Revista Socios Julio 2022

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◆ Columna de Opinión ◆

CARTA A SOLEDAD EN LA ARAUCANÍA Por Cristián Warnken L.

“El Gobierno parece un gobierno de adolescentes llenos de discursos buenistas, sin sentido de la realidad, dispuestos a conversar con los mismos que ahora te están expulsando de tu campo por medio del terror”, señala en esta carta publicada en PAUTA; y que incluimos en esta sección estable de revista Socios. Estimada Soledad: Te escribo esta carta desde mi jardín, muy preocupado por lo que está pasando en La Araucanía, ahí donde vives desde hace años y donde ahora estás padeciendo –como muchos de tus vecinos– dramáticos momentos de angustia, pena y terror. Perquenco, entre Lautaro y Victoria, era hasta ahora un lugar pacífico en que los agricultores como tú trabajaban la tierra de sol a sol y de lluvia a lluvia, un lugar donde todavía no había llegado la violencia terrorista en su versión más radical y pura. Pero el fuego destructor llegó aquí hace unos días, muy cerca de ti, cuando quemaron la casa de don Ulises Venturelli, natural de Capitán Pastene. Don Ulises había fallecido, y no pasaron cinco días y quemaron su casa. Los mapuches que yo conozco son muy respetuosos de los ritos, de los ciclos de la vida y la muerte. Para ellos los nacimientos y las muertes son ocasiones de encuentro, fraternidad, vida comunitaria, y todo lo que se celebra se lo hace con tiempo, no como nosotros que cada día convertimos más el nacimiento y la muerte en meros trámites; somos parte de la vida y la muerte exprés.

Los mapuches no: ellos se demoran, se toman su tiempo, el silencio en ellos es elocuente y también la palabra. ¿Qué tiene que ver, entonces, esa delicadeza espiritual mapuche con, este acto de barbarie, que no respeta ni siquiera el proceso de duelo de una familia descendientes de italianos inmigrantes que arraigaron en La Araucanía, que profana el lugar donde todavía, tal vez, mora el espíritu del fallecido? Nada. El terrorismo –de cualquier signo– solo usa las causas que dice representar para desatar esa pulsión destructiva y nihilista, que se cubre de ideología o argumentos teóricos, pero que es finalmente puro odio, pura muerte disfrazada de ideales nobles y loables. Siempre habrá quienes le den piso teórico a esa violencia, incluso intelectuales que pongan su labia o jerga abstracta para justificar lo injustificable; nada más nauseabundo que los que se esmeran en buscar causas que justifiquen o hagan entendible la violencia política, invisibilizando a las víctimas. Los creadores de lógicas dementes. Albert Camus, quien nació en Argelia, en el momento en que los grupos independentistas argelinos colocaban bombas para alentar la causa de la independencia, 44

levantó la voz y dijo: “En este momento mi madre está yendo a comprar al mercado; alguien colocó un bomba en el tacho de basura por donde mi madre puede pasar. Entre mi madre y la causa de independencia me quedo con mi madre”. Una sola víctima invalida cualquier causa, por loable que sea. Nada puede invisibilizar a los que son hoy víctimas de la violencia terrorista en La Araucanía. Ellos tienen rostro, memoria, nombre propio, derecho a una vida y una muerte digna. El duelo, la muerte de alguien también necesita dignidad: eso es lo que se ha violado impunemente en el caso de Ulises Venturelli, cuya casa fue hecha cenizas, apenas unos días después de su muerte. Qué significativo que él se llamara Ulises. Perquenco, en La Araucanía, era su Ítaca. La tierra natal y su casa, la extensión de su memoria, de su habitar, de su alma. Eso acaba de ser arrasado, y ese agravio a lo más sagrado del hombre (su morada y su memoria) nos muestra que el terrorismo que hoy se dice representar la causa del pueblo mapuche, en realidad no representa a nadie: ha usurpado el nombre de un pueblo para cubrir un nihilismo puro y duro. Camus lo tenía


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