Decía Francisco I. Madero al lado de su cuadrilla: “Ese don Porfirio Díaz tiene que entregar la silla”. Le dice Porfirio Díaz, además de ser su ley: “Yo la silla no la entrego, yo quiero ascender a rey”.
Con entusiasmo sincero, digamos de corazรณn: ยกViva Francisco I. Madero y abajo la reelecciรณn! En mil novecientos diez en armas se levantรณ, y por ideales sublimes con esfuerzo batallรณ.
Si vieras chiquita y ¡ay!, ¡cuánto te quiero! nomás por cómo me dices: ¡Viva Madero! Si tan sólo me quisieras como yo sólo te quiero, nos iríamos los dos a combatir por Madero.
L os unos decían que sí,
Fue presidente de México
los otros decían que no;
por elección popular,
cuando Madero llegó,
y don Francisco I. Madero
hasta la tierra tembló.
ocupó un grande lugar.
Madero puso al tal Huerta en puesto muy envidiado, para que mal le pagara con haberlo asesinado.
Mataron a don Panchito, y subiรณ Huerta al poder; pero el pueblo verdadero no dio su brazo a torcer.
Mi Joaquinita, pulsaremos esta lira y entonaremos si te place esta canción, dame un besito, Joaquinita de mi vida, dame un abrazo que a las filas ya me voy.
Vente mi Juana, vente conmigo, que la campaña ya va a empezar, serán tus ojos mi solo abrigo, y al enemigo sabré matar.
Soy soldado y la patria me llama a los campos que vaya a pelear, Adelita, Adelita de mi alma no me vayas por Dios a olvidar.
Y si Adelita se fuera con otro le seguirĂa la huella sin cesar, en vapores y buques de guerra y si no, en un tren militar.