VIAJE AL CONO SUR LOS ANDES DE CHILE Y ARGENTINA Y LA CARRETERA AUSTRAL CHILENA Cicloturismo de alforjas, sosegado, poético y sensual
Paco Tortosa
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© del texto y las fotografías: Paco Tortosa © de esta edición: Edicions 96, SL Corrección lingüística: Maria Josep Escrivà - Edicions 96 Diseño y maquetación: Lourdes Gimeno Lorente - Edicions 96 Portada: Pau Àlvarez López - Edicions 96 ISBN: 978-84-17213-xx-x DL: V-xxxx-2021
www.edicions96.com 96 246 11 04 C/Fusters, sn La Pobla Llarga
A mi hijo Lluís y a su madre Àngels A Xapi, Eduard, Joan, Maria del Mar, Sole, Laura y Toni A las Mujeres Salvajes que corren con lobos También a Mónica Ferrari, Isabel Pizarro y Virginia Juárez
Un viaje se mide en amigos, no en kilómetros.
Tim Cahill
Más allà de desazones y entusiasmos, quizá sea el beneficio del viaje el espacio que encontramos de nosotros, y que tal vez habría quedado oscuro sin la luz de aquellas nuevas rutas.
Miquel Martí i Pol Trad. M. J. Escrivà
VIAJE AL CONO SUR LOS ANDES DE CHILE Y ARGENTINA Y LA CARRETERA AUSTRAL CHILENA Cicloturismo de alforjas, sosegado, poético y sensual
Paco Tortosa
Índice 10
Prólogo
13 Introducción 15
Año 2020. En el tiempo de coronavirus
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Año 2004. Antes de la partida
19 El viaje 267 Final 269
El turismo y el hecho viajero
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Bibliografia
Prólogo
Paco Tortosa toma rumbo hacia la literatura. Ahora más que nunca ese giro intelectual es necesario para sus lectores. En una madurez serena, el autor recuerda y presenta su visión del mundo que visita. Y eso nos abre la esperanza de nuevas publicaciones a partir de sus vivencias, de sus viajes. Estamos esperando con impaciencia esos nuevos escritos porque, cuando leemos este libro, surge la necesidad de que el autor nos cuente más, bien de otras zonas del mundo, bien de su propia tierra que tanto ama y protege. Y exigimos al autor que siga escribiendo con esa mirada crítica y apasionada de la tierra y de su gente. Ni Paco es indiferente a lo que ve, ni deja de comunicarlo con pasión a sus lectores, afortunadamente. Los amantes de los viajes ya conocíamos a Paco Tortosa como autor de guías de viajes, geógrafo, ambientalista, y como afamado divulgador y prestigioso maestro en el arte de guiar grupos de viajeros. Su larga trayectoria como autor en trabajos de carácter académico, divulgador y de propuestas de gestión ambiental es bien conocida. Su tarea en la defensa de la sostenibilidad de las tierras cercanas al mar Mediterráneo, ampliamente reconocida. Estamos ahora ante un nuevo reto intelectual del autor: redactar un libro sobre sus viajes, donde la literatura, es decir, el arte de la expresión escrita, en definitiva, domina sobre otras facetas en las que ya es un maestro. También aquí, en el arte de escribir bien, muestra soltura, vocación y oficio. En definitiva, Paco Tortosa nos sorprende con un paso adelante en su madurez como creador. En este libro vamos a deleitarnos con el Paco Tortosa más literario. Pronostico una inflexión en la trayectoria creadora de Paco a partir de este Viaje al Cono Sur donde disfrutamos de una prosa directa y sugerente, informativa y reflexiva, llena de matices. Los cambios en la trayectoria creativa del autor son para mejorar retos anteriores, si bien hay aspectos que nos son familiares. Seguimos teniendo la fotografía como herramienta complementaria a los textos. No se pierde la implicación social y medioambiental del autor; al contrario, ahora más que nunca vemos una defensa de los paisajes y de la dignidad de los seres humanos en esta joya de la literatura de viajes del siglo xxi que marcará un hito para el autor, y para todos aquellos que viajamos y escribimos.
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Viaje al Cono Sur es una obra con vocación de ofrecer el doble al lector. Por una parte, tenemos dos guías: el texto y las fotos que nos tutelan en la lectura. Por otra, se realizan dos viajes (2004 y 2018) que son, además, un viaje en el tiempo. El autor se multiplica al crear un nuevo espacio literario a partir de sus experiencias viajeras, y ya no es uno el que viaja y describe; tenemos, además, el escritor que deambula junto al viajero. Otra vez dos: el que viaja y el que escribe. Hay más razones para calificar este viaje, este libro, como doble. Este Viaje al Cono Sur es una búsqueda de las esencias de los paisajes andinos y patagónicos. Pero los paisajes son, además de rocas, plantas, ríos, caminos. Son la gente que los habita, que los amansa. El paisanaje es clave para entender los paisajes y Paco Tortosa los describe a unos y a otros. Otra vez, la doble visión de esta obra, según la cual, al abrir el libro, vemos los paisajes a la izquierda, y a la derecha nos adentramos en el mundo de las letras, guiados siempre por el viaje, por el camino que nos conduce a las entrañas de la Patagonia, de la Carretera Austral, de Atacama. El texto rebosa de preocupaciones ambientales (aprovechamiento hidroeléctrico, cambio climático, etc.), de apuntes geográficos (ríos, montañas, rocas, plantas, etc.), indaga en la sociología de las zonas visitadas (machismo, racismo, opresión social…) y nos muestra el día a día de las personas y los personajes. Vuelve aquí la bicefalia de la creación de Paco Tortosa. Por una parte, son protagonistas los amigos que le acompañan; por otro, la sociedad que los cobija en las regiones que visitan. Son dos mundos que el autor utiliza para guiarnos a través de una aventura rodante (camiones, furgonetas, coches, autobuses y, cómo no, bicicletas) por los ventosos paisajes patagónicos y los húmedos bosques templados lluviosos de Chile, glaciares de montaña y desiertos como el de Atacama. Viaje al Cono Sur nos deleita con la literatura al servicio del paisaje, tanto el natural como el humanizado. Viaje al Cono Sur te abrirá el apetito de viajar, sí, pero también el apetito de leer. Y con ello te hará entrar en el bucle infinito del viajero que lee y el lector que viaja. Y no sabrás si viajas por leer o lees para viajar. Al final habrás caído en esta red de emociones, sensaciones y sentimientos que Paco Tortosa hilvana magistralmente a través de su viaje austral y querrás leer más, y viajar más. Ese es el objetivo del que viaja, del que escribe, y ahora del que lee: tú. Artemi Cerdà Catedrático de Geografía Física. Aprendiz de viajero y amante de la literatura de viajes.
Introducción
Año 2020. En el tiempo del coronavirus
Estas páginas que comienzan a acariciar tu mirada, lector, lectora, forman parte de la crónica de una porción de mi viaje por la vida. Un tramo de tiempo que incluye dos periplos por los Andes de Argentina y Chile y a caballo de una simple bicicleta. El primero de ellos tuvo lugar entre el 30 de octubre de 2004 y el 3 de enero de 2005. Viajé con mis amigos Joan M. Rodríguez, Xapi Blanch, Eduard Sospedra y mi amiga Maria del Mar Fornés. El segundo periplo, entre el 30 de diciembre de 2017 y el 10 de febrero de 2018, lo compartí con Toni Hernández, Laura Ballester y Sole Vilar. Por avatares de la vida, la crónica del primero de los viajes, redactado un primer borrador en el año 2005, parecía destinada a no ver la luz en forma de libro. Si ahora lo tienes entre tus manos se debe a que, pasados 14 años, amistades más jóvenes me animaron a volver por aquellas tierras andinas. Con las dos experiencias vividas y pudiéndolas comparar, surgió la idea de publicar esta obra. Regresar a un lugar del planeta tan alejado de tu país de origen, en bicicleta y pasados 14 años, fue una experiencia única y emocionante. Esta obra, pues, reúne dos viajes en uno. Emocionantes cada uno por separado, pero mucho más emotivo poderlos narrar conjuntamente, a pesar de estar separados por 14 años de vida. En el año 2004 marché a los Andes con una recién realizada biopsia de mi próstata, de la que no me dieron el resultado hasta la vuelta. No hubo rastro de tumores al regreso. En el año 2018 vuelvo a la Carretera Austral, ya operado de un tumor de próstata en el año 2014. En el primer viaje tenía 50 años. Mis amistades eran de mi edad y habíamos compartido vida desde la juventud. En el segundo viaje, ya con 64 años, mis compañeros de viaje eran 20 años más jóvenes que yo. Comparar los dos viajes por lo que respecta a la evolución de los paisajes y las realidades de los territorios recorridos fue enriquecedor. Aunque mucho más lo fue el hecho de viajar con personas diferentes y con edades cambiantes. Pero hay más comparaciones maravillosas. Como los dos encuentros, separados por 14 años, con mi amiga Virginia en El Calafate (Argentina). O el hecho de viajar en el 2004 todavía sin los teléfonos móviles inteligentes y sin geolocalización por satélite. Observar cómo ha cambiado la forma de viajar por este hecho tecnológico también me resultó fascinante.
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Hay más comparaciones y más detalles y hechos que me han animado a publicar de manera conjunta estos dos cuadernos de bitácora. Pero mejor paso a invitaros a sumergiros entre imágenes y textos para que los descubráis vosotros mismos. Podréis comprobar cómo la filosofía de viajar de manera sosegada, poética y sensual lo impregna todo. Hasta el menor detalle de los dos viajes. Y aviso para navegantes: esta obra no es una guía de los Andes ni de la Carretera Austral. No lo pretende ser en absoluto. No obstante, puede ser un buen camino a seguir para alguien que se decida a pedalear por estos territorios australes en bici. Eso sí, a partir de mis vivencias, emociones y reflexiones. Nos vemos en las notas finales del libro. Suerte y buen viaje entre sus páginas.
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Año 2004. Antes de la partida
Todo viaje tiene su contexto, personal y social en cuanto a las realidades que te permiten recorrer el mundo en el seno del periplo global de la vida. Estas notas introductorias sitúan principalmente el contexto del viaje desde mi punto de vista, y lo entremezclan con mis actividades de ocio y profesionales. Un grupo de amigos y amigas llevábamos viajando como cicloturistas de alforjas (viajes sosegados, poéticos y sensuales), desde el año 1980. Fruto de estos viajes fue la publicación de España en bici (que ya va por la cuarta edición: 1984, 1992, 2002 y 2016). Dando continuidad a todos estos viajes, decidí realizar este periplo cicloturista por los Andes de Argentina y Chile a lo largo de algo más de dos meses entre el año 2004 y el 2005. Junto a las cuatro personas amigas que me acompañaron, no pretendíamos batir ningún reto de viajes venturosos, ni que tuviera la originalidad que tienen actualmente muchos ciclos viajeros, a los que es bastante habitual ver en las redes sociales recorriendo medio mundo. Simplemente queríamos recorrer los Andes entre estos dos países de manera relajada y respetuosa. Un ritmo de viaje a lo largo de los patrimonios culturales y naturales de cada país, que nos permitiera un contacto íntimo con paisajes y paisanaje. El viaje se planificó como un trayecto abierto que, en un primer momento, nos llevaría a la zona del norte de Argentina fronteriza con Bolivia y Chile. Desde allí pasaríamos a Chile por San Pedro de Atacama camino de Antofagasta en la costa del Pacífico. A continuación, iríamos cruzando los Andes entre Argentina y Chile mediante sus impresionantes puertos de montaña, remontándolos y descendiéndolos y de esta manera ir avanzando hasta llegar al sur de más al sur, allá por las Torres de Paine. Dicho trayecto estaba planteado como una especie de larga road movie. Quedaba descartado realizar todo el recorrido en bicicleta. Haría falta más de un año de viaje, y batir no sé cuántos récords viajeros que nosotros no teníamos ningún interés en superar. Éramos conscientes que gran parte de los trayectos los haríamos en transporte público. Esto tenía la ventaja que nos permitiría un contacto más estrecho e intimista con el paisanaje argentino y chileno. En bicicleta queríamos
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pedalear por los lugares más significativos de la cultura y naturaleza andina del sur, mediante cortos circuitos que diseñaríamos en cada lugar y región concreta donde nos llevaran los avatares del viaje. Todo el resto del trayecto, a partir de este esquema de partida, estaba abierto a cualquier cambio que nos propusiera el destino, que seguro que condicionaría el propio viaje a su antojo. Y así ocurrió. Con nuestro viaje también queríamos dar respuesta de partida a muchas dudas que teníamos y que pudieran ser de interés en el futuro para otros ciclos viajeros. ¿Será posible cargar las bicis en los autobuses de Argentina y Chile? ¿Se podían contratar vehículos privados (camionetas, 4x4) con conductor en los pueblos, para que nos subieran a las cumbres que conectan y separan a la vez Chile y Argentina? ¿Era demasiado turística la zona del glaciar Perito Moreno para nuestra filosofía de viaje? ¿Es demasiado fuerte el viento en la zona de la Patagonia argentina y Tierra de Fuego como para poder pedalear por allí? ¿Se podía cruzar en barcaza desde Villa O’Higgins (Chile), en la Carretera Austral, hasta Argentina por el interior del lago O’Higgins? Y más preguntas a las que este viaje ha facilitado parte de las respuestas, aunque hoy el señor Google da respuesta a todas ellas. Pero estas fueron las nuestras, sin más pretensiones.
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El viaje
Barajas y el vuelo transoceánico sobre el Atlántico 30 de octubre del año 2004, sábado Visto desde hoy, dieciséis años después, este fue el inicio de un viaje todavía sin los teléfonos inteligentes que hoy utilizamos (y sin Whatsapp, Facebook, Instagram ni Twitter, ni Google Maps, ni Wikiloc, ni…). Un viaje, en mi modesta opinión, de los de antes de las redes sociales, más auténtico, romántico y venturoso que los actuales. Sensaciones extrañas por la preocupación psicológica que me está significando, con mis 50 años, la biopsia de la próstata que me hicieron hace 48 horas. Por lo que podría implicar o significar para mi vida. En el aeropuerto de Barajas, momentos de decaimiento porque los antibióticos me habían dejado débil. Dos meses son pocos según para quién. Ya intuyo que serán dos meses largos. Muy largos. Y muy llenos de vida, de aprendizaje. Estoy preparado. Todo es turbio, líquido, en los espacios conformados por las instalaciones de un aeropuerto gigantesco como el de Barajas. Todo es impersonal. Un lugar no lugar, tal como lo define el antropólogo francés Marc Augé, el cual acuñó el concepto «no lugar» para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como lugares. Para Augé son lugares antropológicos los históricos o los vitales, así como los espacios en los que nos relacionamos. Un aeropuerto sería, pues, un «no lugar». Cosas extrañas, los aeropuertos, ciertamente. Además, los aviones son la manera de transporte más insostenible del planeta por la gran contaminación que provocan. En los aeropuertos la gente se mueve nerviosa. Y yo medio zombi por mi personal fobia a hacerlo. Pero o vuelas o te quedas en casa. Así que decidí volar. Fue una noche aérea desagradable. Tan sólo sobreviví por el afecto de mis amistades. Y como cada día el Boeing de Aerolíneas Argentinas (¡que es de capital y propiedad española, que nadie se engañe!), alzó el vuelo, y nosotros cinco, acurrucados en un espacio criminal, vivimos trece horas de vuelo, de viaje aéreo desagradable que acabó en un aterrizaje en Córdoba (Argentina) tan peligroso que bien cerca estuvo de provocar un accidente. ¿Y sabéis qué peligrosos son los accidentes de avión incluso cuando ya estás rodando por tierra? Los aplausos de los viajeros, después de gritos angustiosos, demostraban bien a las claras lo inquietante de la situación. Así que me pasé gran parte de los más de dos meses de viaje pensando en el vuelo de regreso. ¡Dios!
Arriba: Esperando expectantes el embarque en el avión de Aerolíneas Argentinas en Barajas (Madrid). Abajo: Mis cuatro amistades en Córdoba (Argentina), poco después del brusco aterrizaje del Boeing.
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Ciudad de Córdoba, el corazón de la Argentina profunda 31 de octubre del año 2004, domingo y 1 de noviembre, lunes La niebla del aeropuerto de Buenos Aires, donde debíamos transbordar en dirección a Santiago de Chile, nos llevó a Córdoba. ¿El destino? Allí nos llevó él, tan tozudo. Yo continuaba igual de mal física y psicológicamente después de los bandazos del vuelo transoceánico. Ello trastocó, inevitablemente, el esquema del viaje. Pero no del todo, ya que el viajero sabe adaptarse a cualquier cambio. En este caso, no tan fácil, al ser cinco personas, un número excesivo, a mi entender, para un viaje de más de dos meses. Los antibióticos me habían situado en un estado lamentable. Lo mejor del día fue un hecho sencillo y cotidiano, la comida en un restaurante acogedor: buena carne (a pesar de que yo no la como), postres exquisitos, generosas ensaladas, trato impagable... La ciudad de Córdoba estaba tranquila ese domingo. Gran parte de la ciudadanía estaba en la sierra de Córdoba, buscando la frescura de los bosques. Buscando calidad de vida en el tiempo de ocio. Como hacemos nosotros en nuestro país con las montañas o nuestras playas. Descubrimos que el sueldo de un trabajador medio puede estar alrededor de los 180 euros mensuales. Así que podíamos comer más que dignamente por unos 5 euros —el euro se cambiaba en aquel momento a 3,78 pesos. El lunes, como pude, ayudé a montar las bicis y reservar billetes para un viaje nocturno en bus que nos llevaría hasta la ciudad de San Juan, ya a los pies de los Andes. La distancia a recorrer era de 500 km y un tiempo de viaje de ocho horas. Pretendíamos acercarnos a los pies del paso andino de Agua Amarga. Sin saber con certeza si se encontraba abierto. Sufrí lo indecible entre el ajetreo de bicis desmontadas, por las pesadas alforjas, y por conseguir los billetes del bus entre las colas de una terminal de autobuses descomunal, como si de un aeropuerto se tratara. El bullicio era enorme, pero no tanto como nuestro temor a que nos fuera robado una parte del equipaje. En el bus dormí incómodo, pero relativamente tranquilo. La noche recorrió su camino en paralelo con el desplazamiento del autobús, abriéndose a las luces de un amanecer hipnótico de colores intensísimos. A derecha e izquierda de la ruta 20 se me diluía la mirada hasta extraviarse, de tan absorta como quedó por el desierto de polvo y silencios que comunica e incomunica, al mismo tiempo, Córdoba con San Juan. Y dentro del autobús los cinco viajeros. Valencianos. Ellos y ella.
Arriba: Lo mejor del día, la comida en un restaurante acogedor en Córdoba. Abajo: Des del bus, por la ruta 20, se me diluía la mirada hasta extraviarse por un desierto de polvo y silencios. Los mapas me ayudaban a contextualizar el trayecto. Como siempre.
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De Villa Cerro Castillo a la colonia El Sitio (I) 8 de enero de 2018, lunes. 8:00 am Nada más dejar atrás Villa Cerro Castillo, comienza para mí un nuevo viaje. Por fin veré cumplido mi deseo de descubrir las tierras australes hasta Villa O’Higgins. Este trayecto es un desafío mayúsculo. No somos deportistas, ni grandes aventureros ni tenemos ya 20 años. De hecho, yo tengo 64 años, y Toni, Laura y Sole ya sobrepasan los 40. Entre Villa Cerro Castillo y Villa O’Higgins, firme de ripio. Pero los desmontes y nuevos puentes de cemento armado que observamos anuncian el asfaltado. De momento, hasta Cochrane, distante unos 230 km. Para los habitantes de esta tierra será una gran noticia, pero para el ciclo viajero será su tumba. Te aleja física y psicológicamente de la cercana naturaleza. El debate está abierto. No obstante, hoy pedaleamos sobre ripio y lo maldecimos. También maldecimos el demoledor viento. Sopla con tal fuerza que nos impide, no solo pedalear, sino incluso avanzar a pie arrastrando la bici. A Laura y a mí, nos recoge un vehículo con el que salvamos los primeros 20 km. Continuamos viaje con las bicis. Al poco nos adelanta un autobús que se detiene a los pocos metros. Bajan y nos saludan nuestros dos jóvenes amigos cicloturistas, Vicente y Diego. Van de visita a la Catedral de Mármol. Cómo me alegro de volver a ver a nuestros dos jóvenes amigos. Reencontrados con Toni y Sole, de pronto el valle se abre y nos ofrece una imagen de belleza desgarradora. Me emociona este paisaje que no figura en ningún folleto turístico, pero es capaz de atraparme por su silenció, armonía y soledad. El río Ibáñez se encharca y abre incontables brazos de agua y meandros, conformando un humedal virginal rodeado de montañas nunca holladas por el ser humano. Sus aguas bajan impolutas y sagradas desde los pies del volcán Hudson, de 1.905 m de altitud. La imagen parece extraída, a escala geológica, del periodo terciario. Hasta tal punto que tenemos la sensación de entrever, entre el follaje del bosque, el perfil difuminado de un dinosaurio. En el mapa a escala 1:400.000 que nos sirve de guía, figuran cartografiadas varias granjas de colonos llamadas Dos Hermanos, Las Lajas, Lourdes y Las Vertientes. Hubiera dado lo que fuera con tal de poder entablar conversación con cualquier persona de estas colonias. Pero este valle patagónico del río Ibáñez da la sensación de haberse engullido las edificaciones y a sus moradores. Ninguna señal física de su presencia a no ser los nombres cartografiados en el mapa. Comienza a llover y disminuye la fuerza del viento.
El río Ibáñez se encharca y abre brazos y meandros, conformando un humedal rodeado de montañas nunca holladas por el ser humano. Sus aguas bajan desde el volcán Hudson, de 1.905 m de altitud.
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De Villa Cerro Castillo a la colonia El Sitio (y II) 8 de enero de 2018, lunes, 3:00 pm Laura me muestra en su móvil una APP interactiva que permite a los viajeros geo referenciar sobre un mapa puntos de agua potable donde resguardarse de la lluvia, del viento, del calor, del frío. O donde poder vivaquear para pasar la noche. Pasamos a ser usuarios y hoy mismo marcamos un lugar con la protección de unas rocas y árboles, junto a un arroyo, donde indicamos que hay agua y un pequeño espacio que te protege del viento y el sol. Nos alcanza un ciclo viajero. Lleva anclado detrás un carrito. ¿Qué llevará allí?: ¿equipaje?, ¿un niño pequeño? Nos saluda efusivamente y se presenta como Agustín. En el interior del carrito lleva a una perra de nombre Frida. Compartimos viaje con Frida y su dueño durante dos días. Frida nos cuidaba y se preocupaba por esperar y acompañar a cualquiera que quedara rezagado del grupo. Agustín, al que bautizamos como «San Agustín», era un personaje singular. Originario de la Córdoba Argentina, recorría Sudamérica en bici sin un destino prefijado. Medio año llevaba entre tierras argentinas y chilenas. Financiaba su viaje vendiendo postales de los paisajes andinos con Frida de protagonista, la cual humanizaba cada foto y la hacía más original. La tarde llegaba a su ocaso. La fina lluvia y la niebla exigían un lugar acogedor donde instalar las tiendas. Agustín nos llevó bajo un tejado de uralita situado a gran altura donde se guarda cosecha o leña de los colonos. El cobertizo no dispone de paredes. Según los mapas, estábamos cerca de la colonia El Sitio, pero no conseguimos ver a nadie. La inmensidad patagónica nos había engullido a nosotros y a los colonos, volviéndonos invisibles a unos y otros entre nosotros mismos. Baja la temperatura. La comida de la cena sería fría, ya que no llevábamos fuente de energía para cocinar. Pero el bueno de Agustín nos cocinó un arroz que, calentito nos pareció un manjar. Puedo asegurar que nos comimos su despensa de varios días, dada la precariedad económica con la que viajaba. Levantó el viento y la lluvia racheada nos alcanzaba la tienda de campaña. Así que, después de cenar, la velada fue corta y centrada en agradecer a Agustín su arroz hervido sin condimentos. Maldormimos los cuatro en una sola tienda de dos plazas, tal era el frio que nos recorría piel y huesos. Agustín durmió dentro de su tienda bien pegadito a Frida. Por los detalles que nos contó, podría haber zoofilia, pero no se lo preguntamos.
La tarde llegaba a su ocaso. La fina lluvia y la niebla exigían un lugar cálido donde instalar las tiendas. Agustín nos llevó bajo un cobertizo sin paredes que protege la leña de los colonos.
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