Tres amigos de Raúl Sepúlveda Tello

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Tres amigos

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Raúl Sepúlveda Tello

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tres amigos RaĂşl SepĂşlveda Tello

Monterrey, 2016

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Tres amigos © D. R. 2016, Raúl Sepúlveda Tello Diseño editorial: Ediciones Morgana Diseño de portada: Gabriela Chávez Primera edición, 2016 Edición digital, 2020 email del autor: macrolido2006@outlook.com

email del editor: ediciones.morgana@yahoo.com Ninguna parte de esta edición digital puede ser reproducida o transmitida con fines de lucro, sin permiso previo de su autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes.  4


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para AngĂŠlica BeltrĂĄn y Clara Eivet

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¿Ahora a quién le contaré mis cosas? ¿Con quién voy a reír? Ya no vamos a agarrar el pedo juntos, Tilico. Nos has abandonado. Al pobre de Cruz aún no le cae el veinte de lo que ha pasado; es muy lento para entender. Se va a sentir muy solito en la casa porque a mí tampoco me queda mucho tiempo. Estoy llorando más que sus papás. Ellos nunca lo comprendieron. Cruz grita incontrolable; no aguanta ver el féretro y lo van a sacar. Yo también quisiera gritar. Todo se ve irreal y borroso; a lo mejor es un sueño. No, ¿para qué me hago tonta? Es la realidad y tendré que enfrentarla sin el único hombre al que he amado. Tili, mi adorado Tili…

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Durante la fiesta Judith subió a la mesa y comenzó a cantar una melodía de amor dedicada a Fernando. Todos los invitados reían, excepto René. —Judith, bájate de ahí por favor. —¡Ah, qué bien friegas, Tili! Deja decirle a tu hermano lo que siento. Fernando observaba divertido la escena. René bajó a su amiga y la sacó de la casa. —¡Qué oso! –dijo una chica–. No puede ser que sea tan ridícula. Es mi amiga y he tratado de ayudarla para que no sea naca, pero no entiende. Neta que está en el hoyo. —Ya sabes cómo es ella cuando toma, Hilda –respondió Fernando–. Al menos es divertida. René y Judith caminaron por la calle iluminada a medias. Se podía escuchar a lo lejos el silbato del tren. La joven hablaba con dificultad. —¡Ay, Tili! ¿Cuándo vas a aprender a manejar? —Mejor no hables. Estoy muy molesto por lo que le dijiste a mi hermano. —Qué celoso saliste. —No son celos, es que no debes portarte así. —Ni modo, no pude aguantarme. ¿Viste cómo me miraba Hilda? Es una perra criticona que no se mira su cola y su familia también es asquerosa. ¿Sabías que ella se metió con el cirujano plástico que le hizo la liposucción sin importarle que era casado? ¿O que su papá embarazó a su secretaria y después le pagó un aborto en McAllen? Sé muchas cosas. Eres el primero al que le digo esto. —Gracias por la confianza. Yo también tengo secretos. —¿Cuáles? —Algún día sabrás. Ya casi llegamos. Cuando tus papás te vean así ya no querrán que te juntes con nosotros. —No te apures. Nomás acuéstame en el sofá con cuidado. —Dios quiera y no nos oigan. 10 de febrero de 1999 No importa que parezca una puberta llorona, pero ya no quiero ir a las reuniones del grupo de misioneros. Me duele ver a esa persona y no soporto a los fresas hipócritas de 9


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ahí. Recuerdo cuando fuimos a visitar la casa hogar, o como ellos dicen, el orfanato. Muchos no querían cargar a los niños porque tenían mocos y otros miraban con asco el arroz batido con frijoles que comían. No sé para qué van si no tienen vocación de servicio. Al salir de las pláticas olvidan a Dios, se emborrachan y hasta tienen sexo. Muchos me miran con desprecio porque no soportan ver a alguien diferente, aunque he sido amigo de algunos miembros. Ahí conocí a Yajaira. Antes éramos inseparables, pero conoció a mi hermano, se enamoró de él y todo acabó. Mi familia está en contra de mi fe. El otro día me encontraba rezando en un altar que hice en mi cuarto y papá dijo: “¡mejor ponte a jalar, cabrón!”. Luego entraron Fer y Quico gritando: “¡viva Marilyn Manson!”. Se burlaron tanto que hasta me puse a llorar. Quiero aprovechar que no voy a la escuela para grabar la película. Ya tengo el libreto hecho. Ojalá alguien pueda ayudarme. Qué bueno que no iremos a una disco, porque después del embargo papá no puede darme dinero. No sé por qué me gusta tanto Fer, si está chaparro y cacarizo. Tili es más guapo, pero sin personalidad. De seguro irá la marrana de Hilda con Federico. Recuerdo cuando nos juntábamos en casa de él, hasta esa noche en que sus papás discutieron porque el señor encontró un vibrador debajo de la cama. El viejo golpeó a Quico por haber defendido a su mamá y lo corrió de la casa. Tan seria que se veía la señora. A fin de cuentas todos tenemos secretos qué guardar; el chiste es saber a quién confiarlos. Con un disfraz de Ghostface y un cuchillo de plástico René aguardaba a sus amigos en el parque. No tardó en llegar Judith acompañada de José. —Por fin. Pensé que no ibas a venir, Judith. —Tengo que decirte algo, René. —Cuando terminemos. ¿Traes la cámara, Pepe? —Te la encargo mucho porque es muy antigua. 10


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—Bueno, ya saben cómo es la escena. Samara está en el auditorio y tú la persigues, Pepe. Judith, tú vas a grabar. Nos tiene que salir bien a la primera, vamos. René se desesperó porque no seguían sus indicaciones. José reía al actuar, Samara no podía correr y Judith no sabía enfocar la lente. Después de repetir la escena diez veces comenzó a gritar. Ofendido, José se llevó la cámara y Samara le dijo que no volvería a hacerle ningún favor. El joven comenzó a llorar y Judith se acercó a él. —¿Qué era lo que me ibas a decir hace rato? —Estoy saliendo con tu hermano. Espero que no te molestes. —¿Por qué voy a enojarme? Lo que temo es que dejes de hablarme. —No digas eso, Tilico. Eres mi mejor amigo y confidente, conste que lo estoy diciendo sobria. René había dejado de llorar. Quedaron en silencio un rato mientras sentían el aire cálido en el parque. Qué cruda tengo. No sabía que en la fiesta de mi escuela iban a dar vino. Pobre de Fer, tuvo que arrastrarme por la alameda a la una de la mañana; de milagro no nos asaltaron. Mis papás pusieron el grito en el cielo al verme ebria. Cuánto han cambiado desde que se hicieron cristianos. Cuando éramos católicos no se paraban en la iglesia ni en viernes santo y ahora no salen del templo. A mí me llevan a fuerza. Algunas personas de ahí dan miedo, como ese loco de Ramón, que grita todo el tiempo. El pastor dice que le ha sacado varios demonios, pero sigue igual de desquiciado. Pepe también va al templo y es muy promiscuo. A veces pienso que algunos nacemos con el alma podrida y que nunca se nos podrá arreglar aunque nos demos golpes de pecho a diario. 15 de marzo de 1999 La sobrina de Samara murió de leucemia. No fue a verla al hospital porque estaba grabando la película. Ahora está más enojada conmigo y tendré que ofrecerle disculpas. Conseguí otra cámara porque Pepe ya no quiere prestarme la suya. Unos vecinos me ayudaron a terminar las escenas pendientes. Mejor debo enfocarme en la música, que es lo que realmente me apasiona. 11


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Judith ha dejado de hablarme gracias a Fer. Siempre lo he envidiado por su carisma. Lo quiero mucho, aunque sea malo. Cuando éramos niños me decía “lanchero”, “dientes de mazorca” y “tísico”. Como soy el menor decía que me habían rescatado de una clínica de abortos. Otras veces era una “fuga de condón”. Todos nuestros amigos le seguían el juego. También fui rechazado porque odiaba los deportes. En el equipo de fútbol americano siempre era un asco. Mamá me llevaba a los entrenamientos para no tenerme en casa. Siempre le echaba porras a Fer y a mis primos, pero a mí no. Los compañeros se burlaban de mí y era regañado por el entrenador. En la final del campeonato tuve mi venganza: como jugaba de profundo, en cada jugada dejaba pasar al corredor en vez de bloquearlo. Perdimos por mi culpa y en el vestidor sentí las miradas de todos. Yo sólo reía por dentro. Nunca me perdonaron, pues aún hacen reuniones y no invitan. No importa, porque cuando sea famoso se arrepentirán. 2 de abril de 1999 ¿Qué estará haciendo ahora? Lo buscaré cuando regrese de la misión. Ojalá que el padre Moisés me perdone por no haber ido con ellos este año. Esta semana fue la menos santa de mi vida por culpa de Pepe. No sé por qué me llevó a esa fiesta en los Condominios Constitución. El departamento era sucio y pequeño. Todos estábamos amontonados y el aire era muy denso por el humo del tabaco. Ahí sentí una mezcla rara de hermandad con hipocresía. Sólo él y Federico conocen mi secreto. Desde niño fui delicado. Me gustaba jugar con otro vecino a los esposos y nos acariciábamos en secreto. A mis tíos y abuelos los saludaba de beso. Recuerdo una Navidad en la que un tío se disfrazó de Santa Claus y repartió regalos a todos. Pensaba que era el verdadero. Cuando me dio un juguete le planté un beso en la mejilla. Mamá grabó todo en video. Al ver que se limpió la cara con asco sentí mucha vergüenza y coraje. Viejo tonto; tenía diez años y era inocente. Desde entonces me siento culpable por todo. 12


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Hilda no es tan mala persona. Me ofreció su casa después de que mis papás me corrieron. No aguantaron que les dijera jodidos, mochos e hipócritas. Claro que no me salvé de la golpiza; hasta mis hermanas se metieron. La casa de Fer está en la misma cuadra. Debo tenerlo bien checadito porque me preocupa Yajaira. Esa puta cacariza se le sigue insinuando frente a mí; a leguas se nota la maldad en su sonrisa falsa. Un día no voy a aguantar y le voy a meter el pie, o la agarraré de las greñas como a las cholas de la secundaria. Las pendejas pensaban que no podía defenderme porque era chaparrita pero les daba sus buenas desconocidas. Claro que si me peleo con Hilda me parte toda la madre, pues es un mastodonte de noventa kilos. Por eso la llevo en paz con ella. No quisiera dejar la academia de belleza, pero debo buscar un trabajo. Ya cumplí veinte años y no tengo experiencia laboral. Va a estar cabrón. Mientras esperaba sentado en una banca de la iglesia el regreso de los misioneros, René vio a un joven obeso, de aspecto descuidado, sentarse a un lado suyo. —Me llamo Cruz, eh, me llamo Cruz. ¿Vives cerca de aquí? —A dos cuadras. —¿Esperas a los chavos de la misión? ¿Los esperas? —Sí. ¿Por qué haces tantas preguntas? —Perdón, eh, es que quería platicar con alguien. Yo también los estoy esperando, ¿los conoces? —Si no los conociera no estaría aquí. No recuerdo haberte visto antes con los misioneros. —Perdón, es que estaba en otro grupo de la iglesia. Me corrieron por un malentendido que tuve en el retiro del año pasado. Eso, un malentendido. —¿Qué te pasó? —Me acusaron de exhibicionista. Estaba bañándome y al salir se me cayó la toalla. Unas muchachas fueron con el padre Moisés. Dijo que por mi bien debía abandonar el grupo. —Qué coraje. ¿Y por qué sigues viniendo a esta iglesia? —No tengo prohibido venir a misa. Mira, ya viene el autobús. Ya viene. 13


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René vio llegar a sus compañeros. Fue reconocido por algunos y le preguntaron por su ausencia en la misión. Al ver a su amigo lo saludó; fue ignorado por completo. René comenzó a llorar y Cruz se acercó a él para consolarlo. Estuvieron juntos el resto de la tarde. 17 de abril de 1999 Cruz es bueno, pero a veces desespera. No sé por qué ansía tanto ser aceptado; parece un niño de cuatro años que teme quedarse solo. No puedo sacarlo de mi casa y cuando no me ve habla por teléfono cada media hora. Tal vez así sería yo si una moto me hubiera arrastrado veinte metros. Siempre navega con bandera de inocente. Cuando comemos pizza se hace pato para no pagar y agarra las rebanadas más grandes. No quiero que conozca a mis otros amigos porque le pondrían muchos apodos. No sé qué pasará con él cuando le falten sus padres. A su mamá siempre se le olvidan las cosas. Su papá es un viejillo amargado. Los desengaños me han hecho muy criticón. Al menos es leal y no va a abandonarme como los demás, o quién sabe… Los días eran lentos para Cruz cuando no veía a René. Diariamente se levantaba a las ocho de la mañana para ayudar a su madre en los quehaceres de la casa. Por las tardes atendía una tienda de yogures que era propiedad de su padre. Al conocer a René sintió una alegría que había olvidado. Durante los domingos veían películas después de asistir a misa. Intentó varias veces entrar a otro grupo de la iglesia; siempre era rechazado. Frustrado, pasaba varias horas en silencio frente al altar con la vista nublada. Sus padres compartían su sufrimiento. Se esforzaban mucho por protegerlo del mundo exterior. Dejaron de enviarlo a la escuela a los once años a causa de las burlas de sus compañeros y la impaciencia de los profesores. Veían con recelo a René porque pensaban que en cualquier momento abandonaría a su hijo como los demás. Rezaban en casa para encontrar resignación. 14


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Ojalá Fer me ayudara con algo de dinero, pero no se lo pediré. Quiero que a él le nazca. ¿Me extrañarán mis papás? Los méndigos vecinos se los han de estar comiendo vivos al ver la casa cayéndose. Extraño vivir en la otra colonia, porque si peleaba podía salir a correr sin que me tacharan de loca; en cambio aquí hablarían luego luego a la granadera. 8 de mayo de 1999 Voy a tomar los pedidos en el restaurante de tostadas. Mis padres no opinaron nada sobre mi decisión de aceptar este trabajo. Supongo que ya no esperan más de mí. Nunca podré ser como mi hermano, tan aplicado en la universidad. Este oficio no será para siempre, pues mi sueño es ser un cantante famoso. Ya tengo varias canciones compuestas. Quiero ser como Ricky Martin. Aquí nadie se atreve a ser cantante de pop porque la gente está obsesionada con la música ranchera. Odio cuando los vecinos ponen esas canciones a todo volumen los sábados por la noche. Bola de borrachos. Mejor no digo nada, porque la semana pasada Pepe me dio una cerveza y acabé tomando el six entero. Aquí nos inculcan la bebida desde chiquitos. No falta la carne asada en la que el papá le da probaditas de cerveza a su bebé y todos los invitados se mueren de risa al ver cómo el pobre niño tuerce la boca y llora. Odio las miradas del papá de Hilda. Espero que al viejo cabrón no se le ocurra entrar al cuarto y me agarre desprevenida. No es que yo sea una mojigata; sí he cogido, pero no con viejos casados. La pobre de su esposa tiene que hacerse de la vista gorda para que la mantenga. Nunca seré agachona como ella. Cuando Fer se pone a criticar mi ropa o mi maquillaje yo le saco todos sus defectos. No sé por qué sigo con él. Tili nunca haría eso. 29 de mayo de 1999 Pepe cumplió años ayer y se festejó en un rancho. Esta vez estuve más relajado. Ahí conocí a un chavo. Se llama Marcelo, vive en Saltillo y tiene veinticinco años. En cuanto lo vi olvidé 15


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al tipo de las misiones. Platicamos más de dos horas y me dio su correo electrónico. El pobre de Pepe se enojó porque casi no le hice caso. Ni modo, debe entender que sólo puedo verlo como amigo. ¿Qué diría Cruz si le contara mi secreto? 4 de junio de 1999 He recibido muchos correos electrónicos de Marcelo. Cada vez que me conecto a internet siento mucha ilusión. La tecnología moderna es una maravilla; estoy emocionado por vivir en esta época. Lo malo es que tengo que desconectar el módem si alguien quiere hacer una llamada. El ruidito que hace ese aparato es muy chistoso, como el de un robot descompuesto. Quisiera estar todo el día en casa; aún no me acostumbro al trabajo en el restaurante. No platico mucho con los otros empleados. Casi todos tienen acento del centro del país. Ellos cocinan y lavan platos mientras yo tomo los pedidos por teléfono. Siento que estamos por completo apretados. El otro día vi un ratón entre las cajas de aguacates, pero no dije nada. Desde entonces no veo igual las tostadas y hasta siento asco al ver las bolsas de pollo pulverizado y los frascos de crema guardados en el refri. Lo peor es cuando ordenan muchas cosas porque puedo equivocarme. Mejor no pensaré en eso. Voy a componer una canción ahora que ando inspirado. 12 de junio de 1999 Anoche fue mi fiesta de cumpleaños. Invité a los chavos del trabajo para que hicieran bola. Marcelo no pudo venir por su trabajo. Judith me regaló el CD de Kabáh que buscaba, el de La calle de las sirenas. Aunque es viejo me gusta mucho. Quién sabe por qué estuvo más tiempo conmigo que con Fer; creía que eran la pareja perfecta. El único problema fue Cruz. Llegó de improviso y los demás empezaron a criticarlo. Hilda le dijo Ñoño porque llevaba pantalones cortos de tirantes. Después Pepe lo arremedó muy feo y como mi amigo creía que estaba jugando se rio con él. Tuve que meterme para que ya no lo molestaran. Por eso no lo había invitado. El mundo es cruel para los que somos diferentes. 16


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¿Cómo le estará yendo a Hilda en Toluca? Ya estaba harta de vivir con ella, pues teníamos que levantarnos a la misma hora que su mamá. A diario lavábamos la ropa y los trastes. Ahora mis manos parecen de anciana. A pesar de todo la vieja no nos bajaba de huevonas. Al fin me he librado de ese viejo libidinoso. Volví a mi casa y fui recibida como si hubiera ido a la tienda de la esquina. Me siento como un mueble viejo. Extraño cuando era niña y tenía asma porque mis papás no dejaban de cuidarme; hasta sentía gusto si era hospitalizada. Faltaba mucho al colegio y no podía hacer ejercicio, por eso ahora soy flaca y tonta. Lo malo es que crecí y los ataques desaparecieron. A veces el cigarro me hace toser, pero no como antes. Quizá tenga que aumentar la dosis. La parte trasera del restaurante tenía pocas ventanas. Cuando hacía calor René sentía la transpiración de sus axilas empapando su camisa; se distraía con frecuencia escuchando música en su walkman, por lo que su jefe lo regañaba. En ocasiones le ordenaba limpiar el piso de cemento con un trapeador de petróleo. Salía del lugar con dolor de cabeza y se dirigía directo a su casa. Una noche encontró a Cruz en la puerta. Fastidiado, le dijo que lo visitara otro día. Su amigo se fue en silencio y sin despedirse. En sus ratos libres veía la televisión mientras tomaba cerveza. Sus compañeros comenzaron a notar su aliento alcohólico. Una tarde se equivocó al tomar un pedido y recibió por teléfono los reclamos del cliente. Colgó el auricular y se puso a llorar. Al día siguiente no regresó a trabajar. 28 de agosto de 1999 No puedo quejarme por estar desempleado; tengo tiempo para componer y veo a Marcelo. A veces viene a Monterrey a atender los negocios de su familia y me ayuda con algo de dinero. Cuando él no puede venir yo voy a Saltillo en camión. Mis padres harían un escándalo si se enteraran que salgo de la ciudad. Por suerte creen cualquier tontería que les invento. El próximo sábado iré a una cabaña que está por Arteaga y le dije a mi madre que voy a tener un retiro 17


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con los misioneros. Sin mirarme a los ojos, me deseó buena suerte. Todos piensan que Marcelo es Marcela. Fue fácil inventar la descripción. Cuando Judith preguntó cómo es, le dije que alta, blanca y con cabello negro, como la actriz que baila tango en el comercial de toallas sanitarias. De algo sirve mirar televisión. ¿Qué se cree ese imbécil de Fernando? ¿Por qué no me habla? Tampoco he visto a René. El otro día fui a su casa y me encontré a Cruz. Parecíamos perritos falderos esperando a nuestro dueño. Después de un rato lo invité a cenar unas hamburguesas. Es buena persona, pero no está acostumbrado a platicar con mujeres. Al verlo comer con la boca abierta desvié la mirada. Su mayor sueño es tener una novia y todos los días reza para que Dios le conceda el milagro. Al menos conserva la fe. Debería juntarme más con él. 7 de septiembre de 1999 La cabaña de Marcelo está bien padre. Lo mejor son los pinos enormes que la rodean. Fueron varios amigos de Marcelo, todos hombres. Sentí pena cuando nos metimos a la alberca. No tenía traje de baño y nadé en calzones; se me veía todo el mugrero. Qué bueno que no invité a Pepe. Lo quiero mucho, pero es medio naquito. Además no puedo olvidar cómo trató a Cruz en mi fiesta. Lo único que admiro de él es que se comporta como quiere sin importarle la opinión de los demás. Ojalá yo pudiera ser así. Durante algún tiempo funcionaron los engaños de René. Él se sentía cómodo en la mentira, hasta que un día les dijo a sus padres que iba a pasar el fin de semana con Cruz. El joven no sabía de los viajes de René y le habló por teléfono a su casa. Angustiados, los señores marcaron al celular de su hijo sin obtener respuesta. Pensaron lo peor. Cuando llegó el domingo por la noche lo reprendieron de forma severa. Su padre quería golpearlo pero su esposa lo detuvo. No sentía culpa por haberles mentido; lo que le preocupaba era que ya no iba a poder viajar a Saltillo. 18


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1 de enero de 2000 Ya empezó el nuevo milenio y el mundo no se acabó. Cuando dieron las doce en punto lo primero que hice fue encender la computadora para ver si aún servía. Todos decían que ningún aparato iba a funcionar y el mundo quedaría paralizado. La máquina arrancó sin ningún problema y eso que tiene puesto el Windows 95. Gracias al menso de Cruz sigo castigado y sólo puedo ir a su casa. A veces veo los juegos de la NFL con él. Son los únicos momentos en los que habla como adulto y comenta las jugadas mejor que los cronistas. Los 49´s de San Francisco es su equipo favorito. Me gusta ver otras cosas, pero si le cambio a la tele se pone a llorar. Sigo hablando con Marcelo por teléfono y por correo electrónico. No puedo dejar de pensar en él. Es tan bello que hasta duele mirarlo a los ojos; es como si tratara de ver el Sol de forma directa o comiera una salsa muy picosa pero rica. Él es mi mayor inspiración para componer. Ya tengo muchas canciones escritas. Un día se las cantaré, cuando estemos en la intimidad. Antes les enseñaré a Judith y a Cruz algunas que no van dedicadas para él. El frío y la llovizna invernal no le impidieron a René asar carne en su casa; había invitado a sus dos amigos. Tardó más de una hora en encender el carbón. Cruz comenzó a mirar ansioso la carne que René estaba preparando, mientras que Judith hablaba sobre su nuevo trabajo en una tienda de conveniencia. Su relación con Fernando se había deteriorado y apenas se dirigían la palabra. René sacó un casete con sus canciones y lo puso en su grabadora. Era un aparato antiguo y la voz se escuchaba distorsionada. Fernando salió a ver lo que ocurría y al oír la canción de su hermano se burló de él. René decidió ignorarlo, pero Judith lo defendió. Aprovechó la ocasión para recriminarle sus insultos y su indiferencia. Le dijo a gritos que no quería verlo más. —Ni que valieras tanto –respondió Fernando mientras entraba a la casa. René lamentó que la reunión terminara de esa forma y ofreció disculpas. Su amiga lo tranquilizó. Cuando los 19


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ánimos se calmaron sorprendieron a Cruz comiendo la carne del asador. Lograron detenerlo antes de que se acabara la comida. Desde que mandé a la chingada a aquel chaparro infeliz me siento más libre. Lo extrañaría tantito si fuera bueno para coger. Ahora debo pensar en cosas más productivas. Mi mayor sueño es tener una estética y ser independiente. Por eso sigo trabajando. 12 de febrero de 2000 No vuelvo a acompañar a Judith al mercado. Se la pasó viendo labiales baratos, rímeles y otras chácharas. Para mí se ve mejor sin maquillaje. Las banquetas del centro son muy angostas y están levantadas por las raíces de los fresnos. Hay muchas casas abandonadas y vendedores ambulantes rodeados de basura y charcos apestosos. ¿Dónde harán sus necesidades si están ahí todo el día? Nos encontramos a Cruz en el negocio de su papá. Como no tenía clientes nos fuimos a platicar al traspatio. Nos contó que antes vivía ahí con sus padres, pero después de haber sufrido el accidente decidieron mudarse a una calle menos transitada. Tuve curiosidad por conocer la casa y le pedí que me mostrara todos los cuartos. Subimos por unas escaleras muy estrechas. Había algunos muebles y cuadros llenos de polvo. Platicamos hasta el anochecer. Cruz estaba feliz por nuestra visita. Judith comentó que ahí sentía una paz interior que no había encontrado en otros lugares. Yo pensé lo mismo. Fue como si los tres estuviéramos unidos por alguna conexión espiritual. Acordamos juntarnos en esa vivienda cada jueves. Llevaré mi grabadora y juegos de mesa. Lo pasaremos bien. Qué pinche asco. A este idiota le apesta el hocico a mierda y la tiene más pequeña que Fernando. Siempre pasa lo mismo. Primero tengo unas ganas insoportables de sexo, luego cuando los pelados se vienen adentro me alejo erizada, como gata recién montada. 20


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Nunca he tenido un verdadero orgasmo. Lo más seguro es que acabe como mi mamá, que a sus cincuenta años no los ha conocido. Tili me hace sentir extraña. Siempre está nervioso y midiendo sus palabras, como si ocultara algo. Sólo actúa natural cuando está con Cruz y conmigo. Ni parece que tiene novia; casi no habla de ella y nunca la ha llevado a nuestras reuniones. ¿Ya le habrá visto las tetas? No creo que las tenga tan grandes como yo. Mis senos son lo que más me gusta de mi cuerpo, porque gracias a ellos nadie se fija en mi cara pecosa. 17 de marzo de 2000 Marcelo ha cambiado mucho en los últimos meses. Critica la música que escucho y mi vocabulario; el otro día, mientras comíamos tacos, dije que la salsa estaba muy chida y me corrigió diciendo: “está muy rica”. También se burla de mi sueño de ser un artista famoso. No sé por qué nadie me deja ser. El jueves pasado fuimos a la casa del centro y lo noté incómodo. Es que está acostumbrado a sitios limpios y lujosos. Tampoco le cayeron bien mis amigos. Cruz lo desesperaba por su forma de hablar y veía raro a Judith, como si estuviera celoso. No entiendo su actitud. Me entristece que no pueda convivir con ellos. Pepe y Quico están resentidos conmigo porque ya casi no salgo con ellos. Si no fueran tan malos con Cruz los invitaría a nuestras reuniones. La fiesta de cumpleaños de Fernando estaba en su apogeo, pero René se sentía incómodo sin sus dos amigos. Era observado por José y Federico, quienes se reían de forma burlona mientras se llevaban las manos a la boca como niños malcriados. Trató de ignorarlos y se puso a beber cerveza lejos de los invitados. Después de un rato se levantó para ir al baño. Cuando quiso entrar Federico lo detuvo y le dijo: —Bueno, Tili, ¿hasta cuándo piensas guardar tu secreto? —Déjame pasar. 21


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—Sabes que no eres feliz ocultándole a todos la verdad. Es tiempo de que se lo digas a tu hermano. —¡Estás loco! Si se enterara de eso lo defraudaría. —No pasa nada. Pepe y yo te ayudaremos a decírselo. Vamos. Federico tomó con fuerza la mano de René; no podía zafarse porque estaba mareado y confundido. Lo llevó a la sala, donde se encontraban Fernando y José. —Quico dijo que tenías algo qué decirme, René. —No… no es nada importante. Sólo quería felicitarte y decirte que te admiro mucho, hermano. —¡Ay, no seas jota, Tili! –gritó José–. Ya dile que se te tuerce la reversa y te encanta hacerle de funda. Cuéntale de las fiestas a las que hemos ido y donde no sabemos en qué agujero la metemos. René comenzó a llorar, mientras que su hermano miraba incrédulo a todos. —¿Por qué me están diciendo esto? ¿Es verdad eso, René? —Sí, pero no he hecho nada de lo que dice Pepe. Está exagerando. El joven comenzó a llorar desesperado, mientras que sus dos amigos se sentían satisfechos. Furioso, Fernando los corrió a patadas delante de los pocos invitados que quedaban. Trató de decirle algo a su hermano, pero sintió un nudo en la garganta y se retiró a su cuarto. La fiesta había terminado. Pobre Tili, espero que esté mejor. Me asusté cuando lo escuché todo angustiado en el teléfono a las tres de la madrugada. Su llanto es muy extraño, como una risa nerviosa. Tardé como media hora en calmarlo. Me pidió que lo acompañara a la cabaña de un tío suyo la próxima semana. ¿Por qué no habrá invitado a su novia? De seguro también irá Cruz. Será bueno tener un cambio de aires; en esta casa las cosas van de mal en peor. Mis papás no me bajan de pendeja porque no estudio una carrera. El otro día leí un correo de una amiga de la prepa que se fue a vivir a Guadalajara y dice que está feliz allá con otras mujeres. No menciona en qué trabaja, sólo que le va muy bien. Me invitó a irme con ella. Uno de estos días le tomaré la palabra. 22


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El viaje a la cabaña fue poco placentero para los tres amigos, ya que el vehículo era incómodo y a René le molestaba el ruido que hacía un anciano al lanzar sus escupitajos por la ventana. Cruz trataba de animar a sus amigos contándoles historias sobre sus misiones. Judith veía el paisaje con melancolía. Después de dos horas llegaron al pueblo. El cielo estaba nublado y las calles sin pavimento, llenas de charcos. Primero se detuvieron en un depósito a comprar comida y refrescos. Al llegar a la cabaña se sorprendieron al ver que faltaba casi todo el techo, las paredes se encontraban húmedas y no había electricidad. Resignados, comenzaron a comer en la sala mientras platicaban. Judith deseaba saber lo que le había pasado a René, pero él evadía el tema. —Mejor vamos a hablar de caricaturas antiguas, chavos –dijo–. ¿Cuáles recuerdas tú, Cruz? —Me acuerdo de Dos perros tontos. Eran muy divertidas. Lo eran. Mi hermano decía que yo era el perro grande. Decía. —¡No manches! ¡Ésas eran mis favoritas! A mí me decían que era el chiquito. Si te hubiera conocido en aquella época nos habríamos divertido mucho viéndolas juntos. ¿A ti cuáles te gustaban, Judith? —Voy afuera un rato. No quiero escuchar sus niñerías. Judith se puso a caminar en los alrededores. Al cabo de un rato olvidó su mal humor. Se tumbó en el suelo para contemplar los árboles que rodeaban el lugar. Su paz se interrumpió cuando sintió que unas hormigas subían a su cuerpo y se levantó gritando. —¡Todo ha salido mal en este pinche viaje, René! –exclamó al volver a la cabaña–. Ya me quiero regresar a Monterrey. —¿Qué te pasó, amiga? ¿Por qué estás toda roja? —Olvídalo. Mejor dame un sándwich. —Se los acabó Cruz. Ya sabes que este tripón no tiene llenadera. Mañana compraremos más. La joven se retiró furiosa a una habitación mientras se rascaba la espalda. No podía dormir a causa de las risas de sus amigos. Cuando estaba a punto de quedarse dormida cayó un aguacero que pronto inundó el lugar. Los tres salieron corriendo con lo que llevaban puesto. Judith apenas alcanzó a ponerse los zapatos. 23


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Empapados, se resguardaron bajo un árbol hasta que la lluvia terminó. Cruz temía que les cayera un rayo y abrazaba nervioso a René. Al terminar la lluvia buscaron refugio en las otras cabañas. Observaron una con las luces encendidas. Tocaron la puerta y fueron recibidos por un matrimonio de ancianos. Después de contarles lo sucedido los señores les dieron alojamiento por esa noche. Al día siguiente regresaron a la ciudad. 29 de abril de 2000 Lo bueno del viaje fue que pude olvidar un poco mis problemas. Durante el camino de regreso Judith se la pasó diciendo que no volvería a acompañarnos a ningún lado y cosas así. Luego empezamos a discutir de religión. Ella no cree en la existencia de Dios y piensa que uno es capaz de decidir su destino porque es imposible que alguien pueda estar al pendiente de lo que hacemos todos los habitantes de este mundo. Le respondí que Él se encuentra en todos lados y que algunas cosas no pueden explicarse de forma sencilla. También comenté que los hombres buscamos la presencia de un ser superior, sin importar la religión. Hablé sobre nuestro deseo de trascender y que uno debía tener siempre la esperanza de una vida posterior a la terrenal, porque si no estaríamos siempre tristes. Torció la boca y dijo que no cambiaría de opinión. Cruz no me apoyó porque se la pasó durmiendo todo el tiempo. Al menos no estuvo el viejito que lanzaba gargajos a cada rato. Mi hermano sigue sin dirigirme la palabra. Lo peor es la hora de la comida con mis padres porque el ambiente se pone pesado. Gracias a Dios que no les ha dicho nada. Ojalá pueda perdonarme. Tampoco he hablado con Marcelo. Ahora es cuando más lo necesito.

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Se siente raro pasar la Navidad lejos de la familia. Tili no ha respondido el correo que le mandé. De seguro sigue teniendo pleitos con su novia. Extraño las reuniones en casa de Cruz. Mi amiga y las otras viejas con las que vivo son muy puercas. Me repatea cuando se meten al baño y dicen: “No tardo, nomás voy a revisarme” y lo dejan oliendo a pescado. Qué bueno es que mi trabajo no es como el de ellas. Yo sólo cojo para liberar tensión, aunque siempre acabo peor. Esta vecindad es muy vieja y da miedo porque dicen que antes era un panteón. Creo que es cierto porque el otro día encontré en la azotea varias cruces oxidadas con nombres de personas fallecidas hace más de ochenta años. Me espantaría por los gemidos que escucho en la madrugada si no supiera que son estas chavas. 29 de marzo de 2001 Ser fumigador es muy cansado. Tanto insecticida me marea y me envían a trabajar a colonias muy lejanas. Tuve que aprender a manejar a la fuerza. Al menos ya tengo un sueldo y no le pido dinero a mis padres ni a Marcelo. Ya no se parece nada al muchacho que conocí hace casi dos años. Sólo con el alcohol puedo soportar lo que me hace. De puro milagro no he tenido una hemorragia. No le importa verme llorar del dolor. Aún estoy enojado con Judith porque se fue sin avisarnos. Cruz ya no pregunta tanto por ella desde que encontró otra iglesia con un grupo de misioneros. Pronto será Semana Santa, él se irá a la misión y me quedaré solo. Debería componer de nuevo para hallar algo de consuelo. El camión de redilas avanzaba con dificultad por el camino de terracería. Durante el trayecto los jóvenes cantaron con alegría canciones de alabanza. Cruz se sentía ilusionado por ir de nuevo a una misión. Los misioneros fueron distribuidos por el padre en equipos destinados a varios ejidos. Poco a poco bajaron del vehículo hasta que sólo quedó el grupo de Cruz. El poblado al que llegaron tenía pocos habitantes, en su mayoría mujeres y niños. Se hospedaron en la antigua comisaría con dos 26


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cuartos apartados que habían sido celdas. Las ventanas con barrotes apenas dejaban entrar la luz exterior. Al fondo se encontraba una letrina vieja junto a un huizache y una acequia vacía. Algunas chicas se quejaban de la tierra. Una de ellas, llamada Mónica, se sentía incómoda por las miradas de Cruz y trataba de evitar cualquier contacto con él. Esa tarde llegó el sacerdote. Sintió asco al oler los cuartos. Comenzó a dar instrucciones al equipo y al final dijo con acento afectado y torciendo la boca: —Hubieran buscado un lugar mejor para quedarse. Si pueden pídanle el baño a alguien más porque aquí está fatal. Una vez instalados comenzaron a organizar las actividades de la misión. Lo primero que hicieron fue presentarse con la gente y convivir con los niños. Cruz pronto se ganó su confianza y comenzó a jugar con ellos. Algunos eran rudos y lo golpeaban como a un costal, pero por su complexión robusta no sentía molestias y hasta reía. Sus compañeros lo miraban con extrañeza. Durante la semana no tuvo incidentes, hasta que el jueves en la noche entró por error al cuarto de las mujeres, en donde encontró a Mónica en ropa interior. La chica chilló de forma histérica al descubrir que la había visto. Después de ponerse los pantalones con rapidez salió llorando de la habitación y comenzó a gritar: —¡Cruz me vio en calzones mientras me vestía! ¡Nomás para eso vino ese retrasado! Cruz trató de disculparse, pero ella no escuchaba razones. Sus amigos intentaban consolarla y el grupo se reunió para discutir la situación. —Tendremos que decirle al padre lo que pasó, Cruz –dijo el líder–. Quedarás fuera de todas las celebraciones hasta que te hayas confesado. El joven, avergonzado, no supo qué decir en su defensa y se puso a llorar. Sentía las miradas acusadoras de todos los misioneros. A la mañana siguiente el sacerdote fue informado de lo sucedido y se arrepintió de haber llevado a Cruz a ese lugar. Después de confesarlo se ofreció para regresarlo a la ciudad. Él aceptó y empacó sus cosas sin despedirse de los demás. Los niños del pueblo notaron su ausencia y nadie más jugó con ellos. 27


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17 de abril de 2001 Cruz no es el mismo desde que regresó de la misión. Sabía que le iba a ir mal porque es muy inocente y no entiende que la gente es muy mala. Como quiera es muy terco y estoy seguro de que el próximo año estará de misionero en otra iglesia. El otro día me encontré a Samara en el centro. Platicamos un buen rato y la invité a un café. Ya no está enojada por lo que pasó aquel día de la filmación y prometimos seguir en contacto. Ya tiene novio y piensa casarse este año. Hacía mucho que no hablaba con una mujer. Qué fresco amaneció hoy. No extraño para nada el pinche clima de Monterrey. El trabajo en la estética es bueno y me llevo mejor con las muchachas; a veces hasta salimos juntas a los bares. Después de mucho tiempo al fin mi vida es buena. Cuando hablo a la casa mamá se la pasa llorando y quiere que regrese con ella. Eso lo hubiera valorado antes. Aún sigo pensando en él. No sé si quiera hacerse el interesante o realmente me haya olvidado. Supongo que si ya no está en mi vida no lo necesito. René estaba cansado por haber bebido todo el día en la playa, pero Marcelo le insistió en que lo acompañara al bar esa noche. Su rostro mostraba desgano. Sin darse cuenta tomó la cerveza de su novio y éste le reclamó. —¿Qué te pasa, pendejo? –gritó– ¡Babeaste mi cheve! ¿Crees que la regalan? René trató de disculparse; cuando apenas iba a hablar sintió el puño de Marcelo en su rostro. Cayó al suelo y recibió varios puntapiés de su novio, que decía: —¡Nunca me valoras! ¡Te doy una vida de reina y así me pagas, con tu pinche jeta! El joven no podía levantarse y lloraba confundido. Poco después fueron sacados por los guardias del bar. Al día siguiente René viajaba solo en autobús hacia Monterrey. 28


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8 de mayo de 2002 Ahora sí que Marcelo me dejó sorprendido. Quería gritar pero estaba ahogado en mi vergüenza. Lo más humillante fueron las palabras de los tipos que nos sacaron: “estos putitos sólo vienen a hacer sus desfiguros”. Le inventé a mi madre que me habían asaltado. Se espantó mucho al verme el ojo morado, como nunca lo había hecho. Aquel idiota no ha llamado, aunque no tardará en hacerlo porque no soporta estar solo y necesita mostrar su trofeo. Yo tengo la culpa de esto. Cuando salíamos no debí dejar que él siempre pagara las cuentas. No sé por qué tuve sangrado después de coger, si no estoy en mis días. Pobre chavo; era su primera vez y se sacó de onda. Dudo que vuelva a buscarme. Como quiera su enorme cosa me lastimaba. Ya encontraré a alguien para desahogarme. Ojalá no vuelva a pasar esto, porque en los moteles me van a cobrar todas las sábanas que ensucie. 30 de julio de 2002 Quién sabe por qué Cruz se acordó ayer de Judith. Hace mucho que no escribe. Quisiera enviarle un correo, pero dudo que le agrade saber que mi hermano y Yajaira son novios. Él alardea con los amigos lo bueno que es con ella en la cama y hasta describe cómo le chupa los pezones. Yo no podría ser así de indiscreto por obvias razones. Marcelo volvió a hablarme. Se disculpó y mencionó que está consultado con un psicólogo para controlar su ira. Voy a darle una segunda oportunidad. Si me ama de seguro podrá cambiar. Cuando escribo esto parezco una esposa insatisfecha. Qué jodida me siento. Llevo casi un mes sangrando. No puedo ni levantarme de la cama. Con cada Kótex que uso podría hacer seis Bloody marys. Iré a consultar con un ginecólogo. Seguramente me harán la prueba esa de Papanicolau. Ni modo; tendré que abrir las piernas como siempre. 29


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Extraño a mis papás. Tuve que enfermarme para recordarlos. Espero que estén mejor que yo. Aún no quiero decirles nada. Cuando las amigas de Judith, vieron a ésta llegar preocupada de su consulta médica le preguntaron qué ocurría. Ella comenzó a llorar y explicó: —El doctor dijo que tengo que hacerme otro estudio porque el Papanicolau había salido anormal. —Qué mala onda –comentó una amiga–. De buenas que mis exámenes siempre han salido negativos a pesar de todo lo que taloneo. —¿Y tienes ahorros, manita? –preguntó otra–, porque de seguro estarán feos los sablazos. —No puedo pensar en nada ahorita. Me siento muy débil por la anemia. Necesito descansar. 10 de diciembre de 2002 La próxima semana Judith regresará a la ciudad. Tendré que sacar de nuevo al personaje de la novia. Debe darme una buena explicación de su abandono. A Cruz le dará gusto que estemos los tres juntos de nuevo. Entré a una universidad barata y me revalidaron las materias de las otras escuelas. Como quiera aún sigo trabajando. A ver si ella no se burla de mí cuando vea que mis sueños se han ido a la fregada. René comenzó a escribir sobre una hoja mientras esperaba a su amiga en aquel café donde lo había citado. Estaba tan ensimismado en su actividad que no se dio cuenta cuando ella llegó y se sentó junto a él. La mujer guardó silencio por un minuto y después gritó: —Bueno, tilico, ¿me vas a hacer caso o no? —¡Judith! –exclamó René levantando la cabeza–. Disculpa. Ya sabes cómo me concentro cuando compongo. —No te apures. ¿Y Cruz? —Su papá está enfermo y se quedó en casa con él. ¿Qué has hecho? ¿Cómo has estado? 30


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—Pues… tengo cáncer. René fijó su mirada en ella y sintió un temblor en sus labios. —No me veas como si fuera un fantasma. Me veo flaca y pálida, pero sigo viva. —¿Cómo te dio eso, si apenas tienes veintitrés años? —El ginecólogo dice que fue por un virus. Creo que debí ser más cuidadosa al tener sexo. Regresé a la ciudad porque necesito estar con mi familia. Papá ya tiene trabajo y puede apoyarme. Fui a un hospital público y tengo que esperar a que haya cupo para que me quiten la parte enferma de la matriz. Aún tengo anemia por los sangrados, pero puedo caminar y hacer lo que quiera. —¿Qué puedo hacer por ti, amiga? —Para empezar quita esa cara de estreñido porque no ayuda nada. Quiero que Cruz y tú estén conmigo y no me abandonen. Y por favor no le digas a tu hermano lo que me ha pasado. Ya sabes cómo es. —No te preocupes. De aquí no saldrá nada. Te quiero mucho. —Y yo a ti, mi Tilico adorado. Los dos amigos se abrazaron. René hizo su mayor esfuerzo para no llorar. 23 de diciembre de 2002 Qué bien lo pasé en la posada que organicé. Cuando Cruz vio a Judith se emocionó como un niño y la abrazó tan fuerte que de milagro no le quebró una costilla. Ella también se veía muy seria. Estuvo sentada casi todo el tiempo; ni siquiera le pegó a la piñata. No tomó alcohol, pero la vi fumar más que antes. Le dije que eso no era bueno para su salud y se puso a llorar en mi hombro. Me quedé callado y la abracé. No debo arruinarle sus momentos de felicidad, porque de ahora en adelante tendrá pocos. La sala de urgencias estaba llena por la temporada invernal. Judith tenía más de ocho horas postrada en una camilla esperando una transfusión. Junto a ella se encontraba un 31


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anciano demacrado que expectoraba sangre a cada rato. Ella también lo hacía, pero sin que la delatara ningún ruido. El olor penetrante de su vulva se combinaba con los aromas de otras secreciones corporales. Sus intentos por dormir eran frustrados por las luces del lugar, que nunca se apagaban, y por el ruido que hacían los médicos y enfermeras que iban de un lado a otro. Resignada, comenzó a añorar épocas más felices, cuando convivía con sus dos amigos, o el tiempo en que vivió en Guadalajara y había logrado la anhelada independencia. Deseaba ver a René, pero las visitas no eran permitidas. Después de un rato llegó una enfermera con la unidad de sangre. Sintió alivio al ver aquel paquete frío y rojizo que le devolvería sus fuerzas. Al terminar la transfusión fue llevada a la sala de ginecología por un camillero. En el pasillo encontró a sus padres, quienes la miraron con los ojos llorosos y le dijeron que no pierda el ánimo. La joven no pudo evitar el llanto y los abrazó. Al fin en casa. Aunque estoy feliz por haber vuelto, siento el ambiente cambiado. Cuando alguien tiene cáncer, su hogar se transforma. El aire se vuelve pesado. Los muebles, cuadros y paredes envejecen antes de tiempo; hasta el excusado se ve distinto. No importa si es una vivienda antigua o nueva. Una tía tuvo cáncer de estómago y su cuarto siempre estaba oscuro, como si la luz del sol hubiera olvidado ese lugar. Murió a los pocos meses. Por eso me da miedo entrar a mi habitación. Quisiera ser optimista, pero me siento marcada por el pinche cangrejo que ha crecido entre mis muslos. 5 de febrero de 2003 Estoy avergonzado por hacer tanto drama por mis problemas. Después de haber visto a Judith batallar con el cáncer siento que mis preocupaciones son puras pendejadas. Es la primera vez que escribo una mala palabra en este diario y me siento liberado. Voy a hacer lo mismo en la vida real, cuando vea al ojete de Marcelo. Será divertido ver su jeta cuando le grite; al cabo que es otra jota como yo. Él siempre 32


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me dice mariconcito, inmaduro o santurrón y yo sólo contesto: “me caes tan mal. Eres muy malo” y quedo con las tripas enredadas. Cruz conoció a dos nuevos amigos en la iglesia a la que ahora va, que está en una colonia pobre. Se llaman Ramiro y Diana. Viven en unión libre, están desempleados y tienen una hija. Estuvieron en la posada de hace dos meses, pero me dieron mala espina. La niña tampoco me simpatizó. Quería pegarle a la piñata antes de que termináramos la letanía y empezó a chillar. Cruz trató de calmarla y ella le dio una patada en la espinilla que hasta a mí me dolió. Como es tan bruto no la regañó y los papás tampoco hicieron nada. Al terminar la fiesta le pidieron casi llorando dinero para el taxi y él les dio doscientos pesos. Ni que vivieran tan lejos. Debo estar al pendiente de él. Pinches hospitales, los odio. Los doctores usan palabras odiosas que sólo ellos entienden. No sé por qué le dicen “ce-a” al cáncer. A lo mejor es para no hacer sentir mal al paciente, o porque ellos también le temen a la enfermedad y no pueden decir su nombre completo. Espero que esta cirugía que me hicieron sea suficiente para curarme. El ginecólogo dice que el tumor no había avanzado más allá del cuello de la matriz, pero la angustia y la anemia por el sangrado nunca las olvidaré. Me da miedo preguntarle si podré seguir teniendo relaciones o sobre los embarazos. No es como que ahora tenga el instinto materno tan desarrollado; no puedo imaginar que alguien me chupe las tetas para alimentarse. Luego se ponen todas flácidas. Así estoy bien. Mejor debo concentrarme en la recuperación. 16 de marzo de 2003 Ayer Cruz invitó a Ramiro y a Diana a su casa para ver un juego de fútbol. Se pasó todo el tiempo llevándoles cervezas y botana y hasta recogía el tiradero que hacían. Nunca se porta así conmigo. Pasó un rato y él también empezó a tomar. Cuando metía gol el equipo local gritaban como poseídos. El papá de Cruz salió de su cuarto y 33


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les pidió que no hicieran tanto escándalo, pero lo ignoraron. Ya tomados, esos idiotas empezaron a burlarse de mi amigo y tuve que defenderlo como siempre. Les dije que no fueran tan confianzudos. El señor también se dio cuenta, se enojó mucho y los corrió de su casa. Le advirtió que nunca los volviera a dejar entrar, pero no acabó de decir eso porque le empezó a doler el pecho y a sudar frío. Cruz se echó a llorar angustiado y fue corriendo a buscar a su mamá. Llamaron a una ambulancia y lo llevaron al hospital. Se había infartado. Estuve un rato con ellos y no pude ver a Marcelo. Me reclamó porque ya teníamos planeado encontrarnos. A ver si al rato habla. Debe comprender que Cruz es mi mejor amigo. René caminaba por las calles del centro llorando y con visión borrosa. No podía recordar los insultos a su novio, sólo los empujones que lo sacaron de su carro. Algunas personas que pasaban por la banqueta lo miraban con miedo y desprecio; otras se reían de él. Su mayor urgencia era encontrar un baño. Sin pensarlo entró a la primera cantina que vio. Después de vaciar su vejiga se sentó frente a la barra y pidió una cerveza. Mientras bebía escuchó una voz que lo llamaba. Volteó y halló a un hombre rubio en muletas que le sonreía. Después de observarlo con detenimiento al fin lo recordó y comenzaron a platicar. René se sintió más tranquilo y dejó de llorar. 30 de marzo de 2003 Qué bueno que Dagoberto me encontró anoche. Me dio gusto verlo después de tantos años y saber que está bien. Es de las personas que más recuerdo. De niño tuvo secuelas de polio; por eso casi no hablaba en el colegio y en las fiestas siempre estaba aislado. Los otros niños le decían “Capitán Garfio” y cosas peores. A veces me acercaba a él para consolarlo. Ahora es muy distinto, pues parece un cotorro maldiciento y convive con todo el mundo. Quizá se acercó a mí por agradecimiento. Me hizo olvidar un rato a ese desgraciado que ni puedo nombrar. Aún me tiemblan las manos del coraje. 34


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El papá de Cruz ya está en su casa. El pobre señor ya está muy viejo para aguantar los disgustos que le provoca su hijo. Lo peor es que sigue hablándoles a esos babosos a pesar de que se lo prohibieron. No sé por qué busca la aceptación de todas las personas. ¿Acaso no es suficiente mi amistad y la de Judith? Me alegra que Tili haya cortado con su novia. Aunque nunca la conocí, esa vieja me caía mal. Me desespera escuchar sus quejas cuando está borracho y empieza a recordarla. Quisiera poder ayudarlo, pero no se deja. Si supiera que yo puedo hacer que la olvide… A veces quisiera subirme la blusa frente a él para que reaccione. Parece que ya estoy resintiendo la falta de sexo, pero ni modo; lo que tengo entre los muslos puede traicionarme en cualquier momento. 18 de abril de 2003 He platicado muy seguido con Dagoberto. Si no es en persona, lo hacemos por el “Messenger”. Hace poco mi hermano lo instaló en la computadora y es una maravilla. Pocos lo conocen hasta ahora, pero dentro de pocos años todos lo usaremos. Nunca sospeché que Dago fuera gay. Me contó que le atraen los hombres desde que era niño. Todo empezó cuando iba con su papá al club deportivo y le decía que no podía entrar al sauna porque había muchos señores desnudos. Desde ese entonces se quedó con la tentación de verlos así hasta que creció. Claro que no era fácil que lo aceptaran por su enfermedad. Es interesante cómo algunos hombres nos hacemos homosexuales a causa de nuestros padres. Pepe es así porque su papá lo abandonó de niño y Quico porque el suyo lo encerraba en el closet después de golpearlo. El mío sólo era distante y sarcástico. El chiste es que casi siempre es por culpa de ellos, como si el hombre fuera malvado por naturaleza. Lo curioso es que aunque odie al primero que conocí en mi vida, no puedo vivir sin uno a mi lado. ¿Por qué habrá venido Pepe a mi casa? De seguro alguien del templo le contó lo que me ha pasado, la gente de ahí se enteró de 35


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mi cáncer por mis papás. No me sentía cómoda ante su presencia y él lo notó. El muy maricón creyó que me pondría a chillar al saber que Yajaira y Fernando eran novios. Probablemente les va a decir a sus comadritas chismes exagerados. Por mí pueden ahogarse en una alberca infectada con gonorrea. 19 de julio de 2003 He invitado a Dago varias veces a la casa de Cruz y lo hemos pasado muy bien. Él entiende lo que es vivir con una discapacidad y no juzga a mi amigo. Sólo siento algo de culpa porque hicimos una travesurita: mientras Cruz estaba en el baño subimos a un cuarto de los de arriba y nos encerramos para besarnos. Al principio tuve miedo de que nos descubrieran, pero luego me relajé. Hacía mucho que no sentía tan rico cuando me besaban. Judith me platicó sobre la visita que le hizo Pepe. Qué bueno que no sospecha que yo le conté sobre su enfermedad. Es que una noche llegó con mi hermano a la casa mientras yo estaba tomando y, en medio de la borrachera, hablé de más. Fernando se burló de ella y dijo que eso le había pasado por promiscua. No soporté escuchar eso y le di cachetadas hasta que Pepe nos separó. El pinche enano se puso pálido del susto. Odio que se ponga a criticar, como si él fuera un santo. Esta es la doble moral que existe en esta zona de la ciudad. No pude aguantarme. Después de tantos meses lo hice de nuevo. Nunca me ha gustado meterme el dedo y tuve que buscar a un hombre. Aunque ese señor era rubio y blanco no podía dejar de pensar en él, con su piel morena quemada por el Sol y su mirada suplicante. Lo más triste es que ya tiene otra novia. Cuando me lo dijo sentí como si me hubieran pateado el estómago y muchas náuseas. Ojalá le vaya mejor que con la otra y si no, aquí estaré yo para escuchar sus lamentos, mientras sigo buscando a alguien para poder ver su rostro. Judith trabajaba todo el día en un spa en el sur de la ciudad. Su labor era dar masajes a los clientes, en su mayoría señoras 36


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de clase social alta. En ocasiones escuchaba las quejas de algunas mujeres que sentían sus vidas aburridas y vacías. Ella experimentaba alivio por no ser la única en esa situación. Se preguntaba si los gemidos que hacían al recibir masaje eran porque estaban excitadas y lograban olvidar la falta de sexo con sus maridos. Cuando llegaba a su casa se encerraba en su cuarto para entrar a internet. Ahí podía charlar con hombres para tener citas casuales. Aún asistía a las reuniones con René y Cruz, aunque con menor frecuencia, ya que no le caía bien Dagoberto; le parecía un hombre falso que trataba de ocultar su infelicidad por medio de bromas pesadas. René no se daba cuenta de eso y reía junto con su nueva pareja, mientras que Judith aguantaba muchas cosas en silencio. 17 de octubre de 2003 Siento mucha vergüenza. Cruz ya no me quiere hablar después de lo que pasó. Todo fue por culpa de Dago. Estábamos en la planta baja y se le hizo fácil llevarme al cuarto de arriba para hacer nuestras cochinadas. Cruz estaba atendiendo el negocio y escuchó ruidos extraños. Se alarmó y también subió. Nos encontró desnudos. Yo estaba encima de mi novio mientras trataba de penetrarlo. Al vernos se enfureció y nos corrió a patadas. Nunca pensé que reaccionaría así. La cama en la que estábamos había sido de sus padres y dijo que nunca nos iba a perdonar por esa falta de respeto a su casa. Dago minimizó el asunto y dijo de forma muy corriente que de mejores lugares lo habían corrido. Discutimos un rato pero luego nos contentamos. Después de aquel incidente las reuniones en la casa del centro se terminaron. Judith seguía viendo a sus dos amigos por separado. Cuando les preguntaba sobre su distanciamiento ambos respondían con evasivas. Cruz con frecuencia se ponía a llorar. Un día Judith invitó a René a su casa. Su familia estaba de viaje y pudo estar a solas con él. Platicaron en la sala mientras tomaban cerveza hasta el anochecer. 37


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—¿Cómo te gustan las mujeres, Tili? —¿Por qué lo preguntas? —Me dio curiosidad. Es que nunca he visto a tus novias. —Pues me gustan así, normales. No me fijo en el físico. —¿Crees que soy bonita? —Claro. —¿No te emociona estar tan cerca de mí? La joven acercó su mano al pantalón de René y la metió en un bolsillo delantero. Él se mantuvo inmóvil, sin saber qué hacer. Ella acarició su pene, que se mantuvo flácido y seco a pesar del estímulo constante. Lo miró con incredulidad y dijo: —¿A poco tú…? —No quería decírtelo porque sé lo que piensas de la gente como Pepe. Sólo mi hermano lo sabe. —¿No te gustan las mujeres ni tantito? —Lo siento. Eso no se puede forzar. Desconcertada y triste, Judith guardó silencio. René se sintió incómodo y al poco tiempo se fue a su casa. Sigo sin creerlo. Él nunca dio ninguna señal de que fuera gay; sí que es bueno para engañar a las personas. Hasta su hermano se ve más afeminado que él. Pobres de sus papás cuando se enteren. No puedo sacarlo de mi cabeza. Si fuera creyente rezaría para que se le quitara eso, pero sé que no es un resfriado. 4 de diciembre de 2003 Me siento mal por Judith. No sabía que me veía como algo más que un amigo. Es que es muy difícil para mí entender a las mujeres. Al menos me pidió que siguiéramos en contacto. Mientras ella no sufra ni se sienta incómoda está bien. El otro día me encontré a Cruz en el centro. Yo iba con Dago y al vernos no nos saludó; me miró enojado y siguió su camino. No puedo creer que sea tan rencoroso. Por un error ha olvidado todos los momentos padres que pasamos juntos. En esta época del año en la que está la temporada de 38


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la NFL es cuando lo extraño más. Aunque odio ese deporte, me divertía mucho ver sus reacciones ante las jugadas. Eran las primeras vacaciones que Judith tenía en un largo tiempo y no quería desaprovecharlas. Estaba feliz, caminando por la playa, porque se había reencontrado con sus amigas de Guadalajara. Llevaba mucho rato bebiendo cerveza junto a ellas. Se entretenía escuchando las olas y observando a las aves marinas. Al caer la tarde decidieron regresar a su hotel. En el camino encontraron a un pintor vendiendo sus cuadros. Intrigada, Judith se acercó a observarlos. El hombre empezó a hablar de las cosas que lo habían inspirado a hacer sus pinturas. Ella escuchaba con atención. Entre risas de complicidad sus compañeras la dejaron sola con él. Aunque no logré el orgasmo fue la primera vez que lo hice sin imaginar a René. Sergio es el primer artista que conozco y sí sabe cómo hablarles a las mujeres. Aquél disque cantaba, pero nunca salió de perico perro. Jamás se atrevió a nada. Me gustan los hombres con iniciativa. 3 de abril de 2004 Me da gusto que Judith ya tenga novio. Me enseñó su foto y está guapo, aunque parece un hippie sin quehacer. También vi un cuadro suyo y no me gustó mucho, pero bueno, no soy crítico de arte. Anoche hablé con Cruz. Aquellos idiotas lo abandonaron y tuvo que recurrir a mí. No podía ponerme en plan mamón y le ofrecí disculpas por lo ocurrido en su casa. Nos abrazamos y me invitó a la misión que organiza la iglesia a la que va ahora. Será en un pueblo pequeño del sur. He estado muy alejado de la religión y necesito un cambio de aires. Si Dago me da permiso lo acompañaré. Ya no voy a la escuela y en cualquier momento renunciaré a la fumigadora, pues pagan una miseria y no aguanto el olor de los insecticidas. Temo que me pase lo mismo que a Judith. 39


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Cruz se sentía ilusionado por la nueva misión y por la compañía de René. Viajaron con otros jóvenes durante seis horas en una camioneta en medio de un camino de terracería. El pueblo de Doctor Arroyo era muy árido. Las viviendas estaban hechas de adobe y las calles no tenían pavimento. Los niños corrían descalzos y algunos muy pequeños sólo vestían camisetas sucias, mostrando sin pudor sus genitales. René no podía ocultar su desconcierto, Cruz bajó deprisa de la camioneta con el sacerdote y los otros misioneros. Después de guardar sus cosas en la escuela del ejido Cruz y René fueron a presentarse con la gente del lugar casa por casa. En una de ellas hallaron a un matrimonio de ancianos con su hijo mayor atado de pies y manos a una cama. El hombre tenía un aspecto descuidado y pedía a gritos que lo desamarraran. Los señores lloraban sin saber qué hacer. Conmovido, Cruz se puso a rezar frente a él. El muchacho dejó de moverse y guardó silencio. Los padres creyeron que había realizado un milagro y se lo agradecieron de forma efusiva. René miraba incrédulo la escena. Cruz pronto fue conocido en el pueblo y las señoras lo invitaban a sus casas. Él aprovechaba la situación y comía gratis en todos lados; lo único que tenía que hacer era rezar y dar bendiciones. René también fue tratado con cortesía, especialmente en la cantina del lugar, donde hizo amistad con varios hombres. El sacerdote fue ignorado por los habitantes del ejido y sintió envidia de Cruz. Decidió excluirlo de las celebraciones. No tuvo más remedio que obedecer. Al llegar el Sábado de Gloria René compró un cartón de cerveza y lo metió al dormitorio de los misioneros mientras el padre oficiaba la misa. Comenzó a beber e invitó a sus compañeros. Ellos no estaban acostumbrados al alcohol y pronto se emborracharon. Algunos sacaron rencillas del pasado y empezaron a discutir. Ya estaban a punto de liarse a golpes cuando el cura entró y los regañó a todos. Culpó de lo sucedido a Cruz, quien se puso a llorar avergonzado. A la mañana siguiente regresaron a Monterrey. 12 de abril de 2004 Qué apenado me siento con Cruz. A este paso ya no podrá 40


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ser misionero en ninguna parroquia. Como quiera la gente de allá quedó muy agradecida con él y le pidieron que regresara pronto. Debió de haber sentido raro porque por primera vez los demás lo respetaban. Dago está molesto conmigo porque le conté lo que hice. Dijo que era un inmaduro y que no cuidaba mi salud. Yo le sigo la corriente desde aquel día en que discutimos y amenazó con golpearme con sus muletas. Es más posesivo e inseguro que Marcelo. Cuando estamos con otros amigos es el hombre más alegre, pero en la intimidad saca su lado oscuro. A veces extraño estar soltero; por alguna razón no puedo durar mucho tiempo solo. Por fin Sergio se vendrá a vivir a Monterrey para estar junto a mí. A mis papás no les va a gustar su aspecto. Me vale. Ya estoy grandecita para decidir con quién salgo. Quiero seguir ahorrando para poder abrir mi estética. Voy a conseguir mi sueño, no como otros. Voy a demostrarles a todos que no soy como la estúpida de Yajaira, que nunca ha movido un dedo para conseguir lo que tiene. 20 de mayo de 2004 Pepe y Quico se han hecho novios. Dago y yo los encontramos en el antro el sábado pasado. Me sentí incómodo al estar con ellos, ya que se la pasaban riéndose como idiotas. Por primera vez me pareció vulgar su vocabulario. A cada rato repetían la palabra “panocha” y se escuchaba horrible. Por eso estoy agradecido con mis padres por haberme inscrito al fútbol americano, pues aunque odiaba las tacleadas y a los compañeros fantoches, sirvió para formar mi carácter y no volverme una “loca” como ellos. Judith me presento a su pareja. Se ve mejor en persona y con el cabello corto. No sé si él haya notado mi nerviosismo. No podía dejar de ver sus enormes pies. Platicamos sobre sus cuadros y le comenté que mi sueño era ser cantante. Judith se me quedó viendo raro cuando dije eso. Me recordó mucho a Marcelo; sólo él me había hecho sentir antes palpitaciones y la piel de gallina. ¿Qué será de su vida? Tengo ganas de escribirle, pero creo que es mejor no sacar fantasmas del pasado. 41


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René tenía más de un año sin empleo y pasaba la mayor parte del día en su cuarto viendo televisión. En ocasiones ayudaba a su padre a impermeabilizar casas y el poco dinero que ganaba lo usaba para comprar cerveza. Recibía visitas de Judith, Cruz y Dagoberto por separado. Con su novio veía películas pornográficas y con su amigos dibujos animados. Su comportamiento también era distinto. Cruz lo hacía recordar su inocencia que se resistía a desaparecer y se portaba como un niño, mientras que Dagoberto le hacía ver la realidad de la vida adulta e intimaba con él, sin que sus padres se enteraran. Judith continuaba su noviazgo con Sergio y seguía trabajando para abrir su estética. El hombre no tenía un trabajo fijo, se dedicaba a pintar. Ocasionalmente lograba vender algún cuadro en el centro de la ciudad. Aunque por un tiempo logró olvidar a René, Judith comenzó a soñarlo con frecuencia y se despertaba llorando. Pensó en dejar de verlo, pero cuando escuchaba su voz por teléfono olvidaba esa idea 27 de agosto de 2005 Mi hermano se va a casar con Yajaira porque la ha dejado embarazada. Mis padres se sintieron defraudados. No sé qué esperaban, si nunca nos hablaron de educación sexual. Fer ya está grandecito y puede hacerse responsable, pues tiene carrera y un buen trabajo. Yo no podría mantener a nadie. No pienso mucho en eso porque no puedo embarazar a ninguna mujer. Cruz ahora trabaja en una preparatoria. Sus papás son amigos del director y le pidieron de favor que le dieran un empleo. Lo único que hace es sacar copias en la papelería. Le hará bien tener una distracción por las mañanas. Quisiera poder hacer lo mismo, pero mi sensibilidad no me permite soportar cualquier trabajo. Si sigo componiendo canciones tal vez pueda salir de este hoyo en el que estoy metido. Ya me está hartando este güey. Nunca había durado tanto tiempo haciéndolo con el mismo cabrón. Al menos aún puedo fingir los orgasmos. A ver cuándo se pone a trabajar. 43


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Ya tengo casi todos los muebles para el salón de belleza. Lo bueno es que papá me ayudó a conseguirlos. A veces me siento mal por no haber sido una mejor hija; es que nunca me dejé moldear por nadie. Me da igual lo que me contó René, aquello de que Yahaira se encuentra en estado interesante, ese chaparro infeliz no era el amor de mi vida. Esa changa se embarazó adrede para engancharlo. Debo admitir que fue muy astuta. Su sueño de ser mantenida se hará realidad. Lo malo es que el hijo va a ser más feo que un jabón lleno de vellos púbicos. Cruz tenía que madrugar para llegar a tiempo al trabajo. Su sueldo era casi simbólico. Al principio no sabía usar la fotocopiadora, pero con paciencia logró dominar el aparato. Gracias a su carácter afable pudo hacerse amigo de casi todos los alumnos y maestros. Un día entró a la papelería una maestra con el cabello teñido de rubio, piel blanca y grandes caderas. Cruz se impresionó al verla. Aunque tenía facciones toscas, aquella mujer le pareció hermosa y no pudo evitar mirarla fijamente a los ojos. Ella dijo sonriente: —Disculpa, ¿puedes atenderme? —Perdón, es que usted es muy bonita, perdón. ¿Cuántas copias le saco? —¡Ja, ja, ja! ¡Gracias, qué lindo! Sácame dos copias de este libro por los dos lados, por favor. Cruz sacó las copias con rapidez y se las entregó. Le preguntó su nombre y la mujer respondió: —Me llamo Karla. ¿Eres nuevo aquí, verdad? —Sí, sí. Soy nuevo. Mucho gusto, señorita. —Igualmente. Eres muy lindo. Gracias y cuídate. Desde aquel día Cruz pensaba en todo momento en Karla. En sus ratos libres iba a su salón para saludarla y obsequiarle un dulce o una fruta. Ella no sabía cómo responder y sólo sonreía con ternura. El joven devolvía la sonrisa y salía entusiasmado del salón, mientras que los alumnos se burlaban de ellos. La mujer le pidió que ya no fuera al aula y le dijo que si quería darle algo lo hiciera en el patio. Cruz aceptó avergonzado, aunque siguió regalándole cosas. 44


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14 de septiembre de 2005 Marcelo tardó tres días en responderme el correo que le envié. Ahora vive en el D.F. con su novia. Dijo que me había olvidado y que no lo volviera a molestar. Al leer esto sentí todo mi cuerpo caliente y mis pies sudorosos. Nunca me había sentido tan humillado y me puse a llorar. Ahora entiendo que no soy capaz de competir con ninguna mujer y jamás tendré a un hombre de verdad. Debo conformarme con lo que tengo. Cruz está muy ilusionado. No deja de hablar de esa maestra que conoció en su trabajo y ya me está hartando. Según él nadie lo ha tratado tan bien como ella. Pienso que se está ilusionando de más. Es muy inocente y la gente abusa de él, ¿pero qué provecho podría sacar ella de mi amigo? Ya me lo esperaba; ese pinche condón que le dieron a Sergio en el centro de salud se rompió adentro. No me di cuenta antes porque soy irregular. Debo tener como dos meses de embarazo. No me siento lista para ser madre, a pesar de tener ya veintiséis años, y no creo que Sergio vaya a ser un buen padre. Escuchó la noticia como si fuera cualquier cosa; sólo dijo que pintaría más cuadros. Si se enteran mis papás nos llevarán directo al registro civil para casarnos. Tengo que hacer algo. Voy a buscar en el centro algún té con los hierberos o esa mugre llamada Cytotec. Mis amigas de Guadalajara lo usaban a cada rato. Ni hablar, tendré que meterme algo después de haber dejado que me introdujeran otra cosa. La boda de Fernando y Yajaira tuvo que organizarse con rapidez. Fueron a varias iglesias, pero como ningún cura quiso casarlos por el embarazo fuera del matrimonio, sólo realizaron la ceremonia civil. La fiesta fue en un salón del sur de la ciudad. Los novios se pusieron nerviosos ante las miradas de los invitados. Ella llevaba puesto un vestido blanco y su vientre ya se veía abultado. Algunos amigos la criticaban en voz baja. René estaba sentado junto a sus padres. No tenía pareja porque había discutido con Dagoberto la noche anterior. Tomaba vino sin que nadie se diera cuenta. Veía a sus primos con 45


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sus esposas e hijos, mientras platicaban de sus trabajos y de sus viajes. Sentía curiosidad por saber cómo era la vida de casado, al darse cuenta que nunca podría lograr eso se puso a llorar. Su padre lo vio y le dijo molesto: —No hagas papeles aquí, cabrón. Si te vas a poner así vete a otro lado. René quiso contestarle, pero se le trabó la lengua. Su madre sólo los veía fijamente. El joven se puso de pie y se dirigió al baño, se encerró en uno de los sanitarios y continuó llorando por el resto de la noche. 2 de octubre de 2005 Fernando y Yajaira ya están en su luna de miel. Mi mamá comentó que muchos angelitos los habían ayudado para la boda. Dichosos ellos, pues a mí ni un diablo me ayuda. Supongo que ellos se lo merecen. Yo no he logrado nada en la vida. Lo único que me ilusiona es la llegada de mi sobrino. Si no puedo ser padre, al menos podré cuidar a ese niño y llevarlo a la iglesia. Judith también está esperando un hijo. Parece que están jugando competencias. En otros países las mujeres no se embarazan tan fácil; es que allá sí leen, estudian y van a museos. Ni hablar, aquí me tocó vivir. Esa mierda del Cytotec no funcionó. A pesar de que me metí cuatro a la vez nunca tuve sangrado y las náuseas continuaron. No tuve valor para tomar ningún té. Ahora tengo los pezones más oscuros que antes, aunque nunca los tuve muy claros. Cuando les conté a mis papás se quedaron muy serios y callados. Espero que sea cierto eso de que los escuincles traen torta bajo el brazo, porque ya voy a abrir la estética y me tiene que ir bien. Había llegado diciembre y los trabajadores de la escuela organizaron una posada. Cruz estaba ilusionado por ir y decidió invitar a Karla. Fue a buscarla a su salón, donde estaba sola mientras revisaba exámenes. Titubeante, el joven le dijo: 46


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—Eh, hola, Karla. Eh, ¿vas a ir a la posada? —No sé, Cruz. No tengo muchos ánimos de ir. Esta época me deprime porque me recuerda a mis padres fallecidos. Me siento muy sola. Nadie me quiere. —Sí hay alguien que te quiere, Karla. Lo hay. —¿Quién? —Pues yo. —Gracias. Qué lindo eres. —Tú eres más linda. ¿Quieres ir conmigo a la posada? ¿Quieres? —No me lo esperaba, pero acepto tu invitación. Cruz se puso feliz al escucharla y la abrazó muy fuerte. La mujer no supo qué decir. El joven le preguntó dónde vivía. Ella le dio la dirección y acordaron verse ahí ese día. Él se presentó puntual a la cita. Karla vivía en una casa pequeña del centro, en medio de locales comerciales. Tocó el timbre y nadie abrió la puerta. Pensó que pronto saldría, ya que vio la luz del recibidor encendida. Al ver que no salía empezó a impacientarse y tocó la puerta con una moneda. No obtuvo respuesta; sólo vio pasar una silueta. Se puso a llorar desesperado mientras gritaba el nombre de la mujer. Siguió timbrando con insistencia en medio de una angustia jamás experimentada. Sus ilusiones se derrumbaban como un castillo de arena. Algunas personas que pasaban por ahí lo miraban con extrañeza; nadie se detuvo a ver qué le ocurría. Resignado, se sentó en la banqueta. Al cabo de una hora decidió volver a su casa sin ir a la fiesta. 23 de diciembre de 2005 Pobre Cruz, sigue sin querer hablar con nadie. Su madre dice que ni siquiera tiene hambre. Eso sí que es serio. Ya ha pasado una semana desde que esa tipa lo dejó plantado. Cuando me quejo de mi situación sentimental volteo a verlo a él y me siento mejor. Dago ha estado insoportable. A cada rato alucina que estoy hablando con otros chavos por el Messenger y se pone muy loco. La semana pasada tuvimos una discusión fuerte y casi cortamos. Al poco rato ofreció disculpas y me regaló un iPod. Ahora sí tiene miedo de que lo deje. 47


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Al rato iré a visitar a Judith. Me sorprendí al saber que se había casado. Ojalá Sergio sea un buen esposo. Le llevaré un regalo para el bebé que está esperando. Qué bueno que nadie festejó mi matrimonio. Aún no estoy acostumbrada a vivir en el segundo piso que papá mandó construir en la casa. Quizá lo hizo para tenerme controlada. No soporto verme en el espejo. Parezco una pluma de Liquid paper y como si eso no fuera suficiente, ¡ahora tengo paño! Lo más insoportable es el sueño que traigo todo el día. También me salieron almorranas. No entiendo por qué todas las mujeres dicen que el embarazo es una experiencia maravillosa, si se siente como si tuviera una solitaria gigante. Tal vez prefieren idealizar esta situación en vez de pensar que han arruinado su vida. Las vacaciones decembrinas habían terminado. Mientras se dirigía a comenzar sus labores en la papelería Cruz temió encontrarse con Karla. Al poco rato apareció ella y lo saludó. Él no respondió. Aunque notó su rechazo comenzó a hablar. —Disculpa por no haberte abierto la puerta aquel día, es que temía lastimarte y me sentía confundida y con miedo. Eres muy lindo conmigo, aun así siento que nuestra amistad no es normal; siempre quieres estar junto a mí y no respetas mi espacio. Sé que deseas ser algo más que mi amigo, pero entiende que no hay química entre nosotros. Espero me comprendas. —Mi mamá siempre me ha dicho que debo cuidarme de mujeres como tú, que les gusta jugar con los sentimientos de la gente y no valoran la amistad. Si no vas a sacar copias vete, por favor, vete. El rostro de la maestra se puso más serio y no respondió nada. Salió del lugar sin despedirse. Fue la última vez que la vio. 16 de enero de 2006 No soporto estar en mi casa. Desde que mi hermano se casó mis padres han estado insoportables. Se enojan por cualquier 48


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cosa y se desahogan conmigo, sobre todo papá. El sábado pasado discutí con él porque yo estaba chateando y quería usar la computadora. Me gritó muy feo y mejor tomé mi chamarra y salí a la calle, aunque hacía mucho frío. Busqué a Cruz, pero no estaba en su casa y no tenía ganas de ver a Dago. Tomé un camión hacia el centro de la ciudad; no se me ocurrió ir a otro lado. Caminé por sus calles y banquetas, cada vez más estrechas y agrietadas. No quería pensar en nada; sólo avanzaba por instinto, como si me dejara llevar por el viento. Después de un rato entré a una cantina en la que vi a muchos hombres. Algunos estaban durmiendo y otros miraban el fútbol por televisión sin muchas ganas. Cada quién estaba en su rollo. Las luces de neón en las paredes eran la única iluminación. No se podía saber si era de día o de noche. No perdí el tiempo y empecé a tomar. No me gustaron las canciones de Vicente Fernández que tenían puestas en la rockola y encendí mi iPod para escuchar rolas de Britney Spears. Ya ebrio, bailé en medio del lugar al ritmo del pop. La gente comenzó a reírse y yo también. Algunos me aventaron monedas. Por primera vez me sentí libre, sin tener que ocultar mi personalidad. Estuve tan a gusto que no salí de ahí hasta el domingo en la tarde. Lo único malo fue que perdí mi chaqueta. Al llegar a mi casa mi padre me regañó como de costumbre. Ni recuerdo lo que dijo; sólo quería meterme a la cama. Esa noche Dago me preguntó en dónde había estado todo el fin y también se enojó. Ni modo. Qué bien me sentí cuando llegaron los primeros clientes a la estética. El trabajo me hace olvidar al huevón de mi marido. Por lo menos ya logró vender un cuadro en el Barrio Antiguo. Se pasa casi todo el día drogándose con los hippies que viven por ahí. Está justo en su ambiente. Le he dicho que no haga eso, pero me ignora. Hacía mucho que no nos juntábamos en casa de Cruz. Han pasado más de cinco años desde la primera reunión ahí y me di cuenta de que el único que está igual es René. Se ve aún joven, pero sigue sin trabajar ni terminar una carrera, como si se hubiera quedado estancado en el mismo lugar. Hasta Cruz se ve 49


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más maduro gracias al trabajo que tiene. Todavía mueve algunas fibras de mi corazón, pero da tristeza que no quiera cambiar. Las contracciones fueron aumentando en intensidad y frecuencia; Judith pronto ya no pudo ignorarlas. Se encontraba sola en la estética. Llamó por teléfono a Sergio; no contestó. Decidió irse al hospital público más cercano. Luego de dar sus datos fue llevada al piso de ginecoobstetricia. Le pidieron que se desvistiera y le dieron una bata que le quedaba grande. El ginecólogo de guardia la revisó y le dijo que aún faltaban varias horas para que naciera su hijo. No soportaba el dolor. Desesperada, se puso a llorar y pidió que localizaran a sus familiares. En ese rato la cuidó un estudiante de medicina llamado Eduardo, que contaba la duración de sus contracciones palpando su vientre. La mujer empezó a hablar con él. —Este bebé es muy malo conmigo, doctor. Me está causando mucho dolor y no quiere salir. —No es malo, señora. Él no tiene la culpa de las reacciones del cuerpo. Si gusta puede hablar para desahogarse. —Gracias, qué lindo. Usted es muy bueno y muy paciente. Se ve muy joven para estudiar esto. —Sí, todos dicen lo mismo. Judith continuó conversando con el interno. Le contó sobre su familia, su enfermedad, su matrimonio poco satisfactorio y el amor imposible que sentía por su mejor amigo. Las contracciones continuaban y el bebé no nacía, así que los médicos decidieron hacerle una cesárea. Los padres de Judith y Sergio llegaron al hospital y fueron informados de la situación. La operación se llevó a cabo sin complicaciones. Había dado a luz a una niña. Después de cortarle el cordón umbilical el doctor puso a la bebé junto a ella. Judith escuchó su llanto, la miró con rostro inexpresivo y dijo: —Mírenla, está igual de fea que yo. Pobrecita. Sergio puso cara de incredulidad al ver a su hija, mientras que los abuelos estaban emocionados ante su primera nieta. Judith decidió llamarla Sandra en honor a su tía que había fallecido de cáncer. 50


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22 de abril de 2006 Estoy feliz porque ya soy tío. Yajaira se alivió en el hospital Santa Engracia. Cuando vi a mi sobrino junto a los otros bebés en los cuneros sentí ganas de llorar, quizá porque recordaba que jamás podría ser padre. En cuanto lo llevaron al cuarto pude cargarlo un poco. Tenía miedo de que se me cayera y mejor me senté. Ahora sí que envidio a Fernando. Fue capaz de crear vida con su mujer. Es lo única cosa que podemos hacer igual que Dios. Extraño mucho dormir. Esta bebé nomás quiere comer todo el tiempo y es una fábrica de cagada. Ya me dejó las tetas como gelatinas; tan firmes que las tenía. El idiota de mi marido ni me ayuda a cuidarla. No se ha dado cuenta de que tiene una hija y no sale de su mundo. Pinche mariguano. A veces me siento mal por mamá porque cuida a la bebé mientras yo trabajo en la estética; como si no hubiera tenido suficiente con criarnos a mis hermanas y a mí, ahora tiene que batallar con su nieta, aunque se pone muy contenta al verla. Ayer vinieron a visitarme Cruz y René; al verlo sentí que mi corazón latía con más fuerza. Ahora me parece más inalcanzable. Dijo que estaba feliz con su sobrino. Claro, él no se lleva la friega completa de cuidarlo. Cruz se acercó a la niña y puso cara como de chango. Le expliqué que aún es muy pequeña para reaccionar a las caras. Como quiera me alegró mucho su visita.

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CUATRO

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14 de junio de 2007 Cometí el gran error de abrir un perfil de Facebook. Todo mundo está hablando de esa página y no aguanté la tentación de abrir una cuenta. Lo primero que vi fue una foto de Marcelo con su esposa. Ambos sonreían mientras estaban en la playa; ella es horrible, flaca, tatuada y con cabello de hombre. Entré a otros perfiles y todos tienen fotos de sus viajes y fiestas. No me había dado cuenta de lo perfecta que es la vida de los demás y lo miserable que es la mía. De hecho no tengo ninguna foto; tal vez pueda poner una con mi sobrino. Ya ha crecido mucho. Lo cuido muy seguido porque sus papás siguen saliendo a antros. Me encanta verlo sonreír. Es la única persona que saca lo mejor de mí. Fernando abrió un negocio de reparación de aires acondicionados y ahora trabajo como su ayudante. La paga no es mucha, pero es divertido y me alcanza para comprar cerveza. Dago se queda casi todo el fin de semana en mi casa porque no quiere que vaya a las cantinas. Como quiera puedo escaparme entre semana. Mi padre ya está empezando a sospechar de nosotros. No se le hace normal que él pase tanto tiempo aquí y siempre estemos encerrados en mi cuarto. Me preguntó medio en broma que si éramos novios. No le respondí. Lo que realmente le molesta es que a veces nos tomamos su brandy, si no fuera por eso le valdría gorro lo que hago o con quién me junto. Judith se dirigía a su casa después de haber trabajado todo el día en la estética. Como sus padres estaban de viaje llevaba a Sandra con ella. Llegó a la vivienda y encontró a Sergio acompañado de varios amigos de aspecto desaliñado, vestidos con camisas de lona. Tocaban unos tambores africanos mientras fumaban y bebían cerveza. El cuarto estaba impregnado con el olor de la mariguana. Molesta, Judith dijo: —Ya te he dicho que no fumes esa mierda en la casa. —Aliviánate, Judith. Tú también fumas una sustancia más adictiva que la hierba. —¡Pero nunca lo hago aquí! ¡Lárgate con esos greñudos a otro lado! 53


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—¡Tranquila! Tratamos de elevar nuestra frecuencia con la música y tú la estás bajando con tus malas vibras. —¡Me vale madre! La discusión aumentó de tono y la niña se puso a llorar. Furioso, Sergio gritó: —¡Déjame en paz! Desde que vivo aquí no haces más que darme órdenes y cuando estamos en la cama pareces un cadáver. ¡Eres una frígida! Se dirigió a la cocina y salió de ahí empuñando un cuchillo. Lo acercó a su antebrazo izquierdo y se hizo una herida. Al ver la sangre gritó como desquiciado. Judith tenía mucho miedo y abrazaba con fuerza a su hija. Uno de sus amigos se acercó para tranquilizarlo, pero el hombre le clavó el cuchillo en su abdomen y huyó del lugar. Los invitados se llevaron al joven herido sin haber llamado a una ambulancia. Judith no podía creer lo ocurrido. Le habló a René con la voz temblorosa y al borde del llanto. Más tarde limpió la sangre regada en el piso y sacó las pertenencias de su esposo a la calle. 25 de mayo de 2007 El esposo de Judith desapareció. Tal vez ya ni está en la ciudad. Me da mucha tristeza su situación. Al igual que yo, ella nunca ha podido encontrar el verdadero amor. Ambos buscamos a alguien sólo para no estar solos y pasar por la vida. Yo nunca pude superar a Marcelo y ella creo que no me ha podido olvidar. ¿Por qué se habrá enamorado de mí? Mi cuerpo no es atlético y mi actitud es pésima. Deberíamos ser como Cruz, que al principio se sintió mal por la tipa que lo dejó plantado pero ahora ni la recuerda. Después de unos meses ella se cambió de escuela y nunca la volvió a ver. A veces se pone triste porque no tiene novia, pero no se clava en una sola persona. La verdad no extraño a Sergio, pues era más inútil que un zapato sin par. Me sorprendió su reacción tan violenta. Nunca imaginé que tuviera tanta ira retenida. Debo concentrarme en buscar otro lugar para vivir. Mis papás quieren seguir controlándome y me culpan por el fracaso de 54


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mi matrimonio. Un día que salí de antro mamá se escandalizó cuando le pedí que me cuidara a Sandra. No entiende que tengo derecho a divertirme de vez en cuando. Estoy segura de que podré salir adelante sola con mi niña. Aquella noche René estaba en su habitación con Dagoberto. Habían tomado más de lo acostumbrado y se quedaron en ropa interior. Veían un video pornográfico en la computadora y Dagoberto dijo: —Chúpamela, por favor. —No podemos hacerlo aquí. Recuerda lo que pasó en la otra casa. —Entonces yo lo haré. René se sintió excitado y aceptó. Se movieron por toda la cama mientras gemían. Golpearon con sus pies varias botellas de cerveza y cayeron al suelo, causando mucho ruido. Los padres de René se dirigieron alarmados a su cuarto para ver qué pasaba. La puerta no tenía seguro y al abrirla descubrieron a su hijo desnudo y a su novio hincado frente a él. —¡Pinches maricones! –gritó su padre–. ¡No respetas ni tu casa, infeliz! ¡Lárgate de aquí, pinche bueno para nada! ¡Ya no eres mi hijo! El señor corrió a patadas a Dagoberto y le aventó sus muletas afuera del cuarto. Después abofeteó a su hijo y continuó insultándolo. René estaba confundido y veía todo borroso. Alcanzó a ponerse un pantalón y salió corriendo de su casa. Afuera encontró a su novio asustado. Poco después salió la madre de René con el rostro serio. Sin decirle nada, le entregó una maleta con su ropa y cerró la puerta. Tras haberse vestido buscaron un taxi para pasar la noche en casa de Dagoberto. 10 de junio de 2007 Ahora sí me remuerde la consciencia. Maldito Dago; él tiene la culpa, como siempre. No deja de hablarme al celular, pero no respondo. Mis padres no quieren saber nada de mí. Sólo hablo con Fernando. Sigo trabajando con él y por mientras vivo en su 55


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casa. Cualquier lugar es bueno para vivir, aunque sea de arrimado. Los tres amigos se reunieron en la casa del centro. Judith estaba con su hija. Había tenido una nueva discusión con sus padres y ya no soportaba vivir con ellos. Mientras cenaban comentó: —¿No se han dado cuenta de que este es el único lugar en donde podemos estar en paz? Olvidamos nuestros problemas y convivimos muy a gusto. Si por mí fuera no saldría nunca de aquí. —Es cierto, Judith, es cierto –dijo Cruz–. ¿Por qué no nos quedamos a vivir aquí los tres? —Apenas te iba a preguntar si tienes algún cuarto disponible, amigo –dijo René–. Pero tendrías que pedirles permiso a tus padres para que tú vivas aquí, ¿no? —No creo que haya problema, no creo. Mientras les hable seguido estarán tranquilos. —Entonces ya está decidido. Viviremos aquí y entre todos cooperaremos para los gastos. Los tres brindaron con cervezas y tomaron, alegres, hasta el amanecer.

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CINCO  

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23 de septiembre de 2008 Estos meses han sido los más felices de mi vida. Siento que por primera vez vivo en un verdadero hogar. Cuando Judith se va de antro le cuido a Sandrita. Estoy tranquilo porque sé que ya no se acuesta con pelados. A veces Cruz nos impacienta por su suciedad, pero tratamos de ser comprensivos. Durante los fines de semana paseamos los cuatro en el centro. Son mis momentos favoritos. Dago me está molestando. Sigue obsesionado conmigo y quiere que volvamos. La otra noche vino aquí muy borracho. Decía que me amaba y que se iba a matar por mí. Lo ignoré. No puedo estar con alguien tan impulsivo. Me da tanto asco que hasta yo he dejado de tomar. Debo ser un buen ejemplo para mi sobrino y para la niña. Me gustaría acabar una carrera; siento que aún tengo tiempo para hacerlo. No soporto este dolor en la columna y este pinche sangrado no para. Los pantalones me quedan más flojos. Iré con el doctor; tengo más de tres años sin revisarme. Ahora sí tengo miedo. Judith esperaba ansiosa los resultados de los análisis. Conocía su cuerpo y sabía que no tendría buenas noticias. El médico entró al consultorio y confirmó sus sospechas: el cáncer había regresado. Muchas cosas pasaron por su cabeza y no pudo ponerlas en orden. En lo primero que pensó fue en su hija. Temía no verla crecer y por su porvenir. Imaginaba las miradas llenas de angustia y lástima de sus familiares y amigos. Sabía que no estaba sola, pero no pudo evitar sentirse desamparada y traicionada por su propio cuerpo. Tenía que seguir adelante con su vida y luchar por ella. 7 de abril de 2009 Nos entristece mucho a Cruz y a mí ver tan enferma a Judith. Tiene anemia y casi no come. Esa quimioterapia es muy pesada. La niña quiere jugar con ella, pero no tiene fuerzas 58


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para nada. Gracias a Dios sus padres la están apoyando. Si yo enfermara los míos me dejarían morir solo como un perro callejero. Ya bloqueé a Dagoberto del Facebook y del Messenger pero sigue llamando a todas horas. Nunca había sido acosado por alguien. Algunas personas se sentirían importantes; yo me siento asfixiado. El tumor había invadido la pelvis y le causaba grandes dolores a Judith. Al menos ya estaba en su casa. René fue a su cuarto para ver si necesitaba algo, la encontró postrada en cama con aspecto demacrado. —Quiero preguntarte algo, Tili. —Dime, amiga. —¿Soy importante en tu vida? —Ya sabes que casi no tengo amigos. Las personas que pasan por mi vida no duran mucho. Mi amiga Samara se casó hace tiempo y ya no le hablo; Pepe y Quico se han olvidado de mí. La gente de las misiones ni me recuerda. Sigo distanciado con mis padres y sólo veo a Fernando y a mi sobrino. Cruz y tú han sido constantes y leales, por eso los quiero mucho. —Me gustaría ser más importante en tu vida. Ya sabes que te amo. Dime caprichosa o lo que sea, pero tú siempre has sido mi sueño imposible. Antes de que naciera Sandrita tú eras la única persona que me importaba y deseaba proteger. Si supieras cuántas veces te he soñado. Cuando te veo con la niña imagino que somos una familia normal, sin preocupaciones, que vamos a hacer el súper y salimos de viaje. Pero me desengaño al recordar tus preferencias. —Créeme que yo también he fantaseado con eso, por desgracia las cosas no son así. A veces quisiera dejar de ser gay, pero no puedo cambiar. Lo siento. —¿Puedes darme un beso? Por toda respuesta René acercó sus labios a los de Judith. Fue un beso largo, tierno y pasional a la vez. La mujer movía su lengua con vehemencia, mientras que él se dejaba llevar. Al terminar lloró y miró a su amigo con un agradecimiento eterno. 59


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—Te quiero mucho, Tilico. Recuérdalo siempre. —Yo también te quiero, amiga. Ahora debo irme. —¿A dónde vas? —Voy a hablar de una vez por todas con Dagoberto. Estoy harto de su acoso y no voy a permitir que me siga fastidiando la vida. Iré a su casa ahora que traigo el carro de Fernando. —Me da miedo ese tipo. Dile a Cruz que te acompañe. —Debo ir solo. René se despidió de Judith y encontró a Cruz en el pasillo, quien notó algo raro en su amigo. Después de platicar un poco le dijo: —No te tardes mucho, por favor. No te tardes. —Sólo estaré el tiempo necesario. Cuida a Judith y a la niña, por favor. Te quiero, cabrón. Nos vemos. René abrazó a su amigo y siguió su camino. Cuando llegó a casa de su exnovio, éste ya lo esperaba. —Tenemos que hablar, Dago. —¿Para qué? Si ya me cambiaste por tu pinche amiga loca. —No hables así de Judith. Te lo advierto. —Hasta la defiendes. ¿Por qué no hiciste eso conmigo cuando nos descubrió tu papá? Aún recuerdo las patadas que me dio. Siempre te avergonzaste de mí y nunca querías que me vieran contigo. ¡Ahora te haré pagar por tantas humillaciones, culero! René iba a contestarle pero un golpe al estómago, con la muleta, lo tumbó al suelo. Dagoberto siguió vapuleándolo con ambos bastones en todo el cuerpo. La cara del joven sangraba profusamente. Desesperado, lanzó un golpe directo al rostro de Dagoberto y pudo librarse de él. Se puso de pie y se dirigió al auto. Al encenderlo fue alcanzado por su exnovio, quien se subió a la fuerza. Mientras apretaba el acelerador el hombre le arrebató el volante e hizo que invadiera un carril contrario. Alcanzaron a vislumbrar apenas el tráiler que se aproximaba. Al terminar el velorio Judith y Cruz se dirigieron a la casa del centro. La mujer lloraba y se sentía muy débil. Entró a la 60


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habitación de René y vio su diario. A pesar de la culpa por invadir su intimidad no pudo dejar de leerlo hasta el final. Quedó conmovida al conocer los sentimientos de su amigo durante los últimos diez años de su vida. Se alegró al darse cuenta de que los momentos más felices habían sido cuando vivieron juntos. Al poco rato habló con Cruz. —Te encargo mucho que conserves este diario, amigo. Es el único recuerdo que queda de nuestro Tili. —Sí, Judith. Lo haré. No me vayas a abandonar tú también. Prometo cuidarte lo más que pueda. Lo prometo. —Gracias, Cruz. Estoy muy enferma, pero créeme que el tiempo que esté viva siempre estaremos juntos. Eres la persona más noble y pura que he conocido. Estoy segura de que algún día encontrarás el amor. Te quiero mucho. Los dos amigos se abrazaron y se retiraron a descansar. Tres semanas después la enfermedad de Judith empeoró y fue hospitalizada de nuevo. Hoy René cumple un mes de fallecido. Aún parece que lo escucho por los pasillos de la casa; por eso prefiero estar internada. Los doctores dicen que están haciendo conmigo “maniobras heroicas”. Es la forma bonita de decir que ya no tengo remedio porque soy más cáncer que mujer. Mis riñones y mi vejiga están obstruidos y sólo puedo mear por una sonda. Lo peor es este sangrado que apesta a perro muerto. ¿De qué sirve haber hecho lo que quisiera si al final no pude escapar de este destino? Ojalá que Sandrita esté bien con mis papás. Es lo único por lo que lamento morir. Espero que crezca sana y sea más feliz que yo, que tenga un novio que le regale flores, la haga sentir especial, la comprenda y nunca la deje sola. Ojalá tenga todo lo que no tuve yo. Ya estoy cansada de pensar. Lo único que quiero es dormir.

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EPÍLOGO Cruz estaba sentado en una banca frente a la iglesia. Tenía la mirada fija y melancólica. Vivía de nuevo con sus padres. En muy poco tiempo había perdido a sus dos únicos amigos. Se preguntaba dónde estarían ellos, si el Cielo realmente existía o si todo lo aprendido en la iglesia era mentira. Sin darse cuenta, era observado por una chica rolliza y de baja estatura. Se presentó ante él tartamudeando con timidez. —Ho-hola. Me-me llamo Eloísa. Tú eres Cruz, ¿verdad? —Sí, soy yo. ¿Cómo supiste mi nombre? ¿Cómo? —Yo-yo estaba en el grupo de misiones. Siempre quise hablar contigo pero me daba pena acercarme a ti. ¿Podemos platicar? —Claro, claro. A mí me gusta mucho conversar. Empezaron a charlar y Cruz sonreía al ver a la joven. Ya no se sentía solo.

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