Aniversario de La Ligua

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EL OBSERVADOR Ediciones Especiales

Edici贸n Especial Aniversario de La Ligua

Viernes 15 de junio de 2012


2 - Editorial

Viernes 15 de junio de 2012

Índice

La Ligua: un lugar donde se teje un dulce futuro entre el mar y los cerros

Página 2

Editorial

Página 3

Un papayo regalón, por Gustavo Boldrini

Páginas 4-6

Caminar por el Museo es cumplir el sueño de los Yacas

Página 7

Comercios liguanos exhiben con orgullo el nombre de sus dueños

Páginas 8-10

Los pescadores de Pichicuy siguen extrayendo riquezas del mar liguano

Página 11

Casimiro Menay Leguá: más de 60 años cantándole a lo Divino

Página 12-14

Combaten con sus manos la arremetida del tejido extranjero

Página 15-16

El Pukén: un parque donde hay un volcán submarino que ruge sobre el mar...

Como plantea el cronista y arquitecto Gustavo Boldrini Pardo en el presente suplemento (3), “La Ligua es un lugar en donde (...) aún caminan y actúan mineros, tejedores, agricultores, pescadores”. La frase evidencia la cualidad de un lugar que -no por simple azar- permitió a los primeros habitantes vivir como clanes nómades, hallando en cada lugar que ocupaban la forma de sobrevivir. Por ello, La Ligua se presenta como una comuna con potencialidades que no todas las capitales de Provincia tienen, gracias a que su extensión territorial, que camina desde el mar hasta la precordillera. Ese mapa dibuja, desde el norte, la belleza de sitios de conservación ambiental, en Los Molles (7); los esfuerzos por mantener viva la tradición de la pesca artesanal, que extrae, incluso, productos de exportación (8); una tradición que define una de las dos características de identidad más populares de la comuna, con los tejidos de Valle Hermoso, donde la hechura a mano resiste el hábil camuflaje de los artículos extranjeros (12); o la producción agrícola que, pese a vivir sus años más ingratos, se erige valiente en el valle de Longotoma. A ellos se suma un comercio tradicional que, caracterizado por eternizar el nombre de sus fundadores (11), se entremezcla con el rescate de la historia, que se puede encontrar en zonas precordilleranas, teniendo como una suerte de “guía de viaje” al Museo de La Ligua, creado con el empeño de un profesor nortino y las ganas de un grupo de escolares de la difícil década de los años 70 (4). De ahí que no sea difícil darse cuenta que los tesoros que dan esa riqueza cultural a la comuna están lejos de ser sólo el delicioso dulce de La Ligua y los hermosos tejidos que alguna vez dieron vida a una pujante industria textil; sino que se basa en la asombrosa gama de colores que

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toma la tierra, el cielo y el mar, a medida que se recorren sus sectores. Esos mismos que -incluso- los propios liguanos desconocen como propios y que, en algunos casos, se han creído de zonas ajenas, provocando un aislamiento peligroso e injusto. Así lo advierte, por ejemplo, el presidente del Sindicato de Pescadores de Pichicuy, Eduardo González Castro, quien dice en esta edición que “más de algunos políticos nos han dicho que creían que pertenecíamos a la Cuarta Región”. Pero ahí están. No sólo en el mapa de ruta, sino también en el esfuerzo diario de construir la historia y el desarrollo de La Ligua. El suplemento que presenta “El Observador”, con cariño y compromiso, quiere servir de testigo de esa necesidad de integración territorial, pero a través de historias, contadas por personas comunes y corrientes, que -desde sus vivencias privadas- muestras cómo aportan a la tarea pública de escribir la historia de La Ligua. Con especial emoción se hace evidente esa combinación virtuosa, cuando Georgina Díaz Riveros, originaria de Pullally y maestra en el arte de la lana, dice que tiene como misión enseñar a tejer a quién se lo pida, porque “yo ya tengo mis años y, si ya no estoy, quiero que esto no se pierda” (12). El desafío es mirar con amplitud a esta comuna, sabiendo que no sólo la vida en la ciudad es la que marcará su crecimiento, sino la relación perfecta y amorosa entre la brisa que acompaña las olas del mar en sus caletas, el esfuerzo diario de un comercio que enfrenta con creaciones únicas la arremetida de la producción en serie y el deshumanizado retail en la ciudad; y la maravilla mineral que guarda la historia de su cordón montañoso. Porque La Ligua es un lugar donde se teje un dulce futuro entre el mar y los cerros.

“La Verdad más que un valor es una actitud ante la vida”. Roberto Silva Bijit

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La Ligua

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La Ligua, Cabildo, Petorca, Papudo y Zapallar Ortiz de Rozas 694, 2º piso, oficina 19 Fono: (33)342217 La Ligua

San Felipe, Llay Llay, Santa María, Catemu, Putaendo, Panquehue Salinas 318 Fono: (34) 343712 San Felipe

Los Andes, San Esteban, Rinconada, Calle Larga Santa Rosa 225 Fono: (34) 343413 Los Andes

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La Ligua - 3

Viernes 15 de junio de 2012

Un papayo regalón

Por Gustavo Boldrini Pardo

Sueño una casa con jardín y un papayo. Un arbolito doméstico, abrigado entre la puerta de la cocina y el dormitorio, para poder regalonearlo. Me gustaría una casa vecina a la ex estación de ferrocarriles, aunque no haya trenes y, en el rodoviario, buses rojos esperen a los que viajan a Caimanes, mientras la gente de Alicahue ya está llegando para el próximo recorrido. Me gustaría eso. Una casa baja, no muy grande, sin tapial, para que se vean los cerros como dentro del jardín y pueda circular el olor a palto que se huele en la mañana. En La Ligua es posible la casa que sueño. Esta ciudad está hecha de todos los tiempos, de mucha gente y una identidad. Los diferentes tiempos se notan en que aquí todavía se camina, quedan pequeños agricultores, dulceros, y las mujeres sonríen sin miedo. Se notan porque en las mañanas de sábado y domingo se hace presente el pequeño comercio que ya establecieron los incas: se vende lo justo a precio justo. Se notan porque desde los rostros de Lorna Roco, de Vilma Payacán, de Cecilia Taucana, de Rogelia Mariqueo, de Germán Talamilla, de Margarita Olave Queupán sonríen bisabuelos mollenses, diaguitas, picunches, aymaras, quechuas, africanos... esos que dieron la belleza física a los liguanos de hoy. Se sabe que a este valle desembocaron, encontrándose, muchos viajeros del sur americano. Caminando por la costa llegaron batos y changos; desde la cordillera, por Alicahue y El Sobrante, bajaron aymaras y quechuas (incas). Por supuesto que, detracito, llegaron españoles, obligados africanos, y mapuches. La Ligua fue un lugar que los sociólogos llaman Centro de Intercambio

y también de Aclimatación, y sigue así. Aquí se encuentran el norte y el sur, el español y el aborigen, el mar y la tierra, la cultura local y la ilustración, los “Invid”, los charros mexicanos y las flautas de los chinos de Valle Hermoso. Lo más bello de todo, y lo más importante, es que La Ligua es un lugar en donde el tiempo pasado es también tiempo presente. Y esto es evidente porque aún caminan y actúan mineros, tejedores, agricultores, pescadores, es decir, los descendientes de los primeros habitantes que buscaron oro, los que tejieron un ponchito, sembraron maíz o entraban al mar a cosechar machas o un pejesapo. Escribo desde el Café Macalú, el lugar más moderno que hay en La Ligua. Aquí -tomando café y no mate, ni agua de culén o de coca- pienso todo esto comiendo “torta selva negra” y no los maravillosos empolvados ni alfajores de la tradición hispana. En este lugar donde se reúne la antigua gente de La Ligua con los recién llegados, hago un democrático elogio de La Ligua pues la conversación y la vista me permiten percibir esa común “nostalgia del futuro” de la que hablaba Jorge Teillier. Esos son los diferentes tiempos de La Ligua que, por estar mezclados, hacen su identidad presente. Claro, es que entendemos por identidad lo que somos hoy, y eso es haber aceptado y sumado todo lo que fuimos, y el resultado es tener una ciudad que a la mayoría le gusta. Quizás La Ligua sea el devenir de un proyecto que comenzó antes de Cristo. Un acuerdo milenario, una utopía con lugar, la piedad ciudadana. Y allí van de nuevo: la Yarela Roco, Judith González Aballay, Florcita Brantes, los hermanos Chacana, Patricio Estay, Palma... liguanos que permiten que esta identidad, nacida el año del ñauca, sea la de hoy. En el café puedo pensar y escribir todo esto. Llevo tres tacitas y ya me he enamorado tres veces. Es que pasan tan rápido estas liguanas. Enumero cosas y preguntas que solo pueden ser detonadas por La Ligua, que solo han sucedido aquí y que determinan el entu-

siasmo del que toma café. Primero, el enigma de su ferrocarril, ese del que nadie sabe cuando dejó de correr. Luego, la profética escultura de Gregorio Berchenko -unas agujas de giganteconstruida en 2009, quizás tomando en cuenta el decir del poeta de que La Ligua debe tejer su pasado con el futuro. Y también el ojo de mar de la plaza que, en for-

o una imagen virginal. Me pasa: si veo una banda, me parece la mejor del mundo, la invención de la música. Si me muestran una papaya pregunto: ¿qué es eso tan bello, loco y amarillo? Si veo una mujer hermosa, sé que es diaguita. Inventario amoroso y surrealista. Para que se fundara una escuela agrícola en Longotoma, antes

mantener una medida humana, sustentable, y respetar esas otras cosas que no variarán: el cerro Pulmahue, los minerales de cobre y plata que aún no han sido descubiertos, los chinos de Valle Hermoso; o sea, toda aquella práctica y simbología que hablan de riqueza, de ventajas comparativas (su maravilloso clima), de sus mitos. Ellos vienen des-

ma perfecta, les recuerda a los liguanos su hermandad con el océano, y que siempre contarán con los peces de las Salinas de Pullally y la sirena de Illalolén para no perder su destino. A propósito, ¿qué es del profesor Fernando Guajardo Zenteno? Por ahí andará, persiguiendo mitos, viajando por rieles de óxidos, quilate 21. ¿Y de Willy Saavedra y Martínez? ¿Qué nuevas historias nos contarán cuando nos lleven en sus taxis a Longotoma o a Santa Marta por el camino viejo? La Solcito quiere un helado del Lihuén; Julio se va a la plaza, a fotografiarse con el señor Callejas; no lo encuentra. Otras ciudades no pueden detener a los que raudos pasan por sus caminos. Todos se van a Viña. La Ligua los atrapa y los encanta. Siempre -y por eso vuelvenles provoca un sentimiento

debió morir Christa Mock, la alemancita que gustaba de bañarse pilucha en sus playas. También Dayse Torreblanca, la muchacha de Guallarauco que se enamoró del gitano que le cantaba en romané cuando, a 180 kilómetros por hora, la llevó raptada a Calama para asesinarla. No se acaba esta antología. ¡Otro café por favor! Y me da miedo ser frívolo, me da miedo que el entusiasmo de recrear temas no sea justo ni compartido por todos los liguanos. Permítanme ser frívolo sólo esta vez, porque no olvido que aquí en La Ligua hay que cuidar mucho el agüita, no confundir el tipo de cultivos que se hacen, no imitar a otras ciudades. Tampoco olvidar esas costumbres que no varían y la han hecho tan nítida: acoger a todo el mundo, ser el primer granero, despensa y mostrador hacia el sur o hacia el norte. ¡Hey!,

de un conocimiento antiguo y profundo que se expresa como intuición y nos ordena, haciéndonos comprender todo aquello que nos parece misterioso, aunque tengamos que contradecir a los ingenieros y a la planificación santiaguina. Existe un modo de ser liguano. Una mentalidad de aquí, que es del porte del valle: empieza a la orilla del mar y termina allá en los Perales de Alicahue. ¡Hay que cuidar el agüita, protegerla! ¡Hay que impedir que la agroindustria mate al papayito, el regalón! Debo irme. Lo haré en el tren fantasma, ese que aún se escucha en la noche de Quínquimo y en El Rayado, y que un día trajo al rey de Suecia a conocer a Jorge Teillier. Es que sólo vine a tomar café y a elogiar a esta pequeña nación, desde donde quiero regalonear al último papayo.

“Lo más bello de todo, y lo más importante, es que La Ligua es un lugar en donde el tiempo pasado es también tiempo presente. Y esto es evidente porque aún caminan y actúan mineros, tejedores, agricultores, pescadores...”


4 - Camino a Valle Hermoso

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Caminar por el museo es cumplir el sueño de los Yacas

E

l Museo de La Ligua tiene una cualidad especial. Pareciera estar hecho para los niños, porque es como una sala de clases enorme, con espacios anchos para recorrer sus exposiciones permanentes, que, tras conocerlas, es fácil salir recitando casi de memoria la forma en que vivían los primeros habitantes que poblaron la costa y los cerros

sobre los cuales, hoy, está asentada la comuna y sus localidades vecinas. Esa cualidad no es casual, porque el origen de esta casa de historia está, justamente, en las aulas de un colegio. En 1975, durante aquellos tiempos en los que era ECUK KORQUKDNG RNCPKſECT actividades en espacios públicos, ante la compleja rea-

lidad política que se vivía en el país, se crearon en Chile las actividades extraacadémicas y había que pensar en una, al interior del Liceo B-1, actual Liceo Pulmahue. Como las ganas de salir eran muchas y las opciones, pocas; el profesor Arturo Quezada Torrejón vio en la nueva disposición la oportunidad ideal para transformar lo fome que podía

parecer la historia en los libros, en una entretenida experiencia, creando en 1977 nada menos que una Academia de Arqueología, a la que se bautizó como “Yacas”. “Él había llegado desde la Universidad del Norte, donde trabajó mucho con un sacerdote en este tipo de investigación y propuso el taller. Como había pocas cosas para hacer, los niños quisie-

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Escolares del a de Arqueología bautizada con ese nombre, que entre 1977 y 1989 hicieron hallazgos sorprendentes, que hoy dan forma al Museo de La Ligua ron salir inmediatamente”, cuenta Waldo Ramos, relacionador público del Museo de La Ligua. Lo increíble es que este grupo de escolares terminaría convirtiéndose en un grupo de adelantados, pues trabajaron en terreno, persiguiendo la historia de nuestros antepasados, por 12 años, entre 1977 y 1989, realizando, en terreno, hallazgos impresionantes, que permitieron rescatar y difundir la herencia patrimonial dejada por los indígenas en los valles de Petorca y La Ligua. Gran parte de quienes integraron la Academia Yacas, siguieron carreras universitarias ligadas a la historia y a la cultura, dando paso -con todo el material recopilado- a la creación del Museo de La Ligua, que tras ser un sueño de adolescentes que -casi sin darse

cuenta- se enamoraron de la arqueología, hoy es una realidad, que puede aprovechar cualquier niño para saber el origen del lugar donde vive. “Pedro Tobar, quien es profesor del liceo y ha seguido ligado por siempre al Museo; Jorge Salinas, profesor de música, y muchos otros, se fueron por ese tema, habiendo entre los ex Yacas profesoras, artistas, porque lo que aprendieron les quedó grabado a fuego en su mente, en su forma de ver la vida, son muy distintos en cuanto a la forma de ver la vida, fueron un grupo de escogidos”, comenta Ramos. Parte de los hallazgos de estos niños que hoy son destacados profesionales, dan forma a los módulos en los que está dividida esta casa, cuyo recorrido es el que muestra este reportaje.


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Entierro de una mujer indígena En este módulo, se presenta el hallazgo que se hizo del espacio fúnebre de una mujer indígena, de unos 35 años, que -se piensa- debe haber sido muy importante. Ello, por su ajuar funerario, que es muy completo y cuyos dibujos representan que provenía de la cultura incaica. Ello, porque la greda es diferente a la hallada en los cementerios indígenas de la zona, aunque se mezclaba con elementos locales, más toscos. Los de esta mujer tenían más brillo. Por ello, se entiende su presencia como parte del encuentro que tuvieron los incas con quienes vivían en estos sectores. El hallazgo se hizo en 1994, a unos 3 a 5 metros bajo tierra, cuando se construían los cimientos del edificio de la Universidad de Aconcagua, en Manuel Montt casi llegando a Portales. Se conservan el esqueleto de la mujer, una vasija en la que se dejaban alimentos, para su viaje al otro mundo y, como era una persona importante, eran alimentos mucho mejores para los que tenían los habitantes de aquella época, pues los huesos que se hallaron corresponden a guanacos y otros animales. Además, hay otras vasijas con semillas, que se fueron haciendo polvo. Hay un elemento llamado “tortero”, que era una piedra para trabajar la greda. Además había pequeños po-

cillos, tipo taza; y un puco, que eran los platos con mayor utilidad. Para rescatar estas piezas, se trabajó por tres meses, aproximadamente.

Camino a Valle Hermoso - 5 Cántaros del cementerio indígena de Valle Hermoso

En una vitrina, se exhiben estos cántaros hallados en un cementerio indígena de Valle Hermoso, en el sector de Los Coiles, cerca de Los Molles. En ellos, se aprecian las diferencias de técnicas y de dibujos entre las culturas originarias. El dibujo en uno de los elementos, demuestra que los pueblos de la zona tuvieron contacto con las culturas diaguitas, por la línea escalonada que tiene. En el lugar están dispuestas de tal forma, que es posible entender cómo se fabricaban: se hacía un hoyo en la tierra y se le ponían ramas, para quemarlas toda la noche, como un horno que endurecía la pieza. Luego se secaban. Ellos trabajaban la greda en forma de cilindro y, con el agua, iban haciendo el alisado y, después de la quema, con las piedras hacían el pulido.


6 - Camino a Valle Hermoso

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Cementerio Indígena de Los Coiles En este punto del Museo, se exhibe una detallada maqueta del Cementerio Indígena de Los Coiles, cerca de Los Molles, que se descubrió cuando se estaban ejecutando las obras de ampliación de la Ruta 5 Norte. Cuando este lugar se mostró a los ojos de quienes laboraban ahí, se organizó una gran misión de rescate, donde trabajaron muchos arqueólogos. Y el resultado aún emociona a quienes lo recuerdan: se recuperaron 21 esqueletos, correspondientes a dos grupos humanos distintos, pues dos de los cuerpos encontrados estaban flectados, por lo que pertenecieron a la tradición Bato, que habitó por 660 años el territorio. Estos esqueletos están en la Sala de Arqueología del propio museo, guardados bajo estricto control, literalmente como “hueso santo”, pues se espera algún día ampliar las dependencias del museo, para poder exhibirlos con todas las necesidades de espacio y ambiente que requieren. Son, lejos, los tesoros más preciosos de este recinto.

Sala de Exposiciones “Yacas”

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Representación de la Cultura Bato Éste es un enorme mural, que ocupa toda una pared, en la que se representa la vida de los integrantes de la Cultura Bato, en las zonas costeras de La Ligua, donde la historia les dio el nombre de “los indios de los conchales”. Era una cultura de clanes familiares, donde cada uno tenía un rol. Eso sí, vivían como nómades, por eso, en vez de rucas más construidas, usaban carpas para guarecerse del frío, porque eran de fácil desarmado y armado. Por ello, cuando había sequía o se acababa todo, se cambiaban a otro punto del territorio. El mural también es de un ex Yacas, el profesor de música Jorge Salinas. En él se pretende demostrar, además, que eran los adultos mayores quienes transmitían sus conocimientos a los niños y la forma cómo se dividían los roles.

Piedras con reproducciones de petroglifos

Esqueleto de niña sacrificada

Este rincón del Museo se bautizó así en honor a los jóvenes que hicieron que el recinto fuera posible. Las imágenes muestran una exposición montada por la artista Melisa Farias Köhnenkampf, titulada “Tierra Alada”, cuya propuesta expositiva corresponde a una retrospectiva de la joven artista de 1996 al 2012, en donde es posible apreciar su amor por América indígena, obras y relatos que se materializan en diversos formatos y soportes, tales como pintura, grabado, dibujos, fotografías, máscaras, poesía y audiovisuales. Todo lo expuesto por Melisa se vincula al aspecto espiritual y el contacto con la tierra. La artista hace, además, clases en colegios especiales y eso le permite trabajar con personas con habilidades diferentes, que enriquecen lo que esta sala mostró hasta ha unos días.

Estas piedras están sacadas de los sectores precordilleranos donde, originalmente, están las zonas de petrogligos, pero, para respetar ese espacio natural, se trajeron aquellas sobre los cuales no había dibujos, para que el visitante pueda conocer sus cualidades. Sobre ellas, se hicieron reproducciones de petroglifos, hechas por el profesor Pedro Tobar, para que las personas puedan conocer la forma de escribir mensajes de los primeros habitantes. Hay uno al que le llaman un chamán, que puede interpretarse como un ser con algún tipo de manta o máscara; además de la máscara de Alicahue, que usa la Municipalidad de Cabildo como logo de su imagen corporativa.

Recreación del alero rocoso de Panguecillo Ésta es la Sala de la recreación de un alero rocoso, que se encuentra en Panguecillo, territorio que corresponde a la vecina comuna de Petorca, en el sector Pedernales. Un alero es un espacio en el que se cobijaban los cazadores de esa época y en el museo se muestra este cuadro, a semejanza del lugar real, acompañado de una vitrina que reúne cosas encontradas en ese alero, la mayoría puntas de flechas y utensilios para cocinar. El cuadro tiene fondo oscuro, porque el rincón original presenta hollín, por eso se sabe que ese espacio pasó mucho tiempo como un lugar donde se juntaba la familia a hacer la carne de los animales que cazaban, generalmente guanacos, zorros, ratones y otros animales pequeños, como lagartos y culebras.

Junto al mural, se exhibe uno de los posprimeros hallazgos del grupo escolar, hecho junto a su profesor, en 1977. Se trata de un esqueleto encontrado en los conchales de Longotoma, que corresponde a una niña de entre 4 y 6 años, que presenta un fuerte golpe en la sien, además de un patrón funerario distinto al resto, pues su cuerpo apareció flectado, en medio de los conchales. Hay puntas de flechas reales entremedio del esqueleto, para mostrar las cualidades del entorno en el que estaba, pues es muy posible que haya sido sacrificada, en el marco de un ceremonia propia de las creencias de los primeros habitantes de esta tierra liguana.


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La Ciudad - 7

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Comercios liguanos exhiben con orgullo el nombre de sus dueños La ciudad muestra como cualidad, casi distintiva, que gran parte de los locales tradicionales llevan el nombre de quienes los han creado La ciudad de La Ligua se caracteriza por tener en su variada gama de locales comerciales una amplia galería de nombres de personas, que guardan relación con el fundador o algún familiar cercano de estas tiendas, queriendo prolongar a través de los años un patrimonio dentro del núcleo familiar y de la historia. A continuación una breve muestra

de lo que es una característica particular liguana, que es difícil ver con tanta frecuencia en otras ciudades, en tiendas tradicionales, con historia y que han perdurado al pasar de tiempo, destacándose y reconociéndose por la cercanía que se mantiene entre los dueños y su clientela, dándose un clima de complicidad entre el cliente y quien atiende el local comercial.

Librería Johany Se dice que es la librería más antigua de La Ligua. Así lo señala su dueño, Ernesto Vásquez Godoy, quien podría frustrar al lector que se dé cuenta que no es el nombre del local. Pero “Johany”, en realidad, el nombre su hijo, quien aparece en un retrato en manos de su padre. El dueño de esta librería cuenta que durante 37 años se dedica a este rubro. Cientos y cientos de oficinistas y estudiantes han llegado a su local, en busca del papel, lápiz o libros, reconociéndose dentro de comercio tradicional de esta ciudad que no sólo vive de los dulces y tejidos.

El Mago de Carlitos Éste es un local multipropósito: centro de eventos, pub y restaurante, bautizado con el nombre de su dueño, Carlos Antonio Fernández Esquivel, quien además atiende personalmente a quienes llegan al recinto, ubicado en el centro de La Ligua. Centenares de adultos jóvenes se congregan los fines de semana en este particular punto neurálgico de las noches bohemias de la ciudad.

Tejidos Valentina Lleva este nombre en honor a su dueña, Valentina Castro Olivares, quien personalmente se encarga de atender a los miles de visitantes que llegan hasta su tienda ubicada en Cuatro Esquinas, en la localidad de Valle Hermoso. Es esta productora textil quien envió las 33 mantas a los mineros rescatados en la Mina San José, de Copiapó. “Artesana de Tomo y Lana”, dice que es esta productora textil, orgullosa de que sea su nombre el que da identidad a su local.

Masas de Carlos Es una amasandería tradicional de nuestra ciudad, que funciona por casi 60 años con cientos de historias y miles de visitantes que han pasado por ella. Fundada por Carlos Cosmelli, quien hoy tiene 80 años de edad, hace un tiempo quedó a cargo de su hijo, Juan Manuel Cosmelli, quien luce con felicidad el cartel que exhibe el nombre de su papá. Aprovechando su sangre italiana, mezclan las cualidades gastronómicas culturales del bello país europeo con las de Chile, para elaborar exquisitas masas que son buscadas por su sabor en la ciudad, fabricando pasteles, tortas, que están en gran parte de los festejos de los liguanos.

Talabartería Pulgar

Es una de las tiendas más tradicionales en la ciudad de La Ligua, que eligió tomar la identidad familiar, escogiendo el apellido en vez del nombre. Con más de 40 años de historia, fue fundada por Juan Pulgar padre, quien falleció en el año 2004, continuando con este popular negocio su hijo, que lleva el mismo nombre, por lo que eso de traspasar identidad es una opción conciente y de la que se tiene orgullo. Hasta el local llega clientela de todo el país, en busca de las mejores mantas, ponchos, sombreros, entre otras prendas esenciales para el huaso chileno.


8 - Pichicuy El gran ejemplo de Urbano Pacheco es el que muestra con orgullo el Sindicato de Pescadores de Pichicuy, que tiene 40 socios que parten a las 5 de la mañana mar adentro, sin saber si volverán con sus botes llenos o vacíos

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Los pescadores Agua a un lado y agua al otro. Agua adelante y atrás. Allá, lejos, casi imperceptible, las arenas de la playa La Ballena. Lo lógico para cualquier cristiano era nadar hacia la orilla, tratando de evitar una muerte inminente. Las olas pegaban en la cara como cachetadas de mujer furiosa, pero esa mañana Urbano Pacheco Pacheco había decidido volver vivo a la caleta de pescadores y la mar -como él le llama-, por muy brava que estuviera, no se lo iba a tragar. Con 42 años, llevaba 20 con el agua salada como su compañera de todos los días y por eso sabía que, en vez de bracear hacia afuera, debía meterse más adentro, para que una ola con menos ganas de matarlo lo llevara hacia la arena. Estaba en eso, cuando recibió otro palmotazo fuerte en la cabeza. Tragó agua y su intención parecía desvanecerse. Pero siguió luchando. El líquido entró

por la boca una vez más. Y una tercera. Los brazos seguían moviéndose, mientras su cuerpo iba de arriba abajo, en medio de ese mar entre azul y verde de Los Molles. “Nadé con todo el corazón”, recuerda, advirtiendo que no ha olvidado ni un solo segundo de lo vivido esa jornada. Como un premio divino a sus ganas de volver respirando a la orilla, Urbano llegó a tierra. Como pudo, se sacó la ropa y quedó en pura camisa. Vio una casa blanca, muy cerca de la orilla y gritó. Pero algo quería que todo fuera más difícil. “Había una ‘cachá’ de perros que salieron a morderme y me metí debajo del puente, entumido de frío, tiritaba entero y tenía las manos arrugadas”, relata. La mujer de Venancio, el dueño de la casa, lo vio casi desnudo y creyó que era un andante, de esos que mendigaban y daban susto en la caleta.


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Pichicuy - 9

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siguen extrayendo riquezas del mar liguano “Ahí llego la mujer y dijo: ‘Es el viejo de la calle’. Pero el Venancio gritó: ‘¡Es Pachequito, el que nos vende pescados!’”, rememora Urbano, celebrando que su fama le salvó la vida y per-

mitió -en medio del molo donde sigue trabajandocontar cómo ha podido sobrevivir como el trabajador más longevo del Sindicato de Pescadores de Pichicuy, ya con 83 años a cuestas.

Sonriendo con picardía, recuerda que esa mañana de hace 41 años atrás, las mujeres que lo ayudaron no escatimaron en “recursos” para sacarlo de la hipotermia: “Me sobaron

Los compañeros de pesca Domingo Muñoz Sagredo y Urbano Pacheco Pacheco, junto a su bote bautizado como “Amigo que nunca falla”.

hasta ‘los compañones’ para que volviera la temperatura normal. Me pusieron los calzoncillos de los viejos, un poncho de castilla y, en una cama, me sirvieron una ‘cachetera’ (así llama a las bebidas calientes). Café parece que era y las venas se me pusieron como del porte de un dedo. Cuando reaccioné, me llevaron pa’ la casa”. Ésta es una de las historias que convierten a este pescador en el personaje más preciado del Sindicato. Comparte con sus colegas el color con el que el sol curte la piel y las líneas profundas que dibuja sobre ella el frío de la madrugada. Casi lo llevan en andas para que contara a “El Observador” sobre su experiencia, porque saben que sus opiniones describen lo que sienten aquellos que viven, aún, de lo que regalan las aguas liguanas. “Tenemos que hacerle un monumento”, dice el Sigue en página 10

Eduardo González Castro, presidente del Sindicato de Pescadores de Pichicuy.


10 - Pichicuy

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Los pescadores siguen...

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Congrio, cojinova y el huiro palo

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presidente del Sindicato, Eduardo González Castro, hablando sobre este héroe que lleva 45 años en Pichicuy. Urbano cuenta que nació en Puchuncaví y que la pesca artesanal lo paseó por Pichidangui, Caldera y Puerto Viejo, casi siempre detrás del congrio. “Me casé en Los Vilos y ahí me vine para acá. Toda la vida me he portado bien y jamás fui dirigente, pescador nomás”, detalla, describiendo con pena que el mar de Pichicuy entrega, ahora, algo muy distinto a lo que daba décadas atrás. “Antes íbamos cerquita y pillábamos 100, 200 y hasta 500 kilos de cojinova. Ahora no atrapamos ni una cosa. ¡Las malditas lanchas! Les tengo mala a las lanchas industriales, que se llevan todo. Y lo poco que queda debemos protegerlo de los lobos marinos, a los que no se les puede hacer nada”, advierte. Años atrás -evoca- las personas llegaban al molo, veían rumas de cojinova, pero eso cambió: “Ahora, en todo el año, no he pescado ni una”. “Si yo me hice a la mar porque, de chicos, empezábamos a buscar los locos, cuando costaban ‘un diez y un cinco’ cada uno (15 centavos). Estaban arrumados y uno lo sacaba sólo metiendo las piernas en el agua. Después, al resuello (buceo a pulmón). De ahí derivamos en la pesca”. Con los años -cuenta- la contaminación y la pesca industrial han ido alejando los peces, haciendo mucho más difícil la labor. “Hoy no hemos pescado nada. Estábamos (con la red) en 55 brazas (unos 80 metros); y ahora calamos en 60 (entre 90 y 100 metros), para ver si los peces están más profundos. Antes estaban a 20 metros. Hay que irse con un tremendo jarro de cocha (choca) pa’ calentar el cuerpo esperando”, dice este hombre de leyenda, que pasa poco más de cinco horas diarias mar adentro. “Para trabajar en esto hay que ser profesional. Cualquiera que estuviera dos días acá se iría decepcionado, diciendo: ‘¡Qué van a sacar estos huevones!’ y nos dejaría botado. Es una pega de esfuerzo, paciencia, riesgo”, dice.

Y aconseja, mirando hacia el paño de agua que lo ha dado vuelta dos veces en su vida, en La Ballena y Maitencillo: “Hay que tenerle respeto a esta tonta”. MÁS VIEJOS, MENOS JÓVENES El gran Urbano Pacheco es uno de los 70 socios que tiene el Sindicato de Pescadores de Pichicuy. Aunque el presidente, Eduardo González Castro (51 años), comenta que hay 40 activos. De ellos, 12 son buzos y la gran mayoría, marinos y asistentes de buzos. Pero ya no están los más jóvenes de la caleta, como era antaño. Para ellos hay otras opciones laborales que les son más atractivas, tanto por el retorno económico como la posibilidad de evitar esa batalla eterna entre la fuerza de “la mar” y lo débil que se ve el hombre en medio de ella. “Está la piscicultura de La Ballena; los olivos en Huaquén; y las faenas de la industria de los pavos. Ahí hay harta pega para la juventud, que ya no se interesa en la pesca”, dice González, quien, de niño, estudió en Placilla, La Ligua y el Liceo Felipe Cortés de El Melón, en Nogales. Pero, a diferencia de la juventud actual, cuando terminó la básica dejó el colegio, porque heredó de su padre el nombre y el oficio, en tiempos cuando sí corría eso de continuar con la profesión familiar y donde, además, se ganaba harta plata. “Estaba de moda el loco y nos fuimos al norte, donde salía mucho y la misma plata que ibas ganando, hacía que dejaras el estudio. Ahora no. Es al revés: uno da educación a los hijos para que no sigan esto”, confiesa. Y así ha sido con sus hijos: Ariel, de 30 años, estudió Fabricación y Montaje Industrial; Michele, de 28, es técnico en Geología y trabaja en la minera Anglo American; y María Jesús, de 21, es enfermera y ejerce en La Serena. “Uno ya no puede dejar esta pega, es lo que más sabe hacer. Ser pescador es una profesión, no es cualquier trabajo. Rendimos exámenes por escrito y nos dan licencia en la Armada. Por eso estamos orgullosos de lo que somos”, dice.

En Pichicuy, la pesca es por temporadas. En invierno, se lucha por conseguir cojinova, pero lo que más se pesca es congrio. La corvina es más eventual, porque es migratoria. En el buceo, se trabaja el “huiro palo”, alga que se destina en un ciento por ciento a la exportación a Japón, país que lo procesa para fabricar productos cosméticos. Cinco embarcaciones trabajan todo el año en esta faena. Cada bote, extrae mil 500 kilos al día y se paga 85 pesos por kilo de huiro mojado. “Después los comerciantes lo secan, pican y venden a exportadoras”, explica el presidente del Sindicato. La rutina en la caleta es dura: el día anterior se debe dejar la red “calada”, es decir, puesta en el mar a la altura en que se cree que habrá pescado, a unos 40 minutos de distancia, desde la orilla hacia mar adentro. Al día siguiente, la levantada es a las 5 de la mañana. Casi todos llegan caminando al molo, donde se carga el bote de “aperos” y café cargado. Se baja cada embarcación con la pluma (máquina similar a una grúa) y se llega al punto donde está el calado. En ese lugar, les llega la “aclarada” (salida del sol). “Varias veces nos encontramos con los lobos que se están comiendo los pescados en la red. Las hacen tiras. Cuando eso pasa, se pierde todo y hay que estar arreglando los aperos para salir de nuevo”, explica Eduardo. En un buen día, se puede traer a la orilla entre 30 y 40 kilos de pescado por bote. Salen ocho embarcaciones. Eduardo es dueño de una, por eso gana más que aquel que no lo es, porque el sistema se divide así: si en la pillada del día el bote hace 110 mil pesos en ventas, se separan 10 mil para combustible y el resto se divide en cuatro: los tres marinos, incluyendo al dueño, y éste último se queda, además, con el último cuarto. Un pescador que no es dueño de bote, actualmente, termina ganando poco más de 200 mil pesos al mes, considerando que hay días sin pesca. De ahí el bajo entusiasmo de los jóvenes por entrar a la mar. “Nuestro pescado llega a restaurantes de Pichidangui, Papudo, Zapallar y Maitencillo. Pero ahora estamos en una baja enorme. Sube la bencina y el pescado baja. El congrio lo vendíamos a 3 mil 500 pesos el kilo y ahora están pagando 2 mil 600”, explica.

Una gran amenaza invernal es la llegada de producto congelado del norte, que a los comerciantes les entusiasma por el precio. “A veces la gente no mira lo fresco y se dejan llevar por el precio. Del norte llegan en camiones frigoríficos y el pescado con hielo pierde sabor”, dice. Pero hay un problema nuevo: “A la gente la han asustado con lo de los tsunamis y viene menos a los restaurantes de la costa. Por eso, los dueños piden menos pescado y eso influye en que el precio baje”.

Baldovino Ojeda Castro, sosteniendo dos congrios, uno colorado y otro negro, junto a su compañero José Desidiero Cortés Rojas.

“Algunos se olvidan de que somos de la Quinta Región” Pese a que pertenecen -y con orgullo- a La Ligua, los pescadores de Pichicuy sienten que las autoridades debieran integrar más a la caleta. De hecho, aseguran que políticos de la región, de todos los colores, han llegado a decirles que no sabían si ayudarlos o no, porque creían que el sector pertenecía a la Cuarta Región. “Por ejemplo, ahora estamos con un apuro de contar con carros de arrastre para los botes. En vez de bajar con la pluma, podríamos contar con carros, como en la Caleta Portales, para sacar por tierra los botes. Salen entre 400 y 450 mil pesos cada uno”, dice Eduardo González, señalando que sólo necesitan asesoría técnica del municipio, para presentar el proyecto al Gobierno, que tendría voluntad de asignarles el dinero que necesitan.

Otro plan de años es convertir la zona de box en un restaurante. Así mejorarían sus ingresos, al vender ellos el pescado fresco que extraen, en forma de deliciosos platos. Hace tres años la obra costaba 52 millones de pesos

y las promesas de ayuda sólo quedaron en eso. Estos madrugadores sólo quieren que la región recuerde que también son parte de ella, de esa historia de mar que pocos conocen que tiene La Ligua, que no sólo ha vivido de

lana y dulces -tesoros reales, pero no únicos-, sino también de aquella hembra de ojos azul – verdosos, que ha regalado con caprichosa voluntad sus riquezas, para deleitar el paladar de tantos chilenos.


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Casimiro Menay Leguá: más de 60 años cantándole a lo Divino

Es conocido por ser uno de los últimos cantores que van quedando en La Ligua, con las décimas vivas en su mente aprendidas de su padre y el reconocimiento de quienes lo conocen por su sencillez y amor por la tradición que cada día mantiene vigente A Casimiro se le notan los años que han avanzado en su vida, pero da la impresión que hace caso omiso al paso del tiempo, ya que su rostro de pronunciadas líneas, acompañado por un distinguido y fino bigote, hace un fiero contraste con la energía que mantiene, tal como si tuviera 12 años. Casi igual que ese inocente niño que acompañaba al trabajo a su padre, a quien admiraba y escuchaba cantar versos que llamaban la atención de su oído infantil. Por eso siempre intentaba repetirlos, sin saber que eso terminaría definiendo quién sería al convertirse en grande. Y fue así como, -según rememora- cada vez que su padre lo aperaba con un chaleco bien calientito y unos buenos zapatos para ir a la montaña, el pequeño Casimiro se animó a payar. Y no sólo repetía las historias ya conocidas y que eran parte del repertorio de su padre, sino que incluso intentaba componer sus propios versos, que empezaron a dar forma a sus conocidos cantos a lo humano, donde relataba las vivencias y experiencias que a su corta edad podía recordar. Su vínculo más cercano con los versos musicalizados por el folclore se dio, efectivamente, a los 12 años, cuando empezó oficialmente a cantarle a lo Divino, dedicando la creatividad y lo matemático de las décimas

campesinas, a la Virgen María y a Dios. Con los años, ese oído musical lo llevó a que, junto con ser un notable payador, se convirtiera en alférez de los Bailes Chinos en Valle Hermoso, es decir, literalmente quien lleva la batuta en las festividades religiosas, donde se venera a la divinidad con música y danzas. Ya tiene 74 años y de su boca se escuchan décimas como ésta: “Gloriosa Virgen María/ Con vocación de rosario/ Acudimos a su santuario/ Por venerarla en su día/ Por venerarle su día/ Virgen santa reina y madre/ Y al pie de su jerarquía/ Le damos las buenas tardes/ Le damos las buenas tardes/ Como cristianos creyentes/ Haré llegar mi saludo/ Para todos los presentes”. DE LA QUEBRADA DEL POBRE Orgullo genera saber que en La Ligua se encuentra uno de los más destacados cantores a lo divino del último tiempo y de los pocos que van quedando en la zona, quien ha participado a lo largo de toda su vida en diferentes ceremonias, donde la religiosidad popular tiene en esta expresión una de sus tradiciones más ricas, en su dimensión religiosa como musical. Casimiro Menay Leguá nació en la localidad de Quebrada del Pobre, en Valle Hermoso. Es hijo de Froi-

Con la batuta en mano, Casimiro Menay dirige el baile religioso.

lán Segundo Menay Huerta y Eleonira Leguá Astudillo, quienes desde pequeño incentivaron en el corazón de su mozalbete este amor por Dios y por la tradición del canto a lo divino, que era una parte importantísima al interior de esta esforzada familia, que constantemente participaba de los ritos de la iglesia. “A mi no me interesa mucho que me hagan un reconocimiento o que hablen de mi, simplemente me interesa ser feliz con lo que hago y con servir a mi Dios”, dice este hombre, quien con nostalgia y cariño recuerda los momentos en los cuales se inició en este arte que tanto ama. “Mi padre cantaba a lo divino en diferentes ceremonias y mi madre rezaba el rosario, por lo que siempre estuvimos como familia relacionados con la vida religiosa”, rememora. En medio de sus viajes con su padre, empezó a cantar a lo divino, a los 12 años, aunque –explica- “mi amor por el canto partió mucho antes”. A los cinco años, acompañaba a Froilán al cerro, ganadero que tenía como misión ir a ver a sus ovejas. Los días eran largos, así como ideales para aprender de memoria algunos versos que emulaban los cantos a lo humano, que son aquellos que cuentan vivencias y relatos cotidianos del hombre y que también son parte

Casimiro Menay con su traje en plena marcha religiosa.

importante dentro de la religiosidad popular. De pronto, en esas largas tardes de trabajo, cuando bajaba de la montaña, Casimiro se dio cuenta que podría empezó componer sus propios versos, demostrando grandes cualidades. Y, como para un creyente el talento es un don que debe ser explotado como agradecimiento a Dios, desarrolló esa habilidad casi matemática que tienen los cantores populares, dejando las palabras que sólo hablaban del hombre, para dedicarlas a la divinidad. El canto a lo divino es una antigua tradición que se encuentra arraigada por cientos de años en lo más profundo del Chile campesino, donde se desarrolla en su máxima plenitud, con un cantor que improvisa algunos versos en décima finamente estructurados, con un ritmo típico que caracteriza esta particular forma de hacer música y oración con la voz. Los cantores a lo divino pueden ser considerados como poetas populares que, desde los tiempos de la colonia, colocaron en décimas rimadas los misterios de la fe católica y los principios básicos de la religiosidad de los pueblos, transmitiendo la historia de la iglesia y sus ritos más importantes de generación en generación, hasta hoy.

“En los cantos a lo Divino en décima, un pie se compone de 10 palabras de ocho sílabas cada palabra, y un verso se compone de cuatro pies de diez palabras. Son 40 palabras más 10 de despedida. Recién ahí tenemos un verso completo. Aunque también está la posibilidad de improvisar los cantos”, explica Menay, tratando de mostrar lo complicado del arte que desarrolla con tanto amor. Pasó el tiempo y conoció los bailes chinos, aportando en ellos con su musicalidad y convirtiéndose, luego, en alférez, que es quien, literalmente, lleva la batuta en las ceremonias de devoción. A lo largo de sus años como estandarte del canto a lo Divino y de los bailes religiosos, ha recorrido varios lugares, conociendo las diferentes realidades culturales en donde se vive esta forma de religiosidad popular.

Ha aprendido de la diversidad del mundo campesino, sabiendo mantener viva la tradición legada de su padre, mostrando su fe donde quiera que vaya. Este tipo de expresión se vive con especial fuerza en comunidades de pueblos originarios, en medio de los cuales los alféreces tenían una gran reputación. Así es como ha participado en festividades dedicadas a la Virgen en Andacollo, Maitencillo, Loncura o Quilimarí, llevando como prenda de honor el baile religioso de su pueblo de Valle Hermoso, siendo reconocido por su memoria inigualable y, por sobre todo, su humildad, que lo han llevado a ser uno de los alférez más respetado del país. Participan en los cantos y bailes junto a su hermano, Alamiro, quien también comparte la pasión por la religiosidad popular, viajando juntos y compartiendo esta costumbre criolla, como lo hacían los colonizadores en su misión de evangelizar a los indígenas, siendo implementado con mayor fuerza por los jesuitas, que marcaron la masificación de la religiosa católica, entre los habitantes de pueblos originarios. Con la misma fuerza que le canta a Dios y a María, ha debido enfrentar un difícil momento: a principio de año: fue operado y su estado de salud, por estos días, es delicado. Aún así, no pierde la energía y el entusiasmo, sobre todo cuando se trata de declamar algunos de los cantos de su repertorio, sabiendo que mientras sigue en este mundo, seguirá transmitiendo a las nuevas generaciones su forma de vivir la religiosidad, y, cuando su historia en la tierra termine, estará cerca de quien le ha dado sentido a su oficio y su vida.

Momentos en los cuales Casimiro Menay canta sus versos en décima.


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Combaten con sus manos la Pese a la llegada de muchos productos textiles extranjeros a los locales ubicados en Valle Hermoso -del tejido de La Ligua- no es difícil encontrar a quienes siguen creando piezas con su corazón y sus manos. Es cosa de querer encontrarlos, porque ahí siguen, convencidos de que la artesanía sólo desaparecerá cuando ellos la dejen morir La habilidad aprendida de su tía Rosa Ana Ponce Cornejo Tejidos Aly Ana vive de la calle El Mirador de La Ligua y en su local de Valle Hermoso casi siempre se le ve tejiendo. Es como si ella tuviera manos mágicas, dando forma a un mundo de sombreros, gorros, bufandas, capas, guantes, que estira sobre su mesón con orgullo. Todo, gracias aquella niñez en la que decidió “mirar y mirar” -como ella cuenta-, imitando los gestos hechos con sus palillos y crochet por su Tía Rosa. “Miraba a las abuelitas y, en especial, a mi tía Rosa, que era de La Ligua. A los 8 años aprendí sola, cuando me atreví a pedirle una lanita y un crochet y lo primero que hice fue una bufanda, porque era lo más fácil. Seguí mirando y fui aprendiendo cómo se le daba aumento a las cosas que tejía”, recuerda. Dice que su principal técnica es “la inteligencia”, que aplica con habilidad al usar el crochet.

La reina del poncho María Eugenia Burgos Segura - Tejidos Quena

“La gracia es ir dándole forma y fondo, dos puntos en uno y uno en dos y así”, explica, detallando que, actualmente, está de moda la capa artesanal (que puede

venderse en unos 6000 pesos) y los gorritos (hasta $2.500) y las bufandas (hasta $2.500), que, justo antes de conversar sobre su talento, se le habían agotado.

“Quena” es del centro de La Ligua, pero lleva 22 años trabajando en Valle Hermoso. “Le urdía a (la fábrica) Baltra”, se presenta, detallando por qué es hábil en la confección de chalecos, gorros, guantes y accesorios para los chalecos. Pero su producto “estrella” es el poncho, con el que ofrece abrigar a niñas, jóvenes y mujeres, mezclando color con elegancia. “Con mi mamá, Luz, cuando yo tenía siete años, bordábamos unos ponchos en petate, que eran maravillosos, además de echarpes, bufandas. Ella salía a pedir pega y la íbamos a ayudar y terminamos trabajando en esto. Uso croché, telar, palillo, todo lo que sea manual”, relata. Son manos funcionan como una industria, donde la gerencia general está en su creativa imaginación. “En un poncho me demoro un día, pero

haciendo las cosas de la casa. Si no, haría tres o cuatro ponchos al día”, asegura. En su negocio, los ponchos de fondo blanco son los que más de venden ($8.000), pero en el ranking los siguen de cerca guantes ($2.000) y chalecos. Los accesorios ($500) también pelean por salir seguido de la pequeña cajita en la que se exhiben, sobre el mesón. “Me va bien, pero de repente se pone lento. Uno debería tener una subvención para esta artesanía, porque de enero a julio es muy bueno, pero luego baja mucho y tengo que irme a trabajar de nana a la costa”; explica la creadora textil, que vio premiada su habilidad con un premio en materia prima del programa Mujer Trabajadora Jefa de Hogar de La Ligua. Ahora, todas las lanas que ganó, ya están convertidas en ropa.


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arremetida del tejido extranjero El remalle: Una verdadera cirugía Érika Morán Oteiza Lo único que llevó a Érika a dejar Valle Hermoso para vivir en el centro de La Ligua, fue el amor, cuando se casó con Humberto Núñez, con quien ahora no sólo comparte la vida, sino también su microempresa textil. Y qué mejor: “Él teje y yo remallo y ambos vemos las combinaciones”, explica. Así es como ella -siempre muy seria, detrás de la máquina llena de agujas en la que trabaja dentro de su local- explica que el remalle

es la faena más difícil del tejido, una suerte de cirugía fina, que representa la terminación de de una pieza de vestir, donde se une cada parte, punto por punto, con el riesgo de que, cualquier maniobra fallida, deforme el artículo. Y eso, en un chaleco, es -casi literalmente- fatal. “En la máquina, las piezas se pone punto por punto, sobre aguja por aguja, para juntar cuello, mangas y otras partes, con el chale-

co. Es la parte más fina del trabajo, donde uno no se puede equivocar. Pero previo a eso, lo más complejo es el corte, porque si queda mal, el chaleco se va para atrás”, detalla. “Todos los cortes los hago yo. No me gusta que lo haga otra persona”, advierte, contando que sus habilidades manuales vienen desde pequeña, cuando decidió combinar el estudio en el colegio con su aprendizaje de tejido.

Lo hizo respondiendo -por voluntad- a una herencia familiar de dedicarse, laboralmente, a construir mundos con la lana: trabajó en la fábrica Yamilé y su madre, Elba, tejía en “telar a pala”. “Era de las técnicas antiguas”, explica, contando -con real emoción- que su abuelita María López, era de aquellas mujeres que sacaban la lana cruda, la lavaban y la hilaban, para dejarlas listas para convertirse, mágicamente, en ropa.

Escribe casi todo el cuento, pero deja a otros el final Luz Hernández Hernández Comercial “Catalina” Luz es nacida y criada en Valle Hermoso. Por ello, el tejido es parte de su vida desde la infancia. De ahí que no es casual haberla encontrado de pie, junto a una de sus colegas, usando sus palillos para dar forma a una nueva obra, que pronto alguien premiara con su compra. Explica, eso sí, que su experticia llega hasta el momento del “remate”, que prefiere dejar en manos de otro: “Yo hago todo el comienzo del tejido, además corto, coso y remallo, pero lo que no hago es el remate, porque no me gusta”, describe, reconociendo que el tiempo en el rubro le ha permitido darse ese lujo de ceder el último proceso de sus creaciones. También es parte de la heredada escuela del “aprender mirando”, adquiriendo una actividad que, entre sus hermanas, ella es la única que practica. “Lo más difícil es saber darle forma al tejido, porque yo tejo en palillo y crochet los gorros y bufandas; y en la máquina yo soy más clásica, no tejidos en punto, sino tejidos lisos, haciendo cosas como el medio cierre, camperas, chalecas, polo”, que es lo que vende en su local, llamado “Catalina”.

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Combaten con sus manos la... La alumna aventajada Yanett Silva Baez - Vendedora y tejedora

Valle Hermoso es una suerte de pueblo encantado, donde el que no sabe tejer -si se deja hechizar- en poco tiempo ve que sus manos se manejan como si se mandaran solas sobre un crochet o dos palillos. Yanet es un ejemplo de ese maravilloso fenómeno, aunque ella identifica a la culpable de lo que le pasó: hace un año llegó a trabajar al local de Georgina (ver nota aparte) y pronunció la palabra que activa en su jefa los tiernos conjuros: dijo “sí”, cuando ella la invitó a aprender.

“Eso pasó hace dos meses y ahora tejo y vendo mis propios productos”, reconoce feliz, mientras su maestra, al lado, asegura sin miedo a equivocarse: “Es mi alumna más aventajada”. Así es como, mientras espera a los clientes, teje y teje, dando forma a bufandas, gorros y guantes, que destacan por la atractiva mezcla de colores que aplica en sus productos. “Mi instrumento es el crochet y mi técnica es hacer matizados, con colores llamativos, que son, por ejemplo, los

Una maestra que quiere heredar el arte que ama Georgina Díaz Riveros Tejidos “Alejandra”

guantes, que junto a las bufandas se venden más”, cuenta. En su catálogo de ofertas figuran desde guantes de lana delgada ($1000) y los de mejores lanas, de “mecha gruesa”; como la Ondé (que en guantes puede permitirle venderlos en $2500 y en bufandas, a $3500). “Ahora, que han llegado tantas cosas de afuera, hechas, a venderse a Valle Hermoso, la gracia es luchar para que el tejido nunca muera”, dice esta joven que, por obra del encanto, se convirtió en artesana.

Casi siempre se le ve tejiendo. En ella no está claro el límite en el que termina de hacerlo por pega y empieza a desarrollarlo por amor. Es, simplemente, una maestra nacida en Pullally, junto a quien cualquiera puede convertirse en creador. Y lo sabe. Y así quiere que sea, porque está convencida de que “alguna vez yo no estaré y la única forma en que el tejido no muera, es que yo lo enseñe a la mayor cantidad de personas, a todo el que quiera aprender”. Dice que teje hace más de 40 años. Pero deben ser más, pues cuenta que aprendió de su mamá, a quien le pidió una lana y dos palillos, dando forma a su primer tejido: un gorro. “Lo hice para mi, era rosado y con una flor rosada”, recuerda con sus ojos vestidos de las lágrimas que aparecen por esa emoción que le provoca remontarse a ese momento. Después -explica-, fue aprendiendo sola las múltiples técnicas. Su gama de creaciones es tan amplia como los colores que usa, convirtiendo madejas de lana en

abrigos, cubrecamas, manteles, chaquetas, bufandas, gorros, juegos enteros de baño y dormitorio. Lo que le pidan lo hace a crochet. “También tejo a palillo, pero prefiero el crochet, porque da más posibilidades de formas, puntos, colores y combinaciones y, además, es una técnica que se estaba perdiendo y he tratado de ir enseñando a las demás niñas, porque no quiero que esto se muera. Yo ya tengo mis años y, si ya no estoy, quiero que esto no se pierda. Cada vez se teje menos”, señala, con un orgullo que no es más fuerte que la dulzura con la que lo cuenta. También trabaja en telar, fabricando echarpes, bufandas,

Bendito sea el cuero entre todas las lanas Aladino Cid Gutiérrez - Artesano en cuero Entre tanta lana e hilos, el cuero se hace un espacio, como si fuera un extranjero que decidió radicarse en un pueblo que le tomó cariño. Para llegar a eso, debió levantarse como un galán de aquellos que conquista con gestos de hombre maduro. Ésa es la sensación que da al llegar al local de Aladino, quien estableció su rincón en Valle Hermoso, compartiendo vida y arte con su esposa, Alicia, que aporta a su notable artesanía con sus conocimientos de Diseño de Vestuario. Este artesano nació en Villarica y se crió en medio de los caballos y bueyes que tenían sus padres y tíos, por lo que lo que la vida lo condujo,

como destino inevitable, al trabajo que realiza. Aunque fue en los años de juventud vividos en Argentina, donde aprendió sobre el arte de trabajar el cuero, que cuelga en su socla en forma de bolsos, carteras, morrales, cinturones, collares, flores para el pelo. En esto no hay máquinas que intermedien entre él y su materia prima: sólo sus manos y esas herramientas hechizas, fabricadas a su medida y capricho. Es un artesano en serio, no un reproductor de ideas ajenas: “El artesano se muere cuando deja de crear. Un ejemplo de eso se vio, por ejemplo, cuando participamos de la Muestra Artesanal de Providencia. Habíamos

dos artesanos en cuero y no se repitió ninguna pieza. Puede haber similares, pero jamás iguales, porque cada artesano le pone su cualidad. Ya vamos quedando pocos, pocos se atreven a vivir de eso”. Pero cree que en Chile debiera pasar lo mismo que en Argentina: “Allá, como creas cosas y en poca cantidad, los artesanos no pagan impuestos. Acá se da al revés. Por ejemplo, cuando voy a La Tirana, nos revisan todo y el sistema no asume ciertas cosas que pasan con los artesanos, porque vuelvo con más cosas de las que llevo, a diferencia de otras actividades de venta, porque, además de vender, fabriqué”.

“pieceras”. Usa mechas matizadas o en un solo color, varias veces de seda. “Me gusta la lana buena, porque el cliente lo exige. En la galería (ubicada justo al medio de ese “mall” a cielo abierto que es la calle principal de Valle Hermoso) enseño a quien quiera aprender”, comenta, mientras junto a un maniquí, que luce un abrigo que en Valle Hermoso cuesta 50 mil pesos, pero en una tienda de exclusividades de Providencia o Vitacura, fácilmente puede llegar a venderse en 90 mil. Como lo de la herencia no es sólo un discurso, Georgina vende sus creaciones en la tienda que bautizó con el nombre de su hija, Alejandra.


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Volcán que ruge sobre el mar invita a revivir en Los Molles Está en medio de un sitio prioritario de conservación de flora y fauna, desde cuya pared de rocas se pueden ver hasta ballenas jugueteando con sus crías “Cuando formamos la organización, queríamos que Los Molles se convirtiera en una caleta ecológica”, dice la presidenta de la Agrupación Eco Cultural de Los Molles, Francesca Sandoval Rojas. Es diseñadora gráfica, pero se dedica a la artesanía con reciclaje y todo lo que sabe lo enseña a los niños de la escuela del sector, como monitora de un taller de reutilización de desechos, para convertirlos en productos vendibles. “Lo hago gratis, porque la idea es que los niños se den cuenta del lugar en el que viven y sepan cuidarlo”, señala la joven dirigente, explicando que el gran valor de este bello punto perteneciente a la comuna de La Ligua, se basa sus sitios prioritarios de conservación ambiental, las aguas verde - azules de la caleta y la biodiversidad

en el agua y la tierra, que -aún- puede compartir una relación amistosa con el ser humano. Eso es lo que atrae a muchos turistas, algunos célebres, que hasta han decidido tener casas de veraneo en Los Molles, como cuenta la tesorera de la Junta de Vecinos, Macarena Rodríguez, contadora de profesión, pero que trabaja administrando el local de sus papás, que lo bautizaron con su nombre como “Almacén Macarena”. “Antes vivía Jorge Hevia, viene frecuentemente la actriz Luz Valdivieso. La familia de ‘Los Venegas’ sigue teniendo casa acá y hay varios actores de teleseries que llegan siempre, invitados por otros, como Diego Muñoz y Jorge Zabaleta, incluidos los del programa Yingo, que siempre aparecen para las Fiestas Patrias. Si hasta el

Esta enorme roca es característica del parque, pues se puede ver en ella nítidamente el rostro de un primate.

Presidente Sebastián Piñera visita Los Molles”, cuenta. Ambas dirigentes se han unido para desarrollar eventos orientados a la generación de conciencia sobre el valor ambiental de la caleta, sabiendo que eso -más allá que una simple consigna- es una oportunidad de negocios, para muchas de las 170 familias -unas 500 personas- que habitan el pueblo. En eso también se unen Francesca y Macarena, ejerciendo una actividad de gran parte de los mollinos “nacidos y criados”: sus padres son dueños de cabañas de turismo. “Yo administro cuatro cabañas, de las cuales hay una arrendada todo el año y las otras para los fines de semana largo y el verano. Además tengo un local en la playa, que se llama Mollino Bazar, donde vendo cosas que construyo con reciclaje, tanto yo como otras jóvenes del sector”, cuenta Francesca. Macarena tiene dos cabañas en dos terrenos, más una en su casa. Las dos jóvenes dicen que les va muy bien en esa actividad, porque -pese al conflicto conocido por el agua potable- Los Molles aún no se contamina -del todo- con los malos hábitos de visitantes de otros lugares. “La comunidad se está dando cuenta de lo que se tiene como cualidad eco tu-

Conjunto rocoso, habitado por una comunidad de la especie de lobos marinos más comunes en Chile, llamada Otaria.

La potente brisa que emana el volcán marino Pukén que se provoca cuando las aguas chocan violentamente con las tres cavernas submarinas. Pukén, en Mapudungún, significa “cerro que bufa”. Algunos dicen que también significa “tierra que suena”.

La presidenta de la Agrupación Eco Cultural de Los Molles, Francesca Sandoval Rojas; junto a la tesorera de la Junta de Vecinos, Macarena Rodríguez.

rística. Queremos convertirlo en una caleta, no en un balneario, porque, bajo esa condición, empezaría a perderse todo lo bueno que tenemos, porque estaríamos obligados, por ejemplo, a dejar entrar micros llenas de gente. Acá, por ejemplo, todo es tranquilo, no hay robos, y eso le da una paz envidiable al lugar”, dice la presidenta de la Agrupación Eco Cultural. EL PUKÉN: EL VOLCAN QUE RUGE EN EL MAR “Pukén”, en lengua originaria, significa “cerro que bufa”. Así, tal cual, como los búfalos, cuando emiten ese sonido desde sus fosas para proyectar respeto, se siente el rugir de un fenómeno que se produce cuando el agua choca con un conjunto de roqueríos, saliendo un aliento de agua, desde la parte superior de una especie de cilindro de piedras. El sonido es envolvente. Este lugar se encuentra en Los Molles, en la postal más

bella del Bioparque Pukén, sitio prioritario para la conservación de flora y fauna, siendo uno de los imanes que atrae a muchos visitantes. Goza de una enorme extensión y fue habilitado por un particular, para evitar que fuera utilizado para el -acelerado- crecimiento inmobiliario turístico del pueblo. El lugar consta de largos senderos, pasando por una gama impresionante de vegetación, árboles autóctonos y, en medio de una caminata de unos 25 minutos para llegar al Pukén, aparece una formación rocosa con forma de cabeza de primate. Este camino lo acompañan 131 especies de flora. En su fauna, se puede ver el cururo, el yacas (monito del campo); y en las zonas de mar, pingüinos de Humboldt y lobos otaria, que tienen su “barrio” sobre una enorme isla de rocas, frente al Pukén. Así se ve desde las quebradas que permiten al visi-

Especie titulada Chagual, también se nombra como Cardón o Puya silvestre. Se propaga por semilla, pero el crecimiento es lento. El tallo del Chagual es comestible y también se utiliza en medicina popular como emoliente.

tante tomar contacto con el mar, que se presenta imponente, con agua donde intermedian el verde y el azul. Todo está señalizado y al parque se puede acceder a un precio módico, por la calle Las Jaivas. Pero desde el sector inmobiliario de Bahía Esmeralda también hay un acceso “secreto”, que los mollinos conocen desde su infancia. “Es que antes no era parque y siempre se iban familias a paseo a ver el Pukén”, cuenta Macarena. Desde el “volcán marino”, se generan senderos que llegan hasta el sector de Las Piscinas, con cavernas, playas de rocas y conchales, al que se puede llegar con personas que habitan la caleta que, en verano, se dedican a trabajar como guías. “Para ira las cavernas se debe llegar con alguien que lo conozca, porque es peligroso llegar solo. Incluso, un grupo de jóvenes mollinos ofrece sus servicios como guías turísticos”, explica Francesca. “Lo increíble es que, en agosto, aparecen ballenas. Además hay delfines gran parte del año. Junto con Punta de Choros es uno de los mejores lugares de Chile para bucear, por la calidad de sus aguas, y el loco es muy abundante, junto con el erizo”, describen las mollinas. El sitio prioritario de conContinúa en página 16


16 - Los Molles - Pukén

Viernes 15 de junio de 2012

EL OBSERVADOR

Volcán que ruge sobre el mar Viene de página 15

servación de flora y fauna va desde el Cero Santa Inés, que corresponde a la Cuarta Región; hasta el Pukén. La presidenta de la Agrupación Eco Cultural señala que ya ha sabido de algunas inversiones privadas, que, en medio de estos dos puntos, podrían convertirse en una amenaza para estas bellezas naturales, pues toda intervención inmobiliaria requiere soluciones sanitarias que generan efectos en lugares que, actualmente, se mantienen ambientalmente intactos. La preocupación pasa por no poner en riesgo un espacio que permite olvidarse de los ruidos del desarrollo incómodo, para oír los diálogos sin filtro que se escuchan -fuerte- desde la isla de los lobos, los bostezos constan-

tes del volcán marino y las olas que “se ponen” con la casa para las fiestas familiares de las ballenas y sus crías. “Si pareciera que las traen para enseñarles a jugar

cuando uno las ve nadar y dar vueltas”, dicen Macarena y Francesca, orgullosas de vivir en Los Molles, uno de los lugares, que, por el norte del territorio, da una maravillosa postal azul a La Ligua.

Especie nativa Palo de Yegua, también conocida como Palo falso o Fuxia. Destaca por su belleza en el contraste de la flor encendida con la corteza gris del árbol. Se propaga por esquejes, estacas y semillas.

Otra de las vistas de este hermoso Bioparque.

Fruto del Lucumillo, árbol muy similar al Lúcumo, que es la especie característica de Los Molles.


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