EL OBSERVADOR DE ACONCAGUA Ediciones Especiales
Edici贸n Especial por Aniversario N潞 222 de Los Andes
Semana del 26 de julio al 1 de agosto de 2013
2 - Especial Aniversario de Los Andes
Semana del 26 de julio al 1 de agosto de 2013 EL OBSERVADOR
“Ser aduanero en Los Andes, ha sido importante para mi vida” Alejandro Rojas nació hace 64 años en la ciudad de Los Andes, de los cuales 38 se los ha dedicado con esmero al Servicio Nacional de Aduanas
Cuentan los que saben y lo vivieron, que hace unos años atrás cuando nevaba en el Paso Los Libertadores, nevaba de verdad, con temporales que podían durar una semana y dejar un cúmulo de nieve que alcanzaba de los cinco a seis metros de altura. Por eso Alejandro Rojas Vergara, un andino de nacimiento que trabaja hace 38 años en la Aduana, se ríe de los jóvenes que según él “se asustan con medio metro de nieve”. Pero no solo el clima ha cambiado por estos lados. Alejandro también ha vivido muchas transformaciones en su trabajo, como la incorporación de nuevas tecnologías, el paso de los trenes a los camiones como transporte de carga,
el aumento del personal y el cambio a las nuevas instalaciones de la Aduana. Alejandro llegó a trabajar a este servicio de casualidad, cuando solo tenía 25 años. Había terminado sus estudios de contador público en Arica y regresó a Los Andes porque “era un año muy difícil y después de dos años de haber llegado ingresé a la Aduana porque no había pega en mi profesión”. A pesar de entrar como administrativo hizo valer rápidamente su título profesional y a los tres años ya era jefe de contabilidad. Seis años después ascendió a fiscalizador donde experimentó sus más intensos días trabajando en terreno en la parte netamente aduanera. En este cargo vivió la experiencia de quedar aislado en el
Alejandro Rojas Vergara trabaja hace 38 años en la Aduana de Los Andes.
En este registro tomado en 1988 por el camionero de Los Andes, Lázaro Ferrer Orellana, se muestra claramente la magnitud de lo que cuenta Alejandro Rojas.
Paso Los Libertadores cuando había grandes temporales y la nieve caía intensamente. “Antes todo era mucho más familiar en todo sentido. Teníamos una muy buena relación y un trato directo con ‘la gente del otro lado del mostrador’, que nosotros llamábamos a los empleados de las
agencias de aduana y transporte. Ahora todo es mucho más impersonal porque todo se tramita vía Internet”. Señala que en los años en que la Aduana funcionaba en la Avenida Hermanos Clark, toda la carga se realizaba por el Ferrocarril Transandino y la tramitación de un documento
podía demorar de una semana a 15 días. Si antes llegaban en promedio 10 diarios, hoy el promedio es de mil camiones, y la tramitación es mucho más rápida y puede demorar hasta un día. También recuerda que la desaparición de los trenes de carga y de pasajeros pasó des-
“Yo tengo el título de querer a Deportes Transandino y a Los Andes” Rosa López es hincha acérrima del club de fútbol la ciudad que la vio nacer. El amor por la camiseta andina, es su mayor pasión La vida de Rosa López Ponce, desde que era una niña, siempre ha estado ligada al Club Deportivo Transandino. Sus padres, Pascual y Lidia, eran activos y entusiastas socios reconocidos por toda la familia trasandina. Eran encargados del kiosco donde se vendían “las maltas, cervezas y empanadas” con los que se deleitaban los asiduos hinchas que llenaban el ex estadio Ferroviario. Muchos la conocen como la “Rosita” o la “Pascualita”, en recuerdo de su padre. Es una mujer andina de corazón, nacida en estas tierras en el verano de 1957. Llena de alegría y una energía que contagia a quien la conoce. La pasión la lleva en sus venas y la traspasa a todos los ámbitos de su vida. A su familia, a sus amigos, al trabajo y sobre todo al club de sus amores, donde siempre destacó por su entusiasmo y alegría durante los partidos, características que la llevaron además a ser por mucho tiempo la jefa de la hinchada. “A mi papá le gustaba el
deporte. Cuando estudiaba en la Escuela América comenzó su pasión por el básquetbol y por el fútbol. Recuerdo que cuando tenía 11 años mi papá nos preparaba para ir al estadio Ferroviario los domingos y después nos íbamos a almorzar al restaurante Sociedad de Artesanos, donde se juntaba mucha gente mayor que después se iba al estadio a ver al Transandino”, recuerda. También recuerda con alegría los viajes en tren que realizaba junto a su familia y su hermana para ver al club de sus amores. “A h o r a todo eso se ha perdido”, recuerda con un dejo de nostalgia mientras mira las fotos los equipos que posan orgullosos ante un estadio lleno de hinchas y que llenan la pared de la sede del club, donde Rosita es la secretaria hace solo un par de meses. Este ofrecimiento laboral surgió por parte de los dirigentes, que seguramente vieron en esta mujer lo necesario para llevar a cabo una importante misión: reconquistar a muchos hinchas para que se
Rosa López Ponce es una mujer que ama incondicionalmente a Los Andes y al Club Transandino, sus dos pasiones que le han dado muchas alegrías pero también fuertes tristezas.
conviertan en socios y socias activas del Club. “Yo no tengo título de nada, pero tengo el título de querer a Transandino y a Los Andes. Este es el título que me avala el estar aquí”, afirma con convicción.“Allí también soy mamá, tía, suegra, la vieja copuchenta. Tengo todos los títulos”, expresa graciosamente. Su amor es tan grande por la ciudad y por su club que los seis años que vivió en Santia-
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go fueron un suplicio, por lo que decidió volver a Los Andes, junto a su familia, a su hogar y a su Club Trasandino. “Cuando volví empecé a ir nuevamente al estadio. Me gustó mucho ver a gente nueva, con nuevas canciones. Recuerdo a don Oscar Vélez y su hijo que eran los jefes de la barra y eran súper motivados. Ellos tocaban la caja pero la gente no cantaba, así que yo los animaba, y gracias a ellos
me re encanté. Es en el Club Transandino de Los Andes donde Rosita ha disfrutado de grandes alegrías, pero también ha sufrido fuertes tristezas, como el día en que su padre falleció. “Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos jugando una Liguilla con Ñublense de Chillán, íbamos ganando 4 a 0, y al final del partido un vecino se me acerca y me dice que nos fuéramos para la casa porque algo había pasado. Yo sabía que mi papá estaba enfermo, él era un deportista, sano toda la vida, hasta que un día se cayó y se quebró las costillas. Allí comenzó todo su calvario. Se enfermó, se postró, terminó con un marcapaso, después tuvo cáncer. Simplemente él no quiso vivir más”, cuenta Rosita sobre el suicidio de su padre, hecho que en el 2005 la impactó profundamente. A pesar de que confiesa que le costó mucho entender los motivos de su padre para tomar aquella decisión, ahora está más tranquila y a pesar de que la pena aún no pasa, sabe que tiene que seguir luchando por la vida y su familia, y siempre marcada por las palabras que le dijo el jugador Chino Guzmán el día del funeral: “Rosita, que su padre no entierre su alegría y que siga siendo la mujer que es”.
apercibido para la gran mayoría. “Debe haber sido el año 79 cuando dejaron de funcionar, pero no fue de un día para otro, comenzó a decaer de a poco, siempre relacionado con el incremento de camiones y de los buses que cada vez eran de mayor tamaño”. Actualmente Alejandro se desempeña como segundo de la Unidad de Fiscalización Aduanera y desde la comodidad de su oficina en las nuevas dependencias de la Aduana ubicadas a seis kilómetros al oriente de la ciudad, realiza su trabajo que ha sido parte importante de su vida. “Me gusta mucho Los Andes, no me veo viviendo en otra ciudad” Alejandro es hijo de Juan Jorge Rojas y Lucía Vergara, y como la mayoría de los andinos que dieron su primer respiro en estas tierras, nació en el Hospital San Juan de Dios en 1951. Su niñez la vivió en Barrio Centenario y sus tranquilos días pasaban entre los estudios en la Escuela 1 (actual Escuela América), durante la mañana, y las pichangas en las tardes que reunía a todos sus amigos en las calles sin pavimentar, donde jugaban con toda la libertad y seguridad que les entregaba el poco tráfico que circulaba. “Recuerdo que cuando niño las únicas calles pavimentadas eran las cuatro alamedas del centro de la ciudad. Todo lo que es Chacabuco hacia el Sur, de punta a punta, eran terrenos agrícolas. Nosotros siempre íbamos a pasear y a jugar allí… ahora hay muchas poblaciones y el tráfico es enfermante”, reflexiona. Después de pasar su secundaria en el Comercial, Alejandro decidió abrir sus alas y partió a Arica para estudiar por tres años en la universidad. Cuando regresó a Los Andes se casó con Mirna Salas, su vecina de toda la vida, y con ella formó una familia en la Villa La Gloria compuesta por cuatro hijos, Eliet, Alejandro, Rodrigo y Sebastián, dos de los cuales también viven en Los Andes. Alejandro confiesa que a pesar del aumento de la población y el colapso vial, Los Andes sigue siendo una ciudad tranquila, donde todavía hay vida de pueblo, sobre todo en el lugar donde vive. “Me gusta mucho Los Andes, no me veo viviendo en otra ciudad”, concluye.
“La Verdad más que un valor es una actitud ante la vida”. Roberto Silva Bijit
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Especial Aniversario de Los Andes - 3
Semana del 26 de julio al 1 de agosto de 2013
“Soy nacida y criada en Talca, pero me proyecté como mujer en Los Andes” Llegó a la comuna por amor, pero terminó enamorándose de la ciudad y ayudando a todos los andinos con labores sociales La alegría y energía que proyecta Gabriela Moya Adasme se nota inmediatamente. Es una mujer amable, simpática y vivaz que traspasa todo su carácter a una infinidad de actividades sociales que desarrolla diariamente que fortalecen su empática personalidad. A pesar de que nació en Talca en 1966 y que sólo llegó a vivir a Los Andes cuando tenía 21 años, Gabriela se siente andina. Su amor e identificación con la ciudad es tan fuerte que asegura que nunca se vería viviendo en otro lugar. Este inmenso cariño lo proyecta en múltiples acciones sociales que ha realizado en los últimos 26 años en la comuna, que le han otorgado un valor y reconocimiento importante por parte de las comunidades en donde ha trabajado. Confiesa que llegó a Los Andes por amor, siguiendo
los pasos de un joven andino que conoció en Santiago. “Yo fui la Carmela en pleno siglo XXI. En el Sur te crían de una forma más aprensiva, además yo era la menor de cinco hermanos -4 mujeres y un hombre- así que cuando les dije a mis padres que me quería casar, ellos se negaron. Tuve que dejar la carrera de enfermería y me vine a vivir con él. Al año siguiente quedé embarazada y tuve a mi hija Tania”. En un principio le costó adaptarse, porque esta nueva ciudad era muy distinta a Talca y además tuvo que enfrentar la pena que le provocaba haber renunciado a su familia por amor y que su relación no perdurará. Dos años después, en 1993, el amor tocó nuevamente a su puerta al conocer a Hugo Estay, su actual pareja, con quien se fue a vivir al Barrio Concepción, junto a su
Gabriela Moya es una mujer que sabe muy bien complementar sus responsabilidades como madre y esposa con el trabajo social y de dirigente.
hija de cuatro años. Formaron una linda familia que se agrandó casi 10 años después con el nacimiento de María Graciela. “Mi vida fue una historia entre Corin Tellado y Tormenta”, expresa suspirando, “pero qué puedo decir, la persona que está ahora a mi lado es maravillosa y gracias a él soy quien soy”, señala. Fue en este sector de Pucará donde conoció a una voluntaria de las Líderes de la Salud del consultorio. Se entusiasmó tanto con la labor social que realizaban que no dudó en ingresar y al poco tiempo, por su entusiasmo y
participación, se convirtió en la presidenta de la organización, cargo que ocupó hasta el 2009, cuando renunció para dedicarse a un nuevo y más grande proyecto: la creación de la Unión Comunal de Mujeres de Los Andes. Esta inquietud nació producto del mismo trabajo realizado con las Líderes de la Salud. “Yo creo que toda esta experiencia me impregnó a seguir y dar un paso más allá, y que me hizo ver que en la comuna no había un ente que agrupara a las distintas organizaciones de mujeres, que permitiera captar fondos para realizar proyectos y que
abarcara la temática de género en sus distintas dimensiones. Ahora esto es lo que me llena y tengo muchos planes para desarrollar”. Así se constituyó la Unión Comunal de Mujeres de Los Andes que en estos dos años de existencia ha logrado que “las mujeres se sientan completamente identificadas”, afirma. Peo además de presidir esta organización, Gabriela participa en muchas otras actividades. Es encargada de dos grupos de mujeres que son víctimas de violencia intrafamiliar, es presidenta de la junta de vecinos Valle de las Piedras Paradas, continúa con las clases de gimnasia para los adultos mayores y realiza talleres artísticos para los niños de la Asociación de Discapacitados Futuro Andino, labor voluntaria que llegó a desarrollar por casualidad y que desde hace un año es parte importante de su vida y a la que dedica mucha atención y cariño. “Esto lo hice por amor al arte y porque tengo habilidades artísticas porque nunca
antes había hecho esto. Cuando me encontré con los niños dije ‘dios mío, si puedo, lo voy hacer’ y ¿sabes? He aprendido mucho de ellos, son súper tiernos, muy amigos entre sí, saben seguir instrucciones y he logrado cosas que hacen sentir orgullosos a sus padres”, cuenta muy emocionada al recordar a sus queridos alumnos y alumnas. “Mi desafío ahora es la Unión Comunal, tengo muchas ideas pero a veces se nos cierran las puertas, faltan recursos para hacer cosas, y cuando las autoridades te prometen subvención y no cumplen te desanimas un poco y dices ‘de qué sirve seguir con esto’. Pero tomamos fuerza de nuevo y ¡seguimos adelante!”, exclama con convicción y seguramente recordando a su madre, una mujer con un marcado espíritu solidario y que la introdujo desde pequeña a la vida social y voluntaria. “Yo no nací dirigente, me hice en el camino. Ni tampoco nací en Los Andes, pero me convertí en andina. De aquí no me muevo, ya eche raíces”.
El emprendimiento de dos mamás, andinas de corazón y ecologistas Se conocieron en una clase de yoga prenatal y se volvieron amigas inseparables, ideando un proyecto novedoso para la comuna Gabriela Gallardo Gallardo y Paula Salas Berríos tienen muchas cosas en común. Las dos nacieron en el Hospital de Los Andes, fueron alumnas de la Escuela España y del Liceo Max Salas, estudiaron en Santiago y siempre han permanecido en la ciudad. Aquí se casaron, formaron su hogares y son madres de dos hermosas niñas. A pesar de estas coincidencias, se conocieron solo hace un par de meses atrás. Fue en una clase de yoga prenatal. Gabriela había dado a luz a Magdalena hace cuatro meses y Paula estaba embarazada de Pía. Aquí surgió la primera conversación que a la larga se iba a convertir en el emprendimiento que las iba a convertir en socias y, por supuesto, en buenas amigas: la importación y venta de pañales ecológicos. “Con el nacimiento de la Pía me cambió profundamente la visión con respecto al entorno, al medio ambiente, a
todo. Empecé a investigar en el embarazo y no podía creer lo que contaminan los pañales desechables. ¡Un bebé puede llegar a botar hasta dos toneladas de basura solo en pañales! Así que a los dos meses que nació mi hija compré los pañales ecológicos, fui a dos talleres a Santiago para que me guiaran un poco y desde ese momento he sido una activa promotora de su uso”, relata Paula. Gabriela por su parte confiesa que a ella le costó empezar a utilizar los pañales ecológicos porque “para empezar no son tan baratos ni tan accesibles, en un principio, o al menos una lo ve así. Pero después de un mes de comprar desechables me di cuenta que estaba puro tirando la plata a la basura. Así que me animé y empecé a comprar de a poco por Internet. Cuando me encontré con Paula yo ya llevaba más de un año usando pañales ecológicos a full”. Las experiencias indi-
Paula Salas y Gabriela Gallardo, junto a sus hijas Pía y Magdalena, respectivamente.
viduales se unieron en una gran idea hace un mes y medio, cuando Paula le planteó a Gabriela la posibilidad de hacer un negocio y acercar a más mamás al mundo de los pañales ecológicos y sus múltiples beneficios. Tras la primera importación de 200 pañales desde China, Gabriela y Paula se pusieron manos a la obra y comenzaron a organizar el primer taller sobre su nuevo producto. Se consiguieron un espacio en el Punto de Verde de Los Andes y convocaron a
sus potenciales clientes a través de las redes sociales y de boca en boca. Así comenzaron oficialmente con “Pialena, pañales ecológicos”, iniciativa que ha sido tan exitosa que en este corto tiempo ya decidieron ampliar su rubro a la venta de toallitas higiénicas ecológicas y la copa menstrual. La vida de Paula Afirma que es una andina de tomo y lomo. Es hija de dos oriundos de Los Andes, Angélica y Fernando, nació
en 1985 y se crió junto a sus hermanos Franco y Marta, en una hermosa casa al lado del cerro y del río ubicada en la Avenida Argentina, donde vivió maravillosos años que la marcaron para el resto de su existencia. Nunca se ha ido de Los Andes ni tampoco tiene planes de hacerlo. Quiere vivir en esta comuna, o cerca de sus límites, formar una familia junto a su esposo Sebastián Gutiérrez, tener una casa grande con un terreno donde puedan tener su propia chacra y seguir luchando en el tema del cuidado del medio ambiente. “Yo no cambio por nada este paisaje, no concibo una ciudad sin que lo principal sea el cerro, con este aire puro para respirar, con la cordillera, que es lo más precioso sobretodo en esta época, y además porque me gusta que esté todo a la mano, todo cerca”, señala, agregando tajantemente que “el cerro La Virgen para muchos es lo principal, de hecho, quien no lo ha subido no se puede llamar andino”.
La vida de Gabriela Gabriela es hija única de
la familia formada por Manuela y Mario. Nació en 1977 y su infancia la vivió en la Población Pucará, aunque sus más importantes recuerdos están relacionados con la casa de su abuela Digna Ponce, en la Avenida Santa Teresa, donde podía jugar libremente con sus primos y pasar mucho tiempo en el parque Ambrosio O’Higgins o subiendo y bajando el cerro. Estudió Periodismo en la Universidad de Santiago y trabajó un tiempo en esta ciudad hasta que le ofrecieron un reemplazo en el Poder Judicial de Los Andes, el que tomó sin pensarlo dos veces. Desde ese día han pasado siete años, tiempo en que conoció a su esposo, Fabián Garrido, se casó y tuvo a su hija Magdalena, quien se ha convertido en el centro de su existencia. “Nosotros no pensamos emigrar de Los Andes, no por el momento porque a ninguno de los dos nos tinca irnos a otra ciudad, nos gusta vivir aquí, el clima, la inmediatez, poder moverte en bicicleta. Si le ofrecieran un trabajo mejor en otro lado, tendría que ser una ciudad con las misma características que tiene Los Andes”, asegura.
4 - Especial Aniversario de Los Andes
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“Trabajando en los Andes me crié y formé fuerza” Conocido como el componedor de huesos de Los Andes, Teodorodo Espinoza es un personaje típico y entrañable de la ciudad Popular incluso más allá de los límites de la comuna, Teodoro Enrique Espinoza Campos, más conocido como el “Cotoyo”, hace más de treinta años ha recibido diariamente a muchas personas que afligidas por un dolor muscular o una dislocación, llegan hasta la Villa Sarmiento en busca de un esperado alivio en las milagrosas manos de este componedor de huesos. “El Cotoyo”, vive con María Ibaceta Guerra, a su fiel compañera de vida hace 48 años. “Él tiene 83 años y yo cumplo en septiembre 86, ¡y
tengo mejor memoria que él y soy su enfermera!”, acota picaronamente María, aclarando más tarde que, desde que Enrique estuvo grave en el hospital por una trombosis en el 2010, ha estado más olvidadizo. “Cuando cayó al hospital yo noté que se le olvidaban algunas cosas, así que le comencé a dar diariamente un Gamalate con mucha fe en Dios y por eso se ha mantenido bien”, confiesa María, agregando que cuando recién salió del centro asistencial “no queríamos dejarlo trabajar más, pero después con su hijo En-
glaba a los jugadores de Transandino, personas que iban enfermas a visitar a la Sor Teresa y que por dato llegaban hasta acá para masajearse”.
Enrique junto a su esposa María son una longeva y alegre pareja que disfruta de su hermosa relación en la Villa Sarmiento.
rique decidimos que era mejor que siguiera atendiendo gente porque a él le gusta lo que hace y lo hace feliz y aún siguen vi-
niendo personas a verlo para hacerse masajes porque sufren de muchos dolores y él se los quita con sus manos”. Por su parte el Cotoyo afirma que “el conocimiento no se olvida. Yo todavía tengo esta habilidad, estoy haciendo un servicio y lo hago más por entretenerme, porque converso con la gente que saben que trabajo acá, y las que están enfermas y yo los arreglo igual”. A pesar de que María y Enrique señalan que ya no vienen tantas personas como antes, aún reciben la visita de algunos fieles pacientes, como es el caso del sanfelipeño Pedro Muñoz quien desde hace 8 años se atiende con el Cotoyo. “Lo conocí por un dato. Los médicos dan remedios y él ve la parte del cuerpo y sin ninguna pomada, solamente con emulsionado. Incluso ahora traigo a mi hijo que tiene problemas a la rodilla”, indica Muñoz. Los inicios del componedor de huesos A Enrique nadie le enseñó el oficio, al contrario, todos sus conocimientos fueron saliendo naturalmente desde los años en que dirigía en el Club San Martín. Allí, a orilla de la cancha, con la rudeza propia del fútbol amateur, fue “arreglando” a sus jugadores que salían lesionados. Un masaje por aquí y por allá, un corto movimiento de los dedos y, sin más, solucionado el problema. No pasó mucho tiempo para que su fama de “componedor de huesos” se propagara por todas las canchas y los futbolistas comenzaron a solicitar sus servicios. “Mucha gente pasó por mis manos, llegaban de Santiago, del Norte y del Sur, e incluso de Argentina. Venían grandes personajes, doctores, carabineros, camioneros, arre-
Un gran trabajador y deportista Enrique confiesa que siempre fue un buen deportista y muy sano. Nunca fumó ni tomó alcohol, “y eso que jugaba a la rayuela, donde todos son buenos para tomar”, señala riéndose y recordando sus años de juventud donde no sólo destacó como rayuelero y futbolista, sino que también como boxeador y atleta. “Salí Campeón de los Barrios cuando boxeaba, corrí maratones y competí en el Estadio Nacional donde tuve el orgullo de estar junto a Marlen Ahrens” (primera chilena en ganar una medalla en los Juegos Olímpicos de 1956) Su pasión por el deporte también lo llevó a ser entrenador de fútbol, además de ser fundador y dirigente del Club Hermanos Clark, organización que nació en el seno de la avenida del mismo nombre donde el Cotoyo llegó a vivir junto a sus padres Manuel y Rosa y sus hermanos Otilia y Juan. Enrique es oriundo de Campos de Ahumada de San Esteban y llegó a Los Andes junto a su familia en búsqueda de nuevas oportunidades laborales. Como era un vigoroso joven de 16 años, no le hizo el quite a ninguna faena, ni por extenuante o dura que fuera. Así trabajó en la Sociedad Industrial, donde en pleno invierno sacaba el cáñamo del agua, y en Ferrocarriles, en la descarga y carga de la madera que venía del sur. “En estos trabajos me críe y formé fuerza”, afirma Enrique, quien con el correr de los años también se desempeñó como
jardinero del gobernador Enrique del Campo y como empleado de una bodega de alimentos, lugar donde conoció a María, la mujer con quien ha pasado los últimos años de su vida. Un hermoso y maduro amor Esteban y llegaron de muy jóvenes a Los Andes, no se conocieron hasta pasados los cuarenta años de edad, cuando ambos trabajaban en una bodega. Allí sus miradas se cruzaron y nació el amor que los ha mantenido juntos por más de cuatro décadas. Enrique vivía con sus padres después de la separación de su esposa y tenía tres hijos, Enrique, Magdalena y Danila. María era soltera y tenía un hijo ya mayor, Lorenzo. Ambos trabajaron toda su vida, pero mientras Enrique se movía por la ciudad y participaba en diversas actividades deportivas, María trabajaba como empleada puertas adentro en una casa particular, hasta que se aburrió y buscó un nuevo empleo, donde finalmente conoció al amor de su vida. Hoy, con más de ochenta años de edad, Enrique y María siguen disfrutando de la ciudad y de sus familias, en la medida que la salud se los permita. Salen a comprar los domingos, van a misa a Santa Rosa, y pasan a almorzar a algún restaurante, y siempre han estado siempre rodeados por sus hijos y nietos, especialmente los que viven en Los Andes. En la semana, descansan y esperan atentos la visita de las personas que llegan hasta su casa a recibir un placentero masaje o un arreglo realizado por las mágicas manos del conocido y amable Cotoyo.
El Cotoyo todavía sigue otorgando sus servicios, algo que lo apasiona.
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Especial Aniversario de Los Andes - 5
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Historias de la nostálgica época del Ferrocarril Transandino Abimeles Cataldo y Juan Carlos Alvarez vivieron por mucho tiempo sobre los rieles del ferrocarril de Los Andes, hoy recuerdan con orgullo ese tiempo Abimelec, un andino de nacimiento “Yo nací en Los Andes, mis estudios los hice en la Escuela Primaria N° 1 hasta la Sexta Preparatoria y después estudié en la Escuela Industrial de San Felipe. Mientras tanto me puse a pololear hasta que encontré a una dama, Erna Solis Pacheco, también andina e hija de ferroviario, con quien finalmente me casé, formé una familia y tuve seis hijos. Cuando nos conocimos yo tenía 18 y ella 16 años. A los 19 años postulé a la maestranza de Ferrocarriles y quedé como tornero. Hice toda una carrera en esta empresa, siendo inspector de seguridad, jefe de materiales y almacenes hasta coordinador de seguridad. Los Andes tenía mucho movimiento en aquella época. Nosotros hicimos bastantes viajes a la Argentina. Era precioso, un poco lento en algunas partes porque la pendiente era pronunciada. Cuando nevaba mucho se suspendía el tráfico y había que entrar a limpiar la vía con arados de empuje o, si era mucha la nieve, con un rotatorio. Trabajé 34 años en Ferrocarriles. Me gustaba mucho lo que hacía, era bonito y variado el trabajo. Lo malo era cuando había un accidente. En esos casos teníamos que ir hasta el lugar y sacar a las personas y compañeros de trabajo que habían fallecido.”
Abimelec Cataldo Carvajal y Juan Carlos Álvarez González son dos ex trabajadores de la empresa Ferrocarril Transandino. Hijos de familias ferroviarias, siguieron la tradición de sus padres y abuelos y ejercieron como funcionarios durante muchos años viviendo la época de gloria de los trenes hasta su ocaso como el principal medio de transporte de carga y pasajeros de nuestro país. Abimelec es andino de nacimiento (1939) y Juan Carlos es por adopción, ya que nació en Talca (1947) y llegó a Los Andes cuando tenía cinco años. Como ambos crecieron en Los Andes, comparten recuerdos parecidos y coinciden con muchos lugares comunes que marcaron su infancia y juventud, como haber vivido en la Población Ferroviaria, las pichangas en las calles, la tranquilidad de la ciudad, los paseos por la plaza, las presentaciones de la orquesta del regimiento todos los domingos, las fiestas primaverales, los malones en las casas de amigos, y ambos
Recuerdo de la Estación de Río Blanco, en 1906, en el día de la inauguración de la primera sección del Ferrocarril Trasandino hasta Juncal.
comenzaron a trabajar de muy jóvenes en Ferrocarriles Trasandino. Hoy, con sus hijos grandes y con sus propias familias, viven tranquilamente
junto a sus esposas y disfrutan de una ciudad que, a pesar de los cambios que ha tenido, sigue siendo un buen lugar para vivir.
Juan Carlos, un andino por adopción “Durante mi infancia viví en muchas ciudades debido al trabajo de mi padre. Llegué a Los Andes cuando tenía cuatro años y después me fui cuando tenía 14. Después volví a los 19 años porque encontré trabajo en Ferrocarriles, siguiendo los pasos de mi padre y mi abuelo. A mi señora, María Hidalgo, la conocí en el recorrido que tuvo mi padre. La encontré en Chagres y me la traje para acá cuando ya tenía mi futuro más o menos normal. Aquí formamos a nuestra familia y criamos a nuestros hijos. Toda mi vida he vivido a orillas de la lí-
nea del tren, eran parte de mi cotidianeidad, así que siempre me gustó mucho mi trabajo y tengo muy lindos recuerdos, porque todos éramos una gran familia. Trabajé por 27 años en la maestranza, donde teníamos la responsabilidad de cambiar las ruedas a los carros que venían de Argentina. Cuando comenzó el declive de Ferrocarriles, nosotros veíamos venir el cierre definitivo. A mí me correspondió terminar y fui uno de los últimos que salió de la empresa. Fue muy triste porque ya quedábamos muy poquitos a la espera de que nos dieran el finiquito. Finalmente me fui en el año 95.”
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“Me gusta Los Andes, el campo, la tranquilidad, y todo el espacio para andar en bici” El joven profesional Matias Marambio se ha encargado de fomentar el uso de la bicicleta y la vida saludable en la zona Matías Ortiz Marambio (28 años), es un joven diseñador gráfico de Los Andes, que se ha convertido en un importante gestor y promotor del Movimiento Pro Bicicletas Cóndores Pedaleros creado el año pasado con el objetivo de fomentar el uso de la bicicleta como medio de transporte. Sus motivaciones para formar parte, y actualmente encabezar, esta agrupación, fue inspirada por su padre Gabriel quien sólo se movilizaba en bicicleta, e incluso lo trasladaba a él y a su hermana Mariola desde la casa familiar, ubicada en la calle General del Canto, hasta la Escuela España, donde cursó sus primeros estudios. “De chico siempre anduve en bici, pero como pasajero, porque mi papá la usaba para ir a todos lados y toda la vida nos llevó en bicicleta porque no teníamos auto”, recuerda Matías, agregando que su primera bicicleta de ‘grande’ fue una mini cic que compró, restauró y comenzó a utilizar como su medio de transporte cuando estudiaba en Valparaíso. “Me iba todos los días desde mi casa al instituto y también salía a recorrer los cerros”. Desde allí no paró más y la bicicleta se convirtió en parte fundamental de su vida. Fue así que en el 2011 se enteró por Facebook sobre una cicletada que iba a realizar en Los Andes. Su entusiasmo por participar fue tan fuerte que también le compró una mini cic a su polola para asistir a esta actividad, la que finalmente se suspen-
dió. Como estaba motivado con esta iniciativa comenzó contactarse con los administradores de la página. De esta manera conoció a Camila Gallardo, a quien le propuso retomar la organización de una nueva cicletada, la que finalmente se realizó con mucho éxito en febrero del año pasado. “Cuando conocí a Camila le planteé la idea de retomar el tema de la cicletada y así fomentar su uso. Con la ayuda de un grupo de amigos, éramos alrededor de 6 personas, comenzamos a coordinarnos para realizar una cicletada familiar. Conseguimos un espacio en la Casa de la Cultura para pasar unos videos y hacer unas charlas, gestionamos auspicios, mandamos hacer unas poleras, estuvimos toda una tarde haciendo brochetas de frutas para darle a la gente, regalamos agua y hasta sorteamos una bicicleta”, relata Matías sobre aquella primera cicletada que convocó a más de cien personas. Fue tanto el entusiasmo tras de la actividad que el grupo siguió reuniéndose y junto a nuevos adeptos, comenzaron a reunirse y pedalear los sábados por distintas rutas comunales. Las conversaciones compartidas en cada jornada los llevó a dar el gran salto a la formalización como organización, naciendo de esta forma el Movimiento Pro Bicicletas Cóndores Pedaleros. Matías recuerda que el día que sacaron la personalidad jurídica asistieron
Matías Ortiz Marambio no se baja de su mini cic y afirma que va para todos lados con ella porque además de ser un medio de transporte ecológico y económico, es una excelente actividad física.
unas cien personas para firmar el acta de constitución. “Hicimos una convocatoria a través de todos los medios y tuvimos una excelente recepción. Firmaron 70 adultos más los niños chicos que iban con sus papás… somos varios andinos que estamos dentro de la agrupación que hemos visto cómo Los Andes se ha ido colapsando y creemos que el uso de la bicicleta como medio de transporte es la mejor opción para descongestionarla y descontaminarla”, señala.
El Movimiento Cóndores Pedaleros tiene como objetivo potenciar el uso de la bicicleta como medio de transporte, además de organizar cicletadas por distintas zonas de la comuna y en la cual participa un importante grupo de familias andinas que disfrutan de un motivador pedaleo.(Foto: www.facebook. com/condorespedaleros)
La vida sobre dos ruedas Matías es un melancólico del pasado de Los Andes. Dice que ama a su comuna y le gusta decir que es andino, pero confiesa que le da pena “el trato que tiene la ciudad” en el sentido de que cree que las personas y las autoridades “han perdido un poco el cariño por la comuna” ya que no hay una preocupación real por cuidar ni mantener el patrimonio de Los Andes. Por eso su opinión de la comuna
es clara y tajante. “Para mí Los Andes es como una ciudad de producción. La gente viene para acá a ganar plata y trabajar en la minería, y ¿cuál es su carta de triunfo?, es quién tiene el auto más grande y eso es un poco de arribismo, que es en lo que se está transformado la ciudad…Por eso que digo que se ha perdido ese sentimiento, porque se ha perdido la esencia de pueblo”. Aun así, su amor y pertenencia a esta tierra es más fuerte y por eso decidió permanecer en Los Andes donde quiere proyectarse profesionalmente, ser un ciudadano activo en el desarrollo de la comuna y formar una familia junto a su polola Natalia. Tal como lo hicieron sus padres Mariola y Gabriel, quienes entregaron a sus hijos una hermosa infancia en la calle General del Canto y, años más tarde, una tranquila vida en la Villa Horizonte. “Yo tuve una buena infancia y siempre la recuerdo. Vivíamos en una casa que estaba frente al regimiento. No era una muy grande, pero tenía un patio gigante, muchos árboles, y como en el sector no habían muchos niños, mi única amiga era mi hermana Mariola. Jugábamos los dos solos. Mi papá nos hacía columpios, yo andaba en bicicleta dentro de la casa…no necesitábamos nada más”, evoca Matías confesando que siempre sueña con esa casa, por los momentos que vivió y porque le trae muchos recuerdos de su papá que falleció en el 2001. Estudió la básica en la Escuela España y tras la separación de sus padres vivió por tres años en Santiago donde experimentó nuevas experiencias a su corta edad: hacerse amigo de sus vecinos y salir con ellos a jugar a la ca-
Los mejores recuerdos de la infancia son una vieja casa ubicada en calle General del Canto, jugando con su hermana mayor Mariola y andando en bicicleta junto a su padre Gabriel.
lle. Después de la reconciliación de sus padres, Matías volvió a Los Andes, pero ahora a una casa nueva ubicada en la Villa El Horizonte. Tenía 12 años y recuerda que lo primero que le impactó a su regreso fue lo urbanizado que estaba la comuna. De ahí en adelante nunca más se fue de Los Andes. Cursó el séptimo y octavo en el Liceo Max Salas y la media la realizó en el Liceo Mixto donde estudió la especialidad Gráfica, una opción que a él no le llamaba la atención, pero que a la larga terminó gustándole y convirtiéndose finalmente en su profesión. Hoy la vida de Matías va sobre ruedas. Trabaja como encargado en Arte Digital y tiene como proyecto independizarse a corto plazo; vive con su polola Natalia en la Villa El Horizonte - en su propia casa -, toda su familia está en Los Andes -su madre, sus hermanos Gabriel y Mariola y su sobrino Joaquín -, tiene buenos amigos que lo han acompañado por siempre, y es el presidente del Movimiento Pro Bicicletas Cóndores de Pedaleros, organización que le ha permitido conocer a nuevas personas con quienes comparte una visión y un estilo de vida propia de quienes han hecho a la bicicleta parte fundamente de su cotidianeidad. “Siempre quise volver a Los Andes, nunca fue opción quedarme en Valparaíso o en otra ciudad. Me gusta Los Andes, el campo, la tranquilidad, el espacio que tienes. Yo pesco la mini cic y me voy dos kilómetros más allá y tengo todo eso. Y en la ciudad, a pesar de que hay demasiados autos, al estar cerca todo, te puedes mover rápidamente. Por eso yo voy con mi ‘flaca’ para todos lados, vengo al trabajo, voy a comprar, salgo a carretear… yo no me bajo de la bicicleta”. Para Matías Los Andes es todo. Es por eso también es tan enfático al entregar su opinión sobre cómo ve la ciudad. Su lucha interna está entre los maravillosos recuerdos que tiene de su infancia y el vertiginoso cambio que está sufriendo la comuna. Una pelea entre el pasado y el presente, entre el pueblo y la ciudad. Un cuestionamiento que, por lo demás, tienen muchos andinos y andinas. Admite que el desarrollo siempre tiene que estar, pero espera que éste “sea equilibrado, sustentable, donde se recaten y se protejan algunas cosas que han destacado en Los Andes, como el tema del respeto a los mayores, la cercanía de la gente, el espacio en la calle, que exista una mejor calidad de vida y, lo más importante, que haya voluntad de mejorarla y que haya un poco de respeto por la tradición y por la historia de nuestra ciudad”.
EL OBSERVADOR
Especial Aniversario de Los Andes - 7
Semana del 26 de julio al 1 de agosto de 2013
“Formé con orgullo una comunidad de temporeras en Los Andes” Sofía Barría es un ejemplo del esfuerzo y sacrificio que puede entregar una mujer por sacar adelante a su familia La vida de Sofía Barría Ainol está marcada por la separación obligada de su familia producto del rigor del trabajo. Primero lo vivió con su madre y sus hermanas, y después con sus propios hijos. Sin embargo, estas experiencias más que debilitarla, la fortalecieron, y la convirtieron en una persona digna de admiración y en un claro ejemplo de cómo enfrentan la vida todas aquellas mujeres que hacen lo imposible por sus hijos. La historia de Sofía y Los Andes comenzó cuando solo tenía un mes de vida. Su madre María, proveniente de Aysén, llegó a esta ciudad por casualidad, después de que fuera despedida por una familia de Melipilla que la había contratado como asesora del hogar y que no vio con buenos ojos su embarazo. Después de su nacimiento, en 1968, su madre quedó sola y en una ciudad donde no conocía a nadie, pero la necesidad de encontrar pronto un trabajo la condujo hasta las puertas de la radio Cooperativa de Santiago, donde la recibió Namberto Aguilera, un locutor que vivía en Los Andes y que al ver la desesperación de esta joven madre no dudó en darle una mano y contratarla. Tras vivir cuatro años en la casa de la familia Aguilera, su madre tuvo que buscar otro trabajo debido a las complicaciones económicas y familiares por las que estaban pasando sus jefes. En este nuevo escenario, su madre se vio en la obligación de dejarla en guarderías mientras ejercía como asesora del hogar en otras casas de Los Andes. Sofía confiesa que crecer en guarderías fue una experiencia que tuvo mucho de dulce y agraz. Crecer lejos de su madre y su hermana, las peleas con los otros niños tan ajenos y distintos. En cambio los bellos recuerdos están llenos de imágenes cuando jugaba en la calle a la pichanga, al pillarse, o los pistoleros en la orilla del río. “Tengo lindos recuerdos de la niñez porque las personas que nos cuidaban eran buenas y se preocupaban mucho por nosotros. Pero cuando llegó mi adolescencia, esta misma realidad me hizo ser rebelde, y lo pasé mal porque pasé por periodos difíciles en que necesité a mi mamá, pero ella no estaba. Ahí me hizo mucha falta porque no estaba para escucharme, así que me tuve que guardar muchas cosas, problemas e inquietudes que tenía al darme cuenta que habían otras realidades, que yo era la única rara en el colegio que vivía en un hogar, que no tenía a su mamá todos los
días, que te molestaban y que te decían huacha”. Producto de su comportamiento problemático pasó un tiempo en el Hogar Divina Providencia, un internado de monjas donde la mandaron como una especie de castigo. A los 18 años llegó a vivir a la casa propia, con su madre y hermanas. El esfuerzo de años se vio recompensado con un subsidio que les permitió tener un por fin un hogar para la familia. Allí Sofía se hizo cargo de sus hermanas menores mientras su mamá continuaba su vida laboral, pero ahora en Saladillo. Con el paso del tiempo Sofía fue madre de cuatro hombres, Esteban, Francisco, Ángelo y Nicolás, y hace 21 años vive con su pareja Sergio Sepúlveda, un rancagüino que también adoptó a Los Andes como su ciudad definitiva. Una vida dedicada al trabajo El primer trabajo de Sofía fue cuando tenía 12 años. Uno de los socios honorarios de los dueños de coches victorias necesitaba a una persona que acompañara a su mujer embarazada. Como era la más grande de la casa, le ofrecieron el trabajo y se fue a Santiago durante sus vacaciones de verano. Confiesa que lo único triste de esta experiencia fue haber pasado las fiestas de fin de año lejos de su familia. “Me acuerdo que me pagaron 14 mil pesos con los que me compré ropa para el colegio y el resto se los pasé a mi mamá”, una tónica que siguió repitiendo en los próximos años, como una forma de ayudar a su madre económicamente. A los 15 años comenzó a trabajar en la temporada agrícola, un área en el que se desempeñaría por más de 17 años y que le entregaría muchas satisfacciones a lo largo de su vida. “En un principio solamente era en la temporada de verano, mientras estudiaba, pero después tuve la necesidad de trabajar todo el año porque fui mamá, estaba sola, y por lo mismo, tenía que mantener ahora a mi hijo”. Un día Sofía escuchó por la radio que necesitaban gente para trabajar en la fruta en Copiapó. Su madre estaba cesante y la situación económica se hacía insostenible, así que decidió probar suerte. Dejó a sus dos hijos, Esteban y Francisco, en el hogar donde ella se había criado y se trasladó hasta el Norte. “En Copiapó estuve trabajando como 8 años. Iba en la temporada, de septiembre hasta marzo. En abril volvía a Los Andes y me quedaba con mis hijos todo el invierno, y
Sofía Barría Ainol es una mujer que lleva años trabajando como dirigente, siendo actualmente la presidenta de la Agrupación de Mujeres Temporeras Valle Cordillerano.
después volvía al Norte. Así me daba vuelta todo el año. Pero eso lo podías hacer antes cuando se ganaba más o menos bien y valía la pena el sacrificio”. Fue en estas tierras donde conoció a unos padres canadienses que llevaban muchos años inmersos en el mundo agrícola, conociendo esta realidad, evangelizando y apoyando a los trabajadores con capacitación a través de la Pastoral de Temporeros de Chile, que ellos mismos encabezaban. Aquí Sofía tuvo la oportunidad de estudiar Supervisión Agrícola y de a poco comenzó a integrarse a esta organización, a trabajar con los padres, y a explotar sus escondidas capacidades de líder y dirigente. “Los padres te capacitaban para ser líderes de las temporeras, entonces las personas que tenían más personalidad y desplante comenzaban a formar sus propias comunidades y yo formé una acá en Los Andes en el 2003, integrada por vecinas, amigas y compañeras de trabajo y que aún se mantiene. En total hay como 12 comunidades en esta zona que reúne entre 100 y 200 trabajadoras agrícolas”. Los objetivos de estas comunidades son reunir a las mujeres temporeras y generar proyectos de supervivencia para enfrentar las temporadas de invierno de la mejor manera y a través de un ingreso extra a la economía familiar. De esta forma la comunidad que encabeza Sofía, llamada Agrupación de Mujeres Temporeras Valle Cordillerano, ha concretado varias iniciativas como formar una empresa de vestuario de trabajo para el área agrícola, realizar talleres de costura, manipulación de alimentos, etcétera. Hace ocho años Sofía cambió de rubro y se hizo cargo de la administración
de la casa para trabajadores de una empresa contratista de Codelco. Este trabajo le ha permitido tener más tiempo y libertad para dedicarse a las labores dirigenciales que desde hace dos años la mantienen con un gran desafío: concretar la creación de una Cooperativa para los Trabajadores Agrícolas que sea un intermediario entre los empresarios y los socios y socias, velando por sus intereses y los derechos. “Queremos que los trabajadores tengan estabilidad, capacitación, que hayan mejoras para todos. Que los empresarios puedan traspasar sus franquicias tributarias para que nosotros, como Cooperativa, capacitemos a la gente durante el invierno, mientras reciben un bono de cesantía, y así cuando llegue el verano cuenten con trabajadores calificados, lo que a su
Sofía junto a su madre María Ainol, con quien comparte muchas similitudes en sus vidas como mujeres, madres y trabajadoras.
vez les permitirá tener una mejor calidad de frutas y así darle un valor extra a su producto”. Actualmente esta iniciativa está estancada en la documentación notarial, esperando las gestiones del abogado Juan Pablo Pozo quien se ha comprometido a retomar y terminar este trabajo para que Agricop se formalice finalmente y pueda llevar a cabo su interesante proyecto. “Está complicado el rubro para los trabajadores agrícolas. Siempre se está con esa angustia de no saber qué se viene para la siguiente temporada. Cruzamos los dedos para que llueva y para que los empresarios no se quejen y paguen bien. Porque ellos siempre tienen una excusa distinta, que el clima, que el dólar, que la mosca. En fin, todos los años hay una incertidumbre de si vas a tener tra-
bajo o no”. Para Sofía la vida como temporera es muy complicada y sacrificada, tanto por la esforzada labor que se realiza en el campo como por todo lo personal y familiar que se debe transar para poder trabajar. Contrariamente de esta realidad, confiesa que muchas de sus compañeras, que llevan años trabajando como temporeras, le dicen que no se ven en otro lugar que no sea debajo de un parrón o en el packing. “A pesar que el tema agrícola es duro, es lo que ellas saben hacer y terminan enamorándose de la parra. Aman su trabajo pero están muy desprotegidas laboralmente y por eso que es urgente que concretemos pronto el tema de la Cooperativa, porque se necesita este ente que los organice y vele por sus derechos como trabajadores”.
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Viernes 27 de julio de 2012
EL OBSERVADOR
“He pasado toda mi vida en Los Andes, trabajando, cuidando enfermos y viéndolos partir” Elena Atuan tiene 87 años y su historia en Los Andes, está cargada de pérdidas, sacrificios de amor y de esperanzas que da la fortaleza En el año 1953, cuando la Avenida Argentina se llamaba Avenida Recreo, llegó a Los Andes Elena Atuan Facuse, junto a su madre Emilia y sus hermanos Luis, Julio y María, en búsqueda de nuevos y mejores horizontes. A la altura del 480 compraron una amplia casa donde
se instalaron a vivir y a comenzar con el negocio “Supermercados Emilia”, que aún mantiene sus puertas abiertas. Hija de palestinos, sus padres Emilia y Tala, nacidos en Jerusalén, emigraron a Chile de niños y se conocieron en Catemu, donde se
Elena Atuan Facuse lleva cerca de 60 años trabajando en el negocio que inició su madre, el Supermercado Emilia.
casaron, vieron nacer a sus cuatro hijos, y levantaron un negocio que era el soporte económico de la familia. Aquí también trascurrió la infancia y adolescencia de Elena, hasta el día en que llegó a su vida la primera de muchas partidas que ha tenido que enfrentar y que han marcado con lágrimas y dolor sus 87 años de existencia, pero que también le han dado una admirable fortaleza que hasta el día de hoy mantiene. La repentina muerte de su padre, a los 40 años, dejó en el desamparo a su joven madre, que tuvo que tomar las fuerzas suficientes para seguir adelante con cuatro hijos y un negocio. Elena dejó de lado su niñez y sus estudios y comenzó a trabajar junto a su mamá. Cuando llegaron a Los Andes, Elena tenía 27 años y continuó trabajando codo a codo junto a su madre, ahora en el Supermercado Emilia. Confiesa que no salía mucho, pero que de todas formas siempre le gustó Los Andes, y que a pesar de no haber nacido en esta comuna, se siente completamente andina. “Me gusta mucho Los Andes, porque a pesar de
que ha cambiado mucho, hay demasiadas construcciones y muchos vehículos, aún sigue siendo tranquilo. Cuando llegamos no era así, era puro campo y este sector no tenía el movimiento que tiene ahora, pero siempre fue comercial y con esta hermosa alameda... el negocio tenía mucha clientela, personas que venían del campo a abastecerse, vendíamos de todo”, recuerda. Fue aquí donde también conoció el amor. Se llamaba Javier Vergara, y era administrador del local. Ayudaba en los quehaceres propios del negocio, convirtiéndose en un soporte fundamental para la familia de Elena por
muchos años, hasta que las garras infames de la muerte nuevamente se llevó a un ser querido, su esposo Javier. “He pasado toda mi vida aquí, trabajando, cuidando enfermos y viéndolos partir”, expresa Elena con una cansada voz que refleja una profunda pena al recordar a quienes ya han partido: su marido, sus hermanos Julio y María, su madre Emilia, quien falleció en el 2001, y su más reciente dolor que la tiene aún conmocionada, la trágica muerte de su hermano Luis el pasado 20 de mayo. “Los cuidé tanto. A mi madre por 10 años, y a mi hermano desde los 17 años, lo extraño tanto porque yo
vivía con él desde que se murió su señora y me duró tan poco. Le había dado un accidente vascular y estuvo muy enfermo. Últimamente había perdido la visual, y por un descuido de minutos, trató de poner leña a la cocina, se nos quemó”, relata sobre aquel terrible día. Pero a pesar de la pena y de los miles de recuerdos que se descuelgan de las paredes de su casa y el negocio donde pasó toda su vida, Elena Atuan Facuse ha logrado salir lentamente de su desconsuelo, con la ayuda de la familia de su hermano Luis, demostrando una fortaleza maravillosa digna de imitar.
“Tengo bonitos recuerdos de mi infancia en Los Andes” Rodrigo Montenegro es conocido por personificar cada mes de septiembre al mítico “Guatón Loyola” durante las fiestas patrias en la comuna Es un hombre bonachón, pícaro y bueno para conversar. Es un andino orgulloso de su tierra y sus tradiciones, muy trabajador pero también gozador de la vida, fiel a sus amigos y familia, a quienes quiere y protege por sobre todo. Así es Rodrigo Montenegro Ríos, conocido como él mítico “Guatón Loyola”. Rodrigo es un andino de corazón y sus 48 años de vida han estado ligados desde siempre a Los Andes. Su niñez transcurrió en las calles del centro, en la calle Maipú entre Las Heras y Frei. “Tengo bonitos recuerdos de la infancia en el centro porque los vecinos eran muy unidos, nos conocíamos todos y con los niños jugábamos a la pelota. Tengo buenas historias y grandes amigos que aún veo”. “Antes habían muchas victorias en esos años. De hecho cuando estudiaba nos veníamos de la escuela, de Chacabuco hasta Maipú, detrás de los coches y la gente decía ‘guasca atrás’ para que el cochero nos tratara de pegar con la guasca, pero nosotros nos arrancábamos”, se ríe al contar las travesuras que hizo cuando era niño. Después del terremoto, la familia se cambió a la población Virgen del Valle, y después del fallecimiento de su padre, se cambiaron a la Villa La Gloria, que es donde vive actualmente junto a su madre. “Cuando me fui echaba de menos el centro, y todavía lo extraño. Es que son vivencias hermosas que nunca van a volver. Ahí conocí a mis amigos, a mi primera polola, el primer beso, la primera embarrada. Además conocí a tantas personas, muchas del comercio andino porque mi mamá perteneció a ese gremio. Ella es peluquera y toda su vida tuvo su local en la Calle Santa Rosa, al lado de la iglesia” Rodrigo ha contado muchas veces la historia de cómo llegó a convertirse en el “Guatón Loyola”, y siempre está gustoso en relatarla otra vez porque se siente muy orgulloso de representar a este personaje y porque lo ha pasado muy bien haciéndolo. En el marco del Festival del Guatón Loyola, la municipalidad junto a un canal local organizaron el concurso del doble del Guatón Loyola. Un amigo de Rodrigo lo motivó a participar garantizándole que podía obtener un televisor si es que ganaba. Como le interesó la oferta fue hasta su casa, recogió una tenida de huaso de su abuelo y se fue hasta la medialuna del recinto Cordillera.
Rodrigo Montenegro en la segunda versión del Guatón Loyola, ya que el original era una representación más popular del conocido personaje.
El concurso se suspendió por nula convocatoria, y como Rodrigo había sido el único en llegar y había llevado para representar al Guatón Loyola, un amigo que trabajaba en la municipalidad le pidió que de todas formas se disfrazara y lo sacó al aire a través de la señal del canal local. Fue tan buena su caracterización que lo invitaron a estar presente en la inauguración del Festival, y desde ese día se convirtió en el rostro oficial de este conocido evento andino, participando activamente en su promoción, en las conferencias de prensa, en los actos oficiales y durante los días de realización. “Me gusta ser el ‘Guatón Loyola’ y espero siempre con ansias a que llegue septiembre. Esto lo hago por la comunidad andina, por la provincia de Los Andes y el Valle de Aconcagua para que en las Fiestas Patrias se haga un realce al Festival, y creo que el personaje es bien querido por las personas, me gusta ver cómo familias enteras disfrutan con el Guatón Loyola, con eso yo me doy por pagado”, afirma Rodrigo agregando que “la gente que es andina y que cacha el Festival me conoce”. Rodrigo también se caracteriza como el Guatón Loyola para todo tipo de actividad a beneficio que solicita su presencia. Es su forma de seguir ayudando a quienes lo necesiten, tal como lo hacía cuando joven en el liceo y en los trabajos voluntarios que se realizaban en las poblaciones vulnerables de Los Andes.