En una sociedad en la que se ha alcanzado la igualdad formal de hombres y mujeres es aún posible construir discursivamente el cuerpo de la mujer a través de minuciosos dispositivos legales, educativos, culturales, tecnológicos y psicológicos. A lo largo de la historia, los cuerpos de las mujeres se han visto imbuidos en relaciones de poder y dominación, atormentados en los mitos y tragedias, leídos como castigo por la tradición judeo-cristiana, sometidos a su destino biológico por los autoproclamados ilustrados y, finalmente, subordinados a prescripciones científicas o caprichos del mercado que los cercan, marcan e imponen límites. Este control ejercido sobre los cuerpos de las mujeres persigue justificar y consolidar una situación de desigualdad impuesta en numerosas ocasiones, la mayoría de las veces propiciada y muy pocas veces elegida.