Xochimilco caminos de agua

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caminos de agua

Pascuala Corona

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caminos de agua

Pascuala Corona


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uentan que había una vez una abuelita a la que le gustaba mucho sembrar, un día decidió ir a Xochimilco a comprar plan­tas, pues allí tenía un marchante llamado Pancho, al que acostumbraba comprarle tierra de hoja para sus macetas y hierbas de olor. Pensando, pensando, pensó llevar a su nieto Juanito para que la acompañara, y juntos se pusieron en camino. A don Pancho se le alegró el corazón al verla, pues en tantos años se había hecho entre ellos una relación como de compadres. Así que se enredaron en la plática de los geranios, el romero y la albahaca, mien­ tras que el nieto, inquieto, fue poco a poco alejándose de ellos y acercándose al lago. Ahí se encontró con un niño de su misma edad que tenía una pequeña canoa y lo convidó a subirse para dar una vuelta. Juan se olvidó de su abuela y de un brinco se embarcó en busca de lo desconocido. Al poco tiempo se cruzaron con una trajinera muy grande adornada con un arco de flores que decía Viva Lupita, en la que iba una familia muy contenta, risa y risa, seguida por otra con mariachis, músicos que acompañados de sus guitarras iban cantando:

Una indita en su chinampa andaba cortando flores y un indito le decía regálame tus amores. 7


Más adelante se encontraron con un campesino que en su chalupa llevaba su cosecha de flores y verduras, quien los saludó. ­—¿Lo conoces? —le preguntó Juan. —¡Claro!, es Chucho, el chinampero. Yo conozco a todos y casi todos me conocen a mí. —¿Y qué es eso de chinampero? —preguntó Juanito. —¡No me digas que no sabes lo que es una chinampa! —Ni chinampa ni chinampero —respondió Juan. —Pues te voy a contar nuestra historia, porque se ve que eres fuereño. En la chinampa de Chucho te contaré lo que sé sobre Xochimilco, ¿sale?

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—¡Sale! —respondió Juanito, que se sentía feliz al descubrir un mundo nuevo. Al llegar a esa especie de isla flotante que es una chi­nampa, Juan aprendió que los xochimilcas llegaron del norte, de Aztlán, para establecerse en el valle de México. Que su primer Señor, Acatonalli, era muy inteligente, pues fue él quien propuso al consejo de ancianos hacer islas sobre el lago. Así tuvieron tierras donde sembrar y, al mismo tiempo, agua para regarlas; de esa manera no les faltaron alimentos. Juanito abría los ojos como platos y trataba de fijar en su memoria el relato de aquel niño tan listo. Así que paró las orejas para escuchar lo que éste le siguió contando sobre los habitantes del lago. De cómo empezaron a construir las chinampas que hicieron sobre un armazón de carrizos. Agregaban poco a poco capas de lodo que sacaban del fondo del lago, seguidas de capas de tule, de lirios acuáticos y de tierra que acarreaban de la orilla. Y sembraron en las orillas ahuejotes, árboles que crecen muy derechos como si quisieran llegar al cielo y que al mismo tiempo, al enraizar, fijaban los bordes de las chinampas. Después, siguiendo un ritual, colocaban al centro el maíz, para que tuviera mucho sol. Después, lo protegían de las plagas, rodeándolo con hierbas de olor o flores y enseguida sembraban frijol, chile, calabazas y jitomate. Sorpresivamente un pato sacó la cabeza llamando su atención;­era gris con blanco.

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