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Palabras, libros, historias

DEL AULA

GERÓNIMO, EL ÚLTIMO GUERRERO APACHE

Andrés Ortiz Garay

Este artículo difi ere de los otros en la serie “Palabras,

libros, historias” porque su personaje central no fue quien escribió el libro que aquí se reseña. Es más, enfocando el asunto de la escritura desde cierto punto de vista, se puede decir que ese personaje no escribió nada o casi nada, ya que no se conocen textos de su puño y letra plasmados en algún tipo de escritura alfabética (aunque eso sí, fi rmó muchos autógrafos con caracteres del alfabeto latino, pues así ofertaba mejor los souvenirs que terminó vendiendo). Pero desde otro tipo de enfoque, resulta válido pensar que su forma de “escribir” no fuese inexistente, sino más bien diferente de la que nosotros conocemos. Una manera que nos es ajena porque carecía de letras que representaran fonemas y de lexemas ordenados según la lógica de una sintaxis lineal. Sin embargo, es posible pensar que otros medios –para nosotros extraños– fuesen perfectamente capaces de transmitir indicaciones y mensajes, de comunicar ideas y conceptos, de registrar y plasmar historias (esos medios podrían incluir petroglifos escarbados en rocas, dibujos pintados en piel de venado, enigmáticas fi guras que se trazaban con arenas de colores formando mosaicos en el suelo; o quizás algunos medios más –como las famosas señales de humo de los indios o los atuendos en los que la imbricación de plumas, huesos, conchas u otros materiales expresarían signifi cados).*

Pero cualquiera que sea la opinión acerca de las diferencias en los sistemas de escritura, el caso es que, afortunadamente, hubo quien escribió, en el modo alfabético, la historia de Gerónimo, el último guerrero apache.

en 1905, Gerónimo era un octogenario. En esos inicios del siglo XX, tenía dos décadas de ser un preso político del gobierno de Estados Unidos de América, desde que en 1886 había pactado, ante ofi ciales del ejército de ese país que se encontraban en territorio mexicano, la rendición fi nal de su

* La objeción de admitir como escritura a las señales de humo y a los distintivos montados sobre la vestimenta o el cuerpo (la pintura facial) tiene cierta validez en lo referente a que se trata de medios perecederos; pero eso no se puede aplicar a los petroglifos y los pictogramas.

resistencia armada. Aunque en ese pacto se prometió a Gerónimo y su banda (compuesta por su inseparable compañero el jefe Naiche, 16 guerreros, 14 mujeres y 6 menores) que se les permitiría establecerse en algún lugar de Arizona, tal promesa nunca se cumplió. En vez de ello, los apaches chiricahuas que se rindieron junto con Gerónimo, y no sólo ellos, sino el resto de los integrantes de esa tribu1 (incluidos los que habían servido en las compañías de scouts2 del ejército estadounidense) fueron deportados junto con sus familias, todos en calidad de prisioneros de guerra, primero a Florida, después a Alabama y fi nalmente a Fort Sill, un puesto militar situado en el llamado Indian Territory (delimitación originalmente concebida como una gran reservación en la que serían concentrados

1 Según gran parte de los estudios antropológicos al respecto, los apaches no estaban divididos en tribus, sino en bandas y más claramente aún, en subbandas y en grupos familiares. Los lazos de parentesco, los sentimientos de identidad étnica y las relaciones socioeconómicas se manifestaban sobre todo a este nivel. El nivel de tribu era un referente más bien simbólico que encontraba su concreción en aspectos generales como compartir una lengua, una cultura material y una religión –por ejemplo–, pero no en unidades sociales funcionales. Sin embargo, en algunas ocasiones mantengo el uso del término tribu porque concuerda con lo que se expresa en el libro que aquí nos ocupa y porque sirve para englobar de manera más entendible a los grupos mayores a los familiares que mantenían cierta cohesión cultural y territorial. 2 El término scout designa a los apaches que fueron enrolados en el ejército estadounidense. Estos guerreros convertidos en soldados irregulares no sólo sirvieron como exploradores y guías de las tropas del ejército regular, sino que –a partir de las directrices operativas diseñadas por el general George Crook a principios de la década de 1870– las compañías de scouts apaches llevaron poco a poco el mayor peso en la persecución y los combates contra sus parientes hostiles a la sumisión ante los blancos.

GUERRERO

El Diccionario de la Real Academia Española (22ª edición de 2001, consultado en su versión en internet) defi ne así esta palabra:

guerrero, ra. 1. adj. Perteneciente o relativo a la guerra. 2. adj. Que guerrea. Apl. a pers., u. t. c. s. 3. adj. Que tiene genio marcial y es inclinado a la guerra. 4. adj. coloq. Dicho especialmente de un niño: Travieso, que incomoda y molesta a los demás. 5. m. soldado (hombre que sirve en la milicia). 6. f. Chaqueta ajustada y abrochada desde el cuello, que forma parte de ciertos uniformes del Ejército.

En el Diccionario Larousse Usual (edición 1979) encontramos algo similar, pero con ejemplos ilustrativos a pesar de breves:

Adj. Relativo a la guerra: valor guerrero. || Marcial, belicoso, que tiene afi ción a la guerra: pueblo guerrero. || Fig. y fam. Travieso, molesto: chico guerrero. || M. Soldado: un guerrero troyano. || F. Chaqueta ajustada y generalmente abrochada hasta el cuello, que forma parte del uniforme militar.

En diccionarios y enciclopedias aparece también como nombre propio de lugares (por ejemplo, un páramo de Colombia en la cordillera o el estado del sur de México) o como apellido de personajes (de hecho, en México es un apellido bastante extendido). Algunos de sus sinónimos o nombres derivados son guerreante, guerreador y guerrista.

Guerrero es una palabra que funciona como sustantivo o como adjetivo. Pero ya sea denominando o califi cando, es claro que deriva de la palabra guerra. El origen etimológico de este último vocablo no es latino, sino germano (werra) y resultaría interesante saber por qué este origen prevaleció en las lenguas romances, ya que en latín la palabra es bellum (de la cual derivaron términos como bélico, beligerante, belicoso u otras con el mismo signifi cado general). Sin alcanzar a ser conclusivos en este respecto, una hipótesis podría basarse en el hecho de que en las fases fi nales del Imperio Romano de Occidente los guerreros de hablas germánicas tuvieron un papel predominante fuese como enemigos o como aliados de los detentadores en turno del poder imperial. Quizá la palabra de origen germánico prevaleció sobre la latina porque las espadas de los “bárbaros” terminaron por conquistar Roma.

En todo caso, actualmente el español y el inglés, entre otras lenguas contemporáneas originadas en Europa, mantienen un sesgo de signifi cado entre los vocablos –y sus asociaciones conceptuales– de guerrero, por un lado, y de soldado o militar, por el otro. Mienlos restos de muchas tribus indias que habían terminado por ser subyugadas, pero que para ese entonces estaba a punto de convertirse en el estado de Oklahoma, pues gran parte del territorio ya se había abierto a la colonización blanca).

Durante esos veinte años de cautiverio, los chiricahuas fueron diezmados por las enfermedades y las privaciones asociadas al régimen carcelario; los niños y jóvenes de ambos sexos fueron obligatoriamente separados de sus familias y enviados al lejano internado de Carlisle, Pennsylvania, para que se educaran bajo los preceptos del hombre blanco y olvidaran por completo su cultura original. La desesperanza por la pérdida de su preciada libertad y la disrupción de sus familias también había cobrado su cuota: hubo varios casos de suicidio, un acto completamente ajeno a la idiosincracia apache. En 1894, los chiricahuas supervivientes fueron establecidos en los alrededores de Fort Sill con la intención de convertirlos en granjeros. Gerónimo era uno de ellos y a pesar de ser ya un viejo, trataba de adaptarse a las nuevas condiciones que se le imponían, aunque siempre buscando la oportunidad de presentar su reclamo de que se cumpliera lo pactado en su capitulación y se les permitiera a él y a su gente volver a su tierra natal.

En los inicios del siglo XX, la fama del antiguo guerrero, el último de los “irredentos salvajes” del Oeste Americano opuestos a la civilización occidental había transitado desde el temor y el odio hasta la curiosidad y el esnobismo típicos de la burguesía estadounidense de ese tiempo. Fue así que un día de verano en 1904, a Stephen Melvil Barret, quien era

Debo, Angie, Geronimo: The Man, His Time, His Place .

Iglesia de la misión protestante en Fort Sill.

superintendente de escuelas en el vecino condado de Lawton, le tocó fungir en Fort Sill como traductor durante la venta de un penacho que Gerónimo –hablando español– transaba con un gringo que sólo hablaba inglés. Barret nos cuenta que tras ese encuentro inicial, Gerónimo le saludaba con gentileza cuando esporádicamente se topaban; pero en cierta ocasión el apache se enteró de que Barret había sido herido alguna vez por un mexicano. Al saber esto –afi rma Barret– Gerónimo se abrió con él comentando su aversión hacia los mexicanos y a partir de entonces, poco a poco, trabaron una especie de amistad.

Poco tiempo después, Barret le propuso a Gerónimo que le autorizara publicar los relatos que le contaba. Aunque el apache se mostró reluctante en un principio, después aceptó contarle la historia de su vida y permitir que la difundiera si le pagaba por ello y si obtenía el permiso de los ofi ciales de Fort Sill a cargo de los todavía prisioneros de guerra. Desde luego, Barret se mostró de acuerdo; y aunque nada nos dice acerca del pago solicitado por el apache, sí comenta que tras recibir el rechazo a su idea por parte del jefe militar de Fort Sill, escribió al

tras que estos últimos aluden más bien a los hombres (y ahora también mujeres) que hacen profesión en la carrera de las armas y reciben una retribución especial por ello, aquel otro se utiliza más en referencia a un antiguo modo de ser. Pues guerrero –aparte de los usos retóricos o poéticos en los que coincide con esas otras palabras– es una palabra que evoca con claridad la idea de sociedades no altamente jerarquizadas ni regidas por organizaciones estatales. Por eso no se habla de soldados apaches, sino de guerreros apaches (a pesar de que hubo apaches alistados en el ejército de Estados Unidos).

Tal vez podríamos quedar en que el guerrero es quien combate en favor de su pueblo y de su historia cuando debe hacerlo, obteniendo así de ellos su poder, a la manera en que, ejemplarmente, lo hizo Gerónimo. Algo en todo caso, muy diferente de soldado, palabra que deriva del latín solidatus que signifi ca “a sueldo”.

Debo, Angie, Geronimo: The Man, His Time, His Place .

Barret, Gerónimo y Daklugie: la cadena lingüística y cultural que hizo posible la biografía del jefe apache.

mismísimo presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Theodore Roosevelt, para exponerle el caso y pedirle que se le permitiera realizar el trabajo necesario para escribir la historia de Gerónimo. Seis semanas después llegó la respuesta presidencial otorgando el permiso con la condición inapelable de que el manuscrito fuera sometido a la revisión y aprobación de las altas autoridades del Ministerio de Guerra.

Barret reclutó enseguida la colaboración de Asa Daklugie, un joven pariente de Gerónimo que había regresado del internado de Carlisle en 1895. Daklugie, no obstante su aprendizaje de las maneras del hombre blanco, mantenía su lealtad a las tradiciones de su pueblo; con sus aportes, Barret aseguró una cadena lingüístico-cultural que implicaba el uso del inglés, el español y el apache; cadena en la cual Asa no simplemente servía como traductor, sino que además interpretaba giros idiomáticos y conceptos que usaba el viejo apache, y que, sin la ayuda de Dakuglie, Barret hubiera estado en imposibilidad de captar.

Con esta ayuda, Barret empezó a escribir a principios de 1905, y los tres trabajaron durante todo el siguiente invierno, algunas veces en el hogar de Gerónimo, otras en el de Dakuglie o sentados bajo los árboles en algún agradable rinconcito del campo, o a veces durante alguna cabalgata recorriendo las praderas. Gerónimo rehusó aceptar la presencia de un estenógrafo que tomara notas, y así, Barret y Daklugie tuvieron que recordar y registrar sus declaraciones lo mejor que pudieron. Cada día él tenía en su mente lo que iba a decir y lo decía. Rechazó ser cuestionado acerca de detalles o agregar otras palabras; simplemente decía “Escribe lo que he hablado”. Pero luego aceptaba

ir al estudio de Barret en Lawton o encontrarlo en algún otro lado, para escuchar las lecturas que Dakuglie hacía en apache de lo que Barret había escrito y entonces él contestaba algunas preguntas y contribuía aportando información adicional sobre algún pasaje.

Así nació Geronimo’s Story of His Life, 3 una obra que es al mismo tiempo autobiografía, biografía y compendio de la visión de Gerónimo sobre la historia cultural de su pueblo, los apaches chiricahuas. En el prefacio del libro que fi nalmente se publicó, Barret dice:

www.archive.org

La idea inicial de la compilación de este trabajo fue ofrecer al público lector un registro auténtico de la vida privada de los indios apaches y otorgar a Gerónimo, en su calidad de prisionero de guerra, la cortesía que se debe a todo cautivo, es decir, el Autobiografía, biografía y compendio de la Autobi b ografíabiografía a y compendio de la a derecho a declarar las causas que le impelieron en visión histórica de Gerónimo. su oposición a nuestras leyes y nuestra civilización.

Si la causa de los indios ha sido propiamente presentada aquí , la defensa de los prisioneros claramente establecida y se ha aumentado el valor general de la información concerniente a un tipo de gente que está desapareciendo, yo me daré por satisfecho.

Desde luego, la obra presenta varios problemas si la queremos considerar como un recuento histórico irreprochable. Para empezar, a sus ochenta y tantos años, la memoria de Gerónimo debía tener las fallas características de esa edad; además de que nuestro personaje no quiso o no pudo sustraerse a la tentación de magnifi car su propia importancia en algunas de las proezas que narró. Otro problema fue que la incompatibilidad entre las formas de medir el tiempo de los apaches y de los hombres blancos hizo controvertible fechar con exactitud muchos sucesos; por otra parte, aunque en general Barret refl ejó

3 La publicación original de este libro se hizo bajo este título (que se podría traducir como Gerónimo, la historia de su vida, y la llevó a cabo la editorial Duffield & Company de Nueva York en 1906; hay una versión digital en www.ibiblio.org/ebooks/Geronimo/GerStory.htm). También la editorial Meridian la publicó en 1996 como Geronimo, His Own Story. The Autobiograpy of a Great Patriot Warrior As Told to S.

M. Barret (esta edición cuenta con un interesante estudio introductorio y notas de Frederick Turner).

Basado en estas versiones he trabajado el presente artículo. Existen además varias reproducciones en internet y, por lo menos, una traducción al español: El indio Jerónimo, Memorias, publicada en La

Habana, Cuba, por la Editorial de Ciencias Sociales en 1982 (esta traducción la cita Víctor Orozco en su obra Las guerras indias en la historia de Chihuahua. Primeras fases, México, CONACULTA, 1992, pero no me ha sido posible conseguirla).

fi elmente lo que el chiricahua le contó, tampoco pudo o quiso sustraerse del todo a la tentación de agregar ciertas fi guras retóricas acordes con los cánones más aceptados por sus contemporáneos.4 Asimismo, se debe tener en cuenta que las autoridades del ejército estadounidense ejercieron una labor de censura a la que Barret se obligó a someterse; si bien en el libro se ofrece un registro de las objeciones presentadas por los ofi ciales militares encargados de revisar el manuscrito y se comenta la forma en que se solucionaron, no podemos estar del todo seguros acerca de que no hubiese otras más que se mantuvieron en secreto y que infl uyeron en el tratamiento fi nal de algunos pasajes clave del libro. Pero aun así, la narración registrada y editada por Barret de lo dicho por Gerónimo resulta un interesante testimonio sobre la cultura chiricahua y los acontecimientos que la transformaron profundamente en la segunda mitad del siglo XIX.

Antes de ver con más detalle la narración de Gerónimo, me parece conveniente hacer un paréntesis un tanto extenso, que nos permita entender a qué, o mejor dicho, a quiénes, me refi ero cuando uso la palabra apache.

Los apaches desde fuera

El origen etimológico del vocablo apache es incierto. Britton Davis, teniente del ejército estadounidense que luchó en las guerras apaches, hizo al respecto una curiosa propuesta en su libro de memorias titulado The Truth about Geronimo. 5

Es muy posible que la palabra se derivara del español. Los antiguos españoles tenían la costumbre de dar nombres de su propia invención a las tribus que presentaban características notorias (chiricahua, gritón, por el incesante escándalo y griterío que hacían al atacar; o tonto, que no entiende, para una tribu que habla las lenguas apache y mohave y entiende las dos o ninguna de ellas según le convenga). Los apaches tenían un método de tortura distintivo para los heridos que caían en sus manos. Se los turnaban a las mujeres y los niños, quienes se divertían que-

4 Por ejemplo, la inclusión del corte del cuero cabelludo de sus víctimas como una práctica común de los guerreros apaches constituye un error en ese sentido. Si bien bajo algunas circunstancias muy especiales los apaches llegaban a tomar el cuero cabelludo de sus enemigos asesinados en la guerra, esto lo hacían más bien como un acto ritual que, como tal, sólo se justificaba en contextos específicos y que obligaba al perpetrador a someterse a severos rituales de purificación para expiar las consecuencias de esa conducta. De hecho, Gerónimo cuenta que una vez que los cueros cabelludos se usaban en la danza para festejar una victoria, los apaches se deshacían inmediatamente del despojo, pues lo consideraban altamente contaminador (al contrario de otras tribus que los conservaban como trofeos de guerra). Sin embargo, que no fuera costumbre apache quitar siempre el cuero cabelludo a sus víctimas, no equivale a que decir que no practicaran sobre ellas otros tipos de mutilación y tortura igualmente despiadados. 5 Publicado por Yale University Press en 1929 (no conozco una edición en español).

brando con piedras los huesos de esos desgraciados. Hay una vieja palabra del español, apachurrar, que signifi ca “triturar”. ¿Apachurreros de huesos –“trituradores de huesos”– que con el tiempo y el uso devino en “apaches”? Bueno, esta conjetura es tan buena como cualquier otra.”

Esta propuesta es la única que conozco en la que se deriva apache de un vocablo del idioma Thrapp, Dan L., español. Pero si bien al teniente Davis le pareció tan buena como cualquier otra, la gran mayoría de los estudios históricos y etnológicos modernos no opinan lo mismo, ya que en ellos, la hipótesis The Conquest of Apacheria . consiste en que “apache” es un calco lingüístico que los españoles hicieron del término “apachú” del idioma de los antiguos zuñis, para quienes tal palabra tenía el signifi cado de “enemigo” (o algo así fue lo que entendieron los conquistadores hispanos –que quizá mal pronunciaron y quizá mal Cochise, famoso líder chiricahua. Según una ilustración entendieron lo que decían los zuñis). Histórica- realizada por Samuel W. Cozzens (no existen fotogramente, los zuñis son considerados integrantes de fías de Cochise). la cultura de los indios pueblo, llamados así porque las avanzadas españolas del siglo XVI los hallaron viviendo en aldeas sedentarias que contaban con edifi caciones de varios niveles, eran básicamente agricultores que llegaron a utilizar incluso sistemas de irrigación y practicaban una compleja religión en la que era fundamental la división de la gente en clanes. Tal vez por esto, cuando al iniciar el siglo XVII los españoles establecieron colonias permanentes en las orillas del río Grande del Norte (que hoy los mexicanos conocemos como río Bravo) llamaron a la región Nuevo México, pues seguramente la existencia de esas “ciudades”, y que sus pobladores estuvieran relativamente civilizados, les recordó lo que una generación antes sus ancestros habían encontrado –guardadas todas las proporciones– entre los indígenas de Mesoamérica.

No se conocen más detalles de cómo el término apache –haya sido a través del zuñi o de alguna otra lengua hablada por los indios de la región– se incorporó al español. Pero sí sabemos que hacia 1630 esa palabra era ya de uso común entre los hispanohablantes para nombrar a los nativos que hablaban lenguas diferentes a las de los indios pueblo y que no habitaban en aldeas permanentes, ya que sus prácticas agrícolas eran más bien incipientes y su subsistencia dependía primordialmente de lo que obtenían en la cacería y la recolección de productos silvestres. Para mejor aprovechar estos recursos naturales, las bandas o tribus –que compartían lengua, costumbres, maneras culturales de producir y de vivir, así como una tradición histórica expresada en su pensamiento mítico– se fragmentaban en pequeñas unidades cohesionadas por lazos matrimoniales y de parentesco consanguíneo.

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Sus mitos de origen hablaban de que la humanidad provenía de un mundo frío y oscuro en el que las aves, comandadas por el águila, habían derrotado a dragones, osos y otras bestias feroces para que la luz pudiera existir. Entonces, guiadas por la luz del Sol y de la Luna, todas las criaturas salieron a la superfi cie de la Tierra, y comenzó la vida como la conocemos. Entre los últimos en salir del mundo inferior estaban los dinéh, los

Zuñis, una de las tribus de los llamados “indios pueblo”, de cuya lengua pudo derivar la palabra “apache”. antepasados de los apaches. Los argumentos de este mito coinciden de alguna manera con los datos aportados por los estudios lingüísticos, arqueológicos y etnográfi cos que postulan que una de las últimas oleadas de cazadores-recolectores que cruzaron el estrecho de Bering entre 7000 y 5000 años antes de la era cristiana estaba formada por bandas de habla athapaskana. Estos grupos se asentaron en la Alaska subártica y el noroeste de Canadá, donde su sobrevivencia dependía, en gran parte, de la caza del caribú. Mucho tiempo después, por razones que no se conocen del todo bien, pero que podrían estar relacionadas con cambios climáticos, recesión de los glaciares, gran actividad volcánica en el área y fl uctuaciones en las poblaciones del caribú, algunas bandas athapaskanas volvieron a migrar, dirigiéndose esta vez hacia el Oeste hasta alcanzar la costa del Pacífi co en Oregon y el norte de California; otras fueron hacia el Este llegando a las inmediaciones de la bahía de Hudson y otras más se movieron hacia el sur. Estas últimas arribaron a las planicies del norte del actual Estados Unidos (Wyoming y Montana), aproximadamente entre 700 y 900 d.C. Gracias a su destreza en el manejo del arco y la fl echa, así como al desarrollo de refi nadas técnicas de cacería colectiva, obtuvieron éxito en la explotación de una nueva fuente de vida: la cacería de las enormes manadas de bisontes que deambulaban por las grandes planicies norteamericanas desde el sur de Canadá hasta el noreste de México inclusive. Los estudiosos proponen que siguiendo a los bisontes, las bandas athapaskanas realizaron un paulatino arribo a los territorios que luego serían Colorado, Texas y el norte de Nuevo México (pasando después a Arizona, Chihuahua y Sonora) entre los siglos XI y XV de nuestra era. No debe pensarse que el califi cativo de nómadas que aquí empleo al caracterizar a los cazadores-recolectores-guerreros de origen athapaskano implica la ausencia de raigambre de esa gente en los espacios que ocupaban. A pesar de su movilidad y su fragmentación en grupos relativamente pequeños, las bandas athapaskanas fueron creando fuertes lazos de identidad con los terri-

torios que iban reclamando como suyos luego de permanecer en ellos durante el curso de un par o más de generaciones. Si bien estos nómadas movían sus emplazamientos de acuerdo con las temporadas de caza y recolección, siempre ubicaban sitios venerados como sagrados que constituían los núcleos de sus dominios territoriales.

Cuando entraron en contacto con los indios sedentarios del suroeste norteamericano, los athpaskanos sostuvieron con ellos relaciones que fl uctuaban entre la franca hostilidad y el establecimiento de intercambios comerciales y sociales pacífi cos. Dada la naturaleza de su organización social en unidades móviles de producción económica basadas en lazos familiares y cohesionadas por liderazgos continuamente sujetos a la aprobación de sus miembros, las relaciones de cada banda o aun de cada grupo local con las comunidades de otras tribus cambiaban de tono todo el tiempo (cualquier hombre cabeza de familia podía cambiar su adscripción de un grupo a otro en el momento en que lo creyese conveniente, ya fuera porque lo considerara mejor para sus intereses, porque no estuviera de acuerdo con la conducción del líder o por alguna otra razón; asimismo, su esposa podía optar por permanecer con el grupo original o seguir a su hombre en su proceso de integración a uno nuevo; aunque los hijos no casados por lo general se quedaban con la madre).

Llamados inicialmente querechos, vaqueros (porque cazaban las “vacas”, es decir, los bisontes) o con cualquier otro apelativo que a los españoles se les ocurrió endilgarles, los nómadas guerreros terminaron por ser denominados comúnmente apaches.6 Quizás siguiendo el viejo modelo heredado de la lengua latina y del pensamiento grecorromano (bajo el que todos aquellos pue-

Debo, Angie, Geronimo: The Man, His Time, His Place .

Familia apache. Primavera de 1884.

6 El término genérico apache se acompañó con algún otro que hacía referencia a la localización de cada uno de los diferentes subgrupos o que, con el mismo fin, destacaba alguna característica especial.

Así, las crónicas hablaban de apaches gileños (porque habitaban en las inmediaciones del río Gila), apaches mimbreños (porque se les encontraba en las serranías llamadas Mimbres), apaches mescaleros (porque su dieta principal consistía en comida preparada con la planta conocida como mescal), apaches jicarillas (porque usaban cestas parecidas a jícaras o porque vivían cerca de un cerro que tenía esa forma), entre otras varias denominaciones más.

blos de diferentes culturas, lenguas y organizaciones sociopolíticas eran llamados “bárbaros” por los supuestamente civilizados ciudadanos del Imperio Romano), los hispanohablantes del siglo XVII, súbditos del Imperio Español, impusieron un nombre también genérico para designar a estos nuevos bárbaros que se oponían a sus pretensiones de dominio y sus modos de entender la civilización.

Los apaches desde dentro

Desde el siglo XVII, el contacto con los españoles transformó cada vez más radicalmente la vida de estos indios que además de cazadores eran guerreros acostumbrados a apoderarse de botines que obtenían a través del atraco inteligente y atrevido o por medio del ataque violento y efi caz. Los caballos, las armas de fuego, los instrumentos y enseres de metal, entre otras cosas, se convirtieron pronto en una especie de imán que atraía a los indios nómadas hacia la frontera de la colonización española. Si la obtención de estos productos no podía realizarse a través del comercio, el robo o el despojo a mano armada no eran mal vistos por una cultura acostumbrada a vanagloriar las habilidades del guerrero. La trata de esclavos (básicamente mujeres en edad reproductiva y menores de ambos sexos) también adquirió importancia en las relaciones entre “civilizados” y “bárbaros”. Si bien la incorporación de los prisioneros de guerra en el grupo vencedor era común entre las tribus indias, que así incrementaban sus efectivos (especialmente mujeres y menores de edad, ya que, por lo general, se asesinaba a los prisioneros adultos y adolescentes del sexo masculino pues resultaban menos manejables), los españoles inauguraron la cacería de esclavos como recurso para obtener ganancias con la venta de los cautivos.7

En los siglos XVII y XVIII, las relaciones entre las bandas de nómadas guerreros y los colonizadores de ascendencia europea adquirirían diversas confi guraciones, las cuales variarían mucho de acuerdo con las especifi cidades de cada contacto: momentos, lugares, correlaciones de fuerza, grupos específi camente involucrados, coyunturas fortuitas, etc. Pero si bien los españoles aplicaron al principio el nombre apache a grupos de diversos orígenes lingüísticos y étnicos (por ejemplo, a los mohaves y walapais de lengua hokana), poco a poco el uso del término se decantó para hacer básicamente referencia a los indios de ascendencia athapaskana.

Los estudios etnolingüísticos modernos proponen que los grupos de habla athapaskana que se movían hacia el sur se dividieron en dos grupos princi-

7 Aunque comúnmente la trata de esclavos se hacía a nivel regional, se sabe que no pocos apaches fueron llevados hasta plantaciones de Yucatán o Cuba.

pales: uno en el que se incluye a los apaches del Oeste (llamados tontos, coyoteros, cibicue y otros), los navajo, los chiricahua y los mescaleros; y otro formado por los jicarillas, los kiowaapache y los lipanes. En los inicios del siglo XIX, los territorios ocupados por estos grupos se extendían por el centro de Arizona, casi todo Nuevo México, las zonas vecinas del norte de México, el sureste de Colorado, el oeste de Oklahoma y grandes porciones de Texas. Una inmensa región que se conoció como la Apachería.

Sin embargo, en su relato, Gerónimo hizo una clasifi cación diferente:

Thrapp, Dan L., The Conquest of Apacheria .

Los indios apaches estaban divididos en seis subtribus. Yo pertenecía a una de ellas, los bedonkohe. Habitábamos la región montañosa que queda al este de la línea de Arizona [es decir, la línea fronteriza entre Arizona y Nuevo México]8 y al sur de las fuentes del río Gila. Hacia el este de nosotros vivían los chihene, con quienes nunca tuvimos difi cultades. Su jefe, Victorio, siempre fue mi amigo; siempre apoyó a nuestra tribu cuando le pedimos ayuda. Él murió defendiendo los derechos de su pueblo. Era un buen hombre y un guerrero bravo […]

Hacia el norte vivían los apaches de la Montaña Blanca, quienes no siempre estaban en buenos términos con nosotros, pero tampoco nos hacíamos mucho la guerra. Conocí personalmente a su jefe, Hash-ka-ai-la, que era un buen guerrero. Su tierra colindaba con la de los navajo, que no eran de la misma sangre que los apaches. Tuvimos reuniones de todas las tribus apaches, pero nunca con los navajo. Sin embargo, comerciábamos con ellos y algunas veces los visitábamos.

Al oeste de nuestra tierra estaban los chi-e-a-hen. En mis tiempos, tenían dos jefes, Cosito y Codahooyah, eran amistosos pero no realmente amigos de nuestra tribu. Al sur vivían los chokonen, cuyo jefe en aquellos días era Cochise, y después su hijo Naiche. Con esta tribu siempre fuimos amigos. Frecuentemente acampá-

8 Paréntesis mío. Apachería. Los territorios ocupados por tribus apaches fueron más amplios, pero este mapa muestra las regiones donde los chiricahuas se desplazaban cuando estaban en libertad.

bamos con ellos y andábamos juntos en nuestras correrías. Naiche, que fue mi compañero de armas, es ahora mi compañero en la prisión.

Al sur y al oeste de nosotros vivían los nedni. Su jefe era Juh, a quien los mexicanos llamaban capitán Juh. Eran nuestros más fi rmes amigos. Las tierras de esta tribu quedaban parte en el viejo México y parte en Arizona. Juh y yo acampamos y luchamos muchas veces uno junto al otro como hermanos. Mis enemigos eran sus enemigos y mis amigos sus amigos. Él ya murió, pero su hijo Asa está interpretando esta historia para mí.

Las cuatro tribus, bedonkohe, chokonen, chihenne y nedni, que eran de amigos cercanos en los días de libertad, se mezclaron conforme cada una fue mermando. Sólo la destrucción de nuestro pueblo podrá disolver nuestros lazos de amistad.

Estos cuatro grupos recibieron la denominación genérica de chiricahuas, otra palabra que –como apache– no pertenecía al léxico original de quienes así fueron nombrados. En sus lenguas vernáculas, los athapaskanos se autodenominan dinéh, 9 al referirse a sí mismos en el sentido de un pueblo con origen y cultura compartidos; aunque, como cuenta Gerónimo, cada banda tenía su propio nombre.

Infancia y juventud

Según la biografía de Barret, Gerónimo afi rmaba:

Yo nací en el Cañón llamado No-doyohn… en junio de 1829. Me crié en esas tierras, cercanas a las fuentes del río Gila. Esa zona era nuestra patria; en esas montañas se guarecían nuestras viviendas, los esparcidos valles contenían nuestros cultivos, las praderas abiertas… eran nuestros pastos; las rocosas cavernas, nuestras sepulturas.

Fui el cuarto de una familia con ocho hermanos –cuatro mujeres y cuatro hombres. Pero de esa familia ya sólo quedamos yo, mi hermano Perico (Caballo Blanco) y mi hermana Nah-da-ste.

Pero según la biografía escrita por Angie Debo:10

Sólo se puede decir que Gerónimo nació durante la primera parte de la década 1820-1830, en los alrededores del alto río Gila, en las montañas por las que actualmente pasa la línea divisoria entre los estados de Arizona y Nuevo Mexico, probablemente del lado de Arizona cerca de la moderna población de Clifton.

9 Esta grafía es tan sólo una aproximación –tan buena como cualquier otra, diría Britton Davis– para representar las variantes de forma y pronunciación que efectivamente adquiere el vocablo en el hablar real de esas lenguas poco estandarizadas. 10 Gerónimo. The Man, His Time, His Place, The University of Oklahoma Press, Oklahoma, 1976.

Cualesquiera que hayan sido la fecha y el lugar exactos de su nacimiento, las tierras a las que Gerónimo se refi ere como su patria eran reclamadas en ese tiempo por la también recién nacida nación mexicana. Desde luego, así como los apaches no habían aceptado ser súbditos de la Corona española, tampoco se consideraban mexicanos. Por el contrario, en los inicios del siglo XIX, las bandas apaches se mantenían independientes, pero en el transcurso de ese siglo –que coincide en gran parte con la vida de Gerónimo– cesaría la feroz resistencia contra las invasiones de la Apachería llevadas a cabo por españoles primero, mexicanos después y fi nalmente estadounidenses. Esa indómita defensa de su territorio y su modo de vida, que se opuso a la conquista de los europeos y sus descendientes durante algo más de tres siglos, estableció un récord de rebeldía probablemente no igualado por ningún otro pueblo indio del continente americano. Quizá por eso, los apaches se convirtieron en un emblema de la justa intransigencia en la defensa de sus derechos como pueblo, así como en una de las fi guras más temidas y odiadas en la interpretación mítica de la historia del surgimiento de México y Estados Unidos como naciones.

Como el de su propio pueblo, el nombre verdadero de Gerónimo era otro. Se dice que era Goyahklat, nombre que en su traducción más comúnmente usada signifi ca algo así como “El que bosteza”. Pero otro signifi cado que se atribuye a tal palabra tendría más bien que ver con las ideas de “inteligente”, “astuto”, “mañoso”; este último signifi cado estaría mucho más acorde con la personalidad de este hombre que llegaría a ser líder de los bedonkohe primero y después de los chiricahuas en general. Según cuenta la leyenda, en una batalla contra los mexicanos, Goyahklat estaba luchando como un demonio, saliendo de su escondite y cargando impetuosamente contra sus enemigos,

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Seis líderes y destacados guerreros de varias tribus de indios de Norteamérica: Little Plume (piegan), Buckskin Charley (ute), Gerónimo (chiricahua), Quanah Parker (comanche), Hollow Horn Bear (sioux) y American Horse (oglala sioux) a caballo con ropa ceremonial.

matando y apoderándose de las armas de sus víctimas; cada vez que saltaba a descubierto, los mexicanos gritaban con terror: “¡Cuidado, cuidado, Gerónimo!” Quizás habían oído el nombre del apache y repetían los sonidos guturales de la lengua dinéh dándoles esa forma, o quizá se encomendaban a San Jerónimo para que les ayudara en el combate. Sea como haya sido, a partir de entonces Gerónimo fue conocido con este nombre por mexicanos y apaches.

Aunque su abuelo, el jefe Mahko, había luchado muchas veces contra los mexicanos, Gerónimo vivió una infancia y una temprana juventud relativamente tranquilas. Fue instruido en las costumbres y tradiciones apaches junto con quienes él llamaba hermanos y hermanas (de los cuales sólo una era hija del mismo padre y de la misma madre que él, y los otros eran más bien primos; pero la lengua dinéh no hace distinción entre primos y hermanos carnales). Así, Gerónimo nos relata:

. Geronimo: The Man, His Time, His Place Debo, Angie, Cuando era niño, mi madre me contó las leyendas de nuestra gente; me enseñó sobre el origen del sol y el cielo, de la luna y las estrellas, de las nubes y las tormentas. También me mostró cómo arrodillarme y orar a Usen para obtener fuerza, salud, sabiduría y protección. Nosotros nunca pedíamos el mal para otra persona, sino que si teníamos problema con algún individuo, nosotros mismos teníamos que tomar venganza. Nos enseñaban que a Usen no le importan las mezquinas querellas de los hombres. Mi padre me hablaba con frecuencia de las vaDanzantes Ghan. Representación ceremonial de los espí- lientes proezas de nuestros guerreros, de los placeres ritus de las montañas y el desierto. de la cacería y de las glorias del sendero de la guerra. Con mis hermanos y hermanas jugábamos a las escondidillas o a ser guerreros… buscábamos cerezas silvestres… Cuando crecimos lo sufi ciente para ser de alguna utilidad, íbamos con nuestros padres a los terrenos de cultivo… Plantábamos el maíz en fi las muy derechas, los frijoles entre el maíz y los melones y calabazas en un orden irregular sobre todo el terreno. Para celebrar cada evento importante se daba una fi esta con danza. A veces sólo se invitaba a nuestra propia gente y a veces a la de otras bandas. Estas fi estas duraban cuatro días. En la noche danzábamos bajo la dirección de algún jefe. La música era el canto de nuestros guerreros acompañada por el batir de un tambor que llamábamos esadadedne. No había letras en las canciones, sólo los tonos. En el día había carreras de caballos y de corredores, luchas, saltos y varios tipos de juegos. Cuando tenía como 8 o 10 años, empecé a ir de caza y para mí eso nunca fue trabajo… había venado, antílope, alce y búfalo… cazábamos el búfalo a caballo, matándolo con fl echas y lanzas. Sus pieles las usábamos para hacer nuestras casas y camas, su carne la comíamos. Pero se requiere mucha más habilidad para cazar

el venado, que cualquier otro animal… Si los venados estaban en campo abierto teníamos que arrastrarnos en el suelo por largos trechos, manteniendo ramas o arbustos delante de nosotros para que no se notara nuestra aproximación… Secábamos la carne y la empacábamos en vasijas, y así nos duraba muchos meses. El cuero del venado, remojado en agua y cenizas, sin el pelo, lo curtíamos hasta que quedaba suave y plegable. Quizá ningún otro animal era tan valioso para nosotros como el venado.

Los apaches también cazaban osos y pumas para comer la carne y usar las pieles, atrapaban águilas por el valor que otorgaban a sus plumas, pero jamás comían peces, víboras o ranas.

Cuando su padre murió, siendo él un adolescente, Gerónimo se hizo cargo del cuidado de su madre (la cual nunca se volvió a casar, aunque eso no fuera lo usual). En 1846, a la edad de 17 años, fue reconocido como guerrero, tras haber participado en cuatro expediciones como aprendiz.

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Entonces estaba yo feliz, porque podía ir donde quisiera y hacer cualquier cosa que me gustara. No estaba bajo el control de ningún individuo… podía seguir el sendero de la guerra con mi tribu. Esto sería glorioso. Esperaba pronto servir a mi pueblo en la batalla.

Quizá mi más grande alegría era que ahora podía casarme con la bella Alope, hija de Noposo. Ella era una chica delgada y delicada, pero Pintura del paso a la adultez de la mujer pintada en piel nos queríamos desde hacía tiempo. Así que de venado. cuando el consejo me concedió el privilegio de considerarme un guerrero fui a ver a su padre para concertar nuestro matrimonio… él pidió varios ponis a cambio de ella. No puse objeción y en unos días aparecí delante de su tipi con un manada de ponis y me llevé a Alope.

No lejos del tipi de mi madre construí nuestro hogar. El tipi estaba hecho con pieles de búfalo y tenía dentro muchas mantas hechas con cueros de oso y puma, había otros trofeos de caza y estaban mis lanzas, arcos y fl echas. Alope hizo muchas pequeñas decoraciones con conchas y piel de venado que colocó en el tipi. También hizo dibujos en las paredes de nuestro hogar. Era una buena esposa, aunque nunca fue fuerte. Seguimos las tradiciones de nuestros padres y éramos felices. Tuvimos tres hijos –niños que jugaban, fl ojeaban y trabajaban como yo lo había hecho siendo niño.

Tragedia en Kaskiyéh

www.commons.wikimedia.org Aunque Gerónimo no nos dice cómo obtuvo los caballos que dio al padre de Alope para obtener su mano, es fácil suponer que los consiguió robándolos en algún rancho mexicano. A partir de la década de 1830, las incursiones apaches en el norte de México se habían incrementado. En parte, esto se debía a la desorganización de las defensas fronterizas que siguió a la guerra de Independencia, pero también –quizás en mayor parte– al avance de los estadounidenses sobre las regiones del suroeste norteamericano. No es un secreto que los comerciantes anglos que transitaban por la ruta de San Luis, Missouri, a Santa Fe, en Nuevo México, comerciaban con apaches, comanches y otras tribus belicosas proveyéndolas de armas de fuego y armas blancas de metal; esto simplemente aumentó el poder combativo de los nómadas, si no es que también había algún tipo de azuzamiento para impulsarles a atacar a los mexicanos. A tanto llegó la desesperación de los gobiernos estatales por las depredaciones de los indios “bárbaros”, que se establecieron las infames “contratas de sangre”, por medio de las cuales los gobiernos de Chihuahua y Sonora sufragaron –con empréstitos forzosos e impuestos extraordinarios– las actividades de grupos de mercenarios supuestamente encargados de combatir a los indios hostiles. Además de costear las campañas de estos mercenarios con fondos gubernamentales, se les ofrecía quedarse con la mitad del botín que capturaran (caballos, armas, cueros de animales, enseres, etc.) y se les pagaban 100 pesos por la cabellera de un indio adulto, 50 por la de una mujer y 25 por las de niños (además de indemnizaciones en caso de muerte o herida y otras prestaciones). El irlandés James Kirker fue el más tristemente célebre de estos inescrupulosos condotieri que comandaban las hordas de cazadores de cabelleras compuestas por estadounidenses, europeos, indios destribalizados del este de los Estados Unidos (shawnee y delaware; principalmente) y algunos mexicanos. Las “contratas de sangre” tan sólo lograron despilfarrar el exiguo presupuesto para la defensa de los civiles y exacerbar el odio de los indios nómadas contra los mexicanos, pero no acabaron con el “problema apache”, pues –como sucedía desde los tiempos en que eran colonias españolas– los pueblos mexicanos seguían estableciendo relaciones diferenciales con las variadas bandas apaches. Por ejemplo, podía ser que los apaches atacaran en algunos sitios de Sonora y luego fueran a vender caballos, mulas y cautivos a mercados en Mangus (hijo del jefe Mangas Coloradas), un guerrero que acompañó a Gerónimo Chihuahua, donde los trafi cantes no hacían preguntas. Algo y Naiche en muchas de sus correrías. similar podemos suponer que pasó en el verano de 1858 (o

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Gerónimo y Naiche a caballo. Naiche era jefe tribal hereditario (hijo de Cochise) y Gerónimo era un líder con poderes para la guerra.

quizás en 1850 según otras fuentes tal vez más precisas) cuando –según el relato de Gerónimo– los bedonkohe al mando del importante jefe Mangas Coloradas se detuvieron en una población que llamaban Kaskiyeh11 en su camino a Casas Grandes, donde se dirigían para comerciar.

Los apaches acamparon en las cercanías de esa población, dejando mujeres, niños, armas y suministros bajo el cuidado de una pequeña guardia. Pero mientras los guerreros estaban en Kaskiyeh, su campamento fue atacado por tropas enviadas desde Sonora y sus ocupantes masacrados; entre los asesinados estaban la madre, la esposa y los tres hijos de Gerónimo.

Permanecí mucho tiempo frente al río, no sé cuánto. Cuando nos reunimos esa noche yo no voté a favor o en contra de ninguna medida: pero se decidió que como sólo nos quedaban 80 guerreros, no teníamos armas ni provisiones, y estábamos rodeados por mexicanos muy dentro de su territorio, no podíamos esperar tener éxito si luchábamos. Por eso nuestro jefe Mangas Coloradas dio la orden de regresar en perfecto silencio a nuestros hogares en Arizona, dejando a nuestros muertos en donde habían caído.

No recé, ni resolví hacer algo en particular. Finalmente seguí a la tribu en silencio, guardando la distancia justa para oír el suave roce de los pies de los apaches en retirada… Días después llegamos a nuestra tierra. Allí estaban los decorados que Alope había hecho y los juguetes de nuestros pequeños. Lo quemé todo, hasta nuestro tipi. También quemé el de mi madre y destruí todas sus propiedades… Nunca más estaría contento en nuestro tranquilo hogar… juré tomar venganza sobre los soldados mexicanos que me habían dañado y cada vez que pasaba cerca

11 La identificación precisa del lugar mencionado por Gerónimo como Kaskiyeh presenta problemas, pero las fuentes más certeras coinciden en que se trataba de Janos o quizás Galeana, en el noroeste de Chihuahua.

del sepulcro de mi padre o veía alguna cosa que me recordara mis antiguos días felices, mi corazón dolía urgiendo mi revancha sobre México.

Gerónimo, chamán y guerrero imbatible

tucsoncitizen.com Menos de un año después, en las cercanías de Arizpe, los bedonkohe, con Mangas Coloradas a la cabeza; los chokonen, con Cochise; los nedni con Juh y los chihene con Baishan vengaron la masacre de Kaskiyeh al derrotar a los soldados sonorenses. El encuentro fue brutal, una de las pocas batallas frontales que se dieron en las guerras apaches. En ella se distinguió Gerónimo, estrenando un poder que Usen recién le había otorgado, quizás en compensación por su terrible pérdida en Kaskiyeh: las balas nunca lo matarían. Según sus creencias religiosas, los individuos apaches podían recibir algún don especial que la divinidad les concedía. No se trataba de una búsqueda espiritual consciente, como las que hacían los indios de las grandes praderas; sino de algo que les llegaba repentina e inesperadamente y que Representación de la primera fotografía tomada a permanecía en ellos el resto de su vida. En el caso Gerónimo. La foto original la tomó Frank Randall en de Gerónimo hubo no uno sino dos dones: el pri-1884, en la reservación apache de San Carlos, Arizona, cuando Gerónimo tenía cerca de 60 años de edad. mero fue la promesa de no ser muerto por balas; el segundo, fue una especie de clarividencia que le permitía conocer la ubicación de amigos y enemigos aunque estuviera muy lejos de ellos. Todos los apaches que anduvieron con él creían fi rmemente en que tenía estos poderes. Y en buena medida podríamos decir que la experiencia mostró su realidad, ya que Gerónimo no murió por una herida de bala,12 ni fue nunca sorprendido y capturado a pesar de que miles lo persiguieron. Muchas veces se ha dicho que Gerónimo era un chamán, pero afi rmar tal cosa es desconocer las particularidades del pensamiento espiritual y religioso de los apaches, basado principalmente en la acción individual y de la familia extensa. Aunque no haya duda de que sus congéneres reconocían que tenía poderes sobrenaturales (quizás otros más de los que aquí he mencionado), el

12 Gerónimo afirmaba que las balas no podían matarlo. Una vez, ya siendo viejo, le enseñó su torso al pintor Elbridge Ayer Burbank, quien convivió con Gerónimo algún tiempo mientras pintaba sus retratos. El pintor quedó sorprendido al ver la gran cantidad de cicatrices que los impactos de disparos de bala habían dejado en su cuerpo.

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Gerónimo era líder de los guerreros apaches gracias a sus poderes sobrenaturales y a su sagacidad y valentía en el combate.

papel principal de Gerónimo, de cara a su actuación histórica, fue el de un líder político natural que desplegó sus habilidades como guerrero, estratega en la guerra de guerrillas y como un efectivo portavoz de sus compañeros de armas (por ejemplo, los jefes Juh, que tartamudeaba, y Naiche, que era de carácter tímido, preferían que fuera Gerónimo quien hablara en las reuniones importantes; por su parte, él siempre observó las deferencias debidas al rango jefatural de ellos).

Escenario de guerra

Tras su triunfo en la guerra contra México, Estados Unidos se convirtió en un nuevo actor en el escenario de las guerras apaches. En octubre de 1846, el contingente de tropas estadounidenses que marchaban desde Missouri hacia California pasó por Nuevo México, donde entabló contacto con los apaches. En la reunión, los jefes apaches, liderados por Mangas Coloradas, permitieron paso libre a las tropas y ofrecieron a su comandante, el general Stephen Kearny, que se unirían a él si quería invadir Sonora, Chihuahua y Durango. Desdeñosamente, los soldados rechazaron la oferta.

Gerónimo relató que su primer encuentro con “hombres blancos” sucedió poco después de la masacre de Kaskiyeh; se trataba de miembros de la comisión formada para establecer los límites fronterizos entre Estados Unidos y México (esto abona al cómputo que establece estos sucesos más bien entre 1850 y 1851, que en la fecha mencionada en el libro de Barret, 1858).

Acompañado por algunos guerreros fui a visitarlos. No podíamos entenderles muy bien, porque no teníamos intérpretes, pero hicimos un tratado con ellos al estrecharnos las manos y prometer que seríamos hermanos. Hicimos nuestro cam-

pamento cerca del suyo y ellos vinieron a comerciar. Les dimos pieles de venado, mantas y ponis a cambio de camisas y provisiones. También cazamos para ellos y nos pagaron con dinero. Nosotros no sabíamos cuál era el valor de ese dinero, pero lo guardamos y después supimos por los navajo que valía bastante.

. Geronimo: The Man, His Time, His Place Debo, Angie, Estas iniciales relaciones pacífi cas cambiaron radicalmente en una década. Primero Cochise, el gran jefe chokonen, se vio envuelto en una confusa disputa que provocó la muerte de algunos blancos y la ejecución sumaria de varios parientes del apache. Después, en lo que Gerónimo llamó “el más grande de los males que las tropas de Estados Unidos infl igieron a nuestra tribu”, el jefe Mangas Coloradas (que era suegro de Cochise) y varios miembros de su banda (incluidos mujeres y niños) fueron arteramente asesinados en 1863, tras ser atraídos a una trampa con falsas promesas de paz. A partir de estos nefastos hechos, la secular hostilidad entre apaches y españoles-mexicanos se extendió asimismo a los estadounidenses. En el Tratado de Guadalupe Hidalgo –que puso fi n a la guerra mexicano-estadounidense en 1848–, Estados Unidos se comprometió a controlar a las tribus indígenas ubicadas en su territorio e impedir su paso a México, así como a no comprar o canjear prisioneros, artículos, ni ganado robados en México, ni a venderles o suministrarles armas de fuego o municiones a los indios hostiles; y también a rescatar y repatriar a los prisioneros de los indios que fueran de nacionalidad mexicana. Sin embargo, en gran parte esto se convirtió en letra muerta. Más bien el mayor peso de la guerra fue cargado por los mexicanos. Y de guerra es de lo que habla gran parte del relato hecho por Gerónimo a Barret. Si es que guerra es el mejor término para nombrar las incursiones y los asaltos que acometían los apaches sobre ranchos y pequeñas poblaciones desprotegidas, seguidas por las persecuciones de las fuerzas que estadounidenses y mexicanos lograban enviar en su contra (fuerzas que en el caso de los primeros eran de soldados enlistados y en el de los segundos báEl capitán Jack Crawford y scouts apaches. sicamente de milicias locales). El recuento pormenorizado que Gerónimo hizo de esas “batallas” es interesante no sólo porque presenta al lector un cuadro muy vívido de cómo se llevaba a cabo la guerra apache, sino además, porque –no obstante su manifi esto odio y desprecio por los mexicanos– resulta fi nalmente claro que quienes infl igieron a los apaches las derrotas más contundentes fueron los combatientes que vivían al sur de la frontera.

Debo, Angie, Geronimo: The Man, His Time, His Place .

Reunión entre la banda de Gerónimo (tercero de izquierda a derecha) y la tropa Reun u ión entre labanda d de Gerónimo(tercero deizquierda d a derecha)ylatropa de Crook (segundo de derecha a izquierda) en lo profundo de la Sierra Madre. Hasta hoy continúa la controversia acerca de quién atrapó a quién.

¿Quién contra quién?

En la década de 1860 el cerco sobre los apaches se estrechó. Acabada la Guerra de Secesión en Estados Unidos, la colonización del Wild West (“el salvaje oeste”) adquirió un renovado ímpetu; mineros, ganaderos, ferrocarrileros, comerciantes, rancheros, agricultores y toda una ralea de inescrupulosos aventureros se lanzaron a la búsqueda de riquezas. Además, el estamento militar requería nuevos frentes de acción.13 Por otro lado, el gobierno mexicano, tras el triunfo de los liberales sobre el espurio imperio de Maximiliano, pudo poner algo más de atención a la precaria situación de los relegados estados fronterizos. Así se estrechó el cerco sobre los apaches.

Durante un breve periodo, el gobierno federal estadounidense negoció con las bandas apaches el establecimiento de reservaciones para cada una en zonas mermadas de sus antiguos territorios tradicionales; pero, en 1875, en Washington se decidió concentrarlas en una sola (la reservación de San Carlos, Arizona). Esta medida “cruel y estúpida” –como la califi ca Angie Debo– deshonraba los acuerdos previos establecidos y creaba un clima de alta tensión al juntar de manera indiscriminada a bandas o tribus que tradicionalmente eran hostiles. Además, es indudable que estaba motivada por la codicia de liberar más tierras en favor de los agiotistas que especulaban con la venta de terrenos públicos y con las ventajosas ganancias que reportaba la permanente presencia de la soldadesca.

13 No sólo en el nivel de los oficiales había necesidad de ocupación, sino también en los rangos inferiores. Por ejemplo, los regimientos de esclavos negros formados para apoyar la causa abolicionista fueron enviados a combatir contra apaches y comanches.

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Prisioneros chiricahuas llevados en tren hacia Alabama (Naiche y Gerónimo en el centro de la primera la).

El general George Crook, encargado en 1871 de conducir el control militar sobre los apaches, aplicó la máxima maquiavélica de “divide y vencerás”. Al ir subyugando a las diferentes bandas, Crook y sus subordinados enrolaron a apaches para que sirvieran en su ejército. Fue tan sólo así, enviando por delante a los apaches aliados, que el ejército estadounidense logró ubicar a los apaches francamente rebeldes. La historiografía de ese país se ha enfrascado durante mucho tiempo en debates acerca de la moralidad y justicia de medidas como ésta, alabando a Crook por su pragmatismo. Pero Gerónimo, que se enfrentó directamente a ello, emitió una contundente califi cación:

He sufrido mucho por las injustas órdenes del general Crook. Actos como los suyos causaron muchos problemas a mi pueblo. Pienso que la muerte del general Crook fue enviada por el Todopoderoso como castigo por los muchos malos actos que cometió.

Califi cados como seres infrahumanos sedientos de sangre e irreductibles a los dictados de la civilización, Gerónimo, Nana, Naiche, Mangus, Ulzana y otros guerreros apaches se resistieron a ser sometidos. Gerónimo resumió así su situación:

Éramos temerarios con nuestras vidas, porque sabíamos que la mano de todo hombre estaba en nuestra contra. Si regresábamos a la reservación seríamos puestos en prisión y asesinados; si permanecíamos en México seguirían mandando soldados para pelear contra nosotros; por eso no dimos cuartel a nadie ni pedimos favores.

Entre 1882 y 1886 la presencia del ejército estadounidense en el norte de México fue prácticamente constante. En su mayoría eran tropas de scouts indios comandados por ofi ciales blancos. En varias ocasiones, estos apaches alistados fueron acusados por autoridades mexicanas de cometer depredaciones en los pueblos y se presentaron protestas por vía diplomática, que obviamente fueron desatendidas. En mayo de 1883, en las cercanías de Nacori, Sonora, el general Crook pactó con Gerónimo su retorno a San Carlos. Existe una polémica acerca de si más bien fueron los apaches los que rodearon al contingente de Crook (tal vez con la connivencia de los scouts apaches) y lo obligaron a pactar o si fue el ejército el que sometió a los rebeldes. El hecho de que Gerónimo no haya arribado a Arizona hasta febrero del año siguiente parece apoyar la primera versión. En cualquier caso, Crook confi scó el gran hato de ganado con el que llegó entonces Gerónimo, quien se proponía establecerse pacífi camente como ganadero. Poco después, al enterarse de rumores sobre ciertos planes para asesinarlos, Gerónimo, Naiche y Mangus, con sus seguidores, volvieron a escapar, refugiándose en las escarpadas montañas de la Sierra Madre. Otros dos intentos de rendición terminaron de manera similar. Y entonces, en persecución de los últimos chiricahuas libres se lanzó una de las más desiguales cacerías humanas que registre la historia.

Cansados y acosados, sabedores de que sus familiares que habían quedado en la reservación habían sido hechos prisioneros y deportados a Florida, los miembros de la pequeña banda de Gerónimo decidieron buscar un tratado de paz en Fronteras, Sonora. Gerónimo relata:

Poco después hicimos un trato con las tropas mexicanas. Nos dijeron que las tropas de Estados Unidos eran la causa real de estas guerras y que ellos estaban de acuerdo en no luchar más contra nosotros si probábamos que regresaríamos a Estados Unidos. Nosotros aceptamos y reasumimos nuestra marcha, en espera

Naiche.

Nana.

Ulzana.

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S. M. Barrett, Geronimo’s Story of His Life.

de lograr hacer un tratado con los soldados de Estados Unidos para regresar a Arizona. No parecía haber otra opción que seguir.

Pero fue necesario que el general Nelson Miles, sustituto de Crook, desplegara una fuerza de 5 mil soldados regulares –la cuarta parte del total del ejército estadounidense en ese tiempo–, las fuerzas auxiliares de scouts indios, una gran red de heliógrafos que transmitían mensajes de montaña en montaña y un cúmulo de falsas promesas para obtener la rendición defi nitiva, el 4 de septiembre de 1886, de Gerónimo, Naiche y los 16 guerreros, 14 mujeres y 6 menores que les acompañaron hasta el Cañón del Esqueleto, en la línea divisoria entre Sonora y Arizona.

Gerónimo comenta su escepticismo: “Yo no creía mucho al general Miles, pero como el presidente de Estados Unidos me había enviado su palabra con él acepté hacer el tratado y obedecerlo.” Sin embargo, nada de lo prometido se cumplió. Por el resto de su vida, él y sus compañeros de armas serían mantenidos como prisioneros de guerra y sometidos a trabajo forzado.

Sus años fi nales

Hacia finales del siglo XIX, cuando los horrores de la guerra apache iban cayendo en el olvido del público, Gerónimo pasó a ser una especie de atracción turística. El apache fue así llevado a ferias y exposiciones en la que se engalanaba con vestimenta típica y desfi laba a caballo a la cabeza de contingentes de indios de diversas tribus. Sus apariciones más destacadas fueron en la toma

Debo, Angie, Geronimo: The Man, His Time, His Place .

Gerónimo encabeza un des le en Anadarko en 1903. Esa población era la capital del Indian Territory, Gerón nimo encabeza un n des le en Anadar rko en 1903 Esa población era la capital del e Indian Ter rrito ory donde se con nó a muchas tribus indias de Norteamérica. Hasta hoy, allí se sigue celebrando anualmente la American Indian Exposition.

de posesión del presidente Theodore Roosevelt en Washington (1901) y en la Feria Mundial de Saint Louis (1904). Además de que obtuvo pagos ofi ciales por estos viajes, su carácter pragmático le impulsó a vender lo que pudiera para ganar más dinero: de souvenirs en los que garabateaba su nombre, hasta los botones de su saco y los sombreros que llevaba puestos los vendía. Él mismo contaba:

Estuve allí [en St. Louis] seis meses. Vendía mis fotografías por 25 centavos y me permitían quedarme con 10 centavos para mí. También escribía mi nombre por 10, 15 o 25 centavos, según fuera el caso, y me quedaba con ese dinero. Con frecuencia obtenía hasta dos dólares al día y cuando regresé tenía mucho dinero –más del que había tenido nunca.

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Inseparables hasta el nal. Gerónimo y Naiche retratados siendo Inseparableshastael nalGerónimoyNaiche retratado os siendo rancheros en la reservación de Fort Sill.

A pesar de las constantes peticiones que hizo, de las explicaciones que dio sobre su conducta, de su trabajo como agricultor, de su aparente conversión al cristianismo, de la simpatía que el presidente Roosvelt le manifestó, o simplemente en consideración a su avanzada edad, a Gerónimo no se le permitió nunca volver a su lugar de origen ni se le liberó formalmente. En 1912, el jefe Naiche, Perico (el “hermano” de Gerónimo), Asa Daklugie, Kaahteney, los scouts traicionados Chatto, Noche, Kayihyah y Martine, así como 183 de sus familiares fueron conducidos a la reservación de los apaches mescaleros en Nuevo México, donde se les permitió vivir en libertad.

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Un día de febrero de 1909, Gerónimo se emborrachó con whisky en Lawton, cerca de Fort Sill, y al regresar a su casa cayó del caballo y quedó toda la noche tendido sobre un charco de nieve derretida. Cuando fue encontrado en mal estado, sus familiares y amigos lo mantuvieron en casa sin reportar que estaba enfermo para que no lo llevaran al hospital del fuerte (tantos apaches habían muerto allí que le llamaban “la casa de la muerte” y tenían miedo de entrar en él). Luego, la ambulancia militar lo recogió y lo llevó al hospital, donde le diagnosticaron una grave neumonía. Dos días después, el 17 de febrero, el último guerrero apache se rindió fi nalmente ante la muerte. Quizás el mejor epílogo de esta historia sean las palabras del propio Gerónimo:

Estamos desapareciendo de la Tierra; sin embargo, yo no puedo pensar que seamos inútiles, pues si lo fuéramos, Usen no nos habría creado. Él creó todas las tribus de hombres y ciertamente tenía un justo propósito cuando creó a cada una.

Para cada tribu de hombres que Usen creó, él también les hizo un hogar. En la tierra que creó para cada tribu particular, Él colocó todo lo que sería mejor para el bienestar de esa tribu. Cuando creó a los apaches también les hizo su hogar en el oeste. Les dio granos, frutas y animales para cazar y así poder alimentarse. Para restaurar su salud cuando la enfermedad les ataca Él hizo que muchas hierbas crecieran y les enseñó a los apaches dónde hallarlas y cómo preparar medicinas con ellas. Les dio un clima placentero y dispuso todo lo que necesitaban para vestirse y albergarse.

Así fue en el principio: los apaches y sus hogares fueron creados unos para otros por el propio Usen. Por eso cuando son quitados de sus tierras, los apaches enferman y mueren. ¿Cuánto tiempo llevará para que se diga: ya no hay apaches?’

No se conoce con toda certeza la edad de Gerónimo, pero en esta fotografía, tomada un par de años antes de su muerte, debía tener cerca de 80 años.

Afortunadamente, parece que ese tiempo aún no ha llegado.

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