Sapiencia y artimañas de Nasredín, el loco que era sabio Jihad Darwiche Ilustraciones de David B.
I NTRODUCCIÓN He aquí a un personaje cuya celebridad va más allá de los siglos, las generaciones y las edades. En el mundo árabe-musulmán lo conocen con diferentes nombres: en Turquía, Irán y Pakistán, es Nasredín Hocha; en el mundo árabe, se llama Cheha, Jiha, Goha, Ch’ha… En otros lugares, es el tonto, el simplón o el loco-sabio. Algunos dicen que vivió en Koufa, al sur de Irak, en el siglo VIII, y otros afirman que pasó su vida en un pueblo de Anatolia, en Turquía, en donde puede verse su tumba. Incluso hay alguien que me aseguró, hace poco, que Cheha está enterrado en Argelia y que la gente visita su tumba como se honra la de un santo. Esto habla de la importancia del personaje en el imaginario y la vida de la gente de Oriente. Es muy raro encontrar a alguien que no conozca una o varias historias de Cheha o de Nasredín. A menudo basta con pro-
nunciar su nombre para ver que nuestro interlocutor se alista a escuchar algo importante con una sonrisa en los labios. De hecho, en el mundo árabe, ¿acaso las historias de Cheha no se llaman nawadir, es decir, rarezas o perlas raras? Estas historias son, en general, bastante breves, escuetas y directas como la verdad. Detrás de cada una de ellas se esconde una sabiduría sencilla como la luz del día. Nasredín Hocha podrá ser grave, serio o absurdo, pero lo que él dice nunca es gratuito. Detrás de la risa que provocan sus historias, le presenta a cada quien la verdad en toda su crueldad. Algunas de estas historias se han vuelto tan famosas, que casi siempre se cuenta sólo parte de ellas. La gente se conforma a menudo con el título. ¿Cuántas veces no habré oído decir en mi pueblo: “Ten cuidado en este asunto, es como la historia del clavo de Nasredín”?
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Jihad Darwiche
EL HIJO DE NASREDÍN
El hijo de Nasredín tenía trece años. No se creía guapo. Incluso estaba tan acomplejado que se rehusaba a salir de la casa. “La gente va a burlarse de mí”, decía sin cesar. Su padre siempre le repetía que no hay que escuchar lo que dice la gente porque a menudo critica
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a tontas y a locas, pero el hijo no quería escuchar nada. “En tal caso –le dijo un día Nasredín a su hijo–, mañana vas a ir conmigo al mercado.” Muy temprano en la mañana salieron de la casa. Nasredín Hocha se montó en el burro y su hijo caminó a su lado. En la entrada de la plaza del mercado unos hombres estaban sentados, platicando. Al ver a Nasredín y a su hijo, dieron rienda suelta a sus lenguas: “Miren a ese hombre, ¡no tiene piedad alguna! Él va bien descansado encima de su burro y deja que su pobre hijo vaya a pie. Sin embargo, él ya ha disfrutado mucho de la vida, y podría dejarle el lugar a los que son más jóvenes.” Nasredín le dijo a su hijo: “¿Oíste lo
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que dijeron? ¡Mañana vas a venir conmigo al mercado!” El segundo día, Nasredín y su hijo hicieron lo contrario de lo que habían hecho la víspera: el hijo se montó en el burro y Nasredín caminó a su lado. En la entrada de la plaza estaban los mismos hombres. Al ver a Nasredín y a su hijo, exclamaron: “Miren a ese niño, no tiene ninguna educación, ninguna consideración. Va tranquilo montado en el burro, mientras que su padre, el pobre viejo, ¡tiene que ir a pie!” Nasredín le dijo a su hijo: “¿Oíste lo que dijeron? ¡Mañana vas a venir conmigo al mercado!” El tercer día, Nasredín Hocha y su hijo salieron a pie de la casa jalando detrás de ellos al burro, y así llegaron a la plaza. Los hombres se
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burlaron de ellos: “Miren a esos dos imbéciles, tienen un burro y ni siquiera lo aprovechan. Van a pie sin saber que el burro está hecho para llevar a los hombres.” Nasredín le dijo a su hijo: “¿Oíste lo que dijeron? ¡Mañana vas a venir conmigo al mercado!” El cuarto día, cuando Nasredín y su hijo dejaron la casa, iban encaramados los dos en el burro. En la entrada de la plaza los hombres dejaron que estallara su indignación: “Miren a esos dos, ¡no tienen piedad alguna por ese pobre animal!” Nasredín le dijo a su hijo: “¿Oíste lo que dijeron? ¡Mañana vas a venir conmigo al mercado!” El quinto día, Nasredín y su hijo llegaron al mercado llevando a cuestas al burro. Los hombres se carcajearon: “Miren a esos dos locos;
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hay que encerrarlos. Son ellos los que van cargando al burro, en lugar de ir montados en él.” Y Nasredín Hocha le dijo a su hijo: “¿Oíste lo que dijeron? Hagas lo que hagas en tu vida, la gente siempre encontrará algo qué decir y qué criticar. No hay que escuchar lo que dice la gente.”