MUJE R ES (con)
Profundo
MAYÚSCULAS HOMENAJE CLARA CAMPOAMOR 2012-2015
Azul
Milena Casanova Visión Natural Ayuntamiento de Salobreña
Concejalía de Igualdad
Créditos: ©Edita: Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Salobreña ©Entrevistas y adaptación de Textos: Eduardo Cruz Casanova y Pilar Pérez Fernández, excepto páginas 60-61: Manuel Guirado Izquierdo y 62-63: Manuel Martín. Diseño y maquetación: Eduardo Cruz Casanova-Visión Natural ©Fotografías: Archivos particulares de las distintas mujeres homenajeadas y/o sus familias. Imprime: Imprenta Comercial Dep. Legal: GR 285-2016
©Queda prohibida la reproducción total o parcial de los textos o imágenes que aparecen en esta obra sin el permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
MUJE R ES (con)
MAYÚSCULAS HOMENAJE CLARA CAMPOAMOR
2012-2015
Ayuntamiento de Salobreña
Concejalía de Igualdad
Salobreña
8/marzo/2016
Desde el año 2012 Salobreña viene celebrando, con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, unos premios de reconocimiento a mujeres y asociaciones que han destacado en diversos ámbitos del Municipio. Unas distinciones que constituyen el eje central de las actividades en torno a esta efemérides y que bajo la denominación “Homenaje Clara Campoamor” tienen como objetivo dar a conocer la importancia de mujeres anónimas y del movimiento asociativo femenino en el desarrollo de nuestro Municipio y en la lucha por la Igualdad. Un iniciativa con la que el área de Igualdad de este Ayuntamiento pretende impulsar una reflexión sobre los progresos alcanzados por las mujeres, una llamada a continuar con la lucha contra las desigualdades, pero sobre todo una celebración del valor y determinación de muchas mujeres anónimas que han tenido un papel extraordinario en la historia de nuestro pueblo y a las que, mediante esta publicación, queremos mostrar nuestro agradecimiento y respeto. El desafío por alcanzar la igualdad de género en nuestro país debe continuar siendo una preocupación central y permanente, que trascienda a esta fecha simbólica del 8 de marzo. Por ello este
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Ayuntamiento mantiene un firme compromiso en la lucha contra la discriminación y la violencia de género, con diversos programas educativos destinados a la prevención del sexismo en los centros escolares, talleres o formación en Igualdad para distintos colectivos. Desde el Ayuntamiento de Salobreña continuaremos trabajando por la Igualdad como lo venimos haciendo, porque estamos convencidos de que nuestra sociedad será mejor para vivir, más justa y más rica, cuando las mujeres logren su integración plena al trabajo, a la cultura, a la economía y a la vida pública. Mª Eugenia Rufino Morales
Alcaldesa de Salobreña
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Homenaje 2012 Adriana Villaescusa Jiménez Concepción Martín Millán María Villaescusa Jiménez Pilar Murcia Sánchez Teresa García Mira
Estas cinco mujeres emprendedoras de los primeros chiringuitos de la playa de Salobreña comenzaron su empresa a mediados de los años cincuenta. Sus negocios hoy son establecimientos tan emblemáticos de nuestro municipio como El Peñón, El Campano, La Bahía, y La Charca. Todo comenzó a partir de pequeñas chozas de cañaveras donde los pescadores reponían fuerzas tras el trabajo y que, posteriormente, se fueron ampliando con mesas que se alquilaban con la bebida para las primeras familias que se acercaban a la playa los fines de semana y también en fiestas veraniegas como la Virgen del Carmen y el 18 de Julio. Luego comenzaron a dar comidas a trabajadores y veraneantes, sin saber muy bien cocinar para tanta gente, pero la valentía las animaba. Emprendieron estos negocios sin agua ni electricidad, trabajando sin horario, pero con mucha ilusión, supliendo con su inteligencia y su visión de futuro todas las dificultades. Son un ejemplo de mujeres empresarias, matriarcas, firmes y generosas. Además de trabajar a pleno pulmón, sacaban tiempo de donde no lo tenían para criar a sus hijos, conciliando lo mejor que podían la vida laboral y familiar.
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Adriana Villaescusa Jiménez
Desde pequeña le apasiona el mundo de la moda y la costura, tanto que se escapaba del colegio para ir a casa de la abuela de Domingo Armada a coser. Hasta que monta su propio taller de costura en el que llegó a tener a quince niñas trabajando, miraba los figurines de la época y después los hacia con su toque personal. Por motivos familiares tuvo que abandonar la actividad y su padre, que les hacia una choza en la playa para el verano, le puso una barra de Alhambra, un barreño de cinc con una barra de hielo para tener fresca la cerveza y el vino, y los estudiantes de Salobreña iban a tomarse sus bebidas que después pagaban cuando les venia la beca. Las tapas se las cogían dos de sus hijos pescando con un copo y un barquillo que les había comprado. En aquel tiempo alquilaban las mesas a gente que traía un tal Agustín en autobús desde Granada y que tenían que ir a pie y cargados con todas sus cosas desde la Pontanilla. Había que quedarse a dormir allí y un día se le ocurrió gastarle una broma a los camareros en medio de la noche disfrázandose con una sabana y la cara pintada de blanco con dientes de ajo en la boca. -Los pobres salieron a correr del susto, por lo menos llegaron a la Guardia-. nos cuenta su hija Adriana. Después, a principio de los años sesenta, le ofrecen quedarse con el chiringuito del Peñón y acepta, consiguiendo así trabajo para toda la familia. Los sá-
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bados por la noche empezó a organizar cenas a las que acudía mucha gente pudiente de Motril por la calidad y frescura de sus productos. El restaurante comenzó a funcionar después, todo fue evolucionando poco a poco. Adriana pasó toda la vida trabajando en la cocina, aprendiendo incluso de los clientes como del jefe de cocina del Hotel Palace de Granada que la enseñó a hacer la paella en veinte minutos o el gazpacho, entre otras cosas. Era una mujer de gran temperamento, se ocupaba de todo: la compra, los hijos, el marido, los camareros y los pagos a proveedores, pero muy contenta porque era el trabajo de su vida. Con el paso del tiempo se jubila pero ella continúa yendo al restaurante a echar una mano a su hija hasta que, por motivos de salud tiene que dejarlo. A lo largo de la amplia historia del restaurante El Peñón por allí han pasado personajes de todo tipo, desde un ministro francés hasta Rocío Jurado o Lola Flores. -Podríamos decir, sin duda, que el trabajo era su vida-.
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Concepción Martín Millán
Nace el 26 de abril de 1929 en una familia modesta, en su rama materna casi toda emigrada a América. Era la segunda hija de seis hermanos y la mayor de las hijas. -Tuvo la suerte, por edad, de coincidir con la modificación educativa de Marcelino domingo al principio de la Segunda República que consistía en contratar a maestros para escolarizar a los niños-. relata su hijo José. A ella le afectó el primer año pero, lamentablemente, al año siguiente estalló la guerra. Al finalizar esta, con diez años, ella y una hermana tienen que empezar a trabajar en el campo. -Trabajaba en los cultivos de primor, que ya no existen aquí, recogiendo claveles-. A finales de los años cuarenta conoce a su marido y se casa en julio de 1953; se muda entonces a la zona baja de la Cuesta del Rosario que estaba en construcción en aquellos días. Les sugirieron montar un tambucho que consistía en poner un lebrillo con agua en una habitación, y meter los pellejos de vino y las botellas de cerveza para que se mantuvieran frías-. Aunque iba a ser algo provisional, al final se convirtió en definitivo. Su marido trabajaba por temporadas en la fábrica por lo que era ella la que atendía el negocio junto con su hermano Paco. A finales de los cincuenta o principios de los sesenta deciden hacer un chambao de cañaveras y aneas en la playa. -No había ni camino, había que ir entre las cañas y en la zona abundaban todo tipo de animales-. Era labor de las mujeres ya que todos los maridos tenían sus trabajos y eran ellas
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las que mantenían el negocio. Ella se encargaba de la cocina, de la barra y de lo que hiciera falta. -No entendía que la gente pudiera descansar habiendo trabajo. Habían pasado mucha hambre y eso imprime carácter-. Mientras estuvo viva, los negocios no se cerraban nunca. -Un día el inspector de turismo nos dijo que el chambao tenía que tener nombre. Modesto Medina, que estaba allí, dijo: -ya tiene nombre, “El Campano”-, y al día siguiente trajo uno de la fábrica que se hacía sonar cuando había una propina-. La playa funcionaba bien y, a mediados de los años sesenta, deciden hacer una casa de hospedaje junto al bar en la zona de la Cañada y compran un corral próximo en el que ponen una cafetería, que ha estado funcionando hasta hace poco. -Vivieron los dos para trabajar, no había horas suficientes pero les fue bien. Mi madre fue capaz de situar a todos sus hijos para que profesionalmente fueran lo que quisieran. En mi casa una moto era una cosa impensable pero podías llegar con cientos de libros que no había problema en el gasto-.
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María Villaescusa Jiménez Comienza con el chiringuito en los años sesenta; nos cuenta su hija Inma Adriana, hermana de su madre, empezó con el negocio en su emplazamiento actual y, cuando se hizo cargo del restaurante el Peñón, María se quedó con La Bahía. -Como en el resto de chozas de la playa no había ni luz ni agua, teníamos varios camping gas para iluminar por la noche y el agua se sacaba con una bomba. Para fregar los platos estaba el balate que pasaba por detrás en el que había unas anguilas grandísimas-. Su marido trabajaba en la obra pero su salud era delicada y murió joven momento en el cual entre ella y sus hijos Inma y Pepe, se hacen cargo del negocio hasta los inicios del siglo XXI. -Empezó llamándose la Choza de María la de Almendros, que se quitaba y ponía cada verano, de Junio a septiembre. En el año 1988 se hizo de obra y se le puso el nombre actual de la Bahía. Mi madre quería ponerle “Almendros” pero ya existía un mesón con ese mismo nombre en el pueblo y ella dijo, pues esto es una Bahía, ese nombre le ponemos. Recuerdo que yo era la encargada de ir adornando las paellas-. Los domingos llegaban los turistas muy temprano a coger sitio. -En esa época venían con la comida. Como el suelo era de arena, luego había que recoger todos los desperdicios del suelo-. María era famosa por el pulpo en salsa, venía gente de todas partes a comerlo. -En la época de más gente, cuando estaba la discoteca Bambú abierta, nos daban las cuatro o las cinco de la mañana allí, estaba siempre lleno. Ella no dormía prácticamente nada,
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se encargaba de ir a comprar el pescado y de todo-. Con lo que se ganaba en verano se comía todo el invierno, pero según nos cuenta, después fueron años muy buenos. -Por allí pasaba mucha gente, Agustín González, La década Prodigiosa, Micky el año de Eurovisión... Recuerdo que no nos podíamos ni bañar, estábamos siempre trabajando. Un día vinieron unos alemanes y pidieron cinco tortillas de gambas -que eran camarones- y tardamos cuatro horas en pelarlos y hacerlas. Era un ambiente muy familiar, como en el resto de los chiringuitos. Por las noches la gente se iba más hacía la otra parte de la playa y una día se nos ocurrió una idea para atraer clientes, ofrecer un 20% de descuento en cenas a partir de las nueve de la noche y tuvo muchísimo éxito, se llenaba todas las noches y luego a las tres o las cuatro de la mañana para el pueblo andando-. A las seis de la mañana del día siguiente ya estaba María de vuelta para empezar otra larga e intensa jornada. Era una mujer muy trabajadora que pudo con todo con esfuerzo y constancia.
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Pilar Murcia Sánchez
-Los comienzos del chiringuito “La Charca” se remontan a principios de los años sesenta, cuando pusimos una choza en unas tierras de labor que teníamos, cerca de su emplazamiento actual- cuenta José Antonio, hijo de Pilar. Dado que en verano se dedicaban a cosechar melones y lo que hubiera, decidieron aprovechar el lugar para levantar un chambao. -Al principio, las comidas eran sota, caballo y rey y se asaban sardinas en un fogón. En esa época, se alquilaban las mesas a los turistas que venían de Granada, Jaén o Madrid y ellos traían su comida o su bebida-. Son los tiempos en los que hasta cuarenta obreros que trabajaban en la construcción de Salomar iban a diario a comer a La Charca. Pilar, de carácter amable, bromista y servicial, mantenía una estrecha relación con sus clientes. -En aquella época venían los marengos a tomarse algo y con la consumición, nos traían ellos mismos el pescado para que se lo cocinásemos. Un día, recuerda su hijo, mi madre se quitó su anillo y lo metió en la boca de uno de los pescados que acababan de traer y salió al comedor diciendo “Mirad lo que me he encontrado en la boca de este pescao, ¿es de alguno de vosotros?”, a lo que todos respondieron: ¡es mío, es mío!-. Al poco tiempo, y ya en su ubicación actual, Pilar se da cuenta de que ofrecer comidas y bebidas es más rentable que alquilar las mesas para todo el día y comienzan a hacer “arroces, pescados, pulpo de Salobreña”... ella lo organizaba todo,
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siempre en la cocina. Al principio había que quitar y poner el chiringuito cada verano, que permanecía abierto hasta el día del Pilar. Durante ese periodo toda la familia dormía en dos habitaciones que había para que no entraran a robar por la noche. -Un día, con los cuarenta trabajadores de las obras de Salomar esperando para comer, a mi madre se le rompió el plato de cristal y se le cayó dentro de la olla de la comida justo antes de servirla. Lo pasó muy mal ya que no le iba a dar tiempo de volverla a preparar y los hombres tenían que irse. Se lo explicó a ellos y con mucho cuidado fue sirviendo los platos. Al final todo salió bien-. El chiringuito tenía una bomba de la que salía un agua fresca y cristalina. -Cuando el Ayuntamiento puso el agua, la gente no quería el agua del grifo, que salía caliente, y nos pedía agua de la bomba-. Con el tiempo comenzaron a llegar turistas del extranjero: Francia, Canadá o Alemania, pero el ambiente familiar se mantuvo. Pilar permaneció al frente del negocio hasta los años noventa, cuando se jubiló después de una vida plena dedicada al trabajo y a su familia.
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Teresa García Mira
Teresa empieza trabajando en el campo con sus padres que tenían tierras, por lo que pudo ir a la escuela y aprendió a leer y escribir. Se casa con su marido, camionero de profesión y tienen cuatro hijos. Uno de ellos, tiene problemas de salud y el médico le recomienda que esté cerca de la playa; de esta manera su padre le hizo una choza de cañaveras para pasar allí los veranos. Al ser una persona generosa y de buen corazón, los pescadores se acercaban a la choza a pedirle agua y ella los invitaba de paso a tomarse un vaso de vino. Su hermana Carmelina, que tenía un barecillo en el pueblo le propone entonces poner una choza algo más grande para dar de comer y beber aprovechando que estaba allí. Así empezó el negocio. -Los primeros años se quitaba y se ponía. Cuando llegaba la Semana Santa, se ponían a hacer las persianas de cañas que se rompían todos los años. Como estaba muy cerca del rebalaje, cuando pegaba fuerte el poniente llegaba el agua hasta la cocina. Hacer el chiringuito era una odisea. El mostrador, de publicidad de una marca de bebidas, era de chapa gris y se pintaba. El suelo era de arena que cogíamos de la playa-. Al principio el agua era del balate, allí se fregaban los platos pero después se puso una bomba y un bidón de plástico encima para almacenarla. -Todos venían a por agua, y también si a alguna le hacía falta un pimiento, pan, aceite, o bebida. Mi madre era una
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mujer bondadosa y todo lo daba. No era un chiringuito normal y corriente, era una casa de familia. ¿Qué dueña de un chiringuito le pregunta a una clienta qué vamos a comer mañana?, ¿hacemos potaje de calabaza y vainillas? y eso hacían. Había siete u ocho familias fijas que venían a comer todos los días y luego los domingos se llenaba de gente de la capital. Cada uno tenía su mesa-. Por la mañana iba al mercado y encargaba la verdura y la carne. El pescado lo traían directamente a la choza con una barra de hielo. Ella era la que dirigía todo pero luego en el chiringuito estaba siempre dentro de la cocina, salvo con algunos clientes especiales que eran como su familia, a los que ella misma ajustaba las cuentas de la semana. Su hija Teresa lo recuerda con cariño: -De cuentas sabía más que nadie-. También era muy activa e inteligente. Su meta era que sus hijos pudieran vivir mejor que ella, todos tenían que ir a la escuela. -Ya en los años noventa, con más de sesenta años se vino ella sola en avión a Alemania a visitarnos cuando nació su nieto-.
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Homenajes 2013 y 2014 Carmen Benavides Blanco Elvira Espinosa Rodríguez Francisca Bosch Puertas Josefa Espinosa Rodríguez Mª Carmen Bautista Alabarce Ascensión Espinosa Fajardo Carmen de la O López María Rivas Donaire Marina Ruiz Estévez Gertrudis Castaño Tobar Antonia Márquez Morente Francisca de la O López Francisca Bosch Ortega Pilar Fernández Martín
Estos dos años hemos querido reconocer públicamente la trayectoria profesional y también personal de estas mujeres singulares, valientes y seguras como emprendedoras. Quienes se dedican a estudiar el mundo de la empresa, dicen que hay dos formas de emprender: por necesidad y por oportunidad. La mujer lo hace por necesidad, y éstos negocios duran más en el tiempo porque suelen ser más un proyecto de vida que otra cosa, pues aglutinan la vida familiar y laboral en un esfuerzo singular que suele ser exclusivamente femenino. *Por distintos motivos, algunas de las mujeres homenajeadas de estos y otros años, han declinado aparecer en este libro aunque están presentes sus nombres igualmente, a modo de reconocimiento.
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Carmen Benavides Blanco
Con ocho años empieza a trabajar en una taberna que tenían la familia. Su padre se dedicaba a traer vino de la Contraviesa en un carro. -Éramos siete hermanas y un hermano que nació al terminar la guerra-. Allí estuvo hasta que se casó, y puso una tienda de comestibles, pero vio que no funcionaba muy bien y alquiló una casa en la que puso un bar que mantuvo abierto durante cuatro años. Después se dedicaron, ella y su marido, a poner un chiringuito, que era una caseta de madera, en las fiestas del pueblo. -Primero era en San Juan y San Pedro, después desmontábamos para ponerlo en la playa para la virgen del Carmen, y así. En la pontanilla también puse una caseta, ya que allí estaban las alhondigas y venían los coches a cargar. En ese tiempo vi este solar en la calle Rosario y hablamos con el dueño, que era marchante de bestias. El hombre nos pidió prestado un dinero y mi marido se lo dio. Al día siguiente, le dijo, por que no me vendes el solarillo que tienes allí?, a lo que el otro hombre le dijo: -de acuerdo, con lo que te debo y tanto más, el solar es tuyo-. Hicimos la casa y pusimos una taberna pero la quitamos pronto porque no traía cuenta. La cambié por una tienda de comestibles y mis hijos me ayudaron mucho, sobre todo el mayor. Durante ese tiempo manteníamos abierto el negocio y seguíamos montando las casetas durante las fiestas. Antes no había estos negocios grandes que hay ahora y las tiendas estaban llenas, pero dando fiado cla-
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ro. Dependíamos de las campañas, pagaban de un año a otro. La gente me para por la calle y me dice -Por esta mujer no hemos pasado hambre-. Tiene tres hijos y en la actualidad vive con su hijo el mayor. -Me casé con veintidós años y con veinticuatro ya tenía dos hijos. Allá donde fuera a trabajar los tenía que llevar por delante. A mi me han gustado mucho los negocios, me he criado en ellos-. Recuerda que durante la guerra vio pasar por su puerta la Desbandá, donde está hoy día el estanco de la pontanilla. -A mi padre le cogió cargando vino y, como el frente estaba en la zona del Pico Águila, se tuvo que tirar cuatro años allí. Aquí nos quedamos las siete niñas y mi madre. Junto con una hermana de mi madre, que tenía otras cuatro hijas, nos metimos las once y ahí estuvimos trabajando hasta que mi padre pudo volver-. Carmen recuerda con mucha alegría que un día, en Granada, su marido vio una Ducati y la compraron. -Con otro compañero nos fuimos las dos parejas a Barcelona en las motos. Fui la primera que se puso pantalones para subirse, toda una modernidad en aquella época-.
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Elvira Espinosa Rodríguez
Nace en 1922 en el seno de una familia humilde y asiste al colegio desde los ocho a los catorce años, cuando empieza la guerra. Sus padres desde esos años, se dedicaban a la matanza del cerdo para la venta y, por su puesto, ella les ayudaba. -Íbamos a las casas a hacer las matanzas y allí estábamos tres días. También me desplazaba fuera, por ejemplo a Pozas Nuevas en Sierra Morena o a la Sierra de Cardeña. Aquí por la comarca a todas partes-. Son años muy duros y la necesidad hace agudizar el ingenio para sobrevivir. -En aquella época me dedicaba al estraperlo. Venía de Molvízar hasta con 40 kilos a cuestas y tirábamos por la rambla para que no nos viera la Guardia Civil; era yo una chiquilla entonces-. Elvira contrae matrimonio en el año 1945 pero continúa yendo a casa de sus padres a echarles una mano con el trabajo. -Como ellos no habían podido estudiar y eran analfabetos y yo sabía leer y escribir, les ayudaba en todo lo que podía-. En 1953 Elvira ya es madre de tres niños y entonces decide poner una tienda en la calle Constitución, donde tiene su casa en la actualidad. Su tienda fue evolucionando y cada vez venían más representantes a traerle productos. En el año 1960 comienza a hacer matanzas también, simultaneando ambas cosas. -Eran noches enteras sin dormir con tanto trabajo; a veces me caía al suelo de sueño. Todos los días me traían del matadero uno o dos cerdos y por la noche, cuando cerraba la tienda, me ponía a hacer, chorizos, salchichones, etc.,
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aguantaba a base de cafés-. En los años setenta traslada la tienda a la urbanización Salomar 2000 junto con su hermana, pero al poco tiempo decide quedarse ella sola con el negocio. En 1979, con cincuenta y siete años, se saca el carné de conducir. -A las seis de la mañana iba a Motril a dejar las cajas de leche en la Puchilla, me iba detrás del Coliseo Viñas a cargar la fruta y volvía a Salobreña a descargar. Luego volvía de nuevo a Motril a por la leche y de vuelta a Salobreña donde estaba en el supermercado hasta las tres de la tarde cortando carne-. Por la tarde, vuelta al trabajo y por la noche, ya en casa se dedica a repasar facturas, pedidos y demás. -Solo descansaba media hora de siesta, si no la echaba antes de comer, la echaba después, es una costumbre desde niña-. Desde que dejó la tienda ha podido, por fin, descansar y ve la vida de otra manera. -El tiempo antes me controlaba a mi, ahora yo controlo al tiempo. Me gusta ir al hogar del pensionista a bromear con las amigas; allí se reúnen mujeres a las que le llevo veinte o treinta años pero nos llevamos todas muy bien-. Además de emprendedora, Elvira ha sido siempre, una mujer libre.
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Francisca Bosch Puertas
Paquita nos cuenta sobre su familia: -Mi madre era de la Alpujarra y se vino para Salobreña; se casó con un hombre viudo que tenía hijos y como yo era la niña pues era la más mimada; estaban siempre pendientes de mi-. Recuerda su infancia como una época muy feliz. -Mis padres tenían una tabernilla, pero las niñas no trabajábamos allí, solo íbamos pidiéndole cosas y el soltaba-, nos cuenta sonriente. -Cuando era pequeña ya lo mejor íbamos a Motril yo decía, cuando sea más grande voy a poner una zapatería-. Y años más tarde abre la zapatería conocida como “Paquita la de Muelas”. Fue la primera zapatería en Salobreña. -Venían de Motril a traerme los zapatos. Allí iba a comprar gente de Lobres y de todas partes, vendíamos zapatos y complementos-. Tristemente, Paquita enviuda joven y queda a cargo de tres hijos. -Para poder trabajar y cuidar a los niños llamaba a alguien para que me echara una mano limpiando en la casa o haciendo la comida. Luego si yo tenía que salir, venía la novia de mi hijo a quedarse en la tienda-. Recuerda una anécdota de un niño que iba a la tienda a comprar; -Me decía, luego vendrá mi madre a pagarte; luego cuando veía a la madre se lo decía y resulta que el niño se había gastado el dinero en otra cosa-. El negocio fue próspero hasta que decide jubilarse para poder vivir agusto. -Ahora como el Hogar del Pen-
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sionista me pilla muy cerca, voy todas las tardes un rato a jugar al remigio y a charlar con mis amigas y si, nos apetece tomar un vaso de leche o algo, lo pedimos y nos lo tomamos allí mismo-. Con ochenta y un años va a todos los viajes que se organizan desde el hogar del pensionista, no se pierde una. -Hemos ido a Málaga, y a muchos sitios dentro y fuera de España, por ejemplo hemos ido de viaje a París, con Don Francisco, el cura que teníamos aquí antes. Soy muy amiga de ir a misa, no todos los días pero sí todos los domingos voy a escuchar a Pepe, en La Caleta porque me encante lo que dice y como lo dice-. Paquita ha sido una mujer emprendedora y tiene muy claro sus prioridades. -Los años que queden hay que disfrutarlos, todo lo que se pueda-.
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Mª Carmen Bautista Alabarce
Mª Carmen pierde a su padre con trece años y tiene que empezar a trabajar, sobre todo en el campo. -He hecho de todo menos la monda; a mi me tiraba mucho el campo y, si no había campo, limpiaba casas-. Unos años más tarde, al poco de morir su madre, se casa y deja de trabajar durante un tiempo para mudarse a lo que hoy es su casa. -Cuando me vi en esa situación le dije a mi marido que me buscara algo porque yo necesitaba trabajar. Me buscó tres marjales y pusimos de todo, tomates, patatas..., yo no servía para deber. En ese tiempo iba a llevar a los niños al colegio y poco a poco iba dedicando horas al campo-. Unos años más tarde compra un local en la calle Federico García Lorca para que su hijo pusiera un taller de mecánica pero, al no querer dedicarse al oficio, monta un supermercado que mantiene abierto durante catorce años. -Mi hijo me dijo que el se iba al ejército, y entonces decidimos montar la tienda. Allí estaba agusto y distraída porque estaban siempre entrando y saliendo clientes y con cada uno charlaba un rato, pero no me gustaba mucho, el trato con la gente es muy duro a veces. El campo es distinto, llegas muy cansada a casa pero orgullosa y hasta el día siguiente-. Mª Carmen sufre una operación en un ojo y el trabajo se le hace un poco cuesta arriba. -Ya al final, me operaron de la vista y me equivocaba mucho con las cuentas. Un día vino Concha, del chiringuito El Campano y me equivoqué 11.000
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pesetas a su favor; fue entonces cuando decidimos cerrarlo ya que ninguno de mis hijos se quiso quedar con el negocio a pesar de que estábamos dentro de la cooperativa Covirán y vendíamos muchísimo. La gente me decía, ¿pero cómo vas a cerrar esto, con la clientela tan grande que has hecho en este tiempo?-. Según cuenta, tenía muy buenos clientes, y otros no tan buenos pero el negocio fue fructífero durante los años que estuvo abierto. Cuando deja el supermercado se dedica junto a su marido otra vez al campo. -El campo me ha gustado mucho, yo cogía los chirimoyos, daba el polen, cogía aguacates... Cuando llegaba la cosecha nos quedábamos allí en el cortijo y nos repartíamos la tarea: él se iba a llevar los frutos y yo me encargaba de las tareas de la casa-. Ya jubilada, los problemas de visión no le permiten hacer tantas cosas como a ella le gustaría. -Si yo tuviera mi vista en condiciones podría hacer más actividades-. Le encanta ir al cortijo a arreglar las cosas del campo y a trabajar en los chirimoyos. -Mi vida ha sido siempre trabajar, yo no sirvo para estar sin hacer nada-.
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Ascensión Espinosa Fajardo
Nace en Murchas y viene a Salobreña hace más de cincuenta años. -Se me ocurre poner un negocio porque tenía el local alquilado al banco y mi marido trabajaba en la fábrica de papel mientras que yo estaba aquí con mis niños. El director del banco tomó amistad conmigo y me dijo que era una lástima que cerrara aquello y entonces decido poner una zapatería ya que habían quitado una que había en lo alto de la calle Cristo y como solo estaba la de Muelas, pues la pusimos, “Calzados Galindo” se llamaba. En aquel momento la economía estaba regular pero hemos salido adelante-. Con la tienda ya montada Ascensión se da cuenta de que está embarazada otra vez pero decide continuar con su empresa. -Lo que hice fue bajar la cocina al bajo para no tener que estar subiendo y bajando escaleras. También tenía que estar pendiente de que no entrara nadie a robar en la tienda así que mis hijos y yo pasábamos muchas horas en la zapatería, de hecho ellos se criaron aquí. Cuando era la época de la zafra pasaban los mulos y los acarretos; estábamos muy contentos aquí aunque pasaban carros, camiones y nos volvíamos locos. Al principio estaban los zapatos Gorila, que traían una pelota. Pero en cada caja venía sólo una y en cada casa había mas de un niño, todos querían una. Eran zapatos muy buenos, duraban mucho tiempo, sobre todo a las niñas. Después vinieron los zapatos
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Bonanza. Tuve la tienda durante veintiséis años mientras estuve criando a mis niños-. Si empezara a vivir de nuevo no sabe lo que haría. -Siempre me ha gustado vender zapatos y si alguno se quedó a deber, hubiera pasado igual con lo que fuera, eran tiempos malos. A la tienda venía mucha gente de La Caleta; una vez vinieron dos mujeres y una de ellas se probó unas zapatillas. Mi hermana le dijo a la otra mujer que se probara otras. -No, mujer, que vengo andando desde la caleta y mira como tengo los pies-. -No pasa nada, pase usted al patio-. Y allí le sacó un cubo de agua para que se lavara los pies y se pudiera probar las zapatillas. Recuerdo otra vez que vinieron unos extranjeros muy altos y no había números para ellos. -Sáqueme usted lo que haya- y le saqué unas chanclas del número 47 para que pudiera sacar los dedos por delante. Ahora quizás si habrá pero antes no había tantos números-. Ascensión disfruta ahora con sus nietos. -Cuando llegamos al cortijo sale mi nieto gritando, ¡Abuela!, ¡Abuelo!, es muy gracioso. Vamos a comer allí, es lo que más nos gusta-.
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María Rivas Donaire
María es la segunda de ocho hermanos. Su madre tenía un taller de costura de gran nivel. -Venia gente de todas partes a que le hicieran la ropa. Cuando mi madre dejó el taller, lo cogió mi hermana y después me lo quedé yo. Después cogí el bar “Don Pepe”, donde hoy está el Trasmallo, en la playa-. Allí surge la idea de montar una discoteca. -Yo tenía un bajo y el dueño del local de al lado me ofreció comprárselo en buenas condiciones y decidimos hacerlo-. Allí se ponía María con su libreta a hacer sus dibujos y bocetos. -Había profesores del instituto que iban a cenar al bar por la noche y yo les enseñaba mis diseños. También iban al bar Colin y Encarni, así que un día le dije: yo tengo este dinero para gastarme, ¿qué se puede hacer?, y se le dio forma a la discoteca Cosmos-. Tan de lleno se dedica a la discoteca que tiene que dejar el bar incluso antes de que le cumpla el contrato a pesar de haberlo levantado casi desde la nada. -El éxito de la discoteca cuando abrió fue extraordinario-. Adquiere entonces otro local anexo y va reformándolo mientras continua con la discoteca abierta. -Fui pionera en la organización de las fiestas infantiles, en las que los padres dejaban a los niños y donde no se servía alcohol sino refrescos. Celebrábamos también todos los años el aniversario de la discoteca y se premiaba a los personajes más sobresalientes en el pueblo ese año. Recuerdo con mucho cariño el Salovisión, el festival flamenco para el día de Andalucía y muchos más-. María ha sido siempre una mujer valien-
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te y emprendedora, con la cabeza llena de nuevas ideas y proyectos. -Todo el equipo de la discoteca nos reuníamos y comentábamos ideas y proyectos nuevos para el negocio. Una vez me propusieron celebrar el día de los inocentes. Publicitamos un concierto de la Orquesta Mondragón y vino gente de Madrid, de Málaga, de Almería... Cuando la gente empezaba a impacientarse porque no empezaba la actuación, tuvieron que salir a explicar que había sido una broma. Lo explicaron con tanta gracia que la gente se lo tomó muy bien; todo el mundo sigue recordando hoy día el ambiente de unión que había en la discoteca-. La Cosmos estaba siempre a la última. -Todas las semanas recibía discos de Inglaterra con las novedades musicales y luego venían las otras discotecas a pedirme que les hiciera copias. La primera vez que sonó el éxito “Feliz Navidad”, fue en mi discoteca-. Se define como amante de la música y recuerda que, ya desde niña, tocaba la música en el tablero de la máquina de coser en el taller de costura de su madre. La discoteca Cosmos le dio vida a toda la zona, hasta que finalmente cierra sus puertas en 1997.
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Marina Ruiz Estévez
Nace en los años cuarenta en Salobreña. Recuerda su niñez como una época muy feliz sobre todo gracias a la complicidad que en esa época tenía con su padre. Sus padres tienen un horno de pan y, como es costumbre, ella echa una mano en el negocio familiar desde pequeña. -La primera amasadora que vino a Salobreña era la de mis padres, era de madera-. Ya desde niña se da cuenta que lo que ella quiere es trabajar. -Hice, ingreso, primero y segundo y dije que no quería estudiar más. Un día, con trece años le dije a mi padre que iba a comprar una bicicleta a la tienda de mi tio Paco para repartir el pan. Lo recuerdo perfectamente, era una orbea, me costó seiscientas pesetas. Al llegar a casa mi madre me regañó por el gasto que había hecho pero yo me escudaba detrás de mi padre; él era mi cómplice-. Después, con dieciseis años su padre le compra una moto. -Me encantaba la moto, hasta hacía caballitos con ella. Luego me compró una vespa y así me pasaba todo el día, repartiendo pan-. Con veintiseis años se casa por primera vez y tiene a su hijo Paco. En esa época comienza a trabajar en el hotel Salambina, con sus suegros, a los que considera personas excepcionales. Al poco tiempo enviuda y se queda como recepcionista del hotel, lo que compagina con el cuidado de su hijo de corta edad. Después vuelve a casarse y se hace cargo de otro horno que al tiempo traslada frente al Ayuntamiento actual. Ya trabajando en esta panadería nacen
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tres hijos más de su segundo matrimonio. -No paraba de trabajar, yo me iba a Granada a dar a luz al sanatorio de la salud, pero a los tres días ya estaba otra vez trabajando-. Marina ha sido siempre una mujer muy creyente y solidaria. -Yo no podía ver a la gente que lo pasaba mal, si venía alguna persona necesitada la metía en el local, le daba ropa, comida, se bañaba y dormían bajo techo. Por la noche la guardia civil llegaba y me preguntaba ¿Tienes habitantes? Nunca me ha dado miedo. Echo de menos el horno por eso, porque lo que hacía allí no lo puedo hacer aquí en casa-. Marina se divorcia a mediados de los años ochenta y continua trabajando para poner grandes a sus hijos. El horno se cierra en 2009 ya que decide jubilarse después de toda una vida de trabajo. Ahora dedica su tiempo a viajar. -Hace poco he vuelto de Lourdes, en Francia, hemos estado en los Pirineos, en Barcelona, Galicia, no paro de “darle a la pata”-. Todo el tiempo que puede lo dedica a colaborar en el banco de alimentos.
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Gertrudis Castaño Tobar
Nace en el año 1939 en una familia dedicada al comercio, con una tienda de alimentación en la calle Cochera. -En aquella época lo mismo vendían alpargatas que vendían azúcar o arroz y allí estaba yo, desde pequeña en la tienda, subida a una silla para poder pesar la mercancía-. Gertrudis recuerda a sus padres como personas maravillosas que se preocuparon por la educación de sus hijos. Cuando termina los estudios primarios, entra en una casa para aprender corte y confección y luego entra a coser en casa de Lola Rufino. -Después volví a la tienda a ayudar a mis padres hasta que me hice cargo yo del negocio. Al poco tiempo me hice novia de mi marido con el que me casé en 1964 y compramos una casita en Motril en planta baja pero a los seis meses de vivir allí sale la rambla y mi marido que venía de madrugada de Calahonda se queda al otro lado sin poder pasar hasta el día siguiente-. Deciden entonces venderla y compran una casa en Salobreña donde ponen su negocio “Novedades la Ilusión”. -Yo no quería estar sin hacer nada ni trabajar en el campo, así que puse una perfumería y ropa de niños. Era una tienda pequeña pero la pusimos divina-. En su tienda ha sido todo fiado pero como Gertrudis conocía a todo el pueblo, según cuenta, en los más de cuarenta años nadie me ha dejado a deber nada. -Puse los escaparates con unos muñecos que tenía vestidos con la ropa de los niños pequeños. Mi madre me dijo, si sube la gente de la Caleta a comprarte, tendrá éxito, y así fue;
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la gente cuando ve la tienda llena es cuando entra-. Gertrudis le hacía una ficha a cada clienta donde apuntaba sus datos y su apodo abajo en pequeño para acordarse. En los años setenta compra su casa en la calle Antequera y poco a poco va mejorando la tienda. -Al quitar la casa de la parte alta de la tienda, nos quedó más espacio y empezamos a vender ropa de caballero, cobertores, ajuar, hasta vestidos de novia-. Con lo que quedaba después de pagar los gastos, iban comprando pedacitos de tierra y hasta que no estaba arreglado no paraban. -He tenido un marido maravilloso, se encargaba sobre todo de las cuentas-. Ha sido madre de cuatro hijos que se han criado en la tienda y según nos cuenta. -Mis nietos me dan la vida, estoy deseando de que llegue el viernes para que se venga mi nieto a dormir a casa-. Ahora todas las tardes se dedica a cuidar a su hermana, que está en una residencia, y recuerda con mucha nostalgia su vida como emprendedora.
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Antonia Márquez Morente
Siendo muy pequeños, ella y sus cuatro hermanos quedan huérfanos, a cargo de sus abuelos maternos que tenían una panadería. A Antonia le gustaba tanto amasar que le tenían que poner una silla para llegar a la artesa. Recuerda con cariño que su abuela le decía: -Lo mismo que lloras por amasar tienes que llorar por no amasar-, pero a ella le gustaba tanto el negocio que no lo hizo nunca. -En casa había una criada que nos peinaba y nos arreglaba, mis abuelos nos criaron como a los mejores del pueblo. Estuve en el colegio hasta los catorce años y tuve profesores particulares-. Cuando se casa se traslada a Barcelona donde trabaja su marido, naciendo allí el primero de sus cinco hijos, pero ella se acordaba tanto de Lobres que, adelantando las vacaciones a las de su marido vuelve al pueblo y a, al poco, lo llama para decirle: -vente y busca aquí lo que sea que yo no vuelvo-. Lo hace y compran una casa que arreglan y, en el sótano, ponen una carnicería, haciendo ella todas las labores de la matanza por la noche para que a la mañana siguiente pudieran vender. Tiene entonces su segundo hijo, época en la que su hermana y su cuñado trabajan con ella durante tres años, pero a esta, que era profesora de corte y confección, no le gusta ese trabajo lo deja así que Antonia decide cerrar la carnicería. Pero tanto le gustaba vender que pone una tienda. -Tenía de todo: macetas, estatuas, calzado, juguetes-. Decide entonces poner en la primera planta de su casa un autoservicio de vegé; así
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solo tenía que cobrar. Con el tiempo cambia la ubicación y el tamaño del negocio; ahora es más grande y tras un fracaso con otra cooperativa decide entrar en Coviran que era donde ella siempre había querido, contando ahora con la ayuda de su hijo. En esa época trabaja en la tienda y en casa atendiendo a su marido enfermo. Cuando su hijo se casa se queda a cargo del negocio, aunque hoy en día continúa echándole una mano cada tarde con muchas ganas. Recuerda los viajes que organizaba con los mayores y lo bien que se lo pasaban. Estuvieron en el Peñón de Gibraltar, en Portugal , en Salamanca, en Córdoba, etc. aunque también viajó mucho con su marido que tuvo uno de los primeros coches del pueblo. -He trabajado mucho pero también me lo he pasado muy bien, tengo muy buenos recuerdos de niña de los juegos, cuando entre todas hacíamos un puchero, o cuando mi abuelo alquilaba una higuera y cuidaba los higos con mis amigas hasta que nos los comíamos-. Le encanta leer cada noche antes de dormir los libros que sus hijos le regalan o los que saca de la biblioteca del pueblo.
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Francisca de la O López
-Empezamos poniendo un salón de juegos recreativos en la calle Manuel de Falla, en el pueblo-, recuerda Paquita, -pero como en verano ya no van los chiquillos a las escuelas pues se nos ocurrió a mi marido y a mi poner un chiringuito en la playa. Se llamaba La Palmera y estaba en frente de Los Faroles, lo que hoy es el Chiringuito Emilio. Lo tuvimos durante veinte años hasta que decidimos dejarlo cuando mis dos niñas ya estaban colocadas-. Cuando sus hijas están pequeñas, Paquita se encarga de ellas y del negocio, como era natural. Luego cuando ya fueron más grandes, mientras estaban estudiando, ayudaban en el chiringuito. -Las otras mujeres que trabajaban allí terminaban su jornada y se iban pero yo no tenía horarios. La cocina no era grande ni pequeña pero estábamos hasta siete personas trabajando a la vez y no te podías rebullir-. Recuerda como un día tuvo que sobreponerse a una situación violenta. -Como por las mañanas también hacíamos churros, un día había varias personas en la cola y empezaron a pelearse por el turno. Sin dudarlo un momento salí fuera, los separé y los mandé a cada uno a su casa-. Los recuerdos de aquella época son muy buenos, según nos cuenta, el trabajo fue muy duro pero la idea les salió bien y pudieron salir adelante. -Así hicimos lo que tenemos, nos ha costado mucho trabajo pero hoy nos alegramos-. Cuenta el matrimonio que antes, a partir del veinte de agosto,
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ya no había nadie en la playa, ahora si hay más gente. -Ahora la playa está mucho mejor. Al principio nos llevábamos hasta la nevera de la casa a la playa porque no había dinero para comprar otra-. Su establecimiento tenía las paredes de obra y no había que quitarlo cada año. -Hicimos una choza allí para quedarnos a dormir y nos caían las pavesas encima cuando quemaban las cañas-. La gente todavía me para por la calle y me dice: -Como tus boquerones, ningunos. Claro, si yo compraba boquerones, los ponía abiertos y aliñados y eso le gustaba mucho a la gente. También hacíamos migas, arroz, etc. Teníamos mucha clientela de maestros de escuela y militares-. Por allí pasaron, por ejemplo, personajes ilustres de la época como Felipe González. -Ahora ya toca descansar y viajar, que ya nos lo hemos ganado-. Paquita pertenece a la asociación de Mujeres Tropical con la que colabora en la realización de numerosas actividades como por ejemplo actuaciones en las diferentes fiestas de Salobreña y sus anejos. Donde va ella va su marido. En la actualidad tiene un nieto y una nieta.
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Francisca Bosch Ortega
-Me casé siendo una niña, pasé de jugar a la comba a tener un hijo detrás de otro, sin agua en la casa, sin fregona, sin frigorífico, pasando mucho para criar a los niños y que no se fueran a lo malo, siempre pegados a mi-. Con treinta y cuatro años ya tenía a sus ocho hijos. Al principio monta una frutería, que tuvo durante dieciséis años, donde estaba la antigua caja de ahorros de la rural, en una casa de sus suegros. Después compra una casa vieja donde pone un bar y continua con la frutería hasta que con los años la hacen nueva. Esos años ella se levantaba cada día a las 4 ó las 5 de la mañana para ir por la fruta a Motril y llegar a tiempo para arreglar a los niños para ir al colegio; después a continuar colocando la fruta y vender. Se pasaba todo el día trabajando aunque los niños, conforme iban creciendo, también echaban una mano en el negocio familiar. Su frutería estaba muy acreditada, ahí se podía encontrar de todo y de muy buena calidad. Recuerda como un día llegó un cura buscando chirimoyas y guayabas y le dijeron: -Si no las encuentra en la frutería de Paqui no habría en ningún sitio-. Además, en su negocio vendía también hortalizas de las huertas de los “cuberos”, de “Vicente”; coles, lechugas, rábanos, coliflores, las uvas de los “rianeros”. -Todo lo que pudiera comprar a la gente del pueblo pues mucho mejor, así también comían ellos. También
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teníamos una jaula con conejos que los niños cuidaban y que vendíamos a algunas clientas. Había tarea para todos-. En casa, Paqui calentaba el agua a sol para bañar a sus hijos. -Era lo que había, nos teníamos que adaptar a todo-. Con el tiempo y cuando los niños están ya más grandes, quitan la frutería y se quedan solo con el bar La Portería. Allí se pasa todo el día en la cocina. -El bar tenía mucho éxito, por las espichás y los pescaillos fritos. Después la gente se quedaba jugando a las cartas hasta la hora de los cubalibres. No me daba tiempo a descansar, me tomaba café con coca-cola para espabilarme. A la gente le gustaba mucho las migas, el fritillo de pulpo, las sardinas y hasta lo que cocinaba para la casa se lo comían de tapa. La gente siempre me ha querido mucho-, nos cuenta satisfecha. La recompensa a tanto esfuerzo es tener a sus 8 hijos cerca de ella, trabajadores y muy honrados y que se sientan orgullosos de mi.
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Pilar Fernández Martín
Pilar nace en La Caleta, en 1945 y desde pequeña se dedica a acompañar a su padre al campo. -Recogíamos almendras, habichuelas, lo que tocaba en cada momento, pero a mí no me gustaba el campo y en cuanto pude me puse a cuidar niños. Durante dos años me encargué de los cuatro hijos de una maestra de Guadix que estaba destinada en La Caleta-. A los veintitrés años se casa y al año siguiente nace su única hija, tiempo en el que trabaja limpiando el chalet de unos recién casados en el Monte de los Almendros. -Me llevaba a la niña a trabajar y mientras yo limpiaba, ellos la cuidaban-. Su primer contacto con los negocios se produce cuatro años más tarde, cuando alquilan un chiringuito en la playa de La Charca durante los dos meses fuertes del verano. -El tiempo fue muy malo pero con el dinero que ganamos ese verano montamos una churrería y una mercería en La Caleta el invierno siguiente. Por la mañana hacíamos los churros y por la tarde me quedaba en la mercería-. Durante año y medio mantuvo el negocio en una casa alquilada y al poco tiempo compran una casa en la zona baja y traslada la actividad allí. -A finales de los años setenta vendíamos juguetes, pintura, etc y luego quitamos la churrería y empezamos a vender chucherías-. Pilar ha sido siempre una mujer muy emprendedora sin miedo a iniciar negocios nuevos; des esta manera abre “Confecciones Mari Pili”, una tienda de ropa. -Traíamos la ropa de Los Vázquez, en Granada; era ropa muy
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buena, la tienda estaba siempre llena-. Durante esta etapa aprovecha los días de cierre para ir a trabajar al restaurante del camping. -Había que pagar las letras, así que no había horas suficientes para trabajar en lo que fuera-. Por motivos de salud su marido se hace cargo de la tienda durante un tiempo pero en aquel contexto, las mujeres no se sentían cómodas comprando ropa en una tienda atendida por un hombre, así que sin pensarlo dos veces, deciden cambiar a una tienda de alimentación a mediados de los años ochenta: “Autoservicio Mari Pili”. Vuelve a funcionar la idea y la tienda está siempre llena. -La gente pagaba como iba pudiendo, había que fiar el género-. A mediados de los años noventa deciden ampliar el negocio y montan un supermercado en un local próximo, que ha estado funcionando hasta el año 2005. Tras su merecida jubilación, ella y su marido disfrutan saliendo con sus amigos a bailar por toda la comarca y no se pierden una fiesta.
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Homenaje 2015 Adela Puentedura Palomares Mª Carmen Pérez Escobar Pilar Ortega Benavides Mª Virtudes Martín Ortega Encarnación Puentedura Rodríguez Dolores Llanas Illescas Encarnación Rodríguez Rincón Carmela Heredia Trujillo
En esta edición queremos reconocer y agradecer la trayectoria personal y pública de estas ocho mujeres singulares nacidas en Salobreña, Lobres, La Caleta y La Guardia, muy orgullosas de ser mujeres, con una vida dura, pues el trabajo que han realizado y que realizan es importantísimo como amas de casa, y que conlleva ser: economista, cuidadora, cocinera, limpiadora, intendente, planchadora etc., con unos horarios que no acaban. Es un trabajo invisible pero nunca falla. La aportación al movimiento asociativo de mujeres en nuestro municipio ha sido gracias a su constancia e interés, en la década de los años 90 se formalizaron, en primer lugar la Asociación MUDESA y a continuación TROPICAL. Posteriormente la tercera asociación de mujeres, HIPATIA. Como homenaje especial se reconoce en 2016 la labor de otras dos mujeres excepcionales en el 25º aniversario de la fundación de las asociaciones MUDESA Y TROPICAL. Mª Teresa Izquierdo Bosch y Filomena Gómez Ayala.
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Adela Puentedura Palomares
Adela recuerda su infancia y su juventud como una etapa muy feliz. -Me he sentido siempre una niña muy querida; era la única nieta de la familia así que yo era la muñeca de todos. Recuerdo una noche de reyes, que llovía a mares. Llegó mi padre con un amigo suyo “Manuel el motrileño” vestido de Rey Mago. No se donde buscaría la ropa; con una lata de manteca se hizo la corona. Yo daba brincos y gritos en la cama de ver que los reyes magos habían venido a mi casa. Al día siguiente todo el mundo quería que se lo contara. Todavía me ilusiono y me doy ánimos con las cosas que hago-. Desde los siete años trabaja en el negocio familiar, un bar en la calle Cristo que regentaban sus padres cuando esa calle era la arteria principial de Salobreña. -En la calle Cristo estaba toda la vida del pueblo. Luego me casé con veinticuatro años y me fui a vivir a Motril-. Unos años después Adela se divorcia y vuelve a Salobreña. -He dado clase a niños, cosía para la calle e incluso tenía una pequeña tiendecilla donde los sábados y domingos, cuando estaba todo cerrado venían a comprar. Trabajé en casas haciendo de comer, cosiendo, planchando, limpiando oficinas, he cuidado personas mayores, de todo porque mis niñas tenían que comer. Luego me coloqué en el hogar del pensionista, donde he estado ocho años-. Al principio pasó malos ratos con ellos porque tenían sus costumbres. -Tardé en meterlos en vereda pero eran todos gente maravillosa y sencilla; me respetaban mucho-. Despúes conoce a Jose
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y a los tres meses se casan. A los dieciséis meses tiene la mala suerte de que fallece su marido, cuando más feliz era. Otra vez vuelta a empezar para que sus hijas pudieran terminar de estudiar. -Nunca me ha importado que carrera estudiaran, lo que me importaban es que tuvieran principios y fueran buenas personas y creo que lo he conseguido-. Adela es una persona muy sencilla. -No tengo un duro pero tengo muchos amigos, si se contaran en dinero sería la mas rica del mundo. Creo que soy querida en Salobreña. Mi pasión es la lectura, y la música. Aquí me dedico a hacer manualidades, estoy siempre entretenida y pongo cariño en cualquier cosa que hago. Mi padre me decía cuando era jovencilla que era rica sin un duro porque me gustaba la pintura, la buena música...-. Le encanta viajar y conoce toda España y parte del extranjero. -Con dieciocho años me fui a Francia a conocer a la familia que tenía allí. He estado en Italia, Portugal y todo de España, solo me quedan las islas-. Le encanta la cultura, los conciertos líricos, el teatro, etc. Es una mujer activa en la asociación Mudesa. -Hemos hecho de todo; siempre se han portado muy bien conmigo-.
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Mª Camen Pérez Escobar
Nace en la Caleta en 1951 y es la mayor de cinco hermanos. A los nueve años tiene que dejar el colegio para ayudar a sus padres en las labores del campo -Al ser la mayor, debía ocuparme de mis primas cuando íbamos a recoger habas, tomates, melones, lo que hubiera...-. En su camino se cruzo la Señorita Felisa, una maestra que le propuso sacarse el graduado escolar por las noches al volver del campo -Lo conseguí sacar en solo un mes y con una buenísima nota-. Con catorce años empieza a trabajar en la fábrica de papel, donde permanece hasta los diecinueve. En aquella época sus padres montan un bar en la Caleta y allí estaba ella para echar una mano. -Durante la campaña, mi hermana Conce y yo, aprovechábamos las dos horas del almuerzo para ir a ayudar al bar; mi hermana fregaba los platos y yo servía las mesas, a pesar de que en aquella época estaba mal visto que las mujeres estuvieran detrás de la barra. De la fábrica me salí para casarme. Vino a La Caleta un rubio guapísimo; no era muy grande pero guapísimo y desde que lo vi dije: este es para mi-. Después de la boda se trasladan a Albolote, donde es muy bien acogida y tiene cuatro hijos. -Cuando tuve a mis hijos empecé a trabajar en las asociaciones de padres y de mujeres como en la Asociación de Mujeres Clara Campoamor. Con un grupo de padres que teníamos hijos con dificultades fundamos una asociación que se llamaba “Aspromi” que funcionó muy bien-. Tanto ella como su marido han sido muy activos
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políticamente, luchando por los derechos de los trabajadores. -Mi marido era enlace sindical en Comisiones Obreras en la rama de la construcción y yo colaboraba en el área de la mujer-. Durante dos años fue empresaria abriendo una floristería también en el municipio de Albolote. -De un matrimonio amigo nuestro, el marido, se cayó de un andamio y se quedó mal; al no poder seguir trabajando me dijeron que iban a poner otra floristería y entonces decidí cerrar la mía para que nos les faltara el trabajo-. Después, la vida la trae de vuelta a La Caleta, donde colabora en la asociación de padres del colegio San Juan de Ávila y, posteriormente en Salobreña en la del colegio Mayor Zaragoza. Es cofundadora de la asociación “Mudesa” en la que ostenta diversos cargos hasta llegar a la presidencia, que ha mantenido durante doce años siendo un ejemplo en el movimiento asociativo de mujeres de Salobreña. Ahora, nos dice -Tengo seis nietos, muy guapos todos; les he escrito un cuento comparando la vida que ellos viven ahora con la que nos tocó vivir a nosotros. Estoy muy contenta de lo que he hecho en mi vida-.
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Pilar Ortega Benavides
Inicia su actividad en la Asociación de Mujeres Tropical en el año 1993, animada por su cuñada María Virtudes que ya llevaba algún tiempo en ella. Su marido era camionero y pasaba largas temporadas fuera y sus hijos, aunque no mayores, tampoco eran unos niños pequeños, por lo que disponía de algún tiempo libre que decidió aprovecharlo en dicha asociación. Desde el principio confiaron en ella y su labor ha sido ocupar la presidencia y vicepresidencia hasta que por motivos familiares tuvo que dejar de ser miembro activo aunque continua siendo socia. Durante estos años se ocupa de la organización de numerosos encuentros con otras asociaciones de mujeres, tanto en Salobreña como en otras localidades, unas veces para asistir a charlas, otras para compartir experiencias e incluso organizan un día de senderismo que tuvo a toda la directiva durante días preparando lazos y tarjetas de colores que habrían de repartir entre cada mujer de las distintas asociaciones que asistieron al evento. Recuerda que en una ocasión tuvo que ir a Ítrabo sola ya que no podía ir nadie más en autobús a un encuentro y que no lo paso nada bien en el viaje pero que sin embargo el tiempo que estuvo con las mujeres de allí lo guarda con grato recuerdo. En el transcurso de estos años también se han podido realizar diferentes talleres de pintura, tai chi, salsa, que la daba Tatiana, sevillanas, o el día del deporte Saluda y agradece la labor de María Escribano por su apoyo y ayuda, siempre podían contar con ella; después
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llegaría Mª Luisa que también se porto muy bien. Esta muy contenta y orgullosa porque al entrar ella tan solo había dieciocho socias y cuando deja la presidencia ya hay mas de cien. -Pese a todo siempre he estado feliz y satisfecha, me he sentido muy arropada; lo que quería es que la asociación siguiera adelante. Nos lo hemos pasado muy bien organizando almuerzos cuando acababan los cursos, para la Navidad, el día de la mujer, o meriendas que cada uno se pagaba lo suyo. Además hemos hecho muchos viajes también, ¡hasta subirnos en globo!; estábamos mas jóvenes, ahora no me subiría-. Y recuerda con mucho cariño a Marián Sanz de Acedo que fue socia y gran colaboradora, el homenaje que le hicieron a Mª Ortega que lo agradeció mucho, los versos que escribía Antonia Zafra y, como no, las comparsas que se hacían y lo bien que se lo pasaban todas. Cuando dejé la presidencia solo pensaba en dejarlo en buenas manos para que la asociación y su labor no desapareciera con todo lo que les había costado a lo largo de los años. -La dejé en muy buenas manos-.
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Mª Virtudes Martín Ortega
-Me casé con veinticuatro años y tengo dos hijas y dos nietos. Empecé en la asociación Tropical en 1991, casi en sus comienzos, mi marido era camionero y yo pues, tenía tiempo mucho tiempo libre. Cuando llegué en la directiva me pusieron de tesorera y lo he sido durante doce años, luchando durante este tiempo para que la asociación no desapareciera-. Antes las socias pagaban dos euros de cuota y no participaban tanto como ahora según relata Mª Virtudes. -A veces nos llamaban para ir alguna charla al Costa Nevada y comer allí y nadie tenía tiempo para ir; incluso la directiva tenía que vender la lotería para financiar a la asociación y eso que teníamos subvenciones de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento por los proyectos que hacíamos. Sin embargo ahora todas quieren participar e ir a donde sea, hasta la lotería la vendemos entre todas. En un principio la sede la teníamos en la parte alta de Salobreña, donde está la radio pero pocas veces nos reuníamos allí ya que al tener niños pequeños nos era complicado, por lo que lo hacíamos en casa de la que tuviera los hijos más pequeños, en aquél entonces Conchi, que las mías estaban más mayorcillas. Las asambleas para dar el estado de cuentas y enseñar los libros si se producían en la sede-. Esta muy orgullosa de su madre, también socia. Recuerda que las dirigía en las comparsas y no se perdía una. -Siempre iba con nosotras a los ensayos y a lo que fue-
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ra, me enseñó a ser una buena persona y una mujer de mi casa. Ahora soy una socia más; colaboro en todo lo que puedo, y voy a cuantas más actividades mejor pero, lo que me da la vida, es el coro rociero del que formo parte desde que empezó, así que estoy deseando que llegue cada martes y jueves para ir a ensayar. Nos llaman mucho para cantar y ya hemos repetido dos veces en Lobres; no debemos de hacerlo muy mal cuando nos vuelven a llamar. También se dan clases de sevillanas, pintura, gimnasia, etc, pagadas entre la asociación y las socias porque ahora no nos dan subvenciones y hay que administrarse con las aportaciones de las socias, la venta de la lotería, etc. Este año estamos de aniversario, se cumplen veinticinco años desde su fundación y se quiere hacer una fiesta para homenajear a sus fundadoras, Mª Carmen, Mª Teresa y la otra Mª Teresa que era matrona, así que las estamos localizando porque alguna vive fuera. He disfrutado mucho y lo sigo haciendo porque soy una persona muy activa, siempre tengo que estar haciendo algo-.
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Dolores Llanas Illescas
-A pesar de la época que le toco vivir nunca pasó hambre aunque nació en una familia modesta. Su padre era aduanero pero ella pudo estudiar algo y sabía leer y escribir-. Nos cuenta su nieta Mª José. -Eran seis hermanos y, por lo que contaba, su niñez fue buena, rodeada de su familia-. Quedó viuda con veintiocho años y con dos hijos de dos y seis años. -Recogía claveles, trabajaba en el campo, lo que le saliera-. También tenía a su suegra, invidente, a su cargo. Tanto tiempo pasó en el hospital con su suegra que aprendió a poner inyecciones ya, al volver al pueblo, ella se las ponía a la gente que no podía pagar al practicante. Con lo aprendido en el hospital también hizo de matrona. Luego empezó a trabajar en la panadería de un primo suyo y estuvo hasta que sus hijos fueron mayores. -Siempre pedía hacer los trabajos de los hombres, los más duros, para que le pagaran más. También criaba gallinas para vender los huevos. Recuerdo a mi abuela todos los días de mi vida-, nos dice emocionada su nieta Mª José, -era una persona maravillosa. En la última etapa de su vida perdió la vista a causa del azúcar y disfrutaba pudiendo tener a sus nietos en brazos y acariciándolos. Ha sido siempre una mujer muy familiar; era como la gallina que quiere tener a todos sus pollitos juntos-. Todo aquel que tenía un problema iba en busca de Lola. Cuando la campaña, dejaba habitaciones de sus casa para que
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durmieran allí los trabajadores, sobre todo los que tenían niños pequeños. Lola pedía ropa y comida para la gente necesitada y ayudaba siempre a todo el mundo. Si algún familiar se ponía malo ella lo acompañaba a Granada al hospital y dejaba a sus hijos con su madre. Su nieta recuerda: -siempre me decía: con respeto y educación se llega a todas partes, y tenía razón. La primera radio que hubo en la calle (Nueva), fue la suya, y aquí venían todos los vecinos a escuchar la novela; también venían las muchachas a que les escribiera las cartas para sus novios. Ha sido una mujer muy trabajadora, un ejemplo a seguir. Es admirable como, en aquellos años, eran felices con los pocos recursos que tenían a su disposición. Iban a lavar a la fuente de la Raja con canastas de ropa, a las seis de la mañana para volver corriendo a llevar a los niños al colegio y vuelta a trabajar. Cuando le compramos su primera lavadora nos dijo: cuanto trabajo me está quitando. Toda una mujer luchadora-.
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Encarnación Rodríguez Rincón
Encarnación nace en Motril y, en el tiempo de la guerra vive en un cortijo en la zona de Panata. -Decían que venía la gente de la Sierra y nos echaron para Motril. Teníamos dos rebaños de cabras y tuvimos que venderlas. Por aquel entonces, a mi padre lo acusaron falsamente para hacernos daño y estuvo en la cárcel durante un tiempo. Cuando salió nos trajo otra vez al cortijo. Allí en el cortijo, iba yo a la escuela a Motril y mi hermana a la sastrería de pantalón. Teníamos diez marjales y cultivábamos caña de azúcar; también recogía almendras, aceitunas..., de todo. Cuando se recogían las cañas, yo iba detrás para que no se dejaran ninguna. Luego lo llevábamos a la fábrica de Motril y después iba con mi madre a cobrar. Pensaba yo entonces: cuando me case descansaré. Pero me casé y me puse a tener hijos, hasta seis, y todos varones. Conocí a mi marido que era de Lobres y nos casamos mi hermana y yo el mismo día. Luego ya nos vinimos a vivir aquí a Lobres. El día de mi boda lo recuerdo con mucha alegría, matamos un borrego y el cura Don Salvador le dijo a mi marido. Ay, que morena te vas a llevar, no ves que par de ojos!. Entonces tenía la cara más alegre Después mi padre enferma y fallece al poco tiempo-. Recuerda Encarnación que cargaba la mula con ropa, un barreño y su niño pequeño, y se iban a lavar una zona que le llaman la jordana en la que había agua caliente. -Me tenía que meter dentro
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de la acequia para lavar porque no había agua ni luz en casa-. Sus hijos van a la escuela y su casa es un ajetreo continuo de las labores de casa durante el día y la noche. Los momentos más felices que recuerda son con la familia. -Como tengo hijos guardias civiles, y estaban destinados en el norte, la alegría más grande era cuando venían a verme y yo descansaba porque ya no estaban allí, con el riesgo que había-. Ha sido una mujer luchadora con una vida muy dura. -Tuve que dedicarme especialmente a mi hijo Cervando, con síndrome de Down, ya que de pequeño no comía nada y había que alimentarlo con un cuentagotas. De mayor estuvo un tiempo en Aprosmo pero luego lo tuvimos que sacar. Mi nuera ahora es mi consuelo-. No ha sido mucho de fiestas, aunque recuerda haber ido a San Cayetano desde Lobres por una promesa. -Me fui con un burro y dos niños cada uno metido en un serón con mantas-. Todo el que la conoce sabe que es buena persona. Tiene once nietos y cuatro bisnietos.
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Carmela Heredia Trujillo
Nace en La Guardia y, a los ocho años empieza a trabajar. -Empecé a trabajar en la casa de África, Allí hacía de todo, fregar, lavar...; me tenían que poner una silla porque no alcanzaba. Trabajaba porque me gustaba trabajar no porque mi madre me obligaba, pero no me gustaba estudiar. De pequeña era un bicho, muy contestona pero no era mala. Me decían Carmelilla, ve y hazme este mandao, y yo les decía, ¿y por qué no vais vosotras? A mi no me ha gustado trabajar en el campo, he preferido cualquier trabajo; el campo fui una vez y me iba a morir. Luego empecé a trabajar con Encarnita cuando se fue de la fábrica y puso la farmacia en Salobreña-. Con diecisiete años se echa novio, se casa y empieza a tener niños. En esa época emprende su primer negocio en lo que hoy es el Peñón de Salobreña. -Allí pusimos un bar en la típicas choza que había entonces-. De ahí se traslada al Almacén en La Guardia y luego una pequeña taberna en La Caleta en la que se organizaban muchas fiestas. -No tenía ni nombre, era un barecillo pequeño aquí mismo-. De ahí otra vez a La Guardia, a lo que hoy es el bar Manolo y a los pocos meses nos fuimos todos a Palma de Mallorca donde trabajaba limpiando casas de día y de noche restaurantes. Las circunstancias familiares no son buenas y Carmela decide regresar ella sola con sus hijos a La Caleta, donde vuelve a trabajar en en la hostelería
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y luego durante un tiempo en el Ayuntamiento limpiando colegios y demás tareas. -Luego me quedé con el bar Odeón, también en La Guardia, como veis no he parado de trabajar-. Sus hijos iban a echarle una mano a mediodía pero como tenía mucha clientela, no podía dar abasto. Al poco una de sus hijas se hace cargo de un chiringuito en Motril y ella decide dejar el bar y vivir más tranquilamente y echarle una mano en su nueva andadura. -Con la experiencia de tantos años solo con la mirada ya se lo que hay que hacer en cada momento. Mi especialidad son las paellas, que me salen muy buenas-. Ahora que está jubilada no sabe lo que es vivir sin trabajar, ella necesita la actividad constante y el bullicio de los negocios en los que siempre ha estado. Se siente orgullosa de haber criado ella sola a sus hijos. Sin haber cumplido todavía los setenta años tiene un montón de nietos e incluso bisnietos. -No me gusta mucho viajar, prefiero quedarme en casa o mejor, ir al chiringuito de mi hija aunque sea a estar por allí-.
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Mª Teresa Izquierdo Bosch
Nace en Salobreña en 1961. Es la séptima de diez hermanos. Deja los estudios primarios a los ocho años para ayudar en casa en la crianza de sus hermanos pequeños y sobrinos. Pese al abandono prematuro de la enseñanza reglada, siempre habla de su afición a las matemáticas. Pronto empieza a trabajar en el campo como jornalera y ayuda en la tienda familiar de la que está al frente su madre Emilia. Más tarde comienza a trabajar como camarera de pisos en el Hostal López, punto de encuentro de turistas de la época. Una de las cosas que siempre cuenta con orgullo es cómo ayudó al colectivo de Guardas Forestales al que pertenecía su padre Antonio para que el Estado reconociera sus años de servicio y pudieran acceder al sistema de pensiones nacional. Ella, de su puño y letra, escribió al entonces Presidente del Gobierno, Felipe González, trasladando las reivindicaciones de los trabajadores. La misiva encontró respuesta firmada por el Presidente y meses después accedieron a una pensión que reconocía el cien por cien de sus salarios. Se casa y tiene dos hijos. Deja de trabajar para dedicarse en cuerpo y alma a su familia. Tiene un empeño especial en darles la educación a la que ella no pudo acceder y siente orgullo del sacrificio y esfuerzo que ha tenido que hacer para conseguirlo. En 1996, animada por un grupo de mujeres y su fiel condición feminista, se hace socia de la Asociación de Mujeres de Salobreña Mudesa. Meses después su madre fallece de manera repen-
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tina y encuentra en el colectivo un grupo humano donde apoyarse y salir de tan doloroso trance. Se incorpora a la directiva como secretaria de la mano de su Presidenta, Mari Carmen Pérez ese mismo año y comienza la noble tarea de reivindicar espacios para la mujer y la igualdad efectiva entre géneros. Es de las que piensa que no hay igualdad sin equidad y ve con esperanza el futuro. Cree que aún queda mucho camino que recorrer para una conciliación plena y recuerda que cuando ella empezó en Mudesa tenía que llevar a sus hijos por delante porque no era compatible con el trabajo de su marido. Desde 2004 hasta la actualidad es Presidenta de Mudesa. Dedica gran parte de su tiempo al colectivo, al que mima como a un hijo y en el que ha compartido grandes historias de mujeres luchadoras. Acaba de estrenar su rol como abuela con su primera nieta, Abril. Cuando se refiere a ella todo son elogios y la emoción le embarga al recordar el momento especial de su nacimiento. Aunque dice estar ya de retirada, quien la conoce, sabe que es incombustible y le queda mecha para rato. Muchas gracias por todo Tere.
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Filomena Gómez Ayala
Filo nació en La Caleta, un viernes, 2 de Mayo, hace ya unos años. Comenzó el colegio con Doña Felisa y pronto se convirtió en la mano derecha de la maestra, pues desde muy pequeña supo que no le importaría dedicarse a la enseñanza. Cada día, Filo era la encargada de remover la leche en polvo y de hacer los recados; destacó como una excelente estudiante, que ejercía una buena influencia sobre sus compañeras, a las que animaba a estudiar. Siempre orgullosa de sus orígenes, cuando sus padres se mudaron a Salobreña, “a lo alto el pueblo”, no quiso abandonar su colegio en La Caleta, donde terminó los estudios básicos. Pero ella quería más, la escuela le gustaba, así que siguió su formación en “el Panteón del Albaicín”. A pesar de que Filo estaba capacitada para comenzar la carrera de Magisterio que tanto le gustaba, la mentalidad de la época se lo impidió: las mujeres debían estar en sus casas, ayudando en las labores a sus madres. Aprovechando que la familia tenía parientes en Barcelona viajó hasta aquella lejana ciudad. Apenas tendría quince años, pero no dudó en hacer el viaje ella sola, aventurera y decidida como era. Allí pasó unos meses, en compañía de sus primas, pero siempre añorando su pueblo y familia. Ya de vuelta, acude a un guateque en el Paseo de las Flores, donde conoce a un motrileño que venía al baile con una moto prestada. De eso hace ya más de cuatro décadas y todavía viven una bonita historia de amor que ha dado como fruto tres hijos y tres preciosos
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nietos. Filo se volcó en cuerpo y alma en su nuevo papel de madre, siempre luchando para que consiguieran llegar adonde a ella le negaron. Ya con sus hijos mayores, decide apuntarse a la Escuela de Adultos y llenar de ecuaciones y redacciones sus tardes, así como sacarse el carnet de conducir. Cuando estos emprenden sus caminos fuera de casa, se apunta a la Asociación de Mujeres Tropical de la que es elegida presidenta en 2005. Su presidencia trajo cambios que aportaron dinamismo, modernidad y aumento del número de socias a alcanzar las ciento veinte asociadas. Es una mujer solidaria y colabora, como por ejemplo con La Asociación Española Contra el Cáncer y la Asociación del Parkinson. Gracias a ella las socias disfrutan de actividades como la gimnasia de mantenimiento, la natación, senderismo, el taller de baile, etc. Todas las integrantes de la Asociación de Mujeres Tropical se suman a este merecido homenaje y reconocimiento en el veinticinco aniversario de la asociación. Muchas gracias por todo Filo.
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Desde el año 2012 Salobreña viene celebrando, con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, unos premios de reconocimiento a mujeres y asociaciones que han destacado en diversos ámbitos del Municipio. Unas distinciones que constituyen el eje central de las actividades en torno a esta efemérides y que bajo la denominación “Homenaje Clara Campoamor” tienen como objetivo dar a conocer la importancia de mujeres anónimas y del movimiento asociativo femenino en el desarrollo de nuestro Municipio y en la lucha por la igualdad.