Étienne Balibar Sobre la dictadura del proletariado Louis Althusser y Étienne Balibar Para leer El Capital Alain Brossat En los orígenes de la revolución permanente El pensamiento político del joven Trotski Razmig Keucheyan Hemisferio izquierda Un mapa de los nuevos pensamientos críticos Alfred Schmidt El concepto de naturaleza en Marx
En 1975, en mitad del periodo más intensamente político de su obra y de su vida, Louis Althusser decide escribir, con afán divulgativo, un manual de filosofía: Introducción a la filosofía para no filósofos. Esta obra es el resultado que, lejos de ser una mera exposición al uso, constituye en realidad una genuina síntesis de las tesis fundamentales de su propio pensamiento. De la mano de Althusser, los no filósofos nos adentramos en el complejo mundo de la filosofía de una manera accesible e iluminadora. Althusser aborda aquí cuestiones tales como la ideología, la ciencia y la religión, así como el concepto de praxis, central en su pensamiento, que es desarrollado en estas páginas nítidamente como en ningún otro lugar. Destilación de toda su obra, deslumbrante instantánea de una de las filosofías más influyentes de la segunda mitad del siglo xx y brillante presentación de sus principales categorías, la presente Introducción alberga también un manifiesto para el futuro, como atestigua, con su candente relevancia, el vigor de los herederos intelectuales de Althusser, desde Jacques Rancière hasta Alain Badiou, pasando por Slavoj Žižek y Étienne Balibar.
Perry Anderson Consideraciones sobre el marxismo occidental Gareth Stedman Jones Lenguajes de clase Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa (1832-1982) Karl Marx Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1857-1858 (Grundrisse) (3 vols.) Immanuel Wallerstein El capitalismo histórico
ISBN 978-84-323-1803-0
9 788432 318030 www.sigloxxıeditores.com
Este libro ha sido impreso en papel ecológico, cuya materia prima proviene de una gestión forestal sostenible.
Louis Althusser
Otros títulos publicados por Siglo XXI de España
Iniciación a la filosofía para los no filósofos
Louis Althusser
Iniciación a la filosofía para los no filósofos
Louis Althusser (1918-1990), filósofo marxista, estudió y posteriormente enseñó en la École Normale Supérieure de París. Fue uno de los principales referentes académicos del Partido Comunista Francés, y su pensamiento se articula como una respuesta a múltiples interpretaciones del marxismo, entre ellas el empirismo y el humanismo. De entre su vasta y fundamental obra teórica, hay que destacar Marx dentro de sus límites (2003), Maquiavelo y nosotros (2004), La soledad de Maquiavelo. Marx, Maquiavelo, Spinoza, Lenin (2008) y Sobre la reproducción (2015).
Louis Althusser (1918-1990), filósofo marxista, estudió y posteriormente enseñó en la École Normale Supérieure de París. Fue uno de los principales referentes académicos del Partido Comunista Francés, y su pensamiento se articula como una respuesta a múltiples interpretaciones del marxismo, entre ellas el empirismo y el humanismo. De entre su vasta y fundamental obra teórica, hay que destacar Marx dentro de sus límites (2003), Maquiavelo y nosotros (2004), La soledad de Maquiavelo. Marx, Maquiavelo, Spinoza, Lenin (2008) y Sobre la reproducción (2015).
índice
Prefacio, por Guillaume Sibertin-Blanc...................................... 9 Nota de edición, por G. M. Goshgarian....................................... 27
iniciación a la filosofía para los no filósofos I. ¿Qué dicen los «no filósofos»?................................ 33 II. Filosofía y religión.................................................... 43
El Gran Rodeo III. La abstracción............................................................. 73
La abstracción técnica y la abstracción IV. científica....................................................................... 85
La abstracción filosófica.......................................... 95 V. El mito del estado de naturaleza............................. 101 VI. ¿Qué es la práctica?.................................................... 109 VII. VIII. La práctica de la producción.................................... 119 La práctica científica y el idealismo........................ 127 IX. La práctica científica y el materialismo................. 137 X.
XI. La práctica ideológica............................................... 149 Los aparatos ideológicos del Estado...................... 157 XII. XIII. La práctica política.................................................... 177 XIV. La práctica psicoanalítica......................................... 193 La práctica artística................................................... 205 XV. XVI. La práctica filosófica................................................. 211 XVII. Ideología dominante y filosofía.............................. 221 XVIII. El laboratorio teórico de la filosofía................... 227 XIX. Ideología y filosofía.................................................. 237 Filosofía y ciencia de la lucha de clases................ 241 XX. XXI. Una nueva práctica de la filosofía........................... 249 XXII. La dialéctica, ¿leyes o tesis?..................................... 253 Bibliografía................................................................................... 259
I. ¿Qué dicen los «no filósofos»?1
Este librito está dirigido a todos los lectores que se consideran, con o sin razón, «no filósofos» y que, sin embargo, quieren hacerse una idea de la filosofía. ¿Qué dicen los no filósofos? El obrero, el campesino, el empleado: «Nosotros nos sabemos nada de filosofía. Eso no es para nosotros, es para los intelectuales especializados. Es demasiado difícil. Y nadie nos habló nunca de eso: dejamos el colegio antes de estudiarla». El cuadro, el funcionario, el médico, etc.: «Sí, nosotros tuvimos nuestras clases de filosofía. Pero era un tema demasiado abstracto. El profesor conocía su materia, pero era oscuro. No hemos retenido nada. Y, además, ¿para qué puede servir la filosofía?». Otro: «¿Perdón? La filosofía me ha interesado mucho. Debo decir que teníamos un profesor apasionante. Con él, se aprendía filosofía. Pero después, tuve que ganarme el pan. Y, ¿qué quieres? El día tiene solo 24 horas: perdí contacto. Es una pena». Y si uno les pregunta a todos: «Pero, entonces, ya que ninguno de ustedes se considera filósofo, ¿quiénes son las personas que, en su opinión, merecen el título de filósofos?». Todos responderán al unísono: «¡Los profesores de filosofía!». Lo cual es verdad: aparte de las personas que, por razones personales, es decir, porque les da placer o porque les parece útil, continúan leyendo autores filosóficos, «filosofando», los únicos que merecen el nombre de filósofos son, evidentemente, los profesores de filosofía. Ese hecho plantea naturalmente una primera pregunta o, mejor dicho, dos.
1 Los dos capítulos siguientes son muy semejantes al primer capítulo de un texto que Althusser redactó en 1969, que nunca se publicó mientras estuvo vivo: «La reproducción de las relaciones de producción» (Althusser, 2011).
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1. En efecto, ¿es verdaderamente casual que la filosofía esté vinculada hasta ese punto con su enseñanza y con quienes la enseñan? Habrá que creer que no, pues ese matrimonio entre la filosofía y la enseñanza no se remonta a nuestras clases de filosofía, no es un fenómeno reciente: desde los orígenes de la filosofía, Platón enseñaba filosofía, Aristóteles enseñaba filosofía… Y ese matrimonio entre filosofía y enseñanza no es efecto del azar, expresa una necesidad oculta. Y nosotros vamos a tratar de descubrirla. 2. Vayamos más lejos. Como, aparentemente, la filosofía no sirve para gran cosa en la vida práctica, como no produce ni conocimientos ni aplicaciones, uno bien puede preguntarse: pero ¿para qué sirve la filosofía? Y hasta podríamos hacernos esta extraña pregunta: por casualidad, ¿la filosofía serviría solamente para su propia enseñanza y nada más? Y si sirve solamente para su propia enseñanza, ¿qué puede significar esto? Trataremos de responder también a esta difícil pregunta. Ya habrá visto el lector cómo pasan las cosas en filosofía. Basta reflexionar sobre el menor de sus aspectos (en este caso, el hecho de que los filósofos son casi todos profesores de filosofía), para que surjan, sin darnos tiempo ni de respirar, preguntas inesperadas y sorprendentes. Y estas preguntas son de tal condición que nos vemos obligados a planteárnoslas, pero sin tener los medios para responderlas: para responderlas, tenemos que hacer un rodeo muy largo. Y ese rodeo no es otra cosa que la filosofía misma. Por lo tanto, pido paciencia al lector. La paciencia es una virtud filosófica. Sin esa paciencia, no es posible hacerse una idea de la filosofía. Para avanzar, echemos una ojeada discreta a esas personas: los profesores de filosofía. Tienen marido o esposa, como usted y como yo, e hijos, si han querido tenerlos. Comen y duermen, sufren y mueren, de la manera más común del mundo. Pueden ser amantes de la música y el deporte y hacer o no política. Pues bien, nada de eso los hace filósofos. Lo que los hace filósofos es que viven en un mundo aparte, en un mundo cerrado, constituido por las grandes obras de la historia de la filosofía. Ese mundo, aparentemente, no tiene un afuera. Ellos viven con Platón, con Descartes, con Kant, con Hegel, con Husserl, con Heidegger, etc. Y, ¿qué hacen? Hablo de los mejores, por supuesto. Leen y releen las obras de los grandes autores y las 34
releen indefinidamente, comparándolas entre sí, distinguiéndolas entre sí de un extremo a otro de la historia para comprenderlas mejor. ¡No deja de ser asombrosa esa relectura perpetua! Nunca un profesor de matemáticas ni de física, por ejemplo, releerá perpetuamente un tratado de matemáticas o uno de física, jamás los rumian del mismo modo. Dan los conocimientos, los explican o los demuestran y punto. Es todo, no se vuelve sobre el asunto. En cambio, la práctica misma de la filosofía es justamente volver interminablemente a los textos. El filósofo lo sabe bien y, además, ¡explica por qué! Es que una obra filosófica no entrega todo su sentido, su mensaje, en una sola lectura; está sobrecargada de sentidos, es por naturaleza inagotable y, como materia infinita, siempre tiene algo nuevo que decirle a quien sepa interpretarla. La práctica de la filosofía no es simple lectura, ni siquiera demostración. Es interpretación, interrogación, meditación: quiere hacerles decir a las grandes obras lo que estas quieren decir o pueden querer decir, en la verdad insondable que contienen o, más precisamente, que indican, silenciosamente, llamando la atención hacia ella. Consecuencia: ese mundo sin afuera es un mundo sin historia. Constituido por el conjunto de las grandes obras consagradas por la historia, no tiene, sin embargo, historia. A las pruebas me remito: el filósofo, para interpretar un pasaje de Kant, invocará tanto a Platón como Husserl, como si no hubieran pasado 2.300 años entre los dos primeros y 150 entre el primero y el último, como si poco importaran el antes y el después. Para el filósofo, todas las filosofías son, por así decirlo, contemporáneas. No se responden unas a otras en eco porque, en el fondo, siempre responden a las mismas preguntas que constituyen la filosofía. De ahí la célebre tesis: «la filosofía es eterna». Como podemos ver, para que la relectura perpetua y el trabajo de mediación ininterrumpida sean posibles, hace falta que la filosofía sea a la vez infinita (lo que dice es inagotable) y eterna (toda la filosofía está contenida en germen en cada filosofía). Tal es la base de la práctica de los filósofos, quiero decir de los profesores de filosofía. En estas condiciones, si uno les dice que ellos enseñan filosofía, ¡cuidado! Pues es más que evidente que ellos no enseñan como los demás profesores, que aportan a sus alumnos conocimientos que deben aprender, es decir, resultados científicos (provisionalmente) definitivos. Para el profesor de filosofía, que ha comprendido bien a Platón (Carta VII, 341c-d) y a Kant, la filosofía 35
no se enseña2. Pero entonces, ¿qué hace el profesor de filosofía? Enseña a sus alumnos a filosofar, interpretando ante ellos los grandes textos o los grandes autores de la filosofía, ayudándoles, por ejemplo, a filosofar a su vez, en suma, inspirándoles el deseo de filosofar (la palabra griega philo-sophia podría traducirse más o menos así). Y si se siente lo suficientemente potente, el profesor puede subir un grado más y pasar a la meditación personal, vale decir, al esbozo de una filosofía original. Prueba viviente de que la filosofía, ¿produce qué? Produce filosofía y ninguna otra cosa, y prueba, además, que todo esto pasa en un mundo cerrado. No es de ninguna manera sorprendente que ese mundo de filósofos sea cerrado: como ellos no hacen nada para salir de él y como, por el contrario, penetran cada vez más en la interioridad de las obras, van cavando un gran espacio entre su mundo y el mundo de los hombres, quienes los observan desde lejos como a animales extraños… Aceptemos que sea así, pero el lector dirá que lo que acabamos de describir es una situación límite, una tendencia extremada que, por cierto, existe, pero también es cierto que no siempre las cosas son así. Efectivamente, el lector tiene razón: lo que acabamos de describir es, en una forma relativamente pura, la tendencia idealista, la práctica idealista de la filosofía. Pero se puede filosofar de una manera muy distinta. La prueba está en que históricamente, algunos filósofos, digamos, los materialistas, han filosofado de un modo totalmente diferente y en que los profesores de filosofía también tratan de seguir su ejemplo. Ya no quieren ser parte de un mundo aparte ni de un mundo cerrado en su interioridad. Salen de él para habitar el mundo exterior: quieren que entre el mundo de la filosofía (que existe) y el mundo real, se establezcan intercambios fecundos. Y para ellos esta es, en principio, la función misma de la filosofía: mientras los idealistas consideran que la filosofía es ante todo teórica, los materialistas estiman que la filosofía es ante todo práctica, que proviene del mundo real y produce, sin saberlo, efectos concretos en el mundo real. Obsérvese que, a pesar de su oposición innata a los idealistas, los filósofos materialistas pueden estar, digamos, de acuerdo con sus adversarios en varios puntos. Por ejemplo, en la tesis: «la filosofía no se enseña». Pero no le dan el mismo sentido. La tradición «No se puede enseñar ni aprender ninguna filosofía; solo se puede enseñar y aprender a filosofar» (Kant, 1980a: 1388). 2
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idealista defiende esta tesis elevando la filosofía por encima de los conocimientos e invocando a cada individuo a despertar dentro de sí mismo la inspiración filosófica. La tradición materialista no eleva la filosofía por encima de los conocimientos; llama al ser humano a buscar fuera de sí mismo, en las prácticas, los conocimientos y las luchas sociales –pero sin desestimar las obras filosóficas– lo que le enseñe a filosofar. Es un matiz, pero tiene grandes consecuencias. Tomemos otros ejemplos que el idealismo tiene en la más alta estima: el carácter inagotable de las obras filosóficas que distingue evidentemente a la filosofía de las ciencias. El materialismo está de acuerdo en reconocer ese hecho de que una obra filosófica no puede reducirse a su letra inmediata, digamos a su superficie, pues está sobrecargada de sentido. El materialismo va aún más lejos: reconoce, al igual que el idealismo, que esta sobrecarga de sentido ¡es propia de la naturaleza de la filosofía! Pero como la idea que tiene el materialista de la filosofía es muy distinta de la de los idealistas, para él esa sobrecarga de sentido de la obra filosófica no expresa el carácter infinito de la interpretación, sino la extremada complejidad de la función filosófica. En su perspectiva, si una obra filosófica está sobrecargada de sentido, es porque, para existir como filosofía, debe unificar una gran cantidad de significaciones. Es un matiz, pero que tiene grandes consecuencias. Tomemos finalmente un último ejemplo: la famosa tesis idealista de que todas las filosofías son como contemporáneas, de que la filosofía es eterna o de que la filosofía no tiene historia. Por paradójico que sea, el materialismo puede dar, con ciertas reservas, su acuerdo. Con ciertas reservas, pues piensa que en la filosofía se produce historia, ocurren acontecimientos, se dan conflictos y revoluciones reales que modifican el paisaje de la filosofía. Pero, excepto por estas reservas, el materialismo dice a su manera que «la filosofía no tiene historia», en la medida en que la historia de la filosofía es la repetición de un mismo conflicto fundamental, el que opone la tendencia materialista a la tendencia idealista en cada filosofía. Es un matiz, pero que tiene grandes consecuencias. De estos ejemplos rápidos retendremos la noción de que, si bien la filosofía es una, existen, en última instancia, dos maneras opuestas de filosofar, dos prácticas contradictorias de la filosofía: la práctica idealista y la práctica materialista de la filosofía. Pero retendremos además la idea de que, paradójicamente, las posiciones 37
idealistas se apoyan en las posiciones materialistas y viceversa. ¿Cómo puede la filosofía ser una y estar librada a dos tendencias contradictorias, la tendencia idealista y la tendencia materialista? ¿Cómo pueden los adversarios filosóficos tener algo en común, puesto que los vemos montarse unos sobre los otros? Una vez más, hacemos preguntas sin poder darles una respuesta inmediata. Hay que pasar por el gran rodeo. Paciencia pues. Paciencia pero, de inmediato, sorpresa. Pues, si existe otra manera de filosofar diferente de la de los profesores idealistas, una práctica de la filosofía que, lejos de retirarlo del mundo, pone al filósofo en el mundo y lo hace hermano de todos los hombres, si existe una práctica de la filosofía que, lejos de aportar la verdad a los hombres desde lo alto, en un lenguaje ininteligible para los trabajadores, sabe callarse y aprender de los hombres, de sus prácticas, de sus sufrimientos y de sus luchas, esa otra forma puede desbaratar la hipótesis de la que hemos partido. En efecto, hemos interrogado a hombres diferentes por su trabajo y por la posición que ocupan en la sociedad. Ellos nos hablaron de los profesores de filosofía. Es normal: la filosofía se enseña en el colegio secundario y en el nivel terciario. En su modestia, o su indiferencia, esas personas identificaban la filosofía con su enseñanza. ¿Qué hacían sino repetir a su manera lo que declaran las Instituciones existentes de nuestras sociedad, vale decir, que la filosofía es propiedad de los profesores de filosofía? Intimidados por ese hecho consumado del orden social, impresionados por la dificultad de la filosofía de los filósofos, no se animaron a tocar un prejuicio filosófico. La división del trabajo manual y el trabajo intelectual y sus consecuencias prácticas, la dominación de la filosofía idealista y su lenguaje para iniciados, los impresionaron y los desalentaron. No se atrevieron a decir: no, la filosofía no es propiedad de los profesores de filosofía. No osaron decir, con los materialistas (como Diderot, Lenin o Gramsci): «todo individuo es un filósofo». Los filósofos idealistas hablan para todo el mundo y en lugar de todo el mundo. ¡Claro! Creen que están en posesión de la verdad sobre todos los asuntos. Los filósofos materialistas, en cambio, son silenciosos. Saben callarse, para escuchar a los otros. No creen estar en posesión de la verdad sobre todos los asuntos. Saben que solo pueden llegar a ser filósofos de a poco, modestamente y que su filosofía les llegará desde fuera: entonces, se callan y escuchan. 38
No hay que ir muy lejos para saber lo que oyen, para constatar que en el pueblo, entre los trabajadores que no han recibido enseñanzas filosóficas ni nunca tuvieron ningún maestro a quien seguir en el arte de filosofar, existe cierta idea de la filosofía, lo bastante precisa para que se la pueda evocar y se pueda hablar de ella. Lo cual quiere decir, como sostienen los materialistas, que «todo individuo es filósofo», aun cuando la filosofía que tenga dentro de su cabeza no sea exactamente –¡se sospecha!– la filosofía de los grandes filósofos y de los profesores. ¿Cuál puede ser esa filosofía natural a todos los seres humanos? Si uno hace esta pregunta a gente que conozca, a personas corrientes, probablemente se hagan rogar un poco por modestia pero terminarán por reconocer: «Sí, yo tengo una especie de filosofía propia». ¿Cómo? Sí, una manera de ver las cosas. Y si uno insiste un poco más, dirán: «En la vida hay cosas que conozco muy bien, por experiencia directa; por ejemplo, mi trabajo, la gente que frecuento, las regiones que recorro o lo que aprendí en el colegio o en los libros. Llamémoslo conocimientos. Pero hay en el mundo muchas cosas que nunca vi y que no conozco. Aunque eso no me impide hacerme cierta idea. En este caso, tengo ideas que rebasan mis conocimientos; por ejemplo, sobre el origen del mundo, sobre la muerte, sobre el sufrimiento, sobre la política, sobre el arte y sobre la religión. Pero hay más: estas ideas me han llegado en desorden, dispersas, desde la derecha y desde la izquierda, separadas unas de otras, no se sostenían juntas. Pero, poco a poco, no sé por qué, se unificaron y hasta me pasó algo curioso: he reagrupado todos mis conocimientos, o casi, bajo estas ideas generales, bajo su unidad. Así fue como me hice una especie de filosofía, una visión del conjunto de las cosas, de las que conozco, como de las que no conozco. Mi filosofía son mis conocimientos unificados bajo mis ideas». Y si uno le preguntara: pero ¿para qué le sirve esta filosofía?, esa persona respondería: «Es simple. Para orientarme en la vida. Es como una brújula, me da un norte. Pero, usted sabe, cada uno se hace su propia filosofía». Esto es lo que diría una persona corriente. Pero un observador agregaría las siguientes reflexiones. Diría que cada uno se hace su propia filosofía, pero que en la experiencia la mayoría de esas filosofías se parecen y no son más que variaciones personales sobre un fondo filosófico común a partir del cual las personas se dividen en sus ideas. 39
Diría que uno puede hacerse un especie de idea del fondo común de esta filosofía natural para todos cuando dice, por ejemplo, refiriéndose a alguien según la manera en que soporte el sufrimiento o las pruebas que lo hieren profundamente, que, a pesar de todo, toma los reveses de la existencia «con filosofía»; o, si la vida le sonríe, que es alguien que sabe no abusar de sus favores. En ese caso, se dice de la persona que mantiene con las cosas, buenas o malas, relaciones medidas, reflexivas, refrenadas y sensatas que es un «filósofo». ¿Qué encontramos en el fondo de esta filosofía? Gramsci lo explicaba muy bien cuando decía: cierta idea de la necesidad de las cosas (que hay que soportar), por lo tanto, cierto saber, esto por un lado; y cierta manera de servirse de ese saber en las desdichas o las felicidades de la vida, es decir, cierta sabiduría, por el otro. Por consiguiente, cierta actitud teórica y cierta actitud práctica reunidas: cierta sabiduría. En esta filosofía espontánea de las personas corrientes encontramos así dos grandes temas que recorren toda la historia de la filosofía de los filósofos: cierta concepción de la necesidad de las cosas, del orden del mundo y cierta concepción de la sabiduría humana frente al curso del mundo. ¿Quién diría que esas ideas no son ya filosóficas? Ahora bien, lo verdaderamente sorprendente en esta concepción es su carácter contradictorio y paradójico. Pues, en el fondo, es una concepción muy activa: supone que el individuo puede hacer muy poco frente a la necesidad de la naturaleza y de la sociedad; supone una profunda reflexión y concentración en uno mismo y un gran dominio de sí en los extremos del dolor o en las facilidades de la felicidad. Pero, en realidad, mientras esta actitud aparentemente activa no sea educada y transformada, por ejemplo, por la lucha política, expresa con la mayor frecuencia la decisión de refugiarse en la pasividad. Si se quiere, es indudablemente una actividad del ser humano, pero que puede ser profundamente pasiva y conformista. Pues, en esta concepción filosófica espontánea no se trata de actuar positivamente en el mundo, como proponen hasta ciertas filosofías idealistas, ni de «transformarlo» como propone Marx, sino de aceptarlo evitando todos sus excesos. Este es uno de los sentidos de la declaración que acabamos de atribuir a una persona corriente: «cada uno se hace su propia filosofía», en soledad («cada uno para sí mismo»). ¿Por qué? Para soportar un mundo que lo aplasta o que puede aplastarlo. Y, si bien se trata de 40
dominar el curso de las cosas, se lo hace más soportándolas con filosofía para salir lo mejor parado posible que tratando de transformarlas. En suma, se trata de acomodarse a una necesidad que sobrepasa las fuerzas de un ser humano y de encontrar el modo de aceptarla, pues uno individualmente no puede hacer nada para cambiarla. Por lo tanto, propone una actividad, pero pasiva; una actividad, pero resignada. Lo que estoy haciendo aquí no es más que resumir el pensamiento sobre esta cuestión del filósofo marxista italiano Gramsci. Y el lector puede ver, mediante este ejemplo, cómo razona un filósofo materialista. No se engaña, no proclama un discurso exaltante, no dice «todos los hombres son revolucionarios», deja que la gente hable y dice las cosas como son. Sí, en las grandes masas populares que aún no fueron despertadas a la lucha e incluslo entre quienes han luchado ya, pero han conocido la derrota, hay un fondo de resignación. Esta resignación es más antigua que la historia misma, que siempre ha sido la historia de sociedades de clases, por tanto, la historia de la explotación y de la opresión. La gente del pueblo, moldeada por esta historia, por más que se rebelara, como las revueltas siempre terminaban en derrota, no podía hacer más que resignarse y aceptar con filosofía la necesidad que soportaban. Aquí aparece pues la religión.
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