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Edici贸n Especial 171 a帽os de La Calera

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Rescatando testimonios que hacen historia


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ESPECIAL ANIVERSARIO LA CALERA

Elba Issa y Nazzar Chahuán: Relatos de inmigrantes, El profesor quillotano del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso, Baldomero Estrada, está preparando un libro sobre la llegada de los inmigrantes árabes a la Quinta Región, contexto en el cual desarrolló estas entrevistas, que son un adelanto de su publicación

Nazzar Chahuán Nazar Nazzar Chahuán Nazar, de 86 años, pertenece a una de las familias palestinas más tradicionales de La Calera. Hijo de Abraham Chahuán Moukarquer y Balahía Nazar Chahuán, es el cuarto de 14 hermanos, estudió en la escuela “18” en el internado Salesiano de Valparaiso y en el Liceo Industrial de La Calera. Casado con la señora Sonia Manzur Majluf quien ha sido su gran apoyo, tienen seis hijos Karime, Leila, Sandra, Rommy, Yascin y Batir, todos profesionales y 15 nietos. Comenzó a trabajar desde muy niño y con tan solo 13 años, se compró su primer bien raíz. “Yo vendía harina, sal y afrechillo, y con lo que junté de las

ventas me compré el terreno. Siempre me gustó la construcción y ahí hice la primera casa, en calle López Maqueira. Después la vendí y compré dos en calle Prat, vendí éstas y construí en calle Blanco cuatro casas. Con la venta de las cuatro compré la esquina de J.J. Pérez con Prat. A esa altura tenía 20 años. Yo me dedicaba a construir y hacer todo, estudiaba y trabajaba. En esa época compre un camión con el que iba al norte y comercializaba naranjas y traía papas y corderos. En una ocasión compre 1.200 corderos en la hacienda de Pucalan, Nogales y los vendía en la feria de animales de la Calera de a 100 corderos semanales. Un día los traía caminando porque no se habían rematado y al cruzar la línea férrea venía el tren y mato aproximadamente 60 corderos. Nazzar Chahuán, quien fue presidente de la Cámara de Comercio de la Calera por 12 años y director nacional por otros ocho años, destaca su impulso para construir el edificio de la Asociación. “Los comerciantes no tenían una sede para reuniones, por lo que me dediqué a buscar junto a la hoLos padres de Nazzar, Abraham Chahuán Moukarquer y Balahía Nazar Chahuán, que nacieron en Beit Jala, en una foto tomada en el matrimonio de su hijo mayor Nicolás, en 1949.

Nazzar Chahuán, al centro de la imagen, en plena reunión familiar. norable directiva un terreno y compramos en calle J.J.Perez, lo que en la actualidad es una panadería. Después de un tiempo la vendimos y con eso compramos la actual propiedad ubicada en Aldunate 141 en la que construimos juntando la plata, haciendo bailes y rifas, el edificio que es un orgullo para todos los comerciantes de La Calera”. También fue presidente del club de futbol Unión la Calera quien junto a su hermano Bichara en el año 1984 lograron subir a primera división. El club es fundado entre otros, por su hermano mayor Nicolás. También, Nazzar encabezó junto a otros miembros de la colonia, las acciones para comprar un terreno y establecer la Escuela Palestina, para que se un aporte a la educación de los niños y jóvenes de la ciudad. UN POCO DE HISTORIA La historia de Nazzar Chuahuán Nazar en La Calera se inicia con la llegada de sus antepasados, a principios de 1900, época en que la ciudad recibió a una importante canti-

dad de inmigrantes palestinos, cuyos descendientes todavía permanecen en la zona. El primero en llegar de la familia fue su tío Jorge Chahuán: “Tiene que haber llegado por el año 1921 aproximadamente a La Calera. Es que había mucha gente de Beit Jala acá. Eran amigos, mejor dicho, familia, pues se considera a todos los del pueblo una familia. En La Calera somos todos una familia también”, asegura Nazzar. Además de su tío Jorge, a la ciudad también llegó su padre Abraham junto a su tío Elías y su tía Yamile “Los que llegaron en barco fueron 33”. Para Nazzar, sus dos grandes orgullos son su familia y La Calera. Él es un enamorado de su ciudad, de la que está muy agradecido por el recibimiento que le dio a los primeros inmigrantes árabes que llegaron a la zona, para quedarse por siempre acá. EL EJEMPLO DE SU PADRE Según cuenta, cuando su padre llegó a La Calera en 1925, recibió la ayuda de su hermano Jorge, quien le dio mercadería

para que la vendiera en el campo. “Con ‘atado’ al hombro iba a pie por Hijuelas, Nogales, El Melón y La Cruz”, manifiesta. Su padre llegó a la ciudad con apenas 15 años, pero ya estaba casado con su madre, en esa época de 14 años. Incluso, el joven matrimonio llegó con un hijo, Nicolás, que da el nombre al Estadio Municipal de La Calera. “Mis papás se casaron debajo de una higuera, en Beit Jala”, cuenta. Nazzar Chahuán Nazar dice que su padre no sabía leer ni escribir en español. Con la perseverancia que caracteriza a los árabes, el negocio prosperó y logró comprarse un coche con caballo para movilizar los productos. No era una época fácil, pero con los años la situación mejoró para el padre. Consiguió comprarse un automóvil, sin embargo, siempre continuó trabajando de la misma manera. “Era todo a lo compadre, sólo anotaba en una libretita, con anotaciones como ‘la señora del árbol’, ‘la señora de la casa amarilla’, y siempre fue independiente”, asegura. “Mi papá se instaló con una tienda, los mayores vivíamos en la esquina de J.J. Pérez con Prat, ahí dormíamos en una pieza larga, no había más. El trabajó muy duro, se compró su primera propiedad en la que construyó el local y su casa para toda la familia, la que fue la antigua Casa Chahuan, ahí hizo 10 dormitorios, almorzábamos más de 25 personas en el comedor todos los días, mis padres los 14 hermanos, empleados y vendedores”, recuerda con mucha nostalgia. El descendiente de palestinos tiene muy buenos recuerdos de aquella época: “En nuestra infancia éramos muy felices, a pesar de que no había la comodidad económica. Es que éramos muy unidos, se compartía más con los paisanos, tomábamos café en las casas. Son un orgullo los paisanos antiguos, bien trabajadores, unidos, se ayudaban unos a otros, agrega. En los años que hace referencia, su padre tuvo a cargo la cooperativa Cemento Melón, con unos 15 empleados a su cargo. Fue en dos periodos, primero por cinco años y luego por otros dos, “en ese tiempo fue cuando se pudo consolidar económicamente”, confidencio.


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historias de familias que marcan La Calera Elba Issa: “Mi papá debe haber llegado a Chile en 1918” Elba Issa Chahraf nació en 1925 en Viña del Mar, aunque los años de vida en la ciudad la hacen una reconocida calerana. Hija de Alberto Issa Awad y Lidia Chahraf, creció en una extensa familia de origen árabe, que completaban otros 13 hermanos, de los cuales otras seis eran mujeres. Su familia está entre los primeros emigrantes palestinos que se establecieron en La Calera, hace casi ya 10 décadas. A sus casi 90 años, Elba Issa Chahraf dice que fue su padre el primer integrante de su familia en llegar a nuestro país. “Mi papá debe haber llegado a Chile en 1918, en esa época no debe haber tenido más de 20 años. Él era de la ciudad de Beit Jala y llegó al país junto a un hermano suyo, se establecieron en Viña del Mar”, contó la calerana de origen palestino. En la Ciudad Jardín, haciendo honor a su origen, Alberto Issa Awad comenzó a dedicarse al comercio. Los recuerdos de Elba Issa sitúan a su padre primero como vendedor y luego como propietario de una tienda en el Portal Álamos. Fue en Viña del Mar también donde su progenitor conoció a su madre, quien era oriunda de Chillán y perteneciente a una familia igualmente de árabes llegados a Chile. Sus padres se casaron en la Ciudad Jardín y con ella, y algunos de sus hermanos, la familia viajó a Palestina para conocer a los abuelos paternos. AMOR EN LA CALERA Una vez que los Issa Chahraf regresan de Medio Oriente a Chile, con la pequeña Elba de cinco años, se establecen en La Calera, donde nacen el resto de los hermanos. Consultada por esos primeros años en La Calera, Elba Issa dice que ella y sus hermanos se criaron como hijos de la ciudad cementera: “Mi familia siempre profesó la religión católica y nunca hablamos el idioma del papá, yo entendía pero nunca aprendí a hablar árabe”, reconoció.

En La Calera el padre funda la tienda “Jerusalem”, una de las más antiguas de la ciudad, que hace pocos años cerró definitivamente sus puertas. Tanto ella como sus hermanos siguieron los pasos del padre y se dedicaron al comercio, algunos a cargo del negocio familiar. Elba Issa creció y con los años contrajo matrimonio con Sabas Chahuán Aguad, también de origen árabe. Ambos se conocían desde pequeños, pues sus familias eran amigas, incluso, la madre de ella era madrina de él, pues en ese tiempo era común que los inmigrantes palestinos se relacionaran entre ellos, mucho más que en la actualidad. Esa relación estaba acentuada por la participación de las familias en un club de árabes llegados a la ciudad, como también por la política de puertas abiertas entre ellos. Sin embargo, Elba Issa reconoce que el haberse establecido en la ciudad desde que ella y sus hermanos eran niños, derivó en que se criaran como chilenos y no a la usanza árabe, por lo que una vez adulta y convertida en madre, no transmitió de manera profunda la cultura de sus padres a sus cuatro hijos, Lidia María, jueza por años y actualmente notario de La Calera (madre del senador Francisco Chahuán); Jorge, quien fue dueños de farmacias en Quillota; Arturo, empresario; y Verónica, auditora. “Ya estábamos chilenizados, éramos más chilenos que árabes, mis padres también. Solo tres de mis hermanos hablaban árabe, porque cuando viajamos a conocer a los abuelos se quedaron allá y volvieron a Chile a los 18 años, acá les tocó hacer el Servicio Militar sin hablar español”, detalló Elba Issa. FAMILIA CHAHUÁN La familia Issa Chahraf siempre ha tenido un importante lazo con la familia Chahuán. Además de Elba Issa, que se casó y formó su familia con Sabas Chahuán Aguad, varias de sus herma-

nas también contrajeron matrimonio con descendientes de este clan árabe, entre ellas Elena, Luisa y Lidia, salvo Estrella. Arturo Chahuán Issa, uno de los hijos de Elba Issa y Sabas Chahuán, empresario y ex presidente de Unión La Calera y dirigente de la ANFP, contó que la historia de la familia Chahuán en Chile se inicia con su abuelo: “Mi abuelo era Jorge Chahuán Mucarquer, venía casado y forma una sociedad con Juan Jadue. Cuando les empieza a ir bien, deciden traer cada uno a su familia, y entonces se separan. La familia que llega después es la del hermano de mi abuelo, Abraham Chahuán (casado con Balahía Nazar). Éste es el padre de Nazzar y Nicolás Chahuán. Pero mi abuelo murió muy joven, a los 28 años”, reveló el empresario. Jorge Chahuán Mucarquer llegó casado con María Aguad, ambos oriundos de la ciudad de Beit Jala. “Si mi papá nació en 1923, entonces mi abuelo debe haber llegado a Chile en 1920 y al igual que la familia de mi madre, también eran católicos”, manifestó Arturo Chahuán. Los hijos del matrimonio Chahuán Aguad nacieron todos en nuestro país. Además de Sabas Chahuán Aguad, la familia estaba compuesta por Juan, Salomón y Sofía. Una vez que el abuelo muere, María Aguad se casa en segundas nupcias con un español, Elías Cereijo, relación de la que nacen otros cuatro hijos. Arturo Chahuán dice que el negocio de su familia paterna lo inició su abuelo, quien junto a Juan Jadue fundó una importadora. La tradición comercial fue seguida por su padre, Sabas Chahuán, quien comenzó con el establecimiento de un emporio. “Después nosotros seguimos con cigarrillos que abastecían toda la zona, desde el año 1956 hasta 1984. Después, junto a mi padre continuamos con la distribuidora ‘Sabas Chahuán’, que se dedicó a los abarrotes y la confitería”, relató el empresario.

Elba Issa Chahraf, junto a su marido Sabas Chahuán Aguad y sus hijos: Jorge, Lidia María y Arturo. Elba Issa tiene 12 nietos y 17 bisnietos.

Sabas Chahuán Aguad en su emporio a finales de los años 40. Respecto de la participación social que tuvo su padre en la ciudad, Arturo Chahuán cuenta que fue uno de los fundadores del Club Deportivo Unión La Calera, del que fue dirigente por largos años. “Mi padre en el fútbol tuvo temporadas brillantes, como la de 1964, cuando se trajo a préstamo a Elías Figueroa, quien debuta en forma profesional, por eso la gente del fútbol lo recuerda mucho. También participó en el Rotary Club, donde llegó a ser presidente, pero se enfermó siendo muy joven, mu-

rió en 1995”, dijo. Arturo Chahuán Issa además agregó que, “se participaba mucho en la colonia y en la comunidad en general en esos años, no había diferencia entre árabes, es que la ciudad era muy pequeña, nos conocíamos y conocemos todos”, recalcó. El empresario dice que esos primeros inmigrantes palestinos se arraigaron muy bien en La Calera, donde permanecieron para siempre, aunque reconoce que según las historias transmitidas desde sus abuelos y tíos, no fue un proce-

so fácil. “Tengo entendido de que fue muy duro, otro mundo, otro idioma, otras costumbres. El clima era lo más parecido. Yo diría que esa primera generación fue un poco maltratada, porque venía con pasaporte turco, y era como una afrenta decirles turco”, confidenció Arturo Chahuán, que se casó con Juliet Manzur, también descendiente árabe, y con quien ha inculcado muchas tradiciones a sus hijos con el objeto de que conozcan y quieran sus orígenes.


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Juan del Villar y la historia de cómo le ganó a la vida El popular “Cafecito” durante más de 30 años vendió café en el estadio municipal. Vivió en las duras calles santiaguinas y se enamoró de La Calera “¡Café, café!”. Aquel voceo característico en cada uno de los estadios de nuestro país de quien ofrece ese brebaje que ayuda muchas veces a soportar las frías jornadas futbolísticas, en La Calera tiene nombre propio: Juan Augusto del Villar Peñailillo, el popular “Cafecito”. Este personaje llegó a vivir a La Calera hace más de 30 años y en la misma semana que arribó a la comuna comenzó a trabajar en el entonces Estadio Municipal. Desde entonces no faltó nunca a su cita con sus clientes que con el paso de los años lo reconocieron como parte del inventario futbolístico de los fines de semana, al igual que quienes venden el mote con huesillo y las empanadas en el recinto deportivo. Al menos así era hasta el año pasado cuando la salud le jugó una mala pasada y debió dejar de trabajar. Juan del Villar no es calerano pero reconoce que “La Calera me ha dado todo”. “Cafecito” es dueño de una historia de mucho esfuerzo y sacrificio. Oriundo de la Séptima Región, nació en Molina y se crío entre esa comuna y Curicó. Luego, junto a su familia se trasladó hasta Santiago donde tendría una difícil y complicada infancia. NIÑEZ DURA Llegó con sus padres y hermanos a vivir en un conventillo, popular tipo de vivienda colectiva donde el hacinamiento era la característica, habitada principalmente por familias de escasos recursos y que in-

cluso hoy en día existen en los barrios más antiguos de Santiago. Como él mismo reconoce, diversos hechos de violencia en su hogar, lo llevaron a tomar una dura decisión. El pequeño Juan del Villar, con solo 6 años, se fue de su casa a vivir a la calle. “Salí a patiperrear. Me fui a hacer mi vida solo. A vivir y trabajar a la calle. Vivía y dormía bajo los puentes del Mapocho. Gracias a Dios nunca me pasó nada malo. Corrí peligros, no lo

Así lucía Cafecito a su llegada a La Calera a fines de la década del setenta.

niego, hubo situaciones duras, tuve suerte”, señala con crudeza, recordando aquellos días difíciles en su vida. Al igual que la mayoría de los niños que como él vivían en situación de calle en la década del 50 en Santiago, Juan del Villar huía de Carabineros cuando éstos trataban de recoger a los pequeños de las calles capitalinas. Viviendo en las calles, cumplió muchas labores para ganarse la vida. Fue lustrabotas, suplementero, vendió ramos de eucaliptos que recogía del cerro Chena y también gritaba la verdura en la Vega Central. Ese lugar fue su centro de especial, pues recibió el cariño y afecto de los feriantes. “Recuerdo cuando daban las dos de la tarde y almorzábamos porotos con mi hermano, pues ahí nos daban almuerzo”, comenta el popular personaje. Debieron pasar muchos años para que la autoridad lo llevara de regreso a su hogar con sus padres. Tenía 12 años, pero no alcanzó a estar mucho tiempo en casa, ya que su madre falleció y su padre tenía problemas con el alcohol. Por lo mismo, “cafecito” fue llevado a la Ciudad del Niño un gran centro de acogida para niños y adolescentes en situación irregular o con problemas dentro de sus familias. “Me llevaron a la Ciudad del Niño, lo que agradezco porque ahí aprendí a leer y escribir. Leía de todo. Me gustaba mucho. Hice dos cursos en uno y obtuve el primer lugar con buenas notas”, señala Juan del Villar. Pero de golpe y porrazo la vida volvió a obligarlo a trabajar a corta edad. Sus tres hermanos menores lo necesitaban y debió hacerse cargo de ellos. Cumplió diversas labores para –como él mismo señala- llevar el pan a su casa y que no les faltara nada a sus hermanos. Siendo ya un joven llegó a trabajar a una fábrica textil donde fue junior y operario de maquinaria. Pero en esos años también derivó a la venta de café. Aprendió el oficio y se dio cuenta que era un buen negocio. “Vendí café en las calles de Santiago, específicamente en el sector de Recoleta. Como tengo la gracia de entenderles a los árabes, en ese tiempo aprendí varias palabras y frases e hice clientela entre los paisanos”, recuerda. AMOR A PRIMERA VISTA Cuando trabajaba en la fábrica textil, conoció La Calera. Acompañaba a su jefe cada cierto tiempo a Quillota, donde venían a la fábrica Rayón Said Ediciones Especiales Director: Roberto Silva Binvignat Fundador y Presidente del Directorio: Roberto Silva Bijit Jefe de Informaciones: Gustavo Rodríguez C. Editor: Claudio Espejo Bórquez

Juan del villar junto a su esposa, Carolina Acuña. a abastecerse de materia prima y pasaban a La Calera a ver a un cliente. “Veía todo el movimiento que había en La Calera y me dije que cuando pudiera me vendría a esta ciudad a trabajar”, recuerda. Siguió vendiendo café en Santiago hasta que un día les propuso a sus jefes venir a vender a La Calera. En un primer momento le dijeron que no, por el riesgo de no ser negocio. Sin embargo, finalmente le dieron el visto bueno. Comenzó a venir todas las semanas, pero como en su mente estaba la idea de independizarse, empezó a guardar el dinero que le daban para la movilización hasta que juntó lo necesario para comprarse dos termos. En ese tiempo ya tenía su casa propia en Santiago y se había casado con Carolina Inés Acuña con quien tuvo cuatro hijos. Tomó la decisión de venirse a vivir y a trabajar a La Calera en 1977 y desde entonces no se movió más de la Ciudad del Cemento. En sus primeros días en La Calera se hospedaba en los hoteles Londres y Rex, en este último se hizo amigo del dueño, quien lo guió y lo ayudó mucho en sus inicios en la comuna. “Pasaba por todas las calles de La Calera. Les regalaba café a todos y vendía poco por eso. Pero después me fue bien, me compré dos termos y me puse a trabajar. Aquí no encontré quién me trabajara el segundo termo. Algunos intentaron, pero fallaron, así que invité a mi hermano un año después”, comenta sobre sus inicios en La Calera y agrega que “soy un agradecido de los paisanos. Le debo mucho a Nicolás Chahuán, Naín Chahuán, Pichara Chahuán, me ayudaron mucho”. “CAFÉ, CAFÉ” Hasta hace un año, Juan del Villar era un personaje habitual cada fin de semana que Unión La Calera jugaba en el Estadio Municipal “Nicolás

Chahuán Nazar”. Todos esperaban la presencia de “cafecito” para degustar el rico café. Su relación con el estadio y el club rojo fue casi inmediata. La misma semana que llegó a La Calera, los cementeros jugaban de local y como él mismo comenta “gracias a Dios me fue muy bien al tiro y gané harta plata, a manos llenas”. Gracias a su trabajo pudo darles estudios a sus hijos Cristian, Verónica y Juan Humberto, lo que lo llena de orgullo y lo que lo lleva a ser un agradecido de La Calera. “La ciudad me lo ha dado todo y yo me la jugué por La Calera y su gente. Aquí yo creo que es la única ciudad de Chile donde el rico y el pobre juegan juntos, no hacen diferencias ni se notan las clases sociales. Somos todos iguales. Lo digo porque por ejemplo, cuando yo quería era recibido por Roberto Chahuán cuando era alcalde”, señala emocionado. De sus casi cuarenta años vendiendo café en el estadio no recuerda anécdotas específicas, salvo un momento que lo marcó, tanto que es lo primero que se le viene a la mente. “En el estadio he pasado de todo, pero lo que más me quedó grabado fue algo feo. Recuerdo cuando una vez vino Pedro Carcuro y él le negó una foto a un niño de acá. Eso me dolió y nunca pude olvidarlo”, explica Juan del Villar. Otro momento que recuerda es cuando hace un par de años, Unión La Calera decidió cambiar de concesionario en el estadio. De un momento a otro, los dueños del club rojo apostaron por una empresa foránea y todos los vendedores tradicionales desaparecieron. El público y los hinchas hicieron sentir la ausencia de Juan del Villar, del mote con huesillos y las empanadas, y por otro lado, el propio “cafecito” movió las aguas e inició una campaña para volver al estadio. “Yo reclamé cuando nos sacaron

del estadio a los vendedores locales más tradicionales. Me moví por todos lados, porque nosotros estamos siempre, en las buenas y en las malas. La gente hizo sentir su cariño por nosotros porque hizo presión y al partido siguiente volvimos”, comenta con orgullo. “No porque el equipo esté en Primera División, le voy a cobrar mil pesos por un café. Yo mantenía el precio a $500. No le iba a cobrar más caro a mi gente”, agrega con fuerza y convicción. En La Calera también, Juan del Villar se dedicó a sus pasiones deportivas. La pesca, el ajedrez y el billar son sus favoritos. Curiosamente el fútbol sólo lo practicó en su juventud e incluso se probó en Audax Italiano cuando tenía 16 años. Era arquero y de esos días recuerda las enseñanzas de Luis “Zorro” Álamos, en ese tiempo director técnico de los itálicos. “Me encanta el billar. Me gustan los desafíos donde hay que aplicar la inteligencia. Aun soy secretario del Club de Billar de La Calera. Se jugaba frente a la Cámara de Comercio, ahí yo llegaba a vender café y aprendí mirando”, explica sobre su afición por este deporte que le ha dado fama a la comuna. Aunque su fuerte era la venta del café en el estadio, Juan del Villar también vendía otros productos, típicos del estadio calerano. Agradece a Patricio Jadue, quien le aconsejó vender pepas de maravilla y zapallo. “Que yo sepa no se venden en otros estadios”, puntualiza. Actualmente, Juan del Villar ya no trabaja vendiendo café. Una complicada enfermedad lo tuvo muy complicado, hospitalizado y con el temor de su familia por los difíciles momentos que debió pasar. “Ya vendí los termos porque me podía tentar de volver a ir al estadio y los médicos me lo prohibieron. Ahora tengo una pensión de invalidez, lo que me ayuda bastante. Ha sido duro, porque toda mi vida he sido muy activo”, comenta y no pierde la ocasión para seguir agradeciendo. “La Calera me ha dado todo, le debo mucho. Echo de menos estar en el estadio vendiendo mi café. ¿De qué club soy hincha? De Unión La Calera por supuesto. ¿Qué me ha dado Colo Colo o la U? ¿Cómo podría ser hincha de esos equipos?”, finaliza Juan del Villar, un ejemplo de abnegación, un calerano por adopción que le ganó a la vida.

Empresa PERIODÍSTICA EL OBSERVADOR Textos: Susan Andurandeguy M. Alonso Aranda A. Mario Campos V. Ricardo Maturana O. Arte y diagramación: Vinka Saavedra D. Pamela Pérez R.

“La Verdad más que un valor es una actitud ante la vida”. Roberto Silva Bijit

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Las tres edificaciones en pie más antiguas de La Calera Estos edificios no sólo tienen valor por su longevidad, sino además guardan parte de la historia de la ciudad

1891:

Instalaciones de la Cervecería y Maltería La Calera El alemán Jorge Fuchs Treiber creó la cervecería La Calera, Planta antigua Cervecería La Calera S.A. en el año 1891, en el fundo Artificio, entregado por la familia Huici. Es en este lugar donde, a pesar de los diferentes cierres que tuvo durante su larga historia, fue parte de la actividad industrial más importante de la zona. El crecimiento de esta planta cervecera fue exponencial hasta el terremoto de 1906, donde sus instalaciones sufrieron graves daños. Para mitigar las consecuencias, Fuchs incorporó capital mediante un socio, generando un gran salto entre los años 1908 y 1915, periodo en que se la conoció como “Compañía Cervecera Fuchs y Plath”. Ya en 1906, la fábrica quedó en manos de la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU) y, dentro de sus inversiones, se construyó una maltería en las bodegas de Cervecera La Calera, realizando diversos ensayos para la producción de cebada, para autoabastecerse de su propia cerveza. Sin embargo, en 1946, esta historia es interrumpida por el traslado de la empresa a las plantas de Limache y Santiago. Con el pasar de los años e intentos de producción de diversos dueños, en el año 1953 la edificación fue transformada en “Maltería Aconcagua”, por el empresario Miguel Erlwein Schleyer. Después de un poco más de treinta años, en 1985, se produjo una quiebra financiera y, nuevamente, surgió el nombre de Cervecerías Unidas CCU; adquiriendo la propiedad como filial de la empresa, mediante su división agrícola, denominada “Agrícola Victoria Ltda.”. En 1998 fue vendida a la Familia Chadwick, pasando a llamarse “Agroindustrias del Pacífico”, operando así hasta el año 2000, donde fue cerrada producto de una quiebra bancaria. Actualmente, la empresa sigue produciendo cebada malteada, con el nombre de “Cervecería y Maltería La Calera S.A.”, albergando las mismas edificaciones en calle JJ Godoy, en el distrito de Artificio.

Maltería de La Calera, estado actual de su edificación.

Las casonas o construcciones emblemáticas de La Calera, traen consigo los recuerdos de los orígenes de una ciudad que aún se guarda en los relatos de muchas familias. Varias casas, eso sí, han desaparecido, por lo que “El Observa-

dor” fue detrás de aquellas edificaciones más antiguas de la ciudad, que están aún en pie. Acá hay tres de ellas, que simbolizan no sólo el valor histórico, por su longevidad, sino además por el legado que hasta la fecha representa a la población calerana.

1883:

1934:

La historia de la Casona de los Arecco proviene del año 1850, cuando llegó a Chile Antonio Arecco Rosatti. Proveniente de Génova, sus descendientes cuentan que llegó a nuestro Casona Familia Arecco, que aún mantiene su país aparentemente desahucia- fachada como el momento en que fue edificada. do. Sin embargo y conforme a lo que explica su bisnieta, Marcela Arecco Concha en una entrevista de “El Observador”, “mi bisabuelo debió haber llegado en perfectas condiciones, porque la casa enorme que construyó era un lujo para la época y debió haber tenido dinero para eso; trabajando por lo menos unos 20 años”. En efecto, en 1883 se construyó la edificación donde funciona actualmente la Ferretería Arecco, en calle “J.J. Pérez”, siendo uno de los edificios más antiguos de La Calera. Y no sólo eso, sino además es uno de los negocios del antiguo barrio calerano que mantiene su rubro, con muy pocos cambios, tanto en mercadería como en la construcción y mobiliario. Dos mil 200 metros de terreno albergan, hasta la actualidad, una edificación de 1.800 metros cuadrados de dos pisos, donde sus cimientos son de ladrillos muy resistentes. “Algunos dicen que los cimientos son de cal, con una argamasa que parece cemento. Sobre los cimentos están los adobes, que soportan el segundo piso que, esencialmente, está hecho de maderas y vidrios y que tiene unas veinte habitaciones. Los corredores que llevan a las piezas son enormes y tiene unas hermosas galerías vidriadas, que le dan mucha claridad. Aún conservamos cosas de la época o de cuando partió el local. Hay cuadernos, sujetadores de bronces, en los que se anotaban lo pedidos de las personas, de las haciendas y las minas”; dice Marcela Arecco. En su planta baja, el edificio tenía bodegas internas y externas y, en el segundo, las habitaciones para la familia. Todo, sujetado con vigas de pino oregón. Sin embargo, Marcela Arecco Concha dice que “es extraño que las murallas de las supuestas bodegas hayan estado tapizadas con papeles murales. Aún hay huellas de ellos, por lo que deduzco que aquí, detrás del negocio y abajo, también vivió gente. En mi familia se hablaba que hubo empleados que vivieron aquí”. Actualmente, Ferretería Arecco mantiene su fachada casi intacta. En su interior conserva muebles y vitrinas de la época, finas cajoneras y estanterías, siendo hasta la fecha un referente del comercio local de la zona.

Quizás hoy las edificaciones de la primera estación de ferrocarriles de La Calera, no son más que un recuerdo para muchos de sus habitantes que se trasladaron por medio de esta vía férrea, que tenía en la comuna una suerte de corazón de Chile, pues era el punto de partida de la Red Norte de Ferrocarriles del Estado. Fue inaugurada en 1863, con el inicio del servicio entre Valparaíso y Santiago. Luego se incorporó la vía férrea hacia el norte y, en 1934, se construyó la Estación, una edificación en hormigón que albergó a sus pasajeros hasta el año 1995. Sus dependencias eran utilizadas para estacionar centenares de carros de carga. En el mismo recinto, tenía una maestranza, de la que hoy no queda absolutamente nada. Fue tan moderna para la época, que llegó a tener un tramo de vía métrica electrificado, que servía para realizar maniobras ferroviarias más complejas, algo impensado para esos años. Sus andenes arrastran largas historias de miles de pasajeros que comenzaron sus viajes en los míticos trenes, arrastrados por locomotoras a vapor, que tenían una demora de tres días para llegar a Iquique. Desde hace algunos meses, el recinto de la Estación de Ferrocarriles de La Calera está a cargo de la Municipalidad de La Calera, y fue declarada Monumento Nacional.

Casona antigua de la Ferretería Arecco

Estación de Ferrocarriles

Claudia Arecco Concha, a cargo de la tradicional ferretería Adecco, junto a sus trabajadores.

Autocarril en Estacion La Calera c.1950, de la colección de fotos de la revista “LIFE”. Desde este lugar salían viajes hacia el norte del país.


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La historia de La Calera contada a través de autos antiguos El empresario local Eduardo Reinoso mantiene una bella colección de los autos más antiguos de la historia de la ciudad, porque está convencido que cada pieza permite recordar épocas antiguas de la vida calerana Eduardo Reinoso Fernández es calerano de nacimiento y, desde aproximadamente sus 12 años, colecciona antigüedades, con un gran valor histórico familiar. Hoy, a sus 64 años, se propuso la tarea de compartir con la comunidad las historias que están detrás de cada objeto que tiene, pues sabe que en esas cosas hay parte de las vivencias de muchos vecinos que dieron forma a la comuna. Carretas y carretelas de su abuelo, piedras petrificadas, material de indígenas que habitaron la zona, herramientas, flechas de esa época, automóviles, motocicletas, cuadros de Elvis Presley y Marilyn Monroe, son algunos de sus valiosos elementos, que protege como verdaderos tesoros. “El gusto o afición por las cosas antiguas la tengo porque mi abuelo era cochero de caballos en la estación y el barrio antiguo de La Calera, cuando no existan los autos. Siempre me gustaba ver sus carretelas. Con los años, mi padre manejó los coches de caballos y después pasó a los automóviles, siendo taxista; y hoy los hermanos mantenemos la tradición, con una empresa familiar de transporte. Somos siete hermanos; todos caleranos, que trabajamos en la comuna y generamos trabajo para los habitantes de esta hermosa ciudad llena de historias”, comenta Reinoso. Dentro de sus colecciones, una de las más preciadas es la de automóviles. En un taller de restauración de coches, Eduardo tiene más de diez vehículos de distintas épocas y estilos, que marcaron tendencias en la historia del mercado automotriz. Dice que, para él, los más preciados, usados incluso para matrimonios, son La tradicional “Burrita” Ford A año 1928; un

Eduardo Reinoso Fernández, reconocido empresario calerano y coleccionista de automóviles antiguos, siente que su colección relata parte de la historia de la ciudad.

Ford V 1938, añorado vehículo del padre del empresario Reinoso. ría, agujas, dedales y se iba a vender al campo y yo lo veía y decía: ‘¡Qué lindo el auto!’. Yo, en los años 80, se lo compré a un chico que lo había heredado de su padre en Santiago, pero me tocó ir a buscarlo a Concón. Hoy es el que más se utiliza para los casamientos, a un precio que es para la risa, que no es más que la bencina y algo que quede para el chofer”, señala orgulloso.

Ford V de 1938; y un Ford de 1946. Cada uno, guarda parte de la historia de La Calera. EL AUTO DE LA PROFESORA Estudiando en la Escuela N°18, actual Escuela de Niñas de La Calera, en el año 1957, el destacado empresario sentía una gran admiración por el automóvil de su profesora Graciela Martínez, tía del actual alcalde de La Calera, Eduardo Martínez. “Ella llegaba en ese auto y yo me deslumbraba, porque era una Ford A 1928, de cuatro cilindros. Viajaba de Barracitas, en Hijuelas; y se trasladaba en su “Burrita”, siendo la admiración de todos, ya que era el auto de lujo de los años 30. Pasados los años, ella vendió el auto al señor Enrique Jara, de Petorquita, quien resultó ser el padre del actual gobernador de Valparaíso, Omar Jara Aravena”, expresó el coleccionista. “Ese auto lo aprecio mucho, porque mi padre partió con este tipo de vehículos, los Ford T, Ford A, como taxista del centro de La Calera, en un paradero emblemático: avenida Latorre con JJ. Pérez, con el fono 114 (aún está la caja metálica donde se guardaba el teléfono), en la primera Estación de Servicio Esso, que quedaba frente a la Municipalidad antigua, perteneciente a la familia Arecco, dueño de la famosa ferretería y luego pasó a manos de don Óscar Toledo Peña. Tengo una foto, donde mi papá está estacionado ahí. Muy poca gente se acuerda que existió la Esso ahí, justo donde está el monumento de Bernardo O’Higgins”, rememora Reinoso, demostrando que detrás de la historia de un auto, se puede reconstruir la de la

Ford 1946: vehículo adquirido por la familia en los años 80, mismo modelo usado en famosas películas de Hollywood. ciudad de antaño. Y sigue recordando, pues –dice- “todos los camiones con dirección a Santiago y el norte, estaban obligados a cargar combustible ahí”. “Entonces, este tipo de vehículos eran mi obsesión, al extremo que quise llegar al museo de Henry Ford en Detroit, Estados Unidos, para conocer la historia de estos autos y saber cómo se le ocurrió crear estos vehículos. Más menos hace 30 años, el señor Jara me vendió la Ford A 1928, a un precio muy bajo y con muchas facilidades. Eran 500 pesos y yo no los tenía y me dio facilidades y eso se lo agradezco hasta el día de hoy. Yo lo reparé y actualmente está funcionando. Ahora, a él le digo: ‘¡Ahí está tu auto!’”, cuenta Reinoso. Este fue el primer vehículo de su colección y tiene recuerdos familiares muy interesantes con él. “Mis sobrinos, Óscar y Renzo, al verlo guardado en un cuarto, lo encontraron tan viejo que lo agarraron a piedrazos, quebrando todos sus vidrios y mira ahora el valor histórico que tiene. Hasta el día de hoy se los refriego”, describe entre risas. EL SUEÑO DE PAPÁ Un Ford 1938, americano legítimo, motor V8, es el vehículo que, en los años 50, era la sensación dentro del transporte público. “Este Ford plomo, lo tenía un taxista, llamado Oscar Tapia, que trabajaba en el paradero que estaba al frente del de nosotros”, dice Reinoso. “Yo miraba ese auto, porque mi papá tenía un Ford A

y los otros ya tenían vehículos con diferencias de más de 10 años. Entonces, uno siempre aspiraba a que mi papá comprara uno de esos, ya que, en el paradero de taxi de La Calera, los clientes ocupaban el mejor auto. Mi padre, como tenía el más viejito, lo dejaban atrás y eso me ponía un poco triste y pensaba: ‘Mi padre algún día va a tener uno de esos’. El auto más moderno que llegó a tener fue un Chevrolet del año 38. Lo compró en Valparaíso. Nos crío a todos con ese auto: nos llevaba todos los días al colegio, a la Escuela 18. De hecho, cuando se vendió, todos lloramos, porque fue el auto con el que crecimos y mi padre nos sacó adelante”, comenta el empresario. Este Ford año 1938 tuvo unos tres dueños, antes de que llegara a manos de Reinoso. “También lo tuvo el señor Rogelio Araya, actual comerciante de calle Blanco. Y lo usaba en esos años para cargar mercadería. Vendía ropa, paquete-

LEGADO FAMILIAR El Ford 1946 es un auto utilizado en más de una película de la época. Entre ellas, “The Notebook”, del director Nick Cassavetes; y el famoso film de “Al Capone”. En la década del 50 y 60, fue el más codiciado en el país, por su capacidad motora y kilometraje. Lo especial de este auto -confiesa el coleccionista- fue que “era una revolución dentro del modernismo, porque alcanzaba los 150 kilómetros por hora, casi el doble de los modelos más antiguos”. “Corredores chilenos, como Bartolomé Ortiz o Raúl ‘Papín’ Jara, lo usaban en las carreras internacionales de la época, como Destinos Santiago- Arica; Santiago – Lima, entre otras. Y ‘volaban’”, explica. A sus manos llegó en 1967. Pero ya en La Calera, los más pudientes tenían este vehículo de taxi. También había algunos particulares. “Nosotros lo compramos

para taxi, cuando la situación económica como familia era más cómoda. Lo compramos los hermanos. Mi padre ya había fallecido, dejando mucho de historia. Me acuerdo de unos mineros que se iban a beber a un boliche que se llamaba El Paso, que quedaba en frente del paradero de la avenida Latorre. Ellos, antes de entrar a tomar, nos pagaban el pasaje para que los lleváramos a Quilimarí en Huanhualí, en la zona de Los Vilos. También este auto se usó mucho para servicios de funerales en la estación de La Calera. Trasladábamos a los dolientes al cementerio de La Calera o Palmilla, del antiguo sector que pertenecía a la comuna (hoy es de La Cruz). También íbamos Aal cementerio de Nogales o Purutum, de Hijuelas”, expresa, emocionado. Al pasar los años, los hermanos Reinoso decidieron vender el modelo Ford 46 y compraron un Chevrolet del año 1951. Sin embargo, debido a las historias que albergaba la familia y el trabajo como taxistas, Eduardo Reinoso compró un modelo idéntico a un señor de apellido Torres, vendedor de la Viña Cánepa, con residencia en la comuna de Quillota. Así, esta joya volvió a adornar su colección. La misma que, al pasar por la historia de sus dueños, puede retratar escenas de la historia de La Calera.

Ford A, año 1928. En su interior posa la quinta generación de Transportes Reinoso: su nieto, Reimundo Barrera Reinoso, de 4 años de edad.


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Las memorias de un testigo de la fuerza del fútbol calerano El ex futbolista César Vera, repasa los años en que la fábrica, la escuela y las calles de la ciudad vibraban en masa con la pasión del fútbol Miles de hojas secas son las que cubren el frontis y el antepatio de la casa de César Vera Morales, en la población Cemento Melón. Tiene 87 años y no necesita bastón ni muletas para caminar, su estado físico está perfecto, tal como su mente. César Vera tenía sólo 27 años cuando se casó con la mujer que amó, Erminia Almendares, pero que partió antes que él. Era trabajador de la fábrica Cemento Melón y futbolista del temido y poderoso Fosfatos Melón, equipo que representaba a La Calera en la División de Honor de Valparaíso, también conocida como “Dihva” o Liga Porteña. Una liga regional creada en los años 40, que agrupaba a los equipos de fútbol más fuertes de la Quinta Región, que por el centralismo capitalino no eran aceptados aún por la Asociación Central de Fútbol, ACF. Según cuenta el investigador Miguel Núñez, en su libro no publicado “Historia del fútbol calerano y de Unión La Calera”, la “Dihva” era el torneo más fuerte y prestigioso de la región en aquel tiempo. Tanto así, que cuando hubo encuentros entre equipos de la región y los que competían en la ACF, comúnmente ganaban los de la “Dihva” con relativa facilidad. Entre los clubes afiliados estaban Santiago Wanderers, Everton de Viña del Mar, Carmelo y Praga, CRAV de Viña, Deportivo Las Zorras, La Cruz, Sportiva Italiana, San Luis de Quillota, Deportivo Español, Universidad Santa María y Fosfatos Melón de La Calera. Eran años en que el fútbol era parte de la cultura calerana, a tal punto que ya existía la Asociación de Fútbol de La Calera, con activos equipos participantes, entre los que destacaban Cemento Melón, Ferroviarios, Calera Comercio, Cóndor, Chilenito, Minas Melón y Argentina de Hijuelas, entre otros. Cada uno de ellos con jugadores sobresalientes, como Alberto “Maestro” Caso, Juan “Turco” Amed, Manuel Piñones, Pedro Segura, los hermanos Rodolfo, Óscar “Chato” y Manuel “Mel”

Orellana, Domingo “Chuma” Reyes, Enrique Leiva; y Osvaldo Cabrera “Pata de Cañón”, por su potente disparo. “FOSFATÍN” En este contexto histórico, Fosfatos Melón estaba un escalón más arriba. Los jugadores y entrenadores que reclutaba llegaban a trabajar a las faenas de la producción cementera y entrenaban después del horario de trabajo. La fábrica daba permiso a un grupo de trabajadores para entrenar tres veces a la semana en el antiguo Estadio Cemento Melón. Entonces, La Calera estaba llena de buenos jugadores. Era tan importante el quehacer futbolístico al interior de Cemento Melón, que su primer formador fue nada menos que el uruguayo Pedro Mazzullo, ex jugador de Nacional de Montevideo en 1911, quien luego de pasar por La Calera sería entrenador de Corinthians en 1933 y de la propia Selección Chilena entre 1936 y 1939. “Todo el mundo le decía `Masuyo` porque se escribía con doble ele. Jugaba de puntero derecho y usaba una gorra negra con un elástico”, rememora César Vera. Aunque originalmente el nombre del club era Cemento Melón, al inscribirse en la liga porteña no fue aceptado, “porque la asociación no pretendía hacerle propaganda a nadie.

César Vera Morales.

Entonces había un abono agrícola que reemplazaba al salitre. Ese abono se llamaba fosfato. Y le pusieron Fosfatos Melón por eso. Igual que Refinería de Azúcar: tampoco la admitieron y se tuvo que poner Deportivo Viña. Ferroviarios tampoco pudo jugar con su nombre y se llamó Administración Puerto”, detalla César. La reglamentación de la Asociación obligaba a los clubes a presentar un equipo adulto y otro juvenil. En este último, apodado “Fosfatín”, estaba César Vera, quien era un hábil y veloz puntero derecho. PELOTAS DE TRAPO La pasión de César Vera por el fútbol se había desarrollado jugando pichangas cada tarde en la vereda de calle Carrera, frente a la actual fábrica. No había balones de fútbol como hoy, así es que el ingenio era la madre de la pasión futbolera. “Empezamos con pelotas de trapo. Le robábamos las lanas a mi mamá, de los colchones viejos, y las echábamos adentro de unos calcetines; doblábamos los calcetines, los amarrábamos, los cosíamos y quedaba una pelota de trapo durita. Con esa pelotita empezamos a hacer los dribling muy chiquititos”, detalla entre risas. Por aquel tiempo, en 1937, lo más cerca que el pequeño César estuvo del equipo adulto de Fosfatos Melón, fue “pichanguear” detrás de los arcos mientras sus figuras entrenaban. Fue en 1941 cuando Cemento Melón se dio el lujo de contratar como DT a Guillermo Saavedra. Un año antes, el “Monumento” había dirigido a Colo Colo campeón del torneo de Apertura. Ex seleccionado chileno en el Mundial de Uruguay 1930, torneo donde fue elegido por la prensa como el Mejor Jugador en su posición de mediocampista central, también había sido crack del elenco albo entre 1926 y 1933. Su llegada era una señal del poder cementero en esos años. La labor del nuevo entrenador se extendió hasta 1948, siendo una puerta de entrada para que los habitantes de La Calera se deleitaran viendo hasta encuentros internacionales, en los que Fosfato Melón casi siempre salía triunfador. César Vera lo recuerda como un técnico con conocimientos muy modernos, que

usaba trabajo táctico y le daba seria importancia a la condición física de sus jugadores. Murió en 1957 a la edad de 54 años, por no seguir las recomendaciones médicas de cuidarse. Por aquella época dirigía al club “Arco Iris” de Catemu, con el que había viajado hasta Casablanca a disputar un encuentro. Cuando volvía conduciendo su automóvil en la Cuesta de San Pedro, un ataque cardíaco le quitó la vida de manera fulminante. PEDRO HUGO LÓPEZ Mientras Fosfatos Melón seguía siendo uno de los equipos más fuertes de la región y el país, incluyendo el título de campeón de la “Dihva” en 1945, la Escuela Cemento Melón se

transformaba en la cantera de los futuros futbolistas. Una industria de craks al frente de la industria del cemento. En sus aulas estudiaban el futuro arquero Raúl Torres, Guido Vásquez, Carlos Michea, Luis “Tato” Pérez, Nelson “Chueco” García, Fidel Zuleta y los hermanos Sergio y Rigoberto Cabrera, tíos de un muchacho que en los años 80 adoptaría el apodo de “Pititore”. Fue en esas aulas que César Vera soñaba con su pasión futbolística. Al igual que un compañero que llegó y se hizo su amigo para siempre. Se llamaba Pedro Hugo López Michea, hijo de un empleado del salitre que trabajaba en la Oficina de María Elena, y de una melonina

llamaba Rosa Michea. “Recuerdo que en los recreos sólo se jugaba a la pelota, en canchas de maicillo. Si no jugabas a la pelota, entonces no eras de la escuela, porque eran todos peloteros, hasta los hermanos maristas, que la vez eran profesores. De ahí salieron muchos buenos jugadores”, afirma. De hecho, para muchos, Hugo López ha sido el mejor futbolista calerano de todos los tiempos. Sacó campeón a Colo Colo el año 47. Fue convocado a la Selección Chilena durante 10 años, todo un récord hasta hoy. Además, jugó el Sudamericano de Ecuador en 1947 –donde marcó tres goles- y el de Brasil en 1949 –le anotó a Brasil y CONTINÚA EN PÁGINA 8


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ESPECIAL ANIVERSARIO LA CALERA

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Las memorias de un testigo... Colombia-. Fue parte del plantel de Chile en el Mundial de Brasil 1950 y estuvo considerado entre los mejores wings del continente. En esta etapa se hizo amigo del gran Sergio Livinstone, quien le decía con cariño “Lopito”, recuerda el investigador Miguel Núñez. Pese a esto, Pedro López nunca olvidó sus raíces caleranas y menos a su amigo César. “Fue siempre muy buena gente, nunca se olvidó de nuestra amistad que nació siendo niños. Cuando estaba en pleno apogeo en la Selección Chilena, me mandó una foto de regalo.

Me invitaba a verlo jugar y eso que salía hasta en las portadas”, dice con orgullo el ex operario y futbolista de Fosfatos Melón. En 1957, tras pasar por la Universidad de Chile y Unión Española, Pedro López Michea volvió a jugar por el recién formado Unión La Calera. Pero la amputación de un dedo sería el inicio de una enfermedad mortal que le provocaría la muerte en, 1959 luego que le diseccionaran la rodilla y parte de su muslo. Su fallecimiento fue noticia nacional y su imagen fue portada de diarios y revistas. Tenía apenas 31 años.

DESAPARICIÓN DEL CLUB Fosfatos Melón se mantuvo en la División de Honor de Valparaíso hasta 1946, año en que desapareció, porque la Asociación Central de Fútbol aceptó las incorporaciones de Santiago Wanderers y Everton al Campeonato Oficial. De ahí, se afilió al torneo de la asociación calerana, donde enfrentó con el nombre de Cemento Melón los campeonatos locales con los equipos que ya militaban varios años en esta competencia. Sin embargo, la efervescencia de su pasado lo llevó a hacer un último intento por seguir

subsistiendo más allá de las fronteras caleranas. Postuló a la Asociación Central de Fútbol, en la misma ocasión que lo hizo el recién formado Deportes La Calera. En el libro “Campeones de Cemento”, de los autores Rino Curotto y Gustavo Crisóstomo, los historiadores de Unión La Calera recuerdan que en un comienzo se fusionaron los clubes Cóndor (el principal artífice con la idea de llegar al fútbol profesional), Calera Comercio y Tifón por un lado, formando el Club Deportes La Calera, el 26 de enero de 1954. “Como archirrival de todos los equipos caleranos de esa época, Cemento Melón intentó de manera paralela ingresar al fútbol profesional, solicitud que le fue rechazada. En un intento por revertir tal situación, se fusionó con el Minas Melón y Minas Calera, formando el Club Deportes Melón”. Pero el escaso respaldo del público a Deportes La Calera y la capacidad económica del Deportes Melón, llevaron finalmente a aceptar la formación de una institución que agrupara a todos: Unión La Calera. De hecho, la insignia actual del club todavía lleva los colores de todos sus clubes formadores. La “U” blanca en el centro representa a Cemento Melón; el fondo azul a los clubes Cóndor y Tifón. El color verde a Minas Navío y el nombre de la ciudad en blanco con fondo rojo a Calera Comercio. SEGUIR UNA PROFESIÓN Pese al talento que tenía

En la imagen junto a su esposa, ambos a la derecha, y al frente de ellos el gran Pedro Hugo López, su amigo desde la infancia. César Vera Morales, hoy cuenta que su padre influyó poderosamente en que no haya seguido en el fútbol. En su momento reconoce que lamentó alejarse de las canchas por seguir una especialización. No obstante, el tiempo es sabio y aquella imposición fue tomando consecuencia durante los 43 años que trabajó en la fábrica Cemento Melón. Gracias a su trabajo forjó una familia junto a su esposa Erminia, de cuya unión nacieron César, Elisa y Myriam. Aunque eso tampoco lo

hizo dejar del todo las canchas. Siguió jugando hasta antes de casarse y yendo a ver a Unión La Calera, hasta que los cuidados propios de su edad se lo impidieron. Hoy escucha los partidos en La Calera Radio y grita los goles del equipo cementero. Es que su “nueva vida” nació justo el año en que se fundó el club, es como si fueran de la mano. En noviembre cumplirá 89 años y sus historias seguramente seguirán siendo una interesante ventana al pasado.

Memorias del 6-2 a Unión Española Con 80 mil personas en las galerías, el sábado 3 de diciembre de 1938 se inauguró el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Allí estuvieron presentes sólo cuatro clubes como protagonistas directos: Colo Colo, Sao Cristovao de Brasil, Unión Española y Cemento Melón. En el semifondo, el cuadro calerano goleó 6-2 a los hispanos, al tiempo que Colo Colo despachó a los cariocas 6-3. “En ese equipo estaba Viterbo Valdivia padre. Era extraordinario, uno de los mejores jugadores que hemos visto. Excepcionalmente bueno”, asegura Vera.

El equipo que realizó una gira al norte y venció a la selección de Iquique 2-1. En la foto aparecen, en la fila superior, Hugo Vera, Carlos Espinoza, Méndez y Justiniano Espinoza; en el centro están Nicolás Chahuán (de pie), Francisco Guilleseire, Nicolás Godoy, Luis calderón, Víctor Laffite, Lodis y el “Chabeta” Chahuán. En la fila inferior están Mario Díaz, César Vera, Donoso, Mario Latín y Gregorio Espinoza.


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