No es punitivismo, es dignidad.
Todo escrache es colectivo No es punitivismo, es dignidad.
Ediciones Sororidad Malos Aires, Octubre 2020 Territorio aún dominado por el Estado argentino Facebook: Ediciones Sororidad Instagram: @edicionessororidad
La propiedad es un robo Leé, copiá, pirateá y difundí
A todas y todes lxs que luchan contra los abusos sexuales Por la memoria de Antonia y todas las compaĂąeras que nos fueron arrebatadas por culpa de abusadores y encubridores.
¿Por qué escraches?
hablar
de
Vamos a empezar por contar un poco de qué se trata este fanzine y por qué la necesidad de escribirlo (¡y leerlo!). Hablar de escraches siempre es importante sobre todo porque nos permite hablar, por un lado, de las violencias que sufrimos y, por otro, de las herramientas que construimos de forma colectiva para luchar contra ellas. Hablar de escraches es hablar de abusos, de acoso, de odio, de violencia, de violaciones, de heridas, de tristeza, de traumas, de muchas cosas que quisiéramos nunca haber vivido, nunca haber escuchado y que nunca hubieran existido. Pero es, también, hablar de resiliencia, de acompañamiento, de compañerxs, de redes de contención y cuidado, de lucha, de abrazos, de reparación, de justicia, de feminismo. Que haya gente que critique los escraches no es algo nuevo, siempre se tildó a los escraches de “demasiado radicales” y siempre se nos insultó a las feministas por alterar el orden de lo que se suponía “normal”. Pero nunca, claro, supusimos que los discursos machistas de demonizar a las feministas y victimizar a los violentos se disfrazarían de discursos feministas. Y he aquí por qué escribimos esto: porque hemos sido testigo de muchas personas agarrándose de un discurso que supone que los escraches son punitivistas sin nunca explicar por qué o dando por sentadas cosas ridículas para censurar nuestras expresiones de rabia, nuestros testimonios, nuestras denuncias y asegurarse de que los violentos sigan 7
estando tan tranquilos como siempre. Por supuesto que la mayoría de esta gente es la misma que siempre defendió a sus amigos violadores o se hizo la boluda ante cualquier violencia que presenció pero ahora se escudan en hacerlo porque son “antipunitivistas” y eso, claro, no se los vamos a permitir. Decir que son antipunitivistas para encubrir violencias machistas y garantizar impunidad a los violentos es tan odioso como fingir que te importan las personas con discapacidad para invalidar el lenguaje inclusivo. ¿Por qué? Porque si nunca les importó el punitivismo y nunca les interesó la lucha anticarcelaria y nunca les preocupó mover un dedo para ayudar a unx presx, entonces no vengan a usar esa excusa para invalidar una lucha. Punitivismo es llenar de cárceles el mundo y encerrar a quien no obedezca las leyes del Estado. Nosotrxs somos feministas que luchamos contra los abusos y la violencia machista, ¿se dan cuenta de lo ridículo que es decirnos punitivistas? Punitivista es el Estado violador. No esperábamos que este texto se conviertiera en algo tan largo y aunque podemos resumirlo en pocas palabras cuando compartimos ideas con una persona empática, sabemos que a veces las discusiones se vuelven largas y enroscadas; entonces, preferimos abundar en ejemplos y dar respuesta a muchos acusaciones o “argumentos” que hemos escuchado para invalidar los escraches feministas. Entonces, empezamos hablando sobre el escrache, sobre lo que significa y por qué es una herramienta feminista y luego vamos discutiendo algunos mitos, prejuicios y dichos varios acerca del abuso, las víctimas, los agresores y los escraches. 8
Estas ideas son producto de un largo recorrido que hemos transitado mujeres y disidencias en los últimos años para reapropiarnos de nuestras voces, nuestras historias y nuestras luchas. Nos sirve como homenaje a quienes pusieron su voz y su cuerpo en esta lucha, como apoyo a quienes se sienten solas dando las peleas y como abrazo a todas las que nos acompañaron y también nos dieron fuerzas a nosotras para apoyar y empoderar a otrxs. Nos construimos desde abajo y colectivamente, creando nuestras propias herramientas y siempre discutiendo al poder en todas sus formas. En muchas partes escribimos en femenino porque las personas que escribimos somos mujeres y porque la mayoría de los ataques a personas que escrachan están dirigidos a mujeres, lesbianas, travestis e identidades femininas. Esto no significa que consideremos que las víctimas son solo mujeres pero sí que la voz de los hombres es en general más tenida en cuenta, menos subestimada y más creída cuando denuncian abusos. En el mismo sentido, usamos agresor en masculino porque la mayoría de los agresores son varones cis dada la construcción de masculinidades violentas del patriarcado, pero no por eso negamos o subestimamos las violencias ejercidas por parte de mujeres, lesbianas, personas trans, no binarixs, etc. No creemos que el abuso sea más grave por venir de un cis varón, la identidad de lx agresorx no lx justifica en absoluto y los escraches no son solo válidos cuando son dirigidos hacia agresores varones cis. Sin embargo, no queremos que quede escondido que la mayoría de los agresores son varones cis y que, cuando son escrachados, son defendidos sin ninguna duda (#privilegios). Dado que el texto está basado también en experiencias 9
personales o de compañerxs o casos concretos, por ahí se reflejan más violencias hombre-mujer que otras. Sin embargo, esperemos que sirvan para pensar cualquier abordaje en torno a violencias entre personas sin importar su identidad. Usamos violación y abuso sexual como sinónimos, dejamos esas diferencias para la justicia machista. No creemos que un abuso sexual sin penetración sea más grave que con penetración o algo así. Si hay abuso, es grave y punto, no vamos a juzgar qué tan grave es o cómo llamarlo. En el mismo sentido, hablamos de abusos pero englobamos todas las violencias machistas (violencia física, sexual, psicológica, emocional, acoso, etc). Hablamos del abuso porque es lo que más se pone en duda cuando alguien escracha pero no consideramos que algunas violencias sean más graves que otras o que algunas puedan ser escrachadas y otras no: esas diferenciaciones responden a las mismas lógicas patriarcales de uso y abuso de los cuerpos. (Si necesitan fotos tuyas sangrando o cagada a palos para validar tu escrache, no son tus compañerxs). Como última aclaración para no ser pesadas, tratamos de escribir lo más claro posible, con ejemplos, con chistes, con ironías y enojos tratando de no rebuscarnos con palabras difíciles, citas de filósofos o cosas así raras que no aportan en nada. Escribimos porque tenemos la convicción de que nuestros conocimientos, nuestras ideas y nuestra palabra son importantes, que no necesitamos la voz autorizada de nadie y que todxs tenemos cosas importantes para decir; y como nos encanta escuchar, ver o leer a otrxs compañerxs, 10
sumamos nuestro aporte a nuevas formas de pensar y construir el mundo y las relaciones. Esperamos que pueda servir a todxs quienes quieran repensar los escraches desde una preocupación genuina, a quienes buscan argumentos para lidiar con gente del mal o a quienes quieren entender qué carajo dicen los que nos acusan de punitivistas por escrachar. Escribimos desde nuestro posicionamiento anarquista y feminista, desde el cual enfrentamos este mundo hostil y luchamos por construir nuevas realidades.
A lxs compañerxs que alzan su voz, que luchan contra los abusos, todo nuestro amor y acompañamiento. A la gente chota que siempre quiso callarnos: ya quisieran…
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¿Qué es un escrache? Un escrache es un testimonio en primera persona sobre un hecho sufrido. Por lo que sabemos, los escraches como acción de lucha nacieron de la agrupación HIJOS para denunciar a los genocidas de la última dictadura cívica-militar que gozaban de total impunidad gracias a los indultos de Menem. Consistían en marchas, intervenciones, performance, pegado de carteles con fotos de los genocidas en los alrededores de sus viviendas o lugares de trabajo. La idea era que existiera algún tipo de condena social hacia los torturadores a pesar de que no estuvieran presos. La idea de qué considera justicia cada unx o qué condena merece, por ejemplo, una persona que tortura puede variar según cada ideología pero lo que no se discute es que un torturador merece algún tipo de castigo, de repudio. Claro que hay gente que defiende a los torturadores pero se supone que no está tan bueno empatizar con ellos, ¿no? Esto cambia cuando hablamos de violencia machista: enseguida se relativizan las violencias que sufrimos, se niegan, se desestiman y se defiende a los agresores. Hoy en día los escraches se usan, sobre todo, para denunciar a violadores, golpeadores, femicidas y violentos, como método para repudiar acciones y difundirlas en las redes sociales. Es decir, si echan a dos mujeres por besarse en un bar, se difunde lo que ha sucedido, denunciando al bar por sus acciones lesboodiantes. El escrache consiste por un lado en la difusión de los hechos sufridos y, muchas veces, también en una posterior manifestación frente al lugar de los hechos. De la misma manera, si alguien ha abusado sexualmente de unx niñx, 13
adolescente o adultx, se difunde su rostro, su nombre y lo que ha hecho para alertar al entorno del agresor y/o de la víctima en caso de necesitar resguardo, contención o asistencia. Los escraches surgen como forma de respuesta ante las violencias que no consideramos aceptables (violaciones, abusos, torturas, violencia, actos de odio). Por un lado, surgió como forma de respuesta ante la inacción de la justicia estatal que en general defiende a quienes cometen estos actos y, por otro lado, como forma de accionar frente a violencias sin recurrir a la justicia estatal que no sentimos como justicia. De cualquier forma, es una respuesta individual o colectiva ante hechos aberrantes que consideramos deben ser visibilizados, expuestos y repudiados ya que no queremos que se sigan reproduciendo en los espacios que habitamos o en los que pudiéramos construir. El escrache sigue siendo lo mismo que cuando surgió: una forma de quitar poder o de desandar la seguridad de impunidad que gozan los que siempre tuvieron poder para violentar sin consecuencias. La diferencia es que cuando se trata de violencias machistas, el sentido común apunta contra las mujeres y quita validez a la reacción y a la acción de quienes esperaban siguiéramos soportando los golpes calladas. La idea de qué se considera correcto, incorrecto, bueno, malo, aceptable, tolerable, ético o natural no es algo estático y somos las personas que conformamos las sociedades quienes le damos sentido a las acciones al nombrarlas de un modo u otro y al crear imaginarios sociales que las acepten o repudien. Como parte de la ideología hegemónica, el machismo y todo lo que desde 14
ahí surja, tenderá a minimizar siempre las voces de las mujeres y de quienes no respondan a las identidades y estereotipos de género impuestos. No es casualidad que se siga desconfiando siempre de las voces de lxs niñxs y de las mujeres mientras se idolatra y se defiende a cualquier hombre cis por el mero hecho de serlo. Hasta no hace mucho, el acoso callejero seguía siendo llamado “piropo” y el feminicidio, “crimen pasional” y tantas cosas más que se aparecían como destino inmodificable. Y siempre, en toda lucha, nos llamaron exageradas, histéricas, locas, mentirosas y tantas cosas más para silenciarnos o deslegitimar nuestras voces. No nos sorprende que ahora, además, nos llamen punitivistas. Pero queremos recalcar que, a pesar de todas las cosas que se dicen sobre los escraches, en verdad, lo único que es el escrache es un relato en primera persona de una situación vivida. Los escraches en general incluyen testimonios sobre hechos violentos que sufrimos en el pasado o que seguimos sufriendo y que nos obligaron a callar. Si no podemos contar lo que nos pasó, ¿qué se supone que hagamos?, ¿que nos sigamos quedando calladas?
Escrachar es salir del círculo de violencia, es accionar contra la violencia, es decir BASTA. Escrachar es decir de manera pública algo que debía pertenecer a lo privado. Porque las violencias machistas y los abusos se dan en la gran mayoría de los casos dentro de la propia casa, de relaciones familiares, compañerismo, amistad o pareja. Entonces, se supone que lo que pase dentro de eso, tiene que quedar ahí como pacto de silencio y que hablar de lo que sucede por fuera es “ventilar” problemas o romper con lo sagrado de la familia y se lo considera una “traición”. Las mismas lógicas y 15
manipulaciones se dan dentro de las organizaciones políticas donde “los problemas se solucionan dentro de la organización” y violentan a quienes hablen de las violencias sufridas con personas que no pertenezcan a ella. ¿Y por qué les da miedo que hablemos? ¿Por qué se escandalizan de que contemos a otrxs lo que nos hicieron? Porque al publicarlo y abrirlo, hay algún porcentaje de gente que nos va a creer y apoyar y le van a quitar poder a la persona que nos agredió y a quienes nos revictimizan, van a reprobar los comportamientos violentos y por ahí a accionar de alguna manera para frenar esa violencia. Su garantía es el silencio y el aislamiento, el miedo a que contemos y nadie nos banque. En este mismo sentido, nos preguntamos ¿a qué se le puede llamar escrache? ¿A hablar con alguien por fuera de los que ya saben? ¿A compartir en un grupo que una ha sufrido violencia? ¿A decir el nombre de quien nos agredió? ¿A pedir que no nos hagan compartir el espacio con alguien porque no nos sentimos cómodas con un violador? Lo llaman escrache cuando el medio no es considerado “el correcto” y sobre todo, cuando es un testimonio de una mujer, niñx o adolescente porque si es varón, se le cree porque “ningún hombre inventaría algo así”. Creen lo que quieren creer, por supuesto, porque si un amigo les dice que hace dos años le robaron una bici, no van a andar haciendo un cuestionario a ver si es cierto o no. Si alguien dice que sufrió tortura policial, no andan diciendo que necesita mostrar pruebas para saber si es cierto o si quiere difamar a la institución policial, ¿no? 16
¿Cuando se denuncia el “abuso policial” también es escrache? ¿Cuando es un relato de alguien muerto o asesinada es escrache? Se considera un escrache cuando algo se expone de manera que alguien pueda reprobarlo. Porque la violencia machista está naturalizada: la gente ve y sabe de muchos hechos de violencia cometidos pero los calla, los encubre, los silencia. El problema es cuando los exponemos de manera que alguien al enterarse pudiera reprobarlo, no dejarlo pasar y repudiarlo. No es escrache si permitimos que los hechos relatados queden ahí naturalizados y no sean cuestionados. Por ejemplo, cuando se expone una violencia a modo de chiste y se busca complicidad: cuando se ríen con los chistes sobre violaciones y transodio, cuando comparten un video de unx adultx maltratando a unx niñx que no sabe hacer una tarea como algo divertido o “castigos” hacia niñxs donde su sufrimiento es visto como algo valorable para “que aprenda”, cuando se expone la violencia diciéndole “tóxicx” a alguien, pero de manera graciosa y positiva sin criticarlo, etc. Cuando la violencia es vivida como lo “normal”, como algo justificable, como algo gracioso, aceptable y hasta valorable, no hay escrache, pero tampoco hay posibilidad de cuestionar o de repensar esas violencias naturalizadas. Muchas veces, son las mismas personas agresoras las que graban y comparten sus agresiones (videos de torturas, de violaciones, de agresiones, etc.) o gente que estaba presente siendo cómplice y permitiendo que la violencia ocurriera. Porque claro que las violencias son lo “normal” en esta sociedad autoritaria en la que vivimos y están plenamente aceptadas. Es necesario seguir cuestionando todo, seguir criticando, seguir 17
condenando toda expresión de odio y violencia machista, seguir diciendo que no es gracioso lo que incita al odio, lo que excluye, lo que naturaliza las violencias que sufren otrxs.
¿Cómo se narran las violencias? Muchas veces podemos enterarnos de que alguien ejerció violencia a través de la voz del propio agresor, pero lo que sucede es que suele relatarlo de una forma engañosa donde se diluye su responsabilidad haciendo alusión a que esa violencia estaba justificada. ¿Cómo? En cada varón que se ataja de lo que puedas escuchar sobre él, explicando que su ex “está loca”, que está celosa porque él siguió con su vida, que le quiere hacer la vida imposible, que inventa cosas, etc. Puede que “confiesen” haber ejercido alguna violencia pero siempre en un marco que los justifica; en este punto es que elaboran un discurso en el que ellos no son violentos sino que fueron conducidos a ejercer esas violencias como si no hubieran tenido otra alternativa o fuera una reacción lógica. En un sentido similar, hay varones que se “auto escrachan” diciendo ellos mismos que han ejercido violencia como para adelantarse a un posible escrache y apurarse a que la gente lo escuche y crea su versión, empatice con él y se ponga de su lado. Esto es más común de lo que parece, muchos varones cuando piensan que van a ser escrachados se adelantan a hablar con el entorno, ya sea para advertirles que alguien quiere ensuciar su buen nombre, para inventar cosas sobre la persona que lo escracha y así deslegitimar su testimonio o para volverlo algo que no se pueda juzgar ya que dicen haberse dado cuenta y estar “trabajando” en ello. 18
Hay una idea bastante generalizada de que si el varón admite haber abusado o violentado y dice arrepentirse (aún si nunca le pidió disculpas explícitamente a la persona agredida y a pesar de que siga agrediéndola), ya no debe ser escrachado y al contrario, debe ser reconocido como que se “deconstruyó” o está trabajando en ello. Hemos visto cómo gente incluso festeja a abusadores diciéndoles que son valientes por reconocer los abusos que cometieron mientras atacan a la víctima y a quienes no quieren cruzarse al abusador. Aun si nos violan, la voz de los hombres sigue siendo más valorada, su “deconstrucción” es más festejada y aun sin cambiar ninguna actitud, lo seguirán defendiendo. Como si reconocer ser un violento fuera más valorable que asumir que unx sufrió violencia y luchar contra ella. Pero a los violentos los siguen invitando, los siguen escuchando y les siguen dando el lugar que nos quitan a nosotras. Reconocer haber violentado a alguien no significa nada si no se hace algo para reparar ese daño, si solo apunta a fingir que “se está haciendo cargo” cuando en realidad solo se busca tener algún tipo de mérito por asumir la responsabilidad. Es ridículo que solo crean algo si el hombre lo reconoce y lo repite. De nuevo, se descree de los escraches por ser mayormente mujeres quienes sufren violencias y los hacen. Si nosotras escrachamos a un abusador, tenemos que mostrar pruebas y nos tratarán de mentirosas y exageradas, pero si el varón dice que cometió un abuso, lo aplauden por intentar deconstruir su masculinidad violenta. ¿Es un chiste? Mientras se toman su tiempo para deconstruirse, a nosotras nos están abusando y matando. 19
El escrache molesta porque pone sobre la mesa la hipocresía de la sociedad, que avala las violencias de puertas para adentro pero condena a la mujer que busca ponerle freno. Porque lo que hace el escrache no es más que nombrar cosas que suceden a diario, que son parte de lo que hace a las relaciones de poder que sustentan esta forma de relacionarse en base a autoridad y represión, las violencias que son la base de la sociedad capitalista y patriarcal. Nombrar molesta porque obliga a hacerse cargo de situaciones que todxs prefieren hacer como que desconocen o que no tienen forma de combatir y de las posiciones violentas que se asumen en el ámbito privado. Porque nos han hecho y dicho cosas terribles pero luego esa misma gente sale y se la da de buena gente, de concienzudo, de feministx y hablan de amor, de libertad, de derechos o lo que sea, mientras oprimen, basurean y humillan. Porque es el mismo buen tipo, docente, progre y militante que va a las marchas y ayuda en el merendero el que vuelve a su casa y viola a la hija. Y es el anarcovegan comprometido el que viola a su pareja o a la compa que está durmiendo al lado. Entonces, no nos sorprendamos de los escraches, de que no queramos compartir con esa gente, de que el que parecía bueno al final no era tanto. Eso tiene que ver con los estereotipos de lo que es un violador y de quién es gente buena y gente mala, y el abusador abusa porque puede, porque le enseñaron que puede y porque toda una sociedad lo apoya, no porque sea malo o criminal. Evidentemente, todo se sustenta en nuestro silencio y aislamiento, tienen miedo de que desestabilicemos el orden con palabras, haciéndonos cargo de decir lo que tenemos que decir, que no es más que lo que otros han hecho.
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Creer es un posicionamiento político. Les creemos a lxs compañerxs que escrachan porque sabemos que no es fácil hacerlo, porque sabemos lo difícil que es sobrevivir a la violencia machista y nombrarlo, porque sabemos que negar las violencias machistas es un mecanismo patriarcal para garantizar la continuidad de un sistema de opresión y sobre todo porque sabemos que nadie inventa algo así. Muchas veces nos obligan a dar detalles sobre cómo, dónde, cuándo y en qué circunstancias sufrimos el abuso o violencia que sufrimos para juzgar si es cierto, si creernos o si darle gravedad. Cualquier violencia machista, cualquier abuso, cualquier agresión es grave sin importar el lugar, la fecha, qué estabas haciendo, cuál era tu relación con esa persona o si ya habías sufrido agresiones antes. Nada justifica una agresión. Exigimos respeto por nuestras heridas y un abordaje empático y consciente ante nuestras vivencias.
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¿Por qué escrachamos? Cada escrache puede buscar distintas cosas: visibilizar hechos que suceden y son naturalizados o son ocultados por la sociedad, alertar al entorno cercano de una persona violenta las cosas que esta hace o alertar al propio entorno cercano que una está siendo o fue violentada por alguien para buscar ayuda, contención o resguardo, o la necesidad de relatar hechos que una ha vivido para buscar ayuda, comprensión, personas que hayan vivido cosas similares. En general, el escrache es una forma de validar la propia voz frente a esa falta de respuestas del entorno o de respuestas que no son acordes a la gravedad de lo que vivimos. La primera vez que contás a otrxs que sufriste un abuso o violencia muchas veces lo hacés a personas que reaccionan mal: que te cuestionan, que relativizan lo que sucedió o que de alguna forma te responsabilizan o lo ponen en duda. Por ahí no encontramos gente a la cual le importe lo que sufrimos y lo que necesitamos a nuestro alrededor. Escrachar o exponer de alguna forma la violencia que una sufrió es una forma de reafirmar que la propia historia es válida y encontrar a otrxs que no sean como los que actuaron mal y que validen ese relato, gente que nos crea, que diga que es cierto lo que nos pasó y nos ayude a sanar. Contar lo que nos sucedió es una forma de buscar entendimiento. Es así que nos damos cuenta que no estamos solas, que no nos pasó solo a nosotrxs y que la violencia que sufrimos es consecuencia de este sistema patriarcal, violento 23
y autoritario en el que estamos inmersxs. Esto es algo que descubrimos hablando con otrxs necesariamente: que lo que sufrimos no es algo individual sino algo estructural y social. Es necesario entender esto para encontrar la raĂz de estas prĂĄcticas abusivas y buscar la manera de erradicarlas porque no lo queremos para nosotrxs ni para nadie.
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Escrachar es una forma de romper con el silencio impuesto En varias jornadas hemos armado dispositivos de escrache colectivo, que no es más que un papel grande o cartón y marcadores en el que las personas pueden escribir los nombres de quienes las han violentado. Nuestra terrible arma punitivista son palabras (por ahora). En estos casos, no esperamos que nuestros testimonios se difundan, no esperamos que se replique de forma que tenga consecuencias, no esperamos que lo cubran medios porque sabemos que no es noticia que venda. A veces solo queremos ser escuchadas, poder romper con barreras psicológicas de opresión, vergüenza y culpa. A veces incluso muchxs escriben los nombres de los abusadores en papeles que no muestran a nadie para luego romperlos y quemarlos. Hay muchas personas a las que decir o escribir ese nombre les cuesta mucho tiempo, dolor y lágrimas, muchas es la primera vez que logran nombrar hechos de violencia que han sufrido. Por si a algunos los deja más tranquilos, no difundimos todos esos nombres sino que tomamos ese gran papel con nombres para romperlo, pisarlo y quemarlo. ¿Piensan que todo eso es por puro punitivismo? Seguro que el escrache ni siquiera se centra en la persona violenta sino en quien necesita armarse de valor para poder narrar hechos de violencia que ha sufrido y que evidentemente necesita de personas con un grado mínimo de empatía que validen su testimonio y la apoyen en su proceso de reparación. Mucha gente ni siquiera sabe el nombre de la persona que la agredió y no importa porque podría haber sido cualquiera. De la misma forma, cuando nombramos a uno saben que los nombramos a todos. 25
El escrache permite acomodar las responsabilidades y que la culpa y la vergüenza dejen de estar de nuestro lado Nosotras no tenemos que sentir vergüenza por haber sufrido abusos, la vergüenza la tienen que tener los abusadores. Nosotras no tenemos la culpa ni la responsabilidad por las violencias que sufrimos. El único responsable de la violencia es el violento. Esclarecer esto es necesario porque siempre nos responsabilizan por las violencias que sufrimos. Escrachar permite visibilizar esto ya que se escracha a quien violenta. No hace falta saber quién fue la víctima porque eso no lo hará más o menos grave, válido o creíble. Muchas veces se dice que los escraches anónimos no son tan válidos por no tener firma. Creemos que los escraches anónimos son la mejor opción para no tener que lidiar con agresiones contra nosotrxs, amenazas de juicios, etc. Si no saben quién es la persona que escracha, es que probablemente no son cercanxs a la situación y no les incumbe. Si quieren el nombre de la víctima, es porque quieren buscar excusas para desacreditar la denuncia y decir que no es cierta inventando cosas sobre la persona que escracha o alegando que tiene desequilibrios mentales, delira y esas cosas tan machistas. Bueno, sepan que a las locas también les creemos pero nunca les vamos a creer a los violentos.
El escrache rompe con el rol de víctima que nos impusieron Usualmente, se personifica a las víctimas de violencia como mujeres indefensas, débiles, que no se valen por sí mismas y que no reconocen o entienden la violencia. La violencia de género no funciona así: las personas que sufrimos violencia machista no somos estúpidas, débiles o pobrecitas y no, no nos gusta 26
sufrir. Estos estereotipos de lo que es una víctima actúan para encasillar quién es una buena víctima creíble y quién no y para invalidar las expresiones de rabia de quienes no se amolden al rol de víctima impuesto. Pero claro que, ante estas visiones y estereotipos de lo que es ser víctima de violencia, a nadie le gusta ser etiquetada así, a nadie le gusta contar que una sufrió violencia para que le pregunten por qué no hizo nada para defenderse o por qué no se fue. Es muy difícil tener que compartir un testimonio si luego nos van a estar mirando con lástima e interviniendo de forma paternalista o tratándonos de mentirosas. Tenemos cosas que decir y podemos decirlas por nosotras mismas. Necesitamos reconocer que fuimos víctimas para poder nombrar las violencias y a los responsables, pero eso no significa que seamos víctimas por siempre. No somos lo que nos hicieron, no somos nuestras heridas, lo que sufrimos no nos define. No somos víctimas porque ahora podemos nombrar, podemos hablar, podemos compartir, podemos señalar a los responsables, podemos seguir viviendo y podemos luchar por ser cada día un poco más libres. El escrache rompe con la lógica de víctima pasiva que nos impone el sistema, que nos impone la justicia cuando nos revictimiza y cuando es otrx quien decide sobre nosotrxs. Somos nosotrxs quienes decidimos qué hacer con lo que nos pasó, quienes nombramos a los responsables y decimos la verdad, no necesitamos que un juez opine y sentencie en base a sus leyes patriarcales sostenidas en base a sufrimiento ajeno. Nosotras sabemos cuál es la verdad y la sostenemos en nuestras redes de lucha, con nuestrxs compañerxs, en las calles y en todos lados. No nos van a callar más. 27
El escrache permite prevenir y cuidar También hay algo muy concreto y es que las denuncias judiciales por abuso sexual por lo general no llegan a ningún lado y los violentos usan su impunidad para seguir abusando sin consecuencias y con la garantía de no ser descubiertos. Y así nos encontramos con femicidas en tinder, con abusadores en el profesorado recibiéndose de docentes y golpeadores que en la primera cita parecen los más dulces del mundo. Seguimos creyendo que los violentos van a llevar un cartel en la frente o que van a demostrarlo enseguida o que nos daríamos cuenta si lastimaran a alguien que queremos. Pero lo cierto es que no, que no podemos saber si la persona que más queremos en el mundo, puede ser quien también abuse de unx niñx de nuestra familia o de la suya o no sabemos si el tipo copado que nos cruzamos en el laburo y siempre tiene buena onda, no golpea a la novia o a lxs hijxs. Los violentos no son violentos 24 horas al día y con todo el mundo y no sabemos qué hacen cuando no lo estamos mirando. El escrache nos permite nombrar lo que nos impusieron sufrir a escondidas. Y aunque sea más fácil calificar a una mujer de loca o resentida que a un tipo de abusador, muchas veces nos arriesgamos a contar lo que vivimos para prevenirle esas violencias a otra persona. A través de escraches, nos enteramos que muchas sufrimos violencias de la misma persona y que lo que pensábamos que era algo que nos había pasado “a nosotras”, era en realidad algo que el sujeto abusador reproducía sistemáticamente. Esto no significa que sea más grave que alguien abuse cinco veces a que abuse una sola, pero hay que tener en cuenta que si nos enteramos de una sola, es seguramente porque no supimos del resto, sobre todo porque los varones suelen reproducir violencias en todas 28
sus relaciones y en general no tienen consecuencias por eso. Y si no hubo más víctimas, mejor prevenir. En cualquier caso, yo quiero saber si la persona que estoy conociendo o con quien me relaciono, abusó o maltrató a otra persona y agradezco a las personas que comparten su testimonio para prevenir a otrxs sobre los violentos. El escrache nos permite saber lo que hizo una persona y luego decidir si queremos seguir relacionándonos con ella o no. El escrache permite quitar poder a esos que lo ejercen para dominar teniendo la certeza de mantener en el lugar de víctima solitaria a quien violentan. Esos que siempre se sienten impunes al agredir a una mujer trans agrediéndola verbal y/o físicamente pueden no resultar tan impunes si esa mujer aunque esté sola y no pueda defenderse, puede salir de esa situación, difundir lo sucedido y tener apoyo para enfrentarlos. Los violentos necesitan del apoyo, de la complicidad y de un aval social para ejercer sus violencias. Exponerlos frente a otrxs que pueden repudiar sus acciones los obliga a hacerse responsables y, en el mejor de los casos, no insistir en sus actitudes violentas. Y si se consigue un repudio generalizado hacia ese tipo de violencias (soñar no cuesta nada), asegurar que no sean permitidas en ningún ámbito. Tenemos que insistir en convertir los espacios en los que circulamos en ambientes que repudien las violencias autoritarias y eso es imposible si seguimos negando o encubriendo las violencias que surjan ahí. 29
El escrache es siempre colectivo y revolucionario También tejemos redes a través de escraches. Nos conocemos, nos conectamos, nos brindamos apoyo y construimos herramientas colectivas de reparación y de transformación. Lo que muchxs nombran como algo negativo, plagado de odio y rencor es, en verdad, la razón de que muchxs aún estemos vivxs, que hayamos podido seguir adelante, que hayamos podido encontrar redes de contención y compañerxs de lucha. A través de compartir en grupos feministas las situaciones de violencia que atravesamos, pudimos descubrir maneras de enfrentarlas, inventar modos, explorar posibilidades y sobre todo conocer que existía la posibilidad de vincularnos desde el compañerismo y la empatía. Ante situaciones que parecían imposibles de cambiar, ante las mismas violencias que hemos sufrido generación tras generación y que se nos presentaban como destino por nuestras identidades asignadas o elegidas, hemos encontrado a otrxs con lxs cuales nos sentimos a gusto hablando, con quienes nos entendimos y quisimos hacer lo imposible por cambiar este mundo que nos dice que calladas e inmóviles nos vemos mejores. Y es que entendimos que no queremos más ser esclavxs, que no queremos más sufrir en soledad lo que nos atañe a todxs. Por eso nos organizamos y decimos basta como grito colectivo. Y es que el escrache es siempre un acto colectivo de lucha. De hecho, es difícil que alguien lo haga solx porque, por un lado, es necesario contar con algún tipo de acompañamiento y, por otro, porque no podríamos hacerlo sin lxs otrxs que nos apoyan aunque sea desde la idea de que lo hacemos por todas. Porque el escrache parte de la idea de que lo personal es político y entendemos que, cuando una es violentada, es violentada por 30
una persona, pero también por toda una sociedad y que cuando una se rebela contra las opresiones y cuando una pone un freno a las violencias machistas, lo hace por sí misma pero también por todxs. Porque no queremos que ni una más sea asesinada, no queremos que ninguna más sufra acoso, no queremos que ni unx más sufra un abuso y no queremos más este sistema heteropatriarcal, policial y del estado. Intentan y quieren individualizar el problema como si fuera algo personal, como si fuera algo que nosotras hacemos porque nos pasó algo “a nosotras”, por victimizarnos, por egoísmo o por rencor. Pero que no te engañen, compañerx, si unx sufre, es porque sufrimos todxs y si escrachamos, lo hacemos también por todxs porque va mucho más allá de la denuncia de una persona particular, es una postura colectiva contra los abusos, contra todo lo que no estamos dispuestas a seguir tolerando. El escrache es un posicionamiento contra la opresión, es algo colectivo, un deseo, una fuerza, es una proclama de “no nos callamos más”, estamos juntas y estamos en lucha.
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Sobre los “espacios seguros” Hemos escuchado también que se nos culpe en cierto punto por descansar en la idea de “espacio seguro” que es una fantasía irreal. Por supuesto que no existen “espacios seguros”, lo sabemos porque nuestras propias casas son territorios de batalla, pero no por eso vamos a dejar de intentar construirlos. La idea de que no puedan existir “espacios seguros” es una forma de decirnos que aceptemos que nuestra realidad es la de sufrir violencias por nuestrxs propixs compañerxs, amigxs y familiares. Sobre todo porque llamen “espacios seguros” a un espacio donde no nos violen, abusen o maltraten: eso no es un espacio seguro, es un espacio mínimamente respetable. Pareciera que nos tratan siempre de pedir demasiado y seguimos pidiendo que no nos violen y maten. Y por más que los sepamos por experiencia, nunca vamos a aceptarlo como realidad: no podemos vivir desconfiando de todo el mundo, aceptando que las violencias son condición para los vínculos. Seguimos apostando a construir vínculos por fuera de las lógicas de poder, de ejercicios de dominación y violencia. Construir “espacios seguros” no es algo imposible pero tampoco es algo que se vaya a dar de manera espontánea. Cada unx puede tener ideas distintas sobre cómo relacionarse, cómo actuar o de qué manera intervenir ante situaciones concretas. Lo importante es no dar por sentado que otrxs piensan como unx y poner sobre la mesa las discusiones que es mejor dar de antemano y convenir normas, criterios y actitudes o acciones aceptables o no. Si podemos consensuar cosas, podemos sentirnos seguras sobre las cosas que podemos esperar de eso, lo que otras piensan y ver si nos sentimos cómodas con los mismos criterios (que, por supuesto, podemos cambiar en algún momento si así lo decidimos). Si alguien no cumple con alguno 32
de esos acuerdos, queda claro que lo está haciendo y podemos decidir no compartir más o evaluar qué queremos hacer. Existen muchos espacios donde nos sentimos seguras y es bueno poder reconocer en qué espacios no nos sentimos seguras y por qué. Muchas veces nos sentimos seguras en espacios feministas donde está claro que no se permiten actitudes violentas y de odio hacia nosotrxs y contra nuestras identidades y corporalidades. Eso está especificado y se establece que podemos expresar si fuimos agredidas o nos sentimos incómodxs respecto a algo o alguien. Esto nos brinda la seguridad de sentirnos respaldadxs. Podemos identificar que esto no pasa en muchos espacios donde estas violencias ocurren pero no se nombran y exponerlas es exponernos a más violencias. Personalmente, muchas veces nos hemos sentido más segura en bares que tienen una política de no permitir agresiones machistas y donde han expulsado a gente que nos ha violentado que en espacios que se dicen anarquistas y echan e insultan a mujeres cuando se quejan de que un violador sea invitado a su espacio Unx sabe que en muchos espacios lo más probable es que no nos apoyen si exponemos a violentos. Debemos tener cuidado y decidir de antemano si nos conviene o no participar y construir en ese tipo de espacios, sabiendo qué políticas manejan, cómo se han resuelto otros conflictos, qué discursos reproducen sobre personas que ya no participan, etc. Entendemos que esas políticas discriminatorias y excluyentes casi nunca son explícitas, son negadas y encubiertas bajo 33
discursos de aliades y que nuestra decisión de participar o no será siempre tildada de decisión individual, negando que sus condiciones son siempre violentas y nos niegan de entrada. De la misma forma preguntémonos cuántas mujeres participan de ese espacio, cuántas personas trans, cuántas niñeces, cuántas personas no heterosexuales y tratemos de pensar por qué será. No dejemos que nos manipulen y aislen, no dejemos nuestras cuerpas y psiquis en manos de personas que no quieren más que mantener intactas sus estructuras de poder y no les importa en el medio lastimar personas porque las ven como objetos sustituibles. Nuestras vidas valen más que sus partidos políticos, que sus religiones y que todos sus espacios de poder. En la misma línea, las veces que escuchamos esto de nombrar a los violentos que se quiere sacar de un lugar como “chivo expiatorio” vino de gente y lugares que no querían hacer una reflexión sobre modos de vincularse o prácticas que había que modificar o eliminar sino que al contrario, minimizaban la importancia de sacar a un violento diciendo que igual estaba lleno de violentos. Nosotrxs no desconocemos que sea así, pero por algún lado hay que empezar, y ¿qué tal si empezamos por dejar de defender a los violentos y empezar a respetar las voces de quienes están siendo agredidas por sus prácticas heteropatriarcales?
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Por qué el escrache no es punitivista La discusión sobre el escrache como punitivismo en una discusión negada sobre qué merece castigo. ¿Qué significa punitivismo? Al estilo de te lo resumo así nomás, el punitivismo es una corriente de pensamiento dentro de la justicia estatal que dice que la forma de acabar con los delitos es castigar con condenas más duras. “Punitivo” es algo que castiga, entonces la discusión sería si el escrache es un castigo. El escrache no es en sí un castigo por el simple hecho de que un escrache es un testimonio y un testimonio no es un castigo sino una narración (como cualquier tipo de denuncia). Sí podría ser, en cambio, un medio por el cual conseguir uno; es decir, tener como consecuencia un castigo en el caso de que la sociedad acordara que lo allí narrado fuera algo condenable (que por cierto no es el caso de la violación que no suele ser condenada ni judicialmente ni socialmente). El problema es que nunca llegamos a discutir qué castigo merecen las violencias machistas, en particular los abusos sexuales que son los más cuestionados, porque lo que siempre está en tela de juicio es si el abuso merece castigo o no, si merece reacción o no. ¿Y por qué se discute si el abuso sexual merece algún tipo de condena? Porque lo que se trasluce es que el abuso sexual no es tan grave como otros delitos, otras agresiones u otras violencias. Nadie duda de que la tortura está mal, de que los asesinatos no pueden quedar impunes, de que la explotación es mala y de que secuestrar gente no debería ser algo normal. 35
Peeeero, si hablamos de violencia machista, todxs tienen algo que objetar. Lo que dicen cuando nos dicen que nos callemos, que no escrachemos, que no recordemos, que no hablemos es siempre que lo que nos pasĂł no fue tan grave, que hay otros problemas por resolver, que esas son cosas personales.
No hay nada individual en la violencia machista. Toda la sociedad es la que nos abusa una y otra vez. Y sabemos que no vamos a ganar nada esperando que otrxs a lxs que no les importa lo resuelvan. El tema es que a nosotras puntualmente nos parece muy bien discutir el punitivismo, discutir las ideas de control, de castigo y de poder y, de hecho, estamos en contra de las cĂĄrceles. Pero no vamos a discutir con acadĂŠmicxs que se cagan en la realidad de violencias que sufrimos, ni con machistas y sobre todo no cuando eso sea una herramienta para seguir silenciando a las personas que ya estamos silenciadas. 36
Por eso, no vamos a entrar a discutir sobre nociones filosóficas de castigo o de justicia porque no es el fin de este escrito. Lo que nos interesa es poner sobre la mesa las cosas que no se dicen y que se dan por sentadas en forma de implícitos en los discursos que acusan de punitivistas a las personas que escrachan a agresores. Lo que se discute realmente cuando se habla a favor o en contra de los escraches es si esa persona que abusó debe dar respuestas por lo que hizo o si tiene que tener consecuencias por haber agredido sexualmente a alguien. Entonces, no es que se cuestione el escrache o el castigo o el punitivismo como filosofía, es que realmente lo que se cuestiona es que el abuso sexual sea algo condenable, algo que debe ser rechazado, algo que está mal. Por supuesto que en general este discurso “antipunitivista” se dispara cuando los abusadores parecen buena gente, cuando los acusados son militantes, compañeros, intelectuales y cuando los buenos oradores tienen miedo de ser los próximos escrachados. Pero volviendo al principio, el escrache en sí no es un castigo sino un testimonio sobre hechos de violencia sufridos. Decir que contar que una sufrió una agresión es un castigo es además del colmo, muy violento porque obliga a callar por miedo a que a unx lx tachen de cruel.
Cruel es quien viola, no quien se defiende. Y si van a usar como crítica el punitivismo, tendrían que darse cuenta de que el escrache es una acción directa que no refuerza a las instituciones estatales carcelarias que dicen repudiar aunque nunca los hayamos visto en las luchas anticarcelarias. El escrache es contrario a las lógicas estatales de representación y delegación donde nos roban nuestra capacidad de acción y nos reducen a 37
objetos pasivos que dependen de la buena voluntad de un juez facho que tiene la sangre tan fría como para mandar gente a la cárcel todos los días y para obligar a unx niñx a vivir con su padre abusador. Por más que en ciertas ocasiones sea necesario acudir a esta justicia estatal que repudiamos, buscamos y exploramos otras formas de acción, reacción y reparación que no refuercen la autoridad del estado sobre nosotrxs. Pero nunca juzgaríamos a las personas que recurran a la justicia porque sabemos que no es un camino fácil ni elegido y que las luchas van más allá de los casos puntuales pero los abrazan a todos. Pero volviendo a la idea de castigo, ¿qué es un castigo? ¿No hablarle a alguien? ¿No querer invitarlo a una fiesta, no querer ser su amigx? ¿No querer que participe de los mismos espacios que nosotrxs? Existe una real banalización donde parece que todo es castigo y se llega al extremo de sostener que no hablarle a alguien es una actitud punitiva. Castigo es que nos condenen a vivir siendo violentadas por ser mujeres, por ser lesbianas, por ser bisexuales, por ser travestis, por ser trans, por ser maricas, por ser no binarixs. Castigo es que nos violenten y no poder decir nada. Castigo es vivir con miedo. Castigo es ver la impunidad y los privilegios de los violentos. Castigo es que nos maten por nuestras identidades. Los discursos que acusan de punitivistas a quienes combatimos los abusos sexuales y violencias machistas en general parten de premisas falsas desde las cuales empantanan las discusiones para confundir y desviar el eje de lo que se está problematizando: la mayoría de los abusadores ni reconocen lo que hicieron, ni reflexionan, ni piden disculpas, ni intentan ningún tipo de reparación, ni son cuestionados por el entorno, ni son expulsados de ningún lado. Los violentos están muy cómodos en todos sus espacios mientras somos nosotrxs quienes somos expulsadxs. 38
No podemos discutir nada con gente que niega lo que pasa efectivamente a su alrededor. Enfocarse en la forma que toma la denuncia es correr el eje de lo que realmente importa. Lo que pasa es que no les molesta el escrache o la denuncia o la forma, les molesta que reaccionemos de cualquier modo ante las violencias. Les molesta que dejemos de agachar la cabeza y tragar saliva mientras esperamos que dejen de tocarnos el culo en el tren, que dejemos de sufrir en solitario. Les molesta que ahora escupamos las verdades en su cara y que se tengan que hacer cargo de sus mierdas. Les molesta que nos hayamos encontrado, que hayamos hablado, que ya no nos quedemos inertes ante las violencias y que reaccionemos contra sus agresiones y su impunidad. Les molesta que ocupemos el espacio que nos negaron y que lo reclamemos propio.
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Sobre escraches secundarios
en
Vamos a hablar sobre los escraches en escuelas secundarias porque nos parece que en este tema, o al menos en cómo suele ser abordado, se encuentran reflejados muchos prejuicios y acusaciones sobre el feminismo y la intencionalidad de los escraches. Es también un tema muy recurrente a la hora de decir que los escraches están mal, que damos un mal ejemplo a lxs adolescentes y que los escraches solo apuntan a generar daño y resentimiento. Aunque sea doloroso, los abusos sexuales hacia niñxs y adolescentes son más comunes de lo que queremos aceptar (de hecho hay estadísticas que dicen que el 40% de los abusos sexuales son contra niñxs y adolescentes) y excluirlxs de la posibilidad de nombrarlos solo hace que sigan siendo vulnerables a sufrirlos y lxs condena a que deban seguir callándolos. Si nos preocupa que los varones ejerzan abusos, la solución no es decir que no lo hicieron o que lo hicieron “porque no sabían” sino todo lo contrario: hablar del tema, hablar de deseo, de consentimiento y de abuso y reafirmar cotidianamente un posicionamiento contra los abusos y a favor del respeto, de la escucha y de la expresión de los deseos. Si ya de por sí la voz de las mujeres es menos tenida en cuenta que la de los varones por considerarnos muy sensibles, irracionales, etc, mucho más si quienes hablan son niñas y adolescentes, ahí sí que el machismo se alía con el adultocentrismo y parece que puede decirse con certeza que están mintiendo o están equivocadas antes de siquiera escuchar lo que quieren decir. 40
En nada de lo que escuchamos o leímos criticando los escraches que realizaron compañeras en escuelas secundarias fueron invitadas a hablar las protagonistas porque al parecer las personas que hablaban se consideran con una superioridad intelectual, ética o discursiva que no puede ser puesta en duda. En ningún punto creemos que las adolescentes no entiendan lo que es un abuso sexual, eso es subestimar y desconocer la realidad, lo que molesta es que se apoyen entre ellas y decidan hacer algo. Vamos a citar algunas notas para que sea más claro, teniendo en cuenta que son lo primero que sale cuando buscamos “escraches en secundarios” en internet y porque, más allá de las personas o revistas que las publican, parecen recoger nociones de un “sentido común” compartido y ampliamente difundido sobre estos temas. Por ejemplo, una nota periodística escrita por Susana Toporosi para la revista “Topia” titulada como “Adolescencia y poder: “escraches” en escuelas secundarias” y luego republicado por Mariana Carabajal en Página 12. Plantea de entrada y sin tapujos que los abusos sexuales que denuncian las adolescentes que fueron cometidos por compañerxs son mentira y no existieron porque solo hay abuso sexual cuando se trata de un adulto con un menor, algo errado ya que la definición de abuso sexual contra niñxs y adolescentes no excluye que pueda ser otro menor quien lo haga, que es de hecho muy común. Pero bueno, así nomás dijo que si denunciamos abusos cometidos por alguien de nuestra misma edad, estamos mintiendo. La señora dice que “lo que sucede en varias escuelas hace eco con un fenómeno que atraviesa a toda la sociedad: rápidamente se tilda de abuso sexual a situaciones que no lo son”. Osea, no nos quedamos solo en las escuelas, las que
inventamos abusos estamos en todos lados… ¡cuidado onvres! 41
A pesar de que podría haber terminado ahí, la nota sigue porque no es solo que las adolescentes que escrachan se confunden de término sino que parece que además usan esta herramienta de denuncia como instrumento de poder para excluir a sus compañeros: “Los varones que ejercen algún gesto de insistencia o algún tipo de presión para imponer sus condiciones con las chicas pueden quedar señalados como “abusadores”, y no podrán ingresar, ni a las fiestas, ni a las columnas de las marchas, ni a otros espacios colectivos que a partir de ese momento estarán bajo el derecho de admisión de ellas. Los varones señalados quedarán “escrachados” en una lista negra que circulará por las redes sociales. Deberán aceptar que fueron abusadores y pedir disculpas; pero tanto si lo aceptan como si no lo aceptan ya que no se consideran tales, serán sancionados siendo separados de la participación colectiva”.
(El resaltado es nuestro, las palabras son suyas) Así, esta bienintencionada y claramente objetiva psicóloga llama “gesto de insistencia” o “algún tipo de presión” a forzar a una compañera a tener relaciones sexuales, abusar de una compañera que está inconsciente, tocarla sin su consentimiento o algún otro tipo de acción que estos pobres varones hacen sobre los cuerpos de “las chicas”, que ya no son víctimas de una agresión sino que pasan a ser las que toman el poder y echan a los varones por, podría decirse, un pequeño desborde o mínima transgresión. Se considera algo terrible que los varones abusadores deban pedir disculpas y sean excluidos de fiestas y marchas que al parecer controlan este grupo de patovas mujeres sin corazón (pero no que sean abusadores). Parece que basta con que un violento “considere” que sus acciones violentas no son tales para quedar absuelto de cualquier recriminación. En esta nota y en tantas más, se habla de abuso sexual en términos de subjetividad, como si pudiera ser algo que sentimos 42
o interpretamos. No, el abuso sexual es un hecho objetivo y consiste en una relación sexual forzada donde no hubo consentimiento. Si un adolescente obliga a su compañera a tener relaciones sexuales, está abusando de ella, no hay peros, no hay excusas. Cuando alguien toca a otra persona más allá de lo aceptado no es que “se le fue la mano”, no es “que no se dio cuenta”. Cualquier tipo de acto sexual donde una de las personas no puede dar su consentimiento explícito por cualquier razón, es un abuso sexual. Siguiendo con argumentos machistas para desestimar escraches en el top 10 con: “El escrache no es la solución”, “quieren respuestas inmediatas a problemas estructurales”, “cambiar lleva tiempo” y “son muy impulsivxs” tenemos a …. (¡Claro que Revista Anfibia con los escraches como “justicia express”. Con esta introducción empieza la nota: “Las adolescentes ya no dejan pasar nada que huela a patriarcado, ni siquiera de parte de sus compañeros de secundario. Crean espacios para el desahogo, la denuncia, incluso el escrache. Allí donde tejen sus primeros amores hoy reaprenden sobre vínculos. Están a favor del consentimiento, en contra del abuso. En la autogestión de la justicia exprés, ¿qué lugar les queda a los varones?”
cambiar lleva tiempo pero poniendo tantas excusas lo que hacen es perder tiempo valioso que podríamos usar en repudiar abusos!)
(Están a favor del consentimiento, en contra del abuso ¡¡¡Monstruos!!!) ¿¿¿Es que nadie puede pensar en los onvres??? 43
No la vamos a hacer larga: absolutamente toda la nota está mal, desde que empieza hasta que termina, pueden leerla por ustedes mismxs: “Qué hace la escuela ante el reclamo de las pibas.” La nota empieza explicando que el primer día de escuela de un colegio hubo una sentada escrachando a un abusador con carteles para que no entre a la escuela. Después dice que en los secundarios hay grupos administrados por chicas donde escrachan con nombre y apellido a “sus pares”: “Estas son situaciones paradigmáticas que atraviesan a las escuelas secundarias actuales y muestran cómo esta generación de adolescentes no está dispuesta a dejar pasar nada que huela a patriarcado”. Lo loco es que con “nada que huela a patriarcado” se refiere puntualmente a abusos sexuales que es lo que se denuncia en esas páginas. Es bastante confuso decir que un abuso sexual es algo que “huele” a patriarcado cuando realmente es sobre lo que se sostiene el patriarcado básicamente. Además, decir que esto es algo que atraviesa a las escuelas secundarias actuales es, de nuevo, algo falso. En la mayoría de las escuelas secundarias no existen páginas de este tipo ni comisiones de género ni escraches. Lo que sí existe, seguramente en todas, es la realidad de abusos sexuales contra adolescentes por parte de, muchas veces, sus propios compañeros. Pero, aunque parezca contradictorio, la nota no habla de esto. Según esta nota, “hasta hace unos años (vale
aclarar que muy pocos), si una chica y un chico hacían una cita en el baño de la escuela para besarse y él buscaba con sus manos un poco más allá de los besos acordados, la joven podía acceder o no, pero esto nunca era nombrado como “abuso”. 44
En la misma línea que la nota anterior, volvemos a “ahora le dicen abuso a todo”. No sabemos si se refieren a que antes no era un abuso o si no se decía que era un abuso, pareciera que se refieren a lo primero por cómo está dicho. De cualquier modo, ¿no era abuso para quién? Cuando se habla de cómo se nombraban las cosas en el pasado como forma de justificar accionares violentos, ¿desde qué perspectiva se posicionan? Para la persona que lo sufrió, ese abuso sí fue un abuso, si no lo pudo nombrar como tal, es probablemente porque cuando lo contó (si se atrevió a contarlo) le dijeron que era normal, que era lo que hacían los hombres, que no diga nada, que no mienta, etc. No es que una un día se siente a ver qué puede calificar actualmente como abuso. Si una recuerda un abuso, es porque fue un hecho traumático en sí y, aunque muchas veces la mente lo bloquee temporalmente como mecanismo de supervivencia, en algún momento vuelve a la memoria y es necesario procesarlo y hacer algo al respecto para poder sanarlo. Justamente, los abusos nunca se nombran como abusos y somos nosotras las que los nombramos así para dotarlos del sentido real que tienen. En todo caso, si alguien denuncia un abuso que sufrió hace mucho, ¿qué es lo que importa? ¿si el abusador sabía que era un abuso cuando lo estaba haciendo? Y puntualmente, ¿si sabía que se llamaba abuso o si sabía que la otra persona no quería? Resulta inverosímil pensar que una persona puede no darse cuenta de que está forzando a alguien a hacer algo que no quiere (por más que lo nombre como abuso o como “la apuré para coger”). Si los agresores pensaran que no está mal lo que hacen, no lo harían a escondidas, no lo ocultarían y no lo desmentirían cuando se los enfrenta por lo que hicieron. Pero ¡sorpresa! los abusadores no suelen admitir que abusaron, lo esconden y mienten porque saben perfectamente lo que hicieron y saben también que la gente les creerá que “no hicieron nada malo”. 45
Pero la horrenda nota sigue: “Las chicas señalan como ¡ESTO ES
abusador al que le metió la mano por adentro de la bombacha, ABUSO! en el corpiño, o aquel que la apuró en la cocina de la casa ese día en el que ella no tenía ganas. Hoy, las jóvenes ampliaron los márgenes de lectura, significan de otra manera y no están dispuestas a negociar”.
Uffffff, qué decir. Que feo estar subestimando los abusos que sufren otrxs. Lo que hacen es relativizar los abusos apelando a eufemismos que hacen que suenen menos grave como “la apuró” sin explicitar que muchas veces se usa esta expresión como jerga para decir que la forzó. Se deja entrever que estos abusos no son tan graves, que son las chicas las que “señalan como abusador a ...” y no es que el hecho sea un abuso en sí. Bueno, vamos a aclararlo de nuevo: “manosear” a alguien que no lo desea, por supuesto que es un abuso. No es que estemos “ampliando los márgenes de lectura”, es que es el mismo hecho (relación sexual no consentida) nombrado de distintas formas y en distintos ámbitos. Tampoco se entiende que es lo que deberían estar “dispuestas a negociar”... En la nota se habla de que las alumnas “constituyen precarios tribunales” donde entra en juego la lógica de la “justicia express” originada, según las autoras, en una “subjetividad contemporánea intolerante a la demora y a la espera” y se habla del escrache como “un método que, sin dudas, debe ser puesto en discusión en los procesos de enseñanza-aprendizaje porque no podemos retroceder como sociedad en la lucha histórica del Pueblo argentino junto con los organismos de Derechos Humanos para garantizar la resolución democrática de los conflictos”. Lo que nos lleva a pensar que las acciones de las chicas contra sus abusadores son consecuencia de que no saben esperar (esperar no sabemos qué ni de quién) y que con sus 46
prácticas violan los derechos humanos suponemos que de los abusadores porque los suyos, los de las víctimas, ya estarían y siguen siendo vulnerados sin mucha reflexión. Con respecto a la comparación del escrache a una práctica dictatorial, hablamos en otro apartado más adelante así que no vamos a extendernos acá. Sin embargo, este carácter de “justicia express” con el que califican a los escraches sí da más para hablar y se refieren a esta diciendo: “Queda claro que la “justicia express” no educa sino que genera resentimiento; porque este proceso es vivido como venganza y si algo genera violencia, es la falta de escucha y la arbitrariedad”. Nuevamente centrándose en los varones agresores, la nota remarca con un tono que quiere sonar amigable que, aunque sean feministas, las adolescentes no saben nada sobre justicia y que quieren todo rápido y se apresuran a escrachar a alguien que así quedará marcado y resentido de por vida. En ningún momento se habla de las personas que fueron víctimas de esas agresiones y de si tuvieron o no algún tipo de contención ni se les pregunta por qué decidieron hacer una sentada para escrachar al varón que abusó de una compañera menor que él. En los comentarios el padre de una chica del colegio aclara:
“Estas denuncias se hicieron masivas y públicas, después de mucho tiempo sin que nadie las escuchase. Ni autoridades escolares ni padres respondimos adecuada y oportunamente a las alertas. Y, principalmente, las adolescentes decidieron exponer a “los agresores” para defenderse entre ellas. Este componente de cuidado, de protección entre ellas es el que solemos desconocer, minimizar o negar los mayores”.
Nos siguen diciendo que somos impulsivas, que no entendemos de leyes ni de justicia ni de respeto ni de democracia ni de derechos humanos. Nadie pregunta por qué escrachamos y lo hacemos más por amor, por cuidado, por defendernos a nosotras y las demás que por otra cosa. 47
Cuando hablan de que los escraches generan resentimiento, nos preguntamos también si se refieren a que las acciones de represalia de los varones contra quienes escrachan estarían de algún modo justificados por haberlos escrachado. Porque es más común que los agresores se violenten con las víctimas que denuncian las agresiones que lograr que reflexionen y mínimamente pidan disculpas. Por supuesto que no es un solo pibe, ni un solo hombre, son muchos y es toda una sociedad que enseña, acepta y justifica los abusos. Pero decir que lo grave de una situación de abuso sexual en secundarios es que los varones agresores queden excluidos de ciertos espacios es decir que el abuso sexual no fue lo más grave, es decirles a las víctimas que tienen que aceptar al agresor y no ser exageradas, que se la sigan bancando y no hagan lío. Y no, lo grave es el abuso y lo grave es que no se explicite que el abuso está mal. Si se sigue buscando excusas, lo que se hace es seguir enseñando que los varones pueden violar porque no pasa nada y se juzgará a quienes denuncien el abuso y no a quienes lo cometen. Justificar agresiones sexuales es lo que hace que sigan existiendo. Con respecto al caso citado (“el de las pancartas denunciando a un joven como abusador”), resaltan que “es importante señalar que una persona no es el error que cometió sino su posicionamiento subjetivo frente a éste y eso es lo importante para pensar un proceso de transformación” y concluyen que “hay diferencias enormes entre conductas abusivas y ser un abusador y que es función de la escuela hacer que los jóvenes asuman progresivamente la responsabilidad por sus actos”. 48
Es curioso que se hable del agresor excusándolo cuando por ahí ni él mismo se disculpó, que se busquen tantas excusas de por qué lo hizo cuando en verdad la mayoría de las veces, los hombres violentan porque piensan, sienten o saben que están en su derecho de hacerlo. No es cierto que socialmente se repudien las violencias machistas; al contrario, lo que la sociedad enseña es que los varones tienen derecho sobre los cuerpos de las mujeres y niñxs, que ser varón es violar y maltratar y que la dominación es parte constitutiva de la sexualidad masculina. Por eso, resulta contradictorio decir que un varón abusó porque “no sabia que no podía hacerlo” mientras se lo sigue justificando y enseñando que sí puede porque siempre habrá alguien que lo defenderá diciendo que “no sabía”.
Por supuesto que es preocupante saber que los chicos de secundaria también abusan, pero lo que realmente nos preocupa es que haya chicas de secundaria que son abusadas por sus compañeros. Correr el eje es seguir centrándonos en los abusadores y seguir buscando excusas que justifiquen su accionar. Hablan de que una persona no es el error que cometió sino su posicionamiento subjetivo frente a este pero nunca dicen cuál fue el posicionamiento del abusador frente a lo que hizo. Nos preguntamos de qué manera quieren que ese joven se haga responsable de sus actos si la reacción ante una denuncia de abuso es minimizar los hechos o criticar la forma de la denuncia en vez de reflexionar con él sobre lo que hizo. ¿Acaso no sería preferible que ese joven se cambie de escuela para no incomodar a su víctima y reflexione realmente sobre que el abuso está mal y no es aceptado por la comunidad en vez de negar el hecho y defender al agresor, creando una comunidad donde los abusos no tienen consecuencias y los abusadores permanecen impunes? 49
Con respecto a lo de no confundir cometer un abuso con ser un abusador, nos gustaría entender a qué se refieren o en qué momento sí se puede llamar un abusador a alguien que abusa. Sin embargo, cuando hablan del agresor en términos de “no etiquetarlo” para no determinarlo como tal, están obviando que nos referimos a él como victimario y a la persona que sufrió la agresión como víctima porque nos referimos al hecho que se está denunciando. En este sentido, las personas que sufrimos abusos no somos víctimas por el simple hecho de ser mujeres, lesbianas, travestis, trans, niñeces, etc (grupos minorizados históricamente) sino en relación al hecho sufrido. No nos identificamos desde el lugar de víctimas eternas sino que nos referimos a haber sido víctimas o ser víctimas en agresiones puntuales o en situaciones constantes y sistemáticas contra nosotrxs. En este sentido, el agresor es victimario no por el hecho de ser hombre sino por sus acciones. No viene al caso si es buena persona, buen amigo, buen militante o lo que sea, que sí son características subjetivas y percepciones sobre la persona relacionadas a otros aspectos de su personalidad. Pero si hablamos de una agresión, nombrarlo como victimario es necesario para determinar su responsabilidad sobre los hechos y explicitar que fue quien cometió la agresión. En este sentido, una persona puede ser víctima de una agresión y victimaria de otra. Pero lo más grave, lo peor de todas estas notas y charlas y gente criticando los escraches en secundarias es que demuestran una y otra vez, que les importa más mantener la supuesta paz del silencio de la opresión que el conflicto necesario que impulsa cambios. A nadie parece sorprenderle descubrir que existen abusos dentro de las escuelas secundarias pero cuando tocan el tema, lo hacen para encontrar modos de silenciar los reclamos. ¿Dónde están las charlas que se titulen “Abusos en secundarias: 50
¿cómo frenarlos?” o “Adolescencia y poder: casos de abuso contra adolescentes que preocupan a lxs adultxs” o “Estrategias para trabajar el consentimiento y prevenir o frenar las violencias sexuales entre adolescentes”? No hemos encontrado charlas o notas que demuestren una genuina preocupación o expongan los casos de abusos que están denunciando las adolescentes pero sí cientas explicando por qué hay que frenarlas en sus acciones contra las agresiones. Eso se llama silenciar y encubrir. Lo que nos preocupa no son “los varones marginados”, sino que las pibas tengan que estar organizándose para denunciar agresiones, para vigilar en las fiestas para proteger a sus compañeras de agresores (mientras los varones se pueden poner en pedo tranquilos sin que los violen), para hacer escraches y encima bancarse las agresiones de sus compañeros y de los adultos que siguen violentándolas y diciéndoles que “quieren cagarle la vida a los compañeros”, mientras son ellas las que están siendo violadas. Por último, no se puede desconocer que además de abusos sexuales, existen muchos casos de femicidios contra adolescentes que fueron cometidos por sus parejas u otros adolescentes. No puede seguir relativizándose las violencias que sufren o que ejercen las personas por su edad. Es necesario tomar medidas urgentes porque muchxs adolescentes aún están en riesgo, están siendo violentadxs y asesinadxs. Lxs adolescentes también deben ser parte de las luchas y sus acciones y voces deben ser escuchadas.
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Al silencio y al aislamiento no volvemos nunca mรกs
OTRAS ACUSACIONES A QUIENES ESCRACHAMOS Y LUCHAMOS CONTRA LAS VIOLENCIAS MACHISTAS “Los escraches provocan suicidios” y otras formas de culpabilizar a las víctimas por los daños que generaron los agresores. Esto nos parece importante aclararlo porque es una de las cosas más violentas que hemos escuchado: gente que dice que no tenemos que escrachar porque por “nuestra culpa” hay gente que se suicida. No solo buscan seguir culpabilizando a la víctima y callarla sino de paso poner en rol de víctima al agresor y advertir a cualquier persona que será responsable de lo que le suceda a la persona escrachada si dicen algo de lo que les pasó. Esto es muy similar a la amenaza de los abusadores “no digas nada porque… (van a pasar cosas peores)”. Sostener algo así es sumamente violento y responde a lógicas patriarcales de disciplinamiento y silenciamiento. Los violadores no se suicidan por nuestra culpa. Porque contar algo que nos sucedió no es una agresión, es un desahogo, porque ni siquiera somos responsables de lo que suceda después de que contemos lo que nos sucedió. Porque la consecuencia de no hablar es que sigamos sufriendo, que sigamos pensando que lo que nos sucedió fue nuestra culpa, que nos sigan condenando a sufrir solas y no poder compartir cómo nos sentimos y tener la posibilidad siquiera de intentar sanarnos. La verdad es que puntualmente no nos interesa por qué 53
se suicidan los violadores, si por culpa o por culpabilizar pero, si efectivamente tiene que ver con el hecho de haber violado a alguien, es por el hecho o por las repercusiones de lo que hicieron que lo hacen y no porque nosotras lo contemos. Si un violador viola y luego la sociedad lo repudia por lo que hizo, es por su accionar que debe responder y no por una haberlo contado. La víctima no debe en ningún punto responder por lo que otro hizo con ella y no es responsable de lo que el agresor hizo en ningún punto. De hecho, muchas víctimas pueden sentirse felices de que el violador muera y muchas pueden sentirse mal, culpables o incluso sentir que de esa manera se lleva con él su supuesta inocencia al no poder ser juzgado o no responder en vida por lo que hizo. La muerte del agresor no siempre es lo que la víctima desea, de hecho es una amenaza de muchos adultos hacia niñxs para que no digan nada de que los están abusando, diciendo que les podría pasar algo malo si hablan. Al ser niñxs y muchas veces tener una relación cercana con el abusador porque en la mayoría de los casos es un pariente, lx niñx no quiere que el padre muera y seguramente se sienta culpable si sucede, ya que se confirmarían las amenazas y mucho más con estos discursos que dicen que el suicidio o muerte son a causa de que la persona hable. Pero si se suicidan, será por lo que hicieron ellos de última, porque nosotras solo contamos lo que ellos hicieron. No es casualidad que alguna gente cite como argumento contra los escraches un suicidio “a causa de” un escrache (título muy Crónica TV) y no hablen de las muertes ocasionadas por las violencias machistas, las miles y millones de mujeres que han sido violadas y asesinadas y de los suicidios de víctimas de violencia sexual. Nos siguen haciendo responsables por las violencias que sufrimos, nos hacen responsables por lo que nunca quisimos que 54
nos suceda, por lo que otro hizo. No solo somos las culpables de las violencias que sufrimos sino ahora también de la vida que pueda tener el agresor, parece que si no tienen una buena vida también es nuestra culpa. Antes de escrachar tenemos que pensar qué pasa si después ese sujeto se queda sin laburo o no lo quieren invitar a lugares, o nos obligan a aclarar que “no le queremos cagar la vida” a la persona que claramente no le importó hacerlo con la nuestra. Evidentemente la culpabilización por lo que suceda con el violento se desprende directamente de la culpabilización por la violencia machista. Es decir, nadie pensaría que un asesino va preso por culpa de quien fue asesinado o de quien denuncia el hecho, parece claro que la condena se relaciona con lo que hizo y no con quien fue asesinado. Pero vamos con otra por si no queda claro: si un policía/militar es escrachado por torturas, es por las torturas por lo que se lo condena (aunque sea una condena social y siga tranquilo en su casa como si nada) y no por quien testimonia haber sufrido las torturas. Es ridículo pensar que alguien “provoca” que lo torturen o que es “punitivista” contar que ha sufrido torturas porque no tiene en cuenta lo que pudiera suceder con el torturador luego de contarlo. Bueno, vamos a ser claras, si te parece ilógica la comparación o si te parece bien escrachar a un militar y no a un violador es el machismo lo que opera en tu cabeza y en tus justificaciones. Entonces, no es casualidad que el escrache hacia genocidas esté plenamente aceptado por el mismo sector que luego acusa a los escraches hacia abusadores de ser punitivistas. Nos damos cuenta: lo que les molesta es no poder decir a viva voz que los abusos no son tan graves, que son algo más de la vida, que no se puede juzgar a un hombre por violar. Dado que hay muchos hombres que difunden este discurso, les preguntamos: ¿ese es el modelo que tienen de masculinidad? ¿Una masculinidad que no puede evitar violar?, ¿que no se da cuenta que viola porque tiene tan interiorizado el abuso en sus prácticas? 55
“La persona que escracha es policía/ juez / dictadora” ¿Cuántas veces estamos condenadas a escuchar comparaciones tan absurdas como estas? Decir que difundir el nombre de un abusador es similar a entregar una lista de personas a los militares para que las desaparezcan es, además de mal gusto, totalmente ilógico y demuestra no solo ignorancia sino una tergiversación más negacionista que otra cosa. En argumentos como estos, se pone al agresor nuevamente en un lugar de víctima donde sería “entregado” por la víctima real que ahora pasa a ser una supuesta victimaria que sería cómplice de atrocidades similares a las que los militares hacían con sus víctimas. No sabemos en qué momento las personas que dicen este tipo de cosas se olvidan de que lo que efectivamente hacían los militares como forma de tortura hacia mujeres era (es) violarlas y que es lo mismo que se está denunciando en los escraches. La violación es una forma de tortura, por lo cual, si queremos comparar, los que se parecerían a los militares serían los que ejercen esa práctica y no quienes la “denuncian” y la combaten. ¿Acaso las mujeres que sobrevivieron a la tortura no deben hablarlo para no ser tachadas de punitivistas? ¿En qué casos es aceptable que denunciemos torturas y en qué casos no? ¿Acaso es grave una violación cuando la comete un militar, un policía, un juez y no cuando la comete un profesor, un pariente, un compañero? Nosotras sí tenemos una respuesta a esto y es que no. La violación nunca es algo aceptable, nunca es algo que debamos callar, nunca es algo que provoquemos ni que sea culpa de quienes la sufrimos y jamás denunciarla será un hecho comparable a una tortura porque la violación es la tortura. Escrachar no es ni ser policía, ni ser juez, ni ser militar, ni ningún insulto similar, porque de hecho son ellos, son esas instituciones, son esas lógicas las que sostienen y 56
reproducen la violación como forma de tortura y dominación. El silenciamiento y el enjuiciamiento a quienes nos oponemos a la dominación también son formas de disciplinarnos y de mantener el status quo de esta sociedad basada en el poder. Para el caso, ser juez también es decir que alguien puede estudiar un profesorado por más que sea un abusador de menores, que un violador puede quedarse en una organización porque no hay pruebas y que si no nos gusta cursar con un docente que nos acosa o maltrata, que nos cambiemos nosotrxs de curso. De hecho, eso se parece mucho más a los jueces que poblan la (in)justicia y que resuelven que una violación a una niña puede no tener consecuencias porque fue un “desahogo sexual”, que una lesbiana o una mujer debe ir presa por defenderse de una violación o de un chabón maltratador, etcétera. Cuando dicen que no podemos escrachar “sin pruebas”, ¿acaso no es lo mismo que dicen los jueces que absuelven violadores todos los días? Cuando dicen que no podemos escrachar a alguien después de cierto tiempo, ¿acaso no es lo mismo que dice la justicia cuando alega que no se pueden investigar los casos de abuso sexual en la infancia que denunciamos porque están prescriptos? Ser juez se parece más a absolver a los violentos y torturadores que a condenarlos.
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Sobre el mito de que “echar a un violento es una salida fácil” y “si lo echamos, se va a otro lado y sigue haciendo lo mismo” En primer lugar, echar a un violento puede ser cualquier cosa menos fácil. Quien diga que echar a un violento de un espacio es fácil es porque nunca tuvo que enfrentarse a esa situación o porque no estaba del lado de las víctimas. Echar a un violento de un espacio que se habita no es un pedido muy extremo, ni siquiera tiene que ver con un castigo, sino de que simple y llanamente unx no quiere compartir un espacio con la persona que la agredió y tener que verlo con todo lo que eso implica. Y acá tenemos que hacer la aclaración, por si lxs lectorxs son ajenxs al tema, de que cuando se ha sufrido violencia por parte de una persona, verla es muchas veces revivir esos momentos y sentirse vulnerable, sentirse nuevamente como nos hicieron sentir en el momento de la agresión y sufrir ataques de ansiedad, pánico y todas sus posibles manifestaciones físicas/ psicológicas. Claro que el agresor no sufre esto porque no es quien sufrió el trauma sino quien lo provocó, entonces se lo ve muy tranquilo conviviendo con la víctima y no trae ningún problema y ¡hasta acepta convivir con quien lo escrachó! ¡Esos sí son buenos modales de violento disimulado! Pensar o más bien decir que excluir a un agresor de un espacio es un acto de venganza o crueldad es desconocer todo esto y negar que hacer lo contrario, es decir, permitir que el agresor permanezca en el espacio es echar a la víctima ya que es insostenible en el tiempo el convivir con la persona que nos violentó. Pensar una expulsión como un castigo, implica que no existe ningún tipo de reflexión sobre la gravedad que suponen los actos de violencia machista y ningún tipo de deseo de reparación ya que si eso existiera, se comprendería la necesidad 58
de la persona que fue víctima de poder habitar espacios sin cruzarse a la persona que la violentó. En este sentido, esto tiene que quedar claro: no existe neutralidad en defender la presencia del violento en un espacio como si implicara una posible convivencia de víctimas y victimario. Esto se ve a menudo esgrimido en defensa de la permanencia del violento sin mencionar la presencia/ausencia de la víctima en el lugar. Es decir “él tiene derecho a quedarse, a venir, a estudiar, a trabajar, a militar, etc.”. De la víctima ni noticias, se la separa del discurso porque nombrarla implicaría tener que agregar al final que “ella no tanto”. Cuando la persona que fue víctima enuncia que no puede compartir espacio con quien la agredió, garantizar el espacio al agresor implica negárselo a ella. Si él tiene “derecho” incuestionable a permanecer, entonces es la víctima quien debe irse si no se lo quiere cruzar, ya que no puede “vulnerar” el derecho del otro, lo único que puede hacer es aceptar las condiciones impuestas o irse por “decisión propia”. Osea, recapitulando, cualquier persona tiene derecho a estudiar/ trabajar/ militar siempre que acepte que puede ser agredida por un compañero y que tendrá que convivir con él. Bien, ¡tendrían que avisarnos de entrada al ingresar a sus espacios así ya estamos avisadas! Claro que queda más diplomático decir “yo no le puedo negar a alguien el derecho humano a estudiar” antes que “si no le gusta que no venga más” o “son los riesgos de estudiar”, pero básicamente serían lo mismo: que el agresor se queda porque es su derecho y que la víctima se puede quedar si acepta eso y sino que se vaya, que el derecho a estudiar lo tiene también pero con las condiciones del patriarcado. Pero volviendo a esto de que echar a violentos es una “salida fácil”, nunca vimos tanta resistencia a nada como a sacar a un 59
violento de un espacio, sobre todo cuando es hombre cis, y las dificultades aumentan cuantos más privilegios tenga el tipo en cuestión. Decir que echar a un varón agresor de un espacio es fácil es partir nuevamente de una premisa falsa donde pareciera que las feministas estamos ocupando todos los espacios y sacando a quienes acusamos de alguna violencia. Más allá de que parece un delirio maravilloso de espacios transfeministas llenos de amor y contención, esta realidad de opresión hacia los hombres o hacia los violentos (porque puntualmente no se echan a hombres por serlo), parece tan lejana que nos encantaría que nos dieran las indicaciones de cómo llegar. En los espacios que habitamos y hemos habitado nosotras, desde lugares de estudio, de trabajo, escuelas, facultades, centros culturales, partidos, espacios anarquistas, etc., los varones siguen ocupando el espacio con más que derecho, privilegios y ejercen sistemáticamente violencias contra las mujeres, contra las lesbianas, contra las personas trans, contra lxs maricas y siempre desde su lugar incuestionable de varón que busca y sabe de las complicidades machistas que lo sostienen. En los espacios que conocemos, somos nosotras las expulsadas, las silenciadas, las difamadas, las marginadas por cuestionar y exponer las violencias machistas a las que fuimos sometidas. Cada vez que quisimos exponer a un chabón que nos maltrató, fuimos nosotras a quienes pusieron en duda aun siendo personas que se decían compañerxs” quienes nos señalaban con el dedo acusador. 60
Siempre que quisimos levantarnos contra las opresiones que sufríamos, nos quisieron poner de rodillas con las más variadas agresiones, revictimizaciones y humillaciones. Entonces, no, no es real que estemos echando a los violentos, que estén siendo expulsados masivamente por nuestros escraches sino que al contrario, la mayor parte de las veces, somos nosotras a quienes echan directa o indirectamente por generar problemas donde reina la paz social de la opresión cotidiana.
¿Cuántas personas abandonan sus estudios o trabajos por acoso sexual, abusos sexuales, discriminación y agresión por su identidad de género y orientación sexual o cualquier tipo de violencia machista? ¿Y cuánta gente abandona sus estudios o trabajos tras haber acosado, violado, discriminado, excluido, violentado? La vamos a hacer corta: mucha y nadie. Pero vayamos a la segunda parte de nuestro mito original de por qué no hay que echar a los violentos: porque se van a otro lado y siguen haciéndolo. Acá por lo menos asumiríamos que la persona ejerce violencia y no es algo inventado así que es un gran progreso. Peeeeero… seguimos poniendo trabas a la solicitud de la víctima de no cruzárselo. Creemos que muchas veces es más excusa que otra cosa, pero pongámosle que quieren evitar que esa persona siga ejerciendo violencias, ¿cuál sería el plan? ¿Reeducarlo, enseñarle que violar está mal, darle clases de consentimiento, exponerlo de a poco a situaciones donde puede verse tentado a violentar a alguien para ver cómo reacciona? La idea de reeducar al violento implica de por sí, que no sabía que lo que hacía estaba mal o que puede cambiarlo. No 61
podemos tener certeza de que un violento puede dejar de serlo pero aunque pudiéramos saberlo, no sabemos ni cómo hacer que cambie ni cómo comprobar que ha cambiado. Muchas veces se manda al agresor a terapia como si eso cambiara algo, como si fueran a solucionar no se sabe qué con 5 sesiones de terapia anti violencia o con qué criterios se le daría el “alta” a alguien que ejerció violencia, que por ahí ni lo admite ni lo identifica como tal, o que lo justifica o interpreta como válido. Por supuesto que hay toda una sociedad que sigue considerando las violencias machistas como válidas así que todo se vuelve muy confuso. De cualquier manera, no entendemos por qué las víctimas tenemos que ser responsables de la reeducación del violento ni de por qué tendríamos que soportarlo mientras se “cure” (como si violar fuera consecuencia de una gripe mal curada), cuando todo el mundo parece más enfocado en cómo se sienta el violento que en cómo se sienten las víctimas. Como personas que sufrimos violencias, tenemos que enfocarnos en sanar, en sentirnos mejor y más fuertes y nuestro grupo tendría que brindarnos contención y apoyo para esto. Centrarse en cómo se siente el violento: si está siendo silenciado, censurado, si se siente incómodo es un absurdo ya que no se sintió incómodo a la hora de violentar. Aunque ni estén capacitadas ni tengan certezas sobre cómo hacerlo, si hay personas que quieren hablar con el violento para hacerlo recapacitar o ayudarlo a ser mejor persona, estaría buenísimo que lo hagan, pero en otro espacio donde no nos lo tengamos que cruzar las personas que no queremos convivir con él.
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El “excluir” en este sentido tiene un significado de resguardo, de protección y de otorgar seguridad a quienes fueron y quienes podrían ser víctimas de esta persona y no de marginar por marginar; quitarle este sentido que origina la necesidad de apartar a la persona, lo vacía de sentido y lleva a acusaciones sacadas de contexto que ponen en rol de víctima a quien ejerció violencia. La expulsión de alguien guarda relación con lo que hizo y con el espacio que queremos construir donde no se acepten actitudes de odio y violencias sobre todo hacia grupos minorizados. Si alguien viola a una persona, se lo echa por eso, no por quién sea esa persona. Si alguien lanza frases que incitan al odio y la violencia contra personas trans, que permanezca intacto y estable en su lugar genera un ámbito donde esa persona y quienes actúan como ella se fortalecen y las personas trans se ven violentadas y expulsadas del lugar. Si queremos generar espacios donde las personas trans se sientan seguras, tenemos que condenar expresiones de odio hacia ellas al mismo tiempo que se refuerzan las actitudes de respeto y amor por la diversidad de identidades. En el mismo sentido, si queremos construir espacios que puedan ser habitados por mujeres, tenemos que repudiar las violencias contra ellas.
Las instituciones están construidas históricamente por y para hombres, por eso la normalidad es la de asegurar su permanencia en los espacios. La normalidad para el patriarcado es la del hombre como ser supremo desde y para el cual se piensa a todo el resto. Pensar como una aberración el sacar a un hombre de un lugar para asegurar la permanencia de una mujer deriva de esta lógica. Aun cuando el hombre en cuestión pueda ser repudiado por cometer hechos de violencia, aun cuando se comprende que la víctima tiene derecho a permanecer en el lugar y a no tener que cruzarse al violento, aun aceptando todo sigue habiendo resistencias a quitar privilegios al varón, sigue habiendo resistencias a quitar al hombre su derecho incuestionable a ser y a estar en el mundo. Más allá de si es o no necesario entender la raíz de esta lógica patriarcal (porque debería alcanzar con poder empatizar con quien ha sufrido violencias), seguimos escuchando excusas, dilaciones y discursos que atacan a quienes reclamamos nuestros lugares mientras se defienden los lugares de los violentos siempre a pesar de nosotrxs.
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Sobre el escrache como sufrimiento Cuando hablan del escrache como algo que se sufre, que arruina vidas, nos preguntamos si piensan en las consecuencias que dejan sobre las personas los abusos y violencias machistas. Nos preguntamos por qué la discusión se centra en los posibles malestares que puede sufrir una persona agresora y no se mencionan los malestares que sufren las personas que han sufrido violencia. ¿La persona agresora sufre traumas tras agredir? ¿Acaso recuerda a la persona agredida con dolor y pánico? ¿Acaso se paraliza con la idea de cruzársela en algún lugar? Las consecuencias de un escrache no se comparan ni de cerca con las consecuencias de la tortura machista. Hablan de que el escrache genera daños. ¿Y los golpes, los insultos, la manipulación, las violaciones? ¿Comparan el miedo a ser asesinada por la persona que dijo que te amaba con el miedo a que la gente sepa que maltratás a tu novia? Hay un daño que ya fue hecho y de eso no hablan. Siempre que haya un escrache, hay un hecho de violencia que ya ocurrió, hubo una agresión que ya no puede ser borrada, hay daños que no pueden repararse y sin mencionar todas las que ya no pueden escrachar porque ya no están. Y volvemos a preguntar: ¿solo vale escrachar a alguien cuando la víctima ya no está, cuando ya nos asesinaron? ¿Ahí llorarán las violencias que callaron? ¿Cuándo será suficiente el sufrimiento? El daño ya fue hecho. Pensar que el sufrimiento está en el escrache, en quién “sufre” un escrache es sumamente machista 65
porque evidencia que nunca les importó lo que suframos nosotrxs. En todo caso, tampoco está mal que alguien se lamente o se sienta mal por haber causado daño a otra persona. Está bien, es necesario y sería lo más sano sentirse mal por dañar, por lastimar, por agredir. Ojalá los agresores se sintieran mal por lo que hicieron, ojalá pudieran ponerse en el lugar de la persona que agredieron, ojalá se arrepintieran, pero en general no sucede. Existe esta idea de que las mujeres que denunciamos o escrachamos a violentos lo hicimos de forma impulsiva, sin pensar en las consecuencias o buscando castigo. Se reproduce el estereotipo de “mujer mala” que engaña, que miente, que busca dañar, en oposición a la “mujer buena” que busca el bien común, que perdona, que sufre en silencio y se sacrifica. Estos estereotipos contribuyen a la demonización de las mujeres y a la invalidación de sus voces, adjudicando que las denuncias están motivadas por sentimientos de rencor, de búsqueda de dañar a un hombre o ensuciar una organización pero que, al fin y al cabo, son mentira o “no son las formas de decirlo”. Los jueces están más dispuestos a condenar a una madre por “impedimento de contacto” si quiere resguardar a lx niñx de su progenitor abusador, que a condenar al abusador y proteger a lxs niñxs. La sociedad no está dispuesta a asumir la responsabilidad de lo que implica esta cultura de la violación y la pedofilia en la cual estamos inmersxs. Y en la hipocresía que la caracteriza, prefieren lamentarse de la chiquita muerta antes que acompañar a una madre protectora, que hacer algo para cuidar a las infancias que están siendo violentadas todos los días. El videíto llorando diciendo que sufrimos un abuso está bien mientras nos mostremos lo suficientemente dañadas y no demos nombres, 66
porque el límite de la empatía está en las complicidades que se hacen salir a flote. Lxs que no quieren cambiar las cosas son quienes sacan provecho del sufrimiento ajeno, de que las injusticias sigan existiendo porque ahí radica su poder y privilegio.
CALLARNOS NUNCA ES PARA COMODIDAD NUESTRA Dejarlo pasar nunca es para comodidad nuestra. No alcanza con justificarse en que “ya pasó mucho tiempo” o en que “no lo volvió a hacer” cuando nunca nos preguntaron qué necesitamos, cuando siguen relativizando la gravedad de lo que pasó o cuando nos siguen diciendo que “perdonemos”. Nos dicen, incluso, que no escrachemos porque eso nos va a generar un daño a nosotrxs por exponernos, que nos condena, que es peor para nosotrxs. Nos parece muy similar a los consejos de que no abortemos porque sentiremos culpa de por vida. Abortar no tiene por qué generar daños y escrachar tampoco. Si los genera, es por la sociedad hipócrita que condena las decisiones de las mujeres, que juzga, que critica y que valora más sufrir en silencio que reivindicar nuestro derecho al placer, a vivir en condiciones dignas y sin violencia. No es por nosotras que debamos callar, es por ellos. La idea que reproducen muchxs de darles la “oportunidad de redimirse” a los violentos no se condice con la realidad que nos abofetea la cara. Es propio de esta mirada tan machista de las mujeres como “malas” pensar incluso que no lo intentamos. Las mujeres nos pasamos la vida intentando que los hombres cambien, esperando que los violentos dejen de serlo y que 67
hagan una reflexión sobre las violencias que ejercen. Cuando nos dan soluciones así, nos parece de muy mal gusto porque nos siguen representando como las malas que no damos oportunidades cuando el problema es justamente eso: que les damos demasiadas oportunidades. Los violentos piden perdón muchas veces y dicen que van a cambiar, que se equivocaron pero que no lo van a hacer más. Pero el hecho es que no cambian y quizás sea porque, al perdonarlos, sienten de algún modo que lo que hicieron no fue tan grave porque ellos no perdonarían las mismas agresiones si se dirigieran contra ellos. Pero a las mujeres nos enseñaron a ser pacientes, a ser comprensivas, a esperar, a educar, a contener, a soportar y a perdonar. Y eso es lo que hace también que sigamos soportando violencias, que les restemos importancia, que las naturalicemos, que vivamos en realidades llenas de violencia mientras imaginamos un futuro donde el amor no signifique sufrimiento. Si la respuesta que nos dan ante esto es que sigamos esperando que las violencias cesen solas, que sigamos esperando que los violentos cambien y que sigamos perdonando a las mismas personas que no han demostrado ni un ápice de remordimiento, ni un cambio de actitud, ni una reflexión genuina, ni una disculpa que no esté condicionada por un miedo a ser escrachado o denunciado, ¿no ven que sigue siendo lo mismo? No hay cambio alguno al seguir reproduciendo las mismas actitudes que posibilitan la existencia de este mundo violento. Esto no es un mensaje desalentador del tipo “los onvres son todos malos y no van a cambiar nunca” porque de hecho esperamos que sí tengan capacidad de empatía, de cuidado, de respeto y claro que hay varones que pueden correrse de esas lógicas autoritarias de masculinidad violenta, pero no podemos descansar una lucha en la espera eterna de que los opresores dejen de querer oprimir. 68
Lo que tiene que cambiar necesariamente son las condiciones sociales que crean, permiten, justifican y aceptan los abusos. Sin una sociedad dispuesta a justificar las violaciones, sin una sociedad acostumbrada a ver violaciones en cualquier pelĂcula sin perturbarse, sin una sociedad que haga chistes sobre femicidios, sin una sociedad que condene a las personas que denuncian agresiones en vez de a quienes las cometen, no serĂa posible el abuso.
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¿Por dónde empezar a sanar? ¿Dónde empieza la “justicia”? En primer lugar, hay que dejar de negar a las violencias, dejar de minimizarlas, dejar de invisibilizarlas. Es necesario nombrar a las violencias como tales, desnaturalizarlas, criticarlas, discutir sobre las formas de relacionarnos que reproducen lógicas autoritarias y dejar de esconder o negar lo que no nos gusta como si por eso dejara de existir. Es necesario decir que el abuso es grave y está mal; hacerse cargo de lo que una misma vivió, poder nombrarlo y decir que fue grave, que no tendría que haber pasado, que nadie tiene que sufrir eso. Reconocer las opresiones que sufrimos es sumamente político, es necesario y transformador. Porque tengo que empezar a reconocer las violencias que sufrí y sufro para poder proyectar realidades donde no existan: identificarlas para luchar contra ellas.
Necesitamos reparar lo que históricamente nos ha dañado. El problema con darle menos importancia a lo que sufrimos es que no lo combatimos y, por ende, lo naturalizamos. Siempre tendemos a pensar que lo que sufrimos nosotras no es tan grave como lo que sufrió otra persona. Aun cuando el hecho sea el mismo, como consecuencia de lo que generó sobre todo la violencia psicológica contra nosotrxs, nos sentimos responsables de lo que nos pasó, dudamos de lo que vivimos, de lo que sentimos porque tanto nos machacaron la cabeza que dudamos más de nosotras que del agresor. Nos sentimos culpables y no queremos “cagarle la vida a alguien” por algo que quizás no fue 70
“tan graveâ€? como otras cosas. Es necesario que le demos valor a lo que sentimos y a lo que vivimos. La violencia no es algo que pueda confundirse con otra cosa, no es subjetiva, la violencia machista existe y es grave, no puede seguir negĂĄndose. No inventamos lo que sufrimos, nos hacen creer eso, lo que llaman “gaslightingâ€?: nos violentan y nos hacen pensar que estamos “locasâ€?. Pero cuando hablamos entre nosotras, nos damos cuenta que sufrimos las mismas cosas, que las conductas abusivas son muy similares y que los sentimientos de culpa y de vergĂźenza que nos imponen para callarnos, para aislarnos y para invalidar nuestras voces, son tambiĂŠn compartidos. CompaĂąerx, sabĂŠ que somos muchxs lxs que te creemos y te vamos a acompaĂąar.
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Le llaman paz al silencio de lxs oprimidxs Lo que pasa con los escraches es que desafĂan la normalidad, ponen de relieve que el conflicto siempre estuvo ahĂ pero haciĂŠndose llamar paz. Es como cuando molesta el corte de calle, la marcha, el paro porque suponen gente generando conflictos e interrumpiendo nuestra normalidad. El problema es que el conflicto ya existĂa y era la normalidad la que lo disfrazaba de paz. La explotaciĂłn existe, las muertes y asesinatos laborales, el tiempo dedicado a enriquecer a otrxs: esa es la realidad que debemos aceptar calladxs mientras califican de extremistas, de violentxs, de vagxs, de subversivxs a quienes accionan contra esta realidad de opresiĂłn. 71
La violencia machista atraviesa la realidad históricamente. Siempre hubo violaciones, femicidios y acoso, lo que pasa es que eso se percibe como normal y sólo se nota el conflicto cuando quienes lo están sufriendo se rebelan y lo combaten. Volvamos al ejemplo de los escraches en escuelas secundarias. Los abusos existen. Con o sin escraches, los abusos están sucediendo en las aulas, en las fiestas, en los hogares: lxs adolescentes están siendo víctimas de violencia y los adolescentes están violentando y abusando. El conflicto se pone de manifiesto en escraches y nos obliga a repensar qué estamos haciendo para permitir o para frenar esto. El problema no es el escrache, el problema son los abusos. Para cuando existe el escrache, ya hay una víctima que tuvo que tomar coraje para nombrarlo, una víctima que estuvo pensando por años que había sido su culpa y también hay muchas más que no están escrachando y que siguen sufriendo solas y en silencio. El problema no es el escrache. El escrache permite problematizar las situaciones que se siguen presentando como normales, permite nombrar las violencias y generar una discusión sobre lo que es o no es aceptable. Lo que nos obligaban a callar, lo decimos y lo denunciamos no sólo como un hecho individual sino como un problema social. A través de escraches se problematiza no solo un hecho de violencia sino también lo que suscita ese hecho, lo que generó en el entorno, las complicidades que se tejen para encubrir y la respuesta o silencios que lo rodean. A través de escraches, se expuso la práctica del acoso callejero como algo que sufrimos desde que somos niñas, se expuso que existen violaciones dentro de las parejas, se expuso que la violencia no es solo física sino también psicológica, emocional, económica y sobre todo, social. A través de escraches, se han generado 72
transformaciones enormes, se ha puesto freno a violencias, se han puesto sobre la mesa discusiones que no se querían dar. A través de escraches logramos sacar de su lugar de poder a gente que abusaba impunemente valiéndose de eso: a profesores que acosaban y abusaban de alumnxs, a violadores que cooptaban víctimas desde su lugar de fama de músicos, a curas que abusaban de niñxs y machos que violentaban impunemente. Y eso ya es un montón que festejar. Porque lo que a algunxs les puede parecer un cambio mínimo o una reforma parcial es lo que nos permite a algunxs poder transitar espacios con un poquito menos de violencia, con un poquito menos de impunidad y con más fuerza colectiva, más consciencia y más lucha feminista. A través de escraches nos dimos cuenta que nuestras voces estando unidas tenían peso, que lo que nos pasa es importante y que no tenemos por qué bancarnos una y otra vez ser violentadas y no poder hacer nada al respecto. Ahora sabemos que aunque no sea mucho, podemos unirnos y hacer algo para frenar las violencias. No creemos que tengamos que aplacar la rabia. Estamos enojadas porque nos violentan a nosotras, a nuestras amigas y a todas las mujeres que conocemos y a todas las personas trans, travestis, lesbianas y a todxs lxs niñxs. Eso es lo grave, no de qué modo nos enojemos o reaccionemos. Nos molesta que nos agredan y nadie diga nada, y que moleste más una pintada, un escrache y un grito a todas las violaciones, a todos los maltratos, a todas las violencias. Nos molesta que haya tantas charlas hablando de escraches y tan pocas hablando de abuso. Nos molestan lxs académicos que se sienten moral e intelectualmente superiores, que hablan sobre nosotrxs y contra nosotrxs desde los lugares a los que accedieron llenándose 73
la boca de discursos feministas y queer. Mientras, hablan de lucha y difunden discursitos diciĂŠndonos punitivistas a nosotrxs que tuvimos que reinventarnos desde las heridas que ellos justificaron. Que sepan que no vamos a bancar sus discursos de odio que nos siguen condenando a la violencia.
Nuestra revoluciĂłn no defiende abusadores
Nuestras voces contra quienes hablan de punitivismo para garantizar la impunidad