Había una vez una jirafa grande, grande, grande, llamada…
Su hogar era la selva y no tenía familia, pues la suya se había marchado y ella prefirió no seguirla. Pero la jirafa no era feliz, porque todos se burlaban de su nombre. Cada mañana se dirigía al lago a beber agua y lavarse la cara, y unas desagradables flores blancas y amarillas que allí vivían en cuanto la jirafa aparecía se reían de ella y le decían: Jirafa grandota, te llamas… Sin embargo, un día en que la selva se incendió, nuestra amiga jirafa a todos enseñó una gran lección.
¿Quieres saber cuál?