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Rumbo a una pedagogía de la conversación y otras justicias en el aula
E INCERTIDUMBRES
Rumbo a una pedagogía
DE LA CONVERSACIÓN Y OTRAS JUSTICIAS EN EL AULA
Shutterstock Alma Karla Sandoval Arizabalo*
La justicia es un valor que, potencializado, orienta y otorga sentido a la actuación del maestro más allá de pedagogías engañosas que privilegian el goce por encima de la reflexión o la conversación, es decir, la enseñanza desde el compromiso con la cultura en el aquí y el ahora.
Introducción
Creen que se trata de una carrera de caballos, como diría la escritora inglesa Doris Lessing, un juego de ganar o perder. Si se alcanza el número, no hay problema, la cifra es primero, el indicador, la fachada, la envoltura. Digámoslo como es: el enfoque se ablandó cuando se empoderaron peligrosamente los alumnos en las casas y los salones, cuando la conversación aguda entre estudiante y maestro se acabó para dar paso a un chiste, a un cuentito multimedia, a un saber ya masticado por tres bocas. ¿Qué diría Sócrates?, ¿qué pensaría ante pedagogías llamadas “sexis”?, ¿cómo afrontaría el hecho de que para s e r u n p ro f e s o r q u e i n s p i re e n e s t e s i g l o , s u s clases tienen que ser, sobre todo, “divertidas”?
* Profesora de cátedra en ITESM.
Ahora el maestro debe ser un “cuate”, caer bien, que lo quieran y ya. No importa que no cubra los temarios, que no desafíe o no enseñe a manejar la frustración, a ser íntegro, a no jugar con los límites, a entender que todo se gana, hasta una décima. Y es que el maestro que ayuda a sus estudiantes a salir del capullo sin que le importe que ellos no puedan utilizar después las alas, puesto que no les costó abrirlas, el maestro facilón, light, sin lecturas, ese docente es un ejemplo. El conflicto, sostiene Estanislao Zuleta, es que deseamos mal. En lugar de querer una relación humana inquietante, compleja y exigente, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y peligros, un nido sólo de amor y, por lo tanto, en última instancia, un retorno al huevo (1980: 14).
Para Platón, “educar es amar”, pero no mediante el idilio “perfecto” que Zuleta advierte.
Educar no es desaparecer los obstáculos del camino, tampoco agrandarlos, es ir con la medida exacta entre el afecto y la seriedad que ningún saber, en nombre de ningún indicador, debe extraviar. Si anteponemos el resultado al proceso, si somos laxos y prescindimos de técnicas didácticas, los estudiantes nos imitarán, se darán cuenta que no hay que ser puntuales, que no hay que planear los pasos, que de nada sirve tener todos los títulos o actualizarse, que no es necesario ser crítico –por ejemplo–, si el profesor que me inspira es exitoso sin autoexigirse. Entonces estaríamos vendiendo un fraude disfrazado de excelencia. Ya Carlos Monsiváis argumentaba que en México la educación, pagada o gratis, es desastrosa. En las siguientes páginas se ahondará en estas reflexiones que cuestionan el abandono de la búsqueda de métodos que potencialicen el desarrollo de las capacidades cognitivas del estudiante, pero, sobre todo, de una actitud docente seria, que resista el embate de las modas dentro del ámbito de la enseñanza.
Que no platique el profesor
Sabemos que la esencia de la dignitas humana se basa en el libre albedrío y que poseer la verdad mata la verdad. Por ejemplo, hemos comprobado que el fanatismo ha causado el exterminio de seres inocentes e inermes, llegando al extremo de introducir la destrucción y la muerte en el seno de esas propias familias. Después de todo, lo valioso del ser humano no reside en la verdad q u e p o s e e o c re e p o s e e r, s i n o e n e l s i n c e ro esfuerzo que realiza para alcanzarla (Ordine, 2013). ¿No será que la posesión y el beneficio aniquilan, mientras que la búsqueda, desligada de cualquier utilitarismo, puede hacer a la humanidad más libre, más tolerante?
Como profesora me he dado cuenta de que los alumnos de cualquier nivel, primaria, preparatoria o posgrado, quieren respuestas expeditas. La duda los incomoda, pero no en el buen sentido. Las dudas los molestan al grado de culpar a sus maestros por hacerlos reflexionar, por no decirles exactamente dónde buscar otras soluciones a problemas que demandan de ellos un pensamiento no lineal; por no ordenarles qué hacer, por abrirles la jaula de un salón y dejarlos solos, en libertad, con lo que internamente encuentran, si lo hallan. No entienden que aceptar la falibilidad del conocimiento, confrontarse con la duda, convivir con el error, no significa abrazar el irracionalismo y la arbitrariedad. No están acostumbrados a que aprender signifique granjearse la cultura, a que el sentido de su estancia en la escuela sea obtener armas para resistirse a la robotización del mundo o la superficialidad cotidiana.
No creen que, en nombre del pluralismo, sea posible ejercitar un derecho a la crítica y sentir la necesidad de dialogar también con quien lucha por valores diferentes a los nuestros. No obstante, algunos alumnos odian incluso que el maestro converse, que el maestro dialogue, que el maestro haga una pausa para tratar un asunt o q u e n o t i e n e q u e v e r c o n l o q u e v e n d r á e n e l e x a m e n . S i n o d e r i v a e n u n b e n e f i c i o l o q u e e l maestro dice, no tiene por qué ser escuchado. Entiendo entonces que el docente, en su desesperación, baile, cante, ría o hasta se suba a una mesa, como el entrañable Mr. Keating, de La sociedad de los poetas muertos, con tal de llamar la atención, de provocar reacciones, de despertar a una máquina. No tendría que ser así.
Legalidad frente a legitimidad
Te persiguen, te mandan una decena de correos, te explican lo de su beca, la presión de sus padres, lo que sienten respecto a su calificación. Todo gira en torno al promedio. Se les va la vida
educacionenred2.rssing.com
A algunos alumnos no les gusta que el maestro converse, dialogue o que haga una pausa para tratar algo que Aalgunosalumnosnolesgustaqueelmaestroconversedialogueoquehagaunapausaparatrataralgoque no tiene que ver con lo que vendrá en el examen
sumando, dividiendo, contando décimas. Este semestre una alumna se me acercó, dijo que necesitaba, al menos, 95 para ser crema, es decir, invitada a la Ceremonia al Reconocimiento y Excelencia Académica, o algo así, creo, significan dichas siglas. El caso es que la estudiante, sin tener por qué, ya ha aprendido a vivirse dentro de las estructuras perversas de la meritocracia q u e e s t e s i s t e m a e r i g e . E x p e r i m e n t é u n a p ro funda compasión por ella, pero, al mismo tiempo, cierta incomodidad. La chica me estaba avisando que, de no obtener el sagrado número, no podría cumplir su deseo, ergo, que, si pudiera, “le echara la mano”.
Escribo esto porque, escuchándola, recordé mi época en la universidad. Todavía me veo leyendo los resultados de una beca o de una contienda injusta en el plano académico. Me veo quedándome sentada cuando les dan los premios a los profesores considerados “excelentes” sin importar que no vean todos los contenidos, no lleguen temprano, no tengan las credenciales, no den toda la clase, no exijan o sean injustos en sus cátedras subiéndoles puntos a unos alumnos y a otros no, según les caigan; porque, en contraste, esos profesores tienen “carisma”, son muy queridos o muy entretenidos, son co- mo un best seller.
Siento, también, cuando recuerdo a esa chica, un terrible enojo por las dos. Algo dentro de nosotras lee en el ambiente que sin méritos –obtenidos de la forma que sea– no valemos, no existimos, no nos respetan, no confían en nosotras. No importa si la chica busca la verdad, participa, pone atención, no falta, tiene unos apuntes increíbles, es buena persona, recta, cumplida, porque si algo ocurre y se queda a pocas décimas, no obtendrá el tan ansiado premio; pero quizá sí consiga esos números un alumno que copia, o saca un acordeón, al que le pasan el examen, o se pone listo y sabe pescar una respuesta de lejos. Vemos entonces cómo la ética, en este caso, no se relaciona con el mérito. De igual modo podríamos decir que el profesor que le haga la barba a los estudiantes, que no los cuestione, que convierta sus clases en un océano de mermela-
da con la que se confunde el paraíso, obtendrá el mejor puntaje. Aclaro que esto puede ocurrir en unos casos y en otros no. Estoy hablando de legalidad frente a legitimidad. En la primera, una vez que el candidato se pone la banda presidencial y firma el acta, ya es presidente, aunque haya comprado todos los votos. La segunda es difícil de comprender puesto que es legítimo lo que es cierto, lo que es duradero, lo que es justo porque ocurre y sí se merece, pero lo que es, siempre en ambientes viciados, no reconocido. Los campeones sin corona son los que más deben portarla, pero no tener corona es, precisamente, lo que los vuelve inmensos.
En el peor de los capitalismos, en el más feroz, se privilegia la competencia. Su fuerza se basa en la separación que deviene de anular a los colectivos, en este caso academias, poniendo a pelear al personal o a los alumnos por estímulos de cualquier clase, por ceremonias al mérito, etc. Es el modus operandi del espermatozoide, del que corre más rápido, del que se instala en el óvulo primero; es un proceder biológico, pe- ro no cultural. En términos éticos, lo dice Bauman, no hay más naturaleza que la cultura (2005: 159). De lo contrario, coexistimos en un hipódromo donde todos llevamos anteojeras, donde prima la trampa, el relajamiento del que es más simpático, rico o mañoso, del que no se esfuerza por encontrar ninguna verdad y, lo que es peor, no se apasiona, no se compromete con defenderla en nombre de un trabajo arduo, justo o intachable. Un maestro así le pondría el 95 a mi alumna sin cuestionar absolutamente nada, tal vez sólo argumentando que es buena y porque de paso no pierde popularidad. Un profesor sin corona le colocaría esos números sólo si los obtuviera o, en el último de los casos, si hubiera participado exhaustivamente, si hubiera propuesto un trabajo original, innovador, una reflexión extra, algo bueno o bello, para merecerlos. Un maestro sin corona hablaría con mi alumna, le haría entender, le diría que vale con o sin cifras, que es una persona excepcional, que no depende de un resultado, que la definen mil elementos más complejos y generosos, que su esfuerzo la engrandece, que no es mayor o menor por un aplauso; un maestro excelente también la abrazaría literal o simbólicamente, le dedicaría lo que escribe, le dedicaría lo que piensa, sería en nombre de esa persona que puliría sus cátedras, que se comprometería a ser mejor, a inspirar más activamente. He ahí una pedagogía de la justicia, aunque su ethos utópico nos rebase.
Eduardo Galeano hablaba de que hay países que se han especializado en ganar y otros en perder. Que en el colonialismo y la explotación se funda el proceder de los primeros, ya que necesitan garantizar la existencia de los perdedores, de sus materias primas, de sus recursos de cualquier clase, para sumirlos y colocarse por encima de ellos (1971: 16). Es una lección de geopolítica básica saber que para que unos gocen de todos los derechos se les tienen que arrebatar a otros. En una república auténtica, se discute con propiedad de qué forma justa otorgarlos, he ahí su ideal. El capitalismo no es justo, la competencia en ambientes viciados tampoco, aunque sus teorías más ponderadas sostengan que la competencia es lo mejor que puede pasar a un país porque entonces se eleva el nivel y los clientes, siempre los clientes, son los más beneficiados en esta tienda gigante llamada estadounidización, ya no globalización, la cual merece un museo, afirma Canclini (2007: 68). La competencia, no sé por qué, tiende a volverse desleal. Pregúntele a las grandes corporaciones. La competencia, no sé por qué, tiende a usar el traje del machismo y éste no promueve ni hace surgir la solidaridad, el bien común, la armonía, la felicidad, la diversidad, la tolerancia, en pocas palabras, el sentido humano.
Ese capitalismo rampante ha construido enormes y atractivas trampas con reconocimientos grabados en oro, en miles de pesos. Caemos todos los días. El reto es enseñar, también, cómo salir, cómo escaparse con la frente en alto y los b r a z o s a b i e r t o s , c ó m o s e r l i b re s , c ó m o a n u l a r i n t e r i o r m e n t e l a l ó g i c a e n v e n e n a d a d e l a c o m p e t e n c i a , c ó m o e n c o n t r a r s e n t i d o v e rd a d e ro e n o t ro s h o r i z o n t e s m á s a m p l i o s , m á s j u s t o s , s i n extraviar la razón, el nivel académico, ni, sobre todo, la pasión y la alegría cuando enseñamos.
Ni la gallina ni el huevo
En uno de sus más recientes libros, La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa hace una revisión de Notes Towards the Definition of Culture, de T. S. Eliot, donde el crítico inglés explica que la cultura se transmite a través de la familia y
S h u t t e r s t o c k cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada el resultado “es el deterioro de la cultura”. Luego de la familia, la principal transmisora a lo largo de las generaciones ha sido la Iglesia, no el colegio. Así que no hay que confundir cultura con conocimiento. “Cultura no es sólo la suma de diversas actividades, sino un estilo de vida” (2012: 27), una manera de ser en la que las formas importan tanto como el contenido. El conocimiento tiene que ver con la evolución de la técnica y las ciencias, y la cultura es algo anterior al conocimiento, una propensión del espíritu, una sensibilidad y un cultivo de la forma que otorga significados y orientación.
Si revisamos nuestra realidad, si, como aseguran muchos maestros, los estudiantes no aprenden porque no se comportan como es debido, no les interesa saber, no tienen curiosidad intelectual o no poseen disciplina porque desde su casa no se les ha inculcado, si nada podemos hacer ante ejemplos poco recomendables que se reciben en el hogar, ¿todo está perdido? Hay educadores que, precisamente porque el seno familiar no es el mejor de los lugares para adoptar un estilo de vida sensible, tratan de hacer de sus aulas rincones de refugio, de armonía. Sin embargo, profesores más escépticos dicen que la idea es romántica y que de nada sirve porque la estructura familiar es determinante: apenas se entra a la sala con el televisor encendido, todo lo que se ha logrado en la escuela desaparece. Sumemos la conciencia guadalupana dictando que la vida ocurre como Dios ordena, que hay infierno, que hay consuelo, que conformarse no es malo, lo terrible es ir en contra de la voluntad divina. Sumemos el desánimo de los profesores cuando deciden lavarse las manos, encogerse de hombros y decir que nada se puede hacer ni cambiar. Así es como se entra a un círculo vicioso, como impera generacionalmente la derrota. Lo más desconcertante es que es así como se acepta, institucionalizándose, el “no se pudo”.
E s c i e r t o q u e , e n p a l a b r a s d e Va rg a s L l o s a : “Estamos en un mundo donde el primer lugar de la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal, donde la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura” (2012: 33). Yo agregaría que estamos en un mundo donde se cree, entonces, que un profesor tiene que ser un animador de fiestas, un facilitador de diversiones donde se mastique conocimiento ablandado como comida chatarra, no alta cultura de la que carecen, por cierto, la mayoría de nuestros educadores. Sostengo que no hay pasión por saber porque no se contagia, porque ya está dicho y demostrado que, por ejemplo, el gusto por la lectura se transmite como un virus, no por imposiciones inútiles. De ahí que nos sobren maestros machistas o profesoras meritócratas. De ahí que sea más fácil encontrar docentes con muchos conocimientos, pero con poquísima c u l t u r a d e l a q u e c u e n t a m á s a l l á d e l p l a c e r y l a d i v e r s i ó n . E s t r i s t e , e n v e rd a d , q u e e x i s t a n maestros incapaces de escribir una oración con buena ortografía o sacar el área de un cuadrado. Es alarmante que este país cuente con un ejército invencible de profesores que no han leído una novela en su vida, ni pueden contarles una historia a sus alumnos, que no poseen palabras suficientes para comunicarse con claridad o precisión. He ahí la tragedia de nuestro tiempo, un drama del que los educadores responsabilizan a los padres y los padres a los maestros. Como si saber quién fue primero, el huevo o la gallina, sir- viera de gran cosa.
El mundo es posible sin Mac
L a s l í n e a s s i g u i e n t e s n o s o n u n a d e f e n s a d e l o s apocalípticos tal y como los definió Umberto Eco. No pretendo darles una tunda a los integrados. Creo en la eficiencia, rapidez y ciertas bondades de la tecnología, pero no sufro de un fetichismo tecnológico que, según L. Cuban, cree que la sola presencia de los aparatos producirá per se otra relación con el conocimiento (2010: 35). Sí, hay personas que aun con el teléfono más inteligente en las manos, se estancan porque no lo s a b e n u s a r o n o l o a p ro v e c h a n , a s í c o m o g r a n parte de las instituciones educativas del orbe que, por contar con tecnologías muy avanzadas, palomean su excelencia cuando el asunto es más complejo.
En la India profunda, en escuelas donde no se tienen sin bancas ni techo, los profesores enseñan a leer y a escribir con una rama vuelta varita con la que dibujan palabras en el lodo. En México también existen institutos muy precarios, escuelas en condiciones nada dignas que, por supuesto, no se presumen. La educación de cualquier niño, de cualquier país, debe disponer siempre de las herramientas elementales. Con todo, cuando no hay más, cuando no llega la ayuda, cuando los presupuestos se recortan al extremo, hay profesores que se las ingenian para cumplir sus obj e t i v o s . Y s u s a l u m n o s a p re n d e n s i n t e n e r u n a tableta digital, sin conectarse. La obtención del conocimiento no depende de la tecnología. Sabemos que para que ésta y el currículo académico funcionen de forma efectiva, se requiere: participación activa por parte del estudiante, interacción de manera frecuente entre el maestro y el alumno, participación y colaboración en grupo y conexión con el mundo. Entre todas estas condiciones, me atrevo a decir que en lo que respecta a la educación privada, la conexión con el mundo real es la más difícil de obtener.
En cambio, en las escuelas públicas, la interacción frecuente entre el profesor y el estudiante es muy complicada, sobre todo por el elevado número de integrantes de un grupo. Los alumnos de institutos de paga creen que el planeta
comunicash2011.blogspot.mx
Hay profesores que se las ingenian para cumplir sus objetivos a pesar de las carencias y sus alumnos aprenden Hayprofesoresqueselasingenianparacumplirsusobjetivosapesardelascarenciasysusalumnosaprenden sin contar con tecnología como las tabletas digitales
se circunscribe a lo que encuentran en las redes sociales; algunos chicos de colegios públicos no cuentan con maestros capacitados que les dediquen toda la atención a la hora de usar plataformas virtuales. Es más, en algunas escuelas de la SEP hay pizarras electrónicas que no sirven, pero ahí están, como un homenaje a la mentira.
De una manera u otra, el desarrollo de la tecnología se impone como una meta sin filtros, pero, eso sí, siembra muros gigantes al dar por hecho que quien la maneja, la conoce y la usa, se ubica un paso más allá de quien no. ¿Será cierto?, ¿o será que los recursos tecnológicos son más bien un valor agregado en el mundo de la empresa educativa?, un plus que se ha vuelto obligatorio y por el que, en ocasiones, se margina a quienes no tienen acceso a él. No niego que la tecnología ordena mejor lo rutinario, pero conozco maestros que no saben usar Excel y los premian justamente porque la inspiración que transmiten no tiene nada que ver con el dispositivo móvil que usan. Pero también es cierto que saber vérselas con la tecnología es una competencia esencial, ya incluso se habla en términos de analfabetismo tecnológico. Y sí, los nativos digitales nos ven con ternura a los que no lo somos cuando nos tardamos entendiendo una aplicación. Y sí, los mayores de treinta no nos explicamos cómo, en medio del ciberespacio, con tantas fuentes a su disposición, los millennials no encuentren la frase indicada, el dato correcto, porque no poseen el ojo crítico, esto es, el discernimiento necesario para no naufragar cuando navegan.
La tecnología no es garante del conocimiento, así como la música no está en un piano. La tecnología resuelve problemas, posibilita la inmediatez, ayuda a sobrevivir, pero no es el mun- do, no es el saber. Por ello abogo, nuevamente,
por un equilibrio de fuerzas entre la imperante necesidad de que dominemos la tecnología siendo educadores, y la imaginación de una enseñanza libre de computadoras, de redes sociales, de cálculos y plataformas obligadas. Leonardo da Vinci no tenía una Mac y forjó una obra extraordinaria.
Ahogados y temblores
El profesor en el aula es, ante todo, un formador. No debe limitarse a enseñar su materia, a hacer ejercicios o exámenes y se acabó la historia; debe comprometerse con la cultura, es decir, con delinear el contorno de la opinión, el pensamiento crítico, la ética de sus estudiantes. Se necesita saber opinar para situarse en el mundo, para escuchar la propia voz e irnos aproxi- mando al autoconocimiento que los griegos recomendaban. El pensamiento crítico es clave si pretendemos que los alumnos reconozcan la di- f e re n c i a d e o p i n i o n e s , l a e n o r m e r i q u e z a q u e esto trae consigo: un mundo diverso, donde el diálogo prima, pero también la denuncia, el señ a l a m i e n t o d e m o d o s d e g o b e r n a r i n j u s t o s , d e l a v i o l a c i ó n a l o s d e re c h o s h u m a n o s , q u e d e b e n ser defendidos. Esa ética, entonces, va acompañada de un conocimiento de teorías mínimas, de autores cuyos ejemplos marcan la pauta del ra- zonamiento que deseamos para nuestros estudiantes. No es que el profesor deba convertirse en un modelo “todoterreno”, sino que la tarea de formar seres humanos es más profunda, en ella se juega el sentido de enseñar, de inspirar, no sólo hacer reír o entretener. El formador entra en el agua, pero no sólo para enterarse de los problemas de sus grupos, no sólo para cuantificar la dimensión del desastre educativo en nuestro continente, sino para dotar de herramientas a los otros, de palas simbólicas con las cuales las chicas y los chicos, en comunidad, sigan levantando las ruinas de nuestra catástrofe. Tal y como ocurrió después del terremoto de septiembre, ¿quién diría que los jóvenes tomarían por sí solos el liderazgo y darían una gran lección de humildad, organización y civismo a los adultos que menos han apostado por ellos? De ahí que lo importante, en términos pedagógicos, sea formar ciudadanos que recuperen el espacio público, la solidaridad y la autocrítica.
“El ahogado más hermoso del mundo” es un c u e n t o d e G a b r i e l G a rc í a M á rq u e z re s p e c t o a u n p u e b l o de pescadores que toma conciencia de su notable falta de identidad y rumbo. Q u i e n l e s muestra lo hondo de esa problemática es el cadáver inmenso de un ahogado que nadie reclama y que aparece en las arenas de la costa. Es la muerte, apuntaría Heidegger, quien les da proyecto a esos ingenuos habitantes de la playa. Es la muerte quien les hace abrir los ojos, mirar por primera vez sus chozas mal construidas, sus rincones sucios, su mala organización comunitaria. Así que deciden llamarse “El pueblo de Esteban”, nombre con el que bautizan al cuerpo del ahogado, condición que los obliga a transformar, activamente, su estar en el mundo, su
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El ahogado más hermoso del mundo es un cuento de 1968 escrito por el autor colombiano Gabriel García Márquez
cultura que también es la forma de identificarse en el exterior, ante los barcos que pasan por ahí y los reconocen a todos como pobladores de Esteban. La gran maestra es la muerte, insisto, la que marca el contorno, la que traza el porvenir. Ninguna localidad, en ninguna parte del mundo, debería esperar a que ella se aproxime para aprender, para implementar acciones, para levantarse del hartazgo. Deben ser los maestros lectores, apasionados, comprometidos, quienes guíen, quienes nombren poéticamente lo que s e r á e l f u t u ro . P a r a e l l o n o s e n e c e s i t a s e r u n monje, un activista, un juez, un sabio notable, un artista, un psicólogo, un abogado, un filósofo, un contador, un político, basta con pensar en los otros, con ser para ellos siempre un ser humano.
Por último
Hablemos de una cuestión amarga: corregir, señalar al estudiante en qué se equivoca y decirlo de manera firme, para que se entienda; pero cariñosa, para que el educando no se aleje. Es un equilibrio difícil. Abundan maestros con los que nadie quiere tomar clase por su retroalimentación, por la grosera forma en que se dirigen a los demás, por el respeto que inspiran basado en aquella maquiavélica máxima de que es mejor ser temido que amado. Los enfoques más novedosos en este siglo sostienen que si el estudiante no te quiere, no va a aprender. Lo sospechoso es que en la mayoría de las ocasiones te quieren si la pasan bien en el aula, si los alumnos se sienten consumidores de un producto con el cual no acumulan conocimiento, sino que se define por el breve goce que les produce. Los profetas que abogan por esa postura, la de “los estudiantes te tienen que querer”, hablan en videos donde se explica que la educación actualmente es una i n d u s t r i a . D e h e c h o Z y g m u n t B a u m a n , e n s u agudo estudio Los retos de la educación en la mod e r n i d a d l í q u i d a , a c i e r t a a l a n o t a r q u e a h o r a l a educación es un producto, no un proceso, que la noción del conocimiento de usar y tirar es un reto porque la educación debe ser una acción continúa de la vida y no dedicarse sólo al fomento de habilidades técnicas (2013: 178). Yo agregaría que la educación no únicamente debe hacer sentir bien a los alumnos y mucho menos
S h u t t e r s t o c k
sólo hacerlos sentir mal, sino que debe olvidarse de esas prerrogativas y colocar en primer sitio la educación, que es actitud formadora, que es reto, que es conversación, que es ejemplo del profesor por sus acciones comprometidas y vinculadas con el mundo, que es cuestionamiento del poder y también de la pobreza, que es realidad, que es proponer posibles soluciones, pero también sueños, que es contagiar las ganas de tocar el saber, la lucha, la experimentación y la empatía. Lo otro es popularidad hueca o es odio inútil.
En un mundo que está forjándose una identidad digital, son urgentes modelos educativos rápidos, que no se queden en la solidez de una modernidad abstracta, pero si el único fin es enseñar conocimientos que se tornan desechables después de que el espectáculo del profesor inspirador termina, luego de que el dramatismo, la canción, el baile, el juego, se silencian, efectivamente no estamos cumpliendo con una misión que va más allá del placer, de la formación de ciudadanos críticos, competentes con o sin computadoras para sobrevivir sin traicionarse, sin venderle el alma al diablo en nombre de cualquier idea. Como vemos, el profesor tiene un empleo que va mucho más allá del aplauso, de la autocomplacencia. El maestro que corrige disfrazado de verdugo no será nunca un formador respetable, pero el que regala puntos, el que construye un arca de dulce y de galletas, un cabaret en sus salones, tampoco. El primero será odiado. El segundo amado como a un vodevil, una telenovela, una final de fútbol. Y así, entre odios y amores, entre maniqueos modos de enseñar y aprender, la educación irá volviéndose cada vez más un refresco de cola.
Referencias
BAUMAN, Z. (2013). Los retos de la educación en la modernidad líquida. México: Gedisa.
(2005). Amor líquido. México: FCE.
CANCLINI, N. (2007). Lectores, espectadores e internautas. Barcelona: Gedisa.
CUBAN, L. (2010). As Good as It Gets: What School Reform
Brought to Austin. Boston: Harvard University Press. GALEANO, E. (1971). Las venas abiertas de América Latina. México: Siglo XXI Editores. ORDINE, N. (2013). La utilidad de lo inútil. Madrid: Acantilado.
VARGAS Llosa, M. (2012). La civilización del espectáculo. México: Alfaguara. ZULETA, E. (1980). Elogio de la dificultad. Cali: Universidad del Valle.