Nazis Hibernados (1991) Novela escrita por: Edgardo Ovando

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Nazis Hibernados

Novela escrita por: Edgardo Ovando Copyright © Edgardo Ovando de 1991 Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en otro sistema o transmitida de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro. (A excepción de breves pasajes para propósitos de revisión) sin la previa autorización del autor. El permiso para fotocopiar la totalidad del libro debe solicitarse, al derecho de autor chileno. Este e-book contiene escenas sexualmente explícitas y lenguaje para adultos que puede ser considerado ofensivos o violento para algunos lectores. Por favor, guarde sus archivos con sabiduría, donde no puedan ser accedidos por los lectores menores de edad. Nazis Hibernados / Edgardo Ovando.


N a z i s _ I v e r n a d os PRIMERA PARTE

Prólogo A Nadine la conocí, sin lugar a dudas, con una mayor profundidad, en el bohemio barrio latino de París. Específicamente en el “Café del Detective”. Un pequeño café, frente al Sena, atendido por su dueño: Un dominicano que tenía las partes visibles de sus manos y parte de su rostro quemadas. En cada una de las ocasiones en que pasábamos a visitarlo, para bebernos un café, siempre lo acompañaba una chef de nacionalidad italiana al interior de la cocina. La especial característica, aparte de las buenas variedades de café, del local es que tenía por paredes, estanterías repletas de novelas policíacas, las cuales podíamos coger, libremente, para leerlos, ad libitum, durante nuestra estadía. Fue, precisamente, ese Café, el lugar que nos cobijó y nos permitió discrepar porque, en parte, en eso radicaba el encanto nuestra relación: Discutir. Cada vez que nos enfrentábamos a la resolución de algún acertijo policíaco, nos enfrascábamos en una profunda discrepancia, por cuál sería el siguiente paso a seguir. Lo normal era que cada cual optaba por una acción diferente. Incluso nos encantaba, apasionadamente, llegar a esa excitante zona del conocimiento personal en que los caminos se bifurcaban y que, básicamente, radicaba, simplemente en, un distinto modus operandis y que, placenteramente, para nos nosotros: Nos dividía. Si bien es cierto, encontrar algunas similitudes que es lo que busca la democracia- decía Nadine - y toda esa "paja" de la política de los consensos, por ejemplo, podría resultar interesante y hasta, por momentos, podría entusiasmarme, pero a la larga resulta que debes callar, y no tienes más remedio que silenciar tu verdadero pensamiento en pos de la armonía mayoritaria. “No se puede continuar con la discusión, porque existe un límite en el debate por temor a ofender o decir lo que realmente sientes en pos de mayoría. Así que la convergencia, finalmente solo es en un aspecto aparente y la verdadera discrepancias es acallada" decía Nadine, apasionadamente, para terminar reflexionando, con algo de rabia: " Quizá de allí que cada vez menos gente se acerque a las mesas de votación, porque en pos de su cómoda comunidad burguesa, los "políticos" re huyen la búsqueda de las diferencias, ignorando que éstas, resultan aún más atractivas y espectaculares para entender la profundidad del ser humano. Sólo les interesa hacer su propio negocio. Es un despotismo ilustrado: Por el pueblo, pero sin el pueblo". En ese sentido, yo también estaba de acuerdo con Nadine que: La exploración de nuestras diferencias y secretos por causa de nuestras personalidades resultaba clave para encontrar lo más valioso de cada ser. También es cierto que las similitudes y los consensos políticos de hecho, ofrecen un relativo confort y tranquilidad social, pero no son más que una ilusión temporal: Es una de alienación, porque, realmente, en la diversidad, está la fuente de inspiración para una mayor exploración de las, distintas, visiones y posiciones, con respecto a la vida, del ser en sociedad.


Por eso, me encantaba pasar tiempos con ella. A pesar de su corta edad, recién en sus veinte años, Nadine me cautivó, no sólo con su discurso desinhibido acerca de las diversidades, sino que también, me impresionó por la delicadeza de sus facciones físicas, la palidez etérea de su rostro y su profunda intelectualidad. A la vez que, cada vez más, me sorprendía con sus actos y ácidos comentarios hacia los regímenes políticos y sociales. Está demás decirles que comenzó a cautivarme, haciéndome creer, lisa y llanamente que me estaba enamorando. Adoraba su sonrisa que iluminaba mis días. Sus tentadores labios, absolutamente, carentes de labial, y sobre todo sus obscuros verdes ojos (tendiendo a cafés claros) que para mí, delataban la presencia de miles de secretos ocultos, muy bien escondidos, en las profundidades, sinuosas, de su alma. Secretos que a toda costa, deseaba descubrir y hacerlos míos. Lamentablemente, tenía un noviecillo, un francesito, tan pequeño y frágil como ella. Sin embargo, yo sabía, por una profunda corazonada que, prefería estar conmigo, más aún podría asegurarlo porque, la sentía profundamente, disfrutar y discutir, sólo conmigo de: temas, tales como, la literatura policíaca o alguna loca teoría conspiracional a nivel mundial o, simplemente, pasar tardes enteras caminando por las orillas del Sena después de días de intensas lluvias. Está demás decir que un primer momento, creí que su actitud era sólo de tolerancia y aceptación hacia: mi presencia física, diferencia social, económica, edad y mis gustos estéticos y artísticos que, obviamente, evocaron mi admiración por ella; sin embargo, con el transcurrir del tiempo, a pesar de su noviecito francés, debo reconocer que la atracción existía. Hasta antes de ella, nunca pensé que una chica que se considerara tan libre, en todos los sentidos de la palabra, pudiera interesarse en mantener una relación de amistad, con un treintón, obeso, con calvicie prematura y carente de ambiciones en la vida. Aunque, si bien es cierto, desde que la frecuento, debo adaptarme, poco a poco a su ritmo veloz e intenso de vivir la vida y, he debido, acrecentar mi nivel de tolerancia a las nuevas realidades que van surgiendo. En última instancia y trazando raya para la suma, toda la fresca diversión que estoy viviendo, si se puede decir así, irónicamente: Es el sacrificio que debo pagar. Afortunadamente, como les decía, su atracción hacia mí, no es algo azaroso o que estuviera inventando, para crearme falsas expectativas: En verdad, según yo, la química entre nosotros existía, pero sabiendo que ella ama resolver enigmas, lo más probable es que, nuestra relación, la tenga archi resuelta. Ahora, no sé si se debe considerar eso una virtud o un defecto. Lo cierto es que Nadine siempre descubre todo, sin que nadie le diga una palabra, por lo tanto, seguramente ya debe conocer de mis sentimientos y también los suyos. “Lo hermoso de todo esto”, decía Nadine sonriendo mientras me susurraba al oído su secreto “es que ni siquiera me esfuerzo por encontrar las pistas. Es el error de los seres humanos, su infinita estupidez, la que me ofrece las respuestas y, son ellos mismos quienes me entrega la resolución al acertijo sin que yo siquiera mueva un dedo” En cierta ocasión, un conocido pintor de la Plaza de Saint Michael que podría llamar amigo, (dado que lo conocía hace muchos años), el cual por cien francos, pintaba, verdaderas, obra de arte al óleo. Vio que mientras lo escuchaba hablar de sus aventuras en su Cuba natal y por ahora, del auto exilio de su tierra caribeña. Sin darme cuenta, estaba tan abstraído escuchándolo: Tomé sus pinceles y comencé a dibujar trazos en una tela el rostro de Nadine: Su delicado cabello rubio, sus delicados


ojos verdes tras sus gafas ópticas que se esforzaba por ocultar y que inevitablemente, debía dar a conocer al momento de leer. Al advertirlo, el pintor me miró, sorprendido en un primer momento y con inmensa nostalgia, después de explicarle quién era y cuál era su nombre y que ella también era oriunda del extremo austral de Chile: Punta Arenas, el lejano origen de nuestro país, no trepidó ni un instante en proponerme algo. Tráela chico- me dijo al oído el cubano, sonriendo emocionado y con su ya intrínseco aliento a alcohol - Tráela y les haré un retrato inolvidable, eso sí, no olvides una botella de ron...ron del bueno. Así fue, una, bastante, fría tarde de primavera, después de intensas lluvias, nos presentamos en la plaza. Él fue muy hábil para eliminar a Erin su novio adolescente y otro amigo intrascendente que se habían sumado en el camino. Los eliminó de la siguiente manera: En un comienzo nos habíamos ubicado posando para la pintura en donde hubo cuatro personas: Primeramente, en esa ubicación, estaba yo, (el burro por delante) tirado en el suelo junto a otro tipo que, sepa Dios de dónde salió y de pie atrás mío Nadine y su pequeño novio Erin. El pintor cubano, se encargó de enviar, rápidamente, a diferentes lados a los dos chicos, dejándonos a nosotros dos: “Tú anda a tal calle que me faltan diluyentes impermeabilizantes de óleos, y tú a comprarme una botella de vino rojo en tal dirección: Vamos muévanse rápido”. En ese momento, mientras nos reubicamos los dos, supuestamente a espera del resto de los integrantes del retrato, comenzó, plañideramente a contarnos, cuánto se agradecía que algún latino aportara con su presencia, cultura y música en esas tierras distantes. A su vez, mientras vaciaba un vaso, explicaba cómo el ron lo ayudaba a despertar, atenuar y liberar la nostalgia reprimida de los exiliados y auto exiliados. Yo no le creía todo lo que decía porque conocía lo rápido que llevaba las chicas a la cama y obviamente, temía que deseara seducir a Nadine. Esa era mi gran ventaja: Conocía una faceta de su vida que se encargaba de ocultar y esa es que: Cuando yo tenía diez años, acompañé a mi madre en un viaje en carguero a Cuba. Ella lo hacía porque su conviviente, un obeso, calvo y no vidente amante necesitaba el calor y no podía permanecer en Punta Arenas. El viaje en el buque carguero, aparte de ser inmensamente más económico, duraba aproximadamente veinte días, dependiendo de las condiciones climáticas. Pues bien, en ese mismo viaje carguero se había embarcado la delegación cubana que participó en competencias deportivas y entre ellos con su buzo deportivo azul estaba el mismo cubano que ahora pintaba en la plaza. Los días eran largos, y mientras el conviviente de mi madre pasaba sentado sobre su baúl cuidando sus pertenencias, y nosotros como niños, (éramos dos en el barco), nos dedicábamos a buscar alguna forma de diversión. Fue allí que, este mismísimo tenista juvenil cubano, se besaba con otra chica. Nosotros les tirábamos, lo que estuviese al alcance de nuestras manos, sólo con el afán de molestar. Para divertirnos. Por eso les digo que, no sólo por esa historia de mi infancia, este caribeño es de temer y debo cuidar a Nadine. Pues bien mientras preparaba los pinceles y miraba a los ojos a Nadine, una vez más, comenzó a contar su historia: “Yo fui un deportista de elite, allá en mi país. Salí de, muy pequeño, de mi pueblo campesino para ser parte del grupo olímpico de tenis. Ellos me dijeron que sería la nueva estrella del deporte cubano. El nuevo John McEnroe revolucionario. Me ilusionaron en un principio. Pero la verdad, es que siempre hubo mentiras. Sin lugar a dudas fue lo que más me molestó y es que, por orden del partido, debía, deliberadamente, dejarme perder. ¿No te sorprende que nunca ha habido tenistas de renombre en Cuba? La respuesta, es muy simple, es uno de los deportes en donde tienes


que sí o sí dejarte perder cuando lo ordene la dirigencia del politburó. Esa fue mi gran desilusión, que arrastré por más de diez años, por eso y, obviamente también, por la falta de libertad es que abandoné, hace un par de años, la delegación en Alemania. Pero, no fue sencillo, hasta el último día que los vi, me buscaron por las buenas y también por las malas para que regresara a la isla. Previa firma y declaración pública de arrepentimiento y mentir que sólo era un mal entendido. Lo más probable es que si sobrevivía, terminaría muerto o en una celda de por vida, sin pasar por un juicio justo. Lo último que hicieron los hijos de puta, en una medida desesperada, fue traer a una novia que tenía en mi pueblo campesino. Me dijo que había salido de la isla para no volver. Que se había escapado. Me llenó de esperanzas, poder compartir con mi pequeña morena mi futuros días ahora en Europa. Era la situación perfecta. Pero todo no era más que una trampa, paseamos por las calles de Alemania y ella nunca me dijo que, su viaje, nuestro encuentro, los besos y la situación en general, estaba siendo manejada por los servicios secretos. Antes de nuevamente, encontrarnos en el hotel donde se hospedaba, para viajar a otra ciudad, aparecieron los agentes de inteligencia cubanos, sencillitos y al grano: “Si quieres verla con vida ya sabes lo que debes hacer” En ese momento, la dejé y pude escapar, solamente gracias a la visibilidad adquirida en la prensa a causa de mi deserción. En esos momentos, un alemán de pésimo español, se me había acercado ofreciéndome que me ocultaría sólo realizando una labor muy simple. Sin más alternativas, decidí partir a un trabajo en Francia que me había ofrecido con inigualables buenas condiciones económicas, pero debía estar un año completo sin volver a la ciudad. Ese era el único requisito, aparte de no indagar quienes eran mis empleadores. No me pareció mal, por el contrario me vino como anillo al dedo. Debía permanecer solo y aislado. En esos momentos, no teniendo más opciones y como única forma de escapar de mis persecutores: Así lo hice. La paga era muy buena, y sabía que interesados deberían haber muchos. Acepté, sin pensarlo dos veces. Lo único que deseaba era no volver a saber nunca más de las instituciones y de la policía secreta cubana.” En un momento, se quedó en silencio, me dijo con sus ojos llenos de energía y cambiando bruscamente de tema: “Mira quédate sentado con esa botella de vino en tu mano derecha y el vaso en la izquierda y ella quedó atrás. Así lo hicimos. Fue en ese instante cuando posábamos que sentí que, Nadine por su deseo propio, deslizó su delicada mano de muñequita de aparador (como le decía observando sus menudos dedos), muy suavemente, por mi hombro y allí permaneció, en algunos momentos quietamente y en otros acariciándome imperceptiblemente el hombro y parte de mi cabello. Finalmente, el artista, por el pago de cien dólares terminó su obra artística. Inmortalizó en la tela un sentimiento tan hermoso, genuino y puro. Además, se añadió un tercer pequeño personaje que apareció en la escena y se acomodó a nuestros pies: Un gato plomizo y jaspeado blanco que si bien es cierto, parecía descansaba, sin importarle el mundo, jamás cerró completamente, sus ojos y siempre estuvo pendiente de los movimientos del pintor. La sesión de pintura se debió haber extendido por una hora o más, mientras tanto, el cubano con su acento extrovertido nos fue contando, seguramente, por los efectos alcohólicos de la botella de ron, a pito de nada, cómo estuvo involucrado, en la destrucción de uno de los proyectos más ambiciosos de los nazis para generar un nuevo orden de vida y que consistía en hibernar a científicos, altamente


calificados, del tercer Reich y con un alto coeficiente intelectual los cuales serían despertados en el futuro año 2020. “Claro eso yo no lo sabía- dijo mientras bebía de la botella de ron y nos pintaba mientras posábamos. -Yo, como le decía, sólo buscaba escapar. “Necesitaba el trabajo, para mandar dinero a mi familia en la isla. Escapar del régimen de Fidel, desertando de un grupo de deportistas que competíamos en Europa no fue algo sencillo; quizá eso le llamó la atención a quien me contrató. Salió mi foto en todos los periódicos. Bueno, volviendo a lo que hacía en la montaña. Mi trabajo era bastante sencillo: Debía ir a una abandonada y desolada, fábrica de pertrechos militares, en medio de las nevadas montañas del norte y, a pocos kilómetros, de la frontera con Alemania. Sólo se podía llegar por helicóptero. El cual una vez por mes nos dejaba caer, desde las alturas, cartas, libros, periódicos, depósitos de dinero a familiares, víveres y medicinas, para sobrevivir durante los próximos treinta días. Como guardia, hacía un turno de doce horas, sin descanso, de lunes a domingo. Revisaba que los refrigeradores se mantuvieran encendidos y en donde cada una de los “sarcófagos” como le llamábamos, cada uno con un código de seis números que tiempo después me enteré era la fecha de nacimiento de cada uno, se mantuviera a una determinada temperatura. Lo mejor de todo es que a fin de año, junto a un dominicano que cubría el otro turno, nos darían un bono tan enjundioso, como para no trabajar nunca más en la vida. Realmente soñado. Dormíamos, obviamente, ahí mismo, en una barraca y cada vez que iniciábamos y terminábamos turno debíamos llamar por una radio, reportándonos que no habían novedades. Además debía recorrer las instalaciones a la llegada y llamar al término de mi jornada al mismo tipo que me contrató. El resto del día, permanecía, en la caseta de entrada fuertemente armado. Pero nadie llegó ni llegaría pues nevaba y nevaba día tras día obstaculizando las rutas de acceso. Salíamos a palear, para que al día siguiente la nieve, pese al esfuerzo realizado, estuviera más alta que el día anterior. Mi función era que no debía permitir que nadie entrara y si alguien, llegara a hacerlo, debía hacer estallar una mecha, especialmente preparada para eso. La condición fundamental para nosotros y para cualquiera, pues era material ultra secreto, era no sacar material de ningún tipo: Grabaciones, video, fotos. Ningún registro audiovisual.” “Voy a saltarme, nos dijo el cubano, el tema de que casi uno se vuelve loco, sin hablar con nadie, más aún para un caribeño, pero estaba preparado mentalmente, supongo, por mi condición de deportista y competir con la adversidad. La cosa es que cerca de cumplir el fin de nuestro contrato en negro, descubrí que el dominicano, tenía tambores de rollos fotográficos en su casillero. Eran más de treinta rollos de 36 fotos cada uno. Cuando él se dio cuenta que lo descubrí y que lo había denunciado al alemán que nos contrató. Intentó matarme. Peleamos por los tamborcitos con los rollos de fotografías. Al no conseguirlas, como me indicaba el protocolo. No me quedó más remedio que prender la mecha y hacer volar la planta. Estallaron las instalaciones. Incluso sobre mi cabeza pasó una grúa oruga para palear nieve. Y eso que yo había huido a toda velocidad, azotando la nieve contra mis piernas a unos doscientos metros. Así es como se debía actuar según se leía en el protocolo de emergencia. Allí me esperaba una moto de nieve con la cual bajé al pueblo más cercano. Podríamos haber sido si no ricos, haber tenido mucho dinero, pero ese imbécil ambicioso, dominicano, con su acción, lo estropeó todo. La prensa nunca dio a conocerlo lo ocurrido, pero yo


me enteré por un exiliado de Cuba que allí, en las instalaciones voladas, existían, algo así como experimentos con humanos y como les había comentado, en un principio, existían cámaras criogénicas, todas partes de un plan, llamado: Walkyria 3. Todas especialmente diseñadas para albergar cuerpos de: Nazis Hibernados” Sí, sabíamos de ese proyecto- Walkyria- se apresuró a agregar Nadine- Alex, el dominicano, del Café del Detective, ubicado frente al Sena, nos habló de aquello ¿Alex?- preguntó dubitativo Byron - ¿El dominicano, un sujeto que tiene partes del cuerpo quemadas? Sí, él mismo, es nuestro amigo- replicó Nadine entusiasmada- Le encantará que le muestre mañana esta pintura- ¡Le va a encantar! “Sí, también lo creo así”- agrego Byron, con una sombra de duda en su rostro- Tamaña sorpresa que se llevará. Una vez terminada la sesión de pintura nos fuimos caminando al atelier del cubano debido a una insistente invitación del pintor, según él, para terminar las botellas restantes. Una vez dentro de su pequeño departamento. Hacía un frío inmenso, pues la calefacción estaba en regular estado. El cubano nos extendió unas frazadas, se sacó los pantalones manchados con pintura quedando en una segunda capa de pantalones y se tiró a dormir la borrachera. Su cubana música del equipo toca cassette, sonaba moderadamente. Después de una copa de ron, Nadine se acercó lo tambaleante como para decirme al oído. "¿Cachaste la historia de los nazis? Yo te decía que eso era cierto”. Asentí con la cabeza, mientras se deslizó una fría gota de sudor enfilando por mi espina dorsal. Acto seguido, nos acomodamos para dormir,


CAPITULO PRIMERO Al día siguiente

Al llegar al día siguiente, con la pintura, en mis manos, pues Nadine permaneció durmiendo en el atelier del cubano, encontré a la chef italiana, que desesperada en la calle, hablaba con un médico de la ambulancia. El frío calaba los huesos. Presumí lo peor. Algo grave había pasado. “La puerta del Café estaba abierta, dijo Giovanna, cuando entré fui golpeada en la cara con una ráfaga de aire frío que llegó desde el refrigerador. Al ir a ver qué pasaba encontré a Alex, tumbado dentro de la cámara con las rodillas dobladas. Sin vida. En posición fetal” Normalmente, al llegar, la sensación que recibía cualquier cliente: Era de calidez. Alex se encargaba, durante las primeras horas de la madrugada, de recambiar las bolsas con los diferentes sabores de café, para luego encender las máquinas, pero ahora fue diferente, decía entre sollozos, Giovanna. . .No había ese aroma. Todo era frío. Eso que decía era cierto, por lo general, los clientes inhalábamos los aromas a café recién hecho, es la especialidad del Café del Detective. Por ejemplo: A la hora que me presenté, aproximadamente, a las 10, 30 de la mañana, ya está saliendo una segunda tanda de baguettes y croissant, recién horneados ¿Qué le pasó?- preguntó el para médico- ¿Por qué eligió dormirse dentro de la cámara frigorífica y colapsar por hipotermia? Giovanna continuó: “No lo sé. No sé por qué lo hizo. No tenía enemigos. -

¿Qué hizo usted entonces?

“Al verlo tendido, me arrodillé junto a él, tratando de recordar los pasos para realizar una resucitación cardiopulmonar. Desesperadamente, buscaba al mismo tiempo, el teléfono para llamar a la policía. De hecho. No lo encontré a mano porque Alex, vive en el altillo del café, y se lleva el, maldito teléfono de la tienda. Es inalámbrico, ¿me entiende? Podría haber dejado el teléfono en cualquier lugar, pero siempre lo llevaba consigo. Mi teléfono móvil no tiene buena señal y se pierde con frecuencia. Subí al segundo piso. Efectivamente, allí lo había dejado, en la mesita junto a su cama. Además encontré una taza de café y una botella ron, también vi las pastillas que usaba para dormir. El frasco estaba vacío. Marqué la policía para indicar la situación y, cuando corté, rápidamente llamé a emergencias”. Dijo temblando la italiana, con un cigarro en sus labios. Quedé impactada, mirando el frasco de pastillas vacíos. Por un momento no sabía qué hacer. Hasta que me respondieron preguntando del 911 ¿Cuál es su emergencia?"


"Mi nombre es Giovanna Vanelli " les dijo, tratando de calmarse: "Necesito una ambulancia. Al Café del Detective Rue le Monde, 1981, frente al Sena. ¿Qué ha pasado?, preguntaron y les expliqué que el dueño del café, entró a la cámara frigorífica y se desplomó, seguramente, por la gran cantidad de pastillas para dormir que había ingerido. Pensé que estaba inconsciente. Le paseé la mano por la nariz y la boca y no sentí nada. Luego saqué un espejo del bolso para confirmar y no se ha empañado. Él no está respirando. ¡Por favor dense prisa!” Después les reiteró su nombre y dirección, le dijeron que la ambulancia iba en camino. La chef italiana comenzó a temblar; se sentía como si fuera a desmayarse, pero sabía que era la única persona que Alex tenía en Francia. La única que podría ayudarlo. En ese momento, al terminar su declaración, dos paramédicos acomodaron el cadáver en la camilla. "¿Respira?", Preguntó inútilmente Giovanna, sabiendo la respuesta. Los para médicos sin palabras sólo movieron negativamente la cabeza. Giovanna estaba muy asustada, mientras miraba cómo los paramédicos levantaron a Alex en la camilla. Ella también lucía frágil y sin vida. Señorita Vanelli, esto es una emergencia. Es necesario que me diga todo lo que recuerde, cada detalle es importante - insistió el mismo para médico- ¿No realizó alguna maniobra de primeros auxilios? "¿Qué demonios se suponía que debía hacer? Me rebané los sesos, buscando mi memoria. ¿Qué hacer frente a esa situación? Ponerlo en la espalda, abrir la vía aérea. Su piel estaba fría. Congelada. ¿Dos respiraciones rápidas? ¿Tres?

(Continuará) Final del fragmento E.Book ¿Te ha gustado el fragmento de la novela Nazis Hibernados? Compra en 1.click novela Nazis Hibernados (1991) Novela escrita por: Edgardo Ovando


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