EL OBSERVADOR Ediciones Especiales
Edici贸n Especial 156 a帽os de Limache
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“Amor y tiempo es lo fundamental que El pediatra Kenneth Jones, descendiente de ingleses, escogió Limache para vivir tras su jubilación por la tranquilidad que le ofrece la comuna.
Ejercer la profesión de médico pediatra nunca estuvo en los planes de Kenneth Jones Swinglehurst. Pero con el paso del tiempo, se encantó con la idea de hacer que los niños se mantuvieran sanos y, al estudiar, reafirmó una vocación que lo terminó transformando en una eminencia. Trabajó hasta los 85 años, sin poder dejar por completo el vínculo con sus pacientes. Kenneth nació en Viña del Mar el 14 de enero de 1926, como el menor de tres hermanos, descendientes de familias inglesas. Siempre estuvo interesado en conocer la historia de sus abuelos y bisabuelos, con el fin de entender cómo llegaron a Chile. Fue así como, por boca de su madre, se enteró que el primero en llegar a esta faja larga y angosta de tierra fue su bisabuelo materno, quien en representación de una empresa inglesa arribó a vender maquinaria para la minería. Con el paso de los años se encantó con esta tierra y formo algunas empresas, que fueron administradas por
uno de sus hijos, el abuelo de Kenneth, quien junto a su familia se estableció en la ciudad de Valparaíso. Paralelamente, su padre –también británico- llegó desde Inglaterra hasta el puerto principal de Chile, para hacerse cargo del Banco Londres, logrando así conocer a su madre y formar la familia Jones- Swinglehurst. A pesar de nacer en Chile, Kenneth nunca abandonó sus raíces. De hecho, su familia decidió que su niñez y adolescencia las pasara estudiando en Inglaterra. Durante esos años la experiencia no fue fácil, pues estuvo presente en conflictos bélicos y fue testigo de muchas muertes, que lo marcaron y forjaron su personalidad. QUERÍA SER BIÓLOGO MARINO Al terminar el colegio, regresó a Chile y decidió ingresar a la universidad, siempre interesado por la investigación y la biología, pero al no encontrar la carrera deseada, vio una oportunidad en la Medicina, sin pensar en llegar a ejercer como médico, pues
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Kenneth Jones, jubiló de médico pediatra hace tres años.
sus ideales apuntaban a la biología marina. Con el paso de los años y cumpliendo con los sueños de su madre, se encantó con la medicina y decidió que al egresar, sería un médico pediatra. “Yo estaba interesado en la ciencia, no tenía interés de ser médico, me interesaba la investigación, la biología. Mi madre siempre quiso que fuera médico, porque un hermano de ella era médico y su sueño era que fuéramos como el tío. En la medida que cursé los años, me empezó a gustar y finalmente, cuando hice Pediatría, fue lo que más me llamó la atención. A esas alturas, sabía que no iba a ser investigador”, dijo Kenneth. En 1949, tras un frío juramento, el secretario de la universidad le entregó su título de Medicina, dejando delante de él el incierto futuro que le esperaba, ya que para todo profesional del área de la salud las cosas no eran fáciles en esos años, pues debían trabajar sus primeros años sin recibir un sueldo, esperando la oportunidad de un cupo de trabajo remunerado. Como ya era un hombre de familia, casado en primeras nupcias, con un hijo, Kenneth ingresó a trabajar sin remuneración en el Hospital Luis Calvo Mackenna de Santiago. Afortunadamente, tras los primeros tres meses, un colega le contó que buscaban pediatras para trabajar en las salitreras, por lo que sin pensarlo inició la postulación. “Era difícil los primeros años, como ya tenía un hijo todo se complicaba más. Pero, como mi madre había fallecido un año antes que yo egresara, recibí una pequeña herencia, que me ayudó a sustentar a mi familia. Y luego surgió este trabajo en el norte, al que postulé, quedé
y tomé a mi familia y nos fuimos”, expresó Kenneth. MEDICINA ANTIGUA Si bien la tecnología no era el fuerte de la medicina en los años 50, las cosas en las salitreras era muy distintas que en la capital, pues la precariedad en recursos abundaba, por lo que era necesario ser un buen médico y tener un contacto profundo con los pacientes, para establecer las enfermedad, sin la posibilidad de una radiografía o examen rápido. Ante la precariedad, Kenneth atendía a sus pacientes por largos minutos, ya que era necesaria una completa entrevista previa muy exhaustiva para establecer las causas de una dolencia. Fue, gracias a este paso por las salitreras, que se prolongó por dos años, que el joven inglés logró capacitarse mucho más, dejando un importante legado y ampliando sus aptitudes en la medicina. “Hoy se depende mucho de los exámenes, allá en el norte, si yo hacía un examen, había que mandarlo a un laboratorio a Iquique y el resultado podía demorar cerca de 6 semanas. Uno debía arreglárselas con lo que sabía. Incluso, al llegar allá con la ayuda de un obrero, construí una precaria incubadora. Para la gente de las salitreras era desconocida esa máquina, que aunque fue precaria, nos ayudó bastante. Fue una caja con una luz para dar calor, una entrada de oxígeno y siempre había una enfermera que veía el termómetro, porque no existía mayor tecnología”, manifestó Kenneth, mostrando, además, que sus dotes de científico seguían intactos.
SU REGRESO Y LA ACADEMIA Luego de dos años, el
médico pediatra decidió regresar a la zona, llegando así a vivir en Viña del Mar. A pesar de traer un importante curriculum, por haber sido uno de los primeros médicos en su especialidad en trabajar en las salitreras, las posibilidades eran pocas y en un principio solo logro recibir remuneraciones con algunos reemplazos en los hospitales de la zona. Tras unos meses, ingresó al desaparecido hospital “Doctor Enrique Deformes” de Valparaíso, donde se mantuvo por más de 10 años. Su trayectoria fue impecable, tanto así que llegó a ser su director, en los últimos años del establecimiento, antes que el terremoto de 1985 lo hiciera inhabitable y las autoridades decidieran demolerlo y construir en su lugar el actual Congreso. Pero paralelo a su trabajo como médico, Kenneth Jones se dedicó a la docencia, impartiendo clases de Pediatría en una Escuela de Pediatría del Hospital del Niño de Viña del Mar y, luego, en el hospital Carlos Van Buren de Valparaíso. Asimismo, instaló una consulta particular en Viña del Mar, que le permitía obtener mayores ingresos para así mantener a sus cuatro hijos: Ian, Michael, David y Andrew. Las familias quje le llevaban sus hijos quedaban encantadas con este médico que casi nunca recetó antibióticos, que buscaba siempre por el lado natural (poner chuño en vez de hipoglós, dejar a las guaguas desnudas al sol, sostener solamente la leche de la madre contra viento y marea durante el mayor tiempo posible, una alimentación que la entregaba por escrito) y que además agregaba factores sicológicos del desarrollo de
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los padres deben darles a sus hijos”
A sus 88 años Kenneth disfruta de sus jardines, sus animales y su tiempo libre en su vivienda ubicada en calle Republica.
los niños. Siempre atento a las consultas a toda hora, se ganó la confianza de leales padres, que siguieron sus consejos como un dogma. Su gran frase, cuando los papás nuevos preguntaban
la mejor forma de estimular a un hijo, para contribuir a su desarrollo, el Dr. Kenneth Jones respondía: “sólo hay que darle amor y tiempo. Eso es todo.” Tras una vida bastante
agitada como profesional, además de ser parte de diversas agrupaciones de la zona, su primer matrimonio se disolvió y luego de algunos años de soledad, se reencontró con el amor
junto a Janet Seddon, una corredora de propiedades descendiente de una familia chileno-escocesa, con la que decidió casarse, para pasar el resto de sus días unidos.
VIVIR EN LIMACHE Aunque gran parte de su vida Kenneth vivió en la capital regional, gracias a su padre siempre conoció el interior de la región, llegando así hasta Limache, encantándose con sus paisajes verdes, su aire puro y la tranquilidad de la comuna. Fue por este motivo que, en 1996, decidió comprar una casa en calle Republica, que en un principio sólo era visitada los fines de semana o días de descanso, pero ya en el 2000, tras su jubilación como docente, solo ejerciendo la medicina de forma particular, junto a su mujer decidieron establecerse en Limache. “En esa época tenía una consulta en mi casa en Viña, por lo que me la traje y tuve cerca de 12 años la consulta aquí en Limache. Me vine aquí porque me encanta el campo, la tranquilidad. Siempre pensábamos en vivir en un lugar que nos diera paz, pero también nos permitiera trabajar. Y Limache significaba estar en el campo sin dejar mi trabajo”, dijo Kenneth. El connotado pediatra, quien alcanzó importantes
cargos en hospitales de la región, atendió a sus pacientes hasta hace tres años, al cumplir 85 años. Con mucha pena de dejar a sus pequeños, decidió retirarse. Fue así como inició una etapa más reposada, cobijado bajo la paz que regala Limache a quien la elige para vivir, lo que, incluso, le permitió escribir un libro donde cuenta su vida, con sus raíces, desde la llegada de su bisabuelo a Chile, hasta el último de sus días en el ejercicio de la medicina. Asimismo, hoy tiene el tiempo para dedicarse a cultivar en su pequeño huerto, a sus jardines y a sus perros que junto a su esposa Janet lo acompañan en el confortable hogar que crearon en Limache. En calle Republica, rodeado de hermosas flores, el aire y tranquilidad que ofrece Limache, Kenneth hoy se sienta a recordar su infancia, la difícil vida laborar que debió enfrentar para llegar a ser un importante y buen médico que atendió a miles de niños, muchos que aún hoy lo llaman para solicitar consejos médicos para sus nietos.
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Patrimonio y naturaleza: Limache se niega a perder lo esencial Gastón Soublette y Joel González nos comparten la mirada de dos generaciones, porque son dos removedores de conciencias, dos limachinos que han transitado desde la academia y las aulas, a la acción directa, para preservar el orden natural que la modernidad todavía no logra someter
Próximo a los noventa años, pero con su capacidad mental intacta y capaz de cautivar conciencias de todas las edades, Gastón Soublette Asmussen no ha quedado indiferente al momento especial por el que atraviesa Limache, comuna que conoce desde los cuatro años y en la que reside desde hace varias décadas. Filósofo, musicólogo y poeta, defensor de la tradición oral y convencido que su querido valle posee un magnetismo capaz de cambiar el estado de las cosas, asegura que Limache ya no es la misma que lo recibía cuando visitaba a su tía Blanca Soublette, en la calle Andrés Bello, pues los embates de la naturaleza y la incapacidad de salvaguardar la fisonomía de sus construcciones tradicionales, fueron cambiando inexorablemente su rostro. “Limache de esa época era hermosísimo, muchas casas con grandes jardines, había un gran patrimonio. Pero los terremotos han sido el peor enemigo de Limache y también el descuido de mucha gente que no supo valorar lo que tenía. Los terremotos han dejado mal las casas y con mucha facilidad las han demolido”, advierte el profesor de Estética de la Universidad Católica de Chile, donde todavía hace clases. Su casa, una hermosa quinta que adquirió hace unos 27 años, a pocos metros de la morada que visitaba cuando niño -en calle Andrés Bello, hacia el Estero-, es una de las pocas construcciones que van quedando de aquellos años, rememorados por este sabio poeta, al
que tanto se le menciona por haber traspasado a partituras a su amiga Violeta Parra. “Recuerdo que antes se conservaban muy bien las tradiciones, los niños cantaban rondas, las señoras de más edad contaban cuentos, los ancianos conocían refranes que son enseñanzas de vida del pueblo, pero lo que los terremotos y la inconsciencia no avasalló fue el arraigo con la tierra y la naturaleza que se plasma en Limache, pues no hay que buscarla, está al alcance de la mano”, dice. De hecho, este creador múltiple asegura que “queda una cosa muy esencial, que también lo ven los jóvenes que han asistido a los cabildos que se han organizado: sus habitantes se han negado a que llamen ciudad a Limache u Olmué, porque si las llamáramos ciudad, seguirá viniendo el negocio inmobiliario y va morir Limache tal como la concebimos”. “La llamamos pueblo, porque conserva algo fundamental: está inserta en el orden natural, algo que no ocurre con las grandes ciudades, donde éste ha sido intervenido. Aquí el orden natural está al alcance de la mano”, argumenta. MÁS CONSCIENTES, MÁS PROTAGONISTAS De una generación distinta, pero con visiones compartidas, el conocido profesor y músico Joel González Vega, alaba la generación de una serie de movimientos que han surgido para defender el patrimonio de la comuna de Limache, aunque ello demuestre “una debilidad de la
labor del Estado”. “Veo un Limache cada vez más conectado con su esencia. Cada vez surgen más organizaciones, personas que a través de su carisma e ímpetu personal han tratado de impulsar una serie de iniciativas. Pero eso parte de un cuestionamiento subyacente con lo que debería ser el rol del Estado, como garante de los derechos ciudadanos y de vivir en un ambiente libre de contaminación. De alguna manera la ciudadanía está tratando de suplir parte del trabajo del Estado, que no ha hecho bien su trabajo”, asegura quien ha sido fundamental en la lucha regional contra la llamada Ley Monsanto, e integrante de las agrupaciones “Valle Consciente” y el colectivo “Tierra Nueva”. Para el músico limachino -integrante fundador de la banda “Al Otro Pueblo”- todas las estructuras del Estado son funcionales a un ordenamiento político y económico, que tiene serias implicancias en el medio ambiente. Ello también se ve reflejado en las amenazas productivas -torres de alta tensión, pertenencias mineras o la aplicación masiva de plaguicidas- que ponen en peligro al estilo de vida que defienden muchos limachinos y limachinas. Así también lo cree Gastón Soublette, quien sostuvo que perder el orden natural sería la muerte del Limache que se pretende preservar. “Y el primer paso hacia esta muerte segura sería cortar al valle en dos, con un tendido eléctrico, mediante torres que alcanzarían hasta los 72 metros. Un crimen”,
El filósofo y musicólogo Gastón Soublette Asmussen.
vaticina Soublette. LA ESPERANZA DE LOS AUTOCONVOCADOS Muchas de estas reflexiones han llevado a grupos de limachinos a que quieran recuperar lo perdido. “Me topé con una fotografía de lo que era la Poza Larga, la famosa Posa Paraíso. Me acuerdo que, cuando era chico, iba con mi cámara de neumático e íbamos con un grupo de amigos a bañarnos al estero. Era un lugar muy bonito, esas cosas se han perdido por falta de resguardo. Pero Limache mantiene otros aspectos que tienen que ver con su gente. Todavía uno va a comprar al negocio de la esquina, todavía la gente tiene casero y se detienen en medio de la calle para conversar”, expresa Joel
El grupo “Estero de Limache Limpio” surgió entre ciudadanos que desean recuperar el curso de agua en su estado natural, libre de basura.
Una vista de Limache desde La Huinca, el pulmón verde que se desea preservar para las nuevas generaciones.
González, quien concuerda con el filósofo Soublette en que se requiere un mayor trabajo para lograr resguardar todo el patrimonio natural y cultural heredado de sus ancestros. Así es como han surgido grupos de ciudadanos autoconvocados. Por ejemplo, para defender y hacer actividades de rescate del cerro La Huinca -un pulmón verde sobre San Francisco de Limache, respecto del cual no existe protección-, así como el grupo de vecinos que cada sábado, a puro pulso y ayudados con guantes y bolsas de basura, han ido limpiando el perfil del Estero de Limache para su rescate natural. De esta manera también, de manera autoconvocada nació “Valle Consciente”, en medio del encuentro de dis-
Joel González Vega y una de sus tantas intervenciones para generar conciencia en la comunidad.
tintas personas que se juntaron a reflexionar sobre la comuna que querían. “No era sólo el tema medioambiental, sino darnos
a los ciudadanos la posibilidad de incidir en la consulta y pensar cómo es el barrio en el que queremos vivir, porque históricamente hemos
ido echando para adelante al formato que se ha ido imponiendo, pero nunca se nos ha consultado cómo es el Limache que queremos y, a partir de ahí, tener una cuota de incidencia en distintos ámbitos, en el plano cultural, medio ambiental, político y social de la comuna”, opina González. Que cada persona se haga cargo de su responsabilidad parece ser la estrategia que más resultados les ha dado a estas agrupaciones que han surgido sin directrices, motivando a decenas de limachinos a colaborar y sentirse parte de la solución. Un surgimiento que trae esperanzas a quienes como Gastón Soublette han luchado por décadas para que se defienda la esencia de un pueblo. “La existencia de grupos que se están organizando en defensa del patrimonio natural de cada comuna es esperanzadora. Que los jóvenes se hayan dado cuenta es porque se está despertando una muy saludable cons-
ciencia de lo que significa el patrimonio natural, también del patrimonio tangible e intangible. Hoy, la juventud está queriendo rescatar las tradiciones orales, los refranes, los cuentos, el canto a lo humano, el canto a lo divino, la juventud mira todo esto como algo sagrado, yo lo noto en mis alumnos, porque hace treinta años no tenían conciencia de esto, pues estaban divididos en fracciones ideológicas”, comenta. Además, concluye: “Ahora veo que hay diferencias pero también consensos, porque las ideologías se fueron y hoy la lucha es por el trabajo, la educación, la familia, el medio ambiente. Eso es muy saludable y el problema es la legislación que privilegia la concreción de estos proyectos tan dañinos para las comunidades como atravesar el tendido eléctrico en medio de un pueblo. ¿Como es posible que el Valle de Limache vaya a morir y que no se va poder recuperar nunca más?”.
Las “rogativas nerudianas” que echaron a los bulldozer Afortunadamente para Limache, sus autoridades comunales han sabido resguardar -aunque eso sí, actuando ante la emergencia- el patrimonio natural de la comuna. Así también lo cree Gastón Soublette, quien asegura que cuando no han sido las autoridades, ha sido la mística del valle la que ha aportado su grano de arena. “Afortunadamente el señor alcalde tiene bien claro este peligro. También lo tuvieron el señor Minardi y el señor Irarrázabal. Este último nos ayudó a que el gaseoducto no pasara por encima de Limache, así como evitar la instalación de las termoeléctricas, aquello habría sido fatal”, comenta. El reconocido académico recuerda que “bastantes años antes, logramos terminar con las tres explotaciones mineras que habían al interior del Parque de conservación forestal de La Campana, con movimiento de camiones, bulldózer y explosivos. Todos los esfuerzos que se habían hecho con las autoridades no habían servido de nada”. El filósofo limachino recuerda que entonces se organizó una rogativa a la que asistieron 120 personas. “Leímos parte del Canto General de Pablo Neruda, en forma responsorial y todo eso alternado con Alturas de Machu Pichu. Había gente que tocaba kultrún y se generó mucha mística y mucha emoción a la vez. A la semana, llegó un decreto clausurando las tres explotaciones mineras y todos los trámites que habíamos hecho antes no habían servido de nada. Este valle no sólo es hermoso, también posee un magnetismo poderoso”, finalizó el sabio Soublette.
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La historia de Martín Verdejo Rojas: una vida tallada a cincel y martillo El creador del Cristo en madera de las 40 Horas y un sinnúmero de reconocidas creaciones era apenas un veinteañero cuando Hortencia Bussi, Primera Dama de la República, lo invitó a exponer al Museo Nacional de Bellas Artes, tras leer una entrevista en la que hablaba de sus anhelos de artista de provincia. Hoy sólo espera seguir tallando y enseñando, cumpliendo el deseo que alguna vez le dijo de niño a su padre: “Lo mío es trabajar con las manos”.
Con jazz, agua hirviendo y la chimenea entibiando su taller, emplazado en uno de los cerros de la hermosa localidad de Los Laureles, nos esperaba Martín Washington Verdejo Rojas, conocido escultor de la comuna y la región, profesor de decenas de generaciones de limachinos y de varias otras comunas vecinas, que ha dedicado toda una vida al arte del tallado. Su padre, trabajador de Ferrocarriles pero también fotógrafo, escultor, filatélico y forjador, murió a los 36 años de edad y Martín, con 16, quedó a cargo de la casa, junto a su madre y sus cuatro hermanos menores. En ese entonces vivían en los terrenos de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, en una vivienda emplazada en el lugar donde hoy funciona el Supermercado Monserrat, y en la que se mantendrían por 53 años. “Ahí empecé a estudiar. Lo que no que no quería hacer cuando estaba mi papá. Incluso me internó en la Escuela Industrial de La Calera para que estudiara. ‘Si yo voy a trabajar con las manos’, le decía. Cuando me di cuenta era tarde porque tuve que salir a trabajar a la cuadrilla. Mi papá era jefe de taller de Ferrocarriles y no me quedó otra posibilidad que entrar a trabajar. Fue duro, porque tenía 16 años y tenía que cargar durmientes”, contó. Paralelamente logró egresar de la secundaria, en
la escuela nocturna de Limache. “Y fue cuando se me empezaron a dar las cosas. Me pasaba al taller donde trabajaba mi papá, pero me decía que no podía terminar aquí. Empecé a hacer pequeños tallados en madera. En ese tiempo fumaba y lo primero que hice fue un cenicero”, rememora. El amor llegó a su puerta muy joven y se casó a los 21 años, con María Isabel Yáñez Ramos, su esposa y compañera con quien cumplirá en poco tiempo las Bodas de Oro. En junio del mismo año, el limachino ingresó a estudiar tallado en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar. “Creo que mi papá debe haber estado desde arriba ayudando, porque ni sé cómo pasaron las cosas y tampoco las disfruté, pues creía que a todos los artistas les pasaba lo mismo”, comenta. Desde que expuso por primera vez junto a profesores y egresados de la Escuela de Bellas Artes, obtuvo siete premios seguidos con sus obras. Además, junto a su trabajo en Ferrocarriles, ya había comenzado a ganarse la vida gracias al arte, realizando –primero- artesanías, las que vendía muy rápidamente. “Las terminaba y se las llevaba a Pepe Fort y varios otros conocidos comerciantes. Otros profesionales también me las compraban. El doctor Allende, el dentis-
Un boldo de 800 años fue talado para construir una vivienda. “Una aberración”, dijo Martín Verdejo a quien igual le regalaron un pedazo que pesaba tonelada y media. De ahí salió esta pieza es parte de su taller en Los Laureles.
Con un cincel y un martillo, las piedras también han sido la materia prima de este importante artista limachino.
Todo tipo de recuerdos, como el programa de su exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes son parte de su taller.
Desde que empezó en el tallado, el artista dedica parte de su tiempo a cultivar cactus de todo tipo. Es su válvula de escape: un criadero que lo llena de energía.
ta, tiene las mejores piezas”, cuenta. LA PRIMERA DAMA Y EL BELLAS ARTES Martín Verdejo guarda cada recorte, cartas de agradecimientos, sus premios y participaciones en distintas exposiciones como verdaderos tesoros, entre ellos una carta firmada por la esposa del ex Presidente de la República, Salvador Allende, Hortencia Bussi, invitándolo a exponer al Museo Nacional de Bellas Artes. “Un día, en una entrevista a la Revista Paula, me preguntaron cuál sería mi mayor anhelo. Le respondí a la periodista: ‘Alguna vez poder exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes, porque allí exponen los movidos, los extranjeros, pero un escultor joven y de provincia no tiene muchas posibilidades’. Al mes y medio me llegó una carta firmada por la Primera Dama, para que me pusiera en contacto con Nemesio An-
túnez, porque iba a estar presente en una inauguración con mis obras”. Dice que fue un momento inolvidable, del que no muchos en Limache se enteraron. “Después uno de mis alumnos buscó en Internet y se dio cuenta que había sido el único joven que siendo estudiante expuso en el museo”, contó Martín Verdejo. NACE EL MAESTRO En su obra posee varios Cristos tallados en madera. El de la Iglesia de Las 40 Horas, el del Hospital de Niños de Viña del Mar -que es el que más le gusta- otro que está en el Club Español, el Niño Dios de Las Palmas en Olmué, entre otras imágenes. “En las Monjas Francesas hice un padre Damián de dos metros cincuenta, que lo terminé los días en que el padre estaba en su lecho de muerte”, recordó. Como había entrado a
muy corta edad a trabajar a la cuadrilla de Ferrocarriles, el artista limachino pudo jubilar a los 39 años. “Fue entonces que me dije ‘no voy a seguir creando porque me gustaría enseñar’”, dice, aunque la creación nunca acabó. Tuvo la posibilidad de realizar clases en la Casa de la Cultura, de la cual es profesor hace veinte años en tallado en madera. Y por sus manos y sus enseñanzas han pasado más de 500 alumnos, varios de ellos dedicados posteriormente al arte, incluso una de ellas triunfando en Europa. Haciendo clases se dio cuenta de las carencias que muchos de sus alumnos tenían en su vida personal y que encontraron en el tallado una verdadera terapia. “Me acuerdo que un día estábamos tomando onces después de que terminó la clase y don Luis Minardi -entonces director de la Casa de la Cultura- miró y me mandó llamar a la oficina para preguntarme por qué estaban tomando onces. Le respondí que si él se acercaba a la clase, se iba a dar cuenta que tenía tres alumnos que estaban totalmente solos y no tenían con quién conversar, así que las onces no eran
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por tomar onces, eran por conversar y para que esas personas se desahogaran. Al final me dijo: ‘Bien, siga no más’. Ahora, cuando llego a hacer clases el sábado, está listo el desayuno”, cuenta. Con una personalidad sencilla y de una simpatía que desborda, este limachino ha dedicado gran parte de su vida a enseñar. Hace años que trabaja también con un grupo de vecinas de Tabolango, que aprenden a tallar madera de tal manera que ahora sus creaciones las han podido exponer y vender en varias ferias y centros comerciales de la región: “Al principio me decían ¿quién me va comprar una cuchara de madera? Y se las compran. Yo siempre les dijo: ‘Ustedes crean una obra única, no hay otra igual en todo el mundo, de ahí el valor que ésta posee’”. Martín Verdejo está convencido que la persona que estudia tallado tiene algo especial, no es como el resto: “Yo estoy muy contento de lo que estoy haciendo, porque hay muchas personas que son felices totalmente. Tengo un alumno de Olmué, que tiene muchos recursos. Primero me mandó a hacer unos
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carteles para unas parcelas que compró y me preguntó: ‘¿Cree usted que yo podría hacer algo?’. ‘Pero claro que sí’, le dije. Empezó a tallar y ahora lo hace espectacular. Antes él se levantaba en la mañana y le tenían todo listo, preparado el desayuno, los periódicos que leía. Ahora se levanta temprano, toma desayuno rápidamente y se pone a tallar”. SU PARAÍSO EN LOS LAURELES Hace doce años que Martín Verdejo y su familia compraron una propiedad en un sector alto de Los Laureles con la idea de vivir junto a sus dos hijos, uno de ellos llegará a radicarse
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próximamente desde Perú. Allí dice que realizó la escultura más grande que ha hecho, su casa, pues la hicieron su hijo y él. “Nuestra familia es muy, pero muy unida, somos tremendamente de piel y, si alguno de nosotros tiene un problema, entre todos lo arreglamos”, celebra. Cuando le preguntamos por sus sueños, sin duda estar junto a la familia es lo que a Martín Verdejo lo desvela. Porque sabe que el arte seguirá siendo parte de su vida hasta que las fuerzas se lo permitan. “Lo mío será hasta cuando pueda. Seguiré creando, tallando y enseñando”, advierte, con seguridad.
El hijo que superó al maestro Orgulloso, Martín asegura que su hijo menor, Claudio Verdejo, ya lo superó en el arte del tallado. Fue profesor en la escuela especial Ester De la Torre Villaroel para niños con necesidades educativas especiales, un trabajo lleno de satisfacciones personales como el trabajar el tallado con niños discapacitados visuales. Hoy su hijo, con quien vive en Los Laureles, es profesor del Colegio Waldorf de Limache, y uno de los más queridos por sus alumnos. “Claudio aprendió así también, mirándome a mí y está trabajando muy, pero muy bien, tiene muchas más habilidades”, dijo este padre y artista.