Otras Asias

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PREFACIO1

Los docentes universitarios de Humanidades tienden a ser jóvenes arrebatados (Stephen Metcalf) 1

En general la crítica literaria ha venido en el siglo XXI a interesarse más por la globalización. Por razón de mi continuo interés en comprobar la validez de las generalizaciones por medio de la incursión en esferas subalternas, no me satisfacían del todo las visiones culturales generales sobre la posmodernidad. Y ahora me encuentro, por las mismas razones, igualmente incómoda ante las ideas heredadas en materia de cultura y globalización. Llevo de hecho sintiéndome incómoda con esta cuestión desde hace tiempo. Años atrás definí el problema como «electronificación de los mercados de valores»2. En los ensayos de este libro la insatisfacción tiene que ver con el posnacionalismo fácil que se supone que ha surgido con la globalización. La solución que se pondera (no que se propone abiertamente, pues se trata de cosas prácticas y contextuales) es el «regionalismo crítico». En mi ayuda viene el hecho de que la Literatura Comparada fue siempre regionalista incluso en sus primeros atisbos como disciplina. Los capítulos de este libro se escribieron antes de los acontecimientos del 11-S de 2001. Ahora está claro 1 Agradezco a Rosalind Morris y Henry Staten el haber leído el manuscrito y sugerirme cambios. Gracias a Gyan Prakash por leer «Foucault y Najibullah» y sugerir también cambios. Gyan, aquí va una disculpa pública por no devolverte el favor con tu propio manuscrito, pero los tiempos no eran buenos. Hazme llegar el siguiente. 2 «Scattered Speculations on the Question of Value», Diacritics 15, 4 (invierno de 1985), pp. 73-93.

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que el principal teatro de operaciones en la Guerra contra el Terrorismo se sitúa en Asia. Toda Asia, desde el Oriente Próximo al Extremo, se ha convertido en el teatro de la guerra. Empezó en Asia central, con consecuencias inmediatas para el Asia meridional. Ya en enero de 2002 el presidente Bush incluyó a Corea del Norte en el «eje del mal». Poco después se abrió oficialmente el «segundo frente» en Filipinas, en el Sudeste asiático3. […] En el Asia occidental, conocida también como Oriente Medio, se intensificaron las guerras en curso contra Palestina e Iraq y se las declaró parte de la Guerra contra el Terrorismo. El 20 de marzo de 2003 comenzó el «ataque a Iraq» por Estados Unidos para imponer su ocupación4.

Cuando estoy acabando la última versión de este libro, tiene lugar la gestión mediática de la ayuda humanitaria por el tsunami de 2004, que viene a legitimar la guerra por medio de su opuesto formal. La India ha rechazado la ayuda exterior. Indonesia no quiere tropas internacionales armadas, por muy dispuestas a hacer el bien que vengan. Son noticias de Asia5. El decimoquinto aniversario de la primera conferencia de Bandung sobre cooperación entre África y Asia, organizada en esta ocasión en Sudáfrica, ha reavivado la esperanza en un nuevo regionalismo. Las fuerzas en contra del regionalismo son, no obstante, poderosas. Asia presenta en el siglo XXI un cuadro amenazante para los intereses de la seguridad nacional de los Estados Unidos. Una China cada vez más amenazadora, una reemergente Rusia y un mundo musulmán extremadamente hostil y violento se confronta [sic] con Estados Unidos. Entre los focos militares enfrentados o susceptibles de confrontarse con Estados Unidos cabe enumerar Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán y la creciente potencia militar de 3 Sobre la construcción del Sudeste asiático como disciplina, véase Benedict Anderson, The Spectre of Comparison: Nationalism, Southeast Asia and the World, Londres, Verso, 1998. 4 Ninan Koshy, The War on Terror: Reordering the World, Nueva Delhi, LeftWord, 2003, p. x. 5 Cuando las generaciones futuras vuelvan la vista (si es que lo hacen) sobre la administración de 43.º presidente de los Estados Unidos, puede que perciban el juego de azar que comporta otorgar a Estados Unidos el papel de «solucionador de conflictos» –por ejemplo, al revocar decisiones equivocadas (la política del Oriente Próximo)– dentro de un Gran Juego, que este libro aborda en detalle, aprovechándose de esos mismos acontecimientos azarosos: la demolición de las torres del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, y el gran tsunami asiático de 2004. Uno de los argumentos principales de este libro es que la actividad educativa es una forma de intervención en la normalidad más responsable que el intento de solucionar los problemas desde arriba. Mi trabajo anterior analizó dicha intervención en la normalidad que trae consigo la formación en el consumismo. No obstante, incluso ahí el concepto de «violación habilitadora» [«enabling violation»] en la producción del sujeto colonial que invoco en la página 28 reconocía el papel de la educación como intervención en la normalidad. Ahora el trabajo apunta hacia la contra-intervención, de tal manera que se haga posible hacer frente al apartheid de clase generado por la producción del sujeto colonial. Traigo esto aquí a colación porque el rechazo de la ayuda por parte del Estado en la India no refleja el derrumbe del apartheid de clase. Este libro hablará de la reinvención de un Estado que recuerda al viejo sueño del Estado del bienestar, responsable ante la ciudadanía, en contraposición con el Estado geopolítico, enfrentado a los desafíos de la globalización.

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China, que aspira a acabar con la presencia del ejército norteamericano en el Extremo Oriente. Taiwán vendría a funcionar como el pretexto y el detonante6.

La firma del tratado de energía nuclear entre Estados Unidos y la India puede ser entendida como un intento de alejar a la India de la posibilidad de un regionalismo asiático7. Este libro no es sin embargo una polémica o una discusión sobre los sucesos arriba mencionados. Lo he dejado como está con el convencimiento de que ahora más que nunca es importante que no permitamos que la pluralidad que encarna Asia venga a ser estudiada de manera selectiva siguiendo las directrices de la política exterior norteamericana. En primer lugar y ante todo, los textos que aquí se reúnen ofrecen un ejercicio para imaginar Asias pluralizadas, a modo de preparativo de «otro» principio de estudio que fortalecerá la polémica cuando ésta surja como reacción a situaciones concretas. Tal es, según creo, el papel de las humanidades, el empoderamiento de una imaginación informada, tarea modesta pero difícil. Me gustaría distinguir mi postura de la del panasianismo que hemos conocido desde el siglo XIX a través de personajes como Shinpei Goto, Sun Yat Sen y Rabindranath Tagore8. Mi posición no es de competición con otros continentes9. El Asia pluralizada en la que estoy pensando no sólo respeta sino que trata de conocer las diferencias internas de Asia de la manera más imaginativa posible. Mi campo de interés no es el análisis de las políticas. Es la literatura comparada. Intento acceder al otro por medio del aprendizaje profundo de la lengua en la colectividad que proporcionan las aulas. Estoy convencida de que, por paradójico que sea, aprender a conocer nuestras diferencias nos mantiene orientados hacia todos esos mundos que el estudio de las políticas conjura: la paz, la justicia, los derechos de la humanidad. Nos mantiene en esa dirección, pero no de forma ineluctable. Se trata de un persistente esfuerzo de entrenamiento de la imaginación, tarea en la que hemos fracasado por la progresiva racionalización de la educación en todas partes del mundo. Con el objetivo no sólo de desestabilizar el capitalismo sino de volver el capital hacia lo social, el electorado ha de ser entrenado en los hábitos y rituales 6 «US at Critical Crossroads with India», comunicación a cargo de Ram Narayanam, 6 de mayo de 2006. 7 S. 3709, aprobado por el Senate Committee on Foreign Relations [Comité del Senado para Relaciones Exteriores], en espera de votación para agosto de 2006. Sobre desarrollos posteriores, ya en abril de 2007, véase Somini Dasgupta, «India Debates Its Right to Nuclear Testing», New York Times, 21 de abril de 2007. 8 Sun Yat Sen, «Pan-Asianism», en China and Japan: Natural Friends, Unnatural Enemies, Shanghái, China United Press, 1941; Prasenjit Duara, «The Discourse of Civilization and PanAsianism», Journal of World History 12, 1 (2001), pp. 99-130. 9 Acerca de Sinpei Goto, véase Emmanuel Todd, After the Empire: the Breakdown of the American Order, traducción al inglés de C. Jon Delogu, Nueva York, Columbia University Press, 2003 [ed. cast.: Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema americano, trad. de J. L. Sánchez Silva, Madrid, Akal, 2012].

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de la democracia. No de una vez por todas pero sí de manera persistente y para siempre. Uno nunca cierra las escuelas. La primera pieza de este libro, «Enderezar perjuicios», conferencia pronunciada en la sede de Oxford de Amnistía Internacional en 2002, discute sobre la naturaleza de ese entrenamiento. Es una forma de mantener vivo un espíritu que puede no conformarse simplemente con ser «como América, pero incluyendo la cultura». Pese a su humildad, contiene, si se quiere, una descripción de la creación de otra Asia. La polémica entre mis colegas Michael Doyle y Jack Zinder sobre si podemos edificar una comunidad de democracias de alcance mundial o si la repentina democratización desemboca en guerra, aparece situada en un marco internacional cuando uno cae en la cuenta de que no puede haber democracia si la mayoría del electorado carece de una intuición sobre la esfera pública y sus relaciones con la constitucionalidad10. La guerra y la paz vienen más tarde; y sin tener esto en cuenta las elecciones no pueden nunca ser consideradas justas. Parece incuestionable que el cambio sostenible tiene lugar sólo si el cambio en la menta humana complementa el cambio institucional. Esta convicción en sí misma viene a completar la otra, según la cual el cambio institucional (entendido siempre en su sentido más amplio) trae consigo el cambio de mentalidad o cambio epistémico. Ambas visiones parecen correctas. Sólo cuando este último es proyectado por medio de nociones más bien precríticas del teatro mental y dichas proyecciones comienzan a afectar a la política a gran escala, sólo entonces empiezan a afirmarse tanto la familiaridad con la incesante subalternización como las lecciones aprendidas en las aulas. Si hay cambios epistémicos significativos bajo la superficie, podemos «leer» el cambio visible, que a menudo se consolida por el deseo de los dominantes de que tenga lugar. Estos cambios pueden describirse, según señaló hace ya mucho tiempo Raymond Williams, como lo «preemergente»11. El estudioso del socio [socius] debe rastrearlos, y una vez logrado esto, escribir sobre ellos de manera que los lectores de un futuro indefinido, ajenos a nuestras específicas topicalidades, puedan habitar en ellos, seguirlos. Sólo con una responsabilidad ante la escritura como ésta el pensamiento puede convertirse en un espacio textual en blanco para que otros lo saturen de manera que convierta en banales los confiados diagnósticos sobre el cambio en las «estructuras de las emociones» que acompañan la globalización12. 10 Véase Michael W. Doyle y Nicholas Sambanis, Making War and Building Peace, Princeton (NJ), Princeton University Press, 2006; y Edward Mansfield y Jack Snyder, Electing to Fight: Why Emerging Democracies Go to War, Cambridge (Mass.), MIT Press, 2005. Un texto divulgativo sobre el debate, en Gary J. Bass, «Are Democracies Really More Peaceful?», New York Times, 1 de enero de 2006, p. 18. 11 Raymond Williams, «Structures of Feeling», en Marxism and Literature, Oxford, Oxford University Press, 1977, pp. 128-135 [ed. cast.: Marxismo y Literatura, Barcelona, Península, 1997]. 12 Jacques Derrida, Of Grammatology, traducción al inglés de Gayatri Spivak, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1976, p. 93 [ed. cast.: De la gramatología, traducción de Óscar del Barco y Conrado Ceretti, México, Siglo XXI, 1978], la traducción ha sido modificada.

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Incluso si estos diagnósticos fueran acertados, no dejan de describir los efectos del cambio institucional como acontecimientos. Parece obligado insistir en la distinción entre acontecimiento y tarea. La tarea éticopolítica de las humanidades ha sido siempre la reorganización de los deseos. Hay que reiterar que la tarea de reorganizar los deseos compromete la imaginación de profesor y estudiante dentro de un contexto pedagógico. Cualquier teoría sobre la imaginación que se sirva de la palabra inglesa «imaginación» [imagination] está indudablemente conectada, en cierta medida, con las teorías alemanas de los siglos XVIII y XIX. Nuestro intento es, no obstante, tratar de reducir y enrarecer esta definición hasta llevarla a un mínimo convencional: la habilidad de pensar cosas ausentes. El lector atento se dará inmediatamente cuenta de que esto es algo prácticamente indistinguible del pensamiento mismo en su mínimo común denominador. Es ahí donde el tipo de pedagogía que ofrecen las humanidades comienza a esforzarse por reorganizar los deseos. Si la idea de la imaginación se condensa hasta convertirse en un vehículo más literario –entendiendo literario como el terreno en el que la capacidad de pensar cosas ausentes tiene vía libre– esto no necesariamente significa que la específica reorganización de los deseos que pueda estar programada haya sido alcanzada con éxito. Ésta es la primera constricción. La enseñanza de las humanidades sencillamente ejercita la imaginación, la deja preparada para dicha reorganización. Cuando el estudiante, tanto en la escuela como fuera de ella, recibe instrucción relevante en otras materias –historia, política, economía y empresa, antropología y estudios culturales, ciencia y tecnología– uno espera que una imaginación activa y robusta no pueda dejar de concebir posibilidades que no se hallen necesariamente contenidas en las corrientes dominantes, sean éstas radicales o conservadoras. No me canso de repetir que no hay ninguna garantía de que esto suceda. No obstante, las colectividades no se forman sin esto, ni es posible que el cambio se consolide. Ésta es la segunda constricción ante la tarea. Rechazar esto por considerarlo individualista es de una trágica cortedad de miras. Y leer literatura como evidencia de las inclinaciones políticas del autor es deshacer el don especial que hay en lo literario13. Hay una constricción englobadora dentro de la cual se inserta toda actividad. Uno no puede dejar de coaccionar mientras enseña, por muy relajada que sea la situación del profesor en el aula. Lo que tenga que suceder, sucederá a pesar de la más pretendidamente escrupulosa de las enseñanzas. Que algo habrá sucedido es la afirmación y la constricción por mor de las cuales uno hace el intento de reorganizar colectivamente los deseos. 13 Esto me lo hizo ver Peter Hallward, Absolutely Postcolonial, Nueva York y Manchester (GB), Manchester University Press, 2001.

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Fue el tercer ensayo, «¿Se desplazará el poscolonialismo?», que se centra en Armenia, el que más me enseñó. Lo empecé con el problema de la poscolonialidad en mente. Su razón de ser se debió a una pregunta que me plantearon dos antiguos estudiantes en 1994. El intento de darle respuesta me sacó fuera de la teoría poscolonial basada en el modelo propio de la historia del Asia meridional. Mi preocupación por el tema me llevó a la ruta del petróleo y la complicidad del feminismo dominante con la marcha de la globalización capitalista. No me quedé en absoluto satisfecha con el resultado, pues había sido incapaz de incorporar a Armenia en la problemática. Uno de los mayores problemas era la ausencia de conocimiento de la lengua armenia. La poscolonialidad no puede ser abordada sin al menos un control rudimentario de sus idiomas14. El globalismo en cambio sí puede. Conforme mi investigación dio con el posicionamiento de Armenia en las actividades del grupo de Minsk, la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa), la UNESCAP, USAID, etc., y su postura en relación con el oleoducto, empecé a ver con ojos diferentes esta pequeña zona del Cáucaso. Comencé a darme cuenta de lo muy imprecisos que pueden llegar a ser los cambiantes trazos de las «regiones». El feroz nacionalismo de un grupo milenario y en diáspora, cristiano en un mar del islam, lleva desde hace mucho tiempo preparado para la «poscolonialidad», pero se encuentra muy inserto en lo global. Espero que el lector lea este ensayo sobre Armenia sin perder de vista de que se trata de un texto de aprendizaje. «Enderezar perjuicios» es una crítica al globalismo en tanto que universalismo. Expone al detalle el argumento con el que comencé: la incorporación de la imaginación a la pedagogía como un requisito para generar al sujeto de los Derechos Humanos. Esto es un comentario general sobre lo que es ya un libro terminado. Lo que sigue es una mirada más personal a su escritura. En «Responsabilidad» me retrotraigo diez años. Casualmente, el trabajo que describo en el primer ensayo, de 2002, estaba ya en marcha. Pero aún no sabía como codificarlo. Lo único que podía hacer era planteármelo como un desafío intelectual. ¿Puedo suspender mi conocimiento y aprender de personas que carecen de educación institucional? ¿De cuánto me sirve la teoría para eso? Necesitaba hacerme esas preguntas. El len14 Esto no es «privatización». El inglés no es el único idioma público que existe sobre la Tierra, por conveniente que resulte verlo así. Sobre la relación entre la conveniencia de que existan lenguas hegemónicas y el «público» de los idiomas sin poder, el texto a consultar sigue siendo Ngugi wa Thiong’o, Decolonizing the Mind, Londres, J. Currey, y Portsmouth (NH), Heinemann, 1986.

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guaje es un tanto amenazante en ese ensayo porque no podía plantear la cuestión de la teoría sin adentrarme en sus protocolos. El foco principal de atención de esta pieza sigue siendo el Banco Mundial, no la amplia red de sociedad civil internacional de hoy día. Si la primera parte de ese capítulo no es de gusto del lector, lo mejor es saltársela. «Foucault y Najibullah» fue escrito en 1996 por reacción a la muerte del último presidente comunista de Afganistán. No parecía tener conexión alguna con la anterior pieza sobre Armenia, que era un encargo. Al reunirlos en este libro las conexiones se hicieron evidentes. Siempre he sentido que la obra de Derrida es más útil que la de Foucault para la práctica ético-política. La combinación de «Responsabilidad» y «Foucault y Najibullah» lo puso de manifiesto. Después del 11-S, Afganistán se convirtió en noticia internacional. Quería mantener el sabor original del trabajo, de manera que la revisión que le hice fue mínima. Mientras escribía estos ensayos, los académicos de los Balcanes y de la antigua Unión Soviética querían sonsacarme ideas en clave de poscolonialismo, pero no puse en relación esas invitaciones a la diversidad con lo que estaba escribiendo. Escribí lo siguiente a un grupo de estudiantes que me cuestionaban en esta nueva orientación: «Colonizador» y «colonizado» pueden ser términos muy elásticos si son definidos de forma escrupulosa. Cuando un estado nacional extranjero se impone como dominador, implantando sus propias leyes y sistemas de educación, y reorganizando el modo de producción para su propio beneficio económico, uno puede emplear estos términos, creo. Las consecuencias de aplicarlos a un amplio abanico de entidades político/geográficas sería desastroso si pensamos que el colonialismo tuvo un sólo modelo. Por otra parte, si fuéramos conscientes de que los distintos tipos de aventuras y proyectos [coloniales] se convierten en algo que se ajusta a la cruda descripción ofrecida más arriba, contaríamos con un potente análisis de la política del progresismo de uno u otro tipo. ¿Cómo se relacionan las filosofías de la justicia social con las sobredeterminaciones de la política práctica? Esta venerable cuestión recibiría respuestas interesantes si tuviéramos en consideración la irreductibilidad de lo colonial de manera específica a cada situación y de manera flexible. Por añadidura, si fijamos nuestra atención sobre el o los espacios colonizados (siguiendo la fórmula rarificada presentada antes) nos encontramos con una enorme heterogeneidad. Esto nos proporciona una oportunidad para estudiar la política de la transformación cultural y epistémica. El problema de aplicar estos términos al área que queréis estudiar estaría en hacer sólo un seguimiento de los tres modelos más poderosos de teoría discursiva colonial hoy día disponibles, pertenecientes a Oriente Medio, Asia meridional y América Latina. Éstos hacen referencia a las empresas coloniales promovidas por naciones particulares en forma de

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exploración y conquista alimentadas por el capitalismo mercantil, y continuadas por el capitalismo industrial y sus necesidades de mercados en expansión. En cambio, el área escogida por vosotros desplaza las líneas políticas de las antiguas formaciones multiétnicas de los imperios otomano, austríaco y ruso. Su extremo oriental se acerca a un terreno que se hallaría aún más lejos del modelo de Estado-nación uninacional. Otra gran diferencia es la presencia de un ideal articulado –en versiones del «socialismo científico»– que concedería una especificidad aparentemente aún mayor al cambio epistémico. Aunque el modelo de Estado-nación uninacional vino casi siempre invariablemente acompañado por «misiones civilizadoras» explícitas o implícitas, no dictó de forma directa la estructura política y económica del Estado colonial. Cuando observamos estas diferencias se hace evidente que el empleo creativo del modelo colonizador-colonizado en el área escogida vendrá a subrayar el discurso colonial disponible y los estudios poscoloniales, al tiempo que proporcionará un modelo interesante. Históricamente han sido siempre los poderosos los que han hablado y de los que se ha hablado. No conozco lo suficiente sobre el área de estudio como para entrar aquí en detalles pero, como feminista y experta en subalternidad, estoy habituada a observar las grietas en los textos producidos por las elites con objeto de extraer de ellos itinerarios excluidos. Conforme nos movemos hacia Oriente, la naturaleza de los textos cambia. Aquí entra en juego mi compromiso disciplinario. Quiero hacer uso de la imaginación literaria para leer sagas y crónicas. En cuanto al material poscolonial, siempre voy en busca de subalternos de género. He conversado con mujeres del Asia interior hace diez años, y más recientemente con gente de la antigua Armenia soviética. Ellas me hablaban de la dificultad de comunicación con sus madres –y de seguro que con sus abuelas– porque el ruso se interponía entre ellas. (Esta barrera lingüística atraviesa la línea de género: precisamente con el fin de penetrar a través de ella Najibullah, último presidente comunista de Afganistán, estaba traduciendo El Gran Juego al pastún cuando murió)15. La fractura de género es algo bastante distinto a la insistencia nacionalista en una política de promoción de la lengua nativa en las «nuevas» naciones situadas en los bordes de la Federación Rusa. Se haga de la manera en que se haga, me parece que una aproximación a esta cuestión es un fértil campo de estudio para una Literatura Comparada basada en la lengua real, mucho más parecida a los Estudios Culturales que al viejo modelo de la Literatura Compara de la Europa oriental, que es donde surgió la disciplina. Al discurso colonial y los estudios poscoloniales no se les han dado muy bien los idiomas. Las áreas que estudiáis pueden sin duda invertir esta tendencia. He dicho a menudo que la historia debería sumar apoyos a 15 Peter Hopkirk, The Great Game: The Struggle for Empire in Central Asia, Nueva York, Kodansha, 1994 (en adelante citado GG, seguido de las páginas de referencia).

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la crítica literaria en la búsqueda de lo ético que interrumpe lo epistemológico. Vuestro campo puede ofrecer oportunidades epistemológicas para semejante trabajo interdisciplinar16.

Al leer «Otras Asias» una vez reunidas sus partes, me di cuenta de que Armenia y Afganistán me habían llevado ya hacia esa expansión. En ambas ocasiones me había costado llegar a mostrar que estos casos no podían cuadrar en los axiomas discursivos del modelo poscolonial ya existente. Ninguna de estas diversificaciones se había interesado demasiado por el feminismo. Y fue la colaboración del feminismo dominante con el nuevo imperialismo lo que conectó esta nueva postura con mi crítica al viejo poscolonialismo de Crítica de la razón poscolonial17. Esto aparece de forma más marcada en la conclusión del capítulo 3. Nunca me he dejado persuadir por la competencia con Latinoamérica en esto del poscolonanismo. Al contrario, La ciudad letrada y Decadencia y caída de la ciudad letrada me convencieron de que las historias del imperialismo en el Asia meridional y en América Latina son demasiado parecidas como para competir entre sí18. La historia del colonialismo en África se ajusta también al modelo poscolonial preexistente. El caso del Asia del Pacífico fue, sin embargo, sustancialmente distinto. En mi propia universidad mi colega Charles Armstrong, experto en el Sudeste asiático, no quería saber nada de la teoría colonial. En cambio, la obra de Wu Hung, en la China metropolitana, me parecía un importante hito de trabajo poscolonialista19. Liao Ping-hui reclamaba un enfoque poscolonial para Taiwán. Me hice con todo lo que pude sobre este debate a través de una enciclopedia20. Cada vez más, me parecía que la expansión de las versiones de la teoría poscolonial tendría que «pluralizar» Asia en lugar de singularizarla hasta reducirla a nada más que la propia región de uno. Y esa intuición de la pluralidad de Asia aparece prefigurada en «Nuestras Asias», el último trabajo de este libro. 16 «Empire, Union, Center, Satellite: The Place of Post-Colonial Theory in Slavic/Central and Eastern European/(Post)Soviet Studies, a questionnaire», Ulbandus: The Slavic Review of Columbia University 7 (2003). 17 Spivak, A Critique of Postcolonial Reason: Toward a History of the Vanishing Present, Cambridge, Harvard University Press, 1999, p. 388 [ed. cast.: Crítica de la razón poscolonial. Hacia una historia del presente evanescente, traducción de Marta Malo de Molina, Madrid, Akal, 2010] (en adelante se cita como CPR, seguido de las páginas de referencia de la versión en inglés). 18 Ángel Rama, The Lettered City, traducción al inglés de John Charles Chasteen Durham (NC), Duke University Press, 1996 [ed. orig.: La ciudad letrada, Montevideo, Fundación Internacional Ángel Rama, 1984], y Jean Franco, The Decline and Fall of the Lettered City: Latin America and the Cold War, Cambridge, Harvard University Press, 2002 [ed. orig.: Decadencia y caída de la ciudad letrada. La literatura norteamericana durante la Guerra Fría, Barcelona, Random House-Mondadori, 2003]. 19 Wu Hung, Reinterpretation: A Decade of Experimental Chinese Art: 1990-2000, Guangzhou, Guangdong Museum of Art, 2002. 20 «Post-Colonial Literature and Theory», en New Dictionary of the History of Ideas, Nueva York, Scribner’s, 2004.

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En «Nuestras Asias» yo fui convocada para hablar como «asiática» en el corazón del Asia del Pacífico. En este trabajo sugerí que no deberíamos pensar que la propia esquina donde vivimos es ejemplificadora de nuestro continente, que deberíamos pluralizar nuestro continente. Esto consistiría en pensar en «otras Asias» desde arriba, desde la universidad. Estaba escribiendo el ensayo «Enderezar perjuicios» para Amnistía Internacional mientras me hallaba en Hong Kong. Estaba empezando a comprender que el «otro» no es sólo cuestión de geografía imaginativa sino también de epistemes discontinuas. La proporción más amplia del electorado asiático del futuro ocupa un espacio epistémico distinto al de los lectores de «Nuestras Asias». Esa otra comprensión de Asia se encuentra en las conclusiones del trabajo principal del libro. Quién sabe si la estructura democrática del Estado se volverá más regional en las generaciones venideras. El esfuerzo actual de construir otra Asia –no necesariamente a imagen y semejanza de la actualmente dominante (una Asia «idiosincrática», «propiamente dicha», «auténtica»)– puede formar parte de ese futuro. En 1997 estaba empezando a comprender la preparación de otra Asia como hipótesis de trabajo. Me pregunté de nuevo por la «Responsabilidad», pero en esta ocasión en relación con la ciudad. ¿Será de utilidad la teoría para comprender la megaciudad? Tal y como sigo hoy insistiendo, los argumentos sobre las megaciudades, basados generalmente en el cómputo de personas, invocan el espacio construido como un significador de una episteme transformada21. La episteme misma es construida metonónicamente por los críticos, que toman la mente cibernética como si fuera el mundo en su totalidad. Este metonímico sujeto posmoderno, dueño del manejo de información y habitante de la virtualidad, no deja espacio para la intuición de lo trascendental. Esto me lleva a otro punto que trataré de forma circunstancial por medio de una palabra en el estilo discursivo de este libro. A lo largo de toda mi vida profesional he militado contra la pura especialización o especialismo. En manos de los grandes académicos la especialización creativa puede resultar instructiva. Pero la especialización por la especialización que practica la mayoría de los académicos resulta a menudo restrictiva, exclusivista, se mantiene cómoda en la convicción repetida infinitamente de que la esencia del conocimiento es el conocimiento acerca del conocimiento. Al igual que la razón pura de Kant, su método es el cálculo, y su sustituto de la responsabilidad [responsibility] –die Verantwortlichkeit– en sentido fuerte es la capacidad de rendir cuentas [accountability] –die Zurechnungsfähigkeit–, en el sentido estricto de competencia institucional21 Esta idea está ya totalmente admitida. Manuel Castells, Rise of the Network Society, Cambridge, Blackwell, 2000 [ed. cast.: La era de la información. Vol. 1. La sociedad red, México, Siglo XXI y Madrid, Alianza, 2002], argumenta apasionadamente en este sentido y empleando una documentación fascinante.

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mente cognoscible22. Esta competencia es, desde una comprensión de mínimos del método disciplinario, todo lo que el especialista puro enseña a su estudiante. Considero particularmente desafortunado que los profesores de humanidades se nieguen a vivir en el mundo y sigan contribuyendo a su trivialización empeñándose en transmitir a sus estudiantes sólo «habilidades literarias», sea lo que sea lo que esto signifique. Por encima de esta especialización restrictiva y en contra de ella existe un generalismo que trata de establecer conexiones, ensamblando aportaciones académicas ad hoc a modo de ayuda para pensar. Este modelo de resolución de problemas se parece más a la estrategia de un servicio de primeros auxilios paramédicos –en el que los trabajadores en prácticas aprenden sobre una enfermedad cuando los médicos voluntarios se topan con ella– que a la segura competencia de los médicos practicantes cualificados23. El problema de la generalización o generalismo puro es la especulación a partir de la ignorancia. Lo que uno busca es algo que complemente a los «médicos [doctors] voluntarios». Después de todo, el sentido matriz de la palabra «doctor» es profesor. De manera que mi trabajo, de corte generalista, va en busca de un juicio de comprensión proporcionado por especialistas en lugar de una desestimación basada en una definición mínima del método disciplinario equiparada con el acceso a un conocimiento aceptable. Los ensayos que restan pueden funcionar como un modelo anterior de generalismo. En los años cincuenta, cuando estudiaba la carrera en el Presidency College de Calcuta, uno de los textos escogidos para la licenciatura en inglés en la Universidad de Calcuta era Essays of Elia de Charles Lamb24. A través de este veleidoso e instructivo libro fui introducida en el ensayo familiar. Los ensayos que aparecen en este libro son también, creo, ensayos familiares. Los detalles de la vida de su autor están siempre presentes en segundo plano ya que el ensayo familiar no es ni autobiografía ni análisis imparcial, aunque corteja a ambos. No es desde luego un tipo de escritura desinteresada. De hecho, la orientación de su interés es lo que hace relevante su lectura. 22 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Frankfurt, Suhrkamp, 1977, p. 672-673 y passim [ed. cast.: La metafísica de las costumbres, traducción de Adela Cortina y Jesús Conill, Madrid, Tecnos, 1989]. En las versiones traducidas esta palabra o sus variantes son traducidas como «imputadas», «responsables» ¡y como «rendición de cuentas» [accountability]!, véase Kant, Religion and Rational Theology, traducción al inglés de W. Word y George di Giovanni, Nueva York, Cambridge University Press, 1996, pp. 75-75. Creo que la integridad del argumento de Kant queda destruida con semejante práctica de traducción. 23 En los últimos años mis analogías sobre la práctica académica parece que proceden cada vez más del viejo activismo de los movimientos sociales. Creo que esto tiene algo que ver con la relación entre la reconstrucción y la «puesta a trabajar» [setting-to-work], tal y como he planteado en el apéndice a CPR, pp. 423-431. Arindam Chakrabarti me asegura que esto es parecido al empleo probatorio de vyavahāra o «práctica» en el racionalismo de la cultura del Índico. 24 Charles Lamb, The Essays of Elia [1800], Nueva York, E.P. Dutton, 1939 [ed. cast.: Ensayos de Elia, trad. de Marcela Fuentealba, Barcelona, El Cobre, 2003].

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¿Cuál ha sido mi interés al escribirlos? Al volver sobre estos ensayos casuales, diría que con ellos he tratado de gestionar mi postura de reticencia hacia el poscolonialismo que se practica en el mundo académico norteamericano sin caer al hacerlo en el identitarismo. Es, creo, debido a este posicionamiento por lo que me he esforzado en imaginar «Asia» en su conjunto, pues no puedo convertir mi lugar de nacimiento, Bengala, en el auténtico candidato a ocupar el sillón reservado a la mascota de Occidente o de Europa, en términos generales. Este detalle, cuestión de gusto político, domina sobre Otras Asias. Cuando revisaba el libro en Honolulú, ésto se me aparecía como una buena decisión. «Asia» no es un lugar, si bien el nombre está cargado de historia y política cultural. No puede producir una «identidad» naturalizada homogénea. El nombre «Pacífico» posee la misma sana ausencia de identidad homogénea naturalizada que se le podría adjudicar de manera apresurada. Puede por tanto servir para establecer límites al puro identitarismo basado en cualquiera de las entidades político-geográficas, «de Taiwán a Nueva Zelanda», con Hawaii, las islas Marquesas y las Islas Orientales en su extremo Este, de la misma manera que «Asia» puede contener nuestros propios límites25. No es algo irrelevante que el «Asia del Pacífico», que reclama ser identificado con el conjunto de «Asia», desborde de hecho el Pacífico. En este libro no hay erudición de especialista. El ensayo familiar se apoya en lo que solía antes llamarse conocimiento general. En el caso de Armenia trabajé contra mi propia docta ignorancia. No estoy segura de haber sido capaz de ofrecer una sugerencia convincente, pero merecía la pena correr el riesgo. En el caso de «Devi en movimiento» se trata de un montón de trozos separados que flotan al pensar en la Gran Diosa. Afganistán, Bangladés, y el nombre de «Asia» se encuentran en algún lugar en medio de todo ello. La lección de Armenia es la lección sobre que Asia está a punto de romperse de nuevo a lo largo de la línea de Eurasia, de manera que su alteridad puede llegar a adquirir un significado diferente. Estoy empezando a aprender cómo afrontar Turquía. Japón parece, por su parte, haber roto con Asia en un determinado momento. El presente evanescente sigue siendo el foco de trabajos como éste. Esta última característica del ensayo familiar –una investigación que no es académica pero sí escrupulosa– es lo que se manifiesta más perturbador para el especialista. No puedo hacer nada al respecto. No me propuse escribir un libro para especialistas sino simplemente un libro «poscolonial» que sirviera de ejemplo contra el identitarismo. No hay nada que decir en particular sobre el feminismo que permea este libro. Toda mi obra está marcada por él. 25 Vilsoni Hereniko y Rob Wilson (eds.), Inside Out: Literature, Cultural Politics, and Identity in the New Pacific, Nueva York, Rowman, 1999, p. 8. Este libro señala el problema tanto como apunta soluciones.

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Como se verá, mi libro está lleno de esperanza. No obstante, también he procurado ser cautelosa. Al conversar directamente con curanderos en Sudáfrica (en la University of the Free State, en marzo de 2004), dije precisamente que no debían aceptar afirmaciones como que la sabiduría indígena sea «ciencia», y les puse el ejemplo de la India de cómo esto puede desembocar en violencia. Escribo esto porque, leído sin cuidado, «Devi en movimiento» puede sonar un texto demasiado «religioso». Tal y como yo lo entiendo, se trata de un ejemplo del intento de destrascendentalizar lo sagrado, de moverlo hacia el terreno de la imaginación, que es con el que las humanidades deberían comprometerse para siempre, alejándolo del de la creencia. Acepto que el texto sea tachado de oscuro. Fui invitada a hablar como una persona de la India (seguido de un guión) de Estados Unidos, y esto es lo que salió. En él intento pensar como una india-nortemericana que hace estudios culturales de corte identitario. Desde luego el texto hace el contrapunto al del sujeto metonímico hipertextual de la megaciudad, y tiene en consideración la sugerencia de Manuel Castells de que los identitarismos, entre otros el feminismo, son capaces de gestionar sus crisis26. Yo me presento como un contraejemplo que no admite los clichés de la hibridación. Espero de mis detractores habituales que repitan su habitual rechazo. Nada de lo que haga o diga les satisfará27. 26 Manuel Castells, The Power of identity, Cambridge, Blackwell, 2004 [ed. cast.: La era de la información. Vol.2. El poder de la identidad, Madrid, Alianza, 1997]. 27 Y movida por este espíritu voy a abrir un diálogo con Meera Nanda, que de buena fe me ha denominado profeta que mira para atrás (Meera Nanda, Prophets Facing Backward: Postmodern Critiques of Science and Hindu Nationalism in India, New Brunswick, Rutgers University Press, 2003; en adelante citado como PFB seguido de la página de referencia). Creo que lo soy pero no sólo en el sentido que ella parece sugerir (digo «parece» porque sigo sin ver claro quiénes pueden ser los posmodernos que de forma más bien superficial analiza). Quiero ver un secularismo que no privatiza lo trascendental. (No es posible el duelo ni la ejecución sin una intuición de lo trascendental). No me gusta aceptar sin más la Ilustración europea porque, en su forma generalizada, da amparo al sujeto colonial con movilidad ascendente de clase: «La ciencia me dio buenas razones para decir “¡No!” basándome en principios a muchas de mis creencias heredadas sobre Dios, la naturaleza, las mujeres, las obligaciones y derechos, la pureza y la contaminación, el estatus social y mi relación con mis conciudadanos» (PFB, p. xii), escribe Nanda. Yo en cambio prefiero partir de la crítica a la Ilustración desde dentro de la Ilustración, y ver cómo puede ser usada si se le da la vuelta en sus propios términos. En respuesta a la pregunta de Nanda sobre «por qué los intelectuales trabajan con tanto esmero sólo para dar “un no con mayúsculas” a la herencia intelectual de Occidente que, según ellos mismos, es indispensable para sus propias vidas intelectuales y políticas» (PFB, p. 25), debo dar la siguiente contestación: no puedo pensar que lo que es bueno para mí haya de ser bueno para el resto del mundo. Yo habito las estructuras de la Ilustración por razones similares a las de corte autobiográfico que ofrece Nanda. Para poder hacer las estructuras de la Ilustración habitables para todos, he de abrirlas a aquello que la Ilustración vio obligada a excluir, pero no de una forma acrítica. Uno no puede reclamar solidaridad poniendo en práctica meras fórmulas. De lo contrario esa parte excluida queda abierta al tipo de movilización que tanto Nanda como yo aborrecemos. Esto explicará la dedicatoria de este libro. Incidentalmente, es reprobable sugerir que yo pienso que los hindúes animaban a las sati-s [viudas que se autoinmolan] (PFB, p. 151). Considero la abolición de la práctica por los británicos algo «¡por sí solo admirable!» (CPR, p. 290). Mi planteamiento es que ninguna de las partes se preocupó por implicarse con dedicación en la subjetividad de las mujeres y que ninguna estaba

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Siguiendo una tendencia de largo plazo en mi obra y pensamiento, al describir la destrascendentalización de la alteridad, «Devi en movimiento» ve el objeto de estudio de la creencia religiosa no como referencia sino como las narrativas permisibles que constituyen la cultura material. En cambio, un libro como In the Shade of the Qur’an de Sayyid Qutb presenta el texto sagrado como referencia 28. en condiciones de dar reconocimiento a la resistencia solitaria de la mujer como Resistencia. No hubo implicación epistémica con las mujeres ni por parte de los hindúes ni de los británicos. ¿Se le escapó a Nanda el hecho de que yo reprendo el comportamiento de los hindúes? La violación epistémica perpetrada por los británicos fue una violación que permitió que Nanda y yo existamos. Los herederos de tal violación habilitadora son descritos en la primera página del primer ensayo de este libro). Nanda ve esto sólo como habilitación. Tal vez debería añadir unas palabras más sobre «violencia epistémica». En la página 151 de su libro Nanda parece pensar que yo quería que los británicos reconocieran el valor de las mujeres pidiéndoles que codificasen el sati junto a la guerra y el martirio religioso. Debería haberlo dejado más claro. Creo que la guerra es estúpida y criminal, y el martirio religioso algo, en el mejor de los casos, desviado. Los británicos reformaron el sati debido a que era una atrocidad practicada por una religión extraña. La reforma del sati fue de hecho tan importante como el pacifismo o el secularismo. Ése era mi punto de vista. Y más aún, que la forma de llegar a ello debería haber sido implicándose en la subjetividad de las mujeres, reorganizando de manera no coercitiva sus deseos. Esta mañana un lector me envió otro texto de Nanda en el que me echa en cara: «De hecho, los activistas académicos que simpatizan con la manera hindú de ver el mundo, entre ellos Rajiv Malhotra y Koenard [sic] Elst citan de manera habitual los escritos de Ashis Nandy, Ronald Inden e incluso de Gayatri Spivak como aliados en un proyecto común de comprensión de la India por medio de categorías hindúes». Busqué a Rajiv Malhotra en la red. De 18 artículos escritos entre el 19 noviembre de 2001 y el 18 de noviembre de 2004 sólo encontré una referencia a mí, en la que se me cita como una deconstructivista de moda corrompida por Occidente y desconocedora de los clásicos de la India, ¡y desde luego no como una aliada en el Hindutva! En cuanto a Koenraad Elst, una consulta en el índice y la bibliografía de los once libros suyos que hay en la biblioteca de la Universidad de Columbia no produjo ninguna referencia a Spivak. Nanda se muestra también crítica con mi apoyo al «esencialismo estratégico» (PFB, 156). No creo que deba formar parte de la lista compulsiva de lecturas de nadie. No obstante, si se me va a hacer responsable de algo escrito por alguien en un libro publicado en 2003, entonces creo que es obligado que el autor de ese libro lea la entrevista publicada ya en 1989 y más tarde recogida en un libro publicado en 1993 ¡en la que rechazo completamente la idea de «esencialismo estratégico»! La principal objeción de Nanda contra los posmodernistas (¿y por tanto contra los subalternistas?) es que éstos argumentan que no existe la «ciencia objetiva», de manera que sirven de apoyo a los nacionalistas hindúes que reivindican la ciencia «védica», es decir, referida a las antiguas escrituras hindúes conocidas como «Vedas». Su principal fuente para esta aseveración parece ser el muestreo aleatorio, bastante poco escrupuloso, de la revista Social Text realizado hace unos años por Alan Sokal. Todo lo que probó el experimento Sokal es que las personas que se dedican a las humanidades pueden sentirse engañados por científicos sin escrúpulos y que el elenco de evaluadores anónimos que trabajan para Social Text no era suficientemente interdisciplinario. Si queremos que los científicos «posmodernos» se pronuncien sobre el problema de indecibilidad mi sugerencia como lega sería acercarse a la teoría de la probabilidad o la física de partículas, o leer un texto como el de Ilya Prigonine e Isabelle Stengers, Order Out of Chaos, que es ya de hace un tiempo. Lo que desde luego no recuerdo es haber dicho jamás que «no hay ciencia objetiva». En cuanto a Derrida, es posible que él haya dicho algo de este tipo en páginas suyas que yo no he leído todavía, pero estoy bien familiarizada con sus planteamientos generales, y lo pondría en duda con rotundidad. 28 Sayyib Qutb, In the Shade of the Qu’ran, traducción al ingles de M. Adil Salahi y Ahaur A. Shamis, Nueva Delhi, Islamic Book Service, 2001.

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De esta manera, «Devi en movimiento» puede ser leído dentro del contexto de de-transcendentalización de la religión como maya o ficción, en lugar de confrontarse con la religión desde el estricto mandato de una versión de la Ilustración europea, que ordena privatizar; especialmente debido a que el culturalismo dominante ve la religión como un nexo público de identidad que nunca confronta la cuestión de la creencia29. El ensayo puede ser también leído como una forma de homenajear a las mujeres –mujeres rurales, viudas repudiadas– que no necesariamente nutren las bases del nacionalismo hindú. En cuanto a las depredaciones del socialismo de referencia, mi trabajo sobre la ética socialista tiene ya treinta y un años de andadura. Sigo sin saber si aún podré escribirla conforme el mundo cambia, pero permítaseme terminar con la promesa de una obra futura. Por el momento, lo que ofrezco es reorganizar los deseos de la proporción mayoritaria del electorado futuro, romper el poscolonialismo en una serie de (Eur)Asias pluralizadas, entrenar la imaginación metropolitana para de-trascendentalizar lo trascendental: le toca mover al lector. No he conseguido pensar Israel dentro de Asia. En 1984 le dije a Matti Peled que Asia tenía dos absurdeces en sus extremos: Israel y Japón30. Para 29 Sumit Sharkar es mucho más astuto en «Postmodernism and the Writing of History», en Beyond Nationalist Frames: Relocating Modernism, Hindutva, History, Delhi, Permanent Black, 2002. Yo añadiría algunas sugerencias. El cansino juicio de que Derrida «equipara la distinción genérica entre el uso literario y otros usos del lenguaje» ha sido rechazado incluso por quien originariamente lo planteó, Jürgen Habermas, cuyo inicial veredicto en ese sentido se apoyaba exclusivamente en fuentes secundarias (Habermas, «Beyond a Temporalizad Philosophy of Origins: Jacques Derrida’s Critique of Phonocentrism; Excursus on Leveling the Genre Distinction between Philosophy and Literature», en The Philosophical Discourse of Modernity: Twelve Lectures, traducción al inglés de Frederick James, Cambridge (Mass.), MIT Press, 1987, pp. 185-210). El epitafio final de Habermas sobre Derrida –«la deconstrucción es esencialmente praxis»– (Habermas, «Ein letzer Gruß: Derridas laärende Wirkung», Frankfurter Rundschau, 10 de octubre de 2004), no es sólo un poco de maledicencia piadosa. Derrida tiene todo que ver con el esfuerzo, con la puesta en práctica, insertando lo preformativo en lo constatativo y viceversa. Sakar no menciona mi trabajo, y en realidad no es tan importante aparecer incluida en una crítica general que se reduce a un solo capítulo de libro. Debo por tanto hablar por mí misma, especialmente desde el momento en que Meera Nanda (en sentido negativo) y Shrivinas Tilak (en sentido positivo) me colocan del lado del nacionalismo hindú. Cuando Sakar cita con aprobación la sugerencia de Sarah Melzer y Leslie Rabine de que «[l]as feministas […] necesitan vincularse a la Ilustración […] como “hijas rebeldes”» (p. 184), podría echar un vistazo a mi vieja fórmula, presentada con detalle, del «ab-uso» de la Ilustración, utilizándolo desde abajo y sacándolo de su contexto más bienpensante. La antropóloga Joan Vincent consideró suficientemente interesante incluir la pieza en su recopilación The Anthropology of Politics: A Reader in Ethnography, Theory, and Critique, Oxford, Blackwell, 2002, pp. 452-459, específicamente por el tratamiento que ofrece de la Ilustración europea. 30 Se lo dije en la «Conference on Autonomy and the Other: Conceptualization of the IsraeliPalestinian Question» (en la que participaron Edward Said, Jean-François Lyotard, miembros israelíes del movimiento Peace Now e intelectuales palestinos exiliados), celebrada en la Rutgers University el 28 y 29 de noviembre de 1984. Mattiyahu (Matti) Peled (1923-1995) era general del ejército, profesor y miembro del parlamento israelí (knesset). Nacido en Haifa, su breve nombramiento como comandante militar de Gaza durante y después de la operación militar del Sinaí en 1956 fue un punto de inflexión importante en su vida. El contacto directo con palestinos le llevó a

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mí Japón ha caído en el Asia del Pacífico, mientras que Israel se agarra como un clavo ardiendo a los límites de otras Asias. En esta obra no está China31. Uno desde luego espera que se produzca una alianza entre China y la India, pero ese regionalismo forma parte de otro registro diferente, en el terreno de juego del nivel fantasmático. Lo que entra aquí en juego son los viejos argumentos sobre la productividad social del capital y las nuevas decepciones sobre el crecimiento económico. Pero ése es justamente el registro cuyas demandas dejan de ser convincentes cuando se produce el compromiso con la subalternidad y su recuerdo. Para mí este doloroso esfuerzo acaba de dar comienzo en China. A un nivel más superficial también, China está cambiando de manera tan radical, en particular en lo tocante a su(s) idioma(s), que pensar que puede ser escrita como «otra Asia» me desborda. No puedo aún saber las consecuencias que traerá consigo la apertura de la frontera de Nathu La Pass, que tuvo lugar en 2006. El suceso se muestra rico en textualidad histórica. Aquí, sobre este terreno impenetrable –la «frontera natural» del alto Himalaya–, no carece de importancia el que esta última palabra signifique «oído que escucha». ¡Regionalismo crítico! Este paso es parte de la histórica Ruta de la Seda, que sirve de Gran Escena para las obras que se representan en los capítulos 5 y 6. En las fotografías de los periódicos, los rostros de los hindúes, uno de ellos de mujer, se muestran sonrientes, pero las caras de los chinos son adustas. Espero que esto se deba simplemente al protocolo de los uniformes de los soldados; tal vez el traje al estilo de la era de colonización británica que viste la policía de frontera de la India reclame un tipo distinto de lenguaje corporal. Conforme sigo revisando la introducción voy camino de Bandung, ciudad en la que entre el 18 y el 25 de abril de 1955, 29 Estados de Asia, África y el Caribe optaron por una nueva política económica que fue finalmente sacrificada en el altar del nacionalismo. Según escribe Nigel Harris: La historia semántica de la política está llena de ideas que empiezan su vida como un juicio radical al orden social existente, pero con los años pasan a quedar neutralizadas en el léxico de la vida cotidiana […] El «Terla conclusión de que para que judíos y árabes, que comparten el país, lleguen a un acuerdo mutuo, es esencial que unos conozcan el idioma del otro. Matti Peled decidió aprender árabe. Fue el primer profesor israelí que incorporó los estudios de literatura palestina en el currículo académico. Al final de su vida se sintió decepcionado con los Acuerdos de Oslo (la información la tomo de [http:// www.peledfoundation.com/Mattipeledeng.htm]). 31 Veo la obra reciente de mi amigo William A. Callagham, por ejemplo, y pienso en lo mucho que habría ganado mi libro si hubiera sabido que en las discusiones de la sociedad civil China es comparada con las sociedades poscomunistas de la Europa del Este (William A. Callaghan, Cultural Governance and Resistance in Pacific Asia, Nueva York, Routledge, 2006, pp. 103-105), o si hubiera podido yo conectar Nagorno-Karabaj con la masacre de Nankín y delinear las líneas de género para ambos casos (Callahan, «Theorizing the Nanking Massacre: The Visual Politics of Chinese Nationalism and Sino-Japanese Relations», trabajo en proceso de redacción).

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cer Mundo» no es visto ya como una alternativa política y simplemente designa un conjunto de países32.

¿Cuál es la lección de esto? Que hay que incorporar otras Asias a los contornos del globo, en su doble dimensión de textura y estructura. De hecho, la lección de Bandung puede compararse a la lección aprendida en mi intento de comprender la poscolonialidad en el contexto del Cáucaso meridional. Mis esfuerzos dan testimonio de su desplazamiento hacia la globalización. La reinvención de Bandung, aclamada por todos en 1955 como un hito poscolonial («entre vosotros se encuentran viejos amigos que conocí en Londres años atrás, cuando vine a formar parte del movimiento de liberación colonial», escribió entonces Paul Robertson), es recibida hoy como un llamamiento a confrontar los problemas de la globalización33. A estas alturas señalar las evidentes flaquezas de la teoría poscolonial de inspiración anglo-americana e invocar un universalismo emergente en la parte más «europea» de los Balcanes no puede ser sino una actividad circunscrita al mundo académico, de la misma manera que repudiar el posestructuralismo porque «rechaza la ciencia» o se reduce a textos verbales o libros es simplemente mostrar desconocimiento34. Texto quiere decir red. Me mostraron un documento en internet en el que se argumenta que el terremoto de Bam en Irán, el 26 de diciembre de 2003, efecto de la construcción desmedida causada por la globalización capitalista, no tiene ninguna relación con la textualidad. La versión del documento que me mostraron termina con una foto de una víctima anónima y un pie de foto que dice «¿Qué hay de textual en esto?». 32 Nigel Harris, The End of the Third World: Newly Industrializing Countries and the Decline of an Ideology, Londres, Penguin, 1987, p. 7. 33 Paul Robeson, «Here’s My Story», Freedom, Nueva York, abril de 1955. 34 Puede que una palabra para mi querido amigo Tim Brennan no esté aquí fuera de lugar. El libro de Bernard Stiegler, Echographies of Television; Filmed Interviews with Jacques Derrida, traducción al inglés de Jennifer Bajorek, Cambridge, Polity Press, 2002, es de los muchos que tratan esto. Pero un problema mayor es llamar a la videografía «oralidad» sólo porque «representa el sonido» (Timothy Brennan, Wars of Position: The Cultural Politics of Left and Right, Nueva York, Columbia University Press, pp. 129 y 290 nota 13). Toda la primitiva crítica al fonocentrismo se centraba, de hecho, en este tipo de generalización. En ese contexto Derrida realizó una crítica a la negativa de Claude Lévi-Strauss de mostrarse benevolente hacia la cultura oral de los Nambikwara al señalar que las grandes memorias genealógicas fuertemente orales se «escriben» sobre material mnemónico, que es por lo que la escritura convencional parece tanto una repetición como una ruptura, una suerte de ciber-cambio (Derrida, Of Grammatology, cit., pp. 107-118). Hago referencia a esto porque los subalternos siguen en todo el Cuarto Mundo apoyándose en la oralidad y los artistas con movilidad de clase y los archiveros se sirven de la videografía y la inscripción digital para trasladar la escritura mnemónica a formato digital. La pedagogía señala el movimiento que separa esos extremos, una pedagogía que intento describir en «Enderezar perjuicios». Comparto el punto de vista de Brennan. El deseo por lo oral es grande. De hecho en la fracasada puesta en escena del duelo de Derrida por su madre que interrumpe el Derrida de Benington, las primeras palabras que aparecen son «le vocable cru»: el vocablo –o lo expresable o la vocal– creídos o en crudo (Geoffrey Bennington, Jacques Derrida, Chicago, Universidad de Chicago, 1999, p. 3).

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Para responder a esta cuestión hay que atender a lo que Marx inició: mostrar el texto, la red de la formación de capital y el capitalismo al trabajador, para que éste pueda contribuir a cambiarlo. El trabajador no era para Marx por encima de todo una víctima, sino el agente de la producción. He escrito en el primero de los ensayos de este libro acerca de los esfuerzos por hacer ver a un niño subalterno que él/ella es el agente y no la víctima de lo que aún se denomina «democracia». Un proyecto textual que viene de bastante atrás, si se entiende el texto como una red y no como una serie de palabras impresas sobre papel (una parte importante de ese proyecto ha quedado ahora destruido tras confrontarse con el feudalismo del viejo sistema latifundista, floreciendo en los movimientos de base situados más allá de la comprensión de la sociedad civil internacional, pues éstos no pueden esperar a aprender el idioma). Este mismo colega del documento de internet argumenta, asimismo, que señalar un problema en la traducción inglesa de Marx es «privatizar». Debería recordar que el inglés no es la única lengua pública que existe en el mundo. No podemos aprender todos los idiomas, pero podemos aprender algunos. En el caso de esta obra he convencido al menos a un traductor al italiano de la obra de Mahasweta Devi que no la traduzca desde mi versión en inglés sino que consulte a las personas adecuadas de la comunidad local bangladesí-italiana. ¿Es eso privatizar? Lo siguiente son unas palabras sobre la singularidad. Para mí lo que los seres compartimos es la diferencia repetible. Desde mi comprensión esto es una simplificación inmensa de la solución ofrecida por Spinoza al problema del universalismo ético. Cada invocación de singularidad lleva unido el doble vínculo de la invocación al universalismo racional. La distinción agentesujeto de mi obra es una forma de señalar este doble vínculo. Nada de esto importa a los universalistas o a los singularistas, ya que éstos no tienen interés en los problemas del mundo real creados en el terreno ético-político por las especificidades del teatro mental que continuamente establece un escenario razonable o consistente apoyado por otros recursos. Pongo estos extemporáneos ensayos en tus manos, lector. Si te vas a embarcar en ellos, sé justo. No abuses, por favor. Toléralos o déjalos a un lado, si llegan a enervarte. No aspiro a convertir al mundo.

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