros guardados no cofre de ouro e marfim de Cléopatra, com o Livro dos Olhos de Gato. A biblioteca teve sorte vária e seus livros passaram de mão em mão. O presente de Cleópatra foi parar na Biblioteca Vaticana, onde o encontrou o sábio e austero Papa holandês Adriano VI, que reinou de 1522 a 1523, antigo preceptor de Carlo de Gand, filho de Joana, a Louca, de Espanha, que seria Imperador do Sacro Império com o nome de Carlos V. O Papa mandou o livro de presente a Carlos V, mais como uma jóia do que como um livro. Foi como uma jóia que o guardou o Imperador. Extraído de sua caixa de ouro, que passou ao acervo de jóias da Coroa, o livro chegou ao Arquivo da Companhia das Índias, e daí, por artes de algum fidalgo de Castela, à Biblioteca dos Vice-Reis do Peru, na cidade de Lima. Ali dormiu ele esquecido, numa ruma de incunábulos antigos, sem ser sequer catalogado, não tanto por incúria, mas sobretudo pela impossibilidade de catalogação: era uma obra sem título e sem autor, escrita em três línguas antigas.


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de Edi Simons, referir aquí un dato conocido sobre la Biblioteca de Alejandría. Se cuenta que Julio César supo una noche, por medio de la reina Cleopatra, acerca de un libro mágico existente en el famoso instituto. Dos días después, la reina le ofrecería, en un estuche de oro y marfil, el valioso libro. Cesar imaginó luego que la Biblioteca de Alejandría era una prodigiosa mina de tesoros de la sabiduría humana, y armó el proyecto de transferirla a Roma, como ya hiciera Paulo Emilio, al llevar como botín la de Macedonia, a Escipión el Africano, que cargó hasta el Capitolio la biblioteca de Cartago. El puñal de Brutus mató al gran Cayo Julio antes de tiempo, pero su amigo Gaius Asinius Pollio, fiel al proyecto cultural del fundador del imperio, promovió la creación de una gran biblioteca romana inaugurada en el Atrium Libertatis, sobre todo con el botín de guerra arrebatado a los partos, en el año 39 a.C. Vinieron otras después, especialmente la Biblioteca de Augusto. Pero en el Atrium Libertatis, ornado de muebles, estatuas, medallones e inscripciones de poetas, permanecieron los libros más valiosos. Entre ellos, los papiros guardados en el cofre de oro y marfil de Cleopatra, como el Libro de los Ojos de Gato. La biblioteca tuvo suertes varias y sus libros pasaron de mano en mano. El obsequio de Cleopatra fue a parar a la Biblioteca Vaticana, donde lo encontró el sabio y austero Papa holandés Adriano VI, que reinó de 1522 a 1523, antiguo preceptor de Carlo de Gand, hijo de Juana, la Loca, de España, que sería Emperador del Sacro Imperio con el nombre de Carlos V. El Papa mandó el libro de regalo a Carlos V, más como una joya que como un libro. Fue como una joya que lo guardó el emperador. Extraído de su caja de oro, pasó al acervo de las joyas de la Corona, el libro llegó al Archivo de la Compañía de las Indias, y de ahí, por artes de algún hidalgo de Castilla, a la biblioteca de los Virreyes del Perú, en la ciudad de Lima. Allí durmió olvidado, en una ruma de antiguos incunables, sin siquiera ser catalogado, no tanto por incuria, sino sobre todo por la imposibilidad de catalogación: era una obra sin título y sin autor, escrita en tres lenguas antiguas.


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O Chile é um país singular na América do Sul. Estreito nastro de terra entre os Andes e o Pacífico, com mais de oito mil quilômetros de litoral, estica-se dos desertos do norte às ilhas do sul, ao Estreito de Magalhães e à Terra do Fogo, para lá de Punta Arenas, a cidade mais austral do mundo. Seus habitantes esperam sempre a hora de ver o país desabado no Oceano, por um dos terremotos intermitentes a que se habituaram, ou pelo furor dos vulcões que adornam e ameaçam teatralmente sua paisagem, de norte a sul. Não digamos de leste a oeste, porque ali se confundem as latitudes, de tão próximas que se encontram. O Chile não tem quatro pontos cardeais, como os espaços do mundo em geral. Ali há apenas dois: o norte e o sul. Esta bizarra geografia leva os habitantes do país à beleza de inesperadas aventuras. É o único país da América Latina que tem uma colônia nos confins da Polinésia, isto quando Europa já não tem mais colônias. É a única república hispano-americana com vocação imperial. Declarou guerra ao Peru e à Bolívia – com justa causa, diga-se de passagem – em 1879. Bateu os dois adversários, ocupou a cidade de Lima e trouxe para Santiago, como butim de guerra, o mais precioso patrimônio de Biblioteca dos Vice-Reis, numa depredação ainda hoje amaldiçoada pelos historiadores peruanos, como o bom Ricardo Palma. Num dos lotes deste patrimônio estava um maço de papiros antigos que, antes de ser classificado nos anaguéis da Biblioteca Nacional de Santiago, ficou exposto na grande mesa de caoba chilena anexa ao Gabinete do Diretor da instituição. Ali permaneceu durante anos, até que um dia o manuseou o historiador Dom Domingo Amunátegui, diretor da Biblioteca. Distraidamente contemplava os venerados fragmentos, quando de repente estacou, como fulminado por um raio: os estranhos caracteres se ordenavam numa luz verde formando sílabas e palavras na própria língua de Dom Domingo Amunátegui – o claro castelhano de Cervantes e Quevedo. Era inexplicável. Lembrou-se um instante das idéias extravagantes do poeta Vicente Huidobro, que inventara uma escola poética, o Criacionismo, segundo a


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Chile es un país singular en América del Sur. Estrecha cinta de tierra entre los Andes y el Pacífico, con más de ocho mil kilómetros de costa, se extiende desde los desiertos del norte a las islas del sur, al estrecho de Magallanes y a Tierra del Fuego, más allá de Punta Arenas, la ciudad más austral del mundo. Sus habitantes esperan siempre la hora de ver el país desaguado en el Océano, por alguno de los terremotos intermitentes a los que se habituaron, o al furor de los volcanes que adornan y amenazan teatralmente su paisaje, de norte a sur. No digamos del este al oeste, porque allí se confunden las latitudes, de tan próximas que se encuentran. Chile no tiene cuatro puntos cardinales, como los espacios del mundo en general. Allí hay apenas dos: el norte y el sur. Esta bizarra geografía lleva a sus habitantes a la belleza de inesperadas aventuras. Es el único país de América Latina que tiene una colonia en los confines de la Polinesia, esto cuando Europa no tiene ya más colonias. Es la única república hispano-americana con vocación imperial. Declaró la guerra a Perú y Bolivia –con justa causa, dígase de paso– en 1879. Venció a sus dos adversarios, ocupó la ciudad de Lima y trajo a Santiago, como botín de guerra el más precioso patrimonio de la Biblioteca de los Virreyes, en una depredación hasta hoy maldecida por los historiadores peruanos, como el buen Ricardo Palma. En uno de los lotes de este patrimonio había un fajo de papiros antiguos que, antes de ser clasificado en los catálogos de la Biblioteca de Santiago, permaneció expuesto en la gran mesa de caoba chilena anexa al Gabinete del Director de la institución. Allí permaneció durante años hasta que un día lo hojeó el historiador Don Domingo Amunátegui, director de la biblioteca. Distraídamente contemplaba los venerados fragmentos, cuando de repente se detuvo, como fulminado por un rayo: los extraños caracteres se ordenaban en una luz verde formando sílabas y palabras en la propia lengua de Don Domingo Amunátegui –el claro castellano de Cervantes y Quevedo. Era inexplicable. Recordó un instante las ideas extravagantes del poeta Vicente Huidobro, que inventó una escuela poética, el Creacionismo, según la cual un poema es-

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qual um poema escrito dentro de suas formas de expressão podia ser traduzido para qualquer língua. Mas isto era outra coisa. Além do mais, não gostava de Vicente Huidobro, embora soubesse que era o poeta maior de seu país. Trêmulo e pálido, Dom Domingo Amunátegui pegou o maço de papiros, enfiou em sua pasta de couro, sempre cheia de alfarrábios históricos, meteu-se em seu sobretudo de camelo, enrolou no pescoço a bufanda de vicunha – única coisa boliviana que tolerava – cobriu-se com o chapéu Gelot que não abandonava, mandou chamar o chofér e tocou apressadamente para casa. Subiu rápido para seus aposentos, abriu os papiros, e estremeceu. As pernas lhe faltaram, a bengala caíra, e desabou no tapete com um grito de horror. Os familiares acorreram, trouxeram um médico às pressas. Estava com quarenta graus de febre, a pressão na estratosfera e o coração saltando no peito. Deram-lhe sedativos, parecia adormecido de olhos abertos e passou a noite delirando, pronunciando palavras ininteligíveis. Pela manhã parecia melhor. Levantaram os travesseiros e o sentaram na cama para tomar uma xícara de chá. De repente, seus olhos deram com os velhos papéis espalhados na mesa. Ao vê-los, todo o seu corpo estremeceu, soltou um grito lancinante e caiu fulminado por um ataque do coração. Vinte quatro horas depois, todo o Chile sabia que o grande historiador morrera em sua lei: lendo e consultando um velho documento histórico. Era o que dizia em noticiário de página inteira o Mercúrio de Santiago. O Presidente da República, Ministros de Estado, Senadores, Deputados, o colégio de professores da Universidade com suas becas da Casa de Andrés Bello, a nata do Club Unión, as cinqüenta famílias do Gotha chileno, acompanharam no dia seguinte as pompas fúnebres armadas, em inédita parceria, por «Azócar Funerales» e «Forlivesi Pompas Fúnebres», duas nobres «griffes» da morte naquele tempo. A carruagem negra com cocheiros de fraque e cartola desceu a Alameda Bernardo O’Higgins até o grand finale da apoteose no campo santo.


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crito dentro de sus formas de expresión podía ser traducido a cualquier lengua. Pero esto es otra cosa. Por otra parte, no le gustaba Vicente Huidobro, aunque supiese que era el mayor poeta de su país. Trémulo y pálido, Don Domingo Amunátegui cogió el fajo de papiros, lo introdujo en su carpeta de cuero, siempre llena de libros históricos, se metió en su abrigo de camello, enrolló en el pescuezo la bufanda de vicuña –única cosa boliviana que toleraba– se cubrió con el sombrero Gelot que no abandonaba, mandó a llamar al chofer y partió apresuradamente a su casa. Subió rápido a sus aposentos, abrió los papiros y se estremeció. Las piernas le faltaron, cayó el bastón y se desmoronó sobre la alfombra con un grito de horror. Los familiares acudieron, trajeron un médico a toda prisa. Estaba con cuarenta grados de fiebre, la presión en la estratósfera y el corazón saltando en el pecho. Le dieron sedantes, parecía adormecido con los ojos abiertos y pasó la noche delirando, pronunciando palabras ininteligibles. Por la mañana parecía mejor. Levantaron las almohadas y lo sentaron en la cama para tomar una taza de té. De repente, sus ojos dieron con los viejos papeles esparcidos en la mesa. Al verlos, todo su cuerpo se estremeció, soltó un grito lacerante y cayó fulminado por un ataque al corazón. Veinticuatro horas después, todo Chile sabía que el gran historiador muriera en su ley: leyendo y consultando un viejo documento histórico. Era lo que decía la noticia a página entera en El Mercurio de Santiago. El Presidente de la República, Ministros de Estado, Senadores, Diputados, el colegio de profesores de la Universidad con sus becas de la Casa de Andrés Bello, la nata del Club de la Unión, las cincuenta familias del Gotha chileno, acompañaron al día siguiente las pompas fúnebres formadas, en inédita asociación, por «Azócar Funerales» y «Forlivesi Pompas Fúnebres», dos nobles «griffes» de la muerte en aquel tiempo. El carruaje negro con cocheros de frac y sombrero de copa bajó la Alameda Bernardo O’Higgins hasta el grand finale de la apoteosis en el campo santo.


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Mas esta é a história de Edi Simons e não de Dom Domingo, que deve ser escrita por algum de seus netos, talvez Juan Pablo Iommi Amunátegui, autor de um livro histórico monumental, editado em Paris, chamado Le Grand Livre des Dates. Mas se a vida das pessoas é sempre uma inesperada crônica de caminhos cruzados, a de Edi Simons foi um labirinto de surpresas onde todos encontravam todos, e todos se desencontravam de todos. Pois foi aí que a vida do poeta panamenho se cruzou com a morte de Dom Domingo Amunátegui. A mais demorada estadia de Edi, depois que saiu do Panamá, sem falar em Paris, foi no Chile. Ali esteve longamente integrado ao Instituto de Arte da Escola de Arquitetura da Universidade Católica de Valparaíso, fundado pelos companheiros de Alberto Cruz e Godofredo Iommi. O grupo de arquitetos, pintores e poetas ali reunidos constituía uma orquestra ou um coral em que, cada um, embora empenhado na mesma sonata, sabia fazer o solo de seu próprio instrumento ou de sua própria garganta. A eminência de Alberto e de Godo obedecia a uma espécie de fé, sustentada por um símbolo e manifestada por um emblema. Os dois foram sagrados, numa hegemonia silenciosa e natural, como emblemas de uma fé comum na profissão da arte e da beleza, em que a unidade platônica do convívio se tecia do gosto e da bravura de cada um. Pois cada um podia e devia sonhar seu próprio sonho no rio de sonhos em que navegavam juntos, na mera busca do vero e do belo, no espaço de nossa tribo e no tempo de nosso tempo. Não era uma ordem religiosa, nem uma sociedade de interesses, nem uma escola literária ou artística, monótona como todas as escolas. Era, na verdade, aquela pequena capela, silenciosa e serena, imaginada por Goethe para o convívio dos seres humanos decididos a tocar a pele do mundo sub specie aeternitatis. Não sei de santuário mais puro e mais fecundo para a sobrevivência de artistas e poetas nestes tempos indigentes e depravados por imposturas ideológicas. Edi Simons chegou ali por consenso de todos e pela mão de Godo, que o introduzira, anos antes, na


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Pero esta es la historia de Edi Simons y no de Don Domingo, que debe ser escrita por alguno de sus nietos, tal vez Juan Pablo Iommi Amunátegui, autor de un libro histórico monumental, editado en París, llamado Le Grand Livre des Dates. Pero si la vida de las personas es siempre una inesperada crónica de caminos cruzados, la de Edi Simons fue un laberinto de sorpresas donde todos encontraban a todos, y todos se desencontraban de todos. Pues fue ahí que la vida del poeta panameño se cruzó con la muerte de Don Domingo Amunátegui. La más prolongada estadía de Edi, después que salió de Panamá, sin hablar de París, fue en Chile. Allí estuvo largamente integrado al Instituto de Arte de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, fundado por los compañeros de Alberto Cruz y Godofredo Iommi. El grupo de arquitectos, pintores y poetas ahí reunido constituía una orquesta o un coro en que, cada uno, aunque empeñado en una misma sonata, sabía hacer el solo de su propio instrumento o de su propia garganta. La eminencia de Alberto y de Godo obedecía a una especie de fe, sustentada por un símbolo y manifestada por un emblema. Los dos fueron sagrados, en una hegemonía silenciosa y natural, como emblemas de una fe común en la profesión del arte y la belleza, en que la unidad platónica de la invitación se tejía a gusto y bravura de cada uno. Pues cada uno podía y debía soñar su propio sueño en el río de los sueños en que navegaban juntos, en la mera búsqueda de lo verdadero y de lo bello, en el espacio de nuestra tribu y en el tiempo de nuestro tiempo. No era una orden religiosa, ni una sociedad de intereses, ni una escuela literaria o artística, monótona como todas las escuelas. Era, en verdad, aquella pequeña capilla, silenciosa y serena, imaginada por Goethe para la convivencia de los seres humanos decididos a tocar la piel del mundo sub specie aeternitatis. No sé de santuario más puro y más fecundo para la supervivencia de artistas y poetas en estos tiempos indigentes y depravados por imposturas ideológicas. Edi Simons llegó allí por consenso de todos y de la mano de Godo, que lo introdujera, años


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aventura das Phalènes. Ele viveu, na verdade, como peixe na água, entre os amigos de Viña del Mar, onde todos reconhecemos, a grandeza e a beleza de poeta em estado de graça, de poeta absoluto que ele foi até à morte. Um dia, para confirmar talvez a trágica imprecação de Oscar Wilde, segundo a qual sempre matamos aquilo que amamos, Edi encheu-se de inexplicável e repentino furor contra o Instituto de Arte, e particularmente contra Alberto Cruz e Godfredo Iommi, embora cultivasse até à morte comovedor e fervoroso afeto, pessoal e poético, por alguns de nós, creio que especialmente por Miguel Eyquem e por mim mesmo. Aliás, também em Paris, os humores de sua amizade eram incertos e instáveis, voltando-se às vezes contra Juan Pablo ou contra Christos Cléris. Creio que em alguns períodos de sua amorosidade lunar ou lunática, chegou a variar sua ternura pelo poeta inglês Jonhatan Boulting e até por nosso querido Robert Marteau, a quem considerava um dos maiores poetas franceses de nossos dias. E assim por diante. Eram terremotos sazonais. Creio que também sua amizade com Michel Deguy, que situava ao lado de Marteau na escala de grandeza poética, nunca chegou a deteriorar-se, embora sem a intimidade calorosa e comovedora de suas relações pessoais e espirituais com François Fédier, para ele, como para todos nós, a figura mais alta da filosofia na França nestes tempos. Mas isto é outra história. Até porque não se trata aqui de contar a história das amizades ou das alergias afetivas de Edi, mas apenas de dar uma noticia do livro dos Olhos do Gato. A noticia sobre o Instituto de Arte de Valparaíso e a morte de Dom Domingo Amunátegui são um capítulo da história de Edi Simons. Dom Domingo Amunátegui era pai dessa inesquecível Ximena Amunátegui de Iommi, mulher de Godofredo Iommi. No dia seguinte à morte do pai, Ximena recolheu alguns de seus objetos pessoais. Com eles foi metido num velho baú quitenho, floreado de desenhos coloridos, o maço de frag-


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antes, en la aventura de las Phalènes. Vivió, en verdad, como pez en el agua, entre los amigos de Viña del Mar, donde todos reconocemos, la grandeza y la belleza de poeta en estado de gracia, de poeta absoluto que fue hasta la muerte. Un día, para confirmar tal vez la trágica imprecación de Oscar Wilde, según la cual siempre matamos aquello que amamos, Edi se llenó de inexplicable y repentino furor contra el Instituto de Arte, y particularmente contra Alberto Cruz y Godofredo Iommi, a pesar de cultivar hasta la muerte un conmovedor y fervoroso afecto, personal y poético, por algunos de nosotros, creo que especialmente por Miguel Eyquem y por mí mismo. Además, también en París, los humores de su amistad eran inciertos e inestables, volviéndose a veces contra Juan Pablo o contra Christos Clairis. Creo que en algunos períodos de su amorosidad lunar o lunática, llegó a variar su ternura por el poeta inglés Jonhatan Boulting y hasta por nuestro querido Robert Marteau, a quien consideraba uno de los mayores poetas franceses de nuestros días. Y así sucesivamente. Eran terremotos estacionales. Creo que también su amistad con Michel Deguy, que situaba al lado de Marteau en la escala de grandeza poética, nunca llegó a deteriorarse, aunque sin la intimidad calurosa y conmovedora de sus relaciones personales y espirituales con François Fédier, para él, como para todos nosotros, la figura más alta de la filosofía francesa en estos tiempos. Pero esta es otra historia. Sobre todo, porque no se trata aquí de contar la historia de las amistades o de las alergias afectivas de Edi, sino que apenas para dar una noticia del libro de Los Ojos del Gato. La noticia sobre el Instituto de Arte de Valparaíso y la muerte de Don Domingo Amunátegui son un capítulo de la historia de Edi Simons. Don Domingo Amunátegui era padre de aquella inolvidable Ximena Amunátegui de Iommi, mujer de Godofredo Iommi. Al día siguiente de la muerte del padre, Ximena recogió algunos de sus objetos personales. Con ellos fue metido en un viejo baúl quiteño, floreado de diseños


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mentos do livro dos Olhos do Gato – verdadeira causa mortis do historiador, embora ninguém, nem o médico que atestou o óbito, tenha suspeitado disso. Tempos depois levou o baú para sua casa do Cerro Castillo, onde nunca lhe deram atenção. Um dia suas filhas o abriram no meio da sala e começaram a divertir-se com um velho par de luvas de pele de porco, uma tabaqueira de marfim, um relógio de bolso redondo, uma cigarreira de prata peruana com as iniciais do morto, essas coisas nostálgicas que sempre sugerem a ressurreição fingida de nossos mortos. De repente, tiraram do fundo da canastra um maço de manuscritos. Velho farejador de papéis antigos, desde os dias em que trabalhou, quando estudante, na biblioteca da Universidade de Madrid e no Instituto de Hautes Études em Paris, e depois, como consultor e tradutor de velhos documentos contratado pela Unesco, em Genebra, Edi Simons apoderou-se do alfarrábio. Passou o resto da noite na leitura de sua escritura espectral, e retirou-se visivelmente agitado. No dia seguinte, e no outro e no outro, não sei quantas vezes, voltou às escrituras cifradas, e começou a escrever com incontinência, noites inteiras, na pequena sala de nosso apartamento em Pasaje Anwandter, a pequena rua sem saída em que vivíamos. Um dia, ao chegar para o exame das misteriosas escrituras trilíngües, recebeu um golpe inesperado: Alberto e Godo tinham levado os papiros para a primeira casa que estavam construindo junto à ágora da Cidade Aberta, a mundialmente lendária aventura urbanística e arquitetônica inventada pelo Instituto de Arte, nas dunas de Ritoque, perto de Viña del Mar. Mas não disse nada, na esperança de que os dois amigos não tivessem conseguido um contato de primeiro grau com as letras enigmáticas do alfarrábio, e acabassem restituindo-o ao baú quitenho, que continuava em poder de Ximena. Há algumas semanas ao comparecer às comemorações da morte de Godo, cascavilhei todas as casas da Cidade Aberta, mas ninguém sabia de nada. Perguntei a Jimenita, a Francesca e a Renata pelo belo baú quitenho, mas parece


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coloridos, el fajo de fragmentos del libro de Los Ojos del Gato – verdadera causa mortis del historiador, aunque ninguno, ni el médico que certificó el óbito, había sospechado de eso. Tiempo después llevó el baúl a su casa del Cerro Castillo, donde nunca le dieron atención. Un día sus hijas lo abrieron al medio de la sala y comenzaron a divertirse con un viejo par de guantes de piel de puerco, una tabaquera de marfil, un reloj de bolso redondo, una cigarrera de plata peruana con las iniciales del muerto, esas cosas nostálgicas que siempre sugieren la resurrección fingida de nuestros muertos. De repente, sacaron del fondo de la canasta un fajo de manuscritos. Viejo rastreador de papeles antiguos, desde los días en que trabajó cuando estudiante, en la biblioteca de la Universidad de Madrid y en el Instituto des Hautes Études en París, y después, como consultor y traductor de viejos documentos contratado por la Unesco, en Ginebra, Edi Simons se apoderó del cartapacio. Pasó el resto de la noche en la lectura de su escritura espectral, y se retiró visiblemente agitado. Al día siguiente, y al otro y al otro, no sé cuantas veces, volvió a las escrituras cifradas, y comenzó a escribir con incontinencia, noches enteras, en la pequeña sala de nuestro departamento en el Pasaje Anwandter, la pequeña calle sin salida en que vivíamos. Un día, al llegar para examinar las misteriosas escrituras trilingües, recibió un golpe inesperado: Alberto y Godo habían llevado los papiros a la primera casa que estaban construyendo junto al ágora de la Ciudad Abierta, la mundialmente legendaria aventura urbanística y arquitectónica inventada por el Instituto de Arte, en las dunas de Ritoque, cerca de Viña del Mar. Pero no dijo nada, con la esperanza de que los dos amigos no hubiesen alcanzado un contacto de primer grado con las letras enigmáticas del cartapacio, y acabasen devolviéndolo al baúl quiteño, que continuaba en poder de Ximena. Hace algunas semanas, al comparecer a las conmemoraciones de la muerte de Godo, indagué en todas las casas de la Ciudad Abierta, pero nadie sabía nada. Pregunté a Ximenita, a Francesca y a Renata por el bello baúl quite-


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que uma delas o levou para a França, deixando-o talvez na casa de Juan Pablo, ancorado num velho bairro alegre de Paris. Tive uma vaga suspeita de que os papéis do Livro dos Olhos do Gato poderiam estar nas mãos de Godofredo Iommi Amunátegui, professor de altas Matemáticas – de Física, Parafísica, Patafísica, Diafísica, Katafísica e Metafísica matemática – numa Universidade chilena. Suas respostas a minhas cautelosas perguntas foram ambígüas e incertas. E o poeta matemático, que tem a cara do avô historiador, as astúcias da mãe e a estrela criadora do pai, tornou-se um homem estranho e reservado desde o início de suas relações com la belle Dame sans merci. Mas, ainda uma vez, isto é outra história. O certo é que vinha Edi um dia, sentado com Claudio Girola no banco trazeiro do carrão de Fábio Cruz, que guiava ao lado de Alberto, com quem começara um verdadeiro diálogo platônico em torno dos floreios do arquiteto Eupalinos, revivido na fantasia de Paul Valéry. De repente, Girola cutucou o poeta panamenho e cochichou-lhe ao ouvido: «presta atenção, que esta conversa vai ficar na história». Alberto discorria (segundo Edi) sobre seu entendimento da arquitetura, partida apenas de uma idéia. A idéia, como em Platão, precedia a matéria, gerava a matéria, que se incorporava num projeto, pendida, afinal, sobre ele, como as estalactites da gruta platônica. Fábio, ao contrário, partia da matéria. Entendia que o caminho lícito para o acesso à construção, para incorporar o material, era a própria matéria, como parece que faziam os gregos. O princípio e o fim da construção a ser alcançada, não era a idéia, mas a matéria, coisa da en-verga-dura de uma obra, cujo destino final não é o de durar, mas o de perecer. Não assisti a essa refinada discussão. Nem eu, nem José Vial Armstrong, também arquiteto do Instituto, que com seu rigor da matemática musical sabia exatamente a tênue linha divisória da fronteira entre o espírito e a matéria, entre uma idéia e


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ño, pero parece que una de ellas lo llevó a Francia, dejándolo tal vez en la casa Juan Pablo, anclado en un viejo barrio alegre de París. Tuve una vaga sospecha de que los papeles del Libro de los Ojos del Gato podrían estar en manos de Godofredo Iommi Amunátegui, profesor de altas Matemáticas –de Física, Parafísica, Patafísica, Diafísica, Katafísica y Metafísica matemática– en una universidad chilena. Sus respuestas a mis cautelosas preguntas fueron ambiguas e inciertas. Y el poeta matemático, que tiene la cara del abuelo historiador, las astucias de la madre y la estrella creadora del padre, se tornó un hombre extraño y reservado desde el inicio de sus relaciones con la Belle Dame sans Merci. Pero, una vez más, esto es otra historia. Lo cierto es que venía un día Edi, sentado con Claudio Girola en el asiento trasero del auto de Fabio Cruz, que manejaba al lado de Alberto, con quien comenzara un verdadero diálogo platónico en torno a los floreos del arquitecto Eupalinos, revivido en la fantasía de Paul Valéry. De pronto, Girola codeó al poeta panameño y le murmuró al oído: «pon atención, que esta conversación va a quedar en la historia». Alberto discurría (según Edi) sobre su entendimiento de la arquitectura, partida apenas de una idea. La idea, como en Platón, precedía la materia, generaba la materia, que se incorporaba en un proyecto, pendida, al final sobre ella, como las estalactitas de la gruta platónica. Fabio, al contrario, partía de la materia. Entendía que el camino lícito para el acceso a la construcción, para incorporar lo material, era la propia materia, como parece que hacían los griegos. El principio y el fin de la construcción que ha de ser alcanzada, no era la idea, sino la materia, cosa de la en-verga-dura de una obra, cuyo destino final no es el de perdurar, sino el de perecer. No presencié esa refinada discusión. Ni yo, ni José Vial Armstrong, también arquitecto del Instituto, que con su rigor de la matemática musical sabía exactamente la tenue línea divisoria de la frontera entre el espíritu y la materia,


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um tijolo, entre um risco abstrato na prancheta e um bloco de cimento ou de granito. Também não a ouviu Tuto Baeza, que era uma espécie de sacerdote e servidor do méson grego, o juste milieu. Nem Pancho Méndez, para quem no princípio era a cor, e a cor estava no mundo e o mundo era a cor. Alberto Vial, que falava sempre com frases matemáticas irrefutáveis, teria glosado o diálogo com uma elipse ou um trapézio. Outros membros mais jovens do Instituto, como Juan Purcell ou Pino Sánchez eram pessoas de cartas marcadas neste jogo, como os ainda mais jovens, Manuel Casanueva, Virgílio Rodríguez Beteta, Jorge Ferrada ou Carlos Covarrubias, autor de uma elegia a Paulinho Ramos. Miguel Eyquem talvez tivesse dito que a arquitetura é a coisa mais fácil do mundo, aussi simple qu’une phrase musicale, mas que só se podia falar sobre ela do alto de uma corda pendurada sobre o abismo. Godo era abertamente partidário da idéia e da matéria indissolúveis, equilibrando-se e arriscando-se na corda estendida sobre o abismo. Eu mesmo, que fui sempre um habitante do abismo, chamado «Conde do Abismo» pelos companheiros da adolescência, opinaria talvez dizendo que a boa arquitetura não pode ser feita senão no fundo dos abismos. Mas esta opinião vale pouco, não sou arquiteto de construções, sou apenas um arquiteto de desastres; minha vocação neste mundo que está aí não é a do sucesso, mas a de um empreiteiro de demolições, como queria ser Flaubert. E como Camus que dividia o mundo entre os que fazem a história e os que sofrem a história, também eu tenho vivido, não para fazer a arquitetura, mas para sofrer a arquitetura. E como a tenho sofrido, de Brasília a Pequim! Edi tentou ainda ouvir a opinião dos dois outros sobreviventes da Santa Hermandad de la Orquídea, tribunal do Santo Ofício poético a que se curvaria Godo. Chamou por telefone a Raul, na estância balneária argentina de Pinamar. O poeta Raul Young, com sua voz flexível e sua certeira pontaria de lançador de dardos, era também fonoaudiólogo e psicólogo, usando de um registro de voz situado entre a comédia e a tragédia, encerrou a questão, informando com, estudada sutileza,


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entre una idea y un ladrillo, entre un trazo abstracto en el tablero y un bloque de cemento o de granito. Tampoco la oyó Tuto Baeza, que era una especie de sacerdote y servidor del méson griego, el juste milieu. Ni Pancho Méndez, para quien al principio era el color, y el color estaba en el mundo y el mundo era el color. Alberto Vial, que hablaba siempre con frases matemáticas irrefutables, habría glosado el diálogo con una elipse o un trapecio. Otros miembros más jóvenes del Instituto, como Juan Purcell o Pino Sánchez, eran personas de cartas marcadas en este juego, como los aún más jóvenes, Manuel Casanueva, Virgilio Rodríguez, Jorge Ferrada o Carlos Covarrubias, autor de una Elegía a Paulinho Ramos. Miguel Eyquem tal vez hubiese dicho que la arquitectura es la cosa más fácil del mundo, aussi simple qu’une phrase musicale, pero que sólo se podía hablar sobre ella desde lo alto de una cuerda pendiente sobre el abismo. Godo era absolutamente partidario de la idea y de la materia indisolubles, equilibrándose y arriesgándose en la cuerda extendida sobre el abismo. Yo mismo, que siempre fui un habitante del abismo, llamado «Conde del Abismo» por los compañeros de adolescencia, opinaría tal vez diciendo que la buena arquitectura no puede ser hecha sino en el fondo de los abismos. Pero esta opinión vale poco, no soy arquitecto de construcciones, soy apenas un arquitecto de desastres; mi vocación en este mundo que está ahí no es la del éxito, sino la de un contratista de demoliciones, como quería ser Flaubert. Y como Camus que dividía el mundo entre los que hacen la historia y los que padecen la historia, también he vivido, no para hacer arquitectura, sino para padecer la arquitectura. ¡Y cómo la he padecido, de Brasilia a Pekín! Edi intentó oír la opinión de los otros dos sobrevivientes de la Santa Hermandad de la Orquídea, tribunal del Santo Oficio poético al que se inclinaría Godo. Llamó por teléfono a Raúl, en la estancia balnearia Argentina de Pinamar. El poeta Raúl Young, con su voz flexible y su certera puntería de lanzador de dardos, era también fonoaudiólogo y psicólogo, usando un registro de voz situado entre la comedia y la tragedia, encerró la pregunta, informando, con estudiada sutile-

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que as únicas diferenças que lhe interessavam eram entre a physis e a physica. Abdias, que andava à época travestido de Senador da República mas permanecia fiel às suas origens, a negritude e a Santa Hermandad de la Orquídea, aconselhou o inconformado poeta a não entrar nestes dois labirintos, a África com seus Oguns e Orixás, e a Santa Hermandad, onde todos os seus drúidas eram jurados a sabedorias insondáveis. E mais não disse. Mas isto também é outra história. O que vim a saber por Cláudio Girola é que o diálogo platônico de Fábio e Alberto teve lances fulgurantes, que ele mesmo não sabia contar e que eu não saberia reproduzir. O que é certo é que, de repente, Edi Simons pediu abruptamente que parassem o carro e saltou, sem maiores explicações no meio da rua. Rodeou a praça verde onde um imenso relógio de flores na encosta do outeiro faz o encanto dos turistas ingênuos, parou em frente de um monumento de pedra que celebra o desembarque de Garibaldi no Chile, antes de partir para a Guerra dos Farrapos, no Rio Grande do Sul, onde comandou regimentos de gaúchos nos entreveiros sangrentos do pampa e das serras brasileiras. Tentou ler a inscrição no monumento, mas não conseguiu. Estava violentamente perturbado, e não era admirador de Garibaldi. Veio encontrar-me no bar do Samoiedo, e perguntou à queima-roupa se eu tinha visto o livro dos Olhos do Gato. Minha negativa foi convincente. Um por um interpelou os arquitetos do Instituto. Godo respondeu-lhe enigmaticamente que «tantas letras tiene un sí como un no» e que não há nada tão parecido a duas letras como outras duas letras. Chegou em casa enfurecido. Sua fúria foi desencadeada especialmente contra Alberto Cruz e Godofredo Iommi. Estava certo de que os dois se haviam iniciado no saber infinito do livro dos Olhos do Gato e lhe negavam acesso às velhas escrituras do baú quitenho. Fez especiosas investigações entre os membros do Instituto. Afinal, todos eram oriundos da melhor


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za, que las únicas diferencias que le interesaban eran entre la physis y la physica. Abdías, que andaba por la época travestido en Senador de la República, pero permanecía fiel a sus orígenes, a la negritud y a la Santa Hermandad de la Orquídea, aconsejó al inconformado poeta no entrar en estos dos laberintos, al África con sus Oguns y Orixás, y a la Santa Hermandad, donde todos sus druidas prestaban juramento a sabidurías insondables. Y no dice más. Pero esto también es otra historia. Lo que vine a saber por Claudio Girola es que el diálogo platónico de Fabio y Alberto tuvo lances fulgurantes, que él mismo no sabía contar y que yo no sabría reproducir. Lo cierto es que, de repente, Edi Simons pidió abruptamente que parasen el auto y saltó, sin mayores explicaciones en el medio de la calle. Rodeó la plaza verde donde un inmenso reloj de flores en la ladera de la colina hizo el encanto de los turistas ingenuos, paró frente al monumento de piedra que celebra el desembarco de Garibaldi en Chile, antes de partir a la Guerra de los Farrapos, en Río Grande del Sur, donde comandó regimientos de gauchos en los combates sangrientos de la pampa y de las sierras brasileñas. Intentó leer la inscripción en el monumento, pero no lo consiguió. Estaba violentamente perturbado, y no era admirador de Garibaldi. Vino a encontrarme al bar del Samoiedo, y preguntó a quemarropa si yo había visto el libro de Los Ojos del Gato. Mi negativa fue convincente. Uno por uno interpeló a los arquitectos del Instituto. Godo le respondió enigmáticamente que «tantas letras tiene un sí como un no» y que no hay nada tan parecido a dos letras que otras dos letras. Llegó a casa enfurecido. Su furia fue desencadenada especialmente contra Alberto Cruz y Godofredo Iommi. Estaba seguro que lo dos se habían iniciado en el saber infinito del libro de Los Ojos del Gato y le negaban acceso a las viejas escrituras del baúl quiteño. Hizo aparentes investigaciones entre los miembros del Instituto. Al final, todos eran oriundos de


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cepa familiar das cinqüenta famílias do Chile, e tinham na genealogia antepassados gloriosos da Guerra do Pacífico. Todos eles sabiam, até por conversas familiares, que a Biblioteca de Lima fora depredada pelos vencedores chilenos, e trazida para Santiago como butim cultural, e que entre os confiscos havia preciosos manuscritos e incunábulos. Contra Alberto Cruz tinha provas definitivas: o diálogo de Alberto com Fábio repetia literalmente a sabedoria sobrenatural das informações do livro sagrado. E as palavras de Godo eram uma reprodução fiel de instruções que nenhum ser humano seria capaz de produzir e que vinham dos textos pentecostais lidos à luz dos olhos de gato. Passou a falar e escrever furiosamente contra Godo e Alberto. Eu mesmo o interpelei em Paris sobre esta incontinência de juízo. Respondeu textualmente: «celebrarei até à morte a poesia de Godo e a arquitetura de Alberto. Mas até à morte increparei a usurpação do direito de saber, em que os dois incorreram, ao apoderar-se do livro divino que eu começara a ler». O Livro dos Olhos do Gato foi o unfinished touch de sua última conversa no mundo com os amigos que cultivava – o livro que começou a ler, mas não terminou, o toque que iniciou, o retoque que não chegou ao fim. Todos sabemos disto, inclusive Godo, que o precedeu de algumas semanas na viagem para a eternidade, onde o terá recebido com um sorriso redentor. Inclusive Alberto Cruz, que quando eu comuniquei a morte de Edison Simons, na cerimônia memorial das exéquias de Godofredo Iommi, na Ágora dos Convidados, na Cidade Aberta, levou as mãos ao peito, moveu aflito sua cabeça branca, talvez com lágrimas nos olhos, e exclamou, num suspiro compassivo de contido e incontido amor: «Edi»! Quanto a mim, nunca desertei da indulgência, do bom humor e da amorosa admiração com que a presença de Edi Simons e de sua sabedoria poética iluminaram alguns dos mais belos e mais dignos momentos de minha própria vida. Diante de suas


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la mejor cepa familiar de las cincuenta familia de Chile, y tenían en la genealogía antepasados gloriosos de la Guerra del Pacífico. Todos ellos sabían, hasta por conversaciones familiares, que la Biblioteca de Lima fuera depredada por los vencedores chilenos y traída a Santiago como botín cultural, y que entre los incautados habían preciosos manuscritos e incunables. Contra Alberto Cruz tenía pruebas definitivas: el diálogo de Alberto con Fabio repetía literalmente la sabiduría sobrenatural de las informaciones del libro sagrado. Y las palabras de Godo eran una reproducción fiel de instrucciones que ningún humano sería capaz de producir y que venían de los textos pentecostales leídos a la luz de los ojos de gato. Pasó a hablar y escribir furiosamente contra Godo y Alberto. Yo mismo lo interpelé en París sobre esta incontinencia de juicio. Respondió textualmente: «Celebraré hasta la muerte la poesía de Godo y la arquitectura de Alberto. Pero hasta la muerte increparé la usurpación del derecho a saber, en que los dos incurrieron, al apoderarse del libro divino que yo comenzara a leer». El Libro de los Ojos del Gato fue el unfinished touch de su última conversación en el mundo con los amigos que cultivaba –el libro que comenzó a leer, pero que no terminó, el toque que inició, el retoque que no llegó a su fin. Todos sabemos de esto, incluso Godo, que lo precedió algunas semanas en el viaje a la eternidad, donde lo habrá recibido con una sonrisa redentora. Incluso Alberto Cruz, que cuando le comuniqué la muerte de Edison Simons, en la ceremonia memorial de las exequias de Godofredo Iommi, en el Ágora de los Huéspedes, en la Ciudad Abierta, llevó las manos al pecho, movió afligido su cabeza blanca, tal vez con lágrimas en los ojos, y exclamó, en un suspiro compasivo de contenido e incontenido amor: «Edi»! En cuanto a mí, nunca deserté de la indulgencia, del buen humor y de la amorosa admiración con que la presencia de Edi Simons y de su sabiduría poética iluminaron algunos


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iras sagradas, não podia mais do que sorrir, à confirmação do aforismo latino que fala do «irritabile genus vatum». O gênio dos poetas não é fácil. Juvenal, lembrava, em sua primeira Sátira, que «facit indignativo versum» – é a indignação que escreve o verso. E enfim, a compassiva compreensão de Plínio, o Moço: «poetis furere concessum est». Os deuses concederam aos poetas o poder, o dever e o prazer de desencadear suas próprias fúrias.

***

Não estou certo que este seja o retrato de Edison Simons. Só Homero pôde ter a certeza de retratar um morto em seu funeral. Mas Edi Simons não precisa de retratos. Nunca terá retratos. Ele é um ícone. Como Linos e Orfeu. Como aqueles ícones bizantinos imaginários em que pensamos ver a lenda do rosto dos santos, dos profetas e dos arcanjos. De modo que este não é o seu rosto, de vivo ou de morto. Mas talvez será a lenda de seu rosto, o rosto lendário de Edison Simons Quiroz, brisa e flor das águas do Panamá, poeta absoluto.

Rio de Janeiro, junho de 2001.


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de los más bellos y más dignos momentos de mi propia vida. Delante de sus iras sagradas, no podía más que sonreír, a la confirmación del aforismo latino que habla de los «irritabile genus vatum». El genio de los poetas no es fácil. Juvenal, recordaba en su primera Sátira, que «facit indignativo versum» –es la indignación que escribe el verso. Y en fin, la compasiva comprensión de Plinio, el Joven: «poetis furere concessum est». Los dioses concedieron a los poetas el poder, el deber y el placer de desencadenar sus propias furias.

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No estoy seguro que este sea el retrato de Edison Simons. Sólo Homero puede tener la certeza de retratar un muerto en su funeral. Pero Edi Simons no precisa de retratos. Él es un ícono. Como Linos y Orfeo. Como aquellos íconos bizantinos imaginarios en que pensamos ver la leyenda del rostro de los santos, de los profetas y de los arcángeles. De modo que este no es su rostro, de vivo o de muerto. Pero tal vez será la leyenda de su rostro, el rostro legendario de Edison Simons Quiroz, brisa y flor de las aguas de Panamá, poeta absoluto.

Rio de Janeiro, Junio de 2001.


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p.s. 1

No número especial da revista «Talingo», dedicado a Edi Simons, depois de sua morte, Manuel Goiás escreve: «Simons busca o consigue expresar las verdades que nacen de las mentiras, es decir, que germinan a partir de la mejor literatura». Devo informar que mandei um dia a Edi Simons algumas notas em louvor da mentira, sobre a qual repousam as verdades da fé religiosa, da cultura e da história do Ocidente. Falamos da mentira fundadora da verdade, como a de Jacó, no Velho Testamento, da qual dizia Santo Agostinho: non mendacium, sed mysterium – (não mentira, mas mistério). Da mentira de Hölderlin e de Baudelaire, de Goethe e de Rimbaud, da mentira de Platão e Dostoiévski, do Quixote e do Dante. Da mentira libertadora e salvadora de São Francisco de Assis, sem a qual se obscurece a verdade, se perde a liberdade e se impede a salvação. Edi enviou-me em seguida um breve ensaio, lembrando o poeta português Fernando Pessoa, para quem o poeta é um fingidor, isto é, um oficial do ofício de mentir. Celebrou a beleza da mentira – não a impostura, própria dos súcubos e íncubos da política e da publicidade – mas a mentira agustiniana, que concebe e gera o mistério, locus original da verdade. Estou procurando onde meti essa carta na babel de meus papéis. Lembro-me de que ele dizia: «Joyce não mente. Euclides não mente. Sarmiento não mente». Referia-se a Euclides da Cunha, o homem de Canudos, a Sarmiento, o homem de Facundo e às fosforescentes mentiras de James Joyce.

p.s. 2

Excetuando as pessoas citadas cuja morte é notória ou está aqui consignada, mas que existiram realmente, todas as outras, referidas por seus nomes, existem, estão vivas, e são testemunhas da breve e intensa aventura humana de Edison Simons.

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p.s. 1 En el número especial de la revista Talingo, dedicado a Edi Simons después de su muerte, Manuel Goiás escribe: «Simons busca o consigue expresar las verdades que nacen de las mentiras, es decir, que germinan a partir de la mejor literatura». Debo informar que mandé un día a Edi Simons algunas notas en elogio a la mentira, sobre la cual reposan las verdades de la fe religiosa, de la cultura y de la historia de Occidente. Hablamos de la mentira fundadora de la verdad, como la de Jacob, en el viejo Testamento, de la cual decía San Agustín: non mendacium, sed mysterium –(no mentira, sino misterio). De la mentira de Hölderlin y de Baudelaire, de Goethe y de Rimbaud, de la mentira de Platón y Dostoyevski, del Quijote y del Dante. De la mentira liberadora y salvadora de San Francisco de Asís, sin la cual se obscurece la verdad, se pierde la libertad y se impide la salvación. Edi me envió enseguida un breve ensayo, recordando al poeta portugués Fernando Pessoa, para quien el poeta es un fingidor, esto es, un oficial del oficio de mentir. Celebró la belleza de la mentira –no la impostura, propia de los súcubos e íncubos de la política y de la publicidad– sino la mentira agustiniana, que concibe y genera el misterio, locus original de la verdad. Estoy buscando donde metí esa carta en la babel de mis papeles. Recuerdo que él decía: «Joyce no miente. Euclides no miente. Sarmiento no miente». Se refería a Euclides da Cunha, el hombre de Canudos, a Sarmiento, el hombre de Facundo y a las fosforescentes mentiras de James Joyce. p.s. 2 Exceptuando las personas citadas cuya muerte es notoria o está aquí consignada, pero que existieron realmente, todas las otras, referidas por sus nombres, existen, están vivas, y son testimonios de la breve e intensa aventura humana de Edi Simons.

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NOTAS

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1. En un encuentro que el artista Miquel Barceló mantuvo con periodistas en la sede de la Editorial La Fábrica en Madrid, para presentar un número monográfico de la Revista Matador N, que él mismo dirigió, a propósito de Edison Simons confiesa: «Heredé sus cenizas; un borracho me dio sus cenizas en la calle una noche a las seis de la mañana en París; —‹Sabes que ha muerto Edi›. —‹Sí, que pena›, —‹Éstas son sus cenizas› y me las dio. Las llevé a mi casa, las puse en un paquete y puse Edison Simons, la fecha. Y ahí se quedaron todos estos años, 10 años han estado ahí. Y entonces cuando yo conseguí con pena que se publicaran sus obras completas en Mosaicos, en Galaxia Gutenberg, hace muy poco [Barcelona 2009], creo que con muy poco éxito… pues, al menos existen y creo que es un grandísimo poeta. Y su obra inédita se llama The Unfinished Touch y es ésta, es un fragmento de esta obra que está escrita en todas [las lenguas]. Y como homenaje a Edi, hace unos años pensé hacer una placa no de los lugares donde vivió –que siempre vivió en sitios muy miserables, aunque había trabajado en Naciones Unidas, era un gran príncipe pero vivía como un mendigo, como un clochard, lo hubieras visto–; pensé poner una placa en todos los bares donde bebía cada día de los 60, 70 años que vivió. Bebió en Nueva York, en Barcelona, en Palma, en Panamá, en París muchísimo; entonces hice una placa que pone: AQUÍ BEBÍA EL GRAN POETA DE PANAMÁ EDISON SIMONS 1933 COLÓN PARÍS 2001 ALTO YACE BORRACHO DELANTE DE LA ETERNIDAD. Es un pequeño caligrama. Lo que hice fue mezclar las cenizas del poeta con la tinta para imprimir este texto […] Mi intención era que tiznara, imprimimos sobre el papel plateado para que quedaran los dedos con un poquito del ADN del poeta, y me pareció que era una buena forma de deshacerme de esas cenizas después de tantos años». Ref: Entrevista a Miquel Barceló, La Fábrica, Madrid 2011, en línea:[ http://www.telemetro.com/insolito/2011/02/06/nota66553.html ]


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2. En La Travesía de Amereida, realizada en 1965 desde Punta Arenas hasta el sur de Bolivia –donde se declara a Santa Cruz de la Sierra Capital Poética de América–, participaron los arquitectos Alberto Cruz y Fabio Cruz; los poetas Godofredo Iommi M., Jonathan Boulting, Michel Deguy y Edison Simons; el filósofo François Fédier; el escultor Claudio Girola; el pintor Jorge Pérez Román, y el diseñador y plástico Henri Tronquoy; la Travesía fue recogida en el poema Amereida, publicado en 1967 en Santiago de Chile; en 1986 el libro Amereida II continua el tono unísono entre poesía y oficios, y transcribe la bitácora completa del viaje. En 1984 se incorpora esta modalidad a la Escuela de Arquitectura UCV y se inauguran las Travesías de Amereida por el continente americano, realizadas cada fin de año por los talleres, sus alumnos y profesores. Ref: Amereida, volumen primero. Editorial Cooperativa Lambda, Colección de Poesía. Santiago de Chile 1967. || 3.a Ed. Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso 2011. Amereida, volumen segundo. Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV, Valparaíso 1986. Amereida Travesías 1984 a 1988, Escuela de Arquitectura UCV. Taller de Investigaciones Gráficas, Viña del Mar 1991.

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3. «La ‹Phalène› se denomina el juego poético o ronda abierta a la voz y figura de todos, por aquello de Lautréamont de que ‹ la poésie doit être faite par tous. Non par un ›. Ronda iniciada en Valparaíso en el año 1953, cumplida a través de toda Francia, Irlanda, Inglaterra, en Delfos, Cuma, Istambul, Munich. Y en América, desde Tierra del Fuego hasta Villamontes en Bolivia; desde Santiago de Chile hasta Vancouver en Canadá». Phalène del Golpe de Dados, Varios Autores. Revista Amereida N.1. En colaboración con la Revue de Poésie. París - Viña del Mar 1969. «30 de Julio de 1965, Punta Arenas. Anoche tras la comida, primera reunión. Se afinaron las reglas del juego poético y reajustaron finanzas. / Reglas de juego. / ‹No juicios›: Todo cuanto ocurra y se construya en los actos es poético. / Libertad de ‹hacer›: Ejemplo, si Pérez Román quiere pintar cuadro, objeto, muro, etc., a raíz del acto poético pero después de ocurrido, vale. / Obediencia al que se le ocurre el acto: No por mandato sino por disponibilidad. / Transgresiones: La idea es equivocar el equívoco». Amereida, Vol II, pg 159. «Todo acto poético se inicia siempre con la recitación del poema El Desdichado de Gerard de Nerval. Así se iniciaban, se inician y


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espero que se inicien siempre las Phalènes desde el año 1952. El primer verso es el que marca el tono fundamental de la Phalène: ‹Yo soy el Tenebroso, - el Viudo, - el Desconsolado, El Príncipe de Aquitania, el de la Torre abolida Muerta está mi única Estrella, - y mi constelado laúd Luce el Sol negro de la Melancolía›». Ibid, pg 204.

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4. La Ciudad Abierta se ubica a unos 25 km al norte de Viña del Mar y en él residen cerca de 50 personas relacionadas de alguna manera con la e[ad] Escuela de Arquitectura y Diseño de la PUCV. Fue fundada en el año 1970 a través de 4 actos poéticos que abrieron los terrenos. Su estructura administrativa inicial fue la Cooperativa de Servicios Amereida que en el año 1996 pasa a convertirse en la Corporación Cultural Amereida hasta el día de hoy. En sus estatutos iniciales se plantean sus objetivos: «La organización de una comunidad solidaria de vida y de trabajo fundada en la igualdad intrínseca de la actividad intelectual y manual; la ausencia del lucro; el pluralismo en la concepción social; el rechazo del poder como dominio de unos y otros; la hospitalidad; el rechazo a la violencia agresiva; el estudio, la creación y la paz. La corporación se propone, construir un ámbito físico, en el área del litoral de la Provincia de Valparaíso, en donde la unidad comunitaria de vida, trabajo y estudio, concebida en la libertad, sea posible». Estatutos, Cooperativa de Servicios Profesionales Amereida Ltda. Imprenta Lourdes, Viña del Mar 1971. El texto de la Corporación incorpora algunas variantes: «La existencia de una comunidad (...), fundada en: La igualdad intrínseca de todos los oficios realizados a la luz de ‹Amereida›, una visión poética de América. El amor a la obra desde el oficio, que es el modo de todo hombre de hacer mundo. (... y) La búsqueda permanente del consentimiento». Estatutos, Corporación Cultural Amereida, Viña del Mar 1996. Ref: Ciudad Abierta - Agora 7.1.1971 Apertura de los Terrenos, Autores, Varios. Ciudad Abierta, Viña del Mar 1971. En línea: [ http://wiki.ead. pucv.cl/index.php/Ciudad_Abierta_-_Agora_7.1.1971_Apertura_de_ los_Terrenos ]. La Ciudad Abierta de Amereida. Arquitectura desde la Hospitalidad, Cáraves, Patricio. Editorial Académica Española. Berlín 2011. The Road that Is Not a Road and the Open City, Ritoque, Chile. Pendleton-Jullian, Ann M., The MIT Press, Graham Foundation. Series in contemporary architectural discourse; Chicago, 1996.


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5. Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso UCV, fundada en 1952 por Alberto Cruz C, Godofredo Iommi M, Fabio Cruz P., Arturo Baeza D., José Vial A., Miguel Eyquem A. y Francisco Méndez L., a quienes un año más tarde se incorpora el escultor argentino Claudio Girola I. Simultáneamente forman el Instituto de Arquitectura, que les permite a su vez desarrollar proyectos arquitectónicos e investigación; éste último deriva a mediados de los 80 en el Instituto de Arte de la misma universidad, unidad académica independiente donde trabajaron estrechamente los poetas, pintores y artistas relacionados con la Escuela, la Ciudad Abierta y Amereida. A inicios de los años 70, se abren las carreras de Diseño Gráfico y Diseño industrial, lo que lleva en 1994 a la denominación oficial de Escuela de Arquitectura y Diseño e[ad]; en el año 2004 la UCV recibe el reconocimiento vaticano, lo que hace extender su nombre a Pontificia Universidad Católica de Valparaíso PUCV.

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Ref: Escuela de Valparaíso - Grupo Ciudad Abierta, Pérez de Arce, Rodrigo y Pérez O., Fernando; Rispa, Raúl, Editor. Tanais Ediciones, Madrid 2003.

6. Se trata de los orígenes del curso Música de las Matemáticas, que se imparte hasta el día de hoy en la Escuela de Valparaíso; a propósito de ese momento, Miguel Eyquem recuerda: «Nos iniciamos en la lógica simbólica con Alberto Vial, un hombre que fue muy importante para nosotros. Siempre fue consejero matemático, un iluminador universitario. Junto con él, en los años 56-57 tuvimos un nuevo encuentro fortuito, relevante: otro jesuita, el matemático Elemer Nemeseghi, quien era discípulo de un gran matemático húngaro relacionado con la Escuela de Viena. Con él tuvimos un curso sobre el álgebra de Boole, hoy día, la base de la computación». Discurso de Agradecimiento, Miguel Eyquem A. Acto de Investidura en el Grado de Doctor Honoris Causa, PUCV, Valparaíso 2009. Ref: Música de las Matemáticas, Cruz C., Alberto. Escuela de Arquitectura y Diseño UCV, Valparaíso 2002. El Triángulo de Pascal cual Arma de Visibilidad para Acceder al &c de Newton. Apuntes para la Música de las Matemáticas, Reyes N., Isabel Margarita, Viña del Mar 1988; en preparación Ediciones e[ad] 2013.

pg. 65

7. Insajes. Versión Gráfica del Cromatismo Vegetal Según Interpretación de la Palabra Inscape del Poeta Inglés G.M. Hopkins, Traducida al Español como Insaje por el Poeta Edison Simons. Memoria de Título de Diseño Gráfico, Ve-


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rónica Carafí P., Eduardo Frederick A. y Osvaldo Corral M., dirigida por Jorge Sánchez R. en colaboración con Edison Simons. Escuela de Arquitectura, Universidad Católica de Valparaíso, agosto 1978.

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8. Hace cinco años recién, «El Ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Foxley, informó que, tal como lo anunciara la Directora de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, Nivia Palma, hoy se procedió a devolver a la Biblioteca Nacional de Lima, 3.788 piezas o volúmenes que fueron hallados en bibliotecas de nuestro país y que corresponden a parte del patrimonio cultural peruano». Comunicado del Miércoles 16 de julio de 2008, Ministerio de Relaciones Exteriores, Gobierno de Chile 2008. En noviembre del mismo año se hace una segunda devolución de 109 volúmenes de documentos de los ministerios peruanos de Relaciones Exteriores y Hacienda, y del Ejército. La Tercera, 21 de noviembre de 2008. Ref: Operación Retorno, Cultura C p. 4-5. La Tercera, sábado 10 de noviembre 2007. Sobre estos hechos se puede leer en la Carta de Protesta por el Saqueo Chileno de la Biblioteca Nacional del Perú, (Redactada por el subdirector de la Biblioteca, Ricardo Palma, y firmada por el director, Manuel de Odriozola). Lima, 10 de marzo de 1881: «El 26 de febrero [de 1881] se me exigió la entrega de las llaves de la Bi­blioteca, dándose principio al más escandaloso y arbitrario despojo. Los libros son llevados en carretas, y entiendo que se les embarca con destino a Santiago. La Biblioteca, para decirlo todo, ha sido en­trada a saco, como si los libros representaran material de guerra». Palma, Ricardo. 1908. Memoria que presenta el Director de la nueva Biblioteca Nacional en la que compendia 25 años de labor. En “Memoria presentada por el Ministro de Justicia, Instrucción y Culto, Dr. D. Carlos A. Washburn al Congreso Ordinario de 1908”. Tomo II, p. 30-31. Lima: Imprenta Torres Aguirre.

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9. «‹Onde se faz a verdadeira herança? Que herança nos da o Godo, Gerardo, Raul, Napoleao, Abdias e a través de uma ausência exemplar, que herança nos dá Efraím? El camino no es el camino›. Esta es la letra de Paulinho, poeta que se quitó la vida hace pocos días. Este escrito de Paulinho es sólo una parte de un largo poema que leyó y enterró junto a muchos poemas de otros en las arenas de


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Copacabana, junto al Atlántico, durante la phalène de Las Primeras Providencias a la continuación de la gesta poética Amereida. Trabajó el poema en diversos actos con distintas personas, en vigilia a la phalène que realizaríamos juntos el 21 de septiembre, 1978: Paulinho, Gerardo, Godo, Claudio, Verinha, Tunga, Everardo, Carlos, Lea, Francisco... y tantos Otros». Covarrubias, Carlos; Cuaderno de Poemas, Ciudad Abierta, Viña del Mar 1978. Esta edición es un poema en verso manuscrito por Carlos y dibujado por los arquitectos de la Escuela, las primera 2 páginas adjuntan notas sobre Paulinho –como la que se lee al principio–; suponemos es la Elegía que refiere Mello, el cuadernillo no usa esa palabra, tampoco «Cuaderno de Poemas», como lo nombra Carlos –quizá la copia que se maneja estaría incompleta. « In Memoriam Paulo Ramos Filho, poète brésilien, et ami très cher, qui nous a quitté, motu propio, à la fin novembre 1978, à l’âge de 26 ans. 11/VIII/98. mon rêve hier soir, avec Paulo Ramos Filho se confond avec l’épisode de Nyssus et Euriale dans le Chant IX de l’Enéide : ‹ Ibant oscuri sola sub nocte per umbram ›, transie par une mélancholie sans sensualité. Nous avons été toujours deux ombres dans l’Hadès, loin du soleil, perdus dans une conversation très délicate sur les oiseaux qui ne peuvent chanter dans les Enfers. [Enéide, Chant VI]». Correspondencia, Edison Simons - Miguel Eyquem. París, 29 de mayo de 1999. Ref: Unterwegs ou Espelhos Alemaes [fragmentos], Ramos Filho, Paulo. En: «Número Único», Varios Autores. Toro Anastassiou, Patricio Ed. Santiago de Chile, Julio 1981.

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10. «Cria-se no Rio de Janeiro, no final da década de 1930, a Santa Hermandad Orquídea, formada por seis poetas e artistas: Godofredo Tito Iommi, Efrain Tomás Bó e Juan Raúl Young, argentinos, e os brasileiros Gerardo Mello Mourão, Napoleão Lopes Filho e Abdias Nascimento. O grupo embarca em 1941 para o Amazonas e segue viagem pela América do Sul». do Nascimento, Abdías; en línea: [ http:// www.abdias.com.br/santa_hermandad/santa_hermandad.htm ]. En el acto en memoria de Godofredo Iommi en la Ciudad Abierta en enero del 2001, Gerardo Mello Mourão relata: «Este es el homenaje de la nueva generación, con la Santa Hermandad de la Orquídea continúa... hay en todo el mundo, poetas que se creyeron la Santa Hermandad, se hicieron heréticos después. Para nosotros murió ayer uno de estos pobres heréticos; que Dios lo tenga. Murió Edison Simons ayer en París». Todos estaban muy resentidos por la muerte de Godo, pero la de Edi nadie se lo esperaba, fue una fuerte sorpresa.


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En el mismo discurso, Mello Mourão continua: «Entonces abandonamos la economía y entramos en la economía salutis, y descubrimos ahí que éramos todos poetas, todos teníamos montones de cuadernos, de versos horribles, teníamos todos veintiún años. Bueno, entonces una tarde en un café que se llamaba Victoria hicimos un pacto al cual nos mantenemos fieles durante 60 años. El Pacto del Victoria se llama entre nosotros, en nuestro lenguaje de sagrada masonería (...) jamás ninguno de nosotros lo ha traicionado, en todos los caminos malos y buenos que hicimos en la vida. Entonces quemamos todo el poder en la plaza pública, se hizo una hoguera como se queman las naves y Godo salió con la consigna: ‹o Dante o nada›, o escribimos a la altura del Dante, o no hacemos nada». Discurso Homenaje a Godofredo Iommi M., Mello Mourão, Gerardo. Ciudad Abierta, Viña del Mar, enero 2001. En línea: [ http://wiki.ead.pucv.cl/index. php/Homenaje_a_Godofredo_Iommi_-_CAA_hom_01 ]. Ref: Tratado La Santa Hermandad de la Orquídea, Iommi M, Godofredo y Girola I., Claudio. Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV. Viña del Mar, Agosto 1981. En el ejemplar de esta edición que existe en la Biblioteca de Amereida en la Ciudad Abierta, se lee manuscrito por Godo: «El poema es apenas una nota de un texto indescifrable». El Espíritu de la Palabra, Talarico, Gigia. Proa Amerian Editores, Buenos Aires 2010. Acto Primero de la Poesía Viva, La Santa Hermandad de la Orquídea, Talarico, Gigia. Cultura N. 54 p. 33-38, Fundación Cultural Banco Central de Bolivia, La Paz, Bolivia 2008.

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11. ¿Qué Pasa Con el Puño Cuando la Mano se Abre?, Goiás, Manuel. Talingo n. 415, p. 8-9; La Prensa, Panamá, 27 de mayo 2001. Más abajo continua: «Lo que le da mayor autenticidad es que el propio autor nunca busca salvarse, y él mismo es la víctima mayor de sus fantasías al erigirse en múltiple asesino de diversos familiares y conocidos. No teme confundirse ni confundirnos; mentirnos o mentirse; buscando así revelarse y encontrarse de manera más perdurable y profunda».


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INDICE DE NOMBRES

A

C

Abravanel, Amós 37, 39 Abravanel, Judá [León Hebreo] 37 Diálogos de Amor 37 Adriano VI [Papa] 71 Agustín, San 39, 59, 63, 93 Al Brown, Panamá 31 Ambrosio [de Milán] 39 Amunátegui S., Domingo 73, 75, 77, 79 Amunátegui, Ximena 79, 81 Angélico, Joaquín [Padre] 69 Antonio, San 59 Aristóteles 37 Arizta, Guillermo 33, 55, 63 Asinius Pollio, Gaius 71 Atanasio [de Alejandría] 59 Augusto, César 45, 47, 71

Camões, Luís de 15, 37 Camus, Albert 85 Capriles, René 31 Carlos V 71 Casanueva C., Manuel 85 Cervantes, Miguel de 33, 73 El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha 93 Clairis, Christos 27, 35, 79 Cleopatra 71 Cocteau, Jean 31 Confucio 25, 69 Pentateuco 25 Cordélia, Mourão 31 Covarrubias F., Carlos 85 Crawford, Joan 27 Cruz C., Alberto 19, 29, 35, 51, 55, 77, 79, 81, 83, 87, 89 Cruz P., Fabio 55, 83, 87, 89

B Bach, Johann Sebastian 31 Baeza, Arturo 55, 85 Balboa, Vasco Núñez de 21 Barrio, Artur 35 Baruch, Libro de [Antiguo Testamento] 45 Baudelaire, Charles 15, 33, 93 Beaufret, Jean 33, 47, 55 Bellefroid, Emmanuel 55 Bello, Andrés 75 Bergamín, José 19 Bessarión, Basilio 37 Birendra, Bir Bikram Shah Dev de Nepal 25 Bo, Agustín 33 Boccaccio, Giovanni 43 Bo, Efraín Tomás 33 Boole, George 51 Boulting, Jonathan 19, 27, 79 Boxer, Charles 25 Brutus, Marcus Junius 71 Buonarroti, Michelangelo 55

D da Cunha, Euclides 93 Daniel, Libro de [Antiguo Testamento] 67 Dante [Alighieri] 33, 43, 45, 93 La Divina Comedia 43 Infierno 45 Paraíso 43, 45 Purgatorio 45

de Cintra [Limaverde], Salústia 35 de Cusa, Nicolás 39 de Faria, Otávio 49 de Gand, Carlo 71 de Gaulle, Charles 19 Deguy, Michel 33, 55, 79 della Mirandola, Giovanni Pico 37, 39, 59 della Scala, Can Grande 43 Descartes, René 49, 51, 53, 61 Discurso del Método 49 de Tebas, Pablo 59 di Rimini, Francesca 43


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di Teana, Marino 55 Dostoyevski, Fiódor Mijáilovich 93 du Poyet, Bertrand 43

Horacio [Quintus Horatius Flaccus] 45, 53 Huidobro, Vicente 73, 75

E

I

Eco, Umberto 69 Einstein, Albert 51, 69 Emilio, Paulo [Lucio Emilio Paulo Macedónico] 71 Escipión, Publio Cornelio [el Africano] 71 Euclides 51 Eyquem, Miguel 17, 55, 79, 85

Iommi Amunátegui, Francesca 81 Iommi Amunátegui, Godofredo 83 Iommi Amunátegui, Juan Pablo 35, 77, 79, 83 Le Grand Livre des Dates 77 Iommi Amunátegui, Renata 81 Iommi Amunátegui, Ximena [Jimenita] 81 Iommi M., Godofredo 19, 21, 23, 33, 35, 51, 53, 55, 77, 79, 81, 85, 87, 89

F Fédier, François 33, 55, 79 Fenollosa, Ernest Francisco 69 Ferrada, Jorge 85 Ficino, Marsílio 37 Flaubert, Gustave 85 Florschuetz, Thomas 21 Francisco de Asís, San 93 Franco, Paulo 29

G Gable, Clark 27 Gaglíarde, Carla 21 Garbo, Greta 25 Gardner, Ava 27 Garibaldi, Giuseppe 87 Girola I., Claudio 21, 23, 55, 83, 87 Goethe, Johann Wolfgang von 57, 61, 77, 93 Goiás, Manuel 93 Goya, Francisco de 65 Graves, Robert 27 Guerreiro Ramos, Alberto 57, 59

H Heidegger, Martin 33 Heisenberg, Werner Karl 51, 69 Hesíodo 67 Hicks, Sheila 55 Hölderlin, Friedrich 33, 93 Homero 33, 51, 67, 91 Hopkins, Gerard Manley 65

J Janin, Jules 67 João, Preste 57 Joinville, Barón de 49 Joyce, James 93 Juana I de Castilla [La Loca] 71 Juan XXII, Papa 43 Julio César 71 Juvenal, Décimo Junio 91 Sátiras I 91

K Kanji, Yuko 29 Kant, Immanuel 27 Kaulen, Patricio 19 Khan, Aga 27 Kipling, Rudyard 25 Kusakabe, Yugo 27

L La Bruyère, Jean de 67 Lane, Simon 35 Lapeyrère, Josée 19, 33 Laplace, Pierre-Simon 69 Leopardi, Giacomo 33

M Malraux, André 19, 59 La Tête d’Obsidienne 59 Marteau, Robert 29, 33, 79 Médicis, Cosme de 37


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Mello Mourão, Gonçalo 33, 35 Mena, Sara 31 Mendes, Cândido 31 Méndez, Francisco 55, 85 Milou, Jean-François 33 Miron, Gaston 29 Montalte, Louis de 49 Mourão, João de 25

R Ramos Filho, Paulinho 33, 85 Rastko [Drago Rastislav Mrazovac] 33 Redgrave, Vanessa 19 Ricci, Matteo 67 Rimbaud, Arthur 33, 55, 65, 93 Illuminations 55 Rodríguez S., Virgilio 85

N

S

Nascimento, Abdías do 35, 57, 59, 65, 87 Nassau, Mauricio de 53 Nóbrega, Nelson 61 Novello, Guido [Conde] 43

Sánchez, Jorge [Pino] 31, 85 San Luis Rey [Luis IX de Francia] 47 Sarmiento, Domingo Faustino 93 Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga 93 Savonarola, Girolamo 41 Shakespeare, William 19 Hamlet 53 Somerset Maugham, William 27

O Oseas, Libro de [Antiguo Testamento] 45 Ouellet, Fernand 29

P Palma S., Ricardo 73 Papini, Giovanni 45 Parménides [de Elea] 47, 61 Pascal, Blaise 49, 61, 69 Ensayo sobre las Cónicas 49 Pensamientos 49 Tratado Sobre el Vacío 49 Péguy, Charles 49 Peralva, Osvaldo 29 Pérez Román, Jorge 33, 55, 63, 65 Pessoa, Fernando 93 Picasso, Pablo 59, 63 Pisístrato 67 Planck, Max 51, 69 Platón 27, 33, 37, 83, 93 Plethon, Georgios Gemistos 37 Plinio, Cayo [el Joven] 91 Polo, Marco 67 Pound, Ezra 69 Cantares 69 Ptolomeo II, Filadelfo 69 Purcell F., Juan 85

Q Quevedo, Francisco de 73

T Tasso, Torquato 15, 37 Thomas, Dylan 35 Tunga 31, 35, 55

U Unamuno, Miguel de 65

V Valéry, Paul 83 Eupalinos 83 Velázquez, Diego 65 Las Meninas 65 Vial Armstrong, José 55, 83 Vial Eguiguren, Alberto 85 Virgilio Marón, Publio 33, 45

W Wagner, Richard 65 Wilde, Oscar 79

Y Young, Raúl 85

Z Zambrano, María 31, 33, 41, 43, 65 Zañartu, Enrique 33, 55


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EDISON SIMONS BIBLIOGRAFÍA La Nostra Patria Segreta. Lettere e Testi, con Zambrano, María. Moretti & Vitali, Corrispondenze di Maria Zambrano, Nr. 3. Bergamo 2012. The Unfinished Touch, [fragmentos]. Revista Matador N, p. 105-116. La Fábrica, Madrid 2011. Mosaicos. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona 2009.

Mosaicos, [Savary, Olga Ed.]. Rio ArteRecord, Río de Janeiro 1986. Portobelo: Fotografía de Panamá, con Eleta, Sandra. La Azotea Editorial Fotográfica, Colección del Sol. Buenos Aires, 1985. Sixième Mosaïque. Liberté n.5 vol. 23, p. 4-17, trad. Deguy, Michel. Montreal 1981.

The Unfinished Touch. [fragmentos] Talingo n. 415, p. 16-19, La Prensa, Panamá 2001.

Mosaïque du Sébastien pour Paulo Ramos Filho. Revue de Po&sie n. 10, p. 29-37, trad. Amunátegui, J.P.I. París 1979.

4 Cartas, con Gualde, Alberto. Talingo n. 415, p. 16-19, La Prensa, Panamá 2001.

Informe Sobre la Playa. Con Godoy, Roberto. Editora Nacional, Madrid 1976.

Maria Zambrano, un Évangile Apocryphe. Revue de Po&sie n. 83, p. 4-5. Paris 1998.

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2 Mosaicos de Edison Simons [LVIII y LXIII]. Rey Lagarto, Literatura y Arte n. 28-29, Asturias 1997. Sepulcro de Jorge Pérez Román. Revue de Po&sie n. 80, p. 37. Paris 1997. Correspondencia, Simons - Zambrano. Fugaz Ediciones, Colección Algorán 4. Madrid 1995. Mosaicos. Fugaz Ediciones, Colección Algorán. Madrid 1995. Entrevista, con de Sanctis, Giulia. Talingo n. 98, p. 16-17. La Prensa, Panamá, 9 de abril de 1995. Sextina, Talingo n. 98, p. 18. La Prensa, Panamá, 9 de abril de 1995. Sextine. Revue de Po&sie n. 63, p. 37-57, trad. Marteau, Robert. Paris 1993. Onzième Mosaïque. Revue de Po&sie n. 42, p. 43-53, trad. Marteau, Robert. Paris 1987.


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EDICIONES Y TRADUCCIONES

Las Estaciones, Pons, Maurice. Editorial Siruela, Libros del Tiempo 64. Madrid 2004.

Poética de Mallarmé. Editora Nacional, Colección Alfar de Poesía n. 19. Madrid 1977.

La Fénix y el Tórtolo, Shakespeare, William. «El Tórloto y Fénix». Editorial Herder, p. 106-108, Barcelona 1997.

Repertorio de los Tiempos, de Li, Andrés; introducción y notas de Edison Simons / Reimpr. ed. original de 1546. Ediciones Antoni Bosch, Libros del Árbol, Barcelona 1977.

Por qué se ataca a la Gioconda ?, Dalí, Savador. [Ed. Vera, María J.] Editorial Siruela, Madrid 1994. Pureza y Peligro: Un Análisis de los Conceptos de Contaminación y Tabú, Douglas, Mary. Siglo Veintiuno España, Madrid 1991. Poésies, conde Juan de Tarsis Villamediana. [Simons, Edison Ed.] Traducción Marteau, Robert. Éditions de la Différence, Orphée, 14. París 1989. Fontaines : Fontaine Saint Sulpice, Fontaine des Innocents, Fontaine de Carpeaux... Montero, Teresa; et al. Textos en francés y traducción al español. Sin paginación. 40 cm. Poemas de Ignacio Balcells, Josée Lapeyrère, Robert Marteau, Edison Simons … [Et al.] Concepción e Ilustraciones de Teresa Montero. Éd. Argraphie, Paris 1989. Sueños y Procesos de Lucrecia de León, Zambrano, María; Blázquez, Juan Miguel, y Simons, Edison Ed. Ediciones Tecnos, La Memoria del Fénix 5. Madrid 1987. La Escritura Profana: Un Estudio, Sobre la Estructura del Romance, Frye, Northrop. Monte Ávila Editores, Barcelona 1980. Guía y Avisos de Forasteros que Vienen a la Corte, Liñan y Verdugo, Antonio. Edición preparada por Edisons Simons. Editora Nacional, Madrid 1980.

Anatomía de la Crítica, Frye, Northrop. Monte Ávila, Caracas 1977. Discurso del Señor Juan de Herrera, Aposentador Mayor de S.M., Sobre la Figura Cúbica, [Simons, Edison y Godoy, Roberto Ed]. Editora Nacional. Madrid 1976. Coleridge: Poemas, Pensamiento Poético. Editorial Nacional. Madrid 1975 Poemas, Gerard Manley Hopkins. Alberto Corazón, Visor de Poesía n. 43. Madrid 1974.


108


Colofón

El presente libro de Los Ojos del Gato & El Retoque Inacabado, Memorial de Edison Simons, de 300 ejemplares terminó de imprimirse en los talleres de Imprenta Salesianos, Santiago. Se utilizó la familia tipográfica Fedra, en su versión Sans Pro para el portugués y notas editoriales y Serif B Pro para el texto en español. La edición bilingüe en su completitud corresponde al Proyecto Confía 45-2012, de la Dirección de Asuntos Estudiantiles DAE, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Trabajaron en su ejecución José Tomás Caballero como traductor con las correcciones de Clara Meurer, Cecilia Torres, Roberto Soto y María José Miranda; la revisión final del portugués estuvo a cargo de Alethia Muñoz. En la formulación, documentación y gestión del proyecto colaboraron Marcelo López y Pamela Carrillo; para las definiciones editoriales y tipográficas Luis Romanque y Manuel F. Sanfuentes tomaron su buen tiempo. En el interior del libro se usó el papel Stora Enso Ahuesado de 65 g/m2 y para las tapas una Cartulina Bristol Cream de 240 g/m2. Hemos corregido algunos nombres que nos parecieron erráticos o rebuscados en el español, pero que mantuvimos en el portugués como el autor lo había anotado. Agradecemos la colaboración prestada en la edición a Alejandro Garretón y Jorge Ferrada que comunicaron el proyecto a Tunga y Gonçalo Mello Mourão –hijos de Gerardo y albaceas de su legado– quienes autorizaron la traducción y publicación del texto; a Teresa Montero por facilitarnos los grabados que Edi trabajara con ella y que ilustran la portada del libro y acompañan la edición; hay 8 ejemplares con los originales impresas por ella; a Elisa Larkin do Nascimento, directora del Instituto de Pesquisas e Estudos AfroBrasileiros IPEAFRO y a Roberto Godoy por su confianza en el trabajo editorial y en la vocación poética del sujeto del libro; a Rodrigo Saavedra, director de la Escuela de Arquitectura y Diseño, y a la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que aportaron los fondos que hicieron posible esta publicación.

Valparaíso, septiembre 2013.







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