Vista aérea de París durante la Exposición Universal de 1889. Durante el siglo XVII, hubo cierta estabilidad social a nivel mundial. La excepción fue la ciencia. En el siglo XVI, los avances de Andreas Vesalio en medicina y Nicolás Copérnico y Galileo Galilei en astronomía cambiaron la visión del mundo (para los europeos, al menos). Sentaron así las bases para una serie de descubrimientos: la Teoría de la Gravedad de Isaac Newton, el principio de que toda vida procede de otra vida de Lazzaro Spallanzani, el descubrimiento de los microorganismos por Anton van Leeuwenhoek, la vacunación de Edward Jenner, etcétera. Paralelamente, los esfuerzos de inventores como Thomas Newcomen y James Watt llevaron a la invención, a finales del siglo XVIII, de la máquina de vapor. Por su parte, la serie de guerras civiles en la Inglaterra del siglo XVII llevó a la generación de un nuevo sistema político, la democracia con separación de poderes. En éste encontró refugio el principio de la libre empresa. Además, se abandonó el proteccionismo, en boga gracias a la escuela mercantilista, en beneficio del librecambismo. La suma de todo esto (democracia, libre empresa, librecambismo, máquina de vapor) permitió el lanzamiento de la Revolución industrial. Inglaterra se transformaría así en la nación más poderosa de la Tierra, y el imperio colonial británico llegaría a cubrir la quinta parte de todas las tierras emergidas. Esta transición, que en Inglaterra fue gradual, se produjo en el resto de Occidente de manera brusca y violenta, en lo que se llaman las revoluciones liberales, las más importantes de las cuales fueron las siguientes:
La primera se produjo en Estados Unidos, que en 1776 proclamó su independencia; después de unos cuantos años, en 1787, las Trece Colonias crearon un único Estado de naturaleza federal, y fijaron sus atribuciones en la Constitución de 1787; tanto este