Paranoia Blus

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PARANOIA BLUES Novela escrita por: Edgardo Ovando Copyright © Edgardo Ovando de 1999 Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en otro sistema o transmitida de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro sin la previa autorización del autor. A excepción de breves pasajes para propósitos de promoción. El permiso para fotocopiar la totalidad del libro debe solicitarse, al derecho de autor correspondiente. Este e-book contiene algunas escenas sexualmente explícitas y lenguaje para adultos que puede ser considerado ofensivos para algunos lectores. Por favor, guarde sus archivos con sabiduría, donde no puedan ser accedidos por lectores menores de edad.

Paranoia Blues / Edgardo Ovando. Registro de Propiedad Intelectual: ISBN 2200822015 Editorial: Padmei Ediciones

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“Brindemos por las locas, por las inadaptadas por las rebeldes, por las alborotadoras, por las que no encajan por las que ven las cosas de una manera diferente. No les gustan las reglas y no respetan el statu-quo. Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas glorificarlas o vilipendiarlas. Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas. Porque cambian las cosas. Empujan adelante la raza humana. Mientras algunos las vean como locas nosotras vemos el genio. Porque las mujeres que se creen tan locas como para pensar que pueden cambiar el mundo, son las que lo hacen� Jack Kerouac ~ On The Road

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Prólogo

I

La, por esos días, aún más complicada mente de Fresa, iba y venía entre la razón y sus, descontrolados, pasionales impulsos. Ebrios sus pensamientos oscilaban, sin poder detenerse, en pos de un hecho que marcara una pauta para actuar. Necesitaba algo más que noches insomnes y continuas lecciones de tristeza. Requería un maldito punto de partida. Después de la muerte o, según ella, el asesinato de La Vale, se sintió, inmensamente, culpable pues, fue ella quien le pidió fuera a comprar drogas donde, el mal nacido de su vecino en la Villa de Chorrillos: El Jote. Fresa, para eludir el peligro de verse en una situación conflictiva, esgrimió, la sencilla excusa de que, como reciente egresada de derecho, con una reputación y un apellido que cuidar no podía arriesgarse a que la policía la detuviera comprando drogas en una Villa de la periferia. Sin embargo, esa herida culposa, a pesar de los tres años transcurridos desde el fatal accidente, lejos de aminorar se acrecentaba. El dolor seguía hirviendo tan, profundamente, dentro de su alma que no creía pudiese, ser capaz de encontrar las palabras para poder comentarle a la policía, o a algún organismo judicial competente, absolutamente, toda la verdad y si llegara a hacerlo, le podría llevar toda la vida intentar explicar de una manera, inteligentemente, racional y, al mismo tiempo, creíble, sin verse, irremediablemente, involucrada en un caso de tráfico de estupefacientes. Más ahora, como les dije que estaba pronta a ingresar como becaria al Ministerio Público, el órgano más importante del Poder Judicial. No podía darse el lujo de echar todo por la borda: Tenía un apellido de prestigio que su padre se había encargado de forjar a punta de ética e independencia política y, en lo venidero, un futuro empleo que cuidar. Definitivamente, estaba en otra etapa de su vida, con veintisiete años ya se es adulto y no se permiten errores pueriles. Por otro lado, estaba, totalmente, agotada con los, burocráticos, acontecimientos que habían sucedido a la muerte de La Vale, su mejor amiga. Sobre todo porque no aceptó la información, para ella inverosímil, de la policía que había catalogado el deceso de suicidio adolescente o simplemente fallecimiento por sobredosis; esto último, por la alta cantidad de narcóticos 4


encontrados en su estómago y, por ende, en el torrente sanguíneo, al momento de la realización de la autopsia. Aunque muy pocos le creían, aunque Fresa, siempre ha sido una impredecible caja de sorpresas, comentaba: “Si me hubiese dejado llevar por la descontrolada garra de mis pasiones arraigadas con el sufrimiento subyacente en las entrañas, sería cosa de, en segundos, dar con la solución perfecta: Bastaría sólo con apretar el frío gatillo de un revolver. De una vez por todas, disparar y darle muerte al traficante que nos había arruinado la vida. Así de sencillo porque, para mí, aunque no lo crean, enviarlo a la cárcel nunca ha sido una opción”. Dicho así, se escuchaba bastante básico: eliminarlo, es cierto, pero: Primeramente, debía encontrar al presunto homicida que, en virtud del tiempo transcurrido, lo más probable es que, sin duda, esté fugado y, en caso de encontrarlo: ¿Tendría el valor suficiente que acompaña al despiadado coraje de una mente asesina? ¿Poseería la mínima fuerza mental y física para quitarle la vida a un ser humano? Entre todas esas, para ella, profundas divagaciones, Fresa debía resolver un dilema: hacer algo, lo cual, intrínsecamente, no deseaba perpetrar: Un homicidio. Fuera éste por los motivos que fuera, en este caso, ya sea por justicia o venganza, sencillamente, no era una buena idea, sobretodo, para su incipiente carrera profesional. Eso lo sabía muy bien, lo tenía más que claro, por eso se retenía y al mismo tiempo, esa impotencia de avanzar: la atormentaba. Por otra parte, esa acción, analizándola fríamente, permitiría que, nuevamente, el mismo sujeto, les hiciera daño: Ahora en la conciencia de sus pensamientos y, posiblemente, esta vez, acarreando, una condena de más de diez años por homicidio premeditado. Pero, por otro lado, si nunca llegara a vengarla, su vida seguiría desmoronándose cada día y solamente, sobreviviría, con la débil esperanza que el sujeto pagaría, las consecuencias de sus actos en esta vida, solamente, con su karma. Lo cual, por donde se viera, no era solución suficiente, sino que resultaba demasiado etéreo dejar, la aplicación de la justicia, en manos del destino.

II El Eco de su Espejo

Sólo tres veces había visto al presunto asesino, el cual, según la impresión de Fresa, no era más que el simple traficante de una polvorienta villa marginal. El primer encuentro fue realizado, lejos de las cámaras de vigilancia, en los estacionamientos de un centro comercial de un pituco barrio de la ciudad. Fresa, en honor a la verdad, estaba cagada de miedo por ser la primera vez que compraba marihuana, pero el desafío producido por la adrenalina superaba cualquier obstáculo. De no ser por las palabras y la compañía de quien le dio el dato de dónde comprar: El Otaku que, para ella, en su interior, era otro vago más que se juntaba, con una pandilla de skaters, los cuales a los cuatro vientos desplegaban el roce de las ruedas de metal de sus tablas contra el pavimento hasta los ventanales de su habitación. Así lo conoció. 5


Una vez finalizada la transa, “El Jote”, quiso darle un beso en la mejilla, a modo de despedida, pero Fresa lo esquivó casi temblando; ya sea, seguramente, por miedo, timidez o por su, inherente asco clasista y racista. No pudo explicarlo. Ni siquiera le dio la mano al cholo cazcarriento. Podría tener infecciones. La verdad, en contra de lo que se pudiera pensar de aquel tenso momento, resultó todo lo contrario para el dealer. El Jote quedó obnubilado, sintió un sorpresivo golpe en el alma que no supo a qué atribuir. Quedó conmovido, pues vio, en los ojos de esa pálida y profesional mujer, toda su propia sicopatía y también, la profunda, falta de empatía residente en sí mismo. Todo el odio acumulado por la pobreza material de su niñez y la ausencia de buenos sentimientos originada por dichas carencias a lo largo de su existencia que, hasta ese momento, lo habían llevado a despreciar la vida humana: Estaban allí, frente a él, reflejado frente a sus ojos como un maldito puto espejo. Su rencor acumulado, por décadas, lo tenía como un eco reflejado en esa maldita pija y luego volvía a él y viceversa en una vibración infinita. Para él, a pesar de su desprecio y repugnancia por Fresa, desde aquel momento, resultó ser la más hermosa mujer que nunca antes hubiera visto. Cualquier cosa que usted necesite señorita- se apresuró a agregar, entre caballero y choro, El Jote, señalando con un movimiento de su cabeza al Otaku - Me la pide por medio de este hueón. En la segunda ocasión que lo vio y utilizando al Otaku como contacto, Fresa necesitaba conseguir éxtasis. Esa tarde el encuentro fue, a petición del dealer, curiosamente, a solas. El Cholo, El Zopilote o El Jote, como le apodaban por lo oscura de su piel, le dijo que debían ir en su moto al Municipio de Chorrillos a buscar la mercancía, pues no tenía, consigo, esa clase de drogas. Sin duda, la desconfianza se apoderó de Fresa, pero El Jote, hábilmente pudo llegar a sus fibras justas para calmar sus temores. El Jote, en la medida de sus posibilidades, no paró de hablar de superficialidades: La corrupción del país, los políticos coimeados, congresistas otorongos, el clima, la selección de futbol…, pero Fresa parecía no oír: Su sangre, indómita, corría, rebelde, por sus venas; su corazón latía con fuerza hasta sentirlo en sus oídos, siguiendo el ritmo de las llantas de las ruedas de la moto sobre el pavimento. En ese momento entendió por qué se estaba convirtiendo en adicta a la adrenalina. Simplemente porque la energía que viene con el esfuerzo físico, al romper las reglas establecidas, no tiene comparación con ningún otro sentimiento. Es mágico y pulverizador. Una vez llegados, al fondo a la derecha de la zona central de la capital, donde se encontraba su caleta y su casa de ladrillos, a medio terminar, se sintió un poco más aliviada. Para Fresa mientras observaba a su alrededor: “Allí todo era bien ordinario, de mal gusto, sucio y además, el cholo micro traficante muy violento por naturaleza”. Llegados a su casa descuidada, humilde y desordenada, donde ocultaba la droga sintética hubo un hecho que, por siempre rescataría Fresa y fue que de la nada, aparecieron dos vecinas implorando que les prestara la cocina (que también era un asco grasiento por donde la miraras) para cocer unos tallarines porque se les había acabado el gas y no tenían microondas y mucho menos dinero, suficiente para comprar un balón. Fue así, entonces que conoció a las que, más tarde, serían sus inseparables amigas: Esther (La Etty la chofer de la moto-taxi) y La Vale la cual, meses después fallecería víctima de sobredosis a raíz de otra compra de drogas, en ese mismo sitio, previo a un evento de música electrónica. 6


Frente a tantas carencias económicas que percibió en casa del Jote, Fresa quedó boquiabierta por las desigualdades. Para ella, la vida era muy simple, bastaba solamente con abrir la llave ya sea del agua o el gas y emanaba agua caliente o el gas. Por la misma razón, se sorprendió al conocer una realidad, diametralmente, opuesta a la suya. En 36 metros cuadrados que son muchos menos que lo que tenía su cuarto, podría vivir una familia completa y algunos allegados más. Por eso, seguramente, estaba todo arrumbado y desordenado: No tenían espacio suficiente. Entre pequeños niños, culi-cagados, de cabellos enmarañados que transitaban por la calle con un pan en la boca y, para todo efecto, de los vecinos del lugar y del Jote mismo, Fresa resultaba ser, extremadamente pituca y se notaba a leguas, sin ningún tipo de necesidad económica, además de su piel blanca y cabello, extremadamente fino y de color castaño muy claro. De no ser por su necesidad, cada vez más creciente de consumir marihuana o experimentar otro tipo de drogas jamás habría llegado a ese municipio. Reflexionando acerca de su propia realidad concluyo que: Quizá, su mayor carencia era la falta de calle y eso, se debía, principalmente, a que, frecuentemente, no mantenía contacto con chicos o chicas de su edad, porque, lisa y llanamente, no asistía a la universidad sino que había conseguido su título de abogada por correspondencia. Todo en pos de su protección. El trabajo de su padre de Juez internacional de la inteligencia policíaca, aparte de riesgoso y estar proclive, constantemente, a una venganza por parte del lumpen delictual, lo mantenía, la mayor parte del tiempo, fuera del territorio nacional. Por lo mismo, Fresa, su única hija, para terminar, los obligatorios años del colegio tuvo profesores particulares, en todas las áreas. Por lo tanto, en su casa, dichos maestros, hábilmente, se las ingeniaban, año tras año, para seguir con el mismo ritmo de educación, para no perder el, excelente, estipendio percibido a fin de mes. ¡Alguien me puede sacar de aquí, lo más rápido que pueda!- gritó, en pánico, sin soportar un segundo más, Fresa a la Etty mientras zumbaban las sirenas de la policía en las cercanías- No pienso irme cargá con éxtasis con este hueón, en su moto, de vuelta al centro, ni menos salir en combi de esta población. Seguro...no problem -respondió La Etty mientras retiraba la olla con los tallarines llevándolos a su casa y engullendo algunos pocos en el camino- Yo te llevo en mi moto-taxi, pero me tenís que pagar la carrera. Se demora casi una hora llegar al centro y ya sabes que la bencina no es gratis. La Vale, minutos más tarde, también comiendo a dos carrillos, se subió al triciclo moto, para satisfacer su curiosidad y conocer más a Fresa y además porque deseaba ir al centro de la capital para encontrarse con el grupo de skaters que practicaban en la plaza. Específicamente necesitaba hablar con Otaku. En la tercera oportunidad, La Etty denunció, principalmente al Jote y, en menor grado, al Otaku, (apodado de ese modo, por su afición al animé japonés) por inducción a la intoxicación y fallecimiento por adulteración de las drogas que consumió La Vale. Ella señaló a ambos como culpables indirectos del deceso de su amiga ante la policía. Fresa y la Etty, esa noche, en que se realizaría la presunta detención del micro traficante, observaban, expectantes, ocultas, en la trici-moto de esta última, el desarrollo del procedimiento. Desde una, prudencial, distancia siguieron, uno a uno, todos los detalles del proceso. 7


Vieron que, efectivamente, dos policías llegaron a la casa del traficante, pero, para mala suerte de ellas, no lo detuvieron. Por el contrario, entraron unos minutos, bebieron unas cervezas, rieron, le dieron un par de golpes en la espalda y se marcharon muy campantes. Seguramente, El Jote, había coimeado a los tombos. De una sola cosa estaba segura existía, un criminal común que necesita un castigo, aunque su mejor amigo me pide que lo deje ir. De pronto, El Jote observa el vehículo donde se encontraban escondida. A medida que se va acercando, cierra sus ojos enfocando los rostros de las chicas. La Etty sólo apenas susurra: “Cagamos”. La piel de Fresa empalidece aún más y las náusea comienzan a generar deseos de vomitar. Siente calor frío y comienza a luchar contra el mareo. ¿Qué muerda hicimos, amiga? Nos metimos a las patas de los caballos- insiste La Etty entregándose a manos del destino Bajo el brillo de las tenues luces del alumbrado público, se puede ver su cara enrojecida de rabia. Su indignación es obvia, incluso a través de su expresión perpleja y su paso decidido. Fresa Intentó ocultar su sentimiento de miedo, incluso trata de averiguar de qué parte de esa noche se equivocó. Dónde estuvo la mala decisión. Sin embargo, en esas décimas de segundos no puede recriminarse por nada. La justicia debe prevalecer por sobre todo. Una vez frente a frente, le pide que baje el vidrio del tricimoto. Fresa observa su rostro enjuto y encolerizado del traficante y no encuentra la más mínima razón por la que no hubiera deseado enviarlo a prisión. El Jote en silencio le alarga una pastilla azulina y le dice: “Es una de las pastillas que estaban en el estómago de la Vale, era mi vecina y la quería. Son legales” Dio media vuelta y emprendió el retorno. Fresa se bajó como pudo del pequeño vehículo mientras apenas vociferaba. “¿Por qué las tienes…cómo las conseguiste?” Su voz era opaca trago saliva, con la esperanza de aclarar su garganta, pero ya se había marchado y La Etty con sus manos temblorosas daba contacto a la tricimoto. Posteriormente, esa misma noche, el siempre enigmático y silencioso Otaku, se las ingenió para llegar a la dirección donde vivía Fresa e intentó, burlando las medidas de seguridad, entrar a su habitación. Rompió la chapa de la puerta de entrada y escaló hasta el segundo piso. De no ser por el perro que escuchó los ruidos y subió en un santiamén las escaleras, el Otaku, presumiblemente, la habría, por mandato del Jote, eliminado mientras dormía. Al bruscamente despertar por los ladridos del perro la mente de Fresa se arremolinó con imágenes y ecos dolorosos de su pasado. Su madre fugándose de la justicia para no declarar en el caso de coimas por Obras viales del estado y gritándole, fuera de control, a su padre que todo era culpa de él por interponerse en su camino como abogado querellante. Ella, fuera de sí intentó golpearlo, sin dirección, tirando manotazos al cuerpo mientras él trataba de mantenerse firme contra su ataque cogiéndola de las manos e insistiendo que se entregara. Ante la negativa, apretó los dientes mientras parpadeaba para contener las lágrimas después de que le pide que abandone la casa y escape por la frontera. No sin antes volver a culparla por arruinar su vida y la de la familia.

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Sus hombros caídos y su camiseta con rasguños lo visten derrotado mientras recorría, en su mente algún pequeño pueblo en donde tenga un lugar seguro para que pueda descansar esa noche y, al día siguiente, huir por algún paso no habilitado. Nuevamente, Fresa pudo sentir el horror y el pánico cuando destrozan su tranquilo espacio de seguridad, después de escuchar a un intruso escapando y encontrar la puerta principal completamente abierta. Revisó las cámaras y la figura del skater ondeaba en la pantalla. El Otaku no estaba buscando su escondite con dinero en efectivo. Tampoco le importan los aparatos electrónicos, ni joyas, ni los valiosos documentos incriminatorios en contra del presidente de la república por lavado de dinero que su padre le dejó, a modo de defensa. El Otaku había venido por ella. Fresa sentía que de verdad, estaba amenazada y en peligro. Odiaba al cholo con todo su corazón y a raíz de su, natural e intrínseco clasismo, encontraba que: No soportaba la frialdad de su arrogante espíritu de superioridad. Ordinario, mal aseado, picante y chulo. Además, había algo en ese tipo que la molestaba inmensamente y que no lograba entender: ¿Por qué la hacía sentir, disminuida, poca cosa, débil, humillada y vulnerable? y sobre todo junto a, esa enorme, intolerancia de parte de ella, había: Miedo y rabia. La verdad es que, sin saberlo ni querer reconocerlo, el maleante era, para ella, un maldito espejo que reflejaba, lo peor, lo más despreciable, de la miseria humana y que, lamentablemente, habitaba en lo más profundo de su ser. No era mejor ni peor que el narco. Eran la misma mierda. Matarlo con sus propias manos era lo mínimo que deseaba. Eliminarlo para no verse, nunca más, reflejada a sí misma en esa porquería humana. La otra opción, mucho más simple, sería pagar un sicario. De lo contrario, debería aceptar que esa lacra andante, siguiera contaminando el planeta y que las cosas siguieran tal cual como estaban. Esos, entonces, eran sus dilemas. A eso, habría que agregar que Fresa, dudaba si al momento de encontrarlo, después de tanto tiempo, estaría, realmente, preparada para matarlo como pensaba y, en caso de ser así, lo más importante para ella, estaría capacitada para hacerlo, a su manera: Sin violencia y usando, solamente, la inteligencia de la razón.

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Capítulo Uno

Apariciones

La verdad es que La Vale, a pesar de su humilde origen, desde que tenía uso de razón, siempre, en su íntima esencia, había esperado “Algo” que fuera hermoso y diferente. Podría haberlo llamado de otra forma, utilizar algún nombre técnico o clínico, pero ella lo llamaba, simplemente, así: “Algo”. Bueno, llámese como se llame, lo importante es que ese “Algo”, para ella, debía ser: Absolutamente sincero, sensible, amoroso, dulce y amargo a la vez, tal como la vida misma. El único, gran obstáculo, para alcanzarlo: era su inmenso temor a confiar. Un profundo miedo a dar a conocer quién, en su esencia, era ella misma. Le costaba hablar francamente, por temor a ser mal interpretada: Por lo mismo, se temía a sí misma, por las consecuencias que podría acarrear, si en un acto cualquiera tuviera demasiada confianza con alguien y diera a conocer quién era, a través de la transparencia de su alma. Desde pequeña, siempre fue una muy buena alumna en el colegio, quizá un poco retraída, pero sobretodo una respetuosa chica. Era adorable por la, genuina, dulzura de su corazón y esa bella luz que poseía se encargaba, sin desearlo deliberadamente, de transmitirlo a quienes la rodeaban. Además, era experta en inventar caminos diferentes a los establecidos, apostar por lo desconocido. A veces, era tan buena persona que, para sus humildes padres, llegaba a ser ingenua al caminar los senderos de lo inaudito. En su, pacífico reto al dolor de la realidad creó en sus sueños que su “Algo”, debía cumplir con tres grandes requisitos. El primero o letra A: Era, como les dije que la hiciera feliz, ojalá inmensamente feliz y no hablo de una felicidad hueca: esa de histéricos gritos, euforias de, pasajeras, risas descontroladas; pasiones sentimentales o salvaje sexo en estado animal, sino más bien una manera de comportarse en paz consigo misma y, absolutamente balanceada con ella y con los demás. Eso implicaba, en la medida de lo posible, responsabilizarse por, cada una, de sus acciones en la vida. De ser ella, por sí misma, aunque fuera como fuera: Un poco loca, soñadora e inestable emocionalmente. Necesitaba encontrar su destino y ser ella quien decidiera, la dirección, de cada uno de sus pasos, sin que nadie, absolutamente nadie, influyera o se inmiscuyera en las decisiones de sus actos.

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Ese era su objetivo y lo habría alcanzado fácilmente, si es que no fuera porque el miedo, irreversiblemente, la carcomía por dentro. Debo señalar que la ruptura del noviazgo con Otaku fue una estocada a traición en sus intenciones de alcanzar esos pequeños momentos que la hacían feliz. Se hizo frecuente, que pasara noches sin dormir, sabiendo que no podía hablar r a su ex novio. Habían roto para siempre y eso la dejó, sin ganas de nada, encerrada, para siempre, entre las cuatro paredes de la incertidumbre. Muchos podrán pensar que es fue la razón de la su sobredosis, pero es necesario que se sepa que ella tenía, para todo efecto, un plan B. El segundo requisito o letra B, era permitirse estar triste, profundamente, decaída. Aceptar, sin protestar, cada uno de sus momentos de solitario abatimiento e introspectiva. Daba lo mismo si debía emborracharse o drogarse si fuera necesario para permanecer, todo el tiempo que deseara, sumida en la melancolía. De ese modo, Intentaba mitigar el dolor para sobrevivir a la pena de su quiebre sentimental con Otaku. Calmada, relajada y, quietamente, llorando, sin cuestionar que lo extrañaba se acercó a sus amigas pues necesitaba a alguien con quien comentar sus miedos, tristezas o decirles, simplemente que estaba muy abatida o que la vida carecía de sentido. Allí fue cuando Fresa, por primera vez, descubrió un corazón transparente. Quedó impresionada de lo sencillo y natural que es el ser humano cuando tiene buenos deseos y, desinteresada, generosidad en su interior. Volviendo a la naturaleza de la Vale, nos falta el tercer modo de su “Algo” ése era, un estado muy especial, una manera de sentir que ella llamaba el camino del medio, letra C o “Paranoia Blues” y consistía en no aceptar ninguno de los dos anteriores modos de ver el mundo. Ni el A ni el B. Si no que vivir, plenamente, en la desesperación y descontrol, por la imposibilidad de no poder estar, establemente, en ninguno de los otros dos estados de ánimo. Vivir, alegre y pacíficamente, en el caos como los grandes artistas atormentados. Sentirse viva en la demencia de sus acciones. Para ella, la idea de, la especie de bipolaridad de la Paranoia Blue era sentirse profundamente triste por estar feliz o alegrarse, infinitamente, por sus estados de tristeza. Allí había un reto que nunca fue justamente valorado: Amar lo doloroso de la imperfección. Aceptarse a sí misma y a todos los seres humanos, pero con el compromiso, ineludible, de transformar todo lo que odiamos de nosotros mismos en una sonrisa que llenara el alma de quienes la vean y se extienda, tanto dentro como fuera de nosotros Aparentemente, esa actitud, podría considerarse una contradicción, pero La Vale, pensaba que ese temerario estado de ánimo era similar a lanzar un boomerang tan fuerte como fuera necesario y, antes que regresara de su vuelo, darle la espalda, sin preocuparse del retorno porque a veces el viento o por otra múltiples situaciones, pueden incidir que no vuelva a tus manos o, también, por otro lado, podría romperle la nuca o como podría ser el caso fallecer por una sobredosis. La Vale, a raíz de sus extraños y confusos cuestionamientos, en un momento dado, se preguntó si: ¿Quizá eso de esperar “Algo” que nos hiciera felices linealmente y permanentemente en el tiempo, sería exclusivamente, intrínseco a “Todos” los seres humanos?

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Duda que el mismísimo tiempo, se encargó de contestar y demostrarle lo contrario. Así fue como concluyó que no podría afirmar ni confirmar a ciencia cierta, si: “Todos” los seres humanos estábamos conscientes de esperar ese mismo “Algo”. Por lo tanto, sea lo que fuere, aceptó que la humanidad buscaba la felicidad, cada uno y cada cual en su propia manera aquello que, a cada uno, los hiciera sentir bien o felices. Ella por su parte ya tenía su forma de hacerlo. Para muchos, ser una buena persona y estar consciente del prójimo le entregaría como premio el cielo, la redención eterna. Para otros seres humanos, convertirse en esa persona que siempre soñaron; algunos, creerán que crecer espiritualmente es el camino, alcanzar el nirvana, el yoga, casarse con la persona amada o también podría ser algo material o simplemente, ninguna de las anteriores. Obtener algún puesto de trabajo, dinero, salud...etc. Las respuestas a la búsqueda de ese “Algo” pueden parecer infinitas y se darían en exacta relación de cuantos seres vivos existan. Lo que sí, para ella, era una verdad absoluta y transversal, es que, de todos los seres humanos, de cada uno y cada cual, dependía hacer un mejor o peor mundo en donde habitar, ya sea se estuviera plenamente consciente de esa verdad o no. Sea cual fuera, su manera de pensar, inevitablemente, tarde o temprano, cada uno, beberá de su propia medicina y conseguirá que su realidad y la de los demás, esté próxima al infierno o cercana al paraíso. Según creía La Vale, cuando estaba en su modo B, (el de suma tristeza) lo más simple que pensaba era que, la raíz de los males eran las injusticias. Sean éstas de todo tipo, sociales, políticas, económicas, raciales...etc... Ella misma, a causa de sencillos y humildes logros, había creído estar, en muchas ocasiones, a punto de lograr pequeños, egoístas y mezquinos objetivos: Llegar a ser la mujer adulta que siempre deseó: Famosa, millonaria y por fin, alcanzar ese pleno éxito en la vida que nos ha vendido el sistema neo-capitalista, pero, afortunadamente, hasta el momento en que falleció, siempre había quedado a medio camino. Para ella, esas derrotas materialistas que, en un comienzo, ciertamente, la deprimieron profundamente, hasta rasgarle, como sables hirientes, el alma con cada una de sus lágrimas derramadas; posteriormente se habían transformado en, poderosas, victorias que la habían hecho crecer y transformarla, espiritualmente, en la hermosa mujer que fue y que siempre será. (Continuará) Final del fragmento E.Book ¿Te ha gustado el fragmento de Paranoia Blues? (Deliberadamente se han omitido algunos párrafos en el texto) Compra en 1.click el libro completo

Paranoia Blues (1999) Novela escrita por: 12


Edgardo Ovando

ISBN: C.CH.8000.BdG-12-2100-112

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