Jacinto Lara Dimensiones del Héroe

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Carlos Giménez Lizarzado Compilador

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Gobernación del Estado Lara Dirección General Sectorial de Educación Fundación Buría

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Juan Jacinto Lara. Dimensiones del Héroe. © Carlos Giménez Lizarzado. Compilador © De cada texto su autor Colección Moral y Luces. 2 Gobernación del Estado Lara Dirección General Sectorial de Educación Fundación Buría Barquisimeto-Venezuela. 2008 Coordinación editorial: Carlos Giménez Lizarzado Diseño editorial: Reinaldo E. Rojas Merchán Imagen de Cubierta: Detalle de una pintura sobre el General Juan Jacinto Lara realizada por Efraín Arapé Impresión: Gráficas Acea ISBN: 978-980-6087-67-5 Depósito Legal: lf902008900461 Impreso en Venezuela - Printed in Venezuela

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Índice

Proemio.......................................................................................7 Homenaje al Héroe Epónimo General de División Juan Jacinto Lara Ángel María Núñez . .................................................................. 11 Biografía de Ángel María Núñez Por Yovanni Núñez Bracho. ............................................. 13 General Juan Jacinto Lara Cecilio Zubillaga Perera. ............................................................ 43 El verdadero héroe de Corpahuaico.......................... 45 Indiscutiblemente Corpahuaico fue Lara.................. 53 El héroe de Corpahuaico.............................................. 61 Palabras de Cecilio Zubillaga Perera......................... 67 Prólogo de una tesis...................................................... 71 Jacinto Lara y la política regional de hace un siglo, vista en documentos inéditos........................... 75 Lara y el Paecismo perseguidor.................................. 95 Lara desconocido........................................................101 219 Aniversario del Natalicio de Juan Jacinto Lara General de División Reinaldo Rojas..........................................................................107 Nace una República....................................................110 Hitos de una nacionalización....................................111 Reflejos en educación..................................................113

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Misión de Juan Jacinto Lara.......................................114 Dos mensajes................................................................116 La tarea de hoy............................................................117

Jacinto Lara Horizontes de la Libertad Carlos Giménez Lizarzado.........................................................119 Cronología....................................................................125 Fuentes......................................................................... 127

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Proemio Co��������������������������������������������������� mo ciudadanos venezolanos y especialmente como educadores larenses, a nuestro juicio, tenemos aun una tarea pendiente con el estudio y reconocimiento de la figura que da nombre a nuestro Estado, el General Juan Jacinto Lara Meléndez. Hombre que logró alcanzar, producto de su espíritu guerrero, inteligencia y amor a la patria, los máximos honores como combatiente heroico en las gesta de Emancipación Nacional, convirtiéndose en fiel colaborador y apareciendo siempre al mando de los egregias personalidades conductoras de nuestra Independencia, como lo fueron Bolívar, Miranda y Sucre. Nuestro Jacinto Lara, suerte de guía espiritual de esta entidad que aun nos mira desde lejos para recordarnos que tuvo la valentía y el honor de llevar en sus hombros la independencia y la libertad más allá de Venezuela. En efecto debemos reconocerlo como un héroe de proyección continental por su significativa participación en la llamada Campaña del Sur (Boyacá, Junín y Ayacucho), que marcó la derrota definitiva del Imperio español y selló la victoria de la Independencia suramericana, de donde procede su calificativo “Héroe de Corpahuaico”, por haber puesto a salvo el Ejército que conducía en una difícil maniobra contra el Ejército enemigo en Corpahuaico. Con razón afirma Cecilio Zubillaga Perera que Lara salvó al Ejército de Sucre en Corpahuaico y con ello salvó la Independencia de América del Sur. Son muchas las virtudes y cualidades de Jacinto Lara que hoy debemos reivindicar como legado imperecedero, cuyas

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enseñanzas es pertinente tomar como valores referentes en nuestra condición de pueblo libre y república soberana. Sobresale en Lara el coraje, dignidad, honor y disciplina, a lo largo de su brillante trayectoria que tiene entre sus hitos fundamentales, sus inicios como soldado de la Junta Suprema en 1810 y la consolidación de su gloria junto a Sucre en la Batalla de Ayacucho, en 1825. Lara sigue siendo pues el más noble ejemplo para las generaciones del presente y del futuro, mostrado por su intachable conducta de hombre probo en las responsabilidades asumida, guiada por un gran amor patriótico. Jacinto Lara Héroe de Corpahuaico y prócer de la Independencia Suramericana es el hijo mas ilustre de Carora donde se presume nació un 28 de mayo de 1778, pero que independientemente de ello, quien nos legó su obra de constructor de patria, elevando a los mas altos niveles nuestro gentilicio que con el se creció en territorio venezolano y países bolivarianos. Es relevante su mensaje en momentos que bregamos por la Refundación de la República, proceso que tienen en hombres como Lara el mas digno ejemplo a seguir, por sus ideales y virtudes personales que deben cultivarse en la formación del nuevo ciudadano que reclama la Constitución Bolivariana. Por consiguiente, nos complace sobremanera poner al alcance de la colectividad larense este interesante estudio publicado en forma de Libro intitulado Juan Jacinto Lara, Dimensiones de un Héroe, el cual se compone de cuatro densos trabajos muy bien enfocados acerca de la vida y trascendencia de este noble personaje. En primer lugar, Discurso de Orden pronunciado por Ángel María Núñez en Sesión solemne del Centro de Historia Larense en Homenaje Al héroe Epónimo el 28 de Mayo de 1970. Encuéntrase aquí una amplia descripción del contexto de su participación en la campaña militar que le dio gloria, además discurre sobre las virtudes humanas y destaca

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también los valores y meritos del héroe. En segundo lugar, el apasionado estudio histórico que hace Cecilio Zubillaga Perera sobre el General Jacinto Lara, en el cual reivindica la participación del caroreño ejemplar en nuestra gesta republicana, reclamando que “si figuras grandes como Bolívar, Sucre, Urdaneta, Páez y otros, están suficientemente divulgados en la conciencia nacional, en virtud de los variados estudios que de ello se han hecho, no ha ocurrido así con los demás patricios libertadores, entre los cuales está el de nuestro Lara benemérito”. Seguidamente el Discurso de Orden que pronunció Reinaldo Rojas en la Sesión Solemne de la extinta Asamblea Legislativa con motivo del 218 Aniversario del Natalicio del General de División Juan Jacinto Lara, año 1996, momentos en que el país vivió su peor crisis por la descomposición de un modelo político que exigía cambios y transformación. Por ello Rojas toma la figura ejemplar de Lara para decir que “la obra de Lara esta ligada a la construcción de nuestra nacionalidad independiente -y así mismo en aquel momento se preguntó-: ¿Habrá Venezuela en el siglo XXI? Respondiéndose que dependería de nosotros, de nuestra conducta política y de la fortaleza que tenga nuestra conciencia histórica”. Felizmente aquí estamos con Bolívar, Miranda, Sucre, Ribas y Lara, cuyos ideales recoge como patrimonio intelectual la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Cierra este libro con el artículo Jacinto Lara Horizonte de la Libertad de Carlos Giménez Lizarzado quien contextualiza el tiempo histórico en el cual se formó Lara, concluyendo que la tarea es darle continuidad a ese legado vivo como referente para seguir construyendo la patria que soñamos. Finalmente la figura del General Juan Jacinto Lara debe servir de ejemplo a nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes para que estudien mas, se preparen mejor y aprendan amar hondamente al país. Igualmente para que nuestros maestros y educadores tengan un ejemplo paradigmá-

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tico de valores humanos para construir patria. He aquí la justificación de publicaciones como estas para enriquecer nuestro patrimonio cultural. Lic. Liliana Ojeda Pacheco Directora General Sectorial de Educación del Estado Lara

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Homenaje al Héroe Epónimo General de División Juan Jacinto Lara Ángel María Núñez

Este texto corresponde al Discurso de Orden con motivo de la Sesión Solemne del 192 Aniversario del Natalicio del General Juan Jacinto Lara, en el Centro de Historia Larense, editado por la Imprenta del Estado Lara. Barquisimeto 1970, 22 Pág

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Biografía de Ángel María Núñez Yovani Núñez Bracho

Ángel María Núñez Martínez, nació en la población de Duaca, Estado Lara, el 31 de mayo de 1.902, es decir, le correspondió vivir todas las vicisitudes del siglo XX. Fue hijo legítimo de Carlos Rafael Núñez y Cándida Rosa Martínez. Tuvo dos hermanos: Sótero, muerto prematuramente y Margarita quién falleció a larga edad. Su padre fue Juez de Duaca por largo tiempo. Ángel María Núñez hizo sus estudios de primaria en la Escuela Federal N°20 que dirigía el Bachiller Don Eduardo Álvarez. Ingresó en el Colegio de Secundaria que dirigía el Procurador Domingo A. Yépez y el Br. Rosalino Quintana, educación que tuvo una duración de dos años. Trasladados sus padres a la ciudad de Barquisimeto, ingresó al Colegio Federal teniendo que abandonar los estudios por razones económicas, no obstante la protección que quisieron darle los doctores Antonio Álamo, Ananías Cortez y el Bachiller Sinforiano Mosquera Suárez. Entonces empezó a trabajar en la imprenta “Álvarez” donde se editaba el diario “Eco Industrial”, pero las urgencias económicas, dada la muerte de su padre, lo llevaron a la

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responsabilidad total de la familia y empezó a trabajar en un humilde cargo en el ferrocarril Bolívar, que para entonces transitaba la ruta Aroa-Barquisimeto. A pesar de las vicisitudes del trabajo siguió prestando sus servicios como colaborador del diario “El Impulso” bajo diversos seudónimos ya que la época dictatorial de Juan Vicente Gómez era muy exigente sobre cualquier columnista. Igualmente tuvo una columna en “Eco Industrial” bajo la denominación de “Uno con blusa”, columna que, por lo polémica que era, fue clausurada. La dirección del Ferrocarril Bolívar lo trasladó a la ciudad de Aroa ocupando un altísimo cargo en dicha empresa, fue precisamente en esa época, en mayo de 1.923, en que contrajo matrimonio con Concepción Bracho Martínez. Aún en el trabajo que realizaba de carácter burocrático no descuidó su inquietud intelectual fundando varios periódicos de efímera vida, en compañía del Profesor Daniel Segura y Alberto Ramírez Urquiola. Además, fue compaginador del diario “Caraqueño”, del vespertino “El Heraldo” en los años 1.928 y 1.929, cuando entonces eran columnistas los bachilleres Alfredo Tarre Murzzi y Rómulo Betancourt. La historia política la vió como observador cercano, incluso en Maracay a los finales del régimen del General Juan Vicente Gómez. Protagonista principal en el Estado Lara, bajo el gobierno del Doctor Honorio Sigala. Perseguido político bajo el gobierno del General Isaías Medina Angarita, dónde no se le permitió, trabajar ni siquiera un día en un lugar público o privado. Su pasado, tildado de “gomecista lopecista” le valió nuevas persecuciones entre los años de 1.945 a 1.950, pero en todo este tiempo trabajó en la administración pública con una gran honestidad que le fue valiendo una carrera ascendente llevándolo a altas posiciones en el Ministerio de Obras Públicas, de donde fue jubilado. Entonces, la vieja vena literaria brotó con toda fuerza en su brillante intelecto, dedicándose de lleno a lo que posible-

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mente fueron las pasiones de toda su vida: el periodismo y el estudio histórico. Para ambas actividades tenía todas las cualidades; era un acucioso observador, prudente, anotaba en su mente todo lo que pasaba a su alrededor, tenía una memoria prodigiosa y, aunque su cultura desgraciadamente había sido cortada en el plano formal por las vicisitudes económicas, sin embargo, hizo esfuerzos siempre en su vida por tener una biblioteca selecta de los temas que más le interesaban: los históricos y anecdóticos. Todo lo anteriormente señalado permitió que Ángel María Núñez surgiera como el mayor escritor, historiador y cronista que hasta ahora haya dado la población de Duaca. Fue miembro de la Asociación Venezolana de Periodistas, del Centro de Historia Larense, de la Sociedad Bolivariana, Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. Columnista de la revista “Elite” y de los diarios “El Universal” y “El Impulso”. Escribió una biografía sobre el General Jacinto Lara, la cual se considera la más completa en su género; sus “Secretarios de Gómez”, obra clásica es citada por historiadores como el Doctor Ramón Escobar Salón en su Historia de Venezuela; “Historia de la Arquidiócesis de Barquisimeto” aparte de innumerables artículos en los diarios y revistas ya citados y una pequeña bibliografía sobre Monseñor Montes de Oca. Pero Ángel María Núñez, no olvidó el terruño natal. En Duaca, donde nació y murió, desarrolló una gran obra intelectual junto al Profesor Carlos Vicci Oberto, fundando el periódico “Ecos de Guape”, donde ambos realizaron una extraordinaria labor que no ha sido recogida todavía por las nuevas generaciones duaqueñas ya que no existen ediciones completas sobre dicho quincenario. Fue nombrado oficialmente primer cronista de la población de Duaca. En junio de 1.971 escribió su “Bosquejo histórico de la población de Duaca”, en donde un clásico estilo periodístico re-

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cogió diversos aspectos de la ciudad y el Municipio Crespo en general. En fin, podemos agregar que fue un esposo amantísimo y padre ejemplar creando una numerosa familia. Fallecido el 6 de mayo de 1.974, el pueblo duqaqueño, en una de las más grandes demostraciones de afecto que se haya realizado jamás, llevó sus restos al cementerio en donde reposan en el sueño final. Duaca, abril 2008.

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an querido los honorables miembros del Centro de Historia Larense y del Centro Bolivariano de Barquisimeto, instituciones que recogen lo mejor del acervo histórico de nuestra nativa región, hacer recaer en mi modesta persona la honrosa tarea de pronunciar esta oración con motivo de conmemorarse hoy el 192 aniversario del nacimiento del ilustre prócer de la Independencia suramericana y héroe epónimo del Estado que lleva precisamente su nombre, General de División Juan Jacinto Lara. He de confesar que desde hace mucho tiempo la figura majestuosa de Jacinto Lara ocupa gran parte de mi tiempo y que a ella he dedicado mucho de mi preocupación histórica, recopilando vasta documentación que trata sobre su vida. Y es que, como en una oportunidad lo señalara el siempre recordado don Cecilio Zubillaga Perera, mientras que Bolívar, Sucre, Páez, Urdaneta y Mariño, han encontrado notables plumas que han sabido recoger en excelentes biografías y demás trabajos históricos, sus andanzas pasan, en cambio, de manera inexplicable, desapercibidas, en grado alarmante para quienes amamos entrañablemente la His-

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toria Patria, las figuras de otros héroes de aquella magna gesta que fue la Guerra de la Independencia, y corremos entonces el peligro de que las nuevas generaciones, por simple desconocimiento minimicen y olviden la hermosa contribución que también dieron éstos a aquella causa sagrada, y no sepan honrarlos cual lo merecen. Por eso, no puedo menos que lamentar sinceramente el no poder traer en esta oportunidad una extensa obra de mi propiedad sobre la vida del General Jacinto Lara, aunque estoy seguro de que en un futuro no muy lejano lograremos superar los impedimentos económicos que esta vez frustraron el propósito y podamos entonces dar a conocer de manera más completa la vida del héroe. Cumplamos ahora la honrosa tarea que se me ha asignado. He dicho varias veces que el General Jacinto Lara bien podría ser tomado por las nuevas generaciones militares de Venezuela como el ejemplo clásico del oficial ideal. En él, se funde de manera magistral el ejemplo del militar de rígida formación a la par que democrática. Hombre probo, austero como el que más, valeroso hasta la audacia, noble como el vencido, estrictamente disciplinado, marchará a donde las circunstancias lo exijan y con conocimiento exacto del objetivo que cumplirá las órdenes venidas de una autoridad legítima. Jamás se le conocerán las actitudes indisciplinadas de Mariño, Bermúdez, Ribas, y que costaron la vida al infortunado Piar. No lo veremos nunca en la actitud solapada y artera de Páez, a quien tanto le debe nuestra historia, pero en quien sorprendemos terribles pasiones que lo llevan a atentar contra la obra del Dios de Colombia. No le conocemos a Lara ni en una sola oportunidad la actitud quejosa de Sucre, el mas brillante y querido de los capitanes del Libertador, lamentándose ante éste por haber sido destinado a labores de retaguardia, actitud que Bolívar fulminará con una respuesta propia de su genio: “General Sucre, la gloria está en ser grande y útil”. Lara recoge, como

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ningún otro de los grandes lugartenientes del Libertador, virtudes que llenarían la gloria de un soldado. Y no es esta una opinión nacida de la simple admiración por el Héroe de Corpahuaico, sino producto del estudio y el análisis. Más aún, no es esta una opinión no compartida. Refiriéndose a Lara, nos dice el académico Cristóbal L. Mendoza: “En su larga trayectoria Lara hace derroche de dignidad, de lealtad, de contracción, de todas las virtudes que pueden ennoblecer a un soldado. Ni un acto indigno, ni un gesto de indisciplina, ni siquiera una queja, empañan su gloriosa hoja de servicio”. Y el General Francisco Tosta García nos señalará: “Su actividad, su decisión, el extraordinario don que poseía para atraerse a todas las voluntades, junto con el hábito de hacerse obedecer, su espíritu organizador, su amor al orden y a la disciplina, su merecido concepto de valeroso, tantas buenas cualidades hicieron de Lara una de las figuras más conspícuas del militarismo venezolano”. Y el propio libertador dirá: “Lara y Salom son dos generales beneméritos de toda mi confianza e igualmente capaces de cualquier desempeño, en la parte activa como en la administración militar, pero son dos genios igualmente distintos… El genio del primero me gusta más que el del General Salom”. Señores, este era el Hombre. La brillante trayectoria de Jacinto Lara se desarrolla en una época de violencia pero, sin embargo, en medio de aquel torbellino de asperezas sin límites, cuando la sangre se derrama en terribles eventos, encontramos a este guerrero venezolano paradójicamente purificándose al fragor de los innumerables combates. Lara guarda en medio de los avatares de aquellos tiempos una gran dignidad, una serenidad inaudita, un rígido concepto del honor y la disciplina, que mucho nos recuerda a los viejos espartanos. Y en los momentos en que el valor, la audacia y el arrojo es cosa común, él sabrá estar entre los primeros y así lo

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reconocerán sus contemporáneos. Cuando la victoria ciega a los vencedores y el caudillismo hace su nefasta aparición para borrar los sueños de unión del Libertador, Jacinto Lara será de los pocos que no participará en esas luchas de ambiciones. Se retirará modestamente a un plano secundario, mejor dicho, prácticamente sin figuración. El General Lara, quien tanto derecho tiene para reclamar posiciones, apenas si figurará en la vida política de Venezuela a partir de 1830 y sólo llegará a cumplir una magnífica gestión de gobierno en la Provincia de Barquisimeto por un corto período y como resultado de unas elecciones libres y honestas que ganará en gallarda lid. Cuando baje al sepulcro, será en medio de la más grande sencillez. Y sólo ahora, cuando el ímpetu de las pasiones desatadas ha desaparecido, es que su figura se proyecta en todo su esplendor y comprendemos porque el Libertador lo llamó El Ulíses de Colombia y el Cincinato de América. Nace Juan Jacinto el 28 de mayo de 1778 en respetable hogar que constituye don Miguel Román de Lara y Buitrago, y doña Juana Paula Meléndez y Urrieta. Es el noveno de la dinastía y el sexto varón. Siete días después de nacido, es decir, el 5 de junio, es bautizado en la Santa Iglesia de San Juan Bautista de Carora, ciudad ésta que no sólo será su cuna sino también la de tantos varones ilustres de nuestra patria. Feliz será la infancia de Juan Jacinto en aquella mansión de paz, vivienda de trabajadores, casa de virtudes, recinto de devoción y albergue de asistencia, que es el hogar de los Lara Meléndez. No es difícil imaginárnoslo asistiendo formalmente, con ropa dominguera, a misa con la familia en pleno, y luego, correteando por las calles terrosas de la Carora de entonces. Posiblemente ¿Y por qué no? , irá junto con su pariente Pedro León, hijo de Don Francisco de la Torre, primo hermano de su madre, a participar en las cacerías de pequeñas aves y en el baño refrescante de los pozos del Morere.

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Mas, llega esa edad para Juan Jacinto que reclama ganar el propio sustento y asegurar el futuro. Y el llano se abre fértil para la acción emprendedora del laborioso joven caroreño. Barinas, ciudad que para aquel entonces ocupaba privilegiada posición entre las ciudades de la Capitanía General de Venezuela, sirve de base geográfica para el amasamiento del joven Lara de una considerable fortuna. En la Aparición de la Corteza llega a poseer un importante fundo agrícola y cuando el comercio lo reclame, veremos a Juan Jacinto recorrer inmensas latitudes. Desde la lejanísima isla de Trinidad sus arreos de mulas traerán a Barinas hermosas telas por cuya venta cobrará jugosas cantidades. Bien conoce la historia, gracias a la privilegiada pluma de don Arístides Rojas, aquel combate en el Guárico, en el cual dos jóvenes resueltos hacen frente al peligroso bandido Guardajumo. ¿Quiénes eran? La historia bien los conoce: uno será el Cincinato de América, el otro el nuevo Atilas. Don Jacinto Lara y José Tomás Rodríguez Boves. La fina ironía del arcano quiso unir allí en lucha compartida y fraternal a quienes no muchos años después serán enconados rivales en la terrible guerra que se avecina. Cuando en los primeros días del mes de abril de 1810 Jacinto Lara llegaba a Caracas en visita de negocios, era ya un hombre de fortuna a quien el sano juicio vislumbraba un futuro lleno de paz y riquezas. Pero en la capital de la Capitanía General ocurren hechos inusitados. “A cabildo, a cabildo “, pasan gritando por su lado jóvenes revolucionarios. Se llaman Salías, Montillas, Ribas. Y una mañana, luego de haber orado con fervorosa devoción en el templo de San Francisco, va Lara hacia la posada de San Pablo en donde se encuentra alojado, cuando casualmente en la esquina de Mercaderes topa con un amigo de toda su confianza quien lo pone al tanto de todos los pormenores de la revolución y lo invita a sumarse a ella. ¡Cuándo podía imaginarse aquel amigo que estaba ganando para la nueva

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causa a quien con el transcurrir de los años llegaría a ser uno de sus más conspícuos representantes! La confidencia del amigo hace pasar a Lara una noche en vela. Cada instante que pasa despierta en el joven comerciante la firme inclinación de incorporarse al nuevo movimiento. Su destino está en juego. Es un hombre joven, con una respetable fortuna, descendiente de noble familia. Su futuro se le ofrece lleno de felices perspectivas dentro de una vida tranquila. Lograr esta fortuna no ha sido nada fácil. Han sido años de ardua labor, donde las manos han encallecido y el rostro y los brazos han perdido el blanco color originario para tomar ahora un color moreno. Son largos años recorriendo llanuras interminables, jugándose la vida, contra bandidos y las inclemencias de aquella naturaleza bravía. Se le presenta una nueva perspectiva que es toda una aventura, es la lucha por la creación de una patria nueva, libre y soberana, como desde hace años se aspira en los círculos criollos. En estos pensamientos lo sorprende la madrugada. Ha llegado la hora de la proyectada partida hacia Barinas. Entonces Lara va hasta la cuadra donde duerme la peonada y despierta al caporal dándole instrucciones para que emprenda la jornada de regreso y en términos concisos le dice: “Yo iré después”. ¡Oh, cuán terrible es el tóxico de la libertad! “A Cabildo”, pasan gritando los conspiradores y el joven Lara se encamina hacia allí y asombrado, presenciará el 19 de Abril de 1810 aquella célebre reunión en que nace la independencia de América. Es sólo un expectador que mira aquella dramática sesión del cabildo caraqueño. Y cuando el Capitán General Emparan pregunta a la multitud reunida en la plaza si quieren que él continué en el mando, Jacinto Lara será uno de aquellos que gritarán: “No, no lo queremos”. Y valga la pena destacar un hecho que pasa desapercibido de manera inexplicable. No conoce la histo-

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ria a ninguna otra figura, fuera de Lara, que le haya tocado estar presente en el primero y último acto de aquella gesta que fué la Guerra de Independencia. Sólo de Jacinto Lara se sabe que estuvo presente en el acto del 19 de abril y que luego, muchos años después, en el campo inmortal de Ayacucho contemplaría también el fin del dominio español en América. Puesto a la orden de la Junta Suprema que encarna al nuevo orden, Lara es designado Comandante de las Milicias de Araure y Ospino. Y he aquí en medio de la mayor sorpresa de sus moradores que no se explican cómo un hijo de un español de Antequera pueda estar al lado de los insurrectos y afrancesados de Caracas, que cumple sus primeras labores militares organizando en aquellos predios a bisoños soldados. Cuando los contínuos brotes realistas pongan por primera vez en peligro a la nueva República, marchará con sus inexpertos soldados hasta Maracay a combatir bajo las órdenes del General don Francisco de Miranda, y en el Cerro del Morro de Valencia, en julio de 1811, recibirá el bautismo del fuego. Su comportamiento en ésta, su primera acción de guerra, le merecerá elogios de parte de Miranda, quien pensará que ha nacido un nuevo infante de Lara. La suerte conspirará contra los conspiradores y un oscuro canario de nombre Domingo de Monte verde logrará en 1812 humillar las conquistas republicanas. En Araure, luchará Lara contra las huestes de Mármol, lugarteniente de Monteverde, y, cuando obligado por las circunstancias adversas de la República marche hacia el Apure, lo hará en plan de combate, no aceptando la capitulación que ha firmado Miranda y muy pronto en Guasdualito, como segundo del sacerdote neogranadino fray Ignacio Mariño, librará un nuevo combate. Ahora marcha hacia la Nueva Granada, dejando atrás la patria sacrificada. En apenas dos años perdía Jacinto

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Lara toda su fortuna material, pero ganaba, en cambio, la entrada de su figura en la posteridad. En la nueva Granada encontrará presente también el clima de la insurrección contra España: no son pocos los venezolanos que emigran hacia aquella tierra esperanzadora. Algunos como José Nicolás Briceño, lo hacen de manera clandestina por la vía de Curazao; otros, como el Coronel Simón Bolívar y José Félix Ribas, gracias a poderosas influencias que facilitan el exilio. Lara es de los pocos que ha llegado allí combatiendo por la vía de los llanos. Y una mañana, cuando viene descendiendo desde las cúspides andinas adonde ha ido a refugiarse con unos cuantos hombres, concurre a apoyar al jefe neogranadino don Manuel del Castillo. En aquellas montañas, cerca de Cúcuta, se pondrá a las órdenes de otro joven militar venezolano, quien viene también en socorro de Castillo: se llama Simón Bolívar, y bajo su mando, el 29 de febrero de 1813, alcanzará Lara la victoria en San José de Cúcuta. Una grave rivalidad separa entonces a los dos más importantes jefes venezolanos emigrados en la Nueva Granada, es decir, a Bolívar y a Antonio Nicolás Briceño. Juzgar ahora la actitud de Briceño para condenarla es algo extremadamente fácil ya que la gloria de Bolívar no admite parangón. Pero, hagamos el esfuerzo de ubicarnos en la época y entenderemos las razones que llevaron al célebre trujillano a emprender por su cuenta y riesgo la invasión por los llanos con pleno permiso del Gobierno neogranadino. Acompañándolo, irá el Capitán Jacinto Lara, quien como jefe de la caballería le tocará combatir el 14 de mayo de 1813 en el Hato de San Pedro. Esta acción costaría la vida a Briceño, precipitando su asesinato el terrible Decreto de Guerra a Muerte. Habiendo logrado escapar, el Capitán Lara pasará inme-

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diatamente a incorporarse a las filas patriotas que bajo el mando del Brigadier Bolívar lanzan la invasión hacia Venezuela por los Andes. Nombrado segundo en el mando del Coronel José Félix Ribas, quien comanda la retaguardia, marchará desde Mérida hasta Boconó, en donde se les unirá un joven oficial de nombre Rafael Urdaneta. Conocedores Ribas, Urdaneta y Lara de que el español José Martí se encuentra en Niquitao y amenaza la marcha de Bolívar, contramarcharán hasta aquel lugar donde el 2 de julio alcanzaban la victoria los republicanos. Recibiendo órdenes del brigadier Bolívar marchará por la vía de Humucaro Alto a unirse a la vanguardia del ejercito republicano, pero entonces, en el sitio de Los Horcones, el español don Francisco Oberto intenta cerrarles el paso, logrando tan sólo que aquella pléyade de valientes se cubrieran una vez más de gloria al propinarle una aplastante derrota. Nuevamente, y ya bajo las órdenes directas de Bolívar, la victoria coronara las sienes de Lara en la batalla de las llanuras de Taguanes. El 7 de agosto entraba a Caracas aquél ejército de vencedores que había liberado en pocos meses una de las más hermosas campañas de nuestra Guerra de Independencia y la cual la historia bautizó con el nombre de “Admirable”. Monteverde se encuentra ahora sitiado en Puerto Cabello y allí son enviadas tropas patriotas, contándose entre los sitiadores a Jacinto Lara. La llegada de refuerzos españoles obliga a un repliegue, lo cual intenta aprovechar Monteverde para avanzar sobre Caracas. El 30 de septiembre, en las cerranías de Bárbula, se enfrentan fuerzas realistas y republicanas y aunque la victoria favorecerá a estos últimos, allí verá Jacinto Lara caer al intrépido Girardot, hijo insigne de la Nueva Granada. Sobre el cadáver de Girardot jurará Lara vengarlo y bien pronto tendrá oportunidad. Formada una fuerza de voluntarios, el 3 de octubre, en Las Trincheras, los patriotas derrotarán a Monteverde. La actuación de Jacinto Lara en este combate será tan notable que el pro-

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pio Bolívar lo elevará al grado de Teniente Coronel. Aquel año de 1813 culminará para el Comandante Lara con su participación de nuevo en el sitio de Puerto Cabello y el la hermosa batalla de Vigirima, que durará desde el 23 hasta el 25 de noviembre. El año de 1814, año terrible y trágico para las armas republicanas, encontrará a Lara en Barquisimeto al lado del General Urdaneta. Luchando contra las partidas realistas dirigidas por Reyes Vargas, Millet, Blanco y Torrellas, libra Jacinto Lara un combate victorioso en Jujure, lugar cercano a la población de Araure. Cuando se conoce en Barquisimeto que las huestes de Yánez se encuentran sitiando a la heroica Barinas, volará Lara con Urdaneta a socorrer a García de Sena. Sólo encontrarán noticias sobre el saqueo y los crímenes de Yánez y se dedicarán entonces a tratar de salvar a Ospino de que corra una suerte similar, lo cual lograrán con grandes esfuerzos. Muy pronto, el comandante Lara tendrá que participar en calidad de sitiado en San Carlos y en Valencia. En esta última ciudad recibirían la orden de Bolívar desde San Mateo de resistir hasta la muerte porque perdiéndose Valencia se perdería la Patria. De tal manera, durante seis días, desde el 28 de marzo al 4 de abril, librarían encarnizada resistencia. Muy pronto, Lara participaría en la primera batalla de Carabobo en donde el Libertador derrotaría a Cagigal. Lanzado en la persecución del jefe realista, llegará Lara hasta San Carlos, en donde recibirá en los meses siguientes las infaustas nuevas sobre los avances de Boves y sus llaneros sobre Valencia y Caracas. Cuando la República está nuevamente perdida, mientras que el Libertador marcha hacia Oriente, Urdaneta iniciará su famosa retirada hacia la Nueva Granada, y acompañándolo en calidad de Edecán, irá el Teniente Coronel Jacinto Lara. Acosados por las fuerzas realistas, Urdaneta y Lara librarán hasta 26 acciones de guerra en aquella célebre retirada y en septiembre, Jacinto Lara será factor importante

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en salvar a las fuerzas patriotas en Mucuchíes. No estaba permitido el descanso para aquellos hombres que extenuados llegaban a la Nueva Granada. Puestos a la disposición del Gobierno de Tunja, serán enviados hacia Santa Fé de Bogotá a reducir al dictador Álvarez, y ya unidos al Libertador, quien ha llegado desde Venezuela, lograrán cumplir la misión encomendada, entrando a Bogotá en diciembre de 1814. Para proteger a la Nueva Granada de los avances realistas, es enviado Lara con Urdaneta a la frontera con Venezuela. Vienen los años de derrotas, los años de 1815 a 1816, en los cuales muchos perderían la fe en la causa independentista. Desde España, la más poderosa expedición que jamás había surcado los mares americanos al mando del General don Pablo Morillo, llega a sofocar la rebelión de las colonias. Muy pronto, toda Venezuela y la Nueva Granada quedarían casi totalmente sometidas al dominio español. El 25 de noviembre de 1815 sufrirían Urdaneta y Lara la trágica derrota de Bálaga, y unos tres meses después, el 22 de febrero de 1816 serían nuevamente derrotados Montilla y Lara en San José de Cúcuta. El llano, extenso mismo como el corazón de la Patria, se abriría como única fuente de resistencia y hacia allí marcharán Urdaneta, Santander, Serviez y Lara, a unirse a los grupos de guerrilleros de Olmedilla y el Teniente Coronel José Antonio Páez. Unidas todas las fuerzas bajo el mando del ahora General Páez, representarán aquel puñado de patriotas la última esperanza libertadora que quedaba en tierra firme. El 8 de octubre de 1816 triunfarán en El Yagual; el 13 del mismo mes, tomarán Achaguas; y el 6 de noviembre, se destacará una vez más el Comandante Lara en la toma de San Antonio. Es una dura campaña librada en condiciones de extremada penuria. Cubriéndose con los cueros frescos de las reses que mataban, aquel puñado de patriotas se atrevían ahora a enfrentarse al mismísimo

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general Morillo. Nadie en sano juicio hubiese en aquellos momentos apostado a favor de una victoria patriota. El 28 de enero de 1817, bajo el mando de Páez, Lara será uno de aquellos célebres lanceros que en Mucuritas humillarán el pendón español haciendo exclamar a Morillo: “Catorce cargas sobre mis cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes, pocos numerosos como me habían informado”. Pero conoce Jacinto Lara que de nuevo el Libertador se encuentra en tierra venezolana al mando de una expedición y, al igual que Urdaneta, Santander, Córdoba, Blanco, y tantos otros, marcharán hacia Barcelona en donde saben se encuentra el Genial Conductor. Necesitado el General Piar de aquellos hombres, y cumpliendo órdenes de Bolívar, muchos de ellos, entre los cuales se cuenta Lara, participarán en la campaña de Guayana. Tan pronto Bolívar llega a Guayana, procederá a reconocer los méritos de Jacinto Lara y lo elevará al grado de Coronel del Ejército Libertador. Nombrado Comandante de la Misión de Caruache, se verá el Coronel Lara envuelto en la lamentable muerte a manos de los indios, de un grupo de frailes capuchinos que estaban bajo su custodia. En años posteriores, cuando se hacia gala de atacar a quien primero al Libertador y a sus más fieles servidores, no faltará quien lanzare sin prueba alguna falsas acusaciones contra el comportamiento del Coronel Lara en aquél infausto suceso. Pero la historia se ha encargado de ir dejando bien claro la inocencia del preclaro caroreño. El 4 de julio se encontrará el Coronel Lara junto a Bolívar en el caño de Casocaima, oportunidad en que el Genio de América hará conocer de sus más fieles allegados sus grandes planes de libertad no sólo a Venezuela sino a toda América. ¡El Libertador está loco!, exclamará entonces Martel, Edecán de Bolívar. Pero, para Jacinto Lara y los otros que allí se encuentran, no podía ser loco aquel inmenso hombre

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que profetizaba lo que llegaría en el correr de los años a cumplir con sus gloriosas espadas. Desde diciembre de 1817 se moverá el ejército libertador hacia Calabozo, en donde se encuentra Morillo, lugar al cual llegarán luego de una marcha que al decir de don Vicente Lecuna, sólo tiene analogía en la ejecutada por el gran Príncipe Eugenio de Saboya por la derecha del Po y la sorpresa dada al ejército francés en Turín, el 7 de septiembre de 1706. El Coronel Lara manda a una de las dos alas de la caballería al mando del general Cedeño. Es Lara factor decisivo en el combate que se entabla en Calabozo y cuando Morillo logra retirarse de esta población, será precisamente Lara quien con sus tropas entrará primero a tomar la plaza. Participa Lara en la persecución de Morillo, y siendo imposible el alcanzarlo, será destinado por el Libertador a cumplir labores de organización militar en Calabozo, en donde recibirá el 3 de marzo de 1818 el nombramiento de Comandante General de dicha Villa. Obligados meses después a retirarse, participará Lara bajo el mando de Cedeño en el combate de Cerro de los Patos, en donde sufrirán las filas patriotas una aplastante derrota. Marcha Lara con el Libertador a Angostura, de donde muy pronto será enviado a un nuevo destino. En la mente de Bolívar está prendida la idea de libertar a Nueva Granada y decide enviar al General Santander y a varios oficiales neogranadinos hasta el Casanare a organizar un ejército que sirva de avanzada para poder cumplir sus objetivos. A fines de agosto, parte la expedición a la cual es agregado a última hora el Coronel Lara. La presencia de Lara en la famosa expedición de Casanare era una prueba más del aprecio que tenía el Libertador por el noble y valiente soldado. Es el único venezolano en aquella expedición destinada a unir a las facciones guerri-

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lleras patriotas neogranadinas, y confía el Libertador en el buen juicio y tino de Lara para que la unión dé los resultados apetecidos, cual no son otros que marchar a libertar a la Nueva Granada. Barreiro, jefe realista al frente de unos 7.000 hombres, se mueve sobre el Casanare tratando de impedir el fortalecimiento de los patriotas, pero es derrotado por Santander y Lara en Las Salinas y en Pore obligándolo a retirarse a Tunja. Los excesos nacionalistas de Santander obligan al Coronel Lara a solicitar ser trasladado hasta el Libertador, aunque éste en realidad ya había solicitado su traslado para tenerlo cerca; pero, siempre fiel a la causa independentista, y sin intereses mezquinos, Jacinto Lara no vacilará en señalar al Libertador, a quien encuentra en Cañafístola, las grandes ventajas obtenidas por Santander. Siempre magnánimo, Jacinto Lara no habla de su propia participación en la “organización de la victoria”, como la denomina el Coronel Pérez Tenreiro, oficial éste que con mucho acierto ha señalado que no se le ha hecho aún justicia a Lara sobre su papel en la organización del ejército de Casanare. Gracias a los informes de Lara, el Libertador decide la invasión a la Nueva Granada. Y es curioso que los historiadores, y sobre todo los biógrafos de Lara, hayan dejado pasar por desapercibido el hecho de que es precisamente Jacinto Lara el primero que se entera, de los propios labios del Libertador, de los pormenores de la famosa campaña que culminará en Boyacá. El Libertador guardó con mucho celo, incluso ente sus principales oficiales, los detalles de la Campaña y sólo Lara sirvió, no una, sino varias veces, como portavoz y coordinador en el ejército del Casanare y el comandado por el Libertador. Decidida la invasión, y organizada luego de la unión en Casanare de ambos ejércitos, Jacinto Lara marchará con el grado de Subjefe del Estado Mayor General. Participará

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en el combate de Paya, celebrado el 27 de junio de 1819. Necesitando con urgencia suma los servicios de un oficial de primera línea para ayudar a avanzar a la retaguardia, Jacinto Lara será destinado por el Libertador para cumplir tal cometido. Rivas Vicuña llama entonces a Lara “el incansable e infatigable”. Lara tiende puentes, recoge los heridos, desplaza el parque, sirve de mensajero, en la más alta jerarquía. Soublette dirá entonces: “el señor Coronel Lara es infinitamente activo y eficaz y hará más que cualquier otro”, y el Libertador, en 1819, le señalará en una carta a Santander que sin Lara jamás el ejército hubiese pasado más allá de Tunja. De tal manera, que si Jacinto Lara no tiene la suerte de participar directamente en los combates de Gámeza, Pantano de Vargas y Boyacá, su actividad será factor decisivo en esas victorias, a punto tal que será de los condecorados con la orden de Boyacá. Libertada la Nueva Granada y constituida Colombia, el coronel Lara permanecerá en los límites entre Venezuela y la Nueva Granada, en Cúcuta y Pamplona. Muerto el general Anzoátegui, y planteada una reorganización del Ejercito del Norte, serán designados el Coronel Salom como nuevo jefe, y Jacinto Lara como Jefe de Estado Mayor. Al referirse a Lara con motivo de este nombramiento, Bolívar señalará que tiene la más plena confianza en su cálculo y experiencia militar, en su celo y actividad en el servicio. Al Coronel Salom dirá el Libertador: encargo a US que oiga con atención los avisos del señor Coronel Lara, Jefe del Estado Mayor del Ejército. Este Oficial es en mi concepto muy sagaz y experimentado, y tiene el mayor interés por el mejor servicio de la República. Luego de la victoria de Boyacá, la situación de los realistas se hacia muy difícil al quedar aislados en tres grandes bolsones sus principales fuerzas. Uno queda ubicado en el sur, hacia Pasto, en el actual Ecuador; otro, se extiende desde Santa Marta y Cartagena hasta Maracaibo; y el otro, en el

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centro de Venezuela. Bolívar dispone marchar, él directamente a Venezuela a liquidar el bolsón de este lugar, lo cual logra con la batalla de Carabobo en 1821; Santander es encargado de liquidar el del sur, mientras que al coronel Lara, por vía terrestre, y al general Montilla por vía marítima se les encarga liquidar el de Santa Marta, Cartagena y Maracaibo, dejándole el Libertador al Coronel Lara la opción sobre si marchar hacia Santa Marta o hacia Maracaibo. Lara opta por dirigirse hacia Santa Marta y Cartagena, tomando en cuenta el estado de su tropa. Internado en las montañas del norte de Ocaña, con una tropa extenuada por las enfermedades, el coronel Lara logrará importantes victorias en Valle de Upar, Chiriguara y Ocaña, que culminan con la toma de Santa Marta y la liquidación en 1820 del bastión realista en estos lugares. Una vez tomada Cartagena y Santa Marta, e instituida la provincia que llevará el nombre de estas dos ciudades, es nombrado en 1821 el Coronel Lara, Gobernador y Comandante Militar de la misma. Habiéndose firmado en Santa Ana de Trujillo un tratado de regularización de la guerra, el cual contempla entre otros puntos un alto al fuego transitorio, es precisamente en la jurisdicción de Jacinto Lara donde se produce el rompimiento de la tregua, librándose en Lórica un combate favorable a las armas republicanas y que constituye una nueva victoria para Lara. Sin embargo, su estado de salud, seriamente afectado en la campaña de 1820 en el Magdalena, se resiente y pide ser reemplazado en tanto se recupera. Pero sus servicios son prontamente requeridos por el Libertador. Fracasados los intentos de aplastar a las tropas realistas en el Sur, el propio Bolívar decide tomar el mando del ejército que abrirá campaña hacia aquellos lugares. Y aunque en un principio había pensado destinar a Lara a que fuera a libertar a Panamá, decide más bien incorporarlo a su propia expedición encargándolo de

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una de las dos grandes columnas en que se divide su ejército. Nuevamente Lara será el alma de la labor logística que requiere tanta paciencia, maestría y carácter. Muy pronto, por el flanco de Pichincha, el general Sucre obtendrá una importante victoria que unida a la de Bomboná dada por el Libertador, permiten la entrada a Quito de las tropas libertadoras, contándose, por supuesto, al Coronel Lara entre aquellos oficiales que acompañan al Libertador. En Guayaquil, se realiza de manera intempestiva una importante e histórica entrevista entre el Libertador y el General San Martín que, entre otros resultados, da la participación en lo inmediato de un contingente auxiliar de soldados de la Gran Colombia en Perú. Este contingente, montante a más de 2.000 hombres, fue colocado bajo el mando interino del Coronel Jacinto Lara mientras se encargaba el Coronel Juan Paz del Castillo. Trasladados al Perú, encontraron un ambiente hostil entre el gobierno y la población, lo que obligó al Libertador a ordenar a Paz Castillo a regresar a Colombia. Pero, los jefes peruanos sólo cosechaban derrota tras derrota y nuevamente, en 1823, se solicitó la ayuda de Colombia y del Libertador para ir a libertar al Perú. Elevado ya Jacinto Lara, por sus merecimientos, al grado de General de la Brigada, le tocará entonces convertirse en uno de aquellos gloriosos venezolanos que irán a cumplir la campaña del Perú. En marzo de 1823 se dan a la mar las fuerzas colombianas auxiliares del Perú que llevan al General Valdez como comandante en Jefe y al general Jacinto Lara como Segundo Comandante. También los acompañará el General Antonio José de Sucre, enviado extraordinario del Libertador ante el Gobierno del Perú y quien se les unirá en octubre en Chola. Cuando Sucre toma el mando supremo, Lara es designado Jefe de la Primera Brigada, una de las dos que componen el Ejército Colombiano. Junto a Sucre hará Lara la Campaña de Arequipa, la cual no logra el resultado apetecido debido a las disi-

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dencias internas que estallan entre los peruanos. En 1823 llegaba el Libertador a Lima, y Sucre y Lara se le unen en esa ciudad. Establece Bolívar su cuartel general en un lugar muy cercano a Lima llamado Magdalena, en donde diariamente se celebraban consejos de guerra y se organiza una oficina de información militar. Veamos cómo nos describe el historiador alemán Víctor Wolfgang Von Hagen aquellas reuniones: “la mayoría de los viejos compañeros de armas de Bolívar acudían a la villa a exponer sus opiniones y a dar consejos. El General Sucre, mostrando la tensión de la confusión política, asistía a todas las deliberaciones y era especialmente sagaz cuando discutían los problemas en términos puramente militares. El joven Córdoba, ahora General, que eternamente manifestaba su aburrimiento ante la inactividad, permanecerá silencioso en los consejos, sólo se sentía en su elemento cuando estaba en el campo de batalla. Era Jacinto Lara quien aconsejaba prudencia a Bolívar. Alto y solemne, sin nada de la rimbombancia de sus compañeros, Lara era un venezolano de edad madura. Y era el único a quien Bolívar admitía críticas personales. En esencia, representaba la conciencia del Libertador”. Bien creo que esta descripción desapasionada retrata a la clara la relación entre Lara y el Libertador. Véase que el historiador alemán señala que era el General caroreño “el único a quien Bolívar aceptaba críticas personales” y ésto es tan cierto que será precisamente Lara quien logrará imponer su voluntad para alejar aquellos momentos tan cruciales a la célebre Manuelita Sáenz, quien se hace objeto de habladurías que tanto perjudican al Libertador. Caso curioso, Manuelita Sáenz tuvo un gran aprecio por Lara a pesar de ser éste el único que con sus criticas logro en varias oportunidades que el Libertador se desentendiera de ella. Y es que “la Sáenz”, como ella misma gustaba llamarse, veía en este comportamiento de Lara algo propio del carácter de éste pero lo sabía fiel hasta la muerte a Bolívar.

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Reunidos, pues, bajo al mando de Bolívar, iniciarán la campaña que culminará con la gran victoria del 6 de agosto de 1824 en Junín. El General Lara, de la Primera División del Ejército colombiano auxiliar del Perú, es posteriormente designado, cuando el Libertador parte hacia Colombia debido a las tramas politiqueras que se urden en Bogotá, Comandante General de la División de Retaguardia del ejército que marcha bajo la dirección de Sucre. En diciembre de 1824 se hace evidente que se marcha hacia una batalla decisiva. Sucre la quiere en el campo de Ayacucho y hacia allí dirige sus fuerzas, pero en el paso de Corpahuaico se ven sorprendidos por los realistas. Es fecha 3 de diciembre, y en aquel paso el General Lara, haciendo derroche de valor que lo asemeja a un héroe mitológico de la Antigüedad, salva al ejército libertador y queda su nombre grabado en letras de oro para la inmortalidad. Como bien lo señaló Cecilio Zubillaga Perera: “Corpahuaico fue Lara, como Bomboná fue Bolívar, como Ayacucho fue Sucre y como San Félix fue Piar”. El Coronel Manuel L. Bonilla, oficial del Ejército peruano nos dice: “Corpahuaico es una acción sangrienta y hermosa. Tiene la belleza arrogante del atleta en el momento mismo de la lucha. Es la Aurora de Ayacucho…allí está condensada la más hermosa parte del poema de la campaña final de la emancipación americana”.Un historiador, biógrafo del general Sucre, ha dicho que sin Corpahuaico jamás hubiera habido Ayacucho. Realmente, al salvar Lara el parque en Corpahuaico, salvó al ejército de una suerte incierta y a todas luces, peligrosa. Y unos cuantos días después, en Ayacucho, el General Lara, quien está al mando de la retaguardia, nuevamente se lanzará al campo de batalla para asegurar la victoria que acaba con las aspiraciones de reconquistas realistas en América. Allí, en ese campo inmortal, profundamente emocionados, se confundirán en estrecho abrazo Sucre y Lara, empañados los ojos, concientes de que han culminado con

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esta batalla catorce años de guerra y han dado la libertad a América. Sobre el propio campo de batalla, Sucre elevará a Lara al grado de General de División, grado que le será reconocido no sólo en Colombia sino también en el Perú, llegando a ser con Sucre el único otro venezolano a quien se le concedió tal distinción. Terminaba así para aquel noble guerrero los años de continuas luchas contra los opresores de América. Sucre y Lara, dos de los lugartenientes más brillantes del Libertador, son de los pocos que no aspiran a ninguna otra recompensa que el retiro en la paz. No quieren honores, ni cargos, ni prebendas. Lara quiere volver a Venezuela cuya tierra no pisa desde 1819, pero las exigencias de la paz recién conquistada lo llevan a cumplir nuevos destinos. Es encargado de la Intendencia de los Departamentos de Arequipa, Cuzco y Ayacucho y, más tarde, al mando del Ejército Auxiliar de Colombia en el Perú. Pero los sinsabores de la mezquindad están presentes en todas partes. Aquellos hombres a quienes todo le debe América, sufrirán, como muy pocos en la historia, la ingratitud. En 1827 la infame traición de Bustamante, quien sirve a intereses cuyo centro está en Bogotá, logra la sublevación de las tropas que están bajo el mando de Lara, quien es arrestado y enviado a Bogotá con todo su Estado Mayor. Todos los ahorros de Lara durante la guerra son robados por los traidores, quienes destruyen, haciéndole un daño irreparable a la historia, su valioso archivo. El nombre y la reputación de Lara quedan claramente establecidos a través de la defensa que hace de su actuación ante las autoridades de Bogotá. Pero la suerte de estos hombres está echada. Desde ya se trama asesinar al Libertador, a Sucre, a Urdaneta y a Lara, a todos aquellos que constituyen lo más sagrado del Ejército Libertador. Y lo irónico del caso es que todos estos hombres constantemente pensaban en apartarse de las luchas políticas que se han desatado. Pero sus enemigos saben que mientras Bolívar viva, vivirá

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la Gran Colombia, y Sucre, Urdaneta y Lara, sus tres más brillantes oficiales, le seguirán si aquél lo solicita. El General Lara, después de haber dado cuenta al gobierno de Bogotá de los deplorables sucesos de Lima, y absuelto de toda culpa, decide regresar a Venezuela, a su amada Carora, a codearse con sus antiguos compañeros, a rememorar en el efusivo abrazo del retorno las travesuras cometidas en asoladas playas del Morere. Regresa opulento de gloria y con el honroso titulo de Prócer de la Independencia suramericana; pero, carente de todo bien material, siendo su pobreza el halo más majestuoso de su grandeza. Regresa a incorporarse como un ciudadano más a la patria que le debe tanto a su espada, sumarse a la vida del civismo sin más ambición que contribuir con su trabajo a la labor fecunda que reclama la tierra. Permítaseme, señores, preguntar aquí: ¿es posible tanto desprendimiento en un hombre? Bolívar rechaza una vez y otras las riquezas materiales con que falsamente se le quiere colmar mientras se afila el puñal para atravesar su corazón, Sucre aspira vivir con la ayuda económica de su esposa; Lara a los cincuenta años, se siente aún con fuerza para crear una nueva fortuna a expensas del arado como lo hiciera en la juventud. Estos son los hombres especiales, son semidioses; dentro del mundo de pobreza moral que hoy vivimos, cuesta pensar que fuese realidad tanto desprendimiento. Lara regresa a Carora, a donde ya no podrá abrazar a muchos de sus seres más queridos; la guerra se llevó para siempre aquella ciudad colonial sosegada; en Bomboná, Pedro León Torres empezó el viaje sin retorno; pero el viejo General Lara siente una profunda emoción cuando oye que alguno de sus paisanos lo llama Juan Jacinto, como en los lejanos tiempos de la dorada juventud. Inicia Lara, con la ayuda de sus viejos amigos caroreños, la labor tesonera del trabajo diario y silencioso, y conoce a

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una linda damita que gana su siempre joven corazón. Pero el Dios de Colombia necesita nuevamente de sus servicios. Hay que dar orden a la República y hombres como Jacinto Lara no florecen por doquier: es entonces enviado por el Libertador a Maracaibo y luego al Departamento del Orinoco con los cargos de Gobernador y Comandante Militar, cargos que como siempre desempeñará con eficacia y rectitud ejemplarizantes. Pero cansado y enfermo, solicita en 1830 Lara al Libertador le permita regresar a Carora. La insidia y la traición reinan ahora por doquier. Muy pronto Sucre será vilmente asesinado en un oscuro callejón lejos de su patria amada; Bolívar agonizará teniendo como prenda la camisa que le prestará un noble español; el General Jacinto Lara, por su parte, será acusado en Venezuela de ser fiel a Bolívar, cual si constituyera el mayor de los crímenes. Y Lara en Valencia, al rechazar las acusaciones que lo involucran en conspiraciones, deja sentada para la historia su lealtad inquebrantable hacia el Libertador. Allí, erguida la frente y tenso el rostro, señalará ante sus acusadores su profunda admiración por el Libertador, su fidelidad al hombre a quien ha acompañado a través de catorce años de guerra sagrada. No es Jacinto Lara hombre de guerras civiles, que al decir del mismo Libertador, no proporcionan ninguna gloria, sino uno de los Libertadores de América, denominación que no resiste ninguna otra comparación. Por eso, las intriguillas de Torrellas, aquel mismo que sirviera durante toda la guerra de Independencia a la causa realista y a la cual Lara derrotara en Barquisimeto y en Barinas, no pueden manchar al gran luchador. La muerte del Libertador es un rudo golpe para el corazón del General Lara. Toda la tristeza que le produce tan deplorable noticia podemos medirla en el silencio absoluto en que se sume la figura del caroreño. Aquel hombre a quien el Libertador llamaba El Ulíses de Colombia pasa entonces a ser el nuevo Cincinato. Casado con doña Nemesia

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Urrieta, dedicará su tiempo durante aquellos largos años de mediocridad y rabia antibolivariana a formar un hogar ejemplo de dignidad y honradez, de laboriosidad y fervor patrio. El 30 de enero de 1843 muere repentinamente don Bernabé Planas, primer Gobernador de la Provincia de Barquisimeto, sucediéndole provisionalmente el doctor Miguel Anzola. Surge entonces la alternativa electoral y los sectores oligárquicos lanzan precisamente al doctor Anzola y el Partido de los Unidos, integrado por la juventud, le pide al General Lara que salga de su retiro y encabece las aspiraciones populares. El viejo General accede y una vez más, como antaño en los campos de batallas, la victoria le sonríe. Lara consideraba su deber aceptar el cargo y para gracias de los barquisimetanos hoy se puede afirmar que muy pocos gobernadores ha tenido nuestra Provincia como aquél. Durante sus cuatro años de gobierno la Provincia se vio asistida de la protectora acción de la Ley, socorriendo con los escasos recursos con que contaba para sufragar los gastos muchas obras de gran utilidad. Creó la Casa de Gobierno, varias calles que estaban interrumpidas por enormes zanjones fueron alineadas con terraplenes quedando listo el tránsito por ellas; creó el paseo de la Laguna de La Mora en el sitio en donde hoy existe la plaza Juan de Villegas; dio orden a las finanzas distinguiéndose su gobierno por la probidad en el manejo de los dineros públicos; creó un amplio clima de libertades democráticas señalándose gracias a ello un auge de la prensa. En fin, bien ha dicho el historiador Manuel Belaúnde Guinassi cuando señalaba que Lara a “sus excepciones dotes de General unió la de eminente Gobernador que demostró cuando lo fue de Barquisimeto”. Llega el 25 de febrero de 1859 y sobre la antigua y noble casa de la ilustre familia de los Lara-Urrieta no resplandecen esa tarde las rojizas luces de los crepúsculos barquisi-

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metanos sino sombras negras que agoreramente han venido a turbar la felicidad de aquel venerable recinto. En cada habitación se oye un llanto discreto, contenido. Son la larga familia y amigos del General Jacinto Lara. Está en sus últimos momentos de su gloriosa vida el ilustre Prócer. Allí, en la habitación del Héroe, está revestido de sobre pelliz y blanca estola en solemne recogimiento del presbítero Andrés Domínguez, recibe el prelado el rendimiento de cuenta espiritual del General Lara, de aquel de quien el ya citado historiador Belaúnde señalara que “sus largas jornadas, sus correrías por las selvas, las sierras y los arenales, fueron los galones que conquistara a fuerza de lucha y sacrificios; aquél cuyas más preciadas cualidades del soldado y político fueran la lealtad, la prudencia y el tino”. Agoniza el honorable general, quien guarda celosamente sus condecoraciones que lo ubican como de los Libertadores de Venezuela, de Boyacá, de Colombia, de Junín y Ayacucho. Allí está también el Sol del Perú, otorgado en agradecimiento a sus sacrificios inauditos. Ahora, el venerable sacerdote administra la eucaristía y la extremaunción, levanta las manos en alto para encomendar al Dios Todopoderoso aquella alma que fue durante el curso de su existencia dechado de dignidad y decoro, y empieza a pronunciar las oraciones propias de los que serenamente van a dejar esta existencia. El agonizante está aún en plena lucidez y aquél hombre que según el decir de Telasco Mac Pherson parecía bañado, al igual que el hijo de Peleo, en las aguas de la Estigia, lo cual le había permitido desafiar multitud de veces a la muerte cara a cara, se encuentra ahora ante ella, no en actitud de reto, como solía hacerlo en los campos de batalla, sino con resignación y serenidad de quien sabe que ha cumplido un papel noble y grande en este mundo. De pronto, el anciano General intenta balbucear unas palabras, la muerte le reclama, es un esfuerzo que todos los presentes intentan captar suponiendo algún mensaje de aquellos labios moribundos que al fin exclaman “¡Bolívar!”. Y luego, no pronunciarán

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ya jamás otro nombre. Quiso el noble guerrero morir pronunciando el nombre de aquél que años atrás, rodeado de la más grande ingratitud, pensara que había arado en el mar. Cuando ya muchos años después los restos del Héroe fuesen llevados al Panteón Nacional, en donde hoy descansan al lado de Bolívar y de muchos otros de sus inmortales compañeros de lucha, el General Francisco Tosta García señalará que: “sin exageraciones puede colocarse a Jacinto Lara en el primer rango de los grandes combatientes que formaron la heróica pléyade de nuestros libertadores. Su hoja de servicio no tiene rival y es el de las más lujosas de nuestro legendario repertorio épico”. Ciertamente, la historia no debía, no podía, ser injusta con la memoria del General Jacinto Lara y esta oración que solemnemente recogemos con motivo de cumplirse un aniversario más de su natalicio, es prueba de que su figura pervive claramente en el corazón de los venezolanos. Señores.

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General Juan Jacinto Lara Cecilio Zubillaga Perera

En: Estudios HistĂłricos. Tomo I, Caracas Academia Nacional de La Historia Serie Obras Completas, 1988. PP 49-95.

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Cecilio (Chío) Zubillaga Perera, biógrafo, político y escritor de formación autodidacta, nació en Carora el 1 de febrero de 1887. Sus padres fueron don Teodoro Zubillaga y doña Rosa Elvira Perera. En 1910 fue diputado a la Asamblea Legislativa del Estado Lara y llega a ser Presidente de esta Cámara. En 1913 es designado Presidente del Club Torres y desempeña la Secretaria de la Prefectura del Distrito Torres. Fue uno de los constantes colaboradores de la prensa caroreña, en la cual actuó también como director y redactor de periódicos. Su labor de verdadero mérito como trabajador intelectual fue la que realizó en el campo de la Historia haciendo importantes aportes mediante la divulgación periodística de valores esenciales de la caroreñidad y la región larense. Dejó importantes estudios, artículos y ensayos recogidos en una serie de Obras Completas de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1988, en varios volúmenes. Entre sus trabajos históricos en la prensa figura uno titulado “La Instrucción Secundario en Carora”, que apareció en El Diario. Parte de su labor consistió también en la formación del Archivo Zubillaga, valiosa recopilación de documentos, folletos y correspondencia particular de hombres notables de Carora que pacientemente reunió y constituye hoy una magnífica fuente para el conocimiento de la historia local.

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El Verdadero Héroe de Corpahuaico

Sr. Redactor de “El Diario”. Carora. Mi querido amigo:

Bocare, enero 16 de 1922.

U

na inaplazable urgencia patriótica muéveme a dirigirle estas líneas, las cuales van a suplicarle insertar en las columnas de El Diario la parte descriptiva del asalto de Corpahuaico que trae la magnífica “Vida del Mariscal Sucre” por el doctor Laureano Villanueva. Como se ve allí, como se ve en todas las obras históricas donde se trata el caso y como se ha de ver en todas las que se escriban sobre el particular, porque es un hecho indiscutible, el héroe para cuya frente fueron los laureles de esa acción brillantísima es Lara, nuestro conterráneo General Juan Jacinto Lara, el Ulises de Colombia, llamado por el Libertador. Funesto pecado de injusticia histórica se cometería en permitir que nombre alguno, suplantado al de Lara, viniese a arrancar a éste, de su frente olímpica, ese gajo de gloriosos laureles tan legítimamente conquistados.

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Cecilio Zubillaga Perera

Con la publicación que le suplico queda refrescada la memoria del hecho de Corpahuaico y puntualizada la actuación de quien supo conducir los batallones con tal maestría de táctico y tal bravura de soldado, que pueda decirse que, a ambas cualidades; se debió la salvación del ejército de Sucre y con él la salvación de la independencia de la América del Sur. Por si usted no tuviere a mano la obra del doctor Villanueva, me permito enviársela para facilitar su diligencia; advirtiéndole, con el mismo objeto de evitarle molestias, que la parte correspondiente a la inserción que le suplico, corre, en la referida obra, de la página 393 a 399. Contando ser atendido por la hidalguía de El Diario, pronto siempre a todo reclamo bien hecho, me es grato suscribirme de usted. Amigo y compañero. Cecilio Zubillaga Perera “Vista la determinación del enemigo, dispuso SUCRE dejar a Matará el día siguiente, en donde los recursos eran escasos, y siguió a Tambo Cangallo. La jornada de ese día era peligrosa, porque había que salvar la áspera quebrada de Corpahuaico, por un paso extremadamente estrecho y difícil que no permitía sino el desfile uno a uno. En aquel punto bien podían los españoles sorprenderlo, y dar ocasión a un recio choque muy desigual para los independientes. Y así sucedió. El Virrey hizo en la noche una marcha oculta; y al amanecer emboscó en el desfiladero cinco batallones y cuatro escuadrones.

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La situación del Ejército Unido era harto comprometida: no podía pensarse en contramarchar, porque tenía el enemigo a la espalda; ni podía pararse porque no tenía qué comer; era pues forzoso proseguir la retirada y arrostrar con todos los peligros por grandes que fuesen. Dispuesto a todo, hizo SUCRE reconocer el paso; pero los exploradores no volvieron, porque fueron cogidos prisioneros en una emboscada. Entonces con una impetuosidad imponderable se puso a la cabeza del Ejército, como Bonaparte en el puente de Arcole, y como lo han hecho siempre los grandes Capitanes, en los lances supremos en que ha sido necesario rendir y encadenar la fortuna con operaciones insólitas, audaces y fascinadoras. Manda en seguida desfilar a la derecha, bajar a la quebrada con prontitud, y atravesar intrépidamente aquel paso horroroso, que le recordaba el desfiladero de las Termópilas. Preséntanse a veces estas azarosas situaciones en la guerra, como si la suerte se empeñara en probar a un caudillo a todas horas y de todos modos, para que arrebatado al fin de excelso numen pueda llevar a cabo grandes designios. SUCRE sabía que en aquella honda quebrada, de barrancas escarpadas, cubierta de bosques, podía encontrarse comprometido su Ejército en una lid desventajosa, de la cual no podía salirse bien sino a fuerza de serenidad y de valor. Nunca he dudado de la victoria, dice él en todas sus cartas a Bolívar, y donde quiera que se paren los enemigos, cuento que serán derrotados. Con el sable desenvainado pasó a la cabeza de la División del General Córdova sin ningún tropiezo; y distribuyó del otro lado sus compañías de cazadores por las lomas, para

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observar al enemigo. Pero no bien hubo bajado el Ejército del Perú al paso difícil, fue bruscamente atacado por los batallones ocultos en lo escabroso del desfiladero. Los cazadores pelearon bravamente, y la División batiéndose con su experto Jefe, General La Mar, que la llevaba en orden por ‘en medio de las balas, alcanzó la orilla opuesta de la quebrada, habiendo dejado apenas en el barranco algunos muertos; pues heroicamente se llevó en los hombros todos sus heridos. Faltaba por pasar la otra División, mandada por el impertérrito General Jacinto Lara, con la caballería, el parque, los equipajes, el hospital, las madrinas de caballos y la artillería. Tan pronto como acabó de pasar la División Peruana, se atravesó en la quebrada la División Valdez con toda su masa de fuerza, para partir en dos el Ejército de SUCRE. El fuego se encendió vivamente de uno y otro lado; pues al ver SUCRE comprometido el resto del Ejército, tomó posiciones al norte del barranco, y empeñó algunos batallones contra los cazadores españoles, que pretendían trepar a las alturas, y de las cuales caían al fondo de los despeñaderos muertos o heridos. Mientras de aquel lado contenían Córdova y La Mar la embestida de los realistas, el General Lara, tan caviloso como valiente, guió a la derecha con su División, y los mil cien caballos del General Miller, para salvar la quebrada más abajo, por un paso descubierto por aquel batallador inglés, tan brioso como noble amigo de Colombia. El batallón Rifles, denodado como siempre, entró a pelear por el paso principal en una desventajosa posición. A pie firme, como si cada soldado fuera un Leonidas, sin dar un paso atrás, hizo frente a todo el ejército enemigo, como la Legión Británica en Carabobo, para dar tiempo a que desfilase la caballería, el parque, el hospital y los cañones por aquel infernal precipicio y el Valle de Chontá.

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Temiendo el General Lara que arrollasen este Batallón, lo reforzó con el Vargas, mientras el Vencedor abría sus fuegos a la derecha contra un batallón realista, que se empeñaba en estorbar en el valle el desfile del resto del Ejército. El fuego se sostuvo en la retaguardia durante tres horas y media hasta el oscurecer, en que los españoles hicieron replegar sus cazadores. El General Lara, siempre impávido con el sable al hombro, iba y venía para apresurar la retirada; en medio de las descargas se oía su tremenda voz, mandando estrechar las filas, para conservarlas en orden; animaba los soldados, ayudaba a los retrasados, saltaba de uno y otro lado guerrillas de tiradores para proteger sus movimientos; hacía recoger los heridos, los fusiles y las cargas de parque para dejar los menos trofeos al enemigo; y atento a todo, pudo llegar con sus reliquias, a las siete de la noche, a acamparse media legua más atrás de las otras divisiones. Hazaña brillantísima, digna de rememorarse; porque con ella salvó Lara el Ejército, salvando una División, la caballería y el parque. El General en jefe fue esa noche a su campamento, y le estrechó mucho tiempo entre sus brazos; se hizo contar los detalles de la acción; se tranquilizó al saber todo lo que se había salvado; hizo grandes elogios a su General, a los oficiales y a los cuerpos; y siguió a recorrer todo el campamento para evitar una de aquellas sorpresas que tanto gustaban a los Jefes españoles. Tan grabada quedó en la mente de SUCRE esta bizarría del General Lara, y tan justamente supo pesar los trascendentales resultados de aquella magnífica resistencia, que más tarde en 1825, quiso recordarla para premiarla dignamente, regalándole la rica montura de oro que la Municipalidad de la Paz ofrendó a Bolívar, y que Bolívar quería que usara SUCRE como el General en jefe del Ejército triunfador en el Bajo y Alto Perú.

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El Congreso de Colombia al decretar honores al Ejército auxiliar consiguió una mención especial al Batallón Rifles en memoria de su heroísmo en esta célebre jornada y SUCRE pidió al Libertador el grado de General para su Coronel A. Sands, natural de Dublin y antiguo oficial del Ejército inglés. De los españoles murieron muchos; los soldados de Rifles al confundirse con, los enemigos, hicieron nueve prisioneros, entre ellos un Teniente del Cantabria. El Coronel español Tur, a quien el Virrey elevó a Brigadier en el mismo campo por su valor, fue cogido prisionero a los pocos días en la batalla de Ayacucho. La operación de La Serna fue ideada con talento y ejecutada con destreza. Ideaba partir en dos el Ejército de los patriotas en Corpahuaico, tirar a SUCRE de un lado y dejar del otro el resto de sus tropas; envolver a aquél hasta apartarlo lo más posible de la quebrada, caerle encima a la caballería en su penoso desfile, y despedazar los últimos cuerpos de Lara, o hacerlos replegar a Matará. Si La Serna lo hubiera logrado, como pensaba, esto es, si hubiera destruido a Miller y a Lara, hubiera quedado SUCRE reducido a dos Divisiones, la de Córdova y la de La Mar, sin caballos, artillería, ni pertrechos. El desastre habría sido irreparable, y a los dos o tres días más de retirada, SUCRE probablemente habría caído prisionero, fracasada la campaña, y el Alto y el Bajo Perú otra vez en poder de los realistas; y Colombia, bajo la pesadumbre de un revés tan espantoso, se habría sin duda estremecido, desde el Guayas hasta el Orinoco. Salvóse el Ejército; primero, por la maniobra de SUCRE de llamar la atención estrepitosamente del lado Norte, lo que hizo suponer a los realistas que iba a empeñar combate con sus dos Divisiones, para salvar su retaguardia; segundo, por la resistencia que hizo el Batallón Rifles para impedir

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que el enemigo en masa cayese, o sobre SUCRE o sobre Lara; tercero, por la lucidez de espíritu del General Lara para reforzar a Rifles con Vargas, en el momento mismo en que aquellos héroes iban a ser arrollados o dispersados o matados todos en el centro de la resistencia; cuarto, por la intrepidez de estos batallones para reanimarse, embestir al enemigo, romper sus filas, desordenarlas, cogerle prisioneros, y forzar a Valdez a defender el paso con todas sus fuerzas, dejando que la caballería se salvase por otro lado; y últimamente, por la extraordinaria valentía del General Lara para retirarse como un veterano, el último de todos, soportando el fuego, acometido por todas partes, oprimido por las masas enemigas, sin haber perdido su formación, tendidas las banderas, llevando en el centro los heridos, el parque y la artillería, trepando las barrancas, bajando las hondonadas, subiendo las cuestas, con la imponente y soberbia majestad de una legión romana que marchaba, defendiéndose en orden, al campamento de su General”. Publicado en El Diario, el 18 de enero de 1922, p. 1.

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Indiscutiblemente Corpahuaico fue Lara

Carora, febrero 14 de 1922 Sr. Don Bartolomé Lazada El Tocuyo. Mí distinguido amigo:

P

or medio de la presente doy a usted recibo de su respetable carta pública del 31 del mes pasado, a cuyos particulares me contraigo. Le agradezco muy mucho, porque las sé emanadas de su circunspecta sinceridad, sus felicitaciones por el descubrimiento que he hecho en los Archivos de Arenales, de la partida de nacimiento de Juan Etanislao Castañeda, así como de otros datos que acreditan a aquel pueblo como domicilio de familia de tan gallardo Prócer. En virtud de la insinuante excitación que usted me hace, contenida en los párrafos de su honrosa carta, he solicitado asimismo, en los libros del referido archivo, la partida de nacimiento del “bravo y célebre” coronel Reyes González. No tuve la fortuna de encontrarla. Pero de ser los padres de éste don Diego González Delgado y doña María

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de la Concepción Castañeda, entonces sí podría anotarle, con documentos que poseo, cierto hecho muy interesante relacionado con la vida de aquéllos, y que nos podría dar luces para esclarecer sitio y circunstancias del nacimiento del cojo formidable. Téngase, pues, la bondad de continuar sus averiguaciones sobre el particular, trasmitiéndome el resultado según su ofrecimiento. Con lo que me anota, en su referida carta, respecto al debatido asunto de, Corpahuaico, no queda mi criterio histórico sobre el caso entendido con el de usted. Afirma usted que “fue Morán el héroe efectivo de Corpahuaico, desprendiéndose de esa frase, desde luego, que fue el Héroe trascendental; y yo sostengo, sin embargo, que los laureles de esa acción le corresponden al General Lara por justicia y por sanción inalienable. Morán, efectivamente, representa en Corpahuaico un ‘gran arrojo heroico al frente de su “Vargas”; pero no representa, ni con mucho, ni nadie dirá con lógica que puede representar, la eminencia del esfuerzo heroico en tal refriega salvadora y titánica, ya que, por encima de su esfuerzo secundario, estaba el supremo esfuerzo directivo que fue el nervio y la conciencia de la acción. ¿A dónde fueron a parar, trajinando por otro camino de apreciación, las universales consagraciones históricas? Yo no creo que usted, ni otros, que como usted, están en perfecta posesión del uso del sentido común, se atrevan a decir que lo que se hizo en Corpahuaico no fue inmediata y solemnemente ordenado por Lara. Inmediata y solemnemente, porque este circunspecto Jefe probó, en todo tiempo, tener capacidades suficientes para

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imponer, sobre las contingencias, el peso de su personería. O’Leary, después de aplaudir su elección para el comando de la segunda división colombiana y de juzgarlo estricto en el ejercicio de su autoridad, afirma que Lara “exigía de sus subalternos la misma ciega obediencia que él jamás negó a sus superiores”. De modo, que cuando Lara asegura, con esa su fama de hombre veraz que tanto le honra y que es una de las preciosas ejecutorias de su vida, que en Corpahuaico él HIZO que bajasen y pasasen la Quebrada las caballerías y las 60 cargas de cartuchos de las tres divisiones; cuando dice que HIZO que se retirara el “Rifles” para colocar EL al “Vargas en una altura que cruzó sus fuegos sobre el enemigo; cuando garantiza que salvó el ejército porque salvó la división; cuando le escribe a Bolívar, desde el Cuzco asegurándole “QUE SI NO FORMA VARGAS TAN OPORTUNAMENTE, quién sabe qué hubiera sucedido” y —finalmente— da cuenta de la alegría de Sucre cuando supo de su boca que el parque estaba salvo, resalta en su palabra la convicción perfecta de sus deberes satisfechos; resalta el acento infranqueable de su mandato imperativo; resalta su capacidad directora; resalta la serenidad de su espíritu inconmovible por sorpresas; resalta su autoridad para imponer disciplina; resalta, en fin, ante el conjunto heroico de sus tenientes en aquella refriega gloriosa, como el más pujante arresto viril y la máxima autoridad y voluntad efectivas en el empeño de la acción. Nervio, voluntad y autoridad supremas de la acción de Corpahuáico. Corpahuáico fue Lara, así como Bomboná fue Bolívar, como Ayacucho fue Sucre y como “San Félix” fue Páez. Obvio es que si en la famosa Quebrada se hubiese perdido la división de Lara, debilitando y seguramente incapacitando el ejército de Sucre, éstas serían horas en que la historia de América echaría a cuestas de aquél la inmediata respon-

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sabilidad del tremendo desastre, sin tener en cuenta para nada la mera responsabilidad del conductor de un batallón. ¿O es que va a creerse, acaso, que si hubiera fallado uno de éstos la acción se habría perdido?... ¡Vano o antojadizo pensamiento candoroso! Perecido ahí Morán, por ejemplo, se le reemplaza de seguro; y aunque su pérdida representara una significante merma, no sería a pesar de eso, causa fundamental de un completo desastre, como si el que hubiera perecido fuese el Jefe que, en tales momentos supremos, era también el supremo guía, la suprema fuerza y la suprema agitación matriz. Estas consideraciones definitivas, que me parecen a mí tener condiciones específicas para formar clara razón de criterio en el asunto cuestionado, superan a cualquiera cita histórica que no proviniera de documentos fehacientes. Porque desdeñada por ustedes la que se publicó extractada de la bien reputada obra del académico Doctor Laureano Villanueva, mal podríamos conformarnos nosotros con las que nos contraponen, entresacadas de periódicos, de autores como Ricardo Palma, a quien en íntegro concepto, no puede reputarse como historiador, y aun del Diccionario Espasa, que según Eloy González, es de muy falsa o sospechosa autoridad. Todo eso pesó en mi ánimo para alertar la Justicia contra lo que creía y creo que amengua las glorias de Juan Jacinto Lara, posponiéndose en méritos y en esfuerzos en tal emergencia, a Trinidad Morán. Usted y el doctor Pedro Montesinos, con la autoridad y cultura que les reconozco, no compartiendo mi opinión, salieron a rebatirla. Muy bien hecho; porque cada quien tiene el

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legítimo atributo de exponer sus ideas y defenderlas. Por ese camino hubiéramos andado muy lejos. Hubiéramos hecho venir a la liza todo militante material de pruebas, de conceptos y de opiniones que, tal vez, nos habían hecho avenir en el punto de una sola palmaria e indiscutible verdad. Pero noto, con profundo desconsuelo, que han terciado en el asunto escritores que no tienen la cultura suficiente para discutir principios, y que no han sabido calarse el guante de caballeros con la hidalguía de ustedes. Pío Tamayo es uno de ellos. Escribe, al particular en debate, un largo artículo en “Ayacucho”; y olvidando tal vez que el dicterio no está bien sino en la boca procaz de los espíritus empequeñecidos, lanza sobre Carora conceptos desdorosos con el más flagrante desparpajo. Lamento que este señor, sin serenarse antes, como lo hace quien no quiere pifiar en discusiones, escribió hiperestésico. ¿Por qué tiene la osadía de conceptuar nuestro patriotismo, tan bien puesto en todas las horas de la historia venezolana, como “patriotería enfermiza”? ¿Qué causas lo autorizan para decir, que nosotros nos afanamos en “enumerar héroes nativos a son de bombo y platillo, ensalzando glorias, sin reconocer defectos, para negar abierta o veladamente los auténticos valores de heroicidad de que otra ciudad pueda ufanarse”? ¿Se imagina él acaso que nosotros podamos sentir envidia de otro pueblo? ¡Nunca! Porque si es en punto a fraguadero de Próceres, los tenemos con superabundancia, muy auténticos y legítimos, porque Carora, que no es egoísta ni sórdida, se dio a la Patria en sus días de prueba con espartana prodigalidad. ¡Celebramos nuestros Próceres, sí es verdad, tratamos de

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imitar sus virtudes y celamos sus glorias!. Celamos sus glorias; porque aunque éstas son de pertenencia inexcusable a toda la parte de humanidad en donde ellas se reflejaron, son sin embargo, blasón y escudo de la tierra que les dio vida, preparándolos espiritualmente para crearse atributos característicos en la conquista de la inmortalidad. Esto debe bastarle a Roberto Montesinos, otro que se cuela en discusión con un artículo absurdo y disonante, esto debe bastarle par saber que si nos apoderamos del nombre de nuestros héroes para celebrarlos, celándolos en su gloria, no es para ejercer “tarea empequeñecedora”, ni mucho menos “para consolación de una vanidad patriotera”. Lo que nosotros hacemos, lo hacemos siguiendo instintos inefables de todas las razas y secundando seculares ejemplos de todas las naciones. Por algo muy sagrado que está dentro del corazón de los hombres, siete pueblos se pelean la gloria de ser la Patria nativa de Homero; por algo Italia acaba de celebrar con orgullo de madre el centenario de Dante; por algo Cuba pide hoy mismo, a los representantes de su pueblo, que no haya sitio público de su Isla en donde no se levante, como una lección permanente de civismo, la figura de Martí; y por algo Venezuela, inflando sus carrillos como una leona celosa, combate hasta dejar vencido a quien pretenda en América sobreponérsele a la gloria del Libertador.. Llegando aquí noto que me extiendo más de lo que amerita la escritura, que con desagrado comento, de los expresados señores. Le pido a usted mil perdones; y repitiéndome admirador

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de la serenidad de su espíritu, muy propio para presentarse con decoro en lides caballerescas, tengo el gusto de firmarme, Su amigo y servidor Cecilio Zubillaga Perera P.D: En prensa ya la presente, llega “El Tocuyo” con un artículo de Alcides Losada sobre el motivo que motiva esta carta. El fino poeta y culto caballero, aparejado con fueros de hidalguía, que acusan el origen de su estirpe, se presenta a defender sus opiniones. Lo felicito. Y cómo la argumentación que expongo en estas líneas bien corresponde a rebatir las suyas, a ellas me permito dirigir la atención del apreciado amigo, mientras lo hago en otra forma cruenta. C. Z. P. Publicado en El Impulso, el 22 de febrero de 1922, p. 1

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El Héroe de Corpahuaico

Caracas, 5 de abril de1922 Señor Doctor José Manuel Núñez Ponte. Su Oficina. Apreciado señor doctor:

C

omo quiera que es en La Religión, alta y digna tribuna del catolicismo venezolano, en donde el señor Pío Tamayo, en carta a Pacheco Miranda, repite ciertos despectivos conceptos relacionados con Carora, con El Diario, de esa, y con mi humilde personalidad, creo que corresponde a mi deber dirigir a usted esta carta, para ilustrar su criterio y el de los lectores de La Religión, en el asunto, como también para formular una nueva protesta contra los calificativos especiosos del señor Tamayo, quien, al defender sus ideas sobre una apreciación de mero sentido histórico, no ha tenido ninguna necesidad de sombrear la claridad del debate haciéndolo bajar hasta lo que siempre es antro sombrío y estéril de las pasiones humanas, cuando pervirtiendo los principios son llevadas al terreno desconsolante de la diatriba personal. Suscitada por mi la controversia sobre quién es el verdadero Héroe de Corpahuaico, o, mejor dicho, a quién le corres-

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ponde, en justa apreciación histórica, y en recta lógica, el gajo de laurel por la primacía de heroísmo en ese famoso y trascendental hecho de armas, pensé entonces, como pienso ahora, que tratando de reivindicar la gloria más luciente de la acción para la frente de Jacinto Lara, no amenguaba la gran parte de méritos que la posteridad reconoce a los Tenientes que militaron en tal brega bajo las órdenes de mi conterráneo valeroso; así como no pensé tampoco que me constituía en fanático promotor de una “guerra santa”, como intencionadamente lo apuntó Roberto Montesinos, ni mucho menos que poseso de una “patriotería enfermiza”, como exponente de ese estado patológico social caroreño, que tuvo a bien diagnosticar Pío Tamayo, iba a resultar ese acto de mi conciencia de historiador y de patriota modo de una negación velada de los auténticos valores de heroicidad de que otra ciudad pueda ufanarse. Creía, y continúo creyendo, que fue Jacinto Lara el brazo y el cerebro de Corpahuaico, a quien, como le correspondería el baldón del fracaso en la tremenda contingencia, debía asignársele asimismo, y por norma de elemental justicia, el mérito primario de la acción. Y como en El Tocuyo se hacían continuadas publicaciones en contrario, ya que allí se asignaba frecuentemente ese título de “Héroe de Corpahuaico” de un modo categórico y con solemnidad incontrovertible, a Trinidad Morán, promoví la inserción, en El Diario de Carora, del capítulo de una obra histórica de mucho peso escrita por la diestra pluma de un honorable académico venezolano, y solicité, por obvias conveniencias y por razones de esclarecimiento, la opinión de un culto amigo y jurisconsulto de Barquisimeto, a quien yo sabía admirador fervoroso y desinteresado de las glorias del héroe occidental. Con el artículo que publicó éste, se encrespó el debate histórico sobre el caso, que produjo verdadera sensación en las ciudades larenses, entrando en la polémica, de una parte, dos periódicos de El Tocuyo y algunos de sus intelectua-

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les, de otra, “El Impulso” y “La Industria” de Barquisimeto y El Diario, de Carora, todos con la mejor representación intelectual del Estado Lara, entre la que descolló, de nuestro lado, una tan autorizada opinión histórica como la de don Manuel Antonio Meléndez, un tan reputado criterio filosófico como el del doctor Antonio S. Briceño, y unas tan claras reputaciones literarios-histórica y’ moral, como la de los tocuyanos don José Félix Veracochea y don Virgilio Arráiz. El señor Pacheco Miranda, cuyo cartel de literato y de historiador está muy sólidamente asegurado para el triunfo y a quien en modo alguno puede tacharse de parcial por afecciones territoriales, también terció, cuando ya la discusión tocaba a su término; y ya ve usted cómo reprocha él a Tamayo los gratuitos calificativos desdorosos que éste atesta sobre la cabeza sensata y serena del patriotismo caroreño, probablemente a la hora amenguada de un arrebato de pasión. ¿Y es atinado que el señor Pío Tamayo, antes que callar su error (sin atreverme a pensar que pudiese llegar hasta el punto de corregirlo con la advertencia de Pacheco Miranda), trate más bien de reafirmarlo con inquebrantable contumacia? Pero Tamayo, por lo visto, está muy lejos de entrar en entendederas con otra razón que no sea la ley de sus caprichos. Así, en la carta que le dirige desde La Religión a Pacheco Miranda, no sólo es que afirma, tratando en balde de razonarlo, el asendereado concepto de “patrioteros” que, con humos de profesor de clínica de patología social, le merecemos los caroreños, sino que, además, trastea materiales para robustecer su opinión y para tildar nuestra obra como la d una “campaña egoísta contra las glorias de Trinidad Morán”. Peregrino modo de razonar el del joven tocuyano.

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Si él encuentra “egoísmo” en un pueblo, o en los representantes intelectuales de un pueblo porque quieren honrar sus próceres y celar con vivo celo ferviente la parte integral de honor y de gloria que a cada uno corresponde, bien podría, en ese caso, cobijar con el manto raído de su apreciación desdorosa el nombre de todos y de cada uno de los pueblos civilizados del orbe que tienen plena conciencia de la noción de Patria; bien podría caberle ese dictado agresivo y aplastante al celo que Venezuela y sus hombres de Estado y Letras ponen por salvar hasta de lo que pudiera ser sospecha de suplantación gloriosa, el nombre de Bolívar y bien pudiera ese mismo concepto atribuírsele a la ciudad de El Tocuyo, cuando con nobleza de madre legítima de un prócer benemérito pregona a toda orquesta de fanfarria famosa la gloria de Trinidad Morán. Poco favor hace Tamayo, por otra parte, al grupo intelectual esclarecido que puso su pluma al servicio de las glorias de Lara, en el cual culminan los nombres de dos tocuyanos distinguidos; pues de ser la nuestra lo que él llama “una campaña egoísta”, habría precisado, para secundarla, o halago de interés o fuerza de sugestión: dos factores que se rechazan, desde luego que se tiene en cuenta la honorabilidad acrisolada de los escritores mencionados, la firme reputación de sus nombres intachables y la íntegra independencia de cada uno de ellos, dentro del consciente y libre dominio de la autonomía espiritual. Debo advertirle, señor doctor, que lleno como estaba el proceso de esta discusión, tanto yo como mis compañeros de combate la habíamos dejado al juicio certero de la conciencia pública. De modo que nada habría vuelto a escribir sobre las especiosas acriminaciones de Tamayo, así como nada había escrito sobre las consecutivas y chabacanas diatribas de

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su congénere Roberto Montesinos, sino hubiera hecho uso aquél de una tribuna que está en el vértice moral de mí Patria, como La Religión, y en un medio tan culto, al cual precisa ilustrar en estos acontecimientos, como es la ciudad de Caracas. Sirva ésta, pues, para protestar contra las gratuitas afirmaciones que contra mí, contra Carora y contra El Diario, en donde se me reputa como de la misma casa, hace desatinadamente el aludido joven tocuyano y sirva la ocasión también, mi apreciado doctor, para protestar a usted mis profundas consideraciones hacia su conspicua personalidad. Soy de usted atento amigo y respetuoso servidor, Cecilio Zubillaga Perera Publicado en El Diario, el 17 de abril de 1922. El mismo día también lo publicó El Impulso.

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Palabras de Cecilio Zubillaga Perera

en el club “Torres” el día del Natalicio del Héroe de Corpahuaico y en el acto con que aquel Centro Social contribuyó a las patrióticas celebraciones

¿

Me ve usted vivo y me pregunta por el parque? Antecedida de alguna cruda interjección, señores, que bien hubo de salir ardiente en ese momento solemne como en ninguno otro de su vida 1a frase de Lara a Sucre tras la hazaña de Corpahuaico, contornea como en pétreo monolito roqueño la figura altiva del viejo batallador. ¿Vivo y sin honra? Nunca. Habría él dejado de ser quien era. Habría, por un fenómeno imposible, evolucionado en regresión negativa el principio constitucional de su decoro, trocándose, en un momento de mengua cobarde, la convicción firmísima de toda una vida. ¡No! Lara no era de los que claudicaban. Convicto de un principio, para refrendarlo lo hubiere rubricado con su sangre; y entre la disyuntiva de una muerte segura, o su honra, para socorrer ésta de toda contingencia perecedera, hubiera quemado impasiblemente las carabelas como Hernán Cortés. Si: porque él era de la propia cepa heroica y arrogante de los caballeros castellanos; porque era de la propia progenie corajuda que supo pasear el altivo ademán de su audacia por sobre el lomo de la tierra, con el mayor lote de orgullo brillante que haya podido caber en la capacidad de pecho humano. ¿Venci-

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do? Pudo serlo el Prócer caroreño alguna vez. ¡Deshonrado nunca! Y desdorante deshonra habría sido para él salir de la hondonada de Corpahuaico ileso, pero sin el parque que se le había confiado para triunfar en Ayacucho. La tradición, señores, como fuente de verdad histórica, es dudosa. Merece una rígida constatación que no siempre se sostiene al equilibrio del análisis. Pero cuando ciertas frases grandiosas que la posteridad recibe de aquella corriente se comparan con la psicología de donde emanan, y resultan de una semejanza exacta, uno las acepta, desde luego, por un consentimiento coesencial, como si dadas las circunstancias, es de todo punto imposible que hubiese dejado de emitirlas el personaje a quien se atribuyen. Con esta frase soberbia de Lara resulta esa certeza. “¿Me ve usted vivo, General, y me pregunta por el parque?”. No otra cosa podía producir, el orgullo de un hombre, que en todo tiempo mantuvo su carácter a la tensión de la más recia envergadura. No otra cosa podía responder el que siempre desafió el peligro acorazado por todas las virilidades. No otra cosa podía responder el coraje de un hidalgo que juró pacto de morir por su ideal cuando cerró mano de caballero batallador sobre la empuñadura de su espada. No otra cosa podía responder aquel que1 probado hasta la saciedad en pruebas tremendas, había recibido la custodia del depósito que pertrecharía a los soldados de la Libertad para ganar la última batalla redentora del Continente…. Señores: Junto al Libertador, que es la guía de América, y junto a Pedro León Torres que es espejo de., libertadores, tenemos honrado en este Centro social a este brillante Prócer caro-

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reño, que escribió para la gloria una de sus páginas más difíciles con el heroísmo de Corpahuaico. Aquí está bien delineado sobre el lienzo: sereno, circunspecto; con su porte de distinción sin jactancias, que denota su valor; con su ceño cerrado al halago de la lisonja, que cusa su hidalguía; con el porte austero de su ser, que revela sus virtudes. Puede servirnos, y ojalá que nos sirva, de claro y permanente ejemplo Si desfallece nuestra fe en la Patria, mirémoslo, que Elia arde con sus ojos como una lámpara perpetua. Si se entibia nuestro fervor, nacionalista, mirémoslo, que por ese fervor, tal como un incensario, ardió ese pecho. Y si sentimos mengua en nuestra honorabilidad cívica, mirémoslo, que nunca, ni en la guerra, ni en la paz, ni como soldado, ni como ciudadano, se descubrieron sin decoro esas canas ni se levantó sin, dignidad esa cabeza. Señores: Por el Club “Torres,” declaro clausurado este acto, que corresponde a uno de los que se celebran hoy con motivo del aniversario de Jacinto Lara, declarado de fiesta pública por la Asamblea Legislativa con un acertado criterio de justicia histórica, en homenaje al bravo luchador que es lustre de la Patria, decoro del Estado y orgullo de Carora. Publicado en El Diario, el 30 de mayo de 1925, p. 1.

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Prólogo de una Tesis

Carora, 16 de enero de 1934 Señor Alberto Silva Alvarez. Barquisimeto. Mí apreciado Joven amigo:

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e leído la tesis que Ud. ha escrito sobre la personalidad del Ilustre Prócer General Jacinto Lara, que tan bondadosamente se ha dignado someter al dictamen de mi humilde juicio. Con toda. ‘franqueza le manifiesto que dicho trabajo lo he encontrado correcto, ilustrado e interesante bajo todos sus puntos de vista. Para los que tenemos entusiástica afición por el esclarecimiento de nuestras grandes figuras hist6ricas, es consolador constatar el fervor que se viene despertando en nuestra juventud por aquellos ilustres varones que, dándose por entero a un ideal superior, supieron ponerse a la altura de sus responsabilidades personales en los momentos indecisos en que precisaba una inmensa cantidad de energía y de fe para contribuir a empresa tan formidable cómo indepen-

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dizar la nacionalidad y crearle una fisonomía autonómica a la Patria. De un Prócer de tan macizos valimentos como el General Lara, ha hecho Ud. lo que la justicia espera aún que se haga con tantos otros. Si figuras grandes como las de Bolívar, Sucre, Urdaneta, Páez algunas otras, están suficientemente divulgadas en la conciencia nacional, en virtud de los variados estudios que de ellos se han hecho, no ha sucedido así con las de los demás patricios libertadores, entre los cuales está el de nuestro Lara benemérito. Ud., con toda acuciosidad, ha acumulado datos sobre él, cotejando opiniones pertinentes; de modo que — a pesar de la mediana extensión que le ha dado a su trabajo, constreñido por las circunstancias— resulta su obra una buena monografía por sus aspectos variados y sintéticos. Pára Ud., la atención sobre el bolivarianismo del General Lara, así como sobre su valor de Magistrado íntegro. Es superfluo anotar lo interesante e inspirador de ambas faces del Prócer. Al primer particular inserta un artículo mío, que tiende a acreditar tal tendencia, lo que le agradezco vivamente. Al referido artículo pueden aún agregársele muchos datos comprobatorios de aquella singularidad de carácter del General, siendo de notarse, entre esos, los que contiene un informe del Gobernador de la Provincia de Carabobo, para el Gobierno general de la República, sumamente hostil al Ilustre Prócer por su aparcería bolivarianista, que le denunciaban sus adversarios de Carora. En ese informe, fechado en julio de 1830, hay la siguiente afirmación, que para nuestro caso es trascendente. Se dice allí que “la vida del General Lara en Carora es un inconveniente, porque en reuniones particulares se ha puesto a VITOREAR al Libertador”. (Archivo Nacional—Secretaría

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del Interior y Justicia—Tomo VII). Y era tanta la afección del General Lara para su terruño, en el cual vivió con toda sencillez ciudadana, y tan demarcada su oposición a tomar parte de la política parricida de los primeros años de la República, que no obstante la inquina de una parte de sus paisanos caroreños, ciegamente paecistas, en su ciudad se radicó el Prócer y fund6 familia, dándose al trabajo de la tierra para la agricultura y fomentando sus “Hatos” En esta posición de pastor vieron unos y otros, con admiración, cómo aquel Cincinato de nuestra América corría como un centauro detrás de sus ganados cimarrones en las sabanas de “Cabra” y “Los Quediches”, tremolando al aire el propio sombrero glorioso que había cubierto su cabeza en la emboscada de Corpahuaico. Y no es todo: hay un detalle que demuestra cómo fue fiel el civilismo del General Lara para ajustarse a los principios. Por motivo de diferencias vecinales entró en litigio de Tribunal con un vecino de sus “Hatos” José Trinidad Franquiz, a quien llamaban “Curruchuelo”; y a pesar de sus grandes merecimientos que por sí solos se imponían a la reverencia, conquistándole las naturales influencias, el batallador ilustre de Junín y Ayacucho perdió su pleito. Si le hago estas últimas anotaciones, que parece que no son conexas con el asunto de su tesis, es porque a través de ésta me parece conocer sus tendencias respecto a la interpretación humana del, pasado: pienso, en efecto, que Ud., creyendo como Cicerón, aspira a que la Historia sirva para que cumpla la obra a que con ella tenemos perfecto derecho: QUE SEA MAESTRA DE LA VIDA..

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Con mis cordiales felicitaciones por su feliz realización, me repito de Ud. compañero afectísimo. Cecilio Zubillaga Perera Trabajo publicado en El Diario, el 9 de agosto de 1934.

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Jacinto Lara y la Política Regional de Hace un Siglo, Vista en Documentos Inéditos

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espués del incidente de Lima promovido, por el felón Bustamante, el General Jacinto Lara se vino a Carora. Vendría, seguramente, abatido de ánimo y pesimista con respecto a los futuros acontecimientos en su propia Patria. Preveería la conspiración Paecista contra el Libertador, para lo cual, sin embargo, no se precisaba facultades de videncia. La Cosiata había sido suficientemente clara como síntoma de las intenciones del Caudillo Llanero, que no eran otras entonces, como siempre, sino las de absorberse el poder total y absoluto en Venezuela, y obrar en consecuencia. Lara, que fue siempre amigo leal de Bolívar, en el triunfo, en la derrota, en la prosperidad, en la desgracia: en la vida y en la muerte, no podría prestarse en forma alguna a colaborar con los enemigos de aquel a quien amaba y admiraba, y de consiguiente resolvió reducirse a los términos de su tierra nativa; abandonar la política y cambiar el título de Ulises por el de Cincinato. Sin embargo, le faltaba aún cumplir, otro deber con el Libertador; y fue el de aceptar el nombramiento de Intendente y Comandante General del, Departamento Orinoco. Mas, pocas esperanzas tendría ya de actuar por lago tiempo en una situación como aquella,

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en cuyo espacio ya se sentían el arrastre artero de las víboras y el aleteo de los buitres de la Constituyente del año 30, cuando Venezuela contempló el mayor crimen político de su historia en que, a merced de cualquiera autoridad de policía, ponían aquellos legisladores parricidas, alentados por Páez y los oligarcas, la suerte del Padre de la Patria. De manera previsiva durante su estancia en Carora antes de partir para Guayana a ocupar el cargo, ya dicho, el General Lara se ocupó de preparar su regreso; presuponiendo los acontecimientos. Había comprado la posesión de “Cabra” (en donde ahora existe Sicarigua); y allí, con sus propias manos, hizo corral de piedra para el amanso de su cimarronera; y el 2 de julio de 1828 compró a Vicente Ramos parte de una posesi6n cercana a Carora, llamada “La Ceiba”, escogiendo en el mismo acto un pequeño collado para levantar casa, que aún existe, en donde dirigiría todos sus negocios de pastor, viviendo con su familia en ese retiro que se llamó, y aún se llama, “Buena Vista”. El año 29 regresó Lara. Sus previsiones resultaron exactas. Venezuela se había convertido, para los bolivarianos, en un verdadero tormento. El quería aislarse y se aisló en su posesión pecuaria, en donde, sin embargo, el Paecismo lo hostigaba con frecuencia y con el mayor desprecio de sus grandes méritos. En el Archivo Nacional, Sección Central, Mesa II, Tomos VI y VII, hay numerosos documentos que comprueban las vicisitudes por las cuales hubo de atravesar el Prócer especialmente acusado por Nicolás Torrellas, el famoso - Cura voltígero, llegando a ser Lara llamado .a cuentas, como si las tuviera sucias, y considerado como peligroso por su amistad y opinión en favor del General Bolívar, por una alta autoridad ejecutiva de la República. Al mismo tiempo se le presentaban al Prócer serios inconvenientes domésticos

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en sus funciones de pastor. El que administraba los bienes agrarios de las Cofradías de Carora, Señor José Trinidad Franquiz, llamado por sobre nombre el Curruchuelo, lo sometió a juicio civil, y la sentencia le fue desfavorable al que en Corpahuaico había salvado el parque de Ayacucho, y de consiguiente había hecho posible en aquel campo la Independencia total de nuestra América. El caso es raro y muy digno de ser estudiado a fondo; puesto que allí sucedieron una de estas dos cosas: o la justicia se hacía esencialmente pulcra, en forma de que el simple Curruchuelo, por tener razón, ponía a todo un Lara en el caso de soportar la sentencia adversa de un tribunal, o éste estaba influenciado por las pasiones políticas que hacían torcer la justicia.(1) En medio de todo ese complejo de circunstancias adversas, es fama que se mantuvo Lara con la mayor serenidad y energía, entregado todo por entero a su negocio pecuario. Pero como esta probado que la política es ondulante, y que de consiguiente la animadversión contra el Libertador y sus amigos no podría durar para siempre, Lara quiso entrar al torrente de la vida activa en su carácter de político, cuando vio que Páez rectificó su fobia bolivariana a los doce años de haber desaparecido de la tierra la víctima de sus caprichos caudillistas. En efecto salió Lara de su retiro, “no llamado por la Patria” como han dicho muchos historiadores, siguiendo a Mac-Plirson, sino instigado por su clara responsabilidad de patriota. En esas condiciones se encontraba a fines del año 1842 en Barquisimeto; y aquí empieza un nuevo capítulo de su vida, que a mi entender es, entre los otros, extremadamente interesante: la historia de su vida partidista. En Venezuela ya estaban en función, para ese entonces, los dos partidos clásicos: el Conservador y el Liberal, con sus orientaciones, con sus líderes y con su prensa. Pero en esta

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región no se habían corporizado todavía agrupaciones que respondiesen en plano nacional a aquellas dos tendencias; pues los partidos que aquí se formaron para la época que tenemos en consideración, resultan de exclusivo carácter personalista. Se formaron agrupaciones políticas que se denominaron Vitalicios y Unidos. El General Lara aparecía como Jefe de estos últimos. En esas circunstancias acaeció la muerte del Gobernador Planas, de modo súbito. De acuerdo con preceptos legales ocupó su lugar, el Dr. Miguel Anzola, de filiación vitalicia, por el espacio de unos meses, mientras se cumplía el lapso constitucional y llegaba el momento de que el Gobernador fuese designado por el Presidente de la República. El inapreciable tradicionalista Eliseo, Soteldo dice que en ese año de 1843: se practicaron elecciones para Gobernador, y al dar: algún detalle sobre el movimiento que suscitó el acontecimiento, asienta que fue esa la primera vez en que se vieron en la Provincia esos torneos cívicos (los de las elecciones) y así parece dar a entender que la designación de Gobernador se habría hecho popularmente. Lo que es completamente inexacto; ya que dicho funcionario era elegido por el Primer Magistrado de la Nación, de una Terna que habría de enviarle la Diputación Provincial, siendo esta Asamblea producto de elecciones censitarias, al modo oligarca y restringido de la Constitución imperante, y por consiguiente en ellas la verdadera opinión masiva popular estaba ausente. Pero, sin embargo, sí es cierto que, según dice Soteldo, hubo entonces en esta región un gran movimiento de prensa, y la opinión pública estuvo agitadísima.(2) Todo ello dirigido; con seguridad, a influenciar el voto de la Diputación sobre la designación de candidatos para la Terna, así corno también a influenciar el espíritu tan impenetrable del Presidente de la República, para la época el General Carlos Soublet-

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te, en cuanto a la escogencia de que estaban pendientes las agrupaciones políticas en beligerancia. Los Unidos trabajaban con destacada actividad; pero no le iban enzaga los otros. Los primeros, cuyo jefe seccional en Carora era el Sr. Dn. Francisco Manuel Alvarez, uno de los pocos que no se rendirían ante el cesarismo monaguero expresado en la reunión forzosa del Congreso del 48, después del llamado asesinato, tenía formada una “Sociedad de Amigos del País”, dependiente de su similar establecida en Barquisimeto, y probablemente de la misma de Caracas, aunque la de esta región no tenía el mismo carácter de la muy conocida con este nombre en la Historia de Venezuela, que había tenido gran éxito desde atrás, y la cual expresaba sus actividades en materias científicas y económicas. Estos otros Amigos estaban dedicados puramente a la política, y con cierto tinte clandestino que le dan algún parecido a ciertas asociaciones políticas subversivas, actuantes en la Europa de ese tiempo.(3) En medio de aquella baraúnda, especialmente barquisimetana, por la esperada designación de Gobernador, no creían segura la partida ninguno de los candidatos de la Terna enviada al Presidente Soublette por la Diputación Provincial, quienes eran: el Dr. Miguel Anzola, Dn. Ildefonso Torres y el General Jacinto Lara. Este se dirigió a su gran amigo en Carota, Dn. Francisco Manuel Alvarez, y le daba cuenta de los sucesos en la siguiente expresiva y hasta hoy inédita carta, de puño y letra, que copio en su ortografía original, y la cual revela no sólo sagacidad política, y espíritu crítico, sino también

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cierta gracia de expresión y tono humorístico, delatadores de una inteligencia por encima de los juicios, de Ricardo Palma, tan deprimente, para nuestro Epónimo en lo qué a cultura se refiere, y los cuales han cobrado tanto auge, que no hace mucho fueron repetidos por un alto intelectual venezolano en pleno Congreso de la República. Dice así: la referida e interesante carta: “Barqto. Noviembre 29 de 1843. Mi querido compadre Franci Manuel Quedo impuesto de todo lo que U. me dise en sus dos cartas de 23 y 26 del presente: también he recibido las dos, copias de la nota que U pasó y la contestación del grupo político, la que esta mui ordinariamente escrita y satirica. Todos los Unidos estan ‘mui’ contentos con las comunicaciones de U, y sorprendidos del progreso de hesa sasiedad. Llegó el correo y no trajo el nombrado, porque dis que dijo el Jeneral Soublette: que esperaba otra terna para despacharla pronto, vendrá sin falta el miercoles que biene que contamos 6 del entrante; parece qe el Poder Ejecutivo esta fiado en Ansola y Lara, que no base mension de Torres y que se aproxima mas a mi, esto dicen de Caracas; pº como yo no conosco al hombre creo que el nombrado se Torres, no por esto dejo de temerme que sea Ansola; y por lo que pueda suceder, digan UU que aun sabido que Ansola es el nombrado, y que lloren despues la halegrona Le acompaño dos papelitos que an venido de Caracas; tambien a venido otro contra nosotros, que no ba, porque se ba a contestar. Le acompaño (no se entiende) de las catorse (no se entiende) de las sosiedades que U remitió. Entre las sosiedades debe haber tales tratamientos y deben hacerse del mismo modo que U se le trata en la contestación.

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El viaje del potroso no ha sidó ha otra que a las elecciones pª que no puedan bariar; por qe el empeño que tienen ahora es, ganar las elecciones y es preciso comenzar a trabajar. Por aqui estamos sin nobedad y deseamos que por halla suseda lo mismo. Saludos a todos los amigos. U, cuente spre con su compadre y amigo El Coronel Veroes los saluda” Jacinto Lara Al propio tiempo recibía Dn. Francisco Manuel Alvarez otra carta que con la misma fecha de la anterior, 29 de noviembre de 1843, le dirigía su amigo Luis Pérez; éste, al parecer, un hombre culto, según se desprende de su redacción, buena letra y ortografía, le hacía especial encarecimiento al Sr. Alvarez sobre la necesidad que tenían los Unidos de hacerle honor al calificativo; y entre otras cosas le decía: “la unión de UU’ es lo que importa; que un racimo, de uvas no sea más compacto; que no hagan caso de quisquillas, rencillas, ni otra cosa que pueda desunirlos, pues cuando están los intereses de la patria por medio, se dispone todo ante sus grandiosas áras”. Luego agregaba al Sr. Pérez: “Según hemos visto en los papeles venidos hoy de Caracas; se nos dan seguridades de que quedaría escluído el déspota de esta provincia”. (El déspota sería el entonces Gobernador Anzola). Terminaba el párrafo de la carta que en parte copio., asegurando el Sr. Pérez que la causa (la de los unidos), progresaba en todas las direcciones de la República; haciéndole saber la exaltación política en que estaba todo el País, exaltación que se hacía más evidente en Caracas; y como

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prueba le enviaba al Sr. Alvarez un ejemplar del periódico capitalino “El Relámpago”. . En realidad la exaltación política no dejaba lugar a dudas; pero lo que sí aparece ahora como una inexactitud, es que la Causa Unida, a que aludía el Sr Pérez, tuviera en esta Provincia las mismas características del Partido Liberal que, con su oposición tremenda al gobierno de Soublette, producía la agitación de aquellos momentos. Para demostración de esta tesis histórica regional me parece que sobran los siguientes datos: Lara y los suyos no podrían estar sino con el Partido Conservador, y así se demostró cuando el curso dé los acontecimientos clarificaron las líneas de combate, y pusiero1 a cada hombre en sus Lilas ideológicas correspondientes. De ese modo el Dr. Miguel Anzola, que en Barquisimeto era el blanco de la contundencia unida, así como Fray Ildefonso Aguinagalde en Carora, fueron poco tiempo después pro-hombres del Partido Liberal en estas comarcas; el Sr. Gumercindo Giménez, quien para la época era un ardiente larista, y por lo tanto llamaba oligarcas a los desafectos del movimiento unido y quien por otra parte fue, durante los cuatro años del mandato, Secretario del Gobenador Lara, se hizo después un líder conspícuo del liberalismo, hasta ir a defender sus ideas en los campos de batalla, a punto de alcanzar ascensos militares hasta el generalato. En cuanto a Carora, que según se desprende de estos papeles inéditos, era el foco más agitado de la Provincia, después de Barquisimeto, el vitalicio u oligarca Fray Ildefonso Aguinagalde, fue el Jefe del Partido Liberal de este Departamento, siendo resonante su influencia en varias regiones del Occidente. En cambio, el Sr. Francisco Manuel Alvarez, como todos los suyos y adláteres, quienes fungían como luchadores por las libertades democráticas, fue después Jefe y centro del conservatismo local de tipo mantuano oli-

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garca, con características personales y de grupo que han estado latentes a través de los tiempos. Yo creo, en definitiva, que la pugna política que contemplamos históricamente, fue la de grupos que conspiraban por el mando, con sus miras a los respectivos aprovechamientos económicos; y a mi entender, la división definitiva de los hombres que se alistarían con el propósito de luchar por determinadas ideas de avance o de conservación sociales en partidos específicos, no vino a tener lugar entre nosotros sino hasta el año de 46, cuando bajo el comando intelectual de Antonio Leocadio Guzmán vino a cobrar la reacción contra la verdadera oligarquía conservadora, caracteres de avalancha en todo el territorio de la República. Volviendo al curso regular de este artículo, diré que la halegrona que el General Lara presuponía en el ánimo de los anzolistas caroreños, engatusados con la noticia de la probabilidad del triunfo de esa candidatura, según lo recomendaba maliciosamente en su carta al Sr. Alvarez, se desvanecería muy pronto; pues el nombramiento de Lara se lo participó el Sr. Gumercindo Giménez al mismo Sr. Alvarez con fecha tres de diciembre del 43, en la siguiente forma rápida: “Acaba de recibirse una carta particular de Caracas en donde se nos dá la feliz noticia de que el Gral Jacinto Lara a sido nombrado Gobernador de esta Provª. Barquisimeto esta hoy lleno de júbilo y así deberá ponerse esa Ciudad. Su amº G. Gimenes Esto ha venido con nuestro propio qª estava en Caracas.” Culminaba, pues, en esa forma un proceso político regional

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en el que las agrupaciones personalistas se valieron de armas innobles, como la de la provocación y los insultos. (Desgraciadamente no tengo constancia de ello sino de lo que a este respecto se ha podido conservar del bando Unido (4) Proceso político que no era de carácter rutinariamente electoral, como parece haberlo creído algunos de nuestros historiadores, siguiendo a Soteldo, y en el cual tomó parte muy activa y directamente uno de sus principales protagonistas, como lo fue el General Jacinto Lara; por lo cual ahora nos resulta inefable Mac-Pherson cuando en su biografía del Prócer asegura que el nombramiento de éste para la. Gobernación de la Provincia, fue a sorprenderlo a su hogar. En esa forma se explica aquello del mismo autor sobre el llamado de la Patria al mismo Lara, para que abandonara su inhibición de la Política activa, concepto vago, muy propio de los historiadores románticos, que presuponían virtudes extrahumanas en sus héroes, y creían más honroso para los sujetos de su contemplación ser llamados por la Patria, que ir los ciudadanos hacia ella con sus naturales ambiciones y con sus responsabilidades de patriotas, quienes - querían servir a la Nación activa y no aisladamente, en funciones de militantes. Lara habla en su carta para el Sr. Alvarez de que los contrarios no pensaban en otra cosa que en ganar las elecciones. Ciertamente estaban en puerta las que debían practicarse el año siguiente de 44 para miembros de la Cámara de Representantes; para la renovación de un Senador, y para VicePresidente de la República. Lara no ha debido desapercibirse del resultado de los Comicios, sino que habría de intervenir activamente para lograr el triunfo de los suyos. Lo cierto es que sólo teniendo

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5 meses de Gobernador se puso en andanzas por todo el territorio de la Provincia; y sería justo sospechar que esa visita tendría mucho menos de finalidades administrativas que de preocupaciones políticas. La siguiente carta original que reposa también en el Archivo “Zubillaga”, como los documentos anteriormente copiados, en la Gaveta V y bajo el Sobre Nº 9 es harto inspiradora sobre el aludido concepto. La copio con toda exactitud, porque dicho documento revela, además, que las trácalas y trampantojos chantagistas en los procesos electorales han sido en Venezuela desde muy remotos tiempos (¿y en dónde no?) pícara empresa de interesados que no es fácil extirparla raigalmente. Dice así el importante documento: “Señor Juan Agustín Espinosa Siquisique Mzo 7 de 1844. Mi distinguido amigo. Hago esta a U, por decirle algunas cosas sobre ntro partido; el proyecto qe tiene echado el Juez 1º de paz de esta parroqª es qe el qe considerare que es del partido Alternativo (5) no poner la mayor parte en la lista de los sufragantes i si poner todos los qe ellos consideren qe son del partido Vitalicio aunque no sean sufragantes. Esto es menester tomar pª su reclamo, amí me parece qe todos los artesanos que no tengan patente en esta parroqª apatentarlos pª qe todos queden con el fuero de sufragantes, pª si no los ponen en la lista reclamarlos en la calificación i esto necesita de hacer un recogimto de reales pª poderlo verificar porque los vitalicios estan haciendo mucha diligencia d su partido, pero nosotros estamos haciendola efiscamte porqe tengo comiciones por las montañas de Orocuma copey i parupano pero esto pª el tiempo de la partida necesitamos hacer algunas gratificaciones pª poder sacar garantía. Mi amigo si no tomamos esta medida

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trabajaremos de valde este es el tiempo del esfuerzo pª ver si tumbamos esa oligarquía qe nos ataca. Y lo pongo en su conocimto pª qe U. reunido con ntra sociedad de amigos tomen las medidas qe les parescan mejor i mas asertadas, no hay qe descuidarse un momto porqe los vitalicios .no pierden tiempo. El padre Tirado no descansa de meterle á la gente embustes i José Mateo Cordero sismas i intragas qe es lo q el sabe hacer. Aunque U. habra hablado con Rafael i ntro amigo Pedro Sanchez no me parece inoficiosa esta advertencia. Por el independiente he visto qe el Sr. Gobr de la provincia sale el día 4 del corriente pa la visita i qe empieza por el Canton de S. Felipe, digame si esto se habrá verificado i si vendrá, á Siquicique, i quien es el qe debe prepararle casa de hospedaje. Si el Sr. Gobr viene á este pueblo es menester qe U. se ponga de acuerdo de desocupar el tiempo qe gaste en la venida de aquí i venga U. para qe nos reunamos á hacer algunos reclamos qe son interesantes en gran manera, i espero me conteste pa yo estar en cuenta de todo lo qe le participo. Y con esto mande en cuanto sea de su agrado á su invariable amigo qe le desea todo bien i desea verlo pronto i B.S.M. Geronimo Torres” Como única observación a este documento tan expresivo, sólo hay que decir que el Comandante Juan Agustín Espinosa a quien la carta está dirigida, y quien había sido fervoroso monarquista, pasado, en los días del triunfo, a los patriotas, era uno de los pilares del grupo Unido en Carora, del mismo modo que el Sr. Gerónimo Torres, a mi entender también monarquista y pasado en los fines de la lucha,

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como Espinosa, a los patriotas, era líder del grupo larista en Siquisique. Las elecciones por las cuales estaban tan afanadas las diversas corrientes de la Provincia, se hubieron de llevar a efecto en noviembre del 44. Los candidatos lanzados desde Caracas a la justa electoral para la Vice-Presidencia de la República, eran todos ejecutivistas: el Dr. Aranda, el Licenciado Urbaneja y el ex-cura y Coronel José Félix Blanco. El Partido Liberal apoyó la candidatura de Aranda (¿Por quiénes votaron los Colegios electorales de esta Provincia?) (¿Cuáles fueron los candidatos de los Unidos y de los Vitalicios para el nuevo Senador y para los diputados a la Cámara de Representantes?) Viendo la lista congresional del 45, sólo tengo seguridad de que los elegidos Senador Dr. Ramón Perera y Dn. Francisco Manuel Alvarez, eran del grupo Unido, y ambos con estrechas vinculaciones familiares y amistosas con el General Jacinto Lara. Sería muy interesante averiguar cuál fue la conducta del Prócer durante la contienda electoral del 46, en que los Partidos Liberal y Conservador quedaron clarificados en esta provincia. Sería igualmente interesante desentrañar la situación del Prócer, relacionada con la Revolución del 48, en que ya él no era Gobernador de la Provincia, promovida por Páez y los militares antimonaguistas que agitaban la bandera del asesinato del Congreso. Igualmente cosquillea la curiosidad del historiador saber qué actitud asumió el General Lara durante el largo dominio de los Monagas; y si en la Revolución del 54, en la cual tomaron parte amigos suyos tan pacíficos como el Dr. Ramón Perera, permaneció neutral. ¿Se aislaría el Prócer en su residencia de Barquisimeto después de su mandato brillante en la Provincia, como otrora en su fundo de “Buena Vista”, mientras pasaba el sarampión antibolivariano? A Carora no volvió más el General Lara, por lo menos a domiciliarse. Desde el año 44

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había vendido su fundo pecuario y su casa de familia en la ciudad con todos los enseres”. Y es muy dudoso que un hombre que se le había enfrentado a la vida, luchando contra los hombres y contra la naturaleza, permaneciese como un bobalicón en su casa barquisimetana viendo pasar con incomprensible indiferencia el curso de sucesos que tocaban a su responsabilidad tan de cerca. Carora, 24 de julio de 1943. Cecilio Zubillaga Perera. Trabajo publicado en el Boletín del Centro Histórico Larense, N II, Año II, pp. 3344, 30 trimestre de 1943.

Notas:

(1) La familia Aguinagalde, antes de dividirse la Sociedad ca-

roreña en grupos oligárquicos diferenciados, era amiga del General Lara; aun más: los unía el lazo de la afección al Libertador, en el tiempo en que, erguido el Paecismo contra los bolivarianos, el solo hecho de ser amigo de Bolívar era un delito. Siendo así que Dn. Juan Aguinagalde, hermano de Fray Ildefonso, padeció persecuciones el año 30, instigado el Gobierno contra ellos por el ex-Cura Torrellas, y ambos comparecieron ante el Ejecutivo cuando se les suponía animadores de la revolución que encabezó en esta comarca el Coronel Etanislao Castañeda en ese mismo año, y no al Comandante Mármol como ha escrito el Dr. Ambrosio Perera en su esbozo novelado sobre la figura de Lara publicada en folleto, recientemente. Pero después, Lara y los Aguinagalde se pusieron en contradicci6n. Curruchuelo, o sea el Sr. José de la Trinidad

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Fránquiz, era favorecido de Fray Ildefonso; y por esa razón le fue confiado el cargo de Administrador de los bienes de las Cofradías. Fránquiz tuvo encontrones con el General Lara. Los ganados de su administración se pasaban a las sabanas de “Buena Vista”. La insistencia de este daño en su propiedad, encocoraba al Prócer. Se cuenta que cierta vez Lara hizo recoger unos animales de los rebaños del Curruchuelo, y se los envió con esta advertencia: “Dígale a Fránquiz que si sus burros vuelven a entrar a mi posesión, se los mato”. Y el recado lo contestó en esta forma altanera Curruchuelo: “Dígale al General Lara que mis burros no son Capuchinos”... Seguidamente a esas diatribas de pastor a pastor, Lara fue sometido a juicio, y Fránquiz le ganó el pleito. El General Ramón Urrieta, sujeto de incuestionable honorabilidad, y con quien yo conversaba mucho sobre tradiciones históricas, conoció muy de cerca a Curruchuelo y me refería que cuando a éste le tocaba el punto de su pleito de tribunal con el General Lara, contestaba con cierta soma, entre fanfarrón y malicioso: “Sino hubiera sido por el maicito amarillo y el sacuito atrás, me friega cigarrón”. El maicito amarillo significaba las monedas de oro que guardaría Fránquiz en su bolsillo papujo de ricacho; el sacuito era Fray Ildefonso Aguinagalde, y Cigarrón era el General Lara, a quien llamaban de este modo por el tono bronco de su voz. De modo pues, que el mismo Fránquiz, de ser cierta esta versión, como yo lo creo, daba a entender claramente que no sólo hubo dinero en juego para propiciar, su causa contra la de Lara, sino también la influencia de Fray Ildefonso Aguinagalde, que era mucha en ese tiempo.

(2) Una prueba de esta agitación política, en la cual el respeto a

las personas brillaría por su ausencia, son unas coplas en sonsonete que, con el título de “Café amargo, para la mañana del 22 de noviembre de 1843”, circularon en aquella ocasión. Una copia de ellas, de puño y letra de uno de los lanistas más destacados de Canora, se conserva en el. Archivo “Zubillaga”, Gaveta II, Sobre N 21. Están dirigidas casi exclusivamente —y son 58— a difamar al Dr. Anzola, entonces Gobernador de la Provincia, y a Fray Ildefonso Aguinagalde, quienes eran los principales líderes del grupo Vitalicio en toda la comarca. Copio algunos de dichos versos:

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Cecilio Zubillaga Perera “Que un Doctor de Cargazón Quiera empuñar el bast6n Ya lo veo Pero que él pueblo contento Sufra tanto atrevimiento No lo creo * Que un Doctor haya podido En Carora hacer partido Ya lo veo Pero acá en Barquisimeto Donde hay cultura y respeto No lo creo * Que un Doctor pueda mandar A los hombres a patear Ya lo veo, Pero que él. andando el tiempo No tenga igual sufrimiento No lo creo * Que un hombre por ser grandote Haga alarde de guapote Ya lo veo Pero que cualquier virote No le haga parar el trote No lo creo * Que pueda el Doctor Narices: Volar las castas perdices Ya lo veo Pero que narices queden A un hombre que asf procede No lo creo * Que esté en los oscuros montes El Fraile Tan sólo por tomar aire Ya lo veo Pero que salga a buscar Impresos para quemar No lo creo

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* Que pida jubilación Un Fraile por sesentón Ya lo veo Pero que el Fraile cantando Continúe siempre mamando No lo creo * La burda versificación anterior termina con un soneto o “Plus Café”, que dice así: “Ni del rayo el horrísono estallido Ni del tigre feroz la saña fiera Ni el aspecto traidor de una pantera Podrían intimidar a un solo Unido. * Mas por desgracia un ente aborrecido De una fuerte Provincia toda entera Cual verdugo o Sultán en ella impera Y es por fuerza y rigor aborrecido. * Pobre Barquisimeto. Y vos Carora Que de un fraile sufrís la impertinencia, ¿Porqué no lo despedís en mala hora * Para sustraeros de frailera influencia? Empero: esa pandilla malhechora Pronto el fruto verá de su insolencia. * Todo esto lo firman “Unos quiboreños”, que seguramente no eran tales, sino alguno de los Unidos que tendría vena versista.

(3) En la carta de Lara que se ha copiado en el texto del artículo

antecedente, se nota que dicho General estaba muy interesado en la organización de la “Sociedad de Amigos del País” que habría de funcionar en toda la Provincia. Efectivamente, la seccional de esta ciudad se había establecido en 22 de noviembre de 1843, y provisionalmente se nombró Junta Directiva, cuya Presidencia estuvo a cargo del Sr. Francisco Manuel Alvarez, de quien se hace constar que tomó la iniciativa para la fundación del referido organismo políti-

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co. Para formalizar éste, esperaban el reglamento que habría de venir desde Barquisimeto; pero previamente se comprometían “a echar por tierra todo principio que contribuya a sostener en la persona que no fuera de nuestra expontánea voluntad, el Gobierno de esta provincia; a destruir los planes que tiendan a contrariar el principio, que tiene por objeto esta reunión; a proteger a los miembros que sean perseguidos o atacados por virtud de la causa; a guardar secreto inviolable de las operaciones de la Junta, y cualquiera traición a este respecto será motivo de considerar a quien lo cometa como incapaz para desempeñar función alguna en la provincia, cooperando a su destrucción política sin perdonar medio alguno; a quedar ligados mientras nos dure la existencia, cumpliendo y respetando nuestros sagrados compromisos, contra cualquier poder que pretenda destruir nuestras libertades públicas”. El acta constitutiva la firmaron Francisco Manuel Alvarez, Juan Agustín Espinosa, Juan José Ponce, Andrés Montes de Oca, Juan Bautista Perera, Manuel María Oropeza, Javier Chávez, José Manuel Perera, Ignacio Alvarez, José Antonio Perera, Manuel Antonio Alvarez, Ubaldo Lucena, Vicente González, Ramón, Miguel y José del Carmen Montes de Oca, Pastor Oropeza, Laureano Rodríguez, Juan Agustín Silva, José Félix Alvarez, Justo Márquez, Juan José María Montes de Oca, Blas y Antonio Gutiérrez, Francisco Miguel González y otros. El 6 de enero de 1844, la comisión nombrada para informar sobre el reglamento que había sido enviado desde Barquisimeto, la cual la constituían los señores Pastor y Manuel Antonio Oropeza, y Juan Bautista Perera, dio cuenta de su cometido, y el estatuto fue admitido con sólo ligeras modificaciones que no tienen importancia. En Siquisique, que entonces era Parroquia del Cantón Carora, la Sociedadquedó constituida a 25 de febrero de 1844.

(4) Los Unidos tenían en Barquisimeto un periódico de nombre

“El Independiente”, del cual no hay noticia en el importante trabajo que sobre prensa y periodismo barquisimetanos ha publicado el Sr. 3. Sáer d’Heguert. El administrador de ese periódico, cuando no también, tal ver, su redactor, era el inteligente y activo Sr. Gumersindo Gimenez, según lo demuestra un recibo que él le pasa al agente de Carora, firmado a 29 de noviembre de 1843, y el cual tengo a la vista. En la Biblioteca

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de la Academia de la Historia, en Caracas, existe una colección de ese órgano de prensa, y de allí me ha hecho algunas copias que tocan con la política del 43, en relación con Carora, mi querido amigo Dr. Alberto Silva Alvarez. Dicho periódico no se pararía en medios para lograr sus intentos políticos. En el número correspondiente al primero de marzo de 1844, aparece un artículo firmado por “Ciudadanos Unidos de Carora”, bastante violento contra la familia Aguinagalde, imputándole actos deshonrosos que la posteridad no ha conservado en sus recuerdos. Pero eso sería relativamente pasable; puesto que las censuras corresponden a circunstancias relacionadas con acciones de la vida pública. Mas, lo intolerable denotados de qué calaña era “El Independiente” en cuanto a ética periodística, es que convino en publicar, como complemento de tal artículo, una carta que dicen los “Caroreños Unidos” haberle sido dirigida al Sr. José María Rojas por Fray Ildefonso Aguinagalde, fechada en Carora el 20 de diciembre de 1843. Decían los del artículo: “Hoy insertamos una carta para que el público juzgue de la capacidad de vuestro corifeo y de las réprobas medidas que se emplean en Carora para torcer la justicia del lado de los “Vitalicios”. Y el texto de la carta de marras, insertada textualmente, según expresan los Editores de “El Independiente”, dice así: “Sr. José Ma. Rojas. Carora, diciembre 20, de 1843. Mi buen amigo: no desmaye U. Continúe U: trabajando porque se trancija el asunto. Ya yo estoy impuesto del manejo y picardía conque se han puesto todas las cosas. Yo buerbo a escribirle al tuerto. Trátelo con política y bea como rompen todo lo que han hecho, este es el empeño. Lo conbido para un obsequio el día primero para alegrar la dentrada del año, y a los demás amigos. Antonio y Francisco son los jueces y Perucho el Procurador. Queda de U. su amigo Q.B.S.M. Fr. Ildefonso Aguinagalde”. Seguidamente ala carta del Fraile, los Editores de “El Independiente” pusieron esta nota: “La insertamos con la misma ortografía que tiene el original que es todo de la misma letra del que la suscribe, y puede verse por el que quiera, en la agencia de este periódico. Se aconseja en dicha carta que se rompa el expediente de un negocio civil concluido, desfavorablemente para un vitalicio, y el cual expediente reposa en el jugado que desempeñaba la persona a quien se dirige”

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Sin duda alguna la apreciación de los Editores es completamente arbitraria; porque de las frases transcritas no se desprende justamente ningún hecho concreto. Lo de la ruptura del expediente, a que se alude, puede ser y probablemente es, una suposición interesada, al rescoldo de los rencores políticos. En cuanto a la estrafalaria ortografía del documento, precisa decir que habiendo sido apreciado el Fraile Aguinagalde por sus biógrafos, especialmente, como Maestro del idioma español, esta muestra de su imbecilidad en tal materia resultaría un absurdo histórico. Siendo de advertir que algunos de sus discípulos que tal vez intervendrían en la redacción de “El Independiente” y quizás uno de ellos en la redacción del artículo a que se hace alusión, ponderaron al Fraile como Profesor de sus famosas clases latinas y castellanas del Convento. Fuera de todo esto, la inserción de un documento privado con tan malignas intenciones, da la impresión de la efervescencia de las pasiones que no respetan títulos ni categorías, y que seguramente tendrían por parte de los Unidos su puesto de pasquín en las columnas de “El Independiente”. Aún más: Fray Ildefonso Aguinagalde tenía para la época de estos sucesos, 22 años al servicio de los intereses espirituales de Carora; y sólo llevados por los ímpetus arrebatadores de la política mezquina, exenta de cristianas tolerancias, podrían irrespetarlo en aquella forma los que siendo católicos de tradición,. debían ser sus respetuosos feligreses.

(5) Aunque el nombre oficial de la agrupación larista llevaba el

nombre de Unidos, popularmente se designaban sus miembros como alternativos, por lo cual a los otros se les llamaba vitalicios. Estos, por circunstancias se habían hecho dueños del poder, y naturalmente querían conservarlo. Se dice que Fray Ildefonso Aguinagalde, en una de sus platicas como Párroco de Carora, en las cuales sabía mezclar, con la difusión evangélica, la cuestión política, repetir esta frase: “La Iglesia no es Alternativa; la Iglesia es Vitalicia”. Y sin embargo, el Fraile resultó ser después un corifeo del Partido Liberal, en cuyo programa el principio de la alternabilidad de los poderes y el remozamiento de los funcionarios era uno de los puntos mis ponderados y atrayentes.

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Lara y el Paecismo Perseguidor

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n anterior escrito para este Boletín aludí a la enconada hostilidad de ciertos elementos de esta comarca, seguidores incondicionales del Caudillo que consideraba la Emancipación corno empresa enana de “patriecita” (tal dijo Soublette en el caso de Páez) contra una individualidad mayúscula como la del General Lara, quien resplandecía en Occidente como uno de los pocos nombres representativos de la Venezuela menguada de aquella época, que, no se mancharon con el borrón del parricidio, conservándose fiel al respecto, a la amistad y a la comprensión de la grandeza del Libertador. En el Archivo Nacional existen varios documentos comprobatorios de las intrigas lugareñas contra el General Lara, que destacaban como estigma su lealtad a Bolívar por meras sospechas, las cuales culminaban con l citación del Héroe de Corpahuaico y Ayacucho por ante las autoridades de Valencia, como si se tratara de cualquier indiciado vulgar. Quien lea esos documentos, que aún permanecen inéditos, sufre dos sensaciones diversas pero convergentes: la de la indignación y la de la vergüenza. Hoy transcribo copias de dos de los referidos documentos, impublicados hasta la fecha, para las páginas del Boletín del Centro Histórico Larense, en donde ellos y los restantes encuentran adecuado sitio.

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Por lo que se verá, la persecución paecista contra Lara no se paraba en miramientos de ninguna especie. Lo puntualiza el hecho concreto de haberse rebajado hasta el extremo villano de acusar aquel nombre íntegro, como violador de la correspondencia privada, aprovechándose según la urdimbre inquinosa, del parentesco del Prócer con el responsable de la Estafeta. Mentira ha debido ser todo eso. Como está comprobado que en otras acusaciones, contra aquél, en la misma época persecutoria y despiadada, mentían los sabuesos locales paecistas. Se sulfura uno, quiera que no, ante tal canallezca actitud delatora por parte de personas terrazqueras que no sintieran jamás la zozobra de las campañas de la liberación venezolana, sino que algunas de ellas más bien las hicieron a favor de la Monarquía, contra la Patria y la Democracia. Tal el caso del renegado Cura Torrellas, quien contra Lara jugaba, por favorito de Páez y enemigo del Libertador, un papel muy prominente, lanzando contra el Prócer -él que ha debido estar purgando sus delitos de traidor— los dicterios más denigrantes. Se podría suponer que en Venezuela quedaren restos o secuelas de esa injusticia venenosa. Habría que luchar para expulsarlos totalmente. Habría que establecer conceptos y acciones consecuenciales para que los Lara sean en jerarquías y presencia, mandante los Laras, vivos o muertos; y para que los Torrellas, vivos o muertos, consigan en el tiempo y en la eternidad el abismado aprecio de los veletas y de los belitres. Siguen los documentos. Carora, Día de Lara; de 1944

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Estado de Venezuela. —Gobierno de la Provincia de Carabobo.Valencia a 22 de julio de 1830. 20º y 1º Número 24. Señor Secº de Estado del Intr. El S. Corregr del Cantón de Carora me dice en ofº de 3 del preste lo que sige. — La esperiensia nos ha hecho ver sin tergiversación, q. los correos ordinarios son los conductos más a propósito pª mantener correspondas de todas clases é igualmte imponerse de las disposiciones superiores, los qe quieran, si estos empleos no están servidos con toda la puresa debida.— En esta Ciudad, por desgracia en la época presente, se halla de admor. de dha renta el S. Lorenzo Meléndez; primo hermº del S. Jral. Lara: viven juntos en la misma estafeta: guardan entre sí mucha armonía; con este motivo no es de dudar q. el indicado Sor. JraL se imponga de todo lo qe quiera y mantenga correspondencia del modo q. guste con los sugetos de otros lugares q. sigan su opinión: por cuya razón lo participo a VS pª lo q. pueda convenir al mejor servicio del Estado.- Adición. Para la seguridad de este pliego he tenido q. hacer propio a mi costa a poner en la estafeta de la ciudad del Tocuyo”.Como por lo q informa el Corrgr de Carora es de temerse q. la corresponda. séa violada; VS se servirá exponerlo al conocimt. de S. E. el Presidte del Estado a fin de que dicte una resolución q. afianse la seguridad de aquella.. Dios gue. á VS. (fdo.) Manuel Cala. Al margen de este documento se lee Resumen. – Julº 22. - Dá las razones de desconfianza q. tiene aquel admor. de Correos pr. su parentezco y relacs con el Jral. Jacinto Lara, - Informe id. id. — Toca a las autori-

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dades locales obrar en este punto como corresponde y el Gobernador de la Provª puede suspender al Admor.- Rto. Id. id. - Que las respectivas autoridades deben obrar en cumplimto del deber q. las leyes les imponen, sin ocurrir al Gobno. q. tiene dadas todas las disposiciones y toda la facultad necesaria a los jueces de ambos fueros pª asegurar la tranqd puca *** Estado de Venezuela. - Gobierno de la Provincia de Carabobo. Valencia a 22 de Julio de 1830. 20º y 1º Número 25. Señor Secretº de E. del Despacho del intr. El Sor. Corregr del Cantón de Carora con fecha 3 del corrte. me dice lo sigte - “Constituido como me hallo en la primera autoridad civil, de este Cantón, creo sér de absoluta necesidad informar á VS. el estado en q. se halla este Cantón de mi mando con respecto a los asuntos del día, a fin de que en vista de él, se sirva VS. determinar lo más conforme en tpo. oportuno. - Con motivo de la festividad de Sn. Juan Bauta., patrón de esto ciudad, se han hecho barias reuniones publicas, de Bailes y comidas, yo a ninguna he concurrido; pero como los hechos notorios en reuniones tales, no es posible se oculten; en el momento q. en una de las comidas mandó brindar el Sor. Jral. Jacinto Lara, diciendo antes viva al Jral. Bolívar, se me participó añadiendome q. en seguida. bolvió a hacer preparar el brinde, el cual se hiso diciendo antes el mismo Sor. Jral., viva el primer amigo del Libertador (el Gral. Páez). Estos hechos con tanta notoriedad y desembarazo, han puesto este lugar nada seguró. Yo temo juntamte con varios vesinos honrados, y pr lo tanto me apresuro a comunicar a VS. lo ocurrido; advirtiendole igualmt q. en la reunión en q. se espresó como llevo referido el Sor. Jral. Lara, no se halló

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presente el comte. de la plaza, ni ninguna autoridad civil, pues solo havian concurrido muchos vesinos, en unión de algunos Sres. q. se hallaban aquí vesinos del Tocuyo, entre los cuales hubo muchos q. quedaron bastante desagradados del hecho.- Por las mismas razones de sospechas q. tengo para tener algun acontesimto. no me -hé atrevido á documentar todo lo ocurrido; y así, si VS. cree séa de absoluta nesesidad hacerlo, será muy conforme separar de aqui antes al referido Sor. Jral; no obstante lo espuesto. VS. se serva disponer lo más conforme”. - Todo lo que tengo ha honra de transcribir a VS. pa q. se sirva dar cuenta a S E; el Jefe del Estado, para q. impuesto del asunto libre la resolución q. convenga. - Dios gue. a VS.— (fdo) Manuel Cala. Al margen de este oficio se lee lo siguiente: Resumen. - Julio . - , Refiere algunas espresiones sediciosas del JraI. Lara, y los temores q. pr ellas ha concebido. - Informe id. id. El Gov° no tiene facultad pa. obrar pr tales datos contra el GI. Lara y toca a los respectivos Jueces obrar con arreglo a las leyes, pero el Gov° puede, si quiere, separar al GI. Lara de aquel territorio pr. medio de letras de cuartel designandole otra resida - Rto. julio 2. - Que estando vigentes y terminantes las leyes qe. autorizan a las autoridades de cantones y Provincias pa. vijilar sobre la tranld puca, y proceder en todos los casos que puedan presentarse, el Gno. no tiene pª. qe. injerirse en asuntos de esta clase antes qe ninga de dhas. autoridades haya procedido pr. qe. esto seria traspasar todas las demarcaciones legalés (Archivo Nacional. Secretaría del Interior y Justicia, tomo VII, folios 220 a 223). Publicado en el Boletín del Centro Histórico Larense. N 10, pp. 6769 de abril- junio de 1944.

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Lara, Desconocido

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arora, mayo 18. - Cuando hace años, el Ejecutivo del Estado tuvo el acierto de dedicarle un “Día” al Epónimo, se encontró en el embarazo de no conocerse precisamente el de su nacimiento. La partida de bautismo conservada en el Libro correspondiente de su Parroquia nativa de Carora expresa sólo la fecha del acto sacramental (5 de junio). Pero no el otro. Pero el Ejecutivo diputó una comisión de expertos para que averiguara y resolviera, comisión que, ante la falta absoluta de datos que pudieran alumbrarla para decidir con alguna certeza objetiva, resolvió apelar al recurso tradicional de que los antiguos, por costumbre muy frecuente, bautizaban sus hijos a los ocho días justos del parto. Y hecha la deducción se acordó que Juan Jacinto Lara nació el 28 de mayo de 1778. Aquí cabría emplear el título de una novela de Gabriel D’Anunzio “Quizás sí; quizás no”. Personalmente me inclino a creer que no. Paréceme que Lara ni siquiera nació en Carora, sino en el Departamento de la Boca (Playas de la Otra Banda) adonde se retiraban a criar chivos y otras pequeñas industrias campesinas los linajudos caroreños de escasos recursos. Pienso que pueda ser cierto que a Lara lo trajeron ya crecidito de Camay para ser bautizado, corno lo apuntó con alguna base Guillermo Morón, y en ese caso no sería tampoco el 78 el año de su nacimiento. Pero esto no tiene en realidad gran importancia. Lo importante es que Lara haya nacido. Y naturalmen-

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te que haya nacido en la época precisa en que se precisaba su nacimiento. Porque Lara fue uno de esos hombres en quienes hasta un providencial pudiera verse, dado el desarrollo de los hechos históricos. ¿Por qué? Porque Lara en época de escasa saturación personal de responsabilidad, demostró ser hombre de total responsabilidad en todos los momentos. De fijo no tenía inclinaciones políticas. Parece que no venía de familia de políticos. Su padre, vigoroso ejemplar de hombread, no es topado en las búsquedas de los aficionados a descubrir los hechos de la historia local, en condición de empleado público. Juan Jacinto, su hijo, lo heredó. Parece que todavía muy joven se dio a rodar mundos venezolanos en calidad de comerciante. Hasta con Boves diz que anduvo en tales andanzas; y en algún sitio peligroso ambos batieron a “Guarajumo”, bandolero trashumante. De comerciante estaba Lara en Caracas cuando la sensacional ocurrencia del 19 de Abril. No tenía vinculaciones apreciables con los “nobles” criollos que por intereses personales, contrariados por los españoles peninsulares, iniciaron sin ideas revolucionarias la Revolución. Pero en forma revolucionaria entendió el brioso caroreño el acontecimiento, y resolvió tomar parte en la lucha. Le dieron una tarea de gran responsabilidad, ímproba y difícil: la de organizar milicias. Que si después se hizo esa faena, en la Venezuela militarizada, ejercicio similar a su correspondiente de entrenamiento para un deporte —que a eso llegó la guerra intestina en este país— para la época colonial es fama que los disparos de chopos a pura pólvora que obligaban los reglamentos, proporcionaban espanto y confusión y patuteces entre los vecindarios archipacíficos. Y tras de esa tarea que ejecutó Lara en Ospino en seguimiento estricto de su deber por absoluto espíritu de responsabilidad, como hombre responsable se le vio siempre en todas partes.

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Por eso adquirió una gran autoridad moral. En torno suyo latían los perros de las pasiones. Pero cuidaban de acercársele para el mordisco infamante. Caído en la trampa de los traidores del Perú, cuando la sublevación de Bustamante, no sufrió su dignidad menoscabo. Venía ya a retirarse a sus campos caroreños; pero hubo de entrar en nuevos servicios en la Gobernación de Departamentos. Al fin, para el año 30, logró su propósito. Aquí en Carora vivió doce años seguidos, criando reses, organizando fundos, metido en el campo, observando una conducta sin tacha y dando el ejemplo, en verdad verdad, de Cincinato, hundida su cabeza en su sombrerazo criollo de pastor, mientras que le brillaba en el pecho varonil la Medalla de los Vencedores de Ayacucho. Aquí en Carora fue citado a tribunales por el ciudadano “Curruchuelo” (Trinidad Fránquiz) a cuenta de daños de animales del prócer, ocurridos en el hato del arriba dicho. Perdió el pleito. Aquí fue hostigado, chismeado y encocorado por el paecismo a cuenta de su lealtad fanática por la memoria del Libertador. ¡Hasta se le acusó de poder violar la correspondencia postal que distribuía uno de su familia en otra Estafeta! ¡Con el mote de agitador se le hizo comparecer ante autoridades paecistas y antibolivarianas de Valencia Pero en todas estas pruebas, en todo ese trajín de sus mezquinos enemigos, cuyo capitán regional era Nicolás Torrellas, el voltígero político y Cura renegado, mil veces funesto para la Patria, no hay siquiera el más mínimo indicio de que nadie le faltase el respeto! Y hay que ver lo que entre la barahúnda de las pasiones humanas significa un hombre que se imponga al respeto. ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Qué quiere decir que igual fenómeno reverencial por esa ilustre personalidad se constata cuando Lara actuó en Barquisimeto, ya sin dominio ni influencia política desde que los Monagas detentaban el Poder hasta el momento de su muerte? Significa simplemente un hecho irrebatible: que Juan Jacinto Lara era hombre de

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autoridad moral a quien había que respetar, y se respetaba, aunque hubiere causales de índole política por las cuales se le hiciese odioso y con o sin razón lo odiasen. Claro es. Un hombre así, no puede ser y no fue, el hombre vulgar que algunos piensan. Algunos, por ejemplo, conciben un Lara arengando sus tropas en forma soez, antes de Ayacucho. Algunos le estiman brutal, despótico, soltando un ajo en cada frase. Y tan andadas están estas mixtificaciones del Prócer, que tal como así lo admitió que fuese (y nada menos que como Diputado de la República y en la Cámara) una persona tan noble, tan entendida, tan enterada y tan afable como Andrés Eloy Blanco. ¿Por qué? Porque Andrés Eloy Blanco no conoce a Lara. Porque Andrés Eloy Blanco sólo ha de tener, de quien salvó en Corpahuáico el material conque se libraría la batalla decisiva de la independencia de nuestra América, del soldado desde el 19 de Abril, del héroe que jamás se fatigó en la pelea ni el vivac, del Magistrado que en la cerrazón hizo luz, del símbolo de la lealtad a Bolívar, del Hombre hecho y derecho a toda responsabilidad en todas partes, el conocimiento que le suministrarían las leyendas de Ricardo Palma, ese ingrato peruano mendaz, auspiciador de cuanta conseja pudo recoger en su tierra para desnaturalizar los hechos y difamar los hombres que para realizarlos en pro de la libertad americana, fueron desde acá hasta allá con el mayor desinterés conocido en la historia de las naciones del universo. Ese Lara torpe, tosco, malhablado, cuasi perverso, que conciben muchas más personas (y por supuesto menos obligadas a ser instruidas en historia que el gran poeta nacional en referencia) pervive para el concepto de tan erradísima apreciación, solamente por nuestra culpa. Por la culpa de quienes estamos obligados especialmente por el honor de la paisanía regionalista, a hacer sobre el Epónimo la luz que su historia merece y necesita. ¿No hay por acá y por acu-

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llá, todavía, hasta personas de pro en letras que estiman a Lara fusilando los frailes quintacolumnistas de Guayana, obrando sin órdenes de Bolívar, por puro goce de abaleador facinerosos? Esta situación de desconocimiento cabal de la vida del hombre que le dio nombre a nuestra regi6n no puede, no debe, prolongarse. Es obligatoria la cooperación oficial para desentrañar documentos de los archivos de Venezuela y de los países americanos donde aquél actúe, para que: Una monografía cabal, sobre su gran figura sea escrita, y puedan enterarse sus compatriotas de que el comerciante que se transformó de súbito en militar y en político el 19 de abril en Caracas, por sólo el impulso irresistible de su responsabilidad de patriota; de que el constante luchador desde Araure hasta Ayacucho; de que el Administrador de Departamentos; de que el Cincinato de “Cabra” y “Buena Vista”; de que el Gobernador de la Provincia de Barquisimeto; de que el padre de familia ejemplar y el ciudadano que a sus propios adversarios inspiró profundo respeto y murió como un justo, no fue sino todo lo contrario, al sujeto deplorable de quien por falta de conocimientos habló un personaje de tanta monta en Venezuela como el poeta y el político Andrés Eloy, y para mayor perjuicio de la verdad, hablando como Diputado popular en pleno Congreso de la República. En este Día de Lara hablando desde este vocero democrático que es “La Opinión”, me permito iniciar un movimiento iluminador sobre la personalidad del Epónimo. Se dirá que para eso está el Centro Histórico Larense. Admitiría en parte la advertencia. Pero el Centro carece de recursos suficientes para promover una solicitud completa, y con la debida extensidad, de tales recaudos históricos. (Aspiro a que el actual Gobierno del Estado entienda el resto de la proposición y la ejecute).

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Por lo demás, no soy de los que a cuenta de hombres modernos rechazan el pasado por sistema y se hacen antihistóricos. Al contrario. Creo poseer un espíritu revolucionario y voy hacia el porvenir siempre adelante, sin temerle —aún antes bien fomentándolos y agitándolos— a los propósitos de lucha revolucionaria, por cambiar, por transformar en otro mejor este mundo egoísta en el sentido de la justicia y de la cooperación para la felicidad de todas las clases sociales, aunque ello sea patinado sobre cadáveres misoneístas. Pero creo también que el cambio del hecho social, que la edificación del orden nuevo, deben hacerse sobre las bases de nuestra absoluta originalidad Nacional. De otro modo —como nos ocurrió con la copia de lo ajeno cuando tras la Independencia iniciamos nuestro progreso político— la labor fue casi toda vana, y nuestra modernización sufrió, y sufre todavía inconveniente anulador de toda obra de pastiche. De modo que podemos concluir en que al tratarse de hacer conocido al Lara de la verdad para modificar el de la leyenda, estaríamos a la altura, hoy, después de la guerra imperialista internacional, de quienes, empezando por ese Hombre-Mundo que es José Stalin, como dijo el Patriarca Sixto, están concentrando cada vez más en sus fronteras sus potencias autóctonas, demostrándose así que los grandes pueblos son a la medida en que cultivan sus vocaciones y sus entusiasmos nativistas. Publicado en La Opinión, de Barquisimeto, del 29 de mayo de 1945, p. 3. Ilustrado con una foto de Chío.

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219 Aniversario del Natalicio de Juan Jacinto Lara General de División Reinaldo Rojas

Tomado de la Versión del Discurso de Orden bajo el titulo Juan Jacinto Lara General de División, publicado por el Centro Jacinto Lara, Barquisimeto 28 de Mayo de 1997. 15 Pág.

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Reinaldo Rojas es Profesor jubilado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador-Instituto Pedagógico “Luis Beltrán Prieto Figueroa” de Barquisimeto (UPEL-IPB) y Doctor en Historia. Fundador de los estudios de postgrado a nivel de Maestría y Doctorado en Historia. Coordinador del Programa Interinstitucional de Doctorado en Educación UCLA-UPEL-UNEXPO y fundador del Núcleo de Investigación en Historia Social de la Educación y la Pedagogía. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Historia, 1992; Premio Continental de Historia Colonial de América “Silvio zavala” del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) México, 1996 y Premio a la Labor Investigativa, UPEL 2004. Miembro del Programa de Promoción del Investigador (PPI-Nivel IV) del Ministerio del poder Popular para Ciencia y Tecnología 2004-2009. Es autor, entre otros libros, de Historiografía y Política sobre el tema bolivariano; El Régimen de la Encomienda en Barquisimeto Colonial; La Economía de Lara en cinco siglos; Historia Social de la región de Barquisimeto en el tiempo histórico colonial; La Rebelión del Negro Miguel y otros estudios de Africanía; y Temas de Historia Social de la Educación y la Pedagogía.

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uando conocí por intermedio del Presidente de la Asamblea Legislativa de nuestro Estado Lara, diputado Félix Cordero Peraza, que había sido escogido como Orador de Orden en el Acto Conmemorativo del doscientos dieciocho aniversario del natalicio del General de División Juan Jacinto Lara, héroe de Corpahuaico en la Campaña de Sur, comandante General de la primera división del Ejército Unido Libertador del Perú, el mismo que libró la exitosa Batalla de Ayacucho, entre otras responsabilidades, me detuve a pensar acerca de los valores humanos, los ideales patrióticos, los principios éticos, las concepciones políticas que movieron a estos hombres que junto a Bolívar y Sucre y a costa del sacrificio de sus propias vidas nos legaron una Patria, una historia honrosa, una cultura de justicia y libertad, que hoy, a 172 años de la gesta de Ayacucho nos parecen tan lejanos y casi en trance de desaparecer. Y esta interrogante la hago hoy de nuevo ante Uds, y en un contexto histórico caracterizado por el impacto de una de estas transformaciones materiales y espirituales que vive la Humanidad cada cierto tiempo. Transformaciones que

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se nos hacen evidentes cuando observamos atónitos la desaparición de las grandes ideologías que le dieron forma a nuestra cosmovisión de la modernidad, cuando asistimos al debate no menos interesado del fin de la historia cuando, en suma, percibimos que a pesar de todos los cambios propulsados por la revolución tecno-científica de nuestra época, la situación social de las grandes mayorías del planeta se agrava cada día más aumentando la pobreza y el desamparo entre los más necesitados, cuando las fuerzas de la globalización económica, social y cultural que avanza indeteniblemente por los cuatros costados del planeta nos impone el desmantelamiento del Estado Social y la desintegración-absorción de los Estados Nacionales. Nace una República Pienso, pues, en Juan Jacinto Lara, que desde su natal Carora escucha el llamado a la lucha por la Independencia de una Nación llamada Venezuela, Nación si, que late y vibra en nuestra tierra ya en la segunda mitad del siglo XVIII, en el conflicto económico-social contra la Guipuzcoana, que se expresa en la conciencia de territorialidad de la antigua Provincia de Venezuela, cuando los gobernantes de aquella etapa de nuestra historia que hoy denominamos colonial, logran por Real cédula del 7 de septiembre de 1777 y cito “la absoluta separación de las …Provincias de Cumaná, Guayana y Maracaibo, e islas de Trinidad y Margarita, del Virreinato y Capitanía General del Nuevo Reino de Granada”, para “agregarlas en lo gubernativo y militar a la Capitanía General de Venezuela”, conformando con ello, frente al poderoso virreinato de la Nueva Granada, la gran Capitanía General de Venezuela, núcleo formativo en términos jurídicos –territoriales, político-institucionales, económico-sociales y culturales de aquella República que amanece al mundo el 5 de julio de 1811,idea de nacionali-

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dad que empieza a labrarse también en el seno de nuestra primera Casa de Estudios, la Real y Pontificia Universidad de Caracas, y en las tertulias de la Caracas del 1800, pequeña urbe de donde salieron para asombrar al mundo un Francisco de Miranda, un Andrés Bello, un Simón Rodríguez, un Miguel José Sanz, el Licurgo de América como lo llamó Alejandro de Humboldt, y nada menos que nuestro Libertador Simón Bolívar. En esos años, no había sido Imperio. Como lo ha señalado nuestro maestro Federico Brito Figueroa, la nación surgía del seno de un pueblo sometido a los dictados de la Monarquía española. Y se rompieron las cadenas, como dice el Gloria al Bravo Pueblo y Caracas dictó la pauta: Del 19 de abril de 1810 al 5 de julio de 1811. Es triste cuando hacemos el balance y vemos en nuestro presente un Estado que progresivamente se desnacionaliza en cuerpo y en espíritu ante la mirada confundida de un pueblo que busca una palabra de orientación, una bandera noble que seguir, un camino por el transitar hacia el reencuentro consigo mismo, con Venezuela, con Bolívar, con Juan Jacinto Lara. Hitos de una nacionalización Esta historia tienes sus hitos actuales. El tema no suficientemente discutido y evaluado en sus consecuencias nacionales de la apertura petrolera, camino que nos conduce a la privatización de la industria petrolera y, por ende, a su desnacionalización puesto que pone en manos de los grandes consorcios internacionales la explotación de ese recurso que explica y caracteriza a la Venezuela del siglo XX. Como bien lo señala el coordinador de planificación estratégica de PDVSA, Leonardo Pantín, se trata de cambiar la relación petróleo-sociedad, pero bajo la fórmula ilusoria de que con ello dejamos atrás el modelo petrolero actual -se-

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gún él- rentista, clientelar, ineficiente y corrupto, ya que la apertura busca “que todos los venezolanos participen en el negocio central” de los hidrocarburos. Ya sabemos lo que significa esta generalidad en un país como el nuestro, donde según cifras de Fundacredesa para 1994, el 79,19% de la población vive en estado de pobreza. Sin embargo, como bien lo ha señalado el Dr. Luís Fuenmayor Toro, ex – rector de nuestra Universidad Central de Venezuela, la apertura petrolera no ataca el viejo modelo de explotación–exportación de combustible fósil. Al contrario, lo continúa, dejando de lado la industrialización de petroquímicos, el desarrollo de las industrias químicas de los orgánicos y el aporte del 4 % del ingreso bruto de PDVSA al desarrollo de la investigación científica y tecnológica que necesita el país para realmente despegar del subdesarrollo. Pero hay mas hitos de esta nacionalización en marcha: la debilidad e incompetencia de un Estado frente a acontecimientos tan graves como la destrucción de las cabeceras del río Caroní, en plena selva amazónica venezolana, hoyando con ello el sagrado recinto de la etnia aborigen más antigua del mundo, los yanomami, destruyendo poco a poco nuestro acervo natural y humano amazónico, por intermedio de los garimpeiros de todas nacionalidades, inclusive la nuestra, agentes de avanzada del capitalismo depredador y salvaje de nuestro tiempo, cuyas acciones han movido al propio Papa Juan Pablo II a llamar la atención sobre los peligros que se ciernen sobre una sociedad mundial sometida a los dictados “naturales” de la ley del mercado. Y que decir del también progresivo desmantelamiento de los Servicio Públicos, donde se combinan las tesis neoliberales de reducir el papel social del Estado con los vicios del clientelismo, el burocratismo que no la burocracia, la

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ineficiencia, en fin, los intereses creados. Por si eso fuera poco, cito tres acontecimientos más en mi reflexión y balance: la confusión que expresan los ministerios de Educación, Defensa, Relaciones Interiores y de la Familia, al declarar, mediante Gaceta Oficial Nº 35.940 del 16 de abril de 1996, el 19 de abril como el día de la declaración de independencia, eliminando de un plumazo, por así decirlo, el 5 de julio de 1811. Reflejos en educación Frente a ello, dos conductas de nuestro sistema educativo, tan sólo como muestran los “Parámetros y criterios para la transformación y modernización del currículo de la carrera docente” elaborado por el Núcleo de Vicerrectores Académicos del CNU. Allí se lee: Integralidad, comprensividad, modernización y pertinencia. En esta última se presenta la pertinencia social, regional, nacional, global, actual y futura. Es decir, lo nacional es apenas un aspecto de una reforma curricular a nivel de las carreras docentes, en un país donde la Historia ha venido siendo eliminada de los pensa de estudio de todas las carreras. No se trata de discutir qué historia necesitamos, qué historia se debe investigar y enseñar. No, simplemente se trata de eliminar toda noción de proceso, de origen, de nuestro país, ahondando más en aquella “crisis de pueblo” que ya denunciara en 1950, en su Mensaje sin destino, don Mario Briceño Iragorry, crisis por cuanto “carecemos del común denominador histórico que nos dé densidad y continuidad espiritual”, de allí el papel central de la enseñanza de la historia a todos los niveles y en especial su cultivo como instrumento creador de la conciencia de nacionalidad. El otro acontecimiento, vivido muy de cerca, es el relativo a la eliminación de la asignatura Pensamiento Bolivariano

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en el Pensa de Estudio de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, vale decir, eliminar el único espacio formal que existe para que nuestro docentes se encuentren apenas por un semestre con la obra y pensamiento de nuestro Libertador. Pero esto no es lo primordial para nuestros planificadores y reformadores de la educación. La prioridad es promover la competencia, la excelencia, la calidad total, la eficiencia operativa, la reconversión intelectual, la reingeniería, categorías que deben responder a un sustrato cultural nacional específico, como lo es en el mundo. Y a este tenor nos preguntamos, ¿dónde están nuestros maestros, nuestros ideólogos de la educación? ¿dónde están Rodríguez, cuyo nombre lleva una de nuestras universidades, Andrés Bello, el Dr. Vargas nuestro primer rector republicano, don Cecilio Acosta, Egidio Montesinos, Ramón Pompilio Oropeza, para hablar de dos grandes maestros larenses, Luís Beltrán Prieto Figueroa, Juan Francisco Reyes Baena, para citar sólo algunos? Me angustia señalar como primer balance que, en este fin de siglo, y frente la obra que nos legaron nuestros libertadores, nuestro pueblo y sus dirigentes caminan en sentido opuesto a los valores de Juan Jacinto Lara. Y esto es así, porque no se trata solamente de una responsabilidad de gobierno. Se trata de una responsabilidad general, de todos los venezolanos, el cultivo y defensa de nuestra identidad nacional. No olvidemos, que la Nación es una comunidad de cultura, y como tal, como espíritu, como cultura, como valor trascendente, debe ser cultivada. Misión de Juan Jacinto Lara El poeta africano Frantz Fanon en su libro Los condenados de la tierra señala lo siguiente: “Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión,

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cumplirla o traicionarla”. Y ¿cuál era la misión de los hombres de la segunda mitad del siglo XVIII? Para Juan Jacinto Lara la hora llegó con los sucesos que desencadena el 19 de Abril de 1810, año en el que lo encontramos tempranamente como jefe de Milicias en Araure y Ospino, y a partir de allí, entre 1811 y 1842, en los siguientes encuentros y batallas que dan contenido a su carrera militar: Guasdualito, San José de Cúcuta, San Pedro, Niquitao, Los Horcones, Taguanes, Puerto Cabello, Bárbula, Las Trincheras, Vigirima, Carabobo, Jujure o Turén, Ospino, Mucuchíes, Cúcuta, San Joseíto de Cúcuta, Bálaga, Yagual, San Antonio de Apure, Mucuritas, Calabozo, Los Pastos, Pore, Lagunas, Paya, Chiriguaná, Valle de Upar, Sérica, Arequipa, Junín, Corpahuaico, Ayacucho. En la carta que el General Sucre, le envía a Bolívar el 10 de diciembre de 1824, después de concluida la Batalla de Ayacucho, le informa lo siguiente: “He creído una justicia nombrar al general Córdova sobre el campo de batalla, y a nombre de Ud. y de Colombia general de división y también a Lara por sus servicios en la campaña.” En ese momento, Juan Jacinto Lara estaba en la cúspide de su carrera militar, construida con constancia y sacrificio. Ahora le tocaría desempeñarse en el área administrativa donde tenía cosechada muy buenas referencias como esta del propio Libertador, al nombrarlo en 1820 Gobernador de la Provincia de Tunja: “es el mas propio para mandar…es muy justo y exacto…..” En este campo estas fueron sus responsabilidades: Jefatura de los Llanos de Calabozo, Gobernador de la Provincia de Santa Marta y Cartagena, Intendente de los Departamentos de Arequipa, Cuzco y Ayacucho, Intendente General del Departamento del Orinoco y ya de regreso a su región natal, Gobernador de la Provincia de Barquisimeto en 1843, en el gobierno del General Carlos Soublette. Y el 25 de fe-

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brero de 1859, a la edad de 81 años muere en su hogar, este ilustre caroreño, dejando el recuerdo de su buen hacer y su nombre a la antigua provincia de Barquisimeto, que el 16 de mayo de 1881, unida con el Yaracuy tomará el nombre de Estado Lara. Dos mensajes Cuál es pues, el mensaje que los larenses de hoy podemos recoger de este aniversario. En primer lugar, que la obra de Lara está estrechamente unida a la construcción de nuestra nacionalidad independiente. Por tanto, honrar a Lara nos obliga a repensar nuestra actitud, nuestra conducta y nuestro quehacer como ciudadanos venezolanos, como legisladores y hombres de gobierno, como educadores y funcionarios del Estado venezolano en esta ultima década del siglo XX. En segundo lugar, ubicarnos en el tiempo que nos ha correspondido vivir. Hoy domina un conflicto entre la economía global financiera en acelerado proceso de transformación y hegemonía y las debilitadas economías nacionales, alrededor de las estructuras de los Estados Nacionales. La revolución de la información ha creado una cibereconomía, planetaria, permanente, inmaterial e inmediata. Los mercados financieros funcionan a la velocidad de la luz, generando riquezas que sobrepasan cualquier control de los gobiernos nacionales. BoutrosGhali, secretario general de la ONU ha señalado al respecto que en la realidad el poder mundial escapa ampliamente del control de los estados, tanto que estos nuevos poderes de la globalización implican la emergencia de nuevos poderes que trascienden las estructuras estatales, dando lugar a una nueva estructura social y política a escala mundial.

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Según cifras de Le Monde Diplomatique, las transacciones cotidianas de los mercados de cambio han pasado de 290 mil millones de dólares en 1986 a más de 700 millones de dólares en 1990. Sólo en 1994 los flujos económicos incontrolados han superado los 1.000 millones de dólares por día. Y frente a ello, los estados nacionales se empobrecen, sumidos en el endeudamiento, la creciente explosión de la pobreza, el colapso de los sistemas de seguridad social. Según el periodista francés Ignacio Ramonet el rol del estado de una economía global es muy difícil porque ya cada día menos controla los flujos de dinero, de información y comercio. Sin embargo, debe mantener su responsabilidad en la formación de ciudadanos y del orden público interior, dos actividades que dependen fuertemente del estado general de la economía. La tarea de hoy Repensar la funcionalidad del Estado, prepararnos para enfrentar los retos de la globalización capitalista a escala planetaria, resguardar al venezolano de hoy como patrimonio humano del mañana frente a la pobreza, la ignorancia, la superstición, el vicio, cultivar la integración económica, cultural o política respetando nuestra especificidad como pueblo y como nación, superar todos los obstáculos que se nos presentarán en esta larga marcha por el desarrollo en el nuevo contexto de la crisis de civilización que vivimos, todo ello, no será posible si no bebemos en la fuente inspiradora de nuestros libertadores. Hay que hacer de Corpahuaico una bandera por el rescate de nuestra nacionalidad. La tarea es urgente, inmensa pero vital y necesaria. ¿habrá Venezuela en el siglo XXI? Eso dependerá de nosotros, de nuestro quehacer ciudadano, de nuestra conducta política, de la fortaleza que tenga nuestra conciencia histórica. Hoy nuestras armas son más culturales que físicas, pues como

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ya lo decía Martí, en los finales del siglo pasado, también crítico para nuestros países. “Trincheras de ideas valen mas que trincheras de piedra.” Debemos ganar la batalla nacional en nuestras mentes, para que podamos decir con nuestro Generalísimo Francisco de Miranda, y a despecho de todas las fuerzas que conspiran con nuestra venezolanidad, que dulce y decoroso es morir por la patria. Y si le preguntan a este humilde orador, qué es la Patria, de sus mil rostros hay dos que me angustian y aterran: El de una madre desesperada que ha perdido a sus hijos. El de un niño hambriento que deambula por las calles sin saber de dónde viene ni a dónde va. Estos rostros no los queremos...Dulce y decoroso es morir por la patria. Nosotros, los venezolanos de este tiempo tenemos la última palabra. Corpahuaico y Lara nos señalan el camino. Muchas gracias.

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Jacinto Lara Horizontes de la Libertad Carlos Giménez Lizarzado

En: En el Espejo de la Prensa. Páginas de Historia y Literatura, Barquisimeto Zona Educativa del Estado Lara–Fundación Buría, 2003, PP 108-119.

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Carlos Giménez Lizarzado es Profesor del Instituto Universitario Experimental de Tecnología Andrés Eloy Blanco y del Decanato de Medicina de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado UCLA. Docente de la Maestría en Educación, mención Enseñanza de la Historia UPEL-IPB. Profesor en Ciencias Sociales, mención Historia, egresado de la UPEL-IPB en 1992. Especialista en Historia Económica y Social de Venezuela (1994) y Magister Scientiarum en Historia (1996) Universidad José María Vargas, Caracas. Cursante en el Programa de Doctorado convenio UCLA-UPELUNEXPO. Director de publicaciones de la Fundación Buría. Coordinador de la Cátedra Lisandro Alvarado UCLA. Autor de los libros: Duaca en la época del café (1870-1935), Introducción a Fermín Toro, En el espejo de la prensa, Contemporaneidad de Lisandro Alvarado y Seis estudios sobre Lisandro Alvarado. Desempeña actualmente el cargo de Secretario General del Consejo Directivo del IUTAEB.

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“La tropa lo idolatra y es el más hombre de bien que tiene el mundo”. Simón Bolívar. 1825.

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a formación de la nación Venezolana ha pasado por distintos momentos en que la participación de sus ciudadanos ha sido fundamental. Si recordamos que antes de 1810 nuestro actual país era una colonia del imperio español, debemos también resaltar que la ruptura con este imperio y los caminos de la Independencia no se hicieron por arte de magia o por una bendición divina, sino fueron los jóvenes nacidos en estos territorios, venezolanizados por el ambiente y la cultura los que se esforzaron por lograr una nación independiente de cualquier dominio extranjero. Así, encontramos que un joven como Jacinto Lara, se hace héroe y merecedor del homenaje permanente al darle su nombre a nuestra entidad, Lara nace en Carora un 28 de mayo de 1778, cuando apenas las antiguas provincias de Cumaná, Maracaibo, Margarita y Trinidad, por disposición de Carlos III, se integraban en la Capitanía General de

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Venezuela, base política y territorial de la futura República de Venezuela. Su infancia transcurre en la ciudad de Carora hasta alcanzar una edad mayor para dedicarse a trabajar para el sustento de sus necesidades materiales. Su adultez se desarrolla transitando por los distintos pueblos de los Llanos y de los alrededores de Caracas donde practicaba el comercio. Desde luego que en la sociedad colonial donde crece Lara, no todo era armonía, pues, desde la sublevación de Juan Francisco de León contra la compañía Guipuzcoana, la insurrección de José Leonardo Chirino en Coro, la Conspiración de Gual y España en la Guaira, los alzamientos de esclavos y las expediciones de Francisco de Miranda, se respiraba una atmósfera en búsqueda de la libertad. Este ambiente de lucha anticolonial seguro habrá de influir en la conducta que asumirá el joven Jacinto Lara al acompañar a Bolívar en la gesta de la Independencia. Cuando se inicia en 1810 el proceso de romper con el imperio, se incorpora rápidamente al movimiento militar que enfrenta a los ejércitos españoles. En este mismo año es nombrado Jefe de las Milicias de Araure y Ospino. Era el comienzo de una carrera donde la constancia, el valor y la disciplina lo llevarían a la gloria de ver independiente los antiguos territorios dominados por la metrópoli española. Hacia 1811, cuando los hombres partidarios del rey logran avanzar sobre la naciente República, con sus inexpertos soldados marchará hasta Maracay para ponerse a las órdenes de Francisco de Miranda y lograr la toma de Valencia por el combate en el Cerro de Morro. El mismo Miranda elogia su actuación. Ya estaba entregado a defender el concepto de patria. Al caer Venezuela en manos de Domingo Monteverde, la libertad nuevamente se ve amenazada. Los guerreros a favor

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de la independencia huyen hacia Curazao y Nueva Granada. Esto les permitirá organizar la estrategia para recuperar el suelo Venezolano. Así Antonio Nicolás Briceño, Simón Bolívar y José Félix Ribas regresan cruzando montañas, ríos y llanuras para repeler al ejército de Monteverde. A esta difícil tarea se suma Jacinto Lara. Bajo las órdenes de Bolívar logra la victoria en 1813 en San José de Cúcuta. Este éxito lo colocará en posición de confianza de El Libertador para invadir a Venezuela por los Andes. Marcha hacia Mérida junto a Rafael Urdaneta y José Félix Ribas y toman hacia Niquitao donde vencen al español José Martí, alcanzando el triunfo para garantizar el avance del ejército republicano. Buscando la vía de Humocaro Alto para unirse a la vanguardia del ejército bolivariano se enfrentará al español Francisco Oberto en los Horcones, saliendo victorioso, y bajo la dirección de Bolívar en las llanuras de Taguanes se coronará el éxito de estos guerreros para entrar el 7 de agosto a Caracas, instaurando nuevamente la República. Esta gesta se conoce como la Campaña Admirable, pues se forjó un batallón de hombres sin escuela militar pero con un alto sentido de disciplina y responsabilidad de liberar a la incipiente nación de los dominios extranjeros. La tarea no estaba concluida. En 1814, Venezuela se ve asediada por las armas de las huestes españolas. El combate aún no termina; al lado de Urdaneta le corresponderá a Jacinto Lara seguir luchando por los territorios llaneros y valles centrales; en Mucuritas acompaña a Páez; junto a Santander pelea en las batallas de Pore y Laguna. En agosto de 1824, sale victorioso en Junín. En la campaña del sur, se unirá a Sucre para dar la más grande de las contiendas del ejército republicano, la Batalla de Ayacucho. Se cerraban veinte años de guerras y allí estaba Lara, asegurando la continuidad de la República.

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Cuando es requerido para asumir el mando de la Provincia de Tunja, el Libertador resalta sus cualidades militares y administrativas, expresando: “Mando a buscar a Lara para que se haga cargo del mando de esta Provincia. Él es el más propio para mandar. Él no es muy bonito pero muy justo y exacto en sus operaciones, y por eso lo prefiero a otros que son muy amables pero que no sirven para nada”. Cumplidas sus obligaciones de ciudadano regresa enfermo a su pueblo natal y aún así por exigencia de Bolívar es nombrado Intendente y Comandante General del Departamento Orinoco hasta 1829, cuando nuevamente se vuelve a Carora. A los 81 años de edad el 25 de febrero de 1858 muere con el cuerpo agotado pero con el alma en paz por los tributos que rindió a la lucha por la formación de la República Venezolana. Y el mayor honor para este héroe es que en los territorios donde combatió se le recuerde al colocarle, a partir de 1881, su apellido, para denominar administrativamente el nuevo Estado constituido por la unión de las antiguas Provincias de Barquisimeto y Yaracuy. De modo pues, que el gentilicio de larense es un legado histórico de un hombre que junto a otros se esforzaron por construir un país, y que si bien es cierto, no tuvieron escuela ni universidad, se forjaron su propia disciplina, constancia y valores para alcanzar el éxito de la independencia que ahora pertenece a los hombres de este presente. La tarea es darle continuidad a esa disciplina y moral de trabajo para conquistar nuevos triunfos, ya no frente a los ejércitos españoles pero sí frente a los nuevos retos de la realidad actual, llena de incertidumbres y crisis ecológicas y especialmente, ante el peligro de la pérdida de la posibilidad de soñar con un mundo mejor.

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Cronología 1778: Nace el 28 de Mayo en Carora. 1809: Su infancia transcurre en Carora y el desarrollo adulto transita entre los llanos, Caracas y sus alrededores. 1810: Inicia su gesta libertadora como soldado de la Junta Suprema de Caracas. Luego es nombrado Comandante de Milicias de Araure y Ospino. 1811-1812: Participa en los combates contra los insurrectos en la ciudad de Valencia Junto a Francisco de Miranda. Al lado de José Félix Ribas, actúa en las batallas de Niquitao y de los Horcones. Con Bolívar participa en los combates de Taguanes y Araure. 1813: Actúa en la Primera Batalla de Carabobo. Con Urdaneta va a Occidente. Combate en los Llanos junto a Santander. 1817: Comandante General de las Misiones del Caroní. 1818: Comandante General y Jefe Civil de los llanos de Calabozo. 1820: Jefe del Estado Mayor General, interino de la División Norte de Nueva Granada.

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1821: Gobernador de Santa Marta y Cartagena, en Nueva Granada. 1824-1825: Intendente y Comandante General de los Departamentos de Arequipa, Cuzco, Ayacucho, en Perú. 1827: Intendente y Comandante General del Departamento Orinoco. 1828: General en Jefe del Ejército de Colombia y Comandante General del Departamento del Zulia. 1829: Regresa a Carora. 1843: Es nombrado Gobernador de la Provincia de Barquisimeto. 1859: 25 de febrero, muere en Barquisimeto y sus restos reposan en el Panteón Nacional desde 1911.

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Fuentes Diccionario de Historia de Venezuela. (1988). Caracas. Fundación Polar. NÚÑEZ, Ángel María. (1970). Homenaje al epónimo General de División Juan Jacinto Lara. Barquisimeto. Centro de Historia Larense. PEREIRA, Pablo. (1995). Los Bronces y medallones Larenses. Barquisimeto. Fundacultura. Colección Autores Larenses. ROJAS, Reinaldo. (1985). Hechos y Personajes de Nuestra Historia (I).Barquisimeto. Fundacultura. _______________ (1997). El 19 de abril de 1810. Duaca. Alcaldía del Municipio Crespo. _______________ (1997). Juan Jacinto Lara: General de División. Discurso de orden en el 218 aniversario del natalicio de Juan Jacinto Lara. Barquisimeto. Centro Jacinto Lara. ROJAS, Arístides. (1890). Leyendas Históricas de Venezuela. Caracas. Existe una edición en: Encicopledia de Venezuela. (1976). Tomo VII. Caracas. Editor Lucas Morán Arce. Editorial A. Bello S. A.

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SILVA UZCÁTEGUI, Rafael D. (1981). Enciclopedia Larense. Caracas. Ediciones de la Presidencia de la República. Biblioteca de Autores Larenses. Tercera Edición. 2 Tomos. ZUBILLAGA PERERA, José M. (1986). Procerato Caroreño. Caracas. Academia Nacional de la Historia. Colección Estudios, Monografía y Ensayos. N”.74.

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