EL OBSERVADOR “Desde 1970 al servicio de la gente”
EDICIONES ESPECIALES
Suplemento Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
2 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
De los microbuses de madera a los modernos buses: la historia de los Durán-Encalada y la empresa Movidur Movilizaciones Durán es una recordada empresa de transportes de El Melón, que nunca existió de manera formal, pero que es parte de la tradición del distrito. Prestó servicios en las faenas mineras y fue pionera en la locomoción colectiva intercomunal
U
na comunidad sin memoria ni tradiciones es como un libro en blanco o un rollo fotográfico velado. Todo lo contrario a lo que ocurre en la localidad de El Melón, en la comuna de Nogales, donde sus habitantes han desarrollado el hábito -inconsciente quizáde traspasar de generación en generación las historias y leyendas que son parte del imaginario del pueblo. En la búsqueda de aquellos archivos memoriales, de la ajetreada vida del distrito, resurge la historia de la mítica -y nunca creada formalmente- empresa “Movidur” (Movilizaciones Durán), perteneciente a una de las primeras familias de la localidad, los Durán-Encalada. Para recrear esta historia legendaria, y más que centenaria, está Julio Aliro Durán Correa, quien a sus 58 años, tiene un largo itinerario. Estudió en El Melón y en Quillota, lugares en que cursó su enseñanza básica y media. En Antofagasta, luego, estudió Construcción Civil, después Negocios en Valparaíso y Ciencias Sociales en Santiago, carreras universitarias que nunca terminó. También se sobrepuso, cuando joven, a una parálisis facial, y, hace unos años, al diagnóstico de un cáncer pulmonar que lo tuvo con
un desahucio irreversible. Entre sus recuerdos aparece su bisabuelo, Isidro; sus abuelos Julio Durán y Pedro Encalada, y sus tíos, Julio y René y su padre Florencio. “Los Durán y los Encalada eran, prácticamente, los dueños del pueblo de El Melón. Desde la punta -la entrada al pueblo- hasta la segunda línea ferroviaria -la que iba hacia el Norte- era de los Encalada. En la calle Isabel Brown estaban las casas y los almacenes de mi abuelo Julio. Desde allí se llevaba, en caballos y mulas, el pan, carne y mercaderías a los mineros de El Soldado”, rememora como parte de la tradición hablada familiar, que es parte de todo un pueblo. La historia la conoce bien y por eso la cuenta con propiedad y seguro de cada detalle, sin dejar de lado la precisión: “El primer automóvil que llegó al pueblo era del abuelo Pedro Encalada. Yo le conocí a mi abuelo Julio (Durán) una `burra´ muy antigua. Eran corraleros. Se iban a Copiapó a los rodeos. Contaban que subían, en sus viajes al norte, la Cuesta El Melón en carretas con ruedas de palo. La gente iba poco a Nogales. Lo hacían en caballo o en carretas. La primera góndola que corrió entre El Melón y Nogales, por los años 30, era de mi abuelo y hacía un par
de viajes al día”, reveló. Es el hito histórico de una bitácora sobre ruedas. “Las primeras micros -agrega Julio Durán Correa- eran de madera. Las hacían mi papá y mis tíos aquí en El Melón. Compraban chassis de camiones y aquí armaban sus carrocerías. Después se hicieron de metal. Un tío, Alfonso Durán Encalada se dedicó al transporte en camiones. A los buses se dedicaron tres hermanos: Julio, Florencio y René”. DE MICROBUSES DE MADERA A BUSES TURÍSTICOS Florencio, padre de Julio Durán Correa, se unió a sus hermanos René y Julio, para iniciar en 1958 la empresa “Movidur”, aunque nunca firmaron ningún papel, ni realizaron trámite legal alguno, pero sin duda fue la primera compañía de transportes de la zona. En este sentido, Julio Durán Correa aclara que, “uno también siempre se acuerda más de la historia de su familia, puede que también otras personas tuvieran sus micros en esa época, pero no había una sociedad, como la que hicieron mis tíos y papá.” “Los primeros servicios los prestaron a la Compañía Saita, que luego fue la Disputada Las Condes. Eran micros de madera, con algunas partes de metal, que eran sacadas de camiones. Toda la carrocería, asientos y lo demás era de madera. Ellos hacían todo, desde armar las micros, y trasladar a los trabajadores a las faenas”, detalló. A los dos años de funcionamiento, Florencio, René y Julio compraron los primeros tres microbuses cero kilómetro. Eran unas máquinas Chevrolet Viking, cuyo chassis era importado desde
Ahora, a los 58 años, Julio Durán mantiene la tradición familiar de los míticos buses de “Movidur” y es administrativo de la empresa Carolina del Valle.
Estados Unidos, mientras que la carrocería era armada en Santiago. “Se compraron una micro cada uno y les hacían todo ellos mismos, las arreglaban y solucionaban todos los problemas en el taller. Mi tío René era el que cobraba las platas. Era el que menos le pegaba a la mecánica”, dijo Julio Durán. La importancia de la empresa “Movidur” radicaba en sus funciones: “Los buses más viejos hacían el recorrido local y las nuevas hicieron el servicio inicial entre El Melón y Valparaíso, para la Intercomunal. Después los buses empezaron a trabajar exclusivamente para la compañía francesa que tenía la mina El Soldado, que había crecido harto y luego comenzaron a trasladar a la gente que, luego del terremoto de 1965, llegó a vivir en El Melón, Nogales y La Calera”, contó el melonino. El trabajo de transporte para los trabajadores de la mina, llevó a “Movidur” a un importante progreso: en 1966 se compraron seis
EMPRESA PERIODÍSTICA EL OBSERVADOR Director: Roberto Silva Binvignat
Fundador y Presidente del Directorio: Roberto Silva Bijit
Gerente Comercial: Julio Cifuentes Mora
no porque tenían que seguir en el traslado de los mineros de El Soldado. La legendaria empresa “Movidur” dejó de funcionar como tal -aunque nunca existió formalmente- en 1978, cuando cambió la administración de El Soldado. “Se hizo una licitación, y pese a que los tíos postularon, no fuimos seleccionados y los buses se integraron a los recorridos locales. Los tíos se dedicaron a otras cosas y hasta dejaron de lado grandes oportunidades, les faltó visión o arriesgarse más, tenían miedo al endeudamiento, eran ´chapados a la antigua´, solo compraban al contado, de hecho todas las máquinas que tuvieron las compraron de esa forma”. Los Durán-Encalada podían haber sido dueños de La Porteña -asegura Julio- que antes se llamaba Chilenita y trabajaba desde Valparaíso hasta Petorca y Caimanes. “Les ofrecieron finaliza Julio Durán Correalos servicios de transporte de pasajeros hacia esas comunidades, pero cuando iban en camino a La Calera a firmar los documentos, se arrepintieron. Eran así, les importaba más la palabra que un papel. El tío Julio falleció hace 15 o 18 años. Mi papá murió en 2001 y mi tío René un año antes”. Con sus partidas murió “Movidur”, aunque Julio quien mantiene la tradición familiar trabajando actualmente como administrativo en la empresa Carolina del Valle y otro primo se dedicaron por algún tiempo al negocio microbusero-, no prosperaron como si lo hizo en sus años dorados la mítica empresa, que en la memoria de muchos meloninos sigue existiendo.
“La Verdad más que un valor es una actitud ante la vida”. Roberto Silva Bijit
Quillota
La Calera
Limache
La Ligua
San Felipe
Los Andes
Villa Alemana
Quillota y La Cruz La Concepción 277 Casilla 1 - D Fono: (33) 342209 (33) 342210 Quillota
La Calera, Artificio, Hijuelas, Nogales y El Melón Arturo Prat 797 Fonofax: (33) 342216 La Calera
Limache y Olmué Serrano 125 Of. 2 Fono: (33) 342220 San Francisco de Limache
La Ligua, Cabildo, Petorca, Papudo y Zapallar Ortiz de Rozas 694, 2º piso, oficina 19 Fono: (33)342217 La Ligua
San Felipe, Llay Llay, Santa María, Catemu, Putaendo, Panquehue Salinas 318 Fono: (34) 343712 San Felipe
Los Andes, San Esteban, Rinconada, Calle Larga Santa Rosa 225 Fono: (34) 343714 Los Andes
Villa Alemana Santiago 710, Of. 206 2º piso, Edificio Karakum Fono: (32) 2158396 Villa Alemana
quillota@observador.cl
lacalera@observador.cl
limache@observador.cl
petorca@observador.cl
aconcagua@observador.cl
Quillota
EDICIONES ESPECIALES
microbuses más, dos para cada uno; al año siguiente compraron tres; en el 68’ tres más y en 1970 adquirieron los primeros buses, que eran marca Mercedes Benz, chassis alemanes y carrocería montada en Chile, “incluso esos buses fueron exhibidos en la Fisa, eran los primeros con asientos reclinables, con luz personal en la parte superior, con los maleteros a todo lo ancho. En esa época cuando la empresa Golondrina necesitaba apoyo le arrendaba a “Movidur” los buses”, confidenció el heredero de la tradición. LA MUERTE DE “MOVIDUR” Para ese entonces, Julio Durán Correa ya estaba metido en la legendaria empresa familiar, en la que se había iniciado desde niño como ayudante de sus tíos, y hasta había tenido su bautismo como chofer. “Mi primer viaje lo hice a los 15 años y llegué manejando hasta la boca de la mina. La ruta se hacía por la Hacienda El Melón y Chamizal, Después se hizo por Navío. Uno pasaba por el pueblo de El Cobre, que después se lo llevó el relave. Era una sola calle, con casas como pegadas, una al lado de otra. Todo eso desapareció. Dos compañeros de mi curso murieron allí”. Sin embargo, la tragedia de El Cobre no mermó los ánimos. 1971 fue el `boom´ de “Movidur”. “Uno de los buses se usó para las giras, por todo el país, del elenco del programa de televisión ´Música Libre´, que entonces eran de fama nacional”. También iniciaron los primeros viajes a la costa, entre El Melón y Quintero. Causó furor, pero de los seis buses con pasajeros para la vuelta disponían sólo de tres. Los otros buses volvían tempra-
Venta de Publicidad
Fonofax: (33) 342205 Coordinadora Comercial: Sandra Sepúlveda Inostroza
San Felipe
Fono: (34) 343705 Coordinador Comercial: Carlos Iturriaga Silva
publicidad@observador.cl
losandes@observador.cl
Empresa afiliada a la Asociación Nacional de la Prensa,(ANP) Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Cámara Regional de Comercio de Valparaíso, Asociación de Industriales de Valparaíso (ASIVA) y Corporación de Desarrollo Pro Aconcagua, Asociación de Radiodifusores de Chile (ARCHI), Asociación Iberoamericana de Radiodifusores (AIR), Asociación de Pequeños Industriales y Artesanos de Quillota, (APIAQUI).
margamarga@observador.cl Impreso en Editorial e Imprenta
EL OBSERVADOR Av. Rafael Ariztía 600, Quillota.
El Observador Digital: www.diarioelobservador.cl
EL OBSERVADOR
Historia - 3
Viernes 28 de septiembre de 2012
“Sobrio y entregado”: el Jorge Teillier en las tertulias con el escritor Hernán Ortega En enero de 1988, Jorge Teillier dio al escritor Hernán Ortega Parada una serie de entrevistas. Sus palabras dieron cuerpo a un libro que es testimonio de esta figura de la poesía chilena.
E
l 31 de enero de 1988, en un departamento de Providencia, alrededor de las cinco de la tarde se dio inicio a la serie de cuatro entrevistas que el poeta lautarino, Jorge Teillier, particularmente sobrio y generosamente entregado, dio al escritor Hernán Ortega Parada. Sus palabras, dieron cuerpo al libro “Jorge Teillier, arquitectura de un escritor”, y son un testimonio vivo de esta figura inspiradora y admirada de la poesía chilena. Tal como pertenecía a Lautaro, Jorge Teillier era del Refugio Ramón López Velarde, el mítico bar de la Sociedad de Escritores de Chile, de la calle Almirante Simpson en Santiago, que el poeta frecuentaba para conversar de poesía y beber unas copas de vino con sus amigos escritores. Aquellos años, a fines de la década del setenta, fueron considerados de oscurantismo cultural producto del manto de la dictadura, el escritor Hernán Ortega Parada -actualmente avecindado en Olmué en donde es un destacado dirigente- se había liberado de ciertas situaciones personales, entre estas el fracaso de su matrimonio, y se volcó intensamente a las letras. Asistía frecuentemente a la Sociedad de Escritores de Chile donde conoció al querido poeta de Lautaro. “Curiosamente ser amigo de Jorge fue muy difícil, confiaba en muy pocas personas, pero me trató con mucha delicadeza. Yo iba más bien a escuchar, a aprender. Escuchaba las discusiones entre ellos y de repente lanzaba mis opiniones y él siempre me escuchaba, muy atento” recordó de las inolvidables tertulias de escritores jóvenes y de mediana edad que frecuentaban el salón capitalino. En esos años, Hernán Ortega se hizo alumno de Enrique Lafourcade,
Miguel Arteche, Braulio Arenas y cultivó férreas amistades con Humberto Díaz-Casanueva, Enrique Gómez Correa. Desde entonces nunca se alejó de las letras y la poesía. “Cuando nos reencontramos a fines del 87 e inicios del 88 fue para escribir el libro de la serie “Arquitectura del Escritor” Teillier venía saliendo de un tratamiento de alcohol y cuando le propuse la tarea de responder 180 preguntas, en función de investigar sobre su vida y su pensamiento, a él le gustó la idea” contó el poeta de Granizo. Fue en enero del año 88 cuando el escritor Hernán Ortega acudió a la casa que el poeta compartía con su pareja Cristina Wenke, en San Pascual, en Las Condes, acordando sucesivas entrevistas. “Grabé más de seis horas con Jorge Teillier en varias sesiones los días sábados, no falló a ninguna” contó Ortega Parada calificando el hecho después de los años, casi como una verdadera hazaña. “Estaba absolutamente sobrio y se entregó a la conversación. Después lo comentaba con amigos de él, como Francisco Bejart, de los pocos amigos que siempre tuvo. Me decía que esto fue una hazaña. El tener cuatro tertulias en semanas seguidas, sin que fallara a ninguna de ellas”. El resultado fueron seis horas de grabación, de pensamientos postergados, de construcciones que revelan su pensamiento, su universo, y cuyo audio está también depositado en la Biblioteca Nacional. “YO QUIERO SER RIMBAUD” Hernán Ortega sostiene que cuando un joven se interesa por la literatura, debe haber una preparación y que no son menos de 20 años de ejercicio para alcanzar la madurez literaria. Jorge Teillier también pudo aplicar esa norma. Él empezó muy joven. Estudió
Ambos escritores, Jorge Teillier Sandoval y Hernán Ortega Parada en uno de los encuentros en los que se buscaba descubrir “la arquitectura interior” del poeta lautarino.
en tres liceos en Traiguén, Lautaro y Victoria, leía poesía y tuvo dos profesores extraordinarios. Rubén Azócar, el novelista, y nada menos que Claudio Solar, “Nostradamus”, quien falleció hace un año y medio en La Calera. Fue Claudio Solar, quien era director de un diario en Victoria, quien descubrió las cualidades que tenía el joven Teillier y lo invitó a que hiciera sus primeras publicaciones. Entonces era un adolescente liceano. “Algo que marca la dedicación de Jorge a la poesía y la extraordinaria influencia que tuvo en él, proporcionada por Claudio Solar, se produce cuando él le pasó libros de Arthur Rimbaud, el gran poeta francés. Eso deslumbró a Jorge Teillier y Claudio recordaba que después de leer ese libro, el joven poeta dijo, ‘yo quiero ser Rimbaud’, y ahí centró su vida” reveló Hernán Ortega. En los pueblos del sur se encontró con la poesía y publicó versos y prosas en el diario local, ganándose la admiración de los suyos. “Desde entonces fue reconocido como un gran poeta, porque tuvo una visión de lo propio, del lar que amó siempre, su hogar, su pueblo, su gente”. EL ALCOHOL Y LOS LAZOS QUE NO QUERÍA ROMPER En las tertulias en Providencia, y años después, con los testimonios de perso-
nas que conocieron íntimamente al lautarino, Hernán Ortega da a conocer características del poeta que no
son conocidas ni comprendidas. “Él tuvo una infancia y adolescencia difícil porque la mamá tuvo un problema
psicológico. Tanto así que incluso el papá, que era contador de Impuestos Internos y que recorría los pueblos cercanos, nunca dejó a Jorge Teillier solo en su casa con la mamá. Y eso hizo que su carácter fuera inseguro”. “Toda la obra añora una infancia feliz que no tenía. Desgraciadamente desde muy joven este liceano le tomó el gusto al alcohol. El papá se lo llevaba a un pueblo cercano y mientras él trabajaba, dejaba a Jorge en algún bar estudiando. Él asumía absolutamente su enfermedad, estuvo en peligro de muerte por causa del alcohol al menos tres veces en su vida. Tuvo delirium tremens a los 33 años, y si no hubiera sido por su compañera Cristina Wenke, que se lo llevaba a su fundo en La Ligua, Teillier habría dejado mucho antes este mundo”, Continúa en página 4
4 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
Viene de página 3
“Sobrio y entregado”: el Jorge Teillier... relató el escritor de Olmué. Después de conocerlo y haber compartido gratos momentos, el escritor olmueíno tiene su propia explicación sobre por qué Jorge Teillier nunca quiso mejorarse de su alcoholismo y por el contrario se arrojaba con más fuerza a su afición. “Mi explicación es que perdió tempranamente su hábitat, a raíz de los problemas familiares que tenía y después de la dictadura quedó tambaleando en la nada. Entonces él no quiso romper los lazos con Lautaro, su zona, y el hecho de seguir bebiendo era para mantener eso. Era como una protesta”. “Aquí vivo. Transcurro entre los días. Dejo correr mil voces. Pongo mi rostro al Puelche. Esta es mi vida. La dejo que se vaya.” Penetro en las cantinas de lóbregas Presencias, Donde turbias miradas contemplan las Botellas.”
Son versos del poema “Habitante del sur” escrito a los 17 años y publicado por Claudio Solar en su diario en Victoria. “Rescatamos de un diario de la época sus primeros poemas cuando era liceano y hay que rescatar de la escritura poética de Jorge Teillier, que tiene un estilo, una forma de ver las cosas, y es increíble que los poemas escritos en la adolescencia tienen la misma mirada que después en su plena madurez. Es algo que es muy notorio. Tenía un estilo muy particular” advirtió Ortega. Después de aquellos encuentros que dieron vida al libro, en los que Teillier permaneció sobrio, volvió a sumirse en su mundo. Cristina Wenke lo trajo al fundo en La Ligua donde exigía tener una casita aparte, separada de la que compartía, en donde guardaba sus libros y se encerraba a escribir. “Igual se arrancaba en las noches a tomar con la gente humilde de La Ligua y Cabildo” dijo Hernán Ortega. Después del año 88, ambos escritores se encon-
Jorge Teillier, captado por el autor del libro, en su casa en San Pascual.
traron en ciertas ocasiones, Incluso cuando transcribió las 180 preguntas del cuestionario fue hasta La Ligua para que el poeta revisara sus respuestas. “Nunca lo hizo. No era vanidoso. No le interesaba aparecer públicamente, jamás pidió un premio o persiguió reconocimiento. Lo único que valorizaba era su trabajo literario, su poema”. En su casa de La Ligua Jorge Teillier le mostró al olmueíno su técnica para escribir. Cuando tenía un
EL OBSERVADOR Viernes 28 de septiembre de 2012
Historia - 5
El escritor Hernán Ortega Parada junto al libro sobre el lautarino, en la Biblioteca Municipal de Olmué.
tema, su inspiración, escribía diez versiones sobre la misma temática en páginas distintas. “Esa vez estaba sobrio y tenía montones de papeles sobre la mesa, los comparaba, veía cual le gustaba más y el resto los rompía. No era corrector encima de su propio poema” reveló. El libro de Hernán Ortega fue editado 16 años después
de la entrevista al poeta, y ocho años después de su muerte, luego que el Consejo del Libro y la Lectura apoyara su publicación. La edición está absolutamente agotada. “Arquitectura del Escritor” es una serie de su autor. Junto a Teillier está el libro del poeta Enrique Gómez Correa, y trabaja arduamente en la redacción
del libro de Raúl Zurita. El mismo cuestionario de 180 preguntas que ninguno conoció previamente intenta desnudar a estos importantes autores. Jorge Teillier, lo hizo generosamente, sin ninguna pretensión y a través de sus respuestas, se puede rescatar parte su alma trascendente.
6 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
“El Martillo de oro”: desde Croacia vino a enseñarle a los mejores desabolladores de La Calera Giorgio Vucetic Drazinovic huyó desde un campo de concentración en su país para establecerse en nuestra zona, donde vivió una hermosa historia de amor
L
a Provincia de Quillota y especialmente La Calera han sido refugio para personas de diferentes latitudes que han llegado por diferentes motivos. En la ciudad hay colonias de italianos, palestinos y españoles. Entre todos esos inmigrantes había un joven croata que decidió hacer de esta pequeña comuna su hogar. Giorgio Vucetic Drazenovic nació en el pueblo de Brinje, en Croacia. Pese a vivir una infancia muy feliz en ese lugar del este de Europa, el inicio de la Segunda Guerra Mundial hizo que su juventud se volviera un martirio. En 1939, cuando Giorgio tenía 14 años comenzó el conflicto bélico. Su país, Croacia, pertenecía al reino de Yugoslavia, el que se mantuvo neutral hasta el año 1941, cuando fue invadido por el ejército alemán. Sin embargo la resistencia duró poco, ya que al poco tiempo fueron derrotados por las fuerzas nazis y él, junto a miles de compatriotas, fue recluido en un campo de concentración, en donde vivió momentos muy duros. Después de 1945, Giorgio y un grupo de croatas partieron en barco hasta Australia, en donde no fueron recibidos. Finalmente desembarcaron en el puerto de Valparaíso y pronto emigró hasta la ciudad de Limache, donde su vida cambiaría para siempre. “Según lo que me contó mi papá, él vivía en Limache, cuando se vio envuelto en una pelea, porque una persona comenzó a hablar mal de Croacia. En los forcejeos se cortó la mano con un vaso y como sangraba fue al Hospital Santo Tomás. Nunca pensó que esa herida le iba a cambiar su vida para siempre” señaló Monica Vucetic Reyes, su hija adoptiva. Fue en ese momento que Giorgio conoció al amor de su vida. Era la paramédico Margarita Jiménez Lazcano, quien trabajaba en el centro asistencial limachino. Ella -según cuenta su hija- no le dio mucha “bola” en un comienzo, pero él quedó flechado por la mujer oriunda de la Región del Bío Bío. “Mi mamá siempre me cuenta que él era cargante, ella no lo pescó mucho. Pero con el tiempo nació el amor entre ellos, se amaban mucho. El año 1956 se casaron y al
Su gran experticia con el combo metálico llevó a que su clientela apodara a Giorgio Vucetic como “El Martillo de Oro”.
tiempo se vinieron a La Calera. Eran muy unidos, hasta el último estuvieron juntos. Yo me siento orgullosa de haber vivido junto a ellos”, señaló la hija del matrimonio. En los años 60 lograron establecerse en las tierras pertenecientes a Pablo Amthor, en La Palmilla y con el tiempo comenzaron a ahorrar para comprar un terreno, el que pudo comprar ubicado en Avenida Centenario, (ahora Padre Alberto Hurtado) frente a la escuela industrial. Como nunca se olvidó de su tierra bautizó su nuevo hogar como “Quinta Croacia”: “Él la bautizó así porque nunca se olvidó de su tierra, extra-
ñaba mucho su hogar. Pero le gustó La Calera, por eso quiso quedarse aquí con mi mamá” señaló Mónica Vucetic. LA LEYENDA DEL “MARTILLO DE ORO” En su juventud y cuando la guerra aún no llegaba a Croacia, Giorgio Vucetic, estudió mecánica por correspondencia y además durante su estadía en el Ejército de su país, aprendió mecánica. Sin embargo nunca se imaginó que iba a alcanzar tanto prestigio en toda la zona, por sus habilidades en el arte de desabollar vehículos. Al llegar a nuestro país comenzó a practicar lo aprendido. Desde un comienzo mostró mucha capacidad para la reparación de los vehículos y tras comprar la Quinta Croacia, Giorgio empezó a construir de a poco su propio taller. En ese lugar construyó, a un costado de su casa, las dependencias en donde iba a vivir grandes aventuras. Su habilidad con las herramientas, y especialmente con el combo metálico se fueron haciendo conocidas en La Calera y en ciudades vecinas. No se sabe exactamente quién le puso el apodo, pero fue conocido como “El Martillo de Oro”, debido al extraordinario trabajo que desempeñaba en la desabolladura de vehículos, muchos de los cuales habían participado en accidentes de tránsito. Eloy Valencia Rodríguez, fue uno de los caleranos que tuvo el privilegio de trabajar por más de diez años junto a “Don Jorge” como le decían cariñosamente sus trabajadores: “Yo llegué al taller a los 16 años como ayudante: él me enseñó mucho acerca del tema de desabollar, pero en esos tiempos era todo totalmente distinto, ahora solo se
En la década de los 50 conoció a Margarita Jiménez Lazcano, con quien compartió más de 56 años de matrimonio.
cambian piezas, pero antes había que usar el martillo, porque los metales eran duros y se tenía que rescatar lo que más se podía del chasis de las máquinas”. Con mucha nostalgia, Eloy recuerda la forma de trabajar del “Martillo de Oro”, en donde se podía perfectamente demorar 15 a 20 días en tener un vehículo, porque los trabajos eran de larga data: “En ese tiempo habían dos equipos en el taller, los que desabollaban y los que pintaban. Llegaban autos o camiones que resultaron dañados, incluso muchos volcados. Como don Jorge era ordenado, él le decía al cliente que se iba a demorar tantos días, siempre eran 15 o 20. Él comenzaba a desabollar con nuestra ayuda y desde allí, se pasaba a la etapa de pintura. Entonces tomaba otro trabajo y hacía lo mismo. Su trabajo era muy bueno y venía gente de Quillota e incluso de Caimanes, cerca de Illapel, en la Cuarta Región. Era conocido en toda la zona”. Sin embargo el trabajo de Giorgio no solo se dedicó a la reparación de vehículos, sino que también formó a los más reconocidos desabolladores de la zona: “En ese lugar trabajaron muchos de los que ahora tienen taller en la zona. Yo por ejemplo, ahora tengo mi taller en calle Libertad y allí junto a Rodolfo Justiniano, quien trabajó con don Jorge, hemos aplicado mucho de lo que nos enseño. Yo tengo dos primos, uno en Artificio y otro en Quillota, que también aprendieron el oficio con él. Fue un maestro para muchos acá en la provincia y en la región”. EL TRISTE FINAL Giorgio Vucetic siguió con su taller, sin embargo el paso de los años no le permitió seguir con el oficio que tanto le gustaba. Pero entonces pudo viajar a su natal Croacia y reunirse con sus familiares, a quienes por fuertes razones tuvo que dejar a mediados del siglo XX. “El año 1996 volvió a Croacia, estaba muy contento porque pudo ver de nuevo a sus amigos y familiares. Yo lo acompañé en ese viaje, aunque era chica, él me mostró todos los lugares en donde había pasado su niñez y juventud. Lo pasamos súper bien con mi mamá. La última vez que fue para allá fue el año 2010 cuando una sobrina lo llevó. Esa fue la última vez que vio a sus familiares” contó Mónica Vucetic. Durante el mes de junio de este año Margarita Jiménez Lazcano, esposa de Giorgio Vucetic, comenzó a manifestar una serie de problemas de salud, por lo que internada en el Hospital
A causa de la guerra tuvo que dejar en plena juventud su natal Croacia para viajar a Chile, en donde pudo encontrar la paz y desarrollar su oficio.
Mario Sánchez Vergara de La Calera, lo que causó un profundo dolor en su marido con quien contabilizaba 56 años de matrimonio. “Mi papá quedó destrozado porque mi mamá estaba en el hospital, ellos eran inseparables y eso fue dañándolo. Estaba muy afectado, la iba a ver todos los días, pero llegaba apenado. Yo creo que su corazón no pudo soportar la pena de ver a su mujer en esa situación, ya que tras 56 años de estar juntos, su amor era algo especial”, explicó su hija Mónica. El día 10 de julio, su hija fue a despertar a Giorgio a su habitación. Ella entró y vio que él no se movía. Al acercarse notó que estaba frío y no respiraba, había fallecido en el sueño. Su familia no podía creerlo. Lo más difícil fue comunicarle la noticia a
su esposa. “Como mi mamá estaba enferma, tuvimos que asesorarnos con un psicólogo para decirle. Ella sufrió mucho, la trajimos en silla de ruedas al velatorio, que hicimos en la casa. Ella le había jurado a mi abuelo que iba a cuidar a su marido hasta la muerte. A los dos días murió, fue como se hubiera descansado, se fueron juntos de este mundo.” recuerda acongojada Mónica Vucetic a “El Observador”. Ahora y pese al paso de los años, son muchas las personas y antiguos clientes que recuerdan a Giorgio Vucetic, “Don Jorge” o “El Martillo de Oro”, el maestro de los desabolladores de La Calera y los alrededores. Aunque tuvo una vida muy difícil, encontró en nuestro país y en la Provincia de Quillota la paz y el amor de su vida.
Eloy Valencia Rodríguez (derecha) y Gabriel Justiniano González tuvieron la dicha de trabajar y aprender con “El Martillo de Oro”.
EL OBSERVADOR
Historia - 7
Viernes 28 de septiembre de 2012
Agustín Garaventa Hirtz: el limachino que recorre el mundo en los pétalos de una flor silvestre Pese a trabajar en una empresa de seguros, fue reconocido como uno de los más importantes botánicos del país y el impulsor de la creación del Parque Nacional La Campana
E
n Chile existen alrededor de 50 variedades de alstroemerias, delicadas flores de hermosos y variados colores, pertenecientes a la familia de las liliáceas y que por lo mismo son denominadas popularmente como “lirios del campo”. De esas, prácticamente el 98 por ciento son endémicas, es decir, propias del país y no trasplantadas desde otras latitudes. Y una de ellas lleva el nombre de un limachino, que gracias a su pasión por la botánica, logró descubrirla durante sus habituales paseos de exploración. Agustín Ángel Vicente Garaventa Hirtz nació en Limache el 7 de enero de 1911, hijo único del abogado y pintor Agustín Garaventa Pérez, quien fuera el alcalde de Limache para el terremoto de 1906 y de la descendiente de alemanes Anita Hirtz Recleben. Como se acostumbraba en aquellos años, vino al mundo en una habitación de su casa, el desaparecido Hotel Inglés comprado por su padre porteño en avenida República 140, a pasos de la Plaza de Las Cuarenta Horas. Más precisamente en las dependencias que dan a la calle y que hoy les arrienda la compraventa Niko Metales. Para muchos limachinos, esta propiedad es una de las más características de la ciudad, por el singular torreón que sólo es visible cuando uno pasa en un vehículo alto, como un bus o un camión o cuando el portón de la compraventa está abierto por alguna descarga de metales. Su hijo Agustín Garaventa Valdés explica que “todo el mundo le dice la torre por su aspecto, pero en realidad no lo es. Es la caja de la escala y producto de eso tiene unas ventanas que son totalmente asimétricas, porque van acusando la curva del caracol. Entonces las ventanas tienen unos cortes medio raros y arriba son todas iguales”. Posteriormente, la remo-
delación de la casa hecha por su padre, que eliminó el segundo piso para aliviar la antigua construcción, le dio mayor independencia y carácter de torreón, con sus especiales ventanas de colores, coronando un ya casi desaparecido parque privado, que incluía centenarios magnolios y un hoy inexistente espejo de agua. Fue en esa propiedad de casi siete hectáreas, que se prolongaba casi hasta la costanera, que Agustín Garaventa Hirtz dio sus primeros pasos y -siendo aún un niño- abrazó la botánica que, primero como hobby y después como pasión, le acompañó toda su vida. DISCIPLINA ALEMANA A Agustín Garaventa Valdés le cuesta detenerse al hablar de su padre, Agustín Garaventa Hirtz. Claramente es un tema que le apasiona. Enciende y enciende cigarrillos sentado en el comedor de la antigua casona, cuyas paredes evidencian el paso de los años -pese a mantenerse muy firmes- entre finos muebles de época, platos, decoraciones y cuadros pintados por sus antepasados, que a primera vista remontan a un Limache esplendoroso y acomodado de la primera mitad del siglo XX. “Si yo tuviera que resumir en una frase lo que aprendí de mi padre, esa sería su mayor enseñanza. Él siempre me decía ‘lo que hagas en la vida, trata de hacerlo lo mejor posible. Si no, no lo hagas’”, recuerda con admiración el hijo menor de Agustín Garaventa Hirtz mientras da una nueva aspirada a su cigarrillo. Son dos hermanos. Ana María Garaventa Valdés es profesora y vive hoy en Viña del Mar. Entrando en materia, cuenta que en el bajo de la propiedad -el paño más amplio del terreno, entre el canal El Molino y la Costanera- la familia de su padre cultivaba diversas hortalizas y criaba animales. Por ello, tras la repentina muer-
Agustín Ángel Vicente Garaventa Hirtz pudo haber sido cadete naval, pero un soplo al corazón lo devolvió a la vida civil.
te del patriarca de la familia, el abogado porteño Agustín Garaventa Pérez, fue su único hijo quien -con sólo 11 años- debió hacerse cargo de las labores agrícolas, como un apoyo para su madre viuda. Fue el momento en que el adolescente Agustín Garaventa Hirtz conoció de cerca la tierra, las plantas y todos los sistemas relacionados con la agricultura. Educado en el Liceo Alemán, el joven Garaventa aprendió toda la disciplina y rigurosidad germana, formándose además como un gran lector. Ya adulto llegó a crear una abultada biblioteca, que sólo en publicaciones científicas, especialmente de botánica, logró reunir más
de 4 mil 200 textos. “A veces yo lo veía leyendo dos libros al mismo tiempo, de manera alternada”, recuerda Garaventa Valdés. Fruto de su formación en el Liceo Alemán, aprendió latín, que resultaría fundamental para sus posteriores estudios y trabajos en taxonomía, es decir, de clasificación de especies naturales según la nomenclatura creada por el sueco Carlos Linnaeus en la segunda mitad del 1700. Fue tal la pasión que el estudio de la naturaleza despertó en el joven Agustín Ángel Vicente, que a los 14 años ya había publicado un elaborado estudio titulado “Epífitos y seudo epífitos del Valle de Limache”, acerca de
las plantas que crecían en esta zona usando como soporte a otra especie vegetal. En esos años ya desarrollaba sus salidas exploratorias, que caminando le permitían observar in situ la naturaleza y que con los años fueron forjando también su amor especial por el hoy Parque Nacional y Reserva de la Biósfera de La Campana. DE LOS SEGUROS A LA BOTÁNICA En paralelo, la vida de Garaventa era bastante normal. Ingresó a trabajar a la Compañía Trasandina de Seguros, precursora del Consorcio Nacional de Seguros, en calle Esmeralda de Valparaíso, donde se desempeñó durante 44 años. También se enamoró y se casó con Anita Mireya Valdés Vázquez, quien fue su única compañera de ruta, pese a fallecer tempranamente en 1969, con sólo 54 años. Fruto de ese amor son sus hijos Ana María y Agustín, que le dieron cuatro nietos, en coincidencia con él, un hombre y una mujer cada uno. Pero la pasión de Agustín Garaventa Hirtz por la botánica no se detenía. A los 20 años se convirtió en el miembro más joven de la Sociedad Científica de Chile, mientras seguía sus estudios particulares, que
le permitieron ir generando lazos con otros profesionales de la región quienes, tal como él, se apasionaban por esta disciplina, pese a desempeñarse laboralmente en otros ámbitos. Con ellos realizaba sus viajes de exploración, ahora abarcando nuevos territorios y apoyándose en su afición por la fotografía, que incluso lo llevó a importar costosos equipos desde Europa. Según su hijo Agustín, recorrió Chile entero, literalmente desde Arica a Punta Arenas, estudiando la naturaleza. Fue con estos amigos, que frecuentaban la casona de Avenida República, que Garaventa fundó la Sociedad Científica de Valparaíso. Con precisión y detalles, su hijo recuerda a Konrad Behn, el abogado Álvaro Valenzuela, el funcionario del Servicio Agrícola y Ganadero Radoslav Rojic, el doctor de la empresa Crav Roberto Gajardo, el ginecólogo Edwin Reed, Juan Mandakovic, los hermanos Riegel y otros más, que como puede apreciarse, en su mayoría eran de origen extranjero. Su hijo recuerda que estas reuniones en su casa eran de conversación científica o sana camaradería, pero nunca Continúa en página 8
8 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
Viene de página 7
Agustín Garaventa Hirtz: el limachino... una fiesta, porque Garaventa no fumaba, no bebía y salvo para el matrimonio de su
hija Ana María, jamás bailó. “Era muy parco, algo frío y reacio a la vida social”, re-
cuerda Agustín, agregando que sí era un fanático empedernido del cine, habitué del
entonces Teatro Municipal de Limache, que se ubicaba junto a la fábrica Merello. “Pero era cinéfilo de noche, odiaba las horas de sol perdidas”, aclara su hijo. ALSTROEMERIA GARAVENTAE En medio de su prolífico trabajo científico, Agustín Garaventa Hirtz y el abogado y presidente de la Sociedad Científica de Valparaíso, Álvaro Valenzuela, fueron los impulsores de la creación del Parque Nacional La Campana, gracias a las gestiones que realizaron y que derivaron en que el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Ballesteros, presentara en 1967 el proyecto de ley que le dio ese estatus a este hermoso santuario natural. Ambos investigadores eran asiduos exploradores del parque y gestionaron -también junto a su organización- la instalación en 1945 de la placa conmemorativa de la visita del naturalista inglés Charles Darwin, financiada con apoyo de la Colonia Británica. El botánico limachino publicó una cantidad indeterminada de trabajos científicos, desde textos en revistas especializadas y estudios editados en forma particular, hasta una serie
La alstroemeria garaventae, una de las dos variedades de alstroemerias que descubrió el investigador limachino y que posteriormente fue clasificada científicamente con su apellido.
de calendarios educativos ilustrados, distribuidos por la empresa quilpueína de fideos Carozzi. Sin embargo, su trabajo final fue el que lo situó a nivel mundial. “La última publicación de mi padre fue una revisión de las alstroemerias que existen en Chile. Era un folletín de ocho páginas, con fotografías suyas y dibujos”, relata su hijo Agustín. En medio de sus investigaciones y tras varias visitas a los cerros La Campana y Vizcachas, el científico Garaventa descubrió dos variedades de alstroemerias -estas coloridas flores
endémicas conocidas como “lirios de campo”- que no estaban clasificadas taxonómicamente y que incluyó en su informe, el primero que intenta abarcar todo este género vegetal y su presencia en Chile. En 1987, un científico de apellido Bayer decidió catalogar a una de esas dos variedades, una planta de 15 a 90 centímetros, con flores cuyos pétalos oscilan entre el blanco y rosado hasta el anaranjado y el lila, como alstroemeria garaventae, nombre científico con validez mundial, otorgado en honor a su descubridor li-
EL OBSERVADOR
Historia - 9
Viernes 28 de septiembre de 2012
machino. Precisamente es en la zona desde La Dormida hasta el valle de Colliguay donde esta variedad se reproduce mejor y se encuentra con más facilidad, aunque también se puede apreciar en la zona de Chincolco. EL HERBARIO QUE TODOS QUERÍAN Agustín Ángel Vicente Garaventa Hirtz falleció a los 70 años, el 31 de julio de 1981, por las secuelas de una ictericia mal cuidada tres años antes. “La pasó en pie, pese a que le diagnosticaron reposo, haciendo todo lo contrario de lo que le dijo el médico”, recuerda su hijo. Sin embargo, su historia y legado no terminó con el multitudinario funeral que lo acompañó hasta “el potrero de los Garaventa”, como la familia denomina a la singular tumba ubicada en el sector norte del Cementerio de Limache, entre los dos caminos principales, un terreno amplio coronado por una gigantesca placa de mármol de Carrara vertical y tres encinos, cercados por una reja metálica. Para graficar el valor científico de este limachi-
no, además de que una planta lleve su nombre en su denominación científica, basta consignar que varias universidades -entre ellas, el Instituto Basilea de Suiza, el Gray Herbarium de
Estados Unidos y el Max Planck Institute de Alemania- pujaron por quedarse con su herbario de plantas secas, que reunía más de 32 mil especies chilenas y extranjeras. En definiti-
El abogado Agustín Garaventa Pérez, alcalde de Limache para el terremoto 1906, junto a su esposa Anita Hirtz Recleben y su pequeño hijo, el futuro botánico Agustín.
va, alcanzó a venderlo en vida a la Universidad de Concepción, donde una sala lleva su nombre y a cuya biblioteca regaló su colección de más de 4 mil 200 publicaciones científicas. Un profesor de apellido Marticorena se la llevó
en 45 cajones manzaneros, a bordo de un camión. Además, sus trabajos han sido publicados en destacadas revistas científicas, como Gayana y Atenea, vinculadas a universidades. También, fue distinguido por la Aca-
demia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que lo integró como colaborador. Argumentos suficientes como para que una avenida de Limache o por qué no, alguna nueva población, lleve su nombre.
10 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
Mónica Hurtado Edwards: la mujer más bella de Hijuelas cuyo nombre es recordado en una escuela Hermosa, rica y silenciosa, en sus 56 años, pasó como un fantasma por la comuna, dejando su principal huella en su recuerdo y en su aporte a la educación de los hijuelenses
P
ese a que la vida se le escapó hace muchísimos años, el hermoso recuerdo de Mónica Hurtado Edwards de Budge aún no le dice adiós a Hijuelas. La ex profesora Emilia Laborda -testigo muy alerta de su pueblo- la recordaba como “una mujer de una enorme belleza y muy elegante. Había viajado mucho por todo el mundo y, aunque silenciosa, era distinta en todo aspecto”. La ex profesora Emilia Laborda también recordaba que, “a veces, luego de asistir a la misa en la Parroquia de San Nicolás, decía que debía ir al Casino de Viña del Mar. Llegaba hasta la iglesia en un automóvil elegante, de los que no había en el pueblo, con un chofer, Francisco Jara, quien vivía en Conchalí y que la llevaba para todos lados. “Era -agrega Emilia Laborda- un poco mayor que yo y su estampa era notoria y llamativa. Vestía ropas que no se veían en el pueblo y hablaba muy bien. Tenía una cultura sólida y dicen que hablaba varios idiomas. Por lo menos, manejaba muy bien el francés y el inglés. Decían que había vivido gran parte de su juventud en Europa, durante la Primera Guerra Mundial”. “No era de participar, personalmente, en las fiestas del pueblo, pero ayudaba a las actividades que hacía la Iglesia. Se hacía la Fiesta de la Primavera en los costados de la plaza. Se elegía la reina y ella siempre aportaba algo para regalar a la soberana, pero no participaba. Sí, a veces, se aparecía por el centro del pueblo, era como una aparición. Llamaba mucho la atención”. La ex profesora hijuelense añade que “por lo que me decía mi padre -Luis Laborda- tenía una enorme vocación social para la época. Le preocupaba la habitación, la educación y la salud de sus campesinos. Instaló en los
terrenos del fundo Conchalí una posta de salud, una escuela y se preocupó de mejorar sus viviendas. En el Consultorio se atendía la gente del pueblo, que mayoritariamente vivía en Conchalí y Petorquita”. BELLA, RICA Y SILENCIOSA Mónica Hurtado Edwards era parte de una familia, social y económicamente, muy importante en el país. Su padre fue el diplomático, político y agricultor Alberto Hurtado Concha, y, su madre Francisca Edwards Mac-Clure, descendiente de Agustín Edwards Ossandón quien fuera dueño de las haciendas de Nogales, La Peña, Conchalí y, en su momento, el hombre más rico de Chile. Según Francisca Budge Hurtado -hija de Mónica Hurtado Edwards y Enrique Budge Zañartu- “en la familia se había vivido un enorme drama. Mi abuela, María Francisca Edwards, murió a los 24 años, luego del parto de su segundo hijo. Mi abuelo Alberto Hurtado Concha no pudo superar nunca la pena por la muerte de su esposa, hasta que decidió dejar su residencia en el Fundo La Peña. “La casa familiar -agrega Francisca Budge- estaba llena de retratos de la mujer de mi abuelito, de re-
Francisca Budge Hurtado, hija de Enrique Budge y Mónica Hurtado Edwards, heredó la belleza de su madre.
Mónica Hurtado Edwards, en una foto que respalda la oficina de la dirección de la escuela que lleva su nombre en Petorquita.
cuerdos de la escasa vida que vivieron juntos y lo agobiaba enormemente su ausencia. Decidió dejar la casa de la hacienda de la Peña y comprar el antiguo fundo Conchalí, que era una amplia propiedad que abarcaba, en una ancha franja, desde el río (en Petorquita) hasta la cima de los cerros de Hijuelas”. El fundo Conchalí era uno de los pocos predios agrícolas grandes que tenía Hijuelas, a principios del siglo XX, luego de desligarse de la comuna de Nogales y el sitio donde históricamente nació la comuna. Conchalí, que para algunos significa “techos de paja”, era el lugar donde vivió la población aborigen -que después se desperdigó hasta Petorquita, llevándose su famosa Virgen- y luego se generó el pueblo o aldea que le dio vida propia a todo el valle de Purutún. El lugar, ya como propiedad agrícola, lo había adquirido, en 1880, la sucesión de Agustín Edwards Ossandón, junto a las haciendas de La Peña, Nogales y Pucalán. Por herencia familiar, en los años 20, el fundo Conchalí pasó a manos de Mónica Hurtado Edwards, nacida en 1912, quien no pasaba, por su elegancia y belleza, desapercibida entre los hi-
juelenses y su recuerdo está absolutamente intacto. Mónica Hurtado Edwards se casó con Enrique Budge Zañartu. Su hija Francisca y su hijo Henry (o Enrique), nacieron en París durante una larga estadía de 14 años del matrimonio en la capital francesa. Ella, Francisca Budge Hurtado recuerda a su madre -coincidiendo con Emilia Labordacomo “una mujer que hacía muchas cosas solidarias, silenciosamente y no se metía en nada. Si aportaba algo, se preocupaba que no se notara y que, por ningún motivo, se le reconociera”. Aunque Francisca Budge no lo dice, manteniendo el criterio de su madre, en un espacio del fundo Conchalí funcionó, inicialmente, el Consultorio de Salud “Herman Amthor”, la primera posta sanitaria de Hijuelas. También allí funcionó una de las primeras escuelas públicas de la comuna y, luego donó un terreno definitivo para la Escuela de Petorquita. Francisca Budge Hurtado recuerda que el fundo Conchalí se ocupaba en plantaciones de trigo, cáñamo y hortalizas, desde la calle Manuel Rodríguez hacia abajo. “Teníamos una hermosa casa patronal, con un parque lleno de flores,
entre ellos copihues y árboles muy antiguos. Mi marido, Fernando Raffo, alcanzó a vender la parte del cerro a la familia Sone y, después, el terreno de la carretera hacia abajo. Nos quedamos sólo con la parte del medio que después tomó la Reforma Agraria. Nadie nos pagó un peso por esas tierras”. LA ESCUELA MÓNICA HURTADO EDWARDS Sin embargo, aunque el recuerdo de la mujer hermosa está presente en muchos hijuelenses, su aporte a la educación está vigente con el nombre de una escuela. Según su carácter, capaz que no le hubiera gustado. Evanán Flores Hurtado, director de la Escuela Mónica Hurtado Edwards de Petorquita, dice que es un reconocimiento de la comunidad a una persona que comprendió el rol que la educación tiene en la sociedad. “Ella -agrega- donó los terrenos donde actualmente está ubicada nuestra escuela y, antes, había generado un establecimiento para sus colaboradores y para los vecinos del sector. No es un homenaje sólo a una persona que aportó algo material sino que, sin notarse, se involucró mucho en un tema tan importante como la enseñanza, en un momento en que los niños llegaban a pies pelados y, para ser iguales, los que tenían zapatos, los guardaban en el hueco de un álamo en la entrada de la escuela”. Esa realidad fue la que asumió la bella dama -quien prefería refugiarse en la tranquilidad de Conchalíantes de ser la reina de los
Evanán Flores Romero, actual director de la Escuela Mónica Hurtado Edwards de Petorquita.
salones de la alta y vana sociedad chilena. Evanán Flores dice que donó los terrenos “para que los hijos de los trabajadores no tuvieran que partir a otros lados y perder sus espacios y su singular cultura. La gente de estos lugares guarda dentro de sí una historia muy propia”. Aunque hubo escuelas antes en Conchalí (Las Hijuelas) la primera escuela oficial del sector estuvo ubicada en Petorquita y Unión Americana. Un terremoto la echó abajo. “Esta escuela -dice el director Evanán Flores- existe oficialmente desde el 16 de agosto de 1928. Antes había una de adobes. La educación la hacían los patrones de fundos que contrataban preceptores. Los vecinos antiguos decían que había un profesor para cien alumnos” El director recuerda que “fue la Escuela Pública Nº 42, cuando estaba en el otro lado de la carretera. Después se le cambió el número por F208. Después salió la ley que autorizaba ponerle nombres de personas que habían apoyado la labor en las escuelas. Debe haber sido alrededor de 1986. La comunidad decidió que debía llevar el nombre de Mónica Hurtado Edwards. Ella no sólo había regalado el terreno, sino que entendía muy bien -y quizás antes que muchos- el valor social de la educación. Su hija, Francisca y su marido, Fernando Raffo, siguieron ligados a nosotros”. Francisca Budge Hurtado dice que su bella madre, Mónica Hurtado Edwards falleció, a los 56 años, a fines de los años 60. “Después, con mi marido Fernando Raffo, vendimos la casa patronal y el parque a Josué Salas. Con ese dinero nos compramos un potrero, lleno de piedras, en el sector de Hualcapo, que convertimos en nuestra casa”. Allí vive, ahora en una arbolada parcela. “Mientras -añade- yo trabajé, durante 21 años, con las religiosas de Nuestra Señora del Huerto. Tengo hermosos recuerdos del fundo y de mi madre. Era bella y especial, capaz de emocionarse tiernamente y de audacias increíbles. En 1954 hicimos un viaje en yate, con algunos amigos, desde Quintero hasta Tahiti”.
EL OBSERVADOR
Historia -11
Viernes 28 de septiembre de 2012
Cuando los mineros de El Soldado vivían casi tocando el cielo Un emotiva mirada a los campamentos del yacimiento encumbrados entre los recovecos del cerro El Cobre en la Cordillera de El Melón
A
unque era tradicional que los campamentos surgieran junto a las faenas mineras, en El Soldado la vida se dio con características singulares. El ex minero Edecio Saavedra Carvajal recuerda que “existían los campamentos en diversas partes del cerro, pero el lugar de encuentro y capital fue el poblado de El Cobre”. Él vivía en el campamento El Morro. “Era el lugar más alto del mineral, un sitio muy antiguo, con casas de pisos de maderas tan antiguas que, a veces, se rompían con el peso de un hombre. Se celebraban mucho los santos y los niños recibían los Años Nuevos con explosivos que encontraban entre los matorrales. “Es que la mina estaba muy cerca y la seguridad era nula. Hubo algunos niños que perdieron sus dedos en esos juegos. El campamento eran pasajes de varias casas, unos arriba de otros, y una al lado de otras, divididas en unas tres largas corridas, donde vivían unas treinta familias”, agrega. Edecio Saavedra dice que “las casas eran de madera y que había galpones, con camarotes, donde vivían los operarios solteros. Las corridas de casas de El Morro parecían -miradas desde lejoscomo si descendieran, como
Carlos Zamora Bernal.
Edecio Saavedra Carvajal.
si armaran en el cerro una escalera medio desordenada y en zigzag. Allí vivía en su mayor parte la gente que trabajaba en la mina. Aparte de las viviendas, estaba la escuela Santo Domingo Sabio y una canchita, que se había logrado hacer quitándole espacio al cerro, que también era el patio del colegio, donde había clases sólo hasta Quinto Año. “Recuerdo que ‘quemaban’ (detonaban explosivos) en la cantera y las piedras nos caían sobre los techos de El Morro”, dijo. En el campamento El Morro también había un local sindical, una posta de salud y una pulpería. Para llegar allí había que hacerlo en mula, en burro o a pie. Los burros eran tan numerosos como los habitantes del cerro. EN “LA PIEDRA DE LA FLOJERA” Carlos Humberto Zamora Bernal vivió su vida de soltero en los camarotes del campamento El Morro. “Era todo antiguo y estrecho allí. Pero, en esos tiempos, uno no se hacía mayores problemas para vivir. El lugar era bonito y era como una cosa extraña vivir tan arriba. Con mis amigos solteros salíamos del trabajo y nos íbamos a las casas donde pagábamos pensión. Luego de comer, salíamos
con una guitarra a cantar en un sitio que llamaban ‘La piedra de la flojera’. Allí estábamos, por varias horas, cantando canciones que creíamos que, la gente de más abajo, nos escuchaba cantar. Lo creíamos, aunque también sabíamos que no era cierto”. Por su parte, Julio Valenzuela, quien por muchos años estuvo a cargo de la Posta de Salud de El Morro, dice que “haber vivido allí y haber servido a mucha gente es algo que me enorgullece y me contenta”. “No había muchas comodidades y se vivía con mucho esfuerzo, pero la gente era feliz. Había mucha camaradería y, aparte de algunas peleas en la pulpería por el ‘rayado’ de las libretas o vales de mercaderías, la gente era muy amistosa. Además, existía algo que es imposible explicar: desde El Morro se veía todo y las nubes estaban al alcance de las manos. Yo iba con mis hijos a mirarlas cuando pasaban a nuestro lado. Mi hija Carmen decía que quería volar”. José Suárez Alvarez ase-
Raquel Castro Tapia.
José Suárez Alvarez.
gura que “haber sido niño en Las Guías fue muy bonito. A esa edad, para mí, no había otro territorio en el mundo. Sabíamos que había otros campamentos en el cerro, pero íbamos allá sólo a pasear. Nuestro espacio era Las Guías y los alrededores. Jugábamos con los explosivos que guardaban los mineros entre el pasto y con los burros que eran la mayor fortuna que se podía tener en el cerro”. “Todo minero solvente tenía un burro. Servía para viajar entre los sitios del cerro, ir a buscar leña o para salir a pasear. Los niños salíamos con los burros a hacer ‘trabajitos’ de traslado de cosas, cuando llegaba la micro a El Cobre y nos ganábamos unos pesos”, relata. Para el ex minero y escritor José Suárez, “Las Guías era un campamento auténtico, como los que veíamos en las revistas o diarios que mostraban los campamentos del carbón de Lota”. Describe que estaba arriba de la entrada de la mina y su espacio era una falda de cerro que estaba junto a una quebrada, con paredes del promontorio por ambos
lados. El campamento estaba compuesto por corridas de casas, todas pareadas, de maderas, donde vivían unas 40 familias. Tenían un living comedor, una cocina y una pieza para dormir. Había un baño en la punta de cada una de las corridas de viviendas. Allí se hacían las necesidades fisiológicas y había una ducha. “Cuando uno salía, entraba otro. En la otra punta había un pilón para lavar las cosas. En las últimas corridas alojaban los solteros”, relata. “ERA UN MUNDO PARA HOMBRES” Raquel Castro Tapia también tiene recuerdos claros, aunque advierte que era un “mundo para hombres”. Dice que Las Guías estaba construido como vagones de tren, porque “eran varias corridas de casas viejas, ubicadas en una ladera del cerro”. “Muchos se fueron, en varias ocasiones, guarda
Desiderio García Cabrera.
abajo, hacia una quebrada que había en el lugar. El agua venía desde el cerro, de un lugar que llamaban Aguas Buenas, había estanques allí. Mi familia vivía en Las Guías, dábamos pensión y yo lavaba ropa ajena. Los mineros solteros tenían una corrida grande de casas para ellos, dormían en una pieza donde había unos cuatro camarotes”, rememora. Ella cuenta que había un lugar al que llamaban “La Fonda”, donde comían los mineros. Su casa estaba a la entrada de la mina: “Yo iba a dejar la vianda a mi padre como todos los niños. También iba en burro a buscar leña, porque no había aún cocinas a gas. En mi casa había dos burros: El Pancho y El Pololo”. Ahí es donde ella cuenta que era complicado ser mujer en la mina: “Yo siempre reclamaba, porque nosotras teníamos que hacer de todo en la casa: buscar leña, agua y todo. Uno tenía que ser hombre y mujer. El minero llegaba de su turno y se iba al casino del Sindicato a jugar al dominó o a las chapas. No hacían nada. Era un mundo hecho sólo para ellos”. Pero había otro lugar del que se recuerdan los primeros habitantes: aparte de ser uno de los campamentos del cerro, Las Compresoras era el verdadero motor del yacimiento. Se ubicaba al otro lado del promontorio, contrario a El Canelo, pero en el mismo nivel. En el lugar se encontraSigue en página 12
12 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
Viene de página 11
Cuando los mineros de El Soldado... ban las compresoras que abastecían de aire a la mina subterránea y de energía a las perforadoras de los mineros. Era un lugar ruidoso. Un poco más arriba se ubicaba el nivel de transporte y de allí salían -y llegaban- los carros del andarivel. También existieron allí los talleres de mantención de las maquinarias, que luego fueron trasladados a El Canelo. El mecánico Desiderio García Cabrera vivió allí con su familia. En ese lugar la empresa le dio casa, luego de casarse. “Pese al ruido, al que uno se acostumbraba -el problema era el silencio- era bonito vivir allí. Era un espacio pequeño, con varias casas juntas, tanto que, si golpeaban en una, uno salía a ver si lo buscaban. De todos modos, era una comunidad muy unida. El agua nos llegaba de la Quebrada del Gallo y cuando se lavaba, se hervía la ropa, y se armaba una humareda que costaba que se disipara. Nadie se molestaba ni por el fuego ni por el humo, pese a la estrechez del campamento”, comentó.
Mariano Ludueñas
EN EL CERRO CON GINETTE ACEVEDO Mariano Ludueñas, quien también vivió en Las Compresoras, recuerda que “teníamos un cerro aquí y otro acá y unas cinco compresoras, a cargo de Juan Araya, para enviar aire a los compañeros para que perforaran las rocas”. Él cuenta que era una especie de quebrada, donde había pocas casas, sólidas y pegadas unas con otras. En una corrida -y había unas
tres en el campamento separadas por una especie de jardines- cabían como cinco o seis familias. Estaba el corredor, las casas y el cerro. Por el corredor se comunicaban todos, sin que hubiera privacidad y salían todos del dormitorio al pasillo común. Cuenta, además, que “había una pulpería y un local que administraban los sindicatos donde se juntaban los operarios a compartir en juegos de salón y, como no había radio, se ponía música para todo el
Francisco Pérez Arancibia
EL OBSERVADOR Viernes 28 de septiembre de 2012
campamento, que apenas se escuchaba por el ruido de las compresoras”. Rememora que, a veces, llegaban artistas conocidos a nivel nacional, como Luis Dimas, Antonio Prieto, Ginette Acevedo y Luis Alberto Martínez, entre otros. También, un trabajador de la planta, Juan Moreno, llevaba películas que se veían en la sede sindical.
“Las funciones eran los viernes, y aunque yo fui muy pocas veces, lo que más se veía eran series mexicanas. De todos modos, era muy bonito vivir allí. El trabajo estaba muy cerca y los vecinos eran muy buenas personas. Era otro mundo, que, muchas veces, se echa de menos”, dice Mariano Ludueñas.
El Cobre: un poblado con dos fechas de “fundación” Por su parte, El Cobre tenía características singulares que lo hacían diferente a los campamentos que se arrimaban en las laderas del cerro. Tiene un supuesto año de “fundación”, fechado en 1923, aunque hay reseñas anteriores que dan cuenta del surgimiento del poblado, junto con una fundición de metales, en 1903. El historiador Mauricio Folchi, sostiene que un pequeño poblado, denominado El Cobre existía ya en 1923 como un emplazamiento asociado a las faenas de la Mina El Soldado. En 1929, junto con la Planta de Concentración, aumentó el asentamiento de residentes en el lugar, que se instalaron a vivir en las cercanías del tranque de relaves que generaba el proceso de la concentradora. También en el poblado de El Cobre -que era, geográficamente, un fundo de la Hacienda El Melón- vivían trabajadores de los campos. Carlos Arancibia Arancibia recuerda que, “al principio, El Cobre era un pequeño poblado, donde se juntaba la gente de la mina y de la Hacienda. Estaba lejos y muy aislado de todo, pero reunía a la gente del sector. El Melón quedaba muy lejos y no había caminos buenos”. EL TRÁGICO DESTINO DE EL COBRE Francisco Pérez Arancibia dice que los primeros recuerdos que tiene de El Cobre, en 1949, son de un campamento muy antiguo, con casas viejas junto a un costado de una calle principal. También había otros pasajes cortos. Había viviendas de barro y de madera. “Recuerdo que había un policlínico, un retén de Carabineros y una capilla. Había misas los jueves, sólo una vez a la semana. Había muchos animales por la calle y los pasajes. Uno podía encontrarse con burros, mulas y caballos en cualquier lado. Eran los medios de locomoción del mineral. También era notorio un ruido que salía de la Planta. La gente era minera y campesina. Algunos vivían de hacía muchos años en el lugar. Los apellidos se repetían”, describe. Sin embargo, las descripciones más cercanas de El Cobre, le quitan el rol de campamento y lo elevan a la calidad de poblado público. Nelly Delgado dice que, desde que nació, en 1947, la Planta de El Cobre y el tranque de relaves estuvieron allí. También la pulpería. Sin embargo, las únicas limitaciones que había tenían que ver con la planta. “Lo demás, incluso el tranque era un espacio donde entraban todos. Los que no éramos mineros podíamos comprar en la pulpería y en el matadero. Sabíamos que todo el terreno era propiedad de la Hacienda y el hecho que llegara más gente, más que nada por las faenas mineras, lo hizo más grande”, cuenta. Por eso, ella no cree que El Cobre haya sido haya sido un campamento de la mina, porque aquí vivía gente de diversas actividades: “Había una escuela que tenía que ver con el colegio de El Melón, un Retén de Carabineros que no era de la empresa, y hasta la posta era del Servicio Nacional de Salud. El matadero también dependía del municipio o de un servicio y estaba la capilla. También existía el hotel, que era como un restaurante, un casa de visitas y viviendas construidas con distintos materiales y sin mucha preocupación. Había muchos niños”. El actual alcalde de Nogales, Óscar Cortés Puebla, comparte lo dicho por Nelly Delgado. “En algún momento puede haber surgido como campamento, pero cuando yo lo conocí era un pueblo, regido por las normas de todos los sitios públicos del país. Había escuela, capilla, restaurante, matadero. Se podía beber alcohol en las cantinas y se hacía mucha vida social. Estaba la población, el sindicato, la planta y la química. Iba mucha gente de otros lados. Había un peluquero, un fotógrafo, comerciantes que llegaban a vender sus cosas. Además, en El Cobre se reunía gente que trabajaba en la mina o la hacienda y participaban en trillas, rodeos y en fiestas mineras”. Hasta el 28 de marzo de 1965, cuando el terremoto rompió el relave, en el lugar vivían unas 400 personas, la mitad niños.
Historia - 13
Parecía que las corridas de casas de El Morro descendieran, como si armaran en el cerro una escalera medio desordenada y en zigzag.
14 - Historia
Viernes 28 de septiembre de 2012
EL OBSERVADOR
En Concón nació el primer astillero en Chile que dio inicio a la historia de la localidad En Concón comenzó la sublevación indígena
Se trata de una fecha de importancia para los habitantes que celebran 471 años de aniversario de Concón, tomando el acontecimiento como fundación de la comuna.
E
n julio de 1541, Pedro de Valdivia creó en Concón el primer astillero del país, hecho que marcó a esta localidad la cual no era conocida hasta entonces, por lo que este hito tomó tanta relevancia que se considera hoy en día la fecha de fundación de la comuna, que celebra este año su 471º aniversario. El astillero nació luego que Pedro de Valdivia mandara a construir en la playa de Concón, un bergantín que le permitiría tener comunicación vía marítima para la explotación del oro en los lavaderos de Marga Marga. Tales antecedentes los entrega el profesor de Historia y Geografía y encargado del Museo de Concón, Antonio Tobar, quien a través de los años ha logrado recopilar diversas fuentes para saber más del astillero de Concón, obra que convierte a la comuna en pionera de la construcción naval. La construcción del bergantín, tuvo como fin “poder
comunicarse con el Perú, porque en esa época la comunicación más segura era irse por mar que por tierra, porque por tierra era un peligro, ya que se podían enfrentar con los indígenas de cada región que se oponían a la conquista española en Chile”, dice Antonio Tobar Bernal. Esta embarcación permitiría a los españoles traer provisiones y soldados de España que estaban radicados en Perú, siendo esta la primera embarcación que se empezó a construir en Chile y que da inicio al astillero, único en aquella bella zona. “Uno de los hechos más relevantes de la historia económica de Chile ha sido la instalación de astilleros. Esto data de antes que se iniciara la construcción de embarcaciones en Constitución, tierra tradicionalmente conocida por sus astilleros. Concón fue pionero en este tipo de industria, la cual se remonta a los inicios de la conquista española”, destacó Antonio Tobar.
En el Museo de Concón permanece la historia del astillero de la comuna, como pionero en Chile.
Astillero de Concón marca el aniversario de la comuna La existencia del primer astillero en Chile, instalado en Concón, es considerado por los conconinos como aniversario de la comuna, es por eso que se celebra este año el aniversario Nº 471 de la comuna. Pero para el historiador y encargado del Museo de Concón, Antonio Tobar, este hecho reviste una importancia histórica porque es en Concón donde se marca el inicio de la lucha indígena. “Se recuerda la primera presencia española en la zona, un descubrimiento en Concón siendo que actualmente no existe ningún astillero ni se construye ningún bote en Concón. Este acontecimiento es muy importante por ser pionero en la industria de astilleros y el enfrentamiento Español – Indígena”, manifestó Tobar, quien afirmó además que el aniversario se impuso en 1991 como fundación de Concón, hecho que para él no es de tal forma. “Esto no tiene nada que ver con la formación de una ciudad o pueblo, porque acá comienza una historia, no su formación como tal. Incluso yo no estoy muy de acuerdo con tomarme esa fecha como la fundación de Concón, sino más que bien como el inicio de la historia en Concón, pero no la fundación de esta”, enfatizó el encargado del Museo de Concón, quien guarda en su memoria y en textos archivados en el Museo de Concón, antecedentes sobre la historia del primer Astillero de Concón.
Antigüedad y fin del astillero de Concón
El astillero de Concón marca la historia de la comuna y se constituye en un hito de la construcción naval nacional.
El astillero de Concón, es el sitio que da inicio a la historia de la comuna y el hecho por el cual la localidad es conocida por los españoles. Su funcionamiento estuvo vigente por más de 50 años, según se tienen antecedentes y habría desaparecido por la diversificación de la industria naval hacia otros puntos de la región. “No hay muchos antecedentes de por qué desapareció esta industria acá en Concón, que fue pionera en la construcción de buques. Es probable que esta zona, que antiguamente se llamaba puerto de Concón, no haya sido un lugar apto para el desembarco de buques, considerando que estos eran más pequeños; a lo que se suma, creo yo, la preponderancia del puerto de Valparaíso”, destacó Tobar. Sin embargo, por mucho tiempo Concón fue considerado como puerto porque de esta localidad salía mercadería que era destinada a Perú. Considerada tierra de astilleros, Concón constituye el punto de inicio de la historia de los astilleros en el país, que luego perdió su auge tras la preponderancia que asumieron los puertos de Valparaíso y San Antonio, donde embarcaban los buques. Asimismo, se baraja la hipótesis de que “posiblemente se haya extinguido el astillero de Concón por la explotación del bosque que se encontraba en la localidad, el cual también fue arrasado. Esto no duró más de 50 años, el hecho que se haya instalado este primer astillero en Chile, en Concón, convierte a la comuna en pionera en la materia, fue como el primer acontecimiento la decisión de instalar este buque, este fue el primer hecho histórico y noticia de algo que ocurrió en Concón”, destacó Tobar.
Fue en el astillero de Concón donde comenzó la sublevación indígena, porque en ese lugar se llevó a cabo la primera emboscada a los españoles, situación que luego se descontroló terminando años más tarde con la muerte de Pedro de Valdivia tras la derrota ante Lautaro. “En la época, entre los mismos españoles había diferencias, incluso habían unos que no estaban con Pedro de Valdivia, quien tuvo que ir a Santiago a parar esta conspiración en su contra que estaban planeando y dejó a cargo de las faenas en el astillero de Concón a Gonzalo de los Ríos, el abuelo de la Quintrala, y a 13 españoles para custodiar las faenas de construcción del barco. Pero en agosto de 1541, fue cuando los indígenas, por los malos tratos que recibían de los españoles, se sublevan y les hacen una emboscada a los españoles y a los indígenas yanaconas que les estaban construyendo la embarcación”, relató Antonio Tobar. En la emboscada, los indígenas del valle del Aconcagua acaudillados por Tanjalonco y Chigaimanga, aprovecharon la ausencia de Pedro de Valdivia y asesinaron a los 13 españoles y a los indígenas yanaconas que trabajaban en las faenas, quemaron la nave y solo alcanzaron a huir Gonzalo de los Ríos y un esclavo negro que se llamaba “Juan Valiente”, quien llegó hasta a Santiago a contarle a Pedro de Valdivia lo que había sucedido en Concón. Ante esta situación, Pedro de Valdivia viaja a Concón constatando que todo se había convertido en un desastre total. Es por esta razón, que este hecho marca el retroceso de la conquista española en Chile, por ser la primera sublevación por parte de los indígenas a los españoles, situación que después del año gatilló la invasión de Santiago.
Inicio de la industria de astilleros El astillero de Concón, marca un precedente en la historia a par tir del cual nacen otros astilleros en Chi le, según la historia y antecedentes con que cuenta el Museo de Concón. Con posterioridad, a principios de 1554, por disposición del Cabildo de Santiago se co menzó a construir en la caleta y puer to de Concón, un barco que debía llevar al Perú la noticia de la muer te de Pedro de Valdivia. Este astillero era de propiedad de Antonio Núñez de Fonseca, dueño de las tierras de Concón, las que habían sido compradas a Luis Conicare, cacique de la desembocadura del río Aconcagua, el 8 de diciembre de 1556. En Concón, Fonseca empezó a construir barcos, lo que se sumó a las bodegas que tenía en Valparaíso y San Antonio, puerto que es llamado así por su nombre. “Acá en Concón tenía el astillero y su residencia, aquí había mucho bosque como para construir barcos, por lo que fue el primer lugar en donde se dio este tipo de industria. De hecho, en 1853, se construyó una fragata en Concón para llevar la noticia de la muerte de Valdivia, quien murió en un enfrentamiento en el sur con las tropas de Lautaro”, manifestó el historiador.
En estas costas se sembró la tierra de astilleros y el inicio de la industria en el país.
EL OBSERVADOR
Historia - 15
Viernes 28 de septiembre de 2012
El legendario detective René Vergara y el extraño caso del jardinero decapitado de calle Merced René Vergara Vergara fue uno de los policías más sagaces que la historia de Chile recuerda y fue quien investigó, en 1948, el crimen del jardinero quillotano Luis Alberto Ogaz
R
ené Vergara no era un detective común. Se crió en el sector de La Vega Central y el Matadero en Santiago, donde se codeó con el hampa y gente de mala vida, aunque su interés estaba claramente inclinado a la disciplina policial. En 1937, después de un breve paso por la policía civil, partió hacia Argentina, donde publicó su primera narración, “La bailarina de los pies desnudos”, que firmó como Hércules Poirot, el personaje de Agatha Christie. Su experticia lo llevó a colaborar con el FBI y Scotland Yard, entre otras policías. Su trayectoria ha sido investigada por el detective crucino y columnista de “El Observador”, Rodolfo Jiménez Ramírez, quien en “El blog criminalístico y de las Ciencias Forenses” escribió: “René Vergara es sin lugar a dudas uno de los mejores detectives de la historia de Chile, el pretérito subprefecto, creador y primer jefe operativo de la Brigada de Homicidios Metropolitana, fue quizás el primer policía científico del país”. En “Taxi para el insomnio”, de 1971, relata, con el olfato de un sabueso, uno de los casos más espeluznantes de la historia criminal chilena: el del “Tucho” Caldera, un cruel carnicero de San Felipe autor de un brutal asesinato, y también los pormenores del homicidio de Luis Alberto Ogaz Guzmán, ocurrido en Quillota en 1948, caso que se le asignó por su experiencia y trayectoria. UNA CABEZA EN EL JARDÍN Hacia 1948, Quillota era un pueblo apacible donde nada alteraba el curso de la vida rural de sus habitantes. Sin embargo, el domingo 14 de marzo, una multitud de curiosos se agolpó frente a una casa de calle Merced, que aún en estos días se puede apreciar. Fue tanta la expectación, que Carabineros de la época tuvo que desalojar el sector a punta de lumazos, para evitar que la gente, ávida de morbo, siguiera miran-
El policía René Vergara Vergara escribió en su libro “Taxi para el insomnio” la historia del crimen de Quillota.
do lo que Vergara describió en su obra como una “rara flor”: una cabeza de hombre cuidadosamente acomodada entre las flores que ornamentaban la casa del dentista Maldonado. Las autoridades quillotanas decidieron que lo mejor sería entregar el caso a los expertos que llegaron desde Santiago, quienes, a pesar de de su vasta experiencia, no pudieron evitar ser “golpeados” por la visión fantasmagórica de la cabeza, que levemente inclinada hacia la izquierda y pulcramente peinada con su propia sangre, miraba hacia la calle como esperando ser reconocida, lo que no tardó mucho en dilucidarse. Se trataba del jardinero de 42 años, Luis Alberto Ogaz Guzmán, un hombre casado, que sin embargo, a la usanza de la época, vivía en la casa del dentista durante algunos días de la semana. De inmediato se iniciaron los primeros peritajes e inspección del lugar. La manguera del jardín mostraba manchas de manos impregnadas de sangre en ella. Había sido usada para “lavar” la cara mortecina, que mostraba un párpado roto y el ojo derecho semicerrado. El cuello daba cuenta de la bestialidad que sufrió su dueño: muchísimos cortes, disparejos y de distinto grado de fuerza, indicaban
la ruda faena de separarla del tronco, el que fue hallado en el interior de la vivienda, en el segundo piso, debajo de una mesa y literalmente en un charco de sangre. Se tomaron impresiones digitales halladas en botellas y vasos, asimismo, se empadronaron bares, cines, restaurantes, hoteles; se interrogó al dueño de casa, a sus conocidos y a choferes de taxi, que dieron diferentes versiones acerca de la personalidad y costumbres del dueño de la cabeza huérfana de cuerpo. El peritaje al cadáver no reveló indicios de ningún tipo de actividad sexual previa a la muerte. Sin embargo, un detalle no pasó inadvertido a los investigadores. Ogaz no tenía aspecto de jardinero: sus manos y uñas denotaban un permanente cuidado. Tenía un corte de cabello impecable y su vestimenta había sido elegida cuidadosamente. Usaba ropa interior de colores y mantenía su cuerpo perfumado. Además, en su habitación se hallaron fotos de hombres musculosos, volúmenes sobre sexología, cremas y perfumes. Mientras el detective Raúl Pinto indagaba en los archivos dactilares de Quillota, buscando la coincidencia de las huellas halladas en los vasos y botellas, sus colegas ya tenían una idea de lo que había ocurrido. UN RELOJ DE ORO Y UN FAJO DE BILLETES El sábado 13 de marzo de 1948, Luis Alberto Ogaz Guzman se levantó temprano. Estaba solo en el hogar de los Maldonado, sus patrones habían viajado a la capital y la empleada de la casa estaba de vacaciones. Tenía, entonces, tiempo y disponibilidad para buscar alguna aventura con la cual matizar su triste vida de jardinero puertas adentro. Eligió su ropa con espe-
Luis Alberto Ogaz Guzmán, el jardinero cuya cabeza se convirtió en una “rara flor”.
La prensa de la época llenó varias portadas con el escabroso hecho ocurrido en la tranquila Quillota de 1948.
cial preocupación, se puso su reloj de oro, se perfumó y se echó al bolsillo un fajo de dinero. Enfiló sus pasos hacia la estación, donde comenzó su acto para “cazar” algún galán para divertirse un rato. A menudo miraba su reloj y sacaba el fardo que en realidad era un “balurdo”-, para dar a entender que era hombre acaudalado. De pronto lo vio. Un joven alto, delgado y de modesta condición sería su conquista para esa noche. Se acercó y le pidió fuego, pero recibió una brusca negativa: “No hablo con mariquitas”. La frustración de Ogaz fue notoria y para tranquilizarse decidió ir a tomarse un trago a un bar. Fue en ese lugar donde el desconocido lo abordó, después de haberlo seguido, encandilado por el fajo de billetes y el reloj de oro. -¿Todavía no pinchas, colita? Ogaz se dio cuenta que el joven había “picado” y aunque se sentía atraído, lo invadió una extraña desconfianza, por lo que después de un breve intercambio de palabras, dirigió sus pasos a la plaza y se sentó en uno de los escaños. Fue allí, donde lo alcanzó Bernardo Guzmán, -nombre ficticio con que René Vergara lo nombra, un joven del puerto, cesante, altanero y sin escrúpulos, que sin indirectas, le pidió el fajo de dinero que Ogaz había mostrado en la estación, después de amenazarlo. El jardinero, intimidado, entregó el dinero y el reloj, mientras le rogaba que le dejase al menos algunos billetes para sobrevivir, pero Bernardo Guzmán estaba convencido que el “marica” debía tener más dinero guardado y mientras saciaba su hambre
en un restaurant, mantuvo la charla con el jardinero. Pasaron los minutos, las horas y una extraña confianza invadió a ambos hombres, que ya habían bebido seis botellas de vino. La “hermandad” de saberse ambos porteños los acercó más y más, por lo que decidieron dirigir sus pasos a la casa de calle Merced, donde las libaciones continuaron. Sin embargo, el vino y el romance hicieron aflorar los apetitos de Ogaz, que decidió confesar su verdadera faceta: no se trataba de un homosexual pasivo, nunca lo había sido. Su interés era la dominancia y saciar su masculinidad. Guzmán se sorprendió. Ante él, el “mariquita” asustado se convertía en un hombre seguro de sí mismo, que guardaba en su bolsillo la llave de la puerta que había cerrado minutos antes. Lo miró a los ojos y pudo ver lo que lo esperaba, por lo que intentó iniciar una retirada, pero el jardinero lo tranquilizó y le sirvió más vino. Bernardo intuyó que Ogaz deseaba emborracharlo para abusar de él y le advirtió que se resistiría, pero el que había sido un tímido y amanerado jardinero, le mostraba ahora en el rincón de la habitación, una bata de judoka, un cinturón negro, clavas y extensores. Estaba perdido. Ogaz, sintiéndose triunfante, decidió que ya era hora. Tomó a Guzmán en brazos y como una novia, comenzó a llevarlo a la cama, pero un mal paso lo hizo caer azotando su cabeza contra la pared. Era la oportunidad que Guzmán necesitaba. Tomó una botella y lo golpeó en la cabeza, tras lo cual sacó su cortaplumas y
“Bernardo Guzmán”, nombre ficticio con que Vergara identificó al asesino de Ogaz Guzmán, en el libro que relata los hechos.
comenzó a herirlo. Cambió el arma por un cuchillo de la cocina y entre lágrimas y sudor hizo rodar el cuerpo para cortarlo cada vez más, hasta que logró separar la cabeza del tronco, en una tarea que lo dejó bañado en sangre. Buscó la llave y junto con abrir la puerta, se abrieron sus sentidos también. Parecía despertar del trance asesino que lo embargaba. Volvió al segundo piso, tomó la cabeza del pelo y a puntapiés la bajó por las escaleras. Una vez abajo, la acomodó entre las flores blancas del jardín, abrió la llave y con la manguera se lavó las manos. Miró a “Luisito” a la cara, estaba ensangrentada y con barro, entonces lo peinó y roció su rostro con el chorro de agua. Amanecía. El joven salió tranquilamente por la puerta de reja, volteó para darle una última mirada a quien había sido su anfitrión y comenzó a caminar. La fiesta en la casa de calle Merced había terminado.